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El islam
ARAL UNIVERSITARIA
Serie Religiones y mitos
Director de la serie:
Francisco Diez de Velasco
Diseño interior y..cubierta: RAG
1. a Edición 1997
2. a Edición 2002
3. a Edición 2008
-- - Título original
An introduction to Islam
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-2794-2
Depósito legal: M-14659-2008
Impreso.en Lavel S. A.
Humanes (Madrid)
DAVID. WA.INES
EL ISLAM
Revisión de la traducción
y edición española a cargo de
Maribel Fierro
Traducción de
Consuelo Pérez-Benitez
La Ka’ba en el centro de la Gran Mezquita, La Meca
INTRODUCCIÓN
%
v
1B. Lewis, «The Revolt of Islam», The New Yorker, 19 de noviembre, 2001, p. 62.
5
lista concluye haciendo un presagio: «Sí Bin Laden llega a conseguir
que el mundo del islam acepte sus puntos de vista y su liderazgo..., en
tonces al mundo le espera un oscuro futuro»2. Este tipo de análisis no
sólo no ayudan a una mejor comprensión, sino que son peligrosamen
te engañosos. Es un enfoque que pretende transformar medias verdades
(por ejemplo, lo que los musulmanes recuerdan de su pasado) o gene
ralizaciones absolutas sin ningún tipo de cualificación (por ejemplo, el
mundo del islam) en hechos decisivos y determinantes. Además, el
vínculo explícito entre islam y terrorismo deja la impresión en la men
te del lector de que todos los musulmanes son, al menos en potencia,
terroristas o de que todos los terroristas son musulmanes. Lo primero,
evidentemente, es absurdo; lo segundo está claro que es falso.
Volvamos a las palabras con las que iniciaba la primera edición de
este libro. Los musulmanes son más de un billón, constituyendo la
comunidad religiosa más numerosa después de la cristiana. En una
reciente panorámica etnográfica, se identifican a más de trescientos
grupos étnicos o lingüísticos que son total o parcialmente musulma
nes3. Dada la diversidad étnica, lingüística y geográfica de los pue
blos y culturas musulmanas, parecería imposible hablar del mundo
musulmán en singular. Asimismo, sería equivocado ver el islam como
algo monolítico, como un conjunto de ideas, dogmas y prácticas que
es siempre el mismo. Pero, al mismo tiempo, los musulmanes, como
los cristianos, pertenecen a una comunidad mundial. En árabe, la len
gua de la Escritura islámica (el Corán), la palabra que designa «co
munidad» es umma. En el mundo moderno, umma indica un senti
miento de lealtad transnacional y transcultural compartido por todos
los musulmanes. Si preguntamos dónde se focaliza la lealtad musul
mana, una respuesta podría ser que es en el Señor de los Mundos,
algo que un cristiano o un judío no tendrá dificultad en enténder. Más
precisamente, la respuesta podría ser que todos los musulmanes com
parten la posesión de una Escritura, el Corán, que para ellos corres
ponde a las palabras verdaderas del Señor de los Mundos, Dios -o
Allah en árabe- y que fue revelada a su Mensajero o Profeta, Muham-
mad, como guía para su pueblo y para toda la humanidad. En este
sentido, la umma es una única comunidad universal de los creyentes.
Esa comunidad representa un nivel de lealtad por debajo del culto de
bido a Dios. Sin embargo, cuando uno observa la manera en la que
Ios -musulmanes pertenecientes a distintos ámbitos culturales se han
aproximado al Corán y a las tradiciones del Profeta [capítulos 1 y 3]
no resulta sorprendente encontrar, siempre dentro de la umma y a lo
8
El doble rasero o la visión dividida funciona también en otras es
feras. Bastará con dar unos pocos ejemplos. Los gobiernos occiden
tales apoyaron política y económicamente ál Irak de Sadam Husain
cuando atacó al Irán revolucionario de Jomeini en los años ochenta,
en una guerra que duró ocho años y que trajo consigo unas bajas es
timadas en un millón de muertos en cada bando. Cuando Sadam in
vadió Kuwait en 1991, sin embargo, el presidente Bush (padre) pro
clamó que la guerra contra Irak era en defensa de la libertad y la
democracia. En realidad, esas palabras no eran más que un código
para indicar la voluntad de proteger los intereses vitales de Estados
Unidos en lo que se refiere al petróleo. La ironía de la postura de
Bush no pasó desapercibida a los árabes o musulmanes de entonces:
dos años antes de la invasión iraquí, el emir de Kuwait había dejado
en suspenso la actividad del Parlamento. Cuando en el mismo año en
que se produjo la revolución iraní, la Unión Soviética invadió Afga
nistán, los gobiernos occidentales apoyaron plenamente la creación
de los rnuyahidin afganos (quienes se presentaban a sí mismos como
Guerreros Santos) para expulsar a los rusos. Una vez obtenida la vic
toria, los mujahidin se volvieron cruelmente contra su propio pueblo,
incluidas las mujeres, y estalló la guerra civil, originándose entonces
el movimiento de los talibanes (e indirectamente de Bin Laden), quie
nes inicialmente también recibieron apoyo occidental a través de Pa
kistán y de Arabia Saudí. Los mujahidin se reinventaron a sí mismos
como la Alianza del Norte y, a raíz de los ataques del 11 de septiem
bre, con la ayuda militar masiva de la coalición occidental contra el
terrorismo, los talibanes llegaron a un fin rápido e ignominioso. Hay
que añadir aquí la observación de Ahmed Rashid, el experto pakista-
ní sobre los talibanes, de que igualmente decisiva fue la intervención
del pueblo afgano por su contribución al colapso de los talibanes,
pues ese pueblo rechazó rotundamente la tiranía y la miseria a las que
les habían sometido el Mullah Muhammad Ornar y sus secuaces. Hoy
en día los afganos están tratando de levantar nuevamente un país em
pobrecido y destruido por la guerra, fragmentado por enemistades po
líticas y tribales y pulverizado por las bombas más avanzadas del ar
mamento occidental. Queda por ver si serán capaces de lograrlo, dada
la posición estratégica de Afganistán como un área de tránsito para
los conductos de gas que son vitales para Occidente. Un punto de in
terrogación semejante marca el futuro de Irán.
La visión dividida también afecta a la manera en la que los go
biernos occidentales han tratado a regímenes, firmemente estableci
dos en varios países musulmanes, que se oponen a la participación de
los partidos políticos islámicos en el así llamado proceso democráti
co. El gobierno turco ilegalizó un partido político religioso después
de que hubiese ganado una posición minoritaria en el parlamento y
9
logrado brevemente formar un gobierno de coalición. Lo mismo ocu
rrió en Argelia, cuyo gobierno canceló el segundo tumo de eleccio
nes cuando un partido religioso político parecía tener asegurada una
victoria destacada. El resultado han sido años de brutal guerra civil.
Y el gobierno egipcio rechazó los resultados obtenidos por los Her
manos Musulmanes en las elecciones a sindicatos profesionales. Cada
régimen aduce cuestiones de seguridad nacional, afirmando que no
hay garantías de que los partidos religiosos mantengan la democracia
en el caso de que obtuviesen la victoria al participar en el proceso de
mocrático. Occidente, en función de sus propios intereses, ha apoya
do, tácita o abiertamente, a estos regímenes. Se ha pagado un alto pre
cio por ello. Por mucho que los musulmanes de a pie quieran una
participación democrática en los asuntos de su país a través de un par
tido de inspiración religiosa islámica, la misma noción de «democra
cia» ha quedado cada vez más en entredicho por las acciones no de
mocráticas de sus propios gobiernos.
El ejemplo más duradero de la aplicación de un doble rasero por
parte de Occidente es el del conflicto entre Israel y los palestinos [pp.
280-282]. Los acontecimientos del 11 de septiembre del año 2001
coinciden casi con exactitud con el primer aniversario de la segunda
intifada, o levantamiento de los palestinos contra la ocupación y la
política represiva israelíes. Han pasado alrededor de nueve años des
de la firma de los Acuerdos de paz de Oslo en 1993, que se suponía
iban a traer consigo una paz duradera. Los Acuerdos mismos fueron
recibidos con amarga oposición por parte de algunos sectores pales
tinos por haberse hecho demasiadas concesiones, sin asegurar al
tiempo un adecuado compromiso israelí para llevar adelante el pro
ceso. Otros, como algunos sectores del lado israelí, estaban abierta
mente en contra del proceso de paz mismo. En la zona, los años trans
curridos desde 1993 han sido testigos de cómo el gobierno israelí
continuaba construyendo asentamientos judíos en los territorios pa
lestinos, expropiando la tierra con este propósito, de cómd se han im
puesto castigos colectivos a los palestinos por presuntos actos de vio
lencia, castigos que suponían arrasar viviendas y destruir cultivos; de
cómo se ha arrestado y privado de libertad a individuos, incluidos ni
ños, sin cargo alguno, a veces expulsándolos de los territorios; de
cómo se ha estrangulado la economía palestina por medio de una pro
fusión de reglamentos mezquinos y de cómo se ha interferido por re-,
gla general con instituciones palestinas, tales como escuelas y uni
versidades, que han sido cerradas por periodos de tiempo más o
menos prolongados. La política israelí ha tenido dos efectos cumula-
tivos a largo plazo. Primero, ha minado gradualmente la Autoridad
Palestina de Yasir Arafat, incluyendo su credibilidad personal. Se
gundo, ha fortalecido a los grupos disidentes de inspiración religiosa
J O ............
tales como el Yihad Islámico y Hamas. A este último grupo pertene
cen quienes llevan a cabo los ataques suicidas y cuyos métodos in
trodujeron una nueva dimensión en la resistencia palestina contra los
ocupantes israelíes. Los musulmanes que han condenado los ataques
suicidas contra Nueva York y Washington no ven incoherencia algu
na en apoyar a los palestinos que llevan a cabo ataques suicidas den
tro de su resistencia contra la violencia diaria de la opresión israelí.
En palabras de un teólogo musulmán, Farhad Khosrokhavar, quien
lleva a cabo un ataque suicida es «un fanático que llega a la “sacrali-
zación de la desesperación”»5. Se olvida a menudo que la Autoridad
Palestina se comprometió en los Acuerdos de Oslo a construir un es
tado democrático secular que diese cabida a todos los palestinos, fue
sen musulmanes o cristianos. Mediante su política extremista, Israel
(queriéndolo o no) ha creado un espacio político para elementos ra
dicales musulmanes palestinos que ven a Israel como una amenaza
permanente para la seguridad de Palestina y para la misma existencia
de ésta. Al no haber paz a la vista, la experiencia diaria de los pales
tinos se adecúa mejor a esta percepción que a cualquier otra. Inme
diatamente después de los ataques del 11 de septiembre, Estados Uni
dos y Gran Bretaña, en el intento por asegurarse el apoyo de los
gobiernos árabes para su coalición y para bombardear a los talibanes
en Afganistán, difundieron la opinión de que era una necesidad ur
gente encontrar una solución justa al conflicto palestino-israelí. Pero
ni el gobierno norteamericano ni el británico, ni antes ni después de
los Acuerdos de Oslo, han hecho ningún esfuerzo concertado para
obligar a los sucesivos gobiernos israelíes a moderar su política y po
ner fin a la ocupación de Palestina, ocupación que dura desde hace
treinta y cinco años. Las invasiones israelíes del Líbano en 1978 y en
1982 (esta última bajo el mando del entonces general Ariel Sharon)
fueron aceptadas por Occidente. En menos de tres meses después del
11 de septiembre, Estados Unidos, Gran Bretaña y el Primer Minis
tro de Israel Sharon estaban condenando los ataques suicidas palesti
nos utilizando precisamente el mismo lenguaje, a saber, que los
terroristas y quienes les prestan apoyo deben ser tratados en todas
partes de la misma manera. Una experta española en el Oriente Me
dio ha definido gráficamente esto como la creación de «un estado de
amnesia colectiva» por intentar enterrar las causas de la respuesta pa
lestina a una represión israelí-llevada a cabo al viejo estilo colonial6.
Merece la pena volver a citar las palabras de la Vicepresidenta iraní
a este respecto: «Creo que ya es hora de que los norteamericanos
M -
comprendan que, incluso en los países en desarrollo,, la gente está
educada, tiene capacidad de análisis y comprende muy bien dónde
hay duplicidad, dónde hay hipocresía, dónde hay prejuicios. En el
asunto palestino, a Estados Unidos no le importa lo que es justo y lo
que es injusto, sólo le importan sus propios intereses. ¿Dónde está su
sistema de valores?». Haciéndose eco de la preocupación expresada
por el autor del artículo de The New Yorker citado anteriormente, Ma-
s-umeh Ebtekar concluía que «esto es lo que puede llevamos a un
choque de civilizaciones, que pondría a la humanidad al borde de la
extinción». El contraste entre sus puntos de vista es interesante e ins
tructivo. El punto de vista del norteamericano se centra en la incapa
cidad de las «naciones islámicas» para unirse al mundo moderno,
dando así pie al potencial para una «revuelta del islam». El punto de
vista desde Oriente Medio critica la política de las naciones más ricas
y poderosas del mundo que, en vez de ser gobernadas por un hipó
crita interés propio, deberían guiarse por la búsqueda de la justicia. El
primer punto de vista se remonta a la idea, otrora de moda, de que la
religión y la modernidad son incompatibles, mientras que el segundo
plantea una pregunta más profunda y siempre relevante, a saber, si la
justicia y el poder pueden ir de la mano.
En la parte final de este libro se narra cómo las distintas culturas
islámicas han ido recorriendo el largo camino de la transición que han
experimentado en los dos últimos siglos. La historia queda incom
pleta porque esa transición todavía se está produciendo. El lector aten
to comprenderá que los musulmanes, en su gran mayoría, no compar
ten los objetivos, las así llamadas opiniones religiosas o los actos
criminales de gentes como Bin Laden. Al mismo tiempo, los musul
manes -como la mayor parte de los seres humanos- son sensibles a
los actos de injusticia, especialmente cuando su propio destino está
en manos de gobernantes incompetentes o corruptos, apoyados direc
ta o indirectamente por gobiernos y políticos occidentales. Para lo
grar que estas voces musulmanas puedan ser oídas con máyor fuerza
e intensidad, y para lograr marginar las amenazas estridentes de una
pequeña minoría de extremistas, un comienzo podría ser que nos pre
guntásemos cómo hemos utilizado nuestros privilegios en el mundo,
que examinásemos cómo dilapidamos lo que poseemos de manera a
menudo insensible e inconsistente y que abandonásemos la ciega in
diferencia ante el ejercicio del poder.
En las dos primeras partes de este libro, hay una presentación te
mática de los fundamentos islámicos, aquellas enseñanzas y prácticas
fundacionales de los musulmanes que fueron elaboradas durante el
periodo formativo de la comunidad que duró unos cinco siglos (650-
1150 d.G.). El hilo que une estos capítulos son las distintas maneras
en que los ulemas (sabios) musulmanes han interpretado la Revela-
12
ción y la experiencia del Profeta Muhammad. La palabra islam signi
fica «el reconocimiento voluntario y activo del Mandato de un único
Dios y la sumisión a ese Mandato». Las personas que lo practican son
musulmanes. Ellos, los ulemas y los creyentes ordinarios, son quie
nes han creado la comunidad, los que han propiciado su «suceder».
