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SANTIAGO REDONDO y VICENTE GARRIDO

PRINCIPIOS DE
CRIMINOLOGÍA
LA NUEVA EDICIÓN

Prólogo de Antonio Beristain

4ª Edición

Valencia, 2013
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A nuestro colega y buen amigo Per
Stangeland, retirado de la vida
académica, cuyo ingenio y trabajo
excepcional continúan bien presentes
en esta nueva edición de Principios de
Criminología.
A los alumnos de Criminología de
los autores, y a todos los estudiantes y
profesores que emplean Principios de
Criminología como libro de texto en
múltiples universidades españolas y
latinoamericanas, sin cuyo entusiasmo
por saber y enseñar, esta obra no
colmaría su mejor sentido y finalidad.

Agradecimientos
Los autores quieren agradecer la colaboración para la
presente edición a Ana Martínez Catena, Lucía Columbu,
Mercé Viger y Marina Redondo Viger, cuya ayuda fue
inestimable para las búsquedas de la bibliografía revisada
en este libro.
También agradecemos al Magistrado Carlos Climent
Durán su aportación en dos de los capítulos de este libro.
Introducción a la Cuarta Edición
Principios de Criminología se ha consolidado como
manual de referencia para los estudios de Criminología en
muchas universidades españolas y latinoamericanas.
Desde su primera edición en 1999, pasando por las
ediciones segunda y tercera, de 2001 y 2006, cada vez ha
suscitado mayor interés y ha tenido mayor aceptación
entre los profesores de distintas asignaturas, que lo han
recomendado sistemáticamente a sus alumnos; y, también,
de los propios estudiantes, muchos de los cuales nos han
comentado, en distintos lugares, que la lectura de esta
obra, pese a su volumen inicialmente intimidatorio, no les
ha resultado por lo común enojosa, sino enriquecedora y
grata.
Ahora ponemos a disposición de docentes y alumnos
una flamante edición de Principios de Criminología,
ampliamente actualizada y renovada en diferentes
sentidos. Inmediatamente, lo que resultará más obvio a los
lectores es que la nueva edición solo está a cargo de dos
de sus tres autores originarios, ya que nuestro colega y
buen amigo, el profesor Per Stangeland, está retirado de la
vida académica, y ha preferido no contribuir a esta nueva
edición. A pesar de ello, el conocimiento, la intuición, la
sutileza y el ingenio de Per continúan presentes en
muchos lugares y momentos de esta obra y, sin sus
aportaciones iniciales a las ediciones precedentes, esta
cuarta edición no habría podido ser como es. Nuestra más
sincera y cariñosa gratitud por ello a nuestro querido
amigo Per Stangeland. Otro cambio aparente es el orden
de los propios autores del libro, que, por la misma razón
azarosa por la que dicho orden de autores fue el que era
en las ediciones anteriores, es otro actualmente, en el bien
entendido que tanto entonces como ahora la contribución
de los autores al conjunto de la obra es semejante.
Por lo que concierne a la estructura formal de esta
cuarta edición, las similitudes y los cambios más
significativos son los siguientes. Con ligeras variaciones
en las denominaciones, el libro continúa estando
estructurado en cuatro partes. La primera parte (I.
Criminología y delincuencia), en que se define la
disciplina criminológica y su método, y se describe a gran
escala el fenómeno criminal, cuenta con la novedad de un
capítulo sobre historia de la Criminología, cuya
conveniencia nos han reiterado en años pasados diferentes
colegas y amigos.
La segunda parte (II. Explicación científica del delito),
en que se presentan las teorías criminológicas, incorpora
siete capítulos (uno menos que en la edición precedente).
Son sus novedades estructurales más destacadas las
siguientes: la refundición de algunos capítulos teóricos
previos (en concreto, se han combinado en un único
capítulo, por un lado, las teorías de la elección racional y
las de la oportunidad, y por otro, las perspectivas sobre
diferencias individuales y las teorías del aprendizaje); la
inclusión de un capítulo nuevo sobre criminología del
desarrollo; y la eliminación del capítulo anteriormente
existente sobre teorías integradoras. Éste se ha suprimido
desde la consideración de que en la criminología actual
muchas teorías son hasta cierto punto integradoras, lo que
hace a esta denominación poco operativa y discriminadora
a la hora de clasificarlas. De este modo, las teorías, en
exceso heterogéneas, que antes se situaban bajo el
epígrafe de integradoras, se han reubicado, como
explicaciones multifacéticas y, por qué no, integradoras,
al final de sus respectivos troncos conceptuales más
directos (como teorías del control, de la oportunidad, o
del desarrollo).
La tercera parte (III. Delitos, delincuentes y víctimas),
que detalla las distintas formas de la fenomenología
criminal, es la que más se ha reducido en el número de
capítulos, que ha pasado de once a ocho. Ello no significa
que se haya prescindido de contenidos criminológicos
fundamentales, en relación con las diversas categorías
criminales y sus actores, sino que se ha efectuado una
mayor integración y condensación, en un único capítulo
temático, de ciertos contenidos, que antes estaban
divididos en dos o más lugares. En concreto, se han
aunado, en capítulos unitarios, delitos contra la propiedad
y delincuentes comunes, delitos contra las personas y
delincuentes violentos, delincuencia sexual adulta y abuso
sexual infantil, delincuencia económica y crimen
organizado. Consideramos que estas refundiciones
permitirán perspectivas más comprensivas y claras de
todos estos fenómenos criminales, que anteriormente
podían aparecer como más dispersos.
Finalmente, la estructura de la cuarta parte (IV. Control
y prevención del delito), que trata sobre las reacciones
sociales y legales dirigidas a controlar, prevenir y tratar la
delincuencia, permanece esencialmente la misma, con la
excepción de que los dos últimos capítulos de la tercera
edición, que en ambos casos versaban sobre la
prevención, de acuerdo a la misma lógica integradora que
se viene aduciendo, se han agregado sintéticamente en
uno solo.
Todos los capítulos finalizan con dos epígrafes breves,
el último de los cuales, titulado Cuestiones de estudio,
recoge diferentes preguntas y sugerencias de ejercicios
didácticos, que pueden ser útiles para el estudio y repaso
de las temáticas y contenidos de cada capítulo, y para el
desarrollo de prácticas y trabajos con los alumnos. El otro
epígrafe, que también existía ya en anteriores ediciones
bajo la denominación de Principios criminológicos
derivados, se ha transformado ahora en Principios
criminológicos y política criminal, con la intención de
hacerlo más ambicioso en dirección a derivar y sugerir, a
partir de las investigaciones y resultados presentados en
cada capítulo, posibles propuestas para la mejora y el
avance científico de las políticas criminales actuales y de
futuro. Animamos a ver este epígrafe, no como algo
cerrado y completo, que en absoluto lo es, sino como una
mera propuesta inicial para que profesores y alumnos
puedan, en cada caso, reflexionar y debatir, desde el
conocimiento científico, acerca de tales posibilidades de
innovación político-criminal.
En paralelo a los cambios estructurales comentados, esta
nueva edición de Principios de Criminología ha sido
ampliamente regenerada en sus contenidos y formas.
Desde la fecha de 2006, en que se publicó la tercera
edición, ha transcurrido un tiempo prolongado, tanto
cuantitativamente como, más aún, en un sentido
cualitativo, es decir referido a los muchos y profundos
cambios que se han producido en la vida social. Han
tenido lugar variaciones y transformaciones notables en el
uso de las tecnologías de la información, aumento de la
alarma mediática, y de la subsiguiente preocupación
social por la delincuencia (a pesar de que se haya
producido en muchos casos una reducción general de los
delitos), incremento exponencial de la intolerancia y de
las políticas criminales populistas, en conexión con una
expansión ubicua de rígidos sistemas de vigilancia y
seguridad en ciudades y transportes, graves alteraciones y
crisis económicas que afectan a múltiples ciudadanos,
países y regiones del mundo (Europa y España incluidas),
fenómenos migratorios masivos, etc.
Todo lo anterior tiene evidentes conexiones con
variadas temáticas de las que se ocupa la Criminología,
como la delincuencia en sí, el miedo al delito, la
influencia a este respecto de los medios de comunicación,
la victimización delictiva, la relación entre economía y
delincuencia, la estigmatización y el rechazo de grupos
sociales foráneos (inmigrantes, minorías raciales,
culturales, religiosas, etc.), los cambios en los estilos de
vida y su afectación a la topografía de los delitos, las
nuevas formas de criminalidad organizada, las reformas
penales, el funcionamiento y las intervenciones de la
justicia, la prevención delictiva, la reinserción de
delincuentes, y muchos otros. Por ello, en esta cuarta
edición se ha hecho un esfuerzo especial para hacernos
eco, hasta donde ha sido posible, de todos aquellos
cambios sociales que guardan más estrecha relación con
la delincuencia y el control de los delitos.
Además de las transformaciones operadas en el contexto
social, por lo que se refiere a la disciplina criminológica
en sí, también se han producido novedades sustanciales,
que hemos intentado acoger y reflejar en este libro. La
más destacada es la constante y creciente publicación de
nuevas investigaciones sobre múltiples materias
criminológicas, incluyendo nuevos conceptos y teorías, y
nuevos resultados empíricos sobre casi todas las parcelas
del conocimiento tratadas en este manual. Este progreso
científico tiene una clara dimensión internacional,
particularmente evidente en la ingente producción
académica que proviene de Estados Unidos, Canadá,
Australia, y los países europeos más desarrollados, pero
también dicho avance se ha producido en España, donde
la investigación criminológica ha aumentado y mejorado
de forma muy notable. Lo anterior ha requerido, a los
efectos de esta cuarta edición, una amplia revisión de
información bibliográfica, con la finalidad de su
incorporación a esta obra, que ahora recoge más estudios
y referencias científicas tanto españolas como
internacionales, incluyendo también algunas
investigaciones realizadas en Latinoamérica.
Por último, aunque las ediciones sucesivas de una obra
como ésta toman lógicamente como base los textos
precedentes, a partir de los cuales se compone la nueva
versión, en esta cuarta edición se ha efectuado una
profunda actualización y renovación formal y de estilo de
múltiples textos y capítulos, con el propósito de hacerlos
más comprensibles, ágiles y armoniosos. La buena
ciencia, si es que los contenidos aquí presentados
pudieran aspirar a serlo, no es en absoluto incompatible
con el bien decir científico, al que se ha aspirado en este
manual de Criminología. En tiempos de SMS y usos
lingüísticos telegráficos y rudimentarios, de colapso
idiomático, particularmente en las disciplinas científicas,
en torno a la ubicua influencia de la lengua inglesa
(incluida la vigente tontuna académica, de amplia
implantación en España, de identificar estereotipadamente
la mejor ciencia con aquella que se publica en inglés), y
de los no pocos cuestionamientos y desafectos políticos y
territoriales acerca de la lengua castellana, queremos
reivindicar en esta obra la utilización correcta y cuidada,
también en Criminología, de esta hermosa y magnífica
lengua que nos ha tocado en suerte en el reparto de las
lenguas del mundo, a nosotros y a otros cuatrocientos
millones de ciudadanos.
De todo lo sucedido desde las precedentes ediciones a
esta nueva, lo más significativo y triste para este libro es
la desaparición en 2009 del Profesor Antonio Beristain,
maestro y amigo entrañable, que en paz descanse, cuyo
prólogo lúcido honró las anteriores ediciones y continúa
enalteciendo la presente obra.
Sobre la base de todo lo dicho, expresamos nuestra más
sincera gratitud a todos aquellos profesores y estudiantes
que han confiado y adoptado anteriormente Principios de
Criminología como manual de referencia, y aspiramos a
que esta cuarta edición pueda también merecer su interés
y aceptación.
Prólogo a la Primera Edición
CRIMINOLOGÍA CIENTÍFICA DESDE EL SIGLO
XX HACIA EL XXI
ANTONIO BERISTAIN, S. J.†
Catedrático emérito de Derecho penal
Director del Instituto Vasco de Criminología
San Sebastián

