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Rendición

Metsy Hingle
1º Rendición

Rendición (1996)
Título original: Surrender (1996)
Serie: 1º Rendición
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Deseo 627
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Peter Gallagher y Aimee Lawrence

Argumento:
Aimee Lawrence pensaba que el día en que Peter Gallagher le pidiera que se
casara con él sería el más feliz de su vida. Pero cuando insistió en que
firmara un acuerdo prematrimonial, Aimee se dio cuenta de que Peter
estaba convencido de que no creía en el amor. No estaba dispuesta a aceptar
una proposición tan indignante. Pero no sabía qué hacer.
Para Peter, el matrimonio con Aimee constituía el arreglo ideal. Ya había
tenido una mala experiencia, y no estaba dispuesto a seguir adelante si se
negaba a firmar el documento. No dejaba de repetirse que los motivos que
tenía para querer casarse con ella no tenían nada que ver con el amor, por
irresistible que fuera.
Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Prólogo
—¿De verdad esperas que firme esto?
Aimee agarró el acuerdo prematrimonial con la mano, rezando para que la
indignación de su voz enmascarara el dolor de su corazón.
—Sí, si vamos a casarnos —contestó Peter—. Por lo menos mira el maldito
documento. Comprobarás que estoy siendo más que generoso.
—Estoy segura de ello.
En los tres meses transcurridos desde que se hicieron amantes había sido
extremadamente generoso con ella en todos los sentidos, salvo con su amor.
—Sé razonable, cariño. Firma el acuerdo, y entonces podremos…
—No voy a firmarlo, Peter.
—¿Quieres que lo estudie primero tu abogado?
—No, no necesito que nadie lo revise, porque no tengo intención de firmarlo.
—¿Por qué no?
—Porque no creo en los acuerdos prematrimoniales. Firmar esto sería tanto
como decir que no creo que el matrimonio vaya a durar.
—Es probable que no dure. Sabes tan bien como yo que el cincuenta por ciento
de los matrimonios acaban en divorcio.
—Y el otro cincuenta tiene éxito —espetó—. ¿Por qué te has molestado en
pedirme que me case contigo si sientes las cosas de ese modo?
—Porque te deseo.
Peter se acercó y la tomó por los hombros.
—Mírame, Aimee.
Aimee obedeció.
—Quiero acostarme contigo. Esta noche, mañana por la noche, todas las noches.
La atrajo hacia sí, y la besó.
De forma instintiva, Aimee entreabrió los labios para darle la bienvenida.
—Me deseas tanto como yo a ti. Dijiste que no vivirías conmigo a menos que
estuviéramos casados, de modo que te ofrezco el matrimonio. No seas testaruda,
Aimee. Firma el acuerdo y podremos casarnos antes de que termine la semana.
—No, no pienso firmar ningún acuerdo prematrimonial.
Le devolvió el arrugado documento y empezó a quitarse el anillo de diamantes
que él había puesto en su dedo aquella misma tarde.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó él.
—Devolverte tu anillo de compromiso.

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—¿Por qué?
—Porque no me voy a casar contigo.
Miró a su alrededor y cuando vio dónde había dejado el bolso caminó hacia él.
Peter arrojó el documento y el anillo al suelo, enojado, antes de avanzar hacia
ella. El anillo golpeó el suelo de mármol y rodó hasta detenerse sobre la alfombra
persa.
—¿Qué quieres decir con que no vas a casarte conmigo? ¡Ya has dicho que sí!
Aimee levantó la cabeza, desafiante.
—He cambiado de opinión. Dada tu falta de fe en la institución del matrimonio,
probablemente no serías un buen marido —declaró, con toda la tranquilidad que
pudo—. Sin embargo, creo que aceptaré tu oferta original.
—¿Mi oferta original?
—Sí. Me limitaré a tener una aventura contigo.

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Capítulo Uno
Un manto de oscuridad lo rodeaba. Desnudo y solo, Peter Gallagher se
estremeció en el sótano vacío. Podía sentir el frío que traspasaba su piel, robándole
todo el calor y quitándole al tiempo las fuerzas que le quedaban. No sabía cuánto
tiempo llevaba atrapado en el sótano de la galería, sin poder escapar. Pero en todo
caso, era consciente de que su tiempo se estaba agotando. Los demonios habían
ganado por fin. En cuestión de horas, estaría muerto.
De repente, un halo de luz atravesó la oscuridad que lo rodeaba. Sacó fuerzas
de flaqueza y caminó hacia el lugar del que procedía. Después, se liberó de sus
cadenas y se arrojó a la luz.
Despertó de inmediato. Abrió los ojos y sintió un profundo alivio al reconocer
su habitación, tan familiar como siempre. Su corazón latía a toda velocidad, y tuvo
que hacer un esfuerzo para respirar con calma.
Una vez más, había tenido aquella estúpida pesadilla. Sin embargo, no se
encontraba atrapado en ninguna cripta. Estaba en casa, a salvo, y Aimee aún dormía
a su lado. La atrajo hacia sí y se quedó dormido de nuevo.
Cuando volvió a abrir los ojos, las primeras luces del alba entraban por la
ventana del dormitorio. El despertador que estaba junto a la cama empezó a sonar.
Alargó una mano y lo apagó, no sin antes fruncir el ceño al comprobar que los
brillantes dígitos marcaban las seis y media. Tenía treinta y seis años, y durante la
mayor parte de su vida su reloj interno lo había despertado todas las mañanas poco
antes de las seis en punto. Pero una vez más, le había fallado.
Tal vez fuera que el instinto de despertar había desaparecido con la edad y con
la pesadilla recurrente. O tal vez el hecho de compartir su cama con Aimee durante
los tres meses pasados había alterado su forma de vida.
En todo caso, no pretendía engañarse. No tenía nada que ver ni con la edad ni
con las pesadillas, sino con ella. Aimee había trastocado por completo su ordenada
vida desde que la vio por primera vez, en la inauguración de aquella galería de arte,
seis meses atrás.
Aún no estaba seguro de la razón que había despertado su interés aquella
noche. Su cabello negro, corto, y sus grandes ojos azules no encajaban en absoluto en
el tipo de mujer que le atraía. Y sus sensuales curvas, bellamente distribuidas en su
metro sesenta de estatura, estaban muy lejos de las que poseían las mujeres altas y
voluptuosas que solían llamar su atención. Era atractiva, pero no se podía decir que
fuera hermosa, salvo cuando sonreía. Cuando aquella boca de cupido se arqueaba en
una sonrisa, iluminaba la habitación de tal forma que todo el mundo caía en su radio
de acción.
Incluyéndolo a él.
Cuando descubrió que era la nueva propietaria del edificio que había estado
intentando adquirir durante varios años, pensó que era un golpe de suerte. Y en
parte por ello, se acercó a Aimee.

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Quería aquel edificio. Había sido suyo en cierta ocasión, antes de su divorcio.
Pero se había visto obligado a venderlo y a contemplar cómo su galería soñada se
convertía en un bloque de apartamentos con una tienda de regalos, deteriorándose
en las manos de sus nuevos propietarios. Sin embargo, ahora estaba a su alcance. Le
había costado casi diez años y mucho trabajo, pero había recuperado todo lo perdido
y había convertido Gallagher en una de las mejores galerías de arte de Nueva
Orleans. Lo único que le faltaba era aquel edificio.
Había prometido a su padre que lo recuperaría algún día. Su padre no podría
ser testigo de la victoria de Peter porque llevaba muerto más de nueve años, pero
aquello carecía de importancia. Tal vez fuera una estúpida obsesión. Sin embargo, le
había hecho una promesa y estaba dispuesto a mantener su palabra. Quería el
edificio de Aimee y lo tendría, aunque tuviera que casarse.
Pero no había contado con que terminaría deseándola también a ella.
El objeto de sus pensamientos se movió a su lado, en la cama, apretándose
contra él. Peter tuvo que hacer un esfuerzo para no gemir al sentir su contacto. La
intimidad de aquel gesto despertó su deseo. Como siempre, un simple roce, el olor, o
simplemente pensar en ella, bastaban para que sus hormonas se sobreexcitaran.
Cuando rechazó su oferta de matrimonio pensó que había acertado de todas
formas, y su seguridad se hizo más patente cuando declaró que quería mantener una
aventura con él. Confiaba en que una aventura no sólo le proporcionaría una base
perfecta para conseguir que le vendiera el edificio, sino que también serviría para
aplacar el insaciable deseo que sentía por ella.
Se había equivocado en ambos aspectos. Ni siquiera quiso considerar la
posibilidad de vender el edificio. Y en cuanto a su deseo, lejos de aplacarse se había
intensificado. Incluso entonces, después de una noche de amor, la deseaba otra vez.
Incapaz de resistirse, besó la pálida piel de sus hombros, desnudos salvo por la
fina cinta de su camisón. Aimee emitió aquel dulce sonido que lo volvía loco, mitad
gemido, mitad ronroneo. Se acercó un poco más a ella y probó su piel, a la altura de
su nuca.
—Mmmm —murmuró Aimee con suavidad.
Lentamente, giró en la cama y se arrojó en sus brazos, dejando que tuviera más
acceso a su tersa piel. Aunque aún no había abierto los ojos, una amplia sonrisa se
formó en sus labios.
—Buenos días —dijo ella en un susurro.
Peter se obligó a moverse con lentitud y bajó las dos cintas de su camisón,
dejando desnudos sus senos. Al contemplar sus rosados pezones el deseo de tomarla
fue aún más doloroso. Se inclinó y acarició uno de ellos con la lengua.
—Peter… —gimió Aimee.
—Buenos días —saludó, antes de volverse hacia el otro seno.
Aimee arqueó el cuerpo y Peter aceptó la invitación, hambriento. Su gemido de
placer aumentó la necesidad que sentía de penetrarla.

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—Bésame —le ordenó, acariciando su cabello y empujando su cabeza hacia su


rostro.
Peter obedeció y tomó posesión de su boca.
Su suave dulzura bastó para eliminar los restos de la frialdad que le había
dejado la pesadilla, y para que olvidara todo lo relativo al edificio y a la necesidad de
poseerlo.
Bastó para que lo olvidara todo, salvo el deseo que sentía por ella.
La cubrió de besos sin dejar de acariciar sus senos y le quitó el camisón.
Necesitaba sentir el calor de su cuerpo.
—Ah, Aimee —susurró—. Nunca me canso de ti.
—Lo sé —comentó, con voz ronca por del deseo.
Aimee llevó las manos a los pantalones de su pijama, y Peter supo una vez más
que el deseo que sentía era recíproco en intensidad. Algo que sólo había
experimentado con ella. Entre ambos existía un fuego constante, una pasión que no
podía apagarse.
Dejó los pantalones del pijama en el suelo, junto al camisón, y se colocó entre
sus piernas. Justo en el momento en que alcanzaba la superficie sedosa que guardaba
el tesoro de su calidez, sonó el teléfono.
Aimee se sobresaltó y Peter maldijo en silencio.
—Deja que suene —murmuró él.
Pasó los dedos por debajo de sus braguitas, pero ella los apartó.
—Peter, tienes que contestar.
—No, no pienso hacerlo —espetó, intentándolo de nuevo.
Aimee se alejó de él y se colocó fuera de su alcance mientras el teléfono sonaba
de nuevo.
—Puede que sea alguien de la galería.
—No lo creo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque no conozco a nadie que pueda llamarme a casa por un asunto de la
galería, y mucho menos a estas horas de la mañana —contestó, apretando los dientes.
El teléfono siguió sonando, rompiendo el silencio y alterando el humor de
Peter, que se maldijo por no haber conectado el contestador automático la noche
anterior, antes de que se fueran a la cama.
—¿Y si se trata de una emergencia? —preguntó ella.
—Habría sonado mi busca. No el teléfono.
—Entonces puede que sea Liza. Le di tu número por si necesitaba ponerse en
contacto conmigo.

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Aimee se estiró hacia la mesita de noche donde estaba el aparato y lo levantó,


pero Peter se lo arrebató para contestar. No tenía intención de compartirla con nadie
más aquella mañana, y mucho menos con aquella bruja que tenía por amiga.
—¿Dígame?
Su tono de voz fue lo suficientemente duro como para que sonara más a un
ladrido que a un saludo amistoso.
La voz de un hombre, de fuerte acento extranjero, contestó al otro lado de la
línea.
—Hola. ¿Podría hablar con Aimee, s'il vous plait?
—¿Quién demonios es usted?
—Soy Jacques Gastón —contestó el hombre al cabo de unos segundos, como si
se sintiera orgulloso de su identidad—. Soy un amigo de Aimee. ¿Se encuentra ahí?
Peter miró a su amante. Había recogido el camisón del suelo y estaba
poniéndoselo. La prenda de seda verde acarició sus curvas mientras lo observaba con
ojos inquisitivos.
—Bueno, Jacques —declaró Peter con frialdad—, me temo que Aimee está
ocupada en este momento.
Aimee frunció el ceño.
—¿Jacques? ¿El Jacques en el que estoy pensando? —preguntó, sorprendida por
la llamada—. Está bien, Peter, ya contesto yo.
Alargó una mano para tomar el teléfono inalámbrico, pero Peter se apartó para
que no lo alcanzara.
—No puedo evitar preguntarme que clase de «amigo» llamaría a Aimee a la
casa de otro hombre a estas horas de la mañana —dijo.
Peter notó el brillo de enfado que se encendió en los pálidos ojos de su amante
antes de que cargara contra él.
—Oh, por Dios, dame ese teléfono.
Peter se negó, de modo que tuvo que arrebatárselo de la mano. Le dio la
espalda, furiosa por sus tácticas intimidatorias.
—Hola —dijo, haciendo un esfuerzo para parecer tranquila.
—Soy Jacques.
—Ya lo suponía —dijo al reconocer la voz de su nuevo inquilino—. ¿Ocurre
algo malo, Jacques?
—No, nada malo.
—¿Qué deseas entonces? —preguntó asombrada—. Supongo que Liza te habrá
dado este número de teléfono.
—Sí. Me dio el número y me pidió que te llamara.
—¿De verdad?

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No sabía si estar más enfadada con Peter por haber empleado aquellos términos
con Jacques, o con su amiga por haberle pedido a Jacques que la llamara en su
nombre a casa de Peter.
—Quería hablar contigo, pero no estabas en casa. Iba a llamarte más tarde, pero
Liza dijo que necesitaba ponerse en contacto contigo, y añadió que tu amigo no te
daría el mensaje si telefoneaba. De manera que me ofrecí a llamar yo.
—Estoy segura de que te estará agradecida.
—Por supuesto.
—Ah, Jacques… ¿Podrías hacerme el favor de pedirle a Liza que se ponga al
teléfono?
Segundos más tarde, estaba hablando con ella.
—Hola. Por lo que he oído, tengo la impresión de que la llamada no ha sido
muy bien recibida —declaró su amiga—. ¿He despertado a la bestia?
Aimee miró a Peter mientras recogía el pijama del suelo. Odiaba que Liza se
refiriera a él de aquel modo. Pero debía admitir que de pie junto a la cama, con los
brazos cruzados, y sin más ropa que los pantalones del pijama, parecía en efecto una
bestia. Una especie de animal enfadado.
—No, no lo has despertado. No estábamos durmiendo. Estábamos…
Aimee se detuvo a tiempo. Pudo notar el rubor en sus mejillas al darse cuenta
de que había estado a punto de decir que estaban haciendo el amor. Miró las
arrugadas sábanas de la cama y sintió cierto arrepentimiento. De no haber sido por la
llamada de Liza, aquello sería exactamente lo que estarían haciendo en aquel
momento.
—¿Y bien? ¿Qué estabais haciendo?
Al notar el tono burlesco de su amiga, Aimee se irritó. Se apartó de la cama y de
Peter y caminó hacia la ventana del precioso ático. El sol ya estaba alto en el cielo, y
sus rayos se reflejaban sobre la superficie del río Mississippi. El verano en Nueva
Orleans siempre resultaba tórrido, y aquél no era diferente. Pero aquello no era nada
comparado con el calor y la pasión de la relación que mantenía con Peter. Su
intensidad era tal que su amiga temía que se le rompiera el corazón. Sin embargo, la
preocupación de Liza no justificaba que intentara ponerlo celoso. De vez en cuando
lo conseguía, pero sus arrebatos de posesividad no significaban que la amase. Y era
su amor lo que deseaba.
—No importa —contestó—. Espero que tengas buenos motivos para llamar,
porque te di este número por si surgía alguna emergencia.
—¿Considerarías una emergencia que una cañería se haya roto en uno de los
pisos?
—Teniendo en cuenta que ha sucedido al menos una docena de veces desde
que heredé el edificio, depende de la gravedad de la fuga —suspiró, algo menos
irritada y más preocupada—. ¿Tan grave es?

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Odiaba la posibilidad de tener que hacer de fontanero otra vez. Esperaba que se
tratara de algo sin complicaciones, porque no quería enfrentarse a las desmesuradas
facturas de los profesionales.
—Digamos que es una fuga pequeña, pero constante.
—Muy bien. ¿En qué piso ha sido esta vez?
—En el tuyo.
—¿En el mío? —preguntó—. Pero, ¿cómo sabes que mis cañerías están mal? A
menos que…
—A menos que haya calado hasta la tienda —continuó su amiga, confirmando
sus peores miedos—. En efecto.
—¡Oh, Dios mío! Pero eso significa que la tienda está…
—Un poco mojada en estos momentos.
—¿Es muy importante?
—Bastante. He cortado el agua, pero temo que varias máscaras de plumas de
Simone se han estropeado. Un par de placas de escayola cayeron del techo y
rompieron una de las vitrinas. Pensé que querrías venir a comprobar los daños antes
de llamar a la compañía de seguros.
—Ya no estoy asegurada. Cancelé la póliza hace un mes.
Irónicamente, lo había hecho para ahorrar dinero.
—Lo siento, Aimee. Aunque en realidad no ha sido tan terrible —declaró su
amiga, con sincera condolencia—. Estaba bajando las escaleras para recoger el
periódico cuando oí que se caía una de las placas. Entonces llegó Jacques,
buscándote, y se ofreció a ayudarme. Aparte del agua, casi todas las cosas están bien.
He empezado a secar las cosas, y con suerte podremos abrir la tienda esta tarde.
A juzgar por su tono de voz, adivinó que su nuevo inquilino no se había
ganado el afecto de Liza.
—Gracias, Liza. Te debo una.
—Olvídalo. Pero despídete de la bestia con un beso y ven de inmediato antes de
que empiece a comerme las uñas.
Aimee sonrió, más calmada.
—De acuerdo, estaré allí en un par de minutos. Cortó la comunicación y arrojó
el teléfono sobre la cama.
—Tengo que marcharme —declaró.
—¿Por qué? —preguntó Peter, siguiéndola por el dormitorio—. ¿Qué quería
Liza? ¿Y quién diablos es Jacques?
—Liza ha llamado porque se ha roto una cañería de mi piso —contestó,
arrodillándose junto a la cama para buscar su ropa—. En cuanto a Jacques, es mi
nuevo inquilino. Hace dos días que vive en el antiguo piso de Hank.

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—No habías mencionado nada de un nuevo inquilino. ¿A qué se debe su


extraño acento?
—A que es francés.
Aimee recuperó uno de sus pendientes de plata y Peter caminó hacia el lugar
donde se encontraba.
—¿Te importaría dejar eso durante un momento y decirme qué buscas?
—Mi ropa —contestó ella.
Se incorporó y caminó hacia el salón, donde descubrió sus vaqueros y su
camisa. Estaban en la alfombra, junto con la camisa de Peter. Al levantar la mirada,
observó una vez más el Picasso y la acuarela que decoraban una de las paredes. Tal y
como le había sucedido la noche anterior, sintió una punzada en el corazón al
comparar una obra de incalculable valor con la modesta flor de un niño. Era el regalo
de un niño huérfano que había participado en el curso veraniego de arte que había
patrocinado Peter.
Cuando vio la acuarela por primera vez en la elegante casa de Peter se asombró.
—La compré porque me gustaba. Soy un hombre de negocios, no un
sentimental. Es una inversión —explicó a la defensiva, cuando se lo preguntó—.
Tengo buen ojo con el arte, y creo que Tommy puede llegar a ser un gran pintor
algún día.
A pesar de sus protestas, aquel gesto la encantó. Enamorarse de él era algo
inevitable cuando mostraba su lado cariñoso. El lado capaz de dedicar tanta atención
a la acuarela de un niño como a un cuadro de Picasso.
Se inclinó para alcanzar sus pantalones y vaciló al pisar descalza uno de los
botones que había arrancado la noche anterior de la camisa de Peter, en su
apresuramiento. Al recordar su agresivo comportamiento, se mordió el labio.
—No comprendo a qué viene tanta prisa. Ya has tenido antes problemas con las
cañerías. Dile a Liza que ponga un cubo debajo de las goteras.
Perdida en sus pensamientos, no había notado que Peter se había acercado a
ella. Lo miró y su corazón comenzó a latir más deprisa al notar el calor de sus ojos.
—Al menos deja que te haga el desayuno primero. Después te llevaré a tu casa.
—Lo siento, Peter, pero no tengo tiempo. La fuga ha hecho que se desprenda un
par de placas del falso techo, que han roto una vitrina. Eso significa que el techo
puede estar en malas condiciones, por no mencionar que la tienda se ha inundado y
que se han estropeado varias máscaras de plumas de Simone —declaró presa del
pánico mientras se apresuraba a recoger los pantalones—. Cualquiera sabe qué más
daños ha podido causar, y no sé en qué estado encontraré mi piso cuando regrese.
Tengo que ir de inmediato.
Peter la agarró por los hombros mientras intentaba recuperar su camisa.
—Eh, espera un momento.
—Pero…

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Peter puso un dedo sobre sus labios para que se callara.


—Respira profundamente —dijo él.
Ella obedeció.
—Muy bien. Y ahora dime una cosa. ¿Ha cortado el agua tu amiga?
—Sí.
La atrajo hacia sí y le acarició el cabello.
—Conozco a un buen fontanero. ¿Por qué no lo llamas para que lo arregle todo
en tu lugar? Lo solucionará en poco tiempo.
—Peter, no puedo pagar a un fontanero —contestó, apartándose de él.
—No es necesario que lo hagas. Yo lo pagaré.
—No, no puedo permitirlo —dijo con firmeza.
Peter frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Sabes por qué. Es mi edificio, y mi responsabilidad. No la tuya.
Se dirigió hacia el dormitorio haciendo caso omiso de su expresión, pero Peter
la siguió.
—Pues haz que sea mi responsabilidad. Véndeme el edificio. No es la primera
vez que te digo que me interesa comprarlo, y la oferta sigue en pie. Te evitaré ese
problema en cuanto quieras.
—No quiero que me evites ese problema. Es mi casa.
—De acuerdo, olvida lo del edificio, pero no te vayas tan deprisa. Aún no —
susurró, acariciándole el cuello con los labios—. Quédate, Aimee.
—No puedo —dijo tajante.
—¿No puedes o no quieres, Aimee?
Aimee se puso los pantalones y se dio la vuelta para mirarlo de frente.
—No puedo, tengo que arreglar una cañería.
Peter permaneció en silencio, con expresión pétrea mientras ella se ponía las
sandalias.
Entonces, él caminó hacia el armario y sacó una camisa y unos pantalones que
dejó sobre la cama. Acto seguido se quitó el pijama, quedándose sólo con los
calzoncillos. Su aspecto era tan esbelto y sólido, y los músculos de su pecho y de sus
hombros resaltaban tanto mientras se movía, que le recordó a un antiguo guerrero.
—No te preocupes por ello —dijo Aimee, apartando la mirada—. Sólo está a un
par de manzanas.
Peter no hizo demasiado caso. Se puso los pantalones e insistió:
—Dije que te llevaría a tu casa.

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—Por favor, no quiero discutir contigo. No tengo tiempo. Tengo que


marcharme. Además, ambos sabemos que puedo llegar a casa antes de que tu criado
te traiga el coche. ¿Te veré más tarde?
Recogió su bolso y besó a Peter a modo de despedida.
—Claro —contestó.
Pero a tenor de la frustración que expresaba su gesto, Aimee no estaba tan
segura.

Peter admitió en silencio que aquella mujer lo estaba volviendo loco. Cerró la
puerta de la galería y salió a la calle, al calor del verano. A pesar de la alta
temperatura y de la terrible humedad, avanzó a buen paso por las estropeadas aceras
del barrio francés. Una fina capa de sudor comenzó a cubrir su frente, y se aflojó un
poco la corbata.
No sabía corno era posible que su vida se le hubiera escapado de las manos. Lo
que había empezado siendo un plan sencillo se había convertido en un asunto mucho
más complicado. Por muchas vueltas que le diera, Aimee lo tenía bien atado.
Y no le gustaba la idea. Sobre todo teniendo en cuenta que no podía dejar de
pensar en ella.
El sol brillaba con tanta fuerza que tuvo que caminar más despacio. Miró a su
alrededor e hizo un gesto de disgusto. Las calles estaban prácticamente vacías. Hasta
los turistas que habían sido tan estúpidos como para visitar la ciudad a mediados de
junio habían tenido el buen juicio de no salir al opresivo calor de la tarde. Sólo los
idiotas como él lo hacían.
Pensó que idiota era un término que definía muy bien lo que sentía. Debería
haberse quedado en la galería, desembalando el Matisse por el que tan
apasionadamente había pujado en la última subasta. Pero en lugar de eso estaba
paseando por las calles del barrio francés sin dejar de pensar en Aimee.
Se detuvo, se secó el sudor de la frente con un pañuelo y levantó la mirada. Al
descubrir que se encontraba frente al edificio de su amante frunció el ceño. Aquello
demostraba hasta qué punto había ocupado sus pensamientos. No tenía intención de
presentarse allí. Se había prometido que permanecería alejado de ella hasta que
entrara en razón. Hasta que fuera a buscarlo.
Pero no lo había hecho. Ni siquiera lo había llamado.
La frustración que había sentido aquella mañana regresó, acompañada por el
enfado. De hecho comprendió que aún estaba enfadado con ella por haberlo dejado
después de pedirle que se quedara, por rechazar su ayuda.
Comprendía que Aimee se negara a venderle el edificio. Al fin y al cabo no
había sido sincero con ella. Ni siquiera sabía que era el comprador anónimo que
había intentado adquirir su edificio cuando lo heredó. Y tampoco sabía que aquel
edificio había sido de su propiedad y que había jurado que lo recuperaría. Por otra
parte, estaba seguro de que no le agradaría saber que en principio se había acercado

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a ella con la simple intención de convencerla. No dudaba que se pondría furiosa si


llegaba a saber que le había ofrecido el matrimonio únicamente para recuperar el
control del edificio.
Pero no comprendía que hubiera rechazado su ayuda. Su ofrecimiento para
ayudarla con las reparaciones era sincero, y nada tenía que ver con el edificio. Lo
había dicho porque se preocupaba por ella. No le gustaba que trabajara tan
duramente para mantener en buenas condiciones su propiedad. Y empezaba a estar
cansado de que siempre rechazara su apoyo.
Al ver su reflejo en el escaparate de la tienda intentó adoptar una expresión
tranquila. No quería enfrentarse a Aimee estando enfadado.
Sin embargo, estaba tan confundido como irritado. Nada relativo a Aimee o a lo
que sentía por ella encajaba en sus planes. Para ser una artista de espíritu bohemio,
Aimee Lawrence demostraba ser una de las personas más obstinadas con las que
había tenido que enfrentarse. No la comprendía. No comprendía que hubiera
rechazado su oferta matrimonial para aceptar a cambio mantener una aventura. No
tenía sentido.
Desde luego no creía que lo hubiera rechazado por la cuestión del acuerdo
prematrimonial. Todo el mundo lo hacía en aquella época. Era una manera
inteligente de hacer negocios. De haber tenido un poco de sentido común, habría
insistido en firmar uno antes de casarse con su ex esposa. De aquel modo el edificio
aún sería suyo, y no tendría que haber pedido a Aimee que se casara con él.
De haber firmado un acuerdo prematrimonial, en aquel momento no estaría de
pie en la calle, a más de treinta grados de temperatura y pensando en la posibilidad
de pedir su mano por segunda vez.
Tenía intención de hacerlo. De hecho, sabía que iba a intentarlo de nuevo desde
hacía tiempo. Estaba cansado de esperar. Quería continuar con los planes de
expansión de la galería Gallagher y necesitaba el edificio. No existía otra propiedad
que se adecuara a sus exigencias. Quería aquel edificio, y lo tendría.
Pero en algún momento de los meses pasados había descubierto que también
quería a Aimee.
El problema estribaba en que no sabía si su necesidad de unirse a ella se debía a
la obsesión que tenía con el edificio o a la obsesión que sentía por la propia Aimee.
Obsesión. No era una palabra que le gustara demasiado, pero describía con
exactitud lo que sentía, la necesidad de estar con ella; una necesidad que ya formaba
parte de su ser. Cuando no se encontraban juntos, no hacía otra cosa que pensar o
soñar con Aimee.
Aimee Lawrence se había convertido en una obsesión que no comprendía, en
una obsesión que rivalizaba con la necesidad perentoria de recuperar el edificio que
había sido suyo. Y aquello la hacía peligrosa. Pero lo más alarmante de todo era que
aún no sabía qué era lo que pretendía.
Todo el mundo pretendía algo. Su ex mujer, Leslie, lo había usado como
trampolín para asegurarse la fama artística, abandonándolo después para marcharse

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con un hombre que pudiera llevarla al siguiente escalafón del estrellato Y todo ello,
sin olvidar llevarse la mayor parte de sus propiedades.
Pero no sabía qué quería Aimee. No tenía sentido que rechazara la oferta
matrimonial que le había hecho por negarse a firmar un simple acuerdo. Y aún tenía
menos sentido que no aceptase su ayuda en las reparaciones del edificio. A no ser
que estuviera intentando que cediera para que apoyase su carrera artística.
Peter se tranquilizó un poco. El rostro que reflejaba el escaparate era tan frío y
aparentaba tanto control como siempre. Tal vez hubiera roto una de sus normas al
considerar la posibilidad de casarse de nuevo, pero no tenía intención de apoyar su
carrera artística para hacer de ella una estrella. No volvería a arriesgar su vida de
aquel modo, ni permitiría que otra mujer lo utilizase. Si Aimee tenía algún plan al
respecto, se equivocaba.
Tendría que desarrollar su carrera por sí misma. Pero mientras tanto, se casaría
con él. Entonces aceptaría su ayuda para rehabilitar el edificio, y utilizando una
pequeña dosis de persuasión conseguiría convencerla para abrir en él otra sucursal
de Gallagher. Tenía intención de compensarla generosamente. Y cuando la pasión
que existía entre ellos desapareciera, algo que en su opinión iba a suceder, se
separarían sin más problemas. Pero esta vez se habría quedado él con el edificio.
Peter miró el cartel que había en el escaparate de la tienda y frunció el ceño.
Estaba cerrada. No era la primera vez que cerraba de forma sorpresiva. Cada vez que
quería ir a la playa o actuar como una turista cerraba la tienda y desaparecía.
No era una gran mujer de negocios. Todo el mundo lo sabía, incluidos sus
inquilinos. Era una de las razones por las que siempre estaba sin dinero. Era la razón
por la que había permitido que Liza viviera en uno de los pisos sin pagar alquiler, a
cambio de encargarse de la tienda.
Miró por el escaparate. Las luces estaban encendidas, pero no pudo ver ni a
Liza ni a Aimee. Había una escalera en mitad de la habitación, junto a una de las
vitrinas, y el agua goteaba por la pared más cercana.
Se sintió culpable. Evidentemente, la fuga era peor de lo que había pensado. No
dudaba que Aimee estaría intentando arreglarla sola, y que habría estado trabajando
en ello la mayor parte del día.
Entre otras muchas razones, quería insistir en que se casara con él para que
accediera a aceptar su ayuda. Iba a llamar al timbre, pero no lo hizo; en lugar de eso
giró el pomo de la puerta, que se abrió al primer intento, dejándole vía libre al
edificio.
Subió por la empinada escalera que llevaba a su piso, sin dejar de maldecirla
por su falta de precaución. Pensó que necesitaba una niñera; una razón más para que
se casaran. Podría asegurarse de que se encontraba a salvo, aunque sólo fuera porque
él tenía por costumbre cerrar las puertas.
Al llegar al descansillo caminó por el pasillo que conducía al piso de Aimee.
Como de costumbre, no sólo no había cerrado con llave, sino que la puerta estaba
abierta de par en par.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Entró en el salón. Tan concentrado estaba pensando en su amante que olvidó


por completo todos los planes y todos los recuerdos que provocaba en él aquel piso.
En el suelo había una larga fila de manuales de bricolaje que llevaban a la cocina. Se
detuvo y se inclinó para recoger un volumen rojo, titulado Ahorre mucho Dinero. Haga
usted mismo sus reparaciones de fontanería. Movió la cabeza en gesto negativo,
pensando en la tozudez de la que hacía gala.
—Oh, Jacques, me has salvado.
Peter se detuvo al escuchar la voz de Aimee, que procedía de su dormitorio. Y
al reconocer la voz del francés se puso tenso.
—Tonterías, mon amie. No ha sido nada.
—Pero es cierto. No sé qué habría hecho sin ti.
Un terrible enfado comenzó a crecer en su interior. Un enfado que se mezclaba
con un miedo inexplicable hacia lo que podría descubrir. Avanzó hacia el dormitorio,
con el libro en la mano. La puerta estaba abierta, y la cama estaba literalmente
cubierta por un montón de toallas, jabones y productos higiénicos.
Pero no había señales de Aimee, ni de Jacques.
—Ah, querida mía, algo me dice que te las habrías arreglado perfectamente sin
mí. Sin embargo, si quieres pensar que soy un héroe, quién soy yo para contradecirte.
Aimee rió, y el francés se unió a ella.
Peter apretó los dientes. No le gustaba ni su risa ni su acento. Cruzó la
habitación y se detuvo ante la puerta del cuarto de baño, a tiempo de ver cómo se
ponía de puntillas para darle un beso en la mejilla.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, con un tono de voz relativamente civilizado.
Aimee se sobresaltó.
—¡Peter! Qué agradable sorpresa. No te esperaba.
Avanzó hacia él y lo besó en los labios.
—Resulta evidente —espetó.
Le pasó un brazo por la cintura y la puso a su lado. El francés la miraba de tal
modo que le habría gustado tener el placer de borrar aquella sonrisa de su rostro
para siempre.
—Peter, te presento a Jacques Gastón. Es el nuevo inquilino del que te hablé —
dijo Aimee, sin dejar de sonreír—. Jacques, éste es Peter…
—Gallagher. El prometido de Aimee.
Peter terminó la frase en su lugar. Sonrió con agresividad y tendió la mano.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Dos
Aimee abrió la boca para decir algo, sorprendida, pero la cerró de inmediato. La
mirada inquisitiva de Jacques había conseguido que se ruborizase.
—No sabía que Aimee estuviera prometida —dijo Jacques, rompiendo el tenso
silencio—. Felicidades, señor Gallagher. Es usted un hombre afortunado. Y en cuanto
a ti, amiga mía, deberías haberme dicho que estabas comprometida.
—No lo estoy.
Al recobrarse de la sorpresa inicial, un profundo sentimiento de irritación se
había despertado en su interior. Al parecer Peter pensaba que proclamando su
hipotético compromiso lograría que firmara aquel estúpido acuerdo matrimonial.
Pero si era así, tendría que pensar en algo mejor.
—No lo comprendo —declaró Jacques, asombrado.
Aimee intentó apartarse de Peter, pero la agarraba con tanta fuerza que no
podía alejarse de él.
—Aimee quiere decir que aún no es oficial —puntualizó Peter.
—Es cierto —dijo mirándolo furiosa.
Peter dejó de agarrarla con fuerza, pero no la soltó.
—Ya ves, Aimee aún no ha accedido a casarse conmigo, pero tengo intención de
conseguir que cambie de idea.
Entonces la tomó por la mandíbula con delicadeza y la obligó a mirarlo.
Acarició su brazo desnudo, en un gesto tal vez inocente, pero suficiente para que un
escalofrío recorriera su cuerpo. Siempre que la tocaba sentía idéntica electricidad,
idéntico calor.
La primera noche que hicieron el amor se sintió como si fuera la Cenicienta y él
el príncipe. No había podido luchar contra sus sentimientos, y se había enamorado
de él casi a primera vista. Su dulce acoso y su proposición matrimonial sólo eran
añadidos extraordinarios a la sensación de estar viviendo un cuento de hadas.
Sin embargo, Peter no le había ofrecido ningún zapato de cristal, ni un lugar en
su reino artístico donde pudieran vivir felices para siempre. A pesar de lo cual se
habría olvidado de todo ello si le hubiera ofrecido su amor.
Pero no lo había hecho. En lugar de eso le había ofrecido un contrato, sin
promesas ni esperanzas de futuro, un simple papel que demostraba que no creía en
el amor. Que no la amaba.
Aquello le había dolido, y seguía doliéndole. Pero a pesar de todo lo amaba. Y
en ocasiones tenía la certeza de que Peter no solamente quería su amor, sino que lo
necesitaba. Era algo que sabía cuando despertaba de una de las pesadillas que lo
acosaban, o cuando notaba su tristeza, como en aquel instante.

