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Universidad de Zaragoza
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En el poco probable aunque posible caso de que un escritor actual decidiese elaborar
un libro de caballerías, bien fuese al uso medieval, bien como las narraciones caballerescas
posteriores del siglo XVI, debería ceñirse a unos cánones establecidos a través de la
práctica de la escritura de tales obras. Es decir, que debería respetar un patrón estructural
del libro de caballerías que fue configurado por los autores de estos al escoger
reiteradamente ciertos motivos. Cuando Cervantes escribe su conocida crítica paródica de
los libros de caballerías no deja de mostrar a cada capítulo su profundo conocimiento al
respecto, de forma que el mejor ejemplo para ilustrar lo dicho es un parlamento del propio
don Quijote:
Así pues, la imagen del jayán mitológico se renueva al ser pasada por el tamiz del amor
cortés en la literatura medieval con la leyenda de Tristán e Iseo o al encarnarse en la figura
de Ferracutus, gigante a quien vence Rolando en la Historia Turpini o De vita Caroli Magni
et Rolandi. En tales gigantes medievales se echa de notar asimismo la influencia de la
tradición bíblica, según la cual a todos los rasgos negativos provenientes de la mitología
hemos de añadir el predominante de la soberbia: Nemrod constituye el paradigma
(Génesis X, 8-10) por ser el gigante fundador de Babilonia y su primer rey, quien llevado
de su extraordinaria soberbia inicia la construcción de una torre con la que llegar al cielo,
la Torre de Babel. Por este acto los babilonios sufren el castigo de la confusión de lenguas,
rasgo que pervive en, por ejemplo, el Infierno de la Comedia de Dante Alighieri (Canto
XXXI: Pozo de los gigantes), cuando entre los gigantes condenados en el infierno figura
Nemrod hablando una lengua ininteligible. También el Amadís de Gaula como la Divina
Comedia ilustra el sermón contra los soberbios con los ejemplos de Lucifer (el ángel caído
por su soberbia) y de Nemrod. Otro iracundo gigante bíblico que encarna la soberbia y la
maldad es Goliat, filisteo derribado por David con una honda y un guijarro.
Aún podríamos explorar en la búsqueda del origen de la terrible imagen de los gigantes
una tercera vía que influye, si bien con menos intensidad, en la literatura caballeresca, como
es el folklore: encontramos a los malísimos y brutales ogros de los cuentos infantiles, pero
también -quizá como reflejo de los gigantes de buen obrar como Hércules- jayanes
benévolos, tutelares, que protegen al pueblo contra los abusos de los poderosos. Un
ejemplo:
Otro gigante poblador de las altas tierras aragonesas será el “home grandizo”
de la Val d’Onsera, el pirenaico valle de los Osos. Pastor y dios protector de la
virginidad de las jóvenes montañesas, acompañado de su hacha de piedra y de
uno de aquellos osos del valle recorre desde hace trece mil años aquellos
agrestes lugares empeñado, y no siempre triunfante, en evitar descarríos
amorosos. [8]
Todos estos rasgos de la tradición mitológica y bíblica hasta aquí señalados se conjugan
en la literatura caballeresca, conformando esos personajes llamados gigantes. Sus lacras
morales -ya definidas- se reflejan a veces en su aspecto: pueden mostrar rasgos
semibestiales (colmillos, garras, pilosidad...), vestir pieles o también armadura, no
obstante, así como manejar la espada, aunque lo común es que utilicen armas primitivas
(maza [10], tinel o tronco de árbol, un badajo de campana, como Morgante, quien, tras
recibir bautismo, se tornará auxilio del Orlando carolingio); y pueden cabalgar unicornios,
alfanas, camellos o elefantes. [11]
Sin embargo, los gigantes de los libros de caballerías no son tan grandes que no puedan
recibir golpes en el yelmo; el mismo don Quijote lo razona así en una digresión sobre el
asunto:
Los gigantes y las gestas caballerescas van unidos, en fin, de forma inseparable; tanto es
así que Bouza da noticia del torneo celebrado en Valladolid en 1523 con motivo de las
fiestas por la venida del emperador Carlos V a Castilla:
[...] que los caballeros corriesen a la lanza según los capítulos que había
fijado una desconocida princesa y que guardaba, bajo un abeto, su fiel servidor
Margalant el gigante, quien debía dar a conocer las reglas de la justa a todos
aquellos aventureros que deseasen participar en el combate.
