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Dario lemos, un maldito nadaísta

Manuel Felipe Álvarez Galeano

Entretanto, cuidado por un Ángel oculto,


El niño abandonado se emborracha de sol
Y en todo lo que bebe y en todo lo que come
Vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía.
Baudelaire

Presentación

Cuando Colombia seguía ahogándose entre su masacrada identidad durante el siglo


pasado y el ideal de patria, cada vez más lejano, se lo habían embestido los cauces
contaminados de los ríos en las grandes ciudades, emerge de la “nada” y “como si nada” un
movimiento reaccionario que llamaron “Nadaísmo”, y dos de sus figuras más
representativas llevan en sus datos vivenciales el nombre del pintoresco Jericó, una
pequeña acrópolis que acoge a poetas como Amílcar Osorio, quien reside durante el alba de
su juventud en el Seminario San Juan Eudes y, por confabulación azarosa, a daríolemos
nacido en este municipio. Jericó además es cuna y residencia de autores de la tradición
literaria y del pensamiento colombiano como Héctor Abad Gómez y Manuel Mejía Vallejo,
ambos fallecidos en Medellín en 1987 y 1998 respectivamente. El accidentado territorio del
Suroeste se convierte en la guarida de los poetas que emigran de Medellín huyendo de la
incomprensión de una ciudad que dentro del discurso del crecimiento empresarial y el
siempre vigente “desarrollo sustentable” no daría acogida a unos barbados parias de Junín,
quienes leían la ciudad oliendo la orina indigente de los puentes, en vez de cubrirse la nariz
como lo haría un transeúnte cualquiera. Ellos en vez de huirle a la ciudad, se dejaban
espantar por los fantasmas de los suburbios. Bien podrían reconocerse como unos

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románticos anacrónicos lectores de los poetas malditos que recorrían las aveneu de París,
perdidos en un inframundo inventado a partir de la pregunta siempre tortuosa por la
existencia.

Dariolemos, un “maldito” nadaísta

Sería innecesariamente complejo e inconsecuente afirmar que el Nadaísmo es un


renacimiento del malditismo francés, ya que son momentos distintos en sociedades
distintas; sin embargo, ambas fueron reaccionarias, ya que por medio de las letras y el
descenso al universo del “yo” se respondía a una sociedad esquematizada por un discurso
burocrático de desarrollo, mas no por el arte, aclarando que París es durante todo el siglo
XIX el epicentro cultural donde se recrean las más célebres obras literarias del
Romanticismo y el Realismo, y la poesía se debate en una censura no tanto del derecho de
expresarse, sino del moldeamiento de la sociedad de aquel entonces. Podría ser en el
Nadaísmo y con mayor ímpetu en dariolemos, el apremio por despertar la contestación a
una náusea que el olor de la sangre en el asfalto despierta. Jotamario Arbeláez1 a quien
dariolemos conoce cuando se funda este movimiento y con quien sostiene una profunda
amistad, además de recogerle los poemas y publicarlos en un poemario, Sinfonías para la
máquina de escribir2, le hace un prólogo titulado “Sinfonía para un poeta que no tuvo
máquina de escribir” y en él habla, un tanto condicionado por las sublimes emociones

1 Jotamario Arbeláez “Poeta y publicista caleño (1940-). Cuando los nadaístas de Medellín, con
Gonzalo Arango a la cabeza, llegaron a Cali con el propósito de promocionar su movimiento,
encontraron el respaldo de varios cómplices que se les unieron para exigir públicamente el
reemplazo del busto de Jorge Isaacs por uno de Brigitte Bardot. Entre ellos estaba José Mario
Arbeláez Ramos (o Jotamario, como empezó a firmar más tarde). Galán C., John Jairo. (s. f.).
Arbeláez, Jota Mario. En: Biografías. Recuperado el 5 de octubre de 2012. De: http://
www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/arbejota.htm
2Lemos, Darío. (1985). Sinfonías para máquina de escribir. Bogotá: Instituto Colombiano de
Cultura.

