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LA RECLAMACIÓN DEL DERECHO A

LA VIDA DIGNA EN EL PRIMER


FRANQUISMO, UNA PRÁCTICA DE
CIUDADANÍA

IRENE MURILLO ACED


Universidad de Zaragoza

Resumen

La Guerra Civil y la Posguerra dejó a media España fuera del cuerpo nacional. Lejos de
considerarlo innegociable, las víctimas se defendieron y exigieron derechos: la restauración del
patrimonio material que estaba siendo confiscado y el respeto a un patrimonio más inmaterial
que era vinculado con la idea de dignidad. Dos demandas, que, en última instancia, aludían
a un concepto de vida que unía ambas esferas, la nuda vida con la existencia política. Este
artículo estudiará esa idea de dignidad que, unida a ambas vidas, la material y la inmaterial,
la supervivencia y la política, la zoe y la bios, dio lugar a estrategias y prácticas de ciudadanía.
Palabras clave: Franquismo, ciudadanía, dignidad, derechos, justicia, negociación.

Abstract

Spanish Civil War and its afterwards meant for half of the population, those that turned
out vanquished, to be expelled from the National Community. Even though, these expulsion
conditions were negotiated and victims defended themselves asking for rights. On the one
hand, they asked for the restitution of their material goods, on the other hand, they claimed
respect for an immaterial heritage of theirs. Both linked to the idea of dignity, we will study
that linked between zoe and bios and those citizenship practices that emerged from it.
Key words: Francoism, citizenship, dignity, rights, justice, negotiation.

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Actas del XIII Congreso de la
Asociación de Historia Contemporánea
Irene Murillo Aced

INTRODUCCIÓN

En las siguientes páginas me propongo hacer un estudio de los modos en que los vencidos
en la Guerra Civil española (1936-1939), sumidos en una “muerte civil” con el triunfo del bando
contrarrevolucionario y confiscados sus bienes materiales, reclamaron a las autoridades fran-
quistas para la devolución de estas posesiones, defendiendo estas desde una doble visión. No
únicamente en tanto que patrimonio material, sino también en tanto que elemento posibilitador
y necesario para que otro ámbito más inmaterial fuera satisfecho, un ámbito que consideramos
tiene que ver con la dignidad. Trabajaremos estas reclamaciones y negociaciones con fuentes
documentales que proceden del ámbito de la legislación punitiva franquista, en concreto, del
Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Zaragoza (en adelante, TRRPZ), uno de los
18 tribunales regionales en territorio español creados por la Ley de Responsabilidades Políticas
de 9 de febrero de 19391 , y con jurisdicción sobre las provincias de Zaragoza, Huesca y Teruel.
A la luz de esta documentación, los primeros años de dictadura nos devuelven una imagen
doble. De un lado, estaría la capacidad del Estado franquista para vulnerar, perseguir y despojar
a la población vencida. Una represión que, si la vinculamos con el concepto clásico-jurídico de
ciudadanía (MARSHALL, 1950; LISTER, 1997: 29), supondría su expulsión de aquella comuni-
dad política definida por los vencedores, la verdadera España. Con ella se niega la pertenencia a
la comunidad dejando a las familias en la precariedad más absoluta, económica y socialmente,
dando a los vencidos los “privilegios” que conllevaba la pertenencia: protección social, parti-
cipación en los fastos nacionales, lugar en el espacio público y en los memoriales, privilegios
laborales, subvenciones, etc. Conviene recordar que el propio proceso de creación de la nación
es una historia de exclusión, o más bien de muchas exclusiones, expulsiones y pogromos (y ello
a pesar de la propaganda liberal para contraponer el “súbdito de antaño” con el nuevo “ciu-
dadano moderno”) buscando de un lado la homogeneidad nacional sobre una pluralidad de
jurisdicciones, identidades, unidades lingüísticas, territorios, etc., y de otro la pureza y defini-
ción del “sujeto” que sería digno de la patria (FRADERA, 2008: 9-30; ÁLVAREZ JUNCO: 2001;
MAZOWER: 2009). El Franquismo edificó su dictadura sobre la exclusión del adversario político,
asunto sobre el cual la historiografía española ha conseguido vertebrar un importante número
de monografías que hacen que, en la segunda década del siglo XXI, tengamos un conocimiento
solvente de los organismos y actores que llevaron a cabo la represión y control social de los
vencidos y vencidas, cuantitativa y cualitativamente.
De otro lado, las fuentes de este periodo apuntan a una segunda dinámica, asunto sobre el
cual se elaborará este texto. Frente a la expulsión de la comunidad política, las víctimas de la
dictadura negociaron ser parte de la misma. No porque estuvieran interesados en la comunidad
franquista y sus presupuestos ideológicos, sino porque para no dar por perdidos unos derechos
que consideraban propios y que les estaban siendo arrebatados, debieron aparecer a los ojos de
la dictadura como ciudadanos válidos. Para ello, estas prácticas de ciudadanía se desarrollaron
en torno a lo que hemos trabajado en dos categorías: la restauración del patrimonio material que
estaba siendo confiscado y el respeto a un patrimonio más inmaterial que era vinculado con la
idea de dignidad. Dos demandas, que, en última instancia, aludían a un concepto de vida que
unía ambas esferas.
La ausencia de esa ciudadanía-estatus durante el Franquismo ha supuesto en la historiografía
sobre el periodo un destierro bastante absoluto de estudios sobre una ciudadanía comprendida
de manera más amplia, dentro de la tradición cívico-republicana, como una práctica performati-
va, siempre en ejecución, siempre en aprendizaje y cambio. No obstante, en los últimos trabajos
sobre una incipiente ciudadanía social en el franquismo, autoras como Ángela Cenarro, Miren
Llona o Inmaculada Blasco, están trabajando con la hipótesis ya avanzada por Carme Molinero,
de la centralidad de las políticas sociales para alcanzar una adecuada comprensión de la Dic-
tadura de Franco, siendo éstas políticas, tanto en su vertiente asistencialista como de previsión,
piezas clave en la construcción de esa comunidad nacional fascista que tanto bebía de la idea de
“justicia social” (CENARRO: 2016; BLASCO, 2016; LLONA: 2013).
Este olvido de las prácticas de ciudadanía, es decir, las maneras en que la gente común se
relacionaba entre sí y con el poder autoritario, ha sido suplido en buena parte por la aparición
1 En adelante, LRP.