Puesto que lo que ha llegado hasta nosotros es tan sólo la obra de los
ulemas, es esa contribución la que recibe nuestra atención. Las creen
cias y prácticas populares que han sido racionalizadas como islámi
cas no forman parte de esta historia, aunque sean importantes para
comprender la piedad islámica popular.
Desde otro punto de vista, la historia que se narra en este libro
también está incompleta, pues el material utilizado es inevitablemen
te selectivo. Las notas han sido reducidas al mínimo, utilizándose so
bre todo para indicar las fuentes de donde se han sacado las citas en
el texto, obras clásicas de autores musúlmanes en traducción inglesa.
Se mencionan también otras fuentes secundarias, libros y artículos,
que han ayudado a desarrollar la historia. La selección de libros pro
puestos para complementar la lectura ha sido guiada por dos princi
pios: tan sólo se citan obras escritas originalmente en inglés o tra
ducciones inglesas de otras lenguas, y tan sólo, con la excepción de
algunas reediciones, si esos libros fueron publicados en 1970 o con
posterioridad a ese año. No siempre he seguido estas normas, pero,
dado el aumento notabilísimo de estudios sobre el islam en los últi
mos años, había que poner algunas limitaciones.
Parte del interés reciente sobre el islam, especialmente entre los
estudiosos occidentales, se ha centrado en los problemas relativos a
los orígenes y periodo formativo de la tradición islámica. El lector in
teresado puede leer el excursus dedicado a las obras de estudiosos oc
cidentales que tratan esos orígenes. Como éste es un libro concebido
como una introducción al islam, me pareció más apropiado presentar
el Corán y al Profeta Muhammad tal y como los perciben los musul
manes, más que como otros los han descrito. El glosario, que puede
ser consultado para obtener referencias rápidas, contiene la mayor
parte de los términos técnicos mencionados en el texto. Para simpli
ficar, se han omitido los puntos diacríticos en la transliteración del
árabe, con la excepción del ayn O y de la hamza (‘), y aun así, éstos
han sido omitidos en los nombres de dinastías conocidas (los abbasíes)
y topónimos (Irak). Me disculpo con antelación ante los puristas.
Finalmente, hay tres grandes enciclopedias que son indispensa
bles. Una, que goza de autoridad y no es demasiado técnica, es The
Encyclopedia o f Religión, ed. de M. Eliade (16 volúmenes, Londres,
Collier Macmillan, 1987). La segunda, que todavía está en curso de
publicación, es una obra especializada, la Encyclopaedia o f Islam,
queva edición (Leiden, E.J. Brill, 1960-). La misma casa editorial está
13
publicando la Encyclopaedia of the Qur’an, que aparecerá en cinco
volúmenes a lo largo de los próximos cinco años. Para el periodo con
temporáneo disponemos de la excelente obra en cuatro volúmenes
The Oxford Encyclopedia of the Modern Islamic World, editada por
John Esposito. El Index Islamicus es la fuente bibliográfica funda
mental para artículos y libros que tratan sobre el mundo islámico. Las
referencias a artículos que aparecieron entre 1906 y 1955 fueron
compiladas por J. D. Pearson (Cambridge, W. Heffer, 1961). Los li
bros y artículos que aparecieron entre 1981 y 1985 fueron compila
dos por G. Roper en dos volúmenes (Londres, Mansell, 1991). Hay
volúmenes que cubren los otros años.
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14
NUMEROSAS CULTURAS, UNA FE
2. Africa
3, Asia Central 4. Arabia Saudi
7. Musulmanes chinos en Quanzhou saludan a viajeros que siguen
la ruta que llevó el islam a China
PRIMERA PARTE
LOS FUNDAMENTOS
I;
El t ie m p o , l a e t e r n id a d y l o s d io s e s
No ocultes a .
Allah lo que guardas
en tu pecho, creyendo que de esa
manera lo escondes. Allah
conoce todo lo que está oculto1.
1 A. J. Arberry, The Seven Odes, Londres, George Alien & Unwin, 1957, pp. 115-116.
21
Es evidente que los hombres
perecen, ellos y sus propiedades,
pero no veo al Tiempo perecer.
No veo nada que permanezca y sea
eterno frente a los acontecimientos,
excepto las montañas enraizadas
y el cielo y los países,
nuestro Señor, y los días que
son contados y las noches2.
22
percibía como una grave ofensa, ya que suponía serias consecuencias
para la paz y el orden sociales. También, aunque de manera vaga, se
veía a Allah como el creador de los cielos y de la tierra, si bien, en ge
neral, no se había sacado de esto ninguna conclusión moral que afec
tase al comportamiento individual y al bienestar futuro. En este as
pecto, quizá Zuhair represente un punto de vista de transición, al
advertir en su oda sobre el castigo divino por violar los acuerdos de un
tratado. La actitud más generalizada hacia Allah se ve en otro de sus
atributos: es el Dios hacia el que uno se vuelve en caso de peligro in
minente, por ejemplo, una tormenta en el mar. Una vez salvado del pe
ligro, el pagano no respondía reconociendo con gratitud la compasión
y el poder de Allah, sino que volvía a la adoración de los ídolos del
culto tribal, mucho más cercanos. Así, en cuestiones cotidianas, Allah
ocupaba un lugar especial, pero siempre junto a otros dioses en el pan
teón de los árabes.
La tradición cuenta que la ciudad de La Meca, lugar de nacimien
to del profeta Muhammad, era un importante centro de adoración pa
gana en la Península. Allah era el señor del templo central, una es
tructura en forma de cubo llamada Ka‘ba. Se decía que tenía tres hijas,
llamadas al-Lat y al-’Uzza, ambas deidades astrales, y al-Manat, una
diosa del destino. Había representaciones de más de trescientos dio
ses dentro y alrededor de la Ka‘ba. Una de estas deidades, que según
se decía era la más importante de todas, se llamaba Hubal. Estaba es
culpida en ágata roja con la forma de un hombre cuya mano derecha
había sido cortada y reemplazada por otra de oro. En La Meca, como
en cualquier otro de los enclaves sagrados de la Península, las luchas
tribales y el derramamiento de sangre estaban prohibidos durante
cuatro meses al año. La reunión de clanes cercanos y lejanos trans
formaba en fechas determinadas la ciudad en una especie de super
mercado divino. Los ofrecimientos de sacrificios a los dioses y las
festividades que les acompañaban también eran buen negocio para
los que se encargaban del mantenimiento del templo y de suministrar
los servicios que cubrían las necesidades de los visitantes. Los guar
dianes del templo se elegían entre los miembros de Quraish, la tribu
de Muhammad. Existían otros templos en otros lugares, pero ningu
no parecía igualar la reputación del de La Meca. Además, los nóma
das en sus migraciones traían dioses portátiles. Al mismo tiempo, se
jcreía que los árboles, las piedras, las fuentes y otros objetos naturales
eran lugares "en los que residían dioses menores. En algunos casos, la
veneración de los ancestros había elevado a éstos a deidades.
Se consultaba a los dioses sobre diversos temas domésticos y otras
preocupaciones: la elección de la fecha para el matrimonio, la confir
mación de la paternidad de una criatura, la solución de una pelea, así
como el momento más propicio para embarcarse en un viaje, todo
23
ello entraba dentro de la órbita de lo que los dioses podían aconsejar:
De la misma forma, se solicitaba su ayuda para pedir la lluvia o paira
recibir asistencia durante el combate contra una tribu rival. Se tiraban
y se «leían» las flechas adivinatorias para responder a las solicitudes.
Sin embargo, aunque se pidiese consejo, éste no siempre se aceptaba
de buena gana o con gratitud. Un peticionario buscó la aprobación de
un dios para vengar el asesinato de su padre. Al recibir una flecha ne
gativa, respondió en un poema condenando la decisión del dios como
hipócrita. Otro peticionario hizo una ofrenda a un ídolo, que consis- s
tía en una piedra roja con forma humana que sobresalía de la ladefa-yüC
de una montaña negra, esperando que cayera un castigo sobre el hom^st |f
bre de la tribu que había violado la santidad de su imagen. Al no ocuL.#- S
rrir nada, el peticionario renunció a todos los ídolos y abrazó el cris
tianismo. Cuando escuchó a Muhammad predicando su mensaje, se
convirtió al islam. Estas actitudes, tal y como han llegado hasta nos
otros, sugieren que la relación del hombre con sus dioses no era tan
to de temor piadoso y respeto como de una deferencia nacida de un
hábito y una costumbre establecidos con el tiempo; una costumbre
que, quizá, se estaba agotando. También se consultaba a adivinos. Al
gunos presagios, como el vuelo especial de un cuervo, se tomaban
como una guía para las decisiones cotidianas3.
La vida después de ésta no suponía ni un temor especial ni una pre
ocupación para los árabes. Entendían la eternidad (julud) como el espa
cio entre el nacimiento y la muerte, la experiencia vital de uno mismo.
La muerte llevaba al hombre a la tumba, un agujero en el que uno per
manecía eternamente, no en el sentido de morada eterna, sino en el sen
tido negativo de un lugar que no era posible abandonar cuando uno que- L
ría, libertad de la que sí se había dispuesto en esta vida. Esta perspectiva
no trajo consigo, sin embargo, un pesimismo paralizante. Se enfrentaba
a la dureza de la vida y sus vicisitudes, por un lado, con un individua
lismo desafiante que se mostraba en una actitud hedonista ante las co
sas, y, por otro lado, confiando en que la semilla de sus entíañas asegu
raría la supervivencia de la tribu y de su modo de vida. Desde esta visión
homocéntrica del mundo, los árabes paganos se sometían antes a la fuer
za de la tradición oral tribal (sunna) que al poder de los dioses. El uni
verso moral de la sunna se centraba en la noción de muruwwa, definida
indistintamente como «virtud» y como «hombría», cuyas expresiones se
materializaban en actos de coraje, generosidad, lealtad, venganza y de
más. La conducta correcta se medía de acuerdo al grado de conformi-
3 The Books o f Idols: Being a Translation from the Arabic o f the Kitab al-Asnam by
Hisham ibh al-Kalbi, trad, de N. Amin Faris, Princeton, Princeton University Press, 1952.
Sobre las flechas adivinatorias, véanse pp. 23, 41; sobre la venganza de asesinatos, p. 41;
sobre la violación de la santidad de los ídolos, p. 52.
dad con las costumbres de los ancestros y a la defensa del honor tribal.
Desviarse del código podía castigarse con el ostracismo, y sin tribu uno
no tenía nombre y era virtualmente inexistente. De modo que la justicia
no estaba ni garantizada ni administrada por Dios o los dioses, sino más
bien por el jefe de la tribu y los ancianos y, además, por la constante
amenaza de represalias en caso de daño.
25
Ishaq (m. 151/770) y que ha llegado hasta nosotros en la versión de su ;
editor Abd al-Malik Ibn Hisham (m. 213/828 o 218/833). En ella se
funden elementos del Libro y de la Tradición, y constituye la base so
bre la que se asienta el relato resumido que ofrecemos a continuación.
Solamente los hechos principales de la vida del Profeta pueden saber
se con certeza. Sin embargo, la biografía sí refleja dos acontecimien-
tos importantes: el primero, el encuentro de Muhammad con Dios, y ;
el segundo, la formación, bajo su liderazgo, de una embrionaria co
munidad de creyentes. Estos dos acontecimientos dieron a los segui
dores de Muhammad en las generaciones siguientes el argumento dra
mático con el que ilustrar sus creencias y el modelo sobre el que
fundar su pensamiento. En otras palabras, no puede subestimarse el
significado de la vida del Profeta en la Tradición islámica.
La Tradición fija la fecha de nacimiento de Muhammad en La
Meca en tomo al 570 d.C. Huérfano a temprana edad, fue criado pri~ ;
mero por la familia de su abuelo, y, después, por su tío Abu Talib. Du~ j
rante su juventud trabajó como encargado de la empresa comercial de í
una viuda, Jadiya, con la que más tarde se casaría. De todos los hijos
habidos de esta unión que sobrevivieron, su hija Fátima fue la más co- ;
nocida y venerada, como esposa del primo de Muhammad, ‘Ali, hijo
de Abu Talib, y cuarto sucesor en el liderazgo de la comunidad des- :
pués de la muerte del Profeta.
En tomo a los cuarenta años, Muhammad, que por entonces hacía
largos retiros en una montaña cercana, recibió la llamada a la misión ;
profètica. Ésta llegó en forma de visión mientras dormía en su retiro,
según cuenta Ibn Ishaq. El ángel Gabriel se le apareció enviado por.
Allah y le ordenó: «¡Lee!», mandato que tuvo que repetir dos veces. V
Muhammad tuvo una sensación de sofoco, como si estuviera al borde í;
de la muerte, y después respondió, repitiendo las siguientes palabras: :
4 The Life of Muhammad: A Translation o f Ibri Ishaq's Sirat Rasul Allah, trad, de A.
Guillaume, Oxford, Oxford University Press, 1955, pp. 104-106.
26 "
las revelaciones que, a lo largo de las dos décadas, siguientes, guiarían
su vida como el Mensajero (al-rasul) y el Profeta (al-nabi) de Allah.
Si bien Muhammad había presentido que tendría una experiencia re
ligiosa, su reacción inicial a esta aparición fue de temor a estar poseído
por algún espíritu o «inspirado» como los poetas. Consolado por Jadiya
y apoyado por ‘Alí, Muhammad superó su angustia y aceptó esta «pe
nosa carga», como Ibn Ishaq denominó al manto de la profecía, aña
diendo que Muhammad se sentía al tiempo irresistiblemente empujado
y seguramente guiado por una poderosa fuerza totalmente ajena a él.
Muhammad identificó esta fuerza con Allah, que se había dirigido a
él a través del ángel Gabriel. Pero no se trataba del mismo Allah, el
«Alto Dios» del poeta Zuhair. Al recibir más revelaciones, Muhammad
fue descubriendo lentamente a sus parientes el retrato de un dios distin
to de las deidades conocidas por los árabes paganos, aunque es proba
ble que hubiese reconocido que los judíos y los cristianos que él cono
cía hablaban de su propio Dios en términos parecidos.
Al mismo tiempo, hay signos de un descontento incipiente den
tro de la cultura religiosa pagana árabe. La.tradición, islámica men
ciona a ciertos individuos llamados hanifes que poco antes de que
Muhammad iniciara su misión habían comenzado a buscar una al
ternativa religiosa a la práctica predominante entonces de adorar a
los ídolos. El problema con los ídolos era que no se podía contar
con ellos. Ibn Ishaq cuenta que los hanifes rechazaban a los ídolos
al considerarlos objetos que no podían «ni escuchar, ni ver, ni herir,
ni ayudar». El término hanif también aparece varias veces en el Co
rán, aunque ninguna de ellas permite deducir de su contexto una de
finición exacta de la palabra. La existencia de estos individuos, aun
que hayan sido pocos, reflejaba la búsqueda emergente de un punto
de apoyo religioso más seguro, punto que los modelos monoteístas
anteriores no habían proporcionado de forma natural. En la penín
sula había comunidades judías al norte de La Meca y cristianas al
sur, aunque con toda probabilidad no eran más que diminutas islas
de conversos no muy seguros eñ el ancho mar del paganismo. Por
tanto, cuando los árabes paganos empezaron a tomar cada vez más
conciencia del débil carácter de sus dioses, podían haber simple
mente elevado al Alto Dios de la desfalleciente tradición pagana
árabe a Supremo Ser tínico de la nueva.