Agradezco a mis amigos e inteligentes colegas Vicente


GARRIDO, Per STANGELAND y Santiago REDONDO
que me han honrado con su invitación (sin duda
inmerecida) a escribir este prólogo a su excelente libro
Principios de Criminología. Acepto con sumo gusto, por
múltiples motivos. Primero por la amistad que nos
vincula, y también primero porque es para mí un placer
poder leer su manuscrito antes de que salga a la luz
pública. Leo, disfruto y aprendo. Y concluyo que lo
aconsejaré a mis alumnos del Máster en Criminología (de
la Universidad del País Vasco) como libro de texto. Lo
necesitamos hoy en España y en Latinoamérica. Nos
coloca en la proa del barco universitario.
Con otras palabras, colma paradigmáticamente nuestra
ilusión académica no solo en cuanto a su contenido sino
también en cuanto a su estructura didáctica. Sus cuatro
partes (¿Qué es la Criminología?, La explicación del
delito, Delitos/Delincuentes/Víctimas y La reacción frente
al delito) brindan al lector una información completa del
saber actual científico acerca de los más importantes
problemas criminológicos. Su título podía haber sido
Criminología: Parte general y Parte especial, pues
estudia todos los temas básicos. Si alguien piensa que
falta un capítulo dedicado expresamente a la historia de la
Criminología, se equivoca pues, al analizar cada cuestión,
se exponen y comentan científicamente sus antecedentes,
incluso desde los tiempos de Aristóteles, y mucho más
desde finales del siglo XIX.
Los tres autores han sido conscientes de que a la hora de
investigar acerca de los objetivos e ideales de la
Criminología podemos y debemos volver nuestros ojos a
otros pueblos y a otras culturas; pero ellos no han
olvidado nuestras historias y nuestras culturas, nuestras
filosofías y nuestras convicciones. Predominan, como es
lógico, las fuentes anglosajonas (principalmente las
norteamericanas), pero no faltan, ni mucho menos, las
hispanas (Antonio García-Pablos, César Herrero Herrero,
Manuel López-Rey, etcétera) y latinoamericanas (Elías
Neuman, Luis Rodríguez Manzanera, Oswaldo N. Tieghi,
Raúl Zaffaroni, etcétera), ni las europeas. En pocas
palabras, el lector tiene en sus manos un excelente,
pionero y completo Textbook on Criminology, obra de
tres intelectuales, con amplia experiencia docente y
práctica (no solo en las prisiones), con importantes
investigaciones-acciones y con veterana actividad
profesional en las Universidades de Valencia, Málaga y
Barcelona. Son conocidas y estimadas sus múltiples
publicaciones en España y en el extranjero, en castellano
y en inglés. De Vicente GARRIDO GENOVÉS,
criminólogo, pedagogo y psicólogo, admiro entre sus
muchas cualidades las que se patentizan en sus exitosos
programas teórico-prácticos de atención a jóvenes
infractores, a delincuentes adultos y a menores abusados
sexualmente (para éstos fundó, el año 1995, el primer
Centro especializado en España). A los excelentes
trabajos de Per STANGELAND debemos acudir con
frecuencia los criminólogos; baste citar La Criminología
aplicada que ha compilado recientemente (Consejo
General del Poder Judicial, Madrid, 1997); es fundador y
director de su original Boletín Criminológico (de obligada
consulta) del Instituto de Criminología de la Universidad
malagueña. Santiago REDONDO ILLESCAS, director
del Departamento de investigación y formación social y
criminológica del Centro de Estudios Jurídicos de la
Generalitat catalana, cultiva inteligentemente las técnicas
y los métodos de investigación criminológica, sobre todo
en el ámbito juvenil, prisional y de control social.
De la parte primera, ¿Qué es la Criminología?, merece
destacarse el detenimiento con que se prueba y
comprueba la “entidad científica” de la Criminología.
Ésta, entendida como la ciencia que estudia el
comportamiento delictivo y la reacción social frente al
mismo, reúne todos los requisitos exigibles a una ciencia
social autónoma, y analiza un objeto de estudio
sustantivo, completo y genuino. Posee los tres elementos
materiales propios, es decir: (1) un conjunto de método e
instrumentos, (2) para conseguir conocimiento fiable y
verificable, (3) sobre un tema considerado importante
para la sociedad.
La abundante información bibliográfica de estas páginas
induciría a alguien a pensar que se trata de una
Criminología libresca, pero nada más lejos de la verdad.
Al contrario, se supera radicalmente la metodología
frecuente en algunos círculos académicos, de corte
típicamente idealista, que conducen al discente de la
teoría a la realidad, de los modelos a los problemas, con
un mecanismo de enajenación que mediatiza el acceso del
criminólogo a su realidad. Aquí no. Aquí, al contrario, se
puede aplicar el axioma del jurisconsulto romano,
Ulpiano (170-228): “Non ex regula ius summatur sed ex
iure quod est regula fiat”. No se trata de escribir (ni,
menos aún, de transcribir) lo que dicen otros libros sino
de observar, investigar, analizar, descubrir y describir la
compleja y contradictoria realidad exterior e interior de
las personas y de las instituciones que tejen y destejen
cada día la victimación (y no menos la reparación-
recreación) de muchos ciudadanos y muchas ciudadanas.
Quizás esta parte primera podría añadir alguna breve
referencia al arte y a lo metarracional respecto al concepto
y al método (no predominantemente cartesiano) de la
Criminología. Si ésta pretende contribuir a la mejora y a
la humanización de la convivencia parece lógico tomar en
cuenta el arte pues éste, como proclaman muchos
especialistas, contribuye decisivamente a la comprensión
del delito y a la transformación positiva de los hombres y
de las mujeres. El pintor catalán Antoni Tàpies afirma
algo parecido en su discurso de ingreso en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, sobre Arte y
Contemplación interior, (Madrid, 2 de diciembre de
1990). Tàpies concibe “el arte como mecanismo para
modificar la conciencia de las personas y que perciban la
realidad del mundo”. También pueden aducirse las
palabras del coreano O-Young Lee: “La victoria por la
espada lleva consigo inevitablemente derramamiento de
sangre y la derrota de alguien. La victoria por el ábaco y
la calculadora significa ganancia, pero siempre a costa de
la pérdida y el sufrimiento de otros. Si la victoria se logra
con la cítara, todos salimos ganando”. Desde esta
perspectiva, con satisfacción observo que nuestros autores
hablan con frecuencia de mediación, de conciliación y de
reconciliación, así como de “no ser violentos” más que de
la no-violencia; y emplean las palabras “reacción” e
“interacción” más que “lucha” y “contra”.
La parte segunda, “La explicación del delito”, expone
una amplia y detenida información de cuáles han sido las
principales aportaciones realizadas por las diversas
perspectivas teóricas sobre la delincuencia. Critica
lógicamente el excesivo segregacionismo, y pretende
corregirlo tomando en serio el criterio de C. WRIGHT
MILLS cuando afirma que “llegar a formular y resolver
cualquiera de los grandes problemas de nuestro tiempo
presupone la necesidad de unos materiales, de unos
conceptos y de unas teorías, y de unos métodos, que
ninguna disciplina puede proporcionarlos ella sola”. Por
esto, las páginas últimas de esta parte presentan un
modelo globalizador de los procesos de la delincuencia,
con el fin de poner en relación elementos relevantes y
complementarios de diversos planteamientos teóricos.
Así, consiguen describir secuencialmente el proceso en el
que “convertirse en delincuente” y “control social”
interaccionan, y logran consignar en qué momentos de esa
intersección han puesto el énfasis cada uno de los
planteamientos doctrinales más acreditados.
Ante lo que afirman algunos especialistas que se citan
en esta parte brota en mi interior la exclamación-queja de
Virgilio, en el libro 5.º de su Eneida: “Magna petis,
Phaeton” (tú, un simple mortal, no pretendas conducir el
carro del sol). Surge en mi interior la crítica porque
algunos de esos especialistas piden demasiado a la lógica,
a las estadísticas, a las encuestas y a la razón cuando
pretenden que ellas solas les expliquen plenamente el
cómo y el porqué del comportamiento delictivo, de su
prevención y de su progresivo control social. Acierta
Joseph BEUYS cuando comenta que el ser humano está
alienado por el desarrollo del materialismo y del
positivismo científico, pues ambos han impulsado, de
manera unilateral a partir del sistema de coordenadas, una
concepción mecánica y biológica del conocimiento en las
ciencias (criminológicas). (Der Mensch ist entfremdet
durch die Entwicklung des Materialismus und der
Wissenschaften. Diese haben sehr einseitig über das
Koordinatennetz einen mechanistischen und biologischen
Erkenntnisbegriff in den Wissenschaften
vorangetrieben)1.
Llegamos a la parte III, que se puede denominar “Parte
Especial” de este Tratado de Criminología, la de mayor
interés para algunos docentes y discentes, la que lleva por
rúbrica “Delitos, Delincuentes y Víctimas”. Estos
capítulos rezuman realismo científico y cercanía humana.
Tienen en cuenta un gran número de muy valiosos datos
objetivos —relatos históricos, informaciones mediáticas,
cuestionarios, etcétera— así como las monografías que se
han publicado sobre cada tema concreto, los rasgos de los
delincuentes y de las víctimas, sus posibles distorsiones
cognitivas, etcétera. Lógicamente, los principios
criminológicos derivados, resumidos al final de cada
capítulo, recogen y recapitulan sistemáticamente los
elementos más importantes comentados en las páginas
anteriores; resultan sumamente ilustrativos para todo
lector; y de notable ayuda pedagógica para todo docente.
Esta parte se enriquece con frecuentes referencias a las
víctimas para aclarar y entender las carreras criminales y
algunas características de ciertos delitos y delincuentes
concretos. Por ejemplo, sobre la criminalidad organizada.
El capítulo dedicado a ésta se detiene en dos casos
concretos, y lo hace con suma sensatez. Comenta primero
la delincuencia terrorista, con referencias singulares a
ETA y a otras bandas extranjeras. Dispone de
información reciente (asesinato de Francisco TOMÁS Y
VALIENTE, Miguel Ángel BLANCO, etcétera) y atina
en la formulación de algunos criterios básicos para
constatar que al asesino terrorista nunca se le puede
equiparar al delincuente político (de sumo interés para
comprender las cada día más importantes actividades de
Amnesty International en todo el mundo). Quizás a
algunos gustaría que se hubiera desarrollado más el tema
de los colaboradores y los cómplices con los terroristas.
No me parece necesario pues ya se afirma que “estas
bandas (terroristas) también están organizadas y
profesionalizadas, y en ocasiones cuentan con
simpatizantes entre la población” y que logran “en estas
actividades modos consolidados de obtener beneficios
económicos indirectos o directos”. En opinión de muchos
especialistas el terrorismo de ETA perdura en el País
Vasco porque cuenta con acogida en amplios sectores de
la ciudadanía; principalmente entre los miembros de los
partidos políticos radicales. Sus dirigentes ignoran u
olvidan que (como indican los “principios derivados” en
las páginas que estamos comentando), cuando los
terroristas han perdido su fin político, “los motivos de
conservación del grupo terrorista adquieren la mayor
prioridad… Sin duda, debe figurar en un lugar
privilegiado de la agenda de las democracias para el siglo
XXI cómo evitar que siga creciendo un monstruo que, al
final, puede devorarnos”.
Con acierto se enumeran algunos medios eficaces para
trabajar contra el Terrorismo: información al público,
asistencia a las víctimas, dificultar la comisión de
atentados, coordinación de la justicia internacional,
adopción de medidas especiales, cortar las fuentes
financieras, etcétera. Pero, conviene añadir que, en el País
Vasco estas técnicas no surten el efecto deseado porque
muchos grupos y asociaciones más o menos extremistas y
un sector de la iglesia católica consideran y proclaman
que los asesinatos y secuestros de ETA no son crímenes
terroristas, sino mera violencia política, derivada del
“conflicto”, del “contencioso”, entre el Gobierno español
y el pueblo vasco. Sobre este tema he escrito en mi libro
De los Delitos y de las Penas desde el País Vasco2.
También se dedican inteligentes páginas al estudio de
algunas Mafias y de los delincuentes mafiosos, con
reflexiones prácticas acerca de las líneas de respuesta ante
el crimen organizado que se formularon en el Octavo
Congreso de Naciones Unidas para la prevención del
delito y el tratamiento del delincuente, celebrado en La
Habana (agosto-septiembre del año 1991).
En diversas ocasiones los autores abordan determinados
problemas de las migraciones y de los extranjeros; por
ejemplo, cuando estudian las cuestiones carcelarias.
Brindan informaciones amplias acerca de la
macrodelincuencia relacionada con el racismo y las
trágicas migraciones actuales, de las que muchos somos
cómplices, aunque no queremos saberlo. Conviene que
libros como éste nos despierten a más de un profesor y
alumno universitario.
Al comentar la Victimología y la atención a las víctimas
(capítulo 21) se aprecia una sensibilidad y una
información dignas de encomio acerca de las últimas
investigaciones que centran la teoría y la práctica de la
Criminología alrededor del eje diamantino de las víctimas
directas e indirectas que produce cada delito, y alrededor
del victimario en cuanto victimario, más que en cuanto
delincuente; pero sin olvidar que todo Estado tiene
obligación de investigar sobre los indicios racionales de
criminalidad y, una vez confirmada, sancionar a los
responsables. La impunidad constituye la negación y el
incumplimiento de esa grave obligación internacional3.
Hoy y mañana continúa vigente el criterio de Carl
Schmitt: cuando el conflicto entre las partes ha alcanzado
el grado extremo de gravedad debe intervenir el juez, no
basta el mediador, ni el componedor, ni el árbitro4.
Esta nueva ciencia victimológica encuentra completo
tratamiento en este capítulo 21 e inteligentes referencias
también en otros, por ejemplo el dedicado a delitos y
delincuentes contra la libertad sexual. Se tiene en cuenta
las principales innovaciones del último Congreso
Internacional de la Sociedad Mundial de Victimología, en
Ámsterdam (25-29, agosto, 1997). Por ejemplo, respecto