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de los estudios sobre actitudes sociales de la gente común. Así, creemos que reflexionar sobre
las prácticas de ciudadanía puestas en marcha por las personas vencidas (estrategias a veces
individuales, a veces colectivas) supone un acicate para profundizar en algunos aspectos abor-
dados por los estudios sobre actitudes populares que delimitan como “zonas grises” así como
comprender tanto la larga duración de la dictadura como el tipo de sociedad que se encontró el
Segundo Franquismo. Creemos que estas nuevas prácticas de ciudadanía surgidas a partir de go-
biernos tremendamente represivos (en lo político, social, cultural, sexual, económico, etc.) como
el franquista, se explican por la necesidad de aceptación y no punición, y explican por otra parte
que esta dictadura en busca de afectos (jugando con la expresión, dos tipos de afectos) fuera
avanzando hacia un modelo de ciudadanía de consumo ligada a un “Estado del bienestar auto-
ritario” (expresión expuesta por BOCK Y THANE, 1996: 45-46; y recogida en CENARRO, 2016:
54). Andando el tiempo, este Estado autoritario crearía no obstante un conjunto de medidas que,
con la vista puesta en lo social, y sobre presupuestos organicistas, pondría en marcha políticas
sociales basadas en el paternalismo. Este organicismo, compartido por regímenes ideológicos
muy diversos, se acabaría fusionando en España con un capitalismo de corte estadounidense
que a partir de 1959 construiría un triunfante modelo de ciudadanía-consumo. Defendemos que
estudiar la ciudadanía como una práctica que se lleva a cabo también en periodos de “vasallaje”
sienta un precedente en el estudio de un fenómeno que dista mucho de nacer por generación
espontánea así como de ser de por sí emancipatorio, y que por el hecho de existir en tanto que
estatus otorgado por los Estados no resuelve ni ha resuelto nunca los problemas de consecución
de derechos sociales.
Nos proponemos tres objetivos. El primero, recuperar la historia de las personas sometidas
a la Ley e historizar sus respuestas a la misma. Para ello, priorizamos una documentación que
remite a las escrituras populares de autodefensa, reivindicación de derechos adquiridos y de-
nuncia de los procedimientos y violencias inherentes al sistema en el que vivían (GUHA, 2002:
43-93; CANAL, 1991: 207-226; VIOLA, 1996: 68, 92; FITZPATRICK, 1999: 175-176; ROMANO,
1999). Estas escrituras, que forman parte de lo que los Estudios Culturales han denominado
ordinary writings o personal narratives en inglés, scrittura popolare en italiano o ecritures ordinaires
en francés y escrituras populares en español, las encontramos también presentes como respuesta a
otras leyes punitivas (MORENTE, 1997: 258-261, 288-294; CASTILLO GÓMEZ y SIERRA I BLAS,
2005: 165-200; SIERRA I BLAS, 2016) y como documentación propia a la LRP los llamados plie-
gos de descargo eran contemplados como trámite voluntario de defensa ante las acusaciones.
La utilización fue más que notable si tenemos que cuenta que, a pesar de que el porcentaje de
personas presentes durante el proceso fue únicamente de un 27’60 %, de las 13.422 personas
expedientadas en Aragón, al menos un 13’80 % ejercieron su derecho a defensa, en su nombre o
en nombre de otros (MURILLO, 2014a, 2014b).
Nuestro segundo objetico es detenernos a analizar esa relación y las prácticas que emergen
de ella, en tanto que negociaciones y resistencias a la propia Ley, de manera que historiemos
los modos en que esos ciudadanos sin ciudadanía pensaban y se relacionaban con la dictadura.
Creemos que estudiar estos ejercicios de comunicación de la población civil con el Estado desde
el prisma de los estudios sobre ciudadanía puede ofrecernos claves interesantes. Acercándonos a
autoras procedentes de la sociología histórica y la teoría feminista, en este artículo entenderemos
la ciudadanía no como un estatus otorgado por el Estado o una comunidad/sociedad civil ya
formada en el “ejercicio de ser ciudadanos”, sino como una práctica en constante mutación que
se asienta sobre el pilar de la negociación, conflictiva o no, de aquello que define las relaciones
entre personas y estados (LISTER, 1997: 28-33; SOMERS, 1993: 587-620; SOMERS, 1994: 63-112;
CANNING y ROSE, 2001 y 2002). Considero que al partir de esta premisa y mantener un diálogo
con los estudios sobre actitudes populares en el Franquismo, conseguiremos arrojar luz sobre
aquel espacio híbrido que se ha venido llamando, siguiendo a Primo Levi, la “zona gris”.
Por último, puesto que encontramos a las víctimas apelando a derechos que consideraban
propios y les habían sido arrebatados, este artículo se propone analizar cuáles eran esos con-
ceptos subyacentes a la “dignidad” que mueve la demanda: legitimidad y justicia. Para ello,
elaboraré un recorrido sobre el poroso concepto de dignidad para ver cómo se ha vinculado
históricamente con el campo del Derecho y cómo la idea de equilibro que emana en no pocas
culturas del principio del equilibrio y la justicia social entronca con reivindicaciones de carácter
político y económico. La restricción y conculcación de derechos individuales y sociales durante

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el primer franquismo y la penalización y persecución de los vencidos en la guerra, llevó a esta


población, reducida a “muertos civiles”, a reclamar una esfera de dignidad personal, familiar
e incluso local, que se defendía en la línea de lo que posteriormente han sido definidos como
derechos humanos. En esta comunicación y a través de casos concretos, queremos vincular la
utilización del género y la familia como una herramienta para vincular la esfera privada con la
pública y exigir derechos sociales como vida digna, vivienda y trabajo.
Con todo, empezaré por el final.