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cultivadas durante su larga amistad, acerca de la importancia que Lemos tuvo en los ideales
nadaístas:

Si hay un poeta nadaísta que exalta con excelencia a la vez los títulos de poeta y
de nadaísta ese es dariolemos, por la vida que le tocó vivir y de la que ahora
tanto muere y tanto le duele (12).

Este pasaje, además de brindar un dato sustancial para conocer la vida del autor en
competencia, ofrece un primer argumento para hacer remisión sólida con los poetas
malditos franceses. Bien se podrá en esta cita permutar las dos veces que aparece el
adjetivo “nadaísta” por “maldito”, ya que la mención que Arbeláez hace acerca de la vida
como sentencia al dolor, remite a lo conflictivo y tormentoso de poetas franceses como
Rimbaud y Verlaine. Gracias al libro de este último, Les Poètes maudits, (Los poetas
malditos) es posible conocer esta designación, aunque en esta obra no relacione célebres
poetas como Baudelaire y Novalis nombrados “malditos” por los lectores de poesía aún en
nuestros tiempos. Estos poetas se caracterizaban por su constante pregunta por la vida y la
complejidad de las emociones en el poeta, la relación de éste con el extremismo del pathos
y conserva el ideal de negarse al demonio de la razón que el “Sturm und Drang”3 (borrasca
e ímpetu) deja como secuela en el Romanticismo y posteriormente en estos poetas, quienes
responden con el arte de la escritura a la incomprendida demanda por el autoconocimiento,
cuyo consciente resultado es la “razón de la sinrazón” al menos como ideal, aunque se
vuelva al mismo abismo de la palabra. Así lo reconoce Alfonso Carvajal (2002), quien
plantea este elemento como si fuese una condena del poeta, un castigo hereditario
entendiendo al poeta como una rama siempre endeble pero fija en el árbol genealógico de
las maldiciones del hombre. Lleva siempre el dolor de Antígona, quien es castigada por la
maldición dirigida a su familia. Así sucede con dariolemos, quien es descrito por Arbeláez
(1985) como:

3 “[…] fue un movimiento literario que apareció a mediados del siglo XVIII en Alemania,
representado primordialmente por Goethe […]”.
Carvajal, Alfonso (2002). Los poetas malditos. Bogotá: Editorial Panamericana (p.11).

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Hundido en todas las ignominias, huésped de todos los infiernos, pasajero de
todos los tormentos, jinete de todos los vicios, practicante de todos los delitos,
víctima de todas las leyes, chivo expiatorio de su poesía (12)

Las ignominias claramente refieren el descrédito que tuvo su obra, que si bien es
exaltada por los nadaístas y seguidores de este movimiento, no obtuvo el reconocimiento
que según Arbeláez debió haber tenido, puesto que los poemas de dariolemos son
compilados por Arbeláez como homenaje póstumo en Sinfonías para la máquina de
escribir. Cuando habla de “huésped de todos los infiernos” puede hacer remisión indirecta a
la obra de Rimbaud quien sostenía la vida como una metáfora oscura de la muerte y es
alegorizada en su celebrada obra Una temporada en el infierno, este francés comparte la
misma punición que lleva Lemos, la vida como preparación de la muerte y en este poeta se
muestra esa resignación, tal como se ve en el poema “Flecha perdida en la oscuridad”:

Ayer hablaba de cadáveres, de muertos,


Hoy algo vivo me estorba en la nuca del alma.
Las cosas suceden simplemente, tienen que suceder (109).