al sistema penal, tribunales y prisiones, etcétera.
Si damos entrada a las víctimas en el proceso, sobre
todo en la fase destinada a la elección y determinación de
las respuestas alternativas de la sanción (no solo a la mera
medición temporal de la privación de libertad, ni solo a la
mera medición cuantitativa de la multa), entonces las
víctimas renovarán y mejorarán radicalmente el proceso
penal5.
La última parte de estos Principios de Criminología
comenta “La reacción frente al delito”. Otorga la debida
importancia a la institución policial y al sistema de
justicia juvenil. Estas páginas deben ser leídas con
detenimiento por los encargados de comentar, criticar y
poner en práctica la legislación española actual que ha de
prestar más atención a la formación criminológica de los
policías estatales y autonómicos (quizás menos
capacitados en el País Vasco —estructuralmente— para
reaccionar con eficacia contra el terrorismo, pues no
cuentan con viviendas acuarteladas, lo cual, aunque tiene
otras ventajas, les obliga a correr peligros continuos de
victimación terrorista en sus domicilios). También serán
leídas con provecho por los encargados de la formulación
de la urgente nueva Ley de justicia juvenil exigida en la
Disposición transitoria duodécima del reciente Código
penal que entró en vigor el 25 de mayo de 1996.
Nuestros tres profesores universitarios patentizan un
atinado humanismo mediterráneo al estudiar el sistema
penal, los tribunales y las prisiones, con interesantes
informaciones de penalistas, penitenciaristas, psicólogos,
criminólogos, sociólogos y del Consejo de Europa.
Critican razonadamente la lentitud del proceso penal que,
de promedio, lleva un tiempo de dos años entre el
momento de la comisión del delito y la aplicación de la
sanción formal, de manera que, en demasiados casos, el
delincuente ha llegado a olvidar los hechos concretos que
han motivado la condena. Otros países de nuestro ámbito
cultural logran que el proceso penal se desarrolle con
menos lentitud, sin pérdida de las garantías
procedimentales. También aciertan al criticar otras
deficiencias, por ejemplo, la mala coordinación entre los
diversos órganos que intervienen. No olvidan reconocer
también importantes aspectos positivos, como la
informatización que, en algunas Comunidades Autónomas
como el País Vasco, merece total encomio.
En cuanto a las instituciones penitenciarias se nos
informa detenidamente de cómo funcionan en toda
España y especialmente en Cataluña. Por ejemplo,
respecto a los costes del sistema. Merece citarse un detalle
concreto: de los catorce mil seiscientos millones de
pesetas gastados en Cataluña en el año 1994, casi el
67.68% correspondieron a instalaciones y administración
y vigilancia, pero solo el 13.16% a rehabilitación y
reinserción. El año 1994 cada interno en las instituciones
penitenciarias de Cataluña gastó 2.164.000 pesetas, lo que
equivale a unas 6.000 pesetas al día.
Con satisfacción se leen las reflexiones sobre el
“movimiento pendular retribución/rehabilitación” porque
los autores se muestran decididos partidarios de la
reinserción social proclamada en el artículo 25.2 de la
Constitución española y en los artículos 1 y 59 de la Ley
Orgánica General Penitenciaria y en el artículo 2 de su
Reglamento, que entró en vigor el 25 de mayo de 1996. Y
comprueban que tanto los programas como las medidas de
rehabilitación y de reinserción que actualmente se llevan a
cabo o se intentan llevar a cabo, según las circunstancias,
son más efectivos que la mera y severa justicia retributiva,
el mero y severo “encarcelamiento justo”.
En lugares oportunos se tiene inteligentemente en
cuenta El Libro Blanco de la Justicia, del Consejo
General del Poder Judicial; no solo cuando se comentan
los principales problemas de la justicia penal española
(24.1) y cuando se reflexiona sobre nuestro sistema
prisional. Con razón se indica que las necesidades
primarias de las personas privadas de libertad (higiene,
educación cultura, salud…) están en parte cubiertas. Pero
que no basta. Urge cuidar más las necesidades de carácter
secundario, sin olvidar las necesidades y objetivos de la
propia organización correccional (25.1). Resultan muy
ilustrativas las revisiones sobre la efectividad de los
programas que se aplican a algunos grupos de
delincuentes (25.3), y en concreto el estudio de
REDONDO, GARRIDO y SÁNCHEZ-MECA del año
1997. En mi opinión este capítulo 25, sobre la
Criminología aplicada, aporta información y comentarios
de máximo valor.
Después de lo indicado respecto al contenido de las
cuatro partes, debemos escribir unas líneas en cuanto a su
paradigmática forma y estructura didáctica. Pronto
constata el lector muchos aciertos: al comienzo de cada
capítulo, la clara enunciación de “temas, teorías, términos
y nombres importantes”; en las páginas centrales de cada
capítulo, las ilustraciones, las fotografías de las personas
especialistas en Criminología, los cuestionarios, los
cuadros diversos, los recuadros, los gráficos, los casos; al
final de cada capítulo, los principios criminológicos
derivados, las preguntas, las cuestiones de estudio. Estos
y otros logros didácticos facilitan sobremanera la lectura y
el estudio.
Estamos ante un libro que satisfará sobradamente las
expectativas de muchas personas ocupadas y preocupadas
con los problemas de la teoría criminológica y con su
aplicación para la prevención de la delincuencia, para la
disminución de la criminalidad/victimación y para la
reinserción de los victimarios y de las víctimas. Ayudará
inteligente y eficazmente a la mejor formación de quienes
trabajan en el enigmático mundo policial, judicial,
penitenciario, psicológico, social, asistencial, etcétera.
No es éste el lugar para comentar todos sus
extraordinarios valores. Tampoco para pedir que se
añadan otros temas. Únicamente me permito una
pregunta: ¿Hubiera sido posible desarrollar un poco más
algunos aspectos sobre las relaciones de la Criminología
con la Filosofía, la Teología y las grandes religiones de
ayer y de hoy: el Malleus Maleficarum (The Witch
Hammer), de Heinrich Kramer y James Sprenger, tan
encomiado por el Romano Pontífice Inocencio VIII, en su
Bula Summis desiderantes affectibus, del 9 de diciembre
del año 1484, la Cautio Criminalis (Rinteln an der Weser,
1631), del jesuita (tan perseguido por la jerarquía)
Friedrich von Spee, las literaturas místicas universales,
etcétera? Al exponer las teorías integradoras explicativas
del delito, se hace referencia a los contextos y las
actividades sociales convencionales, como la familia, la
escuela, los amigos o el trabajo. Quizás podrían tomarse
en consideración también las instituciones religiosas y/o
eclesiales, sin olvidar algún comentario crítico, pues
religiosos son importantes factores etiológicos de la
Inquisición y de múltiples macrovictimaciones de ayer y
también de hoy. Quizás las “creencias-convicciones”
debían encontrar más espacio en el capítulo dedicado a la
Criminología aplicada: intervenciones con grupos de
delincuentes (capítulo 25).
Este Tratado de Criminología contribuirá a que los
criminólogos hispanos y latinoamericanos realicen un
aporte significativo a la Criminología universal y a la
ciencia y la praxis de la Política criminal del bienestar
social, del estado social de derecho, de la Justicia que se
centra en las víctimas y en las personas más
desfavorecidas, y de la fraternidad, con nueva
hermenéutica de los artículos 1, 22 y 28 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, del año 1948.
Garrido, Stangeland y Redondo merecen el sincero
agradecimiento y el reconocimiento público de nuestra
Universidad pues nos brindan una obra señera de
Criminología que tardará muchos años en superarse y que
auguro pronto se traducirá al francés pues veo en ella la
mejor actualización del tradicional Traité de Criminologie
del Maestro Jean PINATEL, presidente honorario de la
Sociedad Internacional de Criminología. Mis colegas y
amigos logran pilotar y orientar la nave de la
Criminología del tercer milenio entre Escila y Caribdis,
entre la globalización universal y los nacionalismos.
Merecen leerse con atención sus frecuentes referencias a
la Criminología internacional comparada pues también en
este campo hemos de aceptar las ventajas de una
globalización racional, ya que como indican Jean Pradel,
H. H. Jescheck y otros especialistas, si profundizamos,
todos provenimos o pertenecemos a una misma familia
cultural y jurídica6. Los tres Maestros toman consciencia
de lo español, de lo latinoamericano y de que existe una
entidad que se llama EUROPA, que brota desde unas
raíces que difieren de otras cosmovisiones. Europa surge
para algo más y distinto que un mero MERCADO, para
recoger y desarrollar la herencia de una colectividad de
ciudadanos con un sentido peculiar de determinados
valores humanos que pujan especialmente en nuestra
Sciencia della generosità, en sugerente definición de
Delitalla. Hoy y mañana, más que en tiempo de
Protágoras (según gustaba repetir el eminente especialista
de Antropología Criminal, Julio Caro Baroja7), la persona
—y no la delincuencia— debe ser y es la medida de todas
las cosas, como en estos Principios de Criminología.
El lector tiene en sus manos un excelente manual de
Criminología, que combina el rigor científico con un
atrevido repaso de la realidad delictiva actual: robos,
asesinatos, violaciones y maltrato a las mujeres, abusos a
menores, delincuencia “de cuello blanco” y corrupción,
tráfico de drogas, mafias, terrorismo, etc. A partir de la
más moderna investigación criminológica, se analizan los
perfiles típicos de los asesinos en serie, de los
delincuentes sexuales y de los psicópatas, así como las
características de las víctimas de los delitos. Eje central de
la obra es el estudio de la interdependencia que existe
entre delincuencia y mecanismos sociales de control, ya
sean éstos los medios de comunicación social, la policía,
los tribunales o las prisiones.
Los estudiantes y profesores de Criminología, Derecho,
Investigación privada, Ciencia policial, Psicología,
Pedagogía, Sociología, Trabajo social, Educación social,
Magisterio, y otras disciplinas afines, encontrarán en esta
obra un completo y didáctico manual introductorio al
estudio de las diversas materias criminológicas. Los
lectores meramente interesados en este campo podrán
disfrutar adentrándose en cualquiera de las variadas
temáticas criminológicas tratadas.
A. Beristain
En la entrada de la sede del Instituto Vasco de Criminología, de izquierda a
derecha, los profesores del Instituto Vasco de Criminología: Francisco
Etxebarria, Profesor de Medicina Legal de la Universidad del País Vasco;
Antonio Beristain, Director del Instituto Vasco de Criminología; y José Luis
de la Cuesta, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad del País Vasco.
1 Cfr. Friedhelm MENNEKES, Joseph Beuys: Christus Denken, Herder,
Barcelona, 1997, p. 87.
2 BERISTAIN, Antonio, De los delitos y de las penas desde el País Vasco,
edit. Dykinson, Madrid, 1998.
3 Cfr. AMNISTIA INTERNACIONAL, España. Programa para la
Protección y Promoción de los Derechos Humanos, 1998, p. 10.
4 Carl SCHMITT, Teoría de la constitución, trad. F. Ayala, Madrid, p. 144.
5 Cfr. A. BERISTAIN, Nueva Criminología desde el Derecho penal y la
Victimología, Tirant lo Blanch, Valencia, 1994.
6 Cfr. J. PRADEL, Procédure pénale comparée dans les systèmes modernes:
Rapports de synthèse des colloques de l’ISISC, edit. érès, Toulouse, 1998,
p. 147.
7 Julio Caro Baroja (1985) Los Fundamentos del Pensamiento Antropológico
Moderno, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pp.
180.
Parte I
CRIMINOLOGÍA Y
DELINCUENCIA
1. LA CIENCIA
CRIMINOLÓGICA
1.1. DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA CRIMINOLOGÍA 46
1.2. NATURALEZA CIENTÍFICA 51
1.3. ÁREAS DE ESTUDIO CRIMINOLÓGICO 56
1.3.1. Los delitos 56
1.3.2. Los delincuentes 65
1.3.3. Las víctimas 66
1.3.4. Los sistemas de control social 68
1.4. DESARROLLO SOCIAL Y PROFESIONAL DE LA
CRIMINOLOGÍA 71
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 74
CUESTIONES DE ESTUDIO 75
Si a un ciudadano medianamente informado le
pidiéramos referir sucesos criminales recientes, muy
probablemente sería capaz, tras una mínima reflexión, de
mencionar un número muy variado de hechos delictivos.
Casos de hurtos pintorescos, delincuencia juvenil,
delincuencia informatizada o mediante el uso de las
nuevas tecnologías, corrupción y fraudes a la hacienda
pública, delitos organizados, la actuación de mafias
diversas, incluyendo las dedicadas al tráfico de drogas, de
armas y de personas, pornografía infantil y corrupción de
menores, agresiones sexuales, robos espectaculares y
violentos, maltratos, secuestros, asesinatos macabros o
colectivos, actos terroristas o genocidios.
Todos estos fenómenos constituyen objetivos de estudio
y también metas aplicadas de la Criminología. El inicio de
los jóvenes en el delito y los factores de riesgo que se
asocian a ello, la corrupción y la cultura como
facilitadores de la delincuencia, las bandas y el crimen
organizado, los asesinos múltiples, y el estado mental en
la conformación de una psicología homicida, son
ejemplos de posibles análisis criminológicos; mientras
que la prevención del delito en las familias y en las
escuelas, la reducción de las oportunidades para los
delitos, las medidas de seguridad contra el terrorismo, la
actuación de la policía, el funcionamiento de la justicia o
la función social de las prisiones son ejemplos de
eventuales campos aplicados que interesan a la ciencia
criminológica.
La Criminología es una disciplina en expansión tanto en
su dimensión científica, o analítica, como aplicada. Cada
vez es mayor el número de investigaciones criminológicas
que se realizan para conocer los diversos factores
relacionados con la delincuencia, para averiguar los
efectos que tienen los sistemas de control del delito, y
para evaluar los programas de prevención y tratamiento
de la conducta delictiva. Paralelamente, los estudios
universitarios de Criminología han logrado un superior
rango académico y están adquiriendo un mayor
reconocimiento social, a la vez que aumenta el interés de
los gobiernos por conocer de manera más precisa las
diversas realidades delictivas y por arbitrar políticas
preventivas y de control más eficaces.
Adán y Eva: La primera transgresión de acuerdo con la Biblia.

