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TEMA 32

LA CULTURA RENACENTISTA. LOS ENFRENTAMIENTOS


POLÍTICO–RELIGIOSOS DEL SIGLO XVI

Versión a

1– EL RENACIMIENTO: UN CONCEPTO EN REVISIÓN.


2– RENACIMIENTO Y "RENACIMIENTOS".
3– FLORENCIA.
4– POLÍTICA Y CULTURA.
5– LA VUELTA AL MUNDO ANTIGUO.
6– HUMANISMO Y CIENCIA.
7– EL HOMBRE NUEVO.
8– EXTENSIÓN DEL RENACIMIENTO.
9– EL PLATONISMO.
10– LA REFORMA PROTESTANTE.
11 – LA CONTRARREFORMA.
12– LOS ENFRENTAMIENTOS BÉLICOS DE TRASFONDO RELIGIOSO DEL
SIGLO XVI.
13-BIBLIOGRAFÍA

1– El Renacimiento: un concepto en revisión.

Originariamente, el término Renacimiento se utilizó para designar el movimiento que,


en el siglo XV y XVI intentó resucitar en la cultura europea los valores formales y espirituales
de la Antigüedad. Al parecer, fue usado por primera vez por Balzac en 1829. Cabe pensar que
dicho autor se hacía eco de un término que estaba en uso en los ambientes intelectuales y la
sociedad de aquellos años, antes de que fuera usado por Jules Michelet con criterio científico:
veía este período como la antítesis de la Edad Media, cuando la naturaleza y la ciencia fueron
proscritas y el hombre abdicó de su libertad; mientras el Renacimiento, por el contrario,
permitió desde el siglo XV a personajes como Brunelleschi o Leonardo reconciliar la
naturaleza y la razón con el arte, mientras que los humanistas recuperaban la sabiduría
antigua: el descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hombre, que se entendía como
la esencia del espíritu moderno.

Mayor alcance tiene la obra de Jacob Burchkhardt Die Kultur der Renaisance in
Italien, que vio la luz en 1860: para él, el Renacimiento fue exclusivamente italiano,
representando una vuelta a la más vieja tradición histórica; se trataba de una civilización
nueva que comenzaba en el siglo XIV y terminaba en el XVI, asentada sobre ideas como la
consideración del El Estado como obra de arte, el Desarrollo del individuo, el
Descubrimiento del Mundo, etc. Se trataba, realmente, de una propuesta sugerente, por lo que
su idea renacentista se convertiría pronto en la idea dominante de Renacimiento. Sin embargo,
esta concepción se vio afectada por la crisis general de la conciencia y de la cultura europeas

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en torno a 1900, y por el desarrollo de la historiografía, que trajo consigo un mejor y más
profundo conocimiento del Medioevo y del Renacimiento, en aspectos poco conocidos por el
citado autor, como historia económica, pensamiento filosófico y científico, etc.: se llegará a
romper con la idea renacentista anterior.

Así surgen análisis como los de W.K. Ferguson, que valora el Renacimiento como una
transición entre la Edad Media y la Época Moderna, durante el cual los aspectos feudal y
eclesiástico del mundo medieval fueron gradual pero firmemente transformados en Italia y
luego en el resto de Europa, desarrollándose el capitalismo y la sociedad urbana.

Al hilo de esta periodización, Garin se ha interesado por la Edad Media, la etapa de


las tinieblas, necesario contrapunto del concepto de Renacimiento, poniendo el acento en la
determinación del momento preciso en que se abre la brecha entre ambos y abogando por un
conocimiento serio de la distinta valoración que tiene la Edad Media para los autores italianos
del siglo XV. Así se rompía con el tópico de la oposición tinieblas/luz,
corrupción/regeneración, que durante tanto tiempo ha sido lugar común. Efectivamente, los
elementos de continuidad son múltiples: los lazos de la Antigüedad clásica con el período
medieval, por débiles que fueran, son evidentes, mientras que también existieron movimientos
vigorosos de renovadores de tono menor ante de la Gran renovación que culminó en la época
de los Médicis.

E. Panofsky creó oportuno tratar de responder a las preguntas de si hubo realmente un


Renacimiento que, iniciado en Italia en la primera mitad el siglo XIV, extendió sus tendencias
clasicistas a las artes visuales durante el XV y a partir de entonces dejó marcada su huella
sobre todas las actividades culturales del resto de Europa. Y, al mismo tiempo, se cuestionó si
puede hablarse de un solo Renacimiento.

Ha sido ampliamente aceptado que la idea básica de una renovación bajo la influencia
de los modelos clásicos fue concebida y formulada por Petrarca. Con anterioridad, las
tinieblas se concretaban en el logicismo y física aristotelizante, con su pretensión de invadir
todo el campo de la cultura. En contrapartida, y desde un perspectiva más humana de las
cosas, se defendía el valor de la poesía, por lo general entendida como teología poética;
frente a los modernos se propugnaba un retorno a aquellos autores antiqui que habían
dominado el panorama durante el siglo XIII: los filósofos de Chartres y Alaian de Lille. Y
esta será la poesía del teólogo Dante. La transformación de las corrientes iniciales del
movimiento fue posible por una serie de circunstancias, entre las que cabe destacar la
aparición de la figura de Petrarca, que no sólo dio un nuevo ímpetu al movimiento original,
sino que acabó por mutarlo en sus propias raíces.

Conmovido por la contemplación de las ruinas de Roma, y dolorosamente consciente


del contraste entre un pasado de cuya magnificencia daban aún testimonio los vestigios de su
arte y literatura y el recuerdo de sus instituciones, y un presente deplorable que le colmaba de
indignación, Francesco Petrarca elaboró una nueva teoría de la historia de consecuencias
duraderas. Abandonado el concepto providencialista de la Historia, dividió ésta en dos
períodos, la Antigüedad, fundamentalmente la Roma monárquica, republicana e imperial, y la
época de la decadencia y las tinieblas. Esta se había iniciado cuando el nombre de Cristo
empezó a ser venerado en Roma, y supuso, en realidad, el inicio de una edad oscura. Se hacía
preciso, pues, recuperar una tradición cultural perdida, lo cual comportaba la idea de
resurrección, de un volver a nacer. Y los antiguos ya no serían los viejos autores del siglo XII,
sino los grecorromanos.

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A mediados del siglo XIV, Petrarca era consciente, pues, de la sima que se abría entre
su generación y la de los escritores antiguos a quienes él admiraba. Petrarca imaginaba la
nueva era fundamentalmente en términos de regeneración política y, sobre todo, de una
depuración de la dicción y gramática latinas, restauración del griego y vuelta de los
compiladores, comentaristas y autores de la Edad Media a los textos clásicos antiguos. Se
trataba de una estrecha definición del Renacimiento, que con el paso del tiempo fue
ampliando, en primer lugar gracias a la pintura.

Durante mucho tiempo, poesía y pintura fueron consideradas artes hermanas, al estar
dotadas de una afinidad natural. A principios del Trecento, Dante concretó esta idea y la puso
de actualidad en sus famosos versos sobre la transitoriedad de la fama humana. Giotto será el
reformador de la pintura, Lorenzo Valla llevará los descubrimientos pictóricos al campo de la
arquitectura, y Marsilio Ficino al incorporar la gramática y la música al grupo de las artes
renovadas según la idea renacentista.

2– Renacimiento y "renacimientos".

No cabe dudar de la significación de la renovatio carolingia o el protohumanismo del


siglo XIII. Cuando Carlomagno se propuso reforma las administraciones política y
eclesiástica, las comunicaciones y el calendario, el arte y la literatura, su idea rectora era la
renovatio imperi romani. Así ocurre, por ejemplo, en la obra de Eginardo, caracterizada por su
elegancia de pensamiento y la exquisitez en la hilación de ideas que tanto admiraba en los
autores clásicos. La renovatio carolingia se extendió a todo el Imperio, y afectó a todas las
esferas de la civilización. Pero fue limitada en cuanto que no transcendió de un impulso
monástico y administrativo, dependiente de la Corona. Entre sus actividades artísticas no
figura la escultura de gran tamaño en piedra, sino más bien se cultiva en las artes menores, y
tomando como modelo los valores estéticos propios de los siglos IV y V d.C. Los valores
clásicos, en última instancia, no fueron reactivados, sino simplemente copiados en aspectos
parciales.
La renovación clasicista de los siglos XIV y XV, por otra parte, penetró en muchos
estratos de la sociedad. En el arte, buscó y logró la monumentalidad, escogiendo modelos de
mayor antigüedad, pero representó sólo una corriente especial dentro del caudal más amplio
de la civilización, y estuvo restringida a determinadas regiones. Centauros, sirenas o cupidos
fueron asociados a una significación cristiana, como es bien sabido. Se trata de lo que
Panofsky ha denominado principio de disyunción: cada vez que en la Edad Media, plena o
tardía, una obra de arte toma su forma de un modelo clásico, esta forma es casi siempre
investida de una significación no clásica, sino cristiana; cada vez que una obra de arte toma su
tema de la poesía, la leyenda o la mitología clásicas, este tema es representado en una forma
no clásica.

