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LA SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL

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El concepto de Constitución nace hacia finales del siglo XVIII como producto
de la independencia de las colonias norteamericanas y de la Revolución
francesa. Sin embargo, en ese entonces no se trataba de una idea nueva ya
que desde la Grecia clásica, y también en el mundo romano, existía un intenso
debate sobre la necesidad de establecer, en toda comunidad política, un
conjunto de normas superiores al derecho ordinario capaces de articular y dar
continuidad a la polis.

Durante el antiguo régimen, la noción de lex fundamentalis sustituyó las


nociones clásicas de politeia y de rem publicam; sin embargo, todas ellas se
refieren a ese conjunto de normas superiores que le otorgan una forma
específica a la comunidad y que buscan darle estabilidad política en el tiempo.

Se trata de un grupo de normas que no varían con la misma facilidad con la


que lo hace el derecho ordinario; su objetivo es la permanencia.

En cualquier caso, es a finales del siglo XVIII, con la aparición del Estado
constitucional cuando se impone el concepto de Constitución como norma
suprema.

En la búsqueda por racionalizar el orden político y limitar el poder de los


gobernantes, las evoluciones liberales crearon esta nueva forma le
organización política que encuentra en una norma máxima su arco de bóveda.

A partir de entonces la Constitución se convirtió en el instrumento clave para la


organización del nuevo Estado liberal burgués.

Ésta impone un conjunto de límites y vínculos al poder para garantizar la


libertad de los ciudadanos y la supervivencia de la comunidad. Éste es el
sentido del artículo 16 de la Declaración francesa de los Derechos del Hombre

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En el sentido moderno del término.

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y el Ciudadano donde se señaló que “toda sociedad donde no se garantizaran
los derechos fundamentales y donde no existiera división de poderes no tendría
Constitución."

Partiendo de esta primera noción, podemos decir que, originalmente, la


Constitución es la norma fundamental que establece el ámbito de las libertades
de los individuos y la protección de estas libertades mediante técnicas de
división y control de los poderes. Se trata de un conjunto de normas, principios
o valores, de superior entidad al derecho ordinario, cuyo objetivo es dar
estabilidad a la forma política de la comunidad y limitar el poder que existe en
ésta.

Si un grupo humano pretende sobrevivir como tal, es necesario que el poder


que se genera dentro de si mismo, encuentre los límites suficientes a su
ejercicio para que no destruya al propio grupo.

Ahora bien, aun cuando comenzó a reconocerse el valor superior de la


Constitución, ello se hizo en un sentido político, mas no en un sentido jurídico.

Utilizando una distinción teórica aportada por Aragón puede decirse que se
extendió la noción de supremacía constitucional, más no la de supralegalidad
constitucional. Esta última se refiere a la superioridad jerárquica que, en
estricto sentido jurídico, la Constitución adquiere sobre las leyes ordinarias
debido a su diversa fuente de producción.

La noción de supralegalidad estuvo presente en el origen del


constitucionalismo estadounidense y continuó estándolo. Fue en la
organización de las colonias estadounidenses, y en su posterior independencia
de la Corona inglesa, donde aparece por primera vez la idea de contar con
normas que tuvieran un rango jurídico superior al de aquellas producidas por
las cámaras legislativas.

En Europa esta idea también apareció en el origen del Estado constitucional.

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Tanto la primera Constitución francesa (1791) como la española de 1812 junto
con otras más tuvieron un carácter supralegal.

Sin embargo, la evolución en Europa del Estado liberal, condujo a que la ley se
convirtiera en la fuente principal de producción del derecho. Como
consecuencia inmediata, se consiguió que el Parlamento volviera a ser un
poder omnipotente que no encontraba por arriba de él ningún vínculo jurídico
que lo limitara.

Esta situación de omnipotencia del Parlamento, y por tanto de la mayoría,


condujo a consecuencias trágicas; incluso las dictaduras fascistas en el
segundo tercio del siglo XX evidenciaron el riesgo que existía detrás de los
gobiernos basados en los consensos de masas, sin normas superiores
capaces de limitarlos.

La experiencia desastrosa de los gobiernos totalitarios volvió a demostrar que


el poder del Estado, aún cuando cuente con el apoyo de la mayoría de sus
ciudadanos, debe tener siempre límites. Si esto no sucede así, se abre
peligrosamente la puerta para que la mayoría pueda destruir a las minorías;
para que el poder del Estado se revierta en contra de la propia sociedad.

Es a esta problemática a la que se enfrenta el constitucionalismo de la


posguerra, y es también gracias a esta misma problemática que comienza a
extenderse por el mundo un nuevo paradigma constitucional, que coloca
jurídica y formalmente a la Constitución por encima de todos los poderes.