_ Por otro lado, en otros contextos se pueden encontrar metáforas sa
cadas del conjunto escritural árabe común en las que aparece la pala
bra hanif Ésta se halla significativamente asociada al profeta Ibrahim
(Abraham). De todos los mensajeros mencionados en el Libro a quie
nes Allah sé dirigió éh distintos momentos de la historia, Muhammad
parece haber sido el más parecido al anciano patriarca (Corán, 2:124
ss., 135 ss.; 10:105). Ambos tuvieron problemas y sufrieron rechazos
27
por su profunda convicción en la existencia de un único y omnipotem:
te Dios, una creencia que finalmente provocó la caída de los inútiles i
dioses adorados por sus pueblos. En este sentido, la misión de Muham- '
mad fue la de restaurar la fe hanifí del patriarca, al que en efecto se con
sidera el primer musulmán, que significa aquel que se entrega en un
acto de sumisión (islam) a un Dios Unico, excluyendo así a todas las
demás deidades. Cuando en el Corán, el Señor de Ibrahim le pidió esto,
él respondió: Me someto (aslamtu) al Señor de los mundos (2:131). Y
en otro lugar, Muhammad hace explícita esta identificación: me ha con
ducido mi Señor a un camino recto, a una religión siempre verdadera,
a la doctrina de Ibrahim, que fue un hanif, que no estuvo entre los que
atribuyen la divinidad a otros además de a El (6:161).
La semejanza entre los profetas Muhammad e Ibrahim, como se re-;
fleja en el Corán, fue la semilla de la que brotó la opinión de que la co-;
munidad histórica del islam representaba tanto una continuación como
un alejamiento de las fes monoteístas establecidas con anterioridad: el
judaismo y el cristianismo. Cada una tiene su Escritura, procedente de
la misma fuente divina que ahora se dirigía al profeta Muhammad. Por
este motivo, los judíos y los cristianos son llamados «gentes del Libro».
Además, en la tradición islámica se considera que los profetas de la
Torá y el Jesús de los Evangelios forman parte de la misma cadena de
actividad divina que garantiza la existencia de una guía a lo largo del
cursó de la historia. Muhammad es visto en la tradición islámica como
el último profeta de la cadena, enlazado, por tanto, con Ibrahim. M í
mismo tiempo, empero, Ibrahim no fue ni cristiano ni judío (3:07);'
como dice la frase coránica, sino tan sólo un hanif sometido (muslmJ|
a Allah. Al haber destruido a los ídolos, él había reconocido al Unico y
Supremo Dios. Por tanto, la misión de Muhammad era la de restaurar
ese prístino islam, que había sido distorsionado o descuidado por otros
pueblos a los que se había llevado el mensaje de Allah. Én esto consis
te el mandamiento coránico comunicado a través de Muhammad: Man
ten tu faz en la [verdadera] religión como hanif, y no estés entre aque
llos que adscriben la divinidad a otros además de AUah (10:105).
Ibn Ishaq relata que Muhammad no proclamó inmediatamente su
mensaje en público, sino que primero se lo descubrió a un grupo de
seguidores comprometidos. Podemos conocer las reacciones que tuvo
su audiencia en La Meca al comunicarles que Allah le había ordena
do dar a conocer su mensaje y abandonar el politeísmo (15:94), a tra
vés de lo que deja traslucir el Libro.
Muhammad habló en nombre de Allah, una deidad que era para los
mequenses a la vez familiar y, sin embargo, también de alguna mane
ra diferente. Allah prestaba juramento en nombre de objetos cotidia
nos y fenómenos naturales: ¡por el amanecer! (89:1), ¡por el cielo y
la estrella de la mañana! (86:1), ¡por los higos y los olivos! (95:1), del
28
mismo modo qué los mequenses concluían pactos y obligaciones, ju
rando solemnemente en el nombre de su Alto Dios, «¡por Allah!». Él
era el creador de los cielos y de la tierra y de todo lo existente; como da
dor de la lluvia era el que sustentaba la vida y el que rescataba del peli
gro a aquellos que le rezaban pidiendo socorro (29:61-65; 31:25 ss.).
Todo esto era normal y alentador.
Pero Allah, que guiaba a su Profeta, exigía más: primero, por te
ner una relación íntima con cada individuo, como su creador desde un
simple coágulo de sangre; luego, por guiarlos a lo largo de la vida, y,
finalmente, por quitarles esa vida y someterla a juicio. Todo esto era
una pretensión de poder y de soberanía por parte de un dios al que no
se podía ver, ni hablar como a un ídolo, y que sólo estaba visible y
presente a través de sus «signos» (ayat = aleyas) en la naturaleza y en
la misma humanidad. Más inquietante para los mequenses, debido a
sus implicaciones, era la pretensión de este dios de resucitar a los
muertos en un momento determinado de un cataclismo cósmico futu
ro y de llevarlos ante el trono del juicio. En ese momento se pesaría
la vida del individuo para comprobar su valor moral y después se le
otorgaría un premio o castigo eternos.
Al principio, la idea de resucitar a los muertos parecía absurda. Los
mequenses se mofaron: aquello [que está por venir] no es más que
•SHüestra primera [y única] muerte, y nosotros no volveremos a la vida
bjiyiyez. Entonces ¡traed a nuestros antepasados [como testigos], si lo
proclamáis es verdad! (44:35-36). Después, la idea de un dios juez
privaba a los ancianos de la tribu de la ejecución de la justicia y hacía
irrelevantes las normas de la sunna. De hecho, se desafiaba la idea mis
ma de la tribu como protectora y depositaría del honor del individuo:
Di: ¿Quién es el que puede protegeros ante Allah, si Este quisiera cau
saros un mal, o quisiera concederos un favor? Ellos no encontrarán
por sí mismos ni amigo (wali) ni defensor aparte de Allah (33:17; tam
bién 29:22). Por último, la perspectiva de una vida eterna después de la
muerte sobre la que este dios también era soberano era difícil de asi
milar. Se podía escuchar a los mequenses exclamar: ¡Sólo existe nues
tra vida en este mundo; morimos y vivimos y nada nos destruye sino el
tiempo (dahr)/ A lo que Allah replicaba: Ellos no tienen conocimiento
cierto de esto, sólo meras conjeturas... Di: Allah os da la vida, después
os causa la muerte y os reúne en el día de la Resurrección (45:24-25).
Los presagios paganos eran rechazados por inútiles. En la parábola co
ránica, el profeta primitivo Salih había advertido a su pueblo de Tamud,
en el norte de Arabia, que todos sus augurios, es decir, sus destinos, es
taban en manos de Allah (27:47). Los mequenses reconocían que,
mientras que sólo el destino asestaba golpes de mala suerte, ellos habían
asumido con confianza que su riqueza y buena fortuna eran obra de
ellos mismos, de ahí que el orgullo que sentían por sus logros, aunque
29
excesivo, estuviera justificado. Ahora, sin embargo, Allah les pedía que
reconociesen que toda su buena o mala suerte provenía de ÉL No es de
extrañar que la primera respuesta de los mequenses a Muhammad fue
se rechazarle como un mero «poeta» a quien las aflicciones del destino
también acechaban (52:30).
fjtOCOP''
5 Ibidem, p. 119. W".. % ;
Le acusaron de dividir al pueblo y, como si de un bruj o se tratara,
de separar «a un hombre de su padre, o de su hermano, o de su mu
jer, o de su familia»6. Era pedirles demasiado que abandonasen las
costumbres de sus ancestros sin reemplazarlas por algo igual de se
guro y familiar (5:104; 7:28; 31:21). Además, los llamamientos a re
conocer un solo dios, Allah, junto con la llamada a la transformación
moral de la sociedad, fueron tomados como un insulto por algunos,
incluyendo a los segmentos privilegiados de la sociedad mequense.
Esos llamamientos comparaban a los dioses, que no habían creado
nada, pero que son ellos mismos una creación, que no dañan, ni be
nefician, que no tienen poder sobre la vida, ni sobre la muerte, ni so
bre la resurrección (25:3), con la soberanía total de Allah. La refor
ma moral implicaba el tratamiento justo de los más desamparados:
los huérfanos, los mendigos, los pobres y los hambrientos, los deudo
res, las viudas, los vagabundos y los esclavos. En definitiva, requería
un sentido de responsabilidad social (90:13-16; 24:33). De manera
más profunda e importante, también significaba que el individuo tu
viese una relación apropiada con Allah. Así, en vez de ser rebelde pro
fesando un sentido de autosuficiencia o prepotencia, debidas, por
ejemplo, a un estatus obtenido por la riqueza, el individuo estaba
obligado a reconocer que todas sus posesiones se deben a la munifi
cencia de Allah, por la que tenía que expresarle gratitud y no arro
gancia (96:6-8).
La oposición mequense a Muhammad aumentó proporcionalmen
te a la creciente claridad de sus mensajes y al temor que su impacto
tendría sobre sus vidas. Allah era la única, todopoderosa, pero com
pasiva y misericordiosa deidad. La prueba sobre la naturaleza de
Allah se encontraba en los innumerables «signos» de su poder y be
neficencia: la creación del cielo y de la tierra; la formación del hom
bre; los animales, la vegetación, las cosechas y la fruta y sus diversos
usos; la alternancia del día y de la noche, el sol, la luna y las estrellas,
el revivir de la tierra abrasada, las montañas y el mar, etc. Uno de los
«signos» de Allah era la resurrección (30:40), que iba unida al juicio,
seguido de una recompensa o castigo. El juicio significaba que las ac
ciones en este mundo estaban-cargadas de sentido y consecuencias'
para la vida venidera. Así, las acciones ya no sólo eran relevantes en
el contexto tribal inmediato, como ocurría con los efectos de un ase
sinato o un robó gobernados por “el sistema moral dé lá"~<<véndetta».
Era fácil sacar la siguiente conclusión: "la amenaza al estiloclevidade
los mequenses consistía en la sustitución de la sunna de sus ancestros
por la sunna de Allah (48:23).
6 Ibidem.
31
'De acuerdo con Ibn Ishaq, las promesas que se hicieron a ’i
Muhammad de riqueza, poder y prestigio no consiguieron desviar
lo de su propósito. Las peticiones de milagros para probar la vera
cidad de su mensaje se toparon con una simple respuesta: ¡Exalta
do sea mi señor! No soy más que un mortal, un enviado (de Dios)
(17:93). Así se llegó a un punto muerto que parecía inevitable. El Li-.
bro recoge ejemplos de mensajeros anteriores enviados a sus pueblos
para advertirles de que sólo sirvieran a un Unico Dios. Es el caso de i
Hud, que llevó la buena nueva a su pueblo ‘Ad. No le creyeron y fue- i
ron finalmente destruidos por un viento que sopló durante siete días ;
y siete noches y barrió todo excepto sus edificios (46:24). Incluso i
cuando se producía un milagro, como en el caso de Salih, el resulta
do seguía siendo la obstinada incredulidad de su pueblo, llamado Ta-
mud, que fue destruido por un terremoto o un rayo que los dejó pos- •
trados en sus moradas (11:61-68). Y tomadas del conjunto común de Q
las Escrituras están las parábolas de Noé y Lot, cuyos pueblos tam
bién fueron castigados por Dios por su incredulidad. El enfrenta^ V
miento de Muhammad con su pueblo en La Meca era, por tanto, una
simple confirmación de la experiencia de profetas anteriores. La lee-
ción estaba ahí para que se aprendiese, pero, como cuenta Ibn Ishaq, ;
la hostilidad de los mequenses se intensificó hasta tal punto que el v
propio clan Hashim de Muhammad fue objeto de un prolongado boi- ;
coteo por parte de otros grupos de los Quraish. Al mismo tiempo, se
presionó a sus seguidores, cualquiera que fuera su clan, para que se
retractasen. Fue entonces cuando murieron dos de sus partidarios más .■
importantes, su esposa Jadiya y su tío protector Abu Talib. En medio!!
de dificultades cada vez mayores, se acercaba el momento de consi- ,
derar alternativas a la permanencia en La Meca. El abandono de está
ciudad estuvo motivado principalmente por el bien de su propio gru
po de seguidores, aunque quizá Muhammad se marchó también pre- ■
ocupado por el destino que aguardaba a sus parientes, pues temía qué ;
pudiesen probar la furia de su dios. 1 ^ 6H:r.r;:;
’ •/ . 1 V'.J
La c o m u n i d a d 'd e M e d in a "r Y...» c
... A varios días de camino al norte de_La_ Meca, en la ruta hacia Si- ;
ria, se encontraba el poblado oasis de Yazrib, rebautizado en la tradi
ción islámica como Medina, abreviatura de la expresión «Ciudad del /
Profeta». Muhammad había sido invitado allí por algunos de sus ha
bí tantes para actuar como árbitro o juez en una amarga disputa entre !
facciones rivales. Fue en el año 622 d.C. cuando el Profeta y sus se- !
guidores abandonaron La Meca en dirección a Yazrib, en pequeños !
grupos, a lo largo de varias semanas. Esta emigración (hiyra = hégi- :
32
raj marcó algo más que un cambio de fortuna para Muhammad: El
acontecimiento se celebra en la tradición como el inicio de la era is
lámica, correspondiente al año de la fundación de la comunidad mu
sulmana (umma) en Medina, que se convertiría en vehículo para rea
lizar la voluntad de Allah sobre la tierra.
Los seguidores mequenses de Muhammad que emigraron con él a
Medina se llamaron muhayirun, mientras que aquellos que le acogie
ron fueron denominados ansar o «ayudantes». Estos últimos, proce
dentes de las tribus árabes paganas de los Aws y los Jazrach, habían
abandonado sus antiguas costumbres y habían aceptado el mensaje de
Muhammad. Por lo demás, la tarea de Muhammad consistía tanto en
ejercer de árbitro en las disputas como en traer alguna estabilidad a la
ciudad. Eso significaba lidiar con los elementos paganos residuales
de los Aws y los Jazrach, tanto los beduinos como los establecidos en
la ciudad, donde se habían confederado con los clanes de judíos o
árabes judaizados. En una serie de pactos, aunque recogidos por Ibn
Ishaq como un único documento, el profeta Muhammad, sus segui
dores y los judíos acordaron un conjunto de obligaciones recíprocas
«en el nombre de Allah, el Compasivo, el Misericordioso». Forma
rían una única comunidad (umma), que excluiría a todos los demás
y que es de suponer apartaba a los elementos paganos, que, sin em
bargo, podrían unirse si aceptaban el mensaje del Profeta. Los ele
mentos judíos mantendrían su propia fe y propiedades, y disfmtarí-
an de la misma paz que todos los que creían en Dios y en el Ultimo
Día. Yazrib (como todavía se llamaba entonces) fue declarada encla
ve sagrado (haram) y se consideró que un par de fórmulas que se re
petían en varios de los pactos constituían el tema central de todos
ellos: «El mantenimiento de las promesas hechas elimina la trai
ción» y «Allah es (la garantía) de aquello que hay que evitar a toda
costa para que no se rompa el pacto y de aquello que es lo más ade
cuado para mantener lo que en esta hoja se contiene»7. Estos acuer
dos reflejaban claramente los valores tribales de la época en que vi
vía Muhammad. Su novedad residía en las circunstancias en las que
se estaban empleando, a saber, en el intento de forjar una comunidad
que fuese más allá de las relaciones de consanguineidad de la tribu,
sometiéndose al arbitraje final de Allah y su Profeta (nabi) Muham
mad. Porque según los términos de uno de los pactos, «si surgiese
cualquier disputa o controversia- susceptible de causar problemas,
ésta deberá remitirse a Allah y a Muhammad, el apóstol (rasul) de
7 R. B. S erjean t, «The sunnah jamVah, p a cts w ith th e Y athrib Jew s, an d th e tah rim o f
Yathrib: an aly sis and tran sla tio n o f th e d o cu m en ts c o m p rise d in th e so -c alled ‘C o n stitu tio n
of M ed in a’», Bulletin o f the School o f Oriental and African Studies 41 (1 97 8), pp. 1-42, e s
pecialm ente e n la s p p. 33 y 35.
