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A Dios gracias, los hombres y las mujeres no somos iguales en casi nada, y .... ¡viva la
diferencia! Puestos a elegir, yo -como hombre- prefiero admirar a una “fermosa vaquera
de la Finojosa” que a un apuesto mancebo, por bello y esplendoroso que este sea. Es más,
el mancebo, cuanto más lejos de mi lado, mejor; no vaya a ser que acapare la atención de
la vaquera y me deje a dos velas, contemplando la luna de Valencia.
En ambos sexos existen “personas”, y otros seres que no merecen tal denominación (por
muy animal racional que a estos últimos se les considere). En eso sí que somos iguales.
También -como personas- merecemos el mismo respeto e igualdad ante la ley. Pero
quitando algunas peculiaridades de este estilo, en casi nada nos parecemos: ni
fisiológicamente, ni intelectualmente, ni anímicamente. Sin querer con esto decir que uno
de los sexos sea superior al otro en algo de ello. Simplemente –y ahí está la belleza de la
armonía- somos complementarios.
Con tan maravillosas diferencias creadas por la naturaleza –y que son precisamente las
que nos atraen y encandilan mutuamente- no entiendo el incomprensible empeño de las
hembristas, femimarxistas o feministas de género (que para mí, todo es lo mismo) por
criar y educar a ambos sexos de forma indiferenciada, forzando el desempeño de los
mismos comportamientos cuando son tan distintas nuestras inclinaciones. Me resulta tan
ridículo como desear que la lluvia ascienda hacia el cielo, en lugar de precipitarse las
gotas a la tierra, o soñar con paralizar el cauce de un caudaloso torrente. La naturaleza es
bella tal como la creó el Hacedor y resulta de lunáticos pretender cambiar sus leyes;
bastante la hemos deteriorado ya con nuestras patosas e irresponsables manejos. Tan
necesarias y beneficiosas resultan las cualidades masculinas para la humanidad, como las
típicamente femeninas. Es la potenciación de esas cualidades respectivas de cada sexo lo
que enriquece a la especie; no la “uniformidad”de los mismos. Por más que me busco el
tan cacareado “lado femenino”, no consigo encontrarlo; de lo cual me alegro mucho, ya
que me resulta repelente encontrar características “masculinas” en una mujer; por lo que
–digo yo- que a ellas les ocurrirá lo contrario, de encontrar feminidad en nosotros.