Vous êtes sur la page 1sur 75

aoiSeminario Locura y Lazo Social - J.

M Gaudillière y
Françoise Davoine
ADVERTENCIAS

Este seminario fue dictado en francés, por lo que hemos tomado como
referencia la traducción realizada durante el mismo por Raquel Capurro.

Consideramos necesario consignar algunas palabras o expresiones en


francés.

Aquello que figura entre corchetes son agregados nuestros.

Los nombres propios seguidos de (?) no hemos podido constatarlos.

Las notas de pie de página son agregados nuestros

Transcripción: Carlos H. Bergliaffa

Alfredo E. López

DE USO RESTRINGIDO - NO COMERCIALIZABLE

SESION 31 de OCTUBRE 1994


PRIMERA PARTE

J. M. Gaudillière: Voy a darles el plan de nuestro trabajo... aunque nunca


respetamos el plan que damos...
Lo mejor sería que en cada una de las sesiones de trabajo Françoise y yo
hablemos la mitad del tiempo. Luego podemos detenernos unos minutos
porque decimos cosas muy cansadoras, cansadoras para ustedes, porque
nos ponemos a hablar durante horas. Y la segunda parte de la sesión podría
practicarse como el sábado*, es decir, esperando las preguntas que ustedes
planteen, a partir de las cuales como siempre, contaremos historias.
Para la organización de los cuatro medio días, yo creo que esta mañana
vamos a insistir en lo que consideramos la competencia de la locura; es
decir, como trabajo de investigación en las catástrofes del lazo social. Esta
tarde proseguiremos en esa dirección profundizando en el sentido de que
esa investigación, tiene un carácter riguroso y científico. Mañana por la
mañana precisaremos los instrumentos de los que nos servimos y
particularmente de la transferencia en la psicosis. Y de tarde, para concluir,
retomaremos algunas cosas esbozadas el sábado, y que insistiremos en un
aspecto importante de este trabajo y que es el de la transmisión oral.
Entonces, hoy de mañana vamos a tratar de avanzar sobre estas cuestiones
de las catástrofes del lazo social, para insistir sobre el hecho de que esto no
constituyó nunca y no constituye para nosotros una posición ideológica.
Vamos a explicarles cómo en nuestro camino llegamos a ese punto. Les
explicaré que cuando insistimos en la competencia de las psicosis, se trata
a la vez de puntos psicóticos que se pueden encontrar en un paciente o
alrededor de un paciente, en su familia; se trata de eso y a la vez de la gran
locura que encontramos en los asilos.
Cuando encontramos esos puntos psicóticos, como ya lo dijo Françoise el
sábado, no hacemos ninguna diferencia entre la manera de trabajar en el
asilo y la manera de trabajar en casa. La única diferencia es que los
pacientes que vienen a casa pagan cuando pueden; mientras que en el
hospital psiquiátrico y en el dispensario, las cosas son gratuitas. No hay
ninguna diferencia en el trabajo y en los efectos, en el trabajo realizado
gratuitamente en el policlínico, en el asilo y en casa.
He hablado de nuestro camino para llegar a los puntos del tratamiento
posible de las psicosis. Es un camino que hay que hacer con los propios
pies, porque contrariamente a lo que dicen algunos proverbios penosos del
psicoanálisis oficial, cuando se trata de locura, absurdo esperar la
demanda. Si un psicoanalista espera la demanda en su consultorio en el
hospital psiquiátrico, la esperará durante toda su vida profesional, sin ver a
nadie. Para la locura hay que ir hacia ella. Ir como vamos nosotros desde
hace 22 ó 23 años al hospital psiquiátrico, un día por semana. Hay que ir
también en los momentos en que la transferencia psicótica llega a la cura.
En esos momentos en que, todos los que trabajan con la locura, saben que
uno tiene ganas de irse. Del mismo modo que uno tiene ganas de irse del
hospital psiquiátrico.
Voy a comenzar pues por contarles cómo llegamos al hospital psiquiátrico.
Eramos muy jóvenes en aquellas época, éramos miembros de la Escuela
Freudiana de Lacan, y esta cuestión de la locura nos interesaba. Un día, en
un congreso de la Escuela Freudiana, escuchamos en un pequeño grupo de
trabajo, un debate entre un ideólogo y un psiquiatra practicante de la
psicosis. El ideólogo era también psicoanalista y miembro de la Escuela
Freudiana y era responsable de una clínica privada para psicóticos. Era
célebre y murió hace algunos años, era Félix Guattari. El psiquiatra
practicante de la psicosis era ese psiquiatra del cual hablamos el sábado,
Edmond Sanquer que era quien preparaba a los pacientes para las
presentaciones de enfermos que hacía Lacan en Sainte Anne.
El tema del debate era la cuestión de la transferencia en la psicosis. El
ideólogo, en una posición política, decía que era necesario considerar a la
locura como una protesta pero sabíamos por otro lado que su trabajo en la
clínica privada implicaba fundamentalmente electroshock y medicación y no
se trataba allí de la transferencia en la psicosis. Y esa era la posición
oficial, inclusive en la Escuela Freudiana, no hay transferencia en la
psicosis. Pero para este ideólogo, los locos podían representar un síntoma
del malestar político social.
El psiquiatra Edmond Sanquer, que es bretón y porfiado, no tenía un discurso
ideológico y le respondió a Guattari “y yo te digo que hay transferencia en la
psicosis”, Guattari le respondió que haría bien en ir a tomar un
tranquilizante. El grupo detuvo allí su trabajo, pero nos gustó la posición de
exigencia de ese psiquiatra. No lo conocíamos, pero a la semana siguiente
Françoise fue a verlo y le dijo que ella y yo estaríamos interesados en
trabajar en su servicio. Y bromeamos juntos a veces desde el tiempo en que
nos conocemos, hace ya más de 20 años, cuando recordamos esta primera
visita de Françoise a Edmond Sanquer, porque era un momento en que
jóvenes analistas de la Escuela Freudiana pasaban por los hospitales
psiquiátricos, muchas veces para ver pacientes psicóticos, pero la mayor
parte de las veces para dar conferencias a los enfermeros y a los internos,
sobre el objeto a.
Evidentemente su pasaje por el hospital psiquiátrico no duraba mucho
tiempo y es quizás una de las primeras cosas que podemos plantear del
trabajo con los psicóticos, y que vamos a precisar esta tarde, a propósito de
la investigación científica que llevan adelante los psicóticos, y es que el
ritmo de trabajo del psicótico es muy diferente del tiempo de nuestro
tiempo cotidiano. Es decir que si uno no tiene la seguridad de poder trabajar
muchos años en un servicio, no vale la pena.
Hay que ir a esos lugares y quedarse allí, aunque no sea confortable, aunque
uno se diga que sería mejor para el psicoanálisis estar afuera de allí. Se
necesita tiempo.
Entonces, el psiquiatra Edmond Sanquer dijo: “de acuerdo”. El hospital se
encontraba a 150 km. al norte de París y dijo “vengan mañana al hospital a
las 5 de la mañana”.
En ese momento, no teníamos hijos y por lo tanto al día siguiente a las 5 de
la mañana estábamos allí. Y durante los 4 años que trabajamos en ese
hospital con él, fuimos 3 ó 4 veces por semana en su auto, teniendo
intercambios interesantes para la clínica, en el trayecto.
El primer día que partimos con él, se detuvo con su auto en la entrada del
hospital. Detuvo su auto, nos hizo bajar, vimos un cartel en el camino que
decía: “camino sin salida” y nos dijo “mi servicio está allí, me voy de nuevo a
las 3 de la tarde”. Y así tuvimos que ir con nuestras piernas hasta el
servicio. Tuvimos que presentarnos nosotros mismos a los enfermeros,
explicándoles qué íbamos a hacer allí, y tomar luego contacto por nosotros
mismos con las personas que estaban encerradas.
El primer contacto fue pues con los enfermeros, nos miraron primero con
desconfianza, porque ya habían escuchado muchas conferencias sobre el
objeto a. Pero como volvíamos allí todos los días, después de 15 días, nos
trajeron a cada uno de nosotros un guardapolvo blanco, que es la ropa de
los enfermeros, y no la de los médicos que no usan guardapolvos. Por
felicidad no somos médicos, tampoco psicólogos ; aceptamos pues los
guardapolvos.
Durante un año hicimos con los enfermos el trabajo de los enfermeros. El
trabajo de los enfermeros está recortado en varias horas durante el día
durante las cuales se suceden diferentes equipos, y nosotros trabajábamos
con el equipo de la mañana.
Supongo que aquellos de Uds. que trabajan en el hospital psiquiátrico saben
qué hacíamos nosotros de mañana. Comenzábamos levantando a las
ancianas llamadas dementes seniles, lavarlas en la bañera porque tenían
encima los excrementos de la noche, y después acompañar a los locos que
estaban allí a diversas actividades, y estar allí cuando los enfermeros (pero
eso era privilegio de ellos) daban los medicamentos. Vimos cómo el trabajo
de los enfermeros es un trabajo muy duro, puesto que viven 8 horas por día
con los pacientes. Veíamos cómo eran ejecutadas las órdenes muy precisas
de los psiquiatras. El psiquiatra escribe en la receta 10 gotas de tal
medicamento. Otro día exagera, va a escribir 9 gotas para variar el
tratamiento. Cuando los enfermeros preparan los medicamentos tienen una
pipeta grande, se pone en el frasco y en el vaso y sin siquiera mirar el nivel.
Creo que es la filosofía normal de los medicamentos.
Hoy en día se ha reemplazado esa manera un poco brutal por la
multiplicación de los medicamentos. El efecto es exactamente el mismo: en
el hospital psiquiátrico el efecto consiste en hacer que la gente quede
dormida en la silla. Eramos testigos de cosas realmente catastróficas desde
el punto de vista de los derechos humanos. Eran los años que siguieron a las
últimas intervenciones de lobotomía, que habían sido iniciadas por ese
médico portugués llamado Monis, que obtuvo por ello el premio Nobel, que
consistía en introducir un escalpelo por la órbita ocular y cortar. Sin ver, se
cortaba.
Sabíamos que unos años antes hubo en ese hospital, ómnibus enteros de
pacientes que iban a Sainte Anne, en París, para que se les practicara esa
operación. Miramos las estadísticas correspondientes a esas operaciones,
la gente que moría como consecuencia de esa operación era contada como
curada, puesto que no estaba más enferma. Pero había mucha gente que
había sufrido esa operación, estaban allí... como plantas. Había todo eso en
el hospital psiquiátrico.
Hoy en día no hay más operaciones de lobotomía. El premio Nobel aquél, no
fue asesinado pero más o menos, puesto que recibió un balazo de uno de
sus antiguos pacientes y quedó varios años parapléjico antes de morir.
Quizás en esa operación la cosa había funcionado, puesto que ese paciente
respondió a esa agresividad sin nombre, innombrable.
Lo que hay que saber hoy en día y que comienza a ser dicho poco a poco, es
que la mayoría de los medicamentos que son administrados, no son
medicamentos sin consecuencias neurológicas a largo plazo para los
pacientes. Incluso se comienza a decir que hay consecuencias
neurológicas.
Todo eso existe: la locura, las técnicas actuales que son los
medicamentos...
(texto no audible)
...trabajo con él porque no es posible, él duerme y a la semana siguiente la
medicación es descendida.
Es capital este tipo de relación con los psiquiatras, es decir que nunca el
paciente puede ser lo que está en juego entre el analista y el psiquiatra; de
manera tal que cada uno lo tirase de su lado, porque es justamente ese tipo
de situaciones la que estos pacientes ya han encontrado en su propia vida.
Y por lo tanto no sólo hay que ir con los pies hacia la locura, sino que
también hay que crear el terreno posible de trabajo con esos pacientes
psicóticos. Este es el marco en el cual trabajamos en el hospital.
Evidentemente nuestra finalidad inicial era hacer que pudieran salir los
pacientes que estaban hospitalizados allí, incluso desde hacía 10 ó 15 años.
Por eso pusimos en juego a la vez una presencia nuestra en el dispensario,
en la policlínica en donde podemos recibir a los pacientes que hemos hecho
salir del hospital, una vez por semana y gratuitamente.
¿Ahora bien qué es lo que estos pacientes nos han enseñado? Porque
realmente los primeros que vimos en el primer hospital, estaban en esa
posición, de enseñarnos algo.
Uno de los primeros que encontramos nos había dado esta orden:
“escriban”, quizás es lo que hizo Françoise con su libro, veintidós años
después. Nos enseñaron que la locura, tiene una competencia específica,
que no puede ser abordada a condición de que la locura no sea ubicada
como un objeto. Y por eso utilizamos de manera indiferente la palabra locura
o psicosis, cualquiera sea la semiología, ya se trate de alguien con rasgos
más o menos esquizofrénicos, que sea alguien más bien con rasgos
paranoicos. Para nombrar a las grandes diferencias usamos siempre la
palabra “locura”, puesto que para nosotros, como dijo Françoise en su libro,
esa palabra no corresponde nunca a un diagnóstico, sino que corresponde a
la naturaleza del instrumento que utilizamos con ese paciente para estar
vinculados con él. Cuando utilizamos la expresión locura o psicosis, quiere
decir que estamos pensando en “transferencia psicótica”. Puesto que la
locura del asilo, es un discurso en el cual las cosas son mostradas, sin otro.
¿ Por qué se decía antes, “no hay transferencia en la psicosis” ? Porque
nadie se colocaba en el lugar del otro de la locura. El lugar del otro para la
locura nunca es un lugar lindo, no es nunca ese lugar ideológico desde el
cual uno puede decir: quiero curar a este hombre o a esta mujer. En
realidad, en el anudamiento de la transferencia psicótica, voy a ocupar el
lugar necesariamente para decirlo en forma irónica, del objeto causa del
delirio. Me convierto como analista en la causa de la locura, por lo tanto no
es un lugar limpio.
Lo que nos enseñaron los primeros pacientes que encontramos, es que no
había otro para estar con ellos en esa locura, porque ellos eran testigos de
un tiempo que se había detenido. Un tiempo que se había detenido en eso
que nosotros llamamos “catástrofes del lazo social”.
Cuando demos ejemplos clínicos, ustedes lo percibirán en seguida y esto va
a resonar en los oídos de la gente de este país, ustedes verán que se puede
tratar de catástrofes mayores en ese lazo social de todo eso que acontece
en los momentos de guerra, de revolución, de dictadura, que son los
momentos en que, como diría Lacan, explota la garantía del Simbólico. Pero
no hay que creer que el trabajo de investigación de la locura concierne
solamente a los enormes cataclismos del lazo social, muchas veces puede
tratarse de catástrofes mucho más pequeñas.
Recuerdo a un paciente que se encontraba en este primer hospital que
estaba en la campaña, y que estaba allí quizás desde hacía varias decenas
de años, que parecía ser alguien extremadamente tranquilo. Interrogué para
saber por qué estaba allí, y eso que lo había llevado allí varios años antes,
es que él había estado empleado en un establecimiento en el campo y era el
responsable de los caballos, que era el principal instrumento de trabajo de
fuerza en ese lugar. A fines de 1930-1940, llegaron los tractores, el patrón de
esa pequeña propiedad (que no es como las grandes haciendas o estancias
de por aquí) fue muy amable con él. Era una tradición, ese hombre dormía en
el establo donde estaban los caballos, tenía su cama allí, podía ver si un
caballo se enfermaba durante la noche. Ustedes deben saber en un país
como la Argentina, que cuando un caballo está enfermo, lo primero que se
hace es hacerlo andar. Entonces, siguió durmiendo en el establo. El patrón
intentó, pensó, que se adaptara al tractor y un tiempo después lo
encontraron en el patio del lugar; durante la noche se dedicaba a hacer dar
vueltas al tractor.
Llegó de esa manera al hospital psiquiátrico y se quedó allí. Por supuesto no
es la única causa y probablemente había en la historia de su linaje puntos
que lo hacían estar pronto, no a enloquecer por esta causa, sino lo hacían
estar pronto para comenzar una investigación loca sobre este tipo de cosas.
Si no hay nadie en ese momento y el diagnóstico es: “actividad delirante,
consecutiva a la inadaptación a la modernización de la agricultura” y si no
tiene cerca una familia para que esté próxima para ocuparse de él, va
entonces al hospital psiquiátrico y quedará hasta la muerte.
Cuando en realidad su trabajo es encontrar puntos de referencia en esas
considerables transformaciones del lazo social que corresponden por
ejemplo a una modernización de la agricultura.
Hay siempre en el trabajo de investigación de la locura una encuesta sobre
las desapariciones. La desaparición de personas, la desaparición de
nombres, la desaparición de lugares, la desaparición de ocupaciones u
oficios, la desaparición de gestos, la desaparición de estilos, de maneras de
ser. Françoise dice a menudo que si la ciencia actual se ocupa de lo real en
la naturaleza, la locura como ciencia, como modo de conocimiento, se
ocupa del Real entre las personas, entre los hombres. Es decir, de las cosas
que no son más nombrables en las relaciones sociales, porque eso ha
desaparecido; pero los hombres y su lenguaje están hecho de tal modo que
cuando personas o cosas han desaparecido y no hay más nombre para darle
a esa desaparición, vuelven como fantasmas.
Como psicoanalistas que trabajamos con la locura hemos de poder
convocar a los fantasmas. Y son estos pacientes llamados psicóticos,
quienes en algunos momentos (nunca 24 horas sobre 24 horas) son ellos,
son los que prestan su cuerpo, su voz a los fantasmas.
Si no se puede trabajar con fantasmas por razones de objetividad, diciendo,
por ejemplo los fantasmas no existen, entonces no se puede trabajar con la
locura. Por mi lado no creo en la existencia de los fantasmas, pero trabajo
todos los días con fantasmas. No es tampoco un asunto de creencia, es una
cuestión de verdad. Es una cuestión de posibilidad para que una palabra se
sostenga. Si esa palabra viene a través de un fantasma que toma la voz del
paciente, respondo al fantasma; si la voz del fantasma llega a través de la
pata de la mesa, le respondo a la pata de la mesa; si la voz de ese fantasma
viene en la tendencia al suicidio del paciente, respondo a esa tendencia al
suicidio de ese paciente. Es difícil, hay riesgos, nadie está al abrigo de esos
riesgos en este trabajo, pero es la condición para trabajar con ese
desaparecido sin nombre.
Esto se hace solamente con el instrumento de la transferencia y no puede
ser practicado y eventualmente enseñado sino a través de casos
particulares. La teoría es sumamente importante en este trabajo, del mismo
modo que cuando se está en medio de un país con un mapa y una brújula.
Con una brújula puedo decir el norte está para allá. El norte es una
convención, no existe. Son navegantes que encontraron un día, que la aguja
imantada se dirigía hacia tal dirección y retomaron esa palabra “norte”, que
ya existía, para organizar el espacio y dijeron: “eso que indica la aguja
imantada es el norte”. De tal modo, un navegante que venía hacia las costas
argentinas en el siglo XVI, podía escribirle a un corresponsal: “cuando
llegué a tal cabo, partí hacia el sudoeste” y la persona que reciba la carta
puede, sobre el mapa, saber que movimiento hizo el navegante.
Es una manera de hablar con los otros. Lo que recibimos por ejemplo de la
teoría de Lacan, como son los tres conceptos mayores: el imaginario, el
simbólico, el real, son capitales para hablar del trabajo en las psicosis. Para
hablar del trabajo con la psicosis y no para hablar de la estructura
psicótica. Cuando hablo con ustedes o a otros de mi trabajo con un paciente
psicótico, hablo como navegante, hablándole a alguien que quizás un día
tome también un barco, diciéndole: “en este barco al menos hay dos”, pero
hay una muchedumbre en el barco. Y le diré en determinado momento del
viaje encontramos al real. El real no está en la cabeza del paciente, no está
en el cerebro, no está en ninguna estructura neuronal o teórica, el real es
eso contra lo cual chocamos juntos y que siguiendo la buena definición de
Lacan es “eso que no cesa de no escribirse porque no tiene ni nombre ni
imagen”.
Y entonces cuando hago el abordaje con nuestro barco de ese real, puedo
decirle a alguien a quien hablo yo: “partimos hacia el sudoeste”.
Es más o menos lo que hicimos cuando constatamos que en Francia no
había nadie en esa época que hablase de “transferencia psicótica”. Fuimos
del lado del oeste; sabíamos que allí había navegantes desde hacía mucho
tiempo, que tenían otros mapas, otros conceptos, pero con los cuales uno
podía intercambiar impresiones de viaje. Fue una de las razones de nuestro
viaje a los Estados Unidos y la razón de nuestros contactos con los indios y
quizás sea la razón de nuestro contacto con ustedes.

Françoise tiene casos particulares para contar ahora.

F. Davoine: En francés para decir volverse loco, se dice: “perder el norte”.


Estábamos en México para hablar de algo semejante en este verano, y un
señor del público al final planteó una pregunta, era probablemente uruguayo
o argentino, y esa pregunta me hizo perder el norte. Me dijo qué se hacía
con los desaparecidos, cuando eso ya no era algo que había que seguir
tratando.
Lo que me hizo perder el norte es la respuesta que le di; yo le dije que el
único lugar en donde quizás se pudiera hablar de esas cosas fuera en el
marco de la transferencia psicótica, en la medida en que el analista pudiera
convertirse en el otro, el verdugo, es decir: la causa de la desaparición y que
nadie quiere verse con eso.
Lo que me hizo perder el norte fue mi ejemplo, le di el ejemplo de alguien
que vino a verme a la policlínica, que había sido enviada a mí por una amiga
de esa persona que es psicoanalista. Y el hijo de esa mujer había
desaparecido; no desaparecido como aquí, sino desaparecido porque era
psicótico y hacia desapariciones periódicas. Y esa analista me enviaba a
esa mujer diciéndome: que era una mujer, que era comunista, muy rígida y
que nunca había querido ver a ningún psicoanalista, porque el psicoanálisis
no era algo bueno para ella.
Efectivamente, cuando esa madre vino a verme, vi a alguien evidentemente
muy defendida, le pregunté de qué región era ; era de Savoya, de mi país.
Pudimos pues hablar fácilmente de nuestra región y le pregunté entonces
que pasaba con su hijo, cómo veía ella la situación. Me dijo que en algunos
momentos se ponía violento, rompía todo y después desaparecía. Como esa
mujer tenía más o menos mi edad, le hablé de la guerra, en la que hubo
desaparecidos. Y le pregunté qué había pasado durante la guerra en su
región. En ese momento se puso a llorar y me dijo que era como si fuese hoy
para ella. Que un día alguien vino a buscar a su padre, su padre desapareció,
que probablemente fue torturado y muerto y probablemente fue como
consecuencia de una denuncia.
La vi varias veces y me dijo que lo terrible para ella no había sido que su
padre fuera denunciado y desaparecido, lo más terrible es que hasta ese
momento ella había sospechado de lo que durante la guerra se llamaba “los
colaboradores” en la denuncia, que ella se había enterado un año antes de
venir a hablar, de lo siguiente: el mejor amigo de su padre acababa de morir,
y en su lecho de muerte ese hombre había hablado, había dicho que había
sido él quién había delatado a su camarada de resistencia. Las familias
estaban muy ligadas, había matrimonios entre esas dos familias y ella no
sabía si debía hablar o no de esto, estaba siempre enfrentada a esta
situación de hablar o no.
Lo que me hizo perder el norte es que respondí eso a ese señor y me detuve
allí, no pude ir más allá.
Al volver a Francia recordé como seguía esa historia, por eso se los voy a
contar: lo que siguió es que vino a verme unas diez veces, luego dejó de
venir y pregunté un día a la psicoanalista si tenía noticias del hijo de esa
mujer. Esta psicoanalista me dijo que el hijo había ido a ver a otra
psicoanalista y la psicoanalista (que no conocía el secreto de esa mujer),
me dijo que lo curioso de la situación era que ese muchacho había ido a ver
a una psicoanalista que trabajaba muy bien con la psicosis, pero lo que
nadie sabía, era que el padre de esa psicoanalista tiene un nombre
conocido, como el de uno de los grandes “colaboradores” de los nazis
durante la guerra. Desde entonces sé que ese muchacho hace progresos
con esa psicoanalista, que realmente se encontró con alguien.
Todo esto para decir, que en esa área de catástrofes, no puede ser abordada
la psicosis, sino a condición de mantener el mal lugar, el mal rol, pero
probablemente de eso hablemos cuando hablemos de la transferencia.
Ahora quisiera empalmar con lo que decía Jean Max, para mostrar que esas
catástrofes pueden ser grandes pero pueden ser también en muy pequeña
escala. Por ejemplo, en algunas situaciones de quiebra económica. En
algunos, antes, (ahora todo el mundo puede quebrar y no hace catástrofe),
pero antes una quiebra económica lanzaba el apellido de esa persona en el
fango. Por ejemplo, puede ser el pasaje, como decía Jean Max, de la
campaña a la ciudad. Puede parecer una nada a escala mundial, pero en la
densidad de una familia no tiene la misma naturaleza.
Anticipo en esto un poco de lo que diré esta tarde de la locura y de la
ciencia. En los nuevos paradigmas científicos, a escala de las catástrofes,
como por ejemplo para entrar en un área catastrófica, puede bastar una
nada para que se produzca esta entrada en la catástrofe, cómo, para la
cristalización, alcanza con que se forme un pequeño cristal y
desencadenarla.
Estoy contenta de recordar aquí, ahora, la época que estábamos con Turelle,
hace 15 años y con quien sosteníamos un debate sobre este asunto sobre si
los hechos sociales tenían que ver con una gran masa de gente; cuando el
psicoanálisis se interesaba por su lado en la subjetividad, que parecía en la
época ser lo no social. Cuando en realidad la locura hace estallar al sujeto
sobre los bordes de una catástrofe mínima, al punto que se puede decir que
el paciente psicótico es esa relación social que está haciendo explosión de
manera mínima.
Voy a hablar entonces, de un personaje de mi libro1, Constance, porque fue
ella la que me enseñó que la locura investigaba sobre ese lazo social, como
un buen sociólogo. Voy a resumir lo que ya está en el libro y voy a contarles
lo que siguió de la historia de Constance.
En un primer tiempo ella se escapa del hospital psiquiátrico y viene a
verme. Mi nombre le había sido dado por una enfermera que yo no conozco.
Tenemos una primera sesión en la que no entiendo nada de lo que le está
pasando, solo escucho la insistencia de la palabra “resistir”, “resistencia”
que viene repetidamente en su discurso pero de variadas maneras, por
ejemplo: “resisto mal al frío”, o “se quemó la resistencia de mi aparato
eléctrico”, etc. Y yo como buena lacaniana en la época, ya trabajaba como
analista, creo captar allí un significante mayor, pero pierdo el norte, en lugar
de hacerle un eco y simplemente decirle: “¿qué le evoca la resistencia?”, le
digo esa cosa terrible: “la resistencia es lo que la vuelve loca”. Es decir que
no le planteo una pregunta sino una afirmación que no sé de donde me
viene.
En ese momento veo a esa mujer que era muy blanca, muy lívida, enrojecer.
Quiere irse.
Antes de que se vaya me da tiempo para decirle que vuelva y le digo con
respecto a algo que ella había planteado respecto a su temor de dañar a sus
hijos porque no tenía sensibilidad,

