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Civil. Desde entonces, la fotografía de cómo los guatemaltecos se han casado y separado ha
sido modificada. Hubo décadas, por ejemplo, en las que a los divorciados se les permitió
vivir en distintas casas, pero era ilegal contraer nuevas nupcias si la antigua pareja vivía.
Las historiadoras María Laura Jiménez Chacón y Anna Carla Ericastilla, autoras del ensayo
Matrimonio, divorcio y transgresiones sexuales, incluido en el libro Nosotras las de la
historia, hacen un repaso en los dos primeros intentos (1837 y 1877) de poner en vigencia
el matrimonio civil.
Si permanecían casados, el marido tenía el control sobre la propiedad familiar y los salarios
o ganancias de sus esposas, el lugar de residencia y la educación de sus hijos, refieren las
historiadoras.
Entre otras cosas, este Código estableció que la unión se podía disolver. También fijó que
la edad mínima para casarse era 23 años para los varones y 20 para las mujeres.
En cuanto a los deberes y derechos de los esposos, el numeral 34 citaba: “El marido y la
mujer se deben mutuamente fidelidad, socorros y asistencia”. Pero en el siguiente todavía
se remarcaba que la mujer estaba obligada a habitar y a seguir al marido al lugar donde él
decidiera.
Las féminas tenían la opción de adquirir bienes, pero la ley especificaba que era
indispensable la autorización masculina para disponer de ellos. Toda mujer vivía sometida
a la autoridad paterna, a la del hermano mayor, en caso de faltar el progenitor, o por el más
cercano de sus parientes hombres.
Entre las causales de divorcio estaban el adulterio, la sentencia contra uno de los esposos
por un crimen y el consentimiento mutuo, luego de demostrar que la vida juntos era
insoportable.
Podían contraer nupcias un año después de pronunciarse el divorcio. En caso que el motivo
hubiera sido el adulterio, el esposo culpable tenía prohibido casarse con quien había
cometido la infidelidad.
Las solicitudes para separarse eran denegadas después de cumplir 20 años de matrimonio y
cuando las mujeres eran mayores de 45 años.
La reparación del honor asociado con la pérdida de la virginidad, era subsanada con el
matrimonio.
“La promesa matrimonial parece haber sido lo suficientemente convincente para que las
jóvenes relajaran su resistencia al intercambio sexual”, según Jiménez y Ericastilla. De esa
manera el cuerpo se convirtió en el único bien para asegurarse la sobrevivencia mediante
una alianza matrimonial, agregan.
Mujeres sujetas
Las mujeres continuaron siendo obligadas a seguir a sus maridos a donde fuera. El Código
estableció que ellos no podían llamar a la Policía para forzarlas con ese fin, pero que de no
hacerlo ellas perdían el derecho de heredar los gananciales. Si un hombre pretendía obtener
el divorcio justificándolo deliberadamente con un adulterio, no bastaba con tener un amorío
discreto, el cual no era penado. Era preciso que la infiel habitara bajo su mismo techo; la
figura legal se denominó “concubinato escandaloso”, y la ley concedió la facultad al marido
de otorgar “el perdón” a la cónyuge que hubiese quedado presa por una sospecha de
infidelidad.
Así fue aquella fotografía del primer medio siglo de la vigencia del matrimonio civil.