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La adicción a las drogas y


la exclusión social

Ángela Tello González*

A
bordar el tema del consumo de drogas, especialmente el que tiene
que ver con las adicciones, requiere acercarse a múltiples aspectos
que surgen de la muldimensionalidad y complejidad que reviste. Sin
embargo, el propósito básico de este texto es aportar de manera breve
algunos elementos generales que permitan comprender el sentido de la
exclusión social del adicto y delinear otras opciones de intervención y de
análisis de dicha problemática. Considerar el tema de la exclusión social
implica identificar uno de los elementos significativos que inciden en el
incremento de la vulnerabilidad social del individuo y de los grupos afectados
por dichos consumos; situación que incide, incluso, en el incremento del
mismo consumo.
Al hablar de adicción se hace referencia al uso de sustancias psicoactivas
de forma crónica, compulsiva e incontrolable, que integra relaciones de
dependencia física y psicológica por parte del individuo; uno de los principales
síntomas de la adicción es que el individuo organiza el conjunto de su vida
cotidiana alrededor del consumo.1
El fenómeno actual del incremento significativo de dependencia a las drogas
está fuertemente relacionado con las dinámicas propias de las sociedades
contemporáneas donde la circulación de mercancías es su elemento central
de reproducción y las drogas en sí mismas son mercancías que responden
exitosamente a dichas dinámicas. Romaní reconoce que en la construcción
social del “problema de la droga”, que se sustenta en la prohibición, la
adicción se fortalece porque se ha creado un mito que propicia la elaboración
de los procesos de identidad de los consumidores, especialmente de los
jóvenes. Dentro de los microespacios donde transcurre la cotidianidad de
los consumidores de drogas, se propician formas de reconocimiento social
y se generan estilos de vida, que quizá no han logrado propiciarse en otros
1
espacios de socialización que han compartido previamente, como la familia
y la escuela, entre otros. Desde la perspectiva de construcción de identidad
y pertenencia a los grupos de pares, del reconocimiento social en estos
colectivos, podría aseverarse que los consumos de drogas estarían asociados
a dinámicas incluyentes que es necesario considerar, pues son aspectos de
valor desde las representaciones sociales de los mismos consumidores.2
El concepto de exclusión social hace referencia al debilitamiento de los
vínculos entre los individuos consumidores y la sociedad, entendida la sociedad
como la diversidad de espacios de socialización en que cotidianamente se
mueve la persona, tales como la familia, la escuela, el trabajo, el barrio,
los amigos, la cultura y la política, entre otros. Este debilitamiento de los
vínculos sociales se acompaña del no acceso a los recursos y ventajas
que estos ámbitos prodigan; a mayor número de espacios o colectivos
sociales de los cuales se excluye a un individuo o a un grupo, de manera
persistente, tienden a incrementarse sus condiciones de vulnerabilidad.3 La
exclusión social, en suma, es la negación de las posibilidades y condiciones
que se considera básicas para que el individuo acceda a su rol de ciudadano
en una sociedad democrática.
Entre los elementos que explican los procesos de exclusión social
a que se ven sometidos la mayoría de los consumidores de drogas,
especialmente la población que se encuentra en niveles de adicción, las
representaciones sociales, que subyacen en la sociedad actual y que
consideran el consumo de drogas como la expresión de un estado de
anomia social, tienen un papel preponderante. La sociedad requiere y
establece formas de control social de los individuos para garantizar su
subsistencia como sociedad; al considerar la adicción como un elemento
de desviación, hace uso de diversos aspectos para desarrollar un ejercicio
de control y fortalecer la “normalidad” en su interior. La exclusión
social, acompañada generalmente de procesos de estigmatización y
de marginación del adicto, se constituye en un medio poderoso para
reafirmar el rechazo al consumo de drogas y, por lo tanto, el rechazo de
todo aquél que se involucre en dicho consumo, incrementando a su vez
la superioridad y la identidad de aquellos que no consumen.