33
AIlah. Allah acepta en este documento lo que esté más cerca de la
piedad y de la bondad»8.
Aunque las circunstancias a las que se enfrentaba Muhammad en
Medina eran nuevas, no obstante continuó predicando la esencia del
mensaje mequense que Allah le había ordenado llevar a todos: la uni
dad esencial de Dios, su poder y su guía sobre los cielos y la tierra y
todo lo que esté entre ellos, desde la creación hasta el juicio final.
Esto se repite a lo largo del periodo medinés, unido al continuo énfa
sis en la justicia social y económica (2:177). Además, Muhammad
mostraba su preocupación por los medineses que sólo de mala gana
aceptaban su liderazgo e incluso rechazaban su mensaje. El consuelo
en este caso le llegó en forma de una revelación (6:33-35), según la
cual no era él, Muhammad, a quien ellos repudiaban, sino a Allah, en
cuyas manos estaba su destino final.
Sin embargo, Ibn Ishaq llama la atención sobre una consecuencia
importante de la nueva situación. Muhammad en La Meca había ac
tuado como un misionero entre sus parientes paganos, y sólo se le ha
bía ordenado «que llamase a los hombres hacia Allah, que soportase los
insultos y que perdonase a los ignorantes». La situación medinense re
quería otras medidas para mantener intacta la comunidad musulmana
naciente y a salvo de la amenaza extema o el sabotaje interior. Ahora
se le pedía al Profeta que «se protegiese y pelease contra aquellos que
les querían hacer daño y les trataban mal»9. Según Ibn Ishaq, esto se re
flejó primero en el Libro, en donde se ha concedido permiso para ha
cer la guerra a quienes se les ha hecho daño... a aquellos que han sido
expulsados, sin derecho, de sus casas porque decían «Allah es nuestro
Señor» (22:40-41). Esto concernía, sobre todo, a los Qumisil de La i;
Meca, cuya constante y, a menudo, abiertamente hostil oposición fi
nalmente había llevado a Muhammad y a sus seguidores fuera de su
propia ciudad. En otra parte, el Libro compara su sufrimiento con el de
Moisés y su pueblo bajo la tiranía del Faraón egipcio (28:4-5).
Sin embargo, en estas circunstancias, iba surgiendo un aspecto de
una visión del mundo más general, donde el creyente, apoyado por
Allah, hacía frente al ingrato descreído (kafir) y al hipócrita (munafiq),
que sólo fingía adherencia a la verdad. Allah es el protector de los cre
yentes; él los lleva de las tinieblas a la luz. Y los descreídos tienen
como protectores a los ídolos, quienes los llevan de la luz a la oscuri
dad profunda; ellos serán los habitantes deljuego; y en él vivirán eter
namente (2:257). En comparación con el poder de Allah, el Único y ::
Omnipotente Dios, los ídolos ofrecían poca protección real a una so-
34
ciedad que estaba, se podría decir, sin Dios. T^i^bién se exhortaba a
los creyentes a luchar contra las fuerzas de la incredulidad, y los que
lo hacían cambiaban la vida de este mundo por la vida que vendrá;
porque aquellos que combaten en la senda de Allah, sean asesinados
o sean vencedores, recibirán luego una gran recompensa (4:74). El
combate no sólo tenía un sentido religioso, sino que también suponía
luchar con un sentido de justicia social a favor de los desposeídos y los
débiles (4:75). Además, aquellos que peleaban con sus bienes y sus vi
das eran mejores que los que permanecían en casa (4:95).
Desde el mismo momento en que estableció la comunidad en Me
dina (un hecho bastante distinto a liderar un movimiento en La Meca),
Muhammad se convirtió en el responsable de defenderla del asalto ex
temo y de la disensión y subversión internas. Si fuera necesario,
Muhammad llevaría la lucha al corazón mequense del paganismo. Los
ataques intermitentes, las escaramuzas y las batallas ocasionales en los
años siguientes entre los partidarios de Muhammad, los muhayirun y
los ansar, y los mequenses, coaligados con sus aliados medinenses,
constituyeron las experiencias formativas de la naciente comunidad
musulmana. La virtud de esta empresa, moldeada tanto por el encuen
tro histórico como por el mandato divino, se vio finalmente confirma
da por su triunfo.
Xbn Ishaq narra la firma de un armisticio en el año 6 de la hégira
(628 d.C.), que terminaba con las hostilidades entre los Quraish de La
Meca y la comunidad del Profeta. Este acontecimiento se conoce
como el Día de Hudaibiyya. Fue un ardid que salvó la cara a todos los
interesados. Los mequenses estaban agotados tras la prolongada lu
cha contra Muhammad. En un gesto diplomático, el Profeta no hizo
uso de su título de Enviado de Allah en el documento del pacto, y es
tuvo de acuerdo en retrasar la realización de la peregrinación a La
Meca hasta el año siguiente, de modo que no se pudiera decir que los
musulmanes habían humillado a los mequenses entrando por la fuer
za en su ciudad. Sin embargo, al ceder, el Profeta había de hecho ase
gurado la capitulación de sus enemigos más acérrimos, y en el año 8
de la hégira (630 d.C.) tuvo lugar la ocupación musulmana de La
Meca. Ibn Ishaq describe el fin de La Meca pagana, marcado por la
destrucción de los ídolos de la Ka‘ba. En esta ocasión, Muhammad
recitó el verso coránico la verdad ha llegado y la falsedad se ha disi
pado (17:82).
Dos años más tarde, durante la época de la peregrinación del año
10/632, Muhammad dirigió su ultimo discurso público a su comuni
dad, concluyendo con estas palabras: «Sabed que todos los musul
manes son hermanos entre sí y que hoy sois una sola hermandad. No
es lícito que alguno de vosotros tome algo que pertenece a su herma
no, a menos que éste esté dispuesto a dárselo voluntariamente. Así
35
que, jnó os hagáis daño a vosotros mismos!»101. Semanas más tarde, tras .
una breve enfermedad, el Profeta murió en Medina. Su tumba, en la ciu
dad que él hizo suya, es visitada por los peregrinos hasta el día de hoy. ;
E l P rofeta en la T r a d ic ió n
10 íbiclem, p. 651.
11 Ibidem, p. 683.
36
Por otro lado, esto no significaba que no hubiese expresiones vá
lidas de veneración al Profeta. Éstas se fueron incrementando poco
a poco en las generaciones que siguieron a su muerte, llegando a for
mar parte de la memoria viva de la comunidad sobre el Profeta. Ibn
Ishaq cuenta, por ejemplo, que incluso antes de que se le llamase a
la misión profética, Muhammad había sentido ciertas indicaciones
sobre su inmanencia, como cuando las piedras y los árboles se diri
gieron a él como Profeta durante sus solitarias vigilias en el monte
Hira. De hecho, se dice que el futuro papel de Muhammad se anun
ció mediante numerosos signos, incluyendo a su madre Amina, que
escuchó una voz que le decía que llevaba en su seno al señor de su
pueblo. Las primeras líneas de la azora 94, ¿No te hemos abierto el
pecho y hemos separado el fardo que agobiaba tu dorso?, se inter
pretan como una alusión a un incidente en el que, siendo niño,
Muhammad fue asaltado por dos hombres vestidos de blanco, o án
geles, quienes abrieron su pecho y limpiaron su corazón con nieve,
como un ritual de purificación simbólica que preparaba al joven
Muhammad para su misión12. Además, la tradición relata que los ra
binos judíos y los monjes cristianos conocían previamente, por me
dio de sus Escrituras, que surgiría un profeta de entre los mequenses.
Incluso los adivinos paganos, que habían recibido la visita de espíri
tus que traían consigo detalles de la nueva y que, por tanto, tenían
conocimiento previo sobre el evento venidero, no lograron que las
gentes les creyeran hasta que llegó el momento.
Uno de los ejemplos más conmovedores de la tradición actuando
al servicio del Libro es la interpretación del versículo: Loado sea
quien hizo viajar a su siervo, por la noche, desde la Sagrada Mezqui
ta hasta la mezquita más remota, cuyo recinto bendijimos, para mos
trarle parte de nuestras aleyas (17:1).
Se dice que esto se refiere al viaje nocturno del Profeta en compa
ñía del ángel Gabriel, desde la Ka‘ba en La Meca hasta el templo en
Jerusalén, en donde rezó con un grupo de los primeros profetas de
Dios, fallecidos hacía ya tiempo. Desde allí, Muhammad ascendió al
cielo ante la presencia del Señor, en donde se instituyeron explícita
mente las cinco oraciones diarias (que todavía continúan hoy). Sur
gieron diferentes opiniones entre los propios Compañeros del Profeta
y entre las- generaciones posteriores de pensadores musulmanes res
pecto a la.verdadera naturaleza de esta experiencia. ¿Fue un viaje cor-- —
póreo o uno espiritual?, y si fue el segundó, ¿se trató de" un sueño o
fue el alma o espíritu del Profeta el que se había desplazado, a modo
del viaje después de la muerte? Ibn Ishaq, quien no dudaba de la au
37
tenticidad de la experiencia, relata que los mequenses de mentalidad >
realista y escéptica rechazaron esta pretensión como absurda, ¡porque
todo el mundo sabía que el viaje de ida y vuelta por caravana desde La
Meca a Jerusalén duraba dos meses! Incluso algunos de los partidarios :•
de Muhammad perdieron la fe, aunque sólo fuese temporalmente, tras ¡
escuchar esta historia13. Sin embargo, muchos aceptaron este hecho
como un suceso milagroso. La gran importancia que la tradición otor- ;
ga al viaje nocturno y a la ascensión (al-mi‘rach) evidencia la perfec-
ción espiritual de Muhammad como verdadero Profeta de Dios.
El retrato del Profeta Muhammad es polifacético, las partes son *
más grandes que el todo, pero, en resumen, ha proporcionado a los
musulmanes un modelo ejemplar a reverenciar, venerar e intentar
emular en sus propias vidas, tanto en su dimensión sociopolítica más
mundana, como en sus dimensiones espirituales. Por tanto, la tradi
ción no sólo se detuvo en la biografía del Profeta reflejada en el Li
bro, sino que también recogió cada aspecto de su vida que pudo re
cuperarse de la memoria colectiva de la comunidad. Como tendremos y
ocasión de considerar más tarde, gracias a estos esfuerzos se conser- y
vó la sunna del Profeta, es decir, sus prácticas y procedimientos tan
to de palabra como de acción, que se convirtieron junto con el Libro
en la fuente principal de la ley religiosa del islam.
Este proceso de elaboración de la vida del Profeta a partir del fun
damento del Corán pone de manifiesto, sin duda, el importante papel vi
del Libro en la fe islámica. Las revelaciones que Muhammad siguió
recibiendo durante aproximadamente 20 años fueron de tal importan
cia que, según la explicación tradicional, se recogieron poco después y
de su muerte y se escribieron tal como recoge hoy el Corán.
La palabra d e A llah
38
como aforístico,, constituyendo una. colección de aseveraciones,que
expresan la sabiduría y voluntad dé Allah.
La Escritura, originalmente, significa «algo escrito» (del latín scrip-
tus). Cuando el término se aplica al Corán, se pierde un rasgo impor
tante de su naturaleza, es decir, su carácter predominantemente oral. La
misma palabra Qur’an significa «recitación» y lo que los musulmanes
consideran como el milagro duradero de su belleza es el resultado, en
parte, de la experiencia de escuchar la palabra de Dios recitada por la
voz humana. La tradición señala que el Profeta decía a su comunidad
que ellos debían «embellecer el Corán con sus voces, pues la voz bella
aumenta la belleza del Corán»14. La recitación del texto sagrado es un
arte, .al igual que los diseños caligráficos que adornan las mezquitas y
que se derivan de dicho texto. La recitación del Corán durante la ora
ción, de acuerdo a otro dicho del Profeta, es incluso «mucho mejor que
el ayuno, el cual constituye una protección contra el Infierno»15.
El Libro vive oralmente en la rutina diaria de los musulmanes hasta
hoy en día. Partes del Corán se incluyen en las oraciones diarias. Du
rante el ayuno ritual del Ramadán, por la noche, en las mezquitas, se re -.
cita una sección del Libro durante cada uno de los treinta días del mes.
Cada acontecimiento festivo o formal, como firmar un contrato matri
monial o dar el pésame a la familia de un fallecido, está acompañado por
la recitación de pasajes del Corán. Se susurran palabras del texto sagra
do al oído de una criatura recién nacida y en el momento de la muerte
de una persona. Algunas de las azoras más cortas se recitan en aconte
cimientos especiales: la número 112, que describe a Allah en su incom
parable Unicidad eterna, se utiliza en rezos y letanías de alabanza, y se
dice que Muhammad la describió como el equivalente a un tercio de la
totalidad del Corán; la 113 y la 114 se recitan para.protegerse del mal;
los versículos finales de la segunda azora forman una oración solicitan
do perdón, mientras que el famoso «versículo del trono», que comien
za, «Allah, no hay Dios, sino Él, el Viviente, el Eterno» (2:255), puede
ser recitado a la hora de ir a dormir para que así un guardián celestial
permanezca con el que duerme hasta el amanecer.
E l S eñor d e la C r e a c ió n
14 Wali al-Din Muhammad ibn ‘Abdallah al-Jatib aLTabrizi, Mishkat cd-masabih, trad,
de J. Robson, Lahore, Muhammad Ashraf, reed., 1990,1, p. 465.
13 Ibidem, I, p. 458.
39
flexionar, ya que se dice que contiene, de forma condensada, los prin
cipios fundamentales expresados en todo el Corán. Lo que sigue es
una interpretación de sus siete versos realizada por el ya fallecido
Mohamed Asad: 1
40
versículos en el Corán terminan con un par rimado dé éstos nombres,
tal como al- ‘alim al-hakim, el Conocedor, el Sabio.
Estos atributos serían más tarde objeto de debate entre los sabios,
que se esforzaron en entender y explicar la naturaleza misma de Allah
y, por extensión, la naturaleza de las relaciones de la humanidad con Él.
Según el Libro, Él es, en aparente paradoja, completamente trascen
dente y al mismo tiempo está tan cerca de cada una de sus criaturas
como su propia vena yugular. Él es el más misericordioso y compasi
vo (expresión con la que todas menos una de las azoras comienzan).
No obstante, puede ser severo en su justo castigo. Él guía a quien quie
re y extravía a quien desea. Con todo, dejará a una persona hacer lo que
él o ella misma haya escogido. O más explícitamente, Allah no altera
la condición del hombre a menos que ellos cambien su propio interior.
