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SINOPSIS
Al perder el último tren, Kyungsoo se ve obligado a caminar solo por las oscuras calles de Seúl. Lo
que él no sabe es que Kai, un inmortal sediento de sangre, vaga por las mismas calles, en busca de
su nueva víctima.

Sodomía* es una palabra de origen bíblico usada para designar las perversiones sexuales
cometidas por los humanos; y Kai tendrá el placer de mostrarle a Kyungsoo el significado literal de
esa palabra.

*Definición de sodomía según la RAE:

(De Sodoma, antigua ciudad de Palestina, donde se practicaba todo género de actos deshonestos).

1. f. Práctica del coito anal.


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SODOMÍA
Capítulo Uno - La presa y el depredador

Eran las once de la noche, y el último tren saldría de la estación más próxima del
trabajo de Kyungsoo en menos de media hora. El joven, de 23 años, se asustó al mirar el
reloj de pared de la sala de descanso en la que se encontraba y se levantó apresurado,
juntando los papeles de algunos diagnósticos que estaba estudiando y metiéndolos sin
delicadeza dentro del primer cajón de la mesa que usaba. Kyungsoo corrió rápidamente
hasta el vestuario para darse una ducha y cambiarse la ropa blanca por algo más casual.
Cuando salió corriendo sin aliento por los pasillos, diciendo un breve «¡hasta el lunes!»,
nadie se molestó ni en mirarlo. Los demás enfermeros no lo apreciaban, aunque él
trabajase duro y siempre fuese el único entre sus compañeros de enfermería que hacía
turnos de casi 18 horas al día en el hospital en el que trabajaba.

Aunque sólo estuviese en período de prácticas.

El guardia de seguridad que estaba fuera del edificio se despidió con un «buenas noches»
cuando el joven chico pasó junto a él, corriendo con un pequeño pastel metido en la boca
y una botella de agua en la mano. Kyungsoo corría sin parar para tomar aire, ya que el
tren jamás esperaba a los que llegaban tarde. Y en caso de que perdiese el último tren,
tendría que dormir en la propia estación o ir caminando hasta su casa.

Y ninguna de las dos opciones le parecía buena.

Eran las once y media de la noche cuando Kyungsoo entró en el túnel subterráneo que
llevaba a la estación de tren. Corría deprisa, con la mochila colgando pesadamente,
tirando de él y haciéndole perder el equilibrio. El joven nunca había sido atlético, así que
aquellos minutos de carrera lo estaban dejando sin aliento. Kyungsoo, con el corazón
acelerado en el pecho, juraría que se iba a caer redondo al suelo en cualquier momento.

Cuando Kyungsoo terminó de bajar un sinfín de escaleras y pisó el suelo de la estación, vio
que el tren ya estaba en el túnel y avanzaba en dirección opuesta a él, desvaneciéndose
en las sombras. El tren ya estaba tan lejos que Kyungsoo ni siquiera echó a correr tras él.
No valía la pena el esfuerzo.
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Kyungsoo estaba jodido.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kai estaba aburrido.

Ya se había alimentado esa noche, pero seguía con ganas de jugar con otra víctima. Su
última presa había sido tan escandalosa que no había podido divertirse todo lo que quería
antes de matarla. Además, la mujer parecía tener menos sangre de la normal corriendo
por sus venas, ya que después de haberla drenado, seguía sintiendo hambre.

Pero bueno, él ya debería haberse imaginado que pasaría eso. Al fin y al cabo, el hambre
de Kai jamás tenía fin.

••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo pensó seriamente en sentarse en el suelo de la estación vacía y echarse a llorar.


No es que eso fuese a solucionar algo, pero el chico estaba verdaderamente decepcionado
con el rumbo de su vida. Tenía que afrontar un hecho: su vida era deplorable.

Kyungsoo no tenía amigos —no verdaderos, al menos—, sus padres no se preocupaban


por él ni contestaban sus llamadas desde hacía más de cuatro años, y su empleo era
ridículo. Él sonreía a todos en el hospital, pero todos sus compañeros lo trataban con
indiferencia. Kyungsoo quería ayudar a las personas, pero difícilmente le dejaban
acercarse a los pacientes y lo único que le daban eran diagnósticos para que hiciese
interminables informes.

El joven suspiró cansado, frotándose los ojos que ya le ardían por las insistentes lágrimas.
No derramó ninguna, y se limpió el rostro con la manga de la camisa que llevaba. Ahora
tenía dos opciones: dormir allí mismo o irse a casa caminando. No podía volver al hospital,
pues si su jefe lo viese durmiendo allí, de nuevo, lo despediría; y tampoco iba a dormir en
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el suelo de la estación, ya que correría el riesgo de que lo confundiesen con un mendigo.


O, peor aún, que alguna rata pasase por encima de su cuerpo.

No es que Kyungsoo ya hubiese visto alguna en la estación, pero sabía que estaban ahí,
observándolo. Prácticamente podía sentirlas.

Suspiró cansado, se ajustó la mochila y empezó a subir la larga escalera que lo conduciría a
la calle. Le quedaba una buena caminata por delante porque su apartamento estaba por
lo menos a dos horas de camino de donde se encontraba. Ni se preocupó en mirar en el
móvil qué hora era. Ya estaba lo suficientemente cansado y su único consuelo era
recordar que al día siguiente podría dormir hasta tarde. Tenía el fin de semana libre y
trataría de pasar los dos días descansando.

Solo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kai caminaba por las calles de Seúl, sin rumbo. Llevaba un abrigo negro, aunque fuese
otoño. El viento frío chocaba contra la piel de su rostro, pero no le causaba ningún
escalofrío, pues ya estaba lo suficientemente helada. A decir verdad, a Kai nada le causaba
escalofríos desde hacía mucho, mucho tiempo. Estaba empezando a pensar que había
perdido la capacidad de desarrollar sentimiento alguno y que su sensibilidad se había ido
desvaneciendo durante los muchos siglos de su existencia. Pero tampoco es que eso le
importase, realmente...

El niño de apariencia joven estaba más preocupado en encontrar a su próxima víctima.

Sus principales objetivos eran prostitutas, ya que era extremadamente fácil atraerlas hacia
su apartamento. El problema era que su preferencia ya estaba empezando a llamar la
atención de los periódicos; tanto que una de las principales noticias del día anterior había
sido las muertes misteriosas de dos damas de la noche, que tenían marcas en sus cuellos
como las que dejaban los vampiros.

Eso era lo último que le faltaba a Kai... que le llamasen vampiro.


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Se pasó las manos por el cabello negro de forma nerviosa; ya estaba empezando a
impacientarse. ¿Por qué diablos sólo había prostitutas en la calle a esa hora? Estaban
deseando morir, ¿no? Debían de estar sintiendo que hoy Kai no podía escogerlas y lo
querían torturar mostrándole parte de sus cuerpos.

— ¿Has estado aquí antes, cariño? —gritó una de las prostitutas, riendo, cuando Kai pasó
por una esquina llena de dichas damas. Él la ignoró y prosiguió su camino.

Al doblar la esquina, por fin la vio. Su próxima comida estaba justo delante.

Kai disfrutaba devorando hombres, incluso más que a mujeres. Tenía preferencia por los
varones jóvenes, altos y de gran belleza. Incluso dudó un poco en si debería alimentarse
del chico que tenía frente a él, mucho más bajo que el propio Kai y de piel tan blanca que
podría confundirse con un cadáver, si no fuera porque estaba caminando. Pero en el
fondo, a Kai le pareció adorable.

Adorablemente apetitoso.

El muchacho caminaba lentamente por la calle, mirando al suelo, cabizbajo. Parecía estar
murmurando para sí mismo, y Kai se preguntó si sería un fugitivo del único hospital
psiquiátrico de la ciudad. Kai aceleró el paso, adelantando al joven furtivamente y
deteniéndose delante de él.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo ya había caminado por lo menos una hora cuando sintió que su cuerpo chocaba
contra algo. No estaba preparado para el choque y acabó dando unos pasos hacia atrás
con torpeza, hasta caer al suelo poco después. Frente a él estaba de pie un hombre mucho
más alto que él, con una sonrisa dibujada en sus gruesos labios, desbordando encanto.
Llevaba un abrigo negro y la luz amarilla de los focos de la calle le daban un tono de piel
bronceado; le recordaba a esas estatuas de dioses griegos que Kyungsoo tanto admiraba
cuando leía libros de historia.
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Kyungsoo sintió calor en sus mejillas.

— Perdón —dijo el hombre que tenía enfrente, ofreciéndole la mano—. No te había visto.

Kyungsoo no tenía forma de saber que el hombre le estaba mintiendo, y sonrió,


aceptando su mano. Cuando se puso de pie, trató de limpiar el polvo inexistente de su
ropa, antes de mirar al desconocido y sonreírle.

— Ah, no pasa nada. Soy yo, que soy un torpe —dijo el menor.

Kyungsoo le hizo una reverencia y continuó rápidamente con su trayectoria, acelerando el


paso. No es que tuviese miedo del joven con el que se acababa de encontrar, sino que
quería esconder el rubor que había aflorado en sus propias mejillas debido a la belleza del
desconocido.

Kai sonrió satisfecho y comenzó a seguir a su presa.

— Estás solo —dijo justo detrás de Kyungsoo, quien le lanzó una mirada por encima del
hombro, sin detenerse.

— Sí —respondió Kyungsoo, y añadió, aunque Kai no le hubiese hecho ninguna


pregunta—: Perdí el tren y tengo que volver caminando a casa.

— ¿Por eso estás caminando solo de madrugada? —Kai esbozó una sonrisa que Kyungsoo
no percibió—. ¿Acaso no sabes que la noche es peligrosa?

Kyungsoo empezaba ya a sentirse incómodo por la presencia —y belleza— del


desconocido, y cuando se giró para echarlo, se dio cuenta de que había desaparecido. El
muchacho, asustado, giró varias veces en torno a su propio eje, buscando al joven con el
que había intercambiado algunas palabras.

¿Se había vuelto loco y lo había imaginado todo?


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El enfermero empezó a correr y salió de la avenida principal para entrar en una callejuela
que lo conduciría a casa. El edificio en el que vivía quedaba a unos minutos de distancia
cuando sintió que algo tiraba de su brazo hacia atrás. Se sintió oprimido contra la pared
frontal de algún inmueble público y, cuando su frente chocó contra el mármol, sintió un
dolor agudo y mareos. Unas hábiles manos le arrancaron la mochila de la espalda y
retuvieron sus brazos hacia atrás, mientras un cuerpo lo apresaba contra la pared.

— No debías estar caminando por ahí solo de noche... —la misma voz del desconocido de
unos minutos atrás sonó contra su oído, haciendo que sintiese escalofríos.

— Mi cabeza... Me duele... —Kyungsoo gimió y el desconocido liberó uno de sus brazos. El


joven se llevó la mano a la cabeza, a donde le dolía, y apretó, tratando de aliviar el dolor
agudo.

— Perdón, es que me estabas provocando... siendo tan adorable y apetitoso... —gimió Kai
contra el oído de Kyungsoo, y el menor apoyó la mano contra la pared para sostenerse.

Kai sostuvo uno de los brazos de Kyungsoo contra su espalda y lo apresó contra la pared,
su mano ascendió lentamente por el tronco del menor, subiendo por su abdomen, el
pecho y el cuello hasta llegar al rostro del mismo, quien todavía parecía aturdido por el
golpe contra la pared.

Kyungsoo sintió que sus piernas flaqueaban cuando el hombre —todavía desconocido—
posó su mano libre sobre sus ojos para cegarlo. El cuerpo del menor se relajó y Kai soltó su
otro brazo y lo aprisionó todavía más contra el helado mármol. Kyungsoo ahora mantenía
ambas manos contra la pared, intentando mantener el equilibrio mientras Kai lo envolvía
posesivamente.

¿Estaba sucediendo de verdad?

— ¿Qui... quién eres? —gimió Kyungsoo, aún ciego por la mano del desconocido.

— Aquel que te va a matar —Kai sonrió antes de hundir sus colmillos en el cuello de
Kyungsoo, cuyo grito de dolor quedó amortiguado por la mano de Kai que antes le cubría
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los ojos. Kai introdujo sus dedos dentro de la boca de Kyungsoo y le impidió producir
cualquier sonido más allá de puros gemidos.

Del cuello blanco de Kyungsoo brotaba sangre, que Kai trataba de chupar y lamer, sin
dejar escapar ni una sola gota. Kai retiró los dedos de la boca de Kyungsoo cuando notó
las lágrimas del muchacho en contacto con su piel. El asesino se contuvo y decidió no
matar allí mismo a su víctima.

Cuando perdió el conocimiento, Kai lo cogió, agarrándolo por el cuello para poder verle la
cara. Era verdaderamente adorable, pensó el asesino, mientras observaba las delicadas
facciones de la cara de su víctima. No podía esperar para devorarlo de todas las formas
posibles.

Kai cogió en brazos el cuerpo desfallecido, apretando contra la palma de su mano las dos
aberturas que había en el cuello de Kyungsoo, de donde incluso manaba un poco de
sangre. Agarró una de las asas de la mochila de su víctima y la recogió del suelo,
sosteniéndola débilmente, tratando de mantener a su presa lo más cerca posible de su
cuerpo.

Kai sonrió y caminó en dirección a su casa, estrechando posesivamente su comida entre


sus brazos.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Cuando Kyungsoo abrió los ojos, todo estaba muy oscuro.

Primero dudó que estuviese vivo, pero después de parpadear un par de veces empezó a
acostumbrarse a la oscuridad y pudo percibir que estaba en una habitación desconocida.
Se llevó la mano al cuello dolorido, y sintió el tacto de algo que parecía ser una tirita. Se
pasó los dedos suavemente por el lugar y se dio cuenta de que tenía vendas envolviéndole
el cuello, como si fuese un collarín.

El menor gimió de dolor cuando hizo un gran esfuerzo para sentarse en la cama blanda en
la que había estado acostado. Seguía parpadeando a menudo, tratando de identificar
dónde se encontraba. ¿Era la casa de algún conocido? ¿Era un hospital?
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— Buenos días —una voz sonó a poca distancia de él, y sus ojos se abrieron mucho para
mirar a la figura desconocida, que casi se fusionaba con la oscuridad debido a las sombras
que llenaban todo el espacio—. Puedes encender la lamparita, si quieres.

Kyungsoo entrecerró los ojos, tratando de identificar dónde estaba la lámpara, y cuando la
encontró sobre una mesita junto a la cama, la encendió. La luz quemó sus ojos y soltó un
quejido antes de desviar la mirada. Ahora ya podía reconocer que efectivamente estaba
en un cuarto. La ventana permanecía sellada con telas oscuras, y en el suelo había algunas
marcas que parecían de sangre seca.

— Tú eres el tipo de antes... —dijo Kyungsoo en voz baja cuando se dio cuenta de que el
mismo chico que lo había atacado previamente estaba sentado frente a la cama,
mirándolo con una sonrisa.

Ya no llevaba puesto el abrigo, sino una camiseta blanca que dejaba ver sus fuertes
brazos. Kyungsoo percibió algo que debían de ser tatuajes en ambas muñecas del hombre.
Parecían cadenas.

— Sí, soy yo —dijo Kai pausadamente, como si estuviese hablando con un niño. Kyungsoo
apartó la mirada de las muñecas del desconocido y sus miradas se encontraron.

— Tú... Tú me mordiste —dijo Kyungsoo en un susurro mientras forzaba los ojos,


intentando recordar lo que había ocurrido justo antes de desmayarse.

— Sí, te mordí — Kai sonreía, dejando visibles sus caninos protuberantes. Aún trataba al
menor como si tuviese algún retraso mental.

— Y... ¡me chupaste la sangre! —Kyungsoo casi gritó, apuntando a Kai de forma acusatoria
cuando recordó lo que había ocurrido.

— Sí, te la chupé —Kai se rió al ver cómo actuaba su víctima; era realmente adorable.
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— ¿Por qué lo hiciste? —Kyungsoo colocó ambas manos en su cuello, como si lo estuviese
protegiendo—. ¿Eres un vampiro?

Kyungsoo no creía en vampiros, fantasmas, hombres-lobo o cualquier otra cosa


sobrenatural, pero no estaba de más preguntar, sólo para asegurarse.

— ¿Vampiro? —Kai alzó ambas cejas—. No. Me alimento de sangre, pero no soy un
vampiro.

Kyungsoo suspiró aliviado. Pero al reflexionar sobre sus palabras, se dio cuenta de que no
debería sentirse aliviado.

— ¿Qué eres, entonces? —preguntó Kyungsoo confundido, mirando al chico que lo había
atacado, aunque le seguía pareciendo extremadamente atrayente.

— Es difícil de explicar —Kai se pasó una mano por entre su cabello negro de forma
casual, mientras se humedecía los labios con la lengua.

Para Kai aquel gesto era meramente casual, pero Kyungsoo sintió una palpitación en su
zona íntima y los pensamientos que pasaron como un relámpago por su mente lo
asustaron. Él y el chico, desnudos, con Kyungsoo entre las piernas del desconocido,
gimiendo.

— ¡No! —gritó Kyungsoo; Kai se asustó y dio un pequeño respingo en la silla. El menor
permanecía con los ojos cerrados y cuando los abrió vio que el desconocido seguía
vestido, y que había imaginado una escena de sexo ente ambos. Kyungsoo sintió que sus
mejillas ardían.

— ¿Qué pasa? —preguntó Kai, al ver que su víctima parecía estar luchando dentro de su
propia cabeza. Kyungsoo suspiró.

— No es difícil explicar lo que eres —dijo Kyungsoo por fin, y Kai sonrió, ya que le parecía
interesante pensar en la teoría que su víctima expondría a continuación—. Estás loco. Eres
un loco homicida que probablemente huyó del hospital psiquiátrico.
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— ¿Loco? —el joven que había atacado a Kyungsoo parecía sorprendido, pero enseguida
soltó una risa débil, ya que encontraba aquello muy divertido—. Me han llamado muchas
cosas, pero nunca me habían dicho loco.

Kyungsoo rió con cinismo. Era él quien debía de estar loco para estar conversando con un
tipo que lo había atacado y que, además, lo había secuestrado.

— ¿Qué suelen llamarte? —preguntó Kyungsoo con sarcasmo.

Kai sonrió y se levantó de la silla, aproximándose a la cama. Kyungsoo, al notar el


movimiento del otro, se echó hacia atrás con dificultad, hasta que su espalda tocó la
cabecera de la cama. El más alto apoyó sus rodillas en el colchón y se aproximó a gatas,
lentamente, hasta donde estaba él. Una sonrisa obscena se dibujaba en sus labios,
mientras el rostro de Kyungsoo adoptaba un color carmesí.

Desesperado, el más bajo levantó el pie para evitar que el otro prosiguiese en su avance,
pero eso sólo sirvió para que Kai se echase a reír; capturó el pie de Kyungsoo con una
mano y depositó un beso en él. Asqueado, Kyungsoo retiró el pie rápidamente, pero Kai lo
atrapó. El enfermero tenía las piernas dobladas frente a su tronco, pero Kai se las separó
con fuerza e invadió su espacio personal, juntando sus cuerpos.

Kyungsoo respiraba con dificultad y miraba al frente con los ojos muy abiertos, evitando
intercambiar miradas con el hombre al que él consideraba un loco. Kai inclinó su cuerpo
hasta que sus labios encontraron el rostro de Kyungsoo, quien no se mostró demasiado
reacio al contacto.

— ¿Quieres saber cómo me llaman? —preguntó retóricamente a Kyungsoo, dándole


pequeños besos en las mejillas—. Principalmente, asesino.

Kyungsoo alzó la cabeza hacia Kai y sus ojos se encontraron. El más alto aproximó su
rostro al de Kyungsoo hasta que casi no hubo distancia entre ellos.

— Pero tú me puedes llamar Kai —susurró el más alto contra sus labios, antes de
atacarlos.
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Kai besó sus labios con urgencia, pasando la lengua entre ellos y mordiéndoselos
suavemente en un intento de que Kyungsoo le permitiese el paso. Éste soltó un suspiro y
esa fue la señal para que Kai profundizase el beso, introduciendo su lengua rápidamente
entre los labios de Kyungsoo. El asesino sostenía la cara de su víctima con ambas manos,
sin darle la oportunidad de escapar.

Y aunque estaban abusando de él, Kyungsoo no podía decir que el beso le repugnase.
Apenas había tenido una relación en toda su vida y sentía la necesidad de ser besado. El
menor comenzó a corresponder el beso, enroscando su lengua con la de Kai, chupando
sus labios y emitiendo leves gemidos contra la piel del mayor.

Los sonidos provocados por el beso estaban empezando a sonar demasiado eróticos y
Kyungsoo comenzó a sentir molestias en su zona íntima. No podía creerlo: estaba
excitado. Kai sonrió victorioso cuando separó sus labios de los de Kyungsoo, quien
mantuvo los ojos cerrados unos segundos más antes de abrirlos y encarar a quien acaba
de besar.

Kai no se pudo resistir a la cara sonrojada y los labios hinchados y húmedos de su víctima,
y se acercó a Kyungsoo, sellando sus labios una vez más, solo por el placer de chupar y
luego morder el labio inferior del menor.

— ¿Por qué haces esto? —preguntó Kyungsoo antes de chupar su propio labio inferior,
notando el sabor del otro una vez más.

— Porque me gusta jugar con la comida —respondió Kai con una media sonrisa.

— Ah, ¿me vas a comer? —preguntó Kyungsoo, alzando una ceja y echándose a reír a
continuación. Pero Kai no se rió con él.

— Sí —Kai volvió a aproximarse a él, abrazándolo y pasando su lengua suavemente sobre


la piel caliente de la mejilla del menor. A Kai le encantaba la piel de Kyungsoo, caliente y
suave en comparación con la suya, helada y áspera—. Te voy a comer de todas las formas
posibles.
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Kyungsoo ya no se reía y todos sus músculos estaban tensos debido a los toques de Kai.
Estaba en manos de un verdadero chiflado.

— ¿Tu nombre es Kai? ¿O es sólo un apodo? —preguntó al final.

— Es el nombre que adopté hace mucho, mucho tiempo. Acabé olvidándome de mi


verdadero nombre con el paso de los años... —Kyungsoo se estremeció al sentir el roce de
las puntas de los dedos de Kai sobre las vendas de su cuello. — ¿Y tú?

Kyungsoo desvió la mirada y no respondió. Kai llevó sus labios hasta la oreja del menor,
atacando el lóbulo de la misma con chupetones. El enfermero le pidió entre jadeos que
parase, pero sus peticiones no hicieron más que despertar el lado perverso de Kai, quien
deslizó la mano por su tronco hasta alcanzar el miembro de Kyungsoo, y lo apretó
levemente.

— ¡Kyungsoo! —el menor gritó su nombre para que el otro dejase de hacer lo que estaba
haciendo. Pero antes de que Kai retirase la mano del miembro del menor, se aseguró de
deslizar los dedos por su erección unas cuantas veces, arrancándole un gemido.

— ¿Ves como no era tan difícil? —preguntó Kai con una sonrisa en los labios, alejándose
de Kyungsoo y bajando de la cama. El menor se encogió de piernas una vez más,
intentando esconder su evidente erección. No era que Kai no supiese ya que lo había
excitado, pero Kyungsoo pensó que debía conservar el poco orgullo que le quedaba.

De todos modos, ¿qué estaba sucediendo? ¿Qué tenía Kyungsoo en la cabeza? ¿Tenía
Síndrome de Estocolmo o algo parecido? El menor se cubrió la cara con las manos cuando
Kai salió de la habitación, cerrando la puerta. Estaba tan cansado y tenía tanta hambre...

¿Qué más quería de él? ¿El pago de un rescate? Porque si era eso, debería saber que no
iba a ganar nada. Y esa historia de que lo iba a matar ya estaba empezando a perder la
gracia. ¿Acaso se trataba de una broma de algún compañero de trabajo?

Kyungsoo no dudaba de esa posibilidad.


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— Eres un prostituto que mis compañeros han contratado para follarme, para poder
burlarse de mí en el hospital, ¿no? —preguntó Kyungsoo en cuanto Kai regresó con una
botella de agua y un plato con un bocadillo en la mano. El shock de la pregunta hizo que a
Kai se le cayese lo que llevaba en la mano.

Kai prácticamente lanzó la comida sobre Kyungsoo para sentarse en la silla que había
frente a la cama, riéndose. ¿De dónde había quitado su presa esa idea tan ridícula?

— ¿De qué te ríes? Estoy hablando en serio —dijo Kyungsoo, irritado, formando un
puchero involuntario con los labios.

— Come. Seguro que tienes hambre.

— No. Seguro que está envenenado — Kyungsoo empujó el plato con el bocadillo lejos de
él.

— ¿Por qué iba a envenenar mi comida? —preguntó Kai alzando una ceja.

— ¿Cómo que tu comida? Pensé que lo habías traído para que me lo comiese yo, no t... —
Kyungsoo no logró terminar su frase, ya que Kai lo interrumpió.

— No estoy hablando del bocadillo. Estoy hablando de ti, Kyungsoo. No tengo por qué
envenenarte si tú serás mi comida más tarde.

Las miradas de ambos estaban fijas en el otro y ninguno sonreía. Kyungsoo comenzó a
creer que Kai no estaba bromeando cuando hablaba de matarlo.

— Si me vas a matar de todas formas, ¿por qué te molestas en alimentarme? —preguntó,


serio.

— Porque si estás muy flaco, morirás pronto; y odio cuando la diversión se acaba rápido.
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Kyungsoo desvió la mirada y se puso a comer el bocadillo, dándole grandes bocados. Abrió
la botella de agua y bebió el líquido con ganas, pues su garganta estaba tan seca que hasta
el simple hecho de hablar le producía dolor.

— ¿No vas a gritar, llorar, tratar de huir o suplicar por tu vida? —preguntó Kai de pronto,
levantándose de la silla y volviendo a caminar a gatas sobre la cama, deteniéndose de
rodillas a unos centímetros de Kyungsoo.

— ¿Conseguiría algo con eso? —preguntó Kyungsoo dejando la botella y el plato vacío en
el suelo.

— No. No conseguirías nada —respondió Kai con sinceridad.

— ¿Entonces para qué quiero intentar huir?

— Es que es divertido perseguir a mis presas... —respondió Kai, haciendo pucheros y


mirando hacia arriba, como si estuviese recordando algún hecho del pasado.

Kyungsoo se echó a reír y Kai comenzó a pensar de verdad que había capturado a un
loco fugado del manicomio. Durante toda su existencia, Kai había matado y se había
alimentado de innumerables personas y todas, todas, habían implorado por sus vidas.
Mirando los ojos del menor, Kai notaba que no le tenía miedo. Y eso no le estaba
gustando nada.

— Al menos deberías temerme... —Kai hizo un puchero más grande con los labios,
infantilmente.

— Por el momento creo que eres un lunático que secuestra gente a medianoche,
abusa de ella y dice que la va a matar porque, como he dicho antes, está completamente
loco. Dime quién eres y cuál es tu historia y entonces te diré si te temo o no —dijo
Kyungsoo con sinceridad; Kai esbozó una sonrisa maliciosa.

— Muy bien. Sólo si me prometes que después me hablarás de ti, Kyungsoo —dijo Kai,
levantando el brazo y tocando levemente el cuello de su presa, aún envuelto en vendas.
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— Hecho.

Kyungsoo se encogió y Kai dejó de tocarlo. Ahora estaba intrigado consigo mismo. ¿Por
qué motivo quería conocer mejor a su víctima? Debería estar encima de Kyungsoo ahora,
follándoselo y absobiéndole la vida lentamente a través de las venas, y no hablando con
él. ¿Acaso estaba perdiendo la cordura?

— Muy bien —comenzó a decir, tratando de ignorar sus instintos de arrancarle la ropa
a Kyungsoo y comérselo vivo—. Comencemos por el hecho de que no soy un vampiro. Soy
un condenado...

Kai, por un momento, sintió que era él quien se estaba volviendo loco. Kyungsoo era la
primer víctima a la que le hablaba de su pasado, tan lejano que el moreno no conseguía
recordar detalles o nombres, ni siquiera el suyo propio. ¿Por qué estaba cediendo ante su
presa y dándole la información que pedía?

Porque Kai ya había probado un poco el sabor de Kyungsoo. Y él era adorable.

Adorablemente delicioso.
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Capítulo Dos – El condenado

Mi vida humana comenzó en la primera mitad del siglo XIV. Todavía era un niño cuando
mis padres y yo huimos de Corea y nos instalamos en Italia ilegalmente, para escapar de
unos mercenarios que acosaban a mi padre. En la Edad Media, los orientales y los
occidentales no se mezclaban; nosotros nos escondíamos en una cabaña cercana a un
bosque que mis padres habían comprado a un campesino bondadoso, que no nos
denunció al llegar a Italia escondidos en un barco que llevaba esclavos al país.

Solo hablábamos en coreano, nuestra lengua materna, y no teníamos contacto alguno con
el mundo exterior. Teníamos nuestra propia huerta en la parte de atrás de la cabaña y un
pozo improvisado, de donde extraíamos agua para beber y preparar la comida. Durante
cinco años, mi familia vivió en paz.

Una noche, el campesino que nos había vendido la cabaña apareció montado a caballo,
jadeante y aterrorizado, y nos alertó para que huyésemos lo antes posible porque las
autoridades estaban rastreando los locales cercanos en busca de brujas o fugitivos. Si nos
encontrasen, nos matarían allí mismo. Mis padres tardaron un poco en entender lo que el
campesino quería decirnos, ya que la barrera idiomática era enorme; el coreano y el
italiano eran muy diferentes.