1. LA DIGNIDAD: TRANSICIÓN DESDE LA


HUMILLACIÓN HACIA LA EXIGENCIA DE REPARACIÓN
El concepto de dignidad es, cuanto menos, poroso, polisémico y controvertido. Las referen-
cias a la dignidad del ser humano las encontramos en textos desde el siglo XV y hasta la más
inmediata actualidad, incluso si esta estaba asentada sobre el sufrimiento de otros y limitada a
los varones, blancos, que seguían los preceptos de la religión de “Estado”, etc. Al fin y al cabo,
el Renacimiento y su filosofía antropocéntrica colocaba al hombre en el centro del mundo, capaz
de crear, de tener libertad, de comprender el universo y la propia naturaleza humana, y hacía
aparecer valores morales ligados al humanismo y al modo en que se construyen las sociedades.
Pero era ese un hombre, no lo olvidemos, que basaba su propia dignidad en el arrebato de la de
otros y otras. Para los autores del Renacimiento y al tiempo que se ponía en marcha un proceso
histórico que ha durado más de 5 siglos, el esclavismo, el trabajo forzado, las expropiaciones, el
desarraigo de los campesinos, el azote de los vagabundos, y la ejecución, tortura y empalamien-
to de toda resistencia (LINEBAUGH y REDIKER, 2005; GARCÍA CANTÚS, 2008), «la dignidad
estriba en esa “versatilidad”, libertad o capacidad humana de [los elegidos] poder llegar a lo más
alto, porque el hombre nace digno y todos los seres humanos son igualmente dignos» (MARÍN
CASTÁN, 2007: 1). Posteriormente, el iusnaturalismo racionalista y sobre todo, la obra de Kant,
se nos presenta como uno de los referentes principales de la idea de dignidad como categoría
ética, vinculada con el campo del derecho y de la justicia. Rudolf von Ihering, jurista alemán
de finales del siglo XIX afirmaba que el Derecho no es una consecuencia ahistórica sino la con-
secuencia de una adquisición de las gentes siempre vinculada a la lucha por la justicia. Pensar
de modo contrario y «figurarse el nacimiento del derecho sin trabajo, sin esfuerzo alguno, sin
acción, como las plantas nacen en los campos», es para él una idea romántica (VON IHERING,
1872).
Otros especialistas aluden a que el germen de la dignidad más contemporánea tendría una
vertiente emancipadora muy ligada a esta lucha por la adquisición de derechos civiles y socia-
les: la historia de los movimientos sociales. Así, una situación insatisfactoria o dolorosa, que
en principio podría provocar una reacción de defensa ante el sufrimiento pero no una reivin-
dicación, mutaría hacia una “experiencia moral” cuando ese sentimiento de haber sido dañado
trasciende, generando la necesidad de justificación (MARINA y DE LA VÁLGOMA, 2001: 14,
176). De esta manera, la “experiencia moral” que pretende reconocimiento y respeto por parte
de los responsables de ese dolor se denominaría dignidad. La dignidad sería por lo tanto un
sentimiento de «humillación, ofensa o injusticia» que no consiente en quedar impune sino que
trasciende el dolor para buscar reparación. Parte por lo tanto de que la situación presente es una
carencia y existe «una conciencia de echar en falta, de haber sido privado de algo» (HONNETH,
1997: 196). Es quizá interesante recordar que es ésta una idea que encontramos también en los
estudios sobre el trauma (ORTEGA, 2004).
A día de hoy, la idea de dignidad es la pieza clave en el desarrollo del discurso de los derechos
humanos, que considera que todo ser humano, por el hecho de haber nacido, tiene derecho a la
dignidad. Para Chantal Mouffe, la idea de consenso y hegemonía que subyace a esta Declaración
pretendidamente universal y homogénea elimina las diferencias (una dimensión constitutiva y,
por lo tanto, algo que no se puede erradicar de lo social) y convierte los derechos humanos
en un significante vacío (MOUFFE, 1999 y MOUFFE et al., 2014). Agnes Heller y la escuela de
Budapest lo concretarían al afirmar que «El derecho a tener y a poner en práctica derechos es
la especificación del valor de la dignidad humana» (HERRERA FLORES, 1989: 126-127). Este
apunte al derecho a tener derechos había sido puesto ya de manifiesto unas décadas antes por