_______________
1 Françoise Davoine, La locura Wittgenstein, Bs. As., Edelp, 1993.

que si logramos juntas poner en palabras eso que no llega a poder decir,
seguramente va a poder luego contar esto a sus hijos como una historia y
que eso no será algo que los embromará, sino más bien una fuerza.
Con sorpresa la veo venir la vez siguiente, porque la palabra “resistencia”
hizo eco a algo que le había sucedido a su madre. Su madre era comunista,
pertenecía a la resistencia, la madre fue detenida delante de la hija que
tenía dos años, durante la guerra. Más tarde nos enteraremos que la madre
se entregó en el lugar de una amiga. La policía fue a buscar a otra persona a
ese departamento, pero de eso nos enteraremos mucho después. Su madre
murió deportada pero a la niñita no se le dijo “tu madre murió”, sino que se
le dijo: “tu madre no volverá nunca”. Si no va a volver nunca quiere decir que
puede volver. Ella la esperaba siempre y la iba a buscar a los hospitales
psiquiátricos como un lugar de muertos - vivos. Este es el segundo tiempo.
Olvidaba decir que salió rápidamente del hospital. Retomó su trabajo, que
era un trabajo de investigación científica, y retomó su lugar con sus hijos. Y
comenzó el análisis.
Tercer momento que cuento en el libro es el del sueño que yo hice. En esa
época no sabía que podían ser importantes los sueños que yo podía tener.
Sueño que, veo a mi propio hijo ahogándose en un estanque en el interior de
una casa. Lo tomo, le hago boca a boca y enrojece, como ella. Y me
pregunto por qué ese estanque que normalmente se encuentra en el exterior
de las casas, está en su interior. En ese momento pienso que yo estaba en el
vientre materno. En francés es la misma palabra para indicar vientre
materno y estanque [le bassin]. Yo estaba en el vientre de mi madre cuando
fue detenida por alemanes en la guerra. La diferencia es que mi madre pudo
haber sido deportada pero logró escapar. No le digo nada de ese sueño.
Cuarto tiempo: esta mujer luego de un año, año y medio está mucho mejor y
un día acontece ese famoso “¡cataplum!” del que hablaba el sábado. Recibo
un golpe de teléfono del hospital donde ella había sido hospitalizada. Me
llama por teléfono el médico jefe, él está furioso conmigo, porque había
pensado que esa mujer no debía hacer un psicoanálisis, por lo tanto yo la
había empujado a una recaída. Me dijo que era una irresponsable, le
respondí un poco del mismo modo que había respondido “es la resistencia lo
que la enloquece”; le respondo, sin reflexionar: “puede usted dejarla salir
para que venga a la próxima sesión”. Y me dijo “de acuerdo”.
Ella viene a mi casa, a mi consultorio y lamento de que el médico haya dicho
“de acuerdo”. Hubiese preferido que la guardara encerrada porque veo
llegar a otra, veo llegar a una vieja furiosa. Olvidé decir que era judía, veo
llegar una vieja judía, aúlla injurias contra mí, diciéndome que soy como
Menguele y que hago experiencias con ella. Lo que es probable puesto que
ella era una de mis primeras pacientes.
Le digo algo que no recuerdo porque, en este tipo de sesiones no puedo
escribir nada después, no se inscribe. El trabajo que estamos tratando de
hacer, es un trabajo de inscripción. Las palabras se están buscando, y
después de las sesiones, no están las palabras a mi disposición y yo estoy
como en otro lugar, y me lleva tiempo volver a aterrizar. Le digo que en ese
otro lugar por primera vez su madre podía gritar su odio al verdugo, algo así
debí decir.
La vez siguiente, vuelve completamente cambiada, otra vez joven, soberbia,
muy bien. Y tiene una interpretación diferente a la mía. Me dijo que era ella
que tenía que gritar su odio contra su madre, por haberla abandonado y
haberse entregado en el lugar de su amiga y no haberse quedado con ella.
Quinta etapa: Es el final de su análisis, ella va a descubrir que su familia
borraba todo. Era una familia que no se reconocía más como judía, se había
mostrado que esa mujer había sido detenida como comunista. En realidad
esa mujer había sido condenada en una apariencia de proceso, había sido
condenada como judía.
Había otra cosa también, que mostraba que la familia no podía borrar ni
tampoco olvidar, y es que su padre se había casado por segunda vez con una
mujer que se llamaba Elvie. En francés el nombre Elvie es una homofonía
perfecta con elle vie [ella vive]. Y Elvie era su madrastra.
En este quinto tiempo hubo una coincidencia. En esa época había en Francia
un abogado judío que se llama Serge Clasfel, y que este abogado iba a
Alemania para provocar comienzos de procesos contra nazis que se
escondían. Por ejemplo podían provocar accidentes de autos, o cualquier
tipo de cosa mínima, para entrar en contacto con ese nazi que se escondía.
Se arreglaban para que por una nimiedad ese asunto desembocara en un
proceso y llegaba entonces con un tren lleno de judíos, y todos estaban allí
en Alemania para, a partir de ese proceso mínimo comenzar otro proceso.
Tomó ella, entonces, ese tren hacia Alemania, que su madre había tomado y
me vino a ver con un libro que se llama Memorial, que fue editado por ese
abogado, en donde están los nombres de todos los convoyes de trenes que
fueron hacia Alemania. Lo abrió y dijo: “aquí está la tumba de mi madre”.
Porque el nombre estaba escrito en el libro.
Esto es lo que había contado hasta ahora. Ahora voy a contar lo que siguió
porque esta historia tuvo una continuación. Dos años después de haber
detenido su análisis, me telefonea para venirme a ver. Cada vez que llama
temo la recaída, como analista nunca estoy demasiado orgullosa de lo que
he hecho, porque siempre puede ser que lo que he hecho pueda fracasar. Me
dice: “no vengo por mí, vengo por mi hijo”, el hijito por quien ella temía, es
decir temía perturbarlo con su locura. La acababan de llamar del liceo
diciéndole que su hijo había desaparecido del liceo. Y se entera entonces de
que periódicamente desaparecía del liceo desde hacía varios meses. Como
era el año del bachillerato, ella pensaba que él iba a perder su examen y
cuando le preguntaba a donde había ido, él no quería decirlo. Quería el
nombre de un analista para su hijo, le di el nombre de alguien con la certeza
de que él no iría y no tuve más noticias.
Eso fue en junio, en septiembre, me vuelve a llamar por teléfono para
contarme que era lo que había sucedido. Su hijo había aprobado su
bachillerato, no le decía a donde iba cuando desaparecía porque quería
darle una sorpresa. Todos los martes se iba del liceo para hacer teatro en
secreto, él había cambiado de liceo, e iba a un grupo de teatro en el liceo
anterior, y era el jefe del pequeño grupo teatral clandestino. Había hecho el
montaje de una pieza de teatro alemana de Bertolt Brecht, e invitó a su
madre, y otra coincidencia más. Hubo una coincidencia más. El día que
invitó a su madre al teatro, uno de los jóvenes actores faltaba, no estaba. Es
decir que su hijo, que era el director tuvo que subir sobre el escenario y el
personaje que encarnaba en el escenario era el de un oficial alemán. Esta
mujer se puso a llorar como una catarsis aristotélica. En este caso terminó
todo bien. Pero otra vez “¡cataplum!”, quizás dos años después. Me llama por
teléfono y está en el hospital. Me dice: “esta vez estoy en el hospital y voy a
ir a verla pero no quiero escaparme del hospital, voy a salir con la cabeza en
alto. Voy a salir con el acuerdo médico.” Logró tener el permiso del médico y
vino a verme. Volví de nuevo a soñar. La noche antes, esperándola, soñé: el
estanque del primer sueño se había convertido en una piscina. En esa
piscina había una niñita que se parecía a Anna Frank, que tendría entre 10 y
12 años. Me miraba, estaba toda vestida y me miraba como preguntándome
en que baño, en que asunto la había metido [en francés la expresión être
dans le bain se usa tanto para decir “estar en el baño”, como para decir
“estar metido, concernido, comprometido en un asunto.]
Cuando vino a verme, le conté los dos sueños: el primero, que nunca le
había relatado, y el segundo. Le dije que era ella que miraba así y que era yo
quien la había puesto en ese baño [dans ce bain]; en ese baño, es decir en
esa situación catastrófica. ¿ Y qué estaba haciendo ella allí adentro? Lo que
hubo de muy llamativo, -la vi quizás durante un mes- es que al mes
siguiente, su laboratorio de investigación había sido disuelto, y nadie previó
esa disolución. Hubo simplemente una decisión ministerial de disolver
varios lugares de investigación por ahorros de presupuesto y su locura le
sirvió de antena para anticipar una catástrofe que iba a acontecer para ella
y sus camaradas unos meses después.
La situación va a volver a repetirse una vez más. En este momento, en
Francia hay cortes de economía en todos los lugares de investigación de
manera bastante brutal. El lugar nuevo que se abre quizás se encontrará
amenazado uno o dos años después. Esta segunda vez ella va a estar
bizarra, extraña, pero no va a volver al hospital, porque sabe utilizar ahora
su capital de locura. Sabe utilizarlo como instrumento de investigación de
las fracturas del lazo social.
Ella está en una situación en la cual puede decirle a los otros: hay que
prestar atención porque esto puede explotar rápidamente, este lugar en el
que estamos. De manera que los otros también puedan arreglarse para
encontrar otro trabajo antes de que ese lugar explote.

Entonces, antes de discutir hacemos un corte de cinco minutos.

SEGUNDA PARTE

Como es un seminario y esto tiene que ir en los dos sentidos, esperamos


ahora las preguntas o comentarios de ustedes, tenemos una hora hasta las
12,30 horas para ello. También las críticas.
Público: Yo quería preguntarle ¿ cuál es el estatuto de ese sueño, que Ud.
dice que la hace entrar en la locura o que la liga a esa historia particular de
esa paciente?

F. Davoine: El estatuto de ese sueño es que ese sueño permite que se


imprima en mí, o en mi sueño, algo que no estaba impreso, y que se imprima
en un lenguaje que me es familiar y lo interesante es que ese sueño se
imprimió en una zona, que me era un poco extranjera, con respecto a la cual
yo estaba un poco extranjera. De una inquietante extrañeza. Y es porque
también en mi historia ese episodio de mi madre llevada a la cárcel había
sido completamente banalizado. Nunca habló de ello, sólo había mencionado
el hecho, para mí era como algo normal, para mí se había convertido en algo
normal que una mujer embarazada durante la guerra estuviera en una
cárcel, en una celda, con veinte personas. Cada noche una celda de esa
prisión era elegida como rehén en el caso de que la resistencia llevara a
cabo una acción contra alemanes. Pero para mí, ¡era como algo banal! Y
sólo después del contacto con esta paciente realicé el terror que se había
traducido en mi madre en el hecho de que al salir de esa prisión sus
cabellos se habían vuelto completamente blancos.
Es eso el lazo social y es que estos pacientes reavivan en el analista áreas
catastróficas que habían sido borradas, pero que son instrumentos para
trabajar en el análisis.
Y lo que quiero agregar es que, con otro analista el contacto seguramente
habría sido diferente.

J. M. Gaudillière: Quiero agregar una palabra sobre el estatuto de esos


sueños. Trabajé el año pasado en nuestro seminario en la Escuela de Altos
Estudios, sobre textos de sueños reunidos por una alemana. Sueños que van
desde 1930 a 1938. No era ni psicoanalista ni psicóloga, era periodista. Se
llama Charlotte Beradt y en una necesidad, escribió los sueños de gente que
se los venía a contar o se los contaba a amigos que ella tenía. Esos sueños
son muy especiales.
Yo había llamado a ese seminario del año pasado, y hablaremos de eso esta
tarde, “La locura, una pre-ciencia social”.
Lo que estos sueños muestran son catástrofes sociales que van a ocurrir un
tiempo después, en Alemania. Y esos sueños no son sólo sueños de judíos
sino también de otros alemanes. La característica de esos sueños, que
Charlotte Beradt llamó “sueños políticos”, es que son sueños muy claros en
sus contornos. Es decir que, si unos de esos sueños acontece, ya sea al
paciente, ya sea al analista; durante un análisis, son sueños sobre los
cuales es inútil buscar asociaciones. Son sueños en los cuales la
significación manifiesta y la latente son idénticas.
Les doy un ejemplo: me impresionó mucho y es el de un médico en 1932. Es
un sueño de los coleccionados por Charlotte Beradt. Coleccionó unos
trescientos sueños entre el 32 y el 38, por supuesto, coleccionados en forma
clandestina, es decir, que cuando ella los volvía a copiar, escondiendo las
hojas, era la época en que Hitler era llamado el “tío Henry”, y el partido nazi
era llamado: “la familia”. El sueño de este médico es un sueño de un médico
en Colonia, que sueña que terminó su jornada de trabajo, va a su salón y
toma un libro de reproducciones de pinturas de Matthias Grünewald.
Cuando leí ese sueño fuimos a Colmar para ver las pinturas de Matthias
Grünewald. Es un gran pintor de pinturas religiosas de fines del siglo XV, que
pintó sobre todo retablos con el cuerpo de Cristo. Y los pintó en un momento
de catástrofe social, que era en los momentos de peste. Y las
características de la pintura del cuerpo de Cristo en los cuadros de Matthias
Grünewald, es que son pinturas de casi un realismo típico de un médico
forense. Se ven partes del cuerpo que están pudriéndose, y en donde las
posturas del cuerpo de Cristo en la cruz son analizadas a partir de posturas
reales del cuerpo en esa posición, de los huesos en esa posición. Son
pinturas muy impresionantes y no es por lo tanto cualquier cuadro el que
mira el médico en su sueño.
En sus sueños siente que lo invade una gran angustia y en el sueño
entonces levanta la cabeza del libro y se da cuenta de que todas las paredes
de su departamento desaparecieron. La angustia se hace más intensa, mira
mas lejos y ve que todas las paredes, de todos los departamentos de la
ciudad han desaparecido. En el sueño escucha entonces un altoparlante que
dice: “en aplicación del decreto de tal fecha, los muros de los
departamentos privados son abolidos”. He ahí un sueño y hay decenas de
sueños de este tipo.
¿ Ven ustedes que sería absurdo analizar este sueño como un sueño de
represión o un sueño edípico?.
Si ustedes leen el libro de Charlotte Beradt, verán que termina con un
posfacio de Bruno Bettelheim que estuvo él mismo en campos de
concentración y se puede pensar que el trabajo de locura y de recuperación
de la locura por parte de Bruno Bettelheim, llega al punto de que él no
entiende nada de esos sueños por él coleccionados.
Dice, por ejemplo, que no se pueden analizar esos sueños, porque los
pacientes (en este caso no eran pacientes) no hicieron asociaciones. Dice
que en otros sueños la figura de Hitler puede ser asimilada a la figura de un
padre castrador. Son cosas totalmente absurdas, y Charlotte Beradt en su
libro debate con esa posición.
Puesto que tenemos que vérnosla con este tipo de sueños (los sueños de los
que habló Françoise), lo que vemos es que, lo que se está inscribiendo de
esta forma, se corresponde con lo que Freud mismo llamó inconsciente no
reprimido, definiendo con precisión que:

“Todo lo reprimido es inconsciente, pero no de todo lo inconsciente


podemos
aseverar que está reprimido”2
Por lo tanto en ese tipo de sueños no se trata de represión. Todo está dicho
en el marco de ese sueño, y es un momento durante el cual eso se inscribe.
En esos momentos -y hablaremos de eso mañana por la mañana- el estatuto
del sujeto es muy particular, justamente porque no se trata en esos sueños,
ni de deseo, ni de represión. No tiene ninguna importancia fijarse si es el
analista o el paciente el que tuvo ese sueño, porque ese sueño no pertenece
ni a uno ni a otro como individuo, podría decirse: ese sueño pertenece a la
historia, que intenta inscribirse.
Entonces, ese tipo de sueños muy particulares y muy identificables en
ciertos momentos del tratamiento de las psicosis, desde el punto de vista
del inconsciente, están ligados a este inconsciente no reprimido y del punto
de vista del sujeto no se trata del sujeto del deseo, ni del sujeto de la
represión; y del punto de vista de la técnica es esencial que ese sueño sea
dicho y autentificado por parte del analista si es el analista que tuvo ese
sueño, o por parte del paciente, si fue el paciente el que tuvo el sueño.
Técnicamente es fundamental no hacer asociar sobre determinados
significantes en ese sueño, porque no se trata, o no se trata aún, de
significantes en esos sueños. Es un texto que intenta encontrar ubicación
allí donde no había palabras posibles.

Público: ¿Eso sería un texto, cómo un escrito, estaría del lado de la


escritura? A mi me confunde un poco esto, porque me parece entender que
habría en un sueño o en la historia, en el relato de ese libro que ustedes
dijeron el sábado, una cosa para mostrar, sobre lo que no se puede decir,
sino que estaría ¿del lado de lo escrito para ser mostrado o para ser visto?
¿Así?

F. Davoine: Está del lado de la mostración, pero esta mostración es un


primer intento de escritura.

Público: De escritura, de inscripción; no de hablar, del decir.

F. Davoine: Está del lado del mostrar y de la primera inscripción, por


supuesto, que hay diferentes tipos de escritura.
Recién hablábamos de que hay momentos, después de una sesión en que
uno no logra escribir nada después de esa sesión. Es una primera
presentación, representación - presentación. Es un poco lo que el teatro de
la crueldad de Artaud cuando intentaba mostrar algo del origen del lenguaje.
Artaud dice que su teatro realmente nunca pudo
_______________
2 S. Freud, El delirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen, Obras
Completas, t. IX, Amorrortu Ed., Bs. As, 1980, p. 41.

existir sino que era mas bien la teoría de su locura. Dice que si ese teatro de
la crueldad pudiera existir, habría menos sangre en las calles de París y
escribía eso en 1933.
Evidentemente escribió El teatro y su doble3, volvió al asilo y siete años
mas tarde hubo sangre en las calles de París; es algo de ese orden.

Público: ¿ Cuál es el argumento que se da en Francia para volver al


electroshock ?

F. Davoine: El cognitivismo, la ciencia del cerebro, hay un libro en París, que


en este momento es muy popular, es un best seller, se llama El hombre
neuronal, en el cual se postula que si se logra dominar todas las sinapsis del
cerebro, se podrá entonces curar la enfermedad mental. Hay una creencia
muy fuerte, por la cual se cree que la enfermedad mental es algo que
sucede en el interior de la cabeza. Se cree que hay algo en el interior de la
cabeza que está en déficit o todos los sinónimos que quieran encontrar para
indicar un déficit. La razón que se da es esta creencia de esta interioridad
del proceso psíquico, no como algo que juega entre los humanos, sino como
algo que está encerrado en el interior del individuo. Es una razón que se
sostiene puesto que cuando uno está angustiado tiene la impresión de que
le pasa algo adentro de la cabeza.

J. M. Gaudillière: Ahora parece que está adentro de la cabeza pero que para
los griegos era en el vientre u otros lugares pero en el interior.

F. Davoine: Es un pensamiento muy progresista, en las vanguardias de las


ciencias de hoy, que ya era el pensamiento de la Edad Media, pues hay un
libro que acaba de salir en Francia que muestra que en la Edad Media, se
curaba la locura, una parte de la medicina curaba la locura en la Edad
Media, dando un golpe en la cabeza. O bien como dice Jean Max podía estar
en otro lugar del cuerpo, se les hacía cosquillas en las plantas de los pies a
los melancólicos para hacerlos reír.

Público: Si la locura, si entendí hoy, es el rompimiento de ese lazo social.


¿Cuál es la concepción de institución psiquiátrica? ¿cómo orden del lazo
social? ¿o no?

F. Davoine: Una corrección primero, la locura no es una ruptura del lazo


social, la locura es un trabajo de investigación sobre las rupturas del lazo
social.
Las instituciones psiquiátricas son lo que son. No trabajan sobre la locura,
trabajan sobre el tratamiento social de la locura. Es decir que intentan
desde sus presupuestos, como dice la ley, proteger a los pacientes de sí
mismos y proteger a los otros. Es una posición totalmente ideológica, la de
decir por ejemplo: hay que suprimir a las instituciones. Fue el caso como
ustedes saben del movimiento anti-psiquiátrico italiano, que tuvo su razón
de ser como denuncia de la situación inhumana de las internaciones, o
mejor dicho de las detenciones psiquiátricas en Italia. Pero después que la
ley suprimió a las instituciones
_______________
3 Antonin Artaud, El teatro y su doble, Alianza Editorial, Madrid, 1973.
psiquiátricas, la ley no pudo suprimir a los locos y los locos hoy en día se
encuentran
fundamentalmente en las cárceles. Por lo tanto no es algo simple, y
sencillamente hay que saber que si como psicoanalistas se trabaja con la
locura, se trabaja también con esa realidad social.

Público: Sería posible ver en aquella frase que usted le dice a Constance: “la
resistencia la vuelve loca”, ¿ sería posible ver la condición de la causa, el
lugar de la causa del deseo del delirio ?

F. Davoine: Sí, porque cuando yo hice esa afirmación pensé luego la estoy
volviendo más loca de lo que está. Solo que Constance no deliraba, estaba,
diríamos esquizofrénica, es decir sin ningún tipo de afecto. Pero es decir,
que cuando yo dije eso y vi que enrojecía yo lo interpreté como: “esto es
peor, la estoy volviendo mas loca de lo que está”. Entonces estoy de acuerdo
con la pregunta.

J. M. Gaudillière: Pero en esta cuestión no hay deseo en juego. Es la causa


del delirio, no del deseo del delirio.

Público: [audible parcialmente]...este concepto, o sea el concepto de


catástrofe...como si fuera un acontecimiento real que sucede...y me hacía
acordar a la primera teoría del trauma de Freud. ¿Han pensado ustedes
algo?

J. M. Gaudillière: Por supuesto, porque cuando se leen los primeros casos


clínicos de Freud, por ejemplo en la correspondencia con Fliess, es evidente
que entre los pacientes que Freud veía en esa época había pacientes
psicóticos. En todo caso es el diagnostico que los psiquiatras harían hoy
para muchos, de entre ellos. Ustedes saben que es con esos primeros
pacientes que elaboró progresivamente su teoría del trauma. Y la hipótesis
de Freud en ese momento -y uno puede pensar que es una hipótesis válida
por sus efectos- la hipótesis es de que esos traumas eran reales. Y en los
comienzos de su trabajo, el que fueran retomados en la transferencia ese
real del trauma, producía efectos interesantes.
A partir de allí saben ustedes que en lo que siguió de la teoría freudiana,
ustedes saben que Freud renuncia a la teoría de la realidad del trauma. Nos
llevaría demasiado lejos decir esto con detalles, pero se puede decir que en
general: hay que subrayar en primer lugar que el analista de Freud era un
psicótico: Fliess; que a partir del momento del cambio de teoría, Freud no
seguirá viendo pacientes psicóticos. Conservando un fuerte interés por la
cuestión de la psicosis, con un punto de vista teórico y solo teórico cuando
va a trabajar el caso Schreber, puesto que nunca se encontró con Schreber y
que Schreber había muerto cuando fue publicado el texto de Freud, pero que
además Freud durante toda su vida intentó empujar a los psicoanalistas al
lado de las psicosis. Fue el caso con Jung, fue el caso con Ferenczi y
algunos otros. Y lo que se ve, y es quizás una respuesta respecto a las
cuestiones de las instituciones y a las instituciones psicoanalíticas, es que
cada vez que Freud intentó empujar las cosas hacia ese terreno, la
institución psicoanalítica explotó; muchas veces con consecuencias graves
como muertes o locuras. Es claro que cuando trabajamos con pacientes
psicóticos, la cuestión del trauma ha de ser abordado, y cómo podría ser de
otra manera, con la idea de que el trauma es real, real en el sentido
lacaniano, es decir como algo que no tiene ninguna representación posible
ni en palabras, ni en imágenes. Se puede decir muchas cosas sobre esto y
creo que a lo largo de estos días va a volver a ser abordado.

Público: ¿Quería saber porqué hoy Jean Max ponía énfasis en la cuestión de
que no hay diferencia entre trabajar en el consultorio y en el hospital, y
entre que pagar y no pagar..?

J. M. Gaudillière: En primer lugar es así. Hay que decir varias cosas. Una
cosa es una organización técnica de nuestro trabajo. Tenemos esa posición
de Maître de Conference de L’Ecole des Hautes Etudes. Y es el lugar de
nuestras investigaciones desde hace 20 años. Por ese trabajo que hacemos
recibimos un salario, un sueldo, que nos permitiría vivir. Es decir, que
cuando trabajamos con pacientes psicóticos en nuestro consultorio, en
nuestra casa, no dependemos para vivir de lo que ellos nos pagan. Y es una
construcción que hicimos así. Por supuesto, cuando estos pacientes nos
vienen a ver a casa, les pedimos que paguen, con tarifas muy variables.
Hemos organizado nuestra propia política de seguridad social, los ricos
pagan por los pobres, es muy simple. Solo que sabemos que cuando
recibimos en casa pacientes psicóticos, aún cuando en esos momentos son
capaces de pagar, porque tienen ahorros o porque trabajan, sabemos que en
determinados momentos del psicoanálisis, en el momento del “¡cataplum!”,
muchos de esos pacientes no van a poder pagar. Y es algo que lo sabemos
por experiencia. Es decir que el trabajo mismo del análisis va a organizar
rupturas con la sociedad, es decir que el trabajo va a ser temporariamente
perdido, van a perder el trabajo; o si por ejemplo, al comienzo del
tratamiento la familia pagaba, en otro momento, ya no es mas posible,
quizás porque la familia rehusa pagar o porque el paciente rehusa que su
familia pague. En esos momentos hay que continuar el análisis. Y sabemos
eso desde el comienzo.
Generalmente con los pacientes que recibimos en nuestra casa, eso se
organiza bajo la forma de una deuda, y para muchos de ellos en general, es
pagada varios años después. Por otro lado tenemos ese trabajo en el
hospital psiquiátrico y en la policlínica por el cual somos pagados por
trabajar allí, nos pagan muy poco. Pero ese salario existe y da cuenta de
porqué a los pacientes del hospital y de la policlínica los recibimos
gratuitamente. Insisto, para decir que en tales condiciones, el trabajo del
análisis puede hacerse. No quiere decir que somos buenos samaritanos y
que ofrecemos nuestro tiempo y nuestro cuerpo a la locura para que nos
coma, sino que simplemente para estas cuestiones de locura, nuestro
testimonio es que la cuestión del dinero no cambia nada.