Mis padres me entregaron provisiones envueltas en unas telas para el viaje que yo, un
niño de apenas trece años, tendría que hacer solo. No recuerdo su rostro, pero creo que
mi madre estaba llorando cuando me empujó hacia el interior del bosque, obligándome a
huir. Insistí todo lo que pude, intentando convencerlos de que viniesen conmigo, pero no
había tiempo: las autoridades se estaban acercando...

No pude despedirme de ellos antes de escuchar el galope de los caballos a lo lejos.


Empecé a correr por el bosque, creo que con los ojos bañados en lágrimas y el corazón
latiendo desbocado dentro de mi pecho.

Debía de llevar por lo menos un día huyendo cuando no pude soportar más el cansancio y
me senté al pie de un árbol, antes de perder la consciencia.
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Cuando me desperté, sentí calor. Al abrir los ojos vi que estaba acostado en una cama
improvisada en el suelo dentro de una habitación, y que una mujer de cabello muy largo y
pelirrojo estaba junto a mí, mirándome. Me habló en italiano, pero no la entendí. Traté de
explicarle en coreano que mis padres necesitaban ayuda, y la mujer me entregó un trozo
de papel artesanal y tinta para que pudiese dibujarle lo que intentaba decirle.

Aquella desconocida me explicó a través de gestos y expresiones que si los guardias reales
habían llegado junto a mis padres, ya no había nada más que hacer, y aunque la entendí,
no podía creerlo.

Lloré durante un día entero, sintiéndome solo y abandonado.

La mujer adulta se presentó (aunque ya he olvidado su nombre con el paso de los siglos) y
me explicó con dificultad que si seguía vagando solo por el bosque, me encontrarían y
acabaría muerto; que sería mejor que me quedase con ella. Después de resistirme mucho,
acepté.

Recuerdo vagamente haberle dicho mi nombre, pero no consigo recordar cuál era...

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

— Aquella mujer era lo que hoy denominan wicca. Pero no sólo era una wicca, también
era una bruja —le explicó a Kyungsoo, que escuchaba la historia con los ojos muy abiertos.

— Espera. ¿Me estás diciendo que tienes...? —Kyungsoo contó con los dedos, y Kai sonrió
al ver su gesto infantil— ¿...siete siglos de edad? ¿Casi setecientos años? Eso es ridículo.

— Podría contarte todo lo que sucedió en cada siglo, si mi memoria me ayudase; pero
sabes que no tienes por qué creerme si no quieres. Sólo te estoy contando lo que me
pediste... ¿Quieres que pare?

Kyungsoo se arrepintió de haberle dicho que dudaba de su historia. Quería escuchar más.
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— Continúa —le pidió, mirándolo a los ojos.

Kai sonrió.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Viví con la wicca y aprendí a hablar italiano con el paso del tiempo. Acabé acercándome a
todas las mujeres del pequeño poblado y cada vez me interesaba más por el mundo
místico. Participaba en todos los rituales con ellas y, ¿sabes?, principalmente me gustaban
los ritos de curación, para ayudar a algunos campesinos enfermos que no disponían de
dinero para ir al médico. Solían venir en busca de las Brujas Blancas (el nombre que los
propios miembros dieron al grupo) pidiendo socorro.

Al cumplir los veinte años ya había tenido relaciones con casi todas las mujeres de mi
grupo. Sobre todo con una chica rubia de mi edad, cuyo nombre no recuerdo, y que no era
buena como las demás. Ella prefería realizar rituales de magia negra a escondidas de las
veteranas del grupo; siempre invocaba a los muertos o adoraba a sus dioses paganos del
sexo, de la fertilidad, del placer y del dolor.

Yo era joven y estúpido, y me gustaba unirme a ella y a su pequeño grupo en todos los
rituales, pues me parecía divertido que fueran incapaces de dejarme en paz durante los
mismos. Sodomía, ingestión de sangre y tortura eran algunas de las prácticas comunes en
esos rituales que las Brujas de la Noche, como se autodenominaban, fomentaban.

Seguí relacionándome con ellas y me alejé de las Brujas Blancas durante algunos meses,
hasta que me encontré con... ella. Me gustaría recordar sus nombre más que ninguna otra
cosa, pero me resulta imposible. El nombre de aquella chica, unos cuantos años mayor
que yo y de cabello corto y negro, se perdió en el tiempo, entre los siglos que pasé en
soledad.

La chica de la que me había enamorado era un miembro nuevo del poblado wicca y me
pidió que volviese en mí y me alejase de aquellas que sólo buscaban hacer el mal a los
demás, y el placer para sí mismas. La amaba tanto que, aunque ella sólo me veía como un
amigo, hice lo que me pidió y volví junto a las Brujas Blancas.
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Lo que yo no me esperaba era que quemarían viva a mi amada en plena plaza pública,
frente a mí. Había llegado demasiado tarde y no logré salvarla. Sabía que se había
declarado abierta la caza de brujas con el inicio de la peste negra, pero cuando supe que
ella había sido capturada, llegué a la ciudad demasiado tarde, sólo a tiempo de verla ya
muerta, todavía ardiendo en la hoguera.

Llevaba una capucha para cubrir mi rostro y ocultar mi origen oriental, todavía mal visto
en Europa en aquella época, pero conseguí identificar el collar artesanal wicca que yo le
había regalado en su cuello, ya carbonizado.

La ira se apoderó de mi corazón y, estúpido de mí, pedí a las Brujas de la Noche que me
aceptasen de nuevo y me ayudasen a vengarme del pueblo. Volví a participar en rituales
cada vez más peligrosos e hice cosas de las que aún hoy me arrepiento... Y, aunque hacía
todo lo que las Brujas me pedían, no sentía ningún cambio dentro de mí. No desarrollaba
poder alguno y parecía que las mujeres se habían olvidado del motivo por el que estaba
con ellas.

No era por placer, sino por venganza.

Cuando la Santa Inquisición llegó a la zona más profunda del bosque, donde se asentaba
nuestro pueblo, me vi obligado a huir. Yo y la chica rubia, la líder del grupo de las Brujas
de la Noche, huimos juntos, corriendo entre los árboles y escondiéndonos como
podíamos. Llevábamos ya unas horas escondidos, pero todavía oíamos las pisadas de los
caballos de gran porte que montaban los guardias. Si mi memoria no me falla, fue en ese
momento cuando la chica me susurró al oído lo feliz que estaba por que estuviéramos
juntos, sin ser obstaculizados por la idiota (esas fueron sus palabras) de pelo corto, que
había muerto quemada en la hoguera hacía casi un año.

Todavía no sé cómo, pero en aquel momento entendí por qué habían encontrado a mi
amada; sólo a ella. La chica rubia había traicionado a la comunidad wicca y había
denunciado a una de mis hermanas de religión. La rabia se adueñó de mi cuerpo, apreté
mis manos alrededor de su cuello y comencé a estrangularla. Cuando se desmayó por la
falta de aire, tiré su cuerpo inerte en un lugar en que los inquisidores la encontrarían y huí
por uno de los muchos pasajes que los wiccas tenían a través del bosque hasta llegar a la
ciudad.
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Allí vi a la traidora ardiendo en la hoguera, exactamente igual que la mujer a la que un día
amé. Pero esta vez había llegado en el inicio del proceso de carbonización, así que logré
observar su rostro lleno de ira, cómo movía los labios a gran velocidad antes de empezar a
gritar por el insoportable dolor.

Yo no sabía que a partir de entonces estaría maldito. Sólo pasaron unos días cuando
empecé a perder el apetito por la comida y nada me satisfacía. El viento parecía rozarme,
pero sin tocarme; el agua no parecía mojarme como debería; ni el fuego quemaba mi piel.
El hambre por alimentos de verdad comenzó a dejar paso a una sed incontrolable por
sangre fresca y mis caninos parecían más puntiagudos.

Podía comer todo lo que quería, pero después acababa vomitando toda la comida, como
si mi estómago rechazase los alimentos de verdad. Mis papilas gustativas todavía
recordaban el sabor de la sangre ingerida en los rituales oscuros y mi cerebro pedía a
gritos ese líquido rojo y viscoso.

No había forma de resistirse al hambre.

Después de más de diez años tratando de deshacerme de la maldición con la ayuda de


unas brujas conocidas, me di por vencido. Ya me alimentaba de sangre de animales, pero
aquello tampoco parecía suficiente. Después de un tiempo, experimenté por primera vez
lo que era beber sangre directamente de las venas de un humano.

Y nunca más paré.

Todavía podía caminar bajo el sol, pero me molestaba muchísimo la claridad. Prefería salir
de caza por la noche y escogía siempre a aquellas personas que habían estado en medio
de la multitud el día que quemaron viva a mi amada en la hoguera, por bruja. Recordaba
los rostros de cada persona que había gritado ofensas a su cuerpo ya calcinado y las cacé
una a una, alimentándome de su sucia sangre.

Los años fueron pasando y yo no vivía, pero tampoco lograba morir. Después de muchos
años huí de Italia y pasé por varios países a través de los siglos, alimentándome de
inocentes y de otros que no lo eran tanto, esperando el día en que finalmente pudiera
morir.
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Soy un condenado. Me detuve en el tiempo con 22 años para siempre, viendo morir a
todos a mi alrededor.

Sin sentir emoción alguna.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

— Y por eso tengo esto... —Kai terminó su relato mostrándole las muñecas a Kyungsoo,
donde se observaban unas cadenas negras que parecían tatuajes—. Aparecieron al día
siguiente de la muerte de la traidora. Por eso sé que ella me maldijo. Estoy condenado a
pasar la eternidad entre la vida y la muerte, sin poder vivir plenamente, pero sin poder
morir tampoco. Y créeme, ya lo he intentado.

Kyungsoo tragó en seco y Kai prosiguió.

— Ya me apuñalé en todos los lugares posibles, traté de ahogarme, me tiré desde lo alto
de edificios y montañas, disparé contra mi propia cabeza con una pistola... No conseguía
nada. Siempre hay algo que se interpone en el camino: los moretones curan muy rápido o
la «suerte» me ayuda y nada funciona en el momento del intento de suicidio.

Un silencio incómodo invadió la habitación y el menor se mordió los labios con fuerza. Se
preguntaba qué era aquella sensación que sentía dentro de su pecho.

— ¿Y no hay forma de poner fin a esa maldición? —Kyungsoo sentía que algo oprimía su
corazón. Si lo que Kai quería era que sintiese miedo de él, había cometido un grave error
contándole su historia. Todo lo que conseguía sentir era lástima.

— Creo que no. Ya lo he intentado todo, en serio. ¡Incluso me confesé con un cura! —dijo
sonriendo tristemente.

— ¿Y no has estado con nadie en todo este tiempo?


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— He tenido relaciones con algunas personas en estos siglos, pero siempre acababa
alimentándome de ellas al cabo de unos días. El hambre siempre gana al final —Kai bajó la
cabeza. Kyungsoo sintió las lágrimas brotando en sus ojos y se pasó enseguida la manga
de la camisa que llevaba.

No quería, pero cada vez que su mirada se encontraba con los ojos tristes de Kai, creía en
su historia.

Él entendía la soledad de Kai.

— Kai... yo me puedo quedar contigo —dijo Kyungsoo débilmente; Kai levantó la cabeza
con rapidez y lo miró—. Hasta que, ya sabes, sientas hambre. No me importa, en serio.

— ¿De qué hablas? No es exactamente lo que alguien que está a punto de morir diría —
Kai no entendía al chico que tenía frente a él. ¿Era retrasado mental o qué?

— Te sientes solo... —susurró Kyungsoo, rozando el rostro de Kai con las yemas de los
dedos.

"Te sientes solo, ¿verdad, Jongin?"

El recuerdo olvidado invadió la mente de Kai con estruendo. De pronto se vio sentado en
un claro, con la chica de pelo corto y negro acariciándole el rostro.

“No dejaré que te quedes solo, Jongin. Te lo prometo...”

Jongin... ¿Era ése su nombre cuando todavía era humano?

Jongin...

— ¿Qué pasa? —preguntó Kyungsoo cuando Kai se apartó de repente de su contacto, con
la cabeza gacha.
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Kai levantó la cabeza y miró a Kyungsoo, haciendo que sus ojos se encontrasen. El
recuerdo ya se había acabado, pero la mente de Kai seguía repitiendo las palabras que
había olvidado hacía mucho tiempo, dichas por la mujer que un día amó.

Cuando aún era capaz de amar.

— ¿Por qué te comportas así conmigo, Kyungsoo? Deberías tenerme miedo. Soy aterrador
—el menor no entendió las palabras de Kai, y cuando éste se aproximó a su rostro y miró
en lo más profundo de sus ojos, sintió que su corazón dejaba de latir. Kyungsoo estaba
encantado por la figura triste y solitaria que tenía frente a él.

— Yo también me siento solo, Kai —dijo el menor, sintiendo que sus ojos se empañaban
de lágrimas—. No tengo nada que me una a este mundo. Mis padres me odian, no tengo
amigos, mi trabajo no es reconocido... Estaba desesperado por que ocurriera algo,
cualquier cosa, que me alejase de esta soledad. Kai, creo que tú eres lo que pedía con
tanta desesperación.

Kyungsoo sorbió débilmente cuando algunas lágrimas se escaparon de sus ojos. Bajó la
cabeza, pero el más alto lo obligó a mirarlo, sujetándole el mentón. Kai no dijo ni una
palabra antes de aproximar su rostro más y más al de Kyungsoo, hasta que casi no existió
espacio alguno entre ambos.

Sus labios se rozaron y Kyungsoo fue quien tomó la iniciativa de profundizar el contacto.
Introdujo levemente su lengua en la boca del más alto, pasando las manos alrededor de su
cuello, atrayéndolo hacia él para tenerlo más cerca.

Kyungsoo estaba loco. Estaba deseando a quien, en breve, se convertiría en su asesino.

Kai siguió el ritmo de Kyungsoo, envolviendo con su lengua la del menor y tirando de él
para aproximarlo más a su cuerpo. El beso era tranquilo, bañado por sentimientos y
emociones muy distintas, pero al mismo tiempo muy iguales. Kyungsoo debería estar
tratando de huir para salvar su vida, mientras que Kai se debería estar alimentando,
perforando la piel de su víctima y matándolo poco a poco.
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Ambos estaban yendo en contra de su propia naturaleza, mientras intercambiaban


caricias en medio de un beso que provocaba chasquidos de lo húmedo que era.

Fue Kyungsoo quien separó los labios después de unos minutos de leves caricias.

— Kai... —comenzó Kyungsoo con un gemido.

— ¿Sí? —el mayor miró serio a Kyungsoo, mientras rozaba sus gruesos labios con la punta
de los dedos, eliminando cualquier rastro de saliva que pudiese haber quedado.

— Kai... —repitió Kyungsoo, haciendo un mohín con los labios—. Entendí tu historia.
Amabas a una wicca buena, pero existía otra malvada que se obsesionó contigo y que, de
una forma u otra, acabó matando a la mujer que amabas. Entonces tú fuiste el
responsable de la muerte de la bruja maligna y, antes de morir, te maldijo y te condenó a
vivir eternamente, solo y con sed de sangre.

— Sí... —dijo Kai, alzando una ceja—. Pero al decirlo así parece que no estás hablando en
serio.

— ¡No, espera! ¡Estoy hablando en serio! —exclamó Kyungsoo, exasperado—. Creo en ti,
pero... No entendí una cosa de tu historia...

— Dime —dijo Kai mientras llevaba sus manos hasta el cuello del menor, retirando con
calma las vendas que ocultaban su piel.

— Dijiste que en los rituales para los dioses paganos, mmmm, que practicabais... —
Kyungsoo se mordió el labio inferior, tratando de recordar la palabra.

— ¿Sodomía? —preguntó Kai, con una sonrisa en los labios y retirando la tirita del cuello
de Kyungsoo; dos minúsculos agujeros que comenzaban a cicatrizar quedaron expuestos.

— ¡Sí, eso! ¿Qué es la sodomía? —Kai acarició el cuello de Kyungsoo y el menor se


estremeció.
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— Es difícil de explicar... —mintió Kai con una sonrisa maliciosa en los labios—. Déjame
que te lo demuestre.

Y, antes de que Kyungsoo pudiera decir nada, Kai atacó sus labios con urgencia,
presionándolo contra la cabecera de la cama y quitándole la camisa con tanta rapidez que
el menor ni siquiera se dio cuenta hasta que el Kai arañó su pecho y jugueteó con sus
pezones.

Kai haría que Kyungsoo se arrepintiese de haberle preguntado qué era la sodomía.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo no sabía cómo, pero de pronto se encontraba acostado, completamente


desnudo, encima de la cama con sus muñecas firmemente atadas sobre su pecho. Kai, aún
vestido, estaba a cuatro patas sobre él, pasando las uñas por su pecho mientras paseaba
la lengua por toda la extensión de su cuello.
El menor gemía y jadeaba, sintiendo su miembro cada vez más duro con cada nuevo
ataque de Kai para torturarlo. El mayor dejó el cuello de Kyungsoo y lo miró a los ojos,
sosteniendo su barbilla con una mano.

— Saca la lengua —le ordenó.

— ¿Por qué? —preguntó Kyungsoo con un gemido, sintiendo las uñas de Kai clavándose
en su cintura.

— Haz lo que te ordeno —dijo Kai con seriedad, aumentando la presión sobre la barbilla
del menor.

Kyungsoo obedeció y sacó la lengua, curvada, fuera de su boca. Kai se acercó y sacó
su propia lengua fuera de la cavidad bucal, haciendo que ambas se tocasen ligeramente.
Era extraño, porque el aire frío de la habitación causaba una sensación incómoda en la
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lengua de Kyungsoo; pero, al mismo tiempo, cuando la lengua caliente y húmeda de Kai lo
tocó, gimió de placer.
Las lenguas se tocaron poco a poco y Kyungsoo gimió en voz alta cuando Kai empezó a
chuparle y a morderle la lengua y los labios ligeramente, provocando escalofríos en todo
su cuerpo. Cuando se separaron, Kyungsoo iba a preguntarle al mayor qué pensaba que
estaba habiendo, pero la lengua insistente y perversa de Kai se lo impidió, invadiendo
nuevamente su boca y llevándolo a la locura una vez más.
Kai bajó una de sus manos hasta el miembro del menor y comenzó a tocarlo de forma
cariñosa. Kyungsoo se separó de él, jadeando, sintiendo su miembro palpitante dentro del
puño cerrado de Kai. El más alto hacía movimientos lentos de vaivén por toda la extensión
del menor, y Kyungsoo se vio obligado a morderse sus propios labios para tratar de
contener sus gemidos.

— ¿No fuiste tú quien pidió saber qué era la sodomía? —preguntó Kai con falsa inocencia
antes de besar la clavícula de Kyungsoo y depositar besos por todo su torso a medida que
iba descendiendo. El más alto mordisqueaba la piel del menor y la lamía enseguida, como
pidiéndole disculpas por las marcas enrojecidas que dejaba en su pálida piel.

Cuando Kai alcanzó el miembro completamente erecto de Kyungsoo, dejó que un hilo
de saliva corriese por encima de él antes de envolverlo por completo entre sus labios. El
menor, aún con las manos atadas, cerró los puños con fuerza, sintiendo que las uñas se le
clavaban en la piel de las palmas de las manos mientras arqueaba la espalda ligeramente
sobre la cama.
La sensación era demasiado placentera.
Kai cambió sus labios por la mano y comenzó a masajear el miembro de Kyungsoo. El
menor ya no podía contener los gemidos que, a pesar de ser poco intensos, le producían
una gran vergüenza por estar comportándose así frente a alguien que conocía desde hacía
tan poco. Kai besaba la parte interna de los muslos de Kyungsoo, dando pequeños
mordiscos durante el proceso, al mismo tiempo que lo masturbaba.

— Kai... ¡Ah! —Kyungsoo gimió en voz alta, tratando de alcanzar a Kai con las manos
atadas, moviendo los dedos con desesperación, de una forma que incluso daba pena.

— ¿Sí, Kyungsoo? —preguntó Kai, sonriendo con cinismo.


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— Cre... creo que ya entendí lo que es la so... sodomía —dijo, respirando con dificultad
mientras Kai se arrodillaba sobre él.

— Ah, ¿sí? —preguntó Kai con sarcasmo mientras se despojaba, por fin, de su propia
camisa y la tiraba a una esquina de la habitación. Kyungsoo suspiró al confirmar la belleza
del cuerpo del moreno, que él ya había imaginado en secreto, en sus pensamientos—.
Pues yo creo que no.

La piel de Kai, comparada con la de Kyungsoo, era mucho más bronceada y fría; eso hacía
que cuando se besaban, el contacto de ambos cuerpos provocase una sensación que
estaba llevando a Kyungsoo al borde de la locura. El cuerpo de Kai rozaba el suyo mientras
su lengua lo invadía y sus dientes marcaban su piel con malicia.
El menor gemía en voz baja de excitación. Kyungsoo tenía las manos atadas a la altura de
la cadera de Kai y comenzó a forcejear hasta que sus dedos alcanzaron el dobladillo de los
pantalones vaqueros que el mayor todavía vestía, tratando desesperadamente de
bajárselos.
Kai separó sus labios de los de Kyungsoo y sonrió maliciosamente.

— ¿Has decidido cooperar, entonces? —preguntó, pegándole un mordisco a Kyungsoo en


la barbilla, sin esperar una respuesta.

Kai se apartó de él y obtuvo a cambio un gemido de desaprobación. Se levantó de la


cama y se dirigió a un armario grande que había en una de las esquinas de la habitación.
Abrió la puerta corredera y extrajo de dentro del mueble un objeto de color oscuro, que
Kyungsoo no consiguió identificar, y a continuación miró al menor.
Antes de volver a la cama, Kai miró con malicia a Kyungsoo y se quitó los pantalones, junto
con la ropa interior. Kai estaba ahora desnudo, frente a un Kyungsoo muy, muy colorado.
El menor desvió la mirada y cerró las piernas, tratando de ocultar su sexo. Sentía
vergüenza, pues ahora que Kai también estaba desnudo, sabía lo que vendría a
continuación.
Por no hablar de que Kai era demasiado hermoso.
Kai se metió en la cama, dejando caer a su lado el objeto que Kyungsoo no había
identificado, y sonrió al ver que el menor se sentía repentinamente avergonzado. Su presa
se mostraba cada vez más adorable. Agarró a Kyungsoo por los hombros y tiró de él para
que quedase sentado frente a él.
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— Me encantaría seguir con esto durante el resto del día... —dijo mientras besaba a
Kyungsoo en el cuello; el menor cerró los ojos al sentir el contacto de los labios del
moreno—...pero ya tendré más oportunidades de torturarte. Ahora quiero follarte hasta
que grites, Kyungsoo.

El menor se ruborizó violentamente por las palabras tan directas del otro. Se mordió
el labio inferior y miró hacia abajo sin querer, viendo de ese modo la erección de Kai. Sus
mejillas comenzaron a arder todavía más y volvió a centrar la mirada en su rostro.

— ¿No vas a matarme ahora? —preguntó Kyungsoo, tratando de no pensar en el miembro


de Kai.

— Eres demasiado adorable como para que acabe con tu vida ahora... —dijo justo antes
de capturar sus labios. Sus lenguas volvieron a batallar con frenesí y Kai sintió la imperiosa
necesidad de morder y chupar los labios de Kyungsoo. Quería morder y chupar todas las
partes del cuerpo de su presa.

Cuando sus labios se separaron, Kai cogió el objeto que tenía a su lado y miró a Kyungsoo
con una sonrisa torcida. Ahora el menor sabía de qué objeto se trataba: era una mordaza
de cuero, con una bola perforada en el medio.

— Tampoco te voy a matar ahora porque aún no has aprendido qué es la sodomía —dijo
Kai, aproximándose cada vez más al menor.

Cuando Kyungsoo se dio cuenta de lo que el otro quería hacer con aquel instrumento
depravado, intentó escapar marcha atrás; pero Kai era más rápido y lo apresó con fuerza,
mientras le amordazaba la boca. Kyungsoo respiraba con dificultad y trataba de empujar
la bola de la mordaza fuera de su boca con la lengua, pero lo único que lograba era que su
saliva se escurriese por entre los agujeros de la pequeña esfera. Miró con furia a Kai, quien
se defendió.

— Para que ningún vecino venga a reclamarme por el escándalo —el más alto se rió y
besó el cuello de Kyungsoo una vez más, antes de agarrarlo por las caderas y forzarlo a
girarse y a ponerse a cuatro patas frente a él.
Esa era la posición más sumisa en la que Kyungsoo había estado en su vida. Tenía las
manos atadas por encima de la cabeza, dándole un poco de apoyo. Su boca, amordazada,
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no emitía más sonidos que algunos gemidos débiles y, a pesar de que trataba de
mantener las piernas cerradas, Kai le acariciaba amorosamente las nalgas y los muslos,
relajándolo, hasta que Kyungsoo ya no tuvo control sobre su acciones.
Kai le separó las piernas con delicadeza, pasando sus dedos varias veces por toda la
extensión íntima del mismo, empezando por su miembro hasta alcanzar su entrada.
Kyungsoo estaba tan avergonzado que sentía cómo las lágrimas se le escapaban de los
ojos.

Aquello era demasiado humillante.

Cuando la lengua húmeda de Kai rozó su orificio, Kyunsoo gimió en voz alta (o todo lo
alto que podía con la mordaza obstaculizándolo). Kai movía su lengua y a veces trataba de
forzar la entrada y, aunque Kyungsoo trataba de controlarse, contoneaba ligeramente las
caderas, suplicando a Kai sin palabras que dejase de torturarlo y lo poseyese de una vez.

— Qué impaciente eres, Kyungsoo... —Kai se rió antes de introducir dos dedos en su boca
y chuparlos con ansia para dejarlos húmedos y resbaladizos.

Introdujo el dedo índice en Kyungsoo sin previo aviso y el menor tembló y gimió, infeliz.
Kai no movió su dedo y lo dejó dentro del cuerpo del menor hasta que éste se acostumbró
a la presencia del invasor.
Pasaron unos segundos, y fue Kyungsoo quien poco a poco empezó a mover sus caderas,
moviéndose para que el dedo de Kai entrase y saliese de su interior varias veces.

— Veo que alguien aquí ha perdido la vergüenza, ¿no? —Kai se rió, propinándole unas
débiles palmadas en la nalga. A cambio recibió varios gemidos de irritación, como si
Kyungsoo lo estuviese maldiciendo.

Kai se echó a reír aún más antes de introducir el segundo dedo. Kyungsoo dejó de
moverse y esta vez fue Kai quien comenzó a penetrar más profundamente; al principio
con ritmo lento, pero aumentando la velocidad con cada embestida. El mayor hizo algunos
movimientos de tijera con los dedos para dilatar a Kyungsoo lo máximo que pudo.
Kai empezaba a impacientarse. Él no era así, ¿qué eran unos minutos para quien había
vivido 700 años? Pero se moría por poseer a Kyungsoo con urgencia, su corazón latía
desenfrenado y sentía un cosquilleo en el estómago.
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Estaba ansioso.

Cuando retiró los dedos de dentro de Kyungsoo y colocó el miembro en su entrada,


Kai acarició su espalda. El contacto de sus manos sobre su piel hizo que el menor se
estremeciese y gimiese todavía más.

— Esto te va a doler, pero te gustará —dijo Kai con sinceridad.

Lo penetró de una sola embestida y el menor arqueó la espalda al notar una punzada
de dolor. Las lágrimas brotaron de nuevo de los ojos de Kyungsoo, quien lloraba en
silencio. Kai no se movió y volvió a acariciar su espalda mientras le decía que el dolor se
detendría pronto y que la sensación posterior le gustaría.
De pronto Kai se dio cuenta. ¡¿Kyungsoo era virgen?! Kyungsoo sabía que al principio
dolería y que pronto empezaría a sentir placer, pero lo único que deseaba era que le
quitaran aquella mordaza para reclamarle que le hubiera penetrado tan profundamente
en la primera embestida.
Cuando Kai comenzó a moverse, Kyungsoo se olvidó de que estaba enfadado. Apretó con
fuerza la tela del edredón que tenía debajo de él e inclinó la cabeza hasta tocar la cama; su
saliva goteaba a través de los agujeros de la bola que tenía en la boca y humedecía la
superficie. Respiraba con mucha dificultad y sentía que empezaría a disfrutar en cualquier
momento, aun cuando Kai ni siquiera estaba tocando su miembro.
Los movimientos se hicieron más rápidos y violentos con el tiempo, hasta que fue casi
brutal cómo Kai se movía y clavaba las uñas en la piel delicada y blanca de Kyungsoo. El
menor gemía en voz alta, víctima de una sensación de placer y dolor mezclados de una
manera que nunca antes había sentido.

¿Qué estaba haciendo Kai con él?

Kyungsoo no estaba preparado para lo que vendría a continuación, cuando Kai salió
de su cuerpo sin previo aviso y lo agarró por las caderas. Empujó su cuerpo y lo obligó a
girarse frente a él, para a continuación pasarle los brazos atados alrededor de su cuello y
hacer de esa forma que ambos cuerpos permaneciesen unidos.
Kyungsoo sin duda no estaba preparado cuando Kai lo obligó a sentarse en su regazo e
hizo que su miembro lo penetrase tan profundamente que alcanzó su próstata en su
primera embestida, arrancándole un grito de placer.
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Kyungsoo jadeaba, respirando con dificultad mientras su saliva goteaba a través de las
aberturas de la bola que tenía en la boca. Kai, al ver el líquido escurriéndose, agarró a
Kyungsoo por la nuca y lamió la mordaza, para limpiar toda la saliva que goteaba y luego
volver a morder sin compasión la piel de la mandíbula del menor.
Definitivamente, el enfermero no estaba preparado cuando Kai, mientras lo forzaba a
subir y a bajar por su polla, lo agarró por la cintura y hundió sus colmillos en su blanco
cuello.
Kyungsoo cerró los ojos cuando Kai lo mordió y comenzó a chupar la sangre de sus venas.