1.1. DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA


CRIMINOLOGÍA
De una forma directa y sencilla, Tibbetts (2012) ha
definido la Criminología como el estudio científico del
delito, y especialmente de por qué las personas cometen
delitos. Sin embargo, esta definición, siendo fácil y por
ello atractiva, dejaría fuera del análisis criminológico una
parte importante de las preocupaciones de la criminología,
que se relaciona con el control de la delincuencia (que a
menudo en la criminología norteamericana se desglosa
bajo el epígrafe Criminal Justice).
Después de casi dos siglos de investigación científica en
Criminología, se han efectuado dos importantes
constataciones acerca de la naturaleza de la delincuencia,
que tienen implicaciones ontológicas sobre la propia
concepción y definición de la disciplina1. La primera es
que la delincuencia es un problema real, variable en
intensidad según los tipos de sociedades humanas, pero
existente en todas ellas. Suele consistir en que unos
individuos utilizan la fuerza física o el engaño para
conseguir sus propios objetivos, perjudicando con ello a
otras personas o grupos sociales. La segunda conclusión,
complementaria de la anterior, es que la delincuencia es
también, a la vez que realidad fáctica, un fenómeno
construido a partir de la reacción social de rechazo que
suscita entre la ciudadanía.
Sobre la base de estas las dos premisas, la Criminología
puede definirse como aquella ciencia que estudia los
comportamientos delictivos y las reacciones sociales
frente a ellos2. Según esta definición, el análisis
criminológico se ocupa de un conjunto muy amplio de
comportamientos humanos y de reacciones sociales de
rechazo, de variada naturaleza. Algunas conductas
delictivas dañan gravemente a otras personas (el
homicidio o la violación, por ejemplo), mientras que otras
tienen una menor entidad. La reacción social más extrema
consiste en la persecución formal de los delitos a través de
la justicia penal. Sin embargo, existen también otros
mecanismos de control social del delito, llamados
informales, relacionados con las familias, los amigos, el
vecindario, o los medios de comunicación.
De acuerdo con la definición propuesta, el objeto
sustantivo de la Criminología es, por tanto, un cruce de
caminos en el que convergen ciertas conductas humanas,
las delictivas, y ciertas reacciones sociales frente a tales
conductas3. La confluencia de estas dos dimensiones
principales encuadra el espacio científico de la
Criminología tal y como se ilustra en el cuadro 1.1:
CUADRO 1.1. Objeto de estudio de la Criminología, que definen las
dimensiones (1) comportamiento delictivo y (2) reacción social
1) La dimensión comportamiento delictivo (representada
por el primer vector en el cuadro 1.1) es una magnitud
conductual, de acción. Esta dimensión criminológica
tiene, sin duda, un referente normativo ineludible, la
ley penal, que define qué comportamientos en una
sociedad van a ser considerados delictivos (delitos
contra las personas, contra la propiedad, contra la
libertad sexual, contra la salud pública, etc.). El
referente legal especifica el extremo de mayor
gravedad en la magnitud comportamiento, delimitando
un sector de acciones que van a ser objetivo prioritario
de atención criminológica, los delitos. Sin embargo, el
análisis criminológico de esta primera dimensión no se
agota en los delitos establecidos por la ley penal. Por
el contrario, la necesidad de comprender la génesis de
los comportamientos delictivos dirige la atención de la
Criminología hacia dos conjuntos de elementos no
delictivos: a) hacia todas aquellas conductas infantiles
y juveniles problemáticas o antisociales que pueden
ser predictoras de la posterior delincuencia (entre ellas
el absentismo escolar, la violencia infantil y juvenil,
las fugas del hogar, etc.), y b) hacia los diversos
factores de riesgo biopsicológicos y sociales,
facilitadores de la conducta delictiva.
2) La dimensión reacción social (representada en el
segundo vector del cuadro 1.1) es una magnitud
fundamentalmente valorativa, de aceptación o rechazo
de ciertos comportamientos (aunque tiene también,
como es lógico, implicaciones para la acción o re-
acción de los ciudadanos frente al delito). Su
extensión abarca desde la mera desaprobación y el
control paterno de algunas conductas infantiles o
juveniles inapropiadas (mediante regañinas o
pequeños castigos), hasta la intervención de los
sistemas de justicia penal establecidos por las
sociedades para el control legal de los delitos (leyes
penales, policía, tribunales, prisiones, etc.). Así pues,
al igual que el comportamiento delictivo, la dimensión
reacción social posee un polo inferior y otro superior.
En el polo inferior se encuentran los mecanismos de
control social informal (la familia, la escuela, el
vecindario, los medios de comunicación, etc.). El polo
superior lo delimitan los controles formales del estado.
La Criminología se ocupa también de estudiar el
funcionamiento de todos estos sistemas sociales que
responden a la conducta delictiva, o a ciertas
conductas y factores de riesgo que se hallan asociados
con la conducta infractora. Y analiza también los
efectos que los mecanismos de control producen sobre
el comportamiento delictivo.
Según lo razonado hasta aquí, el concepto criminológico
de comportamiento delictivo es diferente del concepto
jurídico de delito, del que se ocupa el derecho penal. El
derecho penal presta atención exclusivamente a aquellos
comportamientos concretos tipificados como delitos. Su
perspectiva es por definición estática: analiza acciones
específicas realizadas en un momento dado. Tales
acciones son confrontadas a un tipo delictivo, legalmente
previsto, con el propósito de comprobar si determinada
conducta encaja en la norma penal, si un comportamiento
dado puede ser considerado o no delito. Por el contrario,
la Criminología no se halla tan estrechamente vinculada a
concretas acciones delictivas ni al código penal presente.
Contempla y estudia el comportamiento humano desde
una perspectiva más amplia. Su punto de partida es que
un hecho delictivo aislado solo puede ser adecuadamente
comprendido si lo relacionamos con otros factores y
comportamientos previos del mismo individuo, que no
necesariamente tienen que ser delictivos.
Un concepto criminológico importante para comprender
esta diferenciación entre derecho penal y Criminología es
el de carrera delictiva (al que se hará referencia más
adelante). El análisis de las carreras delictivas, o sucesión
de delitos cometidos por un delincuente, comporta una
visión dinámica y longitudinal del comportamiento ilícito,
atendida la concatenación de conductas infractoras y
factores asociados a ellas. Refleja la idea de que muchos
delincuentes han experimentado un proceso de inicio e
incremento en sus actividades delictivas a lo largo de los
años. Piénsese, por ejemplo, en conductas ilícitas como el
robo de vehículos, el atraco con un arma, la conducción
en estado de embriaguez, los malos tratos en el hogar, los
abusos sexuales, o los delitos de robo o apropiación
indebida cometidos por funcionarios públicos o
empleados. Muchas de estas conductas delictivas son
detectadas en un único momento: entonces se ocupan de
ellas el derecho penal y la justicia. Sin embargo, el
análisis criminológico de los comportamientos infractores
muestra que a menudo éstos se repitieron asiduamente
con anterioridad a su detección legal. Todos estas
conductas, hábitos y factores de riesgo son elementos de
estudio de la Criminología, ya que su análisis es necesario
para explicar, predecir y prevenir la delincuencia.
De acuerdo con todo lo expuesto hasta aquí, la
Criminología posee un objeto de estudio sustantivo y
propio que es diferente de los objetos de otras ciencias
sociales y jurídicas, ya sea por la amplitud de sus análisis,
ya sea por sus pretensiones, ya sea por su método4. El
área de conocimiento científico delimitada por las
magnitudes comportamiento delictivo y reacción social
constituye el objeto distintivo del análisis criminológico.
Ninguna otra ciencia social o jurídica tiene en su punto de
mira científico la intersección entre conductas delictivas y
valoraciones y reacciones sociales frente a tales
conductas. De esta manera, la Criminología claramente
posee una sólida entidad científica, ni menor ni mayor que
otras ciencias sociales, y un objeto de estudio sustantivo y
genuino.

1.2. NATURALEZA CIENTÍFICA


La Sociedad Española de Investigación Criminológica (SEIC) es una
sociedad científica que agrupa a profesores e investigadores de criminología.
Su finalidad principal es promover la investigación científica en criminología
y el desarrollo académico de la disciplina. Organiza congresos y simposios
periódicos de criminología. También edita una revista electrónica de
criminología (REIC). En la foto puede verse a su Junta Directiva
correspondiente a 2013. De izquierda a derecha aparecen: José Becerra
Muñoz, Investigador de la Universidad de Málaga (Tesorero), Esther
Fernández Molina, Profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha
(Presidenta de la Junta), Josep Cid, Profesor de la Universidad Autónoma de
Barcelona (Director de la Revista Española de Investigación Criminológica),
Meritxell Pérez Ramírez, Investigadora y Profesora de la Universidad
Autónoma de Madrid y de la Universidad Europea; también forma parte de la
Junta, aunque no está en esta foto, Antón Gómez Fraguela, Profesor de la
Universidad de Santiago de Compostela.

¿Qué hace que algunos conocimientos y aplicaciones


técnicas sean considerados científicos y otros no? ¿Qué es
una ciencia? ¿Es la Criminología una ciencia? Según el
filósofo de la ciencia Karl Popper (1967) una teoría
científica debe basarse en enunciados observacionales que
se hacen públicos, y son susceptibles de ser comprobados
y falsados5 por distintos profesionales de la disciplina de
que se trate. En realidad, las teorías científicas nunca se
verifican completamente, sino que son consideradas
“verdaderas” en la medida en que nadie ha podido probar
que son falsas. Es decir, para que una ciencia exista como
tal, es necesario que a la actividad investigadora se sume
el interés de los científicos por comprobar los
conocimientos adquiridos. Una tarea investigadora
fundamental es repetir, con variaciones, observaciones y
experimentos previos, para ratificar que los hallazgos
logrados son realmente válidos y fiables. Que un
descubrimiento sea válido quiere decir que en verdad
refleja la realidad analizada (por ejemplo, la prevalencia
de los delitos juveniles, la relación entre educación
paterna y conducta antisocial, los efectos de cierta
reforma legal sobre la reducción de los delitos, etc.). Por
otro lado, el que un conocimiento sea fiable significa que
se obtienen resultados iguales o muy parecidos en
diferentes observaciones del mismo fenómeno (¿tener
amigos delincuentes se asocia siempre, o generalmente, a
un mayor riesgo delictivo de los individuos?). Es decir, la
repetición de resultados en observaciones distintas
confiere fiabilidad al conocimiento científico.
Además, el interés científico se rige por prioridades
humanas, y no solamente por la curiosidad intelectual; o,
como dijo uno de los padres de la ciencia moderna,
Francis Bacon, la finalidad de la ciencia es la mejora de la
suerte del hombre en la tierra (Chalmers, 1984: 6). Sin
embargo, aquí se nos plantea otra pregunta importante:
¿Quién define cuáles son las prioridades humanas que
deben ser investigadas por la ciencia? La existencia de
una estructura estatal que mantenga y financie las
investigaciones parece ser imprescindible para el
establecimiento de una ciencia. En consecuencia, no se
puede llegar a una definición de una ciencia que no sea
parcialmente política. Asimismo, la consideración social
que tiene una profesión resulta esencial para su desarrollo
como ciencia6.
Sin embargo, no todo el peso del carácter científico de
una disciplina puede recaer sobre su valoración social.
Como ejemplo, puede considerarse lo ocurrido a siglos
atrás con la alquimia, cuyos profesionales fueron muy
considerados durante los siglos XVII y XVIII, al contar
entre sus pretensiones principales con la de convertir el
plomo y el mercurio en oro, algo que hubiera resultado,
sin duda, de gran interés para cualquier estado. Como es
sabido, sus esfuerzos no obtuvieron ningún resultado
positivo, con la excepción notable de haber contribuido al
desarrollo de los fundamentos metodológicos de la
química moderna. No obstante, se tardó varios siglos en
comprobar la ineficacia de las teorías de la alquimia y en
que esta profesión resultara desprestigiada. También hay
ejemplos de lo contrario, de profesiones de origen
inicialmente humilde que aumentaron su prestigio social
tras haber conseguido buenos resultados en su trabajo.
Los médicos mostraron a lo largo del siglo XIX que con
sus métodos sí que podían ofrecer un cuerpo de
conocimientos sólidos acerca de la salud y las
enfermedades, por lo que la medicina se consolidó como
una de las profesiones científicas de mayor
reconocimiento en nuestra sociedad.
Otro filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn (2006),
diferenció entre dos tipos de investigación que denominó,
respectivamente, “ciencia normal” y “revolución
científica”. La ciencia normal orientaría sus esfuerzos
hacia las teorías, métodos y paradigmas que están
vigentes en una disciplina. Sin embargo es frecuente que,
a medida que se acumulan datos en una ciencia, se
pongan de manifiesto incongruencias entre dichos
resultados y las teorías establecidas. Cuando las
discrepancias se acumulan y se hacen suficientemente
notorias, es probable que surjan explicaciones y teorías
innovadoras que inicien una etapa de revolución
científica, o de cambio de paradigma7.
Suele considerarse que una ciencia reúne tres
características distintivas: 1) utilizar métodos e
instrumentos, 2) para conseguir conocimientos fiables y
verificables, 3) sobre un tema considerado importante
para la sociedad8.
A partir de los anteriores criterios es factible comprobar
si la Criminología los cumple y si, en función de ello,
puede ser considerada una disciplina científica:
1. ¿Utiliza la Criminología métodos e instrumentos
válidos para investigar su objeto de estudio?
Según se comentará más adelante, la Criminología ha
tomado prestados algunos de sus instrumentos de trabajo
de otras disciplinas, como, por ejemplo, los sondeos y las
encuestas, de la sociología, los estudios sobre grupos y
subculturas, de la antropología y de la psicología social,
los análisis de la personalidad y de los procesos
cognitivos, de la psicología, y algunos diseños para la
prevención situacional de los delitos, de la arquitectura.
La realidad es que actualmente todas las ciencias
comparten métodos e instrumentos con las ciencias
vecinas. La Criminología también emplea algunas
herramientas de trabajo usadas en disciplinas cercanas
(cuestionarios, entrevistas semi-estructuradas, escalas de
riesgos, etc.), pero adaptándolas y aplicándolas a su
propio objeto de estudio, la criminalidad. Muchas de estas
adaptaciones son especialmente necesarias en la medida
en que los fenómenos criminales suelen presentar más
dificultades de acceso a datos fiables que otras áreas de
investigación, y también plantean algunos problemas
éticos (preservación de la intimidad, de víctimas y
delincuentes, etc.) que pueden no tener tanta relevancia en
otras ramas de las ciencias sociales.
Aunque el método científico y las estrategias básicas de
investigación, la observación y la localización de
relaciones regulares entre factores, son semejantes en
todas las ciencias, la especificidad y complejidad del
objeto de estudio de la Criminología probablemente
requeriría del desarrollo de un mayor número de
instrumentos de investigación propios.
2. ¿Produce la Criminología conocimientos fiables y
verificables?
La Criminología actual dispone de múltiples
conocimientos acerca de la explicación de la delincuencia
y la prevención de los delitos, que se ha ido adquiriendo
paulatinamente a partir de innumerables investigaciones
empíricas. Se dispone de amplia información, por
ejemplo, sobre los factores sociales e individuales que
facilitan el inicio de las carreras delictivas juveniles, sobre
el riesgo de reincidencia que tienen diferentes tipos de
delincuentes, sobre el efecto preventivo de la actuación
policial o sobre los efectos de la cárcel y de otras
intervenciones sociales o educativas en la reducción de
los delitos. Se necesitaría contar, sin duda, con mayores
conocimientos criminológicos, pero en la actualidad
poseemos un buen fondo de resultados fiables,
verificables y aplicables, que pueden ser de utilidad para
la Administración de justicia, la policía, los políticos y
ciudadanos, las potenciales víctimas de un delito, y
también (¿por qué no?), para muchos delincuentes, cuya
desistencia del delito podría favorecerse a partir de
algunos de estos conocimientos.
Puede afirmarse que, en conjunto, el conocimiento
científico sobre la delincuencia no es inferior a lo que se
sabe sobre otros problemas sociales como, por ejemplo, la
educación infantil, los procesos de cambio cultural y
social, las patologías mentales, el desarrollo y el
subdesarrollo económico (y las crisis y recesiones
económicas), o acerca de las causas de las guerras.
Utilizando los mismos baremos estrictos del conocimiento
científico, la Criminología no es ni más ni menos
científica, sino igual, que otras ramas de las ciencias
sociales.
3. ¿Se ocupa la Criminología de un tema considerado
importante para la sociedad?
Desde luego, la respuesta en este caso no puede ser sino
afirmativa, ya que la delincuencia es un problema que
preocupa ampliamente en cualquier sociedad.
La conclusión resultante es que los conocimientos sobre
la delincuencia se obtienen mediante métodos e
instrumentos válidos, se trata de resultados verificables,
acerca de un fenómeno, el delictivo, que tiene gran
relevancia social. De este modo, la Criminología
cumpliría los tres requisitos exigibles a una ciencia, a los
que se ha hecho mención.
Por otro lado, la Criminología, como cualquier otra
ciencia social, aspira al logro de cuatro niveles de
conocimiento de ambición creciente. El primer nivel es
descriptivo: la Criminología pretende, en primera
instancia, cuantificar la Criminalidad y detallar las
condiciones en que se producen los comportamientos
delictivos y las reacciones sociales frente a ellos. Su
segundo propósito es explicativo, o teórico, para cuyo
logro ordena lógicamente los hallazgos que describen la
aparición de los fenómenos delictivos y las reacciones
sociales subsiguientes, y propone teorías explicativas que
vinculan entre sí los conocimientos obtenidos. La tercera
aspiración es predictiva, orientándose a especificar la
probabilidad de repetición de la conducta delictiva y las
circunstancias que la favorecerán o la dificultarán. Por
último, la Criminología tiene también un propósito
aplicado o de intervención, esencialmente orientado a la
prevención de los comportamientos delictivos en la
sociedad.