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Aquellos momentos la empujaban a continuar su relación. Le daban la


esperanza de que algún día se enamoraría de ella. Una esperanza suficiente como
para que se mordiera la lengua y aceptara la falsa impresión que acababa de dar a
Jacques.
—Qué lástima, Aimee.
La voz del francés la devolvió a la realidad.
—¿Cómo?
—Dejaste que te contara lo de mi exposición, pero no me has dicho nada de la
tuya.
—¿De qué estás hablando, Jacques? —preguntó ella, asombrada por el giro que
había dado la conversación.
—Peter es el dueño de la galería Gallagher, ¿no es cierto?
—Sí.
—Entonces estoy seguro de que su galería expondrá tu obra, teniendo en cuenta
que es tu prometido.
Peter apretó los dedos sobre el brazo de Aimee, que se apartó de él al notar su
tensión. Se sentía como si le hubieran clavado una flecha en el corazón.
—Gallagher no lleva mi trabajo —dijo Aimee.
—No lo comprendo —espetó Jacques, confuso—. Pensé que si vais a casaros
pronto…
—No te preocupes, Jacques, entiendo lo que quieres decir.
Todo el mundo pensaba lo mismo. Pensaban que Peter expondría su obra
porque se acostaba con él.
Pero desde el principio había dejado bien claro que no estaba interesada en ella
como artista, sino como mujer. Algo que creaba en ella una duplicidad de
sentimientos. Por una parte le encantaba, pero por otra necesitaba desesperadamente
empezar a ganarse la vida con su obra. Conocía parte de su pasado. Sabía que había
estado casado con una artista y que la experiencia lo había destrozado. De alguna
manera, era consciente de que se había jurado no volver a mezclar los negocios con el
placer.
A pesar de su decepción, se había mostrado de acuerdo con sus condiciones.
Era la única manera de demostrar que lo amaba sinceramente, que nada tenía que
ver con sus ambiciones profesionales. Y sin embargo, le dolía que la hubiera
rechazado como artista. No sabía si no quería representarla porque mantenía una
relación con ella o si aquello se debía a que no le gustaba su trabajo. Era consciente
de que no llegaría a ser tan famosa como Picasso, pero al menos quería ganarse la
vida con la pintura y ser merecedora de llamarse artista. El hecho de que aún no
hubiera llamado la atención de ningún marchante añadía razones a su inseguridad.
Peter habló entonces, como si hubiera podido leer sus pensamientos.

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—No es que rechace a Aimee en su faceta de artista. Simplemente, tengo la


costumbre de no representar el trabajo de ningún artista con el que mantenga una
relación personal.
—Pero estoy seguro que después de haber visto el trabajo de Aimee, y haber
observado su talento…
Aimee interrumpió al francés, intentando cambiar de conversación.
—Creo que me apetece beber algo frío. ¿Y a ti, Jacques? Lo menos que puedo
hacer es ofrecerte una bebida por haberme ayudado con esa cañería.
Se apartó de Peter y salió del dormitorio en dirección a la cocina. Jacques la
siguió.
—Perdóname —susurró él—. No quería abrir viejas heridas.
Aimee miró al atractivo francés, emocionada por su sensibilidad. Apretó su
brazo con cariño y dijo:
—Lo sé.
Se preguntó por qué razón no habría podido enamorarse de un hombre como
Jacques. Era más atractivo que Peter. De alegres ojos marrones y pelo rubio oscuro,
ligeramente largo, despertaba tal admiración entre el sexo opuesto que las mujeres
volvían la cabeza cuando pasaban a su lado. Era amable y cariñoso, como artista
comprendía su amor por la creación, y por si fuera poco estaba interesado en ella.
Pero no era él quien despertaba su deseo. No era él quien conseguía que se
quedara sin respiración con sólo mirarla desde el otro extremo de una habitación
repleta de gente. No era el hombre al que amaba. Amaba a Peter.
—Anímate —murmuró Jacques, interrumpiendo sus pensamientos—. Soy yo el
que debería estar triste.
—¿Tú? ¿Por qué?
—Porque ahora que descubro a la mujer de mis sueños, prefiere rechazarme
para dar su corazón a una bestia —sonrió.
—Veo que has estado hablando con Liza —lo acusó, riendo.
—Ríete si quieres. Aunque es posible que sea yo el afortunado al haber
conseguido escapar de una sola pieza.
—¿Qué quieres decir?
—A juzgar por la expresión de Peter cuando entró en tu habitación, creo que le
habría gustado arrancarme el corazón. Es un hombre duro —declaró, sonriendo de
tal modo que su gesto rebajaba la importancia de lo que estaba diciendo—. Pero
sospecho que ya lo sabes. Necesita tu ternura. En cambio, yo soy conocido por mi
naturaleza sensible. Pregunta a cualquiera que me conozca.
—Te refieres a cualquier mujer que te conozca —corrigió ella, animándose un
poco ante sus bromas.
—Especialmente a cualquier mujer, en efecto.

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Aimee entró en la cocina sin dejar de reír. Miró a su alrededor y se alegró por
haber pintado los viejos armarios de blanco. La habitación parecía más brillante y
espaciosa que antes. El alegre color ocre de las paredes sirvió para animarla un poco
más. Sonrió y se volvió hacia Jacques.
—¿Qué quieres beber? —preguntó, mientras abría el frigorífico—. Hay té
helado, zumo de pina, limonada…
—¿Tienes vino?
—Por supuesto.
Aquello le pareció un detalle muy europeo. Sacó la botella de vino y miró a
Peter, que se encontraba en mitad de la cocina, con los brazos cruzados y rostro serio.
—¿Tú también quieres vino?
—No.
Dio la botella a Jacques y le indicó el cajón donde se encontraba el sacacorchos.
Después, volvió de nuevo su atención hacia Peter.
—¿Alguna otra cosa? La limonada es fresca. La he hecho yo misma esta
mañana.
—No, gracias.
La siguió hasta el armario. Aimee era muy consciente de su cercanía física. Alzó
los brazos por encima de su cabeza y tomó dos copas que ella no habría podido
alcanzar. Aimee quiso recoger las copas y alejarse, pero Peter no se apartó. La obligó
a mirarlo.
—Me gustaría hablar contigo a solas.
Aimee lo observó con atención. Su expresión no sólo denotaba determinación,
sino deseo. Su pulso se aceleró de inmediato y avanzó ligeramente hacia él.
—Es un vino excelente, Aimee. ¿Estás segura de que no quieres guardarlo para
una ocasión especial?
Aimee dio un paso atrás, recriminándose su actitud por haber reaccionado de
tal modo ante su cercanía. Peter le dio las copas y ella cruzó la habitación con ellas.
—Esta es una ocasión especial —dijo, forzando una sonrisa que estaba lejos de
ser sincera—. Gracias a Jacques la cañería está arreglada y he ahorrado una pequeña
fortuna en fontaneros.
Aimee pensó que se trataba de una pequeña fortuna que no tenía, y de la que
no iba a gozar en el futuro. Sólo esperaba tener la misma suerte con la reparación del
techo.
En aquel momento apareció Liza.
—¿Es una fiesta privada o puede unirse cualquiera? —preguntó desde el
umbral.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Cruzó la habitación. Los pantalones caqui que llevaba marcaban sus largas y
esbeltas piernas. En combinación con su camisa blanca y con su cabello largo y rubio,
recogido en un moño, tenía un aspecto tan fresco y elegante como la brisa de verano.
—Una mujer preciosa siempre es bienvenida —espetó Jacques.
Tomó su mano y se la llevó a los labios.
—Vaya, vaya, hay que reconocer que eres educado —dijo Liza.
—Me lo tomaré como un cumplido, señorita. Porque supongo que no está
casada, ¿verdad? Esta mañana, cuando me pidió ayuda, no apareció ningún señor
O'Mailley.
Liza lo miró con intensidad. Aimee notó que era la mirada que lanzaba a los
hombres cuando quería marcar las distancias. Pero no le sirvió de nada con Jacques.
—Me cerró la puerta con tanta rapidez esta mañana que no tuve la oportunidad
de presentarme adecuadamente. Soy Jacques Gastón. Un artista extraordinario.
—No sólo es educado, sino también modesto —comentó Liza, apartando la
mano.
—No veo razones para hacer gala de falsa modestia —espetó, sonriendo—. ¿Le
gustaría comprobarlo por sí misma?
Aimee tuvo que hacer un esfuerzo para no reír al contemplar la expresión de su
amiga. Como muchos hombres, Jacques parecía cautivado por su belleza. A Liza no
le gustaba mucho, porque muchas personas no veían más allá de su belleza física.
Miró a Jacques y se sonrió al observar su expresión. Lo quisiera o no, Liza había
hecho otra conquista. De hecho, aún no había conocido a un hombre que no hubiera
caído ante su atractivo y su encanto.
Excepto Peter.
Peter las había conocido a las dos en la misma fiesta, pero no había demostrado
interés por su exuberante amiga. No tenía ojos para nadie, salvo para ella.
Mientras Liza y Jacques continuaban con su diálogo, miró a Peter, que se
encontraba apoyado en la encimera, con los brazos cruzados y aspecto de estar
aburrido e incluso irritado por la presencia de Liza. No parecía afectado en modo
alguno por su belleza. Por alguna razón, aquello hacía que Aimee se sintiera especial.
Si el interés de Peter hubiera sido meramente físico, habría encontrado igualmente
atractiva a Liza.
Peter clavó la vista en ella, como si hubiera notado que lo estaba mirando. Sus
ojos adquirieron un color más oscuro, como nubes de tormenta. Observó su boca y su
cuello y bajó la mirada a sus senos. Aimee se excitó de inmediato y su estómago se
estremeció al observar que su mirada seguía bajando. De forma automática notó una
sensación conocida entre las piernas.
—No, gracias, señor Gastón —respondió Liza—. Dejé de aceptar las continuas
ofertas de ver los cuadros de todos los hombres a los que conocía cuando aún iba al
instituto.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

El tono helado de la voz de su amiga bastó para que Aimee se diera la vuelta y
rompiera el hechizo al que la sometía la mirada de Peter.
—Le aseguro que mis cuadros merecen la pena —observó Jacques, sin
perturbarse por su comentario.
—Como decía, no estoy interesada. Pero estoy segura de que a Aimee le
encantaría verlos.
Aimee entrecerró los ojos al notar el tono triunfante de Liza y la mirada que
lanzó a Peter. No comprendía por qué insistía aún en la idea de que Peter la estaba
utilizando, ni por qué seguía enfadada con él por su negativa a casarse sin firmar un
acuerdo prematrimonial. Fuera cual fuese la razón, estaba segura de que los intentos
de Liza para ponerlo celoso no eran la solución a sus problemas. Los celos no
equivalían necesariamente al amor. Le había pedido muchas veces que no lo hiciera,
pero su amiga seguía intentando despertar aquella reacción en su amante.
—Al fin y al cabo ella también es artista —dijo Liza con suavidad—. Es algo que
los dos tienen en común.
Aimee miró a Peter. Por su expresión irritada, parecía haber picado el cebo de
Liza, una vez más.
—Ah, pero ya ha visto mis cuadros —dijo él.
—¿De verdad? —preguntó Peter, con cierta dureza.
—Sí —contestó, como si careciera de importancia.
Jacques no pareció preocuparse por el gesto de Peter. Rellenó la copa de Liza y
empezó a tutearla.
—Sin embargo, tú no has visto mi trabajo. ¿Estás segura de que no cambiarás de
opinión?
—Totalmente.
Liza dejó su copa sobre la encimera, con tanta fuerza que el cristal tintineó en el
silencio cargado de la cocina. Levantó ligeramente la barbilla y se volvió hacia
Aimee.
—Simone me ha pedido que te diga que tiene un problema con la puerta de su
piso. Se atasca otra vez, v teme que no podrá volver a abrirla si la cierra. Tiene miedo
de salir porque está convencida de que no será capaz de entrar.
Aimee suspiró. Tenía mucho cariño al viejo edificio de su tía Tessie, pero era el
típico sueño de una empresa de construcciones y la pesadilla más terrible para un
propietario. Por desgracia no tenía dinero para arreglarlo. Y a pesar de todo, se
negaba a desprenderse de él. Significaba demasiado para ella.
—Supongo que la madera se habrá hinchado con el calor y la humedad —
comentó Jacques.
—¿Tú crees? —preguntó Aimee.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Es bastante posible. En un edificio tan antiguo como éste es normal que
ocurran esas cosas. Pero resulta fácil de arreglar. Hay que sacar la puerta y lijarla un
poco.
—Oh, Jacques, eres un genio —declaró, aliviada.
—Pensé que eras artista —comentó Liza.
El francés sonrió y le lanzó una mirada que habría derretido el hielo. Pero la
frialdad de su amiga pareció incrementarse.
—Soy un hombre de muchos talentos. El arte es uno más. Si no me crees,
pregúntaselo a Aimee.
Peter dio un paso al frente y tomó al otro hombre por la camisa.
—¿Y qué demonios quieres decir con eso?
—¡Peter! —exclamó Aimee, tomándolo del brazo.
Sin embargo, no le hizo caso. Apretó el puño sobre el pecho del francés.
—¡Contéstame, maldita sea!
Jacques echó hacia atrás la cabeza y rió.
—Ah, querida mía, creo que tu prometido no soportará un largo noviazgo. En
lo que a ti respecta, tiene fuego en las venas. Y cuando un hombre siente algo así no
se detiene ante nada hasta que consigue lo que quiere —declaró.
Peter notó que su rostro adquiría un tono rojizo. Se libró del brazo de Aimee y
echó el puño hacia atrás con la intención de golpearlo.
—Maldito hijo de…
Las dos mujeres gritaron, pero el francés bloqueó el golpe.
—¡Dios mío! Tranquilízate, Gallagher. Estaba hablando de mis habilidades con
las cañerías, no como amante de Aimee.
Peter estuvo a punto de perder el equilibro al intentar golpearlo de nuevo. Pero
de repente soltó su camisa. Si realmente se refería a la fontanería había cometido un
error.
Jacques elevó los ojos al cielo.
—Veo que se te calienta la sangre con demasiada rapidez, como a todos los
estadounidenses —declaró Jacques mientras se arreglaba un poco la camisa—. ¿Es
que no te acuerdas? Cuando llegaste había terminado de cambiar la cañería del
cuarto de baño de Aimee.
Peter se pasó las manos por el pelo. No sabía lo que le había sucedido. Se había
presentado con la intención de pedir a Aimee que se casara con él. Pero las cosas
habían evolucionado de tal modo que había estado a punto de pegar a un hombre
por cambiar una cañería, consiguiendo a cambio otro gesto de disgusto por parte de
Aimee.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Lo siento mucho, Jacques —se disculpó ella—. No sé que le ha pasado a


Peter.
Peter frunció el ceño. Para empeorar las cosas estaba disculpándose con él, y
aún deseaba darle un buen puñetazo en su arrogante mandíbula. Hizo un esfuerzo
para no borrar la sonrisa del francés y apretó los puños en el interior de sus bolsillos.
—Sinceramente, Peter no suele comportarse…
—Como si estuviera celoso —espetó Liza, terminando la frase por ella.
—Con tal agresividad —corrigió Aimee.
—¡No soy agresivo, ni estoy celoso! —dijo Peter, mirando a su amante—. Y no
pienso disculparme ante ese engreído francés, ni dejar que tú te disculpes en mi
nombre. Aún deseo darle su merecido, y lo haré si no deja de coquetear contigo.
—Por una vez, Peter, estoy de acuerdo contigo. Es un engreído —comentó Liza.
Peter hizo caso omiso de su comentario. Furioso, caminó hasta quedarse a
escasos milímetros de Jacques, con los puños apretados, asegurándose de que el
francés notaba la violencia y el enfado que había en sus ojos.
—De hecho, si esa pequeña bruja rubia y tú no os habéis marchado dentro de
dos minutos para dejar que hable a solas con Aimee, es posible que lo haga.
Jacques tomó por el brazo a la amiga de Aimee y se dirigió hacia la salida.
—Vamos, Liza. ¿Por qué no me indicas dónde se encuentra el apartamento de la
señorita Simone, para que vaya arreglar su puerta?
—Gracias, Jacques —dijo Aimee con suavidad—, Dile a Simone que iré más
tarde.
Aimee cerró la puerta. Peter se acercó y cerró con llave. Ella intentó alejarse,
pero se lo impidió atrapándola entre sus brazos.
De forma instintiva, levantó las manos y las apoyó en su pecho. Peter podía
sentir todo el cuerpo de Aimee, tenso. No dudaba que estaría furiosa con él, y no la
culpaba por ello. Merecía su enfado. Había actuado como si fuera un hombre de las
cavernas y lo sabía. Pero no había sido capaz de controlarse. Se cruzó de brazos y
esperó a que lo empujara.
Sin embargo, no lo hizo. La miró. Era la primera vez que Aimee no decía nada.
O se había quedado sin palabras o pensaba que no merecía la pena hacer comentario
alguno.
Y tal vez fuera cierto. Su comportamiento no tenía excusa. Para ser un hombre
de negocios conocido por su frialdad y su tranquilidad incluso en las subastas más
competitivas, se había comportado como un principiante descontrolado.
En todo caso, Aimee no era ninguna obra de arte. Era una mujer de carne y
hueso. Su mujer. Y al verla con otro hombre los celos lo cegaron.
Observó su rostro. Sus mejillas tenían una tonalidad rosácea, y sus ojos azules,
muy abiertos, denotaban una emoción que no podía distinguir. Su cabello oscuro

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

estaba algo revuelto, aunque se lo había cepillado aquella misma mañana, después
de haber estado haciendo el amor con él.
Al recordar las eróticas imágenes de Aimee en su cama se excitó. Cerró los ojos,
e intentó resistirse a la tentación de tomarla en aquel mismo instante y en aquel
mismo sitio. Ninguna mujer había despertado tales sentimientos en él. Era una
necesidad constante. Como una adicción que no pudiera saciar.
—Peter.
Abrió los ojos al oír su nombre y observó su preciosa boca, brillante como si
acabara de humedecerse los labios. Respiró profundamente para no inclinarse y
pasar la lengua por aquellos maravillosos labios.
—Peter —susurró una vez más.
Aimee tocó su barbilla. El suave contacto de su mano quebró su actitud. Se
inclinó y cubrió su boca, trazando la silueta de sus labios y saboreando su dulzura.
Cuando le pasó los brazos alrededor del cuello, gimió y la besó apasionadamente.
Estaba atrapada entre su cuerpo y la puerta. Peter bajó una mano a la altura de
uno de sus senos, que acarició con suavidad. Aimee gimió y se apretó contra él,
excitándolo hasta tal punto que resultaba doloroso. La abrazó por detrás y la levantó,
antes de besarla de nuevo. No podía detenerse. Estaba a punto de tomarla en aquel
mismo instante, contra la puerta de su piso. Además, el balcón no tenía cortinas, y
cualquiera que hubiera pasado al otro lado de la calle habría podido verlos.
Sintió una leve capa de sudor en su frente. Pero no guardaba relación con el
calor del verano. Era a causa de Aimee.
Pensó que al menos debía llevarla al dormitorio. Se apretó contra ella,
temblando por la intensidad del deseo que sentía, y la dejó bajar. Pero Aimee escogió
aquel momento para desabrocharle los botones de la camisa, apretando la boca
contra su pecho.
De inmediato abandonó la idea de dirigirse al dormitorio. Sabía que no
conseguiría llegar tan lejos. Tenía seca la garganta, como si hubiera estado mucho
tiempo en el desierto.
Aimee era como un gran vaso de agua fría, un vaso del que podía beber para
aplacar su insaciable sed. Se arrodillo a su lado y comenzó a besar la pálida piel que
dejaba desnuda su camiseta.
Ella apretó los dedos sobre sus hombros con tanta fuerza que le clavó las uñas.
Aquel acto, lejos de resultarle molesto, avivó el hambre que sentía.
Peter jugueteó con la lengua sobre su estómago mientras le desabrochaba los
pantalones cortos. Cuando lo consiguió, bajó poco a poco hacia su pubis.
—Peter…
La sujetó por las caderas y continuó disfrutando del festín de su cuerpo. Notó
su estremecimiento y gimió. Cuando sintió sus manos en el pelo se incorporó. Aimee
lo miró con unos ojos pálidos y llenos de pasión. Le quitó la camisa, acarició su pecho
y fue bajando hacia su entrepierna, donde acarició su sexo.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Peter gimió de nuevo, llevado por el placer. La besó salvajemente. Su corazón


latía como si quisiera ponerse a la altura del fuego que sentía en su interior.
Pero en el preciso instante en que Aimee se disponía a desabrocharle el
cinturón, pudo oír que alguien llamaba a la puerta. El pomo se movió como si
quisieran entrar.
—¿Aimee? Por Dios, Aimee, ¿por qué has cerrado la puerta? Vamos, abre.
¡Abre! Tienes que bajar ahora mismo. ¡Hay un tipo en la tienda que ha preguntado
por uno de tus cuadros! Y Jacques dice que es un marchante.

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Capítulo Tres
—Aimee, ¿me oyes? —preguntó Liza de nuevo, intentando abrir—. Hay un
marchante abajo preguntando por tu obra. Tienes que bajar antes de que ese bruto de
Jacques lo asuste. ¡Aimee!
—¿No vas a contestar? —susurró Peter, a escasos milímetros de su oreja.
Aimee movió la cabeza en gesto negativo. Todos sus sentidos estaban
embotados por la pasión, y no creía que fuera capaz de hablar aunque su vida
hubiera dependido de ello. Estaban pegados de tal modo que podía sentir la erección
de Peter, que sin embargo parecía haberse rendido ante los inconvenientes.
—Sé que estás ahí, y no voy a permitir que desaproveches esta oportunidad.
Peter respiró profundamente. Al hacerlo su pecho se expandió contra los senos
de Aimee, que contuvo un gemido.
—Tienes cinco minutos. Si no has bajado para entonces entraré con mi llave.
Con o sin bestia te sacaré de ahí. Te lo prometo —amenazó, intentando girar el pomo
una vez más—. Me niego a que desaproveches tu gran oportunidad por culpa de un
oportunista que no ve más allá de su ombligo.
Peter se apartó de Aimee, como si le hubieran dado una bofetada.
Aimee estaba tan excitada que no prestó atención a sus pasos, que se alejaban,
ni a sus amenazas de entrar con su llave. Sin embargo no había error posible con el
insulto, ni con la reacción de su amante.
Aimee respiró profundamente y se apoyó en la puerta. Su cuerpo ardía en un
deseo que por desgracia tendría que esperar. Maldijo a su amiga en silencio por
aparecer cuando no debía haciendo gala de su habitual lengua viperina.
Observó a Peter mientras se ponía la camisa y se abrochaba el cinturón. Lo
envidiaba y lo odiaba por ser capaz de controlar sus emociones con tanta facilidad.
Desafortunadamente ella no poseía tal capacidad de control, sobre todo en lo
relacionado con él. Ni era tan capaz de disimular sus sentimientos.
Frunció el ceño y pensó que aquél era el problema. Su aventura con Peter no
estaba basada en el simple deseo. Estaba enamorada, lo que explicaba la fuerza con la
que reaccionaba ante él, una pasión que la consumía. No sólo reaccionaba su cuerpo,
sino también su corazón.
Estaba segura de que Peter también sentía algo que sobrepasaba la simple
atracción física. Se negaba a creer que podía abrazarla, tocarla o hacerle el amor como
lo hacía de no estar muy involucrado sentimentalmente.
O al menos intentaba convencerse de ello. Fuera como fuese, había hecho
hincapié en aquel razonamiento cuando su amiga dudó de su inteligencia por
mantener una aventura con Peter.
Era consciente del escepticismo que sentía respecto al amor, pero creía que se
debía al fracaso de su primer matrimonio. Sus heridas eran muy profundas. Vacilaba

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entre el miedo, el cinismo e incluso cierta paranoia en lo relativo al matrimonio y al


divorcio. Por eso había insistido en que firmaran aquel acuerdo prematrimonial.
Sinceramente creía que la ruptura era inevitable.
En cambio, ella no lo creía. Se había negado a firmarlo porque estaba
convencida de que podía durar, no porque le importaran en absoluto sus
propiedades. Su patrimonio o su dinero eran simples cosas. No significaban nada
para ella. A diferencia de Peter. Lo amaba y lo quería. No buscaba el apoyo de su
galería, ni el de su poder.
Observó a su amante mientras se ajustaba el cuello de la camisa. Su atractivo
rostro permanecía inescrutable; y sus profundos ojos azules, opacos. Su aspecto era
frío y remoto. No parecía un hombre enamorado, sino un hombre lleno de secretos,
tal y como Liza lo había definido. Y en aquel instante casi podía creer que
verdaderamente escondía secretos que no podía comparar.
La sensación de duda fue tan intensa que un escalofrío recorrió su cuerpo. Tal
vez tuviera razón su amiga. Tal vez estuviera detrás de algo más que su cuerpo.
No quería pensar en ello. Comenzó a abrocharse los pantalones y arreglarse un
poco la ropa, pero de inmediato recordó la conversación que había mantenido con
Liza.
—La bestia siente algo por ti, querida. No cabe duda. Sólo pierde parte del
control del que hace gala cuando se encuentra cerca de ti.
—Más bien cuando tú lo provocas. Y deja de llamarlo bestia.
Liza se encogió de hombros con elegancia.
—Recuerda que el deseo y el amor no son la misma cosa. Ya deberías saberlo. Y
si estuviera en tu lugar me preguntaría por qué razón tiene tantas ganas de casarse si
no cree que el matrimonio pueda durar. Los hombres como Gallagher no se casan
con una mujer sólo para acostarse con ella. Maldita sea, ni siquiera se permiten el lujo
de ceder al deseo que puedan sentir por una mujer sin tener un buen motivo.
En aquel momento insistió en que los motivos que pudiera tener para casarse
respondían a razones profundas y nobles, pero ahora empezaba a dudarlo. Como
amante era magnífico. Hacía el amor de forma apasionada y siempre se preocupaba
por ella. Sin embargo, tenía la impresión de que siempre ocultaba algo de lo que
había en su interior. Hasta cuando llegaban al clímax del placer era capaz de
mantener cierto control sobre sus sentimientos.
En cambio, ella se entregaba totalmente cuando estaba entre sus brazos.
Aimee lo observó. Estaba echándose el pelo hacia atrás. A juzgar por su
expresión, no sólo dudaba de su amor sino también de su deseo. No parecía ser el
hombre que se había dejado arrastrar por la pasión segundos antes. No parecía
posible que hubiera estado a punto de hacerle el amor contra la puerta de su piso.
Al recordar el apasionamiento de sus besos y el salvaje deseo de sus ojos azules
la envolvió una ola de calor.

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Intentó apartar aquellas imágenes de sus pensamientos. Todo su cuerpo estaba


en tensión, dispuesto. Reaccionaba como si fuera un Stradivarius de incalculable
valor en manos de un maestro. Pero su reacción física se debía fundamentalmente al
amor que sentía por él.
El problema estribaba en que no estaba segura de que aquel sentimiento fuera
recíproco. Por primera vez desde el comienzo de su relación, empezaba a creer que
Peter no albergaba más sentimientos hacia ella que el simple deseo.
Una mirada le bastó para comprobar que sus labios, antes generosos y dulces,
tenían ahora una expresión rígida y dura. En cuanto a sus ojos, sólo expresaban
frialdad.
Entonces recordó lo que había sucedido con Jacques. Habría jurado que la
desproporcionada reacción de Peter se debía a algo mucho más profundo. Tal vez no
fuera amor, pero en cualquier caso debía ser algo bastante cercano. De otro modo, su
comportamiento no tendría explicación alguna. Sonrió al pensar que hasta Liza se
había sorprendido. Casi de inmediato desapareció su tensión y se sintió mucho más
esperanzada.
Peter la miró, entrecerrando los ojos.
—¿Qué te resulta tan gracioso? —preguntó con voz grave.
—Estaba preguntándome qué habría sucedido si Liza hubiera aparecido cinco
minutos más tarde y si la puerta hubiera estado abierta, como de costumbre.
—Probablemente habría tomado el primer objeto afilado que hubiera
encontrado y me habría cortado en pedazos.
—No seas absurdo. Lisa no haría una cosa así.
—No estés tan segura. Resulta evidente que le caigo fatal. Supongo que debería
consolarme pensando que tampoco parece caerle mucho mejor tu amigo Jacques.
Tenía razón. De hecho, a su amiga Liza le caía mal la mayor parte de los
hombres, y no confiaba en ellos. Pero tenía sobradas razones para explicar su
comportamiento.
—No quiere que me hagan daño, eso es todo —explicó a la defensiva.
—¿Y qué le hace pensar que voy a hacerte daño?
Aimee se encogió de hombros.
—Sabe lo que siento por ti. Y sabe que mis sentimientos no son correspondidos.
—Ojalá fuera capaz de darte más, Aimee, pero no puedo. Te quiero más de lo
que haya querido a ninguna otra mujer, pero no puedo enamorarme. Sin embargo,
nunca he mentido al respecto. Mi ex esposa solía decir que era parte de mi código
genético, y supongo que tenía razón —explicó con voz suave—. Si fuera capaz de
amar a alguien te amaría a ti.
A oídos de Aimee, sus palabras fueron como un rayo de luz en mitad de la
noche. No debía rendirse. Peter tenía mucho amor dentro, un amor que podía dar.