Eran demasiadas sensaciones al mismo tiempo.

Sentía un dolor agudo en el cuello, pero al mismo tiempo un placer enorme con las
embestidas rápidas e intensas de Kai. El mayor mantenía un brazo alrededor de la cintura
de Kyungsoo para impedirle huir. La erección de Kai lo penetraba sin ceremonias o cariño,
y se clavaba dentro de él cada vez con más intensidad. El ruido que causaba la colisión de
ambos cuerpos era demasiado intenso.
Cuando Kai condujo su mano libre hasta el miembro de Kyungsoo para masturbarlo, el
enfermero desistió de tratar de entender qué sucedía.

Era demasiado placentero y doloroso.

Lo único que Kyungsoo supo es que disfrutó en la mano de Kai durante un buen rato
más, y que sintió temblores y escalofríos por todo el cuerpo. El menor gimió tan fuerte
como pudo, con la mordaza en la boca y las uñas incrustadas en la piel del cuello de Kai,
tratando de apaciguar el dolor y el placer que sentía de una forma tan cruel y fusionada.
Segundos más tarde sintió que su interior se contraía y se llenaba con el semen de Kai,
mientras éste dejaba su cuello con un gemido ronco.
Kyungsoo puso los ojos en blanco y cayó sobre la cama tras perder la consciencia. Ya no
manaba más sangre de su cuello y respiraba con dificultad. Kai sonrió, satisfecho. Le quitó
las ataduras que le aprisionaban las muñecas y la mordaza que cubría la boca de su
víctima y le acarició la cara mientras se acostaba pesadamente sobre la cama. Kai miró los
labios hinchados y enrojecidos de su presa, que temblaban según su respiración.

Era extremamente adorable.


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El asesino abrió los ojos y se sentó rápidamente tras notar una sensación extraña en
su cuerpo. Su corazón latía demasiado rápido y sentía un vacío extraño en la zona
abdominal. Miró su brazo y vio que algo le había pasado. Algo que no sucedía desde hacía
más de 700 años.

Todo su cuerpo tenía la piel de gallina.


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Capítulo Tres – La Víctima

Kai no sabía qué hora era por culpa de la tela negra que cubría la ventana de la habitación
en la que se encontraba. Pensaba en lo que había ocurrido mientras estuvo dentro de
aquel cuarto, pero percibió que había perdido la noción del tiempo mientras había estado
con Kyungsoo.

Kyungsoo...

Su víctima seguía acostada en cama, durmiendo, con una sábana fina ocultando la mitad
de su cuerpo y cubriéndolo del aire frío que insistía en permanecer en la habitación. Su
pecho subía y bajaba despacio y tenía los labios entreabiertos, entre los cuales soltaba
algunos leves gemidos, como si estuviese soñando.

Kai sólo llevaba puesta la ropa interior, y permanecía sentado en el borde de la cama,
agarrando un pequeño bloc de notas, en el cual era posible ver una página llena de
garabatos con una palabra escrita repetidas veces: Jongin.

Jongin...

¿Era ése su nombre humano? Kai quería creer que sí. Había dormido lo que parecían ser
apenas unos minutos junto a Kyungsoo, y en cuanto se despertó, decidió escribir el
nombre antes de que se le olvidara de nuevo. Lo escribió innumerables veces en una
página en blanco de su bloc de notas. ¿Quizá algún día podría ser llamado así de nuevo?
Jongin... No era un nombre fuerte y sensual como Kai. El nombre no reflejaba la amenaza
que era Kai.

El nombre era demasiado humano.

Kai cerró el bloc y lo dejó sobre la mesita de noche, junto a la cama. Volvió a mirar a
Kyungsoo y sonrió mientras se aproximaba a él. El mayor avanzó a gatas por la cama y se
alzó sobre su víctima, sin tocarlo. El colchón se hundió donde sus rodillas y manos se
apoyaban, y contempló el rostro adormilado del joven pálido.
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¿Cómo podía ser alguien tan adorable?

El inmortal rozó levemente la mejilla de Kyungsoo con sus labios y prosiguió hasta llegar a
su cuello. Kai no había hundido sus colmillos profundamente la noche anterior, y la herida
no parecía muy seria. Sin embargo, aún así, probablemente tendría que ponerle una
nueva tirita en cuanto Kyungsoo se despertase.

Kai se alejó un poco, y el menor, todavía dormido, no se movió. Todas las células del
cuerpo del mayor gritaban, y su instinto le pedía que atacase a su víctima y le chupase
toda la sangre. Pero, al mismo tiempo, algo en lo más profundo de su ser le susurraba que
no lo hiciese. En el fondo, Kai no quería hacer daño a Kyungsoo.

Asustándose de sus propios pensamientos, Kai se alejó del menor, dejando de apoyar las
manos sobre la cama y sentándose hacia atrás, sobre las caderas parcialmente desnudas
de su víctima. ¿Cómo que no quería hacerle daño? Durante su vida como inmortal, Kai ya
había pensado muchas veces en no matar a más víctimas tras el primer encuentro, para
poder divertirse y devorarlas cuando el moreno ya hubiese sentido todo el placer que
podía sentir con la comida.

¿Pero qué era eso de no querer hacerle daño?

Kyungsoo gimió en voz baja y Kai lo miró, para darse cuenta de que el menor se estaba
despertando. Sin tiempo que perder, Kai lanzó sus manos sobre las de Kyungsoo, tirando
de ellas y aplastándoselas contra la cama a ambos lados de la cabeza del recién despierto.

— ¿Kai? —Kyungsoo gimió suavemente, abriendo los ojos con dificultad— ¿Qu... qué
estás haciendo?

— Dándote los buenos días —respondió Kai. A continuación se aproximó a Kyungsoo y


atrapó su labio inferior entre los dientes, antes de pasar la lengua suavemente sobre su
boca.

— Qué forma tan extraña de dar los buenos días... —gimió Kyungsoo, mientras cerraba los
ojos de nuevo, como si volviera a quedarse dormido.
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Kai sonrió y movió con suavidad sus caderas varias veces, provocando fricción entre su
cuerpo y la región pélvica de Kyungsoo. Aunque estuviese en ropa interior, era innegable
que el roce de ambos miembros estaba excitando a Kyungsoo, ya que, aún con los ojos
cerrados, comenzaba a hacer un mohín con la boca.

Kai sonrió y siguió realizando movimientos ligeros, estimulando a ambos mientras


observaba la expresión en el rostro del menor, quien apretaba cada vez más los ojos y
aumentaba el mohín en sus labios. No contento con eso, Kai se rió y alcanzó los labios de
Kyungsoo con los dientes, mordiendo el mohín infantil que insistía en mantener.

Kyungsoo mostró por fin una reacción cuando gimió suavemente contra el mordisco de
Kai. Podría tratar de negarlo, pero ya estaba excitado. Cuando Kai se alejó, Kyungsoo se
obligó a abrir los ojos y encaró al mayor, quien seguía sujetándole con firmeza las
muñecas mientras se meneaba suavemente sobre él.

— Para... —pidió.

— No... —Kai sonrió con malicia, aumentando la presión que ejercía con sus caderas sobre
Kyungsoo; de este modo, la fricción que había entre ambos miembros también
aumentaba.

— Por favor... —suplicó Kyungsoo, gimiendo. Su miembro ya estaba duro y se odiaba por
eso—. Estoy cansado. Ayer me mordiste...

Kai aún se movía, pero ahora a un ritmo más lento, y se aproximó a la oreja de Kyungsoo
para atrapar el lóbulo entre sus dientes. Comenzó a lamer, chupar y morder aquel punto
sensible para la mayoría de la gente. Y Kyungsoo no era diferente. El menor gimió y
comenzó a revolverse bajo el cuerpo de Kai, intentando liberarse de las manos que
sujetaban sus muñecas. Sin embargo, cuanto más se movía, más fricción provocaba entre
sus miembros, lo que lo hacía respirar con dificultad.

— Me estás excitando mucho... —gimió Kai contra el oído de Kyungsoo, y el menor


arqueó la espalda.
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No era sólo Kyungsoo quien estaba excitado. Kai sintió su ropa interior presionándole el
miembro, pero no quería tener que detenerse para deshacerse de ella. La sensación de
frotarse contra Kyungsoo estaba siendo demasiado placentera.

Por favor —gimió Kyungsoo antes de morder su labio inferior; y Kai dejó de moverse.

En su estado normal, no se hubiera detenido ni aunque su víctima gritase, pero Kai no se


sentía normal en ese momento. Algo en la mirada de Kyungsoo, en su forma de hablar,
todo en él hacía que el inmortal se sintiese... extraño.

— Date una ducha... —dijo con seriedad, quitándose de encima de Kyungsoo y


sentándose en la cama—. Apestas a sexo.

Kyungsoo se sentó rápidamente, mirando con indignación a Kai y cubriendo su cuerpo con
las sábanas mientras se dirigía a la puerta de la habitación.

— ¿Y por qué será? —preguntó retóricamente, irritado, antes de salir del cuarto cerrando
con fuerza la puerta a sus espaldas.

Kyungsoo ni siquiera le preguntó dónde quedaba el baño. No obstante, no fue difícil


descubrirlo, ya que apenas había dos puertas en el pasillo que conducía a la sala del
pequeño apartamento. Como una de ellas llevaba a la habitación, donde Kai estaba
semidesnudo, sentado en la cama, Kyungsoo abrió suavemente su otra opción. Ante sus
ojos se reveló un baño igual de pequeño que el resto de la estancia.

Cerró la puerta e intentó atrancarla, pero se dio cuenta de que no había pestillo. Tras
exhalar un suspiro, abrió el pequeño armario que había bajo el lavabo, extrajo una toalla y
la colocó sobre la taza bajada del váter. Para alguien que había vivido tanto tiempo,
Kyungsoo pensó que Kai tendría un apartamento mejor, con al menos una bañera de
hidromasaje. Después de todo, ser inmortal tenía que ser estresante.

Pero lo único que Kyungsoo encontró fue una ducha, oculta tras un panel de cristal
translúcido. El enfermero dejó caer las sábanas que cubrían su cuerpo y vio lo que ya se
temía: que efectivamente tenía una erección.
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Kyungsoo suspiró en voz alta mientras entraba en la ducha y cerraba la puerta con
cuidado, para abrir el grifo poco después. Trató de ignorar su erección y comenzó a
lavarse, utilizando los productos de higiene que encontraba. Se lavó el pelo con un
champú y se dio cuenta de que era el origen del agradable olor del cabello de Kai.

Kai...

El menor trataba de controlar sus pensamientos, pero era difícil no pensar en él cuando
sentía su olor todavía sobre su piel, aunque el agua tratase de eliminarlo. Kyungsoo bajó
lentamente su mano hasta alcanzar su intimidad y la presionó ligeramente, comenzando a
dar un masaje lento, subiendo y descendiendo la mano por toda su extensión.

Kyungsoo sentía que sus mejillas ardían por estar masturbándose pensando en Kai, pero
no era capaz de parar. No quería parar.

Los movimientos eran continuos y Kyungsoo se vio obligado a apoyar una de las manos en
la pared que tenía frente a él para apoyarse. Sentía las piernas débiles y pensar en Kai
abusando de su miembro, como lo había hecho el día anterior, lo excitaba más y más. El
agua de la ducha golpeaba ligeramente sus hombros y él pensaba en las uñas de Kai
hundiéndose en su delicada piel mientras lo penetraba con fuerza.

Cuando Kyungsoo gimió en voz alta, sintió que una mano le cubría la boca y lo empujaba
hacia atrás. Se vio alejado de la pared, y del susto se soltó el miembro rápidamente.

— Estabas pensando en mí, ¿verdad? —la voz maliciosa de Kai sonó contra su oído y
Kyungsoo se estremeció, pues podía notar el miembro de Kai rozándole las nalgas.

— No... —mintió Kyungsoo cuando Kai apartó la mano que cubría su boca.

Kyungsoo se giró hacia Kai, tratando de esconder su erección con las manos, pero todo lo
que consiguió fue soltar unos gemidos ahogados cuando sus manos rozaron su miembro;
Kai estaba de pie frente a él, con una sonrisa dibujada en la cara, desnudo y casi tan
excitado como Kyungsoo.
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El menor desvió la mirada y se alejó de Kai, y su espalda chocó contra la pared opuesta al
más alto.

— ¿Qué estás haciendo aquí? Vete —dijo, evitando cruzar la mirada con él—. Me estoy
duchando, ¿o es que no lo ves?

Kai se echó a reír y se aproximó a Kyungsoo, apoyando las manos en la pared a ambos
lados de su cuerpo.

— Lo único que veo es que te estabas masturbando mientras pensabas en mí... —dijo con
sarcasmo antes de alcanzar los labios de su víctima.

Kyungsoo intentó resistirse. Cuando soltó su miembro y trató de empujar a Kai con ambas
manos, el mayor se aproximó todavía más a él, presionando su cuerpo contra el suyo.
Ahora no había ningún tejido sobre sus miembros y ambos jadearon entre el beso cuando
sus intimidades comenzaron a rozarse.

— Eres un pervertido... —gimió Kyungsoo mientras sentía la lengua de Kai invadiendo su


boca una vez más.

La lengua de Kai parecía querer abusar de cada rincón de la boca de Kyungsoo. Éste trató
de empujar al mayor para que se alejase de él, sin darse cuenta de que cada vez que lo
hacía, sus lenguas se tocaban más y una descarga de placer atravesó su cuerpo.

— Prefiero el término «sodomita» —dijo Kai cuando separó sus labios de los de Kyungsoo.
Un hilo de saliva resbaló por la boca del menor, quien mantenía los ojos entrecerrados y
una expresión de deleite en el rostro.

El más alto se apartó un poco, sonriendo, y se puso de rodillas frente a Kyungsoo.

Cuando su lengua caliente rozó el glande de Kyungsoo, éste gimió fuerte y se llevó las
manos a la cara, para tapar su propia boca. Kai comenzó a mover la lengua alrededor del
miembro de Kyungsoo y enseguida lo engulló por completo, acariciando con su lengua
toda la extensión de su intimidad.
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Kyungsoo bajó la mirada y vio que Kai lo observaba, deseoso de ver sus expresiones. El
menor se ruborizó violentamente y condujo sus manos hasta el rostro de Kai para cubrirle
los ojos, mientras éste seguía moviendo la lengua sobre la erección de Kyungsoo.

— No... no me mires —gimió Kyungsoo tras bloquear la vista de Kai.

Aquella no era la primera vez que Kai le proporcionaba placer a una víctima, pero sin duda
alguna, aquel estaba siendo el mejor sexo oral que había hecho en toda su vida inmortal.
Como sus principales presas eran personas, igual que él, pervertidas, Kai estaba
acostumbrado a ser erótico y a recibir la misma respuesta. Observar las reacciones
adversas de Kyungsoo lo excitaba cada vez más, y hacía que quisiera provocar al joven aún
más con cada nuevo lametón.

Kai sostenía los muslos de Kyungsoo con ambas manos y sólo usaba la boca para torturar
el miembro del Kyungsoo. Lamía suavemente y rozaba con los dientes la punta, haciendo
el que menor temblase.

— Kai... —gimió Kyungsoo, aún cubriendo con las manos los ojos del mayor.

— ¿Qué quieres...? —susurró Kai contra el miembro de Kyungsoo; éste gimió en voz alta
de placer.

— Kai... —el inmortal sintió que el humano se retorcía y entendió que estaba alcanzando
el clímax. No obstante, estaba siendo demasiado placentero torturarlo. Kai quería que
Kyungsoo implorase.

— Dime, Kyungsoo... ¿qué es lo que quieres? —Kai retiró las manos de Kyungsoo con
delicadeza de encima de sus ojos y lo miró fijamente.

— Deja... —Kyungsoo comenzó, pero se detuvo y se mordió el labio inferior con fuerza
antes de continuar—. Deja que me corra...
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El menor desvió la mirada y Kai comenzó a masturbarlo suavemente con la mano, sin
dejar de mirarlo.

— Mírame y dime: ¿dónde quieres correrte? ¿En mi mano? —preguntó Kai con falsa duda,
mientras sonreía con malicia.

Kyungsoo trató de mantener el orgullo, pero la mano de Kai subiendo y bajando por su
miembro no era lo suficientemente satisfactorio. Él quería otra cosa.

— En... en tu boca —dijo Kyungsoo, mirando a Kai avergonzado.

Kai sonrió antes de volver a chupar el miembro de Kyungsoo usando su lengua y volvió a
posar sus manos sobre los muslos de Kyungsoo, apretando ligeramente su suave piel. El
menor gimió en voz alta y condujo sus manos hasta el cabello de Kai, para tirar de él
ligeramente y dictar el ritmo del movimiento.

A Kai le encantaba el Kyungsoo ingenuo... Pero más le gustaba el Kyungsoo desvirtuado.

Los movimientos eran continuos y rápidos; el menor tiraba de su cabello y lo obligaba a


engullir su miembro profundamente en su boca. Kai usó su lengua con voluntad y dejó el
miembro de Kyungsoo, ya cubierto de líquido preseminal, todo impregnado de saliva.

Cuando el menor comenzó a emitir pequeños gemidos entre su respiración jadeante, Kai
aumentó aún más la velocidad con la que hacía los movimientos de vaivén con la boca,
hasta sentir que el cuerpo entero del menor temblaba con espasmos. El más alto notó que
un líquido caliente invadía su boca y, engulléndolo, siguió chupando el miembro de
Kyungsoo, que aún temblaba.

Kai comenzó a disminuir el ritmo de sus movimientos hasta detenerse por completo.
Cuando se apartó de Kyungsoo y soltó sus muslos, el menor se dejó deslizar contra la
pared y acabó sentado frente a él. El agua de la ducha aún caía suavemente sobre ambos
y Kai, todavía arrodillado, se sentó sobre sus pantorrillas y observó a Kyungsoo mientras la
respiración del menor se calmaba.
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Su miembro estaba totalmente erecto, pero él se sentía satisfecho. Kai no quería forzar al
menor a hacer nada en el estado en el que se encontraba y Kyungsoo mantenía la cabeza
gacha, con las piernas abiertas y los brazos caídos a ambos lados de su cuerpo. Kai habría
pensado que estaba desmayado si no hubiera sido por su respiración acelerada.

Kyungsoo alzó la cabeza ligeramente y sus ojos se encontraron con los de Kai. No se
dijeron nada antes de que el menor extendiese los brazos y tirase de Kai para abrazarlo.
Hasta ese momento, Kai había estado pensando en cosas perversas (y nada sensuales)
para tratar de calmar su erección, pero el abrazo de Kyungsoo no lo estaba ayudando en
absoluto.

— ¿Qué pasa? —preguntó Kai, sin corresponder el abrazo del más bajo.

— Nada —respondió Kyungsoo, respirando pesadamente contra el cuello de Kai—. De


pronto me ha apetecido abrazarte. ¿No te importa?

Kai sonrió, tratando de recordar cuándo había sido la última vez que había recibido un
abrazo sin segundas intenciones. Buscó en sus recuerdos y sólo encontró una vez,
mientras aún era humano, cuando la chica de cabello negro y corto lo abrazó para pedirle
que dejase de jugar con magia negra.

— No, no pasa nada —Kai envolvió a Kyungsoo en un abrazo fuerte y sintió al más joven
besándolo en el cuello. Se quedaron así durante un rato, sin preocuparse por el agua
caliente que caía sobre ellos, o por el hecho de que el hambre pronto dominaría a Kai y
acabaría con la vida de Kyungsoo.

Nada de eso les importaba a los dos en aquel momento.


•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Unas horas más tarde, ambos estaban sentados, correctamente aseados y vestidos, en el
pequeño sofá de la sala. Kyungsoo comía una pequeña barra de cereales que Kai había
encontrado perdida en el armario de la cocina. Le gustaba tener comida de verdad en su
apartamento, para no dejar que sus víctimas pasasen hambre.

Después de todo, las víctimas débiles por falta de alimento morían antes.
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— Creo que la factura del agua te vendrá más cara este mes... —comentó Kyungsoo con la
vista fija en el suelo.

— No hay problema; tengo mucho dinero que fui recaudando de mis víctimas a lo largo de
los años, guardado en el banco.

Kyungsoo miró a Kai y se percató de que éste lo observaba.

— ¿Además de asesino eres un ladrón? —bromeó Kyungsoo, mientras empujaba


ligeramente el hombro de Kai.

— Sí... —asintió Kai con una sonrisa triste, y el menor se arrepintió de lo que había dicho.

Quedaron sumidos en el silencio nuevamente y Kai se acostó en el sofá; apoyó los brazos
en el respaldo y luego dio unos pequeños puntapiés a Kyungsoo.

— Aún no me has hablado de tu vida. Me lo prometiste, ¿recuerdas? —preguntó Kai,


dándole unos pequeños golpecitos en el brazo y en el pecho. Kyungsoo empujó el pie de
Kai y se rió.

— No hay nada interesante que pueda contar. No tengo 700 años, tengo 23. Mis padres
también son coreanos, pero nunca salí del país. A decir verdad, no me hablo con mis
padres desde hace más de cuatro años, desde que empecé a estudiar enfermería...
Querían que siguiese los pasos de la familia e hiciese derecho, pero cuando se dieron
cuenta de que no iba a cambiar de opinión, probablemente pensaron que lo mejor era
olvidar que alguna vez tuvieron un hijo...

Kyungsoo dirigió a Kai una mirada triste y éste volvió a darle un leve puntapié.

— No pongas esa cara de cachorrito abandonado —le dijo con una media sonrisa,
utilizando el pie para acariciar el grueso muslo de Kyungsoo—. ¿Eres enfermero,
entonces?
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— En período de prácticas. Pero no hago mucho en el hospital; pocas veces me dejan


ocuparme de los pacientes. Normalmente me paso todo el día allí haciendo informes o
leyendo diagnósticos para los médicos.

Kai se sentó en el sofá y cruzó las piernas mientras se acomodaba para mirar a Kyungsoo
de frente, que aún miraba al suelo.

— ¿Vives con alguien? ¿Tienes novia o amigos?

— No, Kai, no tengo —respondió, mirándolo por el rabillo del ojo, sintiendo la proximidad
de sus cuerpos—. Como te he dicho antes, estoy solo. Por eso entiendo tu soledad.

— Estás solo... —dijo Kai, como si llegase a una conclusión—. Por eso no te importa
morir...

Kyungsoo se giró por completo para darle la cara y lo miró seriamente. Su cuello estaba
envuelto de nuevo en vendas para cubrir las heridas que Kai le había causado y que no
acabasen infectándose.

— Sí, Kai. Por eso no me importa que acabes matándome.

Kai sintió una punzada en el estómago e inspiró aire profundamente. Tenía hambre.

— Tengo hambre —dijo, removiéndose en el sofá y apartándose un poco de Kyungsoo.

El menor, al escuchar el reclamo del otro, extendió el brazo ligeramente y le ofreció su


muñeca como sacrificio.

— Tengo todo el cuello agujereado. Toma de aquí, ¿vale? —Kyungsoo sonrió y Kai le
apartó el brazo.
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— No te quiero a ti —Kai se levantó rápidamente del sofá y caminó en dirección a la


puerta de entrada del apartamento.

Kyungsoo permaneció sentado en el sofá, sin entender la reacción del mayor. Ni siquiera
el propio Kai entendía por qué se había negado a alimentarse, pero algo le decía que si
hundía los colmillos en la piel de Kyungsoo, no se apartaría de él hasta que su corazón
dejase de latir.

Y Kai, aunque tratase de negarse la realidad a sí mismo con todas sus fuerzas, no quería
eso.

— ¡Kai, espe...! —Kyungsoo no consiguió terminar su frase, ya que el mayor cerró la


puerta de un portazo. Lo había dejado solo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Era noche cerrada, probablemente del sábado, cuando Kai empezó a buscar su próxima
comida. Todavía se encontraba perdido en el tiempo desde que había encontrado a
Kyungsoo, y en su apartamento no había relojes. Después de todo, ¿por qué habría de
contar los segundos del día si su vida era eterna?

Su hambre era incontrolable y sólo pensar en que si se alimentase de Kyungsoo acabaría


lentamente con su vida, no abriría sus ojos de nuevo y su corazón no volvería a latir en su
pecho, hizo que el inmortal se estremeciese. Si Kyungsoo muriese, Kai tendría que
sumergirse de nuevo en el pozo de soledad en el que había estado hundido durante todos
los siglos de su «vida» inmortal.

No entendía por qué, pero no quería que Kyungsoo muriese.

No quería volver a quedarse solo.

Kai aceleró el paso y entró en una discoteca; el sonido de la música y el olor a alcohol
llenaban todo el lugar. No sería difícil encontrar y matar a una presa allí mismo, con toda
aquella oscuridad y los cuerpos bailando al mismo ritmo.
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El inmortal sonrió antes de seguir a la multitud, listo para elegir su próxima comida.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

No es que Kyungsoo no hubiera considerado la posibilidad de huir.

Se acercó a la puerta del apartamento y la abrió un poco unos minutos después de la


partida de Kai. Pero, al contrario de lo que cabría de esperar de una persona en
cautividad, Kyungsoo cerró la puerta y comenzó a caminar por el apartamento, limpiando
la suciedad.

¿De qué serviría escapar si Kai podría encontrarlo de nuevo? Eso era lo que se decía a sí
mismo, como excusándose por no haber corrido hasta el apartamento vecino para pedir
ayuda. Cuando encontró su mochila bajo la cama (ya se había olvidado de que tenía una),
extrajo su teléfono móvil de dentro, pero no lo desbloqueó. Ni siquiera comprobó si tenía
llamadas perdidas o mensajes.

Era demasiado obvio que nadie se había dado cuenta de que había desaparecido.

El enfermero cogió su mochila, la arrojó sobre la silla que había frente a la cama y volvió a
la sala. Tendría que haber usado su teléfono para llamar a la policía, pero no quiso.

Kyungsoo no quería que lo salvasen.

Como cualquier buen maniático de la limpieza, Kyungsoo reunió toda la basura del
apartamento, hizo la cama, sacó las sábanas y las metió en la pequeña lavadora que había
en un cuarto contiguo a la cocina. El joven iba incluso a limpiar el polvo cuando vio un
pequeño bloc de notas encima de la mesita de noche.

Al ver que tenía un bolígrafo en medio marcando una página, Kyungsoo lo tomó en sus
manos. No debería estar metiendo el hocico en asuntos ajenos, pero la curiosidad lo
estaba matando. Quería saber más cosas sobre Kai, conocerlo más profundamente y llegar
a un lado suyo que él sabía que permanecía vivo, pero dormido.
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Kyungsoo quería llegar al lado humano de Kai.

Al abrir la página marcada, Kyungsoo vio garabatos de todo tipo, siempre formando la
misma palabra: Jongin.

¿Qué era eso? ¿Un nombre? Sin darse cuenta, Kyungsoo comenzó a enfadarse y tiró el
bloc de notas donde lo había encontrado, para luego avanzar con pasos pesados hasta la
cocina. ¿Quién era Jongin? ¿Algún conocido de Kai? ¿Algún amante? Kyungsoo sintió que
su corazón comenzaba a latir más rápido mientras abría la nevera de la cocina del
pequeño apartamento en busca de algo para cocinar.

¿Quién diablos era Jongin?

Resopló cuando encontró carne congelada en el congelador y abrió los armarios en busca
de algún acompañamiento. ¿Por qué Kai no le había dicho que tenía a alguien? ¿Por qué le
había mentido, diciéndole que estaba solo? Kyungsoo no tenía celos, no... Simplemente
estaba enfadado porque Kai le había mentido. Sólo eso.

Por lo menos era lo que Kyungsoo se decía a sí mismo.

Kyungsoo encontró un paquete de pasta abierto y revolvió la cocina y la despensa en


busca de los condimentos necesarios para preparar algo de comer. En media hora ya
estaba cocinando furiosamente unos espaguetis, y removía la cuchara en la olla con más
fuerza de la necesaria. Todavía estaba enfadado.

Con el tiempo, a medida que la salsa y la pasta se iban cocinando, Kyungsoo iba
respirando más profundamente y calmándose. Kai no le debía ninguna explicación. En
realidad, Kyungsoo seguía sin entender cómo aún no lo había matado. El enfado de
Kyungsoo fue desapareciendo poco a poco hasta convertirse en tristeza, en vacío. Kai lo
había dejado solo, probablemente para ir a alimentarse de ese tal Jongin.

— Jongin... —susurró irritado—. ¡Le demostraré a Kai que no necesita a ese tal Jongin!
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Cuando la cena estuvo lista, Kyungsoo se sirvió un poco en el plato y se sentó a la mesa
cuadrada para comer. Ni siquiera tenía hambre; sólo quería que el tiempo transcurriese
más rápido y que Kai regresase.

Ya no quería quedarse en aquel apartamento, solo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

No hacía ni cinco minutos que Kyungsoo había empezado a comer cuando Kai entró por la
puerta de entrada, limpiando los últimos rastros de sangre que pudieran haber quedado
en su boca después de alimentarse. Kai entró hasta la habitación, se quitó la ropa
manchada de gotas de sangre y se puso simplemente una camisa larga. A continuación
buscó a Kyungsoo y siguió el olor extraño que había en la casa hasta llegar a la cocina.

Kai ya no recordaba el olor de la comida recién hecha y por eso, cuando entró en la
habitación y vio a Kyungsoo comiendo, casi se golpeó a sí mismo por haber considerado
extraño aquel olor.

— ¡Kai!— exclamó Kyungsoo con una sonrisa al ver al otro de pie junto al vano de la
puerta—. ¿Quieres un poco?

Kai se acercó a la mesa y se sentó en la silla que quedaba en la diagonal de Kyungsoo,


observándolo. El menor se ruborizó un poco al ver que Kai sólo llevaba ropa interior
cubriendo la parte inferior de su cuerpo, y desvió la mirada para volver a comer.