Público: Nunca han parado... ¿estas situaciones los ha llevado a ustedes


ante Tribunales? ¿Qué ha pasado?

J. M. Gaudillière: Pienso que esto va a suceder dentro de 10 años, porque


siempre tenemos un atraso de 10 años respecto de EE.UU. [risas] Es
terrible, sí, es imposible trabajar en tales condiciones.

F. Davoine: Por ejemplo en Austen Riggs Center, el lugar del que hablo en el
libro, está siendo absolutamente destruido como lugar de trabajo. Ya
Chestnut Lodge no es más un lugar donde se hace análisis o muy poco.
Fuimos durante 15 años, todos los años y vimos como se fue degradando la
situación de los psicoanalistas. Es decir que los jóvenes analistas tienen
miedo. Tienen que pagar y cuesta muy caro el seguro de la práctica y el
abogado. No se animan a hacer mas nada con los pacientes. Apenas hay una
amenaza de suicidio, los mandan a otro hospital. Y está toda la presión de
los seguros privados, que creció mucho, que quiere tratamientos rápidos,
diagnósticos conforme con el DSM III o IV. A punto de que el psicoanálisis
está perdiendo terreno, en instituciones en donde estaban a la vanguardia
en el tratamiento de la locura con el psicoanálisis. En Francia la situación
no es así. Se tiene mucha libertad. Los abogados aún no han pensado que
podían hacer fortuna con esto.

J. M. Gaudillière: Para responder de una manera menos fáctica y para darles


también una perspectiva de trabajo, hay que saber que el derecho y la
locura tienen el mismo origen. Y es lo que nos enseñan las primeras
tragedias griegas de Esquilo. Y pienso que los analistas que están
interesados por esta cuestión de la locura y del derecho podrían mirar un
poco menos las tragedias de Sófocles o de Eurípides y mirar un poco más de
cerca, estas tragedias más antiguas de Esquilo, en las cuales, como al igual
que en el caso que Françoise definía hace un momento, el verdugo y la
víctima son igualmente culpables ante el lazo social, y a partir de eso se
puede reflexionar.

Público: El sábado usted hablaba de cuando recibía a un paciente neurótico,


investigaba sus lazos sociales, familiares.

F. Davoine: No...

J. M. Gaudillière: Tu dijiste que la locura no llega al analista necesariamente


traída por el loco mismo. Puede ser alguien totalmente normal, un neurótico
el que viene al analista, diciendo que conoce a alguien que está loco, en su
vecindad o en su familia, de sus camaradas de clase de hace 20 años, y en
ese momento estamos muy atentos como dice Françoise a propósito de
Wittgenstein y como lo dijo el sábado, no se elige la boca con que se dice
“me duelen las muelas”, es decir que la locura no habla necesariamente por
la boca de aquel que muestra la locura.

F. Davoine: La locura en este momento, habla por la boca de Jean Max con lo
que está diciendo. [risas] Quisiera volver sobre estas historias de derecho
en otro momento.

Público: Si porque 10 años más de vida y muere el psicoanálisis y mueren


los analistas. La catástrofe va a ser la del psicoanálisis; acá... ¡esperá
nomás! [risas]

F. Davoine: Soy más optimista, porque aún si socialmente la cosa es menos


reconocida, siempre habrá locos que encontrarán a su psicoanalista y habrá
siempre psicoanalistas que trabajarán más o menos bien. En lugares que
estarán obligados a encontrar y descubrir. Sucede con Austen Riggs y
Chestnut Lodge, lo que sucede con instituciones que marchan muy bien, y
que de golpe, en un buen momento, entran en decadencia. Las instituciones
son mortales y una de las cosas que me enseñó mi libro, es que me permitió
encontrarme en Francia, en provincias, con mucha gente que trabaja con la
locura, de manera llamativamente subrayable, señalable, artesanalmente en
los lugares donde trabajan. Podía ser en hospitales espantosos. Y encontré
gente a la que nunca se escucha hablar en lugares como éste, públicos.
Muchas veces gente tímida, que sencillamente cuando empiezan a poder
contar lo que hacen, trabajaban de la misma manera que yo cuento trabajar
en este libro.
Voy a dar un ejemplo: se trata de una enfermera que trabajaba en una
clínica llamada de vanguardia, que en realidad son de retaguardia, en las
que hace insulinoterapia, porque es bien paga por la Seguridad Social. Ella
era enfermera en un hospital general, y llegó nueva, a un hospital
psiquiátrico porque fue designada allí para su trabajo. Tenía que ocuparse
de un hombre, de un hombre que estaba allí desde hacía 10 años. Tenía que
ocuparse del cuerpo de ese hombre en el curso de una cura de sueño. Y
ocupándose de él, hizo una pavada y dijo una mala palabra. Y esa expresión
la dijo en el dialecto que hablaba su madre, que ella no lo sabía hablar, pero
que sabía sí insultar en esa lengua. Y sucedió que ese hombre le contestó
en ese dialecto. Entonces tuvo mucha vergüenza -porque en Francia se tiene
vergüenza con los dialectos. En la generación de su abuela, les estaba
prohibido a los niños hablar esos dialectos en la escuela. Había que hablar
el buen francés. Se puso a hablar en dialecto con ese hombre y me dijo, que
de una manera que nunca entendió, ese hombre salió del hospital al poco
tiempo.
Cuando esa mujer contó esa historia, estaba colorada como un tomate, y
dijo que nunca se había animado a contar eso, porque no había entendido
bien lo que había pasado. Es un ejemplo de estas cuestiones de
transferencia que funciona en la gente que está en contacto con los
pacientes y siempre habrá gente así.

Público: Cuando ustedes dicen que hay que salir a buscar al psicótico,
porque si esperamos que los psicóticos vengan no van a tener pacientes;
entonces la manera de ustedes de llegar a los psicóticos... ¿fue entrar al
hospital? o ¿cuáles son las maneras de llegar a los psicóticos?

F. Davoine: Me vengo ahora y hablo en lugar de Jean Max. Creo que Jean
Max hablaba del hospital a donde fueron muchos analistas, se encerraron en
sus escritorios y esperaban que los pacientes llegaran. La mayoría de los
pacientes que tenemos en el hospital, son pacientes con los que nos hemos
cruzado en los corredores. Como lo relaté en una de las historias del
sábado. Puede ser alguien que nos golpea, en todos los sentidos del
término. Alguien con quien entramos en una cierta resonancia. Pero también
pensamos que los analistas, deben de ir a trabajar en las instituciones
públicas, a los lugares públicos.
Si es que la locura les interesa... y no interesa a todo el mundo... y no es
mejor interesarse en la locura que no interesarse.
Simplemente es así.

J. M. Gaudillière: Mi fiambrero no se interesa en la locura y sin embargo


vende unos quesos excelentes.

TERCERA PARTE
Tarde

F. Davoine: Esta tarde, entonces, vamos hablar de la locura y la ciencia,


puesto que Hélyda nos pidió que habláramos de eso que estamos trabajando
después de nuestro libro sobre La Locura Wittgenstein.
Después de La Locura Wittgenstein, me quedaba el vacío de Wittgenstein,
me sentía muy sola, y entonces tomé a otro amante, a Schöedinger. ¿Por qué
les voy a hablar de Schöedinger? Porque se trata de un físico que fue el
fundador, el que encontró las formulaciones, las ecuaciones de la física
cuántica, y porque lanzó en 1958 en Cambridge un llamado a los
psicoanalistas. El dice que el psicoanálisis, que es una ciencia nueva,
debiera interesarse en el retorno del sujeto en la ciencia. Porque, dice
Schöedinger, el sujeto elidido en las ciencias necesariamente por método de
objetivación conduce a la catástrofe. Cosa que él dice después de la guerra.
Después de la guerra digo, porque durante la guerra los físicos colegas de
Schöedinger habían contribuido al descubrimiento de la bomba atómica,
porque además entre las dos guerras, los físicos de Austria y Alemania
habían trabajado en una particular situación de precariedad y de catástrofe.
Voy a volver un poquito más adelante sobre este asunto, pero antes quiero
decir por qué me parece urgente trabajar sobre la locura y la ciencia.
Es con respecto a esta ciencia positivista que trata, como decía hoy a la
mañana, al cerebro como un computador así como antes lo pensaba en
términos de redes telefónicas. Esta ciencia que se inmiscuye en darnos
lecciones sobre lo que tiene que ver con el tratamiento de la enfermedad
mental. Se trata de cosas concretas. Hablaba, hoy a la mañana, de las
investigaciones que se han cerrado en Austen Riggs y en Chestnut Lodge. Y
hoy en día eso ha sido reemplazado, todo lo que se hacía antes, ha sido
reemplazado por un estudio de seguimiento de los pacientes. La
investigación hoy en día se ha convertido en una investigación estadística,
se le hacen cuestionarios a los pacientes sobre cuantas veces por semana
van al cine, cuántas veces hablan con sus vecinos, con la finalidad de
comparaciones normativizantes. Y es sobre estos criterios estadísticos que
luego se va a juzgar el valor del psicoanálisis que estos pacientes han
practicado.

Raquel Capurro: Me pregunta Françoise, porque yo le había dicho, que en


Montevideo había un grupo de psicoanalistas de la IPA que intentaban, en
este momento querían imponer una serie de investigaciones después de las
sesiones, para objetivar el tratamiento psicoanalítico. Se que es por el lado
de la estadística pero no sabía yo exactamente que están haciendo. Se que
están en esa posición. Viene de EE.UU..

F. Davoine: El modelo que es empleado en estas situaciones es un modelo


reductor, extremadamente simplista. Se trata de situaciones en las cuales el
sujeto en análisis se encuentra totalmente objetivado, y sin objetivación no
habría una buena ciencia. Y es a este tipo de pseudociencia que debemos el
fracaso de instituciones como Austen Riggs o la de jóvenes analistas que no
se atreven a avanzar públicamente en lo que hacen.
Otra razón es el avance de las posiciones cognitivistas,
comportamentalistas, en los servicios; las que nuevamente toman a los
pacientes como objeto de investigación y de objetivación. Podríamos pensar
que se trata de una lucha entre buenos y malos, nosotros estaríamos del
lado de los buenos, porque ellos intentan objetivar al paciente y nosotros no.
Y nuevamente caemos en un pensamiento dualista, dicotomía que es el
mayor escollo que encontramos cuando tratamos con la locura. Esto, porque
el paciente mismo se objetiva antes que la ciencia lo objetive. Ellos mismos
se ofrecen como cobayos a la investigación, ellos mismos se ofrecen como
perfectos sujetos, en el sentido de sujetados, de la teoría kleiniana,
lacaniana, lo que sea. Y es parte del trabajo de investigación de la locura, el
de imitar, mimetizarse, mimar, como el mimo, el trabajo de la investigación
científica, y aquí no está dicho esto en forma peyorativa.
Si digo este imitar, este mimetismo es porque se trata en realidad de dos
campos paralelos, en donde en uno se trata de inscribir el real, en fórmulas
científicas, y en el otro en un juego de lenguaje, en un nuevo juego de
lenguaje.
No sería pues un azar, si como creo haber dicho esta mañana a alguien que
nos hacía una entrevista para un diario, que los científicos más importantes
se encontraran en determinados momentos en que están descubriendo
nuevos paradigmas, tentados por la locura.
Aquí hay que hacer brevemente una distinción que hace Kuhn en La
Estructura de las Revoluciones Científicas5, entre la revolución científica y
la ciencia clásica, la ciencia que simplemente es administrada y aquellos
que hacen los descubrimientos científicos, estos últimos que interesan.
Me interesé entonces por eso en Gödel que después de haber descubierto a
los 25 años sus teoremas, cayó en depresiones de las que no podía salir, y
que escribía en fichas, que llamaba “sus reflexiones filosóficas” que quizás
prontamente serán editadas y en las que trataba con los fantasmas. Gödel
durante un cierto tiempo se carteaba con Einstein, que estaba en
Princetown, y en un lugar que tiene el mismo nombre que éste, un lugar de

_______________
5 Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, F. C.
Económica, México, 1971.
estudios avanzados y eso lo mantenía hasta que Einstein murió. En 1968,
Gödel, después de la muerte de Einstein, quedó hospitalizado con una
paranoia. No quería tomar los medicamentos psicotropos que le daban.
Decía que lo querían envenenar y falleció dejándose morir de hambre.
Einstein podía escuchar a Gödel sobre este terreno de la locura y el hijo de
Einstein, como pude saberlo por alguien que se ocupó de él, estaba
internado en Kurtgerslich (?), estaba diagnosticado como esquizofrénico.
Por su parte Cantor fue a pedirle al Papa que confirmara su teoría.
Schöedinger dice que los hombres de ciencia pagan un precio muy caro a la
ciencia, porque hay aquí, situó ya Schöedinger, el sujeto, el hombre que hace
estos descubrimientos con sus pesadillas, con sus angustias tiene que
quedar excluido de lo que escribe, de lo que hace la ciencia.
Entonces, él hace este llamado a los psicoanalistas para que haya un
retorno del sujeto en la ciencia. Pero, ¿qué quiere decir esto que parece un
poco abstracto? Para esto, él dice que una primer cosa es cortar con el
positivismo, y se refiere a alguien que ya en 1930 decía que el cerebro no es
un standard telefónico, es como si uno estudiara el teléfono sin interesarse
en las conversaciones que pasan por sus hilos.
Y El hombre neuronal, el libro del que yo hablaba esta mañana es realmente
una farsa. El autor estudia el funcionamiento de la neurona en una ameba
que tiene probablemente dos o tres células y luego dice con cierta audacia:
voy a hacer la hipótesis de que esto es lo que funciona en las enfermedades
mentales. Y resguardándose o fortalecido en su posición de científico hace
pasar esta hipótesis al público, que la acepta porque justamente la emite un
científico.
Entonces hay que cambiar de paradigma, ese paradigma que lo conozco por
divulgación y no porque conozca directamente las ecuaciones de
Schöedinger. Esa divulgación la hizo el mismo Schöedinger y consiste en
tres o cuatro puntos que curiosamente nos interesan a nosotros que nos
ocupamos de la locura. Hay una analogía, no digo yo que se aplique al
psicoanálisis lo mismo que se pone en marcha en la ciencia cuántica, en la
teoría cuántica, pero hay algo allí de común que se encuentra en este nuevo
paradigma.
Primer punto de la nueva física: no hay más una objetivación pura, el
investigador forma parte del campo de experiencia, modifica ese campo, al
igual que el psicoanalista, en su trabajo. Por lo tanto se va a trabajar en la
interacción. El sábado se vio que la palabra intersubjetividad no era
conveniente, pero se va a trabajar en ese entre dos, en esa interacción.
El segundo punto: se termina con el mito de la reversibilidad, hechas
algunas experiencias ya no son más reversibles. Se va a trabajar entonces
con la hipótesis de una cierta repetición de experiencias cada una de ellas
singulares con algunos puntos de semejanza entre ellas.
El tercer punto: dice Schöedinger, es terminar con determinada concepción
del tiempo, de la linealidad del tiempo, se puede pensar que el tiempo va
hacia atrás; lo mismo que en el psicoanálisis hemos visto, que no era
conveniente hablar en términos de progreso, y sino mas bien de algo que
está allí presente. Encuentro una semejanza con pacientes que vienen al
análisis absolutamente desubjetivados, dicen no tener yo, no tener
personalidad, hay allí una especie de paradoja porque estos pacientes a la
vez no los llevamos a la objetivación pero ellos traen un mundo, nos van a
hacer participar en un mundo objetivado y van a intentar llevar la situación
analítica a esa objetivación.
Por lo tanto toda la cuestión que se va a plantear en el análisis, es la de
encontrar un sujeto a ese mundo objetivado y es la misma pregunta de
Schöedinger; sólo que el analista también está tomado en esta objetivación.
En estos momentos que yo he descripto, el analista es sacado de su lugar y
pasa a configurar, a tomar un lugar en esa objetivación.
Para esto voy a dar dos ejemplos, voy a tomar uno que no es mío, sino de
Anna Freud, que es lo que ella cuenta de los niños de Teresing y el otro
ejemplo es de un joven que estaba a la vez, muy tomado en la investigación
científica, y también, en esta investigación del campo de la locura.
Conocen seguramente muchos de ustedes la historia de Anna Freud que
trató después de la guerra de juntar a los niños que habían estado en el
campo de concentración de Teresing en Checoslovaquia. Estos niños fueron
recibidos en Londres en una linda casa, eran seis niños y lo primero que
hicieron fue transformar esa linda casa en un campo de concentración. Todo
esto para mostrar, como decía Jean Max esta mañana, que las víctimas no
son siempre buenas víctimas, víctimas amables.
Algo que llamó la atención de Anna Freud, es que estos niños no podían ser
tratados individualmente y que además a diferencia de cualquier niño, a
quien se le da un chocolate y va a pensar primero en comérselo él solo,
estos niños siempre pensaban en dárselo a otros.
Es decir que por un lado el espacio se convertía en algo inmundo como si el
tiempo no hubiera pasado, no había progreso, y por otro lado los niños
actuaban como si fueran un solo organismo. Es decir que no había sujeto,
salvo pensar en un sujeto colectivo como una colmena o un hormiguero.
Por otra parte esos niños, aullaban insultos en alemán que habían
escuchado, y eran niños que se aterrorizaban con los perros ovejeros
alemanes y con los camiones.
¿Cómo podían entrar esos niños en un proceso de subjetivación, ellos que
mostraban el estado de su mundo, ese estado de un ello de ese mundo? En
el contacto con Anna Freud y con algunas otras personas que los rodeaban,
ellos aprendieron poco a poco otra lengua, el inglés. A medida que hacían
esto se fueron separando unos de otros y fueron cayendo gravemente
enfermos a riesgo de sus vidas. Es decir que tenían que destruir ese mundo
y eso suponía pasar por algo que encontramos a menudo en los análisis y es
este riesgo de muerte real. Poco a poco fue así que pudieron ir renaciendo
cada uno e ir verdaderamente saliendo de los campos de concentración.
Yo me enteré, tuve todos estos documentos a través de una paciente que
estaba en análisis conmigo, cuya familia había sido exterminada en los
campos de concentración, e hice la hipótesis de que aquellos niños cuando
se hicieran grandes y se encontraran en una situación de dificultad,
volverían seguramente a aquella forma de enfrentar la posibilidad de una
sobrevida, de una sobrevivencia. Me dijo que sí, que eso era lo que había
ocurrido, y encuentro muy revelador cómo esta desaparición de sujeto en un
mundo objetivado, al fin y al cabo por medio de la ciencia, puesto que los
campos de concentración eran algo bastante científico, cómo el retorno del
sujeto se hacía al igual que en el psicoanálisis de una psicosis, en primer
lugar por un mostrar la cosa innombrable, luego por este organismo entre
varios, como sucede entre el paciente y el analista, y luego por la creación
de un nuevo juego de lenguaje en el cual puede expresarse el sujeto.

Voy a contar ahora el relato de un paciente que tuve en análisis, en el que


es posible ver cómo el retorno del sujeto se hace siguiendo las etapas que
enumeré. Es alguien que me fue enviado por este personaje de mi libro que
llamo Casimiro, es alguien que me dice que viene apenas para ver, porque
no quería abrir su caja, desembalar nada de lo de él, y su problema era que
vivía como un vagabundo en la calle. Ese vagabundo era un científico que se
interesaba especialmente en las cosas del azar y trabajaba en un hospital,
entonces dormía en el hospital, vivía el resto del tiempo en las calles como
pordiosero y llega a verme en el momento en que el jefe del hospital quería
internarlo en un hospital psiquiátrico. Llegaba entonces en un estado
totalmente objetivado puesto que no quería hablar nada de su vida, ni
reabrir nada de su pasado, tuve que extraerle detalles de una manera casi
policíaca.
Haciéndole astutas preguntas pude enterarme de que él se había
enloquecido a partir del momento que había dejado a su mujer y a sus hijos,
en que su mujer tenía un amante cuyo nombre era... puede ser Jean Max
[risas]. El azar hacía que él se encontrara con ese hombre por las calles
bastante a menudo, y eso tenía como consecuencia, que lo dejaba cada día,
no más catatónico, pero sí cada vez más petrificado y objetivado. Casi que
lo obligo a venir a verme regularmente y un día al fin abre su caja de una
manera extraña. En esta caja hay tres objetos que él guarda desde la edad
de diez años: uno es una lapicera que no escribe, un par de anteojos rotos y
un chal fuera de moda. Esos objetos sobre los que nada puede asociar, son
esos objetos que son él. En todo esto yo no entiendo nada y él está mejor,
logra volver a reinteresarse en su trabajo, alquilar una habitación en la
ciudad. Paso por todo esto, para llegar rápidamente al “¡cataplum!”.
Un día veo llegar a mi consultorio a un monstruo -¿no sé si ustedes conocen
el teatro de Kantor?, es el teatro de un polaco, que se llama El teatro de la
muerte- Ese monstruo que llegó, evidentemente era él que llega con los
lentes rotos puestos, la bufanda anudada alrededor del cuello y la lapicera
en la mano. Estúpidamente, mirándolo le pregunto (porque hacía calor
afuera), le pregunto por qué se puso esa bufanda. Me responde: “para atar
mi cabeza a mi cuello” y me dice que va a matarse, que yo no voy a tener la
culpa de nada y que se las va a arreglar para que sea como un accidente , y
tiene un papel en el que dice que entrega su cuerpo a la ciencia. Le digo
rápidamente que si se mata igual soy responsable puesto que me está
hablando de ello, y le pregunto por qué es necesario que su cabeza sea
atada a su cuello. Me dice muy naturalmente que tiene una cabeza de mujer
en un cuerpo de varón. Yo me digo que está delirando y no me llama la
atención que diga esto. Y le digo algo que digo en general cuando alguien
me plantea que quiere matarse, que seguramente hay algo que necesita
matar. Que si se mata va a ser muy embromado, porque entonces no va a
estar mas ahí, para que entre los dos podamos encontrar qué era eso que
tenía que matar. Y que si tiene ganas de matarse cuando está lejos de mí,
que haga un dibujo o tome un objeto y me lo traiga, que exprese lo que
quería hacer. Y es así que termina la sesión.
Si hubiera estado en EE.UU. tendría que haberlo hecho internar, porque
quedé preguntándome si se iría a matar. Hubo un suspenso terrible hasta la
sesión siguiente. Me dijo que había hecho un dibujo terrible, que no me
mostró. Trabajaba en un hospital y el dibujo que había hecho era el de un
despellejado. Había representado a la caja craneana serruchada para poder
proceder a un intercambio de cerebros. Y me dijo que era un intercambio
entre el cerebro de esa chica y el de él. Yo no se por qué le pregunté cómo
se llamaba esa chica, me dio un nombre, se acordó entonces y esto era algo
objetivado, que cuando tenía diez años, es decir la edad de los objetos, de la
bufanda, de los anteojos y de la lapicera, había descubierto entre las fotos
de la familia la foto de un bebé y había preguntado si era él. Le dijeron: “¡No!,
es una hermanita que murió”. Y después me enteraré que era una hermanita
que había muerto de una enfermedad genética, la espina bífida. Y le habían
dicho que antes de él estaba esa hermanita y después de él había habido un
hermanito que también había muerto de espina bífida y que se llamaba Jean
Max, el nombre pues de ese que había entrado en su casa como un
fantasma y lo había expulsado de su casa. Y que todo su trabajo que era
etiquetado como de esquizofrénico, era en realidad la búsqueda de la huella
de estos objetos objetivados. En ese momento, me dijo que no le servía para
nada contarme todo esto que ya sabía.
Olvidé decirles, que en ese momento de suspenso, antes de la sesión en la
que él volvió, tuve un sueño que fue imposible que yo le relatara porque me
daba demasiada vergüenza. Después de haberlo visto con esa bufanda que
le ataba la cabeza al cuello soñé que le saltaba al cuello, con una gran
ambigüedad, era acaso un movimiento erótico, y era eso lo que me daba
vergüenza, o agresivo, para forzarlo a hablar.
Comprendí mucho después lo que me ligaba a ese joven y es que él había
triunfado en estudios científicos en los cuales yo me había detenido. Por lo
tanto, él me dijo que no le servía para nada contar todo esto que ya sabía y
que se iba a suicidar.
Voy a contar otras cosas pero antes algo que supe después y es que
siempre este cruce entre la Historia con mayúsculas y la pequeña historia y
es que los dos chicos estos de la familia habían nacido durante la guerra de
Argelia. Los padres se habían divorciado y habían dado para ello una
especie de razón política. En realidad se habían divorciado luego del
nacimiento de este niño monstruoso, se habían dado la razón de que el
padre era de derecha y estaba del lado de los militares y la madre de
izquierda y estaba del lado del FLN. Por lo tanto vuelve a irse y yo quedo con
este segundo suspenso de si se va a matar o no.
Viene entonces un tercer momento, que es el advenimiento de este sujeto,
en relación a este cuerpo entregado a la ciencia. Volvió de este segundo
suspenso con un sueño, una tercera categoría de sueños podríamos decir,
que los llamo “sueños firmas”, es decir que firman el retorno del sujeto,
como cuando uno estampa la firma. Son para mí como una prueba, si
quieren pruebas, de que había represión y van a ver porqué.
Sueña que estamos en el patio de una escuela, yo soy la maestra y él es uno
de los alumnos. Está jugando a un juego que consiste en que él encabeza
una columna de niñas, una fila de niñas, se va a tratar de la columna bífida.
Encabeza una columna de niñas, entonces, esta columna marca, es el
mismo significante, este real de la columna bífida que vuelve como en un
juego de niños. El dice: “era muy divertido estar encabezando una columna
de niñas yo que soy un varón”. Entonces, ya ahí tenemos un significante,
“columna”, que está en el real y está inscribiéndose como significante.
Luego dice que entramos en una clase y que él se pone a escribir, escribe
una palabra latina, propheran. Dice que no sabe lo que quiere decir y yo le
digo que sí, en Francia, mucha gente de su generación estudió latín, y a la
manera de una maestra de latín lo constriño, lo obligo a hacer el análisis
gramatical. Pasando del análisis al análisis gramatical, propheran está
empleado en modo subjuntivo, que quiere decir: “que yo profiera, que yo
profetice a la faz del mundo”.
Entonces, este sueño es un sueño de inscripción de la columna monstruosa,
y al mismo tiempo es el punto de partida de un nuevo juego de lenguaje para
alguien que no podía hablar, abrir la boca. Era evidentemente el deseo de
hablar, de proferir. Y que a partir de ahora está dispuesto a abrir la boca, a
proferir. A partir de ahora el análisis va a continuar por las vías del análisis
clásico, de represiones, de deseos, etc.
Si hiciera yo un seguimiento de ese paciente, podría decir que tuvo sus
logros en la investigación científica a la que volvió, y que volvió también con
su mujer y sus hijos y tuvo otros hijos que tuvieron todos una pequeña
anomalía física, tuvieron todos labio leporino, como si hubiera él querido
desafiar el azar y cada vez que esto ocurrió me escribía una pequeña carta
notificándomelo.
Quería exponer este caso, porque ejemplifica bien este retorno del sujeto,
del cual habla Schöedinger, que está objetivado de una manera necesaria,
que es el mundo de la ciencia. Schöedinger dice que no vamos a volver atrás
y comenzar la ciencia, pero es necesario mostrar la maniobra inicial, y esta
maniobra inicial no es otra que objetivar el real. En nuestras entrevistas,
uno sabe muy bien que no va a aplicar el psicoanálisis en el dominio de lo
entificable, en el dominio de las ciencias, del real en la naturaleza, pero
creo que el camino al cual nos obliga la locura, es de un rigor extremo y
totalmente paralelo a aquel de los nuevos paradigmas científicos.
En este mismo registro hay otro científico, en Francia, que también intenta
hacer un puente hacia los psicoanalistas, y en el que muchos no se
interesan y que es el teórico de las catástrofes René Thom. No voy a
hablarles de René Thom, sobre quien voy a hacer mi seminario el año
próximo, pero para darles apenas una idea, él habla de las catástrofes como
de la ruptura de una continuidad. Por ejemplo, el borde de esta mesa sería
una catástrofe, y dice de una manera bastante poética que esta mesa
guarda el recuerdo de la sierra que la cortó.
Y uno encuentra en estos nuevos científicos una imaginación mucho más
desarrollada que la que se encuentra en los científicos de las neurociencias.
Como no temen no ser considerados como científicos, se permiten tener
hipótesis mucho más descabelladas. Y Schöedinger decía que cuando más
descabelladas y más locas mejor, porque las hipótesis más descabelladas
son las menos peligrosas, porque fácilmente la experiencia puede
contrariarlas. Da como ejemplo de hipótesis descabelladas a los pitagóricos
que hacían jugar toda esta correspondencia entre las cifras y las palabras,
un poco a la manera de como Freud jugaba también con las cifras en un
período de su vida. Entonces él dice que con todas estas hipótesis los
pitagóricos fueron los primeros en descubrir, antes que Galileo que la tierra
daba vueltas en torno a un hogar central y que la poesía era parte
integrante de la investigación científica. Él mismo era también un poeta.
Paso la palabra a Jean Max.

