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ARGETIA: U OMBRE Y U DESTIO

Prof. Dr. Carlos Daniel Lasa

Resulta cierto aquello de que la palabra poética rescata la aparición de la cosa en


todo el desborde de su presencia1. La cosa de la que aquí se trata de hacer aparecer en la
demasía de su presencia es la Argentina; el poeta que la dice es Leopoldo Marechal. Él
expresa:

«El nombre de tu patria viene de “argentum”


¡Mira
que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principal.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas
y verdaderamente serás un argentino»
(Heptamerón: “La Patriótica”, 11,6).

Sobre el sentido que el poema nos provoca habrán de encaminarse las reflexiones
que a continuación siguen. El poeta refiere que el nombre Argentina se halla
indisolublemente unido a un destino; destino que consiste en ser reflejo de una realidad que
la trasciende, y que se sitúa por encima, en las alturas: el oro. El oro es lo situado “por
encima”, es decir, es aquella realidad que posee un estatuto ontológico al que no se puede
acceder pero que, sin embargo, determina el sentido de aquello que está llamado a
espejearlo: la plata. Para esta última, se trata de una cuestión radical: o se ordena a espejear
el oro siendo fiel a aquello que es o, caso contrario, traiciona su mismísimo ser. En
realidad, la vocación de la plata es la vocación de Occidente, la vocación del hombre total.
Pareciera que el hombre occidental venido a América hubiese querido dejar plasmado en el
nombre de Argentina la misión esencial de su cultura: espejear el oro.
Si nos retrotraemos en el tiempo, observamos que la cultura griega es una
manifestación de la familiaridad existente entre el hombre y los dioses. Son las musas
quienes inspiran a Hesíodo infundiéndole una voz divina para celebrar el pasado y el
futuro, y encargarle de alabar con himnos la estirpe de los felices Sempiternos y cantarles
1
Entretiens Avec Frederic de Towarnicki, Presses Universitaires de France, 1984. Traducción al
castellano a cargo de Juan Luis Delmont, con el título de Jean Beaufret. Al encuentro de Heidegger.
Conversaciones con Frederic de Towarnicki, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1993, 2ª edición, p. 33.
siempre a ellos mismos al principio y al final2. El poema de Parménides narra cómo un
joven es conducido por caballos y doncellas hasta una diosa que le revelará la Verdad. A
propósito, Hyland comenta: «Quizá la razón más obvia por la cual tal jornada resulta
extraordinaria es ésta: ella requiere la intervención y el apoyo constante de lo divino. Es
una diosa la que revela la verdad al joven, no uno de los supuestos maestros de Parménides.
Ahora hay varios elementos para asociar la revelación de la verdad y la búsqueda filosófica
con lo divino. En primer lugar, lo que ya hemos analizado expresamente como tema de los
primeros pensadores. El hombre una y otra vez se halla a sí mismo referido y orientado
hacia aquello que se inclina a denominar divino»3.
Platón no considera a los antiguos creadores de mitos sino simples transmisores. El
mito es un don de los dioses a los hombres4. Para Platón, comenta Josef Pieper, en el
«…comienzo de la historia humana está el hecho de una comunicación divina propiamente
dicha dirigida al hombre»5. Sin dioses no hay creación. Es ésta la convicción de los
creadores de todos los tiempos al reconocerse inspirados por un ser más alto. A propósito
de esto Walter F. Otto anota: «Cuando Homero apela a su musa para que lo instruya,
cuando Hesíodo cuenta que ha escuchado el canto de las Musas y que ha sido ungido poeta
por ellas, estamos acostumbrados a no ver en ello más que la consecuencia necesaria de una
fe en los dioses que a nuestros ojos carece de toda validez. Pero, si atendemos a Goethe
cuando afirma muy serio que los pensamientos más sublimes no están en manos de los
hombres, sino que éstos han de recibirlos con temeroso agradecimiento en su calidad de
dones y de obsequios, entonces podemos considerar las confesiones de un Homero, de un
Hesíodo, y de muchos otros, bajo una nueva luz. Ya creamos en Apolo y en las Musas, o
no, debemos reconocer que los actos creadores de gran envergadura requieren