— No, ya estoy satisfecho —dijo con una sonrisa triste—. Además, la comida no sacia mi
hambre, ya lo sabes. En realidad, ni siquiera consigo distinguir su sabor.

Kyungsoo le dirigió una mirada triste al mayor, quien seguía con la barbilla apoyada
perezosamente en la mano.

— ¿Dónde encontraste todo eso? —preguntó, señalando con la cabeza los paquetes
abiertos y las ollas en el fregadero.
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— Ah... —comenzó diciendo Kyungsoo con torpeza—. Tal vez, sólo tal vez... me haya
puesto a rebuscar en toda tu cocina y en la despensa, buscando algo para comer.

Kai se echó a reír y Kyungsoo lo miró sorprendido, pues esperaba la reacción contraria.

— No pasa nada. Si tenías hambre, has hecho bien en cocinar —dijo Kai, sonriendo
brevemente antes de pasarse la mano por la cara, como si estuviese pensando—.
Kyungsoo...

— ¿Sí? —preguntó el menor, mientras chupaba un espagueti para meterlo dentro de la


boca.

— ¿A qué sabe? —preguntó Kai con una mueca—. El sabor de tu comida. ¿Cómo es?

Kyungsoo se sorprendió con la pregunta, pero luego sintió un gran remordimiento por
estar comiendo en presencia de Kai. Frente a él estaba un inmortal que no se alimentaba
de nada más que de sangre desde hacía casi 700 años, y Kyungsoo estaba comiendo en su
cara, recordándole el hecho de que ya no era humano.

— Ah... —comenzó receloso—. Está... rico. Creo que cocino bien... No sé cómo explicarte a
qué saben mis espaguetis. Son salados, pero en su justa medida, y la salsa es un poco
dulce.

— No importa si no eres capaz de explicármelo... En realidad, no recuerdo el sabor dulce o


salado que proviene de los alimentos... Cualquier descripción que me hagas me dejará
igual de confuso.

Kai sonrió con tristeza y Kyungsoo se mordió el labio inferior con fuerza.

El corazón del enfermero dolía y ni siquiera estaba pensando cuando se levantó de la silla
y se acercó a Kai. A continuación giró su silla con fuerza y dejó al descubierto sus piernas
desnudas, frente a él. Kyungsoo tampoco estaba pensando cuando se sentó en el regazo
de su futuro asesino, colocando una pierna a cada lado de su cuerpo, y lo abrazó con
fuerza.
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Kai abrió los ojos, sorprendido, y no correspondió a su abrazo. Kyungsoo hundió su cabeza
en la curva del cuello del inmortal y comenzó a depositar delicados besos a lo largo de
toda su extensión.

— Perdóname... —gimió Kyungsoo, y Kai noto que sus músculos se relajaban—. No debí
comer delante de ti.

Kai agarró a Kyungsoo por los hombros y lo apartó con delicadeza de él.

— Muéstrame a qué sabe tu comida —Kai esbozó una sonrisa traviesa antes de sacar un
poco su lengua hacia fuera.

Kyungsoo sonrió y, por primera vez, no sintió vergüenza, recelo o dudas cuando se acercó
a Kai. Sus lenguas chocaron en el aire y cuando sus labios se encontraron, ambos cuerpos
se estremecieron. Aunque el inmortal aún no era capaz de distinguir el sabor de la
comida, el sabor de Kyungsoo era mejor que cualquier comida en el mundo. Kai chupó la
lengua del menor con voluntad, mientras subía las manos por su tronco, por debajo de la
camisa.

Cuando se separaron brevemente para respirar, Kyungsoo dirigió sus labios hasta el cuello
de Kai y comenzó a dejar pequeños chupetones y algunos mordiscos en su piel. El más
bajo pasó las manos por entre el cabello del otro, deslizando los dedos por entre las
hebras y acariciándolo, dejando a Kai casi extasiado por los mimos recibidos. Pero cuando
Kyungsoo mordió con fuerza su cuello, Kai gimió en voz alta y lo apartó rápidamente con
sus grandes manos.

— ¿Qué ha sido eso? —preguntó, levantando una ceja y esbozando una media sonrisa.

— Para que veas lo que duele —dijo Kyungsoo haciendo un mohín con la boca, como si
fuese un niño.

Kai se rió antes de acercarse y morder sus labios hasta arrancarle un gemido. El más alto
ya amenazaba con despojar a Kyungsoo de su camisa cuando el más bajo lo detuvo. El
enfermero tenía otros planes en mente.
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— Creo que te debo algo —murmuró Kyungsoo suavemente contra la piel de Kai, quien se
estremeció.

El inmortal estaba empezando a frustrarse con su propio cuerpo; no era normal tal
reacción por un simple susurro. Kai no quería creerlo, pero ya estaba excitado bajo el
cuerpo de Kyungsoo.

El menor percibió la erección de Kai bajo su cuerpo y sonrió con malicia antes de empezar
a hacer movimientos circulares con sus caderas mientras atacaba la boca del más alto de
forma voraz. Kyungsoo no sabía qué le estaba pasando, pero la simple idea de que Kai
tuviese a otra persona le hacía querer demostrarle que no necesitaba a nadie más que a él
como presa.

Kyungsoo quería ser el único.

Kai respiraba con dificultad entre los besos que intercambiaba con el menor. Kyungsoo no
dejaba huir al mayor y lo agarraba por los laterales de la cara con fuerza, obligándolo a
permanecer todo el tiempo de frente. Sus lenguas chocaban y se acariciaban
violentamente, como si el mundo fuera a acabarse en cualquier momento y ambos
necesitasen aprovechar la oportunidad para sentir el sabor el uno del otro.

Con un chasquido provocado por el beso, Kyungsoo se separó de Kai y le lanzó una mirada
maliciosa antes de levantarse de su regazo. El inmortal no esperaba que su presa tomase
el control de la situación, ya que normalmente era él quien ordenaba lo que pasaba entre
él y sus víctimas. El corazón de Kai latía demasiado rápido bajo sus costillas y se preguntó
si estaba ansioso de nuevo.

Aquello no era una buena señal.

Kyungsoo se arrodilló delante de Kai y le separó gentilmente las piernas antes de llevar la
punta de sus dedos hasta la erección del mayor. Kai estaba aún vestido con su ropa
interior, unos calzoncillos bóxer negros, pero la tela no era lo suficientemente gruesa
como para eximir al mayor de sentir el contacto erótico de los dedos de Kyungsoo.
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El enfermero miraba fijamente a Kai mientras masajeaba con delicadeza su miembro, y el


inmortal echó la cabeza hacia atrás, negándose a seguir viendo la mirada maliciosa de
Kyungsoo. Kai sentía su erección palpitando dentro de los calzoncillos y se moría de ganas
por poner fin a aquel tormento y penetrar a Kyungsoo hasta que le pidiese perdón por ser
tan travieso.

Kyungsoo deslizó sus manos hasta la goma de la ropa interior y Kai empezó a tirar de ella
lentamente. El inmortal se obligó a mirar de nuevo a Kyungsoo y se levantó unos
centímetros de la silla para dejar que Kyungsoo le retirase por completo los boxers,
dejando al descubierto su palpitante erección.

— Estás colorado... —comentó Kyungsoo sonriendo, agarrando el miembro de Kai con una
de las manos.

— N...no, no lo estoy... —gimió Kai, sintiendo un calor nada familiar en las mejillas. ¿Qué
cojones le estaba pasando?

Kyungsoo soltó una risita antes de presionar sus labios contra el miembro de Kai y darle
pequeños besos. A diferencia de las otras veces en que ambos habían mantenido
relaciones, esta vez el menor no sentía ninguna vergüenza. Quería demostrarle a Kai que
él era una comida mucho mejor que ese tal Jongin.

Si eso tenía algún sentido.

Kyungsoo pasó la lengua por toda la erección de Kai para lubricarlo. El menor podía sentir
las venas palpitando contra su lengua y los gemidos ahogados de Kai lo animaban a
continuar. Cuando Kyungsoo envolvió su miembro con la boca, escuchó un gemido
prolongado y se rió en su interior.

Apostaba que estaba siendo mucho mejor que ese tal Jongin.

Con movimientos lentos de vaivén, Kyungsoo chupó a Kai mientras sentía sus manos
alcanzando sus cabellos. Kai estaba sufriendo. ¿Desde cuándo el sexo oral era tan
placentero? Kai tiró un poco, inconscientemente, del cabello de Kyungsoo, lo que hizo que
éste aumentase la velocidad de sus movimientos.
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Kai no solía gemir mucho; prefería sonreír sarcásticamente mientras sus víctimas se
retorcían de placer debajo de él. Los gemidos débiles y continuos que salían de su boca
mientras Kyungsoo chupaba y lamía su miembro no eran algo normal.

Kyungsoo ya podía saborear el pre-semen en su boca y sonrió antes de abandonar el


miembro de Kai. El mayor lo miró desolado y Kyungsoo sonrió antes de comenzar a
masturbarlo con movimientos rápidos, mientras lamía el glande de su miembro con
calma, como si no estuviese haciendo que los músculos del mismo se retorciesen de
placer.

Kai clavó sus uñas contra el cabello de Kyungsoo y éste hundió su miembro dentro de su
boca por última vez mientras Kai llegaba a su límite.

Al notar todos sus músculos tensándose, Kai echó la cabeza hacia atrás, soltó un largo
gemido, y se corrió en la boca de Kyungsoo. El menor no estaba preparado para la
cantidad de semen expulsado y no consiguió tragar una parte, que cayó de su boca y fue a
parar al suelo.

Kyungsoo, aún arrodillado, se sentó sobre sus pantorrillas y comenzó a limpiar como pudo
las comisuras de su boca. Kai volvió a mirar al menor, aún respirando sin aliento. Se inclinó
sobre la mesa y se arrodilló frente a Kyungsoo, llevando sus dedos hasta sus labios para
limpiarlo.

— Perdón —dijo mientras secaba una gran cantidad de semen de la barbilla del menor—.
Debí avisarte de que iba a correrme.

Kai llevó sus labios hasta los de Kyungsoo y los besó, introduciendo la lengua en la boca
del menor y sintiendo su propio sabor, que le recordaba vagamente a la sangre que bebía
de sus víctimas. El beso fue tranquilo y tierno, muy diferente a las caricias de unos
minutos atrás, mucho más brutales.

— Fui mejor que Jongin, ¿verdad? —preguntó Kyungsoo cuando Kai se apartó unos
centímetros de sus labios.
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Kai abrió mucho los ojos y se alejó de Kyungsoo, mirándolo confuso.

— ¿Cómo? —preguntó, y Kyungsoo lamentó lo que había dicho. Él no debería saber nada
sobre Jongin.

— Ah, Kai... Perdóname, pero abrí tu bloc de notas y vi ese nombre allí... Escrito varias
veces —dijo Kyungsoo formando un mohín con los labios de forma infantil.

— ¿Estuviste revolviendo en mis cosas? —preguntó Kai, serio.

— Lo siento —dijo en voz baja, desviando la mirada—. ¿Puedo saber quién es? ¿Quién es
Jongin?

Kyungsoo sintió que Kai se movía frente a él y luego escuchó una carcajada. El menor
levantó la cabeza rápidamente y vio que Kai se tapaba la boca con las manos mientras se
reía en voz alta.

— ¿De qué te ríes? —preguntó Kyungsoo irritado.

— Eres un completo idiota —comenzó Kai entre risas; y, viendo que Kyungsoo abría la
boca para replicar, trató de seguir hablando—. ¡Un idiota adorable! ¿Has hecho todo esto
porque estabas celoso?

— ¡Cla.. claro que no estaba celoso! Pero es muy feo tener relaciones con dos personas al
mismo tiempo, aunque vayas a alimentarte de ellas más tarde —dijo Kyungsoo,
cruzándose de brazos y desviando de nuevo la mirada.

Kai llevó sus manos hasta las mejillas de su Kyungsoo y se las apretó, obligándolo a mirarlo
a los ojos. La boca de Kyungsoo parecía la de un pececito, debido a la fuerza con la que Kai
presionaba los laterales de su rostro.

— Jongin... es un nombre que recordé de mi pasado cuando me preguntaste si me sentía


solo. Estoy casi seguro de que «Jongin» es mi nombre.
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Kyungsoo sintió que sus mejillas comenzaban a arder y Kai también notó el calor en las
palmas de sus manos. El menor se estaba sintiendo extremadamente idiota por sentir
celos de Kai con... el propio Kai.

Ah, ¿celos? No... No eran celos, se dijo a sí mismo mientras trataba de formular una frase
para responder a Kai. Definitivamente no tenía celos.

— Ah... —comenzó diciendo, sin saber cómo continuar.

— Cuando estoy con una víctima no tengo por costumbre salir tras otras, no te preocupes.

— Entonces, ¿dónde estabas? —preguntó Kyungsoo con suspicacia.

— Fui a tomar un aperitivo... Ni siquiera me fijé en su rostro. Tú eres diferente; eres una
víctima, no un pasatiempo. Sólo estoy contigo. Tú eres el único.

Kyungsoo sintió que su corazón latía con fuerza. Él era el único. Claro que debido a las
condiciones de su relación con Kai, el menor no se debería estar sintiendo tan feliz con la
información. Pero eso no le importó cuando esbozó una amplia sonrisa y abrazó a Kai en
medio de la cocina.

Kai le devolvió el abrazo con torpeza. Todavía no entendía lo que sucedía entre él y su
víctima; sus otras relaciones se habían basado puramente en sexo, para poco después
alimentarse. Las presas que habían permanecido junto a él unos días antes de que
acabasen muriendo no mostraban cariño por él, sólo deseo.

Muy diferente de Kyungsoo.


•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

— ¿Puedo llamarte Jongin, entonces? —preguntó Kyungsoo contra la piel del cuello de
Kai. Ambos estaban tumbados en la cama desde hacía unas horas; Kai le relataba historias
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sobre su paso por diversos países y cómo era divertido aprender nuevos idiomas y
conquistar nuevas presas.

— No —Kai le respondió con seriedad y Kyungsoo se encogió, todavía abrazando al


mayor—. Ese nombre pertenece a un humano, y yo ya no lo soy.

Kyungsoo se apoyó en el colchón usando un brazo y miró a Kai fijamente.

— Yo creo que eres humano, sí —dijo con expresión seria en el rostro; Kai lo miró.

— Tengo la apariencia de uno, pero no lo soy. Soy un condenado, ya lo sabes —le dijo
rozando su cuello, ahora sin vendas, con las yemas de sus dedos—. Te hice esto...

— Jongin... —dijo Kyungsoo, y Kai se estremeció— te queda mejor que Kai.

Kai esbozó una sonrisa triste y se sentó en el colchón, seguido de Kyungsoo. Ambos
estaban debidamente vestidos y aunque Kai hubiera querido, hacía unos minutos,
arrancarle la ropa a Kyungsoo y poseerlo de todas las formas posibles, el menor le había
pedido que parase, pues estaba agotado. No era propio de Kai, pero obedeció.

— En serio, no me llames así —Kai lo miró seriamente y Kyungsoo deslizó su mano hasta
encontrar la de Kai, para luego apretarla.

— Jong... —comenzó a decir Kyungsoo, pero se detuvo cuando Kai se volvió rápidamente
y lo estampó contra el colchón con una mano en su cuello, ahogándolo.

Los ojos de Kai era tenían un brillo diferente de lo habitual y Kyungsoo abrió los ojos,
sintiendo que su corazón latía con fuerza. Por primera vez desde que había conocido a Kai,
estaba asustado.

— Yo no soy humano. Soy un condenado a vivir para siempre, matando a tantas personas
como pueda para poder alimentarme —dijo Kai con los dientes apretados, mientras
presionaba la mano contra el cuello de Kyungsoo y mantenía la otra en su pecho.
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Kyungsoo llevó sus manos hasta los hombros de Kai y trató de empujarlo, pero el inmortal
era mucho más fuerte que él.

— Kai... Po... por favor... —gimió, comenzando a sentir lágrimas en los ojos.

La presión sobre su cuello no cesó y Kyungsoo clavó las uñas en los anchos hombros del
inmortal.

— Kai...

Kai pestañeó varias veces hasta que volvió en sí. Soltó a Kyungsoo y se apartó de él; al salir
de la cama, comenzó a caminar por la habitación, pasándose las manos por el pelo con
nerviosismo. El menor se sentó de nuevo en la cama, tosiendo y frotándose el cuello para
tratar de normalizar su respiración.

— Vete —dijo Kai de repente, poniéndose frente a Kyungsoo.

— ¿Qué? —preguntó Kyungsoo con los ojos muy abiertos, creyendo haber entendido mal
lo que el mayor había dicho.

Kai estaba empezando a tener hambre de nuevo y no podía soportar la idea de matar a
Kyungsoo. No quería que su víctima muriese. El inmortal no sabía qué le estaba pasando,
pero pensó que era mejor dejar libre a Kyungsoo, salvarlo y no verlo nunca más, antes que
acabar matándolo por un impulso.

— Ya no quiero alimentarme más de ti. Vete y agradéceme que salve tu vida mediocre —
dijo seriamente, cogiendo la mochila de Kyungsoo de encima de la silla y lanzándola sobre
el menor.

— Kai, ¿por qué te estás comportando así? —preguntó Kyungsoo al borde de las lágrimas,
aún sentado en la cama.
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Kai suspiró y se mordió el labio inferior con fuerza. Cómo deseaba no querer matar a
Kyungsoo...

— Venga —dijo con enfado fingido, acercándose a la cama y tirando de Kyungsoo por el
brazo para obligarlo a ponerse de pie.

La presión en el brazo Kyungsoo era demasiado fuerte y el menor gemía, pidiéndole que
dejase de actuar de esa forma. Kai lo arrastró hacia fuera de la habitación y lo condujo
hasta el recibidor del apartamento, donde lo soltó. Kyungsoo se puso de espaldas contra
la puerta y se frotó el brazo dolorido.

— No pienso irme —dijo con decisión, impidiéndole a Kai abrir la puerta.

— Sí, lo harás. Ya he perdido el interés en ti —mintió, mientras trataba de empujar a


Kyungsoo para poder abrir la puerta y sacar al menor afuera.

— ¡Mentiroso! —gritó Kyungsoo—. No me quiero ir, Kai, por favor. No quiero quedarme
solo otra vez.

— ¿Solo? —preguntó Kai con sarcasmo—. Seguiste estando solo aquí, no seas estúpido.
No eras más que comida para mí. Te estoy salvando la vida dejándote libre. Dame las
gracias y lárgate.

— No —dijo Kyungsoo seriamente, aunque su voz ya quedase ahogada por el llanto que
seguía preso en su garganta y las lágrimas insistiesen en abandonar sus ojos.

— Si no te largas, te mato ahora mismo —dijo Kai en serio, con los ojos fijos en los de
Kyungsoo. Sus manos grandes estaban en los hombros del menor, apretándolo con fuerza.

— Entonces, mátame —dijo Kyungsoo sin titubear. Kai suspiró y apoyó la cabeza en el
pecho del menor, derrotado.
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— Hagamos esto, entonces... —comenzó a decir con voz suave—. Cuando quiera
alimentarme de nuevo, te buscaré.

Kyungsoo relajó sus músculos y tiró suavemente de Kai, para abrazarlo. Kai no lo
correspondió.

— ¿Por qué haces todo esto? —preguntó Kyungsoo nuevamente, sollozando.

— Estoy tratando de salvar la poca humanidad que tal vez quede en mí —dijo Kai,
apartando a Kyungsoo con delicadeza.

Kyungsoo quería acercarse a Kai y besarlo, pero éste lo empujó hacia fuera del
apartamento y cerró la puerta con fuerza justo después. A pesar de que Kai le había dicho
esas palabras tan crueles, el menor sabía que todo era mentira. Cuando ambos estaban
juntos, no existía la soledad. E incluso si Kai era un condenado a la inmortalidad y
Kyungsoo sólo un enfermero con una vida mortal, no quería irse de aquel apartamento.

El menor avanzó, todavía llorando, hasta las escaleras del pequeño edificio y comenzó a
bajarlas. Sólo habían pasado unos días, ¿cómo podía sentirse tan conectado a él?
Kyungsoo nunca había creído en el destino, pero estaba empezando a creer que su misión
en la vida era ayudar a Kai para que recuperase su humanidad. Que su misión era amarlo.

Kyungsoo se asustó con la idea. ¿Amaba a Kai?

El menor negó sus propios pensamientos mientras salía por la puerta del edificio y veía el
mundo exterior de nuevo después de días. El sol estaba saliendo y no sabía qué día de la
semana era; pero eso no le importó mientras se sentaba en una parada de autobús,
esperando para volver a casa.

Se sentía vacío por dentro.


•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kai se sentó en el sofá de su apartamento. Durante 700 años había pensado que no había
más emociones dentro de esa cáscara que llamaba cuerpo, pero cuando las lágrimas
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comenzaron a caer de sus ojos, tuvo que admitir que estaba triste. Kai no lloraba desde
que era humano, desde que había visto a la mujer que amaba morir quemada.

Sus lágrimas tenían un color rosado y un sabor ferroso, como la sangre.

El inmortal se cubrió los ojos con las manos, tratando de contener las lágrimas que salían y
empezó a sollozar, atragantándose un par de veces con su propia saliva en medio del
fuerte llanto. No sabía por qué estaba triste, pero su corazón inmortal le dolía. Kai ya
había intentado suicidarse en muchas ocasiones, ya había segado muchas vidas, ya había
visto mucha brutalidad... Y nada, nada le había hecho derramar una sola lágrima.

Pero cuanto más pensaba en Kyungsoo, más se asustaba. Porque cuanto más se
preocupaba por él, cuanto antes dejase de ser una víctima cualquiera, más intenso sería el
dolor que el inmortal sentiría cuando lo perdiese. Kai no soportaría verlo morir por su
culpa, por culpa de su hambre voraz.... Pero tampoco podría soportar ver el cuerpo del
humano marchitándose con el paso de los años, muriendo poco a poco, hasta que un día
su corazón dejase de latir.

Pero en el fondo de su corazón, Kai quería que Kyungsoo hubiese insistido una vez más en
quedase. Quería no tener que sentir una sed incontrolable de sangre, quería poder salir
bajo la luz del sol sin sentirse incómodo. Kai quería, más que nada en el mundo, sentirse
normal.

Kai quería, más que nada, volver a ser humano.


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SODOMÍA
Capítulo Cuatro - Soledad

Una semana. Kyungsoo estaba contando los días.

Ya había pasado una semana desde que Kai lo había echado de su apartamento. Él había
dicho que lo buscaría cuando tuviese hambre, pero había mentido. Kyungsoo siguió con su
rutina, yendo del hospital hasta su pequeño apartamento y viceversa, prolongando las
caminatas por la calle y esperando al inmortal, que nunca más apareció.

El chico sentía que su corazón se encogía toda la noche cuando se acostaba en su cama,
solo. Aunque intentase concentrar sus pensamientos en los acontecimientos del día, Kai
siempre aparecía como una imagen fija en su mente. Sonriendo con malicia,
preguntándole si se sentía solo, si le gustaría sentir sus roces, sus besos...

Kyungsoo estaba, definitivamente, volviéndose loco.

El apartamento de Kai quedaba en un barrio lejano al suyo y Kyungsoo sufría mientras


esperaba su día libre para poder ir a buscarlo. ¿Y si le había pasado algo malo y por eso
había desaparecido? ¿Y si la policía lo había encontrado y ahora estaba preso?

Aunque si hubieran capturado a un sospechoso de vampirismo, los medios de


comunicación ya se habrían vuelto locos... Sólo hablaban de eso últimamente.
Kai, según los periódicos, había sido más cruel en sus últimos ataques. Además, el
«Vampiro de Seúl» había comenzado a ganarse imitadores, que copiaban al asesino
original, matando a sus víctimas en medio de la noche de la misma forma que el inmortal.
La ciudadanía tenía miedo.

— ¿Kyungsoo? —llamó un compañero de trabajo en voz alta, y el enfermero en prácticas


casi se cae de la silla en la que estaba.

— ¿Sí? —preguntó, esbozando una sonrisa forzada, mientras se recolocaba en la silla de la


cafetería del hospital.
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Hacía días que ese compañero había empezado a trabajar en el hospital y, a diferencia de
los demás, hablaba con Kyungsoo sin problema. La compañía era bien recibida la mayor
parte del tiempo, pero, en aquel momento, el chico de piel lechosa deseaba estar solo
para poder pensar mejor.

Su nuevo compañero de trabajo era demasiado escandaloso.

— En serio, ¿qué te ha pasado en el cuello? Llevas eso ahí enrollado desde que empecé a
trabajar aquí —el compañero alzó el brazo para darle un golpecito con el dedo en el codo,
pero él lo apartó ligeramente.

No quería que nadie más, aparte de Kai, lo tocase.

— Me hice un corte afeitándome —mintió Kyungsoo, y escuchó al otro riéndose en voz


alta, llamándole mentiroso y cara-bebé; y es que, a decir verdad, él apenas tenía barba—.
No, lo digo en serio... De...deja de reírte —las carcajadas de su compañero estaban
empezando a llamar la atención de quienes los rodeaban, y el enfermero jefe se acercó a
hablar con ellos.

— Oíd, vosotros... —llamó con voz autoritaria—. ¿Hace cuántas horas que estáis aquí en el
hospital?

— Cuatro —el compañero de Kyungsoo había dejado de reír y miraba seriamente al jefe.

— Casi seis —dijo Kyungsoo, centrando la mirada en la taza de café que tenía delante.

— ¡Mentiroso! —gritó su compañero, apuntando con el dedo de forma acusadora a


Kyungsoo—. ¡Hace por los menos diez horas que estás aquí dentro! Puede preguntarle a
quien quiera, jefe, ¡Kyungsoo prácticamente vive aquí, en el hospital!

Kyungsoo levantó el puño y le dio un ligero golpe a su compañero por delatarlo; su jefe
suspiró pesadamente poco después. ¿Qué iba a hacer con aquel chico?
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— Do Kyungsoo, ¿no te he dicho ya que como enfermero en prácticas sólo puedes pasar
en el hospital ocho horas como máximo al día?

Kyungsoo tragó en seco.

— Estoy acumulando horas —dijo con sinceridad, sonriéndole a su jefe—. Tenía pensado
pedir unos tres días seguidos libres...

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó su compañero inoportunamente, interrumpiendo a


Kyungsoo.

— Resolver unos problemas —Kyungsoo dijo la verdad. Tenía que resolver ciertos
problemas con cierto inmortal orgulloso y solitario.

— La verdad es la siguiente: ya estoy cansado de ver tu cara por aquí, Do. Trabajas casi
más que los enfermeros contratados; vete a casa y vuelve dentro de tres días. Cuando
vuelvas, hablaremos seriamente. Creo que ya estás más que preparado para cuidar a los
pacientes en vez de sólo hacer informes —dijo el jefe a modo de ultimátum, alejándose de
ellos enseguida.

Kyungsoo se quedo inmóvil, pestañeando.

¿Acababan de darle un ascenso y días libres? ¿El mismo día? ¿Su jefe estaba loco o qué?

— ¿A qué estás esperando, pedazo de idiota? — su compañero le propinó una ligera


patada en la pierna y Kyungsoo volvió a la realidad.

¿Entonces era libre para ir en busca de Kai? ¿Era eso?

Sin decir adiós a su compañero, Kyungsoo salió corriendo de la cafetería y se fue a los
vestuarios. Se dio un baño largo, se puso algo más casual y metió sus cosas personales en
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la mochila antes de salir corriendo de donde trabajaba. Eran cerca de las nueve de la
noche, y la luna llena resplandecía en el cielo.

Mientras corría por las calles, Kyungsoo miraba de reojo a su alrededor, buscando a cierta
persona. Cuando el menor finalmente comprendió que Kai no lo estaba buscando,
Kyungsoo se dirigió a la estación; bajó las escaleras de dos en dos y se detuvo en el andén,
esperando.

Esta vez no perdería el tren.

Kyungsoo sonrió al pensar que el «destino» tenía que existir de verdad. ¿Y si no hubiera
perdido el último tren la noche que conoció a Kai? Entonces jamás habría conocido al
inmortal. Estaría solo, viviendo su vida aburrida, sin vivir realmente. En apenas unos días
con Kai, Kyungsoo había experimentado más emociones que en toda su vida. Y quería
sentir eso de nuevo.

Quería sentir a Kai de nuevo.

Cuando el tren llegó, Kyungsoo se metió dentro corriendo y se sentó, esperando. Kai vivía
a cinco paradas de allí y a unos cuantos (muchos) más minutos de caminata. El tiempo
seguía avanzando.

Kyungsoo estaba ansioso.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kai estaba aburrido.

Ya se había alimentado aquella noche, pero la «comida» había sido tan aburrida a la hora
de la muerte, gritando y pidiendo perdón a Dios, que Kai ni se molestó en tratar de ocultar
el cadáver. Lo tiró a un contenedor de basura del callejón en el que estaban y salió
caminando como si nada hubiese ocurrido.
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Ahora estaba en su apartamento, acostado en el sofá, tratando de ver algún programa de


televisión; pero todo le parecía demasiado molesto. En la última semana, Kai había pasado
el tiempo durmiendo, alimentándose y aburriéndose, ya que ninguna de sus víctimas
parecía ser lo mínimamente interesante como para poder divertirse.

Ninguna de sus víctimas era interesante como Kyungsoo.

Kai se sentía solo, pero la sensación de soledad era algo a lo que ya estaba acostumbrado.
La anomalía de la cuestión era que sentía una sensación de vacío en la región abdominal y
una opresión en el corazón cada vez que recordaba a Kyungsoo. A pesar de que Kai nunca
más fuese a buscarlo, sonreía al pensar en lo adorable que era Kyungsoo cuando lo
maldecía, cuando se reía, cuando gemía o incluso cuando había ordenado el inmundo
apartamento de Kai mientras él estaba fuera, alimentándose.