Así ocurrió en la Mantua del siglo XIII, que cuando quiso homenajear a su patrono
Virgilio, el poeta fue retratado en forma de erudito medieval sentado en su mesa de trabajo y
afanado en escribir; pero cuando en el siglo XV se pidió a Mantegna que diseñara la estatua
de Virgilio, destinada a sustituir a otro momumento, el artista imaginó una figura muy clásica,
erguida, envuelta en una toga y dirigiéndose al espectador con la dignidad intemporal de un
Sófocles o un Demóstenes.

Correspondió, en consecuencia, al Renacimiento italiano la tarea de reintegrar los


elementos separados, darles mayor amplitud, cultivar la devoción por la Antigüedad clásica

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(en parte inventada). Es decir, dar a la renovación cultural un carácter más integral,
estructurado, basado en una difusión previa de los ideales clásicos entre los espectadores,
abarcando a las distintas disciplinas del pensamiento. No por ello hemos de desdeñar el talante
de los intentos previos.

Carlomagno probablemente se veía a sí mismo como un emperador romano, y su


aprecio del arte antiguo no estaría exento de implicaciones políticas. Cabe pensar que cuando
pidió autorización al papa para transportar mármoles y columnas de Rávena para embellecer
su capilla palatina de Aquisgrán, no hacía sino afirmar en términos artísticos la legitimidad de
su gobierno. Y para acentuar su sentido imperial, hizo traer una estatua ecuestre romana y la
colocó a las puertas de su palacio.

Los emperadores no llegaron a establecerse de forma permanente en Roma, pero sí lo


hicieron los papas, al menos hasta que se trasladaron precipitadamente a Aviñón a comienzos
del siglo XIV. Les movían los mismos intereses que a sus rivales seculares, y hubo por lo
menos dos de ellos que se hicieron enterrar en sarcófagos ya usados en la Roma imperial.

3– Florencia.

Recuperada del horror causado por la Peste Negra, Florencia se encuentra hacia 1360
entre las numerosas comuni independientes de la península italiana. Se localiza en el corazón
de una zona muy fragmentada políticamente, y en el interior de ella cada cual no deja escapar
jamás las ocasiones que se les presenten para ampliar su territorio. La mayor preocupación del
Común radica en garantizar la libertad y la seguridad de las vías de comunicación que le unen
a una amplia área económica.

El poderío económico de Florencia no se manifestó hasta el siglo XIII, expandiéndose


a lo largo del XIV en proporciones que no tuvieron paralelo en ninguna otra parte de Italia ni
de Europa. Y lo hizo en una triple dirección: la industria de la lana y de la seda, el comercio de
tejidos y otros productos y las operaciones bancarias.

Los industriales de la ciudad, además de tener el control del proceso productivo,


llegaron a monopolizar el comercio de sus productos, además de traficar con otros artículos.
Este comercio estaba organizado a gran escala, con amplios programas de compra y venta en
el extranjero, y una vasta red de contactos que abarcaban la mayor parte del mundo cristiano y
del islámico. En todas las ciudades importantes, particularmente en Inglaterra, Francia y
Flandes, tenían los mercaderes de Florencia sus agencias y sucursales. Aun más, por lo que
respecta a Italia, el comercio de buena parte del país estaba en manos florentinas. Expertos en
finanzas tanto como en comercio, adoptaron la moneda de oro y, gracias a su constante
reserva, el florín desplazó a las fluctuantes piezas de plata como moneda internacional en el
mercado mundial. Así Florencia se desplegó como ningún otro punto cristiano en cuanto al
comercio. La reorientación del negocio por parte de los Médicis tras la crisis de la industria de
la lana es buena prueba de ello.

Las oficinas comerciales de las industrias florentinas diseminadas por todo el mundo
eran a la vez bancos de cambio. Todo era manejado por las mismas manos: producción,
comercio y préstamos. En esta combinación se basaba el extraordinario poder de la clase
media alta florentina, dando como resultado que el capital activo de las grandes empresas
pudiera ser aumentado y los riegos distribuidos equitativamente. También incrementaron su

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riqueza con la adquisición de extensas propiedades en el campo, elevando así su prestigio, al
tiempo que colocaban sus capitales de la única forma segura posible en tiempos de crisis.
Ahora bien, el verdadero negocio era el bancario. Los Médicis, por ejemplo, remuneraban las
sumas que les habían sido confiadas por sus clientes con un interés que oscilaba entre el 8 y
10%. Era ésta una cifra superior a la del rendimiento medio de las propiedades rurales de la
Toscana; sin embargo, el que cobran por sus préstamos fácilmente llegaba al 25%.

Florencia era en el siglo XV un hormiguero de bancos de toda clase, especializadas en


préstamos semanales, dedicados al tráfico de joyas, etc. Luego estaban los cambistas, que
especulaban sobre la diferencia en curso de las múltiples monedas en las mismas plazas
interesadas en cada operación. Finalmente aparecían los verdaderos mercaderes–banqueros,
cuyo número tendió a ser cada vez menor y más concentrados sus negocios. Serían un grupo
de unos 72 en 1422, para quedar reducidos a 33 medio siglo después.

La concentración de riqueza tajo consigo la del poder político, concentrado en trono a


los Albizzi –miembros de la lana y grandes terratenientes– y los Strozzi o los Médicis,
banqueros. Y cuando no ejercían el poder directamente lo hacían a través de miembros
afectos.

Al mismo tiempo, el gobierno oligárquico encaminaba a la República ciudadana por la


vía del Estado territorial. En estos años, el territorio florentino adquirió una extensión que no
había tenido nunca, con la toma de San Miniato en 1364, Pisa en 1406, Cortona y Livorno
algo después.... La república conseguía no sólo duplicar la extensión de sus territorios, sino,
sobre todo, obtener al fin un acceso independiente de salida al mar para buscar la apertura de
nuevas rutas comerciales. Las clases medias altas, victoriosas dentro y fuera del país,
demostraban su orgullo en todos los sentidos.

En el terreno de las ideas, los portavoces de esta clase dirigente fueron, en principio,
los mismos grandes mercaderes y hombres de negocios, los Villamini, Morelli...; pero más
tarde, y a ritmo creciente, lo fueron intelectuales profesionales, esto es, los humanistas que
dependían de ellos.

4– Política y cultura.

El Humanismo era un movimiento literario e intelectual, cuyo principal objetivo era el


estudio de la literatura clásica. Como tal, no tenía contactos inmediatos con la vida política.
Pero dado que los studia humanitatis se ocupaban de la Historia Antigua, Filosofía Moral y
Retórica, también podían utilizarse con fines políticos. En este sentido, fue la Cancillería la
que facilitó esta relación. Desde allí, y a la vez que descubrían el pathos republicano y
libertador de ciertos autores latinos, los intelectuales profesionales fueron capaces de elaborar
una teoría coherente de acuerdo con las necesidades del momento.

En Florencia se llamaba Canciller a un notario inscrito en la corporación de jueces y


notarios que tenía como misión mantener las relaciones de política exterior; se trataba, en
realidad, de una especie de secretario de Estado que desempeñaba una delicada función, pues
en su tarea entraba en juego no sólo la ciencia jurídica, sentido político y habilidad en la
negociación, sino también, y en alto grado, la perspicacia psicológica, el valor y eficiencia
literarios y la capacidad propagandística. Estas eran las condiciones que reunía Coluccio
Salutati cuando fue nombrado canciller el 15 de abril de 1373, cargo que desempeñaría con
sabiduría durante más de 30 años.

