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AMBIENTAL
La victoria del candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro en las elecciones
presidenciales de Brasil el domingo ha hecho saltar las alarmas entre las comunidades
indígenas y los medioambientalistas por el destino de la selva amazónica. Los activistas y
los líderes nativos están bastante preocupados por las promesas electorales de eliminar las
protecciones a la selva y los derechos indígenas. Sin embargo, algunos expertos afirman
que existen límites en las posibles acciones de Bolsonaro para cumplir sus promesas, lo que
podría sugerir un futuro más moderado.
«Estamos muy preocupados por lo que ha dicho el presidente electo. Si cumple lo que ha
prometido, reinarán el caos y la conmoción en la Amazonia», afirmó Beto Marubo, líder
nativo de los terrenos indígenas de Valle del Javari, en los límites occidentales de Brasil.
Las dos agencias federales encargadas de proteger la Amazonia son la agencia de asuntos
indígenas, más conocida por su acrónimo FUNAI, y el brazo armado del Ministerio del
Medio Ambiente, o IBAMA. El destino de ambas organizaciones es incierto. Lo que parece
seguro es que sus presupuestos, ya bastante reducidos por parte del gobierno saliente,
sufrirán aún más recortes —quizá devastadores— a manos del gobierno de Bolsonaro.
Según Viola, está claro que eso no va a ocurrir. Sin embargo, sí cree que la presión
internacional ayudará a evitar que el ritmo de pérdida forestal aumente aún más. Los
productores brasileños de productos agrícolas, como ternera y soja, «entienden que una
imagen negativa de Brasil respecto a la Amazonia y el cambio climático afectará a las
exportaciones brasileñas».
Preocupaciones indígenas
Esto supone poco consuelo para los activistas por los derechos de los pueblos indígenas.
Temen que el plan confeso de Bolsonaro de exprimir las riquezas de la Amazonia —ya sea
expandiendo la agricultura a terrenos indígenas, construyendo carreteras y otros proyectos
de infraestructuras o permitiendo la minería en terrenos públicos— desate una ola de
violencia y devastación medioambiental.
«Todas las comunidades indígenas tienen miedo», afirma Felipe Milanez, profesor de
humanidades de la Universidad Federal de Bahía. «Existe el riesgo de un ataque brutal y
violento». Milanez teme que las iniciativas indígenas de patrullar y proteger sus propias
tierras de los forasteros, como los Guardianes del Bosque de los que hablamos hace poco en
la revista National Geographic, serán prohibidas y perseguidas.
Es una perspectiva que deja una sensación de aprensión entre las poblaciones indígenas de
Brasil. «Los científicos han demostrado que los terrenos habitados por pueblos indígenas
tienen los bosques más intactos y protegidos», afirma el líder indígena Marubo. «Eso se
debe a que, para nosotros, la tierra es vida. Nuestra tierra no se vende. No se alquila. Sin
tierra, no hay vida».
ECONOMIA
1. No hay recuperación económica a la vista
En la década anterior, Brasil fue alabado (junto a Rusia, India, China y Sudáfrica)
como uno de los poderosos países que pertenecían al grupo de los Brics: países
emergentes con tasas de crecimiento económico muy rápidas que superarían a
las economías desarrolladas en 2050.
El desempeño económico en esta década, sin embargo, sugiere que Brasil no
pertenece a esa liga.
Una paralizante recesión de dos años en 2015 y 2016 hizo que la economía del
país se contrajera casi un 7%.
Y aún hay más malas noticias: desde el comienzo de este año, los economistas
han reducido en más de la mitad sus expectativas de crecimiento económico para
2019, a una tasa no muy diferente a la observada en los últimos dos años.
2. El problema del desempleo no ha sido resuelto
Los trabajadores brasileños son los que están pagando el precio.
Una encuesta realizada por Bloomberg a fines del año pasado entre los
principales estrategas internacionales, mostró que Brasil encabezaba la lista de
las mejores apuestas en tres categorías: divisas, bonos y acciones.
Desde su caída, todos los esfuerzos del gobierno se han dirigido a reducir este
déficit fiscal.
Algunos economistas dicen que el principal culpable es el sistema de pensiones,
con los brasileños jubilándose demasiado pronto (algunos a principios de los 50) y
con demasiados beneficios (especialmente entre los funcionarios públicos).
Durante los años de auge, Brasil tenía una deuda que era del 51% del tamaño de
su economía. El creciente déficit fiscal elevó el nivel de deuda al 77,1%.
El gobierno dice que si no se hace nada, la deuda del país será del tamaño de
toda su economía en 2023.