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Cuando se habla de virtudes teologales, algunas personas se disponen a aguantar un discurso

hecho de prescripciones, un sermón que perciben como alejado de los propios intereses. Las
virtudes teologales parecen estar reservadas a pocos, mientras que la mayoría no tiene ocasión de
practicar ni de conocer a fondo, sobre todo si está ocupada en los asuntos de este mundo. Algo
teórico, pues, para la mayor parte de los comunes mortales, que toca muy poco el propio interés y
la propia vida. No debería ser así. Porque la vida de fe, esperanza y caridad debería ser el hábitat y
la atmósfera en que respira el cristiano, so pena de asfixiarse y ahogarse con el smog materialista
de nuestro mundo.

Dios nos da las virtudes teologales con la finalidad de que seamos capaces de entrar en diálogo
con Él y actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos naturales
inclinados al egoísmo, comodidad, placer. Con estas virtudes podemos ser santos. Es más, gracias
a ellas podemos entrar en comunión con Dios que es la Santidad misma. Las características más
resaltantes de estas virtudes son: a)Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre. No
obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se perfeccionen y crezcan.b)
No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.c) Van siempre juntas

LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA CARIDAD.

La fe y la esperanza no tienen ningún sentido si no desembocan en el amor sobrenatural o caridad


cristiana. Por la fe tenemos el conocimiento de Dios, por la esperanza confiamos en el cumplimiento
de las promesas de Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio y
llegamos a la unión íntima con Dios Amor.

Definición de esta virtud: Es la virtud infundida por Dios en el bautismo por la que podemos llamar
a Dios y a nuestros hermanos por Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes de
su propio ser que es Amor.
La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres y mujeres. San Pablo
dice: “Me amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han quedado
satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a este amor de Dios.
La caridad divina tiene la peculiaridad de vaciarnos del egoísmo y de vivir en todo la entrega y la
generosidad, es decir, el amor. Cuando hay discordias y egoísmos, Dios no está en esa alma. Pero
cuando hay apertura, sencillez, disponibilidad, desapego, servicio, perdón...entonces es señal de la
presencia de Dios en esa alma.
El amor al prójimo significa búsqueda del bien de todos los hombres que están al alcance:
nuestros familiares, amigos, compañeros de estudio o trabajo, todos aquellos que caminan con
nosotros, aún los que nos han causado algún daño.
En el amor de Dios se crece cada día, practicándolo y abnegándose. En el amor se camina,
se crece, con la gracia de Dios. Este amor se demuestra cumpliendo la voluntad de Dios, observando
sus mandamientos, poniendo atención a las inspiraciones del Espíritu Santo, siendo fieles a los
deberes del propio estado.
El que tiene verdadera caridad es un apóstol entre sus hermanos y es capaz de superar
todo temor y respeto humano.
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios, con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.
Con relación a la virtud teologal de la caridad, o sea, del amor, hay que tener en cuenta que el amor
a Dios y el amor al prójimo son una misma y sola cosa de modo que uno depende del otro; por esto,
tanto podremos amar al prójimo cuanto amemos a Dios; y, a la vez, tanto amaremos al Dios cuanto
de verdad amemos al prójimo.
Se dice que en esta vida la caridad es perfecta cuando excluye no sólo todo pecado mortal o venial
deliberado, sino también todo aquello que puede impedir amar a Dios con todo el corazón. El
cristiano que ha alcanzado este grado de amor vive en plenitud las bienaventuranzas evangélicas.

La definición realza las características principales de la caridad:

1) Su origen, por infusión divina: "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado." (Rom. 5,5). Es, por lo tanto, distinto de y superior a la
inclinación innata o el hábito adquirido de amar a Dios en el orden natural. Los teólogos (v. Teología)
concuerdan al decir que es infundida junto con la gracia santificante, con la cual está íntimamente
relacionada ya sea por identidad real, como algunos sostienen o, de acuerdo a una idea más
común, por medio de una emanación connatural.

2) Su morada es la voluntad humana. Aunque a veces la caridad es intensamente emocional y


frecuentemente reacciona sobre nuestras facultades sensoriales, reside propiamente en la voluntad
racional, un hecho que no deben olvidar aquellos que la hacen una virtud imposible.