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Salutati representó un elemento de continuidad política, pero a la vez ayudó a apuntar
la vinculación entre una vía cultural renovadora y una precisa y definida vocación civil. Por
eso, tanto en la guerra con el Papado como en la lucha a muerte con Gian Galeazzo Visconti,
Salttati elabora una imagen persuasiva de Florencia como bastión de la libertad contra la
opresión despótica. En nombre de la libertad, en decir, del único valor que convierte a la vida
en digna de ser vivida, Florencia se convierte en la patria ideal de los hombres, maestra y
ejemplo de la propia Roma moderna y de todas las gentes de Italia. El mito de Roma y el mito
de Florencia, su hija y heredera, nuevo Estado–guía de la península italiana, tienen pues un
significado sumamente preciso cargado de consecuencias para el futuro. El hecho de que
Salutati expusiese este ideario en centenares de cartas enviadas a cancilleres y magistrados
para toda Europa, fue decisivo para el triunfo del Humanismo.

En realidad, la idea no era nueva, pero el uso de la retórica clásica y la referencia a la


Historia romana como vivencia pretérita ejemplar, le proporcionaron una sólida base, y de su
eficacia nos habla el hecho de que el propio Visconti manifestase temer más a las invectivas
de Salutati que a un destacamento de caballería florentina.

Leonardo Bruni, que fue canciller de manera ininterrumpida de 1427 a 1444, dio un
paso más al abogar por una vida activa, por la participación de los ciudadanos en los negocios
públicos. Su mundo intelectual era la expresión ideológica más clara de la potencialidad de la
república florentina, apareciendo notablemente influido por el estoicismo romano. No podía
ser de otra manera, pues para Bruni, Roma había terminado sus días con la llegada al poder de
los Césares. César había sido un hombre excepcional, pero sólo con pensar en la crueldad de
Tiberio o la rabia de Nerón, no tendremos la menor duda en confesar, señala Bruni, que la
grandeza de los romanos comenzó a declinar cuando el nombre de César entró en la ciudad
de Roma. La libertad dio lugar a la potencia del Imperio, y cuando se destruyó la libertad se
consumió la virtud.

En la época de Bruni, la corriente racionalista más antigua del estoicismo romano


transmitida por Cicerón –con su elogio de la Constitución de la república romana– fue la que
más influencia ejerció.
Bruni vivió el triunfo de Cosme de Médicis, y con ello la transformación de toda la
vida florentina, que se acentuaría en la segunda mitad del siglo. Con Carlo Marsuppini, que le
sucedió, las obligaciones del canciller quedan reducidas a redactar en buen latín
deliberaciones y órdenes. Progresivamente, la figura del canciller dejó de tener tanto poder e
iniciativa ideológica: el centro de la política florentina progresivamente se fue trasladando
desde el palacio de la Señoría (sede del canciller) a la casa de los Médicis. El canciller es un
mero funcionario; la corte rodea a Lorenzo y en ella viven, convertidos asimismo en
cortesanos, los intelectuales de fama. Lejanos estaban los tiempos de humanismo heroico, los
tiempos de la estrecha conexión entre la política y la cultura, la época de Salutati.

5– La vuelta al mundo antiguo.

Salutati fue maestro y guía de una generación de florentinos en los studia humanitatis
y el grupo de amigos que reunió a su alrededor comprendía jóvenes patricios como Niccolo
Niccoli y profesionales como Bruni o Poggio. Heredero de Petrarca, reunió una notable
biblioteca de textos clásicos, y propició su estudio de manera fervorosa y con solemnidad.
También fue el responsable de la resurrección de los estudios griegos en Florencia,
transformando su casa y ciudad en templos dedicados a su estudio. Las clases del bizantino

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Manuel Crisoloras comenzaron en marzo de 1397, y enseguida se hicieron populares
causando un impacto extraordinario: fue suficiente para establecer el estudio del griego sobre
una base permanente. Los clásicos fueron usados al mismo tiempo como educadores del
pueblo y alimento de una nueva práctica política: se buscaba en ellos nuevos puntos de
referencia, apoyo y orientación. Esta es la razón del retorno a los autores antiguos latinos y
griegos, de la compulsiva búsqueda y recuperación de originales en todos los géneros y
materias –poesía, historia, filosofía moral, técnicas y disciplinas científicas y orientaciones
filosóficas–. Originales que inmediatamente se comentan, se copian y se difunden en los
círculos abiertos a la nueva cultura, se imprimen y sobre todo son objeto de estudio y atención
filológica con vistas a la eliminación de los elementos espurios y erróneos que se habían
añadido con el paso de los siglos.

Este proceso de recuperación y asimilación de textos, y del saber contenido en ellos,


era una de las aportaciones básicas de la cultura humanista, fundamental en la génesis del
pensamiento moderno, tanto por las pautas mentales que de por sí conllevaba –crítica,
conciencia histórica, ruptura con el principio de autoridad y el texto canónico...– como por
haber planteado, gracias a la nuevas fuentes a esa nueva actitud, un distinto marco para la
reflexión filosófica y científica.

Al igual que Bruni, Poggio pertenecía ya a la tercera generación de humanistas –tras


las de Petrarca y Salutati–, la que madura en los primeros decenios del siglo XV y con la que
esta cultura alcanza la plenitud de sus medios y puede decirse que conquista a los mejores
hombres de letras italianos. A los citados se unirán el romano Lorenzo Valla, Gasparino
Barsizza de Bérgamo, el veronés Guarino Vittorio de Feltre, etc. Y aunque muchas ciudades
de Italia, y casi todas las cortes principales favorecieron a los humanistas, ninguna lo hizo
como Florencia.

Hasta 1430 aproximadamente, la función dominante de estos hombres de letras era


filológica y didáctica; se estudiaban atentamente el léxico de los distintos autores, se
comentaban sus obras, se preparaban sus gramáticas, se empleaban métodos de enseñanza
distintos de los tradicionales. Pero poco a poco el interés de los intelectuales se abre a nuevas
disciplinas como reflejo de la unidad de la cultura renacentista.
Así ocurre con la recopilación de códices antiguos y medievales que llevara a cabo el
florentino Filippo Pieruzzi: Euclides, Arquímides, Ptolomeo, los grandes científicos árabes
como Al–kwasari, etc. Que este material fuera accesible a los círculos doctos de florentinos es
un hecho que no ha de olvidarse: recopilados por un notario, la síntesis de los intereses
científicos y humanísticos pone de manifiesto que la oposición humanismo/ciencia carece de
todo sentido, pues al recuperar las fuentes latinas y sobre todo griegas, puso los fundamentos
para la revolución conceptual y científica que vendría más tarde.

6– Humanismo y ciencia.

El domino de la lengua griega se convirtió, también en este caso, en requisito


indispensable para acceder a las bibliotecas científicas, más conocidas hasta entonces. Así
ocurrió en el caso de Antonio Benivieni, fundador de la anatomía patológica, quien, gracia a
su conocimiento del griego, pudo leer los grandes manuales científicos y sustituir las
modestas y deformadas compilaciones arábigo-latinas por sus originales. Benivieni, por lo
demás, ejemplifica a la perfección el modelo de un hombre de ciencia de la segunda mitad del
siglo XV, al combinar la lectura de los antiguos y la experiencia directa.

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La actividad de los humanistas en el campo de la ciencia cabe ser entendida como una
potente fuerza renovadora, y no sólo por su descubrimiento de la popularidad de las doctrinas
y de las concepciones de las cosas y la consiguiente crisis de la teoría de la ciencia depositada
en un solo autor, en un solo libro, de modo similar a cómo la Biblia o el Corán recogían las
enseñanzas de la fe.

En la Edad Media tardía, los esfuerzos estaban encaminados a enmarcar la


construcción de las ciencias en las pautas del aristotelismo, ajustándolas a sus presupuestos
metódicos y metafísicos y delimitadas por su empirismo terreno y sus esferas celestes. De ahí
los intentos de reducir cualquier otra doctrina a los esquemas aristotélicos o a calificarla de
errónea.

En los siglos XV y XVI, la constante presencia de los textos de Demócrito, Epicuro,


Lucrecio y otros que les siguieron, propició una compleja visión del mundo muy alejada, por
lo demás, del cosmos aristotélico. Los citados, junto a Platón, ayudaron a poner de manifiesto
que la teoría de Aristóteles no era más que una de las muchas hipótesis generales sobre la
realidad, y que sus libros no eran la física, sino una física entre otras. Finalmente, Aristóteles
acabaría siendo derrotado por los otros filósofos y científicos, griegos y por sus propios
comentaristas.