1.3. ÁREAS DE ESTUDIO


CRIMINOLÓGICO
Sutherland definió la Criminología como el cuerpo de
conocimientos relativos a la delincuencia en cuanto
fenómeno social, lo que incluiría el análisis del proceso de
creación de las leyes, de su quebrantamiento, y, también,
de las reacciones sociales que siguen a las infracciones
(Sutherland, Cressey y Luckenbill, 1992). Como
derivación de ello, serían objetos de interés criminológico,
los delitos, los delincuentes, las víctimas y los sistemas de
control social, que constituirían así las áreas principales
de estudio de la Criminología, a las que respondería en
buena medida la estructura de esta obra. Veamos ahora
brevemente cada una de estas áreas prioritarias de la
Criminología.

1.3.1. Los delitos


La primera cuestión necesaria, al analizar aquí el delito,
es su definición o concepto criminológico, en relación y
contraste con la concepción jurídica de delito. El derecho
define legalmente los delitos como aquellos
comportamientos que están tipificados en el Código
penal. Concretamente el artículo 10 del Código penal
español establece que “son delitos o faltas las acciones y
omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. Y,
como métrica de la gravedad de los delitos, el artículo 13
instituye que “son delitos graves las infracciones que la
Ley castiga con pena grave” y “delitos menos graves las
infracciones que la Ley castiga con pena menos grave”.
De este modo, la definición legal del delito resulta, para
salvaguarda del principio de legalidad (o referencia
directa a aquello que la ley establece), en una explicación
circular (es delito lo que la ley dice que es delito, y es
delito grave el comportamiento al que la ley atribuye pena
grave) que en absoluto no clarifica qué elementos
caracterizan a los comportamientos delictivos, ni por qué
unos deben ser considerados más graves que otros. Es “El
legislador” (el Parlamento, el Gobierno, etc., dependiendo
del nivel jerárquico de una norma) quien dicta las leyes y
quien establece, en su caso, los delitos y sus respectivas
gravedades.
Además, el código penal no define los delitos y sus
correspondientes castigos, de una forma estable y
definitiva, evolucionan a lo largo del tiempo como
resultado de las diversas presiones políticas (Walsh,
2012). En algunos casos el sistema penal se expande,
incorporando como delitos nuevas conductas, y en otros
se retrotrae, al despenalizarse ciertos comportamientos
que antes estaban prohibidos. Ello es el resultado de
variadas presiones opuestas, unas que tienden a aumentar
la punitividad y otras, contrariamente, a reducirla. Es
decir, en las sociedades existen grupos a favor de
penalizar determinadas conductas (o de endurecer su
castigo, si es que ya están prohibidas) como pueden ser
los delitos ecológicos, la corrupción, el acoso sexual, el
maltrato de pareja, la prostitución, la pornografía infantil,
la inmigración ilegal o la venta callejera. Contrariamente,
también existen grupos ciudadanos favorables a la
despenalización de algunas actividades actualmente
ilícitas como el consumo y la comercialización de
determinadas drogas, la eutanasia activa, algunos
supuestos de aborto, etc.
En ciertos casos, como en el de las drogas, suele haber
polémica y confrontación entre aquéllos que se muestran
favorables a su plena legalización y los que se oponen
frontalmente a ella. En otros, como pueden ser los delitos
ecológicos, algunos grupos ecologistas reclamarían a
menudo una mayor penalización de estos
comportamientos, mientras que las grandes empresas que
pueden contaminar el medio ambiente tenderían a
rechazar el que exista una amenaza penal a este respecto.
En estos constantes tiras y aflojas, según cuál sea la
influencia que logren ejercer los diversos grupos de
presión sobre los poderes públicos que promueven o
dictan las normas (los gobiernos y parlamentos), el código
penal acabará recogiendo, en mayor o menor grado,
ciertos comportamientos como delitos.
Desde esta perspectiva, la política punitiva no sería algo
tan aséptico como se pretende, que meramente se limite a
proteger los bienes jurídicos universales e indiscutibles
que todo estado debe preservar. Es más realista concebir
la política punitiva como el resultado legal de una
confrontación, de cariz democrático, entre distintos
grupos de presión, al igual que sucede en otros ámbitos de
las políticas públicas. En la política punitiva, al igual que
en la política educativa, sanitaria o agraria, las decisiones
son finalmente adoptadas por los partidos políticos con
representación parlamentaria, que tienen ciertos
programas de gobierno que defender y que, además,
tienen votos que ganar o perder en las elecciones
siguientes, en función de qué decisiones adopten en las
distintas materias. Por otro lado, la política punitiva, y,
más ampliamente, la política criminal en su conjunto (que
no puede ser identificada, como a menudo se hace en
España, con la mera política penal), son el resultado de
una lucha de intereses sociales bastante ambigua: en
muchos casos no pueden identificarse con claridad grupos
fijos y estables de presión en una dirección u otra, sino
que más bien aparecen movimientos de opinión diversos
ante determinados temas (el endurecimiento penal de los
delitos juveniles, sexuales, etc., o la legalización de las
drogas, el aborto, o de la ocupación de pisos vacíos), y
posteriormente dichos grupos pueden desaparecer de la
escena pública. En tal sentido, los debates y presiones en
materia de políticas punitivas podrían considerarse como
una especie de “guerra de guerrillas”, que se ocupa de
cuestiones concretas, y no de elementos o principios
generales, los cuales suelen mostrar mucha mayor
estabilidad. Un ejemplo de este vaivén penal puede ser,
entre otros, el delito de corrupción de menores, que
desapareció con el Código penal de 1995 pero fue pronto
reintroducido de manera fáctica.
Hagan (1985) distinguió entre delitos “reales” (mala in
se) y “socialmente construidos” (mala prohibita),
diferenciación para la cual se requeriría tomar en
consideración tres dimensiones interrelacionadas (Walsh,
2012): 1) el grado de “consenso” social que pueda existir
acerca de la gravedad de determinado delito; 2) la
gravedad de la “pena” que le está asignada; y 3) el nivel
de “daño” real y directo que se atribuye a la conducta en
sí. Siguiendo parcialmente este referente, los
comportamientos delictivos podrían asignarse, según su
relevancia criminal, a tres categorías diferenciadas, de
rechazo social y gravedad crecientes, tal y como se ilustra
en el cuadro 1.2:
CUADRO 1.2. Una tipología de los delitos según el rechazo y la reacción
social que provocan
• En el centro de la figura existiría un núcleo de
actividades que son penalizadas y castigadas en (casi)
cualquier sociedad moderna (área I). Dentro de ese
núcleo se encontrarían los delitos graves contra las
personas o contra la libertad sexual así como muchas
de las infracciones contra la propiedad privada,
especialmente las que comportan fuerza o violencia.
• Fuera de ese núcleo, en la zona intermedia
correspondiente al área II, se situarían aquellas
actividades ilícitas que, a pesar de estar legalmente
prohibidas y castigadas, se realizan con mucha
frecuencia y con amplia impunidad. Conducir
vehículos habiendo ingerido alcohol, o conducirlos de
forma temeraria, poniendo en riesgo la integridad de
otras personas, constituye un delito. Pese a ello,
muchos conductores lo hacen con frecuencia. Del
mismo modo que se hallan penadas las calumnias y las
injurias, que imputan delitos a otras personas o
menoscaban su dignidad, pese a que en múltiples
programas de radio y televisión, y también en la
prensa escrita, abundan estas conductas vejatorias. Por
otro lado, muchos comportamientos delictivos
incluidos en el área II son los denominados “delitos
sin víctimas”, en los que el bien protegido suele tener
un carácter colectivo y es por ello más infrecuente que
exista una persona concreta interesada en su denuncia
y persecución legal. Puede tratarse, por ejemplo, de
actividades ilícitas contra la Hacienda pública, el
medio ambiente o la seguridad del tráfico, que
globalmente podrían causar daños incluso más graves
que los producidos por la delincuencia común. Sin
embargo, aunque estas conductas estén prohibidas y
penalizadas, su tasa de denuncia es baja, por lo que
será más infrecuente que sus autores sean detectados e
inculpados.
Un ejemplo que puede ilustrar la diferencia entre las
áreas I y II es el siguiente: la ley penal prevé castigar,
como autor de un delito de robo con fuerza, a quien,
rompiendo una ventana o puerta, entre en un local
comercial por la noche y sustraiga bienes por un valor
superior a 400. Este tipo de suceso, que tiene una
consideración social baja, generalmente se denuncia a
la policía y, si el autor es identificado, puede ser
condenado a una pena de prisión de uno a tres años.
Este comportamiento constituiría un delito
correspondiente al área I, en el núcleo del cuadro 1.2.
En paralelo a lo anterior, si el dueño de ese mismo
local comercial dejara de abonar impuestos a la
Hacienda pública por un valor superior a 120.000
euros, también cometería un delito que tiene prevista
una pena de prisión de uno a cinco años (además de
una multa). Aunque en principio podría existir un
amplio consenso social al respecto de que los delitos
fiscales deban ser castigados, la infracción anterior
puede suscitar un menor rechazo social, y ser
denunciada y perseguida con más baja frecuencia.
Según la lógica seguida, este comportamiento
constituiría un delito asignable al área II del cuadro.
• En el área III, más externa, cabría incluir aquellas
actividades ilícitas para las que existe cierta
ambigüedad legislativa y falta de consenso global
acerca de su carácter delictivo inequívoco, entre las
que estarían aquellos delitos cuya regulación ha
cambiado entre épocas distintas y varía entre países.
Así podría suceder, por ejemplo, con conductas como
el aborto provocado, la eutanasia activa, ayudando a
morir a personas con enfermedades incurables y en
estado terminal, la posesión y el consumo de drogas, y
las actividades industriales u otras que dañan el medio
ambiente a medio y largo plazo.
En algunos estudios se analizaron las valoraciones
realizadas por diferentes sectores de la población —
incluyendo muestras de estudiantes, jóvenes marginados,
presos, y jueces— acerca de la necesidad, o no, de
considerar delitos y castigar penalmente diferentes
conductas. Los resultados mostraron un alto grado de
consenso entre distintos grupos sociales cuando se trataba
de delitos como el homicidio, el robo con violencia y la
violación (Sellin y Wolfgang, 1964; Newman, 1976;
Ruidíaz García, 1994; González Audícana et al., 1995).
En cambio, existían opiniones muy dispares al valorar la
posible ilicitud de actividades relacionadas con las drogas
(desde quienes proponían su completa despenalización
hasta quienes reclamaban para ellas medidas mucho más
duras), algunos delitos económicos, determinadas
infracciones y delitos sexuales (con la salvedad de la
violación por desconocidos, que suele ser valorada como
un delito muy grave por la generalidad de las personas).
Algunos autores intentaron, en el pasado, definiciones
“naturalistas” del delito, que caracterizaran los elementos
y condiciones que serían inherentes a las distintas
conductas delictivas, más allá de sus específicas
regulaciones legales. Uno de estos intentos fue el de
definir el delito a partir del daño moral o social producido
por el mismo. El propio Beccaria consideraba que el daño
causado a la sociedad era la verdadera medida de los
delitos (Beccaria 1983 [1764], capítulo VIII). Sin
embargo, los conceptos de moralidad y de daño pueden
resultar asimismo ambiguos e imprecisos, y podrían
limitarse a remplazar las valoraciones legales por otras de
carácter sociocultural, según el criterio de cada autor. De
este modo, el argumento circular de que un delito lo es
debido a que está castigado como tal por la ley, podría ser
reemplazado por otro igualmente redundante, según el
cual algo es delito ya que es antisocial, repulsivo o
contrario al buen gusto.
Parece difícil que puedan abarcarse en una única
definición todas las posibles conductas infractoras. Por lo
que quizá haya que conformarse con intentar definiciones
capaces de englobar una parte relevante de las actividades
que constituyen delitos pero no todas las conductas
ilícitas. En esta dirección, Gottfredson y Hirschi (1990)
retomaron en parte la concepción clásica, de la conducta
criminal orientada al logro de beneficios, y definieron el
delito como “la utilización de engaño o fuerza para
conseguir un objetivo”. En esta definición tal vez podrían
abarcarse la mayoría de los comportamientos incluidos en
el núcleo, o área I, del cuadro 1.2, es decir, todas aquellas
conductas delictivas más graves, que suscitan un rechazo
social generalizado.
Felson (2006) consideró que la gran variabilidad
conductual y contextual que presentan los delitos ha
dificultado una definición adecuada de la delincuencia, y
ha forzado a los autores a elegir entre: a) definiciones de
la delincuencia específicas para un determinado contexto,
o b) definiciones más amplias, que transcenderían la
propia conducta delictiva, tal y como sucede con el uso
del concepto ‘desviación’). Felson estima que para
efectuar una buena definición de la delincuencia hay que
realizar dos tareas sucesivas: 1) formular una definición
general que trascienda las variaciones naturales en las
conductas delictivas, y 2) estudiar, a continuación, las
variantes que se producen en el seno de cada categoría
delictiva definida. Su propia definición de delincuencia es
la siguiente: “Un delito es cualquier conducta
identificable que un número apreciable de gobiernos ha
prohibido específicamente y ha castigado formalmente”
(Felson, 2006, p. 35). Además Felson sugiere que para
corroborar si algo encaja o no en la definición de delito
pueden formularse tres preguntas complementarias: ¿Al
menos varias sociedades consideran que dicha conducta
es un delito? ¿Alguien ha realizado tal comportamiento
después de estar prohibido? ¿Ha castigado la sociedad a
algunas personas por llevarlo a cabo? Si las respuestas a
todas estas preguntas, en relación con determinada
conducta, fueran afirmativas, podría considerarse
confirmado que tal acción es delictiva.
Robinson y Beaver (2009) retomaron el concepto
tradicional de daño (véase anteriormente, en la referencia
sobre Beccaria) y definieron los delitos como aquellas
“conductas que son realizadas intencionalmente y que
producen algún daño físico o económico a otra persona”
(p. 3). Walsh (2012), que también interpreta que un
aspecto clave de la definición de los delitos es el daño
causado, considera, no obstante, que el daño delictivo
tiene las siguientes características distintivas: se trata de
un daño de naturaleza social, no privada, que, dada su
entidad o gravedad, requiere regulación normativa; como
resultado del daño delictivo suelen derivarse graves costes
emocionales y sociales; y, además, también suele
comportar múltiples costes indirectos, económicos y otros
(medidas de seguridad y vigilancia, presupuestos
policiales y del sistema de justicia y ejecución de penas,
etc.).
Asimismo, como un desarrollo de la tradición clásica
que enfatiza el resultado de “daño”, y atendidas también
otras características típicas de las conductas delictivas,
Redondo (en preparación) ha efectuado la siguiente
definición: “Los delitos consisten en conductas de
agresión o engaño, cuyo propósito es lograr un beneficio
o satisfacción propios, sin tomar en consideración el daño
o riesgo que se causará a otras personas o a sus
propiedades”. Esta definición atiende, para caracterizar
los delitos, a tres aspectos complementarios: la naturaleza
o forma de las conductas delictivas que muy
frecuentemente comportan el uso de la violencia o el
engaño; el objetivo o resultado de tales acciones, que a
menudo es la satisfacción o beneficio propios; y, por
último, la ignorancia del delincuente de los riesgos o
perjuicios que podría causar a otras personas.
Robinson y Beaver (2009) diferenciaron entre distintos
términos relativos a la delincuencia, que muchas veces se
emplean como sinónimos, aunque puedan estrictamente
no serlo: delito sería un término específico, generalmente
referido a un acto concreto de violación de la ley penal;
delincuencia tendría una connotación más amplia, más
criminológica, pudiendo hacer referencia a todas aquellas
conductas prohibidas, y por tanto susceptibles de ser
delitos (hurtos, fraudes a la hacienda pública, intentos
delictivos incompletos o frustrados, homicidios no
culpables, etc.), si hubieran llegado a conocerse o a
perseguirse como tales; la expresión conducta antisocial
sería aún más amplia que delito y delincuencia,
refiriéndose a todos aquellos comportamientos que entran
en conflicto con las normas sociales prevalentes (desde
una perspectiva psicopatológica, existen unos criterios
diagnósticos de conducta antisocial en el Manual
Diagnóstico y Estadísticos de los Trastornos Mentales, o
DSM-IV). Por último, comoquiera que gran parte de la
información científica sobre la delincuencia se difunde en
inglés, debe recordarse que en esta lengua, para hacer
referencia específica a la delincuencia juvenil, se reserva
el término “delinquency”, por contraste con “crime”,
“offence” o “criminality”, que generalmente se referirían
a la delincuencia adulta, diferenciación terminológica
inexistente en castellano.
Décadas atrás, con objeto de soslayar las dificultades
inherentes a la definición de delito, se intentó remplazar
este concepto por el de desviación social, que en cierto
grado sería sinónimo del de conducta antisocial, al que se
acaba de hacer referencia. Para el análisis de esta
propuesta se sigue aquí el análisis efectuado por Becker
(1971), uno de los teóricos más relevantes de las
perspectivas del etiquetado9.
Desde el planteamiento del interaccionismo simbólico,
que se haya conectado en Criminología con las teorías del
etiquetado, se señaló que los grupos sociales no definirían
y aplicarían las normas punitivas de un modo fijo e
inexorable, sino que castigarían las infracciones de forma
contingente a determinadas circunstancias (Becker, 1971).
Para que una conducta infractora sea perseguida se
requiere que alguien reclame la aplicación de determinada
norma, reforzando la acción de la ley con su propia
exigencia y redefiniendo así, para el caso particular, el
comportamiento desviado e infractor. Desde esta
perspectiva, la sociedad misma, a instancias de sus
individuos y grupos más poderosos, sería la que crearía la
desviación y el delito mediante el proceso de imposición
de las normas. Es decir, la desviación no sería un atributo
del propio individuo sino un proceso dinámico que
resultaría de la interacción entre quienes generan y
aplican las normas y quienes las infringen. Cuando una
persona denuncia públicamente la inconveniencia o
ilicitud de determinado comportamiento, se hace más
probable que la comunidad comience a valorarlo como
inaceptable y “anormal” y que su autor sea catalogado
como alguien “diferente” o “desviado”10.
A menudo, las etiquetas de “desviado”, “anormal” o
“delincuente”, suelen aplicarse a individuos más frágiles,
poco influyentes, o marginales de la sociedad. Sin
embargo, Simon (2007) acuñó la expresión “desviación
de las élites”, para referirse, de forma amplia, a aquellas
conductas de sujetos y grupos poderosos que, aunque a
veces puedan no ser delitos (ya que no se incluyen de
forma específica en el Código Penal), son
manifiestamente contrarias a la ética, violan normas
civiles o administrativas, o dañan a otros de modo
intencional, irresponsable, o negligente. “Desviación de
las élites” intentaría aglutinar conceptos como
delincuencia de cuello blanco, delincuencia o violencia
corporativa, delincuencia asociada en el desempeño de las
profesiones, desviación gubernamental, crímenes de
estado, o delitos de los privilegiados. Como expresaron
Kappeler, Blumberg y Potter (2000), el conjunto de los
delitos violentos, contra la propiedad, y todos los demás
delitos comunes, en cuyo combate se concentra la mayor
parte de la energía y recursos sociales, pueden ser a
menudo mucho menos dañinos para la sociedad que las
masivas infracciones que cometen los corporaciones y
empresas, las élites y los gobiernos.
Según todo lo visto hasta aquí, el delito no puede
generalmente definirse bajo la consideración exclusiva de
la conducta del infractor, sino como resultado de la
interacción entre diversos actores y elementos. En el
cuadro 1.3 se representa esta idea rodeando el delito de
los cuatro ingredientes necesarios para su análisis
completo, que a su vez constituyen las áreas principales
del análisis criminológico.
CUADRO 1.3. Elementos y áreas de estudio de la Criminología
Así pues, en el cuadro 1.3, y siguiendo en parte la
concepción de Cohen y Felson (1979) a la que se hará
referencia en un capítulo posterior, el delito sería
concebido como el producto resultante de las
interacciones que pueden surgir entre una persona
dispuesta a realizarlo, una víctima u objeto atractivos o
interesantes para la infracción, y un control social, ya sea
“formal” o “informal”, insuficiente. La Criminología
dirige su atención científica a todos y cada uno de estos
ámbitos, según se verá a continuación y a lo largo del
conjunto de esta obra.