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Hannah Arendt (ARENDT,1951: 267-302), lo que nos es altamente sugerente para reflexionar
sobre las demandas de las víctimas del Franquismo.
Arendt, partiendo de la dicotomía aristotélica de que la vida biológica se distingue de la
vida humana porque está asociada la pertenencia a una comunidad política (el estado-nación),
concluía que las millones de vidas que habían sido expulsadas del cuerpo social por sus estados
habían sido privadas del primer y más importante derecho: el de pertenencia. En consecuencia,
en tanto que personas apátridas, eran vidas biológicas que había sido despojadas del derecho
a tener derechos (ARENDT, 1962; AGAMBEN, 1998; SOMERS, 2008: 118-127; BENHABIB, 2004:
50; BUTLER y SPIVAK, 2007). Si conectamos con lo que hemos ido exponiendo la conclusión es
clara: en esta aporía los derechos inalienables, naturales, humanos, formulados desvinculados
de entidad alguna que pudiera otorgarlos o arrebatarlos, estaban vacíos, pues sin el derecho a
la pertenencia a una comunidad política que garantizara esos derechos, todo el resto de dere-
chos eran atacados, violados, ignorados, despreciados. Las millones de vidas que habían sido
expulsadas por sus estados del cuerpo social, de la comunidad política, estaban en completa
posesión de sus derechos naturales en el momento en el que entraban en las cámaras de gas de
la Alemania nazi. La pertenencia, el derecho a tener derechos, la ciudadanía, en fin, era la única
garantía del resto de derechos.
A la luz de nuestras fuentes documentales, la tesis arendtiana es tremendamente sugerente,
aunque necesariamente matizable. Nuestra hipótesis es que las víctimas comprendieron sagaz-
mente que la protesta ante el despojo al que estaban siendo sometidos como ciudadanos y la
reclamación de esos derechos que consideraban propios y que el Estado les negaba, suponía
enfrentarse a esa paradoja desvelada por Arendt, y jugarla para su propio beneficio. Expedienta-
dos y expedientadas, al querer hacer oír su voz ante el Estado franquista, negaron la legitimidad
de la Ley buscando la aprobación del discurso dominante y de la legalidad concertada. O dicho
de otro modo, el Estado dictatorial franquista, organismo responsable del despojo de derechos,
debía ser a su vez el organismo que permitiera su restitución. Y para ello, las reivindicaciones
para asegurar la recuperación de la dignidad y el ejercicio de los derechos debían plantearse
bajo estrategias certeras.
Para ello, las demandas de dignidad y justicia se plantearon en dos sentidos prácticamente
inseparables: vida ética y vida material. En este sentido, no podemos sino unirnos a las críti-
cas a la categoría de “esfera pública” y “esfera privada” defendidas por Arendt, quien entiende
“lo privado” como una esfera oscura donde se lleva a cabo la reproducción de la vida, bioló-
gica y material, sin que ello encierre en ningún caso un territorio político (AGUADO, 2005: 15;
BUTLER y SPIVAK, 2007: 15). En este sentido, Arendt deja completamente inexplorada la vi-
da privada (que ella denomina vida contemplativa), que en La condición humana denomina “el
reino de las sombras” o “la oscuridad de lo doméstico”. La autora olvida otorgar acción a lo
privado, sosteniendo que sólo mediante el recurso a la esfera del poder político clásico, sólo
mediante la ciudadanía, el derecho de pertenencia, el derecho a tener derechos, otorgado por el
Estado-Nación, podrían combatirse las injusticias y empoderarse de la desposesión quienes han
sido expulsados del cuerpo social. Como veremos a continuación, la familia, el micromundo,
lo conocido, la vuelta a lo pequeño, es una demanda que atraviesa transversalmente todos los
escritos.

2. EL DERECHO A LA VIDA DIGNA: LA REASEGURACIÓN


ÉTICA Y MATERIAL

En los testimonios de las víctimas de la LRP es fácil reconocer esta descripción de la humi-
llación, la persecución y el despojo que suponen las consecuencias de los expedientes sobre sus
vidas. En este sentido, ante la pregunta de si fue la propia legislación represora franquista la que
acabó conformando a los sujetos que se rebelaron contra ella, debemos explicar dos vertientes
de la identidad, que al tiempo se unirán en dos niveles en el discurso de ofensa y la exigencia
de justicia y dignidad.
Estas personas se identificaron por una parte como víctimas. Víctimas de una guerra que ha-
bía afectado a todas y a todos, ampliaban por lo tanto el concepto de sufrimiento social enarbo-

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lado por el régimen, expresando de diferentes maneras que la Guerra había supuesto un trauma
social, horizontal y compartido para toda la población: pérdida de seres queridos, bombardeos,
obligación de ir al frente a combatir, economía de retaguardia, represión, etc. Las víctimas por lo
tanto consideran que el sufrimiento social no es un patrimonio exclusivo de los vencedores de la
guerra y que la responsabilidad en este tipo de traumatismo colectivo no era fortuita. Y si de un
lado se reclamaban como víctimas de una guerra, de otro lado hacen una diferencia, no sólo son
víctimas de la guerra, como todo el resto de la población, sino que también son víctimas de las
políticas represoras de la dictadura. En ese sentido sí fue la legislación represora franquista la
que acabó conformando a los sujetos que se reclamaban como sujetos de derechos, en tanto que
estas personas subrayan las diferencias sociales y económicas que está acentuando la posguerra
con las políticas de la victoria del régimen. Los expedientados señalan cómo la incautación de
bienes materiales está suponiendo el empobrecimiento de unos y el enriquecimiento de otros a
costa de los primeros e implica también el destierro de la comunidad donde deben convivir en
base a unos criterios de alteridad que incluyen a unos y excluyen a otros.
No obstante, hay una segunda categoría, fluctuante, mediante la cual se formulan los expe-
dientados por la LRP, la de supervivientes. Es en tanto que supervivientes que se plantean las
nociones de inclusión y se liman las asperezas para poder ganar el derecho a tener derechos. Y
ahí sí se utilizan categorías previas que no han sido conformadas por la guerra o la posguerra
(algunas sí, como la de mujer de preso) como madres responsables o madres trabajadoras y como
hombres ganapán, hombres responsables del bienestar familiar, hombres campesinos, hombres
honrados... En este sentido se vinculan con identidades previas, pero salvando la distancia con
el periodo republicano y despolitizando tanto sus propias identidades personales como sus ex-
plicaciones de la guerra. No se defienden como sindicalistas o como republicanos, y si lo hacen,
siempre anteponiendo la idea de orden.
Creemos poder distinguir dos niveles en el discurso de ofensa y la exigencia de justicia y
dignidad. El primero de ello, es un rechazo frontal al modo en que se llevaba a cabo la perse-
cución, aplicándose una Ley que se describía como injusta y desproporcionada. En este sentido,
hay una percepción de injusticia al enfrentarse a cargos basados en inconsistencias, vaguedades,
afirmaciones incorrectas o rumores imposibles emanados de un discurso del odio parapetado en
las instituciones judiciales (MURILLO, 2016). Félix Lafuente describía en un pliego de descargo
lo que la política amigo-enemigo significaba, un ensañamiento brutal con los vecinos, haciendo
imposible la convivencia. El labrador, republicano de derechas, señalaba:
No es ya el enjuiciamiento de la persona lo que manifiestan, sino el deseo sádico de
que a tal persona, que consideran como enemigo, se le sancione, aunque para ello
tengan que presentar falazmente su información (...) Rencillas de pueblo, más aún,
de pueblo menor de 2.000 habitantes, en las que la pasión disminuye hasta anularlas
la ecuanimidad de las pruebas testificales2 .
Otro labrador escribía en su segundo pliego de descargo, «no basta dicha afirmación incon-
creta para concluirlas con sanción si durante todo lo actuado no ha podido señalarse ni un solo
acto ni una sola conversación del compareciente en el indicado sentido».3 Antonia Landa, vecina
de 53 años y regente de una tienda local (aunque las autoridades franquistas la consideraban de
profesión “su sexo”), era acusada de hospedar en su casa reuniones clandestinas, ante lo cual
ella se defendía preguntando: «no es cierto , ¿cuándo? ¿con quién? En mi modestísima tienda
bastante he hecho con ganarme el sustento, vendiendo a comisión lo que buenos amigos podían
proporcionarme».4 Julio Brumós, labrador y con dos hijos, era acusado de haber militado en
Izquierda Republicana y se le exigía el pago de 300 pesetas por ello. Ante las acusaciones de
haber votado al Frente Popular el 31 de julio de 1941 argumentaba: “Ignoro cómo han podido
conseguir tal información los testigos que depusieron pues, como cosa secreta, la emisión del
voto solo lo han podido afirmar por suposición (...)”. Sobre los cargos de propagandista alegaba:
no hay en el expediente ningún hecho concreto que se pueda imputar, como ya dije
antes, una cosa es que en mis conversaciones particulares sintiera el ideal republicano
2 ArchivoHistórico Provincial de Zaragoza, Fondo Responsabilidades Políticas, Expediente 5844/9. En adelante, AHPZ,
FRP.
3 AHPZ, FRP, Expediente 5990/3.
4 AHPZ, FRP, Expediente 5621/18.