La normalidad a la que se alude se construye socialmente y permite
diferenciar el “nosotros” de los “otros”. La normalidad será caracterizada
desde un discurso que coloca los límites y las diferencias y que, a su vez,
estructura las formas de control a partir de los procesos de exclusión, de
eliminación, de corrección, de censura, de tratamiento, de rehabilitación que
se agencian como medios para recuperar lo que el “otro” ha perdido debido
a su actuación en contravía de lo colectivamente indicado y aceptado. El
planteamiento de normalidad y anormalidad va a definir “lo que debe ser
incorporado y lo que debe ser excluido.”4
La exclusión social del adicto obedece entonces a la visión de anormalidad
en que la sociedad considera se encuentra el consumidor de drogas y que
lleva a situarlo “fuera” del grupo en la perspectiva de no afectar a los que
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están “dentro” por una parte y, por la otra, en la perspectiva de buscar que
este proceso de ruptura, de segregación, de no participación como sujeto
social en la construcción de dicha sociedad, se constituya en el elemento
que marca la urgencia al individuo de recuperar su condición de pertenencia
y para lo cual se le exige recuperar su estado de “normalidad” social.
Al adicto, como parte del mismo proceso de exclusión, tiende a
considerárselo minusválido social, inmaduro, desviado; desviación que
generalmente se asocia a delincuencia y a peligrosidad, constituyéndose
en amenaza para el resto del grupo. El adicto va a ser excluido de los
espacios cotidianos, va a ser excluido de los espacios socioafectivos, va a
ser excluido de los espacios de integración social y, en múltiples ocasiones,
incluso será excluido de los mismos programas de tratamiento.5
La exclusión social, desde la perspectiva de marginación y
estigmatización, se fundamenta en las relaciones de interdependencia
y en las relaciones desiguales de poder entre los grupos. “El desprecio
absoluto y la estigmatización unilateral de unos marginados que carecen
de toda posibilidad de defenderse son indicios de una balanza de poder
extremadamente desigual”.6 Elias considera que dicho estigma lanzado
por el grupo más poderoso sobre el otro de poder inferior, generalmente,
va a constituirse en parte importante de la autoimagen de este último y de
esa manera tiende a debilitarlo y a desarmarlo aún más. Los marginados
son vistos como un factor de deshonra para el grupo de poder, mientras
que el grupo inferior no tiene formas de organización que les permita
expresar niveles de resistencia a la condición en que han sido colocados.
El “miedo a la contaminación” suscita que se evite todo contacto social,
que se preserven los espacios de la presencia del grupo inferior, que se
aísle a los inferiores o marginados para, asimismo, evitar la sospecha
frente a la posible violación de las normas por parte de alguno de los
miembros del grupo con poder.7
El adicto y el consumidor de drogas son considerados “inferiores” por la
sociedad. Su marginación y estigmatización se sustenta en las características
que se construyen desde la cultura, desde las representaciones sociales,
desde los ámbitos de poder: Características recurrentes de delincuencia,
pandillismo, violencia, promiscuidad, entre otras, son las que van a asociarse
a la imagen del adicto a las drogas y que, a su vez, van a constituirse en
patrones de comportamiento que tienden a ser reproducidas por parte de
los mismos consumidores, confirmando de esa manera el discurso vigente
y recrudeciendo aún más las dinámicas de exclusión.8
Investigaciones realizadas con grupos marginados muestran una
tendencia importante a la creación de ghettos en los que se asumen roles
sociales desviados frente al grupo mayoritario, roles que son formas de
enfrentar la autoridad impuesta y que de alguna forma se acercan a los
estereotipos construidos previamente por el grupo mayoritario.9
Los adictos, como grupo excluido y marginado, tienden a reunirse entre
ellos, a crear espacios frecuentes de encuentro, a establecer acuerdos
3
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colectivos, a generar niveles de inseguridad en los otros, a atemorizar y
a amenazar a los otros, pues de esta manera expresan sus niveles de
resentimiento frente a los procesos de exclusión a que se les ha condenado
socialmente.