En este ámbito hay que incluir los dos hechos de que de acuerdo con los testimonios
de la época, gozaron de un carácter más revolucionario en la renovación del marco intelectual
de la nueva época. Se trata del descubrimiento del Nuevo Mundo y del progresivo
derrumbamiento del sistema geocéntrico. Dos afectos del mismo proceso de transformación
radical de las relaciones entre el hombre y el mundo.

Del descubrimiento del Nuevo Mundo, derivará una nueva visión de la Naturaleza,
distinta de una región a otra, planteándose, en consecuencia nuevos y grandes problemas
relativos a la historia tradicional del Diluvio. Es entonces cuando, partiendo de una visión
transformada de la naturaleza, se empieza verdaderamente a estudiar la distribución
geográfica de las plantas y animales.
El segundo de los aspectos es lo que se ha dado en llamar revolución copernicana.
Con ella cambiaba la visión del cosmos y toda la tradición bíblica, desde Isaías a Josué, fue
puesta en tela de juicio. Aquello significaba, sin duda, una ruptura de notable importancia con
la tradición, una nueva visión de las relaciones hombre–mundo, además de lo que suponía
como posición a los principios mecánicos aristotélicos.

Copérnico no sólo arremete contra Aristóteles, fundamentándose en Pitágoras y


Platón, y citando a Heráclides, Aristarco de Samos, sino que el décimo capítulo de su De
revolutionibus orbium caelestium (1543), convierte la idea de la armonía universal en el
centro de su argumentación. De nuevo hay que remitirse al papel desempeñado por los
humanistas en su ruptura de la imagen de centralidad de la Tierra, llevada a cabo por
metafísicos. En todo caso, la historia de la filosofía y la de la ciencia se integran en una visión
unitaria de la cultura: el Renacimiento.

Cabe añadir que no se comprende la apertura científica si no se examina la apertura


mental relativa a la técnica. Porque desde el siglo XV, hay todo un florecimiento de aquellas
artes que la Edad Media había considerado mecánicas. Ejemplar es el caso de Brunelleschi.
Frente a las técnicas artesanales de los constructores de las catedrales góticas, de notable
tosquedad, Brunelleschi emprende el estudio de la matemática con uno de los grandes

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cultivadores de la época, Toscanelli, y se traslada a Roma para examinar los procedimientos
empleados por los antiguos ingenieros. De ese modo, en la construcción de la cúpula de Santa
María de las Flores en Florencia se consigue el cálculo teórico y previo de su magnitud. Los
pintores, por su parte, estudian la teoría de la perspectiva y elaboran nuevas técnicas para su
aplicación.

El descubrimiento del sistema de perspectiva en Florencia en los primeros años del


siglo X, considerado como una recuperación de lo antiguo, surge como el instrumento que
hace posible la representación de la naturaleza y el desarrollo de la idea tridimensional del
espacio. Con ello se rompe con el sistema aperspectivo medieval y la concepción del espacio
como referencia trascendente y simbólica.

En el sistema figurativo tridimensional, todo se refiere a un sistema externo al cuadro:


es la visión de la naturaleza desde un punto en el que nuestra visión justifica su valor y
existencia. Así, el espacio surge como un fenómeno mensurable reducido a principios
regulares, lo que supone una relación de dimensiones de medidas, de distancias y escalas–, de
todas las cosas de las que el hombre es su medida y referencia. A través de la perspectiva, se
destaca el valor de individuo que percibe frente al mundo representado, al margen de las
concepciones providencialistas de la Historia y de cualquier planteamiento simbólico de la
imagen y del espacio.

El desarrollo inicial de este método de representación no surgió de la formulación


matemática de sus principios, contenidos en un tratado, sino de la verificación de una
reflexión teórica. Buena parte de los grandes cuadros renacentistas contienen en realidad
postulados teóricos que precisan ser verificados. Brunelleschi, Alberti, Leonardo, son ante
todo científicos. Alberti será quien en 1435, en su obra De pictura codifique de forma
sistemática las experiencias anteriores y formule una teoría de efectos duraderos que tendría
su práctica expresa en artistas como Piero della Francesca. En La Flagelación, de 1455,
diseñó de acuerdo con su formación de matemático el emplazamiento arquitectónico con tal
exactitud, que es posible reconstruir el plano del terreno y situar sobre él las figuras con
precisión.

La perspectiva es una representación racional del espacio, pero de un espacio pensado


como dimensión de la relación y, por tanto, de la acción humana. Era, en fin, la relación del
hombre con el mundo. De su éxito nos habla el que permaneciese durante siglos como la base
de la pintura occidental.

7– El hombre nuevo.

Junto a los intelectuales profesionales, patricios florentinos se incorporaron también a


los nuevos estudios. Así, Donato Acciauouli, junto al desempeño de sus muchos cargos en la
ciudad y fuera de ello, tuvo tiempo de componer entre otras obras un comentario a la Ética de
Aristóteles y una vida de Carlomagno. Junto con Alamanno Montefeltro fue uno de los
principales gestores del nombramiento en 1456 del sabio Juan Argyopolus para la cátedra de
griego de la Universidad, el ilustre bizantino educó durante muchos años a la juventud de
Florencia con la ayuda de un programa sistemático de estudios filosóficos. De este modo se
apartaba el enfoque de los primeros humanistas y preparaba el terreno para la Academia
Platónica de Marsilio Ficino.

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Toda la vida se iba conformando de acuerdo con lo antiguo; Niccolo Nicoli bebía en
copas antiguas y se rodeaba de objetos preciosos de las excavaciones, mientras se extasiaba
ante los códices que había localizado y copiado. Figuras relevantes asumieron,
conscientemente, en la vida cotidiana modelos griegos y romanos, como Lorenzo el
Magnífico. Los bailes de disfraces traban de incorporar a todas las divinidades del mundo
clásico.

Sin embargo, las letras humanas, la retórica de Quintiliano y el pensamiento de Platón


no proporcionaban un contenido que únicamente hubiese que repetir, sino un crisol en el cual
se había de formar el hombre pleno, libre, fuerte, capaz de vencer con la virtú al destino, como
lo habían hecho los griegos y romanos.

Escritores y hombres públicos hicieron hincapié en la exaltación de la vida civil y de


los valores del Estado, del ciudadano que combate y muere por la patria y así consigue la
gloria terrenal y el horno que en los cielos le tienen reservado al que así se conduce; pero
también insistieron en la necesidad de vivir la vida como una obra laboriosa en el reino de los
hombres.

La exaltación del trabajo, útil y fecundo, contribuye a la vez a hacer comprender la


función social del dinero, de la economía, en que se revela y se traduce en algo tangible uno
de los aspectos del poder constructivo del trabajo. La riqueza, lejos de ser despreciada, es
condenada sólo cuando es acumulada de manera estéril; pues si se hace circular se convierte
en un instrumento de liberalidad y magnificencia, que figuran entre las dotes constantemente
loada por los hombres nuevos. Así ocurría con los Médicis, que al gastar sus fortunas
embelleciendo ciudades y construyendo edificios alcanzaron una excelente estimación entre
los hombres.

En su conjunto, el Humanismo constituyó un fenómeno de gran envergadura, siendo la


primera vez que se oponía un frente sólido al monopolio eclesiástico. La sociedad que lo
sustentaba era predominantemente burguesa y, en cuanto a sí misma y su quehacer humano,
ha rechazado ya la cultura eclesiástica. Se trata, por lo demás, de una sociedad que no pone en
duda el cristianismo, sino que se considera diferente de aquella que todo lo encierra en la
teología o la piedad religiosa. El Humanismo de los siglos XIV y XV es, en consecuencia, la
estructuración cultural de una nueva sociedad profana europea, pues es precisamente la fuerza
viva de lo humano, en palabras de Tenenti, su saber indestructible.

8– Extensión del Renacimiento.

Hacia 1450, los Este de Ferrara lograron disponer del artista Roger Van de Weyden,
Segismundo Malatesta, tirano de Rímini, hizo que Alberti le diseñara un monumento de corte
clásico y humanista, el Templo Malatestiano, y que Piero della Francesca pintura en su célebre
retrato en el año 1451. Alberti se trasladó a Mantua, donde trabajó para los Gonzaga, y Piero
de la Francesa fue a Urbino, a la corte de Federico I de Montefeltro.