J. M. Gaudillière: Voy a intentar precisar después de Françoise el rigor del


procedimiento de investigación, en el que consiste la locura.
El eje que sostiene la racionalidad de la ciencia, depende enteramente de la
linealidad del tiempo, es decir que consideramos científico un
procedimiento que ubica el pasado, como antes del futuro y pasando por el
presente. Porque en esa linealidad orientada, y solamente en ella, podemos
ubicar el principio de causalidad.
Lo que es interesante señalar en este punto, es el origen antropológico de la
elección del principio de causalidad. Freud mismo aborda esta cuestión,
más o menos en estos términos, la elección de esta sucesión pasado -
presente - futuro, está hecha por los hombres para estar seguros de que los
muertos no vuelven. Si alguien ha muerto, eso quiere decir que su vida ya
pasó, quiere decir que eventualmente puede atribuirse una causa a su
muerte, y con eso uno trata de estar seguro de que no volverá nunca más.
Es quizás esa la forma ritual en la que viene a inscribirse nuestro principio
científico de causalidad.
Cuando se trabaja con la locura, de entrada y antes de todo efecto de
transferencia, uno queda sorprendido por los trastornos de esta linealidad.
Los que trabajan en hospitales psiquiátricos conocen ciertamente a esos
viejos jovencitos, hombres cuyo historial dice que tienen 50 años, pero
parecen tener 25 o 30. Los que trabajan en esos hospitales saben también
que el tiempo de los microbios no se engancha con esos pacientes, y que tal
paciente que ha pasado inviernos enteros desnudo en la nieve, no ha estado
enfermo, es decir que algo que en la negociación habitual de nuestro
tiempo, eso que habitualmente para nosotros: “quedar expuestos al frío
durante largo tiempo en invierno causa una enfermedad grave” en este tipo
de casos no funciona de la misma manera y no da posibilidad de enganche a
una causalidad de este tipo, aún a nivel fisiológico.
No es siempre algo tan regocijante, sino estoy seguro de que las mujeres
querrían volverse locas para no envejecer, quizá sea este el caso; no es
siempre tan regocijante porque hay una recíproca. Es decir, que en
momentos de transferencia controlados o no, el tiempo comienza a ponerse
en movimiento. En el mejor de los casos el paciente comienza a tornarse
físicamente enfermo, o de manera mucho más grave, cuando el tiempo
comienza a girar en su sentido habitual y un delirio se detiene hay que saber
-y todos los clínicos lo saben- que es el momento de mayor riesgo de
suicidio.
Es fácil de hacer que un delirio se detenga con un poco de costumbre y un
poco de presencia pero, ¿qué se hace cuando el delirio se detiene? Si uno
no hace nada, rápidamente el tiempo se pone en marcha y el paciente
termina con el tiempo, suicidándose. Es pues en este manejo del tiempo, en
que consiste el rigor científico de la locura.
Si queremos trabajar en el sentido que nos es propuesto y mostrado por
nuestros pacientes, no podemos decirle que el futuro está después del
pasado y no antes. Ya lo saben eso. Pero si utilizan este sistema del tiempo,
no pueden hacer su investigación sobre las catástrofes.
La mayor parte de estas catástrofes están escritas en los libros de historia,
escritas a la manera como está escrita la historia, es decir que los
historiadores van a encontrar causas a estas catástrofes históricas y
sociales. Causas económicas, causas naturales... todo tipo de causas, pero
causas. La mejor manera de seguir el rigor de la locura, cuando suspende
esta noción de causalidad, es ver que la mayor parte de la gente que
atravesó estas catástrofes no enloqueció. Toda la gente que atravesó los
campos de concentración nazis -es el ejemplo que uno siempre toma- no
enloqueció, solo algunos “eligieron” este modo de exploración de las
rupturas del lazo social. Hay un poeta, no recuerdo su nombre, que dice
“todos los hombres nacen locos, algunos lo siguen siendo”.
Cuando se entra pues en la línea que nos es propuesta por este trabajo de la
locura, nos vemos llevados a suspender esta noción de causalidad, a
suspender la sucesividad temporal habitual y a no devolverle las
características del paciente como marcas deficitarias, sino autentificarlas
como instrumento de investigación.
Voy a darles un ejemplo que trajimos este verano de México, hicimos una
serie de exposiciones en México ante analistas, psiquiatras y estudiantes
en ciencias sociales, y exponía quizás como ahora esta investigación en el
lazo social y en la ruptura del lazo social, y entonces una psicoanalista que
estaba en la sala pidió la palabra. Con una pregunta que era: “no entiendo
¿en qué consiste la ruptura del lazo social, en qué consiste el lazo social? E
inmediatamente dio un ejemplo sobre el que pedía se reflexionara. Se
trataba de una paciente que le había llegado a una institución unos meses
antes, esa paciente había llegado en una situación que los psiquiatras
habían diagnosticado de delirante. No dejaba de pronunciar constantemente
una palabra, que los psiquiatras habían calificado de neologismo, y era la
palabra “belicosidad”. Pareciera que esa palabra no existe en español,
tampoco en francés, aunque uno entienda bien que quiere decir. Pero en la
semiología psiquiátrica estaba señalado que cuando aparecen neologismos
se trata de locura, pero hay que desconfiar siempre de la lengua porque
incluso cuando Lacan intentó retomar el tema de los neologismos, eligió a
una mujer que había visto en una presentación de enfermos y subrayó una
palabra francesa que era “galopine” y dijo: “ven, ahí está el neologismo”.
Pero si uno toma el diccionario, y aunque uno sepa que no es una palabra
frecuente, uno se da cuenta que un escritor como Guy de Maupasant había
empleado ya esa palabra. Los psiquiatras dirán que Guy de Maupasant
estaba loco, es la prueba de que un sujeto que pronuncia una palabra por
primera vez, es un loco.
Esa paciente fue interrogada por esa psicoterapeuta, esa psicoanalista, -... y
cuando voy al hospital psiquiátrico y veo por primera vez una persona le
pregunto: ¿qué la trajo aquí...?-, y su aventura había sido la siguiente: esa
joven que tenía más o menos unos treinta años fue un día a la panadería a
buscar pan y al entrar en la panadería alguien le sacó la cartera. Salió
gritando y buscando a la policía y encontró muy cerca un policía -en México
hay policía por todos lados- se puso a gritar intentando explicar que era lo
que le había sucedido, entonces hubo un balazo. La historia no cuenta quien
disparó el balazo, si fue el policía, si fue el maleante o si fue algún otro, y
una bala atravesó la pierna de esta mujer. A partir de allí enloqueció, es una
causalidad bizarra, porque uno puede pensar que la mayoría de la gente
puede recibir una bala en la pierna, lo que no es agradable, pero sin volverse
loco.
Entonces intenté presionar a esta analista con preguntas, y de una manera
que me llamó muchísimo la atención, me explico ella que en 1968, cuando
esa paciente tenía ocho años, iba un día a la panadería, para comprar pan, y
en el momento en que estaba en la panadería, estalló el fusilamiento en
Tlatheloco. La panadería estaba al lado de la plaza de Tlatheloco. En ese
momento el fusilamiento no le hizo a ella una herida en la pierna, pero
provocó varios centenares de muertos. Y con respecto a este
acontecimiento los Mexicanos nos dijeron que aún no se sabe bien cuántos
muertos hubo, quién dio la orden de disparar, en dónde quedaron las
personas, quiénes aún están en prisión, etc.
Bueno ese día esa niñita, esa joven, no enloqueció, la masacre no causó su
locura, pero le pedí a esa analista que dijera a esa paciente que la bala que
atravesó su pierna en 1994, la bala real, había sido disparada en 1968. No es
una interpretación, ¡es la autentificación del trabajo hecho por la paciente!
No es necesario para que la paciente haga ese trabajo que sea una militante
política de un lado o de otro. Es algo que le cae encima, es sobre ella al
modo de una bala perdida, que va a caerle esa bala en 1994. Lo importante
es autentificar su investigación historiadora, que tiene como objetivo un
presente que no ha cesado de no pasar desde hace 25 años.
Cuando me expreso de esta manera, podría decirse que me estoy
expresando de manera metafórica, “como si”. No es ese el caso. ¡Es así! No
hay metáfora posible sino hay inscripción. No se puede hacer entrar en una
metáfora sino a significantes, si no hay significantes por el cual un sujeto
pueda decir un real, no hay metáfora posible.
Es unos de los adagios conocidos de los psiquiatras respecto de la
esquizofrenia, cuando se dice que toman a las palabras como cosas. En este
caso yo tomo a la cosa como una cosa, esa bala es una bala real.
Si desencadena una investigación en esta paciente, es porque esta bala
real, no es la bala de un hecho diverso, de un hecho cotidiano. Digo
entonces realmente, que realmente esa bala fue disparada en 1968, no es un
forzamiento poético. Sino que, se trata de reconocer el rigor de lo que está
aconteciendo en el proceso mismo de la psicosis. Se trata de reconocer
cómo se está efectuando ese proceso, y cómo ese proceso pide a otro que
lo autentifique.
A partir del momento en que admito que en mi trabajo se puede suspender
el funcionamiento del principio de causalidad, porque el juicio de causalidad
no es lo que está en cuestión en esta situación. Por ejemplo cuando vuelve
un fantasma de ninguna manera puede invocarse el principio de causalidad
diciendo: “vuelve porque ha muerto”. Pues, si intento llevar al racionalista
por ese camino, me va a decir “de acuerdo, vuelve porque está muerto, es
alguien que retorna, porque está muerto. Pero usted me encierra porque de
todos modos los fantasmas no existen”.
Cuando suspendo este juicio de causalidad, el tiempo no pasa, no ha
pasado, y no me causa, no me ocasiona ningún problema reconocer que la
bala fue disparada en 1968. Cuando se trabaja de este modo, hay que caer
en la cuenta de la extremada densidad de las cosas que nos dicen los
pacientes. Es decir, que no hay que intentar diluir algo que se nos dice en
forma tan dura y densa, en una prosa explicativa.
Con Oscar, el marido de Hélyda Peretti, estábamos el otro día discutiendo
esto, a propósito de un verso de Sófocles que es de Edipo en Colona6. Es un
hermoso ejemplo para aproximar esto. Se trata, si ustedes leyeron la obra,
de ese momento en el cual Edipo y Antígona llegan, están en la escena.
Llegan cerca de un bosque sagrado, el bosque que es uno de
_______________
6 Sófocles, Edipo en Colona, Tragedias Completas, Ed. Grupo Zeta,
Barcelona, 1989, p. 319.
esos lugares encuadrados, determinados, sagrados, que es precisamente al
tipo de lugares que nos convoca la locura. Como Edipo y Antígona que llegan
a las puertas de Atenas, en Colona, y no saben donde están. Se encuentran
ellos con alguien que pasa y le preguntan: ¿dónde estamos? El que pasa por
allí da una serie de informaciones sobre ese lugar sagrado, que es un lugar
consagrado a las diosas del real, que son las diosas de la venganza. Esas
que ni siquiera se tiene derecho de nombrar, no pueden nombrarse más que
a sí mismas. Para decir sus nombres de una manera a través de un rodeo,
los griegos las llaman “las Benevolentes”, pero en el nombre latino se las ha
llamado “las Furias”, que es el nombre de la locura. Llegan pues, a este
lugar sagrado, consagrado a “las Erinias” y para caracterizar a ese lugar el
que pasa por allí dice a Edipo y Antígona un verso. En un solo verso, hay tres
adverbios -para quienes conocen griego- adectos, alogos, afonos. En los tres
adverbios, está el “a” de la negación, está indicando en ese verso de manera
muy apretada, que en ese lugar no hay mirada, no hay palabra y no hay voz.
Cuando cité ese verso, Oscar fue a buscar la traducción argentina de ese
verso, hay cuatro líneas para traducir ese verso. Se dice más o menos que
ese es un lugar, que cuando por ahí se pasa, no hay que echar un vistazo y
que es un lugar que no puede nombrarse y para afonos hay todavía tres
líneas para explicar la palabra. En el texto griego es un verso con tres
adverbios.
En el trabajo de las psicosis, las cosas se expresan de esa manera, en ese
tipo de densidad, y no vale la pena si uno no es capaz de estar a la altura de
esa densidad, intentar diluir esto en explicaciones de causalidad o en
diagnósticos que pasan más allá de ese lenguaje. Porque de lo que se trata
en esas cosas es de lugares donde no hay mirada, ni palabra, ni voz.
Y como dice un verso, un poco más lejos en la misma tragedia, que también
está completamente traducido a contrapelo en vuestra edición, el pasante o
un miembro del coro, no recuerdo bien, le dice a Edipo: “extranjero”, es el
nombre con el cual se dirige a Edipo. “Extranjero”, hay ahí, cosas que no han
tenido el honor de ser puestas en historias, sino que son cosas que uno
aprende por frecuentarlas, por estar con ellas. Es con este tipo de cosas
particularmente densas con las que llamamos a la transferencia y con las
que tenemos que trabajar.
Son esas, “extranjero”, cosas que no han tenido el honor de ser puestas en
historias. Son las catástrofes de la historia, que no pueden entrar en el texto
de la historia oficial, aunque se diga hubo 365 muertos o 20 ó 2 ó 2000 ; y
que uno aprende de ellas frecuentándolas.
“Estar con” es la palabra de la transferencia en las psicosis.
Voy a darles un ejemplo antes de detenernos, de un comienzo de una
situación así con un paciente: es un paciente que un médico del hospital me
pidió que viera hace ya muchos años, porque ese paciente estaba muriendo
en el hospital, pero no de una muerte fisiológica, no estaba enfermo, sino
más bien como decía Françoise hoy de mañana, una muerta viva que estaba
allí en la cama. Se dejaba morir de hambre, tomaba justo lo indispensable
para no morirse, un poquito de crema de marrón para no morir y que luego
además, la vomitaba.
Cuando fui a verlo estaba en su cama en medio de sus excrementos y su
orina. Le dije la única cosa que podía decirle “me llamo Jean Max
Gaudillière, soy psicoanalista aquí en el servicio, y el médico me pidió que
viniera a verlo”. Entonces giró su cabeza hacia mí y son las primeras
palabras que escuché de él, y que era su identidad. Yo le dije : “yo me llamo
Max Gaudillière” y él me contesto: “yo soy un codificado del antipasado”.
He aquí, el tipo de frases que uno puede recibir en un primer momento.
Puedo decir: delira, está confuso, no entiendo o decir tiene algo en las
neuronas; o puedo sentirme capturado, como yo lo sentí, por la fuerza de
sus palabras. El antipasado es el pasado que no se inscribe. El hecho de que
alguien viva con un antipasado le trae consecuencias. Está codificado por
ese hecho de que hay en él un pasado que no se inscribe para él.
Tenía unos treinta años en esa época, llevaba mas de ocho años de
hospitalización, y decidí ese día que lo haría salir del hospital. Trabaje ocho
años con él en el hospital, hubo condiciones sobre las que se podría discutir
pero por las que pasó en este momento, y luego de ocho años salió.
No es simple, permaneció unos dos años sin volver al hospital, a veces
retorna al hospital por unos días o unas semanas, pero para mí salió y está
saliendo.

Público: ¿Cuándo habla de la investigación de la locura, habla de la


investigación que hace el paciente o de la que hace el analista ?

F. Davoine: La investigación es en primer lugar el esbozo de investigación


que hace el paciente, pero la investigación necesita dirigirse, a alguien, ser
acreditada por alguien para valer. En ese sentido también es la investigación
de los dos. Al igual que la investigación científica, mientras una verdad
científica no es reconocida por otro, no es acreditada por otro, no corre, no
vale, del mismo modo con la investigación de la locura.

Público: ¿En esa investigación pueden participar también otro tipo de


investigadores como sociólogos, lingüistas...?

J. M. Gaudillière: Mañana lo vamos a desarrollar más, quizás, pero lo que si


puede decirse es que esta investigación sólo puede desarrollarse en el
cuadro, en el marco muy preciso, muy riguroso, y muy caracterizado, de la
transferencia. Es decir que no sirve para nada que alguien le diga al loco:
“muy bien siga su investigación, y punto”; como tampoco sirve que alguien
considere que esa investigación puede realizarse en la objetividad.

F. Davoine: Hay investigaciones que hacen algunos lingüistas, por ejemplo,


sobre textos de esquizofrénicos que son interesantes, pero que son
investigaciones de otro tipo. Pero lo que resulta también interesante, por
ejemplo, es cuando consideramos la lectura o el trabajo de Freud sobre
Schreber, es decir que interesa allí la transferencia de Freud al texto de
Schreber7. Cuando dice por ejemplo: “Triunfé donde fracasa el paranoico”.
Freud de alguna manera reconoce la investigación de Schreber, que logró
salir de la situación en la que estaba en el hospital, y que siguió siendo de
algún modo presidente del Tribunal de Dresde.
_______________
7 S. Freud, Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia
(Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, O. C., t. XII, Op. cit., p.
1.
Está el caso también de Louis Wolfson que hace una investigación
lingüística sobre su propio caso y él también considera que lo que hace es
una investigación.

Público: ¿Se prestigia en el tratamiento por ejemplo a la familia, entrevistas


familiares, por ejemplo en función de elaboración de familiogramas, en
averiguación de datos de dos o tres generaciones previas?

F. Davoine: No, no hacemos esa práctica de entrevistas familiares, porque


consideramos que el investigador es el paciente mismo. Lo llamativo es que
a partir de cierto momento, lo que me llama la atención es que al comienzo
del análisis uno tiene ganas de decirle al paciente: “pero vaya pues a
preguntarle a su madre, a su padre lo que pasó en ese famoso año del que
usted habla”. Naturalmente va a preguntarles y naturalmente no responden
nada. Pues si pudiesen decirlo, ya lo habrían dicho. Y entonces un buen día
cuando el analista no se interesa más en esa verdad histórica, que buscaba
ansiosamente al principio, de golpe esa información viene, el trabajo del
análisis hizo que las bocas se abrieran, y como se dice, que las lenguas se
desaten, porque poco a poco un lugar de la palabra se construyó, como dijo
Jean Max es un lugar que se construye, y de a poco los otros miembros de
la familia saben que ese lugar existe.
Solo una vez me sucedió de buscar información en la madre de una
paciente. Hasta hace poco tiempo pensaba que era un fracaso de mi parte
haber hecho eso. La paciente me había dicho “vea a mi madre”. Era una
mujer que deliraba diciendo que ella era Sissi la emperatriz de Hungría. Vi a
esa mujer en la policlínica y lo que sucedió, es que esa mujer tomó el lugar
de su hija en el análisis, y en un momento dado la hija no quiso verme más y
me echó afuera.
Hasta hace poco tiempo pensaba que eso había sido un fracaso, y además
yo me tuve que ir de ese hospital, que era el primero en el cual
trabajábamos.
El año pasado inauguramos la policlínica que fue completamente reformada,
y el médico jefe había invitado a enfermeros del primer hospital. Mi primera
pregunta fue qué devino Sissi, la emperatriz austrohúngara. Estaba ansiosa
sobre todo porque esa mujer me había dado una orden que era la de escribir
las sesiones. Tenía pues yo mucho escrito, yo escribía su delirio sin
entender nada. No los había vuelto a mirar porque estaba llena de
remordimientos de haberla dejado en el hospital. Los enfermeros me dijeron
que luego que yo me había ido, ellos habían tomado a su cargo a esta joven
y que había salido del hospital.
Antes de venir acá, empecé a mirar esos apuntes de ese delirio, que yo
creía objetivado y que yo apuntaba. Ese delirio se dirigía a mí y decía paso a
paso, algo que me implicaba y que yo me había ocultado a mí misma.

Público: No escuché bien al comienzo, cuando comenzó a hablar Françoise


de tomar este físico... ¿Schöedinger creo que es? ... que lo nombró, después
de haber dejado a Wittgenstein, lo nombró como a otro amante, ¿qué quiere
decir esto?

F. Davoine: Se trataba de transferencia. Después de Wittgenstein estaba


enferma de transferencia y encontré otra, con Schöedinger.

J. M. Gaudillière: ¡Es sólo una cuestión de poligamia! [risas]

Público: Ustedes hablaron del tipo particular de sueños, durante un análisis,


de los que hay que hablar... ¿cómo distinguir que un sueño es de esa
naturaleza o no?, entonces, ¿hay que hablar de todos los sueños?, ¿cómo
es?

F. Davoine: Es muy claro para mí este tipo de sueños, hay un cierto tipo de
sueños que están directamente conectados con la sesión. Primero porque
son raros, y no sé si a ustedes les ha pasado, de percibir inmediatamente
que ese sueño pertenece a la sesión. Se trata como decía Wittgenstein de
que uno mira en la cámara visual, como si uno viera en el lugar del otro y
como si el sueño fuera esa cámara visual, donde uno ve en el lugar del otro.
Peor aún que eso, puede suceder que uno tenga impresiones en el lugar del
paciente, en vez del paciente, y esas impresiones también, es
absolutamente necesario decirlas. Porque son impresiones que se
transfirieron al lugar del analista, y que el paciente no puede sentir.
Por ejemplo un día me dormí delante de un paciente. No tenía sueño antes ni
después en la sesión siguiente, y no era la hora de la siesta. Dudé mucho,
mucho, pero me sentí obligada a hablarle de eso. Esa mujer que era muy
hermosa estaba dedicada a contarme sus conquistas amorosas. Yo me
duermo y ella estaba muy, muy humillada. Y le dije: “No es usted que me
duerme, pero me siento tomada por un sueño profundo”. Después de un
primer momento en que se sintió humillada, me dijo que su infancia había
transcurrido intentando hacer dormir a alguien. Que siempre estaba delante
del espejo, y que sólo se interesaba en su propia belleza, para no tener que
hablarme de las zonas en las que ella desaparecía completamente. Y de
esta manera es que tuvimos acceso a esas zonas de muerte de las que
hablé el sábado.

J. M. Gaudillière: Solo una precisión técnica respecto a este tipo de sueños:


cuando me sucede de soñar este tipo de sueños, mas bien raramente, son
sueños que tienen un color particular. Y que es más bien el color de la
inquietante extrañeza.
Puesto que el sueño que tuve toma material que proviene de mí, de mis
recuerdos, de los objetos, de las cosas de la semana, pero si intento
analizar, cuando me despierto, ese sueño, me doy cuenta que no logro
ubicarme como sujeto, no soy el sujeto de ese sueño. En cambio si admito
que el paciente es el sujeto de ese sueño, todo se vuelve mucho mas claro.
Y le digo entonces al paciente: “Esta noche soñé por usted”. No de usted,
sino por usted, y le digo: “Voy a decirle el texto de su sueño”. Es correcto
decir: “por usted”, “en el lugar suyo”.

Público: Ahora bien, “decir”, ¿esto es mostrar? ¿mostrar el sueño como una
historia?

J. M. Gaudillière: Sí.

Público: El hecho que ustedes dicen que es extraño ¿es en el sentido de das
Ding, de lo extranjero de eso para el analizante, para el loco? ¿Para el
analista y el loco?

F. Davoine: En algún lugar Freud habla de estos sueños que vienen de la


realidad, que están cargados de realidad. Sueños en los cuales algo se
imprime.

Público: A ver, ¿esto sería como el ombligo de los sueños, como la


Trimetilamina del sueño de la inyección de Irma?

F. Davoine: No sé. Pero evidentemente ese sueño está hecho sobre un fondo
traumático real, de un peligro de muerte y sobre una transferencia psicótica
a Fliess, con Fliess.
Sí, evidentemente.