Cuando Allah desea que la gente sufra el mal, no hay nada que pueda
evitarlo (13:11). Se podría decir que el Corán no revela a Allah, sino
más bien su voluntad para toda la creación. Este problema ocupará
nuestra atención más adelante. Es suficiente apuntar aquí que todos es
tos atributos se funden en la omnipotencia majestuosa de Allah, enten
dida como una propiedad en la que están incluidas una justicia y una
misericordia infinitas. Esta cualidad de «omnicidad» es la que diferen
cia de forma más radical al Allah del Profeta de las otras deidades del
panteón pagano, incluyendo su «Alto Dios».
S eñor de la H is t o r ia
41
De una forma general, no hay distinción entre un profeta y otro, ya
que cada uno ha reconocido sólo a Allah y se ha sometido únicamente i
a él. La palabra empleada en este contexto ya nos es familiar: los profe
tas eran todos muslimun, aquellos que se han sometido a Allah (2:136). '
Esto quiere decir que protagonistas bíblicos como Moisés o Jesús ocu
paron un lugar junto a otros como Hud, el legendario profeta enviado a )
su pueblo ‘Ad, y Salih, que se apareció al pueblo histórico de Tamud, fi
guras ambas procedentes de la tradición indígena árabe. En esta visión vi
coránica de la historia monoteísta, la misión profética de Muhammad no
era simplemente la continuación de la tradición religiosa judía y cristia- í
na, sino la culminación de todas las revelaciones anteriores de Allah.;
Esto podría implicar que el mensaje de Muhammad se limitaba a con
firmar todas esas revelaciones previas.
Sin embargo, en el Corán se describe a Muhammad como el Sello ?
de los profetas (33:40), lo que la tradición ha interpretado como el úl-;
timo de los enviados. Visto desde esta óptica, tal vez se entienda me-
jor el Corán si se le ve como un espejo del ambiente religioso popular
existente en la época en la Arabia central occidental, ambiente que
comprendía una amalgama de «pequeñas» tradiciones, una especie de
conjunto común de creencias y prácticas paganas y judeo-cristianas,
muchas de las cuales probablemente rayaban en lo heterodoxo. Por
ejemplo, tanto judíos como cristianos son criticados por algunas de
sus creencias. Los primeros, por afirmar que ‘Uzair (Esdras) es el hijo
de Dios (9:30) y, los segundos, por su convicción de que Jesús y Ma
ría son deidades (5:116). Estas ideas no ortodoxas quizá formaban
parte del conjunto de nociones populares asociadas a esas religiones
en los tiempos de Muhammad. Esa época es descrita en la tradición is
lámica como la «edad de la ignorancia» (al-yahiliyya). Este término
aparece en el Corán no referido a un tiempo pasado, sino más bien a
un estado psicológico dinámico sometido al desafío de la nueva fuer
za moral del mensaje de Muhammad. Esta idea se refleja en el si
guiente versículo: mientras que aquellos que se inclinan a negar la
verdad albergan un pertinaz desdén en sus corazones —elpertinaz des
dén [nacido] de la ignorancia (al-y ahiliyya)—Allah otorgó desde arri
ba su [regalo de] paz interior sobre su apóstol y sobre los creyentes y
les dirigió hacia el espíritu de la conciencia de Dios {48:26).
Este pertinaz desdén podía ser atribuido por igual á judíos, cristia
nos y paganos. A partir de la evidencia del Corán, se desarrolló más
tarde en la tradición islámica la idea de que, tras la muerte de sus pro
fetas fundadores, tanto los judíos como los cristianos permitieron que
sus escrituras fueran alteradas y, por tanto, distorsionadas, viéndose
así corrompida la revelación original. Cada comunidad se consideraba
a sí misma la poseedora exclusiva de la palabra de Dios. Y así: Y [tan
to] los judíos como los cristianos dicen «Nosotros somos los hijés$0-
42
AUah y sus amados» (5:20). O los cristianos dicen, «El Cristo (al-ma-
sih = el Mesías) es el hijo de Allah» (9:30). Por otra parte, tanto los
judíos como los cristianos reclamaban exclusivamente para ellos mis
mos la gracia de la salvación otorgada por Dios y la entrada privile
giada en el Paraíso (2:111). Es más, cada grupo, citando sus respecti
vas Escrituras, acusaba al otro de verdades falseadas (2:113). Por esto
se advirtió y se aconsejó a Muhammad: nunca estarán los judíos, ni
tampoco los cristianos satisfechos de ti, a menos que sigas sus propios
credos. Di: «Contemplad, la guía de Allah es la única guía verdade
ra» (2:120). Las puertas del Paraíso se abrirían sólo a aquellos que re
conocieran esta simple proposición.
S eñor del J u ic io
43
una forma más pura y desviadas de la autoridad de la sunna tribal ha
cia el nuevo orden moral bajo la guía y dominio soberano de Allah.
Tomemos como ejemplo la virtud de la generosidad. Como un
acto de caballerosidad, los árabes la consideraban prueba de nobleza
genuina. Cuanto más extravagante e impulsivo era el acto, tanto más
se veía realzado el honor propio. El poeta Zuhair había expresado esta
idea con sencillez: «Quien haga de la generosidad un escudo para su
honor hará que el honor crezca. Pero quien no se proteja de la culpa,
será culpado»18. Por otro lado, el Corán condenaba todos los actos
que se originaban en la vanagloria y el orgullo:
18 Ibidem, p. 76.
44
origen a una lucha de la que surgen las tensiones necesarias para la
acción creativa de la humanidad.
Cuando Allah expresó su intención de colocar a la humanidad en la
tierra como su vicegerente, los ángeles en su consternación predijeron
que eso sólo traería corrupción y derramamiento de sangre (2:30). Su
predicción pareció cumplirse cuando Adán sucumbió a la tentación de
Satán (Iblis) y desobedeció la orden de Allah de no comer el fruto del
árbol de la vida eterna (2:35 y 20:120). Una vez que Adán se arrepintió
sinceramente de su acto, Allah le perdonó. En la tradición islámica, a di
ferencia de la cristiana, el género humano a partir de ahí no cargó con el
peso del pecado original, necesitando por ello un salvador para redimir
lo. Dejada a sus propias fuerzas, la humanidad vacilaría y, sin señales
que-la guiasen, perdería su camino. Y de ahí que las últimas palabras de
Allah a Adán, antes de que éste se instalara en su morada en la tierra,
fueran que, a pesar de su destierro, habría de llegar una revelación pro
cedente de Mí. Y aquellos que sigan mi guía no necesitarán temer ni
tampoco afligirse, pero aquellos que me sean infieles y nieguen nuestras
alejas están destinados al fuego y allí habrán de morar (2:38-39).
Por consiguiente, el mundo está poblado por dos grupos de perso
nas: los que creen (mu’min) en Allah y siguen su guía, y los que en su
ingratitud lo rechazan (kafir). El es quien os ha creado: y entre nosotros
están aquellos que niegan esta verdad (kafir), y aquellos que creen
(mu’min) [en él]. Y Allah ve todo lo que hacéis (64:2). A pesar de que
Allah aseguró su guía a Adán, reiterándola a lo largo de la historia a tra
vés de sus profetas, siempre estuvo funcionando una fuerza poderosa
que intentaba subvertir la capacidad del hombre para discernir entre el
bien y el mal. Esta fuerza es la astuta seducción de Satán, el único án
gel entre la hueste celestial que se negó a reconocer la superioridad de
Adán y a postrarse ante él (2:34). ¿De qué modo era Adán superior a
su tentador? Satán cumple su papel de seductor de forma natural, ya
que es el que el creador le ha asignado en el esquema de las cosas. Por
otro lado, el hombre tiene que seguir su naturaleza, que es la de acep
tar la soberanía de Allah y la sabiduría de su guía. Aceptar lo contrario,
en último término, es actuar injustamente contra uno mismo (7:33). Por
tanto, la responsabilidad moral y la aceptación de las consecuencias de
los propios actos pertenecería cada individuo. La meta final para cada
uno será la recompensa del Paraíso o el castigo del fuego; las poten
cialidades y las penalidades ofrecidas son igualmente inmensas.
R it u a l e s , e x h o r t a c io n e s y m a n d a t o s
45
la fe y en las expresiones de la identidad comunal. Las instrucciones
para cada uno de estos denominados «pilares» del islam no son muy
detalladas en el Corán. Las instituciones de la oración y de la limosna
a veces aparecen juntas en el mismo contexto (13:22; 9:54). Se pres
cribe el ayuno a los creyentes para que «puedan permanecer cons
cientes de Dios» y ese ayuno se asocia al mes de ramadán, el periodo
en el que se cree que el Corán fue revelado por vez primera (2:183-
184). El creyente deberá realizar la peregrinación a La Meca, pero si
por alguna razón le resultase imposible hacerla, puede ofrecer en su
lugar otro acto de adoración, tal como ayunar o dar limosnas, cuyo ob
jeto es una vez más «la conciencia de Dios» (2:196). Cada uno de es
tos cuatro rituales está subsumido bajo el pilar principal o emblema de
la fe llamado shahada, el testimonio de que No hay Dios sino Alláh y
Muhammad es el Enviado de Allah (49:19; 48:29). Estas frases resu
men el acontecimiento profético-revelatorio del islam, y los rituales
mismos derivan de él su significado esencial, al ser la ejecución de ac
tos obedientes de servicio ( ‘ibada) y adoración al Dios Único.
El Corán es principalmente un texto de principios y exhortaciones
religiosas y morales que contienen la voluntad de Allah y no puede ser
descrito como un compendio de leyes. Sin embargo, hay en él manda
tos de naturaleza legal, muchos de los cuales reflejan el periodo en
Medina durante el cual Muhammad construyó una comunidad basada
en la religión. Por ejemplo, en cuestiones de interés dietético, a los
creyentes se les ordena comer y beber lo que es lícito y bueno en la
tierra (2:168; 16:114), incluyendo la comida permitida a los judíos
(3:93) y a los cristianos. Se aleccionó al Profeta para que divulgase las
excepciones: No encuentro en lo que se me ha revelado nada que esté
prohibido para el comensal que lo come, a menos que sea carroña, o
sangre coagulada o carne de cerdo, porque esto es nauseabundo o
una ofrenda pecaminosa sobre la que cualquier nombre salvo el de
Allah ha sido invocado (6:145; también 5:3). Las bebidas embriagan
tes (tratadas junto a los juegos de azar) fueron considerada^, al menos
en un principio, simplemente como más dañinas que beneficiosas,
pero más tarde fueron condenadas como obra del diablo, quien busca
ba sembrar el rencor y la enemistad en la comunidad, para alejarla de
la oración y del recuerdo de Allah (5:90-91). Se presta atención a los
asuntos de negocios al tratar la prohibición de la usura y el registro de
las transacciones comerciales para.evitar.luego la confusión y los ma
los entendidos: En el Corán se reconócela existenciade la institución
de la esclavitud, aunque a la vez se urge a los creyentes a que por su
fe en Allah y en el Último Día creen las condiciones para su desapari
ción. La piedad verdadera supone el cuidado de los desamparados de
la sociedad, lo que implica liberar a los seres humanos de la servi
dumbre (2:177; también 24:33). Finalmente, una serie de pasajes tra-
46
tan el área general del derecho familiar, que incluye asuntos como el
matrimonió, el divorcio y la herencia. Como estos y;otros temas sus
citan interrogantes que requieren un tratamiento más completo, serán
abordados posteriormente.
El Libro comprende la voluntad y los mandamientos de Allah,
tanto en la letra como en el espíritu, aunque no siempre se puede dis
tinguir fácilmente la una del otro. Por ejemplo, la pena por el acto de
robar no puede ser más clara: para el hombre que roba o para la mu
jer que roba, cortad la mano de cualquiera de ellos en recompensa
de ¡o que adquirieron, como castigo de Allah, porque Allah es pode
roso, sabio (5:38). Aun siendo la letra de este mandamiento tan diá
fana, no deja de plantearse la pregunta: ¿qué hizo la tradición de este
mandato cuando los sabios se pusieron a ponderar cuál era su signi
ficado exacto o a pensar en cuáles eran sus implicaciones si se tenía -
en cuenta el espíritu del texto como un todo? Otro conocido ejemplo
textual es la cuestión de la poligamia. En el Corán se permite a los
hombres tomar hasta cuatro esposas. La letra de la ley es simple, pero
su espíritu subyacente matiza este permiso, es decir, que si tienes al
guna razón para temer que no puedas quizá tratarlas con iguaLjus-—
ticia, entonces [sólo] una... (4:3). Después, en la misma azora sigue
el versículo: Y no estará en tu poder tratar a tus esposas con igual
justicia, por más que así lo desees (4:129). ¿Por qué en este caso la
letra prevaleció en la práctica por encima del espíritu? Esta y otras
cuestiones serán tratadas más tardé.
Como las demás, la tradición religiosa islámica supone la acepta
ción por parte de la comunidad de una autoridad revelada por la divi
nidad. Es un intento por parte de los creyentes de situarse ante el To
dopoderoso para comprender y, finalmente, soportar la carga de sus, a
veces, insondables demandas. Por definición, la tradición es un proce- _
so acumulativo y colaborativo. Un incalculable número de individuos
contribuyeron al proceso de dar significado a la vida del creyente den
tro de la comunidad y a la de la comunidad dentro del mundo. La his
toria de esta empresa será narrada en los siguientes capítulos.
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47
LA FORMACIÓN DE LA TRADICIÓN
La c o m u n id a d h a c ia e l e s t e y e l o e s t e
1 España y Portugal modernas. Esta región en tiempos islámicos medievales era co
nocida como al-Andalus, término utilizado a lo largo de este libro a la hora de hacer refe
rencia a la presencia musulmana en la Península.
49
dalias y perfumados con almizcle y ámbar gris, los árabes dieron la
impresión a"sus anfitriones chinos de que eran mujeres. Un relato chi
no sobre estos encuentros narra el comportamiento arrogante de los
musulmanes al rehusar postrarse ante el emperador, un gesto de sumi
sión que los musulmanes sólo podían realizar ante Allah. Aparte de al
gún enclave de comerciantes musulmanes árabes y persas en territorio
chino, no surgió una comunidad musulmana china nativa hasta mu
chos siglos más tarde. Por el momento, no obstante, por muy ricos que
fuesen los contactos e intercambios en estas primeras décadas entre
los musulmanes y las distintas comunidades étnico-religiosas a lo lar
go y ancho de Oriente Medio y el norte de África, la Gran Muralla chi
na en el Extremo Oriente permaneció como algo más que una mera
barrera física que impedía la entrada del nuevo orden musulmán.
La tradición islámica empezó a echar sus propias raíces en la fértil
tierra suministrada por la cultura de estas regiones durante el periodo
de rápida expansión hacia el norte, este y oeste de la península Arábi
ga. La tradición constituyó una respuesta compleja a una serie de de
safíos interrelacionados. El más destacado, en un estricto sentido reli
gioso, fue el desafio del acontecimiento profé tico-revelatorio. ¿Qué
significaba en detalle el mensaje revelado por la divinidad y la vida de
su Mensajero, y de qué modo cada una de estas dos fuentes (el Corán
y la vida del Profeta) era relevante para las preocupaciones diarias de
la nueva comunidad? Éstas fueron preguntas en las que hubo que in
vertir mucho tiempo y un gran esfuerzo para poder darles respuesta.