Delante de él tenía periódicos abiertos con algunos anuncios por palabras marcados en
bolígrafo. Estaba buscando un nuevo apartamento, pues pretendía mudarse pronto. Kai
estaba seguro de que Kyungsoo no iría a buscarlo, pero quería alejarse de Seúl lo máximo
posible, para no caer en la tentación de ir junto al mortal.

Alejándose de Kyungsoo, Kai le daba al humano la oportunidad de vivir. Si el menor se


quedase a su lado, con el tiempo acabaría muriendo, ya que aunque controlase su
hambre, los años pasarían y Kyungsoo se marchitaría hasta que la vejez acabase con él,
dejando a Kai, eternamente joven, solo de nuevo.

Kai no quería aquello para Kyungsoo.

No quería aquello para sí mismo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo se detuvo frente al edificio en el que vivía Kai.

Como la puerta de vidrio sólo se abría sin tener llaves desde dentro, tendría que esperar a
que alguien se decidiese a entrar, pues no quería llamar al interfono. Kyungsoo sabía que
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si Kai estaba bien, y era lo que él esperaba, entonces no había ido a buscarlo por voluntad
propia.

Kai podía negarlo todo lo que quisiera, pero Kyungsoo sabía que había humanidad dentro
de él; que había emociones. El menor sólo quería unos días más para poder
demostrárselo. Estaba dispuesto a buscar en libros, buscar a personas de la religión wicca,
cualquier cosa con tal de poder ayudarlo.

De ningún modo iba a dejarlo.

Cuando una señora mayor se detuvo en la puerta principal del edificio, Kyungsoo estaba
casi dormido sentado en el suelo. Al oír el ruido causado por las llaves, el enfermero abrió
los ojos rápidamente y convenció a la mujer de que conocía a alguien de aquel edificio y
que le gustaría poder entrar.

En realidad, Kyungsoo no necesitó insistir mucho, ya que la anciana llevaba una bolsa que
parecía pesada y el joven insistió en ayudarla. En pocos minutos, ambos estaban en el
interior del edificio y Kyungsoo se sentía cada vez más ansioso.

Por casualidad, o broma del destino, la anciana vivía en el mismo piso que el terco
inmortal con quien Kyungsoo tendría una conversación larga y tendida.

— ¿A quien conoces es el chico que vive en ese apartamento? —preguntó la señora


cuando Kyungsoo se detuvo frente a la puerta de Kai.

— Sí, ¿por qué?

— Es un poco extraño... Siempre que lo veo saliendo de noche, parece triste. Esta semana
pasada tenía un aspecto horrible, debe de tener algún problema. ¿Has venido a ayudarle?

Kyungsoo sonrió cuando la señora le dijo que Kai estaba bien. De salud, en todo caso,
porque psicológicamente parecía estar fatal.
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— Sí, he venido a quedarme con él —dijo Kyungsoo con una sonrisa, y la señora le deseó
buena suerte antes de entrar en su propio apartamento.

Kyungsoo respiró hondo. Esperaba que, al menos, Kai se encontrase en casa. De lo


contrario, se sentaría junto a la puerta y esperaría allí hasta que el moreno regresase. Aún
no sabía exactamente qué le diría, pero no dejaría que lo echase otra vez. Kyungsoo
quería quedarse con Kai.

Hasta la muerte.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Cuando oyó unos golpes leves en la madera, Kai estaba en la cocina, mirando dentro de la
nevera. No había nada que pudiese matar su hambre, pero le gustaba mirar dentro del
electrodoméstico para pensar. Al oír el golpe en la puerta la primera vez, Kai dudó que
fuese en su propio apartamento, ya que nunca lo visitaba nadie.

Pensó durante unos instantes y llegó a la conclusión de que no podía ser el dueño del
apartamento para cobrar el alquiler, ya que no era ni fin ni principio de mes.
Probablemente era algún vecino pesado que quería que le prestara algo. Kai creyó que lo
mejor era hacer caso omiso de los golpes, pero éstos no se detuvieron.

Después de por lo menos cinco minutos de golpes insistentes, Kai se dirigió a la entrada de
su apartamento, golpeando con fuerza el suelo con cada paso. Estaba estresado y no
necesitaba más motivos para irritarse. El inmortal pensó seriamente si no debería meter al
vecino molesto que llamaba a su puerta en el apartamento y matarlo lentamente, por
molestarlo en una semana que ya era lo suficientemente horrible.

Pero cuando el inmortal abrió la puerta del apartamento, no se encontró a ningún vecino.
Kai nunca se habría esperado encontrar a un Kyungsoo despeinado y con aspecto cansado,
todavía golpeando con el puño en el aire aun cuando la puerta ya estaba abierta.

— ¿Kyungsoo? —preguntó, sin poder creer aún lo que veía.


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El menor levantó por fin la mirada y se dio cuenta de que Kai estaba de pie frente a él,
mirándolo. Antes de que el inmortal pudiera encerrarse en su casa, Kyungsoo logró
empujarlo hacia el interior del apartamento, entrando con él y cerrando la puerta con
fuerza tras él.

Kai estaba contra la pared y Kyungsoo lo miraba con ojos que chispeaban de rabia. Ahora
sabría lo que tenía que decirle.

— ¡Pedazo de idiota mentiroso! —comenzó Kyungsoo, hablando tan alto que casi
gritaba—. Conque ibas a buscarme cuando tuvieses hambre, ¿no? ¡Grandísimo mentiroso!
¡Yo esperándote, y me mentiste! ¡Y ni se te ocurra decirme que no te has alimentado toda
esta semana porque de lo único que hablan los periódicos es de ti, «El vampiro de Seúl»!

Kyungsoo hablaba con furia e incluso golpeaba a Kai en el pecho sin usar mucha fuerza. El
inmortal no conseguía entender lo que estaba pasando... Al fin y al cabo, ¿qué hacía allí su
antigua víctima? ¿Acaso Kyungsoo no tenía ni idea del peligro que corría cerca del
inmortal sediento de sangre?

— No soy un vampiro... —susurró Kai más para sí que para el otro, mientras Kyungsoo
seguía hablando.

— ¡Ya sé que no eres un vampiro! —gritó Kyungsoo, y Kai abrió mucho los ojos al ser
ligeramente golpeado en el pecho varias veces más—. ¡Y si tratas de alejarme de nuevo de
ti, te mataré, pedazo de idiota! ¡No quiero que te quedes solo, ni yo tampoco quiero
quedarme solo, así que deja de intentar hacer que te odie porque no funcionará!

Kyungsoo respiraba con dificultad mientras pensaba en más cosas por las que reñir a Kai,
quien seguía mudo.

— Y otra cosa, pedazo de idiota... —Kyungsoo comenzó un nuevo discurso, dándole un


pequeño empujón a Kai—. Voy a empezar a llamarte «Jongin», ¡sí señor! Vamos a
encontrar la forma de acabar con la maldición que esa puta te echó y estaremos bien.
Puedes negarlo todo lo que quieras, Jongin, ¡pero tú eres humano! Te trataré como a uno,
empezando por el hecho de que te reñiré siempre que sea necesario, ¡y tú te disculparás
por las mierdas que hagas!
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Kai pestañeó unas cuantas veces frente a Kyungsoo, procesando todavía la información.

— ¿Te estás escuchando, Kyungsoo? —preguntó en voz baja, por fin, encontrando todo
aquello muy absurdo.

— Sí, Jongin, me estoy escuchando. ¿Tú me estás escuchando a mí? ¿No piensas
disculparte?

Kyungsoo comenzó a darle golpecitos con el dedo índice en el pecho varias veces, hasta
que Kai le agarró la muñeca y se la apretó con fuerza.

— Tú no tienes cadenas en las muñecas... —dijo Kai mientras observaba su piel blanca y
casi enseguida la suya propia, fijando la mirada en las cadenas tatuadas—. ¿Por qué
quieres quedarte con un condenado? Acabarás muriendo de una forma u otra si te quedas
conmigo.

— ¡Que así sea, entonces! Pero mientras viva, no dejaré que te quedes solo —Kyungsoo
tenía lágrimas en los ojos y su voz estaba embargada por el llanto. Suspiró con dificultad y
usó su puño libre para golpear el pecho de Kai una vez más, haciendo que éste también se
lo capturase—. Y tú tampoco me dejarás solo a mí. Ninguno de los dos se quedará solo,
Jongin... Mientras estemos juntos.

Kai aún agarraba los dos brazos de Kyungsoo cuando éste se aproximó y, poniéndose de
puntillas, lo besó.

Las muñecas de Kyungsoo seguían entre las manos de Kai cuando sus lenguas comenzaron
a tocarse suavemente. Kai no empujó al menor, pero parecía receloso, como si no supiera
si debería dejar que su víctima permaneciese en su vida.

Cuando Kyungsoo se apartó ligeramente, Kai soltó sus brazos y el menor lo abrazó de
forma posesiva.

— Por favor, no intentes alejarme de ti, Jongin... —susurró Kyungsoo contra el cuello de
Kai, quien todavía no correspondía el abrazo.
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¿Por qué su corazón latía tan rápido?

— No tendrás una vida normal conmigo... —dijo Kai con sinceridad, agarrando al menor
por los hombros para intentar apartarlo de él.

El enfermero se apartó por voluntad propia del más alto, y lanzó a Kai una mirada que
transmitía seguridad.

— No quiero una vida normal... No la quiero —dijo con firmeza; Kai no pudo aguantar más
y sonrió. El menor era demasiado adorable.

— ¿Qué quieres, entonces? —preguntó, rozando el rostro de Kyungsoo con las yemas de
sus dedos.

— ¿No es obvio? Te quiero a ti, Jongin... A ti —dijo Kyungsoo seriamente antes de acercar
sus manos a la nuca de Kai para besarlo.

Kai se sorprendió al principio, pero una vez que la lengua de Kyungsoo tocó sus labios,
pidiendo paso, el inmortal se olvidó de que hasta hacía poco estaba tratando de alejar al
menor de él. El mayor abrió la boca ligeramente y comenzó a corresponder al beso de
forma voraz, con urgencia. Lo cierto era que Kyungsoo se había convertido en una
necesidad, en un vicio para el inmortal.

Un vicio que Kai ya no podía controlar.

Cuando Kyungsoo comenzó a deslizar sus manos por la espalda de Kai, éste se vio obligado
a agilizar sus caricias. El mayor montó a Kyungsoo sobre sus caderas y condujo sus manos
hasta los muslos del menor, tirando de ellos para que quedasen a ambos lados de su
propio cuerpo. Kyungsoo cruzó las piernas alrededor de la cintura del inmortal y gimió
cuando su espalda chocó contra la pared que tenía tras él, mientras Kai le arrancaba sin
miramientos la venda que le cubría el cuello, con manos temblorosas.
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Kai atacó con urgencia los labios del humano, mientras dirigía sus manos libres hasta la
camisa del mortal, para arrancársela de inmediato. Kyungsoo gimió cuando sintió al mayor
lamiendo su cuello mientras jugueteaba con sus pezones provocativamente, usando los
dedos.

— Jongin... —Kyungsoo gimió el nombre humano de Kai al sentir una palpitación en su


propio miembro. No había tenido relaciones sexuales desde que había conocido a Kai,
hacía más de una semana, y las masturbaciones silenciosas en el baño ya no le ayudaban a
controlar su deseo enfermizo.

— ¿Qué pasa? —preguntó Kai en voz baja, deteniendo lo que estaba haciendo y forzando
aún más su cuerpo contra el de Kyungsoo, aprisionándolo contra la pared.

— Rápido... Te necesito... —susurró Kyungsoo entre la respiración pesada, sintiendo el


roce de sus erecciones, aún con todas las capas de ropa que separaban ambos cuerpos.

Kai sonrió antes de abrazar a Kyungsoo y llevarlo, aún en brazos, hacia la sala.

Cuando el inmortal dejó caer al menor sobre el brazo del sofá, Kyungsoo trató de
deshacerse de su ropa a toda prisa, mientras Kai hacía lo mismo con la suya. No existía
pudor alguno y ninguno de los dos se sonrojó siquiera al verse desnudos.

Kyungsoo sonrió antes de ponerse de pie y pegar su cuerpo al de Kai mientras lo besaba.
Los toques eran urgentes y nada castos; Kai pasó la lengua a lo largo del cuello de
Kyungsoo para probar su sabor una vez más y reprimió el impulso de hundir sus colmillos
en él. El inmortal apretó la cintura de Kyungsoo, forzando el paso de una pierna entre los
muslos del menor.

Ambos siguieron besándose y torturándose con las manos mientras se acostaban en el


suelo. Kai se colocó sobre Kyungsoo y éste mantuvo sus cuerpos pegados, rodeando la
cintura del más alto con las piernas. Sus erecciones se rozaban, ahora sin ningún tejido de
por medio, mientras Kai deslizaba su cuerpo sobre el de Kyungsoo, aumentando la fricción
entre ambos cuerpos desnudos.
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— Te he echado de menos, Kyungsoo... —confesó Kai en un susurro contra la piel del


cuello del menor, mientras seguía moviéndose sobre él. Las palpitaciones de ambos
miembros estaban rayando en la locura y el líquido preseminal ya salía de la extremidad
de ambos.

Kyungsoo no esperaba escuchar aquello, y sintió que las mejillas le ardían.

— Yo también te he echado de menos, Jongin —Kai se asustó cuando Kyungsoo habló, ya


que pensaba que el menor no había oído su confesión. El inmortal sintió un calor
repentino en sus mejillas.

Kyungsoo sonrió, obligando con las piernas a Kai a girarse para invertir las posiciones. El
menor estaba ahora sobre Kai y le sonreía maliciosamente.

— ¿Qué hac...? —comenzó a decir Kai, pero se detuvo al sentir a Kyungsoo haciendo
movimientos circulares con las caderas sobre él. El inmortal gimió en voz baja al notar su
miembro rozando contra la intimidad de Kyungsoo.

El menor agarró ambas manos de Kai y se las juntó por las muñecas.

— No me tocarás mientras yo esté encima... —dijo Kyungsoo en tono autoritario,


colocando ambas manos de Kai sobre su cabeza—. Si me tocas, paramos.

Kai no entendía lo que el menor pretendía con aquella pequeña tortura, hasta que notó
cómo hacía movimientos de vaivén con el cuerpo, frotando el miembro de Kai contra su
propia entrada muy lentamente. El inmortal cerró los ojos y abrió la boca, gimiendo
ligeramente.

Kyungsoo se acostó sobre el tronco de Kai y le mordisqueó la barbilla sensualmente.

— Haré esto hasta que me supliques que te deje entrar dentro de mí —susurró Kyungsoo
contra la piel fría del otro.
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Kai abrió los ojos y arqueó un poco la espalda cuando sintió una vez más su miembro
rozando la entrada de Kyungsoo, pasando de largo justo después.

— ¿Por qué eres así? —gimió Kai con dificultad entre la respiración pesada. Todavía tenía
ambas manos juntas, como si estuviesen atadas, sobre su cabeza. Se estaba conteniendo
para no atacar a Kyungsoo y follárselo hasta que le implorase perdón por ser un chico tan
travieso.

— Esto es una pequeña venganza por la mordaza que me obligaste a usar la otra vez —
susurró Kyungsoo, sin dejar de moverse sobre Kai. Se bamboleaba sobre el miembro del
mayor, humedeciendo su propia entrada con el líquido preseminal del más alto.

Kai gimió cuando sintió su polla palpitando contra la entrada de Kyungsoo; ni siquiera
habían comenzado y el inmortal ya se sentía al límite. Mordió su labio inferior y pensó si
no sería mejor acercar sus manos hasta las caderas del menor y obligarlo a sentarse sobre
su miembro.

— Suplica... —susurró Kyungsoo contra la piel de Kai.

El inmortal se juró a sí mismo que se vengaría de Kyungsoo en otro momento. Lo que más
le intrigaba era que, aunque lo negase, le estaba encantando que el menor dominase. En
setecientos años, jamás había encontrado a alguien que lo hiciese.

Y estaba disfrutando de la sensación.

— Por f...¡ah! —Kai intentó hablar, pero gimió cuando Kyungsoo hizo un movimiento
rápido con la cadera, aprisionando el miembro del inmortal contra su piel—. Por favor...
déjame entrar dentro de ti...

Kai murmuró esas palabras con dificultad, por culpa de su respiración descompasada y del
placer, que hacía que sus ojos se humedeciesen.

— No te oigo, Jongin... Tendrás que hablar más alto.


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Kyungsoo permanecía tendido sobre el mayor y se estaba conteniendo para no echarse a


reír ante la mirada de odio que le dedicaba el inmortal. Kai estaba demasiado excitado,
demasiado ansioso y demasiado avergonzado. ¿Qué estaba haciendo el menor con él?

— Kyungsooo... No seas así.... —murmuró, y sintió que el menor clavaba las uñas en su
cintura—. ¡A...ah! Vamos... déjame entrar dentro de ti.... Quiero...

— ¿Qué quieres, Jongin? —Kyungsoo pasó la lengua a lo largo de la mandíbula del mayor,
sin dejar de mover las caderas sobre su vientre.

— A ti... Por favor...

— Dime que nunca más volverás a alejarme de ti... Dilo y dejaré que me penetres. ¿Me
deseas, no es así? Quieres sentir mi interior mientras me posees, y claro, besarme
también... Quieres eso, ¿verdad, Jongin?

— Sí... —murmuró Jongin con la respiración pesada—. Quiero... Nunca más te alejaré de
mí, pero por favor... por favor... déjame follarte...

Jongin se sentía ardiendo por dentro como nunca antes se había sentido, aunque su piel
siguiese fría. Kyungsoo estaba satisfecho, y sonrió al depositar un beso en la mejilla del
más alto.

— Buen chico, Jongin. Ahora tendrás tu recompensa.

Kyungsoo sonrió y se incorporó, quedando nuevamente sentado sobre el miembro de Kai.


El menor acercó dos dedos a la boca del inmortal y se los metió en la boca, obligándolo a
que los chupase. Kai no cuestionó su acción y pasó la lengua entre los dedos finos y
delicados de quien un día pensó en matar.

Una vez que los dedos estuvieron lo suficientemente húmedos de saliva, el menor los
acercó a su propia entrada. Con las rodillas apoyadas en el suelo, Kyungsoo se curvó un
poco y penetró con ambos dedos en su interior, al mismo tiempo.
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El menor comenzó a gemir de dolor y apoyó su mano libre en el pecho de Kai, arañando su
piel para tratar de aliviar su dolor.

El inmortal no se contuvo y acercó sus manos hasta el rostro de Kyungsoo, casi tocándolo.

— ¡No me toques! —dijo en voz alta antes de que los dedos de Kai alcanzasen su rostro.

— Kyungsoo... Por favor —las yemas de sus dedos estaban a milímetros de distancia de la
piel suave y clara del humano.

— Si me tocas, paramos —dijo el menor, amenazando con detener la preparación que


estaba haciendo en sí mismo, y el inmortal apartó las manos para volver a dejarlas sobre
su cabeza, sintiéndose totalmente impotente.

Kyungsoo introdujo sus dedos en su interior con fuerza, tratando de dilatar el espacio lo
máximo posible en el menor tiempo. Podría estar torturando a Kai, pero la espera lo
estaba dejando ansioso también. Cuando el menor dejó de sentir tanto dolor, retiró los
dedos de su interior y agarró el miembro de Kai, sintiéndolo palpitar en su mano.

— ¿Crees que te lo mereces? —preguntó Kyungsoo irónicamente, sonriendo a Kai


mientras acercaba el miembro del mayor a su entrada.

El inmortal gruñó enfadado, alzando las caderas y forzando la entrada de su miembro en


Kyungsoo. El menor se rió un poco mientras se sentaba lentamente sobre Kai. Dado que
en comparación con sus dedos, su polla era mucho mayor y más gruesa, Kyungsoo sintió
una gran molestia en el momento de la penetración y se mordió los labios con fuerza para
no gemir de dolor.

— ¿Puedo tocarte? —preguntó Kai, al percibir el sufrimiento en el rostro del menor.

Quería tocar a Kyungsoo. Acariciar su piel y besarlo.


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— No —respondió Kyungsoo, gimiendo mientras comenzaba a moverse lentamente sobre


el miembro de Kai.

Éste se mordió el labio inferior para ahogar un gemido mientras Kyungsoo se movía sobre
él. El inmortal podía sentir el interior caliente del menor comprimiéndose a su alrededor y
la idea de no poder tocarlo lo estaba volviendo loco.
Kyungsoo gimió en voz alta, apoyando ambas manos sobre el pecho de Kai, y comenzó a
moverse con más rapidez; las lágrimas comenzaron a deslizarse de sus ojos por el dolor y
el placer intensos.

— Jongin... —murmuró el menor antes de gemir en voz alta.

Ninguno de los dos rompió el contacto visual y el inmortal cerró los puños con fuerza,
intentando controlarse para no atacar al humano. Pero cuando Kai sintió una lágrima de
Kyungsoo cayendo sobre su pecho, no pudo más y desobedeció sus órdenes.

El menor se asustó cuando sintió que las manos de Kai lo agarraban con firmeza por las
caderas para obligarlo a inclinarse hacia un lado. Ambos acabaron rodando por el suelo y
Kai quedó sobre Kyungsoo, todavía dentro de él.

Kyungsoo iba a empezar a reclamar, pero Kai atacó su boca con los labios. El menor gimió
dentro de su boca al sentir que comenzaba a moverse lentamente, saliendo
completamente de dentro de él para volver a penetrarlo profundamente de una sola
embestida.

El menor rodeó las caderas de Kai con sus piernas para que le resultase mucho más fácil
penetrarlo, con más velocidad y profundidad. Kyungsoo comenzó a gemir en voz alta
mientras él lo embestía al mismo tiempo que mordía su hombro, tratando de no gemir en
un tono audible.

Cuando Kai sintió que las uñas de Kyungsoo se hundían en su espalda, gimió en voz alta
acompañando al menor, quien respiraba pesadamente. Aunque nadie estuviese tocando
el miembro de Kyungsoo, éste se sentía al borde del abismo con el simple roce de sus
cuerpos.
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— J...Jongin... ¡ah! —gimió Kyungsoo arqueando la espalda cuando Kai acertó en su


próstata en una embestida profunda.

Kai sonrió y comenzó a clavar a Kyungsoo en su punto más sensible cada vez que lo
penetraba, cada vez más rápido, una y otra vez. El sudor perlaba su frente y los sonidos
que ambos hacían al moverse eran demasiado eróticos para los oídos acostumbrados de
Kai.

— ¡Jongin! Es... esto... estoy... ¡ahh! —gritó Kyungsoo antes de soltar un gemido largo,
corriéndose en el espacio que quedaba entre su cuerpo y el de Kai.

Éste no detuvo sus movimientos, y cuando sintió el interior de Kyungsoo contrayéndose


alrededor de su miembro, gimió en voz alta y embistió al menor unas cuantas veces más
antes de llegar al orgasmo. Tras eso, acercó su mano a la de Kyungsoo y, entrelazando sus
dedos, se la apretó.

Kai decía algunas palabras inconexas en medio de gemidos en voz baja que no conseguía
contener. Era increíble como sólo se sentía así, completamente vulnerable, cuando estaba
junto a Kyungsoo.

El menor arqueó la espalda una vez más cuando sintió la corrida de Kai llenando su
interior, y éste siguió embistiendo a Kyungsoo unas cuantas veces, tratando de prolongar
el placer intenso que estaba sintiendo.

Placer que sólo sentía con aquel pequeño y adorable humano.

Cuando notó que sus fuerzas de desvanecían, el menor se desplomó sobre el frágil cuerpo
del enfermero. Ambos respiraban con dificultad, tratando de normalizar los latidos de sus
corazones.

Ambos se quedaron en la misma posición durante unos minutos, con Kai todavía dentro
de Kyungsoo, en silencio, tratando de recuperar el aliento. Después de suspirar
profundamente, el mayor se apoyó en sus manos y salió de dentro del cuerpo del menor
con calma, cayendo a su lado poco después. Ambos estaban lado a lado, admirando el
techo blanco del apartamento de Kai.
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— Me has desobedecido, Jongin... —comentó Kyungsoo, haciendo pucheros con la boca


mientras se giraba para abrazar a Kai—. Te he dicho que no me tocaras.

Kai se echó a reír y acercó los dedos al rostro de Kyungsoo, para acariciarlo.

— ¿Cómo no iba a tocarte si estabas llorando? —la pregunta retórica hizo que el menor se
ruborizase.

— ¡No estaba llorando, fue involuntario!

Kai se rió una vez más y agarró a Kyungsoo por la nuca para obligarlo gentilmente a
aproximarse, sellando sus labios con un tierno beso.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
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Con el paso de las semanas, el tiempo fue transcurriendo. Por lo menos para Kyungsoo.

Kai seguía igual, como siempre.

Todos los días que Kyungsoo iba a trabajar, nunca se quedaba en el hospital hasta más
tarde de las ocho horas que su contrato de enfermero en prácticas estipulaba. Cuando su
jornada se terminaba, se iba para el apartamento de Jongin, donde permanecía hasta el
día siguiente. Kyungsoo apenas vivía ya en su propio apartamento, y se dio cuenta de que
no le hacía falta.

Cuando pasaba una noche en casa, al día siguiente llevaba una mochila extra al trabajo,
con ropa y comida, ya que por la noche acabaría en los brazos de Kai. A veces, cuando el
enfermero llegaba al apartamento del otro no había nadie en casa, ya que como Kai
necesitaba alimentarse y se negaba a aceptar la sangre de Kyungsoo, tenía que encontrar
nuevas víctimas.

Pero otras veces, para alegría de Kyungsoo, cuando salía del hospital, ya de noche, Kai lo
estaba esperando en un banco próximo a la entrada, vestido con un abrigo largo y
tratando de ocultar su presencia de los demás.

Kai siempre murmuraba haciendo un mohín con la boca que sólo iba a buscarlo porque
estaba aburrido, pero el menor sabía que era porque le preocupaba su seguridad en
medio de un Seúl cada vez más peligroso.

A pesar del hecho de que el mayor peligro de Seúl era el propio Kai.

Habían pasado aquellas semanas conociéndose más y aprovechando la compañía el uno


del otro. Cada mañana, cuando Kyungsoo tenía que levantarse para ir a trabajar, Kai lo
atrapaba entre sus piernas para impedirle que se moviese mientras le rogaba que no se
fuera.

Por primera vez en su vida inmortal, Kai no estaba solo. Y quería que siguiera siendo así.
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Kyungsoo se reía con las historias que Kai le contaba; algunas tan absurdas que no podía
ni creérselas. A Kai le parecía interesante cómo Kyungsoo le explicaba los procedimientos
quirúrgicos que había presenciado, y cómo sus ojos brillaban cuando hablaba de algún
paciente al que había cuidado durante el día. Kyungsoo se sorprendió cuando Kai le contó
que podía comunicarse en, al menos, quince idiomas, y casi se arrepintió de dudar cuando
le pidió que se lo demostrase. Kai encontraba adorable la forma en que Kyungsoo hablaba
de sus planes de futuro y de cómo en pocos meses obtendría su título universitario, ya
que sólo le quedaba terminar el período obligatorio de prácticas.

Futuro. A Kai le parecía interesante como esa palabra sonaba tan diferente para él y para
Kyungsoo.

Kai, a diferencia del menor, prefería no pensar en el futuro, ya que el porvenir estaba
demasiado cerca para alguien que ya ha vivido tanto, y pensar en lo que vendría era
deprimente ya que lo único que veía era la muerte.

Kai ya había desistido días atrás de tratar de convencer a Kyungsoo de que dejase de
llamarlo Jongin. El menor era terco, y cuando se enfadaba podía golpear el pecho del
inmortal verdaderamente fuerte. Kai ya había comprobado su teoría de que Kyungsoo era
un loco que estaba dispuesto de verdad a ayudarlo.

No le tenía miedo, ni tampoco sentía lástima por él, o compasión. Sus emociones eran
mucho más fuertes, aunque ninguno de los dos hablase jamás de ello.

Ni siquiera Kai tenía muy claro lo que sentía por el menor, pero parecía inevitable sonreír
cuando el otro estaba cerca. Era inevitable sentir su corazón latir más rápido o un calor
interno que parecía desbordarse en sus risas cuando Kyungsoo era simplemente él, sin
hacer nada realmente gracioso.

El inmortal se sentía bien cerca del menor; tan bien como no se había sentido desde hacía
muchos, muchos años.

Siempre que podía, Kyungsoo llevaba al apartamento de Kai algunos libros,


supuestamente de brujería, y exigía que ambos les echasen un vistazo por lo menos tres
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veces a la semana, por la noche. A Kai le parecía adorable cómo Kyungsoo se empeñaba
en salvarlo.

Pero él no podía evitar encontrar al menor adorable; todo lo que Kyungsoo hacía era
encantador.

— ¿Qué miras? —preguntó Kyungsoo seriamente, mientras leía sobre el culto de la Strega
Nera (Bruja Negra).

— Tu ceño... Lo frunces mucho cuando te concentras —comentó Kai con una sonrisa,
apoyando la barbilla en la mano.

Kyungsoo se ruborizó ligeramente y se cubrió la frente con las manos para esconderla.

— No me mires a mí, Jongin. Mira los libros.

Kai se echó a reír por la actitud del menor y volvió a centrar la mirada en los hechizos.
Sabía que todo aquello era una pérdida de tiempo, pero no quería que Kyungsoo perdiese
las esperanzas. Kai preferiría estar en la cama, torturando a Kyungsoo de alguna forma
nueva, en vez de estar leyendo libros inútiles para tratar de librarse de una maldición
hecha hacía casi setecientos años.

Pero, como ya se dijo, Kai no quería que Kyungsoo perdiera la esperanza.