Después de la Segunda Guerra Mundial -con la Carta de la ONU de 1945, la


Declaración Universal de los Derechos de 1948, la Constitución italiana de
1948 y la alemana de 1949 que surgieron como reacción frente al totalitarismo-
se reforzaron las bases que permitieron someter a todos los poderes bajo el
arbitrio del derecho.

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Ahora bien, esta transformación paradigmática se produjo, principalmente,
gracias a la actualización y la extensión en todas las Constituciones del
principio de rigidez constitucional.

¿Cómo se consigue la rigidez constitucional y qué significa?

La rigidez constitucional se obtiene al establecer un procedimiento distinto -más


agravado y más complejo- que el que se necesita para modificar una ley
ordinaria.

Por tanto, una Constitución rígida -siguiendo la tipología de Bryce, es aquella


que prevé un procedimiento dificultado para su reforma.

Con esta técnica jurídica se obtiene como resultado que las normas de la
Constitución queden supraordenadas a la legislación parlamentaria,
estableciéndose una importante diferencia entre ley constitucional y ley
ordinaria.

La rigidez impide que el Poder Legislativo pueda modificar la Constitución. El


procedimiento de reforma constitucional queda en manos de un poder especial
de reforma, a través del cual se busca que las decisiones del poder
constituyente prevalezcan sobre los vaivenes de la política y sobre la
recomposición de las mayorías y minorías en el Parlamento.

La rigidez es una técnica del derecho constitucional que da por resultado la


imposición de límites a todos los poderes, incluyendo al Legislativo, cerrando
así la posibilidad de que cualquier mayoría se coloque por encima de las
minorías.

De esta forma, la Constitución queda en una posición jurídica de superioridad


frente a las leyes, lo que en términos políticos se traduce en el sometimiento de
las decisiones del Parlamento a las del poder constituyente.

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Sin embargo, esta técnica de rigidez constitucional de poco serviría si el
sistema jurídico no contara además con el instrumento necesario para hacerla
efectiva.

Por lo tanto, además del procedimiento agravado de reforma, el


constitucionalismo -gracias a la aportación del juez Marshall en la Sentencia
Marbury vs. Madison de 1803- ha debido incluir dentro del orden constitucional,
una herramienta especialmente diseñada para impedir que se transgreda el
principio de supremacía constitucional.

Se trata, obviamente, de los instrumentos de control constitucional, cuya


función es la de expulsar del ordenamiento cualquier ley que contradiga el
sentido de la Constitución.

Con la creación de la Judicial Review en Estados Unidos y los tribunales


constitucionales en Europa queda definitivamente coronado el principio de
supremacía constitucional.

Por ello se puede decir que en la actualidad la Constitución es norma superior


en un doble sentido.

a) Por un lado es superior en un sentido político simbólico, como norma


esencial para la perpetuación de la forma política.

b) Por otro, en un estricto sentido jurídico, como norma superior dotada de


validez y eficacia jurídica.

Esta supralegalidad permite ordenar y dar unidad a todo el orden jurídico con
base en un sistema de fuentes del derecho, cuya estructura es piramidal. La
fuente máxima (y por ello es norma suprema) es la Constitución. Ésta, a través
de las normas de producción jurídica, regula los procedimientos a través de los
cuales deben ser creadas las normas ordinarias.

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En este sentido (punto de vista formal) una norma producida por el Poder
Legislativo, sólo será válida si sigue el procedimiento de creación establecido
por la propia Constitución.

Sin embargo, la supralegalidad también tiene un carácter sustantivo. Esto


significa que cualquier ley ordinaria creada por el Parlamento o Cámaras, no
sólo debe surgir de acuerdo con el procedimiento previsto por la Constitución,
sino que también debe respetar el contenido de la misma.

Las normas constitucionales también imponen límites materiales que deben ser
respetados por las normas secundarias. El mejor ejemplo son los derechos
fundamentales.

El Poder Legislativo no puede producir una ley que en su contenido vulnere los
principios y los valores que establecen dichos derechos.

Los elementos arriba señalados han producido una importante transformación


del paradigma constitucional que -como ha señalado Pedro de Vega- se
traduce en que "las Constituciones dejen de entenderse como mero sistema
simbólico de principios ideológicos y de formulaciones políticas, para pasar a
ser normas jurídicas con la misma validez y eficacia que el resto de los
preceptos del ordenamiento".

La introducción del principio de rigidez y la puesta en marcha de tribunales


constitucionales en todo el mundo ha dado por resultado que las
Constituciones se conviertan en auténticas normas jurídicas supraordenadas y
no sólo en un conjunto de edificantes principios de justicia o declaraciones de
buenas intenciones.

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