3) Su acto específico, es decir, el amor de benevolencia y amistad. Amar a Dios es desearle todo
honor, gloria y todo bien; y esforzarnos, en la medida que podemos, obtenerlo para Él. San Juan
(14,23; 15,14) enfatiza el rasgo de reciprocidad que hace de la caridad una auténtica amistad del
hombre con Dios.

4) Su motivo, es decir, la bondad Divina o amabilidad tomada absolutamente y como dada a conocer
a nosotros por la fe. No importa si esa bondad es vista en uno, o varios, o todos los atributos Divinos,
sino que en todos los casos, nos debemos adherir a ella, no como una fuente de ayuda o premio o
felicidad para nosotros mismos, sino como un bien en sí mismo, infinitamente (v. infinito) merecedor
de nuestro amor, en este único sentido, Dios es amado por Sí mismo. Sin embargo, la distinción de
los dos amores: concupiscencia, la cual incita la esperanza; y benevolencia, la cual anima la
caridad, no deben ser forzadas a un tipo de exclusión mutua, pues la Iglesia ha condenado
repetidamente cualquier intento por desacreditar las obras de la esperanza cristiana.

5) Su alcance: Es decir, ambos, Dios y el hombre. Mientras solo Dios es todo amable, puesto que
como todos los hombres, por gracia y gloria, ya sea que realmente comparten o al menos son
capaces de compartir la bondad divina, se deduce que el amor sobrenatural (. orden sobrenatural)
más bien los incluye que excluye, de acuerdo a Mateo 22,39 y Lucas 10,27. Por lo tanto, una y la
misma virtud de la caridad concluyen en ambos, Dios y el hombre, en Dios principalmente y en el
hombre secundariamente.

En conclusión cuanto a la forma y grado de influencia que la caridad debe ejercer sobre nuestras
acciones virtuosas, para hacerlas meritorias del cielo, los teólogos están lejos de ponerse de
acuerdo, algunos sostienen que se requiere sólo el estado de gracia, o caridad habitual; otros
insisten sobre la más o menos frecuente renovación de los distintos actos de amor divino. Por
supuesto, el poder meritorio de la caridad es, como la virtud misma, susceptible de crecimiento
indefinido. Santo Tomás, menciona tres etapas principales: (1) liberarse del pecado mortal a través
de la tenaz resistencia frente a la tentación, (2) evadir los pecados veniales deliberados por la
asidua práctica de la virtud, (3) unión con Dios a través de la repetición frecuente de actos de amor.
La virtud de la justicia
La justicia es una de las cuatro virtudes cardinales (Fortaleza, justicia, prudencia y templanza). Es
por antonomasia una virtud social, un hábito moral que propone dar a cada uno lo que le
corresponde o pertenece, en función del derecho, la razón y la equidad. Es el esfuerzo para
armonizar a las distintas personas, que viven dentro de una comunidad familiar, local o nacional y
así, darle a cada uno lo que le corresponde.
Que la justicia esté relacionada con la equidad es el gran desafío de cualquier sociedad que intenta
regular las relaciones de sus miembros a través del Derecho. La aplicación justa de la ley es lo que
hace a una sociedad más libre e igualitaria. Sin embargo, la experiencia muestra que en muchas
ocasiones no se logra ese objetivo en absoluto y que la corrupción tanto en medios políticos como
judiciales hace que muchas personas se descorazonen y pierdan toda confianza en las
instituciones. Así las cosas y bien pensado, habría que decir que lo ideal sería que solo se debería
dedicar al Derecho quien amara realmente la justicia y la rectitud. Porque la justicia es una virtud
excelsa y solo puede emanar de un corazón recto y bueno.
Los romanos entendieron la justicia como todo lo que estuviera ajustado al ius (derecho). Ulpiano
decía que era dar a cada uno lo suyo, es decir, su derecho. Los juristas romanos incluían además
la idea de vivir honestamente y no dañar a los demás como el fin esencial del Derecho. El concepto
de justicia que Santo Tomás desarrolla, tiene su origen en Platón, para quien todas las virtudes se
basan en la justicia; y la justicia se basa en la idea del bien, el cual es la armonía del mundo. La
filosofía moral de Santo Tomás es esencialmente la ética aristotélica de la virtud, es decir, un
conocimiento práctico de la buena conducta que lleva a hábitos beneficiosos para la persona y para
aquellos que la rodean.Es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a
Dios y al prójimo lo que le es debido. En la Summa Theologiae, Santo Tomás le dedica a la justicia
desde la II-II, q.57 hasta la 61. Define a la justicia como “el hábito por el cual el hombre le da a cada
uno lo que le es propio mediante una voluntad constante y perpetua”. Clasifica a la justicia como
una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la templanza, la prudencia y la fortaleza; y distingue
el sentido general y particular de la justicia. En un sentido general, es la virtud por la cual una
persona dirige sus acciones hacia el bien común. Cada virtud, explica Santo Tomás, “dirige su acto
hacia el mismo fin de esa virtud”. La justicia es “distinta de cada una de las otras virtudes” porque
dirige todas las virtudes del bien común”. Sobresale en primer lugar entre todas las virtudes porque
apunta a la rectitud de la voluntad por su propio bien en nuestras interacciones con los
demás. Todas las demás virtudes funcionan ya sea internamente, es decir que son dirigidas hacia
el bien del individuo actuante como un acto de auto-perfección como, por ejemplo, la prudencia y
la fortaleza; o, como en el caso de la valentía, pueden dirigirse hacia los demás sólo en
circunstancias especiales y extraordinarias, como en la guerra o en casos donde el peligro atípico
esté presente.