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Sólo tenía que encontrar la forma de abrir la celda emocional en la que estaba
cautivo.
—Por favor, créeme —continuó Peter—. Nunca haría nada que pudiera herirte.
Al menos, no de manera intencionada.
—Lo sé —sonrió ella—. Eso fue lo que dije a Liza. Pero por alguna razón está
convencida de que estás buscando algo. Que quieres algo de mí, algo al margen de…
Bajó la mirada y dejó sin terminar la frase. Estaba buscando las palabras
correctas para describir el acto del amor.
—Al margen del sexo —sentenció él.
Al escuchar la palabra casi se asustó, pero se obligó a mirarlo a los ojos.
—Me refería a algo al margen de nuestra relación física.
—¿Cómo por ejemplo?
—¿Quién puede saberlo? Desde luego, no mis cuadros —dijo como si no
tuviera importancia—. Y eso es casi todo lo que tengo.
Un gesto extraño cruzó el rostro de Peter, pero antes de que pudiera definirlo se
dio la vuelta y caminó hacia el balcón, donde miró hacia la calle.
—¿Peter?
—Será mejor que bajes. Preferiría no tener que soportar otra vez los insultos de
tu amiga.
—Pero…
—Vamos, Aimee. Has estado buscando un marchante desde hace tiempo.
Ahora tienes tu oportunidad. Y te está esperando abajo.
—No es necesario que vaya —dijo.
—Claro que sí —espetó, girando para mirarla—. Puede que Liza tenga razón.
Puede ser la gran oportunidad que estabas esperando.
—El cielo puede esperar. Si verdaderamente es un marchante serio y está
interesado en mi obra esperará o regresará otro día. Prefiero quedarme contigo.
—No sería muy inteligente por tu parte —dijo, acariciándole la mandíbula con
un dedo—. Ambos sabemos que yo nunca te daré esa oportunidad. Y no tengo
intención de que dejes pasar la oportunidad de que te descubran sólo por retozar
conmigo entre las sábanas.
Aimee estuvo a punto de gemir. Peter supo de inmediato que había ido
demasiado lejos con sus comentarios. Se había quedado pálida como un fantasma, y
sus ojos contuvieron a duras penas las lágrimas antes de brillar con ira. Apretó los
puños y durante unos segundos pensó que iba a darle una bofetada. De hecho, casi
deseó que lo hiciera.
—Aimee, lo siento. No quería decir…
Ella apartó la mano.

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—Guárdate tus disculpas. Ni las quiero ni las necesito —dijo, mirándolo con
dolor y enfado.
Pasó por delante de él y se dirigió al cuarto de baño.
Se había sentido tan mal ante lo que estaba diciendo, y tan emocionado por la
tristeza que había en sus ojos cuando le dijo que no era capaz de amar, que había
estado a punto de confesarle la verdad. Había conseguido que deseara poder
enamorarse. Y aquello había bastado para irritarlo.
Podía escuchar los sonidos que procedían de la otra habitación. El agua
corriendo, cajones que se abrían y se cerraban, y finalmente la puerta del armario. Se
metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar por la habitación, llamándose
en silencio todo tipo de cosas que Aimee nunca le llamaría. No en vano era una
mujer del sur, y por tanto toda una dama.
Pero merecía cuantos apelativos hubiera querido dedicarle.
No había querido herirla. Se había comportado de aquel modo porque estaba
enfadado consigo mismo. Era una rata, y confiaba en él. Cuando mencionó que lo
único que podía interesarle de ella eran sus cuadros fue como si hubiera arrojado
parafina al fuego. De repente recordó a Leslie. Recordó su ambición, sus mentiras y
su traición final. Fue como si dos situaciones bien distintas se fundieran en una sola.
De repente imaginó que Aimee intentaba seducirlo para obtener una compensación
profesional. Imaginó que lo besaba y que decía que lo amaba mientras se veía con
otro hombre. Tal y como había sucedido con su ex esposa.
En aquel instante la odió por ser pintora y por querer que la descubrieran; y se
odió a sí mismo porque no quería que lo fuera, ni que tuviera éxito. La posibilidad de
que hicieran realidad sus sueños probablemente significaría el fin de su relación.
Sentía pánico cuando pensaba en ello.
No había querido que las cosas llegaran a tal punto. No había dejado de
repetirse que sólo lo hacía por el edificio. Y de hecho no estaba más cerca de
convencerla que seis meses atrás. Durante breves momentos había estado a punto de
ofrecerse a lanzar su carrera y convertirla en una estrella. Había faltado muy poco
para que hiciera por ella lo mismo que había hecho por Leslie.
El recuerdo de su ex esposa lo tranquilizó un poco. Se dio cuenta de que un
error así sólo habría servido para alimentar su ira. Había experimentado en carne
propia lo manipuladora y cruel que podía ser una mujer. Sobre todo una pintora, una
artista desesperada por ver su trabajo colgado en las paredes de una galería
importante.
Aimee no era diferente a las demás.
—Pensé que ya te habrías marchado.
Peter miró hacia la puerta del cuarto de baño. Se había lavado la cara y se había
quitado el maquillaje. Sus labios aún brillaban por el efecto de los besos. Se había
puesto una falda y un top a juego, de tonos rosados, y sus zapatillas habían
desaparecido reemplazadas por unas sandalias de color plateado que dejaban ver las
uñas de sus pies, pintadas de rojo.

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—Tengo que marcharme. Liza y Jacques me están esperando —declaró,


mientras pasaba a su lado.
—Espera —dijo, tomándolo del brazo.
—¿Y perder mi gran oportunidad? —preguntó con ironía.
Aimee respiró profundamente, tensa. Peter observó sus pálidos ojos, que
parecían más grandes y tristes que nunca. Estaba acostumbrado a admirar su brillo
de alegría, y sabía que aquel cambio era culpa suya.
Se sentía culpable, y la soltó.
—Tenías razón, Peter, he sido una idiota. Y sería aún peor si dejara pasar esta
oportunidad. ¿Puedes hacerme un favor?
—Lo que tú quieras —dijo con toda sinceridad.
En aquel instante habría hecho cualquier cosa que le hubiera pedido.
—Cierra la puerta cuando salgas. Pero no eches el pestillo. No sé dónde he
dejado la llave.
Entonces se marchó, dejándolo solo.
Escuchó el sonido de sus pasos mientras se alejaban, bajando por las escaleras.
Iba a encontrarse con otro marchante. Aquello significaba que se quedaría solo, sin
ella y sin el edificio.
Tuvo el deseo de salir corriendo en su búsqueda, pero permaneció en el mismo
lugar, sin moverse.
Habría sido muy egoísta por su parte. Aimee quería amor y matrimonio. Y él
sólo podía ofrecerle lo último, pero lo habría hecho sólo porque deseaba algo que
poseía. Algo que parecía tener mucho valor para ella. El edificio.
A pesar de ello, estaba dispuesto a compensarla con generosidad cuando se
divorciaran. Aunque a ella no le importase, a él le parecía justo.
Sin embargo, merecía encontrar a una persona que realmente la amara, no a un
hombre incapaz de sentir las emociones más básicas. Recordó el momento en que la
vio con Jacques, y la forma en que la miraba el francés. Apretó los dientes y los
puños. Detestaba la idea de que Aimee, su Aimee, estuviera con otro hombre.
Sin duda alguna habría sido egoísta salir en su búsqueda. Pero mientras se
dirigía hacia las escaleras pensó que a fin de cuentas siempre lo había sido.

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Capítulo Cuatro
—Ya está aquí —anunció Liza en cuanto entró en la tienda.
Había tardado tanto tiempo que su amiga parecía algo disgustada con ella. Al
llegar a su lado susurró:
—Ya era hora de que llegaras. Estábamos pensando si debíamos abrir la tienda
cuando ese individuo entró y…
Sin dejar de sonreír, la tomó del brazo y la llevó hacia el centro de la habitación,
donde se encontraban Jacques y otro hombre contemplando algunos de sus cuadros.
Intentó sentir cierto entusiasmo. Seis meses atrás no le habría costado
demasiado. La idea de que un marchante pudiera tener interés en su trabajo habría
bastado para animarla. Pero las palabras de Peter estaban tan recientes que tuvo que
esforzarse para sentir cierta emoción. Le habría gustado poder culpar a su amante de
su falta de interés, pero sabía que la culpa era suya, por haberse enamorado de él.
—Por Dios, Aimee, sonríe —le ordenó Liza en un susurro, mientras caminaban
a su encuentro.
—Señorita Lawrence, soy Stephen Edmond, de la galería Edmond —se presentó
el hombre, extendiendo una mano—. Su amiga, la señorita O'Malley…
—Venga, Stephen, pensé que nos habíamos puesto de acuerdo en que nos
íbamos a tratar con confianza —espetó Liza.
Aimee arqueó una ceja, sorprendida por el comportamiento de su amiga. En los
ocho meses transcurridos desde que la había conocido nunca había animado en
modo alguno a ningún hombre. Ninguno de sus ardientes y atractivos pretendientes
había recibido una sola atención. Y sin embargo parecía estar coqueteando con aquel
hombre de sonrisa perfecta.
Un hombre que parecía encantado con su actitud. Stephen Edmond se echó
hacia atrás un mechón de pelo rubio. En cuanto vio sus manos supuso que se hacía la
manicura al menos una vez a la semana. Y aunque no tenía por costumbre leer
revistas de modas, habría apostado cualquier cosa a que su traje costaba una fortuna.
—Liza ha tenido la amabilidad de mostrarme algunas de sus obras, señorita
Lawrence —continuó él.
—Y cree que son maravillosas, ¿verdad, Stephen?
—Por supuesto que sí —proclamó Jacques, con autoridad—. Cualquier cretino
podría ver que la obra de Aimee rezuma pasión. Un día no muy lejano llegará a ser
una gran artista.
Como para demostrarlo, el francés caminó hacia uno de sus cuadros, que había
titulado Starburst. Era una explosión de rayas y manchas rojas, plateadas y doradas
sobre un fondo negro.

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Aimee se ruborizó, avergonzada por las tácticas de sus amigos. Habría dado
cualquier cosa por tener el largo y rizado pelo de Liza en lugar de su cabello corto. Ni
siquiera se atrevía a mirar a la cara al marchante.
—Eres muy perceptivo, Jacques —bromeó Liza, con sarcasmo—. Estás tan
centrado sobre tu propio trabajo que no creí que fueras capaz de admitir que la obra
de Aimee es mejor que la tuya.
—Yo no he dicho que sea mejor, ma chére. Voy a darle clases de arte a Aimee,
para que pueda expresar mejor en sus cuadros la pasión que lleva dentro. No dudo
que algún día será capaz de dejar atrás a su maestro.
Jacques se encogió de hombros y miró a Liza con humor. Aimee no sabía si
abrazarlo o abofetearlo, pero al menos había detenido la sarta de alabanzas hacia su
persona.
—En cualquier caso, el pincel y el lienzo no son mis soportes preferidos —
continuó el francés—. En realidad mi medio es la escultura. Puede que algún día te
utilice de modelo e inmortalice tu belleza en bronce, Liza.
Liza lo miró, levantando la barbilla, y se volvió hacia Edmond.
—Aquí sólo hay unos cuantos cuadros de Aimee. Sus mejores obras se
encuentran en el estudio. ¿Te gustaría verlas?
—Liza —se quejó, avergonzada.
Sus amigos estaban presionando al marchante, que en aquel instante
contemplaba uno de sus cuadros. Su expresión sombría la aterrorizó.
Le habría gustado que la tierra se la tragase. Hasta llegó a pensar que Peter no
quería exponer su obra por razones más profundas que la de no querer mezclar
trabajo y placer. Tal vez no le gustara su obra.
Recordó la obra de su ex esposa. Había tenido ocasión de contemplarla varios
años atrás en una exposición en Nueva York. Y la comparación bastó para que se
sintiera más insegura. Cabía la posibilidad de que se hubiera estado engañando todo
aquel tiempo, pensando que tenía talento y que podría llegar a ser una gran artista.
Miró de nuevo al marchante. Todo parecía apuntar en la misma dirección. Ni
siquiera sabía cómo había podido soñar que Peter pudiera representarla, después de
haberlo hecho con una artista de la talla de su ex mujer. Ni lo había querido hacer, ni
lo haría en el futuro.
Sin embargo, le preocupaba más la posibilidad de que tampoco se enamorase
de ella. La posibilidad de que tampoco le interesara como persona.
Una y otra vez se había repetido que su escepticismo y su cinismo, al igual que
su empeño en firmar aquel acuerdo, se debían a su anterior fracaso matrimonial.
Pero ahora empezaba a pensar que tal vez no se debieran a sus heridas, sino a la
posibilidad de que no la quisiera ni llegara a quererla nunca.
El dolor que sentía en el pecho creció hasta hacerse más doloroso. Para él, todo
aquello podía ser una simple cuestión sexual, pero para ella era algo bien distinto.

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—Personalmente, lo que más me gusta de la obra de Aimee son los retratos —


comentó Liza, sacándola de sus pensamientos—. Creo que una de sus mejores obras
es precisamente una que me regaló. Es el retrato de un muchacho. Si quieres, me
encantaría enseñártelo.
Aimee pensó que su amiga merecía que la pusieran en su sitio.
—Estoy segura de que el señor Edmond no querrá ver más obras mías, Liza.
Stephen Edmond la miró intensamente con sus ojos marrones.
—De hecho, señorita Lawrence, me gustaría mucho poder ver más obras suyas
—espetó, mientras observaba los cuadros, frotándose la barbilla—. Hay algo en ellos
que resulta intrigante. Sobre todo en el retrato que ha hecho de esa joven. Ha
conseguido capturar la fuerza de su espíritu y mostrar al mismo tiempo su
vulnerabilidad.
—Gracias —murmuró Aimee.
Aquel comentario había eliminado buena parte de sus inseguridades.
—Me gustaría ver más cosas suyas, particularmente más retratos.
—¿De verdad? —preguntó sorprendida.
—Sí —le aseguró, sonriendo—. ¿Por qué no viene a mi despacho con algunas
obras? Si el resto de su trabajo es tan bueno como dice Liza, es posible que podamos
discutir la posibilidad de exponer algunos cuadros en mi galería. Llame a mi
secretaria y ella le dará fecha y hora para la cita.
Entonces le dio una de sus tarjetas.
—Veo que sigues haciendo el trabajo de tu hermano.
Aimee se puso en tensión al escuchar la voz de Peter. No lo había oído entrar.
De hecho, y considerando lo sucedido, había pensado que se habría marchado
cuando salió de su piso. No entendía que hacía allí, de pie en el umbral de la tienda.
La sonrisa de Stephen Edmond desapareció y sus ojos se entrecerraron al ver
que entraba en la habitación y se detenía junto a Aimee.
—William y yo somos socios en igualdad de condiciones, Gallagher. Mi
hermano hace su propio trabajo.
—Estoy seguro.
Las mejillas de Edmond adquirieron una tonalidad oscura, como si estuviera
enfadado.
—No sabía que Edmond hubiera cambiado su costumbre de exigir derechos
exclusivos en las obras de los artistas que representan —comentó Peter.
—Sabes de sobra que no hemos cambiado —espetó Edmond con dureza,
mirando a Aimee—. No sabía que la señorita tuviera ya un representante. Debería
haberme comentado que Gallagher llevaba sus obras.

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—No lo he hecho porque no es así —dijo Aimee, confundida con las


implicaciones del comportamiento de Peter—. La galería de Peter no ha expuesto
ninguna de mis obras.
—Por el momento —añadió Peter—. Pero estoy considerando la posibilidad de
presentar algunas de sus obras en una exposición especial.
Aimee lo miró sorprendida. No sabía de qué estaba hablando. Por segunda vez
en un mismo día pretendía engañar a una tercera persona sugiriendo que su relación
era más profunda de lo que en realidad era. Primero en aspectos personales, con
Jacques; y después en el ámbito de lo profesional, diciendo a Stephen Edmond que
Gallagher estaba considerando la oportunidad de hacer una exposición con su
trabajo. Había engañado a los dos hombres por razones que no alcanzaba a
comprender. Lo miró, intentando encontrar una respuesta. Sin embargo, Peter no
varió su expresión. Siguió mirando fijamente al marchante, cuyos ojos brillaban
como si estuviera considerando el asunto.
Contempló una vez más sus cuadros, antes de volver a mirar a Peter.
—¿Crees que vas a tener suerte y que descubrirás a otra Leslie?
—En absoluto —contestó Peter.
La frialdad de su voz la angustió de nuevo. Una vez más, había interpretado
que su obra no le gustaba. Y pensaba que su opinión fuera podía ser extensible al
terreno de lo personal.
—Como le decía, señor Edmond, Gallagher no representa mi trabajo. Mi
relación con Peter no tiene nada que ver con el ámbito profesional. Es una relación
estrictamente personal.
—Ah —dijo, mirando a Peter—. Creo recordar que tu relación con Leslie
empezó del mismo modo. ¿No es cierto, Gallagher?
—Ella no es Leslie.
—No, puede que no —dijo el marchante, encogiéndose de hombros.
Aimee tuvo la impresión de que Edmond pensaba que no estaba a la altura de
Leslie, ni como persona ni como artista. De nuevo, se preguntó si Peter opinaría lo
mismo. Lo observó por enésima vez. Pero su mirada era tan fría como su voz. Y por
si fuera poco había un peligroso brillo de irritación en sus ojos.
Stephen Edmond continuó con su discurso, mientras escrutaba sus cuadros.
—De todas formas, hay algo en su trabajo que…
Liza lo interrumpió.
—Stephen, ¿por qué no dejas que te enseñe el retrato que te he comentado
antes?
—Puede que en otro momento. Tengo que regresar a la galería.
—Por supuesto —murmuró Liza.

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Antes de irse, el marchante se despidió de Gallagher con una simple inclinación


de cabeza y se dirigió por última vez a Aimee.
—Aún estoy interesado en ver el resto de su obra. Si por fin decide que
Gallagher no la represente, llámeme.
Aimee parpadeó, asombrada por su oferta.
—Gracias —acertó a decir—. Lo haré.
—Por supuesto que lo hará —añadió Liza.
Su amiga acompañó a Edmond a la puerta, mientras Jacques fruncía el ceño.
—Olvídate de él, Aimee. No necesitas a Stephen Edmond, ni a su hermano —
dijo Peter—. Lo digo en serio. Expondré algunas de tus obras en mi galería.
Estaba tan frustrada y confusa que no sabía si besarlo o estrangularlo. Su oferta
era sincera. Sabía que la cumpliría. Pero una hora antes no habría conseguido que
mirara sus cuadros, y ahora le ofrecía un lugar en su galería.
Por fin había llegado el momento que tanto había deseado, casi con
desesperación. Sin embargo, no tenía más remedio que rechazarlo. No estaba segura
de que realmente le gustase su obra, y aunque lo hubiera estado, era consciente de
que al aceptar su oferta estaría eliminando la posibilidad de ganarse su confianza.
—Enviaré a alguien esta tarde para que recoja algunos de tus cuadros y los lleve
a la galería.
Aimee observó con detenimiento a Peter. Odiaba a Leslie por el daño que le
había hecho. Le tocaba pagar los errores de otra persona, aunque no fuese justo. Pero
no tenía otra opción. Peter no confiaba en ella, ni confiaba en el amor que sentía por
él. De aceptar su oferta, reafirmaría su escepticismo y su creencia de que el amor
estaba ligado a los intereses profesionales.
—Gracias. Aprecio tu ofrecimiento, pero creo que me pondré en contacto con el
señor Edmond —dijo, guardándose su tarjeta en el bolsillo de la falda.
—¿Para qué?
—Para discutir sobre la exposición de mis cuadros, por supuesto.
—No es necesario —dijo, molesto—. Mi oferta es sincera. La galería Gallagher
expondrá tu obra.
—Lo sé, y agradezco lo que haces por mí, de verdad. Pero he pensado en la
conversación que hemos mantenido arriba y…
Peter vaciló, recordando sus crueles palabras. Deseaba no haberlas
pronunciado. Sus miedos lo habían empujado a ser injusto con ella y se arrepentía de
lo que había comentado. No quería resultar tan frío e implacable. No quería causar la
expresión de dolor y tristeza que había visto en el rostro de Aimee.
—Tenías razón —continuó ella—. Es mejor que no mezclemos los negocios con
el placer.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Peter sintió pánico. Un sudor frío se acumuló en su frente y su corazón


comenzó a latir más deprisa.
—Olvida lo que dije, estaba equivocado. No hay razón para que no podamos
trabajar juntos. Lo digo en serio, podemos…
—¿Sabes una cosa, Gallagher? —preguntó Liza de repente—. Eres un cretino.
¿Qué intentas hacer? ¿Destrozar la oportunidad de Aimee?
—Liza, por favor —dijo su amiga.
—Tiene razón —intervino Jacques, acercándose a ellos—. Ese Edmond estaba
interesado en su trabajo, y lo habría estado aunque Liza no hubiera estado
coqueteando con él.
—Yo no estaba coqueteando —insistió Liza.
Peter hizo caso omiso de los comentarios y volvió su atención hacia su amante,
frustrado y preocupado.
—¿Qué ocurre, Aimee? Sabes que no me gustan los jueguecitos.
—No soy yo quien se dedica a ellos —suspiró.
Hizo ademán de marcharse, pero Peter la agarró del brazo y la obligó a darse la
vuelta.
—Aimee, mírame.
Aimee no hizo caso, de modo que tuvo que levantar su barbilla con un dedo.
Sus fantasmales ojos azules brillaban con una tristeza más profunda aún que la que
había observado en su piso. Había en ellos una distancia y una frialdad que no
habían estado allí antes.
Se estremeció, emocionado. Tenía la impresión de que intentaba apartarlo de sí
y cerrarse emocionalmente.
Tuvo miedo.
Notó que tenía la boca seca. Sentía que la oscuridad lo abrazaba, atrapándolo en
su interior. Era una sensación similar a la que tenía tras experimentar una de sus
pesadillas. Pero mucho peor.
Aimee se resistió. Movió la cabeza en gesto negativo y llevó las manos a su
pecho, para que no se acercara más. Sin embargo, Peter no la soltó. Tenía miedo de lo
que pudiera pasar si lo hacía.
—Aimee, por favor.
—No dejes que su suave tono de voz te convenza —espetó Liza—. No pienso
permitir que la manipules, Gallagher.
Peter miró a la rubia por encima de la cabeza de su amante.
—¿Quieres que lo eche de aquí? —preguntó Jacques.
—Yo no lo intentaría si fuera tú —le advirtió Peter.
Aimee se puso tensa y se liberó.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Liza, Jacques, por favor… Me gustaría hablar a solas con Peter durante unos
minutos —dijo con firmeza.
Liza empezó a protestar.
—Pero Aimee…
—¿Estás segura? —preguntó Jacques.
Aimee asintió.
Peter sintió unos terribles celos. Observó al alto francés, que lo observaba como
si estuviera amenazándolo.
—Vamos, Liza —dijo al fin Jacques, empujándola por el hombro—. Aimee, si
me necesitas sólo tienes que llamarme.
—No te necesitará —espetó Peter entre dientes.
El sentimiento de protección que aquel hombre demostraba hacia Aimee lo
irritaba, pero al fin se marcharon de la tienda.
—De acuerdo, ya estamos solos. ¿Por qué no me explicas a qué estás jugando?
—preguntó ella.
Peter se pasó una mano por el pelo, exasperado.
—No estoy jugando a nada. Sólo quiero exponer tus cuadros en mi galería.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con esa pregunta?
—Exactamente lo que digo. ¿A qué se debe tu súbito cambio de opinión? Hace
una semana ni siquiera te habrías molestado en mirar mi trabajo. Aún no lo has visto,
y de repente quieres representarme.
—Sí.
Cada vez estaba más impaciente. Aimee parecía decidida a pedirle todo tipo de
explicaciones razonables por sus actos, pero no podía dárselas. Ni él mismo entendía
la razón por la que se había ofrecido a exponer su obra.
—Y bien, ¿por qué has cambiado de idea?
Peter permaneció en silencio. No sabía qué decir. No había querido ver su
trabajo porque no confiaba en ella. Y había cambiado de opinión con respecto a su
decisión de no mezclar los negocios y el placer por cuestiones que nada tenían que
ver con su obra. Seguía sin confiar en ella. Estaba convencido de que si le daba la
oportunidad lo utilizaría tal y como había hecho su ex esposa. Pero por otra parte, no
quería perderla. Al menos, no hasta haber conseguido el edificio. No hasta haber
satisfecho la pasión que lo consumía.
—No pienso contentarme con tu silencio. Espero una respuesta.
Cualquier respuesta que hubiera dado le habría resultado muy dolorosa. No
quería hacerle daño otra vez, y la verdad se lo haría. No confiaba en ella. Ya no
confiaba en ella ni en ninguna otra mujer.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Bien, di algo —insistió.


—¿Qué quieres que diga?
—Quiero que me expliques por qué razón has cambiado de idea. Y por qué lo
has hecho ahora.
—Carece de importancia.
—Para mí no —espetó, observándolo con intensidad en busca de una
respuesta—. Dime la verdad. Hace sólo una hora, ¿qué me habrías contestado si te
hubiera pedido que expusieras mi obra?
—Maldita sea, ¿qué importancia tiene?
—¿Qué me habrías contestado, Peter?
Peter la miró y no pudo mentir.
—No. Te habría contestado que no.
—Eso es lo que pensaba.
—Pero ahora ya no importa. Lo único que importa es que voy a darte la
oportunidad que querías. Voy a exponer tu obra en Gallagher. Es lo que querías, ¿no
es cierto? —preguntó, incómodo por su silencio.
—Es lo que quise en cierta ocasión —contesté con suavidad—. Ya no estoy tan
segura. A fin de cuentas, y tal y como dijiste, yo no soy otra Leslie.
Su comentario la había herido. Se sentía culpable por ello, y le habría gustado
estrangular a Stephen Edmond por sus insinuaciones.
—No quiero que seas otra Leslie —dijo, atrayéndola hacia sí—. Nunca.
—¿Y por qué quieres representarme ahora, cuando antes no querías?
—Porque no quiero perderte —admitió con sinceridad.
Aimee inclinó la cabeza hacia un lado y lo observó. Peter la soltó y se pasó las
manos por el pelo. Comenzó a caminar arriba y abajo, como un tigre enjaulado.
—Quiero que estés conmigo, Aimee. Y si eso significa que he de romper mi
norma de no mezclar los negocios con el placer, la romperé.
Aimee continuó en silencio. Hasta tal punto que Peter empezó a irritarse. Se dio
la vuelta en redondo y se detuvo ante ella.
—Maldita sea, si quieres que sólo exponga tus cuadros, también lo haré. Te
convertiré en una estrella. Pero a cambio tendrás que firmar un contrato
garantizándome la exclusividad de tu obra y prometiendo que no me echarás de tu
vida, en términos personales, hasta que los dos estemos de acuerdo en que nuestra
relación ha terminado. ¿De acuerdo?
Sabía que estaba siendo un idiota por ofrecerle un acuerdo como aquél, pero
estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para devolver el brillo de alegría a sus ojos.
—Oh, Peter —susurró, a punto de llorar.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Le acarició la barbilla y él se estremeció. La atrajo hacia sí y se inclinó para


besarla, incapaz de resistirse a su cercanía. De manera inmediata el deseo creció en el
interior de Peter, que entreabrió los labios. Era todo lo que necesitaba para dar el
siguiente paso. La besó de forma apasionada. No quería que se marchase. No podía
dejar que se marchase.
Aún no.
No hasta que le vendiera el edificio.
No hasta que hubiera encontrado una forma de saciar el fuego que despertaba
en él.
Aimee apartó la cabeza antes de que pudiera besarla de nuevo, casi sin
respiración. Cuando sintió el contacto de su lengua en la oreja, se estremeció.
—Peter, tenemos que hablar.
—No quiero hablar. Cuando hablamos las cosas se estropean —murmuró,
besándola en la barbilla.
—Muy bien, en tal caso hablaré yo —acertó a decir, a pesar del placer que le
proporcionaban sus besos.
—Preferiría que me besaras —dijo en un susurro.
Aimee se mordió el labio inferior.
—La respuesta es no. No hay trato. No puedo aceptar tu oferta.
Peter se detuvo, como si finalmente hubiera prestado atención a lo que estaba
diciendo. Ella aprovechó la oportunidad para recobrar el control de sus emociones y
lo observó. Al menos, no cabía duda de que la deseaba. Intentó consolarse con ello.
Su proposición de matrimonio no tenía nada que ver con el amor. Su proposición
profesional no guardaba relación con el valor que pudiera encontrar en su trabajo.
Pero de una cosa estaba segura: su pasión era sincera.
—Usa la cabeza, Aimee. Te estoy ofreciendo la oportunidad de tu vida. Un trato
mucho mejor que el que Stephen Edmond o cualquier otro marchante pueda
ofrecerte. Lo digo en serio. Te convertiré en una estrella.
—Nunca he pretendido ser una estrella, Peter —sonrió—. Sólo una artista, nada
más.
—Bien, te doy la oportunidad de serlo.
—Pero no por las razones adecuadas —suspiró—. ¿Cómo puedes ofrecerte a
representarme, a hacerme una estrella, cuando ni siquiera crees en mí ni en mi obra?
—No necesito creer en tu trabajo, ni necesito que me guste para convertirte en
una estrella.
—Puede que no, pero eso no es lo que quiero. Quiero a alguien que piense que
tengo talento. Alguien que vea las cosas especiales que hay en mi obra, que se sienta
emocionado por ellas.
—¿Alguien como Jacques? —preguntó.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Sí, y como Liza.


—¿Y como Stephen Edmond?
—En efecto —contestó, mirándolo directamente a los ojos—. Alguien como el
señor Edmond.
—Cometerás un error si firmas un contrato con él. Stephen Edmond y su
hermano son dos niños ricos gracias al dinero que les dejó su padre. Les gusta jugar a
ser marchantes. Conozco a muchos artistas que firmaron con ellos y terminaron
escaldados.
—Tú también me pides un contrato.
—Sí, es cierto, pero a diferencia suya el arte es mi vida, no un juego. No importa
lo que suceda entre nosotros. Nunca rebajaré el precio de tu obra sólo para herirte.
Edmond estuvo a punto de destruir a un pintor rebajando los precios de sus cuadros
para vengarse.
Aimee sintió lo frágil que era su recién conquistada confianza. Sus palabras la
asustaron.
—Al menos le gusta mi trabajo —se defendió—. Estaba interesado en ver más
cuadros.
—Edmond sólo está interesado por tus cuadros porque sabe que yo estoy
interesado por ti.
—No es cierto. Ni siquiera sabía que estuviéramos juntos, y mucho menos que
ibas a estar aquí.
Peter rió, sin humor alguno.
—No seas ingenua. Sabes bien lo pequeña que es esta ciudad, sobre todo en lo
que respecta a las relaciones personales. Y por si fuera poco el barrio francés es como
un pueblo pequeño dentro de la ciudad. Puedes apostar lo que quieras a que todo el
mundo sabe que dormimos juntos, incluyendo a los mimos y a los músicos que tocan
en Jackson Square.
Aquel comentario la afectó de tal modo que lo abofeteó, dejando la marca de su
mano en su mejilla.
Peter la observó con rabia. Estaba a punto de llorar, pero no quería dejar que la
intimidara, de modo que levantó la barbilla.
—Puede que todo el mundo sepa lo nuestro. Desde luego, yo no he hecho
ningún esfuerzo para ocultar nuestra relación —le informó—. Pero al menos Stephen
Edmond quiere representarme porque le gusta mi trabajo, no porque me acueste con
él.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Cinco
—Aimee, espera, no quería decir…
Su disculpa llegó demasiado tarde. Sonó la campanilla de la puerta, indicando
que habían entrado clientes en el establecimiento, y se dirigió a toda velocidad hacia
la parte delantera.
Peter se maldijo por su estupidez. No sabía qué le había sucedido. De haber
pensado lo que iba a decir, antes de abrir la boca, habría podido predecir su reacción.
Pero precisamente ahí estribaba el problema. Últimamente, en todo lo
relacionado con su amante, actuaba primero y pensaba después.
—Maldita sea —murmuró, mesándose el pelo.
El día había empezado mal y continuaba peor, desde su pesadilla hasta la
marcha de Aimee, pasando por la conversación que acababan de mantener.
Se frotó la mandíbula, aún caliente por el impacto de la bofetada. Le había
pegado con bastante fuerza, pero a juzgar por la manera en que Aimee se frotaba la
mano, ella se había llevado la peor parte.
Su irritación desapareció de inmediato, reemplazada por un sentimiento de
culpabilidad tan denso y opresivo como la humedad tórrida del verano. Habría
dejado que lo abofeteara otra vez más si con ello hubiera podido evitar el dolor que
había en sus ojos.
Aimee estaba enseñando ciertas máscaras de plumas a los clientes. Observó su
espalda y supo que ni siquiera cien bofetadas conseguirían que se sintiera mejor por
lo que había hecho. No lograría olvidarlo en mucho tiempo. Esta vez había cometido
un error incorregible.
Frustrado, cerró los ojos durante unos segundos. Empezaba a tener dolor de
cabeza. Se frotó el puente de la nariz, abrió de nuevo los ojos, y consideró la situación
y los dos problemas que tenía ante sí.
Su negocio funcionaba bien y había llegado la hora de ampliarlo. Quería abrir
una nueva sede. Era consciente de que aquel edificio era el mejor emplazamiento,
aunque Aimee no quisiera vendérselo.
Para complicar más las cosas, también la deseaba a ella. Y de los dos problemas,
el segundo era el más serio.
El hombre de negocios que había en su interior lo empujaba a cubrir sus
pérdidas y alejarse de Aimee, abandonando con ello la idea del edificio. Invertir más
tiempo en aquel plan sería una estupidez. Casarse con ella sin haber firmado el
acuerdo prematrimonial, significaría arriesgar su dinero y el de la galería, sin contar
con el riesgo personal que subyacía. Y obviamente, Aimee se negaría a firmar.
Pero había otra parte en él, su parte más obstinada, que se resistía a atenerse a
razones. Una parte nueva y voluntariosa que se negaba a dejarse acallar.