Este poema hace parte del poemario Estancia cuarta. El valle de la permanencia.
Desde el título se expone con una figura metafórica, la conciencia de nuestro autor frente a
la muerte y cuando se habla de oscuridad puede referirse ya sea a la vida o a la muerte.
Ambas son desmitificadas y dariolemos habla sin decorativos artificiosos acerca de éstas,
como sí puede darse en la poesía de los malditos, quienes se caracterizaban por el
simbolismo como secuela del Romanticismo. Esa relación entre Lemos y Rimbaud parece
que tuviera una consanguinidad, parece que la maldición perviviese, no es un mero azar que
dos poetas, de tan convulsionado camino, murieran con la misma enfermedad y en el
mismo pie, incluyendo un tercero de la Época Victoriana, Ernest Henley, quien sufriera de
tuberculosis y cuando contaba con 12 años de edad sufrió la amputación de su pierna y
encontró en el poema “Invictus” la expiación a los vejámenes del destino. Esta es otra de
las características de los poetas malditos, la muerte generalmente trágica y a temprana edad,

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ya le pasaría a Rimbaud y Novalis, éste fallecido a los 29 años dejando una producción
significativa. No solo con los malditos se da esta singularidad, es sabido hasta llegar a ser
estigmatizado, el carácter suicida de los poetas, como si suicidarse o escribir sobre ello
fuese un parámetro o contrato firmado con el azar para poder ser poeta. Los poetas no son
ajenos a los tiempos y circunstancias que los habitan, específicamente surge la poesía ya
sea como reacción o exilio. He ahí el problema de la incomprensión, rasgo que comparten
los nadaístas y los malditos, quienes sobreviven al ostracismo al que son condenados o la
preocupación que la masa tiene frente al desarrollo.

Se manifiestan discursos de desarrollo económico sobrepuesto al crecimiento


cultural, específicamente a la creación literaria, como el de la Época victoriana, cuando se
da el fenómeno de la industrialización y surgen poetas como: Byron, Keats, Henley, y
narradores como: Stevenson y las hermanas Brontë, todos ellos sometidos a combinar sus
gritos con el de las locomotoras que se levantaban firmes entre las montañas. Ya luego de
las dos guerras mundiales, hubo la esperanza de que éstas trajeran después de cada uno de
sus respectivos tratados de paz, una nueva conciencia frente a las voces de la naturaleza. Se
esperaba que el paisaje cambiaría luego de que el hombre tuviera conciencia de lo que
produce la sed del poder. Bien se sabe que en el siglo XX, el demonio de la razón se eleva
en Latinoamérica, tierra joven y manipulable donde fue incrustado catastróficamente el
demonio de la globalización. No obstante, surgen narradores y poetas grandiosos, todos
investidos por la misma náusea en distinta voz, entre ellos se encuentran algunos poetas
chilenos que revivieron en el espacio la necesidad de emplear imágenes de la naturaleza
para hablar de la complejidad de las emociones, a propósito de Neruda, Mistral y Huidobro.

Se abre una herida siempre abierta donde se elevan los nombres de poetas que
dejaron su obra en las más célebres compilaciones de literatura en el mundo, se trata de
poetas, entre otras, como Storni y Pizarnick, quienes reclamaron la herencia completa del

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dulce flagelo de ser poeta o la Saudade según Pessoa, ellas especialmente encuentran en la
muerte un silencio, como el constante mérito y pasaje a la eternidad para su obra.
Particularmente en Colombia, se enuncian casos como el de dariolemos, quien aguzado por
los males, bien atiende a ese resplandor heredado de los “malditos”, tal como se ve en la
desmitificación de la muerte en la cita del poema anterior, donde se expone, sin profundizar
en el recurso de la metáfora, isotopías como “cadáveres” y “muertos” y se muestra una
resignación de Lemos frente a esta temática en el último verso, donde se ve con claridad
una posible creencia en el destino que dirige al hombre y al que este poeta está resignado.
La imagen del suicidio se ve constantemente empleada por Lemos en poemas como
“Poema de mi idiotez”:

El cigarrillo se acabó
Y yo me suicido.
Adiós maga.
Adiós muerte.
Me suicidé hace un momento […] (31).