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y otra que hiciera propaganda del Frente Popular, pues ser propagandista, como
su misma palabra lo dice, precisa haber intervenido en reuniones, mítines o cosa
análoga sin que en el expediente se haya probado ninguno de estos extremos, es más
ni siquiera se ha podido probar que asistiera como simple espectador a algunos de
ellos (. . . ). Cosa fácil es afirmar que era propagandista, pero a mis denunciantes no
les ha sido posible probar ni aun citar un solo hecho o persona a quien pudiera influir
con tal predicación ni indicar lugares donde realizaba tales actos.5

La apelación a “lo justo” aparece en repetidas ocasiones en los documentos, vinculándolo con
esa demanda de dignidad al considerar que la situación presente, humillante para ellos, es fruto
de políticas concretas. Así se expresaba Mariana Puerta con 61 años, comerciante de Sariñena,
acusada de cargos de corresponsabilidad, es decir, de ser madre de una destacada figura de las
milicias republicanas. Ella declaraba que «no sería justo que unos señores tímida y débilmente
para dar satisfacción a sus mezquinas pasiones y con el deliberado propósito de dañar a la
firmante más en su honra, atribuyan a la inculpada actitudes y modos de pensar que le son
ajenos»6 . Alfonso Almazán Pons, condenado por Tribunal Militar a 11 años de prisión mayor
por excitación a la rebelión, era por el mismo motivo, el 31 de marzo de 1941, procesado por
responsabilidad política. Almazán, ayudante de auxiliar de recaudación, escribía en noviembre
de aquel mismo año:

Ha creído el firmante, y es una doctrina admitida por todos los tratadistas penales,
que por un delito no puede ser sancionado dos veces, y si esta opinión es una reali-
dad en el campo del derecho todavía será más difícil de comprender cómo puede
seguírsele y ser condenado en este expediente, como fue condenado por un Consejo
de Guerra, cuando no cometió delito alguno7 .

Recordemos que el autodenominado Alzamiento se explicaba a sí mismo como defensor del


orden que la República y sus defensores habían hecho peligrar. Tal era el retruécano con el que
se comprendía la violencia desatada, que en un consejo de guerra llevado a cabo contra 24 per-
sonas en mayo de 1938, se reducía el asunto a que «por exigirlo así la salvación de España el
Ejército el 18 de julio de 1936 asumió todos los poderes y funciones del Gobierno y que contra
ambos se produjo un Alzamiento armado, encaminado a la implantación del “régimen marxis-
ta”, sostenido por militares y que hostilizó y hostiliza las fuerzas del Ejército»8 . Los consejos de
guerra se caracterizaban por una ausencia total de derechos procesales. Por ejemplo, «destacan
las acusaciones colectivas, la elección y formación del defensor, la imposibilidad de preparar una
defensa, la parcialidad evidente de todos los juzgadores y testimonios, la importancia desigual
que se daba a estos últimos, o la mera duración de los consejos de guerra» (TÉBAR RUBIO-
MANZANARES, 2014: 246).
José Ramón Clemente, peón caminero de 61 años, casado y con 5 hijos, era acusado por
la Guardia Civil de ser republicano de izquierdas y por la Alcaldía de pertenecer a la UGT y
haber hecho propaganda en el pueblo. Debido a esta denuncia se le incoó a finales de 1938
un expediente de responsabilidad civil. En un escrito de agosto de 1940 al Tribunal Regional,
suplicaba que se le levantara el embargo sobre sus bienes, embargo que se había producido de
manera preventiva. Un mes más tarde, en septiembre de 1940, escribía un pliego de descargo en
el que repetía:

no ha estado afiliado a ningún centro del FP, ni ha hecho propaganda, ni atacado pro-
piedad, ni contra personas, y desde el inicio del Movimiento Nacional ha contribuido
con su humilde pobreza a todas las cargas que se me han impuesto, por tanto todo
lo que se me ha impuesto lo considera ilegal e injusto por las razones que quedan
relacionadas9 .
5 Archivo Histórico Provincial de Teruel, FRP, Expediente 212/2. En adelante AHPT.
6 Archivo Histórico Provincial de Huesca, FRP, Expediente 5598/681. En adelante AHPH.
7 AHPT, FRP, Expediente 249/12.
8 Archivo del Juzgado Togado Militar 32, Causa de Guerra Militar 990/1938. En adelante AJTM, 32, CG M.
9 AHPZ, FRP, Expediente 5659/8.