1.3.2. Los delincuentes


¿Por qué algunas personas cometen delitos, o qué las
lleva a delinquir? ¿Quiénes son los delincuentes? Estas
preguntas, y otras parecidas, relativas a la naturaleza y
características de los delincuentes, estuvieron en el origen
mismo del estudio científico del delito, de la Criminología
como ciencia. Los delincuentes constituyen el área del
estudio criminológico que tradicionalmente ha suscitado
mayor número de investigaciones. Como se detallará más
adelante, numerosos estudios han analizado la influencia
que sobre los delincuentes y su comportamiento tienen los
factores biológicos, de personalidad, familiares,
educativos, sociales económicos, culturales, situacionales,
etc. Pese a todo, muchos de los resultados y conclusiones
obtenidos acerca de los delincuentes hacen referencia
fundamentalmente a las características propias de las
muestras evaluadas, que muy a menudo han sido muestras
de encarcelados, o, en todo caso, de delincuentes
detectados, pero no, como es lógico, a la idiosincrasia de
la delincuencia y los delincuentes desconocidos. Este
aspecto debe tenerse muy presente a la hora de extraer
conclusiones generales sobre los delincuentes y los
delitos, para no identificar de manera absoluta lo que
conocemos fehacientemente acerca de los delincuentes
detenidos y condenados (contra la propiedad, traficantes
de drogas, abusadores y agresores sexuales,
maltratadores, etc.) con la globalidad de las realidades
criminales, que pueden ser mucho más amplias y
desconocidas11.

1.3.3. Las víctimas


Actualmente se desarrollan muchos estudios
criminológicos cuyo objetivo es conocer los efectos que
produce el delito en las víctimas, las consecuencias que
tiene para ellas su trasiego a través del proceso penal (lo
que de hecho puede ser vivido por la víctima como una
“victimación secundaria”), aquellas características y
factores de las propias víctimas que pueden ayudar a la
prevención de los delitos, etc. Este gran desarrollo
investigador producido durante las últimas décadas ha
llevado a algunos a considerar necesario abordar el
estudio de las víctimas desde una “nueva disciplina”: la
victimología.
Con respecto al sistema penal, la víctima es un pilar
básico (y en general no apreciado en su justa medida), ya
que en muchas ocasiones es ella la que activa el sistema
de justicia mediante su denuncia y testificación. De no ser
así, muchos delitos no serían conocidos por la justicia, o
el trabajo de la policía sería mucho más arduo e ineficaz,
como ocurre cuando se investigan los llamados delitos
“sin víctimas” (o aquéllos en que la víctima es colectiva),
tales como los delitos económicos, contra la salud pública
o contra el medio ambiente, en los que con frecuencia los
individuos concretos no tienen un interés particular en
denunciar los hechos.
También se han desarrollado técnicas e instrumentos
para evaluar el riesgo existente de sufrir un delito en
determinada comunidad social, barrio, etc. Para ello se
realizan encuestas a muestras representativas de
ciudadanos, preguntándoles sobre los delitos que puedan
haber sufrido con anterioridad. Tales encuestas servirían
como barómetro de la probabilidad de experimentar
ciertos delitos, independientemente de cómo funcionen la
policía y los tribunales (Larrauri 1992; Díez Ripollés,
Girón, Stangeland y Cerezo, 1996; IEP, 1996; Sabaté,
Aragay y Torrelles., 1997; IERMP-Institut d’Estudis
Regionals i Metropolitants de Barcelona, 2012). También
existen instrumentos y protocolos que permiten estimar el
riesgo de re-victimización, por ejemplo de víctimas de
violencia de género o de agresión sexual (Andrés-Pueyo y
Echeburúa, 2010; Echeburúa y Redondo, 2010).
Las sociedades pagan distintos precios como resultado
de los delitos, incluidos en primer término los daños que
sufren las víctimas, pero también los gastos y molestias
derivadas de la prevención del crimen y los gastos
públicos necesarios para su control, que son objetos del
estudio criminológico. Asimismo, la victimología incluye
el estudio de las medidas de protección contra los delitos,
entre las que se contarían aspectos diversos que van desde
las técnicas verbales que las posibles víctimas podrían
utilizar para afrontar una situación de acoso sexual hasta
medidas anti-robo estrictamente mecánicas. El estudio del
coste social y económico de la delincuencia (Serrano
Gómez, 1986; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca, 1997;
Welsh y Farrington, 2011) se suele vincular también a la
victimología.
En definitiva, la victimología contempla un gran
abanico de temáticas vinculadas con el resto de la
Criminología por la relación lógica que existe entre los
problemas estudiados. Sería absurdo proponer medidas
contra el acoso sexual sin investigar previamente las
motivaciones de los varones que efectúan estas conductas,
o diseñar alarmas anti-robo sin tomar en cuenta los
métodos preferidos por los ladrones para entrar en una
casa. Así como no es eficaz el estudio aislado de los
delincuentes, sin tomar en cuenta a las víctimas, el estudio
de la víctima y de su situación, aislado de los demás
componentes de la realidad criminal, no parece tampoco
muy adecuado y eficiente. La victimología debe, a nuestro
juicio, formar parte de la Criminología, y sus temas deben
estar integrados en la investigación y la enseñanza
criminológicas.