En este proceso, las preguntas y el debate, planteados de manera
concertada y deliberada, contribuyeron en gran medida al creci
miento de la tradición. También lo hizo la disensión violenta. Por
tanto, no sorprende que la tradición refleje las corrientes y contraco
rrientes de una miríada de puntos de vista que fueron utilizados en
su elaboración. Además, la tradición reflejó el desafío al que la co
munidad se enfrentó en su continuo revivir el acontecimiento funda
dor. Es decir, la comunidad siguió reinterpretando dicho aconteci
miento desde diferentes perspectivas, en circunstancias históricas
cambiantes y en diferentes escenarios culturales. Así que, mientras
que puede decirse que el acontecimiento profético-revelatorio mis
mo transformó tanto la historia como las vidas de las generaciones
de musulmanes, al mismo tiempo, la tradición emergente estaba
siendo moldeqdajpor el impacto de la historia sobre la comunidad.
En este capítulo sólo se puede pintar un cuadro más bien impre
sionista de esta elaboración de la tradición. Á pesar del esfuerzo re
ciente dedicado a las cüestÍdñes“sób're lós“origéhes y el desarrollo tem
prano de los fenómenos complejos que constituyen la tradición, los
estudios modernos todavía se encuentran muy lejos de haber logrado
un consenso en el «cómo», «cuándo», «dónde» y «por qué» esa tradi-f
50..
cíqii se desarrolló como lo hizo. Probablemente nunca sabremos con
un gradó de certeza adecuado los detalles de lo que «Verdaderamente
sucedió» durante, digamos, el primer siglo islámico. Esto no ha impe
dido a los más aventureros de espíritu adentrarse, cautelosa o impru
dentemente, en el campo lleno de minas con el que se puede compa
rar el conjunto de las fuentes árabes que se refieren a este periodo.
Pocos de los que se han aventurado en él han salido totalmente ilesos.
Mientras que esa aventura es muy tentadora para los especialistas, no
se puede esperar que el lector interesado no especializado comparta
ese entusiasmo aparentemente suicida de los expertos2. Por tanto, en
la historia que sigue se indicarán tan sólo algunos de los hitos más im
portantes del periodo que estamos considerando, que abarca los dos o
tres primeros siglos de existencia de la comunidad. Esto se realizará,
hay que decirlo, desde la seguridad de las trincheras y no adentrándo
se otra vez en el campo minado.
A las dos primeras «generaciones» o clases de musulmanes se las
recuerda en la tradición por su relación con el Profeta. Los Compañe
ros del Profeta (sahaba) fueron los hombres y las mujeres que vivieron,
trabajaron y lucharon junto a él durante su vida. Éstos incluían a aqué
llos que lideraron la comunidad tras su muerte. Abu Bakr fue el primer
califa o sucesor de Muhammad, y le siguieron ‘Umar, ‘Uzmán y des
pués ‘Ali. Esta generación de líderes dirigió (en los años 10-41/632-
661) la primera etapa de la expansión musulmana en regiones muy ale
jadas de la península Arábiga, si bien en muchos lugares el dominio
árabe no estaría firmemente consolidado hasta décadas más tarde. En
las principales obras históricas musulmanas, a estos líderes se les de
nomina los Califas Rectamente Guiados (aUjulafa’ al-rashidun), un
término que sugería no sólo un liderazgo modélico en cuanto ajusticia
y prudencia, sino también una comunidad modélica viviendo en una
Edad de Oro. Y, sin embargo, esta generación de musulmanes fue tes
tigo no sólo de éxitos emocionantes, sino también de las primeras con
mociones traumáticas causadas por los conflictos y divisiones intemos.
A la. segunda «generación» se la denominó lógicamente los Suce
sores (tabVun) de los Compañeros del Profeta. La mayoría vivieron en
tre los años 81-107/700-725, y el más viejo murió incluso más tarde. A
partir de entonces, las sucesivas generaciones no recibieron ninguna
denominación especial de mérito, aunque los individuos que, hasta
nuestros días, afirman ser descendientes (ashraf) del Profeta han dis
frutado de una cierta dignidad dentro de sus comunidades locales. ~ '
.......Las tierras y los pueblos bajo dominio musulmán estaban a cargó
' der “califa, quien gobernaba por medio de cuadros políticos y rñilita-
51
res, y cuya tarea, por supuesto, incluía el control fiscal de esos tem^fjj
torios y de sus súbditos. Los detalles administrativos del dominio mu
sulmán, sin embargo, no forman parte de nuestro relato. Viene al caso
apuntar aquí que el curso del desarrollo de la tradición islámica fue
distinto al del judaismo y el cristianismo en un aspecto importante.
Los judíos habían recibido la Alianza de Dios mucho antes de expe
rimentar su realización en el reino terrenal de Israel, pero gran parte J
de las características esenciales de la tradición entraron a formar par- \
te del pensamiento judío después de la pérdida del poder terrenal; ,r
pérdida que entonces tuvo que ser explicada y racionalizada por los
rabinos. Por su parte, los cristianos habían luchado contra siglos de'•'!
poder imperial pagano hasta que el emperador Constantino se con
virtió a su fe y cambió la suerte de los cristianos en este mundo, pero
mucho de lo que caracteriza al pensamiento cristiano ya se había for- ¡
mado durante el largo periodo de impotencia política de la comuni
dad. Por lo que se refiere al islam, éste rápidamente pasó de ser una ;
diminuta comunidad en Arabia Central a convertirse en un imperio de :
alcance internacional, seguro de que su derecho a dominar procedía
de la divinidad. Desde el principio, se encargó a los musulmanes la ta^ ■
rea siguiente: Obedeced a Allah, y obedeced al Enviado y a todos
aquellos entre vosotros a los que se haya confiado la autoridad (4:59). /
Dado que las circunstancias históricas favorecieron esta empresa, la
experiencia de poder y dominio modeló gran parte de lo que se con
vertiría en característico de la tradición.
La b ú s q u e d a d e l c o n o c im ie n t o
52
.otros. Desde el siglo ii/vin en adelante, surgieron expertos en diferen
tes disciplinas relacionadas directamente con el Libro y con el Profe
ta. Estos expertos no sólo crearon ciencias auxiliares para apoyar sus
principales preocupaciones, sino que también contribuyeron colecti
vamente a elaborar la doctrina y la práctica islámicas. Al mismo tiem
po, hay qué hacer hincapié en que la producción intelectual de estos
siglos no se redujo a cuestiones religiosas. Numerosos sabios musul
manes formados en las ciencias religiosas también dedicaron sus vi
das a otra serie de disciplinas, como la filosofía, la medicina, la astro
nomía y las matemáticas. De hecho, su labor dio lugar a un importante
conjunto de conocimientos que Europa heredó gracias a las traduccio
nes latinas de esos tratados árabes que se llevaron a cabo a partir del
siglo v/xi.
Los motivos que se esconden tras este urgente deseo de acumular
conocimiento de naturaleza especialmente religiosa no son difíciles de
imaginar. Como se dice que afirmó un sabio eminente entre los Suce
sores, Abu Bakr ibn ‘Abd al-Rahman ibn al-Hariz (m. 93/712), el pro
pósito del conocimiento era obtener honor, fortalecer la fe propia y ga
narse el favor del califa gobernante para servirle. La motivación
individual también podía surgir de la propia revelación. En el Corán se
repetía incesantemente que el verdadero conocimiento era el conoci
miento religioso, que constituía en sí mismo una prueba de la fe: Allah
elevará a las jerarquías a aquellos entre vosotros que se atengan a la
fe y a aquellos a los que se les ha dado conocimiento (58:11). A todo
ello se añadía, desde un punto de vista más general y pragmático, que
"había que tomar en consideración las necesidades de la umma. En la
confrontación histórica de la nueva comunidad con las comunidades
que la habían precedido, las ya establecidas comunidades judías y
cristianas, el conocimiento por parte de los musulmanes de su propia
experiencia fundadora era esencial para confirmar la fe de la propia
comunidad, para hacer frente a la disensión interna vista como perju
dicial para el bienestar de la comunidad, y para ser capaces de recha
zar los desafíos procedentes del exterior. El contenido de ese conoci
miento era potencialmente muy vasto, aunque finito, al englobar,
como más tarde lo hizo, un amplio abanico de ciencias religiosas.
Hubo sabios que reunieron muy diversos conocimientos, pero muy
pocos fueron los que tenían dotes lo suficientemente excepcionales
como para que se les pudiese considerar expertos en casi todas las dis
ciplinas. En cualquier caso, tal como acabaron concluyendo los teólo
gos, nadie podía saber todo sobre Allah. De hecho, lo más importan
te, como ya hemos visto, era entender y luego obedecer la voluntad de
Allah. Para el musulmán seglar medio con cierta formación cultural y
posición social, se consideraba esencial una educación religiosa y una
instrucción que incluyeran al menos cierto, conocimiento del Libro y
53
i de la tradición. Los demás, las masas iletradas, al menos tenían acce¿“^ S f f - v
i so a la recitación del Corán y a los relatos de los narradores de h i s t o f h .
54
impartida, en un primer momento por un Compañero o un Sucesor,
árabes en su mayoría, pasó a ser con una frecuencia cada Vez mayor
una responsabilidad de los conversos al islam, un grupo creciente
que estaba deseoso de expandir el conocimiento que ellos mismos
habían adquirido hacía poco tiempo.
La r ih l a y l a p e r e g r in a c ió n
3 Al-Muwatta o f Imam Malik ibn Anas: The First Formulation o f Islamic Law, trad, de
A. Abdurraman Bewley, Londres, Kegan Paul International, 1989, p. 422.
___1 The.Ufe. o f Muhammad, cit., pp. .635. ss............................ ......... .........
55
profetas. Éstos no legaron ni ..diñares, ni dirhámes, sino eonocimiento,
así que aquel que lo recibe, obtiene una cantidad abundante5.
. 5 Sunan-Abi Da‘ud, edición recopilada por Muhammad Muhyi al-Din ‘Abd al-Hamid
Beirut, Dar Ihya’ al-Turath al-‘Arabi, s.f.), hadiz n.° 3641. El dinar y el dirham eran tipos
de moneda: el primero de oro y el-segundo de plata.
56
cías, qué dejaban su marca en la emergente cultura religiosa del is
lam, Se estaba produciendo un cambio notable en la sociedad musul
mana, pues ésta estaba pasando de consistir en un estrato conquista
dor de árabes, unidos por el islam, a convertirse en una sociedad de
musulmanes que utilizaban la lengua árabe y habían asumido ciertos
aspectos de la herencia árabe.
Otra importante institución, que sirvió como punto de intercambio
y diseminación del conocimiento, era la peregrinación anual al santua
rio sagrado de La Meca. El ulema mequense Ibn Yuraich (m. 150/767)
disfrutaba de una doble ventaja. Por un lado, recibía en su casa a estu
diosos procedentes de distintos lugares de los territorios islámicos y,
por otro lado, él mismo viajó al Yemen, donde enseñó a otros. En este
sentido, la función de la peregrinación no se ha alterado con el paso de
los siglos hasta el presente. Hacia finales del siglo primero, el conjun
to de los transmisores, salidos de casi todos los rincones de la comuni
dad musulmana en expansión, se había concentrado en varios grandes
centros regionales: Medina y La Meca, en Arabia Central; el Yemen,
Damasco y Homs, en Siria; Basora y Kufa, en Irak y en Egipto. En al-
Andalus, donde no había llegado ningún Compañero, este desarrollo
ocurrió, por tanto, en un periodo posterior.
La t r a d ic ió n ( h a d iz ) en la T r a d ic ió n
• . - - '« i g p ^ ■
6 El Muwattá' de Malik en la recensión de al-Shaibani, edit. de ‘Abd al-Wahhab ‘Abd
al-Latif, El Cairo, Al-Maktaba a3-‘Ilmiyya, 1979, hadices n.0 555, pp. 186, y 883, p, 314. —.
58
suelto el matrimonio de manera irrevocable. Antes de que la termino
logía legal se estableciese, el término hadiz se aplicaba por igual a los
dichos de los Compañeros, los Sucesores y los del mismo Profeta.
La segunda tradición es un ejemplo de lo que en terminología téc
nica se denominó un hadiz profètico (hadiz nabawi o hadiz al-nabi).
El d ic h o d iv in o
59
acabamos de describir Éstas recibieron el nombre de hadiz quds§
dicho divino! Era una declaración realizada por Allah y relatada ■$§
el Profeta, pero que no formaba parte del Libro. La mayoría no edf
importantes para cuestiones estrictamente legales o de credo;
bien tenían que ver con la vida espiritual del creyente y con cuál di
bía ser su relación con Allah. Tendían a ser de naturaleza didáctica^!
como de hecho eran numerosos hadices transmitidos por el Profetaci
sus Compañeros. Como fuente de inspiración para guiar la fe indivi-^
dual, los dichos divinos gozaron de un favor especial en la piedad|f
mística de los sufíes. Los dos ejemplos que damos a continuación, re ^
presentativos de este tipo de tradiciones y relacionados entre sí,
cen hincapié en la ilimitada misericordia de Allah: «El Mensajero d e i^
Allah dijo: Cuando Allah completó la creación, Él escribió en Su 1Í-,;Ó
bro que está con Él por encima del Trono: “De verdad, Mi compasión óf.
es superior a Mi ira”». El otro dicho es: «El Profeta afirmó: Allah
dice: “Los ángeles han intercedido, los profetas han intercedido y los,
creyentes han intercedido; ahora sólo queda que el Más Compasivo 'Ó;■■
de los compasivos interceda”». De este modo, el Corán, los dichos di
vinos y el hadiz profètico forman un continuum de revelación, en el
que no resulta fácil separar la autoridad divina de la profetica.
P r e d ic a d o r e s y n a r r a d o r e s d e h is t o r ia s
60
%as de un gran número de fuentes que incluían referencias coráni-
§¿;- material cristiano y judío utilizado tal cual o, por el contrario,
¿bnvirtiendo ese material, así como cuentos e historias preislámicas,
*K¿'-un lenguaje islámico. Es cierto que, de vez en cuando, a los qussas
lé e les acusó de, entre otras cosas, falta de conocimiento religioso
'r,apropiado y de rectitud moral, de ser miembros de grupos sectarios y,
én general, de dedicarse a prácticas consideradas innovadas (bid'a),
dado que se consideraba que la narración de historias no había sido
J prescrita en tiempos del Profeta y sus Compañeros. Muchas de estas
■ acusaciones eran verdaderas con respecto a algunos, pero no a todos
los narradores de historias. La repulsa de un ulema empujó a un na
rrador de historias a responder de un modo que también contenía una
pizca de verdad embarazosa. Un famoso jurista iraquí, Shu‘ba (m.
160/776), en cierta ocasión echó a un narrador de historias de su pre
sencia, diciendo: «¡No transmitimos tradiciones a los qussasl». A lo
; que el narrador de historias replicó: «¿Por qué no? Los ulemas apren
den de nosotros tradiciones del tamaño de la palma de una mano y las
estiran al tamaño de un cubito»8. A pesar de las críticas, los narrado
res de historias siguieron ejerciendo una función importante como
comunicadores públicos para audiencias de gente culta e inculta.