Público: ¿Y cómo sería esto de extranjero, o de extraño a los dos? Porque no


es de pertenencia ni del analista y ni del loco. Bueno... ¿cómo es esto?

F. Davoine: Entonces no estaría del todo de acuerdo con Jean Max de hablar
de un sujeto allí, sino más bien usando una expresión de Benedetti que
habla... de... (así como se habla con Winnicott de un espacio que es
potencial), yo hablaría de un sujeto potencial.
En este espacio entre dos muertes se está en un espacio de
indeterminación: ni uno, ni el otro. De ahí las impresiones de desubjetivación
que puede experimentar el paciente y el analista. Impresiones de
despersonalización también puede decirse. Entonces el sujeto potencial se
construye en este ir y venir entre uno y otro. Como si uno insistiera en la
división del sujeto.

Público: Y que eso se produzca, que pueda producirse.


¿ Es en ese sentido ?

F. Davoine: Es eso. Uno asiste a la producción del sujeto. Esto lleva mucho
tiempo. Es como en el diálogo, entre el maestro Zen y el discípulo.
Es para tomar una comparación, como sucede en física que no se sabe
nunca la ubicación de un electrón, se sabe su rapidez. Bueno, aquí se está
asistiendo a la rapidez de la constitución del sujeto.

Público: Y entonces, por parte del paciente, sólo se puede esperar que el
paciente cuente que es un sueño de esa naturaleza: ¿espontáneamente,
cómo? Si un sueño de esa naturaleza, puede venir tanto del paciente como
del analista, ¿cómo llega al análisis, cómo llega a ser hablado ese sueño del
paciente?

F. Davoine: ¿Podría precisar de quién? ¿el sueño de quién, del paciente o del
analista?

Público: Del paciente.

F. Davoine: Si el sueño es un sueño del paciente, ¿cuál es su pregunta? Si no


habla del sueño el analista no puede enterarse de que soñó.
Público: Ese nuevo juego de lenguaje... ¿sería posible a partir de una
escritura, de una articulación lógica que pudiera inscribirse?

F. Davoine: Creo que en estos momentos que son raros, los significantes se
enganchan del lado de los significantes inconscientes del analista.

Público: ¿Y del lado del paciente quedaría la lógica?

F. Davoine: ¿De qué lógica?

Público: Yo le pregunto por ese límite entre el lenguaje y la lógica que


plantea Wittgenstein.

F. Davoine: La lógica aquí es una lógica no aristotélica, que admite la


coexistencia de contrarios y que pueden por lo tanto ser destacados y
puestos en juego.

J. M. Gaudillière: Hay que tomar muchas precauciones cuando se trabaja


con la locura, con la palabra significante. Cuando hay significante quiere
decir que hay represión, porque ya hubo inscripción. Cuando hay
transferencia y se pone en su lugar como veremos mañana en el trabajo de
investigación de la locura, no es tanto a los significantes del analista que se
engancha; sino más bien en puntos en donde el tejido de su propia historia,
contiene agujeros. Agujeros que han podido ser vueltos a acomodar, o
agujeros que ni siquiera pudieron aparecer en el análisis del analista. Pero
forma parte del trabajo de la locura seguramente encontrarlos.
Todo lo que pueda hacer con precaución y siguiendo su estilo, el analista es
touché, tocado.

Público: En el caso del sueño, es algo que le adviene por ejemplo al analista.
Pero cuando un analista elige contar una historia a un paciente: ¿por qué lo
hace y por qué elige tal historia? Y el momento también.

F. Davoine: Es lo que puede venirle por asociación al analista en el marco de


su experiencia. Es toda la idea que está presente en el Zen, sobre lo súbito.
Porque se está en el presente, en lo actual, es que se debe prestar atención
a las asociaciones que sobrevienen.

SESION DEL 01 de NOVIEMBRE


CUARTA PARTE

J. M. Gaudillière: Parece que vamos a hablar de transferencia esta mañana.

En la familia de Françoise se fabrica queso desde la Edad Media, su padre es


capaz de degustar un queso y decir de que raza de vaca fue hecho ese
queso, en que época, que flores había alrededor, y hasta en que montaña
estaba la vaca.
Mi padre es mecánico, es alguien que cuida los motores escuchándolos.
Sólo con escuchar los motores sabe donde hay que apretar, ajustar algo o
desajustarlo. Y es capaz también de construir con sus manos un motor,
incluso es lo que le permitió escaparse de los alemanes cuando estuvo
prisionero durante la guerra, construyendo casi a partir de la nada una
bicicleta con la cual se pudo
escapar.
Nosotros, al parecer somos psicoanalistas, y damos la impresión de trabajar
con la cabeza, pero dije que con la locura se trabajaba sobre todo con los
pies, y hoy voy a tratar de decir como trabajamos con las manos, porque si
no ponemos las manos en eso todo lo que hemos dicho hasta ahora no es
más que ideología. Por eso me gusta citar el texto que encabeza a De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis8, en el cual
muchos lacanianos se detuvieron en la última frase, tan famosa, ustedes la
recordaran, se trata de un barco que está sobre la arena y en el cual uno
intentaría remar y no sirve para nada9. Cuando en realidad diez líneas antes,
Lacan dice que se detiene en el manejo de la transferencia en la psicosis, y
dice que en ese trabajo bien conocido durante el cual él retomó la lectura
de Freud, fue un trabajo de extraer, de sacar al psicoanálisis del
empantanamiento en el que estaba, y que en ese momento había puesto
como límite a su trabajo el manejo posible de la transferencia en la
psicosis10. En lo que nos concierne, nunca tomamos este artículo como una
prohibición, sino al contrario como una invitación para ir más lejos una vez
que el trabajo de Lacan había sido realizado, por lo tanto vamos a tratar de
hablar hoy a la mañana del manejo posible de la transferencia en la
psicosis.
_______________
8 J. Lacan, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, Argentina, 1987, p. 513.
9 “Pues utilizar la técnica que él [Freud] instituyó, fuera de la experiencia a
la que se aplica, es tan estúpido como echar los bofes en el remo cuando el
bote está en la arena.”. Ibíd., p. 564.
10 “Dejaremos aquí por ahora esta cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis, que introduce, como se ve, la concepción de que hay
que formarse de la maniobra, en ese tratamiento, de la transferencia.
Decir lo que en este terreno podemos hacer sería prematuro, porque sería ir
ahora “ más allá de Freud”, y la cuestión de superar a Freud ni se plantea
siquiera cuando el psicoanálisis de después ha vuelto, como hemos dicho, a
la etapa de antes.”, Ibíd.

Para comenzar con cosas evidentes y conocidas hay que distinguir entre la
teoría de la transferencia tal como existe en el “psicoanálisis clásico”, es
decir de la neurosis, y lo que acontece en el trabajo con la locura. Una
buena manera de diferenciar estas dos operaciones es la de situar la
cuestión del saber, ustedes saben que Lacan dio como definición de la
ubicación del analista en la transferencia en la neurosis el lugar del sujeto
supuesto saber, es una posición totalmente rigurosa y que supone a su vez
una serie de implicancias:

- por sobre todo que hay sujeto


- que en algún lado hay inscripción de un saber
- y que hay un medio de suponerlo.

Mediante esto el analista, en el dispositivo, puede callarse la mayor parte


del tiempo y colocar su silencio, sus intervenciones, sus estornudos, sus
movimientos de los pies, todo lo que ustedes quieran en el lugar del sujeto
supuesto saber. Es extraordinario tener ahí un estornudo del sujeto supuesto
saber... Evidentemente esto no camina con la locura, si estornudo delante
de alguien que trae la locura al análisis me dirá: “está resfriado” y realmente
sería muy difícil interpretar este señalamiento, lo que quiere decir que
cuando estornudo ante ese paciente no estoy en posición de analista, ¿por
qué? porque cuando se trata de locura, y ustedes lo comprenderán después
de todo lo que dijimos ayer, no hay posibilidad de ubicar un sujeto supuesto
saber, porque la locura sabe, “se sabe”. Françoise citó el otro día y se puede
repetir la cita de Erasmo en Elogio de la Locura11 que dice “Yo la locura
hablo y no conozco a nadie que se sepa tan bien como yo”, también agrega
Erasmo, que la locura es mujer, pero me parece que son cosas de Françoise,
a menudo soy una mujer con mis pacientes y eso nunca me incomoda...
Entonces esta cuestión del saber... cuando se tiene un poco de experiencia
con esos pacientes que llevan la locura al trabajo del análisis uno se da
cuenta que todo o casi todo está contenido en la primera o dos primeras
entrevistas. En el punto que hace locura no hay represión, y casi es un
pleonasmo hablar de esta manera, porque si eso produce locura, es porque
no hay represión, si el analizante, el paciente trae ese punto al análisis que
es un punto de sufrimiento, es porque trae al mismo tiempo el saber sobre
ese punto, sólo que nos es necesario concebir acá un saber que se sabe y
que no tiene a otro que lo reconozca como saber, ¿por qué? porque ese
momento que elige el paciente para poner a trabajar ese saber y que puede
ser un momento de crisis, se parece a algo que puede ser considerado como
un primer intento de inscripción. Si es necesario encontrar un respaldo
teórico a lo que estoy diciendo, habría que buscarlo por el lado del
Proyecto12 de Freud,
_______________

11 Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, Ed. Alianza, Barcelona, 1984.


12 S. Freud, Proyecto de una psicología para neurólogos, O. C., t. I, Op. cit., p.
323.

escrito en 1895 y nunca publicado por él, y que fue publicado al final de las
obras completas. Es interesante considerar que ese texto fue escrito por
Freud contemporáneamente a las cartas a Fliess, es decir, en ese momento
que caracterizaba diciendo que recibía muchos pacientes psicóticos,
también hay que considerar que ese trabajo fue escrito por Freud muy
rápidamente, volviendo de un viaje a Berlín donde se había encontrado con
Fliess, fue escrito a lápiz en el tren que lo llevaba de Berlín a Viena. El texto,
que es mucho más límpido si se tiene presente esta referencia a la locura,
es un texto que da la impresión de intentar construir un sistema de
referencias, en un momento en que él es el blanco de los bombardeos que le
dirigen sus pacientes y con respecto a los cuales no logra ubicarse -al modo
de la paciente de la que hablábamos ayer a la tarde y que bombardeaba con
muchas cosas y llega un momento en que hay que intentar establecer el
mapa.
Resumo en pocas palabras la construcción de Freud sobre este punto, a la
que hay que dejarle su estatuto de construcción imaginaria, sin tener la
oportunidad de decir: allí hay neuronas en juego. No hacer como los
analistas vergonzantes que dicen que Freud fue uno de los primeros en
descubrir las neuronas.
El texto es muy interesante porque da la dirección de un trabajo analítico
posible con la locura. En el punto de partida está el real -Freud no lo llama
así, pero se trata de eso-, algo así como una energía pura, exterior e
innombrable, una energía afectada por un quantum enorme, puede decirse
es la energía del trauma, puede decirse para tomar un ejemplo: hay una
bomba atómica que explota, alguien por azar está al lado de esa catástrofe
y va a producirse una primera impresión sobre él, en primer lugar sobre su
cuerpo y sobre sus órganos, su vida está puesta en juego en ese momento y
quizás puede morir, pero si sobrevive esa primera impresión que dejó
huellas en su cuerpo va a buscar un camino, va a buscar un camino porque
como quantum de energía, es insoportable. Y allí van a encontrar su lugar
cosas que Freud ubica más bien en el cerebro, pero puede ser colocadas en
la piel, en cualquier órgano que sea y que van a reducir el quantum de la
energía, como un filtro: la primera reducción de la energía consiste en dar
una primera representación de esa catástrofe, con esto se tiene ya una
reducción de la energía, la primera representación de la catástrofe ya no es
más la catástrofe misma -es a ese nivel que hay que ubicar estas
mostraciones que hacen algunos pacientes, cuando dan una representación
que puede parecerse al teatro, de algo muy terrible que les sucedió-, pero
esa primera representación es aún demasiado energética para que pueda
tener otra inscripción para alguien, para otro, de tal modo que esa
inscripción sea manejable.

F. Davoine: Lo que dice Jean Max me hace pensar en que estos pacientes
están como agotados por un exceso de energía, que llegan siempre como
muy cansados, muy agotados. No creo que sea por una falta, sino por un
exceso de energía.

J. M. Gaudillière: Si intento producir una imagen diferente de la de Freud, la


primera sería la de esta energía que viene a golpear el cuerpo, en la piel,
esta primera representación que intento no colocar, no ubicar en el cerebro,
porque no me interesa, sería lo que está allí, justo debajo de la piel. Pero
esta primera representación estaría pues demasiado llena de energía, como
para que alguien pueda hacer algo con ella. No se debe olvidar que la
problemática de Freud en esa época es por supuesto la problemática del
inconsciente y que es un intento para responder a la pregunta de ¿cómo es
posible olvidar algo y luego volverlo a recordar? es allí donde va a producir
entonces la teoría de lo que se abre camino. Es necesario una vez más, otro
filtro para disminuir el quantum de energía. y entonces se va a crear un
sistema que va a consistir en pasar de la representación al representante de
la representación, es decir a una instancia cargada de una manera mucho
mas débil, y esto cualquiera sea el tipo de representación, ustedes conocen
la distinción de Freud entre representación de cosa y representación de
palabra, y bueno cualquiera sea el representante, ya sea el representante de
la representación de cosa, o el representante de la representación de
palabra. Este planteo de Freud en el Proyecto nos permite acercar
fuertemente este representante de la representación y el significante. Con
este esquema energético Freud nos hace ver que no se puede olvidar sino a
representantes de la representación.
Ustedes tienen allí -claro que no alcanza para hacer queso, que es algo
mucho más complicado-, tienen allí indicado el camino de un análisis que se
pone a trabajar con la locura: en general uno no tiene que vérselas con la
energía primera del trauma de la explosión de la bomba atómica, uno tiene
que vérselas con la movilización de la primera representación, esa que “se
sabe” y que “se sabe” hasta ese momento, sin otro que reconozca ese saber.
La actividad del analista sobre ese punto, que es un punto de la actividad
psíquica, no toda la vida psíquica del paciente, el trabajo va a ser entonces
de traer en la transferencia un representante de la representación, es decir,
algo que sea manejable, es decir algo que va a significar la inscripción; es
decir, la posibilidad del olvido, puesto que la posibilidad de recordar algo
está ligado a la posibilidad del olvido. El real no puede ser olvidado, puesto
que no se corresponde con un significante, es decir que está siempre allí y
vuelve siempre allí al mismo lugar -sabemos que en este país hay personas
que vuelven siempre al mismo lugar, a la misma plaza-. Y por lo tanto el
trabajo va a consistir en poner en su lugar un instrumento, un útil, que se va
a jugar entre dos lugares, el lugar que ocupa en algunos momentos el
paciente, y en algunos momentos el analista, y veremos en algunos
momentos que estos lugares son intercambiables.
Y vamos a ver en qué química, como en la química del queso, puede pasarse
de la explosión a la representación y a la inscripción. Ese es el esquema
teórico de Freud.
Alguien planteaba esa pregunta ayer, esto se corresponde con ese momento
en el cual Freud tenía la convicción de la realidad del trauma, y quizás
puede explicarse que no haya publicado este texto que me parece esencial
cuando se trata de locura, porque sus intereses clínicos se dirigieron hacia
otro punto a partir de 1905.
Pero los nuestros van en esa dirección y por eso podemos apoyarnos en ese
texto.
Volvemos entonces a ese punto de “un saber que se sabe, sin otro que lo
reconozca”.
Todo sería simple y no habría locura, si fuera suficiente que alguien se
coloque ante un loco diciéndole: “creo en lo que usted dice”, todo el mundo
sabe que eso no funciona, eso es lo humanitario, lo humanitario no funciona
con la locura, tampoco estoy seguro que eso funcione con la política, y en la
medida en que creo que locura y política están muy ligadas, creo que es el
mismo fracaso al que es enfrentado lo humanitario. No quiere decir que no
haya que humanizar el tratamiento social, los lugares de la locura, pero no
es en ese proceso de amabilidad o de compasión, que va a poder inscribirse,
darse ese proceso de la locura, que va desde la explosión hasta la
inscripción del significante.
Entonces si ese saber de la locura está presente en los dos primeros
encuentros, lo que no es llamativo, puesto que como lo dice Lacan con otra
aproximación a lo real, el real es eso que está siempre en el mismo lugar,
que vuelve siempre al mismo lugar. Si eso está presente, porque está
siempre presente, ¿por qué entonces, la mayor parte de las veces, un
trabajo con la locura dura tanto tiempo? es porque el analista es incapaz de
reconocer el saber, en el lugar en que está en ese momento. Van a ver
ustedes que no se trata para nada de la ubicación astuta del saber en La
carta robada, si recuerdan ustedes el texto de Edgar Allan Poe comentado
por Lacan13. Es claro que el lector habitual de La carta robada está en la
misma posición en que se encuentra Lacan, la posición que consiste cuando
se cerró el libro en decir: “¡Ah! ¡qué tonto que era! para mí es evidente, que
las cosas que están escondidas a la mirada, son las que están allí a la vista
y yo me hubiera dado cuenta”. No es del lado de una gran inteligencia como
la de Dupin que se sitúa aquí el manejo del saber.
Un saber que está siempre allí, es una especie de objeto a través del cual no
puede pasarse, es un saber catastrófico -como decía Françoise ayer a la
tarde-, es decir que es un objeto con aristas duras, alrededor del cual uno
puede dar vueltas, con respecto al cual uno puede hacer observaciones y
señalamientos, pero con el cual uno no puede encontrarse de golpe.
Pero lo que hay que conservar de ese primer encuentro con ese paciente, es
que todo está allí, y que en la locura no hay secretos, no hay que buscar el
secreto escondido que va a aparecer cuando se levante la represión, todo
está dado.
La psicoanalista alemana que ejercía en Francia y que se llama Gisella
Panko (?) tenía una manera muy provocadora de decir su manera de trabajar,
llegaba a decir: “no hay secreto profesional en la psicosis”. Es algo a
manejar con precaución pero que es fundamentalmente exacto.
¿Qué va entonces a acontecer con esa especie de estupidez del analista?
esta estupidez no indica una manera peyorativa de hablar del analista, es
decir que este saber que le es traído, lo vuelve idiota y es lo mejor que
puede sucederle, porque si empieza a entender, eso enlentece
considerablemente el proceso.

F. Davoine: Quiero señalar que uno no puede impedir intentar comprender.

J. M. Gaudillière: Françoise, como es una mujer, es mucho mas inteligente


que yo, porque ese lazo imaginario que se hace en ese primer momento con
la locura va a consistir justamente en tratar de entender por qué: ¿por qué
usted así? ¿por qué pasó tal cosa? ¿por qué me viene a ver? ...
El viejo Cooperman, del cual habla Françoise en su libro, es un viejo judío de
Brooklyn,
_______________

13 J. Lacan, El seminario sobre la carta robada, Escritos 1, Ed. Siglo XXI,


Argentina, 1988, p. 5.
acostumbraba decirnos que cuando se trataba de locura, trataba de no
plantear nunca la pregunta del por qué, sino la pregunta del cómo.
Decía: “por qué” es Dios, y no es asunto nuestro.
Entonces por supuesto uno intenta comprender y es en ese momento que se
instala esa relación de confianza, es decir que el paciente sabe que hay
alguien a quien le fue aportado su saber y a quien eso le interesa, y el
analista entera al paciente de sus intentos por entender, como si estuviera
haciendo andamios, construyendo andamios, pero, por supuesto, no se
puede vivir largo tiempo entre andamios. Diría que la locura va a dejar que
se haga ese trabajo durante un cierto tiempo, y luego un día aparece ese
famoso “¡cataplum!”, todos los andamios caen. Como dijo Françoise, no
quiere decir que hayan sido inútiles, pero sólo es a partir de ese momento
que lentamente se va a entrar en la zona de la transferencia psicótica, y allí
es necesario retomar alguna serie de cosas que ya hemos dicho sobre ese
punto de locura que está trabajando en ese momento en el análisis y que
podemos identificar con una primera representación del real, sabemos que
todo está presente, no hay posibilidad de articular pasado, presente y
futuro. No hay posibilidad de hacer una referencia diciendo “lo que usted me
trae acá es algo que pasó hace 75 años” porque en el registro propio del
trabajo que nos es traído allí por la locura, sólo hay una dimensión del
tiempo: el presente. En ese punto todas las suposiciones imaginarias faltan,
que son las suposiciones que dan ritmo y hacen posible nuestra vida
cotidiana. La oposición fundamental entre exterior e interior, entre uno y
otro, entre vida y muerte, todas las oposiciones con las que funcionamos
para encontrarnos aquí a las 9 de la mañana, saltan en pedazos, el sujeto de
la locura, que está posicionado como para ser llamado a ese espacio, es un
sujeto congruente con esa disolución de las diferenciaciones imaginarias, y
es en esas condiciones que la transferencia psicótica va a tomar cuerpo y
forma. Por supuesto vamos a dar ejemplos clínicos en seguida, pero cada
uno tiene su manera y su estilo para trabajar con este tipo de transferencia.
En lo que me concierne, lo que me sucede más a menudo son las
coincidencias. ¿Qué es una coincidencia? es un sistema espacial, en el cual,
supongamos que hay una recta, y hay otra recta, con la cual la primera no
tenía ninguna razón para encontrarse y se encuentran teniendo un punto
común, y se encuentran, hic et nunc, aquí y ahora. Hay en esta sala, en este
momento millares de coincidencias potenciales. Cuando se trabaja con
cualquier paciente, pero especialmente con alguien que trae la locura, hay
millares de coincidencias potenciales, y un día hay una coincidencia que
aparece. Un ejemplo de coincidencia: me encuentro con una paciente que
se encuentra muy mal en mi presencia, a menudo cuando me habla, delante
mío, me explica que su cabeza se separa de su cuerpo, y por otra parte,
observé desde la primera vez que la vi, que tiene una especie de huella roja,
no una cicatriz, sino como una huella roja alrededor del cuello, un lugar
donde visiblemente la circulación de la sangre se hace de manera más
intensa que en otros lugares y entonces, a menudo, su cabeza sale volando
cuando me está hablando. De manera bastante miserable, la mayor parte de
las veces le digo: “No, su cabeza está ahí”. Entonces me mira con
conmiseración. Nuestros consultorios están en el mismo piso que nuestro
departamento, ese día tenía problemas con la máquina de lavar, tenía miedo
que el lavarropas, que seguramente Françoise había roto, se empezara a
desbordar, entonces estaba marchando el lavarropas, al mismo tiempo que
la paciente estaba allí. El lavarropas está lejos de mi consultorio, pero si
realmente explota, puedo llegar a escucharlo. Supongo entonces que tenía
una oreja para la paciente y la otra para el lavarropas [risas]. De manera
habitual ella me vuelve a decir: “siento que mi cabeza se está yendo”, se
puso a gritar, y me dijo: “fíjese, fíjese bien, ¿no tengo una cabeza de
lavarropas?” [risas].
Son cosas que suceden. ¡Suceden! No preciso para nada hacer la hipótesis
de la telepatía.
La única cosa que sé, es que debo admitir, confesar, y es que era yo el que
tenía cabeza de lavarropas, o al menos media cabeza. Y entonces de manera
no muy gloriosa le dije que estaba pensando yo en el lavarropas. A partir de
ese día, su cabeza nunca más intentó volar.
Es una pequeña anécdota, pero nos da varias indicaciones. Nos da la
indicación de que este saber de la locura, va a buscar en el lugar del
analista, los puntos donde algo puede cruzarse, ese cruzamiento nunca se
hace sobre las habilidades del analista, y si hay que llevar las cosas un poco
más lejos, y si sostenemos como decíamos ayer, que la locura es
historiadora e investigadora de las catástrofes del lazo social, esa
investigación de la locura va a buscar en el lugar del analista las cicatrices
de tal catástrofe. Y por supuesto las va a encontrar.
El analista es supuesto haber hecho un análisis, es decir que
probablemente, no siempre, depende de su analista, debió haber pasado por
los puntos de catástrofes en relación al lazo social en su historia. Hay
muchos analistas que no hacen que esto acontezca en los análisis y es
catastrófico. Es catastrófico en el caso de ocuparse luego de pacientes
psicóticos.

F. Davoine: No es catastrófico, sino más bien insignificante y el paciente va


a buscar a otra persona para poder llegar a abordar esos puntos.