Sería en Urbino donde Castiglione escribiera su famoso libro sobre la vida cortesana,
donde se instruyó Bramante, el arquitecto de San Pedro, y donde nació el gran Rafael. Se
pudo decir entonces que los humanistas habían alcanzado la cumbre de su esplendor, no sólo
en Florencia sino en el resto de Italia, y que las capas más elevadas de la sociedad podían
complacerse por haber conducido su sistema de vida casi a la perfección. Mantua, Urbino o
Ferrara fueron cortes brillantes donde erizó plenamente la renovación humanista, pero ni las

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citadas, ni oras que se extendían por Italia, pusieron en duda la supremacía de la de Lorenzo el
Magnífico, excelente muestrario de la trayectoria de Florencia en el último tercio de siglo.

En los últimos treinta años del siglo XV, el arte florentino abandona la trayectoria
experimental y científica que había posibilitado la configuración de un nuevo lenguaje
plástico. Los artistas que asumen un papel hegemónico en la ciudad, como Botticelli,
Verrocchio o Ghilandaio, se orientan más hacia una serie de proposiciones racionalistas de la
generación anterior. Y es la configuración de nuevos temas, como el del mito acometido por
Botticelli, o el desarrollo de un nuevo sentido literario del discurso pictórico, como el
elaborado por Ghilandaio, donde se concentra la atención y esfuerzos de los artistas. Por otra
parte, el mecenazgo pasa a ser más interesado: concebido más que antes como una exhibición
de poder y lustre, los artistas pintan muchas veces a encargo, como sucede en la capilla de
Sixto IV en Roma o las mansiones de los Borgia en Florencia.

Lorenzo el Magnífico estuvo más interesado por enviar a los artistas florentinos al
extranjero que ocuparlos en Florencia: manda a Nápoles a Maiano, Fancelli y Giuliano da
Sangallo, a Portugal a Sansovino, a Roma a Botticelli, Signorelli y otros pintores para decora
la Capilla Sixtina. Se trata de una preocupación manifiesta por extender el prestigio de
Florencia por doquier, a lo que se añadía la propaganda interior, visible en objetos como la
tumba que encarga a Filippino Lippi, etc. A nivel personal, la que un mecenas organizador,
con el paso de los años se le vio preocupado por completar la galería de obras de la
Antigüedad y objetos preciosos legados por su abuelo Cosme.

9– El platonismo.

A la altura de 1485 el platonismo dominaba el panorama cultural florentino de


manera abrumadora; de hecho, su hegemonía se extendió a lo largo del período que va desde
la muerte de Cosme de Médicis en 1464 a la revolución de treinta años después; y aunque
hubo algunas figuras importantes como Alamanno Rinuccini o el poeta Pulci que consiguieron
sustraerse a su influencia, no ha de dudarse de su éxito, debido en buena medida a Marsilio
Ficino, quien se convertirá en el centro de la Academia Platónica. Articuló un círculo de
discípulos que se reunían periódicamente con el deseo de asistir a un renacimiento de la
escuela platónica y celebraban el aniversario de Platón con un solemne banquete.
Conversaciones improvisadas con amigos y visitantes, lecciones públicas impartidas por
Ficino en Santa María de los Ángeles, así como una abundante correspondencia, hicieron
posible que la popularidad y prestigio de la Academia se prolongara durante siglos.
En este círculo figuraban estudios que a veces tenían intereses propios, como
Poliziano, más preocupado por la poesía y la filología, o Pico della Mirandola que, aunque a
su llegada a Florencia se sintió fascinado por los misterios platónicos y herméticos, más tarde
entabló contacto con la escolástico parisiense.

Ficino llegó hasta sus últimas consecuencias el renacimiento de un Platón cristiano. Su


platonismo, en cuanto metafísica basada en la razón y la tradición platónica, pudo satisfacer
las necesidades espirituales de los que estaban acostumbrados e inclinados a permanecer
firmemente anclados en el cristianismo y a estudiar al mismo tiempo a los antiguos, y que
buscaban una nueva justificación histórica y filosófica a su doble empeño. No separó a la
religión cristiana y a la ciencia de la época, sino tendió a complementarlas. El resultado de
esta elección marcó el final de la primera oleada humanista fundamentada en la actividad que
despliega el hombre en este mundo, en la dignidad de la vida activa, tendiendo ahora a una

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perspectiva más desprendida del horizonte terrenal y centrada en sus destinos cósmicos y
metafísicos. Marsilio Ficino quiso realizar una religión inteligente para una elite cultivada,
socialmente suficiente y cada vez menos implicada en los asuntos de Estado.

La fascinación de la obra ficiana reside en su invitación a mirar más allá de la opaca


superficie de la realidad para captar tras ella el sello de una armonía oculta que todo lo anima
y unifica. No debe buscarse en el universo el cuerpo, sino su alma; sólo quien ve el alma ve el
hombre, todas las cosas tienen una verdad, un alma. La verdad no es nunca un término lógico,
una abstracción conceptual, sino un alma o, lo que es lo mismo, un principio activo de la vida,
de orden y de gracia.

El éxito de Ficino fue indudable al imponer su horizonte especulativo por toda Europa
a lo largo del siglo XVI. Su influjo se basó en su atractivo individual, siendo en este sentido
más profundo si cabe, si se tiene en cuenta que afectó a loa mayoría de los pensadores y
escritores importantes, incluidos algunos de los que no se suelen catalogar entre los
platónicos, como Bruno, Galileo, Kepler y Descartes. Sin Ficino, serían incomprensibles
dentro la cultura europea aquel renovador sentido de la interioridad y los nuevos tonos que
asume la vida moral durante los siglos XVII y XVIII.

Vemos, pues, cómo tratando de hacerse universal, la cultura humanista florentina se


desprendía de sus energías, vivas aún, de su marco ciudadano y de sus problemas más
concretos. La separación que establecía entre la religión de los doctos y la del pueblo, iba a la
parte con el desinterés de algunas grandes familias por el estancamiento de la vida ciudadana
y con el republicanismo en retroceso ante el empujo principesco. De hecho, el neoplatonismo
era una filosofía de la crisis: crisis de los grandes valores afirmados por el humanismo desde
comienzos de siglo, pero también de las grandes aspiraciones políticas y culturales de
Florencia.

Por primera vez durante el Renacimiento se habla expresamente de la dignidad del


hombre, término que en la Edad Media nunca había sido utilizado. El humanista italiano Pico
della Mirandola titula una de sus obras más famosas Discurso sobre la dignidad del hombre.

Ahora bien, esta exaltación que se hace del ser humano no significa paganismos, pues
la mayor parte de los humanistas son profundamente cristianos. Sin embargo, ya existen
algunos escritos y filósofos, especialmente en Italia, que adoptan frente a la religión una
postura poco clara, y señalan que pueden existir contradicciones entre la razón y la fe,
llegando a inventar una teoría de la "doble verdad": una para la fe y otra para razón:
Pomponaci dice que como cristiano cree en la inmortalidad del alma, pero como científico no
puede creer en ella por ella, pues la existencia de otra vida después no puede ser demostrada
de forma científica.

El Renacimiento y el Humanismo no fueron fenómenos de masas. Se trata sólo de


cierta cultura elitista. El bajo pueblo continuó tan al margen de la cultura como en los siglos
anteriores. Incluso parece que, si los humanistas y científicos de la época utilizaron en sus
obras el latín, se debía entre otras cosas al deseo de que sus escritos no fuesen conocidos por
las masas populares.

10– La Reforma protestante.

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En el siglo XVI se había producido un hecho decisivo sin el cual no sería posible
entender el surgimiento de la Edad Moderna en Europa: la Reforma y la consiguiente escisión
de la Iglesia universal en confesiones distintas. Este fue un acontecimiento no sólo en la
historia de la religión, ya que fue sustentado por los intereses más diversos, y estuvo
estrechamente ligado al nacimiento del primer Estado Moderno y tuvo una gran influencia n
el desarrollo político y social, en la cultura intelectual e incluso en la vida cotidiana de
campesinos, burgueses y nobles. De la importancia universal del cisma y la confesionalización
de la religión no se puede sin embargo deducir que en el siglo XVI las creencias individuales
coincidieran con el credo de la Iglesia respectiva. Los límites entre las diferentes confesiones
habrían de ser durante mucho tiempo difusos.