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Se apoyó en la pared y observó a su amante mientras enseñaba a los clientes


unos cuadros enmarcados con escenas del barrio francés.
Suspiró. Para ser un hombre conocido por su habilidad y su tacto en cuestiones
artísticas, se había comportado con Aimee con tanta sensibilidad como un elefante en
una cacharrería. O tal vez con menos.
A pesar de todo, admitía que la llegada inesperada de Edmond y del siempre
atento Jacques no le habían facilitado las cosas. Frunció el ceño. La atención que
ambos demostraban por Aimee lo irritaba más de lo que le hubiera gustado. Pero lo
más irritante de todo era su propia reacción.
Se había comportado como si estuviera celoso. Pura y simplemente. Era una
emoción en general ajena a él. Ni siquiera la infidelidad de Leslie había conseguido
despertar sus celos. Se había enfadado y se había sentido herido, pero no se había
puesto celoso.
Como norma habitual, su instinto de posesividad sólo despertaba ante la
oportunidad de adquirir alguna obra de arte excepcional, como le había sucedido con
dos cuadros de Rubens. Sin embargo, era consciente de que aquel deseo derivaba de
su sentimiento de culpabilidad. Su padre había pasado mucho tiempo tras ellos, y él
había tenido que abandonar la idea de comprarlos cuando tuvo que cerrar Gallagher
por culpa de su divorcio.
La culpabilidad lo había empujado a la búsqueda de los cuadros. Cuando
encontró uno, lo compró y lo guardó en el sótano de la galería. Había quien decía que
lo estaba escondiendo, y era posible que así fuese. Esta vez estaba decidido a
mantener a salvo la obra. Por extraño que pareciera tenía la impresión de que
ocultando el cuadro ocultaría también el hecho de que su padre valoraba aquel
lienzo más que a su hijo.
Pero independientemente de las razones que tuviera, la culpabilidad no
guardaba relación alguna con lo que sentía por Aimee. No podía explicar la horrible
sensación que había tenido al ver que se marchaba del piso. No podía explicar el
dolor de su corazón, ni el pánico que había sentido cuando pensó que no iba a
regresar. No podía explicar el miedo que se apoderó de él cuando la vio con Jacques
recibiendo la oferta de Stephen Edmond.
No. Habían sido los celos. Unos celos que lo habían empujado a romper sus
normas y a ofrecerle la gloria artística.
Miró los cuadros que Edmond había estado observando y se permitió el lujo,
por primera vez, de contemplar la obra de su amante. Ella tenía razón. Hasta
entonces ni siquiera los había mirado. No necesitaba hacerlo. Con una buena
campaña de propaganda y con dinero, el talento era un asunto secundario en el
mundo del arte.
Observó uno de los cuadros abstractos. Había en las pinceladas una energía
extraña, que encontró sugerente y fuertemente sensual. Caminó hacia el retrato de la
mujer. Se acercó un poco más y de inmediato comprendió lo que había despertado el
interés de Edmond, algo que él no había visto hasta entonces por culpa de su
obcecación. Aimee había conseguido capturar la sensualidad de la mujer y sus

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

sentimientos. Examinó el rostro. Parecía burlarse de él. Sonreía levemente y sus ojos
brillaban, pero había algo más, algo secreto, escurridizo, y sin embargo muy familiar.
Eran los ojos de Aimee. La expresión, idéntica, que había observado en
multitud de ocasiones. Con la diferencia de que los ojos de la mujer del cuadro eran
marrones.
De repente comprendió el significado de aquel gesto y la maldijo
cariñosamente. Era el gesto de una mujer satisfecha en el terreno de los deseos. Una
mujer normal, una mujer que podría haber sido la madre o la hermana de cualquier
persona, pero que acababa de estar en brazos de su amante.
Aimee le había dado vida. Había conseguido que pareciera fuerte y vulnerable
a la vez, que tuviera alma, vicios, virtudes y corazón.
Contempló el otro lienzo abstracto y estudió la composición explosiva y la
mezcla de colores. Era una pieza evocadora, igualmente sensual, y tan molesta en
cierto sentido como las anteriores.
Miró el precio y sonrió. Sabía que podía venderla por diez veces más. El
hombre de negocios que había en su interior se animó ante la perspectiva de haber
descubierto a una nueva artista. Podía convertirla en una estrella y Gallagher tendría
muchos beneficios.
Aimee apareció de repente y se interpuso en su campo visual como si quisiera
defender sus cuadros.
—Deja de burlarte de mi obra, Peter. Puede que no te guste, pero no todo el
mundo comparte tu punto de vista. Algunas personas están incluso dispuestas a
pagar por ella. No quiero que espantes a los posibles compradores.
Peter parpadeó, sorprendido por el tono irritado de su voz.
—¿De qué estás hablando?
—Uno de los clientes estaba interesado en ver ese cuadro —contestó, señalando
al cuadro abstracto que había estado estudiando—. Pero cambió de idea al ver que lo
estabas mirando.
—No estaba mirándolo —corrigió—, sino admirándolo.
—Ya.
—Es cierto —declaró, recuperando el control de sus emociones—. Estaba
admirando tu trabajo. Edmond tenía razón. Eres buena.
—Gracias —dijo, con desconfianza.
—He sido un idiota al no haberme dado cuenta antes.
—¿Cómo habrías podido, si no te habías tomado la molestia de mirarlos?
Peter caminó hacia Aimee esperando que se apartara, pero no lo hizo.
—Una estúpida decisión por mi parte. Pero ten en cuenta que me interesabas
por cuestiones que nada tienen que ver con lo profesional.
—¿Y ahora?

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—Ahora me interesas en los dos aspectos.


Algo brilló en sus ojos, pero bajó la vista de inmediato. Peter la obligó a levantar
la cabeza de nuevo, para que lo mirara.
—¿Qué quieres, Aimee?
Ella no contestó.
—¿Sabes lo que creo? Creo que quieres ser una estrella —continuó él—. Nunca
he conocido a un artista que no quisiera serlo, y puedo conseguirte la gloria. Hablaba
en serio cuando dije que Gallagher te representaría. Pero quiero exclusividad. Nadie,
salvo mi galería, tendrá derecho a exponer tu obra.
Aimee se apartó.
—Yo también hablaba en serio. Ni quiero ni necesito el patrocinio de Gallagher.
Entonces se alejó, en dirección a la puerta de la tienda. Peter la siguió, irritado.
Estaba decidido a no discutir.
—No seas tonta, Aimee. Sabes que es lo que quieres. Te estoy ofreciendo la
oportunidad de tu vida.
—No tienes idea de lo que quiero. Puedes tomar tu discursito sobre las
oportunidades y tu exclusividad y metértelos donde te quepan.
—Aún estás enfadada conmigo.
—Exacto. ¿Cómo te atreves a hacer ningún ofrecimiento? Has dudado de mi
talento y de mi capacidad.
—Aimee, yo…
—Y me has insultado. Me has echado a la cara el amor que siento por ti,
haciendo que me sienta como una idiota por haberme entregado a…
—Lo siento, yo no quería decir…
—Aún no he terminado —interrumpió, clavándole un dedo en el pecho.
Sus pálidos ojos brillaban de rabia, y sus mejillas habían adquirido una
tonalidad rosada. Peter pensó que estaba preciosa.
—Hasta tuviste la audacia de insinuar que la única razón por la que otro
marchante podía estar interesado en mi trabajo era que me acostaba contigo.
—Lo siento, no debí…
—Y para terminar de arreglarlo, empiezas a decir que vas a convertirme en una
estrella y a exigirme exclusividad. Muy bien, Peter Gallagher, pues me temo que
tengo noticias para ti. No necesito que ni tú, ni Stephen Edmond, vendáis mi trabajo.
—Sé que no lo necesitas, pero…
—En cuanto a lo de la gloria, si la consigo algún día será por que soy buena, no
porque un marchante quiera convertirme en la nueva niña de moda en el mundo del
arte.
—¿Has terminado ya?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Sí.
—Tienes razón. Eres una gran artista, Aimee, y con mucho talento. Es probable
que tú no me necesites, pero yo te necesito a ti.
—Te odio cuando haces eso.
—¿Hacer qué?
—Impedir que me enfade contigo.
La actitud de Aimee le recordó a una tormenta que hubiera pasado, de manera
que decidió aprovechar el momento.
—Lo siento, Aimee.
—No necesito tus disculpas.
—Pero tengo que dártelas. Siento haberme comportado así. No quería hacerlo,
no pretendía utilizar nuestra relación como arma arrojadiza —explicó con
suavidad—. La única excusa que tengo es que mi lógica y mi sentido común
desaparecen cuando se trata de ti.
Aimee no dijo nada, de modo que continuó hablando.
—No soy un hombre emocional, más bien todo lo contrario. Cualquier persona
que me conozca lo sabe. Pero por alguna razón tú despiertas en mí sentimientos que
no creía posibles. Consigues que me sienta más feliz y más enfadado que nunca. No
me gusta. No me gusta que me dominen sentimientos tan fuertes. Nunca me ha
gustado. Y odio que me hagas perder el control. Pero independientemente de lo
mucho que me disguste, sucede. Es como lo que pasó antes. Tuve la impresión de
que iba a perderte y dije lo primero que me vino a la cabeza, sin pensar. En realidad
sólo intentaba atacar mi propia estupidez, pero te herí. Lo siento, Aimee, lo siento
sinceramente.
—Peter —susurró.
Acarició su mejilla y él le tomó la mano. La besó y la atrajo hacia sí.
—Si me hubieras pegado un martillazo en la cabeza, me lo habría merecido.
Siento haberte hecho daño, haciendo que dudaras de ti misma. Eres una gran
pintora, Aimee Lawrence. No cabe duda.
Al ver su mirada dubitativa, la inseguridad que atacaba a tantos artistas,
añadió:
—Es cierto. Tienes mucho talento.
—¿Tanto como para llegar a ser alguien?
—Tanto como para alcanzar la gloria —contestó—. Puedo convertirte en una
estrella, si me dejas.
La atrajo nuevamente hacia sí y la abrazó.
—Cásate conmigo, Aimee —murmuró.
Aimee dio un paso atrás y lo miró. Sus ojos parecían estar rogando.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿Por qué? ¿Por qué quieres casarte conmigo?


—Porque nos llevamos muy bien. Dentro y fuera de la cama.
—El sexo no es razón suficiente para casarse, y ambos lo sabemos.
—¿Y qué hay de los negocios? ¿Es suficiente razón? Te estoy ofreciendo un salto
cualitativo en tu carrera.
—¿Qué sacarías tú del matrimonio, Peter?
—Te tendría en mi cama todas las noches, no sólo unas cuantas veces a la
semana. Y mi galería conseguiría una nueva artista llena de talento.
—Que te hará ganar mucho dinero.
—Sí. Pero también lo ganarás tú. Ambos saldremos ganando. Pero mientras
tanto, puedo ayudarte a arreglar el edificio, y hasta podría poner otra sucursal de
Gallagher aquí —comentó, acariciándole el cabello—. Es algo interesante para los
dos, Aimee.
—¿Qué hay del acuerdo prematrimonial? —preguntó ella, suspirando—. No he
cambiado de idea. No pienso firmarlo. No puedo.
—No me casaré sin un acuerdo.
Peter estaba decidido a no discutir. Conocía tanto las razones que tenía para no
firmar como las que él aducía para insistir en ello.
—Y bien, ¿en qué lugar nos deja todo esto?
—Supongo que tendré que encontrar la forma de convencerte —contestó él.
Peter pensó que hasta era posible que él mismo cambiara de opinión. La abrazó
y ella le pasó los brazos alrededor del cuello. Antes de que se besaran, los ojos de
Aimee brillaron un segundo.
—Y yo a ti —espetó.

Aimee cerró la puerta de la tienda y se apoyó en ella, suspirando con alivio. Su


aparato de aire acondicionado era bastante viejo, pero al menos rebajaba varios
grados la elevada temperatura.
—No pareces encontrarte muy bien —dijo Liza al verla.
—Y no lo estoy. Hace tanto calor en la calle que se podrían freír huevos en las
aceras.
—Deberías haber tomado un taxi.
Liza puso el cartel de cerrado y llevó las pruebas de los cuadros de Aimee a la
trastienda.
Aimee se dejó caer en el sofá y bebió el vaso de agua fresca que le había
proporcionado su amiga.
—Sólo los turistas usan los taxis. Además, no puedo permitírmelo. Gracias por
el vaso de agua. Creo que empiezo a sentirme humana otra vez.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿Qué tal te ha ido?


—De ninguna manera.
—Pero pensé que… Has tardado tanto tiempo en regresar que supuse que
Stephen y tú…
—Ha cambiado de idea. Parece que su galería ya no está interesada en mi
trabajo.
Aimee supo de inmediato que no había podido disimular el tono amargo de su
voz. Le molestaba pensar que Peter tenía razón. Edmond sólo había demostrado
interés en su obra porque la asociaba con él. Sobre todo por el pequeño detalle de que
William Edmond era el marido actual de la ex esposa de Peter.
Aquel fracaso aumentaba las dudas que tenía con respecto a su carrera. Por otra
parte, ahora le resultaría mucho más difícil rechazar la oferta de su amante, sobre
todo teniendo en cuenta que tendría que arreglar la calefacción del edificio antes de
que llegara el invierno.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Liza.
—No mucho. Edmond echó un vistazo a mi obra y dijo que no estaba mal, pero
que no era lo que estaban buscando.
—¡Maldito canalla engreído! —exclamó Liza, apretando los puños y caminando
de un lado a otro—. No saben distinguir el arte aunque lo tengan delante de las
narices.
—Acabas de decir exactamente lo que pienso. Tendrías que haber visto algunas
de las obras que exponían, y los precios.
—Tu trabajo es demasiado bueno para ellos.
—Puede ser.
Liza dejó de caminar y la miró. La preocupación se dibujaba en su bello y
perfecto rostro. Aimee se preguntó, una vez más, qué secretos ocultaría su amiga.
—Si aún te interesa, tal vez pueda hacer algo por ti. Stephen me ha pedido que
salga a cenar con él.
—¿Le has dicho que sí?
—No. Pero siempre puedo decir que he cambiado de opinión. Tal vez, si hablo
con él…
—Gracias, pero no quiero que tengas que utilizar ese glorioso cuerpo que tienes
sólo para conseguirme un contrato.
Liza palideció, y Aimee comprendió de inmediato que había cometido un error.
—Dios mío, Liza, ¿qué te ocurre?
—Nada.
Aimee se levantó y caminó hacia su amiga.
—Sólo era una broma, Liza. Estúpida, pero sólo una broma.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Lo sé.
Sin embargo, la sonrisa de Liza fue algo más que forzada. Caminó hacia el grifo,
tomó un vaso y lo llenó de agua. Después regresó con Aimee.
—¿Dónde has estado esta tarde, si no ha sido con Edmond?
El color había regresado a las mejillas de su amiga.
—Llamando a varias puertas —contestó—. Sterling me ha ofrecido guardar dos
de mis cuadros por si puede exponerlos.
—¿Sterling? —preguntó Liza, sorprendida.
Aimee comprendía la reacción de su amiga. Sterling era una de las peores
galerías de la ciudad, y no tenía en modo alguno la fama de Gallagher o Edmond. Sin
mencionar que el dinero que sacaría de la operación no se acercaría ni siquiera al
precio mínimo que había pensado.
—No estarás pensando seriamente en aceptar su oferta, ¿verdad?
—Sí.
—Tu trabajo no merece estar en un sitio como ése, ni como éste. Eres una
artista, una buena artista. Mereces exponer en una galería importante.
—Me gusta pensar que tienes razón.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque es mejor que lo que hago en la actualidad, y quieren vender mi
trabajo. Si lo consiguen, Abner Sterling se ha comprometido a exponer más obras.
—Claro que lo conseguirán. Ésa no es la cuestión.
—Te equivocas. Ésa es precisamente la cuestión. Liza, necesito el dinero —
suspiró—. La tía Tessie me dejó el edificio tal y como estaba, sin deudas, pero parece
que las reparaciones no se acaban nunca, y se llevan la mayor parte de mis ingresos.
Esperaba que los cuadros me sirvieran para financiar parte de los gastos.
—Y lo harán.
—Puede que algún día. Pero no puedo contar con ello.
—¿Qué hay de la tienda? Podría vender más cosas, e incluso recortar mi salario.
—Vender más productos podría ser una buena idea, pero no es necesario que
recortemos tu salario. No puedes permitírtelo, si quieres tener suficiente para comer.
Soy consciente de que te pago muy poco. Ésa es la razón por la que no te cobro el
alquiler.
—Lo sé, pero…
—Aprecio tu oferta, sinceramente. Pero me temo que en cualquier caso no
serviría de nada. Voy a tener que vender los cuadros en Sterling y aceptar lo que me
den por ellos. No tengo otra elección.
—Sí que la tienes. Puedes aceptar la oferta de Peter. Firma con Gallagher.
—No puedo hacerlo.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿Por qué no?


—Sabes muy bien por qué. Porque pensará que lo estoy utilizando tal y como
hizo su ex esposa.
—¿Y qué? Lo que él piense no es cosa tuya.
—Puede que no. Pero me gustaría que supiera que estoy con él porque lo amo,
no porque quiera desarrollar mi carrera.
—La misma razón que esgrimiste para no casarte con él y para rechazar su
apoyo financiero en el edificio —le recordó—. Y tengo la impresión de que Peter no
confía más en ti ahora que hace tres meses.
—Lo sé.
—Enfréntate a la realidad, Aimee. Los hombres son unos manipuladores. Hasta
los que dicen que te aman mienten. Siempre quieren algo. Tu cuerpo, tu dinero o tu
alma.
Aimee miró a su amiga, sorprendida por su expresión angustiada. Pero Liza
recobró pronto su actitud habitual, fría y distante.
—Peter no es así. Tal vez no me haya dicho que me ama, pero no me está
utilizando.
—¿Y cómo llamarías a la aventura que mantenéis?
—Si te refieres a la relación física que mantenemos, no es unilateral. Cuando
hacemos el amor se entrega por completo. Es un amante muy generoso.
—Tal vez. Pero él te entrega su cuerpo, y tú tu corazón.
Al contemplar el gesto dolido de su amiga, añadió:
—Lo siento, Aimee, pero no quiero que te hagan daño.
—Lo sé.
—Supongo que es demasiado tarde como para pedirte que no te enamores de
él.
—Sí, es un poco tarde.
—Entonces actúa con inteligencia. Acepta su oferta. Deja que represente tu
trabajo. De ese modo, si vuestra relación se rompe, al menos tendrás algo a lo que
poder agarrarte.
—Eres tan mala como Peter —declaró, moviendo la cabeza en gesto negativo—.
El amor no tiene nada que ver con eso. No todas las relaciones acaban mal, ni todos
los matrimonios terminan en divorcio. ¿Cómo puedes ser tan cínica?
—No creo eso que tenga nada que ver con el cinismo.
—Realismo, entonces. Es lo que dice Peter.
—En nuestro caso, creo que tiene bastante más que ver con la supervivencia. Si
quieres sobrevivir será mejor que abras los ojos y descubras por qué razón quería
casarse contigo, en primer lugar.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿Qué quieres decir?


—Stephen Edmond insinuó que Peter llevaba años buscando un local en Royal
Street para abrir una sucursal de su galería.
—¿Y qué? Peter me ha ofrecido comprarme el edificio muchas veces.
—Pero siempre te has negado.
—¿Estás diciendo que me pidió que me casara con él para quedarse con el
edificio? —rió—. Liza, por favor, mira en qué estado se encuentra. A mi me gusta por
razones personales, pero no creo que un hombre sea capaz de casarse sin estar
enamorado por algo así.
—Tal vez él no esté enamorado, pero tú sí.
—Creo que ves demasiadas películas de misterio —declaró Aimee.
—Espero que tengas razón.
—Sé que la tengo. Los sentimientos de Peter, sean los que sean, no tienen nada
que ver con el edificio.
Liza no continúo con su argumentación, aunque ambas sabían que lo deseaba.
—Supongo que no servirá de nada que intente convencerte para que no vendas
tus cuadros a Sterling, ¿no es cierto?
—No tengo otra opción.
—¿Se lo has dicho ya a Peter?
—No.
Liza sonrió.
—No le va a hacer ninguna gracia.
—No, pero no es asunto suyo.
—Eso es cierto. Sin embargo, no le gustó nada que te reunieras con Stephen.
Aimee miró a su amiga con seriedad.
—¿Ahora te dedicas a escuchar tras las puertas?
—Las paredes de este edificio son tan delgadas como el papel de fumar.
Aimee se ruborizó y se preguntó qué más cosas habría escuchado. Añadió otra
rodaja de limón al agua.
—Cuando sea famosa y consiga el primer millón de dólares, recuérdame que
insonorice las paredes.
—Lo haré —dijo Liza, levantando su vaso a modo de saludo—. Pero mientras
tanto, buena suerte con la bestia.
—No lo llames así —se quejó.
A pesar de todo, sabía que Peter iba a estallar cuando conociera el acuerdo al
que había llegado con Sterling.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

La idea de aceptar su oferta era más que tentadora, sobre todo después de haber
compartido una de las noches de amor más apasionadas de su relación. Tan
tentadora que había mantenido la cita con Edmond.
Pero el rechazo de Stephen le dolía tanto que hacía aún más tentadora la oferta
de Peter. A pesar de todo habría firmado, si no fuera porque conocía bien la
experiencia que había tenido con Leslie y la desconfianza que había en él. De manera
que vendería sus cuadros en Sterling, aunque consiguiera menos de una quinta parte
de lo que lograría en Gallagher. Con un poco de suerte, conseguiría convencer a
Peter de que su relación se basaba únicamente en el amor, y convencerse a sí misma
de su categoría como pintora.
—¿Cuándo piensas decírselo entonces? —preguntó Liza.
—Mañana —contestó, regresando a la realidad.
—Escucha, si quieres que cancelemos nuestra cena de esta noche lo
comprenderé. Podemos cenar e ir al cine otro día.
Aimee tocó la mano de su amiga, cariñosamente.
—Dije que iríamos esta noche e iremos.
—No es necesario. Lo digo sinceramente. Si prefieres quedarte para poder estar
con Peter…
—Deja de preocuparte tanto por él. Ya lo veré mañana. Le he prometido que le
voy a preparar mi famoso pan de hierbas.
—Así que has decidido que la mejor manera de llegar a la bestia es a través de
su estómago, ¿verdad? Muy tradicional.
—No lo llames bestia —protestó.
En silencio, Aimee esperó que su instinto tuviera razón. Y que fuera cierto que
había encontrado la forma de acceder al corazón de Peter.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Seis
Aimee aplicó el pincel sobre el lienzo mientras daba más énfasis al azul
profundo de los ojos de Peter. Repitió el proceso y aplicó otra capa de color al retrato.
Estaba tan descontenta con el resultado que arrojó el pincel al suelo.
En aquel instante habló Jacques. Su voz profunda y su acento francés
rompieron el silencio de su estudio.
—¿Qué sucede? ¿La artista temperamental que llevas dentro ha aparecido por
fin?
—Supongo que sí —contestó, suspirando.
Jacques se secó las manos y cubrió con una toalla la figura en la que había
estado trabajando. Caminó hacia ella y preguntó:
—¿De qué se trata, mon amie?
—De nada, Jacques. No creo que pueda considerarse que sea una artista. Fíjate.
Aimee señaló el retrato de Peter, en el que había estado trabajando durante todo
un mes.
Jacques se cruzó de brazos mientras comparaba el lienzo con la fotografía de
Peter que estaba usando como modelo.
—Bueno, tus pinceladas son bastante mejores de lo que eran, mucho menos
bastas. Ya no parece que pintes con una fregona.
Aimee hizo un gesto de desagrado al pensar en la técnica que estaba utilizando.
Una técnica muy lenta consistente en acumular capa tras capa de pintura en el lienzo.
Se suponía que si se ejecutaba bien, el resultado sería tan bueno como para que la
obra pudiera sostenerse por sí misma. Sin embargo, le bastó contemplar el retrato
una vez más para darse cuenta de que no había conseguido que el cuadro tuviera
vida propia, por perfecta que fuese su aplicación.
—Yo diría que es un buen retrato de Peter. Bastante bueno, de hecho. Has
tomado perfectamente el aire obstinado de su mandíbula.
—Pero fíjate en los ojos —dijo, frustrada.
—¿Qué quieres que vea en ellos? Son los mismos ojos de la fotografía.
—Lo sé, pero no son los suyos. Ni siquiera son los suyos los que aparecen en la
fotografía.
Aimee hizo un gesto de desagrado con la mano. No necesitaba mirar la dichosa
fotografía para pintarlo. Conocía muy bien su rostro. Conocía cada una de las líneas
que se formaban en sus ojos en las raras ocasiones en las que reía. Conocía el gesto
terrible de sus oscuras cejas cuando se enfadaba. Conocía la curva de su boca, tan
apasionada, la boca que tanto placer le ¡ daba cuando hacían el amor. Y por último,
conocía su rostro. Había conseguido capturar su imagen, pero había fallado al
intentar pintar al hombre que había en él.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

La clave estaba en los ojos. No eran sus ojos. No había en ellos ni un ápice de los
sentimientos que habitaban en su interior, y que tanto se afanaba en ocultar. En
aquellos ojos no estaba el brillo de un hombre capaz de gastarse cientos de dólares en
enmarcar el dibujo de un niño para colgarlo junto a un Picasso.
—¿Qué hay de malo en los ojos? Yo me considero todo un maestro, pero no lo
habría hecho mejor.
—No son los ojos de Peter. Son demasiado fríos, demasiado distantes. Los ojos
de Peter son más cálidos, más amables.
—Ah, amiga mía, dudo que la mayor parte de la gente pudiera describir de tal
modo a Peter Gallagher.
—Pero es cierto.
—Puede ser. Sin embargo, temo que tú lo observes desde una perspectiva bien
distinta a los demás. Obviamente estás enamorada de él, y ése es el problema.
—¿El problema?
—Para un artista nunca es fácil llevar al terreno del arte al objeto de su pasión.
—Eso es ridículo. Bien al contrario, debería servirme de inspiración.
—Sí, y a veces los resultados son extraordinarios. Pero el proceso puede llegar a
resultar muy frustrante —rió Jacques—. Mira el retrato, si no me crees. A tus ojos
Peter es un hombre cálido y amable, y crees que has fracasado al intentar pintarlo,
¿no es así?
Aimee miró el retrato. Técnicamente era perfecto, pero tenía razón.
—En efecto.
—E insistes en decir que has fracasado aunque tu profesor, que soy yo, te diga
que está muy bien. ¿Correcto?
—Sí —admitió.
—Se debe a que no crees que estés haciendo justicia con el original. Sientes que
no puedes expresar en el cuadro la personalidad de la persona que quieres, la
maravillosa persona de la que estás enamorada.
Había descrito perfectamente lo que sentía.
—Entonces, ¿estás diciendo que debería abandonar la idea de pintar su retrato?
—No, en absoluto. Estoy diciendo que no deberías pintarlo tal y como lo ven
tus ojos, sino tal y como lo ve tu corazón —espetó, llevándose la mano al pecho.
Aimee contempló el retrato una vez más. El color que había utilizado para los
ojos era el adecuado, pero demasiado frío. Debía darle un toque más cálido, con una
pincelada de amarillo.
—Gracias —susurró, deseando volver al trabajo.
Jacques sonrió, en un gesto lleno de calor, de amistad y de comprensión. Tomó
el pincel y se lo tendió.

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—Ya veo que la inspiración ha regresado. Pinta a tu Peter. Pero recuerda, hazlo
tal y como lo ves en tu corazón.
Aimee recogió el pincel. Cuando mezcló los colores comenzó a aplicarlos en el
lienzo, sin detenerse, guiada por la imagen del hombre que había en su corazón.
Pintó al Peter que veía, al hombre que llevaba tal carga de amor en su interior. Un
amor que conseguiría liberar de su prisión, de algún modo.
Siguió trabajando hasta que al cabo de un rato notó que Jacques la estaba
observando, a su espalda.
—Ah, Peter es un hombre afortunado. Es un trabajo excelente, Aimee, excelente
—murmuró.
Aimee inclinó la cabeza para contemplar el retrato. Sintió un profundo orgullo
al observar su creación.
—Es bueno, ¿no te parece?
—Sólo le falta una cosa —comentó él.
—¿Qué?
Jacques tomó el pincel y lo untó con pintura negra, ante la asombrada mirada
de Aimee.
—La firma de la artista —contestó.
Aimee sonrió, tomó el pincel y firmó sobre el lienzo. Tenía intención de añadir
su apellido, pero Jacques la detuvo.
—No, no lo hagas. Los estadounidenses no tenéis sentido del drama, no sois
capaces de capturar el momento. Un día llegarás a ser una gran artista, amiga mía, y
sólo necesitarás usar tu nombre. Aimee. Esa debería ser tu única firma.
Jacques sostuvo su mano mientras firmaba y añadió:
—Algún día esa firma será muy famosa.
Aimee echó hacia atrás la cabeza y rió.
El sonido de su risa fue lo primero que escuchó Peter cuando abrió la puerta y
entró en su piso. Sonrió, aunque no sabía muy bien por qué razón le hacía sentirse
tan feliz. Supuso que se debía a que durante muchas semanas había temido que sus
duras palabras, guiadas por los celos, hubieran destrozado su alegría. Pero gracias a
Dios lo había perdonado.
Se dirigió a la cocina con la botella de champán que había comprado para
celebrarlo. Se inclinó sobre el horno y observó que estaba frío. Al parecer se había
olvidado de hacerle el pan que había prometido. Pero no podía culparla por ello. En
todo caso, no era la comida lo que tenía en mente.
Abrió los armarios hasta que encontró la cubeta. Metió la botella de champán
en el interior y la llenó de hielo. Después sacó dos copas.
De repente se puso algo nervioso. Buscó el anillo en los bolsillos de su pantalón,
y se tranquilizó levemente cuando tocó el diamante.