El objetivo de los qussas era infundir en sus audiencias un sentido
de admiración por la majestad de Allah y las bendiciones que les ha
bía conferido, así como despertar en ellos el deseo por sus prometidas
recompensas, todo ello por medio de la narración e interpretación de
las historias referentes a gentes piadosas de épocas anteriores. En este
sentido, fueron continuadores de una parte de la misión del Profeta
(4:64; 88:21; 51:55). Su labor era encomiable si llevaban a cabo esta
tarea con dignidad y con un objetivo serio en mente, pero si lo hacían
buscando un efecto teatral fácil, entonces sus actuaciones quedaban
expuestas a la censura. Además, de acuerdo con un sabio del siglo
vi/xm, sólo una persona culta ( ‘alim) podía realizar esta tarea de ma
nera apropiada, ya que su audiencia le podía interrogar sobre cualquier
materia relacionada con cuestiones religiosas. También era importan
te que poseyera un.temperamento ascético, porque tenía que dar buen
ejemplo al pueblo9. Está claro que no todos los narradores de historias
cumplían con estos requisitos. La probidad personal era una cualidad
esencial para todos los ulemas, porque los «errores de los sabios» po-
. dían-conducir a la confusión-y-al desorden. Un narrador de historias,
el converso cristiano Tamim al-Dari (m, aprox. 40/661), alertó sobre
61
este peligro, diciendo que «cuando un sabio ( ‘alim) comete un
ante su pueblo, éste le imitará, pero mientras que el primero p:
arrepentirse de su acción, los segundos continuarán siguiendo
mino pecaminoso por él iniciado»101. Se cuenta que el mismo
había aconsejado a un amigo que «tomase de su religión algo par;
mismo y le diese a ella algo de sí mismo, para que pudiese lograr"
en el culto lo que estuviese dentro de su capacidad»11. En este co:
jo personal parece esconderse una verdad más profunda sobre la
lidad histórica: una comunidad de individuos, en la que cada uno a
ta las nuevas regulaciones tal como él o ella las encuentra, a la vez i
incorporan a ellas su propio entendimiento y experiencia. Ambos
pecios fueron emergiendo lenta y sutilmente influenciados por el i
tercambio entre ellos.
S aber y p o l ít ic a - .3 Í
■
En las páginas precedentes hemos visto algunos de los factores
que dieron lugar a la formación de un amplio grupo de personas cul
tas, conocidas colectivamente como ulemas, quienes a lo largo de los
siglos fueron las responsables de la reproducción y la divulgación del
conocimiento religioso en la umma. En otras palabras, fueron los
transmisores y custodios de la memoria literaria de la cultura islámi
ca. Si al principio aparecen como un conjunto no estructurado y muy ■
diverso, es porque probablemente eso es lo que eran. No obstante,
desde el primer momento Ies unió un propósito común, a saber, sacar
a la luz los misterios escondidos en el acontecimiento profético-reve-
latorio. Más tarde, a medida que se iban formando áreas específicas ;
y diferenciadas de saber religioso, los ulemas en su conjunto se cons
tituyeron en un grupo social diferenciado. No representaban ni al es
tado ni a la sociedad, aunque sí estaban representados en ambas esfe
ras por distintos sectores.
Con el tiempo, los expertos en derecho acabaron por adquirir ma
yor status y riqueza que, por ejemplo, los lectores del Corán o los pre
dicadores de las mezquitas. Por otro lado, la misma profesión jurídica
también estaba estratificada desde el punto de vista social y económi
co. A pesar de esta evolución, la sociedad islámica nunca creó una je
rarquía clerical u oficio sacerdotal institucionalizado de ningún tipo.
No hay un paralelismo directo entre las autoridades religiosas-musub—
mañas y lös cargos dé obispo o rabino. Ajnenudo se ha.afirmado que
10 Ibidem, p. 117 inglés, p. 33 árabe (mi traducción). Tamim fue un convers© crispa^,
no de Hebrón,en Palestina, # ' '■
11 Ibidem, p. 134 inglés, p. 51 árabe (mi traducción). . _ . ... % V-1
62
la cultura islámica la. Iglesia y el Estado están unidos. Sin embargo,
^J|f$b nunca ha existido una institución como la Iglesia, era inútil in-
gffljtaruna distinción entre los dos. En el nivel personal, el estatus reli-
Sgjbso de un individuo dependía simplemente de que él o ella se mos-
vtrasen como buenos musulmanes, aún más si eran sabios, piadosos o
r ascéticos. El sentimiento de pertenecer a una comunidad, promovido y
^ alimentado por los ulemas, se convirtió en el lazo afectivo y efectivo
que unía entre sí a los individuos.
C o n f l ic t o y c is m a
-------------------------
- - • - i2 H. Enayat;MódérnlslamicPoíitical thought, Londres, Macmillan, 1982, p. 19.
63
ferencias de este grupo con la mayoría sunní es en la forma en que le
historiadores de simpatías shi‘íes abordan el periodo prefitna del cap;
fato. Por ejemplo, Abu al-'Abbas al-Ya'qubi (m. 284/897) aplica la pa
labra «califato» tan sólo al periodo en que gobernó ‘Ali, y describe sex
meramente los «días» de los tres gobernantes previos Abu Bakiv
‘Umar y ‘Uzman. Para los shi‘íes, sólo existe un Califa Rectamente;
Guiado. Con el tiempo, otro punto que separó a los sunníes de 1qs:
shi'íes fue la visión del pasado que cada uno tenía. Para los shi‘íes, las
generaciones más ejemplares de su historia fueron las de sus líderes^
los imames, los descendientes de ‘Ali, de los que la mayoría de los";
shi‘íes aceptaron doce. La línea se terminó al desaparecer el último
imam aproximadamente a finales del siglo in/ix. Por otro lado, los sun~;
níes veían a las generaciones de los Compañeros y Sucesores como los
«ancestros piadosos» (salaf) de memoria bendita.
Más radical todavía que los sunníes o los shi'íes era un grupo que,
primero, había estado entre los partidarios de ‘Ali y que más tarde
abandonó su campo cuando él aceptó someter a un árbitro su disputa
con M u‘awiya. Se les conoce en la historia del islam como jawarich;
o jariyíes, nombre que se convirtió prácticamente en sinónimo de re
belión contra la autoridad establecida. Una de sus doctrinas, a la vez
teológica y política, era que si una persona cometía un pecado grave
debía ser excluida de la comunidad; de ahí que ellos se consideraran
«pueblo del Paraíso» y vieran en todos los demás al «pueblo del In
fierno». Aunque su impacto inicial sobre el curso de los aconteci
mientos históricos se extinguió con el tiempo, algunas de sus ideas y
actitudes nunca han perdido totalmente su atractivo. Los grupos islá:
micos a los que medios de comunicación occidentales son tan aficio
nados a etiquetar indiscriminadamente como «fundamentalistas» po
drían remontar parte de sus doctrinas a los antiguos jariyíes.
En cualquier caso, cada grupo que surgió del conflicto entre ‘Ali
y Mu'awiya encontró partidarios y detractores entre dós ulemas, y
dentro de cada grupo también había una amplia gama de opiniones,
que iban desde la moderación en ciertas cuestiones al radicalismo en
otras. Cada facción podía encontrar consuelo en el dicho atribuido al
Profeta según el cual. su comunidad nunca se pondría de acuerdo en
un error, creyendo que éste se refería exclusivamente a su propio gru
po. No obstante, la mayoría sunní se apoyó en otra tradición atribui
da al Profeta para dejar claro que el suyo era el camino correcto, a sa
ber, el dicho en el que el Enviado de Allah vaticinó que su pueblo se
dividiría en setenta y dos sectas; solamente-una, entendida como re-'
ferida a los sunníes, lograría la salvación.
Por consiguiente, los ulemas sunníes, que habían solicitado y acep
tado con agrado la protección política de los califas y al mismo tiem
po se habían resistido a cualquier intento de abierto control o manipu
64
lación, se dedicaron, en las décadas que siguieron a la fitna del 40/661,
a precisar quiénes pertenecían a la comunidad y cómo debían condu
cirse sus miembros, incluyendo a los califas mismos.
El p a r a d i g m a p r o f é t ic o y e l in n o v a d o r
65
directa que el Profeta brindó durante su vida y al recuerdo que la co
munidad guardó de éí tras sii muerte. Fue el trabajo de las primeras ge
neraciones de ulemas el que lentamente llenó de contenido esta noción
general, a medida que iba cuajando la tradición.
No obstante, no fue hasta finales del siglo primero cuando los
jueces, además del uso continuo del ra’y, empezaron a introducir en
sus decisiones la sunna, del Profeta, apoyada ahora en algunos de
los hadices disponibles de los que se podía deducir alguna cuestión
legal. Al cabo de otra generación, como mucho dos, los ulemas ha
bían conseguido con más o menos éxito limitar el significado de la
sunna a la conducta normativa del Profeta. Por supuesto, la sunna
profetica, como se la definió más tarde, también contenía material
procedente del periodo de sus Compañeros y Sucesores. Para en
tonces, el hadiz y la sunna se habían convertido, como términos téc
nicos, prácticamente en sinónimos, designando el primero a la for
ma literaria que servía de vehículo o transmisor de un ejemplo de la
conducta del Profeta. A pesar de este desarrollo, las tradiciones de
los Compañeros y Sucesores (azar) continuaron desempeñando un
papel importante, aunque secundario, frente a las tradiciones acep
tadas como hadices proféticos auténticos. No obstante, el análisis
detallado de esta etapa de desarrollo global es todavía objeto de mu
chos debates.
La adhesión a la sunna, en el sentido de precedente profètico, de
finía la pertenencia completa de un individuo a la comunidad sunní
mayoritaria. El creyente común podía llevar a cabo sus actividades
cotidianas cumpliendo los rituales requeridos por la fe, sin tener ne
cesidad de poseer un conocimiento detallado del contenido de la sun
na. Pocos prestaban atención a los errores ocasionales. Siendo realis
tas, sólo los ulemas como grupo tenían acceso al contenido total de la
sunna. Sin embargo, la reputación de un musulmán podía ser puesta
a prueba duramente, si alguien creía que su conducta pública en cues
tiones de culto, creencias o costumbres establecidas carecía del nece
sario precedente profètico. Si éste era el caso, este comportamiento se
juzgaba como una innovación o bid‘a.
Comenzaron a aparecer libros sobre la bid‘a. El primer ejemplo
existente de este género fue recopilado por Muhammad ibn Waddah
al-Qurtubi (m. 287/900), descendiente de un no árabe que había sido
comprado como esclavo y luego manumitido por su amo a! haberse
convertido al islam14. Nacido en la ciudad de Córdoba, en al-Anda-
14 Este párrafo y los siguientes se basan en la ed., estudio y trad. de la obrí| d elbn/
Waddah, Kitab al-bida' (Tratado contra ¡as innovaciones), por M. I. Fierro Madrid; CJilCg:
1988. Véase de la misma autora, «Los tratados contra las innovaciones (kutub al-biÉak)»;:
Der Islam 69/2 (1992), ppp. 204-246........... .......... " ' , :T
66
lus, íbn Waddah viajó a Oriente en dos ocasiones, visitando La Meca
y Medina, así como las ciudades más importantes de Egipto, Siria,
Palestina e Irak. Su vida coincidió con el periodo en que las tradicio
nes proféticas fueron sometidas a escrutinio para comprobar si eran
auténticas y recogerlas en voluminosas colecciones, que terminaron
por ser aceptadas como las obras canónicas que reunían los hadices
fiables. Por tanto, el breve tratado de Ibn Waddah sobre las innova
ciones forma parte de los esfuerzos de los ulemas para alcanzar un
consenso sobre las creencias y prácticas de la comunidad y de este
modo protegerla de la corrupción interna.
Una constante en la obra de Ibn Waddah es su lamento de que la
comunidad ha caído en un estado de corrupción y degradación. Era
éste un lamento escuchado anteriormente y que se repetiría a menu
do a lo largo de los siglos. Ibn Waddah cita al respecto a dos antiguos
maestros. Asad ibn Musa (m. 212/827), cuya defensa de la fe le valió
el sobrenombre de «león de la sunna», decía que luchar contra la in
novación era más importante que la realización de los rituales obli
gatorios de la oración, el ayuno y la peregrinación. Por su parte, Sah-
nun ibn Sa‘id al-Tanuji (m. 240/854), de Qairauán, actualmente en
Túnez, describía a los seguidores de la sunna de su época como «una
solitaria estrella brillante en la más profunda oscuridad». La causa era
simple: se introducían innovaciones en las creencias y prácticas de
los creyentes. Se decía qué el Profeta había advertido a su pueblo que
llegaría un momento en que se verían afectados por «una intoxicación
de ignorancia y un amor a la vida terrenal tal que les distraería de la
contemplación de la venidera».
Ibn Waddah no define en ningún momento en su tratado qué es
bid'a, dejando que el lector deduzca su significado del contexto de
las tradiciones mencionadas. Un innovador es alguien tentado por el
demonio, que permite que las pasiones gobiernen su vida, que busca
la fama y la fortuna, y realiza sus actos de devoción con un desplie
gue exagerado de humildad. Algunos rituales concretos son tachados
de ser en realidad innovaciones; muchos de ellos están relacionados
con la oración: el uso del rosario, el levantar la voz y las manos du
rante la oración, alteraciones" introducidas en la fórmula canónica
para la llamada de los fieles a orar, así como la transformación de los
lugares visitados por el Profeta en santuarios a los que se acude para
rezar y la celébracióñde festividades no“islámicas cómo el Año Nue
vo persa7hññr«z)."Los grupos que mantenían ciertas ideas conside
radas «falsas» por «las gentes de la sunna» debían ser rechazados,
M especialmente aquellos que defendían ideas relativas a lo que en tér-
\ minos generales podría llamarse teología política. Ibn Waddah se re-
fiere explícita o implícitamente sólo a algunos de esos grupos: los
muryíes, los qadaríes y -los muhazilíes, cuyas creencias eran lo sufi-
'67
eientementc conocidas como para no ser necesario discutirlas. Serán’1
tratadas en un capítulo posterior. it#*
A pesar de trazar de esta manera la línea divisoria entre los buenos
musulmanes y los innovadores, el concepto de innovación estaba-
envuelto en la ambigüedad. Por tanto, su aplicación era necesariamen
te poco consistente y arbitraria, y fue esta característica la que propició
en gran medida que se pudiese debatir al respecto. Por otro lado, a un
innovador no se le acusaba ni de infiel (kafir) ni de apóstata (murtadd),
sino que se le seguía incluyendo entre los creyentes mientras continua
ra rezando en dirección a La Meca. Tampoco se recomienda ningún
castigo específico para el innovador en este mundo, aunque el tormen
to en el siguiente se considera inevitable, de acuerdo con la adverten
cia de que Allah no acepta el arrepentimiento de un innovador. El buen
musulmán debe evitar siempre la compañía de un innovador. Se decía
que caminar con un cristiano era mejor que ser visto en compañía de
un corruptor de la fe. Esta actitud refleja no sólo la ausencia de una je
rarquía sacerdotal (como ya se mencionó antes), sino también la falta
de un organismo eclesiástico central con poderes para debatir y legis
lar sobre cuestiones de fe, y para juzgar y aplicar sentencias en asuntos
de heterodoxia. En un contexto islámico, la forma en que se hacía fren
te a la amenaza representada por una persona corriente acusada de in
novación era mediante la presión ejercida desde dentro de la comuni
dad local en que esa persona vivía, presión que correspondía al ejercicio
del precepto general de «ordenar el bien y prohibir lo reprensible». Los
casos que se llevaban ajuicio casi siempre correspondían a personas
con relevancia social y a menudo reflejaban las intrigas políticas del-
momento. Las acusaciones de «libre pensamiento» (zandaqa), de ate
ísmo o de insulto público del Corán y del Profeta eran poco comunes,
pero se trataban con mayor dureza.