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Tanto para conseguir reivindicar su dignidad, vinculada a la aplicación de justicia restau-


radora, como para reapropiarse de aquellos bienes materiales que, arrebatados por el Estado
o particulares, les dejaban desprotegidos, los procesados y procesadas por la LRP pusieron en
marcha un mecanismo de relación con el Estado basado, principalmente, en una negociación no
conflictiva. Veamos la condena moral en el pliego de descargo de Leandro Lafuente, industrial
del aceite y panadero en Zaragoza. El ayuntamiento de su vecindad, Fabara, localidad de la
comarca del Matarraña, acusaba a Lafuente de pertenecer a partidos de izquierdas y de que fue-
ron «sus propagandas [las que] dieron por resultado el desastre que actualmente padecemos».
Lafuente escribía «como hombre honrado» que eleva petición de amparo ante la protesta que le
merecen los informes sobre su conducta política, que califica de «totalmente falsos».

dichos informes por contrarios a la verdad, sin entrar en detalles y aclaraciones de


los móviles bastardos y ruines que los han inspirado, son gravemente injuriosas para
el firmante (. . . ) ultrajado por hombres que demuestran ser de condición moral total-
mente incompatible con la nueva España, dentro de la cual no es posible que quepan
los viles calumniadores.10

3. EL PLANTE ANTE EL DESGARRO MATERIAL


Un segundo nivel de ofensa y “experiencia moral” tiene que ver con el modo en que las
incautaciones abrían un escenario personal y familiar todavía más precario de lo que una pos-
guerra sumida en la inflación y la autarquía suponía de por sí. Y es que los escritos no se
detienen en la denuncia del maltrato por parte del Estado a sus ciudadanos, o en señalar la rup-
tura del pacto social de convivencia. Veremos a continuación cómo la esfera de exigencias éticas
estaba directamente relacionada con aspectos materiales, hasta el punto de que sería probable-
mente imposible deslindar unas demandas de las otras. Algunos de los testimonios emitidos
entre 1937 y 1945, eran prioritariamente luchas por reducir , eliminar, fragmentar o demorar las
multas amparándose en los artículos 13 y 14 de la LRP: demostraciones de que sus patrimonios
eran exiguos, consiguiendo apenas sobrevivir, y de que con aquellos escasos bienes debían vivir
varias personas, poniendo por delante una concepción de familia como núcleo económico.
Desde el pueblo de Lascasas, en Huesca, Germán Peña justificaba no poder pagar la multa
«en un solo plazo (puesto que) se vería obligado a realizar ventas de fincas o de caballerías, lo
que perjudicaría enormemente sus intereses particulares, no siendo tampoco de beneficio alguno
para la producción nacional general puesto que no podría atender el cultivo de sus fincas en
condiciones normales»11 . Como cabeza de familia y con el padre de sus hijos en el exilio, la
esposa de un carnicero de Calanda era obligada a saldar la sanción de 7000 pesetas impuesta
al marido, elemento de izquierdas y con cargos en la colectividad local. Tras abonar un primer
plazo de 2250 pesetas, Francisca Borraz solicitaba el resto del pago fraccionado para poder de
este modo garantizar el sustento propio y de sus hijos. En junio de 1941 escribía:

por el juzgado de instrucción ha sido requerida para que pague el resto de la san-
ción de lo contrario mis bienes serian sacados a publica subasta y como quiera que
son los únicos medios de fortuna con que contamos para nuestro sustento ( de la
dicente e hijos) y si tal cosa fuese nos dejarían en la mayor miseria y creyendo que la
Nueva España que es Justicia, no puede consentir con ello, es por lo que, se dignen
concederme la gracia de pagar 4750 pesetas en cinco plazos anuales12 .

Creemos por lo tanto que, incluso en la estrecha frontera entre lo posible y lo meramente
repetible, el género, los modelos hegemónicos de género, fueron una de las vías más plausibles
para los hombres y mujeres de posguerra para resistir a la represión económica. Esto se llevó
a cabo mediante la repetición de las características asociadas a lo que suponía ser un “buen
ciudadano” o una “nueva mujer”, aspectos tremendamente importantes para el Nuevo Estado
y que, al ser adoptados como esencia por parte de los vencidos, suponían un alejamiento de las
10 AHPZ, FRP, Expediente 5662/1.
11 AHPH, FRP, Expediente 5970/7.
12 AHPZ, FRP, Expediente 5980/3.

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Actas del XIII Congreso de la
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La reclamación del derecho a la vida digna en el primer franquismo, una práctica de ciudadanía