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Estaba dispuesto a que lo festejaran allí mismo, en el suelo, aunque no hubiera


comida. Quería hablarle del contrato que había preparado, de sus planes para exhibir
su obra. Casi no podía esperar a contemplar su excitado rostro.
Sonrió, pensando en la cara que pondría cuando le pidiera otra vez en
matrimonio. Sabía que no quería firmar el contrato, pero encontraría la forma de
convencerla. Entonces sería suya, y podría establecer la nueva sede de la galería en
aquel edificio.
Tomó las dos copas y la botella y se dirigió al estudio.
—Desde luego, sabes hacer que suba mi autoestima mejor que nadie —
comentaba Aimee en aquel instante.
—Tu autoestima no tiene nada que ver.
Al escuchar la voz del francés, Peter se detuvo, helado, pero caminó hacia la
puerta del estudio de todos modos.
Miró la habitación desde el umbral, sin prestar demasiada atención a la
multitud de cuadros que llenaban el lugar. Su ojo profesional, incapaz habitualmente
de pasar por alto una obra de arte, no veía más allá de la mujer que se encontraba en
mitad de la habitación.
Aimee. Su Aimee. La mujer de pálidos y brillantes ojos azules, de suaves labios
sonrientes. Una mujer de atractiva figura que el francés abrazaba mientras guiaba su
mano sobre el lienzo.
Aimee echó la cabeza hacia atrás y rió de nuevo. Su rostro se iluminó cuando
Jacques murmuró algo más que Peter no pudo entender.
Sintió unos terribles celos y la maldijo por hacerle sentir de aquel modo, por
desear arrojar al francés por la ventana, por querer abrazarla y reclamarla como suya.
Se detuvo en el umbral, intentando resistirse a lo que sentía. Pero uno de los
cubitos de hielo que se habían quedado pegados a la botella se deslizó y cayó al
suelo.
El sonido sobresaltó a Aimee.
—Peter —dijo, sorprendida.
—Me habías invitado a comer contigo, ¿recuerdas?— preguntó él.
—Oh, Dios mío. Dime que has llegado pronto, por favor.
—De hecho llego con unos minutos de retraso. Me detuve a comprar una
botella de champán.
Aimee gimió.
—¿Qué hora es?
—Las doce y media —contestó, mirando su reloj—. Según parece, te
interrumpo de nuevo.
—No seas tonto. He perdido el sentido del tiempo mientras estaba trabajando
—dijo, apartándose de Jacques.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Tomó el lienzo, lo retiró del caballete y lo dejó a un lado, mirando contra la


pared.
Peter sintió una punzada al contemplar su gesto. Hasta poco tiempo atrás no
había demostrado interés por su obra, pero le irritó que escondiera su trabajo. Deseó
dar la vuelta al cuadro, insistir en que compartiera su obra con él.
En lugar de eso, caminó hacia la mesa de trabajo que había en la esquina.
Apartó varios tubos de pintura y algunos papeles y dejó la botella de champán.
Después, saludó al francés con un movimiento de cabeza.
—Gastón…
—Hola, Gallagher. ¿Vais a celebrar algo? —preguntó, viendo el champán.
Peter pensó en el anillo de compromiso que llevaba en el bolsillo y en los planes
que tenía. Había imaginado que harían el amor apasionadamente en su enorme y
suave cama. Pero ahora temía que sus esperanzas fueran vanas.
—Tal y como dijiste antes, estar con Aimee es razón suficiente.
—Es cierto —sonrió Jacques.
—Supongo que aún le das clases a cambio de tu alquiler.
—Es un acuerdo lucrativo para los dos. Y todo un placer para mí —añadió—.
Aimee es una alumna excelente.
—Eso no era lo que decías hace unas semanas —comentó Aimee, sonriendo.
Se levantó y comenzó a recoger sus pinturas.
De haberse tratado de otra mujer, Peter habría pensado que el escenario que
había contemplado al entrar en la habitación estaba preparado para ponerlo celoso.
Pero la sonrisa de Aimee era sincera y libre, muy diferente de la tensión que él
mismo sentía.
—Eres una gran artista, amiga mía. Y quiero que llegues a expresar todo lo que
llevas dentro —dijo Jacques, besando su mano.
Aimee apartó el brazo y rió.
—Compórtate, Jacques. Y deja de intentar alimentar tu reputación de francés.
Peter dejó las copas sobre la mesa. Temía que acabara por romperlas si no las
dejaba a un lado. Y temía que el francés corriera una suerte parecida.
—Ah, pero no puedo evitarlo. Soy francés.
—Lo sé. Y también lo saben todas las mujeres de Nueva Orleans, incluyendo a
la señora Sloane.
Aimee se secó las manos con un paño y caminó hacia el lugar donde se
encontraba Peter. Rápidamente, lo besó.
—Venga —dijo—, vamos a ver que puedo hacer para comer.
—¿Kay Sloane? —preguntó Peter, mientras los tres salían del estudio.

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—Sí. Está exhibiendo parte de la obra de Jacques. ¿La conoces? —preguntó


Aimee.
—Nos hemos encontrado en varias subastas, en Europa.
Kay no sólo era una mujer atractiva, sino que tenía fama de devoradora de
hombres.
—Pues parece que está muy impresionada con el trabajo de Jacques. Va a dar
una fiesta para él la próxima semana.
—Hablando de Kay, tengo que marcharme —intervino entonces el francés—.
Tengo que reunirme con ella para hablar sobre ciertos detalles de la fiesta. Kay ha
prometido que tanto el vino como la comida serán excelentes. Habrá muchos
personajes importantes. Supongo que vendréis los dos, ¿verdad?
—Por supuesto que iremos —contestó ella.
—Muy bien, en tal caso contaré con dos amigos. Y ahora, dejaré a solas a los dos
amantes. Au revoir, Gallagher —dijo, antes de dar un beso de despedida a Aimee—.
Au revoir, mon amie. Te veré mañana por la mañana.
—Muy bien —dijo Aimee.
Peter no pudo dejar de repetirse mentalmente aquellas palabras, que
alimentaron sus celos. «Te veré mañana por la mañana. Te veré mañana por la
mañana». Apretó los puños y cerró los ojos, intentando no pensar en la escena que
había contemplado. No quería pensar en Jacques y en Aimee, besándose, ni en la
posición que ocupaban cuando entró en la habitación.
—¿Peter?
Al escuchar la voz de Aimee abrió los ojos y la miró. Parecía preocupada.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —mintió.
—Siento haber olvidado la comida.
—No pasa nada.
Peter caminó hacia la puerta del estudio e inhaló el olor a pintura.
—Mi trabajo va muy bien —continuó ella—. Estaba tan concentrada en el
cuadro que no me di cuenta de la hora que era.
—¿Por qué no dejas que vea lo que estabas haciendo? Tal vez pueda exhibirlo
en la exposición.
—No, no lo creo.
—¿Por qué no dejas que sea yo quien lo juzgue? Al fin y al cabo soy el experto
en arte, ¿recuerdas?
—Lo sé, pero éste es un cuadro personal. No voy a venderlo ni a exponerlo. Es
sólo para mí.

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Peter se sintió como si Aimee acabara de cerrarle otra puerta. Su angustia crecía
poco a poco, y con ella su enfado.
—No te enfades, Peter. Ya te he dicho que lo siento.
—No estoy enfadado.
—Sí que lo estás —dijo, pasándole los brazos alrededor del cuello y
besándolo—. Siento mucho haberme olvidado de la comida.
Durante breves segundos se resistió a ella. Pero entonces Aimee acarició su
labio inferior y susurró:
—Bésame.
Su control desapareció de inmediato. La atrajo hacia sí, acarició su pelo y la
besó. Al cabo de un rato, Aimee se apartó.
—Creo que será mejor que vayamos a comer —susurró.
—No tengo hambre —dijo él, mientras la besaba. Aimee le devolvió el beso y
lentamente comenzó a desabrochar los botones de su camisa.
Peter gimió. El dolor que sentía era insoportable, pero la necesidad de escuchar
que lo amaba era aún mayor. Hasta entonces siempre había mantenido sus
relaciones, incluido su matrimonio con Leslie, en el terreno del deseo físico. Lo había
destrozado personal y financieramente con el divorcio, pero no había conseguido
afectarlo desde un punto de vista emocional. A diferencia de Aimee.
Aquél era el problema. La deseaba con una intensidad que lo sorprendía y que
lo preocupaba a veces, pero hasta poco tiempo atrás no se había dado cuenta de lo
involucrado que estaba sentimentalmente.
Sin embargo, mientras contemplaba su rostro se descubrió a sí mismo deseando
que dijera que lo amaba, aunque temiera su propia necesidad.
Aimee abrió los ojos. Tenía el ceño fruncido. Al verla, sintió una profunda
angustia. Automáticamente, acarició su frente con delicadeza.
—¿Ocurre algo malo?
—No, nada malo. Pero tengo que regresar a la galería.
Peter dio un paso atrás, incómodo con los sentimientos que provocaba en él.
—¿Te marchas? ¿Ahora?
Necesitaba tiempo para pensar.
—Sí. Tengo que volver. Espero un importante envío de Nueva York.
—Pero, ¿qué hay de la comida? Aún no has comido.
—En realidad no tenía hambre. Ya comeré más tarde.
—¿Y el champán?
—Guárdalo. Lo abriremos más tarde y lo celebraremos, cuando hayamos
tratado todos los detalles de tu exposición.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Precisamente quería hablar contigo sobre eso, sobre el contrato que me


enviaste. No creo que sea una buena idea.
—Claro que lo es —espetó—. Prometí hacer de ti una estrella, y la exposición es
el primer paso. Voy a conseguir que todos tus sueños se hagan realidad.
—Peter, no creo que quiera…
Peter la atrajo hacia sí y la besó, antes de apartarse de nuevo.
—Tengo que marcharme. Hablaremos esta noche.
—Esta noche no puedo.
—¿Por qué no?
—Prometí a Simone que la ayudaría a arreglar las máscaras que resultaron
dañadas hace unas semanas. Por eso te pedí que vinieras a comer.
Peter intentó disimular su decepción.
—No hay problema. ¿Qué te parece mañana por la noche?
—Podrías llevarme a la gala benéfica de Art For Children. Un pajarito me ha
dicho que has comprado entradas —sonrió con inocencia y sensualidad.
—Al parecer tendré que recordarle a Doris que trabaja para mí —declaró,
sabiendo que se lo había dicho su secretaria—. Me había olvidado. ¿A qué hora es?
—A las ocho.
—Te recogeré a las siete. Podemos cenar antes, si quieres.
Aimee lo besó con suavidad, lentamente, de tal forma que el corazón de Peter se
aceleró.
—Mejor a las seis y media —dijo ella en un susurro—. Puedo preparar algo de
cena en casa.
—Muy bien, pero recuerda que te has comprometido.
La besó con rapidez y caminó hacia la puerta, deseando escapar mientras
pudiera. Tenía todo un día para tranquilizarse y poner en marcha su plan.
Estaba decidido a hacerle una oferta que no pudiera rechazar, que satisficiera
todas sus necesidades. Ambos podrían saciar el fuego que compartían, hasta que
desapareciera.
Y cuando el deseo hubiera muerto, cuando todo hubiera terminado, ambos
tendrían lo que siempre habían deseado. Aimee sería una estrella en el firmamento
del arte y él habría recuperado su edificio. Por fin, después de todos los años
transcurridos, Gallagher regresaría a su hogar.

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Capítulo Siete
Aimee entró en la casa de Peter. Los finos tacones de sus zapatos rojos se
clavaron en la moqueta gris. Aún estaba encantada por la noche que había pasado.
—Ha sido una fiesta maravillosa, ¿no te parece?
—Sí, maravillosa —dijo él mientras cerraba la puerta.
La acompañó al salón. Ella hizo caso omiso de su lacónica respuesta y giró en
redondo, de manera que el vestido rojo de gasa acarició sus piernas. Le encantaba el
tacto de la tela y el sonido que producía cuando se movía. Se sentía viva, alegre, y
más enamorada de Peter de lo que había estado nunca.
Saboreando el momento, se arrojó en sus brazos y lo besó. Al observar su gesto
de sorpresa, echó la cabeza hacia atrás y rió antes de besarlo de nuevo.
—Bueno, yo me he divertido muchísimo, aunque tú lo hayas pasado peor.
—¿Quién dice que no me he divertido?
Aimee rió.
—Yo.
Peter la había tomado por la cintura, y sus cuerpos estaban tan juntos que notó
de inmediato su deseo. La consciencia de saber que lo excitaba con tanta facilidad
añadió felicidad al instante.
—Bueno, pues te equivocas.
—Mentiroso. Te has aburrido mucho, y lo sabes.
—Con la fiesta sí, pero no contigo. Nunca me aburro contigo.
El tono solemne de su voz la emocionó. Acarició su mejilla y declaró:
—Me alegro mucho. Odiaría pensar que me encuentras aburrida.
—¿Tú? ¿Aburrida? Jamás.
Peter besó la palma de su mano y ella se estremeció al sentir el contacto.
—Consigues que me sienta de muchas formas —continuó él—. Alegre,
enfadado, excitado, frustrado, y a veces incluso un poco loco. Pero aburrido jamás.
Nunca hasta ahora.
La abrazó y la besó con calidez y dulzura, jugueteando con su lengua.
Aimee abrió la boca para dejarse llevar. Necesitaba que fuera más lejos. Peter
comprendió su ruego silencioso y se entregó a ella. En pocos momentos, la tormenta
sensual de Peter la rodeaba por completo. Cuando dejaron de besarse, se apoyó en él
y respiró profundamente, posando la mano sobre su pecho. Podía sentir los rápidos
latidos de su corazón, notar el temblor que recorría su cuerpo.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Si hubiera sabido que responderías de este modo, habría hecho una donación
aún mayor a la fundación. De hecho, creo que les enviaré otro cheque mañana por la
mañana —susurró.
Aimee rió de nuevo.
—Eres un hombre muy dulce, Peter Gallagher.
—¿Dulce? —preguntó él, con indignación fingida.
—Sí, dulce —insistió ella, mirándolo—. Si quieres puedes seguir comportándote
como el hombre de negocios frío y duro por el que pretendes hacerte pasar. Pero yo
sé la verdad. Eres un hombre muy cariñoso y generoso. Es una de las razones por las
que te amo.
Algo brilló en los ojos de Peter, antes de sonreír.
—Tendremos que hacer algo con esas gafas de color rosa que utilizas para mirar
todo lo que se refiera a mí, cariño. Dudo que haya otra persona en esta ciudad que
me describa como un hombre cariñoso y generoso. Estoy seguro de que la mayoría
de las personas diría más bien lo contrario.
—Pues se equivocan.
Peter movió la cabeza en gesto negativo. Su sonrisa desapareció.
—No, no se equivocan —dijo, echándole hacia atrás un mechón del cabello—.
No es que me haga pasar por un hombre de negocios frío y duro. Es que soy frío y
duro.
La voz de Peter sonó muy seria. Continuó hablando con expresión sombría.
—El negocio del arte es muy arriesgado. No hay sitio para sentimientos si se
pretende sobrevivir. Siempre hay alguien que puede descubrir al próximo Andy
Warhol o Peter Mann antes que tú. Y siempre existe el riesgo de que después de
gastarte mucho tiempo y dinero en un pintor otro marchante te lo robe, aun
destrozando una posible amistad.
Aimee supo de inmediato que se estaba refiriendo a su ex esposa. Al igual que
casi todo el mundo, había oído rumores sobre la traición de Leslie.
—El arte tiene su lado oculto, negativo. A veces las cuestiones de dinero hacen
que sea un mundo repugnante. Y eso hace que no me comporte con generosidad, ni
con gentileza. Si no me crees, pregúntale a cualquiera que haya hecho negocios
conmigo —continuó—. Pregúntale a tu amigo Stephen Edmond.
—No necesito preguntar a nadie.
—¿Por qué? ¿Tan bien me conoces?
Aimee no contestó, de manera que Peter la tomó de la barbilla para obligarla a
mirarlo.
—¿Es eso? ¿Realmente crees que me conoces, Aimee?
—Sí —contestó con mayor seguridad de la que sentía.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

A veces no comprendía sus actos, pero estaba segura de conocerlo. De otro


modo no se habría enamorado de él.
—Yo no soy uno de tus amigos artistas. Si sigues mirándome con tal inocencia
es posible que te decepcione. Y no quiero decepcionarte.
—No lo harás. No podrías. No después de lo que hiciste anoche por aquel chico.
—Aimee…
—Convertiste su sueño en realidad, Peter. Le diste la oportunidad de estudiar
bellas artes.
—Era una gala benéfica, deducible a efectos de impuestos. Todos los que
compraron entradas financiaron sus estudios, como los estudios de otros chicos.
Aimee suspiró, cansada.
—¿Por qué no admites que hiciste algo bueno? Te vi hablando con él, ya sabes,
con el chico que ganó el accésit. No había conseguido dinero para estudiar, pero me
comentó que le habías ofrecido trabajar como aprendiz en la galería.
Peter se encogió de hombros.
—Necesito que alguien me ayude.
—Ya. Y por eso le ofreciste también cierta suma de dinero para que pudiera
estudiar.
—Asuntos de negocios, nada más.
—Si tú lo dices…
Los dedos de Peter se apretaron sobre su cintura.
—No dibujes un retrato tan noble de mí. No soy como dices. Nunca hago nada
sin tener una buena razón. Soy como la mayor parte de la gente a ese respecto.
Deberías recordarlo.
Aimee estudió su expresión sombría y se preguntó qué le sucedería aquella
noche.
—Además, ese chico trabajará con energías redobladas porque sabe que le pago
los estudios. Esa es la razón por la que le ofrecí el empleo. No es nada altruista, como
ves.
Detestaba escucharlo cuando hablaba de aquel modo sobre sí mismo. Sobre
todo porque no era la primera vez que actuaba de forma filantrópica. Había llegado a
sus oídos que había establecido un fondo económico, utilizando el nombre de su
padre, para ayudar a un centro de acogida de niños. Por otra parte, en más de una
ocasión le había ofrecido su apoyo financiero para encarar los gastos derivados del
edificio.
—¿Sabes lo que pienso? —preguntó ella—. Creo que eres un farsante. Creo que
eres un hombre amable y generoso, pero por alguna razón no quieres que la gente lo
sepa. Pero es demasiado tarde. Tal vez hayas engañado a todo el mundo, pero no me
engañas a mí. Sé quién y lo que eres. Ya te he dicho que en parte te amo por eso.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Como tú quieras. Pero recuerda que todo el mundo quiere algo. Todo el
mundo.
—Peter…
—Todas las personas que estaban en la gala deseaban obtener algo. ¿Crees de
verdad que estaban allí, con su ropa cara y con sus joyas, sólo para ayudar a los más
desfavorecidos?
Peter no esperó respuesta.
—Tal vez algunos hubieran ido por esa razón, pero la mayoría de los asistentes
había ido allí por motivos muy distintos. Estaban allí para sentirse bien con su
conciencia, porque quieren aparecer en el artículo de Nell Nolan la semana que
viene, porque quieren oír que son almas generosas y desinteresadas, grandes
expertos en arte. Y algunos estaban por la misma razón que yo, porque es un buen
negocio. Por eso compré las entradas. Es la razón principal por la que muchas
personas pagan mil dólares por cubierto para tomar champán y canapés de cangrejo.
Aimee lo escuchaba, atenta.
—Hasta los chicos querían algo —continuó—. Querían que los ricos les dieran
algunos dólares para poder estudiar arte. O conseguir algún trato mejor, como el
empleo que le ofrecí a ese chico. Un trabajo y dinero para estudiar.
—Haces que suene terrible.
—Porque es cierto. Todo el mundo quiere algo. Todo el mundo.
—¿Y tú?
Peter contempló la curva de sus senos, sus hombros desnudos y su garganta.
Fue como una caricia, y el corazón de Aimee se aceleró, hasta el punto de que
contuvo la respiración.
—Sobre todo yo —susurró.
Aimee mantuvo su mirada.
—Muy bien, en tal caso tendré que mantenerme despierta para que no te
aproveches de mí.
Peter la miró de forma extraña, pero Aimee no hizo caso. No estaba dispuesta a
permitir que su extraño humor llevara más lejos la situación. Aflojó su corbata y lo
atrajo hacia sí.
—Además —dijo ella, en un murmullo— confío en ti.
—No deberías hacerlo. No te he pedido que confíes en mí. No quiero que lo
hagas.
—Demasiado tarde.
Sin soltar su corbata lo atrajo un poco más, hasta que se encontró justo debajo
de su boca.
—¿No has oído nada de lo que he dicho?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Todo.
—Entonces eres una ingenua si confías en mí, o en cualquier otra persona.
—¿Sabes cuál es tu problema, Peter?
—¿Cuál?
—Que hablas demasiado. Ahora cierra la boca y bésame.
Peter no necesitó más invitaciones. La besó con la furia de una tormenta,
apasionadamente. La atrajo hacia sí y presionó su cuerpo contra el suyo. Esta vez
Aimee no tuvo duda alguna de que la deseaba.
Como tampoco cabía duda de que ella le deseaba. La tomó en brazos y ella se
agarró a él, incapaz de hablar e incluso de respirar, mientras caminaba hacia el sofá.
La dejó sobre los cojines y se tumbó a su lado, sin dejar de abrazarla. Entonces la besó
en el hombro y en el cuello. Su aliento era cálido, como sus labios, mientras recorría
el camino hacia sus senos.
—Ah, Aimee, eres como una fiebre. Nunca tengo bastante contigo.
Aimee se estremeció al escuchar el timbre de su voz.
—Te deseo tanto —continuó—. Demasiado. A veces me da miedo.
Ella tembló bajo su contacto, excitada. Cuando notó su mano entre las piernas
gimió. Estaba acariciándola en lo más íntimo, sobre la prenda de seda que guardaba
su cuerpo desnudo.
Peter levantó la cabeza y la miró.
—No es sólo una cuestión de sexo. Te aseguro que nunca lo ha sido.
—Lo sé —murmuró ella.
Sabía que estaba disculpándose, una vez más, por las crueles palabras que
había dicho y por el dolor que le había causado semanas atrás. Fueran cuales fueran
sus sentimientos, sabía que había mucho más que sexo entre ellos. Entre otras cosas
porque estaba profundamente enamorada de él. Acarició su mejilla y se estremeció
cuando la besó de nuevo.
Aimee cerró los ojos mientras la besaba. Ningún hombre podía besar a una
mujer de aquel modo si no sentía algo verdaderamente profundo. O al menos, eso
esperaba. Abrió la boca para dar vía libre a su lengua, rogando que fuera cierto. Le
había entregado su corazón, y pasara lo que pasara no estaba segura de poder
recuperarlo intacto.
Peter se colocó sobre ella. Aimee gimió al sentir todo su peso encima, y él apoyó
la cabeza en su cuello.
—Lo siento, no quería ser tan brusco.
—No pasa nada.
—No, no es cierto. Debería haberme comportado con más dulzura.
—Peter…

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—No lo comprendo. Cuando estoy contigo me comporto como si fuera un


quinceañero, deseando entrar en ti cuanto antes —comentó, gimiendo—. Saber que
te excito incrementa mi deseo hasta el punto de que sólo quiero sentirte a mi
alrededor, cálida y suave. ¿Tienes idea de lo mucho que me cuesta no tomarte ahora
mismo?
—Entonces, no esperes —susurró, excitada—. Tómame ahora mismo.
—No —acertó a decir—. Aún no. Me prometí que la siguiente vez que
hiciéramos el amor lo haría lentamente, asegurándome de que disfrutas de cada
instante. Sin llamadas telefónicas, sin interrupciones irritantes.
—¿Por eso te has comportado de ese modo en la fiesta?
—Sí. Deseaba estar a solas contigo.
—Deberías habérmelo dicho.
—Estabas divirtiéndote y no quería estropearte la noche.
Peter comenzó a besarla en la cara y en la boca, tentándola. Cuando la había
llevado a un punto máximo de excitación se apartó de ella.
Confusa, abrió los ojos y le miró. Su corazón estuvo a punto de detenerse, pero
al notar el deseo en su mirada comenzó a latir de nuevo.
—Quiero que esta noche sea especial para ti. Para los dos.
Entonces lo besó, con impaciencia. Lo amaba tanto que quería que la poseyera
en aquel mismo instante. Pero Peter le devolvió el beso, hasta que al cabo de unos
segundos levantó la cabeza y dijo:
—Quédate conmigo esta noche.
—Te prometo que no iré a ninguna parte —le aseguró—. Soy completamente
tuya durante las próximas horas.
—No, no sólo por unas horas. Quiero que te quedes toda la noche. Quédate
conmigo, Aimee, por favor.
—Oh, Peter, me gustaría quedarme, de verdad.
—Pues quédate entonces.
—No puedo. Tengo una cita mañana por la mañana, muy temprano.
—Anúlala.
—No puedo.
—¿Otra lección de arte con Jacques? —preguntó, con cierta ironía.
Aimee sabía que Jacques no le caía bien. La simple mención de su nombre
parecía irritarlo, pero no quería mentir. No había razón para ello.
—Sí, voy a ver a Jacques, pero por razones que nada tienen que ver con las
clases. Está ayudándome con una cosa —dijo, tocando su brazo—, pero tenemos el
resto de la noche por delante.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Pensó que si llegaba a su casa a las cinco de la mañana podría arreglarse antes
de que llegara el francés.
—Maldita sea, Aimee, somos amantes, y quiero que… Espero algo más que un
par de horas entre tus clases de arte y tus citas.
Su enfado era más que evidente. La pasión que poco antes ardía en su interior
había desaparecido por completo. Aimee reaccionó de manera similar.
—Haces que suene como si tuviera tiempo para todo el mundo menos para ti.
—Eso es más o menos lo que empiezo a sentir.
—Pero no es cierto. Es que…
Aimee se estuvo. No quería contarle que tenía problemas financieros, que los
arreglos del edificio la estaban arruinando. No quería que supiera el escaso éxito que
había tenido en el terreno profesional. Si lo hacía le propondría una vez más que se
casaran para cuidar de ella, y exigiría que firmara el acuerdo prematrimonial. Un
acuerdo que no podía aceptar, por lo que significaba.
—¿Qué ibas a decir, Aimee? ¿Es que sientes algo por tu amigo Jacques?
—¿Cómo?
—Ya me has oído —dijo con frialdad—. ¿Por eso te siguió a la gala de esta
noche?
Aimee parpadeó, asombrada.
—Jacques no me ha seguido.
—¿No? ¿Qué estaba haciendo allí, entonces?
—Imagino que lo mismo que tú, contribuir al bienestar de unos chicos y hacer
negocios. Ya sabes, era una oportunidad para establecer contacto con posibles
compradores —suspiró—. No veo por qué te sorprende tanto. Dijiste que Kay Sloane
es una mujer importante. Es normal que quisiera presentarlo a ciertas personas para
generar un aire de expectación antes de su exposición. Es posible que pretenda que
Nell Nolan escriba sobre ello.
—¿Y a qué se debe el interés que demuestra por ti? No me digas que no es
cierto. No soy idiota, ni ciego. Puede que esté acostándose con Kay Sloane, pero no te
quita los ojos de encima.
—¿Jacques y Kay Sloane? ¿Quieres decir que…?
—Duermen juntos, en efecto. Y si no lo han hecho aún, lo harán. Kay es
conocida por el interés personal que tiene en sus descubrimientos masculinos.
—Un comentario de mal gusto.
—¿Por qué? Es cierto.
—Oh, Dios mío.
Aimee frunció el ceño, preguntándose si había cometido un error al pensar que
podía surgir algo entre Jacques y Liza.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Ya veo que tenía razón —dijo Peter, en un murmullo—. Estás interesada por
él.
—No seas absurdo. ¿Cómo puedes pensar algo así?
—No es difícil.
—Pues te equivocas —dijo, acariciando su barbilla—. ¿Cómo podría desearlo si
estoy enamorada de ti?
Resultaba evidente que Peter se sentía inseguro al respecto. Aquello animó a
Aimee, que pensó que acaso podía derribar las barreras que había levantado en su
corazón.
—Es cierto —le aseguró de nuevo—. Te amo, Peter. Sólo a ti. ¿Cuándo vas a
creerme? ¿Por qué no empiezas a confiar en mí?
—No es en ti en quien no confío. Cancela la cita con Jacques. Eres una gran
artista. No necesitas que te dé más lecciones.
—Si se tratara de una clase la cancelaría. Pero no es por eso. Va a ayudarme a
seleccionar unos cuantos cuadros para Kay Sloane. Me ha pedido que le deje unos
cuantos para presentarlos en su exposición anual de artistas jóvenes, el mes que
viene.
—Esa exposición es para pintores que buscan representante. Supongo que vas a
firmar con Edmond.
Aimee sabía bien lo que pensaba, y no discutió. Cada vez que pensaba en el
rechazo del marchante aumentaba su decepción, aunque ya hubieran transcurrido
dos días.
—Tenía intención de hacerlo, pero me rechazó.
—Ese tipo es más idiota de lo que creía —dijo, con expresión enfadada—. Ni
Stephen ni su hermano entienden nada de arte.
—Gracias.
—Debiste contármelo. No los necesitas. Y tampoco necesitas a Kay, ni a Jacques.
No necesitas a ninguno de ellos. Mi oferta sigue en pie, y los contratos están en mi
despacho. Sólo tienes que decirlo. De hecho, he modificado el contrato. No sólo te
ofrezco la representación de tu obra, sino que me haría cargo del edificio. Ambos
sabemos que es un pozo sin fondo. Estoy cansado de observar cómo te matas
trabajando para arreglarlo. Deja que te ayude, que nos ayude a los dos. Véndeme el
edificio.
—Peter, ya te he dicho varias veces que no quiero venderlo.
—Muy bien, no me lo vendas. Alquílamelo a cambio.
—¿Alquilártelo?
—Sí —contestó con avidez—, así podré abrir la nueva sede de Gallagher, y me
encargaré de todas las reparaciones. Abriremos todo el primer piso para la galería.
Una nueva Gallagher, en el corazón del barrio francés, para exponer las obras de los
nuevos talentos del futuro. Empezando por ti, Aimee. Cierra los ojos e imagínatelo.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Tus cuadros contra el fondo más bello que el dinero pueda comprar. ¿No lo ves?
Todos esos colores brillando aún más en un marco adecuado —añadió, moviendo la
mano como hechizándola.
Aimee sintió que tenía seca la garganta. No le costaba mucho imaginarse la
escena.
—Gallagher presenta los cuadros de Aimee Lawrence, la pintora más brillante
del firmamento artístico de Nueva Orleans —continuó él.
Quería dejarse llevar por aquel sueño y aceptar la oferta. Se preguntó si sería
bueno desear tanto una cosa, si tendría que pagar un precio excesivo a cambio.
Desafortunadamente, no sabía con exactitud lo que tendría que pagar para conseguir
el sueño que estaba describiendo.
Miró sus ojos y se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre. Desconfiaba de
su oferta, porque el premio era demasiado grande. Sabía en el fondo de su corazón
que si aceptaba perdería a Peter.
Él la observó, pensado que era una suerte que Edmond la hubiera rechazado.
Una suerte para los dos. No en vano, le había dicho la verdad. No necesitaba a
Edmond, ni a Kay Sloane, ni a Jacques. Lo tenía a él. Dió un paso adelante y susurró:
—Sólo tienes que decir que sí, Aimee.
Estaba tan excitado que tardó segundos en darse cuenta de que Aimee había
permanecido en silencio todo el tiempo. Escudriñó su rostro y frunció el ceño al
observar su expresión. La alegría que había visto en ella momentos atrás había
desaparecido por completo.
—¿Aimee?
—Oh, Peter…
Al sentir la tristeza de su voz la angustia regresó a su pecho. Era la misma
sensación que había vivido cuando le devolvió el anillo de compromiso, meses atrás.
Pero esta vez la experiencia era más intensa, casi dolorosa. Peter intentó zafarse de
aquel sentimiento. No le gustaba, ni lo comprendía. De haber creído que era capaz de
amar habría pensado que era un asunto del corazón. Pero no creía en el amor.
Pensaba que no era capaz de sentir tal emoción.
—¿Es que no te das cuenta? No ha cambiado nada. No puedo aceptar tu oferta,
como no pude hacerlo hace unas semanas —dijo, apartándose de sus brazos.
—¿Por qué?
—Porque si aceptara te enfrentarías al problema que ha estado siempre entre
nosotros. Empezarías a preguntarte si te amo o si sólo estoy contigo porque es
conveniente para mi carrera.
—Tonterías.
—No, no son tonterías. Tu desconfianza está siempre presente, aunque no la
menciones nunca. Siempre te has preguntado por qué razón estoy contigo. Siempre
estás cuestionando el amor que siento por ti.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Peter la tomó de los brazos y la atrajo hacia sí, obligándola a mirarlo.