Tenía miedo de que una vez que el menor se diera cuenta de que no había nada que hacer
con respecto a la maldición, lo abandonase. A Kai le gustaba cómo Kyungsoo lo trataba, de
forma delicada pero decidida, y también la sensación de calidez que lo embargaba
siempre que le sonreía.

Kai no quería quedarse solo de nuevo.

— Vayamos a la habitación... —gimió Kai, hundiendo su rostro en un libro.


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— Jongin... —Kyungsoo iba a empezar un discurso sobre el porqué de su investigación,


pero desistió cuando percibió que el otro parecía muy cansado.

Kyungsoo se levantó del suelo, caminó hacia Kai y le pasó una mano suavemente por el
cabello, acariciándolo.

— ¿Te has alimentado ya hoy? —preguntó, y Kai hizo una señal de negación con la cabeza,
aún con el rostro metido en el libro.

Kyungsoo revolvió el cabello de Kai y salió de la sala, rumbo a la cocina.

No era algo de lo que se sintiera orgulloso, pero algunas veces a la semana entraba en el
laboratorio en el que guardaban las reservas de sangre y cogía algunas bolsas de 0+ y A+,
los tipos de sangre más comunes, de la sección sin clasificar, y llevaba algunas al
apartamento de Kai.

No era algo de lo que se enorgulleciese, pero lo hacía pensando en que Kai acabaría
alimentándose en casa, y por lo tanto le estaba salvando la vida a alguna futura víctima
del «Vampiro de Seúl»; aunque pudiese estar matando a alguien que necesitase una
transfusión de sangre más adelante.

— Toma —Kyungsoo le lanzó una bolsa de A+ y Kai levantó el rostro del libro.

— Sabes que no necesitas robar sangre... Te pueden pillar... —dijo, aceptando la pequeña
bolsa roja.

— No sabrán nunca que eso ha desaparecido. Ahora, bebe —dijo Kyungsoo, dándole unos
golpecitos en la cabeza, como si estuviese felicitando a un cachorro por una buena
acción—. Me voy a la cama. Cuando termines, ¿vienes?

— Espérame despierto... —respondió Kai con una sonrisa maliciosa; Kyungsoo se echó a
reír y desapareció por el pasillo.
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Kai abrió el envoltorio con cuidado y comenzó a beber. No era divertido, y la sangre no
estaba tan caliente como recién extraída de una persona aún viva, pero se estaba
acostumbrando a ese estilo de alimentación. Evitaba al máximo morder, aunque fuese de
broma, cualquier parte del cuerpo de Kyungsoo, por miedo a descontrolarse y hacerle
daño.

Algunas veces, el hambre de Kai era tan intensa que se encerraba en el baño con algunas
bolsas de sangre y salía de allí horas después, cuando se sentía nuevamente recuperado.
Kyungsoo siempre se quedaba al otro lado de la puerta, golpeándola suavemente y
hablándole para tratar de calmarlo.

Al inmortal le gustaba torturar a Kyungsoo con palabras y gestos. Le gustaba verlo suplicar
por un roce o irritarlo a veces con algún comentario innecesario. Pero lo que más le
gustaba era abrazarlo antes de dormir y despertarse con las prisas del menor, vistiéndose
de cualquier forma porque llegaba tarde al trabajo. Le encantaba besar sus mejillas
sonrosadas y besarlo traviesamente cuando el silencio se instalaba entre los dos.

Kai sentía que vivía cuando estaba cerca de Kyungsoo. Se sentía casi humano.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Era viernes; un día normal y soleado para la mayoría de la gente.

Ambos, humano e inmortal, estaban en medio de un supermercado a última hora de la


tarde. Kai jamás había pisado un supermercado moderno, pues no tenía sentido ir a donde
se vendía comida que él no podía comer, pero Kyungsoo iba a pasar el fin de semana en su
casa y ni siquiera había comida instantánea en los armarios.

Cuando Kyungsoo dio la idea de salir solo, Kai se lo impidió rotundamente. Se vistió
rápidamente con un sombrero, gafas de sol, un abrigo rojo y una bufanda, negándose a
dejar que el menor fuese solo a un lugar que el inmortal desconocía. La luz del sol lo
incomodaba, pero Kyungsoo sostuvo una sombrilla sobre ambos durante todo el camino
para protegerlos de los rayos UV.
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Dentro del supermercado, Kai metió todos los accesorios extra que vestía en la mochila
que llevaba Kyungsoo a la espalda, y se quedó sólo con el abrigo rojo, puesto que le
incomodaba mostrar sus muñecas tatuadas. Las luces artificiales del local no le
molestaban, aunque la presencia de la gente lo pusiera un poco nervioso.

Eran demasiadas presas, y su hambre siempre era difícil de controlar.

— Estoy aquí contigo, no lo olvides... —Kai sintió un apretón en su mano mientras


observaba a las posibles víctimas que caminaban y, al mirar a su lado, vio a un Kyungsoo
sonriente que transmitía cariño y seguridad.

Kai le respondió con otro apretón, entrelazando sus dedos y sintiendo cómo el calor del
menor traspasaba su piel fría.

Claro, Kai no tenía nada de qué preocuparse; no estaba solo.

El carrito de ambos ya tenía algunos productos dentro cuando Kai vio algo que llamó su
atención en la sección de electrodomésticos. Corrió hasta quedar frente a un producto
que había visto en un programa de televisión y lo observó, admirado. Era algo que él no
entendía muy bien, pero el anuncio decía que el producto aspiraba la suciedad e
higienizaba el local con vapor.

— Qué guay, ¿verdad, Kyungsoo? —preguntó Kai mientras apuntaba al producto, y


Kyungsoo se echó a reír tras él.

El inmortal siguió paseando por aquella sección y se quedaba fascinado con cada nuevo
descubrimiento. Quería poder llevarse todo a casa para poder experimentar; sobre todo
un masajeador que encontró, ya que se imaginaba lo que podría hacer con aquello usando
a Kyungsoo de víctima.

— Llevémonos este masajeador, Kyun... —Kai no terminó la frase ya que, en ese


momento, se dio cuenta de que estaba solo.
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El inmortal comenzó a mirar a todos lados, en busca de su compañero, pero no lo vio por
ningún sitio. Avanzó por los pasillos que se iba encontrando, pero el menor no estaba
cerca. Kai esperaba que Kyungsoo estuviera escondido tras alguna televisión para darle un
susto, pero no.

Kyungsoo había desaparecido.

Su corazón comenzó a latir con fuerza y su respiración seguía un ritmo descontrolado.


Había mucha gente a su alrededor, pero no había ni rastro de su Kyungsoo. Comenzó a
correr por los pasillos, mientras lo llamaba en voz alta y miraba a todas partes, pero sólo
veía rostros desconocidos. Ya llevaba varios minutos corriendo por el gran supermercado
cuando se detuvo, cansado, en una esquina y se agachó, escondiendo el rostro con las
manos para sumergirse en la oscuridad.

Estaba solo de nuevo.

— ¿Jongin? —una voz familiar sonó a su espalda y Kai apartó las manos de su rostro
mientras se ponía en pie lentamente.

Cuando el inmortal se giró, vio que Kyungsoo lo miraba preocupado, con el carrito de la
compra a su lado. Sin darle tiempo a decir nada, Kai corrió hacia él y lo abrazó con fuerza.

Aquella era la primera vez que Kai tomaba la iniciativa y abrazaba a alguien con tanta
fuerza y posesividad.

Kyungsoo abrió los ojos, sorprendido, y se aferró al abrigo de Kai con las manos.

— ¿Qué pasa? —preguntó Kyungsoo, preocupado, tratando de ver el rostro de Kai, en


vano, pues éste hundía cada vez más su cara contra el cuello del menor.

— Has desaparecido... —murmuró contra su cabello.


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— Estabas tan emocionado con los electrodomésticos que no quise molestarte, y fui a
coger algunas verduras...

— Has desaparecido... —repitió Kai abrazándolo con más fuerza.

Kyungsoo sonrió y le devolvió el abrazo como pudo, ya que el mayor estaba inclinado y lo
abrazaba por la cintura posesivamente, con el rostro metido en la curva de su cuello.

— Perdóname... —susurró Kyungsoo, arrepentido.

— No vuelvas a desaparecer —murmuró Kai aún contra la piel de Kyungsoo, sin aflojar el
abrazo—. Por favor.

Kyungsoo sintió que su corazón se encogía con la petición del mayor y se apartó un poco,
sosteniéndole la cara con ambas manos.

— No desapareceré nunca más, Jongin. Te lo prometo. No te dejaré solo, ¿está bien?

Kai asintió con la cabeza y Kyungsoo le dio un beso rápido en los labios, antes de que
alguien los viese. Como el inmortal aún estaba agitado, Kyungsoo creyó que lo mejor era
irse a casa lo antes posible y, después de pasar los productos por caja, se fueron.

Tras el incidente, Kai no soltó la mano de Kyungsoo en ningún momento hasta llegar a
casa.

Como castigo por haber desaparecido, el inmortal lo obligó a comprar el masajeador que
había visto en la sección de electrodomésticos y durante una noche entera escuchó a
Kyungsoo reírse a carcajadas, gemir en voz alta y suplicar que la tortura acabase mientras
Kai se divertía con su nuevo juguete.

Esa noche, Kai se quedó dormido abrazando a Kyungsoo con fuerza, de forma casi
sofocante, con miedo de despertar solo.
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— No voy a desaparecer, no te preocupes —susurró Kyungsoo contra la piel fría del


mayor.

— No quiero volver a quedarme solo... —murmuró Kai, mientras sentía cómo su corazón
se encogía al notar al menor acariciando su cabello.

— No te dejaré solo, Jongin... Y tú tampoco me dejarás a mí, ¿verdad?

Kai mostró su acuerdo con un murmullo, pero aún así siguió abrazando a Kyungsoo.

¿Por qué no podía creer que ambos acabarían juntos?

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Era un domingo por la noche, meses después de conocer a Kyungsoo y convivir juntos casi
todos los días, cuando Kai se dio cuenta de que estaba enamorado de él.

Al principio, el condenado a la inmortalidad no entendía por qué se sentía tan unido al


menor, ni por qué sentía tal necesidad de proteger a aquel humano al que tiempo atrás
había querido devorar.

Las cadenas tatuadas en sus muñecas le recordaban su maldición, como si le susurrasen


que jamás podría ser feliz; que Kyungsoo moriría algún día y él se quedaría solo de nuevo.
Pero siempre que Kai tocaba ese tema delante de Kyungsoo, recibía a cambio un golpe en
el pecho y un abrazo fuerte poco después. Kyungsoo le decía que romperían la maldición,
que Kai volvería a ser humano de nuevo y que morirían los dos, cuando fuesen muy muy
viejos.

Kai no creía en las palabras de Kyungsoo... Le gustaría hacerlo, pero no podía.


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Kyungsoo dormía plácidamente en la cama, y Kai lo observaba. El rostro del menor a veces
formaba muecas, como si estuviese soñando. Su pecho subía y bajaba lentamente, al
ritmo de su respiración.

Todo, todo lo que Kyungsoo hacía era adorable a los ojos de Kai.

Cuando se dio cuenta de que estaba enamorado del humano se asustó, ya que
comprendió que cuanto más amase a aquella criatura frágil, más sufriría cuando lo
perdiese. Pero Kai no podía evitar amar las sonrisas, los gritos, los gestos, la voz, el cuerpo,
los roces, los labios... todo de Kyungsoo.

Kai permanecía sentado en el suelo, al lado de la cama en la que Kyungsoo dormía,


observándolo de una forma que podría considerarse indiscreta. Contempló las líneas de
expresión del rostro del menor, cómo su cabello se rizaba en las puntas, y su delicada
nariz.

Kai amaba demasiado a aquel humano.

Extendiendo la mano, rozó ligeramente el rostro del menor, acariciándoselo con las yemas
de los dedos.

— Te amo, Kyungsoo... —dijo en un susurro sincero, admitiendo de una vez por todas
para sí mismo que amaba a aquel humano más que a nada en el mundo, y que le gustaría
pasar todo el tiempo que pudiese a su lado. Kai susurró aquella declaración esperando
que el menor, mientras soñaba, escuchase su voz en la distancia.

Lo que Kai no esperaba era que ese sentimiento lo condenaría.

Al pronunciar aquellas palabras, sintió un latido extraño en su corazón. Se levantó con


dificultad y avanzó hasta la sala con la intención de abrir la ventana y respirar aire puro al
darse cuenta de que el motivo de su malestar era que le fallaba la respiración.

Pero cuando entró en la habitación, sintió un dolor agudo en el pecho y cayó al suelo, de
rodillas, mientras se apretaba con fuerza la región torácica y apoyaba la cabeza en el
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suelo, gimiendo de dolor. El aire parecía no entrar en sus pulmones y todo daba vueltas a
su alrededor; se sentía mareado y con náuseas.

Cuando el inmortal se desplomó en el suelo, se miró las muñecas y vio que algo estaba
pasando.

Las cadenas tatuadas se estaban rompiendo.

Sus músculos comenzaron a contraerse involuntariamente y sintió punzadas en todos sus


órganos. Kai tosió al sentir que una bola se formaba en su cuello y todo lo que salió de su
boca fue sangre. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando miró nuevamente sus muñecas,
que ardían, y vio que las cadenas se habían roto y desaparecían poco a poco... Kai era
libre.

Kai se estaba muriendo.

El moreno gritó desesperado varias veces por Kyungsoo mientras trataba de levantarse
del suelo, en vano. Desistió de tratar de ponerse de pie y se quedó mirando el techo
blanco de la propia sala, imaginando cómo sería su muerte. Su visión se hizo borrosa por
las lágrimas, pero cuando alzó el brazo logró distinguir que había pequeñas grietas en su
piel, como si fuese un jarrón que acaba de romper.

Kai se atragantó con su propia saliva mientras lloraba en voz alta. Tratar de normalizar su
respiración estaba siendo imposible, y las palabras salían inconexas de su boca, mientras
seguía llamando a Kyungsoo y le pedía que lo salvase del dolor y de la agonía que sentía.

En sus muñecas ya no había cadenas, pero ahora podía leerse una frase, como si estuviera
escrita con sangre, en su muñeca izquierda: «Quando si trova l'amore, si muore».

Cuando encuentres el amor, morirás.

Kai aún lloraba cuando sonrió débilmente al darse cuenta de que su maldición era peor de
lo que imaginaba. No bastaba con vivir para siempre alimentándose de la sangre de
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inocentes... Cuando el condenado encontrase a alguien a quien amase y que le importase,


moriría.

Se quedaría solo de cualquier forma, a fin de cuentas.

— ¡Jongin! —gritó Kyungsoo mientras corría hacia él y se arrodillaba en el suelo,


acercándolo a su regazo para abrazarlo—. ¡Jongin, ¿qué pasa?! Dios mío, ¡¿qué está
pasando?!

Kyungsoo no era tonto. Había visto la sangre en el suelo, cerca del cuerpo del mayor, y
sentía sus músculos contrayéndose violentamente bajo su piel. Sabía que pasaba algo muy
malo y no pudo evitar que las lágrimas rodasen por sus mejillas.

— ¡Por favor, Jongin! ¡Háblame!

Kai sonrió mientras miraba el rostro de Kyungsoo. Incluso llorando, seguía siendo
hermoso, seguía siendo adorable.

El condenado, que ahora era un hombre libre, posó su mano en el rostro del menor y lo
acarició para tratar de alejar las lágrimas de la cara de aquel a quien tanto amaba. Una
última lágrima solitaria rodó por el rostro de Kai.

— ¿Sabes, Kyungsoo...? Lo que más deseaba antes de conocerte... era morir... —dijo con
franqueza—. Pero ahora que tú estás conmigo... no quiero morir. No quiero, Kyungsoo.

Kyungsoo abrazó con más fuerza a Kai, aproximando sus rostros, casi rozando su frente
con la mejilla del mayor.

— No te vas a morir, Jongin. ¡Yo te voy a salvar! Te prometí que no te dejaría solo, ¡¿no?!
¡Por favor, aguanta despierto! —Kyungsoo hablaba entre su llanto compulsivo, casi
gritando. Tenía miedo de que si Kai cerraba los ojos, nunca más los volvería a abrir.
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El dolor era tan intenso... Kai apenas podía mantener los ojos abiertos; estaba
languideciendo de dentro hacia afuera y la sensación era horrible. No quería morir... Pero
sabía que no había forma de evitarlo. La pregunta era por qué Kyungsoo tenía que llorar.
¿Por qué tenía que sufrir? Era tan injusto.

— No llores, por favor... No hay nada que hacer. La maldición ya se fue, mira... —Kai le
mostró las muñecas y su nuevo tatuaje allí expuesto, con las letras escritas en italiano
grabadas en color rojo, como si hubiesen sido escritas en sangre.

— Venga, Jongin, muerde... —Kyungsoo ignoró al otro y aproximó su cuello a los labios de
Kai, sacudiéndolo ligeramente, para que mordiese y chupase su sangre.

Pero a Kai ya no le quedaban fuerzas.

— ¿Me echarás de menos? —el susurró fue tan débil que apenas era audible—. ¿Estarás
triste cuando me vaya?

— ¡Muerde, Jongin! ¡Por favor! —gritó Kyungsoo en voz alta, al darse cuenta de que Kai se
estaba desvaneciendo y ya no lo escuchaba.

El mayor cerró los ojos un poco y Kyungsoo se desesperó.

— ¡No te duermas! ¡Te lo suplico! ¡No me hagas esto! ¡Me prometiste que no me dejarías
solo! —gritó con desesperación, sosteniendo la cara del mayor con ambas manos.

Al darse cuenta de que sólo había una forma de salvar a Kai, el menor volvió a acostar el
cuerpo inerte en el suelo y corrió hacia la cocina. Volvió segundos más tarde con un
cuchillo en la mano.

Se arrodilló al lado de Kai y se secó las lágrimas que brotaban de sus ojos y le obstruían la
visión.
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— ¡No dejaré que te mueras, Jongin! ¡No! —sollozó Kyungsoo en voz alta antes de cerrar
los ojos con fuerza y deslizar la hoja del cuchillo por su propia muñeca.

El grito del menor resonó en el apartamento. El corte había sido profundo, justo al lado de
la arteria cubital. Kyungsoo lloró aún más por el dolor y agarró los hombros de Kai para
acercarlo más a él. Sus lágrimas se reunieron con su saliva en la barbilla y su llanto
desesperado resonó en las habitaciones.

— Bebe, Jongin, bebe. ¡Por favor! —gimió Kyungsoo, colocando su muñeca cortada entre
los labios fríos de Kai.

Una gran grieta se formó en el cuello de Kai, que desapareció dentro de su camiseta, y
Kyungsoo lloró aún más alto, apretando su muñeca todavía más contra los labios del
mayor, haciendo que la sangre se escurriese hacia dentro de su boca. Los ojos de Kai
seguían cerrados, pero Kyungsoo vio que pasó la lengua por el corte.

Cuando una de las manos de Kai se posó sobre el brazo de Kyungsoo, el menor lloró
todavía más alto, mordiendo su labio inferior con fuerza y sonriendo levemente. Aún
había esperanza...

— ¿Me estás oyendo, Jongin? —preguntó Kyungsoo, sollozando y gimiendo en voz baja—.
Por favor, dime que sí. Por favor, no me puedes dejar... ¿Sabes lo solo que me sentía antes
de encontrarte? Por favor, Jongin... Por favor. No puedo vivir sin ti, no me dejes....

Kyungsoo no obtuvo respuesta, y durante unos segundos creyó que había salvado al
condenado. Sin embargo, cuando la mano de Kai se deslizó por su brazo y cayó inerte al
suelo, Kyungsoo se quedó paralizado.

Kai ya no bebía su sangre.

— ¡No, no, no, no! —gimió el menor mientras abrazaba al otro con fuerza y le acariciaba
la mejilla—. ¡No te mueras, Jongin! ¡Te lo suplico! Te amo tanto... ¡tanto!
Kyungsoo acercó una vez más su muñeca a la boca de Kai, pero ya no servía de nada.
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Kai no mostraba reacción alguna.

— ¿Jongin...? —el susurró salió de entre sus temblorosos labios, en un llanto sufrido.

El enfermero colocó sus dedos en el cuello del menor, presionándolos con fuerza, pero no
sintió su pulso. Aún abrazando a Jongin, Kyungsoo observó el suelo cubierto con su sangre
y la de Jongin y lloró, lloró en voz alta durante unos minutos. Kyungsoo se había quedado
solo de nuevo.
Jongin ya no respiraba. Jongin estaba muerto en sus brazos.

Kyungsoo no sentía fuerzas ni para gritar para pedir ayuda. No tenía fuerzas para tratar de
detener la sangre que manaba de su muñeca, y no tenía ningún deseo de alejarse del
cuerpo del hombre al que amaba.

Cuando el menor comenzó a sentirse mareado, pensó que al fin se estaba muriendo por la
excesiva pérdida de sangre. Cuando todo se oscureció y se cayó al suelo, sobre el cuerpo
de su Jongin, Kyungsoo dio las gracias. No quería vivir una vida sin Jongin... No quería
volver a la soledad.

Kyungsoo no quería quedarse solo.


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SODOMÍA
Capítulo Cinco - Eterno

La primera vez que Kyungsoo abrió los ojos, con dificultad, lo único que vio fue una luz
blanca muy intensa, antes de perder el conocimiento de nuevo. La segunda vez, vio unas
caras desconocidas y luego todo se hizo oscuridad.

Cuando los abrió por tercera vez, vio a Jongin frente a él. Ambos estaban en un claro que
el joven enfermero jamás había visto. La hierba le hacía cosquillas en las plantas de los
pies y el viento acariciaba suavemente su rostro, mientras permanecía de pie, frente a él.
El mayor le sonrió y le tendió la mano, y entonces Kyungsoo recordó todo lo que había
sucedido. Desde que había conocido a Jongin aquella madrugada tras haber perdido el
tren hasta el momento en el que el condenado se había desmayado en sus brazos...
Incluso el momento en el que el propio Kyungsoo cerró sus ojos y cayó al suelo, cuando
todo era oscuridad y frío.

La mano de Jongin seguía tendida en el aire, y Kyungsoo comenzó a llorar antes de correr
hacia él para abrazarlo. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué estaban allí?

— ¿Jongin? —murmuró Kyungsoo contra el cuello del otro—. ¿Qué estamos haciendo
aquí?

Un silencio sepulcral se cernió sobre ellos durante unos segundos, mientras el viento se
hacía más fuerte y provocaba que sus cabellos les golpearan en la cara violentamente. El
abrazo entre ambos era fuerte y Kyungsoo cerró los ojos al sentir al mayor presionando
sus labios contra su pelo.

— Vine a despedirme —murmuró Jongin en casi un susurro, tan inaudible que el menor
apenas fue testigo de sus palabras.

Kyungsoo abrió los ojos de sopetón al sentir un vacío entre sus brazos. Jongin había
desaparecido.
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El viento dejó de soplar de repente mientras las tinieblas, procedentes de algún lugar,
comenzaban a rodear las piernas del muchacho, como si pretendiesen envolverlo en la
oscuridad. Kyungsoo miró a su alrededor, buscando a Jongin, pero no lo halló. Todo, poco
a poco, volvió a convertirse en oscuridad.

Estaba solo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo palpó el aire a tientas mientras abría los ojos y se sentaba sobre la superficie
blanda en la que estaba acostado. Tuvo que parpadear varias veces, pues la luz lo cegaba,
y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. El blanco que tenía a su alrededor
fue tomando forma y comenzó a transformarse, poco a poco, en tonos crema y beige, y
distinguió finalmente la forma de una habitación.

Se sentía extremadamente débil y cansado, hasta el punto de pensar que si cerrara los
ojos de nuevo, se quedaría dormido. Cuando Kyungsoo se frotó los ojos con los nudillos,
finalmente se dio cuenta de dónde se encontraba: en una de las habitaciones del hospital
en el que trabajaba. ¿Era un paciente?

Eso quería decir que no estaba muerto.

Al echar un vistazo a sus brazos, vio que tenía una aguja clavada en el dorso de la mano
que le inyectaba suero en la vena. También vio que tenía una venda en la muñeca, en el
mismo sitio en el que se había hecho el corte profundo con el cuchillo para tratar de salvar
a Jongin.
Jongin... ¿Dónde estaba? ¿Qué le había sucedido?

— Hiciste un buen estrago contigo, muchacho... —Kyungsoo oyó una voz familiar y se giró
hacia donde procedía, para ver a su jefe, que lo observaba.

— ¿Jefe...? —Kyungsoo forzó la vista para ver si de verdad no estaba alucinando.


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— ¿En qué estabas pensando cuando intentaste acabar con tu vida, Kyungsoo? —
preguntó el hombre mayor, acercándose a la cama—. Tienes mucha suerte de seguir vivo.

Suerte... ¿de seguir vivo?

— ¿Dónde está Jongin? —pregunto Kyungsoo, afligido, buscando al moreno por la


habitación con la mirada; quizá estaba acostando en una cama contigua a la suya...

— ¿Quién es Jongin? —preguntó su jefe mientras levantaba la ceja.

No había más camas en la habitación y Jongin no estaba por ninguna parte. Kyungsoo
tragó en seco.

— Es quien estaba conmigo en el apartamento cuando me desmayé. Tuvisteis que


encontrarlo en el suelo, a mi lado. Es un chico más alto que yo, más moreno y de labios
gruesos... ¿Os habéis encargado de él? ¿Se pudo hacer algo por él? ¿Estaba vivo?
¿Muerto? ¿Está aquí?

— No, Kyungsoo... No sé de quién estás hablando. No hay nadie ingresado aquí con ese
nombre y nadie ha venido preguntando por él... —el jefe de Kyungsoo habló en un tono
pesaroso y el menor sintió un fuerte dolor en el pecho.

— Fue una señora quien llamó a la ambulancia. Cuando llegaron allí sólo estabas tú en el
apartamento, con el cuchillo cerca y la muñeca cortada. Sufriste un choque hipovolémico
y hubo que ingresarte de urgencia. ¿Te das cuenta de que casi te mueres?

El jefe de Kyungsoo seguía hablando, pero el joven ya no lo escuchaba. ¿Cómo que no


había nadie más en el apartamento?

¿Dónde estaba Jongin?

— ¿Y Kai? ¿Ha oído hablar de algún Kai? ¡Jongin suele presentarse con ese nombre! Antes
de desmayarme, yo... yo creí que se había muerto, pero... no lo sé. Debe de estar por aquí,
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¿verdad? Aunque hubiese muerto, tendrían que traerlo aquí para que los médicos
confirmasen el fallecimiento —preguntó Kyungsoo esperanzado; como respuesta escuchó
un suspiro cansado.

— No, Kyungoo. No hay nadie aquí con ese nombre; no han traído a nadie aparte de ti de
ese apartamento... La única persona que te viene a visitar todos los días bien temprano es
la señora mayor que te encontró inconsciente. Debes darle las gracias. Intentamos
contactar con tus padres, pero el teléfono no da señal. ¿Puedes darnos otro número para
que lo intentemos?

Toda la esperanza de Kyungsoo se transformó en tristeza y negó con la cabeza, pidiendo a


su jefe que lo dejase solo. Cuando el hombre cerró la puerta y el menor se quedó solo en
aquella fría habitación, lágrimas silenciosas comenzaron a descender por sus mejillas y
enseguida llegó el llanto.

¿Por qué nadie había visto a Jongin? ¿Acaso era alguna broma estúpida?

¿Dónde estaba el cuerpo de Jongin, al menos? Kyungsoo se negaba a creer que su cuerpo
se hubiera convertido en cenizas y que el viendo se lo hubiese llevado como en su sueño.
Se negaba a creer que jamás volvería a verlo, que jamás volverían a hablar o a tocarse.

Jongin no podía haberlo dejado solo.

El llanto de Kyungsoo se hizo compulsivo poco a poco y lloró, angustiado, anhelando a


aquel que era tan importante para él, hasta que le ardieron los ojos, hasta que su garganta
se quedó seca, hasta que la saliva comenzó a resbalar por su barbilla involuntariamente.
Lloró hasta que su cuerpo quedó exhausto y volvió a perder el conocimiento.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
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Cuando Kyungsoo abrió los ojos de nuevo, todo estaba oscuro. Sentía un ardor incómodo
en los ojos y en la nariz y el dolor de su pecho seguía allí. El pequeño paciente se sentó
nuevamente en la cama y miró hacia la puerta. Alguien estaba de pie al otro lado.

— ¿Jongin? —murmuró Kyungsoo, y el pomo de la puerta se giró.

No era Jongin.

— ¡Buenas noches, Kyungsoo! —dijo uno de sus compañeros de enfermería, el que estaba
con Kyungsoo cuando el jefe le había dado unos días libres tiempo atrás, mientras entraba
en el cuarto con una bandeja de comida.

— Buenas noches —respondió él, sin ganas, observando al joven un poco mayor que él
acercarse.

— ¡Te he traído la cena! Cómetelo todo, ¿vale? —dijo con una sonrisa que parecía sincera,
desplegando las patas de la bandeja antes de colocarla sobre el regazo del paciente.

Kyungsoo asintió con cabeza mientras miraba la comida, sin ningún deseo de metérsela en
la boca. No tenía hambre.

— ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? —preguntó en voz baja, aún mirando el bocadillo
bien hecho de la bandeja.

— Ummm... —se lo pensó durante un rato—. Mañana hará cuatro días.

Kyungsoo abrió mucho los ojos y miró fijamente al otro. ¿Hacía tanto tiempo que estaba
allí y nadie había visto ni oído hablar de Jongin?