El adicto siendo considerado “inferior” no será escuchado, no tendrá
derecho a la palabra y a la toma de decisiones, sino que hay otros que van a
hablar por él; son otros que van a decidir por él; son otros quienes definirán
qué es lo que se tiene que hacer con él. El adicto no es aconsejable para
los que no consumen y tampoco es aconsejable para aquellos que intentan
dejar el consumo mediante diversos programas de tratamiento. El adicto
es una amenaza para los que están sobrios y es una amenaza para los que
intentan recuperar su abstinencia del consumo. Sin embargo, al igual que
el adicto, el individuo que se ha rehabilitado tiende a ser mantenido en un
nivel de inferioridad frente al grupo, continuará restringido a determinados
espacios, con la premisa permanentemente presente en el grupo y en sí
mismo de su posible recaída; es una forma, desde el ejercicio de control
social, de rememorar a la sociedad en su conjunto la impronta que genera
la desviación.
Retomando el tema de las representaciones sociales como elementos
básicos en la construcción de la exclusión social del adicto y en la definición
de nuestras prácticas, nuestras actitudes, nuestros comportamientos,
nuestras conductas y las del mismo adicto, lo invito a usted lector a pensar
un momento en una persona consumidora de drogas y posiblemente, si no
se ha acercado a ellos, si no ha leído otras distintas maneras de abordar
y reflexionar sobre el tema, verá en ellos seres anormales, desviados,
enfermos, fracasados, peligrosos, incapacitados, delincuentes, promiscuos;
continúe adentrándose en sus pensamientos y notará que en todas estas
características se esconde su propio miedo al consumo de drogas, su propio
temor a otros consumos que propone esta sociedad en la que actualmente
vivimos. Piense, si le es posible, en lo que pueden pensar los consumidores
de drogas de nosotros, piense en sus miedos, piense en que nosotros somos
los agentes del miedo para ellos, somos la referencia de sus inseguridades,
rechazos y autorechazos. Reúna ahora estos aspectos disímiles de su
pensamiento y reconozca que finalmente estamos construyendo diariamente
una sociedad del miedo, aspecto más deteriorante que el mismo consumo
de drogas.
Este orden de ideas permite comprender que no es a través de los
procesos de exclusión y separación, culpa y vergüenza como la sociedad
va a encontrar salidas al problema del adicto, de las farmacodependencias.
Es evidente, a través de la historia social de las drogas, que el consumo de
sustancias psicoactivas es un fenómeno presente en todas las épocas y por lo
tanto no va a ser eliminado totalmente, pues es una de las manifestaciones
de la normalidad de la sociedad, lo que se requiere es encontrar formas de
gobierno, prácticas culturales que posibiliten el control del uso y para “que
esto suceda, por una parte, es necesario que las redes sociales que forman
4
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una comunidad sean hábiles y competentes en no transformar la situación
crítica en una condición de identidad desviante,”10 es decir, en evitar los
procesos de exclusión social del adicto y por lo tanto disminuir los niveles
de sufrimiento social a que han estado y están expuestos.
Si la sociedad es la que excluye es ella misma el lugar de la inserción
social del adicto. Por lo tanto la sociedad debe ofrecerle al adicto las
posibilidades de inclusión en sus diversos espacios sociales y lograr que
se considere parte del problema y parte de la solución. Es imprescindible
entonces un proceso de movilización social que geste nuevas formas de
abordar el problema del consumo de drogas partiendo de reconocer que es
un problema complejo y multidimensional.