J. M. Gaudillière: La locura va a encontrar esos puntos en la historia del


analista, sin conocer la vida del analista, sin conocer su historia ni su vida
privada, la locura va encontrar esos puntos de fractura. Es decir cuando
esos puntos de locura sean encontrados, podría decirse cuando la locura
interprete al analista, ese es el momento crucial de la transferencia
psicótica, y es el lugar en donde puede constituirse el significante.
Cuando Lacan intenta definir qué es el significante, tiene una frase algo
misteriosa, dice: “el significante es aquello que representa al sujeto ante
otro significante”. Todo el mundo pone cara de entender. Y sería muy simple
si hubiera dicho: el significante representa al sujeto ante otro sujeto. Pero
no es para nada lo que dijo, dijo: “el significante representa al sujeto ante
otro significante”. Es algo muy claro si uno se ocupa de la cuestión de la
locura porque el tejido de la posibilidad de las palabras se encuentra
interrumpido en un momento dado. Es decir que uno puede muy bien
imaginar, que un sujeto se encuentre representado entre un significante 1 y
un significante 2, entre un significante 2 y un significante 3. Y que en un
momento dado, puede pasar que entre el significante 4 y lo que sigue, el
sujeto no se encuentra más representado, como dice “Françoise
Wittgenstein”: “el instrumento de las palabras está roto” porque en ese lugar
no hay un significante, puede llamarse a eso forclusión
En esos momentos en que la locura encontró las cicatrices de catástrofes
en el curso de la vida del analista, puede ponerse en su lugar, puede
instalarse la posibilidad de nombrar, de nominar. Para dar un nombre es
necesario ser al menos dos o al menos tres si se es lacaniano, porque se
necesita a uno, se necesita a otro y se necesita un lugar que garantice la
autenticidad de la nominación.
Es en esos puntos, que son puntos de gran movimiento, que pueden
constituirse nuevos significantes, significantes que devienen tales, a la vez
para el paciente y para el analista, la mayoría de las veces para gran
sorpresa del analista.
Les voy a dar un pequeño ejemplo, después me voy a detener para que hable
Françoise.
Se trata de un paciente que me fue enviado hace mucho tiempo por un
psiquiatra. Un paciente muy agitado, estaba muy lleno de energía, era
incapaz incluso de permanecer sentado delante mío, se movía en la pieza en
la que estábamos, me decía que tenía ganas de desvestirse totalmente, que
podía saltar por la ventana. Cuando tenía que aguardar en la sala de espera,
visitaba el resto del departamento.
Venía porque tenía un cierto tipo de delirio muy conocido, que ciertamente,
seguramente lo tenía desde hacía mucho tiempo, pero que ahora lo hacía
sufrir, y que consistía en decir que todo el mundo lo observaba y hablaba de
él.
El comienzo de las entrevistas acontecía en esta especie de agitación. Yo
había tomado la precaución, al ver qué tipo de paciente era, de recibirlo al
final de la tarde. Eran sesiones que duraban muchísimo tiempo, una o dos
horas. Y cuando yo intentaba poner fin a una sesión de manera lacaniana,
después de dos horas, a propósito de un significante y que lo acompañaba
hasta la puerta, se instalaba en el umbral y continuaba con su frase aún
durante un largo rato [risas]. Entonces era muy difícil. Se vuelve más difícil
aún, cuando se le torna a él muy dificultoso llegar hasta mi casa, es decir
que se puede ver de manera dinámica cómo es que la transferencia va
llegando hasta mi casa, pero por ahora está todavía en la calle. El delirio en
el punto de partida por ejemplo era que en el edificio de enfrente todo el
mundo lo observaba cuando estaba en su casa, para ver lo que estaba
haciendo, pero al menos el lugar a donde él venía a hablarme representaba
para él, un lugar seguro. Y el esfuerzo que hacía para llegar hasta mi casa,
formaba parte de esta seguridad. Pero cada vez se le fue volviendo mas
difícil, ya que cuando ve en la calle -y escuchen bien esto- dos o tres
personas juntas, quiere decir que están observándolo y hablando de él. Se le
torna difícil incluso caminar en las veredas. Yo me sentía cada vez más
incómodo y trataba de entender, como decía Françoise, planteándole
preguntas sobre su historia, su biografía. Y muy pronto entendí, pero no
sirvió para nada con respecto al delirio.
¿Qué entendí? Entendí que ese hombre venía de una catástrofe del lazo
social de primera magnitud, la revolución de 1917, sus abuelos paternos
eran rusos, y en 1917, su abuela estaba embarazada esperando a su padre.
Era gente rica., incluso tiene un apellido aristocrático, y era parte de su
delirio preguntarse si él no era un príncipe. Pero en las preguntas que le
planteé pude darme cuenta de lo que sucedía en 1917 para su familia: los
dos abuelos paternos ya no estaban más en seguridad y que eran espiados
por todo el mundo, que eran espiados por sus propios servidores, e inclusive
por algunos parientes que estaban en el otro bando. Decidieron entonces
emigrar a Francia. Por razones de seguridad decidieron hacer el camino en
forma separada, habían decidido encontrarse quizás en Austria. Lo que
sucedió es que la abuela pudo llegar a Francia, e incluso hizo estudios de
medicina y fue médica luego, pero el abuelo no llegó nunca.
Escuchen ustedes cómo se sitúa ese real en el presente: puesto que este
abuelo no había llegado nunca y no había sido por lo tanto enterrado, él
decía que quizás se encontraba aún en las cárceles comunistas, pero en el
tiempo en que yo trabajaba con ese paciente, el abuelo ya habría tenido más
de 100 años. Como no había sido enterrado podía siempre volver, como el
que retorna. Yo estaba contento porque había entendido todo, había
entendido que la cuestión del espionaje, de sentirse observado, que todo
eso tenía que ver con la catástrofe de la cual habían partido sus abuelos.
Discutiendo con él, le señalaba yo que había una gran relación entre esa
situación histórica y su síntoma. Realmente eso no tenía ningún efecto y
pienso que su situación desde el punto de vista psiquiátrico empeoraba.
Las sesiones conmigo eran cada vez largas, cada vez más difíciles de
terminar, y me explicaba que como era un gran deportista, su problema
consistía en que no sentía los límites y yo era incapaz de dar un límite.
Un día me di cuenta que las cosas estaban muy mal. La sesión había durado
como dos horas. Era de noche. En esa época teníamos nuestro consultorio
en un lugar distinto a nuestra casa y tenía mi auto en la calle, que terminaba
en otra perpendicular, con un edificio al final. Sin darme cuenta de lo que
hacía, encendí el motor del auto y avancé, y me di cuenta que me detenía a
un metro del edificio que estaba allí adelante , no había doblado. Me dije
entonces que era tiempo de poner límite, pero no tenía idea de cómo.
En la sesión siguiente vino aún peor que de costumbre y me relata lo que
pasó en el fin de semana. Su madre vino a la casa de él y lo invitó a un
restaurante. Me explica que estaban en una mesa con su madre y que se
encontró incapacitado para comer cualquier cosa, porque por supuesto,
toda la gente del restaurante estaba hablando de ellos y por lo tanto de él. Y
supongo que sí, que realmente todos debían de mirarlo porque tenía un
aspecto bizarro en esa época.
En ese momento le digo: “son conversaciones de café”. La sesión prosigue
como de costumbre y luego le digo que se vaya. Vuelve a la sesión siguiente.
El delirio había desaparecido, y no volvió más.
Es ese tipo de acontecimientos que hay que tener en cuenta y también
intentar explicar. Evidentemente yo estaba muy contento de que hubiese
desaparecido el delirio, pero no sabía por qué. Tuve pues que trabajar con la
sesión anterior. Entonces me di cuenta que la única cosa que yo le había
dicho de manera casi inconsciente, algo que se me había escapado de decir
había sido que “eran conversaciones de café”. No era una interpretación
bien cocinada, con sal y pimienta, como un buen restaurante de
psicoanálisis, era algo que había sido dicho así, casi sin pensar; y era muy
fácil para mí entender por qué había dicho eso; esa palabra “café” había
tenido una gran importancia en mi análisis.
En un momento de la vida de nuestra familia tuvimos que cambiar de ciudad
y en la ciudad a la que llegamos había todavía muchas ruinas de la guerra.
Mi padre que era mecánico fue uno de los primeros en ir a la fábrica en la
que trabajaba. La única casa vacía que encontró para alojar a nuestra
familia, era una casa en la que había un café, y le escribió a mi madre
diciendo: “la única casa vacía que hay para nosotros tiene un café. Querés
ocuparte del café ?”. Mi madre nunca se había ocupado de un café y antes
del nacimiento de nosotros había sido secretaria de un abogado, pero le
contestó: “si no hay otra solución, me ocuparé del café”. Y yo viví en esa
casa entre mis 8 y 16 años. La característica de esa casa era que no tenía
puerta, es decir que para entrar en la casa privada era necesario pasar por
el café. En francés se llama café a un lugar público, es decir un lugar que
sólo tiene tres paredes, la cuarta pared no es un límite, es decir que
cualquiera puede entrar y el pasaje entre el mundo de afuera y el de mi casa
era un lugar público. Sé que en algunos momentos de mi vida adolescente
era algo que me era muy penoso, cuando yo volvía del Liceo, estaba
convencido que la gente que observaba, me miraba, hablaba de mí, etc. Y
estoy seguro que era así.
Entonces, ahí está la cosa, dije “conversaciones de café”, sin pensar. Esa
palabra “conversaciones de café”, representa una cicatriz en mi existencia,
un punto que atravesé en donde yo no era sujeto, sino sujeto de la
conversación de los demás, es decir un objeto. Sin darme cuenta le había
entregado, como coincidencia, esa palabra. El resultado clínico, que es
totalmente evidente, fue de que ese delirio que duraba desde hace varios
años, y desde hacía varios meses en un nivel que ya lo había llevado dos
veces al hospital psiquiátrico, cesó de un día para otro y no volvió.
Eso es la transferencia psicótica.
¿Quién es el loco? ¿quién es el analista? ¿es que estamos en el tiempo de la
revolución rusa? ¿es que estamos en el tiempo de mi adolescencia?
El significante “café” representa a un sujeto ante otro significante.
Psiquiátricamente el delirio desaparece.

F. Davoine: ... hablo de reticencia en esos casos de verdadera vergüenza que


uno tiene de exponer públicamente algunos secretos que no son tales.
Cuando citaba Jean Max a Gisella Panko (?) quien decía que no hay secretos
en la psicosis, eso es verdad para el analista también, porque la locura es
asunto de la plaza pública, es algo que se abre en la plaza pública. Y por lo
tanto si no damos a los pacientes elementos que ellos han adivinado bien,
no les damos lo que les es debido. Borramos, hacemos como si nada pasara,
banalizamos y no les damos lo que debemos. En estos días he escuchado
muchas preguntas formuladas como: “habría que”, “no habría que”, “habría
que entender”, “habría que decir”. De todos modos lo que sí hay que hacer
es dejar a los pacientes que sean los que manejen el juego, son ellos los que
nos hacen entender que no podemos entender aunque hayamos hecho
muchos esfuerzos para hacerlo, son ellos los que nos muestran que no sirve
para nada jugar con los significantes y sin embargo lo hacemos, son ellos
los que nos muestran el límite de lo imaginario pero hay que haber puesto
en juego el imaginario para llegar a su límite. Si frenamos las asociaciones
que se nos ocurren, si no entramos en el juego, si no entramos en el baile,
no entregamos el débito, lo que se debe entregar en la sesión.
Cuando hablo de la vergüenza para contar un sueño, para contar un acto
fallido estoy diciendo con ello que la humillación mucho más que la
reversibilidad de la forclusión es una constante en la transferencia
psicótica.
Estos pacientes son ex-niños que han entendido y visto muchas cosas y a
los cuales se les ha insultado la inteligencia. Si retenemos lo que allí se nos
ocurre no hacemos más que perdurar la situación que los llevó a la locura.
Ayer les hablaba de esa mujer que se creía Sissi, la emperatriz de Austria y
Hungría, y de la cual encontré apuntes justo antes de venir para acá, yo
sacaba apuntes de ese delirio, como decía Jean Max hace un momento,
totalmente estúpida, no entendía nada, estaba como excluida de ese decir.
Lo que hacía incomprensible eso era que había una flotación continua, una
indeterminación entre ella y yo, no sabía nunca de qué se trataba, si de ella
o de mi. Lo que sucedió de extraordinario es que al releer esas notas me
pude acordar exactamente de lo que yo estaba pensando mientras ella me
hablaba, es decir que ella hablaba a lo que yo estaba pensando y hace de
esto 20 años. Ese delirio me era dirigido, era dirigido a mí, bajo la apariencia
de ser un delirio que no estaba dirigido a nadie, tal era su costumbre de que
no hubiera nadie para responderle.
Hay una analista que tiene una muy buena costumbre, que trabaja con
pacientes autistas y es la de anotar después de las sesiones todos los
movimientos y las cosas que ocurrieron y en una segunda columna todas
sus asociaciones; puesto que mientras esos niños parecen estar siempre
indiferentes, en realidad le están siempre hablando.
Esa segunda columna que yo no había escrito es la que me volvió intacta al
releer los apuntes.
Voy a citar aquí a Frida Fromm Reichmann que decía que cuando se piensa
que no hay transferencia, todo es transferencia. Es normal que pensemos
que ese delirio no nos está dirigido, puesto que está dirigido a un no-otro, un
otro real. Y a la vez es normal que esos pacientes busquen nuestras
cicatrices.
Una paciente que había matado a un policía y que había estado mucho
tiempo en la cárcel, me decía: “busco su locura como el perro busca al
amo”.
Voy a dar otros ejemplos para que vean a través de diferentes ejemplos, de
qué manera puede ocurrir eso que hace años llamábamos el enganche, el
lugar donde se agarra la transferencia psicótica en el analista, cómo queda
tomado el analista, el lugar, la manera en que queda tomado en la
transferencia psicótica. La palabra prise es también una palabra técnica
para designar cuando uno hace alpinismo, cuando se trepa en una roca lisa
el lugar en donde se agarra el que está escalando. El analista tiene que
ofrecer esos lugares para que el otro se agarre y pueda instalarse un juego
de lenguaje, eso se lo debe a su paciente para no perpetuar la situación de
una ausencia de otro.
Lacan decía a los psicoanalistas, creo que en el Pequeño discurso a los
psiquiatras14, no estoy segura, que no se quedaran atrapados, arrinconados
por sus pacientes, no levanten el cogote, no se pongan de cuello duro, no
tomen aspecto de superioridad. Fíjense en mí, soy un payaso, hagan igual
que yo, no me imiten. Es decir que todos tenemos que hacer de payasos
según nuestro propio estilo.

A propósito de payaso, que es un personaje de La comedia del arte, les voy a


contar la historia de una paciente que era hija de inmigrantes italianos en
Francia. Esa mujer era extremadamente hermosa y nunca quiso decirme su
edad. Vino porque tenía bolsas debajo
______________

14 J. Lacan, Petit discours de Jacques Lacan aux psychiatres, 1967, inédito.


de los ojos. Era algo gravísimo, era algo catastrófico para ella. Le pregunté a
quién veía ella en el espejo cuando observaba esas bolsas bajo sus ojos. Me
contestó que era una especie de instrumento que hace ruido, como una
maraca, pero que tiene una cabecita de loco que se usaba en el Teatro de
locos. El personaje lo tenía y lo movía. Para ella esto era la idea de que
siempre hay alguien, un muerto que vuelve, el fantasma. Y le pregunté por
eso, a quién veía en el espejo con esa idea. La paciente dijo ese instrumento
es una manía, usted tiene la manía de hacer este tipo de preguntas. Me dijo
que había visto esas bolsas en los ojos de su padre cuando ella tenía ocho
años. Le pregunté cuando era que ella tenía ocho años y no quiso decírmelo.
Le dije y es otra manía mía, que quizás era la época de la guerra, porque yo
además le suponía tener más o menos mi edad. Pareció escandalizarse,
porque de cualquier modo parecía mucho más joven que yo y me dijo que
durante la guerra todo había pasado bien, sin ningún problema.
Esa mujer venía por una segunda razón y es que su hijo en un determinado
momento había delirado. Era un estudiante brillante en matemáticas y había
tenido que cambiar la orientación del bachillerato.
El análisis comenzó de una manera totalmente clásica.
Ella venía también por una tercera razón y es que no se sentía a gusto en su
trabajo de psicóloga escolar.
Entonces, paso por encima de varios años, dos o tres años, y llegamos al
final de su análisis y “¡cataplum!”. Ella vivía en una pequeña ciudad y había
robado carne en un supermercado, y el dueño del supermercado quiso hacer
una situación ejemplificante: llama a la policía y quiere que se inicie un
proceso. Viene a verme diciéndome que ha contratado un abogado y me pide
que le haga un papel diciendo que está en análisis y que tiene un síntoma de
cleptomanía y que eso, entonces, hará que la situación se resuelva.
Olvidé decirles que era alguien que tenía como leiv motive decir que le
hubiese gustado ser artista, subir al escenario y no en forma sólo
metafórica, pero que siempre se quedaba entre bambalinas, es un leiv
motive -también en la psicosis que he escuchado decir a muchos pacientes:
“estoy en una pieza de teatro en la que desconozco el guión y en la que
actúo perfectamente”, evidentemente este guión es la historia que no está
inscripta y para que el paciente pueda subir al escenario es necesario que
el analista suba con él.
A su pedido le digo: “no”, y de manera muy sádica le digo que: “por una vez
va a subir al escenario”, yo no sabía que yo también iba a tener que subir
con ella. Ella me miró muy sorprendida por mi respuesta puesto que yo
actuaba como si me pusiera del lado de la policía. Una parte mía hubiese
querido darle ese gusto, darle el papel, pero formalmente no lo podía hacer.
Ese día no se fue ni siquiera enojada sino muy triste, yo también estaba
enferma de remordimiento, de haber dicho no y de no poder hacer otra cosa.
Al día siguiente abro la puerta para ir a buscarla en la sala de espera y veo
que no hay nadie. Creo que no vino porque está enojada conmigo, y me voy a
la cocina para hacerme un sandwich de carne o de jamón. Vuelvo a la sala
de espera para buscar a la paciente de la hora siguiente, y la veo y no la veo
a ella, que está allá en el fondo de la sala, totalmente irreconocible como
una vieja, arrugada y toda aplastada, acurrucada -es como en los cuentos,
les hablé el otro día del bosque en donde el caballero se encuentra fuera del
espacio y del tiempo habitual y que cuando sale de allí se encuentra como
un viejo.
Evidentemente habíamos ido a dar una vuelta por ese bosque, donde están
la hadas y las cosas que no pueden ser dichas.
Fui a buscarla y le dije que no la había visto, y ella respondió, que había
visto que no la había visto, y que pensó que era una especie de prueba
mental, una tortura por la que yo la hacía pasar. Le dije que no había sido
conscientemente mi intención e hice una alusión a todos esos seres que
vuelven y no tienen imagen en los espejos, en los relatos fantásticos es un
lenguaje que se tiene para poder hablar de esas cosas. Le dije que viniese al
día siguiente para continuar esa curiosa sesión. Al día siguiente viene aún
con más miedo, tuvo durante la noche una crisis de locura, una crisis de
convulsiones parecida a la Gran Histeria descrita por Charcott.
Ella estaba esa noche con un hombre, alguien muy amigo de ella, que tuvo
la inteligencia de decirle que hablara, que dijera lo que se le ocurría en ese
momento. Dijo que en esos momentos había pensado en su abuela, me había
hablado largamente de esa abuela italiana, esa abuela era una mujer que la
había educado y era una mujer que pertenecía a una aristocracia italiana y
que por rebelión contra su familia se había casado con un obrero, con él
había emigrado a Francia. Le pregunté en qué momento de la vida de la
abuela pensó esa noche. Me dijo que había pensado en su abuela, que había
estado en la cárcel inmediatamente después de la guerra del 40. Pero que
había sido por una nimiedad, nada importante y que había estado muy poco
tiempo en la cárcel. Yo le dije que sabía por mi familia, por mi historia que
inmediatamente después de la guerra, habían habido comités de depuración
y que todos los que eran sospechados de haber colaborado, podían haber
pasado por la cárcel. Le digo cayendo en una banalización, que
probablemente su abuela que era inmigrante italiana, podía haber sido
objeto de comentarios malevolentes por parte de los vecinos y podría haber
sido denunciada como colaboradora. Le dije algo que me había dicho mi
padre que en esa época había formado parte de esos comités de
depuración. En general estaban integrados por los que habían estado en la
resistencia y se habían visto obligados a tirar muchas cartas de denuncias a
la papelera, porque si hubieran hecho caso a todas las denuncias que se
hacían en ese momento, hubieran tenido que meter en la cárcel a la mitad
de Francia. Reímos sobre eso y le dije que fuera a averiguar si esa hipótesis
podía ser acertada. Le fue a preguntar a su padre y el padre le dijo que la
abuela había estado tres años en la cárcel. Le pregunté si se acordaba y me
dijo que sí, que había ido a ver a su abuela a la cárcel y que además, luego
de haber salido de la cárcel estaba tan bien y tan en buena forma como
antes. Le dije que se informara mejor sobre el por qué, porque
evidentemente tres años, ya no era un asunto de información malevolente.
El padre tuvo mucha dificultad para decirle que la abuela vivía en una casa
en donde estaba un jefe de la resistencia y que ella lo había denunciado y el
jefe de la resistencia había sido torturado pero que felizmente no había
muerto. Eran cosas cotidianas en la época de la guerra y una vez que ella
reencontró esto ella pudo decirme su edad. Ella entró en el tiempo, siguió
siendo muy hermosa pero había retomado su edad. Puede decirse que
cuando esto fue hecho historia el tiempo se puso a caminar y ella pudo
finalizar su análisis poco tiempo después. Su hijo devino un cantor de ópera,
y canta esas óperas trágicas y terribles italianas.
Esto para relatarles que estamos siempre en una zona entre dos muertes,
como decía Nietzsche, más allá del bien y del mal.
No estamos allí como jueces en nombre de las leyes escritas sino para
hacer advenir las no escritas, y darle un lugar a esa abuela que
seguramente no era ni del todo mala ni del todo buena, era un poco como
todo el mundo.
Me detengo para poder discutir.

Público: Le quería hacer una pregunta a Jean Max con respecto al caso del
café, porque a veces parece como una cosa un poco milagrosa, como un
milagro las cosas que pasan. La pregunta es: ¿qué es lo que se inscribe para
ese paciente cuando usted le dice “es una conversación de café”?

J. M. Gaudillière: Un día hice una exposición en Europa y había un analista


argentino que me estaba escuchando, me dijo una frase respecto a esta
secuencia: “cuando dos desligazones se encuentran hacen una ligazón”. Es
decir, lo que mostraba este paciente en su locura era una de esas cosas
reales, que son reales porque no hay otro.
Hay otros historiadores que pueden hablar y escribir sobre la revolución
rusa, con muchos detalles, aquí se trata más bien de esos momentos que
como dice un paciente de Françoise: “la gran Historia se cruza con la
pequeña historia”. La gran Historia es la de la revolución rusa, la pequeña
historia es la de su linaje. En el cruce entre la grande y la pequeña historia
nace, como sucede a menudo, un fantasma, el de ese abuelo que emigró a
Francia y que no llegó y que no se sabe donde detuvo su viaje. Pienso que el
padre de este paciente, que llevó una vida normal en Francia, mantenía,
sostenía algo de esa locura y que es algo que transmitió a su hijo. Ese
hombre, el padre, se volvió cirujano, un cirujano muy conocido en Francia,
tenía una buena relación con su hijo, mi paciente. Pero cuando yo le
preguntaba en que consistía esa relación, consistía fundamentalmente en
grandes caminatas por la campaña, para cazar, durante las cuales ni el
padre ni el hijo pronunciaban palabra, y esas eran las buenas relaciones
entre padre e hijo. Evidentemente en esta investigación sobre el cruce entre
la gran historia y la pequeña historia, algo de eso aconteció, puesto que
transmitió algo a la generación siguiente. Hace poco este paciente me dijo
que su hermana menor, que hasta ahora había llevado una vida normal, y
que es dentista, había hecho una crisis psicótica. Ella dijo formalmente que
a partir del momento que su hermano, mi paciente, se había tornado más
discreto había cosas en esa familia que había que hacer estallar aún más.
Es decir que le tocaba a ella tomar las cosas a su cargo, bajo la forma de
una investigación psicótica. Sólo que mi paciente que sabe lo que sucedió
entre él y yo, vino en seguida a preguntarme si podía darle el nombre de un
analista para su hermana, para evitarle lo que él había sufrido: dos largas y
graves hospitalizaciones. Totalmente por azar habíamos encontrado dos
meses antes en el sur de Francia un analista que es de la región donde
habita esta mujer y es el nombre que le di. Algo ha quedado en suspenso en
el texto de ese linaje, seguramente representado por el fantasma del abuelo.
Aunque el fantasma del abuelo no haga apariciones espectaculares, pero
quizás ese fantasma se paseaba de manera silenciosa en las partidas de
caza del padre y del hijo.
Lo que ocurre en esos momentos en que se puede decir que hay un
significante forcluído, es que como dice Lacan, cuando queda forcluído el
simbólico vuelve, retorna en el real. Es decir que si ese significante no esta
allí para representar al sujeto ante otro significante, ese significante vuelve
por los altos parlantes, por la radio, por la televisión, por las conversaciones
de todo el mundo, por las ventanas.
Lo que se inscribió cuando hice esa intervención fue de que había en mi
experiencia casi un lugar topológico, un lugar en donde las palabras no se
encuentran detenidas por una cuarta pared, donde las representaciones se
hacen públicas, se vuelven públicas. Es decir que en ese lugar del café, hay
circunstancias en las cuales un sujeto no está representado por un
significante ante otro significante, sino que se encuentra más bien
despedazado, en pedacitos de las pequeñas conversaciones particulares.
El encuentro de estas dos desligazones en lugares topológicos, que pueden
de alguna manera ser superpuestos, la superposición de estas dos
desligazones vale por una ligazón. Es decir que en este momento las
representaciones que retornan por la boca de todo el mundo se encuentran
concentradas en un lugar en donde el analista se encuentra también
situado, pero no como observador o antropólogo de los café, sino como
alguien que se encontró en el límite, él también, de haber sido despedazado
por las conversaciones en ese lugar público.
No es un milagro sino una operación que se muestra aquí en toda su
simplicidad. Una interferencia, como sucede a menudo en el comienzo del
trabajo de los analistas. Después la piel de los analistas se vuelve mucho
más dura y las cosas son menos milagrosas.

Público: Yo me preguntaba si estos momentos de transferencia psicótica no


aparecen también en esos análisis clásicos de los que hablaban, es decir
porque se hablaba de análisis clásicos o análisis neuróticos como
diferenciado de este trabajo con los psicóticos. ¿Cuál es el límite?

J. M. Gaudillière: Una vez más, cuando hablamos de psicosis estamos


hablando de una modalidad de la transferencia. Cuando alguien que “no está
loco” encuentra en su vida o en su análisis un punto de real, en algunos
casos puede evitarlo, puede pasar a 3 km. y seguir su camino. Quizás es lo
que hizo el padre de mi paciente a condición de no hablar, pero si esa
persona que no está loca encuentra ese punto del real, la única manera que
tiene de ligarse a otro en ese momento y para ese punto, es mediante lo que
llamamos “transferencia psicótica”. La “transferencia psicótica” se
corresponde con una situación, con un momento y no con una estructura,
menos aún con un diagnóstico. Por lo tanto puede muy bien encararse el
caso y es lo más frecuente desde el punto de vista de la técnica con los
paciente, de alguien que comienza un análisis “clásico” y que solo piensa en
encontrar a un “analista clásico” y que en determinado momento hace
advenir en el trabajo del análisis un momento psicótico. Entonces en este
momento la técnica del manejo de la transferencia cambia y cuando las
cosas pasen por ese camino y puedan resolverse bajo la forma de la
inscripción de un significante, puede muy bien continuarse el análisis de la
manera entre comillas “clásica”.