1.3.4. Los sistemas de control social


Suele diferenciarse entre control social formal e
informal. Control social formal es el que ejercen aquellas
instituciones y personas que tienen encomendada la
vigilancia, la seguridad o el control como actividades
profesionales. Por tanto en esta categoría se incluirían las
empresas de vigilancia, y las instituciones y estamentos
policiales, judiciales, fiscales, de justicia juvenil, y
penitenciarios. Por su lado, el control social informal es el
realizado por cualquier organización o persona, que
también actúan contra la delincuencia (disuadiéndola,
previniéndola o controlándola), pero sin que el control del
delito sea su actividad profesional específica. Ejemplos de
ello pueden ser los vecinos de un barrio, los trabajadores
de una empresa, los profesores de un colegio, los
transeúntes momentáneos de una calle o los viajeros de un
autobús. Ellos pueden impedir en ciertos momentos y
circunstancias que se realicen determinados actos
delictivos, ya sea por su propio interés personal, por el
interés de la colectividad o por motivos altruistas.
Por ejemplo, cuando el vendedor de unos grandes
almacenes actúa contra el intento de hurto por parte de un
cliente, está ejerciendo, según la definición propuesta, un
control informal, mientras que la actuación del vigilante
jurado en el mismo caso formaría parte del control formal.
Mientras que el primero está contratado para vender
productos, el segundo lo está específicamente para
impedir las sustracciones y los robos. Sin embargo, ambos
trabajadores son susceptibles de contribuir a evitar los
hurtos en la tienda.
Los controles formales e informales no suelen operar
independientemente en la comunidad social, sino que
unos y otros tienden a entrelazarse en la prevención
delictiva. En muchas situaciones infractoras, la denuncia a
la policía de un delito (es decir, la demanda de
intervención del control formal), es en realidad el último
recurso utilizado por los ciudadanos cuando ya han
fracasado sus previos intentos de resolver la situación de
una forma más directa y personal.
Los controles formales están generalmente delimitados
por la ley, que especifica los mecanismos que se pueden
utilizar para investigar y clarificar los hechos delictivos, y
las sanciones o medidas que se pueden aplicar a los
delincuentes. El control informal también está
parcialmente acotado por la ley, en la medida en que los
insultos, la discriminación social o los actos de “auto-
justicia” suelen hallarse prohibidos. Sin embargo, el
control social sutil y diario encuentra muchas menos
restricciones formales. El cotilleo, la sonrisa burlona o el
miedo a perder una amistad o un trabajo influyen
decisivamente en el comportamiento humano, pudiendo
inhibir ciertas infracciones y delitos del mismo modo que
en ciertas ocasiones pueden también instigarlos.
A partir de los análisis criminológicos del control
informal se ha planteado la necesidad de cambiar y
mejorar algunos aspectos del ambiente físico que pueden
ser facilitadores de los delitos. Por ejemplo, Neuman
propuso, a partir de su concepto de “espacio defendible”,
el diseño de los bloques de viviendas de tal forma que el
propio diseño arquitectónico (que condiciona el
movimiento de las personas al salir de su vivienda o
entrar a ella, los espacios más visibles, etc.), sea el que
permita ejercer un mayor control sobre los espacios
comunes y lugares de paso más frecuentes, como patios o
pasillos (Newman, 1972; Reynald y Elffers, 2009).
También existen investigaciones que han analizado cuáles
son los lugares más adecuados para la colocación de las
cajas registradoras dentro de los locales comerciales con
la finalidad de inhibir los atracos (Felson, 1994). El
estudio de las oportunidades para el delito ha mostrado
gran utilidad en programas de prevención delictiva
(Clarke, 1992, 1994; Felson, 2006; Vozmediano y San
Juan, 2010; Wortley y Mazerolle, 2008).
Según el conocimiento de que se dispone en la
actualidad, el control informal sería en general mucho
más activo y eficaz contra la delincuencia que el formal,
ya que sin la existencia de muchas personas corrientes
motivadas e interesadas en prevenir los delitos
(familiares, vecinos, comerciantes, transeúntes, etc.), la
policía y los tribunales poco podrían hacer generalmente
al respeto. Lo anterior debería llevarnos a una reflexión
profunda acerca de la distribución de los recursos
materiales y personales destinados a la lucha contra la
delincuencia (especialmente en tiempos de grave crisis
económica, como los que vivimos): aunque la mayoría de
los esfuerzos económicos y sociales se pongan en la
dotación de controles formales y de seguridad y en la
sanción de los delincuentes, se conoce bien que la
prevención es, en general, más eficaz que la represión, y
el control informal más que el formal.
Desde la perspectiva del desarrollo humano, el
funcionamiento y la influencia adecuada sobre el
individuo de los controles informales y formales jugaría
un papel fundamental en la formación de su personalidad
y del desarrollo del propio autocontrol como base de la
integración social y la inhibición delictiva. Y, viceversa,
un mal funcionamiento en los controles informales o
formales contribuiría a que determinados sujetos acaben
cometiendo delitos y desarrollando carreras delictivas.
Los estudios criminológicos sobre control formal
incluyen análisis del funcionamiento de la policía, de los
efectos disuasorios de la vigilancia, de las tasas de
esclarecimiento de los delitos, etc. También abarcan
temas como el funcionamiento de los tribunales en la
persecución y sanción de los delincuentes, y estudios
sobre los efectos preventivos de diferentes medidas
penales como las multas, la prisión o las penas
alternativas.
El concepto de control social también forma parte de los
análisis de otras disciplinas como la psicología social, la
sociología y la antropología social. Sin embargo, en
Criminología dicho concepto se utiliza de una forma más
precisa y restringida. A los criminólogos les interesan,
básicamente, los procesos de control de los delitos, y no
otros muchos aspectos del control informal que pueden
guardar relación con las costumbres sociales, el cotilleo,
las prácticas religiosas, los hábitos lingüísticos, las
costumbres sexuales, las modas en el vestir, etc.
Como puede verse hasta aquí, en función de todo lo
comentado en este capítulo introductorio, la delincuencia
es un fenómeno complejo, que incluye diferentes
elementos, y que por ello no permite una explicación
simple ni una solución con remedios fáciles. En
consonancia con ello, los estudios criminológicos deben
abarcar temas muy variados para describir y entender los
fenómenos delictivos. Paralelamente, el análisis de las
estrategias que resultan más eficaces para prevenir la
delincuencia también comprende diversos niveles, que en
sus extremos pueden ir desde sencillos consejos
específicos para eliminar determinados objetivos fáciles
para el delito, hasta ambiciosos programas preventivos de
amplio espectro, todo lo cual será objeto de estudio en
este manual.
1.4. DESARROLLO SOCIAL Y
PROFESIONAL DE LA CRIMINOLOGÍA

La Federación de Asociaciones de Criminólogos de España (FACE) aglutina


diversas asociaciones profesionales de criminólogos, y tiene como objetivo el
desarrollo y promoción de la profesión criminológica en distintos ámbitos y
estamentos.
En la foto, la actual junta directiva de la Federación de Asociaciones de
Criminólogos de España (FACE). De izquierda a derecha, Pedro C. Torrente
(Vicepresidente, y Secretario de la Asociación Catalana de Criminólogos),
Francisco Bernabeu (Presidente, y Presidente de la Asociación de
Criminólogos de Alicante), Nahikari Sánchez (Secretaria, y Presidenta de la
Asociación Profesional de Criminólogos de Navarra) y Abel González
(Vicepresidente, y Presidente de la Asociación de Criminólogos de Madrid).

Es un implícito que la formación universitaria, y


cualquier suerte de formación especializada, debería
traducirse a la postre en el desarrollo de una actividad
profesional coherente con los estudios cursados. Y así
sería deseable y esperable que ocurriera también por lo
que concierne a la Criminología, algo que en la actualidad
escasamente sucede.
La formación universitaria en Criminología en general
capacita, o debería capacitar, a los estudiantes y futuros
profesionales en competencias como las siguientes:
– La recogida y sistematización de información válida
sobre la delincuencia, a partir de diversas fuentes, tales
como cuestionarios de autoinforme, encuestas de
victimización, datos policiales, judiciales,
penitenciarios, etc. También para la obtención de
información, paralela a la anterior, sobre miedo al
delito y percepción pública sobre seguridad ciudadana.
– El análisis matemático, numérico y gráfico, de las
cifras de la delincuencia y de la percepción de
inseguridad, y su presentación pública en términos
técnicos coherentes, comprensibles e interpretables,
más allá de la simplicidad y frecuentes errores de las
tradicionales estadísticas burocráticas que sobre el
delito ofrecen algunos organismos oficiales.
– La interpretación de la prevalencia delictiva y de la
evolución de las cifras de la delincuencia, a la luz de la
investigación y teorías criminológicas vigentes.
– La evaluación y descripción de los factores de riesgo
que influyen sobre individuos y contextos concretos,
incrementando la probabilidad de comisión de delitos.
O dicho de otro modo, la evaluación técnica del riesgo
delictivo.
– La explicación científica del inicio y desarrollo de las
carreras delictivas individuales, a partir de considerar
la confluencia en los sujetos de factores de riesgo,
individuales, sociales y ambientales.
– El análisis y la predicción del riesgo de repetición de
los delitos, o reincidencia delictiva, lo que puede tener
gran relevancia para la gestión más adecuada y
eficiente de los riesgos asociados a las decisiones
judiciales, para la administración de las instituciones
juveniles, y para la organización y funcionamiento de
las prisiones u otros sistemas de ejecución de penas y
medidas judiciales.
– La mejor comprensión y explicación, a través de las
teorías criminológicas generales, de los fenómenos
criminales a nivel de los vecindarios y barrios,
ciudades, regiones o países.
– Los análisis comparativos de la criminalidad (global, o
bien la correspondientes a ciertas tipologías) entre
diversos contextos, territorios o poblaciones.
– La evaluación y emisión de informes técnicos sobre
perfiles de categorías específicas de delincuentes,
como puedan ser delincuentes violentos, agresores
sexuales, maltratadores, traficantes de drogas, etc.
– El análisis de lugares y contextos de alta
concentración de delitos, y, sobre la base de los
conocimientos de la Criminología ambiental, la
especificación de los factores sociales y situacionales
que favorecen la delincuencia.
– La creación, aplicación y evaluación de iniciativas y
proyectos de prevención del comportamiento infractor
y antisocial en los ámbitos de mayor influencia sobre
los adolescentes y jóvenes, tales como las familias, las
escuelas y otras instituciones formativas, los contextos
vecinales, los marcos deportivos, los lugares de ocio, y
el uso de las nuevas tecnologías de la información.
– El diseño, aplicación y evaluación de programas
innovadores de prevención de los delitos en contextos
adultos, incluyendo el comercio y los negocios, las
transacciones bancarias, las relaciones de pareja, las
interacciones sexuales, los lugares de trabajo, las áreas
de ocio, los contextos urbanos, etc.
– La aplicación y evaluación de intervenciones y
tratamientos sólidos (es decir, de eficacia contrastada)
con delincuentes juveniles y adultos, tanto en
instituciones como en la comunidad.
Las competencias profesionales de los criminólogos, a
las que se ha hecho referencia, pueden ser de gran utilidad
en instituciones y contextos como los siguientes:
– Organismos municipales de análisis y gestión de la
seguridad urbana.
– Departamentos de interior o gobierno de las
comunidades autónomas.
– Policías locales, regionales y nacionales.
– Ministerios del gobierno con competencias en materia
de seguridad, educación, salud y prevención general.
– Instituciones y programas juveniles.
– Servicios sociales en relación con familias y barrios en
riesgo.
– Centros de internamiento de menores infractores y, en
general, instituciones y programas conectados con el
campo de la justicia juvenil.
– Prisiones y otras instituciones de ejecución de penas y
medidas de privación de libertad para sujetos adultos.
– Servicios de tratamiento de delincuentes juveniles y
adultos.
– Servicios de atención, ayuda y tratamiento de víctimas
de los delitos.
– Organismos de preparación de las reformas legales en
materia de prevención y represión del delito.
Los conocimientos y competencias profesionales de la
Criminología, a que se ha aludido, están teniendo una
creciente proyección y aplicación en distintos países
desarrollados, particularmente de Norteamérica y Europa,
en las instituciones de la justicia y en la propia
comunidad. Ello en absoluto significa que en tales países
exista un desarrollo ideal de la Criminología aplicada.
Más aun, con frecuencia las aplicaciones criminológicas
más innovadoras y progresivas, en términos de
prevención del delito, rehabilitación de delincuentes, etc.,
han de convivir con iniciativas altamente retrógradas
como, por ejemplo, en algunos estados Norteamericanos,
los registros públicos en Internet del domicilio particular
y otros datos identificativos de ex delincuentes sexuales,
que hace tiempo que cumplieron sus condenas, y que por
ello deberían ser a todos los efectos ciudadanos libres y
anónimos.
Las aplicaciones mencionadas más arriba constituyen
ejemplos destacados de posibles utilidades de los
conocimientos adquiridos por la Criminología. Pero estas
iniciativas no agotan todos los supuestos de uso social del
conocimiento criminológico. Otras muchas sugerencias se
recogerán a lo largo del texto, en el apartado que se
incluye al final de cada capítulo, titulado “Principios
criminológicos y política criminal”. Dicho epígrafe
incorpora, además de una síntesis de conocimientos de
cada capítulo, diversas propuestas de innovación
criminológica que podrían derivarse de dichos
conocimientos. Por otro lado, nos gustaría animar
encarecidamente a profesores y alumnos a reflexionar
creativamente, a partir del estudio de cada capítulo, acerca
de otras posibilidades y caminos para las aplicaciones
criminológicas.
Hoy por hoy la Criminología cuenta con más resultados
y conclusiones científicas que desarrollos tecnológicos y
aplicaciones profesionales. Para las próximas décadas, la
utilización sistemática e innovadora de los conocimientos
alcanzados es, sin duda, el gran reto al que se enfrenta la
ciencia criminológica.
Este desafío práctico para el futuro tiene una
indispensable condición en el presente: que los alumnos
universitarios de Criminología alcancen una formación
del máximo nivel y calidad, y adquieran un buen
conocimiento de la disciplina en su conjunto, lo que
pueda permitirles su posterior especialización y
desempeño profesional. Sobre estas bases, los expertos,
proponentes y gestores de las políticas criminales
venideras, entre los que los criminólogos deberían ser un
activo destacado, podrán renovar, enriquecer y mejorar las
actuaciones sociales encaminadas a la prevención y
reducción de los delitos.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. La Criminología es la ciencia que estudia los comportamientos delictivos y las
reacciones sociales frente a ellos. Según esto, el objeto de estudio y el espacio
científico de la Criminología resulta de la intersección entre dos dimensiones: una
de acción, o de conducta, y otra valorativa, de aceptación o rechazo social de
ciertos comportamientos.
2. La Criminología comparte algunos conocimientos, términos e instrumentos de
investigación con otras disciplinas próximas, como la sociología, la psicología, la
educación, la medicina, la biología y el derecho.
3. El método científico, utilizado por la Criminología, se dirige a describir, explicar,
predecir e intervenir sobre los fenómenos delictivos o sobre su control.
4. Los argumentos fundamentales que avalan el carácter científico de la Criminología
son el uso de métodos e instrumentos válidos, la obtención de conocimientos
fiables y verificables, y la relevancia social de su objeto de estudio.
5. Los criminólogos resultarán útiles a la sociedad en la medida en que logren aplicar
sus conocimientos para una mejor comprensión de los fenómenos delictivos y para
su prevención más eficaz.
6. La política criminal y las leyes penales pueden considerarse, de una forma realista,
más que como producto exclusivo de un consenso colectivo o contrato social,
como resultado también de un cierto conflicto, resuelto de manera pacífica y
democrática, entre los intereses de los diferentes grupos de presión que conviven
en la sociedad.
7. La denuncia pública de determinados comportamientos como delictivos juega un
papel relevante en su persecución criminal.
8. El delito resulta de la interacción entre delincuentes, objetos o víctimas atractivas
para el delito, y fallos en el control social, tanto informal como formal. Por ello,
todos estos elementos constituyen las principales áreas del estudio criminológico.
9. Los mecanismos de control social informal, integrados por la generalidad de los
ciudadanos (en las familias, escuelas, contextos laborales, de ocio, etc.), juegan el
papel más importante en la prevención de la delincuencia, por encima de la
relevancia que puedan tener los controles formales (policía, tribunales, prisiones,
etc.).
10. La Criminología cuenta en la actualidad con múltiples conocimientos susceptibles
de mejorar la descripción y explicación de los fenómenos criminales y, lo que es
socialmente más importante, la predicción y prevención de las diversas formas de
la delincuencia. Tales conocimientos deberían irradiarse cada vez más en la
concepción y aplicación de las políticas criminales, a partir de una mayor
intervención de los criminológicos en tales políticas y aplicaciones.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Busca en distintos libros de texto cómo es definida la Criminología. ¿En qué se
parecen y se diferencian las definiciones que has encontrado? ¿Existe relación
entre la definición de Criminología de cada manual y la estructura de sus capítulos
o temario?
2. ¿Es la Criminología una ciencia interdisciplinaria? ¿Tiene un método propio o
utiliza el mismo método que otras ciencias? ¿Comparte algunos instrumentos de
estudio con otras disciplinas? Razona tus respuestas y valora sus implicaciones.
3. ¿Cuáles son las principales áreas de estudio criminológico? ¿Cuáles son las
temáticas más relevantes en cada área? ¿Y sus dificultades de análisis científico?
4. ¿Qué es un delito? ¿Qué es la delincuencia? ¿Y la conducta antisocial? ¿Y la
desviación social? ¿En qué resultan semejantes y en qué no todos estos conceptos?
5. Compara y relaciona la definición jurídica de delito y otras posibles definiciones
“naturalistas” o criminológicas.
6. ¿Qué se entiende por “desviación de las élites”?
7. En relación con las víctimas, ¿de qué cuestiones de investigación y aplicadas puede
ocuparse la victimología?
8. ¿Constituye el ajuste de cuentas dentro de una banda de narcotraficantes un
ejemplo de control social? Razona tu respuesta.
9. ¿Cuáles son las funciones o roles profesionales de los criminólogos en la sociedad
actual? ¿Se te ocurren otras posibilidades de actuación profesional?