2
Cf. Hesíodo, Teogonía, v. 31. Texte établi et traduit par Paul Mazon. Paris, Les Belles Lettres,
1951.
3
Drew A. Hyland, The Origins of Philosophy, Its Rise in Myth and the Pre–Socratics, New York,
G.P. Putnam’s Sons, 1973. Trad. al castellano a cargo de Jorge L. García Venturini, con el título de Los
orígenes de la filosofía en el mito y los presocráticos, Bs. As., Librería el Ateneo, 1975, p. 126. Lo destacado
nos corresponde.
4
Filebo, 16 c 5.
5
Josef Pieper, Uber die platonischen Mythen, München, Kösel–Verlag, 1965. Trad. al castellano a
cargo de Claudio Gancho, con el título de Sobre los mitos platónicos, Barcelona, Editorial Herder, 1998, 2ª
edición, p. 74.
necesariamente la conciencia viva de la presencia de un ser superior y que nuestro juicio
del fenómeno que entraña dicha creación jamás podrá ser justo si no acepta este hecho»6.
Ahora bien, estas afirmaciones precedentes nos suenan hoy a nuestros oídos un poco
discordantes. Hace ya tiempo que la familiaridad con lo divino ha sido abandonada.
Algunos filósofos han hablado de Dios como el exiliado de la ciudad terrena7. ¿Qué ha
sucedido en el mundo occidental para que haya perdido la dimensión de lo sagrado, lo
sublime, el Paradigma de los paradigmas, el poético oro? ¿Qué ha sucedido, entonces, con
el ser de occidente al hallarse privado de aquello que estaba llamado a espejear? ¿Qué ha
ocurrido en nuestra tierra argenta?
Ha sido el filósofo italiano Michele Federico Sciacca quien ha acuñado el término
occidentalismo. Con él quiere mentar aquella civilización que, habiendo dado las espaldas
a la metafísica, se ha estructurado en pos de la conquista de los bienes materiales8. Cuando
la inteligencia perdió el ser (con Occam) la segunda navegación platónica sucumbió y, con
ello, toda posibilidad de afirmación de lo divino. La inteligencia devino ratio. De este
modo el método ocupó el lugar central en toda problemática “teorética”. La preocupación
metodológica del hombre moderno se orienta hacia la adquisición de una vía o varias vías
que sean válidas sólo por su eficacia productiva de bienestar material, privadas de todo
contenido de verdad. Esta operación no es otra que la de la sustitución de la verdad por lo
útil, del ser por el hacer. Descartes y Bacon aparecen como los padres de este nuevo
espíritu que hemos denominado espíritu de conquista9. Sin filosofía, que equivale a decir
sin fundamento, hacen su epifanía las denominadas ciencias humanas las cuales, privadas
de su fundamento son utilizadas práctica y empíricamente y son reducidas a los ismos
radicales y disolventes. De este modo, la sociología deviene sociologismo; la psicología,
psicologismo; la pedagogía, pedagogismo; etc. Todas ellas, desgajadas del fundamento, son
evaluadas no en función de lo que puedan ofrecer en la búsqueda constante de la verdad

6
Walter F. Otto, Dionisos. Mitos und Kultus, Vittorio Klostermann GMBH Frankfurt am Main,
1960. Trad. al castellano a cargo de Cristina García Ohlrich, con el título de Dionisio. Mito y culto, Madrid,
Ediciones Siruela, 1997, pp. 26–27.
7
Cf. Tomaso Bugossi, «Dios exiliado de la ciudad terrena en Michele Federico Sciacca», en Actas
del Primer Simposio Internacional de Filosofía, “Perspectivas de la FilosofíaContemporánea”, Villa María
(Cba.), ET–ET Convivio Filosófico Ediciones, 16, 17 y 18 de octubre de 1996, pp. 107–119.
8
Michele Federico Sciacca, L’oscuramento dell’intelligenza, Milano, Marzorati, 1972, terza
edizione riveduta, p. 91–125
9
Cf. Carlos Daniel Lasa, «Los derroteros de dos tiempos: la razón fundante y la razón fundada», en
Retorno Crítico a los orígenes de la modernidad. En Contrastes, Suplementos 2, Málaga, 1997, p. 118.
sino de su eficacia operativa. La educación misma se ha organizado en función de esta
lógica. En este sentido resultan molestas las voces que interrogan sobre las cuestiones
esenciales.
Como podemos advertir, el conocimiento es evaluado en función del poder que
otorgue al hombre sobre la naturaleza a fin de cumplir el sueño baconiano de dominarla.
Dominarla con el fin de obtener los mayores beneficios para él. Así, entonces, el principio
del saber y de la verdad es sustituido por el problema del método cuya finalidad es
eminentemente utilitaria. Esta dialéctica aut–aut opta por lo útil en detrimento de lo
verdadero. Todos los conocimientos se organizan en función de la utilidad, incluida la
mismísima ciencia que termina siendo engullida por la técnica. La discusión sobre los
valores (la verdad, la justicia, la virtud, etc.) es reemplazada por las cuestiones prácticas.
Refiriéndose a esta realidad en el occidentalismo, Sciacca refiere que «el Occidentalismo
no tiene ya nada que enseñar y exportar, sino sólo técnica y bienestar, datos, números,
cálculos, robots, computers y corrupción. No puede enseñar y exportar valores morales,
religiosos, estéticos, y ni siquiera políticos, sociales, jurídicos, a los cuales también ha
adulterado. Los denominados países del primer mundo “preocupados” de ayudar a los
países pobres, se valen de esta prédica en orden a establecer una nueva forma de
colonialismo, a fin de hacer con ellos buenos negocios, ahogando las culturas de los
pueblos desenraizándolos de sus tradiciones, a fin de que los “valores” del occidentalismo
puedan ingresar fácilmente. Este occidentalismo, negador del principio del saber y
reduciendo todo problema al del método, esto es, el medio para dominar el mundo y medio
también, para construir la civitas hominis autosuficiente y fin último de los singulares y de
la historia, ha terminado sustituyendo la verdad y todos los valores a los sólo prácticos,
dominadores tiránicos y sustitutivos de los otros; ha sustituido el conocimiento por criterios
pragmáticos con objetivos siempre más útiles, económicos»10.
Precisamente la crisis por la que atravesamos tiene que ver con este modo de ser
profundo del hombre que ha sido dominado por una lógica de la utilidad que niega
deliberadamente los fueros de la verdad, del bien y de la belleza. El rechazo del oro nos ha
conducido a perder nuestra mismísima razón de ser. Nuestra vocación esencial se ha
desdibujado y nos hemos transformado en un pueblo sin un horizonte de comprensión. Es