culturas políticas de la izquierda republica, y, al tiempo, una negación performativa de lo que los
tribunales y la dictadura de manera más amplia, consideraba los antimodelos de masculinidad
y feminidad. De esta manera se pretendía escapar al juicio de los tribunales, que, recordamos,
no solo se dedicaban a penalizar comportamientos políticos sino una amplia gama de compor-
tamientos (MURILLO ACED, 2013: 69-77). En este sentido, mediante la performatividad, repe-
tición y mimetismo con estos modelos hegemónicos, el género era utilizado y experimentado
como una estrategia, como una herramienta de los débiles.
Si vemos en conjunto estas dos identidades a través de las cuales se expresaban los sujetos,
víctimas de la Ley y madres responsables, o víctimas de la Ley y hombres honrados, así como
el objetivo final que perseguían al entablar esa relación epistolar con el Estado (con un regis-
tro deferencial pero con exigencias y reclamaciones muy concretas y en ocasiones muy osadas),
se puede defender la hipótesis de que esas categorías previas de género fueron utilizadas, me-
diante la performatividad como un arma del débil, en sus demandas de derechos. Les sirvieron
para aparecer como miembros válidos, y no como republicanos antiespañoles, ante quien tenía
el poder de arrebatar el derecho a los derechos, ante quienes podían mediante medidas lega-
les devolverles esa dignidad arrebatada. De otro lado, eran categorías conocidas que provenían
de culturas políticas previas y con las que en buena parte podían sentirse cómodos. Catego-
rías conocidas que, y para esto me han sido muy valiosas las lecturas de vuestros textos, ya
se habían utilizado por parte de un reformismo social nada revolucionario y tuvo su espacio
intervencionista en el primer franquismo, y que les permitían homogeneizarse con el resto de la
población, adhiriéndose a la idea organicista de familia propugnada desde la dictadura y por lo
tanto, pudiendo beneficiarse de esas políticas sociales que, de arriba abajo, quisieron cohesionar
y conseguir el consenso de la sociedad, y de abajo a arriba, les daban el espacio para integrarse
en esa comunidad nacional social que, en término políticos, estaba siendo tan estrechamente
formulada. (CENARRO, 2016).
En este sentido fue clave que la “justicia social” fuera un concepto proveniente tanto de las
culturas políticas socialistas como del liberalismo y el catolicismo social. En la idea de justicia
social confluyen las defensas de personas que políticamente podían ser contrarias a la dictadura.
Que el modo de acceder a la justicia social fuera el paternalismo del Estado y el intervencionismo
del mismo, y no la revolución social, era un asunto menor una vez se había salvado la vida
en la guerra y la miseria de la posguerra afectaba a la misma subsistencia. Si el franquismo
consideraba que los obreros y obreras, o las madres y trabajadores, tenían derechos sociales en
tanto que tales (CENARRO, 2016: 52) entonces las prácticas de ciudadanía que querían exigir
esos derechos, se harían en esa clave. Y ahí viene otra línea de hipótesis: el modo mediante el
cual reclamaron derechos los vencidos, conformó y moduló tanto las prácticas de ciudadanía
como a los propios ciudadanos en su construcción de identidades, en sus modos de concebir la
acción política, al Estado, o sus propias capacidades y ejercicios dentro de la sociedad.
Pilar Serrano, de 41 años y cuya profesión declarada fue “sus labores”, reconocía desde pri-
sión que efectivamente procesaba ideología izquierdista. Con todo, defendía que su pensamiento
era independiente, que no había estado afiliada a ningún partido u organización, así como que
«mi actuación no ha sido otra que trabajar onradamente (sic) antes y después del Glorioso Mo-
vimiento para atender a las necesidaddes sujestionadas (sic) que cada hoghar (sic) requiere»13 .
Otilio Félez, miembro de la UGT y partidario durante la guerra de las colectivizaciones, exponía:

[a su conducta no se le puede poner tacha ninguna], toda vez que ha sido senci-
llamente la conducta de un hombre honrado cargado de familia a la cual había de
atender con su sólo esfuerzo, y que ha llevado siempre una vida de continuo trabajo
incompatible con las actividades de cualquier otro género, y sobre todo con las que
pudieran conducir a la negación de la familia y del trabajo14 .

Pilar Gascón, viuda del pueblo de Luceni, con 6 hijos, era procesada a pesar de no encontrarla
afiliada a ningún partido o sindicato del Frente Popular. De ella se decía que era propagandista
y que era mediante sus predicaciones que había ayudado a inculcar las ideas frentepopulistas.
Gascón no entendía cuál era el motivo de su expediente ni de los embargos que sufría. Como
13 AHPT, FRP, Expediente 461/8.
14 AHPT, FRP, Expediente 217/13.

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Actas del XIII Congreso de la
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Irene Murillo Aced

víctima de los mismos, reclamaba a la Junta Nacional de Incautaciones que, ignorando el motivo
por el que se le habían incautado sus bienes, y habiendo estado ausente de Luceni desde el 20 de
agosto de 1936 hasta el 10 de febrero de 1938, por mandato del ayuntamiento. Además, respecto
a haber imbuido sus ideas a sus hijos, se defendía diciendo que cuando se inició el golpe le dio
un ataque que le hizo perder el conocimiento y no sabe lo que sucedió. Además, añadía, «jamás
ha pertenecido a partido político alguno ni se ha preocupado de tales cuestiones, pues su única
preocupación ha sido poder sacar a sus hijos adelante». A continuación, recordaba que era la
sostenedora de la economía familiar y

al mismo tiempo hago constar mi situación económica, careciendo de lo indispensa-


ble para poder sobre vivir dos hijas y yo. La mayor cuenta 19 años y la menor 15
años, me he visto en la necesidad de sacarlas de mi compañía poniéndolas a servir
para que puedan ellas comer. Los pocos bienes que poseo no reportan lo suficiente
para mi. Con todo, me comprometo a aportar que mis fuerzas me permitan algo para
llevar adelante el Glorioso Movimiento Nacional para el bien de la patria y engran-
decer nuestra España. Ruego a esta comisión sepa interpretar mi sentimiento y obrar
mejor como les plazca todo por Dios y por la Patria15 .