F. Davoine: Su pregunta la hacen a menudo y a veces se dice que eso es algo


que encontramos también en el análisis de la neurosis, pero creo que éstas
pueden ser palabras de confusión. Se trata de momentos muy claros, con
límites muy claros, con bordes muy claros. Son momentos como dijo Jean
Max de fracasos del analista. Quiere decir que se entra en un área, contra la
que se ha tropezado y en donde el real está convocado. A veces damos la
impresión de estar hablando del análisis “clásico” como si fuera algo peor
que esto que estamos proponiendo. No se trata para nada de este tipo de
dicotomía, no se trata de eso.
La palabra “clásico” pienso que la tomamos de Kuhn cuando habla de la
ciencia clásica, de la ciencia normal para diferenciarla de los puntos donde
la ciencia está revolucionándose. Son los puntos donde ha chocado contra
pedazos, puntas del real y que no invalida para nada lo que se ha avanzado
en la ciencia clásica donde ya se ha inscripto algo. El análisis clásico
trabaja con eso que ya ha sido inscripto en el inconsciente y que ha sido
objeto de una represión. Por eso sirve la metáfora que emplea Thom cuando
habla de las catástrofes como de cosas o de situaciones que tienen
contornos muy claros. También habla él de lo que llama catástrofe
generalizada, que es cuando la forma y el fondo no pueden distinguirse más.
Lo que puede suceder es que si el psicoanalista no presta atención a ese
borde neto que se traspone en determinado momento, lo que puede
acontecer es que se produzca una catástrofe generalizada.

Público: Me fui con la frase que Françoise repitió hace un rato, como si se
tratara de una prescripción “hay que, hay que, hay que”. Françoise hizo
referencia cuando relataba el caso de Sissi del delirio que le dirigía y del
que ella tomaba nota como una secretaria pero que en ese momento no se
sintió concernida. Me vino entonces a la cabeza la palabra que usa Lacan en
el en el año 1967, y Lacan plantea allí que cuando se trata de la clínica, de la
posición clínica, que esta proximidad con la locura y con el real que la
locura presenta, sólo es posible si el analista está concernido. El analista, el
psiquiatra, quien sea. El plantea allí, hablándole a los psiquiatras, que la
formación de los psiquiatras e incluso de los analistas no es algo que pueda
ocurrir “en cátedra”. Incluso la frase que recién dijo Françoise refiriéndose
al Pequeño discurso a los psiquiatras, el analista no tiene que poner esa
distancia pero este, “hay que” o “no hay que”, está en relación, Lacan dice
que “quienes van a poder ser tocados por lo que digo son los que se han
analizado conmigo o con otros en un análisis verdadero”. Y yo pienso que es
en 1967, que Lacan está haciendo referencia a lo que él ha planteado en la
Proposición de octubre15, en relación al final del análisis y el pasaje de la
posición de analizante a analista. Todo esto para poder acercar y es lo que
quisiera que ustedes me confirmaran o no, si me equivoco, es que esa
posición subjetiva del analista, se trata de una posición subjetiva del
analista, que va a poder permitir que esta ocurrencia con respecto a un
sueño o una historia para contar, o para mostrar, ocurra pero de la
dimensión del acto, no de la prescripción.

F. Davoine: Sí, es un pasaje al acto necesario, como un pasaje al acto


teatral, a la escena que a la vez la constituye, y es una posición subjetiva o
más bien desubjetivada, en tanto como señalaba Jean Max no se trata de un
sujeto que esté allí. Uno dice siempre
_______________
15 J. Lacan, Proposición del 9 octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la
escuela, Ornicar? (español), Nº 1, Petrel, 1981.
“hay que o no hay que” porque es nuestro imaginario y no podemos
prescindir de él, pero yo digo siempre que es el paciente el que dirige el
baile.

J. M. Gaudillière: La primera cosa es, que Lacan hizo una comunicación en


Suiza, a los practicantes en Suiza, y en el francés-suizo, existe la palabra
“concernimiento”. Creo que la palabra que Lacan utiliza en ese texto es la
palabra “concernimiento” que es una palabra poco frecuente en francés.
Concernimiento en el francés-suizo quiere decir exactamente “delirio”.
Cuando un enfermero suizo-francés dice que un paciente tiene un
concernimiento está diciendo que delira y creo que hay que escuchar esa
palabra también en ese sentido en la medida en que Lacan eligió allí una
palabra poco frecuente. La segunda cosa tiene que ver con lo que he
aprendido de un analista que apreciamos mucho y que estamos traduciendo
en este momento al francés y que se llama Caetano Benedetti. Es un
analista de origen siciliano pero que desde hace mucho tiempo trabaja en
Suiza, insiste mucho sobre el siguiente hecho: y es que en el trabajo con los
pacientes que llamamos psicóticos, suceden a menudo cosas que llamamos
“milagros”. Lacan decía a menudo, cuando se lo arrinconaba con respecto al
tratamiento de las psicosis, que le había acontecido tener psicóticos en
análisis, que había curado a algunos, pero que no sabía por qué.
Sostengo junto con Benedetti, que cuando suceden cosas como las que
narré hace un momento, sostengo que son posibles de ser transmitidas y
enseñadas y que “hay que” transmitirlas y que “hay que” enseñarlas. [risas]

Público: A propósito de que hay que transmitirlas y que hay que enseñarlas
sería quizás posible analizar esas dos oraciones, diciendo que es
impersonal, pero también que al decir “hay que”, involucra creo a una
exhortación, de alguna forma, exhortar a un lugar, en todo caso a una
posición.

F. Davoine: Benedetti dice aún más, dice que este tipo de trabajo como el
que estamos haciendo, forma parte del trabajo con esos pacientes, porque
forma parte de hacer entrar en el lenguaje eso que estaba excluido. Por
supuesto no se trata de decir las cosas de cualquier manera, sino de
haberlas trabajado al punto de hacerlas transmisibles.

Público: Ayer por la tarde usted decía que se había interesado en


Schöedinger y que eso era de alguna manera porque se sentía sola sin
Wittgenstein. Yo quería preguntar que más se podía pensar, si esto es una
manera de trabajar entre la locura, usted y , por ejemplo, Wittgenstein.

F. Davoine: Déjenme pensar, es una buena pregunta y necesita pensarla.


Me refiero siempre a la palabra del otro. Voy a citar a Erasmo para
responderle. Erasmo decía que sus libros eran sus compañeros a los que
podía confiar sus secretos, con los que podía discutir, retomarlos y dejarlos
cuando quería. Sus libros eran un poco como sus analistas. Quizás
Wittgenstein me servía como analista mientras escribía sobre la locura. Es
decir poner esto en el lugar de otro, esto de la locura, y respecto a alguien
que había conocido tan bien, un cierto número de desligazones, como Jean
Max decía. Sólo después de haber trabajado un tiempo sobre él, descubrí
fragmentos de su biografía, que confirmaban la intuición que había tenido al
comenzar a leerlo y era de que ese hombre había estado tocado por la
locura. Es decir, como ustedes saben, sus tres hermanos se habían
suicidado y había en su historia una historia de renegación de la tradición
judía. Es decir que encontré un eco para poder contarle a alguien, a quien
contarle las historias de locura.

J. M. Gaudillière: Se puede quizás agregar algo más, en la producción de


este tipo de escritos, como los de Wittgenstein, hay en estos escritos una
amenaza como la que golpeó a los escritos de Schreber. Cuando leo el
millonésimo artículo -ya no lo leo más- sobre la psicosis que se apoya en
Schreber, escucho el grito de Schreber gritando desde el infierno o desde el
paraíso. Lo escucho como si aquello que él transmitía cuando escribía
hubiese sido analizado en el sentido griego del término, es decir
desmembrado, es decir cortado en pedacitos. Pienso que aquellos que
conocen un poco la vida de Schreber saben que cuando está delirando en
sus textos con la idea de convertirse en mujer, aparecen textos que no son
casi nunca citados, textos de su psiquiatra Flechsig, que en el momento en
que Schreber había sido internado en su clínica, había Flechsig decidido
tratar la psicosis paranoica con la castración real: cortársela. Se dice que el
loco era Schreber y que Flechsig era un psiquiatra de su época. Es porque
se hace un corte, se forcluyen los escritos de Flechsig, que son
inseparables del delirio de Schreber, que Schreber sigue aullando desde el
infierno.
Si no hubiese libros como el de Françoise por ejemplo podría escucharse
aullar a Wittgenstein desde 1914 a 1918, aullar esa terrible frase que todo el
mundo conoce y que nadie entiende, y es la ultima frase de ese libro
incomprensible para quien no se ha especializado en la lógica matemática
el Tractatus16 y que es esa frase “lo que no se puede decir hay que
callarlo”. Hay wittgensteinianos, como hay lacanianos, como hay freudianos,
como hay schreberianos, que son capaces de hacer gritar a Wittgenstein
con esa frase y de detenerlo, como en esos momentos en los que el tiempo
se hiela, se congela. Detener a tal punto las palabras, sin entender que esa
frase “lo que se no puede decir hay que callarlo” no es una verdad, sino la
convocación de otro.

F. Davoine: Muchos dijeron que tenían preguntas y preguntas teóricas para


plantear, para dar tiempo para que puedan reflexionar y hacer las preguntas
sólo voy a hablar ahora brevemente sobre las tradiciones orales.
Muchas veces cuando se hablan estas cosas se habla en término de
tragedia, Edipo, tragedias griegas, etc.; cuando en realidad, como hemos
dado aquí el ejemplo, muchas veces, hay que tomarlas por el sesgo cómico.
Porque con respecto a la locura hay una dimensión cómica, a la que muchas
veces los analistas no somos sensibles porque nos falta humor con el cual
reaccionar a las cosas que nos son dichas. Y nos quedamos serios como un
Papa, cuando en realidad la persona que nos dice las cosas se esfuerza por
hacernos perder la seriedad. Esta relación entre la locura y lo cómico, era
patente en la Edad Media que era una época mucho más sensible y más
apasionada por la locura que la
_______________
16 L. Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus, Alianza Universidad,
Madrid, 1993.
nuestra, aunque en realidad fue una época muy parecida a la nuestra, con la
Guerra Santa contra los musulmanes, con sus torturas, como hoy en día, con
las pestes y epidemias como el SIDA. Voy a dar una definición de la locura
de la Edad Media, que me parece mucho más moderna que la de El hombre
neuronal. “La locura -dice ese autor medieval- es más un artefacto que un
destino”. Esa palabra en francés quiere decir un artefacto, pero también una
máquina de guerra y también tiene la raíz latina de ingenio, ingenioso, de
inteligencia aplicada a algo. Es decir, que se sabia ya, que la locura era más
un artefacto, una máquina de guerra, una ingeniosidad, que un destino. No
solamente se lo dice, sino que se lo prueba al terminar la guerra de los 100
años que fue una guerra terrible y de terror. Hubo un verdadero
florecimiento de un teatro de locos, que fue llamado El teatro de sotie. La
palabra so se traduce: tonto. No tenemos traducción en español “teatro de
tontos”, sería un “teatro de estultos”. La gente de esa época tenía
problemas semejantes a los que ustedes tienen, problemas de amnistías,
problemas de desaparecidos, problemas de juicios, y de a qué tribunal llevar
tal o cual juicio.
Ustedes saben que ese problema de las leyes y de las leyes no escritas
atraviesa toda la tragedia griega: Sófocles, Eurípides y Esquilo.
Ustedes saben que todas las divinidades que en La orestíada de Esquilo
tienen la figura de las Erinias, las Furias, intentan transformarlas en
divinidades benevolentes. Y esas diosas se convierten en Euménides a
partir del momento en que Atenea crea el tribunal para juzgar los crímenes
de Orestes. Es nuestra amiga Nicole Laureau que está en este momento
gravemente enferma y que es una helenista, la que sostiene que las
tragedias fueron hechas para poder hablar de los crímenes presentes. Era
una manera de curar a los habitantes de la ciudad, como una purificación,
como una catarsis, ¿qué quiere decir eso? poder cuidar y no sólo los
ciudadanos estaban obligados a concurrir, a asistir a ese teatro al punto que
el que no podía pagar le era pagada la entrada, es decir que era obligatorio
que asistiera a este teatro, pero además había una regla que hacía que
estaba prohibido hablar de los acontecimientos del presente, había que
hablar de los acontecimientos del presente a través del mito, es decir, por
un recurso al mito. No quita que este teatro tenía efectos sorprendentes, por
ejemplo bastaba el ruido de las diosas en la escena -que no se tenía el
derecho de ver sino solamente de escuchar su ruido- para que mujeres
abortaran y jóvenes se desmayaran.
Esta misma realidad fue tratada en el Renacimiento a través del teatro por
el sesgo cómico.
Creo que estos dos sesgos existen -el trágico y el cómico- en el análisis de
la psicosis.
Voy a hablar de las tradiciones medievales, de cómo hacían para que no
fueran borrados los crímenes de la ciudad, cómo hacían para que no fueran
borrados por los poderosos. La solución fue juzgar esos crímenes en el
teatro de la locura, la locura era el tribunal y es así como era ese tribunal.
Este teatro, del que tenemos conocimiento por tradiciones orales, ocurría
en las ciudades, en París por ejemplo, en los colegios a donde aún hoy van
nuestros adolescentes. Eran tradiciones orales de las que sólo quedan
huellas a partir del siglo XVI, a partir de la imprenta. Es un teatro muy mal
conocido, porque fue un teatro prohibido por Francisco I, que no soportaba
ver a los crímenes expuestos a la luz del día. Y a partir de esa prohibición
esas piezas de teatro, quedaron en las biblioteca y nunca más fueron
reeditadas. Yo no fui a las bibliotecas pero aconteció que alguien hizo una
tesis sobre estas obras, tuve oportunidad de leerla. Voy a contarles como
acontece este teatro de la locura y acontece como el análisis de la psicosis:
hay un personaje central que es la madre loca, es un personaje
carnavalesco, que llega a la escena y lanza un gran grito. Con ese grito
llegan al escenario los que en este teatro son llamados los supuestos, los
locos. La palabra supuesto es un antiguo nombre que quiere decir sujeto,
supositum.
La madre loca pregunta a los supuestos cuáles son las causas que traen al
tribunal. Cuales son las causas que tienen que traer al tribunal. En este
momento entonces los tontos o los locos están casi desubjetivados: el loco
nº 1 , el loco nº 2 , el nº 3, llegan al tribunal a decir los abusos, los crímenes
en un lenguaje muy brutal que todavía hoy en Francia, sería censurado. No
censurado, sino que no sería tan crudo el lenguaje como aparece allí. A
partir de ese momento aparecen en el escenario los distintos abusos
personificados en la escena. Los personajes son personajes que están en el
límite de lo abstracto y lo concreto, como sucede en la esquizofrenia, a
veces por ejemplo un personaje se llama: el tiempo.

- “el tiempo se detuvo”.

Entonces el personaje llega y se sienta, se detiene.


Otro personaje es el pueblo, y llega con la lengua atada.

- “el pueblo está amordazado”.

Hay un personaje que se llama uno y otro que se llama el otro, el pueblo
también a veces se llama alguno. Hay un personaje que se llama cada uno.
Todos estos personajes van a decir de la manera más violenta, los abusos
que han sucedido. Por ejemplo esto de que:

- “el tiempo se detiene”

Puede haber un personaje que agarre un cernidor y diga:

- “estoy pasando el tiempo”.

Hay una sotie que es la única que ha sido publicada, que se llama La gente
nueva y la gente nueva son los reformadores, y entre ellos hay un personaje
que se llama el mundo. Los reformadores quieren reformar el mundo, y hay
una presentación irrisoria de esa reforma, puesto que los reformadores son
presentados comiéndose a el mundo. Hay dos hosterías una se llama mal y
la otra se llama peor, y llevan a el mundo de mal en peor. Todo esto es para
darles una idea. Cuando está esa madre loca también se la llama la gran
reformadora, entonces:

- primer tiempo: ella llega y grita.

- segundo tiempo: vienen los personajes.

- tercer tiempo: llegan los que están acusados, son los militares, la gente de
la iglesia, el Papa que en la época era un militar, el militar tiene como
nombre el general de infancia, llega en un caballo de madera como un gran
bebé, que apenas puede articular tres palabras. El Papa está representado
por un personaje que es el abate boludo o el rey de los boludos. El rey es
llamado el príncipe de los tontos. La salida de la sotie no va a ser poner de
un lado los buenos y del otro los malos, porque el pueblo no es tan claro en
estas categorías. También en medio del pueblo están los delatores, por
ejemplo como decíamos hoy.
El final es que los tontos se lanzan sobre los criminales y los desvisten y
encuentran que por debajo de sus ropajes de ceremonias, por debajo de eso,
son también locos.
El análisis de la locura consiste en este descubrimiento en el sentido literal,
de sacar eso que cubre. El analista va a hacer objeto de un verdadero strip
tease en tanto va a quedar descubierto del otro imaginario y del otro
simbólico, para que aparezca este otro real.
Lo importante es que este teatro de locos, tenía que ser algo público, que se
hiciera público. Es señalable también que este teatro estaba
permanentemente prohibido y que tenía que hacerse a escondidas de la
policía. En Saboya había una conocida troupe de teatro, terminaron todos
ejecutados. Y si Francisco I prohibió ese teatro, fue porque en la sotie,
habían representado a la madre del rey como a la madre loca y esto le había
resultado insoportable.
Digo todo esto porque considero que el psicoanálisis forma parte de las
últimas tradiciones orales. Somos el último de los mohicanos respecto a las
tradiciones orales. Había una ciencia de la transferencia en la época, había
un contar con el público que continuamente era llamado a intervenir y a
interferir con lo que se estaba desarrollando en el teatro. Me detengo aquí,
porque quisiera que discutiéramos.

J. M. Gaudillière: En el fondo lo que intentamos decir con respecto al trabajo


analítico con la locura, es que es hora de que los analistas retomen la
palabra. Como si la palabra hubiese partido, como si al igual que en el teatro
de locos, hubiera que volver a retomarla físicamente. Porque en la tradición
que ha sido la nuestra, después de Freud y después de Lacan, esa famosa
palabra que es nuestra materia prima y nuestro instrumento de trabajo,
terminó por quedar abajo de la mesa.
Por una primera razón, en lo que concierne a Freud, es que Freud era un
gran escritor. El tenía en alemán un estilo muy claro y cargado de imágenes.
Es casi necesario llegar a los testimonios privados, para reconstruir al
menos al principio, en qué pudo consistir la técnica de Freud.
La primera cosa, todo el mundo sabe: el famoso diván.
En primer lugar no era realmente un diván, era más bien un gran sillón con
algunas alfombras por debajo, y él explica que inventó ese dispositivo
porque no soportaba mirar a la gente cara a cara durante ocho horas por
día.
Luego mientras los pacientes hacían sus asociaciones, Freud les explicaba
el psicoanálisis. Freud les explicaba la invención del psicoanálisis. Si alguna
vez visitan la casa de Freud en Viena o su última casa en Londres, van a ver
la disposición de los cuartos. Se sabe que Freud en determinado momento
hacía levantar a un paciente que estaba acostado o sentado, e iba a la pieza
donde estaban las estatuillas egipcias y se las mostraba como un símbolo
metafórico de lo que estaba enterrado y que había que hacer volver a la
superficie. Freud, pues hablaba a sus pacientes, al menos al comienzo de su
práctica.
Hubo un momento evidentemente en que esta forma cambió, y este
momento concuerda con el comienzo del cáncer de Freud. Ustedes saben
que sufrió unas quince ó veinte operaciones, en las condiciones de aquel
tiempo, con prótesis metálicas, que tuvieron como consecuencia que él no
pudiera más comer en público, tenía muchas dificultades para hablar y que
probablemente es esa máscara de impasividad, es esa máscara lo que
encontraron no los futuros pacientes sino los futuros psicoanalistas, que
encontraron a Freud en ese momento. Quizás de ahí viene esa tradición
mimética de la cara impasible del analista, porque neutralidad benevolente
no quiere decir impasibilidad. Descontando además que en los momentos de
transferencia psicótica, como hemos dicho, no hay posibilidad ni de
neutralidad ni de benevolencia. Se puede decir también que en esos
momentos ocurrieron dramas familiares muy importantes en la vida de
Freud, como fue la muerte del nietito de Freud, el hermanito de ese pequeño
niño del fort-da, además de la muerte de la hija de Freud. Se puede ver en
varios textos de la correspondencia de Freud de esa época o en otros que
también hablan de esa correspondencia, se puede ver que Freud entra en un
cierto período de indiferencia. Esto es la vida de Freud y no un modelo.
El segundo problema que tenemos con respecto a la palabra en la técnica,
proviene del trabajo de Lacan. Ustedes saben que ese libro tan importante,
el único libro de Lacan que apareció, que se llama Escritos, está hecho casi
únicamente con palabras. Es decir que la mayoría de los artículos que son
artículos casi incomprensibles, aún en francés, son de hecho, el lugar donde
se han comprimido presentaciones orales.
Aún hoy en día en que pueden tener a disposición de ustedes las versiones
oficiales de los seminarios, no pueden tener sino una mínima idea de lo que
era la relación del público, de los auditores, de los oyentes con la palabra de
Lacan.
Evidentemente se veía en seguida que tenía un estilo particular, con algunos
giros especiales, pero mientras se estaba participando de los seminarios de
Lacan, todo resultaba muy claro, aunque esa claridad hiciera pensar.
Por ejemplo ese famoso articulo De una cuestión preliminar... que no es uno
de los mas difíciles, en la edición francesa comprende unas sesenta
páginas, eso es el resultado de una condensación de un seminario cuya
versión tenemos en novecientas páginas. Creo que la versión oficial impresa
hoy en día tiene trescientas páginas, lo que también es otra cosa. Por lo
tanto si uno se ve confrontado con esa escritura que no es una verdadera
escritura, sino que es una condensación de oralidad, una concretización,
evidentemente eso puede tener efectos paralizantes sobre la práctica.
Pero todo el mundo sabe no sólo que Lacan hablaba todo el tiempo, sino que
hablaba a tontas y a locas, y que también hablaba en el trabajo con sus
pacientes. Entonces allí también hubo una palabra que funcionaba y que
funciona. Iba a decir, porque uno siempre tiene en cuenta la preocupación
de la prudencia y hay que dar siempre una idea de los límites, iba a decir
que no se puede decir cualquier cosa, pero creo que si. Lo peligroso es
cuando no se dice cualquier cosa, es decir, cuando se dice algo, cuando se
piensa que se dice algo. En primer lugar cuando se piensa, y en segundo
lugar cuando se piensa que se dice algo probablemente no se está en esa
dimensión de la palabra. Por lo tanto hay que retomar esta tradición del
psicoanálisis, que es una tradición oral. El analista se encuentra aún en la
tradición clásica, en esta posición de acolchado, es decir, que recibe
amortiguando un cierto número de golpes que provienen de la palabra del
paciente. Seguramente se ayuda al paciente que está en esa posición, se lo
ayuda porque uno está allá como un puching ball. Pero en esa manera de
proceder la locura no encuentra su otro. Por eso pienso que cada uno de
nosotros del mismo modo que tiene que frecuentar las obras y los escritos
teóricos, debe ser capaz de encontrar en su propio fondo de cultura oral,
como devolver algo de esa palabra que le es dirigida.
Hablábamos ayer de la zamba e imagino que hay toda una tradición del
tango, hay también tradiciones de cuentos que se transmiten de boca en
boca, y ustedes saben bien cuando cuentan estos cuentos a los niños, que
esos cuentos hablan de tradiciones de monstruos, de muerte, de
catástrofes, de todas esas cosas.
Llegó la hora de abrir, pues, el consultorio del analista al tango y a la zamba.

Público: Cuando usted dice “una conversación de café”, me parece que dice
cualquier cosa, con ese estatuto. Y no me parece entonces que tenga la
misma naturaleza paranoica, de esas miradas al entrar en un café, pese al
emplazamiento que uno sufre cuando entra a un café. Entonces ¿cuál sería,
si fuera otro estatuto, el cruce de las dos rectas? Porque si uno dice
cualquier cosa, qué importa por qué lo dice?.

J. M. Gaudillière: No conozco a nadie que sea capaz de decir cualquier cosa.


[risas]
Si uno dice cualquier cosa, uno la dice porque se encuentra en la situación
transferencial. Lo que quiero decir de manera rápida, es que en ese
momento, no sé lo que digo. Yo sé que dije “conversaciones de café” y qué
quiere decir esa frase, pero no sé si estoy diciendo algo. La mejor prueba es
que, la sesión siguiente, que fue tres o cuatro días después, yo había
olvidado totalmente que había dicho esas tres palabras y por lo tanto no
esperaba nada, puesto que ni siquiera sabía que las había dicho. Y es après-
coup que me voy a dar cuenta que dije eso.
Evidentemente cuando uno consiguió eso tiene ganas de volver a empezar,
pero les aseguro que si hubiera tratado de curar a otro paciente psicótico
con café, no hubiera funcionado.

Público: ¿Lo que se cruza ahí, no son dos historias paranoicas?

J. M. Gaudillière: No, no.

Público: Para usted no.

J. M. Gaudillière: No.

Público: Porque usted está en el tiempo de a posteriori. El delirio está


siempre presente.

J. M. Gaudillière: Si.

Público: Entonces ¿qué importa que usted se explique por qué lo dijo?

J. M. Gaudillière: Porque tengo que transmitirlo. No puedo guardarme eso


para mí. Si lo guardo para mí se convierte en paranoico.

Público: Yo les quiero agradecer, a ambos, que hayan traído, creo que para
todos nosotros, la palabra “catástrofe”. Porque en mi opinión creo que la
sociedad argentina, la sociedad cordobesa, la sociedad de los grupos de
psicoanalistas, no tienen en cuenta las catástrofes sociales.
La historia, por eso es una cosa que me preocupa la cuestión del tiempo,
parecería que para nosotros en general, (alguien dirá: “para mí no”), la
historia es muy importante porque hay consecuencias y hay efectos, no
solamente sociales, sino a nivel de lo que los analistas encuentran en los
hospitales, las clínicas y los consultorios privados, y creo que es justamente
esta palabra descuidada que hace que toda la cuestión social que para
nosotros, desde Freud incluido, que Freud decía tener en cuenta tres
generaciones, en nuestra sociedad es como si hubiera un funcionamiento
sin historia. Sin historia en relación a los acontecimientos sociales y como
efectos en relación a lo que se entiende como locura. Por eso yo creo que
cualquiera acá se reiría, pero yo lo siento como una obligación de
agradecerles, que nos hayan presentado esto y de esta manera.