1 Muchos manuales de Criminología suelen comenzar debatiendo si esta


disciplina tiene o no entidad científica autónoma y, en su caso, cuál es su
objeto de estudio. Respecto de la entidad científica de la Criminología, es
frecuente caracterizarla como una ciencia interdisciplinaria (Walsh, 2012),
o producto de la intersección de otras disciplinas, como el derecho, la
sociología, la psicología, la psiquiatría, la antropología, o la medicina
forense, entre otras. Cuando se afirma que la Criminología es una ciencia
interdisciplinaria, a menudo se está sugiriendo que debido a ello no
poseería entidad científica propia e independiente, sino que sería más bien
resultado de la confluencia de conocimientos y metodologías provenientes
de otras disciplinas. En lo concerniente a su objeto de estudio, los tratados
suelen adoptar dos posturas extremas. Para algunos, de modo
reduccionista, la Criminología tiene idéntico objeto que el derecho penal:
el delito. Para otros, desde una visión fragmentadora, la Criminología
tiene múltiples objetos de análisis, entre los que se mencionan, cuando
menos, los siguientes: la delincuencia (como fenómeno social), el delito
(como acción individual), los delincuentes (en cuanto actores de los
delitos), los sistemas de control (como reacción frente al delito) y las
víctimas (como sujetos pacientes del delito). Quienes aseveran que la
Criminología tiene el mismo objeto de análisis que el derecho penal, en
verdad están afirmando que la Criminología carece de objeto de estudio
propio. En el extremo contrario, quienes proponen tanta variedad de
objetos de análisis (delincuencia, delito, delincuentes, sistemas de control
y víctimas) suelen concluir, también de modo pesimista, que no es posible
construir una auténtica ciencia con pretensiones tan diversificadas. Aquí
se propone un punto de vista diferente y alternativo a las anteriores
concepciones, en la dirección ya apuntada por Redondo, 1998c. En
relación con el objeto de estudio de la Criminología, se considera que ni
es tan plural y heterogéneo como a veces se afirma ni tampoco es el
mismo objeto del derecho penal. También se afirma la plena identidad
científica de la Criminología, pese a que, al igual que hacen todas las
demás ciencias, coopere con otras disciplinas y comparta con ellas
algunos de sus conocimientos y métodos.
2 Una definición cercana a ésta es la que considera que la Criminología es la
ciencia que estudia la delincuencia y los sistemas sociales empleados para
su control (Hassemer y Muñoz Conde, 2001).
3 Los restantes elementos que a veces son mencionados como objetos de la
Criminología: delincuencia, delincuentes y víctimas, son en realidad
componentes analíticos, o áreas de estudio, subordinados a la intersección
de conductas delictivas y reacción social.
4 Calificar a la Criminología como ciencia interdisciplinaria, como suelen
hacer la mayoría de manuales y tratados, es en la actualidad innecesario.
Si ello pretende significar que la Criminología comparte ciertos
conocimientos e instrumentos con otras disciplinas sociales colaterales,
como la sociología o la psicología, el calificativo de interdisciplinariedad
es una obviedad que no requiere mención o atención particular. Todas las
ciencias modernas participan en mayor o menor grado de terminologías,
conceptos y técnicas de otras ciencias afines. Además, compartir ciertos
conceptos o instrumentos (como cuestionarios, entrevistas, análisis
estadísticos, etc.) con otras ciencias afines no menoscaba la entidad
científica de la Criminología, sino que antes bien la corrobora, ya que el
método científico es esencialmente único. Su fundamento reside en el
sometimiento a la realidad, a los hechos analizados, que son descritos
mediante la observación y la experimentación. La Criminología intenta
responder, a través de la investigación empírica, a preguntas acerca de qué
factores sociales o individuales influyen sobre el comportamiento
delictivo, qué personas se hallan en mayor riesgo de delinquir o de ser
víctimas del delito, cómo evolucionan las carreras delictivas juveniles,
qué papel juegan los medios de comunicación social en la amplificación
artificial del fenómeno delictivo, cómo influyen los sistemas de control en
la perpetuación de la conducta delictiva, o cómo puede prevenirse más
eficazmente la delincuencia.
5 En metodología el término falsar hace referencia al proceso científico que
se sigue para intentar hallar evidencia contraria a una determinada
hipótesis o teoría. Una teoría es falsada si aparecen diversos datos que la
refutan, y en este supuesto debe ser rechazada.
6 En la República Democrática Alemana, antes de que el estado se
derrumbara con el desmoronamiento de la Unión Soviética, existía toda
una estructura para la investigación y la docencia del marxismo-leninismo
científico. Al cambiar la valoración social de estos conocimientos, tras la
caída del muro de Berlín, esa estructura se desprestigió como disciplina
científica y acabó desapareciendo. Algo parecido ocurrió en España,
después de la muerte de Franco, con la Formación del Espíritu Nacional,
aunque el anterior régimen afortunadamente nunca la elevó a la categoría
de ciencia.
7 A lo largo de la historia de la ciencia, no ha sido infrecuente que los
proponentes de una innovación científica importante, que anulaba o
cuestionaba el conocimiento precedente, hayan sufrido la incomprensión,
el ostracismo o incluso la agresión de sus colegas más conservadores. Uno
de los primeros ejemplos de ello ocurrió en la escuela del matemático
griego Pitágoras, quien había establecido la existencia de una armonía
perfecta entre proporciones geométricas, números y principios básicos de
la música. Sin embargo, su discípulo Hippasos, en su afán inicial de
corroborar y desarrollar la teoría del maestro, descubrió la existencia de
los números irracionales (que entraban en aparente contradicción con el
sistema pitagórico), y debido a este descubrimiento revolucionario fue
asesinado por sus colegas (Koestler, 1959). En tiempos modernos, los
científicos que discrepan demasiado de las teorías y métodos establecidos
suelen conservar la vida, pero, con frecuencia, pueden tener problemas
académicos. También es verdad que no todos aquellos científicos que
pretenden romper los modelos establecidos acaban demostrando la
veracidad de sus planteamientos.
8 Por un lado, si la sociedad no considera importante el objeto de estudio de
una disciplina, los conocimientos obtenidos en ella pueden no ser
suficientes para consolidarla como ciencia reconocida; pero, por otro, para
que adquiera la entidad de ciencia es imprescindible que utilice
procedimientos de investigación que puedan asegurar la fiabilidad y
verificabilidad de los conocimientos logrados.
9 La visión más simple a este respecto fue la posible atención al concepto de
desviación estadística, que consideraría “desviado” todo aquello que se
aleja excesivamente del promedio estadístico, que difiere de lo “común” o
habitual. Otra perspectiva interpretaría la desviación como enfermedad,
como algo esencialmente patológico, que revelaría la presencia de un
“trastorno”, o “anomalía”. Sin embargo, en el terreno social no existe un
criterio universal que permita delimitar con seguridad qué constituye una
conducta “sana”. Por su parte, el funcionalismo estructural, en una
analogía vinculada a la anterior, concibió también la sociedad como un
organismo y analizó tanto los procesos que favorecerían la estabilidad de
esa sociedad (“salud”), denominados “funcionales”, como aquellos otros
que podrían romperla y, por lo tanto, resultarían “disfuncionales”,
amenazando la estabilidad y la supervivencia de la sociedad (Parsons,
1988). En esta última aproximación la delincuencia sería concebida como
un proceso desestabilizante que perturbaría la armonía de la comunidad.
Sin embargo, en determinados sectores del comportamiento delictivo (no
así en los comportamientos más graves, que se ubican en el núcleo del
cuadro 1.2, y que se hallan penalizados en todas las sociedades) es
complejo delimitar qué es funcional o disfuncional para una sociedad o
grupo. Pueden existir concepciones muy distintas respecto de lo que
resulta beneficioso para una sociedad. Dependiendo de los objetivos que
un grupo persiga, determinados procesos sociales o comportamientos que
lo alejan de sus metas serán valorados como disfuncionales, mientras que
aquellos otros que lo acercan a ellas serán considerados funcionales. El
consumo de drogas puede ser un ejemplo, ya que para unas personas y
grupos sociales será una conducta completamente disfuncional, pero para
otros será algo aceptable o conveniente. Por lo tanto, se constata que las
normas sociales que califican ciertas conductas como desviadas, serían
también una cuestión valorativa o de opción moral o “política”, algo que
la perspectiva funcionalista ignora, limitando de esta manera su adecuada
comprensión.
10 Véase el siguiente ejemplo antropológico, recogido por Becker (1971).
Entre los trobiandeses (pueblo que habita unas islas en el Océano Pacífico
y que fue estudiado por el antropólogo Malinowsky a principios del siglo
XX), existían unas estrictas normas sobre el incesto, que prohibían
mantener relaciones sexuales y de pareja entre parientes cercanos. No
obstante, había una pareja de jóvenes formada por una chica y un chico
que eran primos, a pesar de lo cual no eran molestados por su relación.
Aunque todos conocían su unión afectiva nadie actuaba para impedirla. Si
alguien hubiese preguntado a los habitantes del pueblo sobre las normas
existentes sobre las relaciones amorosas entre parientes, probablemente
hubiesen respondido que estaban prohibidas. A pesar de lo cual, toleraban
esa relación concreta ya que parecía no molestar a nadie y no producir
ningún escándalo público. Sin embargo, la situación cambió cuando otro
pretendiente de la chica se plantó en el centro del pueblo y denunció
públicamente lo que sucedía, exigiendo la aplicación de la norma, que
estaba de su parte. Con esta actuación obligó a los habitantes del pueblo a
tomar partido a favor de la ley y contra la relación incestuosa descrita. El
fin de esta historia, relatada por Malinowsky y también utilizada como
ejemplo por Becker (1971), fue trágico: el primo y amante de la chica, al
verse privado de su amor, se suicidó tirándose desde una palmera.
11 Un ejemplo: se han efectuado múltiples estudios sobre la personalidad de
los violadores, generalmente basados en entrevistas y cuestionarios
psicológicos aplicados a violadores que cumplen condena en prisión
(Scully, 1990; Garrido, 1989; Garrido et al., 1995; Bueno García y
Sánchez Rodríguez, 1995; Redondo et al., 2005; Redondo y Martínez-
Catena, 2011). Sin embargo, se sabe que existe una elevada “cifra negra”
de delincuencia sexual. En muchas ocasiones las violaciones no son
denunciadas, e incluso en algunos casos, cuando son denunciadas, el
presunto autor no llega a ser condenado. De esta manera, los datos e
informaciones obtenidos a partir de los violadores encarcelados
probablemente no representan al conjunto de la población de violadores.
De acuerdo con la investigación internacional, los violadores en prisión
proceden de una clase social desfavorecida, poseen a menudo
antecedentes penales, y obtienen puntuaciones de inteligencia inferiores al
promedio. Sin embargo, estos factores no tienen por qué ser los causantes
de su conducta delictiva, sino que más bien podrían vincularse al hecho de
que hayan podido ser detenidos y condenados, mientras que otros
violadores de clase media, sin antecedentes penales y con un nivel de
inteligencia más elevado tendrían, tal vez, una menor probabilidad de ser
detectados.

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