—¿Quieres demostrarme que me amas? Cancela la cita con Gastón y con Kay
Sloane. Firma el maldito contrato que te ofrezco. Es lo que deseabas desde el
principio, y lo que sigues deseando. Ambos lo sabemos.
Aimee se apartó.
—No tienes idea de lo que deseo. Jacques se ha arriesgado por mí al pedir esa
entrevista con Kay Sloane. No pienso dejarlo en la estacada. Sloane es una
oportunidad que quiero aprovechar.
Su rechazo le dejó un gusto amargo en la boca.
—¿Y qué hay de la oportunidad que te ofrezco yo? ¿No significa nada para ti?
—Más de lo que crees. Pero necesito saber si mi trabajo es suficientemente
bueno. Si Kay Sloane se muestra de acuerdo sabré que lo es, que no estoy haciendo
castillos en el aire.
—¿Y exponer en Gallagher, una de las galerías más importantes de Nueva
Orleans, no es prueba suficiente?
—No, teniendo en cuenta que me acuesto con el dueño.
Peter apretó los dientes.
—Para mí no hay nada más importante que la galería. Pensé que ya lo sabías.
No pondría en peligro la reputación de Gallagher a cambio de favores sexuales. Ni
siquiera por ti.
Aimee se ruborizó, enfadada, aunque había sido ella la primera en insinuarlo.
—Y yo jamás utilizaría mi cuerpo para obtener ventajas profesionales. Mi obra
significa tanto para mí como para ti tu galería. Voy a conseguirlo, Peter. Sin tener que
venderme a ti, ni a nadie más.
—De modo que quieres ser una estrella. Al menos tenía razón en eso —dijo.
—Sí, supongo que sí.
Peter no estaba sorprendido, pero no pudo evitar sentirse decepcionado. Parte
de él deseaba creer que Aimee era diferente, que no albergaba una ambición
desmesurada, que lo amaba y que no quería nada a cambio, como la mayor parte de
la gente.
—No es nada de lo que deba avergonzarme —continuó ella.
—No, no lo es. No he conocido nunca a un artista que no fuera ambicioso. Y
créeme, sé muy bien hasta dónde puede llegar la ambición.
—Deja de jugar conmigo, Peter. No soy tu ex esposa, ni una mujer que se
dedique a utilizar a los hombres para ascender. Sólo necesito saber si soy
suficientemente buena.
—Ya te he dicho que lo eres.
—Pero tengo que descubrirlo por mí misma. ¿Es que no puedes comprenderlo?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Mejor de lo que crees —contestó, atrayéndola hacia sí—. Pero ten cuidado.
Hay muchos tiburones en este negocio, y no todos ellos lo reconocen como yo.
—¿Qué quieres decir?
—Deberías preguntarte por las razones que tiene Jacques para ayudarte tanto.
—Es mi amigo.
—Ya. Tan cierto como que en Nueva Orleans nieva en julio. Crece de una vez,
Aimee. ¿Cuántos artistas conoces que se esfuercen tanto en ayudar a un compañero a
vender su trabajo? No hay muchos. Jacques Gastón va detrás de algo. No es un pobre
hombre que hayas rescatado de la calle para invitarlo a vivir en tu casa.
—No vive en mi casa. Ha alquilado uno de mis pisos.
—¿Y qué sabes de él?
—¿Qué tengo que saber? Es un artista y un amigo.
—No es demasiado.
—Es suficiente —declaró, apartándose de él— Si tienes buena memoria
recordarás que hasta hace seis meses tampoco sabía mucho sobre ti. Y a veces no
estoy segura de conocerte.
—Eso no es lo que decías hace un rato. Además, considerando que somos
amantes yo diría que me conoces bastante bien. Mejor que mucha gente, de hecho.
—Sabes muy bien que no pretendía decir algo así.
—¿Qué pretendes, Aimee? ¿Quieres que me arroje en tus brazos con todos mis
problemas, para añadir a los de tus supuestos amigos? Muy bien. Entonces te contaré
que hay un artista en Chicago que llegará a ser un genio, pero no tiene teléfono y no
contesta a mis cartas, de modo que tendré que tomar un vuelo mañana para que
permita que le consiga una fortuna. Y luego está el Monet que tenía que haber
llegado la semana pasada. Me gasté una fortuna en él, pero se equivocaron en el
puerto y ahora está en el interior de un restaurante.
—¡Basta!
—Te estoy contando mis problemas, como tu amigo Jacques y como Liza. Pensé
que era lo que querías.
—Eso no es lo que quería decir, y lo sabes —protestó.
—No, no lo sé. ¿Qué es lo que quieres? Dímelo.
—Sólo quiero tu amor y tu confianza.
—Aimee, no te hagas esto. No nos lo hagas a los dos.
—¿Qué es lo que hago?
—Pedirme más de lo que te puedo dar. Nunca he dicho que creyera en el amor.
No creo ser capaz de sentir tal emoción, pero significas para mí mucho más de lo que
haya significado ninguna otra persona.
Ella se apartó.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿En qué lugar nos deja todo esto? ¿Seguimos con nuestra aventura, en la
esperanza de que te enamores de mí algún día? ¿O nos separamos mientras aún
pueda, antes de que empiece a odiarte por desear más de lo que puedes ofrecerme?
Peter sintió un frío intenso, a pesar del calor que hacía. La obligó a darse la
vuelta, para que lo mirara de frente.
—No quiero que esto termine.
—¿Por qué? ¿Porque mantenemos una buena relación sexual?
Peter negó con la cabeza.
—Basta, Aimee. Es mucho más que eso, y lo sabes. No te habría pedido que te
casaras conmigo si sólo fuera una cuestión física. Y aún quiero casarme contigo.
—Pero antes tendré que firmar el acuerdo, ¿verdad?
Peter no pudo contestar. Aimee tapó su boca con los dedos y sonrió con tristeza.
—Olvida lo que he dicho. Es obvio que quieres que firme. Crees que si no lo
hago me quedaré con todo tu dinero, como hizo Leslie.
—Es un documento legal, Aimee. Simplemente. Te enfadas por nada.
—Pero el matrimonio no es un negocio —insistió—. Lo que siento por ti nada
tiene que ver con aspectos financieros.
—Aimee, el matrimonio también es un contrato legal.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Peter intentó consolarla, pero Aimee levantó
una mano para impedírselo.
—Deja que termine —murmuró—. Aunque firmara ese acuerdo, no resolvería
el problema básico. Peter, estoy enamorada de ti. Tú me deseas, pero no me amas, y
no puedo casarme contigo. No puedo.
Al notar la resignación de su tono de voz, sintió que la sangre se le helaba en las
venas. Por primera vez en mucho tiempo estaba asustado.
—Tal vez tengas razón. Tal vez observe las cosas a través de un cristal rosado
—continuó Aimee—. Me he engañado a mí misma, pensando que algún día te
enamorarías de mí. Hasta ahora pensaba que tu problema no era la carencia de amor,
sino el miedo. Pero puede que sea cierto. Puede que seas incapaz de amar.
Peter se sentía muy culpable. Tenía un amargo sabor en la boca. Una vez más,
su egoísmo y su insensibilidad habían herido a Aimee. No se lo merecía.
—Tú no eres el problema, cariño, sino yo —dijo, acariciándole la mejilla—. Si
fuera capaz de amar a alguien, te amaría a ti.
—Supongo que debería alegrarme por ello —declaró, intentando sonreír, sin
éxito.
Aimee recogió su bolso, ante el creciente pánico de Peter.
—¿A dónde vas?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

No quería que se marchara. No quería que desapareciera de su vida. Aún no, y


mucho menos de aquel modo.
—Me voy a casa. Mañana me espera un duro día de trabajo, y necesito pensar.
Pienso mejor cuando trabajo.
—Puedes trabajar aquí. Haré sitio para tu caballete en una de las habitaciones
vacías. Hace tiempo que pretendía hacerlo, de todas formas.
Aimee hizo un gesto negativo con la cabeza y sonrió de nuevo, pero sin el
entusiasmo ni la sinceridad a los que estaba acostumbrado.
—Gracias, pero creo que será mejor que me marche. Necesito estar sola. Y temo
que tú serías una distracción demasiado grande.
Peter la acompañó a la puerta. Sabía que a pesar de todo no estaría sola en
aquella casa de locos. No estaría sola con Jacques tan cerca.
Tuvo que hacer un esfuerzo para controlar sus celos. Quería que se quedara con
él, porque tenía miedo de que no volviera.
Pero nunca había rogado nada en su vida y no pensaba empezar en aquel
momento. Se detuvo en el umbral. Cuando ella se volvió para mirarlo, tomó su mano
y la apretó.
—Si tuviera un mínimo de decencia desaparecería de tu vida. Dejaría que
encontraras a alguien que pudiera darte los corazoncitos y las flores que deseas. Pero
no la tengo. Soy un canalla egoísta, Aimee. Siempre lo he sido, y siempre lo seré.
—Eso no es cierto.
—Lo eso. Y precisamente por ello no dejaré que te marches. La galería
Gallagher y tú sois las únicas cosas que significan algo para mí. Deseo que… Te
necesito, Aimee. No dejaré que te marches.
—Por fortuna para ti, aún no he renunciado a la posibilidad de que te enamores
de mí.
Peter tampoco había renunciado a casarse con ella, ni a la idea de recobrar el
edificio. Algún día, de algún modo, los tendría a los dos. Aunque para ello tuviera
que arriesgar la galería.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Ocho
—Aquí lo tiene.
Abner Sterling contó el dinero antes de dárselo a Aimee.
—No puedo creer se hayan vendido con tanta rapidez. El otro tardó casi tres
semanas en venderse. ¿Sabe quién ha sido? ¿Quién ha comprado mis cuadros?
—El mismo individuo que compró el anterior.
—Sí, ya lo sé, ¿pero no le dio su nombre? —preguntó Aimee, sorprendida por
su buena suerte.
—No dijo nada, y yo no pregunté.
—¿Qué hay de su cheque, o del recibo de su tarjeta de crédito? Su nombre
estará en alguna parte.
Había acertado al dar a Abner Sterling algunos de sus cuadros. En realidad
había sido una decisión desesperada. No cabía nada más bajo, excepto empezar a
vender su obra a los turistas en la zona de Jackson Square. La única razón por la que
no lo había hecho era porque no podía permitirse el lujo de pagar la licencia
municipal.
Tres ventas en dos semanas era más de lo que esperaba. Apenas podía creer en
su suerte. Debía ser el destino. Tenía que serlo.
—Pagó al contado.
—Vaya —dijo, decepcionada.
Le habría gustado conocer a su benefactor para poder darle las gracias.
—Sin embargo, supongo que se trata de algún coleccionista, de alguien que
sabe de arte. Parecía conocer sus cuadros, y no regateó el precio. Y eso que, como
sabe, pensaba que pedía demasiado por ellos.
—Lo sé.
En realidad sólo había pedido lo suficiente como para recuperar el dinero de
lienzos, marcos y pinturas, y poco más. Considerando el tiempo de trabajo y el valor
artístico, eran un regalo, pero no le importaba. Ahora tenía dinero para afrontar las
reparaciones del edificio.
—Gracias de nuevo, señor Sterling —sonrió, guardándose el dinero y
caminando hacia la puerta.
—¿Tiene más cuadros para vender? —preguntó él—. Tengo espacio para uno o
dos más. Los pondré en el escaparate.
—Veré lo que tengo y se lo traeré —le prometió antes de marcharse.
En cuanto salió se sintió rodeada por la humedad del ambiente, a pesar de que
era muy temprano. Sonrió y se negó a que el calor estropeara su buen humor. De
repente el mundo parecía más brillante.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Su cita con Kay Sloane había salido bien. No habían llegado a ningún acuerdo
con respecto a la exposición, pero Jacques era optimista. Había encontrado un nuevo
inquilino para el piso que había dejado Simone la semana anterior, y por añadidura
había vendido dos cuadros más.
Se tomaba todos aquellos golpes de suerte como signos. Guiños del destino que
la guiaban diciéndole que todo iba a salir bien. Cruzó la calle, alegre a pesar de que
no había visto mucho a Peter durante los últimos días. Pero estaba tan contenta que
creía que hasta terminarían resolviendo sus problemas de algún modo. No había
renunciado a que se enamorara de ella.
Entonces pensó que tal vez debería dar el primer paso. Creía que las estrellas
estaban de su lado, como si las estrellas pudieran estar de parte de alguien. Y no
había mejor momento para comenzar que aquella misma mañana. Se sentía tan
optimista que se dirigió a buen paso hacia la galería de Peter.
Liza se había mostrado de acuerdo en encargarse de la tienda para que ella
pudiera pintar, de modo que estaba decidida a convencer a Peter para que salieran y
pasaran juntos el día en la playa.
Cuando llegó a Gallagher casi podía respirar el aire del mar. Un día lejos de la
ciudad era todo lo que necesitaban. Simplemente no aceptaría un no por respuesta.
Abrió la puerta de la galería y entró en el elegante recibidor. El aire frío la
recibió como si fuera un beso, y suspiró. Respiró profundamente. Tardó unos
segundos en acostumbrarse a la tenue luz que Peter utilizaba para resaltar las obras
expuestas. Como siempre, el ambiente sereno del local, junto con los suelos de
mármol y las paredes, tuvieron un efecto calmante en ella.
Casi de inmediato se alegró de no haber aceptado su ofrecimiento. No merecía
que sus cuadros estuvieran colgados junto a autores de la categoría de Picasso,
Monet o Renoir. Sabía que nunca llegaría a ser tan buena.
Pero en cualquier caso soñaba con colgar su obra en un lugar donde la gente
pudiera contemplarla, admirando su belleza y sintiendo lo mismo que ella veía.
Tal vez no tuviera demasiado talento, pero aquello no le impedía soñar con
convertirse en una estrella, como le había prometido. No impedía que quisiera ser
más de lo que era.
Frunció el ceño al ver su reflejo en un pedestal plateado. Su camiseta, sus
pantalones cortos desgastados y sus sandalias contrastaban terriblemente con la
elegancia de la galería. Había tal distancia entre ellos como la existente entre
Gallagher y la tienda de Sterling. Su trabajo no merecía estar en un lugar como aquél.
Considerar tal posibilidad sobrepasaba con mucho el territorio de los sueños.
Durante unos instantes pensó que su optimismo inicial desaparecería. Pero
antes de que pudiera pensar mejor la idea de visitar a Peter, su ayudante entró en la
habitación.
—Buenos días, Aimee.
—Hola, Doris. ¿Está el jefe por aquí?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Está en el sótano —dijo la otra mujer, señalando con un gesto la parte de atrás
de la galería—. Pero no quiere que lo molesten. Sin embargo, tengo la impresión de
que pasa demasiado tiempo con esos cuadros, por mucho que valgan. No es bueno ni
normal que pase tanto tiempo encerrado. Necesita estar con gente, no rodeado por
cuadros de pintores muertos.
—¿Ocurre algo malo, Doris? —preguntó.
—Ha estado de muy mal humor durante toda la semana. Pensé que habríais
discutido.
—No exactamente. Digamos que tenemos cierta diferencia de criterios.
—Pues es tan cabezota que ha decidido encerrarse en el sótano desde entonces.
Aimee sonrió, pensando en lo que pensaría Peter del comentario de su
ayudante.
—Bueno, estaba considerando la posibilidad de raptarlo y llevármelo a la playa
a pasar el día. ¿Crees que querrá ir?
—Si él no quiere, te acompañaré yo.
—¿Tiene mucho trabajo?
—Sí, demasiado. ¿Por qué no vas y lo sorprendes mientras yo intento cambiar
sus citas?
—Gracias, Doris. Eres maravillosa.
—No querida, tú sí que lo eres —dijo con seriedad—. Es un buen hombre,
Aimee. Merece más amor y más risas en su vida. Actualmente no tiene ninguna de
esas cosas.
—Lo sé.
Apretó la mano de la mujer, cariñosamente. Deseaba darle a Peter todo el amor
y toda la alegría que había en su interior. Comenzó a bajar hacia el sótano, cuya
entrada se encontraba en la parte posterior. Esperaba que su instinto no se
equivocara; aún creía que algún día descubriría que estaba enamorado de ella.
Su corazón latía a toda velocidad cuando abrió la puerta del sótano. La
habitación que se extendía ante ella era sombría, en tonos negros y grises. Había una
gruesa moqueta que cubría todo el suelo, y una sola lámpara en una pared que
iluminaba el cuadro que estaba colgando su amante.
—¿Peter?
Peter dio un paso atrás y miró hacia el umbral. Aimee estaba en la puerta, tal y
como había soñado en tantas ocasiones. El sol de la mañana entraba por la escalera,
iluminándola y envolviéndola en un halo. Su pelo oscuro enmarcaba su rostro. Sus
ojos pálidos brillaban como piedras preciosas. Parecía un ángel. Un ángel que
hubiera sido enviado para rescatarlo de su pesadilla.
—¿Peter? ¿Te encuentras bien? —preguntó, caminando hacia él.
—Oh, sí, estoy bien —contestó, volviendo a la realidad.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Se metió las manos en los bolsillos para evitar abrazarla, aunque se sentía
terriblemente aliviado al verla allí.
Aimee levantó la mirada hacia el cuadro que había estado contemplando.
—¿Se trata de algún artista nuevo? —preguntó.
—Es de mi padre.
—No sabía que tu padre fuera pintor.
Peter se encogió de hombros.
—Como ves, no era muy bueno.
—Tal vez no, pero pocos lo son —dijo, mientras estudiaba el cuadro—.
Personalmente, lo encuentro interesante.
Ciertamente, su padre no había sido muy buen pintor. Y todo el encanto de sus
cuadros desapareció cuando se divorció de su esposa.
—Éste es uno de sus mejores cuadros. Eran las zapatillas de mi madre. Las
pintó poco después de que se casaran.
—¿Era bailarina?
—Sí. Y muy buena. Habría llegado a ser muy famosa si no se hubiera casado
con mi padre, y si no me hubiera tenido a mí.
—No me habías hablado nunca de ella.
—No lo he hecho a propósito. No recuerdo muchas cosas de mi madre, porque
se divorció de mi padre cuando yo sólo tenía tres años. Creo que se casó con un
conde rico y se fueron a vivir a Europa. Se mató en un accidente de tráfico cuando yo
tenía diez años.
Sin embargo, la había perdido mucho antes. La había perdido entre las
tremendas discusiones que mantenían sus padres. Ella siempre le echó en cara que
había arruinado su carrera artística por casarse y por tener un hijo al que no quería y
que no encajaba en sus planes. La había perdido mucho tiempo antes de que
desapareciera físicamente.
—Qué horror —comentó ella, tocando su brazo—. Lo siento tanto…
—No lo sientas. Nunca estuvimos demasiado cerca. Apenas la recuerdo.
—Lo sé, pero a pesar de todo era tu madre. No me extraña que cuelgues el
cuadro en el sótano. Debe significar mucho para ti.
Peter se encogió de hombros. Aquel cuadro y la galería era lo único que le
habían dejado sus padres.
—Sé que no es muy bueno, pero cuando abra el nuevo local de Gallagher lo
colgaré en la sección dedicada a artistas locales. Creo que a mi padre le habría
gustado.
Aimee apretó los dedos sobre su brazo.
—Una idea maravillosa. Estoy segura de que le habría encantado.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Avergonzado por sus propios sentimientos, y por el reconocimiento de Aimee,


decidió cambiar de conversación.
—¿Qué te trae por aquí? Pensé que tenías otra clase con Jacques esta mañana.
—Decidí cancelar la visita y venir a verte.
Peter sonrió, sorprendido y encantado.
—Borra esa sonrisa de tu cara, Peter Gallagher —continuó.
—¿Por qué? Siempre he pensado que esas lecciones son una pérdida de tiempo,
aunque a él le convenga no pagar renta por su piso.
—Me niego a discutir contigo sobre Jacques. No he venido para eso.
—No es que me queje, pero ¿has venido por alguna razón en particular?
—Sí. He venido a raptarte.
—¿Raptarme?
Aimee rió y lo besó con rapidez en los labios.
—Sí, he decidido que los dos nos merecemos un día libre.
—¿De verdad?
—Sí.
Peter la atrajo hacia sí y la abrazó.
—¿Y tienes alguna idea en mente? —preguntó, en tono festivo.
—Mmmm… pienso llevarte a la playa.
—¿A la playa?
—Sí, a Gulf Shores. No hay casinos que estropeen la vista —declaró, besándolo
de nuevo.
—Aimee, me gustaría mucho poder ir, pero no puedo tomar el día libre para
irme contigo a Alabama.
—Claro que puedes.
—Tengo un montón de citas esta tarde.
—Doris está cambiándolas a otro día.
Intentó protestar, pero Aimee se lo impidió tapándole la boca con dos dedos.
—Necesitas descansar un poco. Los dos lo necesitamos. Olvídate por hoy de la
galería y de los negocios. Vamos a hacer novillos juntos.
Probablemente estuviera loco al dejarse convencer, pero la tentación de pasar el
día con ella era demasiado grande.
—De acuerdo —dijo al fin.
Cuando salieron del sótano cerró la puerta y conectó la alarma.
Intentó recoger la chaqueta que tenía en el despacho, pero Aimee se lo impidió.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—No necesitarás chaqueta en la playa. Y tampoco necesitarás esa maldita


corbata.
Entonces sonrió y se la quitó.
Peter arqueó una ceja.
—¿Y qué necesito para ir a la playa?
—Un bañador —contestó, sonriente—. A menos que tengas el valor suficiente
para bañarte desnudo conmigo.

Ninguno de los dos fue capaz de bañarse desnudo. La idea de hacer el amor con
Aimee entre las olas del mar era bastante atractiva, pero llevar la fantasía a la
realidad resultó imposible.
La playa era tal y como Aimee había prometido, de arena blanca, agua clara y
fría y cálida brisa. Pero también había multitud de personas tomando el sol; y entre
ellos, muchos niños con sus padres, que obviamente aprovechaban sus últimas
semanas de vacaciones antes de que comenzara el curso escolar.
Tumbado sobre una toalla, Peter se incorporó apoyándose en el codo mientras
Doris le transmitía los mensajes por el teléfono móvil. En realidad apenas la
escuchaba. Estaba contemplando a Aimee, que paseaba por la orilla. El bañador
blanco que llevaba remarcaba su silueta. El sol había dorado las partes visibles de su
cuerpo. Mientras la contemplaba, imaginando las zonas de su cuerpo que el sol no
había tocado, se excitó.
Entonces hizo un gesto con la mano, llamándolo.
—Peter…
Peter hizo un gesto hacia el teléfono que tenía en la mano. Ella hizo una mueca
de desagrado y se zambulló en el agua.
—Tengo una lista de los vuelos del sábado —dijo Doris.
Pasaron varios segundos. Peter se incorporó y se sentó, preocupado porque
Aimee aún no había subido a la superficie. Cuando su oscuro cabello volvió a
aparecer, respiró aliviado.
—¿Peter? ¿Peter, estás ahí?
—Lo siento, Doris. ¿Qué decías?
—Te estaba preguntando si querías que te diera la lista de los vuelos del
sábado.
—¿Cuándo quiere verme Hendrickson?
—El sábado. Hay un vuelo que sale de aquí a las nueve y media de la mañana y
llega a Chicago a las…
No prestó más atención. Estaba completamente ensimismado contemplando a
Aimee mientras salía del agua dirigiéndose a la orilla. Su bañador blanco se había
pegado a su cuerpo y el agua resbalaba entre sus senos. Parecía una ninfa marina.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Aimee corrió hacia Peter y cuando llegó a su altura se dejó caer de rodillas
sobre la toalla que había a su lado. De inmediato, le arrebató el teléfono y dijo:
—Lo siento, pero el señor Gallagher tiene que resolver un asunto urgente. Ya le
llamará.
Entonces, colgó el teléfono y arrojó el aparato a la arena.
—¿Un asunto urgente? —preguntó él.
—Un asunto de la mayor urgencia —le informó, antes de arrojarse entre sus
brazos—. Yo.
Lo besó, y Peter la abrazó. Podía sentir el calor de su cuerpo. Ella comenzó a
moverse lentamente. La reacción de Peter fue tan inmediata que sonrió, y cuando
sintió su lengua en los labios todo su control desapareció. La empujó levemente,
colocándola de espaldas, ante su mirada sorprendida. Una mirada tan llena de deseo
como la suya.
Después la besó de forma muy distinta, sin juego, sin bromas. Fue un beso de
deseo, de necesidad, un beso lleno de pasión.
Aimee entreabrió la boca y Peter entró en ella.
—Peter —murmuró, clavándole los dedos en los hombros.
Estaba tan excitado que quería llenarse con su olor, con su contacto, con la
alegría que provocaba en él su imagen. Su corazón latía de forma tan apresurada que
pensó que iba a morir de un infarto allí mismo.
Aimee se arqueó y él se estremeció. Pensó que al menos moriría feliz. En
cualquier caso, se rindió a la tormenta de la necesidad que sentía y la besó otra vez,
dejándose llevar por la locura que despertaba en su interior. Estaba a punto de
besarla en el cuello cuando escuchó una risita.
—¡Mamá, ven a ver esto! ¡Están besándose! —exclamó un niño.
Peter se quedó helado. Hizo un esfuerzo para recobrar el control y respiró
profundamente. Después de unos segundos, levantó la cabeza a regañadientes.
Abrió los ojos y miró al rostro del intruso. Se trataba de un niño de cuatro o
cinco años que estaba sentado a escasos centímetros. Sus ojos marrones lo miraban
con curiosidad.
—¿Te gusta besar a las chicas? —preguntó.
—Me gusta besar a esta chica —puntualizó Peter.
Para demostrarlo, besó con rapidez a Aimee.
—Hola —dijo ella.
—Hola —contestó el chico, mirándolos—. ¿Estáis jugando a mamás y a papás?
¿Por eso os besáis? Mi madre y mi padre estaban besándose y ahora voy a tener un
hermanito. ¿Vais a tener también un bebé?
—Vaya, así que ese es el modo en que se hace —bromeó Aimee, sonriendo.

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—Sí. Mi padre dice que cuando mi madre y él se besan…


—¿Timmy? ¿Timmy, dónde estás?
Una joven embarazada llamó al chico desde cierta distancia.
El niño se puso en pie y empezó a mover las manos.
—¡Estoy aquí, mamá!
Se despidió de ellos y corrió al encuentro de su madre, levantando una nube de
arena.
Peter se quitó la arena de la cara y de los brazos. Miró hacia la dirección donde
había desaparecido el niño y por primera vez en mucho tiempo deseó ser padre. No
había pensado mucho en la paternidad, al menos desde que Leslie le confesó que el
niño que llevaba en su interior no era suyo. Tal vez había tenido razón cuando dijo
que era un hombre demasiado frío y calculador como para ser un buen padre. Nunca
había sido persona de grandes emociones, y seguía sin serlo.
Miró a Aimee e intentó imaginársela embarazada. Encontró la idea
extrañamente atractiva, y al mismo tiempo, terrorífica. Movió la cabeza en gesto
negativo. Aunque quisiera casarse con él, no tenía intención de traer un niño al
mundo. Su conciencia no podía aceptar tal posibilidad, teniendo en cuenta que no
creía que el matrimonio durara demasiado. Sus propios padres se habían divorciado
y sabía muy bien lo traumática que podía resultar la experiencia para un niño. No
quería que su hijo sintiera la amargura que él había sentido.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Aimee.
—Sí —contestó—. Pero creo que deberíamos regresar.
Sin embargo, no estaba seguro de que fuera cierto. No comprendía el extraño
vacío que había quedado en su interior al pensar que Aimee no llevaría nunca un hijo
suyo.
—¿Es necesario? ¿No podemos quedarnos un rato más? Al menos hasta que se
ponga el sol.
—De acuerdo. Esperaremos a la puesta de sol.
Una hora más tarde estaban sentados en la playa observando el ocaso.
—Me gustaría que este día no terminara nunca —comentó Aimee.
—A mí también. Pero nada es eterno, ni siquiera un día tan hermoso como éste
—dijo, echándole hacia atrás un mechón de cabello—. Tenemos que regresar.
—Lo sé.
El día había resultado tan mágico para Aimee que deseaba quedarse allí para
siempre. A juzgar por su comportamiento, Peter era de la misma opinión. Pensó en lo
contento y en lo relajado que estaba cuando la ayudó a levantar un castillo de arena,
cuando nadó con ella en el mar, cuando la besó apasionadamente mientras estaban
tumbados. Se había sentido más cerca de él que nunca, y tal vez por ello se permitía
el lujo de creer que era posible que la amase.

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En aquel momento Peter estaba hablando con Doris, organizando las citas del
día siguiente. Aimee observó su distante expresión. No parecía en modo alguno un
hombre enamorado; podía cortar o eliminar todas sus emociones en cuestión de
segundos. Suspiró, decepcionada. Aquella mañana estaba tan contenta con la venta
de sus cuadros que realmente había pensado que era una señal. Sin embargo, ahora
dudaba de nuevo.
Se levantó y sacudió la arena de la toalla. Al hacerlo, tuvo la impresión de que
desaparecía la magia que habían compartido durante unas horas.
—¿Estás preparada? —preguntó él, recogiendo la toalla y la bolsa de baño.
Aimee se volvió por última vez para contemplar la playa. El sol era una
preciosa bola naranja y dorada que llenaba el cielo, descendiendo lentamente tras la
línea del horizonte como si se hundiera en las oscuras aguas. Se estremeció. No podía
dejar de pensar que los mágicos momentos que había compartido con Peter, y todos
sus sueños de un futuro común se hundían a la vez que el sol.

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Capítulo Nueve
—¿No te han dicho nunca que esas escaleras son peligrosas? —preguntó Peter
mientras la acompañaba a su piso.
—Muchas veces —contestó, abriendo la puerta—. Pero debes reconocer que
subir tantos escalones es bueno para la salud.
Dejó la bolsa en el suelo y se dejó caer en el sofá.
—Es cierto —dijo él, sentándose a su lado—. No hemos tardado mucho en
volver. ¿Qué te parece si te das una ducha rápida y nos vamos a comer algo?
—Me parece una buena idea —contestó, deseando liberarse de la arena que
tenía por todo el cuerpo—. Pero preferiría comer aquí. Podríamos pedir una pizza
por teléfono.
Peter se levantó y caminó hacia el aparato.
—Eres la única mujer que conozco que prefiere una pizza a un buen asado. ¿La
quieres con anchoas?
—Por supuesto —contestó.
Peter sonrió y descolgó el auricular para hacer el pedido.
Aimee intentó recobrar parte de su optimismo anterior. Respiró
profundamente. No comprendía qué había provocado su repentino cambio de
humor en la playa, pero le alegraba que se hubiera olvidado de ello.
En aquel instante alguien llamó a la puerta.
—¿Aimee? ¿Dónde has estado? —preguntó el francés, entrando en el salón—.
He estado intentando localizarte toda la tarde.
La expresión de Peter se endureció. Colgó el teléfono y dijo:
—¿No te ha dicho nadie que un caballero no entra en la casa de una mujer sin
ser invitado?
Jacques sonrió.
—Ah, pero yo no soy ningún caballero, Gallagher. Y la mayor parte de las
damas que conozco se alegran tanto de verme que no necesito ninguna invitación
para entrar en sus casas.
Peter dio un paso hacia Jacques, pero Aimee se interpuso entre los dos
hombres.
—Comportaos —dijo—. ¿Por qué intentabas localizarme?
Había pasado el suficiente tiempo con el francés como para saber que
encontraba muy divertidos los celos de Peter. Además, estaba convencida de que en
realidad estaba interesado en Liza, a pesar de la relación que mantuviera con Kay
Sloane.
—Porque Kay ha decidido incluir dos de tus cuadros en la exposición.

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—¿De verdad? —preguntó asombrada.


—Sí —sonrió, apretando su hombro con cariño—. Es cierto, amiga. Vas a
exponer con ella. Y no sólo eso, sino que va a publicar fotografías de tus cuadros en
el catálogo de la exposición.
—No puedo creerlo.
Tenía miedo de que sus piernas no pudieran sostenerla, de manera que regresó
al sofá y se sentó.
—Créelo. Estás en el buen camino, querida mía.
Era como un sueño hecho realidad. En el pasado, todos los artistas que habían
expuesto sus obras en aquella exposición habían conseguido firmar más tarde con
buenas galerías. Aquello le abriría muchas puertas profesionales, y con un poco de
suerte, también financieras.
—Felicidades, Aimee —dijo Peter sin alegría.
—Deberías hablar con Kay de inmediato. Tiene muchas ganas de charlar
contigo —le aconsejó Jacques.
Antes de que pudiera decir nada, el francés tomó el teléfono inalámbrico que
había sobre la mesa y llamó a la marchante.
—Kay, soy Jacques. Aimee quiere hablar contigo.
—Hola, señora Solane.
Peter permaneció en silencio mientras Aimee hablaba, contemplándola con los
brazos cruzados.
—Sí, lo comprendo. Ah, y gracias de nuevo.
En cuanto cortó la comunicación, Jacques se levantó.
—Esto hay que celebrarlo —declaró.
La tomó en brazos y la hizo girar varias veces.
—Jacques, déjame en el suelo —se quejó ella, riendo.
—Tengo una botella de champán en mi casa. La había guardado para celebrar
mi exposición, pero nos la beberemos esta noche. Llamaré a Liza y haremos una
pequeña fiesta entre los cuatro.
Aimee se llevó una mano al pecho, sin poder asumir aún el súbito giro de los
acontecimientos. Sin dejar de reír, miró a Peter. Su rostro denotaba una profunda
tristeza, como si fuera un niño que acabara de descubrir que los reyes magos no
existían. Había sospechado varias veces que su amante veía como una amenaza la
posibilidad de que triunfara como artista. E interpretó su actitud como una
confirmación de tal sospecha.
—Gallagher, ve a traer las copas. Yo regresaré dentro de unos minutos, con el
champán y con Liza.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Espera, Jacques —dijo Aimee, deteniéndolo en la puerta—. ¿Te importaría


mucho que lo celebráramos en otra ocasión?
—Pero…
—Por favor, Jacques. Habíamos hecho planes para pasar una velada tranquila,
solos. Hasta hemos pedido una pizza.
Jacques elevó los ojos al cielo y murmuró algo en francés.
—Como desees. Pero aunque viviera cien años no creo que llegara a
comprenderte.
Cuando se marchó, Peter se dirigió a Aimee y dijo:
—No era necesario que lo hicieras. Tienes razones para celebrarlo. Estoy seguro
de que cosecharás un rotundo éxito.
—Eso espero, pero prefiero no adelantarme a los acontecimientos.
Aimee deseaba que la abrazara, que dijera que estaba orgulloso de ella, que la
amaba, que quería que tuviera éxito.
Pero en lugar de eso caminó hacia el balcón y miró hacia la oscura calle.
Cuando se dio la vuelta parecía más distante que nunca. Todas sus esperanzas se
derrumbaron. Era como si la magia de aquel día en la playa no hubiera existido
nunca.
La pizza llegó diez minutos más tarde. Rompió el silencio, pero no la invisible
pared que Peter había levantado entre ellos.
Lo observó con inquietud. Él tomó una porción de pizza y apartó las anchoas.
Pero no llegó a llevársela a la boca.
—Esto no está bien, Aimee. Me siento un completo idiota al obligarte a comer
pizza esta noche. Gastón tenía razón. Deberías estar celebrándolo, y la pizza no es la
mejor manera de hacerlo. Sé que es tarde, pero aún podría reservar una mesa en un
buen restaurante. ¿Qué te parece?
Aimee también apartó su porción, frustrada.
—Gracias, pero no tengo hambre. De hecho, estoy algo cansada. ¿Te importa si
me marcho a la cama? Te llamaré mañana por la mañana.
Peter la miró sorprendido y decepcionado. Había pensado que pasaría la noche
con ella.
—De acuerdo, si es lo que deseas.
—Sí.
Se levantó, y ella lo acompañó a la puerta. Cuando la abrazó para darle un beso
de despedida, Aimee pudo sentir toda la fuerza de su pasión.
Pero no fue capaz de responder. En el fondo de su corazón sabía que ya no
podría entregarse a él sin recibir a cambio su amor.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Peter la abrazó durante unos segundos más, como si hubiera notado el cambio
que se había producido en ella. La besó una vez más y dio un paso atrás.
—Te llamaré mañana por la mañana.
Segundos después, se había marchado.