En este escrito se retoma la imagen del suicidio como un triunfo sobre la muerte y
ya no la resignación frente a un destino que está escrito, sino un reto. El suicidio es una
palabra fuerte y lleva un eterno enigma y dariolemos lo desmitifica cuando en una misma
estrofa lo enuncia en dos ocasiones, lo que habla de que su vida tormentosa es una
preparación para la muerte. Siempre su vida fue la víspera de ésta.

Los poetas malditos tienen también, entre su simbología de la muerte y la oscuridad,


una razón con lo demoniaco y lo divino, como metáfora de la dicotomía entre la salvación y
el infierno, o en palabras de Baudelaire en el poema “III. La destrucción” del libro Las
flores del mal:

El demonio se agita a mi lado sin cesar;

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flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento cómo quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable (219).

Referente a esta dictomía, Alfonso Carvajal (2002: 19) habla:

Ese resplandor que nació hace dos siglos, y aún no se extingue, encontró en la
Francia del siglo XIX a sus más genuinos continuadores: los poetas malditos.
Estirpe, raza inferior, vagabundos de la imaginación que traspasaron los
umbrales de la razón y se toparon frente a Dios y el diablo (19).

Además de esa dicotomía entre la salvación y el infierno, se da en este punto una


caracterización más de la actitud de los poetas malditos y que claramente comparte Lemos
cuando afirma en su texto “Yo soy daríolemos”:

[…] Todo el mundo cree que dice una gran verdad cuando declara que existe.
Yo digo para contrariar la verdad que yo no existo (25).

El poeta deja entrever su comunión con su identidad “maldita” cuando muestra su


contrariedad frente a la sociedad, lo que justifica su ostracismo y exilio durante sus últimos
años cuando su enfermedad le consumía el cuerpo. Además de esto, se hace una pregunta
por la existencia como bien se ve en la obra de Baudelaire antes referenciada. Dentro de la
complejidad psicológica de estos poetas, es característica la bipolaridad, lo que atiende a
que dariolemos, aun cuando no recrea el paisaje natural, perdura a incluirse dentro de la
temática de la naturaleza, como bien se hacía en el Romanticismo y recreado por los
malditos:

[…] Soy la dimensión de la estaciones. A veces, cuando no tengo qué pensar,


mido por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir (25).

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Se plasma de nuevo la pregunta por la existencia y una crítica frente a ésta, lo que
arroja a su condición tormentosa de un hombre incomprendido emocionalmente, postrado
en una silla de ruedas mientras la gangrena le consume el cuerpo. Además de esto, se
expone de nuevo la vinculación que los poetas eternamente tienen con la naturaleza,
particularmente con la fenomenología de ésta, en la cual Lemos se alegoriza y se ubica
como parte de la misma, por medio de idénticas convulsiones con ésta.

Él mismo debe haber perdido la cuenta de las veces que ha estado recluído entre
muros: la casa de menores […] los calabozos de la Escuela Militar, donde se
negó a lucir el uniforme de soldado, las cárceles infames donde fue conducido
por fumar marihuana, robar un libro, casarse con la chica que amaba […] (12).

Otra de las características de los poetas malditos en su calidad de incomprendidos


sociales, es la irreverencia frente al sistema, y dariolemos en este punto deja entreverlo,
siempre celoso de perseguir lo que cree y fraguarse en su decadentismo artístico, igual a
esta sociedad capitalista con su identidad ultrajada, no le interesa escuchar los lamentos de
un hombre que se deslinda de los prototipos y halla su recinto en el papel y la tinta. En la
constitución no hay algún parágrafo en pro de la tolerancia por el poeta, cuando éste lee o
escribe, pocos, o quizás nadie, descubrirá la carga de dolor, abatimiento y desazón por la
vida que está resguardado en unos versos que se comparten.