Reconocer al adicto y al consumidor de drogas como sujetos de
derecho, en ese sentido sujetos con dignidad social haciéndolos partícipes
de derechos sociales, civiles, económicos, culturales, políticos. Generar
este tipo de procesos, de transformaciones, requiere que exista voluntad
política por parte de múltiples actores sociales y de la sociedad en su
conjunto; requiere la orientación de acciones y prácticas de inclusión en
diversos espacios sociales y comunitarios que sean visibilizadas como
opciones reales de cambio, pues son esas nuevas prácticas las que van
a incidir en el mediano y en el largo plazo en las transformaciones de las
representaciones sociales existentes en la sociedad. Es una movilización
que buscará que los individuos usadores de drogas o que se encuentran
en proceso de rehabilitación o que ya han dejado de usarlas, se consideren
sujetos capaces, con potencialidades para participar de la construcción de
un orden social de manera activa, donde el vínculo principal es su carácter
de ciudadano.
Siendo que es un proceso y que, por lo tanto, avanza por fases, un
punto de partida necesario son las comunidades, allí donde la cotidianidad
construye formas de exclusión múltiples. Cada contexto social establece
formas específicas de exclusión de los consumidores de drogas que es
preciso identificar, asimismo como los actores que inciden con sus prácticas
en los procesos de exclusión o de inclusión. Es con todos, es incluyendo
como se pueden generar las acciones de transformación de dichas prácticas
comunitarias y en esa medida es necesario fortalecer los vínculos entre
los diversos actores sociales, generar espacios de acogida, de escucha
comunitaria, mesas de concertación donde se puedan reconocer las
opiniones de todos, incluidos los adictos, donde puedan identificarse las
representaciones sociales que definen sus conductas y comportamientos
para asimismo desde allí comenzar a romper las barreras de la exclusión;
solamente la comprensión colectiva de la situación es la que hará posible
generar los procesos de transformación social y cultural.
Identificar las redes sociales presentes en los escenarios urbanos, en los
microcosmos barriales y comunitarios es un punto de partida necesario.
Son los procesos relacionales que se gestan dentro de las redes los que
propician el ejercicio de la exclusión o de la inclusión social. Son las diversas
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redes en que está inserto el individuo las que requieren fomentar acciones
de cambio, transformaciones de pensamiento y de acción que incidirán
desde lo micro hacia lo macro, y que se encargarán de darle sostenibilidad
y permanencia a las nuevas representaciones sociales, donde la inclusión
social del adicto sea su eje. Y ese trabajo con las redes sociales exige un
trabajo de incidencia en lo público, un ejercicio de “abogacía” colectiva
para que se orienten y canalicen políticas públicas coherentes a esta
propuesta.
En suma, si cambia la forma de pensar, si se transforman los pensamientos
que guían las acciones humanas, éstas se trasnformarán. Si tomamos
conciencia de nuestros propios miedos frente a una sociedad que ha
fortalecido una visión consumista y que requiere ser transformada, desde
sus diversos ámbitos, es posible que el adicto deje de ser identificado como
amenaza y como peligro y pueda realmente potenciar un cambio individual
y colectivo al permitirnos observar nuestras propias fragilidades frente al
consumo patológico que propone nuestro entorno. Porque finalmente, y
en palabras de Elias, “es a la fuerza destructiva de los hombres, no a la
bomba atómica, a lo que éstos han de temer o, dicho con más exactitud, a
la fuerza destructiva de los entramados humanos.”11

Notas
* Poeta, economista, especialista en desarrollo comunitario. Realizó
estudios de maestría en Sociología; actualmente dirige la Corporación
Viviendo, organización que desarrolla programas de formación, asesoría y
acompañamiento de instituciones, organizaciones y grupos comunitarios
en prevención, reducción de daño y tratamiento con base comunitaria en
Colombia, programas que han sido apoyados técnica y financieramente
por Cáritas Alemania y orientados durante los primeros ocho años de
existencia por Cáritas Colombia.
1
Romaní O., Las drogas. Sueños y razones, Barcelona, Ariel, 1999.
2
Las representaciones sociales permiten a los individuos y grupos cargar
de significaciones sociales un objeto, interpretarlo, integrarlo con el
mundo que los rodea. A partir de las representaciones sociales que se
tiene de un objeto determinado, en nuestro caso el consumo de drogas,
se van a construir las diferencias entre los grupos y se van a definir las
conductas que a su vez inciden en las relaciones que se construyen entre
los grupos, las normas que se establecen y las formas de control social.