Si bien es cierto que media casi un siglo entre este torneo y la publicación de la primera
parte del Quijote, no lo es menos que hubo otras muchas justas hasta bien entrado el siglo
XVII [14] que constituyen un ejemplo clarificador de hasta qué punto el universo de la
caballería andante puebla la realidad de las gentes. Don Quijote se hubiese alegrado caso
de encontrarse con este Antoncico de “dieciséis o diecisiete pies de altura” [15](unos cuatro
metros y medio, aplicando los 28 cm que mide el pie de Castilla), porque debía ser
incuestionable -según lo visto hasta ahora- para Cervantes y para cualquier mediano
conocedor de la vida caballeresca que nuestro buen desfacedor de entuertos tenía que vivir
alguna aventura con gigantes.
Según lo visto, podemos dar otra vuelta de tuerca y considerar que don Quijote ataca el
símbolo de su locura -tan consciente parece mostrarse a veces de ella- y que cuando carga
contra esas torres de viento cuyas aspas al girar nublan su entendimiento acaba derribado
y vapuleado por efecto de su propia insania, como va a ir ocurriendo indefectiblemente a
lo largo de sus aventuras. Lo que queda fuera de toda duda es la estrecha relación que para
Cervantes se instituirá a partir de esta aventura del capítulo VIII no ya entre gigante y torre,
sino entre molino y gigante: el cura, en un tímido expurgo literario, dice de la Crónica del
Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba y Aguilar, con la vida del caballero don
García de Paredes ser “historia verdadera”; y a propósito del último -y para darle autoridad
sorprendentemente como personaje real frente a los ficticios Felixmarte y Cirongilio- que
fue “valentísimo soldado y de fuerzas naturales que detenía con un dedo una rueda de
molino en la mitad de su furia”. Y en respuesta a lo enunciado por el cura, asociando ya
claramente la victoria sobre el molino con la victoria sobre el gigante, dice el ventero que
tendría que “leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco
gigantes por la cintura” (I, XXXII, p. 407).
Para concluir lo relativo al enfrentamiento de don Quijote con los molinos-gigantes, sólo
resta señalar que una vez resuelto este nuestro buen caballero decide reemplazar su rota
lanza por un tronco de encina o roble, a imitación de un tal Diego Pérez de Vargas,
caballero español que luego sería apodado Machuca por este hecho: “de la primera encina
o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquel que me
imagino, y pienso hacer con él tales hazañas [...]” (I, VIII, p. 105). Habida cuenta de lo
irrisorio del aspecto de don Quijote (I, I y nota 60), este propósito de emplear un arma
propia de toscos gigantones constituye un rasgo de comicidad añadida a las vetustas y
trasnochadas armas de nuestro mal armado caballero.