Así en Colombia los nadaístas se alzan contra el esquema, por medio de la respuesta
artística, como a finales del siglo XIX en Francia, cuando unos anacrónicos románticos
escribían en el fondo del abismo, como dariolemos desde su silla de ruedas. Lograron
perturbar la linealidad de los esquemas de la sociedad por medio de sus ropas empapadas
del sudor del alma que era descubierta al fin en sus verdaderos tonos, para que fuera
heredado desde un pequeño pueblo al otro lado del Atlántico, por un poeta que llevaba su
frente ajada por el asfalto y el peso de la existencia. Además de esto, es notable dentro de

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esa irreverencia, el carácter frívolo de los poetas, su vida entre drogas y alcohol por lo que
fue detenido este poeta, como anacronismo de los “malditos” parisinos.

Cuando Jotamario Arbeláez afirma a propósito de la vida y obra de Lemos: “[…]


practicante de todos los delitos, víctima de todas las leyes, chivo expiatorio de su
poesía” (12), sustenta las anteriores observaciones acerca de la reacción y oposición a lo
legal de dariolemos y menciona algo de gran relevancia dentro del conocimiento de la
poesía de los “malditos” y de daríolemos, cuando habla de “chivo expiatorio de la poesía”,
habla de aquello en lo que tantos poetas y ensayistas como Paz y Bachelard han observado
concerniente al menester poético, uno de ellos, cercano y contemporáneo como el también
nadaísta Jaime Jaramillo Escobar (2011: 36) afirma:

No está la poesía al servicio del poeta, porque sería servidora; sino el poeta al
servicio de la poesía, como el sacerdote al servicio del dios.

Dariolemos es consciente de esta noción que niega tomar la poesía como una
herramienta para algún proyecto de vida o como un fin de superación; sino al contrario,
entendiendo la poesía como esa reina a la cual el poeta le sirve los mejores manjares de la
palabra o brinda sus propias vísceras que se abren a una elocuente mugre. Para sustentar la
vinculación de Lemos con respecto a este análisis, en su autobiográfico “Yo soy
dariolemos” el autor expresa: “Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de mi” (25).

Es una actitud ritualista, donde se ostenta la poesía como madre del sentir y el ver, a
la cual se consagra, como bien señala Alfonso Carvajal en la cubierta del libro a propósito
de los poetas malditos:

Sus descubrimientos formales y conceptuales; su desarraigo; su obsesión por lo


grotesco y la ironía; la fusión de verso y prosa, desbordaron lo meramente

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literario, inventando de esa manera una mezcla detonante: conducir juntas,
hasta sus últimas consecuencias, a la vida y a la poesía.

Siempre admirador de esta corriente, dariolemos se identifica y así lo da a conocer


en el poema “Las manos heridas” del poemario Estancia cuarta. El valle de la
permanencia: “Yo estuve con Genet en la cárcel y con Artaud en el sanatorio” (102).

No es un mero azar entonces los elementos en común entre este autor y los poetas
malditos, ya que se describe la lectura de éstos y posible influencia dentro de la escritura.
Es una actitud de compromiso frente a la poesía, como una red en la cual se entra y jamás
se sale, pero a la vez un templo al que se acude para adorar cada dios o noción de él. Donde
la palabra es la vida misma en comunión con los paisajes urbanos, rurales y los más
accidentados de todos, los del alma. A ello se entrega una vida, la de daríolemos, como en
siglo XIX lo hicieron estos poetas quienes entraron en el lúcido infierno y el umbral del
cielo para encontrar el desencuentro con ellos mismos. ¿Acaso el poeta sufre porque es
poeta? o ¿es poeta porque sufre?

Bibliografía

Carvajal, Alfonso. (2002). Los poetas malditos. Bogotá: Editorial Panamericana.

Lemos, Darío. (1985). Sinfonías para máquina de escribir. Bogotá: Instituto


Colombiano de Cultura.

Jaramillo Escobar, Jaime. (2011). Método fácil y rápido para ser poeta.
Valencia: Pre-Textos.

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