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Casi dos siglos han transcurrido desde que el matrimonio civil fue instituido en el Código

Civil. Desde entonces, la fotografía de cómo los guatemaltecos se han casado y separado ha
sido modificada. Hubo décadas, por ejemplo, en las que a los divorciados se les permitió
vivir en distintas casas, pero era ilegal contraer nuevas nupcias si la antigua pareja vivía.

Las historiadoras María Laura Jiménez Chacón y Anna Carla Ericastilla, autoras del ensayo
Matrimonio, divorcio y transgresiones sexuales, incluido en el libro Nosotras las de la
historia, hacen un repaso en los dos primeros intentos (1837 y 1877) de poner en vigencia
el matrimonio civil.

Con aire liberal


Antes de 1837 los enlaces eran regidos por el principio de la Iglesia Católica: hasta que la
muerte los separe. Es decir, si intentaban hacerlo estaban condenados a arder en el fuego
eterno.

Contaban con el divorcio eclesiástico, pero esta opción no representaba la disolución de la


unión, únicamente la separación de bienes y el lugar de habitación de ambos.

Si permanecían casados, el marido tenía el control sobre la propiedad familiar y los salarios
o ganancias de sus esposas, el lugar de residencia y la educación de sus hijos, refieren las
historiadoras.

El 28 de septiembre de 1837, promovido por el doctor Mariano Gálvez, la Asamblea


Legislativa aprobó el matrimonio civil, el cual revolucionó a la sociedad conservadora
durante los 10 meses que estuvo vigente.

Entre otras cosas, este Código estableció que la unión se podía disolver. También fijó que
la edad mínima para casarse era 23 años para los varones y 20 para las mujeres.

En cuanto a los deberes y derechos de los esposos, el numeral 34 citaba: “El marido y la
mujer se deben mutuamente fidelidad, socorros y asistencia”. Pero en el siguiente todavía
se remarcaba que la mujer estaba obligada a habitar y a seguir al marido al lugar donde él
decidiera.

Las féminas tenían la opción de adquirir bienes, pero la ley especificaba que era
indispensable la autorización masculina para disponer de ellos. Toda mujer vivía sometida
a la autoridad paterna, a la del hermano mayor, en caso de faltar el progenitor, o por el más
cercano de sus parientes hombres.

Entre las causales de divorcio estaban el adulterio, la sentencia contra uno de los esposos
por un crimen y el consentimiento mutuo, luego de demostrar que la vida juntos era
insoportable.

Podían contraer nupcias un año después de pronunciarse el divorcio. En caso que el motivo
hubiera sido el adulterio, el esposo culpable tenía prohibido casarse con quien había
cometido la infidelidad.

Las solicitudes para separarse eran denegadas después de cumplir 20 años de matrimonio y
cuando las mujeres eran mayores de 45 años.

En aquel año (1837) se registraron 15 divorcios y la mayoría de quienes comenzaron el


trámite fueron mujeres. El decreto, no obstante, fue derogado el 28 de julio de 1838. “En su
lugar, en 1843, el gobierno eclesiástico emitió un edicto sobre el matrimonio que se basó en
la Real Cédula de 1742”, detallan Jiménez y Ericastilla.
Segundo intento
El Código Civil de 1877 señalaba en el artículo 165 que “el divorcio es la separación de los
casados quedando subsistente el vínculo matrimonial”. Esto se entendió como la separación
de los casados, pero persistía la recíproca obligación de no contraer otra unión.

La reparación del honor asociado con la pérdida de la virginidad, era subsanada con el
matrimonio.

“La promesa matrimonial parece haber sido lo suficientemente convincente para que las
jóvenes relajaran su resistencia al intercambio sexual”, según Jiménez y Ericastilla. De esa
manera el cuerpo se convirtió en el único bien para asegurarse la sobrevivencia mediante
una alianza matrimonial, agregan.

Mujeres sujetas
Las mujeres continuaron siendo obligadas a seguir a sus maridos a donde fuera. El Código
estableció que ellos no podían llamar a la Policía para forzarlas con ese fin, pero que de no
hacerlo ellas perdían el derecho de heredar los gananciales. Si un hombre pretendía obtener
el divorcio justificándolo deliberadamente con un adulterio, no bastaba con tener un amorío
discreto, el cual no era penado. Era preciso que la infiel habitara bajo su mismo techo; la
figura legal se denominó “concubinato escandaloso”, y la ley concedió la facultad al marido
de otorgar “el perdón” a la cónyuge que hubiese quedado presa por una sospecha de
infidelidad.

Así fue aquella fotografía del primer medio siglo de la vigencia del matrimonio civil.

Reformas del Siglo XX


El Decreto 106, emitido en 1963, derogó todos los códigos civiles anteriores. Aunque ha
sido sujeto de reformas, estableció disposiciones legales importantes. La representación
conyugal desde entonces corresponde en igual forma a ambos cónyuges, quienes, según la
ley, tienen autoridad y consideraciones iguales, además, de común acuerdo pueden fijar su
residencia.

 También se establecieron las obligaciones de la mujer en el sostenimiento del hogar


y los derechos sobre los ingresos de su marido.
 Cambió la minoría de edad para casarse de 16 años para el hombre y mayor de 14,
para la mujer.
 En el Código Penal de 1936 se regulaba el delito de adulterio, en el que se
incriminaba únicamente a la mujer casada. El decreto 106 definió como una causal
de divorcio la infidelidad de cualquiera de los dos. Fuentes: Gabriel Gómez,
expresidente de la Cámara Civil de la Corte Suprema de Justicia y Rolando Escobar
Menaldo, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar

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