La segunda aventura que hemos de abordar en lo que al motivo del gigante respecta es
la de los cueros de vino. En ella la acción viene propiciada por el relato de Dorotea, quien
en connivencia con el cura y el barbero se hace pasar por la princesa Micomicona que
“viene en busca de vuestro amo -dice el cura a Sancho- a pedirle un don, el cual es que le
desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho” (I, XXIX, p. 368). En este
caso Sancho, dado que en la imaginería caballeresca ínsula y gigante van unidos [21], lo
cree a pies juntillas: “Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que
no es cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo” (I, XXIX, p. 370). Dorotea, al igual que
barbero y cura, conoce bien los resortes de la literatura de caballerías, y así “desde aquí
adelante creo que no será menester apuntarme nada; que yo saldré a buen puerto con mi
verdadera historia.” (I, XXX, p. 380). En efecto, hija de un rey versado en magia de un
reino lejano pide ayuda al caballero manchego, puesto que su padre, antes de morir la
previno contra
un descomunal gigante, señor de una grande ínsula, que casi alinda con
nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque es cosa
averiguada que, aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre mira al
revés, como si fuese bizco, y esto lo hace él de maligno y por poner miedo y
espanto a los que mira), digo que supo que este gigante, en sabiendo mi
orfandad, había de pasar con gran poderío sobre mi reino (I, XXX, p. 381)
Que una hermosa doncella solicitase su favor para vencer a un gigante tan malvado y
soberbio ha de excitar necesariamente el magín del de la Triste Figura y por lo tanto no es
de extrañar que más adelante, alojados en una venta, al calor del fuego y a punto de acabar
la lectura de la novela del Curioso impertinente oigan a Sancho dar voces en auxilio de su
señor, que en su aposento “daba grandes cuchilladas por las paredes” (I, XXXV, p. 454)
con su espada tinta en una sangre que no es sino “alguno de los cueros de vino tinto que a
su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este
buen hombre.” (I, XXXV, p. 455).
Sepa, señor maese Nicolás -que este era el nombre del barbero-, que muchas
veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de
desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de
las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes, y
cuando estaba muy cansado decía que había muerto a cuatro gigantes como
cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las
feridas que había recebido en la batalla, [...] (I, V, pp. 80-81)
donde ya aparecen los elementos del combate imaginario contra uno o varios gigantes,
y el de algún elemento líquido -sudor- como sangre. Además, al igual que con los molinos
de viento, se lleva a cabo una personificación de objetos esta vez también por proximidad,
al relacionar las cerdas de los cueros de vino con el aspecto piloso de los gigantes. Pero el
proceso metafórico que lleva a Cervantes a identificar cueros de vino y gigantes
probablemente tenga también y sobre todo una raíz literaria: Las Metamorfosis de
Apuleyo [22], en uno de cuyos relatos el protagonista, Lucius, narra cómo totalmente ebrio
acuchilla tres odres de vino. Hay no obstante alguna diferencia: don Quijote no solapa
fantasía y realidad bajo los efectos del alcohol, sino llevado de la perniciosa lectura de
libros de caballerías, con la salvedad de que Cervantes añade al fabular de don Quijote el
sonambulismo: “Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y
soñando que estaba en batalla con el gigante;” (I, XXXV, p. 455). En el primer caso se
produce un distanciamiento humorístico y así la aventura de Lucius se convierte en una
broma que mueve a risa a todos, incluido el mismo protagonista; e incluidos nosotros,
lectores. En el segundo, el dislate de don Quijote y Sancho a la larga hace reír asimismo a
quienes los hallan en un aposento anegado en vino y con un aspecto ridículo, en ropa de
dormir; aunque caballero y escudero no logren discernir entre realidad e invención con
tanta facilidad como Lucius. También en esta aventura hay un distanciamiento humorístico
pero ahora ríen todos salvo los protagonistas; ¿y nosotros, lectores? El episodio que en la
obra de Apuleyo reviste una comicidad patente adquiere en la de Cervantes un carácter
tragicómico que torna en amarga la sonrisa que la comicidad provoca en nosotros, ya que
por otro lado el rasgo trágico sólo puede augurar un final funesto.
-¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? -dijo el
ventero-. ¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos
cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que
nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?
-No sé nada -respondió Sancho-: sólo sé que vendré a ser tan desdichado,
que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado, como la sal
en el agua.
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo [...] (I, XXXV, p.