— No hacías más que despertarte y desmayarte casi de inmediato los primeros dos días.
Perdiste mucha sangre, ¿sabes? —comentó mirando a Kyungsoo con lástima—. Cuando
llegaste aquí te llevaron directamente a la sala de operaciones porque te habías cortado
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una vena importante y tuvieron que volver a conectarte los vasos sanguíneos. Te hicieron
varias transfusiones de sangre y pudiste sobrevivir... Has tenido suerte.

— Suerte, ¿eh? —preguntó Kyungsoo con sarcasmo, esbozando una sonrisa triste.

Estaba solo. ¿Cómo podía considerarse eso tener suerte?

— Así es. Tienes riesgo de anemia y, aunque es muy bajo, tendrás que permanecer en el
hospital unos días porque empezarás con un tratamiento mañana para no caer en anemia
de verdad.

Kyungsoo lo miró fijamente, incapaz de creer lo que oía.

— No puedo quedarme... Tengo que saber qué sucedió con Jongin, tú no lo entiendes.
Tengo que irme ya —dijo Kyungsoo en tono suplicante, pensando que podría convencer a
su compañero, que sacudió la cabeza con un largo suspiro.

— Kyungsoo... —dijo el enfermero—. ¿Estás seguro de que ese Jongin estaba allí contigo?
¿Estás seguro de que...? ¿Cómo te lo digo...? De que... ya sabes... ¿Él era real? Nadie más
lo vio o escuchó hablar de él. Sé que debes de estar pasando por un momento difícil y no
es asunto mío pero...

— ¡No! —gritó Kyungsoo.

No podía aguantar seguir escuchando aquello.

¿Cómo podían dudar de la existencia de Jongin? Él estuvo allí todo el tiempo con
Kyungsoo. Al principio quería matarlo, pero después... después... ¿Cómo podían decirle
que todo lo que había vivido con Jongin era mentira? ¿Que nada de aquello había
ocurrido?

Kyungsoo volvió a echarse a llorar cuando el enfermero salió de la habitación tras


disculparse por haberse entrometido en su vida.
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— ¿Dónde estás, Jongin-ah? —gimió Kyungsoo entre su llanto, mientras escondía el rostro
con las manos y se clavaba las uñas en su propia piel para tratar de aliviar el dolor de su
corazón.

¿Y si Jongin estuviese realmente muerto y su cuerpo se hubiera convertido en cenizas?

¿Y si... Jongin nunca hubiese existido?

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Ya casi se iba a cumplir una semana desde que Kyungsoo estaba en aquel hospital infernal.
No había recibido ninguna visita mientras estaba consciente y le hacían tomar los
medicamentos más asquerosos del mundo. Le decían que casi no había probabilidades de
que desarrollase anemia, que sus puntos estaban cicatrizando muy bien y que en unos
días podría recibir el alta y volver a su vida normal.

¿Cómo podían decirle eso? ¿Cómo?

Vivir una vida normal era lo único que Kyungsoo no quería. No quería tener que
despertarse temprano por la mañana, correr al hospital, trabajar y volver a casa de noche,
cansado, sin nadie que lo abrazase.

Sin tener a Jongin junto a él.

— Ese Jongin... —era la tercera vez que una psicóloga venía a hablar con él, tratando de
lograr que Kyungsoo le revelase el motivo por el que había «intentado matarse»—, ¿cómo
lo conociste?

— Usted cree que es producto de mi mente —respondió Kyungsoo, irritado.


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— Yo no he dicho eso —respondió la psicóloga con calma—. Quiero que me cuentes cómo
lo conociste. Has estado evitando esa pregunta.

Kyungsoo suspiró y decidió contarle a la mujer lo que quería saber.

— Fue un viernes. Yo había perdido el tren y, como era el último, volví a pie a casa; pero
ya eran altas horas de la noche. Fue durante la madrugada cuando conocí a Jongin.
Parecía alguien normal, sospechoso pero normal, y tras intercambiar unas cuantas
palabras, me secuestró. Me condujo a su apartamento y Jongin dijo que me iba a matar...

La mujer levantó las cejas y lo miró fijamente.

— Si te hizo eso, ¿por qué preguntas por él? —preguntó la psicóloga mientras se cruzaba
de piernas en la silla en la que estaba sentada.

— Porque... Mire, usted no lo entiende, me enamoré de él. Estuvimos prácticamente


viviendo juntos durante muchos meses antes de que me trajesen aquí.

— ¿Y eras feliz? ¿Por qué intentaste matarte? —Kyungsoo sabía que la mujer pensaba que
estaba loco y que nada que dijese la haría cambiar de opinión.

— No intenté matarme, como ya le he dicho. Me hice ese corte en la muñeca porque


estaba intentando salvar a Jongin. Él tenía casi 700 años y se alimentaba de sangre, pero
se estaba muriendo porque se había roto la maldición que una bruja le lanzó durante la
Edad Media —dijo Kyungsoo con una sonrisa, pensando que todo aquello sonaba extraño
e incoherente, ahora que se paraba a pensarlo.

La psicóloga permaneció en silencio.

— Si no me cree, piense en el «Vampiro de Seúl». Nunca lo atraparon, ¿verdad? Él se


alimentaba hincando los dientes en el cuello de sus víctimas, chupándoles toda la sangre.
Jongin se autodenominaba Kai cuando hacía eso y yo era una más de sus víctimas, pero
encontré la humanidad que había en su corazón, lo ayudé a...
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— ¿Te has parado a pensar, Kyungsoo... —comenzó a decir la mujer, interrumpiéndolo—


...que puede que todo eso haya ocurrido en tu cabeza? ¿Que tal vez has extraído un hecho
existente, el de ese asesino loco, y has creado una fantasía en tu mente mientras tratabas
de huir de una realidad incómoda?

Kyungsoo sabía que le haría esa pregunta, pero se limitó a soltar una risa débil.

— No ocurrió en mi cabeza. Fue real.

— Las alucinaciones que pueden tener algunas personas son muy reales... —la psicóloga
anotaba algunas cosas en su libreta, mientras trataba de convencer a Kyungsoo de que
nada había ocurrido en realidad.

— No me va a convencer de que Jongin no existe —murmuró Kyungsoo sin mirarla a la


cara.

La mujer suspiró.

— Piénsalo un segundo. ¿Crees que tiene sentido lo que has dicho? Tú mismo dijiste en
nuestro primer encuentro que siempre habías sido muy solitario. Probablemente te hayas
inventado a ese personaje, a Jongin, para escapar de la soled...

— Por favor, váyase —dijo Kyungsoo seriamente, casi en tono de súplica, apretando los
puños con fuerza para tratar de reprimir las lágrimas que amenazaban con abandonar sus
ojos.

La mujer suspiró pesadamente.

— Sí, dejémoslo aquí por hoy —dijo mientras se ponía de pie—. Pero piénsalo, Kyungsoo.
Por favor.
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¿Quiénes se creían todas esas personas para decirle que todo había sido su imaginación y
que Jongin jamás había existido de verdad y que, por culpa de la soledad, el joven se había
encerrado en sus propios pensamientos, divagando en un universo alternativo, en una
realidad que nunca había existido? «Piénsalo», le había dicho la psicóloga. Kyungsoo no
quería pensarlo.

El joven no quería pensar en nada de lo que le habían dicho. Pero, desgraciadamente,


pensó.

Durante las horas siguientes, mientras la oscuridad de la noche invadía su habitación,


Kyungsoo pensó en todos los momentos compartidos con Jongin. Pensó en todas las
conversaciones, todas las caricias, todas las peleas. ¿De verdad podría haber sido todo una
mentira? ¿Acaso todo aquello había sido una alucinación, una locura suya?

Has desaparecido. La voz de Jongin resonó en su mente como un susurro junto a los
recuerdos del primer día que habían ido al supermercado juntos. Kyungsoo había dejado
al mayor solo durante unos minutos y éste se había desesperado al creer que lo había
abandonado.

No vuelvas a desaparecer.

Jongin le había pedido que no desapareciese pero, entonces, ¿por qué había sido él el que
había desaparecido? ¿Por qué?

Nadie respondía las preguntas de Kyungsoo con claridad. Nadie le decía exactamente lo
que había ocurrido; sus respuestas eran vagas. ¿Acaso no se daban cuenta de que cuanto
más le ocultasen más ansioso se ponía, más tristeza lo invadía y menos esperanzas le
quedaban?

No quiero volver a quedarme solo...

Kyungsoo escuchó la voz Jongin resonando nuevamente en su cabeza. ¿Por qué ahora
todo parecía tan lejano? ¿Tan irreal?
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El menor se mordió el labio inferior, reprimiendo un grito. Ya no aguantaba más con la


duda. No aguantaba más sin saber qué había ocurrido con Jongin. No aguantaba más sin
saber si Jongin había existido de verdad.

Tras arrancarse la aguja que le inyectaba el suero en la vena, Kyungsoo se levantó de la


cama y se dirigió al pequeño baño que había en su habitación. Se miró al espejo y, como
era de esperar, estaba horrible. Tenía los ojos hundidos y la piel más pálida que nunca.

Kyungsoo se dio un baño, tratando de no mojar la venda que cubría su muñeca, y se sintió
un poco mejor. Parecía que el agua le había quitado el cansancio de encima. Se acercó al
pequeño armario que había en su habitación y encontró una muda de ropa común para
los pacientes; parecía algo como un pijama, con rayas azules verticales en el tejido blanco.

Creía que era completamente ridículo pensar que con esa ropa se fugaría del hospital y
atravesaría medio Seúl para ir en busca de Jongin. Pero se lo puso de todas formas.

Kyungsoo dio gracias al cielo cuando sacó la cabeza por la ventana de su habitación y se
dio cuenta de que estaba en la planta baja. Ni siquiera tendría que correr por los pasillos
para huir; bastaría con saltar por la ventana. Y así lo hizo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

El joven ya estaba corriendo por las calles cuando se dio cuenta de que iba en zapatillas de
andar por casa. La gente a veces le lanzaba miradas curiosas, pero como estaban en la
capital, a fin de cuentas, era normal ver cosas extrañas por la calle. Bajó las escaleras de la
estación ferroviaria con calma, para no tropezar, y saltó la valla de seguridad sin pagar.
Cuando llegó a la plataforma, vio que el tren estaba allí, parado.

Esta vez, Kyungsoo no llegaría tarde a coger el tren.


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Le preguntó la hora a uno de los pasajeros y descubrió que era casi medianoche. Llegaría
al apartamento de Jongin en menos de una hora y se preguntó si estaba preparado para
descubrir la verdad.

Fuese cual fuese.

Si Jongin no existiera de verdad, ¿qué haría? ¿Y si ni el edificio que estaba buscando


existía? ¿Sería posible que hubiera pasado todo el tiempo en su propio apartamento,
fantaseando con un realidad diferente a la suya para tratar de huir de la sofocante
soledad...?

— No... —murmuró para sí mismo, obligándose a seguir manteniendo las esperanzas.

El tren parecía ir más lento que de costumbre. Kyungsoo salió deprisa por la puerta
cuando el medio de transporte se detuvo en la estación deseada y, aunque todavía estaba
un poco aturdido, subió las escaleras que conducían a la calle con la mayor velocidad
posible.

El viento lo golpeó en la cara y respiró profundamente antes de empezar a mirar a su


alrededor. Reconoció el barrio en el que Jongin y él habían pasado tantos momentos
juntos, reales o no.

Kyungsoo echó a correr por las calles, sintiendo frío y un dolor insistente en la región
torácica; sentía el corazón oprimido. Parecía tener un hueco en la región del vientre y
respiraba por la boca, tratando de coger tanto aire como podía.

El joven casi soltó una risotada al encontrar el edificio que tan bien recordaba. No estaba
loco, no se había inventado nada. Jongin existía.

Sólo tenía que estar vivo.

Aunque Kyungsoo, en el momento en que la maldición del condenado había


desaparecido, estuviera seguro de que Jongin estaba muerto en sus brazos, él sentía que
no, que su historia no podía haber acabado allí. Que no sería justo para ninguno de los
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dos. Kyungsoo y Jongin no querían quedarse solos y se aferraron a la idea de que juntos
formaban el pilar que sustentaba el deseo de vivir, la cordura y la felicidad que sentían el
uno cerca del otro.

Lo que había comenzado como una dependencia, un necesidad incontrolable... terminó en


amor.

La vida que ambos habían compartido juntos no podía acabar así, Kyungsoo no podía
creerlo. No quería creerlo.

No podía creer que no era real.

Kyungsoo trató de forzar la puerta de entrada, pero vio que sin llaves sería imposible.
Echó un vistazo al interfono y presionó con fuerza el número del apartamento de Jongin.
Presionó una vez, dos, tres veces... Perdió la cuenta de cuántas veces apretó el botón sin
recibir respuesta.

¿Por qué Jongin no contestaba?

Kyungsoo estaba empezando a llorar cuando vio algo en el interfono que no había visto
otras veces: el botón del casero.

— ¿Quién es? —escuchó una voz calmada preguntando al otro lado de la línea.

— ¡Buenas noches, señor! —dijo Kyungsoo mientras su corazón latía todavía más rápido.
Estaba muy cerca de descubrir la verdad—. Me llamo Do Kyungsoo. Necesito entrar, pero
no tengo mi llave.

El hombre pareció pensar durante un momento.

— No recuerdo que ningún Do Kyungsoo viviese aquí —dijo, y el enfermero tragó saliva.
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— Prácticamente vivía aquí en el 301, con Kai... Lo conoce, ¿no? Estuve una semana
ingresado en el hospital y no tengo las llaves que él me dio.

— Ah... —murmuró el hombre; parecía que estaba recordando algo—. Tú eres el


muchacho que intentó suicidarse.

Kyungsoo suspiró y decidió no llevarle la contraria.

— Sí, soy yo. ¿Puedo pasar?

— El apartamento 301 está vacío, muchacho... —Kyungsoo se estremeció. ¿Cómo que


vacío?

— ¿Qué quiere decir con eso, señor?

El apartamento estaba vacío... ¿Desde cuándo? Kyungsoo se mordió el labio inferior con
fuerza, pensando en la posibilidad de que de verdad se hubiese vuelto loco. ¿Acaso había
invadido un apartamento vacío e imaginado todo lo que había ocurrido?

¿De verdad Jongin no existía?

— Desde que te llevaron al hospital, nadie más vio al chico que vivía ahí. Entré en el
apartamento algunas veces durante la semana, pero no vi a nadie, y sólo estoy esperando
a que acabe el mes para poder sacar todos los muebles y ponerlo en alquiler de nuevo.

Kyungsoo parpadeó unas cuantas veces y notó que se formaba una bola en su garganta.
Las lágrimas regresaron a sus ojos en contra de su voluntad y entonces comenzó a llorar,
aspirando aire con fuerza por la boca y tosiendo, riendo y llorando al mismo tiempo. No
estaba loco.

Jongin existía.
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— Por favor, señor —dijo el joven, llorando—. Necesito visitar ese apartamento una vez
más, por favor. Necesito comprobar algo.

El hombre suspiró hastiado y Kyungsoo escuchó un ruido fuerte, como si fuese una
campanilla. De repente, la puerta se abrió.

— Nos vemos en la tercera planta, muchacho.

Kyungsoo ni siquiera respondió y comenzó a correr hasta las escaleras. Subió los escalones
lo más rápido que pudo, con el corazón desbocado y las lágrimas todavía resbalando por
sus mejillas. Jongin existía. Todo lo que ellos habían vivido era tan real como recordaba y
se avergonzó por haber pensado, aunque fuese por unos breves instantes, que Jongin
pudiera haber sido una simple ilusión.

Cuando Kyungsoo llegó al tercer piso, corrió hasta la puerta del apartamento 301 y
esperó. Trató de girar el picaporte unas cuantas veces, pero nada sucedió. Necesitaba
saber qué había ocurrido con Jongin, ¿por qué nadie lo ayudaba?

El llanto del muchacho llamó la atención de cierta persona.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —dijo una voz a su espalda, y Kyungsoo se giró asustado.
Era la señora mayor que vivía al lado del apartamento de Jongin.

— Necesito ver algo en este apartamento... —respondió Kyungsoo, secándose las


insistentes lágrimas.

— ¡Deberías estar en el hospital, muchacho! —la anciana mantenía la mitad del cuerpo
fuera de su propio apartamento y hablaba en tono serio, como si fuese una madre
preocupada.

Entonces Kyungsoo se dio cuenta.


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— ¡Usted fue la señora que me encontró desmayado en el apartamento! Y era la señora


que venía a visitarme, ¿verdad? Mi jefe me lo contó, pero nunca me imaginé que fuera
usted... —dijo Kyungsoo señalando a la mujer de forma acusatoria, y casi se da una
bofetada por no haberse dado cuenta antes.

— Sí, fui yo —dijo ella con una sonrisa—. Pero cuando iba a visitarte por la mañana
temprano, tú siempre estabas dormido. ¡Y deberías estar descansando en el hospital!
¡Dudo mucho que estés 100% recuperado!

— ¿Usted vio al chico que vive en este apartamento cuando me encontró? —preguntó
Kyungsoo, ignorando la reclamación de la anciana—. ¿Sabe dónde está?

Ella pareció pensar durante un segundo. Kyungsoo no se dio cuenta, pero tenía un
pequeña sonrisa dibujada en los labios.

— Ah, no. Perdón, pero no lo he visto. Pero creo que si tienes algo que hacer dentro de
ese apartamento, deberías entrar. Mira, el casero ya ha llegado —y con esas palabras,
sonrió y cerró la puerta de su casa.

Después de todo el discurso del casero sobre no extraer nada que no fuera suyo, y de que
Kyungsoo suplicara para poder entrar solo, por fin pudo girar las llaves en la cerradura.
Cuando la puerta se abrió, Kyungsoo se estremeció.

Por fin descubriría la verdad.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Kyungsoo cerró la puerta del apartamento e hizo girar en la cerradura la llave que el
síndico le había dado. El joven observó el suelo del pequeño pasillo que conducía a la sala
y recordó los besos compartidos con Jongin en aquel lugar el día en que el menor había
regresado tras la primera discusión, contrariando el deseo del condenado.
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Aquel día en que Jongin le había prometido no volver a apartar a Kyungsoo de su lado
nunca más.

Al abrir la puerta de la cocina, el muchacho no percibió ningún movimiento extraño, pero


decidió probar de todas formas.

— ¿Jongin...? ¿Jongin-ah? ¿Estás aquí? —llamó en voz baja, esperando alguna respuesta
somnolienta que le dijese que se acercara.

Pero no obtuvo respuesta alguna.

Kyungsoo se adentró en la cocina y buscó en todos los rincones posibles, incluso debajo de
la mesa. Estaba desesperado.

En la sala, el joven se detuvo al ver las marcas rojas en el suelo. Su sangre. Se agachó y
acarició la alfombra, que probablemente tendrían que cambiar, pues Kyungsoo dudaba
que la sangre seca pudiera salir de allí. Miró a su alrededor, forzando la vista, tratando de
ver a Jongin, donde quiera que estuviese. ¿En el sofá, tal vez? No. ¿Detrás de la cortina?
No.

Jongin no estaba por ninguna parte.

Kyungsoo ahogó el llanto y corrió hasta el pasillo que llevaba al resto de la casa. Abrió la
puerta del cuarto de baño con fuerza, corrió hacia la mampara que escondía la ducha y la
abrió con violencia, pero Jongin no estaba allí. Sin embargo, Kyungsoo prácticamente
podía sentirlo allí, casi podía tocarlo.

Le sudaban las manos y le temblaba todo el cuerpo. Tenía miedo de entrar en la última
habitación del apartamento y no encontrar a Jongin. Tenía miedo de enfrentarse a la
realidad.

La realidad era que Kyungsoo estaba solo de nuevo.


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Abrió la puerta de la habitación con recelo e introdujo la cabeza con temor. Como era de
esperarse, allí no había nadie. El joven entró y miró a su alrededor. La silla en la que Jongin
solía sentarse para observarlo, la cama que ambos habían compartido tantas veces y la
pequeña ventana, aún sellada.

La cama estaba deshecha y Kyungsoo acarició con las yemas de los dedos las sábanas
blancas. Todavía le temblaban las manos y sentía un dolor de cabeza muy fuerte. Su
respiración estaba empezando a acelerarse, los latidos de su corazón parecían palpitar con
intensidad y le dolía el pecho. Se mordió el labio inferior para tratar de controlar lo
incontrolable. El joven se arrodilló al lado de la cama en la que había sido tan feliz, y
rompió a llorar.

— Jongin... —murmuró Kyungsoo, sin intentar controlar la saliva que resbalaba de su boca
y las lágrimas que escapaban de sus ojos—. Jongin, ¿por qué me dejaste?

Kyungsoo seguía de rodillas, cubriéndose la cara con las manos para ahogar su llanto.

— Me hiciste prometer que jamás desaparecería, pero tú lo hiciste. Jongin... ¡Pedazo de


idiota! ¡¿Por qué me has dejado?! —gritó mientras golpeaba el suelo con el puño.

Kyungsoo comenzó a dar puñetazos en la superficie lisa y dura varias veces, tratando de
que el dolor físico superase el emocional. Pero era inútil.

— Estás muerto, ¿verdad? No logré salvarte... —murmuró, rompiendo a llorar de nuevo.


Hablaba con Jongin mentalmente y éste le respondía, diciéndole que dejase de hacer eso,
que se iba a hacer daño. El joven ignoró al Jongin imaginario y siguió con su monólogo.

— ¿Y qué pasó con tu cuerpo, eh? ¡Idiota! ¡No me digas que te has evaporado, porque eso
es ridículo! —gritó Kyungsoo una vez más, apretándose la cara con las manos de nuevo
para hacer que el cuarto, el edificio y todo desapareciese.

Deseando que nada de eso estuviera pasando y sólo fuera una pesadilla.
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Kyungsoo estaba demasiado ocupado llorando y conversando consigo mismo como para
percibir un movimiento. La puerta corredera del armario se abrió ligeramente y una figura
miró al menor.

— ¿Kyungsoo? —el enfermero se estremeció al oír la voz. Debía de estar volviéndose loco,
pero giró su rostro hacia el origen del sonido.

Era Jongin.

— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar en el hospital? —Jongin se frotaba los
ojos, todavía adormilado, mientras salía con dificultad del armario. Al fin y al cabo, era
demasiado grande para caber allí sin problemas.

— ¿Jong...in? —murmuró Kyungsoo, respirando con dificultad y sin poder creer lo que
veía.

El otro se aproximó al menor, que permanecía arrodillado en el suelo, y lo miró


preocupado.

— ¿Estás llorando? ¿Por qué? —Jongin le tendió la mano, exactamente como en su sueño,
y Kyungsoo se la tomó mientras se ponía de pie con dificultad.

Kyungsoo no respondió su pregunta. Se quedó mirando fijamente sin expresión alguna los
ojos curiosos y preocupados de Jongin, su nariz tan diferente a las demás, sus labios
carnosos... Kyungsoo alzó su mano y rozó con la yema del dedo índice la mejilla del más
alto, para confirmar que era real.

Para confirmar que de verdad estaba allí.

— ¿Kyungsoo? —dijo Jongin en voz baja, tratando de sacar al menor del ensimismamiento
en el que se encontraba.

No debería haber hecho eso.


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— ¡Pedazo de idiota! —gritó Kyungsoo, asustándolo—. ¡¿Tienes idea de lo que he


pasado?! ¡¿Qué cojones estabas haciendo en esa mierda de armario mientras yo estaba
aquí sufriendo?! ¡Mientras yo estaba solo en aquella mierda de hospital! ¡¿Cómo te
atreves a dejarme solo?! ¡¿Cómo?! ¡Grandísimo idiota!

Kyungsoo comenzó a golpear con fuerza a Jongin en el pecho, obligándolo a retroceder,


hasta que su espalda se empotró contra el armario del que había salido.

— ¡Creí que estabas muerto! ¡Después creí que nunca habías existido de verdad! Creí que
estaba loco, que yo... ¡que estaba solo de nuevo! —gritó Kyungsoo llorando, todavía
golpeando a Jongin, que no trataba de defenderse—. Creí que estaba solo de nuevo —
murmuró otra vez, tratando de explicar cómo se sentía, llorando en voz alta y volviendo a
cubrirse el rostro con las manos.

Jongin lo envolvió en un fuerte abrazo.

— Perdóname —susurró contra el cabello del menor.

Kyungsoo deslizó las manos hasta la espalda del más alto y se aferró a él. Cerró los ojos y
por un momento creyó que sucedería lo mismo que en su sueño. Que el mayor se
desvanecería entre sus brazos.

Pero Jongin no se desvaneció.

— Perdóname por todo —murmuró el mayor, y Kyungsoo hundió la cara en su cuello.

— Creí que te había perdido... No quería quedarme solo, no quería quedarme sin ti. No
vuelvas a hacerme esto, por favor —suplicó el menor contra su piel.

Kyungsoo y Jongin permanecieron abrazados durante un buen rato. Nada importaba a


ambos en aquel momento que no fuese la presencia, el contacto y el calor del otro.
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— ¿Qué mierda estabas haciendo dentro del armario, idiota? —murmuró Kyungsoo,
volviendo a enfadarse, apretando aún más su cuerpo contra el del mayor.

— No quería acostarme en la cama sin ti a mi lado —dijo Jongin con una sonrisa—.
Además, el armario es más oscuro y ahora estoy muy sensible a la luz...

— Idiota —murmuró Kyungsoo, sonriendo y apretando la camisa de Jongin con sus


delgados dedos.

Cuando por fin se apartaron, el mayor condujo a Kyungsoo hasta la cama e hizo que se
sentara, para enseguida hacer lo mismo. Ambos estaban el uno frente al otro y se miraban
intensamente, pensando en qué decir.

El menor comenzó a llorar en voz baja, repasando todos los recuerdos y pensamientos de
la semana más dolorosa de su vida, pero se vio obligado a parar cuando Jongin comenzó a
acariciarlo y a besarlo suavemente en cada parte de su rostro. Jongin le besó con sutileza
las mejillas coloradas, la frente cálida, los ojos húmedos, la nariz rosada, la barbilla
delicada y, por último, los labios gruesos y suaves.

El beso fue delicado, tierno. Sus labios se rozaron como en una caricia, mientras sus ojos
permanecían entrecerrados, ambos sin saber si deberían profundizar el contacto o no.

Decidieron que sí.

Fue la lengua de Kyungsoo la que primero pidió paso, mientras cerraba los ojos y deslizaba
los dedos hasta la cintura de Jongin para apretar la camisa fina que llevaba. El mayor
condujo sus manos hasta las mejillas del otro y lo asió delicadamente mientras el beso se
volvía más intenso, más apasionado.

Kyungsoo estaba extasiado y sentía que su corazón iba a explotar, mientras sus lenguas
jugaban la una con la otra dentro del beso, uno probando el sabor del otro. Jongin tenía
exactamente el mismo sabor que el menor recordaba.

Jongin era, en efecto, real. Los dos allí, juntos... también era real.
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Y nadie podría decir lo contrario.

— ¿Qué sucedió, Jongin? —susurró Kyungsoo contra los labios del mayor, cuando se
separaron brevemente para respirar hondo—. ¿Qué sucedió esta semana? Pensé que te
habían llevado conmigo al hospital... El personal sanitario no me respondía nada de lo que
preguntaba y pensé que te habías muerto porque juro que... no sentí tus latidos cuando la
maldición se rompió, pero... pero nadie allí sabía nada de ningún Jongin ingresado o que
hubiera fallecido y entonces la psicóloga que me mandaron dijo que nada de lo que
habíamos vivido era real... y, Jongin, necesito... Por un momento creí que no existías y
necesito... necesito saber...
Estás aquí conmigo, ¿verdad?

El menor suspiró profundo, mordiéndose el labio inferior y sintiendo el abrazo que Jongin
le ofrecía. Éste lo besó en el cuello mientras con una de las manos le acariciaba el pelo.

— Estoy aquí, te lo juro.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
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Tuvo que pasar un buen rato antes de que Kyungsoo dejase de llorar. Jongin siguió
abrazado al menor, calmándolo, mientras se mordía el labio inferior para reprimir sus
propias lágrimas, aunque ya estuviera sintiendo más emociones de las que podía soportar.
Kyungsoo le preguntó lo que había sucedido, y entonces Jongin comenzó su larga
explicación de lo que le había ocurrido durante la semana que habían pasado el uno lejos
del otro.

Había muerto.

Jongin dijo que en el momento en que la maldición se rompió, sintió que se estaba
muriendo de dentro hacia afuera; que lo que deseó que ocurriera durante los 700 años
que había vivido solo, finalmente se estaba haciendo realidad.

— ¿Ves? —Jongin le mostró los brazos, con las palmas hacia abajo—. Las cadenas ya no
están.

Girando la mano izquierda, mostró en su muñeca la frase escrita en rojo, con las letras en
italiano que marcaban su destino.

— Aquí dice: «cuando encuentres el amor, morirás» —susurró Jongin, y Kyungsoo lo miró
confundido.

— Pero tú no te has muerto —murmuró Kyungsoo, notando que las lágrimas volvían a
invadir sus ojos—, estás aquí.

— Sí que me he muerto, Kyungsoo —dijo el mayor seriamente, y Kyungsoo se estremeció


mientras se alejaba de él.

— ¿Qué quieres decirme con eso, Jongin? —el menor se mordió el labio inferior para
evitar un sollozo.

El más alto esbozó una sonrisa y tiró de él para abrazarlo.


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— Veo en tu expresión que estás pensando lo que no es. Déjame seguir con la historia,
por favor. Una parte de mí se murió, sí, pero a fin de cuentas, tú conseguiste salvarme. Si
estoy aquí, es gracias a ti.

Jongin estiró su brazo derecho y le mostró su otra muñeca. Exactamente como la frase
escrita en italiano de la muñeca izquierda, ésta también estaba marcada con el color de la
sangre. Pero el significado de las palabras era otro.