Vemos por lo tanto cómo la población civil que se expresa ante las autoridades judiciales
desarrolla un concepto de vida que une la esfera propiamente biológica, la vertiente más ma-
mífera, de supervivencia, con una esfera ética y social. La vida que defienden es dual. No es
suficiente con tener cubierto el espectro más material, es igual de importante ser reconocido
socialmente. La vida que se defiende engloba una dimensión ordinaria y una trascendencia en
tanto que vida y experiencia social, histórica, cultural (FASSIN, 2010). Esta gente común no solo
se ocupa de pedir lo que está directamente relacionado con su supervivencia, exigiendo la recu-
peración de sus tierras, rehabitando sus casas, librándose de pagar una multa que les destruiría
la economía familiar, etc., sino también lo que concierne al modo en que se plantea la esfera pú-
blica. Es decir, los expedientados no solo denunciaban que la Ley arrollase lo relativo a su vida
material, vida biológica o nuda vida, lo que concierne a los medios mediante los cuales deben
vivir materialmente; también se ocupan en sus escritos de lo que concierne a lo común, a los
modos de vida menos materiales, más éticos. En palabras de Agamben, «La politización de la
nuda vida es la tarea metafísica por excelencia» (AGAMBEN, 2001: 17-18).
En este sentido, también querían recuperar el terreno perdido ante la desposesión inmaterial,
por ejemplo, evidenciando que el sufrimiento surgido de la guerra era un sufrimiento social,
horizontal y compartido por toda la población, y no un patrimonio exclusivo de los vencedores
de la guerra. O que el derecho a existir y a pertenecer trascendía la división política y el Estado
no podía arrogarse el derecho a expulsar a la población del marco local, vecinal y cotidiano en
el que vivían, desposeyéndoles de su vecindad, de sus marco de interrelación o de sus vínculos
laborales.

CONCLUSIONES

Si leemos estas escrituras coetáneamente al momento en que se llevaban a cabo, podemos


afirmar que ante la Ley, un mecanismo cifrado y hostil y conscientes de encontrarse ante un
mecanismo de control social, político y económico, las víctimas no desistieron en el empeño
de averiguarla como herramienta para exigir sus derechos y su reintegración en la comunidad.
Mediante esta vinculación entre dignidad y justicia, en ocasiones amparándose en criterios pre-
legales o subjetivos, en ocasiones apelando a criterios de un Estado de Derecho, los vencidos en
la Guerra Civil realizaron un doble ejercicio. De un lado, afirmaban hallarse en posesión de unos
derechos humanos que no podían ser arrebatados por la autoridad política, y que, al hacerlo, el
Franquismo convertía su mandato en algo ilegítimo. De otro, se erigieron como interlocutores
de un Estado dictatorial demandando ser considerados parte de la comunidad nacional que
concedía o arrebataba los derechos y, en tanto que tales, recuperar aquellas pertenencias que les
habían sido incautadas por las Ley de Responsabilidades Políticas y los decretos previos.
15 AHPZ, FRP, Expediente 5729/11.

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Actas del XIII Congreso de la
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La reclamación del derecho a la vida digna en el primer franquismo, una práctica de ciudadanía

Estas fricciones entre la negociación y la exigencia, entre la denuncia al franquismo y la


necesidad de ser reconocidos por sus gobiernos y leyes, suponen un terreno de encuentro y
desencuentro, un diálogo constante en el que los demandantes articulaban el derecho a tener
derechos. Para evitar la apatridia, para dejar de ser muertos civiles, encontramos la configuración
de unas prácticas de ciudadanía que debían jugarse en un terreno marcado. En este sentido,
apostamos por una noción de ciudadanía que priorice los medios y no los fines, la dimensión
subjetiva, discursiva y experiencial. Kathleen Canning y Sonya O. Rose, plantean la ciudadanía
como categoría que

provee de los lenguajes, las retóricas e incluso las categorías formales para hacer las
reclamaciones, algunas veces en nombre de la pertenencia nacional o en nombre de
derechos específicos, deberes o protecciones, o visiones de la participación política
(. . . ) Aquellos que habían sido excluidos de algunos o todos los derechos de ciu-
dadanía sobre presupuestos de género, raza, o etnicidad, a menudo tomaron estos
discursos y retóricas para hacer reclamaciones a la nación, estado o comunidades
locales» (CANNING y ROSE, 2002: 5).

Así, negados y vulnerados los derechos de los vencidos, éstos reclamaron su restauración
mediante la propia puesta en práctica del derecho a vivir dignamente. Para ello, quienes se de-
fendían de la desposesión y la represión del régimen de Franco parecían tener muy presente que
apelar al derecho personal o al derecho humano a no ser maltratado tendría poco éxito y las prácti-
cas de ciudadanía que se llevaron a cabo durante estos primeros años de posguerra necesitaron
vincularse con la comunidad nacional que formulaba los criterios de pertenencia y nación. Sin
integrarse en la comunidad nacional, muy pronto lo supieron los supervivientes de la guerra, no
podrían nunca moverse, ya no con libertad, sino sin la amenaza constante de ser perseguidos.
Creemos encontrar en estas actitudes la amplia gama de zonas grises del Franquismo. Y es
que siempre con las fuentes documentales como guía e inspiración, observamos que la familia y
el micromundo es una demanda que atraviesa transversalmente todos los escritos y cuya necesi-
dad de salvar supondrá dos vertientes de la misma moneda. Tal es así que podemos plantear con
cierta comodidad una hipótesis que niega el presupuesto arendtiano. Si bien lo privado suponía
una excelente cobertura discursiva para, de acuerdo con el modelo nacionalcatólico de familia,
crear una imagen favorable a su redención; no es menos cierto que suponía una manera de res-
taurar lo que había de roto, de casi insalvable tras la violencia social. La familia y lo privado
suponía poner en marcha prácticas ya conocidas de relación. Por ello, creemos necesario plan-
tear la Ley, el Derecho en la España franquista, como un campo de análisis privilegiado donde
ver el diálogo que la población intentó entablar con la judicatura, pero también para comprobar
cuánto de circularidad, cuánto de porosidad o de permeabilidad, tuvo la dictadura. En esta línea
híbrida de las prácticas ciudadanas podemos reconocer, de un lado, la apelación a principios de
dignidad y derechos actualmente considerados humanos, y de otro lado, unas actitudes políti-
cas que los estudios sobre el franquismo han denominado la zona intermedia entre consenso y
resistencia.

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