F. Davoine: Agradezco los agradecimientos. Si hablo de esto seguramente es


porque han sucedido en Francia, no las mismas cosas pero cosas similares.
Y que esta expresión de consultorio privado del analista, es allí donde se
desempacan las cosas públicas.
Para darles un ejemplo con respecto a los desaparecidos y que tiene que ver
con los desaparecidos de la guerra del 14. Se trata de un paciente que hizo
una película y que enloqueció al terminar la película. Es decir que él trató de
hacer una historia con algo, de poner algo en la historia, pero se metió en la
película y no pudo salir de ella. La película gira en torno a la palabra
“deportación”. Deportación en Siberia. Cuando estaba en el hospital sin
querer comer, ni beber, ni hablar, ni nada, le dije que estaba allí como un
deportado, no sabía yo lo que decía. Cuando salió del hospital me trajo un
librito. En su familia se decía, que había gente que había sido deportada en
la guerra del 14 a Alemania y todos se reían de esto porque decían que se
equivocaban de guerra, que las deportaciones habían sido en la guerra del
40. El librito que me trajo eran unas quince ó veinte páginas impresas por su
tío, que tiene ahora 90 años, era el director de un hospital psiquiátrico en
Francia. El título del libro es Mi deportación en 1914. Ese texto el tío nunca
se lo había dado a nadie, era la primera vez que ese texto llegaba a alguien y
le había sido dictado al tío, por su maestro cuando tenía doce años.
Esta familia parece una familia del tiempo de las tragedias griegas. Su padre
se suicidó, un hermano del padre mató a su mujer y a sus hijos. Cuando
comencé a leer este texto estaba escrito en un estilo muy almibarado, como
en los cuentos de niños. En ese estilo se describían atrocidades, en
particular la deportación de una familia con diez hijos, el menor era un bebé,
a campos de concentración en Alemania. Las atrocidades impresionaban
tanto más, porque estaban dichas en ese estilo de cuento de hadas. Me trajo
ese texto me acuerdo muy bien, me lo trajo un martes a las once horas, no
era la hora habitual para que él viniera y acababa de salir del hospital.
Por una coincidencia, después de él recibo a una mujer que habitaba en la
misma región que él en Lorena, es decir en la frontera con Alemania. Esa
mujer había pasado el fin de semana en Lorena con su madre que está vieja,
que está loca, que tiene un Alzheimer. En su delirio ella cuenta que vio a su
abuelo, al abuelo de la madre, encadenado junto con todos los viejos del
pueblo detrás de los carros alemanes. Me dijo: “mi madre está loca, tiene
alucinaciones y delira totalmente”. Me fijo en el librito que me había dado mi
paciente anterior y me fijo en el nombre del campo del concentración, el
nombre ese era Hallzmintden(?). Le dije que la semana siguiente que ella
tenía que volver a su ciudad, que averiguara, que se fijara en la biblioteca de
ese nombre, si había algunos datos sobre eso. Era la primera vez que yo
infringía la regla analítica de los comportamientos estancos, entre las
distintas sesiones de distintos pacientes. Estuvo contenta porque le
dábamos existencia a este abuelo que estaba desaparecido y que de golpe
empezaba a existir. Me trae a la semana siguiente un libro, lo abre en
determinada página en donde hay una foto de un campo de concentración
Hallzmintden(?) en Alemania en 1914. Me fijo, no tenía una edición hecha en
París, no tenía una casa editorial, había sido hecho localmente, ese libro
había sido escrito hace cuatro años por un grupo de historia de una clase de
adolescentes, que habían hecho una investigación sobre los desaparecidos
de esa época, es decir de sus antepasados muy lejanos. Todo esto que les
digo no está escrito ni la historia oficial ni oficiosa de Francia. Todo esto
sucede en la famosa región de Verdún, en la Batalla de Verdún. Cuando se
escribió la historia todo el interés estuvo concentrado en los militares que
estaban en las trincheras y no en los civiles. Los civiles eran el terreno de
experimentación de los nazis, de los que serán objeto en la guerra siguiente.
Los niños y los viejos eran raptados y luego llevados a Salzburg y de allí
eran enviados a un campo de concentración alemán. De esto no se habla,
porque esta región, es una región de frontera y muchas mujeres se
acostaron con los ocupantes alemanes. Por lo tanto había niños que eran
mitad franceses y mitad alemanes.
He ahí una historia que sólo hoy, ahora, puede ser expuesta, hecha historia.
Ya ven ustedes, como las Erinias, las diosas, las Furias, esquilmaron a estas
familias hasta que uno de ellos enloqueció y pudo hablar de eso. Hasta que
todo esto pudo ser traído al tribunal de la locura, en el análisis y las Erinias
pudieran ser transformadas en Euménides.

Público: Yo quería pedirles si podían hablar un poco acerca de eso para ser
mostrado. Si esto tiene algo que ver, si se relaciona o no, con una marca de
que no hay universo del discurso. Si eso aparece como escritura, como
escrito. Yo me pregunto por esto: ¿cómo situar el punto de lo imposible de
decir, y si a ese lugar va la mostración?

J. M. Gaudillière: Voy a hablar un poco sin relatar secretos, de una


entrevista, de una conversación que tuvimos ayer con Raúl Vidal. Estaba en
juego un discurso donde se mencionaba mucho de racismo y de
antisemitismo, y había mucho, mucho material respecto a ello. La primera
cosa que dije a Raúl y a los que estaban allí alrededor de la mesa, es de que
en la mesa, sobre la mesa, y seguramente desde hacía mucho tiempo, había
un cenicero y ese cenicero de manera totalmente evidente, tenía la forma
de una cruz gamada. Fue necesario que yo señalara con el dedo eso que
estaba allí, para que eso apareciera. Cuando las cosas no fueron dichas -con
respecto a las cuales hay numerosas razones históricas para que no hayan
podido ser dichas o no puedan ser dichas- una de las cosas que rigen a la
bestia humana, al animal humano, en su lazo social, es que esas cosas
busquen a cualquier precio inscribirse. Es decir que cuando hay cosas que
se encuentran en esa posición de lo imposible de decir, no hay mas
posibilidad de que esa cosa intente mostrarse para ser dicha, y siempre
encuentra el medio para ello. Puede ser un cenicero, ese cenicero apareció
en nuestro encuentro de ayer y hay en ese lugar, que es ciertamente un
lugar simpático y agradable, donde pienso que los pacientes son bien
tratados, había allí una cruz gamada, que esperaba nuestra reunión de ayer.
Siempre es así que las cosas suceden.
Nuestra amiga Nicole Laureau que en este momento se encuentra en un
hospital con un accidente cerebral, nos había enseñado cuál era uno de los
orígenes más claros de las amnistías. Hubo en la Atenas del siglo V una
importante guerra civil, durante la cual una junta tomó el poder, se los llamó
los oligarcas, es decir, el poder en manos de unos pocos. Evidentemente
como en los períodos de este tiempo, que son períodos perturbados, una
parte de los ciudadanos se encuentra estando en resistencia o exiliándose y
otra parte colabora con el gobierno que está en el poder. En el momento del
retorno de la democracia, acontece como Françoise señalaba en el final de
la guerra en Francia, hay un período de arreglo de cuentas, es decir un
período en el cual unos acusan a otros, eso crea evidentemente un clima
enrarecido, imposible en la ciudad y en el país, con nuevos crímenes y
venganzas y en esos momentos siempre se repite el caso, la historia se
repite, los nuevos llegados al poder, en este caso los demócratas, votan una
ley de amnistía.
Amnistía. Es necesario reflexionar sobre lo que indica esa palabra. A es el
prefijo griego que indica sacar algo, es negativo y la raíz que está en mnistía
es la raíz de la memoria, la raíz del recuerdo. Una ley de amnistía es una ley
que obliga a no recordar, no es una ley del perdón, es una ley que dice “no
hay que recordar”. Y Nicole Laureau nos recordaba que esta ley una vez
promulgada, era objeto de un juramento por parte de cada uno de los
ciudadanos, en forma individual. Este juramento era un juramento terrible,
que no invocaba a ningún dios en particular, sino que simplemente aquel que
prestaba su juramento en el texto al que me voy a referir, decía que si
contravenía a este juramento, perdería sus hijos, sus propiedades y sus
descendientes hasta no se cual generación. El texto del juramento decía
que estaba prohibido recordar los males.
En ese tipo de leyes tienen exactamente la receta para la fabricación del
real. Es decir que a partir del momento en que ese procedimiento queda
instalado empieza a funcionar esta anulación, hasta en la memoria. Esto
que es así anulado, encuentra como reaparecer aunque más no sea en la
forma de un cenicero o de una locura, o de tal incidente astral, o de tal
catástrofe natural.
Lo traigo a menudo, porque la lengua habla al igual que la locura. Traigo
estas dos letras: “mn”. Es mi matema personal, vale por otro. Voy a decirles
el origen de este matema mío, por supuesto que estoy bromeando con lo de
matema. Un día estaba hojeando la Traumdeutung de Freud, La
interpretación de los sueños17, leía esos dos versos que se encuentran al
comienzo del libro y que todo el mundo conoce por eso, y que son los versos
de Virgilio en La Eneida18, y que dicen: “Si no puedo mover a los dioses de
arriba, iré a buscar a los del Acheronte, a los de abajo”19. Y si bien cuando
era chico yo había traducido muchos versos de La Eneida, me había
contentado con una aplicación superficial de estos versos al texto de Freud.
Es decir que caían muy bien en una especie de topología simplista, si no
puedo hacer cosas con lo que sucede arriba, en lo consciente: iré a ver
abajo, en lo inconsciente. Y uno se queda contento de tener con estos
versos una idea clara del consciente, luego una barra, inconsciente.

consciente
inconsciente

No se trata para nada de eso.


Y entonces retome La Eneida, hasta encontrar en el canto séptimo20 estos
dos versos. Es una historia de mujeres, pero más precisamente, no una
historia de mujeres cualquiera, sino de la mujer de Júpiter. Es Juno quien
dice esto, y dice esto haciendo una escena de pareja a su marido, diciéndole
siempre lo mismo, que la vuelve ridícula, que ella siempre dijo y que siempre
aseguró que Eneas no tenía que llegar nunca a América, o no se sabe donde,
que podría muy bien para darle el gusto, mandar una pequeña tempestad
sobre el barco o sino provocar un naufragio o quemar a la gente y entonces
cuando ya no tiene más argumentos le dice: “Si yo no llegase a mover a los
dioses de arriba [es decir a Júpiter], iré a ver a los dioses del infierno que
serán mas amables conmigo”.
Por lo tanto no tienen nada que ver allí con lo consciente o inconsciente.
Esto es tanto más importante si tenemos en cuenta que Freud seguramente,
conocía centenares de versos de La Eneida de memoria como era corriente
en esa época, en latín. Y entonces por más que haya encontrado, que esto
iba bien respecto a lo que había encontrado de los sueños, él no podía no
saber en que contexto se encontraban. Pero también una de las artes de la
citación, es extraerlos de sus contextos y hacerlas servir para otra cosa,
sólo que ese contexto igual existe.
Entonces seguí buscando y me pregunté ¿pero de qué se trata en realidad?,
se trata de la cólera de una diosa. No es cualquier cosa la cólera de una
diosa -no es igual que cuando Françoise se pone en cólera- es la cólera de
una diosa. La cólera de un dios tiene una palabra para designarla, al menos
en griego, y es menis. Y si uno intenta ver porqué esa
_______________

17 S. Freud, La interpretación de los sueños, O. C., t. IV y V. Op. cit.


18 Virgilio, La Eneida, Ed. Losada, Buenos Aires, 1984.
19 S. Freud, Op. cit., p. 1 y 17.
20 Virgilio, Op. cit., Libro siete, p. 131.
cólera, es la de los dioses y no la de los hombres, es que se trata de una
cólera loca, de una cólera que no se domina, que no se posee. La locura en
griego se dice mania, es la misma raíz.
La memoria en griego y en latín se dice mnimesco. “mn” siempre la misma
raíz. Desear en griego, es un verbo que no está aceptado de esta manera
pero que existe, se dice nemaas, que es también la misma raíz. Transmitir
enseñando, aprender se dice mantano, siempre la misma raíz. Si pasamos al
latín los fantasmas, fantasmas de los antepasados, son los manes y
seguramente el nombre del hombre funciona de la misma manera: man.
Por eso cuando se toca a la memoria, se toca un instrumento que va a
encontrar su colocación y que es la locura. Es un instrumento de
investigación. Hay otra palabra que se dice el arte de la adivinación en
Platón y que se ve en Sócrates y es el momento en donde los locos devienen
profetas y es la mantica. Y Sócrates que es más astuto que yo, explica que
para pasar de la mania a la mantica, los antiguos que crearon las palabras y
sabían lo que hacían, tomaron la “T” de hisToria. Es esta letra “T” la que le
agregaron en mantica, es decir que el profeta dice cosas que vienen de la
historia.
Entonces cuando se hace una amnistía y se prohibe a la memoria, el
recordar; se pone en marcha el instrumento de la locura como investigadora
de la disciplina de la historia. Como se necesita energía para poner en
movimiento esta gran máquina, está la energía de la cólera, que toma la
forma del deseo, hay un deseo en la locura, que es una fuerza vital, una
energía que existe en el sánscrito, manah, es una energía vital, esto es lo
que anima a la locura. La locura en su camino encuentra fantasmas.
Tiene como finalidad enseñar y es lo que hacemos aquí. Y quizás de esa
manera uno intenta ser un hombre. Y es para divertirse.

Público: Los locos de los que han hablado en este seminario y en el libro,
salvo el de Otto Will, hablan. Esta mañana Françoise recordaba al francés
Dupin, ella hacía una segunda columna de asociaciones, quería preguntar
por eso.
Para ustedes ¿qué estatuto tienen esas asociaciones? ¿Algo así como, por
un lado me parece que esas asociaciones están del lado del analista? ¿Son
intentos de construir una historia?

F. Davoine: El juego de lenguaje del que habla Wittgenstein no es


necesariamente un lenguaje oral. Recito aquí a Wittgenstein en las notas del
Cuaderno azul21, que creo que eran apuntes que había redactado para un
curso y en el cual hay palabra a palabra formulaciones lacanianas, dice:
“puede uno hablarle a un lugar que permanece vacío”. Es el vacío de ese
lugar, cuando alguien ha desaparecido, el que habla. El vacío entonces se
llena con todas esas asociaciones de distintas cosas, de los árboles, de las
cosas, etc., y el estatuto de esas asociaciones, no es otro que el de un juego
de lenguaje.

J. M. Gaudillière: Puedo responder a través de la clínica.


Les recuerdo una paciente que recibí durante varios años. Vino a verme la
primera vez,
_______________
21 L. Wittgenstein, Los cuadernos azul y marrón, Ed. Tecnos, Madrid, p. 315.
estaba lívida, sentada en la punta de la silla y me dijo que aceptaba venir a
verme con la condición de no respetar la regla, regla que conocía bien. Me
di cuenta que para ella, había allí en juego, una particular oportunidad que
había que captar. Acepté pues recibirla en esas condiciones. Fueron casi las
únicas palabras que me dirigió durante largos años, por lo tanto llegaba a mi
casa siempre a la hora, se instalaba frente a mí, siempre tan blanca, y casi
en seguida se ponía a llorar, como decir, con lágrimas sin afecto. Creo que
más o menos me mantuve en silencio unos cinco minutos, es decir que
durante varios años, a partir del momento en que ella llegaba, era yo quien
me ponía a hablar. No le contaba mi vida, sino que le contaba las
asociaciones que me venían durante la sesión y que estaban por supuesto
en una situación de interferencia entre mi propio fondo y su manera de estar
presente en mi casa. Un día con respecto a ella tuve un sueño terrible, soñé
ya no recuerdo bien en que circunstancia, pero ella estaba presente, que me
traían en un plato manos para comer, manos humanas para que yo comiera.
Ustedes saben uno puede soñar cosas así y uno se despierta riendo y
diciendo, es bizarro. En esta ocasión fue realmente un sueño pesadillesco,
yo me desperté con mucho malestar y a la vez convencido que se trataba de
un sueño “de mi paciente”. A la sesión siguiente le dije jugando un poco
sobre la palabra, hice un sueño para usted, es decir jugando con el “para”
usted y “en lugar de usted”. Escuchó atentamente el sueño y dijo que una de
las razones por las cuales no podía hablar era de que hacía muchos años
sentía detrás la presencia de alguien cuyas manos iban a estrangularla por
la espalda. Fue una de las pocas veces que tomó la palabra. Seguimos así, el
tiempo que siguió, con muy pocas palabras.
Una vez por ejemplo me trajo una flor de su balcón y que por supuesto
orientaba mis propias asociaciones, y seguimos así durante varios años y
nunca faltó a una sesión. Desde hace uno o dos años las cosas cambiaron
considerablemente. Entró en una vida social muy diferente, tiene un
compañero e hizo un cambio de lugar en mi consultorio, pasó de la silla en
donde estaba sentada frente a mí a sentarse en el diván. Habla un poco
más, a partir de ese momento hay silencio en la sesión. También tengo yo
asociaciones pero ya no las digo más, y eso para mí no es ningún problema.
No tengo angustia si no digo mis asociaciones, mientras que en los primeros
tiempos del análisis era una angustia insoportable no decir nada.
No digo que hayamos llegado al manejo de un análisis clásico, no se trata
para nada de eso, pero sí puedo decir que mis asociaciones, esas de la
columna de al lado, cambiaron de lugar. No me siento obligado de decirlas,
puede haber silencio en las sesiones para ella y para mí.

F. Davoine: Reflexionando mientras hablaba Jean Max, sobre el estatuto de


estas asociaciones quería compartir con ustedes algo que para mí también
me plantea una pregunta. Wittgenstein dice que el juego de lenguaje no es
solamente las palabras que usamos, sino también el tono que empleamos, la
expresión de la cara que tenemos en ese momento.
Me sucedió en dos ocasiones, una de ellas con Theodore, y no pude
explicitarlo en el libro, de hablar con un tono, con un estilo que no me había
sucedido en otras ocasiones. El abuelo o el que estuvo en lugar del abuelo
paterno de Theodore, por coincidencia se encuentra enterrado en un
cementerio al lado de mi abuela. Durante todo el análisis con Theodore, yo
hablé en el francés de esa región que no es un dialecto, que tampoco es un
francés que tenga un acento particular. Es un estilo de relación. Es un juego
de lenguaje que está hecho de humor algo sarcástico, en el cual siempre se
está jugando con ese humor. No sé transmitirlo por escrito, pero lo sé
emplear. Lo que sí puedo decir es que ese tono, ocupó el lugar de la
convención, que Wittgenstein dice que surge cuando el juego del lenguaje
se ha roto y algo se ubica para reemplazarlo. No sé si existe aquí en las
zonas de la campaña ese tipo de estilo, en el cual uno se dirige al otro
provocándolo y burlándose amablemente de él. Y ese tono es el que nos
sirvió de comunicación y para nada el contenido de lo que se decía. La
última escena que me hizo Theodore, buena escena, tiene que ver con algo
que bueno, tengo que decir que todas las historias que aparecen en el libro
son historias terminadas, no tienen que ver con análisis en curso.
No lo había visto, desde hacía por lo menos dos años, y recibí un golpe de
teléfono, no le había podido decir del libro, porque ya no lo veía, a ninguno le
pude decir del libro, ya no los veía. Me llamó por teléfono y me dijo: “hola
habla Theodore”. Había sabido de ese libro por un amigo común, que no
podía no reconocerlo, puesto que era la persona que lo había enviado a mí.
Y le dio el libro.
El segundo ejemplo en el que usé este tipo de procedimientos es un chofer
de camiones. Es un muchacho que había violado a unas cuantas mujeres y
que quería matar otras cuantas con su camión y que llegó totalmente
borracho. Me puse a hablarle en ese tono y me decía a mi misma: “si los
colegas me vieran que dirían”. Y le dije en argot una serie de cosas, entre
otras que me trajera sus botellas, y que cómo estaba en ese momento
desempleado, que con tamañas manos que él tenía, tenía que poder trabajar
y que lo esperaba la semana siguiente. Lo esperé la semana siguiente y no
vino. Vino a la otra semana furioso diciéndome que había venido el lunes y
que yo no estaba ahí. En realidad había venido un lunes que no era la sesión
que habíamos convenido. Como los lunes es el día que estoy en el hospital
psiquiátrico, le dije que estaba en el hospital psiquiátrico y que
probablemente había venido para venir a buscar a alguien al hospital
psiquiátrico. Entonces, con la cuestión de mostrar, hice intervenir al
hospital psiquiátrico, como algo a mostrar. Le pareció muy lógico, y me dijo
que la persona que iría a buscar allí sería a su padre. Su padre había muerto
a los treinta años, él se aproximaba a esa edad y según decía textualmente
él era “la encarnación de su padre” y se preguntaba que le iría a pasar
cuando cumpliera treinta años.
Esto empezó así y siempre siguió en ese tono.
Ese tipo que apenas sabe leer y escribir, me escribe ahora poesías. Poesías
muy hermosas llenas de falta de ortografía. Sólo muy recientemente me
permití decirle que haría bien en aprender un poco de ortografía, porque
tenía una hermosa carrera de escritor ante él.
Es esto entonces lo que propongo: que quizás en estos casos es el tono el
que ocupó el lugar de la convención necesaria cuando el juego del lenguaje
estaba roto.
Cuando yo era joven en la campaña esa era nuestra forma de hablar.
Me pregunto ahora, tomando el lenguaje de los indios, si no le hablábamos
de esa manera a las hadas del lugar, es decir a los espíritus del lugar, al
origen del lenguaje en ese lugar. Porque es con los indios que aprendí a
hablar oralmente, ya que se trata de culturas orales. Antes si ustedes me
hubieran visto hablar, habrían visto que no podía despegarme de los papeles
escritos. Creo que los indios tienen una teoría del lenguaje y tienen una
serie de ceremonias en las cuales invocan a estos espíritus que no son
necesariamente fantasmas, sino el lugar del origen del lenguaje, para las
cosas que no tienen nombre. Cuando el medicine man en una ceremonia
convoca a los espíritus, en todo caso en América del Norte, los Sioux, se
trata de convocar a un lenguaje, un lenguaje que va a ser hablado en los
momentos de rupturas del lenguaje. Cuando el medicine man hace esto
comienza por relatar las visiones, por las que él se convirtió en medicine
man, es decir que hace esto que decimos en el análisis de las psicosis,
muestra sus propias cicatrices. Y es con respecto a esa visión, que van a
engancharse todas las asociaciones de los presentes y van a construir la
interpretación que va ha ser dada al paciente.

Si no hay preguntas, para terminar les voy a relatar una historia de indios
que se me ocurre en este momento.
Hay un libro de Lévi-Strauss que se llama La alfarera celosa, en el cual, Lévi-
Strauss se muestra celoso de los psicoanalistas, no tiene respeto por los
psicoanalistas y dice que los indios Iroques eran psicoanalistas, antes que
los psicoanalistas. Y se apoya para esto, en el texto de un misionero, es
decir que ni siquiera fue a hablar con ellos. Bueno, hablar un poco mal de
Lévi-Strauss me da placer. El recuerdo es de una reunión de los medicine
man de los Sioux, los de Canadá, esto sucedía en Ontario y había además
allí un público. Se trataba de hacer un intercambio de nuestras prácticas
respectivas, nosotros contábamos historias como las de aquí y ellos
contaban las de ellos. Ya habíamos tenido intercambios de este tipo en el
sur de Dakota, pero ésta era una reunión más importante, más grande. Yo
era la primera que tenía que hablar, y como en aquella época tenía miedo de
hablar, tenía un texto en el que tenía todo escrito. En ese texto había
borrado cuidadosamente la palabra significante, pensando que no iban a
entender una cosa de ese tipo. El texto en el cual yo había borrado la
palabra significante, era el de una paciente que le ofrecía a su madre
muerta pensamientos, las flores pensamientos. Esto de los pensamientos
era una manera también de mostrarle que le ofrecía los pensamientos de su
cabeza. Más bien era yo que había introducido esto como un juego de
significantes, ella decía que guardaba en su libro muchos pensamientos de
su madre y cuando ella había hablado de que le llevaba los pensamientos,
las flores, yo había introducido ese juego.
Cuando terminé de hablar se instauró un silencio, mucho peor que con
Lacan, esos silencios que saben guardar los indios y que duran mucho
tiempo. Y me dije: “fracasé, esto no va a marchar”, estaba realmente en la
catástrofe. Nos levantamos para tomar un café, y una mujer se acercó a mí y
me dijo que se llamaba Sara Smith. Esta mujer me dijo que había una
profecía, que hablaba de las raíces de un árbol que venía del este y que
tenía que ver con la gente que iba a venir del este. Pensé que ella deliraba,
que me había encontrado con la delirante del grupo. Me dijo que era
iroquesa y que era alfarera de Iroques, pero era una alfarera que no era
celosa como dice Lévi-Strauss. Me dijo que la prueba de que por mi boca
hablaba un espíritu inspirado era esa extraña palabra que la paciente había
utilizado y que era la palabra pensamiento, y que cuando esa palabra
llegaba a los rituales, era a esa palabra que ellos prestaban particular
atención. Ella había por lo

tanto ubicado muy bien al significante que yo había tratado de borrar y me


digo que entre ellos, a los psicoanalistas los llamaban “los falsos rostros”,
porque usaban una máscara. Ese fue el comienzo de una larga amistad con
Sara Smith, esta alfarera no celosa y locuaz, iroquesa, cuya manera de
hacer, no es muy diferente de la que nosotros tenemos para hacer con la
locura. Para ellos, lo importante en un ser humano es el deseo, y el deseo
está ligado a la pérdida. Dice: “ustedes, los blancos, siempre buscan
acumular. Nosotros sabemos que es la pérdida lo que refuerza nuestro
deseo”.
Yo me digo que la teoría de Lacan estaba muy bien arraigada en las teorías
de esas gentes, puesto que Lacan tenía conocimientos de ellas a través de
Marcell Mauss.

Público: Hace unos meses atrás, estuvo un antropólogo, Pradelles de Latour,


que estuvo hablando sobre ciertas costumbres de los indios bamilekes; y en
estos términos que usted habla de la pérdida, él colocaba, me parece, en un
lugar muy vecino, la deuda, la posibilidad de contraer una deuda. Y que esto
los instalaba, al sujeto que suponemos allí, en esta suerte de cadena
simbólica, es decir en el lenguaje. ¿Es posible, digamos la articulación entre
una cosa y la otra, una deuda y...?

F. Davoine: Pienso que sí. Para los bamilekes, ellos están en Africa, pero en
general para todos los indios, es muy importante la cuestión de la pérdida,
de hacer un vacío. Y creo que todas las culturas, cuando no han sido hechas
mierda por la televisión, contienen una teoría extremadamente rigurosa de
qué cosa es la palabra, y por lo tanto del manejo de la transferencia.

Y tenemos mucho que aprender de esas tradiciones.


Es decir que las tradiciones se transmiten narrando historias, como les
había dicho el sábado, por el camino de los secretos.

Vous aimerez peut-être aussi