A lo largo de la historia del cristianismo habían ido apareciendo diversas herejías y


movimientos heterodoxos que, en ocasiones, estuvieron a punto de romper la unidad de la
Iglesia. Sin embargo, esos intentos heréticos siempre fracasaron, de tal manera que la unidad
religiosa de Europa se mantuvo. Pero a comienzos del siglo XVI esa situación cambia, y la
unidad religiosa se rompe. Las causas de la reforma protestante son múltiples:

– Corrupción del clero: el clero renacentista se encontraba en estado de señalada


decadencia, con escándalo del pueblo fiel: los obispos eran, en algunos casos, simples señores
feudales, más preocupados por la caza, la guerra y la política que por el interés religioso de su
diócesis. Se llegó a producir el caso de obispos nombrados siendo verdaderos niños (14 años),
lo que da idea del estatus mercantilizado del cargo. El bajo clero se mezclaba con frecuencia
con las clases populares, y su incultura les impedía en algunos casos hasta decir misa por no
conocer el latín. En cuanto a los conventos, reinaba en ellos a veces la más absoluta
indisciplina. El sobradamente conocido el caso de los eclesiásticos–juglar–juglar que
constituyen los goliardos (como se refleja en obras como el Carmina Burana). Antes estos
males, que nunca fueron comunes a toda la Iglesia ni impidieron que siguiera siendo el
modelo de comportamiento de la población, los cristianos honestos deseaban una nueva
reforma de la Iglesia (perdidos ya los efectos de la cluniacense), y se hallaban por tanto
dispuestos a escuchar al primer reformador que surgiese. La relajación había llegado a
extremo de particular gravedad sobre todo en el centro de Europa.
– Separación entre los humanistas y la Iglesia. La "semilla" intelectual lanzada por la
cultura humanista del Renacimiento germinará, llevando a sus últimas consecuencias sus
principios laicistas y racionalistas: la Iglesia "oficial" ya no respondía a las nuevas exigencias
intelectuales; era una Iglesia un tanto "ritualizada", por cuanto daba excesiva importancia al
culto y los aspectos sacramentales externos (misas, peregrinaciones, indulgencias y reliquias).
Frente a esto, los humanistas señalaban que lo importante era la unión personal con Dios y la
lectura del Evangelio.
– Transformaciones del Pontificado: los Papas del Renacimiento, que eran a la vez
soberanos temporales de Roma, se portaban cada vez más como monarcas absolutos e
intentaban centralizar toda la vida de la Iglesia a su alrededor. Pero el cristiano de los siglos
anteriores nunca había sido centralista, sino que los obispos y las iglesias locales habían
gozado siempre de relativa independencia; estas iglesias locales se resisten ahora al
centralismo papal y se sienten, en cierto modo, oprimidas en algunos casos por los Pontífices
romanos.
– Conflicto político–económico entre el Pontificado y las naciones. Desde finales de la
Edad Media, el Pontificado era una gran potencia financiera. A Roma afluía dinero de toda
Europa en forma de bulas, limosnas y diezmos. La principal fuente de ingresos que tenían los
Papas era el llamado "Impuesto de la Cruzadas", contribución que debían pagar todos los
cristianos y que en teoría debería servir para financiera expediciones guerreras a "Tierra

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Santa". Ahora bien, cuando se inicia la Edad Moderna, ya hacía mucho tiempo que la cruzadas
habían terminado, con lo que el dinero del "Impuesto" lo utilizaban los Pontífices para otros
fines (frecuentemente para su propia política temporal), lo que provocaba un fuerte
descontento hacia Roma.
Martín Lutero (1483–1546) fue un teólogo y monje agustino que, en contra de la
ortodoxia cristiana, comenzó a enseñar que las "buenas obras" (base de la religiosidad y
piedad medieval, como bien queda reflejado en la obra de Berceo) no tenían ningún valor y
que el hombre sólo se salvaba por la gracia divina. Utilizando de forma sesgada algunos
textos de San Agustín y de San Pablo, llegó a la conclusión de que el ser humano está
absolutamente corrompido, y que por tanto sus obra son perversas y pecaminosas. No
obstante, a pesar de sus pecados, si cree en Dios se salvará. Su doctrina se articula en varios
puntos:
– El "cristiano es libre" para interpretar de acuerdo con su conciencia las Sagradas
Escrituras: "Libre Examen".
– La verdadera Iglesia es invisible y está dentro de cada hombre. La Iglesia visible o
exterior es creación humana, no divina.
– No hay distinción espiritual entre clérigos y laicos: todo cristiano por el mero hecho
de serlo constituye un sacerdote. Lógicamente, esta idea suponía acabar con los privilegios
tradicionales del clero como estamento.
– Se rechazan las ideas del purgatorio (base de ese generosísimo sistema de
compensaciones a la Iglesia por las penas que deben ser purgadas, de las bulas, etc.) y las
indulgencias papales (es frecuente la venta de puestos en el cielo a quienes puedan costear las
elevadas cotizaciones), y sólo se admiten los tres sacramentos básicos: el Bautismo, la
Comunión (respecto a la cual se admite que la Hostia es consubstanciada, no
transubstanciada) y Penitencia (basta con el arrepentimiento para que sea efectiva)
– Nadie puede ser perseguido por sus creencias. Los gobernantes deben dejar a sus
súbditos la libertad religiosa, pues los príncipes sólo tienen poder sobre los cuerpos y no sobre
las almas. Sin embargo, este punto será pronto cambiado en la doctrina luterana.

Como profesor de la Universidad de Wittembergs, comenzó a exponer sus doctrinas a


partir de 1517, con mucho éxito entre los estudiantes y humanistas alemanes. Sintiéndose
respaldado por ellos, dio un paso más en su teología con la afirmación de que el papa y los
concilios podían equivocarse y, por tanto, sólo el Evangelio era infalible.
En octubre de 1517 fijó en su residencia del castillo de Wittenberg, de cuyo príncipe
había tenido protección, sus 95 tesis condenando la venta de indulgencias.

En 1520 por la bula Exurge Domine el papa excomulgó a Lutero, pero éste se negó a
retractarse y quemó públicamente la bula. A partir de entonces ya puede hablarse de una
nueva Iglesia, la luterana, que se extenderá por Alemania.

Los campesinos alemanes en su mayoría eran siervos y estaban oprimidos por los
nobles. Cuando Lutero señaló que el "cristiano era libre", las masas campesinas lo
interpretaron en el sentido social, no espiritual, y se sublevaron contra la nobleza. La
insurrección se extendió rápidamente por toda Alemania, produciendo una serie de saqueos,
asesinatos y castillo. Lutero, horrorizado porque pensó que este desorden podía acabar con sus
doctrinas, incitó a la aristocracia a que aplastase la revuelta campesina. De esta forma, se
organizó un ejército nobiliario, que aplastó el levantamiento y llevó a cabo una represión
implacable.

Estos acontecimientos tuvieron una importante consecuencia: Lutero señaló que no era

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posible la libertad religiosa, y que los príncipes debían convertirse, al objeto de evitar
disturbios, en cabezas de la nueva Iglesia. Así, en Alemania, el luteranismo quedó muy unido
a la nobleza. Estos nobles, considerándose ya, no sólo jefes políticos sino también religiosos,
comenzaron a apropiarse de los bienes y riquezas de las iglesias y conventos.

Pero la reforma se extenderá pronto a otros lugares. Calvino (1509–1564) fue un


párroco francés que, al romper con el catolicismo, tuvo que huir de Francia y refugiarse en
Ginebra, donde alcanzó como predicador enorme popularidad. Su doctrina se extendió por
toda Suiza, buena parte de Francia y ciertas zonas de Inglaterra.

La teología calvinista puede resumirse así: nada debe empequeñecer a Dios, pues Dios
está infinitamente por encima del hombre. De acuerdo con esto, a la Divinidad no debe
representársele con imágenes, y nadie ni siquiera el papa o los sacerdotes, pueden
comprenderlo o interpretarlo. Por su inmensa altura, el hombre no puede conocer a Dios, pero
como Dios quiere ser conocido, nos ha entregado la Biblia, a través de la cual vemos algo así
como su sombra (idea neoplatónica). Gracias al Antiguo Testamento, hemos conocido el
pecado original: pecado que ha corrompido por completo al hombre de tal manera que este
sólo puede hacer obras malas; por tanto, el ser humano, por sí sólo, está condenado al
infierno. Pero Cristo ha muerto por salvar a algunos, aunque no a todo. Esto significa la
creencia en la predestinación: hay hombres a los que Dios salva y otros a los que condena,
hagan lo que hicieron.