456)
Podemos concluir entonces que ambas aventuras, la de los molinos de viento y la de los
cueros de vino, responden a la necesidad de Cervantes de incluir en su obra enfrentamientos
con gigantes según la preceptiva de la literatura de caballerías, preceptiva que los lectores
de la época (como el cura, como el barbero, como Dorotea, como el ventero, etc.) conocían
bien. No obstante, si bien el autor debe introducir gigantes en la narración para que
el Quijote sea una novela de caballerías no puede hacerlos aparecer como reales, ya que
esto contravendría de todo punto el espíritu y la intención de la obra de combatir los
disparates de los (malos) relatos caballerescos. Cervantes recurre entonces al trastorno en
el juicio del personaje para transformar la realidad que lo rodea -una realidad
contemporánea, con lo cual la verosimilitud ha de guardar una delicada armonía con las
fabulaciones caballerescas para que estas no sean las de un loco simplemente-, no muy a
propósito para gestas de caballería, de suerte que para don Quijote molinos y cueros cobran
vida y se transforman en gigantes; e introduce así el aspecto paródico, tan importante a lo
largo de una novela que se hilvana sobre el cañamazo del humor.
NOTAS
[1] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Instituto Cervantes, I, cap.
XXI, pp. 250-53. Véase vol. II, apéndice 3 por Mari Carmen Marín Pina “Motivos
y tópicos caballerescos”. En lo sucesivo las referencias de las citas de esta edición
del Quijote irán insertas en el texto, mostrando entre paréntesis la parte, capítulo y
página.
[12] Antonio de Torquemada, Jardín de flores curiosas, Giovanni Allegra ed., Madrid,
Clásicos Castalia, 1982, p. 153 y ss. Para lo relativo a la equivalencia de las
medidas, véase DRAE.
[14] A. Egido, Cervantes y las puertas del sueño, cap. II: El Quijote. “La Cofradía de
San Jorge y el destino de don Quijote”.
[16] H. Mancing, The Chivalric World of Don Quijote, pp. 46-48. La aventura de los
dos rebaños, por poner otro ejemplo de sobras conocido, presenta una estructura y
características idénticas a la de los molinos de viento.
[19] A. Redondo, Otra manera de leer el Quijote, 1997, p. 329 y ss. Es interesante la
alusión que se hace a un cuadro pintado por el Bosco, La tentación de San Antonio,
donde aparece una torre agitando sus brazos.
BIBLIOGRAFÍA
Avery, William T. (1961-1962), “Elementos dantescos del Quijote”, Anales
Cervantinos, IX, pp. 1-28.
Bambek, Manfred (1974), “Apuleyo y la lucha de don Quijote contra los cueros
de vino”, Prohemio, V, pp. 241-52.
[2005], “Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo [...] (capítulo 8)”,
intervención con fecha 9 de abril en ciclo Lecturas del Quijote, Universidad de
Zaragoza, 12 de marzo a 4 de junio de 2005.
Cacho Blecua, Juan Manuel (1979), Amadís: heroísmo mítico cortesano, Madrid,
Cupsa Editorial / Universidad de Zaragoza.
Eisenberg, Daniel, y Mari Carmen Marín Pina (2000), Bibliografía de los libros
de caballerías castellanos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.
Lucía Megías, José Manuel (2003 [2004]), “Sobre torres levantadas, palacios
destruidos, ínsulas encantadas y doncellas seducidas: de los gigantes de los libros
de caballerías al Quijote”, Artifara, 2; en Fantasía y literatura en la Edad Media
y los Siglos de Oro, Nicasio Salvador Miguel y otros (eds.), Madrid, Universidad
de Navarra / Iberoamericana / Vervuert, pp. 235-
258;http://www.artifara.com/rivista2/testi/gigantes.asp [Consulta: 24-2-2005.]
Mancing, Howard (1983), The Chivalric World of Don Quijote. Style, Structure
and Narrative Technique, Columbia y Londres, University of Missouri Press.
Rodríguez de Montalvo (1991), Garci, Amadís de Gaula, ed. Juan Manuel Cacho
Blecua, Madrid, Cátedra, 2 vols.