10
Michele Federico Sciacca, L’oscuramento dell’intelligenza, op. cit., p. 111.
imprescindible, entonces, reencontrarnos con nosotros mismos a fin de visualizar con
claridad nuestro horizonte y, para ello, es menester volver a reconocer el oro. El hombre, en
su interioridad, sabe de sí frente a un ser que se le presenta como infinito. En el saber
primero, en el saber originario, se co–implican un saber del ser y un saber de sí como
distinto del ser inagotable. Allí, en el origen mismo del pensar (condición de todo actuar
subsiguiente) se revela nuestra esencial creatureidad. Nos sabemos finitos, nos sabemos
limitados. Y, en este sentido, no es verdadera la afirmación de Spinoza de que toda
determinación es una negación (omnis determinatio est negatio) sino, por el contrario, el
límite ontológico que poseemos es plena positividad ya que gracias al mismo somos lo que
somos. En el conocimiento originario se nos revela nuestro estatuto ontológico, nuestra
realidad de plata. Es esencial a nuestro ser el reconocimiento del Infinito ya que sin este
reconocimiento no sabemos quiénes somos. En el origen de la filosofía moderna,
desafortunadamente, se ha operado el acto impío de no reconocimiento del Infinito con la
consiguiente pérdida de la medida de lo humano y la actual situación de nihilismo en que
nos hallamos. Sucede que, cuando «el hombre pierde el Ser, el Infinito, el Misterio, el Otro,
pierde a los otros y se pierde. En efecto, cuando la conciencia quiere olvidar el saber
primero, esto es, el del Ser donde se revela la creatureidad es porque se ha estructurado en
torno al rechazo, a la ruptura, al aislamiento, queriendo ser sin el Ser. Esta conciencia
estructurada como rechazo, como ruptura, es la conciencia del des–amor, de la des–unión.
Pretendiendo destruir su esencial referencia al Ser, la conciencia declara imposible toda
relación amorosa con los otros. En estos términos, habiéndose constituido como ruptura,
toda aceptación de unidad por parte de la conciencia equivaldría a su autodestrucción
porque ella misma es auto–fundada. De este modo, el amor se diluye siendo reemplazado
por el odio, por el individualismo más atroz»11. La Argentina está llamada a reproponer al
mundo occidental aquello que éste obvió cuando sentó las bases para la aparición del
occidentalismo. En el punto de partida de la filosofía cartesiana advertimos la omisión de
aquello que es previo a la duda y sin lo cual ésta no puede ejercerse: el ser. En efecto,
¿cómo podría ejercerse la duda si no es sobre algo que es, consecuentemente, previo a la
duda? La Argentina para recuperar su auténtico sentido y ayudar al mundo occidental a ser

11
Carlos Daniel Lasa, «Los derroteros de dos tiempos: la razón fundante y la razón fundada», art.
cit., pp. 123–124.
fiel a sus auténticas raíces, debe comenzar a vivir un tiempo en el cual, inserta dentro de la
gran tradición metafísico–cristiana, sea capaz de dar a luz una auténtica cultura integral
formadora de un hombre integral. Sólo una cultura integral, constituida a partir de una
dialéctica et–et, será capaz de forjar un hombre completo, armónico, pleno, en el cual
todos los valores se hallen presentes: religiosos, metafísicos, éticos, estéticos, técnicos, etc.
Para ello, el hombre habrá de reconocer, en el mismísimo punto de partida de su recorrido
existencial, la Medida como condición de posibilidad para conocer su medida. Ésta es la
vocación profunda de todo hombre y, muy particularmente del hombre argentino, de aquel
hombre cuyo noble ser de plata consiste en espejear al brillante y luminoso oro.

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