El calvinismo atrajo fundamentalmente a la burguesía adinerada capitalista. La Iglesia


Católica no permitía el "préstamo con intereses", dado que estaba vigente en su teología la
idea del "justiprecio" (precio ajustado al trabajo que una labor había supuesto para quien la ha
realizado). En la práctica, esta idea impedía el capitalismo, la maximización de los beneficios,
la plena lógica del mercado (el precio es función de algo tan abstracto y voluble como la
oferta y la demanda). También el luteranismo es contrario inicialmente a la usura y a interés.
Esto inquietaba a la conciencia burguesa. En cambio, Calvino les tranquilizará: el dinero es
algo despreciable, y su doctrina autorizaba todo tipo de préstamo. Es más, para esta nueva
religión, la riqueza era un signo del favor divino: el hombre que se enriquece es aquel al que
Dios premia, y pertenece por tanto al grupo de los elegidos para la salvación. Por otra parte,
ese modelo familiar y austero de vida que impone el calvinismo es tendente al ahorro, frente a
esa forma propia del catolicismo y mundo de valores nobles, dado a la ostentación, el lujo, el
protocolo social (muy oneroso).

El anglicanismo es el resultado de la introducción de la Reforma Protestante en


Inglaterra. Pero existen dos diferencias fundamentales con el protestantismo continental:
mientras éste es un movimiento en cierto modo popular (empieza en el pueblo y gana después
a los príncipes), en Inglaterra es un movimiento "de arriba abajo": surge de la voluntad de un
rey autoritario, que la impone a sus súbditos; en Europa, el protestantismo sigue una línea
muy clara, sin experimentar alteraciones doctrinales, mientras en Inglaterra sufre continuas
fluctuaciones entre el calvinismo, el luteranismo y el catolicismo.

Enrique VIII (1509–1547), deseoso de casarse con Ana Bolena, solicitó del papa la
anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. El papa no accedió a sus deseos. La
anulación fue decretada por Cranner, arzobispo de Canterbury. El papa excomulgó al rey en
1533, y por el Acta de Supremacía, Enrique VIII se nombró a sí mismo jefe de la Iglesia
anglicana, disolviendo todos los monasterios, cuyos bienes fueron sacados a subasta pública.
Sin embargo, inicialmente sólo existe un cisma con la Iglesia de Roma, pero el ritual y

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teología no han variado. Los obispos eran nombrados por el rey, y por tanto cuando éste
rompió con Roma, le siguieron sin oponerse. Además, se beneficiaban de la descentralización
respecto a Roma, que amenazaba con acabar con su tradicional independencia. El bajo clero
pensó que al depende de Enrique VIII su situación mejoraría, convertidos en una especie de
funcionariado. Para la nobleza, la desamortización decretada supuso incrementar sus
posesiones en ventajosas condiciones, por lo que apoyó la decisión real.

Pero la penetración de ideas protestantes, sobre todo calvinistas, también conducirá


hacia una nueva forma protestante. Eduardo IV, sucesor de Enrique VII, se consideraba fiel
discípulo de Calvino. Durante el reinado de María Tudor (1553–1558) existió una vuelta al
catolicismo, que acabará con la muerte de la propia reina, y a la que muestran reticencias el
clero y la nobleza. Isabel I (1558–1603) representan el apartamiento definitivo de la fe
católica. Esta soberana era una intelectual humanista, a la que traían sin cuidado la cuestiones
religiosas; pero, en cambio, andaba muy preocupada por la unidad política del reino. En el
momento de subir al trono, existían en Inglaterra tres grupos religiosos distintos: cismáticos,
calvinistas y católicos. Ello, a juicio de la reina, podía originar disturbios. Para evitarlo,
estableció como religión única el anglicanismo: síntesis de teología calvinista y católica. Así,
se mantuvo la jerarquía eclesiástica (cardenales, obispos, canónigos, párrocos, etc.) y en
apariencia, el culto católico; pero se permitió el matrimonio de los clérigos, se rechazó el culto
de las reliquias y las imágenes y, siguiendo con la doctrina de Calvino, se consideró a la
Eucaristía como un símbolo, y no como la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y
del vino.

11 – La Contrarreforma.

La extensión del protestantismo por amplias regiones de Europa provocó al reacción


de la Iglesia católica: Contrarreforma. Se trata de lograr una reforma interior de l Iglesia, y por
otra lado luchar con el luteranismo y calvinismo, tanto por medios pacíficos (convencimiento)
como por medios violentos (combatir a muerte a los herejes).

La obra clave de la Contrarreforma fue el Concilio de Trento. Los católicos pretenden


una vuelta a la disciplina y unidad de criterio, convocando al efecto una asamblea ecuménica.
Paradójicamente, el mayor obstáculo a la celebración del Concilio provenía de los papas,
temerosos de perder su autoritarismo. Pero Paulo III no tuvo más remedio que convocar el
Concilio en Trento, entre 1545 y 1563, con varias interrupciones por las guerras entre España
y Francia y las epidemias de peste. En dicho concilio se debate sobre cuál debía ser el papel
del papa en la Iglesia. Algunos obispos se negaban a reconocer la supremacía papal, pero la
mayoría logró que se aprobase el principio de la superioridad del obispo de Roma (lo que no
debe ser confundido con el dogma de la infalibilidad del papa, que se promulgó en 1871, en el
Vaticano I). En el plano teologal, se aprueba que la traición es también base de la fe (en contra
del "libre examen" luterano); se reconocen siete sacramentos; para salvarse son necesarias al
fe y las obras; los hombres se salvan o no según su propia voluntad. Se obligó a los obispos a
la residencia (es decir, vivir en sus diócesis, y que éstas no fuesen un mero "cargo"); se fijó
edad mínima para ocupar cargos eclesiásticos, y se ordenó la fundación de los seminarios para
educar a los futuros sacerdotes.

Como complemento, Pio IV estableció el Índice de libros prohibidos (inicio de la


tradición de censura eclesiástica; Index librorum prohibitorum), y Gregorio XIII reformó el
calendario católico (Calendario Gregoriano), fundó una universidad para clérigos y estableció

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seminario en Roma.

La Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola y aprobada por Paulo III en
1540, fue concebida como un ejército para defensa del catolicismo. Se exigía a los que
ingresaban la obediencia absoluta al superior, con miras a conseguir la máxima eficacia, y
altas cualidades morales, intelectuales y físicas. Los ayunos, penitencias y contemplación
fueron reducidos al mínimo, para dedicarse especialmente al apostolado. A los Jesuitas, antes
de ordenarse se les exigía dos años de noviciado y diez de formación intelectual.

En el siglo XVI, la Compañía de Jesús se propuso hacer retroceder la herejía y


terminar con la libertad intelectual que había caracterizado el humanismo, pues se pensaba
que era la causa del triunfo del protestantismo. Para ello, se orientaron fundamentalmente
hacia la enseñanza. Toda la Europa católica se llenó de sus colegios, destinados sobre todo a la
clase noble. Del humanismo se cogía la técnica pedagógica, pero no el fondo de sus ideas. En
muchas regiones, como Baviera, Hungría y Polonia, el catolicismo recuperó el terreno
perdido.

La Inquisición fue fundada por Paulo III en 1542, siguiendo el modelo de la


Inquisición española de tiempo de los Reyes Católicos. Su finalidad fue la extirpación física
de la herejía, con métodos por lo demás no muy distintos a los de la justicia ordinaria del
momento.

Los reyes de España, especialmente Felipe III y Felipe IV, se convirtieron en el brazo
armando de la contrarreforma, al luchar contra soberanos y príncipes herejes; pero, al mismo
tiempo, utilizaron el espíritu contra-reformista para su imperialismo en Europa, de tal manera
que resulta difícil establecer una relación causa–efecto entre defensa del catolicismo e
imperialismo.

12– Los enfrentamientos bélicos de trasfondo religioso del siglo XVI.

Los enfrentamientos acaecidos durante el siglo XVI, con trasfondo político, serían los
siguientes:

– Desde 1519 a 1559 Francia y el Imperio, cuya cabeza era Carlos I de España, se
enfrentaron por el dominio de regiones italianas como el Milanesado, Saboya, la Toscana, etc.
Felipe II heredó esa rivalidad y en 1557 los tercios españoles les vencieron en San Quintín
(Francia); batalla en cuyo honor erigió el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. En el
Tratado de Cateau-Cambresis (1559), Francia renunció a sus pretensiones sobre la
Península italiana.
– Guerra de rebelión de los Países Bajos contra la Corona española (1556–1598)
– Guerra de los Tres Enrique en la Francia de fines del siglo XVI. Acabó con la
instauración de la dinastía de Borbón en el trono francés, que sustituyó a la dinastía Valois–
Orleans– Angulema.
– Guerra Anglo–Española de 1587–1604.
– Guerras entre Dinamarca y Suecia (1563–1570)
– En el siglo XVII el enfrentamiento religioso tendrá su continuidad en la Guerra de
los Treinta Años (1618–1648).