— En la muñeca izquierda dice que cuando encontrase el amor, moriría... Pero en la


muñeca derecha dice que sólo cuando el amor me encontrase a mí, viviría. Tú me
encontraste, Kyungsoo. Tú me salvaste la vida.

Toda maldición siempre tiene dos caras, como una espada de doble filo. Siempre hay
forma de romper una maldición, aunque a simple vista parezca irreversible. Aunque la
bruja que había condenado a Jongin a una vida eterna, vacía y sin sentido quisiera que lo
siguiera siendo por toda la eternidad y que cuando fuese feliz, muriera... Bueno, aunque
ella hubiera querido eso, no podría evitar que hubiese la posibilidad de que Jongin se
salvase, en caso de ser correspondido.

Algo que la bruja jamás imaginó que sucedería. ¿Quién amaría a un asesino? ¿A un ser
eterno y maligno, que devoraba la vida de los demás a través de sus venas?

La bruja jamás imaginó que alguien como Kyungsoo aparecería en la vida del condenado.
Que Kyungsoo amaría a Jongin, o a Kai, más que a nada en el mundo. Cuando el humano
casi murió, tratando de salvar al mayor, demostró su amor de una forma mucho más
significativa que si hubiese dicho «te amo».

Cuando Kyungsoo estuvo a punto de morir tratando de salvar la vida de Jongin, el corazón
de éste volvió a latir contra sus costillas.

Kyungsoo alzó la cabeza ligeramente para mirar al más alto. Las lágrimas caían de sus ojos,
pero no evitó sonreír cuando Jongin sostuvo su rostro entre sus manos y lo besó
suavemente. Un único roce de labios que sirvió para que el menor se calmara.

Kyungsoo se relajó en el abrazo de Jongin mientras éste reanudaba la historia.


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La parte inmortal, la parte sedienta de sangre... Ésa había sido la parte del condenado que
había muerto cuando se rompió la maldición.

Fue Kai quien dejó de existir. Kai era quien estaba muerto.

Jongin le contó que cuando se despertó, después de sentir que la muerte le había
arrancado una parte, encontró a Kyungsoo desmayado sobre él y que se desesperó.
Entonces corrió junto a la vecina anciana para pedir ayuda. Ella llamó a la ambulancia y le
dijo al mayor que también debería ir al hospital, pues tenía mal aspecto. Claro, Jongin no
podía de ninguna forma ir al hospital y trató de explicarle que ningún médico podría
ayudarle, mostrándole a la señora su piel llena de grietas.

Y, por suerte para él, la anciana entendió lo que estaba pasando.

Después de todo, ella era una antigua wicca.

Por broma del destino o por pura coincidencia, la mujer sonrió cuando por fin comprendió
qué le estaba sucediendo al muchacho y lo escondió en su propio apartamento. La
anciana fue con Kyungsoo hasta el hospital y regresó sólo cuando éste hubo salido de la
sala de operaciones para informar a Jongin de su estado.

La vecina de Jongin le contó su participación en un grupo de wiccas cuando era más joven;
un grupo del que formó parte durante casi treinta años y que le había enseñado todo lo
que sabía sobre hechizos, maldiciones y curas. Ella podría ayudar al joven si le contaba
exactamente lo que había sucedido.

Jongin le contó su larga historia y le pidió que visitase a Kyungsoo todos los días y le
contase las novedades, pues el horario de visitas era por la mañana muy temprano y el
mayor todavía se sentía muy incómodo con la luz del sol. Su cuerpo aún estaba débil y aún
no conseguía controlar bien sus movimientos.

Como si fuera un ángel de la guarda, la señora aceptó la petición y visitó a Kyungsoo todos
los días, informando después a Jongin de todo lo que pasaba.
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Jongin, incluso después de verse libre de la maldición, aún sentía sed de sangre, pero la
wicca lo ayudó, obligándolo a tomar medicamentos líquidos que ella misma preparaba y,
con el paso de los días, comenzó a incorporar comida a la alimentación del ex-condenado.

Jongin no se contuvo y lloró cuando introdujo en su boca alimentos de verdad después de


tanto tiempo y percibió el sabor que hacía tantos siglos había olvidado.

La antigua wicca lo ayudó a curar sus heridas, principalmente las grietas que tenía en la
piel, y lo dejó en su casa durante siete días hasta que se recuperara parcialmente y
pudiera cuidarse por sí mismo. Jongin había regresado a su apartamento aquella misma
tarde y había dormido en el armario, por las razones más estúpidas posibles, hasta que se
despertó con el llanto de Kyungsoo.

— Iba a avisarte dentro de unos días... —dijo Jongin con una sonrisa—. Pero te escapaste
y me encontraste tú primero.

— Ya no aguantaba más en aquel hospital... —murmuró Kyungsoo con un mohín en los


labios.

Jongin apartó al menor con delicadeza y lo miró seriamente.

— Creo que necesito contarte algo más que me está sucediendo... —Kyungsoo abrió los
ojos, esperando lo peor. ¿Por qué no podían ser felices ni un solo instante?

— ¿Qué? ¿Qué te está pasando, Jongin? —preguntó con recelo, temiendo la respuesta.

Jongin giró un poco la cabeza y comenzó a revolver su cabello. Kyungsoo parpadeó


confuso, sin entender lo que el otro le quería enseñar.

— ¿Ves? —preguntó Jongin con una sonrisa; pero Kyungsoo no sabía qué debería estar
viendo.
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— ¿Si veo qué?

— ¡Aquí! ¡Tú mira! Me está saliendo una cana, me di cuenta hace unos dos días. Es muy
pequeña pero se ve bien, ¿no?

La expresión confusa de Kyungsoo se transformó en una mezcla de alivio y furia y


comenzó a golpear al más alto de nuevo, gritándole.

— ¡Pedazo de idiota! ¡¿Quieres que me dé un ataque al corazón?! Yo aquí esperando una


noticia horrible y vienes tú y me hablas de... ¡¿canas?! —Kyungsoo aún golpeaba a Jongin
cuando éste le agarró las muñecas con cuidado, temiendo hacerle daño.

— Eso nunca había ocurrido mientras era inmortal, Kyungsoo... Creo que estoy
envejeciendo —murmuró Jongin con una sonrisa—. Creo que soy humano otra vez.

Y entonces Kyungsoo se dio cuenta. La maldición se había llevado la eternidad del más
alto, había matado a Kai y dejado a Jongin vivir.

Jongin volvía a ser humano.

Kyungsoo comenzó a llorar de nuevo y el mayor se desesperó.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño? —Jongin sostuvo el rostro del más
bajo, tratando de calmarlo con su voz.

— No, Jongin. No me has hecho daño —dijo Kyungsoo entre risas y lloros—. Es que estoy
tan feliz...

— ¡No se llora cuando se está feliz, idiota! —dijo el mayor entre risas, y besó a Kyungsoo.

Jongin le dio varios besos sonoros al menor y le pidió paso con la lengua. Sentía tanta
necesidad de aquella pequeña figura que tenía frente a él que podría envolverlo en un
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abrazo y no soltarlo jamás. La piel cálida del rostro de Kyungsoo se encontró con la de
Jongin.

— Estás caliente... —murmuró Kyungsoo entre los labios del otro, abriendo los ojos
ligeramente—. Tu piel está caliente.

— Lo sé —respondió Jongin con una sonrisa, besándolo nuevamente.

Mientras Jongin era inmortal, su piel siempre estaba fría. Ahora sentía calor todo el
tiempo, especialmente en aquel momento en que el menor estaba entre sus brazos,
besándolo.

Kyungsoo acercó las manos al pecho de Jongin y agarró su camisa mientras sus lenguas se
rozaban suavemente durante el lento beso. Permanecieron así durante un tiempo, hasta
sentir que les faltaba aire en los pulmones.

— ¿Qué haremos ahora? —preguntó Kyungsoo contra los labios del otro, con la
respiración agitada.

Jongin sonrió y se apartó un poco del menor para mirarlo a los ojos.

— Bueno, primero estaba pensando en aprovechar el hecho de que estamos en mi


habitación para abusar de ti hasta que me supliques que pare... —Kyungsoo se echó a reír
pues, al fin y al cabo, Jongin seguía siendo un sádico pervertido y sodomita—. Después
estaba pensando que deberíamos irnos a juntos, porque ahora que soy humano necesito
comida y tú tendrás que cocinarme todos los días.

Kyungsoo levantó una ceja y sonrió.

— ¿Voy a ser algo así como un empleado o qué? —Jongin se rió y negó con la cabeza.

— Prefiero el término «esclavo sexual», ¿sabes?


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Kyungsoo le dio un golpe en el brazo con fuerza y éste se disculpó diciéndole que sólo era
una broma.

— Prometo que cocinaré todos los días —dijo Kyungsoo después de aceptar sus disculpas
(y muchos besos)—. ¿Nada de sangre para ti, entonces?

— No —respondió Jongin con gesto de repulsa—. Creo que si veo sangre frente a mí de
nuevo, vomito.

— ¿De verdad vomitarías? ¿Eso es una promesa? —Kyungsoo sonrió, mostrándole la


venda que tenía en la muñeca—. Porque puedo abrirme los puntos de la muñe...

— ¡No seas idiota! —gritó Jongin mientras abrazaba al menor de nuevo y volvía a besarlo.

El beso ahora era urgente y las manos recorrían el cuerpo el uno del otro, como si
quisieran descubrirse de nuevo. Como si quisieran asegurarse de que todo era real, de que
estaban juntos de nuevo.

Jongin obligó al menor a acostarse sobre el colchón y se puso sobre él sin dejar de besarlo.

— Te das cuenta de que llevas puesto un pijama, ¿no? —preguntó Jongin, riéndose,
después de separar sus labios de los de Kyungsoo.

— No es que tuviera muchas opciones para elegir antes de huir, ¿sabes? —replicó
Kyungsoo con un mohín en la boca; Jongin se echó a reír, uniendo sus labios una vez más.

Jongin invadió la boca de Kyungsoo con su lengua sin ceremonias, provocando chasquidos
por la saliva intercambiada. Sus manos descendieron por el tronco del menor hasta llegar
a la cinturilla del pantalón del pijama que llevaba puesto. Jongin sonrió entre el beso e
introdujo la mano dentro de la prenda, para luego romper el beso enseguida, sorprendido.
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— No llevas calzoncillos... —dijo con una media sonrisa, moviendo la mano sobre la
intimidad de Kyungsoo, acariciándola.

— Ya lo sé, no tienes que advertírmelo... —el menor gimió al sentir al otro envolviendo su
glande con la palma de la mano—. No había ropa interior en el armario de la habitación
del hospital, así que me fui sin ella.
Jongin miró a Kyungsoo a los ojos y sonrió con malicia.

— Perfecto, así nos saltamos un paso —Jongin esbozó una media sonrisa cuando
Kyungsoo gimió.

Comenzó a masajear el miembro ya despierto del menor con una mano mientras con la
otra trataba de sacarle la parte de arriba por la cabeza, revelando su cuerpo blanco.
Kyungsoo gemía en voz baja y sentía que su cuerpo se estremecía cada vez que Jongin
depositaba un chupetón o un mordisco leve en su abdomen.

— Te he echado tanto de menos... —murmuró Jongin contra la piel del más bajo.

Kyungsoo sintió que sus mejillas se ruborizaban y una vez más notó que se formaban
lágrimas en sus ojos. Jongin no tenía ni idea de cuánto lo había echado de menos él. Lo
único en lo que podía pensar Kyungsoo en aquel momento era en que quería pasar todos
los momentos de su vida, buenos o malos, al lado de Jongin.

— ¿Estás llorando otra vez? —preguntó Jongin preocupado, retirando la mano del
pantalón de Kyungsoo y gateando por la cama hasta que sus rostros quedaron a la misma
altura.

— Yo también te he echado de menos. Mucho —dijo Kyungsoo mientras se secaba las


lágrimas que insistían en acumularse en sus ojos. Jongin abrazó al menor, hundiendo su
rostro en la curva de su cuello.

— No llores más, por favor —Jongin depositó tiernos besos en el cuello de Kyungsoo y
sintió a éste asentir con la cabeza ligeramente.
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Cuando el mayor se apartó, miró fijamente a los ojos de aquel que un día había sido su
víctima. ¿Cómo pudo haber pensado siquiera en matar a alguien tan perfecto como
Kyungsoo? Jongin volvió a besar los labios carnosos ajenos, mientras sus manos
descendían por la espalda caliente del menor.

El mayor depositó besos suaves por todo el tronco de Kyungsoo mientras deslizaba sus
manos por sus costados. Jongin podía sentir el corazón del menor latir rápido dentro de su
pecho y sonrió.

Muchos corazones habían latido acelerados por Jongin, pero siempre por miedo.

— ¿Por qué te late el corazón así? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

— Porque estoy contigo, ¿no es obvio? —preguntó Kyungsoo, y Jongin se acercó a él para
besarlo en el cuello—. Estoy feliz, ansioso y...

— Excitado —susurró el mayor contra su oído y Kyungsoo gimió cuando Jongin le chupó el
lóbulo de la oreja.

Sus labios volvieron a encontrarse en un beso intenso, desesperado, en el que las lenguas
eran chupadas y los labios mordisqueados sin compasión.

El pantalón de Kyungsoo estaba molestando a Jongin y éste no se contuvo; deslizó las


manos hasta la cadera del menor y le quitó los pantalones justo después. El mayor se puso
de rodillas y se despojó de toda su ropa, lanzándola fuera de la cama, en algún rincón de
la habitación.

Afuera hacía frío, pero dentro del cuarto ambos jóvenes sentían mucho calor.

Jongin echó un último vistazo al menor acostado antes de que sus manos alcanzasen la
erección que tenía frente a él para masajearla con ansias. Kyungsoo exhaló el aire con
fuerza entre sus labios, en un suspiro profundo, y gimió en voz baja. Cuando la boca de
Jongin envolvió su glande, se escuchó un gemido fuerte en la pequeña habitación.
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El menor gimió al sentir la lengua de Jongin envolviendo la extremidad de su miembro y


haciendo movimientos circulares lentos. Kyungsoo se llevó las manos a la cara y las
mantuvo unidas delante de sus ojos, cegándose. La sensación de estar dentro de la boca
de Jongin era tan placentera que pensó que si observaba la escena acabaría corriéndose
antes de tiempo.

— Mírame, Kyungsoo... —escuchó Kyungsoo murmurar contra su miembro, sintiendo el


cálido aliento contra su piel húmeda.

Kyungsoo apartó las manos de sus ojos lentamente y miró hacia abajo. Jongin sonrió y
abrió la boca, engullendo su erección casi por completo. El menor gimió en voz alta y
comenzó a sonreír mientras se mordía el labio inferior.

No recordaba que la boca de Jongin fuese tan exquisita.

Kyungsoo se apoyó en los codos para tener una visión más privilegiada de lo que sucedía
más abajo de sus caderas y, como era de esperar, la escena le causó escalofríos. Sintió que
sus mejillas ardían y sus músculos vibraron mientras observaba a Jongin chupándole el
miembro lentamente.

El mayor usaba la lengua para humedecer toda la extensión del menor, sintiendo las venas
palpitando en su boca. Ni por un solo segundo Jongin rompió el contacto visual con el
otro, aunque ver la cara de placer y excitación de Kyungsoo hiciese que su propio
miembro quedara dolorido de tanta expectación por lo que vendría.

Kyungsoo no sabía lo que le estaba sucediendo, pero cuando Jongin entreabrió sus labios
un poco más alrededor de su miembro y comenzó a lamerlo con malicia, Kyungsoo se vio
obligado a mover las caderas, forzando la entrada de su erección en la boca del mayor,
yendo más y más profundo.

Jongin no esperaba aquella reacción, pero decidió seguirle el juego e hizo movimientos de
vaivén con la cabeza, acompañando a las caderas de Kyungsoo. Cuando el menor comenzó
a gemir cada vez más alto bajo su cuerpo, Jongin entendió que estaba próximo al
orgasmo.
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— ¡Jo... Jongin-ah! —gimió Kyungsoo, tirándole del pelo.

El mayor sintió la corrida del otro invadiéndole la boca tras algunos movimientos más.
Todo el cuerpo de Kyungsoo sufría espasmos por el orgasmo y gimió en voz baja, tratando
de controlar su respiración agitada. Jongin no tragó el líquido del otro y, abriendo la boca,
soltó el semen de Kyungsoo en su propia mano.

El más alto pasó delicadamente las piernas del menor sobre sus hombros, lo que le daba
una visión privilegiada de su intimidad. Kyungsoo se sonrojó y una vez más aquel gesto a
Jongin le pareció adorable.

— Si quieres podemos dejarlo aquí por hoy... —dijo Jongin, tratando de ignorar la
palpitación de su propio pene, justo debajo.

— ¡N...no! —gimió Kyungsoo, abriendo los ojos—. ¡Quiero seguir...!

Fue entonces cuando el menor se dio cuenta.

— Tienes cicatrices en la piel... —susurró Kyungsoo, tratando de alcanzar los brazos de


Jongin con los dedos. La cicatriz mayor se encontraba en su cuello y se prolongaba hasta el
hombro.

— Cuando se rompió la maldición, mi piel se agrietó y no... no pude hacer nada. Me quedé
con estas cicatrices...

— Ven aquí —gimió Kyungsoo, y Jongin obedeció. Retiró las piernas del menor de encima
de sus hombros, inclinándose un poco sobre el cuerpo debajo de él, mientras Kyungsoo se
incorporaba de la cama con torpeza, utilizando una de las manos como apoyo.

El más alto sintió que su piel quemaba con los roces del otro. Kyungsoo repartió pequeños
besos por todas las cicatrices profundas de los brazos y del cuello de Jongin. Por fin, el
menor le dio un beso lento en los labios mientras acariciaba su rostro.
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— Para mí sigues siendo perfecto... —dijo en serio, tratando de demostrarle que no


importaba cuántas cicatrices tuviese en el cuerpo, que seguía siendo todo lo que él
siempre había querido.

Jongin lo era todo para Kyungsoo.

El mayor esbozó una amplia sonrisa y volvió a besar a Kyungsoo lentamente, chupando los
labios carnosos que tanto amaba, probando su dulce sabor y oyendo los pequeños
chasquidos provocados por la saliva compartida. A sus oídos, todo parecía música, todo
era perfecto.

Al separarse, Kyungsoo volvió a acostarse mientras Jongin se puso de rodillas entre las
piernas del menor, antes de colocarlas de nuevo sobre sus hombros.

Jongin sonrió y le dio un beso en la rodilla antes de acercar sus dedos húmedos con el
semen del menor a su objetivo. Cuando las yemas de sus dedos alcanzaron la entrada de
Kyungsoo, éste suspiró y Jongin lo miró.

Kyungsoo sonreía.

Jongin sintió que su corazón iba a explotar. Amaba demasiado a aquella pequeña criatura
que tenía delante. Quería poseerlo de la forma más intensa posible todas las noches,
quería pasar sus días riéndose de sus expresiones y quería abrazarlo hasta que el mundo
acabase.

— Te amo. Te amo como nunca he amado nada ni a nadie —dijo Jongin con sinceridad, y
Kyungsoo dejó de sonreír por un momento, para después volver a mostrar sus dientes en
una sonrisa débil.

— Yo te amo aún más —dijo Kyungsoo; Jongin se inclinó sobre el cuerpo del menor e hizo
que las rodillas de éste tocasen su propio pecho.

El mayor besó los labios gruesos de Kyungsoo con lujuria mientras introducía dos dedos de
una sola vez en su interior. El menor arqueó la espalda, gimiendo, y Jongin se alejó para
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volver a su posición original, aún con las piernas de Kyungsoo sobre sus hombros. Sus
dedos se movían lentamente dentro del otro, esperando a que se acostumbrase a la
invasión.

— ¡Jongin-ah! —gimió Kyungsoo, mordiéndose el labio inferior—. Más rápido...

El mayor alzó una ceja y esbozó una media sonrisa antes de empezar a hundir sus dedos
dentro del menor con más velocidad y profundidad. Kyungsoo gemía en voz baja y movía
ligeramente las caderas sobre los dedos de Jongin, tratando de aumentar aún más la
profundidad de la penetración y los dedos de los pies y de las manos de Kyungsoo se
contrajeron involuntariamente por el placer que sentía.

Cuando Jongin retiró los dedos de su interior, Kyungsoo lo miró desolado, pero luego
volvió a gemir en voz alta cuando sintió que su interior era invadido por algo mucho mejor
que los dedos. El mayor sonrió cuando vio al otro jadeando bajo su cuerpo. El interior de
Kyungsoo era caliente y se contraía alrededor del miembro palpitante de Jongin.

Los movimientos comenzaron siendo suaves, lentos y superficiales, pues Jongin no quería
acabar haciendo daño a Kyungsoo de tanta ansiedad que sentía. Pero unos minutos más
tarde, Kyungsoo gimió irritado bajo él.

— Más rápido, Jong... —Kyungsoo no tuvo que acabar la frase para que el más alto
comenzara a moverse con mayor velocidad sobre él.

Jongin se inclinó de nuevo sobre el cuerpo del menor para que fuese más fácil aún
penetrarlo. Sus rostros estaban a centímetros de distancia y Jongin sonrió cuando vio que
Kyungsoo estaba extasiado de placer. Las manos del menor encontraron los cabellos de
Jongin y tiró de ellos para atraerlo en un beso rápido.

Las embestidas eran rápidas y profundas y Kyungsoo gimió, deslizando sus manos hasta la
nuca de Jongin, hundiendo las uñas en su piel para atraerlo y besarlo una vez más. Sus
lenguas se encontraron y Kyungsoo sintió que se derretía con todo el calor que
desprendían sus cuerpos. Su miembro, erecto nuevamente, quedaba aplastado entre
ambos y con los movimientos que hacían la fricción que sufría rayaba en la tortura.
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— Voy a correrme otra vez... —dijo Kyungsoo contra los labios de Jongin, haciendo que
éste esbozara una sonrisa maliciosa.

— Córrete para mí, Kyungsoo —dijo el mayor en tono perverso, mordiendo con fuerza el
labio inferior de Kyungsoo.

El sonido producido por los movimientos de sus cuerpos y por las embestidas resonaba en
el cuarto y se mezclaba con los gemidos altos y prolongados de Kyungsoo y la respiración
pesada y los gemidos roncos de Jongin. El menor se corrió primero en el espacio que
quedaba entre ambos cuerpos, poniendo los ojos en blanco cuando Jongin acertó en el
punto sensible de su interior. Jongin siguió penetrando profundamente al menor hasta
que eyaculó y llenó al joven con su semen.

Volvieron a besarse con urgencia mientras Jongin seguía moviéndose lentamente,


deseando que aquel momento no acabase jamás. Cuando se vieron obligados a separarse
por la falta de aire, Jongin abrazó a Kyungsoo de forma posesiva y se quedaron en silencio
durante un buen rato, tratando de normalizar sus respiraciones.

Cuando el mayor sintió que el menor respiraba con dificultad, más por el peso de su
cuerpo que por el cansancio, Jongin se apartó y rodó con calma hasta quedar acostado
sobre el colchón, al lado de su amante.
Jongin miraba al techo con una sonrisa y, al girar la cara hacia un lado, se echó a reír
cuando vio que Kyungsoo lo miraba con la boca abierta, como si lo estuviese admirando.

— Eres tan guapo, Jongin... —comenzó Kyungsoo antes de cerrar la boca, un poco
avergonzado, y girar completamente el cuerpo hacia él.

— Y tú eres perfecto, Kyungsoo —dijo Jongin, tirando de él para abrazarlo.

Ambos se acurrucaron en los brazos el uno del otro y permanecieron en silencio,


aprovechando el momento que vivían y deseando que aquello jamás llegase a su fin.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
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El reloj de la vida de Jongin volvió a ponerse en marcha.

Después de casi setecientos años estancado en el tiempo con la edad de veintidós años,
las agujas del reloj habían vuelto a moverse. Lentamente, las horas iban pasando y el
cuerpo del joven volvía a acostumbrarse a ser humano. Los deseos, las ansias, los
problemas... Todo volvía poco a poco, y cada nueva manifestación humana del mayor era
una alegría, una razón para sonreír.

Jongin, al igual que Kyungsoo, envejecía paulatinamente con cada segundo que pasaba.

Ambos decidieron que celebrarían el cumpleaños de Jongin junto con el de Kyungsoo, ya


que el más alto no recordaba la fecha exacta en la que había nacido. Durante el primer
cumpleaños que pasaron juntos, tras comer la tarta y sentir su delicioso sabor, al escuchar
el «felicidades» de los labios de su amante antes de besarlo con ternura, al oírlo susurrar
contra su oreja el deseo de que en los próximos años (y con «próximos» quería decir hasta
la muerte) estuviesen juntos en esa fecha y todos los días, Jongin lloró de felicidad.

Él, más que nunca, se sentía humano de nuevo.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Ambos se habían mudado al apartamento de Kyungsoo.

Habían llegado a la conclusión de que en el de Jongin habían muerto demasiadas personas


a manos de Kai y que necesitaban un nuevo lugar para comenzar una nueva vida. El
«Vampiro de Seúl» estaba definitivamente lejos de los focos de la sociedad, ya que habían
detenido y condenado a un hombre que se había autoinculpado por los asesinatos.
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Al irse del antiguo apartamento, Kyungsoo dio las gracias miles de veces a la vecina de
Jongin por haberlo cuidado en su ausencia y la invitó para que siempre que quisiera
apareciese por su nueva casa para comer. La vieja wicca les deseó buena suerte antes de
que los dos salieran por última vez de aquel edificio.

De tan feliz que estaba, el menor ni siquiera se acordó de reñirle por haberle mentido
cuando dijo que no había visto a Jongin en el apartamento cuando llamó a la ambulancia.

Lo cierto era que la felicidad de ambos era palpable.

En el nuevo apartamento, Kyungsoo se veía obligado de verdad a cocinar para Jongin


todos los días, pero no le importaba. De hecho, le encantaba cocinar para él mientras éste
lo observaba con atención. Algunas veces el moreno hasta había intentado ayudarlo, pero
los intentos siempre acababan en fracasos y la comida se quemaba de una forma u otra.
Al final, Kyungsoo acababa riendo y Jongin quejándose.

El período de prácticas obligatorio de Kyungsoo se había terminado y el joven había sido


contratado por el hospital para trabajar a tiempo completo. Jongin aún lo sujetaba entre
sus piernas todas las mañanas, suplicándole que se quedase en la cama un poco más. A
Kyungsoo le parecía adorable lo mimoso que era Jongin por las mañanas, pero se veía
obligado a recordarle que él también debería trabajar.

Conseguirle documentos a Jongin fue la parte más difícil de su nueva vida, pero tras unas
semanas el mayor ya se pudo considerar ciudadano coreano. Jongin consiguió un puesto
de trabajo en un restaurante, como camarero, y el menor siempre se mordía el labio
inferior cuando veía a Jongin con su uniforme: un pantalón de vestir holgado, camisa
blanca de botones con un chaleco negro por encima y una corbata de lazo para completar
su vestimenta.

Lo cierto era que Jongin aprovechaba que era camarero para picar (con permiso del chef)
de todos los platos preparados en la cocina en la que trabajaba, experimentando nuevos
sabores y redescubriendo otros que ya ni recordaba. Jongin estaba, prácticamente,
convirtiéndose en un adicto a la comida.

A fin de cuentas, la comida sabía mucho mejor que la sangre.


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Kyungsoo y Jongin llevaban viviendo juntos un tiempo y pretendían seguir así mientras les
fuera posible.

— Eres lo mejor que me ha sucedido en la vida y sabes que lo estoy diciendo en serio —
murmuró Jongin con una risa débil contra el cuello de Kyungsoo, mientras estaban
acostados en la cama una tarde de domingo.
Kyungsoo se apartó y lo miró a los ojos.

— Me alegro de haber perdido aquel último tren y de que me hubieras escogido como
víctima —dijo el menor, estremeciéndose sólo de pensar en lo que habría sucedido si no
hubiese perdido el tren que lo llevaría a casa la noche en que conoció a Kai—. Gracias,
Jongin. Gracias por existir, por encontrarme y por salvarme de la soledad.

De hecho, ambos se habían salvado mutuamente de formas diferentes y Jongin sabía que
sin Kyungsoo estaría, en ese mismo momento, asesinando a alguien en algún rincón
oscuro, pensando en cuántas eras tendría que enfrentar solo hasta lograr morir.

La más pura verdad era que Kyungsoo había salvado a Jongin de la maldición, de la
soledad y de sí mismo..

— Gracias, Kyungsoo. Por todo... Pero principalmente por amarme —dijo Jongin con
sinceridad, sonriendo, antes de tirar del menor para darle un beso apasionado, como los
miles que ya habían compartido.

Unas cuantas risas más se escucharon fuera del pequeño cuarto mientras se susurraban
juramentos de amor y se pronunciaban palabras maliciosas. El sonido de las risas dio lugar
al de los besos y los largos gemidos que resonaron durante un buen rato por las
habitaciones del apartamento.

A fin de cuentas, Jongin no había cambiado nada.

Estaban acostados lado a lado cuando se quedaron dormidos en la cama de matrimonio


que compartían, con las respiraciones mezcladas debido a la proximidad de sus cuerpos y
la calidez mutua calentándolos en una noche de clima agradable. Cuando entraron en el
mundo de los sueños, los dos amantes estaban cogidos de la mano.
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Lo que Jongin y Kyungsoo habían vivido, los momentos buenos y malos que habían pasado
juntos... Todo quedaba guardado en los recuerdos que conservarían con cariño. El futuro
era incierto, pero los dos anhelaban que fuese el mejor posible.

Y, claro, el amor incondicional que sentían el uno por el otro... Bueno, ese sentimiento
sería eterno.

Eterno mientras durase.

Eterno

para siempre.

Y ésta fue la historia del inmortal que fue salvado por un humano.

Amar fue su perdición;

ser amado fue su salvación.

FIN

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