La definición clásica de justicia desarrollada por Santo Tomás es dar a cada uno lo suyo. Dicha
definición sirve como base en pensamiento social cristiano a partir de la cual pueden comprenderse
las nociones de los derechos (como tener derecho a), de la conducta correcta y de lo correcto de
una situación. Es decir, lo que a una persona le corresponde, lo que es de ella, es a lo que la misma
tiene derecho. Dichas acciones, que están dirigidas a asegurar a una persona lo que le es propio
constituyen la conducta correcta. Y es una situación justa, por ende, el estado final de cosas en
donde a la persona se le ha dado lo que le es propio a través de la conducta correcta de otros que
lo hicieron posible. Siempre va dirigida hacia el bien de otro, se dirige hacia el bien común de todos
esos asuntos que conciernen a los individuos particulares. En la tradición católica, la justicia así
indicada también se le ha llamado justicia general, justicia legal y justicia social. Asimismo, el
término de justicia legal se aplica específicamente a la esfera de la ley, ya que cada ley legítima –
positiva, natural o divina – se dirige al bien común. El término de justicia general reafirma la
aplicabilidad universal de la justicia hacia el bien común.

En conclusión, podemos afirmar que la justicia es universal, aunque posee un papel fundamental
en la articulación, codificación, adjudicación y cumplimiento de la ley; apuntando siempre hacia el
bien común a través de las acciones de los individuos en comunión con los demás. En la doctrina
cristiana, justicia es una de las virtudes cardinales, cuya práctica establece que se ha de dar al
prójimo lo que es debido, con equidad respecto a los individuos y al bien común. La justicia de los
hombres con Dios es denominada «virtud de la religión», correspondiendo a su debida adoración y
culto, entendiéndose este deber como supremo acto de fe En el ámbito de las instancias
particulares, su dirección es hacia el estado final del bien común; específicamente para la persona,
una disposición hacia el bien cuyo fin primordial es el acto humano bueno. la idea de justicia
desarrollada por el pensamiento clásico y el cristianismo ha perdurado como un principio superior
a la mera legalidad. Justicia no es simple legalismo, porque éste tiene la tendencia a la aplicación
literal de las leyes, sin considerar ninguna otra circunstancia. Cuando eso se produce, se adultera
por completo el sentido verdadero de justicia porque solo causa daño indebido. La verdadera justicia
equilibra completamente las cosas. Hace que nada “clame al cielo“. Es una virtud en el ser humano
y logra lo mejor para el bien común. Hace a los hombres y a las sociedades más libres y zanja
definitivamente cualquier asunto pendiente. La justicia es por tanto una virtud fundamental del
hombre. Un hombre justo es el que tiene el constante hábito de realizar actos justos. Es rectitud
moral que se extiende tanto al ámbito privado como social.

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