En Francia, la primera parte del movimiento reformador estuvo representada por un

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grupo de humanistas que se reunieron alrededor del erudito Guillaume Briçonnet, obispo de
Meaux. Durante un tiempo gozó de la protección de la hermana del rey, la futura Margarita de
Navarra, y del propio Francisco I. El orden establecido tuvo también apoyo de la nobleza y la
burguesía. La política del rey Francisco I vacilará entre la represión y la tolerancia, de acuerdo
con las exigencias de sus conflictos con Carlos V. Ni por convicción ni por política, el
monarca tenía un interés reformista más allá de la rectificación de algunos abusos
eclesiásticos. Pero cada vez adoptará más represión frente a los estallidos reformistas de París
y otras ciudades Francesas. Durante el reinado de su hijo Enrique I (1547–1559) aumentó la
violencia de la persecución y les chambres ardentes aplicaban la penas de muerte al hereje
confeso. La Reforma persistirá sin embargo entre los pequeños artesano y comerciantes de la
ciudad y el clero humilde.

La primera Iglesia reformada de París fue fundada en 1556, y en 1559 se organizó un


sínodo nacional, que redactó una confesión de fe calvinista. Fue perseguida, pese a lo cual se
extendió por las ciudades y a lo largo de la costa. Al unirse con la gran nobleza, se formó el
movimiento llamado hugonote, en el que juntan aspiraciones políticas. Los burgueses, que
luchaban contra la burocracia real por la reformas administrativas y económicas, y nos nobles,
que es oponían a los avances reales contra sus privilegios, se unieron al amparo de la bandera
reformista, contra la familia católica Guisa, que cada vez tenía más influencia en la corte de
los Valois.

Los hugonotes hallaron resistencia armada. En Francia se formó la Liga católica,


aprobada por el papa, y con la colaboración del rey. Los Borbones, en sus aspiraciones al
trono, asumen la bandera del protestantismo, lo que se traducirá en ocho guerras religiosas,
que en realidad constituyen una prolongada y violenta guerra civil, entre 1562 y 1589, con
episodios genocidas como la matanza de San Bartolomé contra los "herejes", y que se salda
con la victoria hugonote durante bastante tiempo. El edicto de Nantes de 1598 sancionó algún
tipo de tolerancia religiosa, concediendo privilegios a los hugonotes, al tiempo que se corona
a Enrique IV rey de Francia: toleró que los hugonotes fueran una especie de poder
independiente en la Francia católica.

En los países bajos el eventual triunfo de los calvinistas se vinculó con el movimiento
neerlandés para liberarse del dominio español. Inspirada por el señuelo humanista de una
religión más intelectual, la religión zwinglinista supuso una interpretación de la eucaristía
como algo totalmente simbólico, difundiéndose esta doctrina entre la burguesía. Si bien
Carlos V intentó reprimir la disensión religiosa de los Países Bajos creando la Inquisición en
1532 y promulgando edictos, actuó de un modo que no lesionaba los privilegios tradicionales
de las provincias, a las que consideraba una entidad diferente a España.

Pero en tiempos de Felipe II esta distinción no existe, a ojos del rey. Los intentos por
afirmar una religión católica en los Países Bajos provocan la hostilidad de buena parte de la
nobleza, tropezando su aplicación de la Inquisición con la oposición general. La orden de
aplicar los decretos del concilio de Trento fue tomada como un avasallamiento de los
privilegios provinciales. Felipe se identificó así con el calvinismo.

Entretanto, el calvinismo se fue extendiendo sobre todo en el norte. La doctrina


calvinista predica la supremacía de la "Palabra de Dios" respecto a la del gobernante. Esta
doctrina atraía al sentimiento patriótico cada vez más acentuado, pues justificaba la resistencia
al soberano. La oposición cristalizó en el compromiso de Breda de 1566, en el que más de
2.000 individuos reclaman la eliminación de la Inquisición. Entre los firmantes había muchos

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católicos. En el acuerdo de pacificación de Gante de 1576 se acordó adoptar una actitud de
tolerancia entre las distintas ramas protestantes, como base de una lucha contra el invasor
común: de ahí nace la Unión de Utrech, que aglutina a las siete provincias protestante del
norte, que abjuran de la fidelidad a Felipe en 1581, convirtiéndose en las Provincias Unidas,
aunque no verán reconocida su existencia hasta 1648 con la paz de Westfalia.

También se produce una guerra con trasfondo religioso en Hungría y Polonia (donde
finalmente la Conferencia de Varsovia de 1573 supuso una pacificación, extendiendo de
nuevo los jesuitas el terreno que ha perdido el catolicismo entre la población). En Hungría tras
la batalla de Mohács de 1526, se produjo una división: la Hungría real, la dominada por los
turcos, donde se expandirá el protestantismo.

En Austria, el problema del conflicto religioso y el particularismo de los príncipes


continuó siendo un problema con los sucesores de Carlos V. Su hermano Fernando I fue un
defensor de la conciliación y el compromiso, pese a ser católico. Sin embargo, con la llegada
al trono de su hijo, el catolicismo adoptará una posición más militante.

La Reforma había provocado guerras civiles desde el principio, como ocurrió en Suiza
y Dinamarca. Pero el conflicto internacional en gran escala no se convirtió en factor decisivo
en el curso de la Reforma hasta que Carlos V intentó reprimir, mediante la fuerza, el
protestantismo alemán. De ese modo inició un siglo de choques armados, que más tarde o más
temprano comprendieron a toda la cristiandad. Comenzaron con la guerra de Schmalkaden en
1546 y terminaron con la guerra de los Treinta Años de 1648. En estas luchas las rivalidades
políticas cortaron al través las líneas religiosas e impidieron la acción coordinada de los que
presuntamente debía apoyar la misma causa religiosa. Donde las razones prácticas lo
imponían, lucharon junto a los católicos otros protestantes, y viceversa.

Los príncipes alemanes, desde 1552 en la persona de Mauricio, vieron en Francia a su


protector frente al dominio Habsburgo. La paz religiosa de Ausburgo de 1555 proclamará la
libertad religiosa en el Imperio para los gobernantes luteranos y católicos, pero no para otros
credos.
El esfuerzo de restauración de la unidad religiosa se produjo con la llegada de Felipe
II. En España, donde los intereses particularistas y las restricciones constitucionales no eran
tan vigorosos como en el Imperio, Carlos había podido imponer y voluntad soberana, y su hijo
heredó un dominio centralizado en el cual la Inquisición imponía la uniformidad religiosa. El
matrimonio de Felipe con María Tudor fue impopular, y su política de restauración católica
fracasará. Para impedir el apoyo de Inglaterra a los Países Bajos, atacará a dicho país,
provocando el desastre de la Armada Invencible en 1588. También fracasará en la eliminación
de los protestantes de los Países Bajos, provocando la independencia de las Provincias Unidas.
El temor al triunfo protestante en Francia llevó a intervenir en las guerras de religión; pero la
eterna competencia de ambos por la supremacía continental determinó que Felipe se resistiese
a apoyar eficazmente al bando católico. Cuando Enrique IV venza en Francia, obligará a
Felipe a ceder todas sus conquistas francesas (1598).

13-BIBLIOGRAFÍA

ARGAN, G.C.: Renacimiento y Barroco (Obra completa). Madrid, 1987.


CHASTEL, A.: El mito del Renacimiento. Barcelona, 1969.
CORTÉS ARRESE, M.A.: El Renacimiento. Cuadernos de Historia 16, nº 24.

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FRANCASTEL, P.: El Renacimiento italiano. Barcelona, 1986.
FRANCASTEL, P.: La revolución cultural del Renacimiento. Madrid, 1981.
KRISTELLER, P.: El pensamiento renacentista y las artes. Madrid, 1986.
LETTS: El Renacimiento. Barcelona, Gustavo Gili, 1985.
PANOFSKY, E.: Idea. Madrid, 1989.
PANOFSKY, E.: Renacimiento y renacimientos en el arte occidental. Madrid, 1985.

Ver bibliografía actualizada en el Planteamiento didáctico de mi tema (GRA).

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