Cuando salió del estudio a la mañana siguiente estaba agotada, pero su


optimismo había renacido una vez más. Su cambio de humor se debía en buena parte
a la llamada que había recibido. Peter se había disculpado por su comportamiento de
la noche anterior y le había enviado un ramo de rosas. Desayunó con rapidez, se
duchó y se vistió.
Pensó que podía aprovechar la mañana para pintar el piso que había quedado
vacío, de modo que tomó el nuevo rodillo que le había enviado su padre y un bote de
pintura azul y se puso manos a la obra. Hacia las dos casi había terminado de dar la
primera capa. Subida en la escalera, se quitó la mascarilla. Estaba sudando y cubierta
de pintura. En la mano derecha tenía aún los rasguños que se había hecho la semana
anterior al intentar arreglar una pared.
—Parece que te vendría bien un descanso —dijo Liza—. Acabo de preparar un
té helado. ¿Por qué no bajas a la tienda y descansas un poco?
Aimee echó el cuello hacia atrás y miró su ropa. No necesitaba un espejo para
saber que tenía un aspecto desastroso.
—¿Con esta pinta? Asustaría a los clientes.
—Me temo que no hay nadie a quien asustar. Lo siento —dijo, como si temiera
que aquella información fuera a entristecerla—. No ha entrado nadie en toda la
mañana.
Aimee se encogió de hombros. Con un poco de suerte, después de la exposición
contaría con un marchante que vendiera sus cuadros. Y si no lo conseguía, siempre
podía vender alguna obra a través de Sterling. No sacaría mucho dinero, pero al
menos tendría suficiente para seguir tirando.
—Es muy pronto, no te preocupes. Ya vendrán.
—Probablemente tienes razón —dijo Liza, tranquilizándose un poco—. Pero
mientras tanto podías bajar y descansar un rato.
En aquel momento apareció Peter. Caminó hacia el aparato de aire
acondicionado que se encontraba junto a la ventana y le dio una patada. De
inmediato, comenzó a funcionar.
—Lo que necesita es un buen examen mental. Maldita sea, Aimee, este lugar es
como un horno. ¿No sabes que es muy peligroso inhalar los efluvios de la pintura sin
ventilación?
—Hola, Peter, yo también me alegro de verte —dijo ella, sonriendo.
—Si no querías contratar a nadie para pintar, ¿por qué no me pediste ayuda?
Aimee tuvo que hacer un esfuerzo para no reír.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Peter, sé que lo dices sinceramente, pero ambos sabemos que no sueles estar a
mano cuando se trata de hacer reparaciones.
—Admítelo, Gallagher, ni siquiera podrías cambiar una bombilla —bromeó
Liza.
Peter miró a la rubia.
—Habría contratado a alguien para que lo hiciera en su lugar.
—Por supuesto, no lo he dudado nunca —comentó Liza con ironía.
Peter hizo caso omiso y se dirigió a Aimee, que aún se encontraba en la escalera,
con el ceño fruncido. Las cosas no estaban saliendo como había planeado.
—Liza, ¿te importaría perdonarnos unos minutos? —pregunto él entre
dientes—. Me gustaría hablar a solas con Aimee.
—Bueno, pero…
Las dos mujeres intercambiaron una mirada. Finalmente, Liza se rindió y dijo:
—De todas formas tengo que volver a la tienda. Llámame si necesitas algo —
añadió, dirigiéndose a Aimee.
Liza se marchó, no sin antes mirarlo de malas maneras.
—Antes de que abras la boca, lo siento —declaró él, alzando las manos—.
Siempre hablo sin pensar. Sé que la simple idea de sugerir que puedo ayudarte te
molesta.
—Eso no es cierto.
Peter suspiró. Definitivamente, las cosas no estaban saliendo como había
planeado. Después de una noche en vela, había imaginado un escenario perfecto
para convencerla de que se casara con él. Pero en aquel instante tenía perdida la
partida de antemano.
—Tienes razón. Perdóname otra vez. ¿Qué te parece si me haces un favor y
bajas de esa escalera? Resultaría más fácil hablar contigo.
Cuando por fin bajó, descubrió que estaba nervioso. No sabía cómo decírselo.
Aquella mañana todo había sido más sencillo; se había limitado a pedir a Doris que
reservara un billete de avión para que Aimee lo acompañara a Chicago. Tenía una
suite en el hotel Ritz Carlton durante todo el fin de semana, y hasta había reservado
mesa en el mejor restaurante de la ciudad. Podía solventar con rapidez los asuntos
que debía tratar con Hendrickson y pasar después un romántico fin de semana con
su amante. Deseaba pasar cierto tiempo a solas con ella.
—¿Querías hablar conmigo sobre alguna cuestión en particular?
Peter pensó que todo aquello era ridículo. Se sentía perfectamente idiota.
—Quería invitarte a pasar el fin de semana en Chicago.
—¿Qué fin de semana?
—Este fin de semana. Nos marcharíamos mañana por la mañana.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—¿Mañana?
—Sí. Tengo una cita de negocios que me mantendrá ocupado durante una hora
o algo así, pero después estaré libre. Recuerdo que en cierta ocasión comentaste que
te encantaría visitar el Museo de Arte de Chicago.
—Lo siento, Peter, pero no puedo ir mañana.
—Ya he reservado mesa para cenar y… ¿No puedes ir?
—No, no puedo. El lunes llega un nuevo inquilino y tengo que terminar de
pintar antes de que llegue.
Peter estaba asombrado. No había considerado la posibilidad de una negativa.
—¿Qué hay de Jacques y de Liza? ¿No pueden terminarlo por ti?
—No podría pedirles algo así.
—¿Por qué no? —preguntó, irritado—. No parecen tener problema alguno en
pedirte favores a ti.
—No se me ocurriría nunca aprovecharme de ese modo de nuestra amistad —
espetó, enfadada—. El edificio es mi responsabilidad. No suya, ni tuya.
Estaba perdiéndola. Podía sentirlo en el fondo de su corazón. Aquello sólo
sirvió para irritarlo aún más.
—Tengo la impresión de que tus amigos y tu edificio son mucho más
importantes que yo.
—Eso no es cierto.
—¿No? Eso explicaría por qué te niegas a desprenderte de esta monstruosidad.
—Es mi monstruosidad.
—Es un desastre. Te he ofrecido mil veces la posibilidad de comprártelo. Pero si
no quieres venderlo, al menos podrías alquilármelo o traspasármelo. Yo lo arreglaría
y lo dejaría en buen estado, algo que tú no puedes hacer.
Aimee se acercó a él, hasta quedarse a escasos centímetros.
—Puede que no sea un edificio maravilloso, pero es mi casa y me gusta. Para tu
información, las cosas me están saliendo bien. Y mejorarán. He vendido unos cuantos
cuadros y voy a exponer mi obra en la exposición de Kay Sloane, el mes que viene.
En poco tiempo conseguiré el dinero suficiente como para contratar a alguien que
arregle el edificio.
—Maldita sea, puedo hacerlo yo. Hasta te he pedido que te cases conmigo —le
recordó—. Si tuvieras un poco de sentido común, aceptarías. Al menos, siendo mi
mujer no tendrías que matarte para arreglar este lugar. Y no tendrías que rebajarte
participando en una exposición para aficionados.
—Gracias, pero no. No necesito tu ayuda.
—¿De verdad?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Estaba demasiado concentrado en su propio dolor como para darse cuenta del
alcance del enfado de Aimee. Miró la habitación, sin terminar de pintar; los balcones
estaban destrozados y las paredes en un estado lamentable.
—No parece que estés haciendo un trabajo tan maravilloso —continuó.
—Te equivocas —dijo, sin dejar que la intimidara.
—No creo que las cosas te vayan tan bien. ¿Crees que merece la pena vender tu
obra a bajo precio en la tienda de Sterling, para poder arreglar el edificio?
—¿Cómo sabes lo de Sterling?
—¿Cómo crees que lo sé? ¡Porque soy quien ha estado comprando tus cuadros!
—¿Por qué? —preguntó, furiosa.
—Porque era la única forma que tenía de ayudarte.
—¿Estás seguro, Peter? ¿Estás seguro de que no lo has hecho porque piensas
que mi trabajo no es tan bueno como para que lo compre alguien? —preguntó con
voz rota—. ¿O es que crees que no estoy a la altura como persona?
—Aimee, eso no es cierto. Sólo pretendía ayudar. Sabía que necesitabas el
dinero.
—Sólo necesito que confíes en mí, y que me ames. Pero ya veo que es mucho
pedir.
—Aimee, por favor. Nunca he deseado a nadie tanto como te deseo a ti —dijo,
antes de besarla.
—Sé que me deseas, Peter. Pero ya no es suficiente para mí. Necesito algo más.
Más de lo que puedes darme.
—¿Qué estás diciendo?
—Que nuestra relación ha terminado. Siempre dijimos que duraría lo que
quisiéramos. Pues bien, ya no quiero continuar.
—Así que estabas enamorada de mí, ¿verdad? Supongo que a fin de cuentas
tenía razón. Si nos hubiéramos casado no habríamos estado juntos demasiado
tiempo. Ni siquiera hemos podido mantener una simple aventura.
Aimee hizo caso omiso de la amargura que había en su voz.
—Tal vez habríamos podido estar más tiempo juntos si no me hubiera
enamorado de ti. No podemos cambiar lo que somos, ni lo que sentimos. Me deseas,
pero no me amas. Y yo necesito a alguien que pueda darme las dos cosas.
Necesitaba el compromiso emocional que Peter era incapaz de darle.
—Tienes razón —respondió él, con expresión más suave—. Mereces lo mejor,
Aimee. Sólo me gustaría ser la persona que te lo diera.
—Y a mí —susurró.
Unos instantes después Peter se marchaba de la casa. Y con ello, también
desaparecía de su vida.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Diez
Peter despertó sobresaltado. Se sentó, apartó las sábanas y se pasó las manos
por el pelo. Estaba empapado de sudor.
Respiró profundamente para tranquilizarse y esperó a que desaparecieran los
últimos retazos de la pesadilla. Estaba haciéndose más frecuente, demasiado
frecuente. El final de su relación con Aimee lo había afectado de forma negativa.
Había pasado casi un mes de pesadillas continuas, desde que ella se había marchado
de su vida.
De alguna manera se las había arreglado para sobrevivir a las primeras
semanas. Había estado viajando todo el tiempo. No le resultó muy difícil. Durante
los meses que había pasado junto a Aimee evitaba salir de Nueva Orleans para estar
a su lado, y ahora aprovechaba los asuntos de negocios para no pensar en ella.
Había pasado tanto tiempo con Aimee que había dejado a un lado la faceta de
su negocio que más le agradaba, la de adquirir y descubrir nuevos talentos. Por
desgracia, las cosas también habían cambiado en aquel aspecto. De hecho se
preguntaba cómo había sido capaz de pasar tanto tiempo trabajando, asistiendo a
subastas o persiguiendo alguna obra valiosa a cambio de una satisfacción mínima. Ni
siquiera estaba contento por haber conseguido que Hendrickson firmase, a pesar de
que se trataba de un magnífico artista que le haría ganar una fortuna.
Ya no sacaba placer alguno del arte. Pero al menos los viajes le servían para
estar lejos de Nueva Orleans y evitar la posibilidad de encontrarse con ella, aunque
no pudiera apartarla de su mente.
En realidad no había dejado de pensar en Aimee ni un sólo segundo durante el
tiempo transcurrido. Pensó en ella mientras paseaba por el Museo de Arte de
Chicago, y cuando cenó a solas en el hotel. Pensó en ella cuando viajó a París para
visitar el Louvre. Pensaba en ella todo el tiempo porque la echaba de menos. Y no
sólo echaba de menos sus momentos de pasión. También añoraba sus charlas y su
risa. Hasta lamentaba no poder hablar sobre el edificio y sobre sus inquilinos. La
echaba de menos mucho más de lo que habría creído posible.
Pero en aquella ocasión el hecho de que hubiera pasado una noche terrible se
debía a algo distinto. Al llegar a Nueva Orleans había descubierto una invitación
para asistir a la exposición de Aimee.
Apoyó los pies en el suelo y volvió a pasarse las manos por la cabeza. Había
estudiado psicología en la universidad, y sabía perfectamente que su pesadilla era un
símbolo de su separación.
Pero no la culpaba. Ni siquiera le importaba haber perdido con ello cualquier
oportunidad de recuperar el edificio. Ni siquiera estaba seguro de lo que esperaba
ganar consiguiendo que se lo vendiera. Tal vez lo quería por su padre, por cumplir la
promesa, por redimirse ante él, aunque estuviera muerto.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Lo único que lamentaba era haber hecho daño a Aimee. No había sido su
intención, y desde luego, no lo merecía. De hecho, había aceptado su separación para
no herirla aún más.
Miró el reloj de la mesita de noche. Eran las ocho y media. Cuando regresó la
mañana anterior se pasó por la galería para recoger las cartas y los mensajes. Al
parecer se había quedado dormido en cuanto llegó a su casa. Y había estado
durmiendo durante casi diez horas.
Se estiró para desentumecerse antes de asomarse a la ventana. Era de noche, y
el cielo estaba oscuro, ligeramente encapotado. Las nubes ocultaban la luna.
Miró de nuevo el reloj y tomó la invitación, que leyó de nuevo, pasando un
dedo por encima.
Cabía la posibilidad de que Aimee no supiera que él había recibido una
invitación. No en vano era un marchante muy importante en Nueva Orleans, y no
podían permitirse el lujo de olvidarse de él.
Pero tal vez se tratase de una invitación personal. Tal vez también ella lo había
echado de menos. Su pulso se aceleró al pensarlo. Sin embargo, calculó que era más
probable que no le importara su asistencia, o incluso que prefiriera que no se
presentara.
Llevado por su sentimiento de culpabilidad justificaba el comportamiento de
Aimee hasta el punto de creer que había hecho bien al expulsarlo de su vida. Caminó
hacia el cuarto de baño y abrió la ducha antes de meterse bajo el agua.
Aimee merecía a alguien mejor que él. Merecía un hombre que la amase. El no
era capaz de sentir tal emoción. Probablemente sólo había coincidido con Leslie en
aquel punto, al margen del deseo que ella sentía de convertirse en una estrella. Algo
en lo que Aimee no había cedido jamás.
Mientras se duchaba volvió a repetirse mentalmente las razones por las que
debía permanecer alejado de ella. Sin embargo, sabía que iba a asistir a la exposición
de todas formas. Aunque sólo fuera para descubrir que lo odiaba.
Veinte minutos después entraba en el hotel donde tenía lugar el acontecimiento.
Pensó que era un idiota por haber cedido a la tentación de presentarse.
Probablemente sólo conseguiría que lo odiara aún más. Era su primer triunfo
profesional, y él, la última persona con quien querría compartirlo. Por otra parte,
nunca creería que le deseaba el éxito, como no creería que en realidad admiraba su
talento.
—¿Puedo ver su invitación, señor? —preguntó el portero.
Peter se sacó la tarjeta del bolsillo del esmoquin y se la dio al joven. Al entrar
miró a su alrededor. Kay Sloane había reunido a un buen número de marchantes
importantes, entre los que se contaban varios de sus clientes. Caminó entre la
multitud, buscando a Aimee.
—Peter, no pensaba verte esta noche —dijo la señora Amstrong, una de sus
clientes más ricas, mientras se acercaba—. Estuve en Gallagher la semana pasada y
me dijeron que estabas de viaje.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Así era, pero he regresado esta mañana.


—Bueno, me alegro mucho de que hayas vuelto. Quiero pedirte tu opinión
sobre un cuadro que intento comprar. Es una pintura abstracta, de una artista nueva.
¿Te importaría acompañarme?
Peter dudó, preguntándose si no se trataría de un cuadro de Aimee. Hasta
aquel instante no se había dado cuenta del poder que tenía. Una sola palabra suya
bastaba para encumbrar o hundir a un artista.
—¿A ti te gusta, Phoebe? —preguntó al fin.
La señora Amstrong lo miró, extrañada.
—Sí, claro que sí.
—Entonces no necesitas mi opinión. Siempre has tenido un gusto excelente. Si
te gusta, cómpralo.
—¿De verdad?
—Por supuesto.
Se despidió de ella y se marchó.
Sorprendido con su comportamiento, sonrió. Ocho meses atrás, el hombre de
negocios que llevaba en su interior habría impedido que hiciera algo parecido.
Habría paseado por la exposición, estudiando los cuadros, determinando quién valía
y quién no. Y después habría conseguido que los artistas más interesantes firmaran
con su galería, antes de que terminara la fiesta.
Sin embargo, Aimee había cambiado su existencia. Ya no observaba el arte con
una calculadora en la mano; ahora lo sentía de un modo más profundo.
—¿Champán? —preguntó un camarero.
—No, gracias.
Peter avanzó hacia el centró del salón, buscando el tono familiar de su cabello.
Empezaba a creer que había llegado demasiado tarde cuando de repente la vio junto
a uno de sus cuadros, una explosión de rojos brillantes, plateados y azules.
Llevaba un vestido blanco de encaje que remarcaba su figura, y unos
pendientes que parecían arrojar luz. Entre un mar de ropa de diseño, el atuendo
sencillo de Aimee la hacía parecer una piedra preciosa en mitad de un universo de
joyas falsas. Liza la abrazaba, seguramente felicitándola por su éxito. Entonces
observó que Jacques se acercaba y le daba dos besos en las mejillas. Frunció el ceño.
Cuando el francés también la abrazó vio que su cuadro tenía la pegatina que ponían
a las obras vendidas.
Lo había conseguido. Sus sueños y sus miedos se habían hecho realidad. De
repente supo que durante los meses transcurridos no había dejado de repetirse que
sólo le interesaba el edificio, cuando en realidad era ella el único objeto de sus
sueños.
No temía su éxito, sino que lo abandonara al conseguirlo. Había comenzado su
camino hacia la gloria. Peter pensó que su pérdida era definitiva y sintió que algo

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

moría en su interior. En el fondo siempre había sabido que aquello no iba a durar
demasiado. Tal vez por ello se había negado al principio a admitir su talento, aunque
estuviera convencido de su capacidad. Había comprado los cuadros a Sterling para
ayudarla, pero sobre todo para no perderla. Sin embargo, aquello no le había servido
de nada.
Decidió que había cometido un error al presentarse en la exposición. Tenía que
salir de allí de inmediato, antes de ponerse en ridículo rogándole que le diera otra
oportunidad.
Debía olvidarla. Confuso, dio media vuelta para marcharse.
En aquel mismo instante Aimee estaba pensando que Peter no asistiría. Miró
hacia la entrada mientras saludaba a la pareja que había comprado uno de sus
cuadros. Había pasado toda la noche sonriendo, aunque su humor distaba mucho de
ser alegre. Se suponía que aquélla era la noche más feliz de toda su vida, pero sólo
deseaba regresar a su casa, meterse en la cama y llorar.
Y todo por Peter Gallagher.
—Donald y yo nos enamoramos de los colores en cuanto lo vimos —explicó la
nueva dueña del cuadro.
—Gracias —acertó a decir, educadamente.
—Y en cuanto a la composición…
Un sexto sentido la empujó a mirar hacia otra parte. Y su corazón se aceleró de
inmediato. Acababa de descubrir a Peter.
—Lo siento, ¿podrían perdonarme unos minutos?
Sin esperar respuesta se alejó de sus clientes y corrió hacia su amado.
—¡Peter, Peter, espera!
Peter giró en redondo al escuchar su voz. Sus profundos ojos azules se
iluminaron. Parecía contenta de verlo, tan contenta como él. Desafortunadamente, no
estaba acostumbrado a mostrar sus sentimientos.
Cuando llegó a su altura, Aimee tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojarse a
sus brazos. Observó su rostro, como para adivinar lo que sentía.
—¿Acabas de llegar?
—Hace unos minutos. Estaba a punto de marcharme.
—¿Ibas a marcharte sin hablar conmigo? ¿Sin desearme siquiera buena suerte?
—No creo que necesites suerte —contestó, mientras besaba su mano—.
Felicidades, Aimee.
—Gracias —contestó, emocionada—. Esperaba que vinieras esta noche, Peter.
Me dije que si lo hacías sería un signo.
—¿Me enviaste tú la invitación? —preguntó sorprendido.
—Sí.

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—Me alegro. Pero, ¿por qué lo hiciste? Estaba seguro de que no querrías volver
a verme.
—Porque ésta es la noche más importante de toda mi carrera y quería compartir
mi éxito o mi fracaso contigo.
Algo profundo y poderoso brilló en los ojos de Peter. Apretó sus dedos y dijo:
—Aimee, yo…
—Vaya, estás aquí —dijo Jacques, acercándose con Liza—. Gallagher…
—Gastón…
—Hay un caballero de una galería de Nueva York que quiere hablar contigo —
comentó el francés.
—No me sorprendería que te ofreciera un contrato —añadió Liza.
Aimee se ruborizó. Sus amigos intentaban utilizar su éxito para molestar a
Peter. Pero no pareció incomodarse.
—Si hubiera sido un buen hombre de negocios habría conseguido que firmara
para Gallagher hace mucho tiempo —sonrió.
Liza le devolvió la sonrisa, pero de forma sarcástica.
—A juzgar por lo sucedido esta noche, diría que has sido un idiota al dejarla
escapar.
—Estoy de acuerdo contigo. Perder a Aimee ha sido uno de los peores errores
que he cometido en toda mi vida.
—Vamos, Aimee, tienes que volver —dijo Liza, tomándola del brazo—.
¿Aimee?
Aimee no se movió.
—Yo diría que nuestra amiga prefiere quedarse donde está —comentó Jacques,
tomando la mano de Liza.
—Pero, ¿qué hay del galerista de Nueva York? —protestó la rubia.
—Creo que tendrán que conocerse en otra ocasión. Vamos, Liza, puedes
coquetear un poco con él para ayudar a Aimee.
—Yo no coqueteo —le dijo, molesta.
—Claro que sí. No haces otra cosa que coquetear cuando sirve a tus propósitos.
Es algo que me gustaría discutir contigo.
—No tengo nada que hablar contigo.
—Tal vez no, pero yo sí —replicó.
Cuando se marcharon, Aimee comentó:
—No sé qué les ha sucedido. Han estado actuando de forma extraña
últimamente. Siento que hayan sido tan groseros contigo, Peter. Supongo que
intentan defenderme. He pasado unas semanas muy malas.

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—Yo también.
—Te agradezco que hayas venido esta noche.
—Intenté no hacerlo, pero no pude. Pedí a Doris que organizara todo tipo de
citas de trabajo, para evitar estar en Nueva Orleans, cerca de ti. Pero en cuanto
regresé y vi la invitación vine de inmediato. Tenía que verte.
—Me alegro más de lo que puedas creer.
Peter apretó su mano y la atrajo hacia sí.
—Sé que me he comportado como un egoísta. Supongo que tendrás planes para
ir a celebrarlo con tus amigos, pero… ¿dejarás al menos que te acompañe a casa?
Aimee lo miró y su corazón se detuvo. Nunca lo había visto tan triste e
inseguro. Su vulnerabilidad la emocionó. Nunca había podido negarle nada, y
aquella noche no era distinta.
—Creo que Jacques y Liza lo comprenderán. La fiesta terminará dentro de unos
minutos. Tal vez quieran continuar sin mí.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Se dirigieron a la salida sin prestar atención a las miradas de sorpresa. Bajaron
por las escaleras, por no esperar al ascensor. Riendo, entrelazaron las manos y
salieron del hotel.
Comenzaron a caminar calle abajo hacia el barrio francés. Un trueno sonó en la
distancia, y segundos después un rayo iluminó la avenida. Había empezado a llover.
Aimee echó la cabeza hacia atrás y rió. No le importaba tener empapado el
cabello, ni que su precioso vestido se estropeara. Ni siquiera le importaba que se
mancharan los antiguos zapatos plateados que había encontrado entre el montón de
cosas de su tía Tessie. Siguió corriendo calle abajo, agarrada a la mano de Peter.
Cuando llegaron al edificio, Aimee apenas podía respirar, y estaba mojada de
los pies a la cabeza.
—¿Dónde tienes las llaves? —preguntó él.
—Está abierto.
Entraron en el recibidor del edifico y Peter cerró la puerta a sus espaldas.
—Estás calada hasta los huesos —comentó Peter.
—Tú también —le informó, riendo.
El sonido de su risa fue como una melodía celestial para Peter. La había echado
mucho de menos durante el último mes. Emocionado, cerró los ojos.
Aimee tiró de su pajarita, y Peter abrió los ojos a tiempo para ver cómo caía al
suelo.
—Creo que vas a necesitar un nuevo lazo. Y hasta tal vez un nuevo esmoquin.
—No me importa.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Aimee rió y se apoyó en la barandilla.


—Cuando gane mi primer millón pondré un ascensor.
Cuando comenzó a por subir la escalera la sonrisa de Peter desapareció. Su
vestido mojado marcaba cada una de las líneas de su cuerpo, desde sus piernas hasta
su cintura, pasando por sus senos. Contuvo la respiración, excitado.
—¿Peter?
Peter escuchó su voz, el sonido de la lluvia que golpeaba la puerta, el viento
que soplaba entre las grietas del edificio. Pero ninguna tormenta se podía comparar
con las emociones que hervían en su interior. En aquel instante todo el deseo que
había acumulado durante un largo mes estaba a punto de estallar.
—¿Te ocurre algo, Peter?
La abrazó y respiró el olor a lluvia de su piel, mezclado con el aroma de rosas
que siempre la acompañaba.
Una gota de agua se deslizó por la mejilla de Aimee. Peter la capturó con un
dedo y se la llevó a los labios. Después, incapaz de resistirse, se inclinó y la besó con
suavidad, a pesar de la pasión que lo arrebataba.
Aimee pasó los brazos alrededor de su cuello.
—Ah, Aimee. Te he echado tanto de menos…
Sus fantasmales ojos azules se llenaron de emoción.
—Yo también a ti —susurró, besándolo a su vez.
Después de haber pasado varias semanas lejos de su amante se sentía como si
hubiera estado a la intemperie mucho tiempo y finalmente hubiera alcanzado el cielo
prometido. Acarició sus senos y notó que cada vez estaba más excitado.
Aimee se apretó a él y abrió la boca. Peter gimió. Cuando notó su feminidad
contra su sexo supo que su deseo era comparable al que él sentía. Y supo que quería
satisfacerla.
Aimee gimió casi a modo de protesta cuando bajó la mano y la introdujo entre
sus muslos. Peter la besaba mientras tanto en el cuello, sin dejar de acariciar sus
senos con la otra mano. Entonces levantó la falda de su vestido y avanzó hacia el
interior de su cuerpo.
Las sensaciones que recorrían el cuerpo de Aimee eran absolutamente
deliciosas, pero no suficientes. No podía hacer el amor con él si no estaba
enamorado.
—No, Peter —dijo, liberándose—. No puedo. No quiero hacerlo.
Peter se quedó helado. Sintió pánico. Tenía que desearlo, necesitaba que lo
deseara. La miró con intensidad, tomó su mano y se la llevó al pecho.
—Estás mintiendo, Aimee. Me deseas tanto como yo a ti. Es algo que siempre
hemos sabido. Siéntelo. Siente cómo late mi corazón. Te deseo. Te necesito.
—No es suficiente, Peter. El deseo no es suficiente para mí.

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Peter estaba aterrorizado. No quería perderla. Significaba demasiado para él.


—Una vez dijiste que me amabas. Lo que siento por ti es lo más cercano al amor
que puedo sentir. Es todo lo que puedo darte —declaró con voz quebrada—. Te
deseo, Aimee. Sé que he sido injusto, pero necesito que me desees.
Aimee no dijo nada.
—Dime que no he destruido lo que sentías por mí —continuó—. Dímelo,
necesito oírlo. Necesito que me digas que me amas.
—Te amo, Peter, siempre te he amado.
La abrazó. Y esta vez pudo sentir claramente su deseo. Aimee se dio cuenta de
que la amaba, aunque no lo supiera. Y al descubrirlo, su alegría incrementó aún más
la excitación que la dominaba.
Cuando por segunda vez notó su mano entre las piernas, no protestó. Se aferró
a sus hombros y aceptó encantada sus caricias.
—Peter —dijo, sintiendo oleadas de placer.
—Prométeme que no volverás a decirme que no, Aimee. Prométemelo.
—Te lo prometo.
Su suave contacto consiguió que poco a poco ascendiera a cotas maravillosas de
placer. Al sentir su contracción, Peter la besó de nuevo y acalló sus gemidos mientras
se dejaba llevar por el resto de la tormenta.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Capítulo Once
Peter la abrazó durante un buen rato, mientras los últimos temblores recorrían
el cuerpo de Aimee. La deseaba de forma desesperada, pero se contentaba con la
satisfacción de su placer.
—Ma chére, si esperas un momento sacaré mis llaves.
Al escuchar la voz de Jacques en el exterior del edificio, Peter la tomó en brazos
y comenzó a subir las escaleras.
—Peter, no puedes llevarme en brazos. Los escalones son demasiado
empinados.
Peter la silenció con un beso. Consiguió llegar al piso superior y se detuvo
frente a la puerta de su casa.
—¿Está cerrada?
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Por una vez, me alegro —añadió.
—Y yo.
Entraron en la casa, y en cuanto lo hicieron Aimee empezó a desabrocharle la
camisa. Peter tuvo que hacer un esfuerzo para no tumbarla en el suelo y tomarla allí
mismo.
—Te deseo, más de lo que haya deseado a nadie en toda mi vida. Pero si aún no
es suficiente, si quieres que me marche, lo haré.
—Peter, yo…
—Espera, deja que termine. Si me quedo, será para no marcharme. Esta vez
quiero algo más que una aventura. Quiero que te cases conmigo. Sé que tenemos que
hablar de muchas cosas, pero si estás dispuesta a hacerlo yo también lo estoy —
comentó, esperando una respuesta—. ¿Y bien? ¿Me marcho o me quedo?
Aimee lo atrajo hacia sí como única respuesta.
Pensó que seguía siendo tan obstinado como siempre, pero le ofreció todo lo
que tenía, todo lo que era, sabiendo que él le daría a cambio todo su ser. Estaba
enamorado de ella aunque no lo supiera.
Mientras la llevaba al dormitorio pensó que aún no había dicho las palabras
mágicas. Hasta era posible que no lo hiciera nunca, pero a su modo le había
declarado su amor.
Sus fuertes y seguros dedos temblaron cuando comenzó a desabrochar los
botones plateados de su vestido. Cuando terminó de hacerlo, dejó que cayera a sus
pies.
—Ah, Aimee, eres tan bonita…

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Acarició sus senos con delicadeza, y cuando besó sus pezones la sonrisa de
Aimee desapareció. Cubrió de besos todo su cuerpo, le quitó las braguitas y hundió
los dedos entre sus piernas. Aimee gimió y se agarró a él, temiendo que las piernas
no pudieran sostenerla.
Un rayo iluminó la habitación. Cuando sintió las primeras acometidas de placer
no supo a ciencia cierta si el ruido que había oído procedía del exterior del edificio o
de su dormitorio. Peter continuó besándola, acariciándola, mordiéndola con
delicadeza hasta que creyó que iba a volverse loca. Una y otra vez la llevó hasta las
cimas más altas del placer. Y cuando ya no podía aguantarlo por más tiempo, Aimee
se deshizo en el calor de la tormenta.
Estremecida, le rogó que se detuviera.
—Por favor, para —suplicó—. Hazme el amor, Peter. Deja que te haga el amor.
La lluvia golpeaba las ventanas como si quisiera entrar. Peter se quitó la
chaqueta y la camisa con un solo movimiento, y el resto de su ropa corrió idéntica
suerte en cuestión de segundos.
Cuando se unió a ella en la cama, Aimee cerró la mano alrededor de su sexo.
Peter contuvo la respiración y cerró los ojos.
Aimee estaba encantada de saber que lo afectaba de un modo tan profundo. Lo
guió hacia el interior de su cuerpo. Estaban tan cerca que apenas podía distinguir los
latidos que escuchaba. Cuando lo sintió en su interior se estremeció y esperó un
momento, como si su cuerpo estuviera ajustándose a la nueva situación. Luego,
lentamente, Peter comenzó a moverse, llenándola por completo, saliendo de ella para
volver a entrar otra vez y repitiendo el maravilloso tormento sensual que había
provocado poco antes con su lengua.
—No puedo darte el cuento de hadas que deseas, Aimee. Pero te prometo que
te entregaré todo lo que hay en mí, todo lo que puedo dar.
—Entonces, dámelo —dijo ella, arqueándose.
Los ojos de Peter brillaron. La tormenta rugía en el exterior, desatando su
propia tormenta interna. Hasta que al cabo de un rato llamó a Aimee por su nombre
y ella acompañó su éxtasis, casi al unísono.