S. Moscovici, El psicoanálisis, su imagen y su público, Buenos Aires,
Huemul, 1979.
3
N. A., Maluf et al., “Situación de riesgo y enfoque de exclusión en los
jóvenes”, http://www.joveneslac.org/portal/000/publicaciones/pais_
mes/2006/may
4
F. Velásquez, “Exclusión social y gestión urbana: A propósito de Cali”, en
Exclusión social y construcción de lo público en Colombia, Bogotá, Cidse,
Cerec, 2001.
6
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5
En diversidad de programas ofrecidos institucionalmente un elemento que
define la expulsión del sujeto en proceso de tratamiento es la recaída
en el consumo, especialmente cuando una de las normas exigidas es la
abstinencia total.
6
N. Elias, “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y
marginados”, en La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá,
Norma, 1998.
7
Idem.
8
Mauss identifica, en su análisis sobre la idea de la muerte en
Australia y Nueva Zelanda, la importancia de las relaciones entre la
psicología y la sociología, demostrando la relación directa que existe
entre lo físico, lo psicológico y lo moral, es decir, lo social. Señala
que las ideas creadas “se reproducen en el individuo bajo la presión
permanente del grupo, de la educación, etc.”, ideas que en ocasiones
logran desencadenar estragos o sobreexcitar las fuerzas. Asimismo,
identifica a la conciencia como el eslabón psicológico que desorganiza
la misma vida de los individuos, les hace perder el control de su vida,
la capacidad de elección, la independencia y la personalidad y en esto
existe de fondo una consideración de lo social, del colectivo. Mauss
refiere que “El individuo que está herido ligeramente, no tiene ninguna
oportunidad de curarse, si cree que la lanza estaba hechizada. Si se
rompe un miembro solo sanará rápidamente, a partir del momento en
que se ponga en paz con las normas que ha violado, y como éstos, son
múltiples los casos. El caso extremo de estas acciones de la moral sobre
lo físico se produce y es todavía más palpable, en aquellos casos en que
no hay heridas y la acción se produce exclusivamente en la conciencia del
sujeto. M. Mauss, “Efectos físicos ocasionados en el individuo por la idea
de la muerte sugerida por la colectividad (Australia y Nueva Zelanda), en
Sociología y Antropología, Madrid, Tecnos, 1971.
9
N. Elias, op. cit.
10
E. Milanese et al., Redes que previenen I., México, Instituto Mexicano de
la Juventud y Centro de Formación Farmacodependencias y Situaciones
Críticas Asociadas (Cuadernos para la Acción, 1), 2000.
11
N. Elias, Sociología fundamental, Barcelona, Gedisa.

Bibliografía
Elias, Norbert, La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Norma,
1998.
Elias, Norbert, Sociología fundamental, Barcelona, Gedisa.
Maluf, Alejandra, et al., “Situación de riesgo y enfoque de exclusión en
los jóvenes”, http://www.joveneslac.org/portal/000/publicaciones/pais_
mes/2006/may
Mauss, Marcel, Sociología y antropología, Madrid, Tecnos, 1971.
Memorias del Seminario sobre Drogas y Exclusión Social, Riod Nodo Sur,
Encare (comp.) Montevideo, 2006.
7
más artículos en: www.liberaddictus.org/NumAnt.php
Milanese, Efrem et al., Redes que previenen I, Instituto Mexicano de la
Juventud y Centro de Formación Farmacodependencias y Situaciones
Críticas Asociadas, México (Cuadernos para la Acción, 1), 2000.
Moscovici, Serge, El psicoanálisis, su imagen y su público, Buenos Aire,
Huemul, 1979.
Romaní, Oriol, Las drogas. Sueños y razones, Barcelona, Ariel, 1999.
Valencia, Alberto (ed.), Exclusión social y construcción de lo público en
Colombia, Bogotá, Cidse, Cerec, 2001.

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