Peter abrió los ojos al sentir el sol que entraba por la ventana, calentando sus
mejillas. Se estiró. Era la primera noche que conseguía dormir en meses, aunque en
realidad no había dormido mucho. Habían estado haciendo el amor una y otra vez
hasta que en algún momento se quedó dormido, pacíficamente, sin más pesadillas.
Estiró el brazo en busca de su compañera, pero Aimee no estaba. El despertar
en su cama le proporcionaba una alegría inmensa. Tal vez no pudiera darle el amor
que esperaba, pero estaba decidido a mantener su promesa de entregarle todo lo que
llevaba en su interior.
Sintió una punzada en el estómago y se levantó para buscarla.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

El sonido de la ducha lo guió. Entró en el cuarto de baño y durante unos


segundos considero la posibilidad de ducharse con ella. Pero su estómago se quejó
por segunda vez, de modo que se dirigió a la cocina.
Tomó una taza de café, y estaba regresando al dormitorio cuando pasó ante el
estudio. La puerta estaba abierta. Peter permaneció en el umbral, sintiendo las viejas
secuelas de un fracaso. Había prometido a su padre que aquella misma habitación se
convertiría en su estudio. No resultaba extraño que de repente todo su mundo se
viniera abajo. Aquel cuarto era todo un símbolo.
Entró en el estudio y sintió que aquella habitación, como el resto del edificio,
era ahora de Aimee. Su sensación de fracaso desapareció, como había desaparecido
su ridícula pretensión de recuperar el edificio.
Más relajado, sintió curiosidad por descubrir la obra en la que Aimee trabajaba
tan apasionadamente. Estaba impresionado por la energía que había conseguido
imbuir a su trabajo. Era muy buena. Tomó un trago de café y avanzó mientras
observaba los cuadros con creciente excitación.
Al volverse observó que había un caballete en mitad de la habitación. El cuadro
estaba tapado parcialmente con un trozo de sábana. No obstante, adivinaba lo
suficiente como para saber que se trataba de un retrato. Se acercó y apartó el paño.
Lo que descubrió lo sorprendió tanto que se quedó sin respiración. Su propio
rostro lo contemplaba desde el lienzo. Ciertamente no era el primer retrato que le
hacían. Su propio padre lo había dibujado cuando era niño, y Leslie lo había pintado
poco después de su boda. Pero aquél era diferente a todos los demás. Los ojos del
hombre que veía estaban llenos de calor, y tenían una vulnerabilidad que él no creía
poseer. Su ex esposa había comentado muchas veces que sus ojos eran fríos, duros,
mecánicos, como los de un robot.
—¿Ese gesto quiere decir que no te gusta? —preguntó Aimee.
Peter levantó la mirada. Aimee estaba en el umbral, cubierta con una toalla
rosa. De su pelo caían gruesas gotas de agua. No se había maquillado, y sus pálidos
ojos azules denotaban incertidumbre. Nunca había visto una mujer tan hermosa.
Entonces supo que la amaba. Había pasado meses repitiéndose que sólo la
deseaba, que sólo pretendía recobrar el edificio. Y en realidad, estaba enamorado.
Aimee se mordió el labio inferior, insegura.
—Por Dios, Peter, di algo. No tengo mucha práctica con los retratos. Si he de
serte sincera, prefiero la libertad de los abstractos —dijo, apretando la toalla
alrededor de su cuerpo—. Pero mis lecciones con Jacques han ido tan bien que creí
que podía intentarlo. Siempre pensé que serías un modelo maravilloso, y…
—Es magnífico, Aimee.
—¿De verdad lo crees?
—Por supuesto —contestó—. ¿Realmente me ves de ese modo?
—¿De qué modo?

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—No me hago ilusiones conmigo mismo. Sé lo que piensan de mí la mayor


parte de las personas, lo que dicen de mí. No soy un hombre fácil; nunca me han
acusado de ser demasiado amable. Sin embargo, me has dado un aspecto casi dulce.
—Eres dulce, Peter Gallagher. Probablemente eres uno de los hombres más
dulces y amables que he conocido en mi vida.
—Si hay dulzura en mi interior, será únicamente por ti. Te amo, Aimee.
Aimee sintió que su corazón se detenía.
—Es cierto —continuó—. No me he dado cuenta hasta hace muy poco tiempo.
Incapaz de hablar, Aimee pasó los brazos alrededor de su cuello y lo besó. El
momento que había estado esperando con tanto anhelo había llegado al fin.
—Te amo —susurró.
Peter se apartó, antes de que pudiera besarlo de nuevo.
—Y yo a ti. Pero hay algo que debo decirte. Una confesión, más bien. Algo que
tiene que ver con el edificio.
Peter le contó todo. El corazón de Aimee latía tan deprisa que temía hacer la
pregunta que no dejaba de repetirse. Pero debía hacerlo.
—¿Me pediste que me casara contigo para obtener el edificio?
—Al principio intenté convencerme de que ésa era la razón, pero nunca tuve la
intención de casarme contigo por algo así. Me había jurado que nunca volvería a
casarme, hasta que de repente me sorprendí pidiéndotelo. Estaba dispuesto a
recompensarte generosamente cuando nos separáramos. Sin embargo, me arrojaste el
anillo de compromiso a la cara, y con él también el acuerdo prematrimonial. En poco
tiempo comprendí que te deseaba a ti, no al edificio. Pero lo que más me confundió
fue tu condición de artista.
—¿Por qué?
—Porque tenía la impresión de que podías utilizarme para lanzar tu carrera. Y
me negué a considerarte desde un punto de vista profesional.
—Es lo que imaginaba.
—Entonces apareció Edmond y comprendí que había cometido un error. No lo
reconocí con facilidad, pero tenía miedo de que tuvieras éxito y me abandonaras.
—¿Tal y como perdiste a Leslie?
—Perder a Leslie fue un duro golpe para mi equilibrio financiero, no para mí.
No estábamos enamorados, ni siquiera nos apreciábamos.
—Te rompió el corazón.
—No, hirió mi orgullo y me obligó a romper una promesa que había hecho a mi
padre. Tú fuiste la que me rompió el corazón —añadió, abrazándola con fuerza—.
Dime que me amas.
—Te amo, Peter, siempre te he amado.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

—Demuéstramelo.

—Odio la idea de tener que alejarme de ti tanto tiempo —declaró Peter horas
más tarde.
—Yo también.
Mordió el trozo de pan con mantequilla que tenía entre las manos.
—¿Estás segura de que no puedes venir conmigo? Podríamos estar fuera un par
de semanas, y pasar una verdadera luna de miel. Te encantaría París, Aimee. Hay
tantas cosas que ver…
—¡Basta! No estás jugando limpio —se quejó.
—Lo sé —admitió.
—Me gustaría mucho ir contigo, pero cometería un error si no capitalizara el
éxito de anoche, por no mencionar que sería injusto con Kay. Se supone que debo
verla mañana por la tarde. Está intentando conseguir financiaciones públicas para los
programas de arte, y espera utilizar el éxito de la exposición de anoche como
muestra. Debo apoyarla en su campaña publicitaria. Espero que lo comprendas.
—Lo comprendo —dijo, inclinándose sobre la mesa mientras continuaba
comiendo—. Pero tenía que pedírtelo de todas formas.
—Y yo me alegro de que lo hayas hecho —sonrió, con ojos brillantes como
esmeraldas—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Casi un mes —contestó.
Detestaba la idea de estar lejos de ella tanto tiempo. Ahora que sabía que estaba
enamorado se preguntó cómo se las había arreglado para sobrevivir sin Aimee
durante las últimas semanas. Cuando estuvieran casados no habría más
separaciones, y compartirían siempre la misma cama.
—La culpa es mía, por haber pedido a Doris que organizara todas esas citas. Si
no fuera demasiado tarde y si no temiera ofender a varios clientes cancelaría el viaje
hasta que pudieras venir conmigo.
—Si te hace sentir mejor, te diré que en todo caso no tendríamos mucho tiempo.
Kay me dijo anoche que los medios de comunicación le han pedido que conceda unas
cuantas entrevistas, y ha pensado que podrían participar algunos de los artistas de la
exposición conjunta de anoche. Además, Jacques expone de nuevo la semana que
viene, y por si fuera poco tengo que cuidar de la tienda y terminar de pintar.
—Bueno, espero que no estés tan ocupada como para no poder hacer planes
para la boda.
—Creo que me las arreglaré —sonrió abiertamente.
—Será mejor que lo hagas —bromeó—. Pero por si acaso lo olvidas, te llamaré
para recordártelo.
Entonces se levantó y la instó a levantarse.

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

Aimee rió y pasó los brazos alrededor de su cuello.


—Te amo, Peter Gallagher.
—Y yo te amo a ti, Aimee Lawrence. No pienso esperar para hacerte mi esposa.
La idea de casarse con ella consiguió que se estremeciera. No había mencionado
nada sobre el acuerdo prematrimonial, y él tampoco estaba dispuesto a hablar sobre
el tema. Estaba lejos de renunciar a ello, pero consideraba que aquél no era el
momento más adecuado para pedirle que lo firmara.
La atrajo hacia sí, y al sentir su cuerpo reaccionó de manera inmediata.
—Si no quieres que celebremos una boda en la iglesia y que asista toda tu
familia, podemos marcharnos ahora mismo y casarnos en la costa. Podríamos
detenernos en el primer hotel que veamos y empezar nuestra luna de miel.
Aimee se movió de forma sensual, excitándolo más aún. Pero se sentía culpable
después de haber pasado toda la noche haciendo el amor con ella. Por mucho que la
deseara, no quería hacerle daño. Sin embargo, empezó a acariciarlo, y contuvo la
respiración al notar su mano entre las piernas.
—¿Sabes una cosa? —preguntó ella, con voz sensual—. Aunque tengamos que
esperar para la boda, no hay razón para no gozar de un adelanto de la luna de miel…

Cuando Peter se despertó a la mañana siguiente en el dormitorio, los primeros


rayos del sol comenzaban a entrar por la ventana del piso de Aimee. Abrió el balcón
y salió al exterior. Era muy temprano, pero el terrible peso de la humedad
comenzaba a notarse. Un peso casi tan insoportable como el de su conciencia; no le
había dicho que aún pretendía que firmara el acuerdo prematrimonial.
—Buenos días.
Aimee se unió a él en el balcón, lo abrazó y bostezó. Peter podía sentir todo su
cuerpo a través del camisón de seda que llevaba. Iba descalza y tenía el pelo revuelto.
Sus pálidos ojos azules parecían más grandes que de costumbre en su dormido
rostro, y su boca era más sensual y deseable que nunca. Parecía un ángel y una sirena
al tiempo.
Habría hecho cualquier cosa por poder regresar con ella a la cama para hacer el
amor. En silencio, se burló de sí mismo por su desenfrenado deseo. Obviamente
siempre le había gustado el sexo, pero no había dejado de enorgullecerse por ser
capaz de controlar sus impulsos. Hasta entonces.
No sabía que al enamorarse de alguien todos los mecanismos de control se
derrumbarían como un castillo de naipes.
—¿Tienes hambre? —preguntó ella, apoyando la cabeza en su pecho y
moviéndose como una gata—. Podría preparar un desayuno, si quieres.
Peter sonrió, notando su erección. Definitivamente había perdido todo el
control sobre sus reacciones físicas. Cuando se casara con ella estaría destinado a

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Metsy Hingle – Rendición – 1º Rendición

pasar el resto de su existencia en un estado de perpetua excitación. Pero el


pensamiento no le desagradaba en absoluto.
—Ya tomaré algo en el aeropuerto.
—¿A qué hora sale tu avión?
Peter miró su reloj.
—Dentro de tres horas. Aún tengo tiempo para hacer el equipaje.
—Voy a echarte de menos.
Aimee lo abrazó y una extraña calidez recorrió su cuerpo. No podía recordar
haberse sentido de aquel modo con anterioridad. Saber que estaría pensando en él
era una experiencia única, que de alguna forma haría más llevadera su separación.
—Yo también te echaré de menos —dijo, besándola en la frente—. Más de lo
que puedes imaginar. Pero en cuanto regrese hablaremos sobre los detalles de la
boda, ¿de acuerdo? Y sobre el acuerdo prematrimonial.
Aimee se quedó helada entre sus brazos.
—Me preguntaba si ibas a mencionarlo. Peter, yo…
—Ahora no, Aimee. Cuando regrese hablaremos. Lo solucionaremos, te lo
prometo.
—De acuerdo. Hablaremos cuando regreses.
—Me temo que tendremos una terrible diferencia horaria, pero procuraré
llamarte siempre que pueda.
—Hazlo —dijo ella, sonriendo.
Peter inclinó la cabeza y la besó durante varios minutos, apasionadamente,
como si quisiera memorizar su sabor y su textura, llevársela en parte para poder
sentirla durante los largos días y las largas noches que lo esperaban.
Cuando finalmente se apartó y miró sus ojos, murmuró:
—Olvídate de lo que acabo de decir. No te llamaré cuando pueda. Te llamaré
todos los días.

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Capitulo Doce
—¿Se lo has dicho ya a Peter? —preguntó Jacques.
Estaba trabajando en el boceto de una mujer para hacer una escultura.
—No —contestó, mientras mezclaba los colores, buscando la tonalidad exacta
de rosa que quería.
La semana anterior se había enterado de que estaba embarazada, y desde
entonces estaba en vena creativa, como atestiguaba la multitud de nuevos y brillantes
cuadros que atestaban el estudio. Su ilusión iba creciendo día tras día.
—¿Por qué no?
—Porque no es el tipo de cosa que pueda decirse por teléfono —contestó,
pensando que no había sabido nada de él en los últimos cuatro días—. Doris dijo que
regresa pasado mañana. Se lo diré personalmente cuando lo vea.
—¿Crees que se alegrará?
Aimee dejó la brocha a un lado.
—Por supuesto que sí. A Peter le encantan los niños.
—Que le gusten los niños no quiere decir que desee tener uno.
Al notar su extraño tono de voz lo miró. No había en él su alegría habitual, pero
antes de que pudiera preguntar nada el francés cambió de humor por completo.
—No me hagas caso. Ya veo que estás encantada ante la perspectiva de ser
madre. Y estoy seguro de que Peter también se alegrará.
—Sí.
Sin embargo, aquel comentario había sembrado dudas en su interior. Nunca
habían hablado sobre la posibilidad de tener niños, pero suponía que sería tan feliz
como ella cuando lo supiera. Se llevó las manos al estómago, sintiéndose culpable.
Era consciente de que debía habérselo dicho, de que debían haber discutido sobre
ello antes de permitir un embarazo.
Jacques se acercó y le pasó un brazo por encima de los hombros.
—No te preocupes, pequeña. No dejes que un francés cínico estropee tu
felicidad. ¿Dónde está tu preciosa sonrisa?
Aimee intentó sonreír, pero fracasó de forma miserable.
—¿Llamas a eso sonrisa? —se burló Jacques, llevándola hacia el centro de la
habitación—. Vas a ser madre, Aimee, y yo voy a ser tío. Debemos celebrarlo.
Aimee rió.
Al escuchar su risa, Peter se colocó la bolsa en el hombro y siguió subiendo las
escaleras del edificio, aún más deprisa. Había estado conduciendo hasta la
extenuación durante los últimos días, pero había merecido la pena. Había

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conseguido adquirir el Rubens que buscaba. Sin embargo, era más importante haber
regresado dos días antes de lo esperado.
Por una vez, no le importó encontrar entreabierta la puerta de su piso. Quería
sorprenderla. Su risa era tan encantadora que sonrió, dejó la bolsa en el suelo y se
dirigió a su encuentro.
Su sonrisa desapareció en cuanto entró en el estudio. Aimee estaba abrazada a
Jacques. El corazón se encogió en su pecho y la adrenalina fluyó por sus venas,
desbocada. Había sido un idiota. Un completo idiota.
—Jacques, suéltame.
—Sugiero que hagas lo que te dice —dijo Peter, con voz fría como el hielo.
—¡Peter!
Aimee se separó del francés y corrió hacia él. Se arrojó a sus brazos y añadió:
—No puedo creer que hayas regresado. No te esperaba hasta dentro de dos
días.
—Ya lo veo.
Peter estuvo a punto de creer que su sonrisa era sincera. Pero la había
descubierto, una vez más, en brazos de otro hombre. Había sido un estúpido al
confiar en ella.
Cuando lo besó de nuevo, se obligó a permanecer impasible, aunque para ello
tuviera que utilizar todas las fuerzas que le quedaban.
Aimee dio un paso atrás y lo miró. Peter no dijo nada. No era necesario. Sabía
que lo había traicionado. La acusación estaba grabada a fuego en sus ojos, en su
mandíbula, en la actitud rígida de su cuerpo.
Toda la alegría que había experimentado Aimee al observarlo en el umbral del
estudio desapareció en décimas de segundos. Y con ella, la certidumbre de que la
amaba. No la amaba, no podía hacerlo. Pensaba que de haberla amado habría
confiado en ella, a pesar de los múltiples y repetidos equívocos con Jacques.
—No seas tonto, Gallagher —dijo el francés, notando lo que ocurría—. Estás
llegando a una conclusión equivocada.
La furia cegaba a Peter.
—Aimee y yo sólo estábamos… —intentó añadir Jacques.
—Jacques, ¿podrías perdonarnos un momento? —preguntó ella.
Jacques dudó.
—Está muy enfadado, amiga mía. Deja que le explique que se equivoca.
—No —dijo, cruzándose de brazos—. No es necesario que des ninguna
explicación.
—¿Estás segura?
—Por supuesto.

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—Como quieras. Entonces me marcho. Pero ten cuidado. En tu estado no debes


sobresaltarte.
Cuando se marchó, la mirada de Peter lo siguió hasta la puerta. Se tranquilizó
un poco y observó a Aimee.
—¿Qué ha querido decir con eso de «tu estado»?
—Nada —contestó.
—Contéstame, Aimee. ¿Qué ha querido decir?
—Que estoy embarazada —contestó, mirándolo.
—¿Y quién es el padre? —preguntó, asombrado.
Aimee vaciló, herida por el dolor. Se estremeció. Había imaginado que podía
reaccionar de mil formas distintas, pero nunca de aquel modo.
—No me mires así. ¿Crees que serías la primera mujer en quedarse embarazada
de otro hombre y pretender engañarme? Y pensar que había decidido renunciar al
acuerdo prematrimonial… Creí que podía confiar en ti.
—Parece que ambos nos hemos equivocado.
Su respuesta sólo sirvió para irritarlo aún más.
—¿Es mío?
Aimee palideció. Cerró los ojos y se apartó, sintiéndose enferma. Había soñado
tener una familia con Peter, pero al final su sueño permanecería en el terreno de las
esperanzas vanas. Lloró en silencio, y se dio la vuelta para enfrentarse a él.
—No te preocupes, Peter. El niño no es nuestro. Es mío.
Su expresión dolida habría satisfecho a cualquier otra persona, pero no a ella.
Sólo incrementó su angustia.
—Entonces, Gastón es el padre.
—Es mi hijo —insistió, levantando la barbilla—. Y ahora me gustaría que te
marcharas.
Caminó hacia la puerta y la abrió, invitándolo a salir.
Peter la siguió, pero no hizo caso. Escudriñó su pálido rostro, intentando
encontrar algún sentido en lo que había escuchado. El descubrimiento de que estaba
embarazada añadía confusión a toda la escena.
—Por favor, márchate.
Peter caminó hacia el lugar donde se encontraba su retrato y lo miró. Parecía
burlarse desde la altura de aquellos ojos cálidos. Hasta aquel instante no se había
fijado en él. Estaba demasiado obsesionado por el hecho de haberla encontrado en
brazos del francés.
Le bastó con observar el retrato para saber que lo amaba. Aunque tal vez fuera
demasiado tarde. E igualmente tarde, descubrió que no deseaba nada salvo su amor.

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Repitió mentalmente sus palabras. Había dicho que era su hijo. El hijo de ella.
La esperanza renació en su interior. Aquella era Aimee, su Aimee. Amable y
generosa hasta la saciedad. Y sincera. De haber querido engañarlo habría aceptado su
proposición de matrimonio al principio, pero no lo había hecho. Lo amaba, y él la
amaba a su vez. Caminó hacia ella.
—Es mi hijo, ¿verdad?
Ella no contestó.
—Soy el padre, ¿no es cierto? Contéstame.
—Sí —contestó al fin en un susurro—. Técnicamente hablando.
—¿Técnicamente hablando?
—En efecto. Pero es mío, no tuyo.
—¿Cómo que no es mío? —preguntó, atrayéndola hacia sí—. Ambos lo sois. El
niño y tú.
Aimee se resistió hasta que la soltó al fin.
—Yo no soy tuya, y mi niño tampoco.
—Por supuesto que lo eres. Siento haber llegado a una conclusión equivocada.
Sé muy bien que…
—Es demasiado tarde para las disculpas, Peter. Todo ha terminado. Y ahora,
apreciaría mucho que te marcharas. Ah, y cierra la puerta cuando salgas.
Se quitó el anillo de compromiso que le había enviado. Pero esta vez no se lo
arrojó. Se limitó a metérselo en el bolsillo de la camisa.
—Pero…
—Por favor, Peter, márchate. Me gustaría estar a solas.
Peter dudó, pero la expresión de sus ojos lo convenció de la conveniencia de
marcharse. Al menos, por el momento.
—De acuerdo, me iré. Pero volveré.
Recogió su bolsa y pensó que de algún modo conseguiría que lo amara de
nuevo. Y cuando fuera suya otra vez, no volvería a perderla.

—¿Qué tal está hoy mi sobrino?


Jacques tomó una manzana del frutero que Aimee tenía en la mesa del estudio y
la frotó contra sus pantalones antes de morderla.
—Muy bien —contestó.
—¿Y qué hay de su madre?
—Está estupendamente —dijo, continuando con su trabajo.
—Me he encontrado con Peter.

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El corazón de Aimee se detuvo con la simple mención de su nombre. Habían


transcurrido tres semanas desde la discusión del estudio, tres semanas en las que se
había negado a verlo. Lo amaba desesperadamente, pero tenía que pensar en su hijo.
Ser madre soltera no iba a resultar fácil, pero casarse con un hombre que no confiaba
en ella era una solución aún peor.
—Está muy arrepentido. Es una sombra del hombre que fue —dijo el francés,
mientras devoraba la manzana—. ¿No crees que te has excedido un poco? Al menos
habla con él, escucha lo que tenga que decir.
—¿Desde cuando lo aprecias tanto?
Jacques se encogió de hombros.
—Digamos que si dos personas se aman y se encuentran mal separadas,
deberían preferir encontrarse mal juntas.
—Peter no me ama.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque si me amase habría confiado en mí —insistió, recordando lo sucedido.
—¿No se te ha ocurrido pensar que precisamente porque te ama se enfadó
tanto? Doris dijo que había despachado todas las citas de una semana en tres días,
para regresar antes a tu lado.
Aimee frunció el ceño.
—¿También has hablado con su secretaria?
—La vi en la galería Gallagher la semana pasada, en la exposición especial de
Rubens. También te lo habría contado a ti si nos hubieras acompañado a Liza y a mí
en lugar de quedarte escondida.
—No estaba escondiéndome.
Jacques terminó la manzana y arrojó el corazón a la basura. Caminó hacia
Aimee y colocó una mano sobre su hombro.
—No puedes seguir escondiéndote toda la vida. Más tarde o más temprano
tendrás que enfrentarte a él. Si no lo haces por tu propio bien, hazlo por el bien del
niño.
—No lo necesitamos —replicó. Había dado mil vueltas a lo sucedido aquella
horrible tarde. Le asustaba tener el hijo estando soltera, pero le asustaba más casarse
con un hombre que no la amaba y que no confiaba en ella. Financieramente no
tendrían ningún problema. La tienda funcionaba bien, empezaba a vender cuadros, y
el edificio exigía mucha menos atención que antes.
—Puede que tú no lo necesites, pero sospecho que Peter te necesita a ti.
Además, deberías considerar los aspectos legales. Al fin y al cabo es hijo suyo.
—¿Crees que intentará quedarse con la custodia? —preguntó angustiada.
—¿Quién sabe qué puede hacer un hombre cuando está luchando por obtener
lo que necesita?

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Confusa, no supo que decir. Cuando se recuperó, Jacques estaba contemplando


un pequeño cuadro abstracto lleno de corazoncitos que había pintado aquella misma
mañana. Era una composición a base de rojos, amarillos y azules brillantes.
—Muy bonito. Aunque no me resulta difícil imaginar en qué estabas pensando
cuando lo hiciste. Creo que se lo llevaré a Kay.
—Kay tiene toneladas de cuadros míos.
—Ya no. Vendió el último esta mañana.
—Eso es imposible. Le llevé cinco hace dos días.
—Lo sé, pero alguien los compró todos. Precisamente voy a su galería ahora, de
modo que me lo llevaré.
Aimee tardó unos segundos en recuperarse. Cuando lo hizo, Jacques estaba
embalando Corazones Destrozados, para llevárselo consigo.
—¿Cuándo crees que terminarás éste? —preguntó Jacques, observando un
cuadro inacabado que había titulado Sueños.
—No lo sé. Pero deja aquí el otro. Aún no está seco. Dile a Kay que no tengo
nada que darle.
—Díselo tú. Sugeriste que fuera tu agente, ¿recuerdas?
—Lo sé.
Después del éxito obtenido en la exposición, había firmado con su galería y le
había pedido que fuese su agente. Para su sorpresa, la marchante había aceptado. Al
principio las ventas no eran demasiado buenas. El dinero le venía muy bien, pero las
sumas eran modestas.
Pero hacía una semana que todo había cambiado de repente. Había empezado a
vender a precios mucho más altos. Aimee frunció el ceño con desconfianza. Una
semana. Exactamente el tiempo que había transcurrido desde que se había negado a
hablar con Peter por última vez. Desde entonces no había intentado ponerse en
contacto con ella.
—¿Cuánto tiempo crees que tardarás en terminarlo?
—Olvídalo. Quiero que me digas quién es el coleccionista que ha estado
comprando mi obra.
—No tengo ni idea —dijo con inocencia.
—Pues yo sí —espetó ella, arrojando el pincel—. La última vez que lo hizo dijo
que lo hacía para ayudarme. Pero no quería su ayuda entonces y no la quiero ahora.
Ni la necesito. Y pienso decírselo personalmente.
Salió de su apartamento, rabiosa, y se dirigió a Gallagher. Entró en la galería sin
importarle su atuendo desastrado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una
camiseta cubierta de pintura.
—Aimee —exclamó Doris—. Me alegro de verte otra vez.
—¿Dónde está?

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—¿Peter?
—Sí —contestó, cada vez más irritada. Se preguntó cómo se había atrevido a
comprar sus cuadros. Tal vez pretendiera comprar su amor de aquel modo, pero el
dinero no significaba nada para ella.
—Está en el sótano.
—Gracias, conozco el camino.
Bajó por las escaleras que conducían a la cámara privada donde Peter guardaba
sus más preciosos tesoros. Recordó la última vez que había entrado en aquel lugar,
cuando lo descubrió colgando el cuadro de las zapatillas de ballet. Y al recordar la
historia de sus padres sintió cierta angustia. Aquel día había empezado a
comprender la naturaleza de sus fantasmas. Pero hizo un esfuerzo para no pensar en
ello.
La puerta del sótano se abrió en el preciso momento en que llegaba.
—Entra, Aimee —dijo Peter, como si la esperara.
—Sabías que vendría, ¿verdad? —preguntó.
—Esperaba que lo hicieras.
Apretó unos cuantos botones en un panel y de inmediato se encendió una luz
roja.
—¿Qué haces? —preguntó, intentando acostumbrarse a la tenue luz.
—Activar la alarma. Mis cuadros más valiosos están aquí, y no quiero
arriesgarme a que me los roben.
Pulsó un interruptor y un aplique iluminó el cuadro de las zapatillas de su
madre.
Aimee pensó que Jacques tenía razón. Peter no parecía el mismo. Había perdido
peso y tenía grandes ojeras.
Entonces apretó otro interruptor. La luz iluminó los dos cuadros de Rubens. Y
siguió apretando interruptores, que uno a uno iluminaron sus cuadros.
Aimee giró en redondo. Su obra cubría todas las paredes, codeándose con
cuadros de Rubens, Matisse y Monet. Todos ellos, obras de arte de incalculable valor.
Sus más valiosas posesiones, tal y como había dicho.
—¿Por qué, Peter? ¿Por qué has comprado mis cuadros? Y no me digas que lo
has hecho para ayudarme, porque las cosas me van bastante bien.
—Lo sé, y no las compré para ayudarte, sino como inversión.
—Ambos sabemos que eso no es cierto.
—Lo es. Pienso conseguir una colección bastante amplia de los cuadros de
Aimee Lawrence, la nueva pintora más brillante de Nueva Orleans. De hecho,
pretendo hacer una exposición con su obra.
—No funcionará, Peter.

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—¿No? Creo que te equivocas. Tengo la intención de sacar una fortuna con
ellos. Es cierto, confía en mí. Tengo buen ojo con las ventas. Sólo siento no haber
empezado a comprar tus cuadros hace tiempo. Mi única excusa es que estaba tan
cegado por mis sentimientos que olvidé los aspectos profesionales. De todas formas,
no me enamoro todos los días de una artista. Te amo, Aimee.
Aimee intentó permanecer impasible, pero la esperanza renació en su interior.
Apartó la mirada y contempló sus cuadros.
—¿Qué hacen mis cuadros ahí?
—Para mí son de incalculable valor, como la mujer que los creó.
Aimee no pudo evitar sentir cierto placer al escuchar sus palabras.
—¿Y qué hay de mi hijo?
—Nuestro hijo —corrigió—. Os quiero a los dos.
—Querer no es suficiente, Peter.
—¿Y amarte? Porque yo te amo, Aimee.
Aimee hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No puede existir amor sin confianza. Si me amaras no habrías dudado de mí.
—No dudaba de ti, sino de mí mismo. No creí merecer tu amor. Cuando llegué
a tu casa estaba loco por verte, pero al ver que te encontrabas en brazos de Jacques
sentí que me moría. Los celos me devoraban por dentro. Tenía tanto miedo de que
me abandonaras por él que lo pagué contigo. Y cuando por fin conseguí controlarme
era demasiado tarde. Dije cosas horribles y crueles, pero no puedo variar lo sucedido.
Y entonces te negaste a hablar conmigo.
—De manera que empezaste a comprar todos mis cuadros, como si así pudieras
conseguir que volviera a hablarte.
—En parte.
Aimee esperó su explicación.
—Ya te he dicho que tengo facilidad con los negocios. Confía en mí, Aimee. A
pesar de la estupidez que demostré en lo que respecta a tu obra, sé que se venderá
bien. Desde un punto de vista financiero, conviene relanzar tu trabajo. Y tengo la
intención de hacerlo. Algún día todo el mundo reconocerá tu talento.
Aimee aún no estaba convencida.
—¿Qué sucederá si alcanzo la gloria? ¿No tendrás miedo de que te abandone,
tal y como hizo Leslie?
—Reconozco que he pensado en ello, pero espero que no lo hagas —contestó,
sonriendo con toda la calidez que había en su corazón—. Si me amas la mitad de lo
que yo te amo no habrá ningún problema. Nuestro hijo y tú sois lo único que me
importa. ¿Aún me amas, Aimee? ¿O he conseguido matar todo lo que sentías por mí?
Sus dudas y su incertidumbre la emocionaron.

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—Te amo, Peter —susurró—. Nunca he dejado de amarte.


Peter la abrazó y la besó con todo el amor que llevaba dentro.
—¿Te casarás conmigo?
—Sí —murmuró, devolviéndole el beso.
—No quiero esperar. Conozco a un juez que nos dará una licencia especial.
Podemos casarnos por la iglesia más adelante, si quieres, y celebraremos una fiesta
para tu familia y los amigos. Pero no quiero esperar más tiempo.
Aimee dudó.
—Y ¿qué hay del acuerdo prematrimonial?
—No lo necesitamos.
—Pero, ¿qué ocurrirá si las cosas no salen bien? Supón que nos divorciamos.
¿No tienes miedo de perder la galería? Sé lo mucho que Gallagher significa para ti.
—No me importa ni la mitad de lo que tú me importas. Ni toda la galería, ni
una docena de cuadros de Rubens y de Monet, significan nada para mí sin ti y sin
nuestro hijo. Sois lo único que me importa —declaró, abrazándola—. Y tengo la firme
intención de que este matrimonio sea largo y feliz.
—Yo también.
Peter apagó las luces que iluminaban los cuadros, dejando la habitación sin más
iluminación que la que procedía de la lámpara que había en su escritorio. La
oscuridad los envolvió. Pero esta vez no tenía miedo. Aimee era su luz, y estaba a su
lado.

Fin

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