La actitud de los musulmanes ante la biela en tiempos de Ibn Wad-
dah podría resumirse en una tradición atribuida al Profeta y que él cita:
«Nadie inventa una bid‘a en el islam sin abandonar una '.sunna que era
mucho mejor». El tono es objetivo y realista: se advertía á la comunidad
contra los peligros de la innovación. Aun así, algunas innovaciones fue-
ron-aceptadas y asimiladas en las prácticas de la comunidad. El ejemplo
más famoso quizá sea la celebración del nacimiento dél Profeta (mau-
lid), introducida en Egipto durante el siglo v/xi15. Aunque originalmen--
te'se trataba dé una festividad shiT, en el siglo siguiente los sunníesja...
celebraron en Siria y en Irak. El famoso ulemá egipcio Yalal-al Din al
Suyuti (m. 911/1505)-escribió una larga defensa de esa práctica pnj$r
que cita la opinión de un antiguo juez mayor que dijo que: l ^ '‘
68
El estatus legal ’de íá observancia del m a u l i d es que se trata de una
innovación de la que no hay precedente en ninguna transmisión que
se remonte a los ancestros piadosos de los tres primeros siglos. A pe
sar de' esto, contiene cosas tanto buenas como malas. Si uno se es
fuerza en lograr las cosas buenas en esta práctica y evita lo opuesto,
entonces es una innovación buena ( b i d ‘a h a s a n a ) 16.
C onversos y d im m íe s
16 Ibidem, p. 63.
69
Como gobernantes de otros, los musulmanes se vieron obligad
definir la relación de su comunidad con los pueblos no musulmanes q
estaban bajo su dominio. El principio general que regulaba esas reí;
nes era que los musulmanes debían cargar con la responsabilidad
toda la sociedad, porque sólo ellos habían aceptado las obligaciones q;
conllevaba el modo de vida musulmán. Con este fin, el derecho isláirii:
co, elaborado por los ulemas, otorgó a los miembros de las comunidad
des religiosas minoritarias el estatus de dimmí o persona protegida. Este ,
término incluía sobre todo a los judíos, cristianos y zoroastras. También: ^
se aplicó a los samaritanos e incluso a los idólatras y adoradores del fue-í|I
go (y mucho más tarde a los hindúes), que fueron incluidos por cuestión^
de conveniencia siempre y cuando no residieran en la Península Arábk«ff
ga, lugar de nacimiento de la comunidad en La Meca y Medina.
El estatus de dimmí garantizaba la vida de la persona, sus propie-',!7
dades y sus prácticas religiosas, bajo la supervisión de sus propias au- ;|f
toridades religiosas, a cambio de que cada hombre adulto pagase un::’v>
impuesto de capitación o yizia, del que quedaba eximido en caso de.'5?:
convertirse al islam. Este impuesto era la verdadera prueba de subor- ;f’:
dinación, una práctica medieval común dirigida a las comunidades r e - :f?
Iigiosas minoritarias, que pudo haber actuado como un estímulo a la - j:
conversión para evitar así el estigma social, aunque la carga econó- ;W
mica no era muy grande. En realidad, la conservación o mejora del :
estatus social o del prestigio individual fue probablemente la causa -f.7
más importante de conversión al islam en los primeros siglos. Por ;
ejemplo, los miembros del derrotado ejército iraní y la aristocracia te- , í;:
rrateniente conservaron su prestigio en el nuevo orden debido a la ..
conversión, mientras que muchos individuos procedentes de los es
tratos inferiores de la sociedad se vieron más beneficiados social, y
quizá económicamente, que antes. Ya hemos visto que hubo indivi
duos que por medio de su propia conversión, o la de sus antepasados,
entraron en la comunidad y lograron para sí un papel sobresaliente
como ulemas. Aun así existen ejemplos de conversión forzosa, a pe
sar de que el Libro prohíbe tajantemente esta práctica (2:256), pero
en cualquier caso parecen haber sido escasos. La persecución de las
religiones minoritarias no islámicas fue sobre todo el resultado de po
líticas arbitrarias de los gobernantes y/o del deterioro acelerado de la
economía, factores que muy a menudo también creaban condiciones
adversas para los propios enemigos musulmanes del gobernante.
Finalmente, el proceso de conversión alcanzó un punto en el que
ya era posible hablar de sociedad musulmana y en el que la curva de
la conversión comenzó a nivelarse. Incluso entonces, comunidades
importantes, en especial de judíos y cristianos, permanecieron en di
versas áreas de los territorios musulmanes que en un tiempo u otfoP
habían sido antiguas provincias del decaído Estado bizantino y del di- .
70
fiante) Imperio sasánida de los persas, como es el caso de Irak, Siria y
Egipto. Poco se conoce sobre la naturaleza de los contactos cotidia
nos entre musulmanes, judíos y cristianos durante este largo periodo
de transición que se extendió hasta el siglo v/xi.
A p o l o g is t a s y p o l e m is t a s
71
del mismo era defectuosa, le permitió elaborar ima argumentació
más sofisticada, sobre todo si la comparamos con ciertas polémic
cristianas que se produjeron un siglo más tarde más allá de la front
ra con Bizancio, en su capital Constantinopla. En éstas, el lenguaj
empleado era más crudo y el tono más violento. El objetivo también
era completamente diferente: primero, porque había que dar una res-
puesta a la humillante derrota de las fuerzas bizantinas y a la pérdida’0!;
de sus antiguas provincias a manos de los musulmanes; y segundo, CJ.
para llegar al corazón de los cristianos convertidos al islam y atraer?^
los de nuevo al seno de la iglesia.
Nicetas (m. aprox. 300/912), profesor en la corte en Constantinopla,
escribió una refutación del Corán destinada a convertirse en un clásico
perdurable en la controversia cristiana contra el islam. Acerca del Co
rán, aseveró: «Sobre este burdo folleto hay una cuestión que debe des
tacarse, y es lo siguiente: su autor en su delirio sabía que esta creencia -fe
mítica y bárbara que él mismo había fabricado jamás podría ser acep- %
tada por los cristianos y los judíos. Por eso, hizo uso de las profecías
divinas que se encuentran en las Sagradas Escrituras». Nicetas no tenía _v:
nada bueno que decir sobre Muhammad: «Era por naturaleza perverso r
y hablador, o más bien estúpido y bruto, también un cobarde, irascible, ;.
desconfiado y arrogante... y con respecto al juicio correcto y al pensa-, .
miento claro, su discurso carecía totalmente de ellos»17, :-A-
No obstante, no fue a esta clase de polémica a la que los ulemas _
musulmanes tuvieron que enfrentarse dentro de las fronteras de su .
propia comunidad. Cada vez con mayor frecuencia en sus contactos
cotidianos con cristianos y judíos, los musulmanes se vieron obliga
dos a aportar soluciones a cuestiones teológicas que no habían nece
sitado abordar en el periodo inmediatamente posterior a sus conquis- ;
tas. La defensa de Juan de la divinidad de Cristo, basada en el Corán, ■
no podía permanecer sin réplica. Los musulmanes habían reconocido
a Jesús como un Profeta de Allah y también habían aceptado su naci
miento virginal.
Sin embargo, creían que a Jesús no lo habían asesinado ni crucifi
cado (2:157-158), sino que había sido elevado por Alíah a un estado
de gracia especial, creencia sobre la que Juan estaba, al tanto, según -
se deduce de sus escritos. Los musulmanes pensaban que su religión
estaba lo suficientemente próxima a la de los cristianos como para no
merecer que éstos rechazasen a su Profeta como un hereje y a su Li
bro como una colección de «cuentos infundados», por citar a Juan de ^
nuevo. ' L‘d
17 J.-M. GandenL Encounters and Clashes: islam and Christianity in History, 2 vols.,
Roma, Pontificio Istituto di Studi Arabi e Islamici, 1984, II, p. 18. Esta cita y las de los pá
rrafos precedentes proceden de esta excelente antología.
72
De este modo, un aspecto fundamental del desarrollo de la comu
nidad musulmana como una comunidad de fe (tan diferente de una
elite conquistadora) fue el papel que desempeñaron los conversos en
la nueva religión. Por ejemplo, una consecuencia del creciente núme
ro de cristianos conversos quizá fue la creciente veneración del Pro
feta. Su retrato de simple ser humano, al que alude el Libro y que se
confirma en numerosos hadices sobre sus asuntos terrenales, dio paso
a la gloriosa tradición del viaje nocturno de Muhammad a Jerusalén,
que Ibn Ishaq recoge en su biografía del Profeta y que hemos men
cionado en el capítulo anterior. En Jerusalén, Muhammad rezó en
compañía de los profetas, y luego ascendió al cielo para reunirse con
Allah. Esta tradición parece haber llenado una necesidad espiritual.
Esta versión sunní de Ibn Ishaq fue recreada más tarde por los shi'íes,
y en ella Ali tomaba parte en el drama junto al Profeta. También se
hicieron famosas las versiones poéticas sufíes de esta tradición, im
pregnadas de una espiritualidad mística. A pesar del paralelismo con
la resurrección de Jesús, los musulmanes fueron capaces de mantener
la negación de la divinidad de Jesús y de no incurrir en otra posible
blasfemia, a saber, elevar al Profeta al rango de deidad.
Durante el periodo formativo de cuatro o cinco siglos que siguió a
la muerte del Profeta, las fuentes musulmanas recogen debates entre
los ulemas y los cristianos y judíos. Se puede dudar de la autenticidad
de estos encuentros, pero no de su propósito. Una de las preocupacio
nes principales era establecer pruebas de la misión de Muhammad
apelando a las Escrituras de «las gentes del Libro», en las que se afir
maba que se había profetizado su venida.
En uno de esos encuentros, el líder shi‘í (imam) A li al-Rida (m.
203/815) preguntó al rabino en el exilio (gaón) y al patriarca cristia
no en Bagdad por las alusiones de la Torá y de los Evangelios que, se
gún él, predecían la venida del Profeta. A li pidió a ambos que con
firmaran la existencia de un pasaje de Isaías que decía «¡Oh pueblo!,
veo la forma de un jinete sobre un asno envuelto en una túnica de luz,
y veo un jinete sobre un camello con un brillo como el de la luna».
Los dos hombres estuvieron de acuerdo en que ese pasaje existía. En
tonces,' A li preguntó al patriarca si la siguiente profecía aparecía en
el Evangelio de Juan, cuando Jesús habló, diciendo «Voy hacia mi Se
ñor y tu Señor, y el Paráclito vendrá. Él es quien me testificará la ver
dad como se la he testificado yo... y él será quien expondrá los
actos malvados de los pueblos y él quien destruirá los designios de
.Jos incrédulos». El patriarca estuvo de acuerdo en que así se había di
cho. Por tanto, la conclusión fue que Isaías había profetizado la lie-
> gada de Jesús montado en un asno, y la de Muhammad en un came
llo, mientras que la mención del Paráclito por Jesús también se
interpretó como una referencia al Profeta. El método de buscar citas
73
bíblicas, ya fueran reales o falsas, era un modo frecuente de validáis
la screencias de cualquier facción.
Al objetivo principal de este debate, que era dejar claro que las E |||¡p
enturas recogían la predicción de la venida del Profeta, hay que añacl§l||f;
otro posible objetivo, referente, esta vez, a la polémica entre los propios§|:;
musulmanes. En efecto, ese debate servía también para mostrar que eL«’
imam shi‘í gozaba de un conocimiento superior y de una especial car^P.
pacidad para penetrar en el sentido de las Escrituras de «las gentes deidfi
Libro». De este modo, se reforzaba el punto de vista shi‘í de que sus;¿§..
imames tenían una naturaleza espiritual única frente al carácter más t¿ * |
rrenal de los califas sunníes. Además, aunque el debate mismo fuese;«?
más imaginario que real, es posible que las ideas que contiene hayan
sido puestas en circulación por personas anónimas que poseían un co- .
nocimiento cercano de la Torá y de los Evangelios, es decir, por con- '
versos del judaismo y del cristianismo que ponían su propio conocí-. ■.
miento de las Escrituras al servicio de su nueva fe18.
Sin embargo, en un nivel más mundano, los cristianos y, en me*
ñor grado, los judíos y otras sectas, representaron un desafío para -
los musulmanes en su camino hacia el establecimiento de una cul
tura religiosa dominante. Éste fue otro aspecto del problema al que;
se enfrentaron los ulemas que exhortaron a los fieles a no apartar
se de la sumía y censuraron la introducción de innovaciones. El : ■
brillante ensayista al-Yahiz (m. 256/869) escribió un tratado polé- :
mico sobre cómo refutar a los cristianos, particularmente a los de
Irak, entre los que vivía, como respuesta a la alarma oficial susci-. A
tada por la influencia que los cristianos ejercían sobre la vulnera
ble masa de musulmanes. La intención de su epístola era propor-
cionar a los musulmanes respuestas a las objeciones cristianas
contra el islam. Al-Yahiz también dio a entender que las preocupa- .
ciones de los ulemas por la salud espiritual de la comunidad esta
ban justificadas. Escribió que «una causa de la admiración que
sienten las masas por los cristianos es el hecho de qu,e éstos son se
cretarios [del gobierno] y sirvientes de reyes, médicos de nobles, ■
perfumistas y cambistas». Por otro lado, la alta posición que ocu-
paban los cristianos en la sociedad musulmana también era desa- A;
fortunada por otras razones. Al-Yáhiz apunta sus sucios hábitos: no
estaban circuncindados, no se purificaban después de sus relacio
nes sexuales y comían cerdo. A ello había que añadir que_busc^bá§0
ft* * £ '5 %
'18 Para este asunto, véase el artículo, del que se han tomado estos detalles, de David
Thomas, «Two Muslim-Christiau Debates from the early Shi‘ite tradition», Journal of Se
mitic Studies 33/1 (1988), pp. 53-80. Sobre el tema similar de los que cabalgan sobre ca
mellos y asnos, véase Suliman Eashear, «Riding Beasts on divine missions: an examina
tion of the .ass and camel traditions», Journal o f Semitic Studies f i l l (1991),-pp. 37-7-5.-----
74
intencionadamente la controversia con los musulmanes, señalando
las contradicciones que había en el hadiz, los puntos débiles en sus
cadenas de transmisión y los versos del Corán que eran ambiguos.
Se enzarzaban en estas discusiones con personas con poca capaci
dad intelectual o con aquellas carentes de una fe firme, causándo
les perplejidad y confusión. Y lo peor de todo, dice al-Yahiz amar
gamente, es que era trágico que cualquier musulmán se considerase
a sí mismo un experto teólogo dialéctico (mutakallim), capacitado
y preparado para debatir con un ateo19. Al-Yahiz concluye su ensa
yo afirmando que las doctrinas cristianas mismas eran imposibles
de entender, especialmente el concepto de divinidad, sobre todo te
niendo en cuenta que no había dos cristianos, ya fueran nestoria-
nos, melquitas o jacobitas, que lograsen ponerse de acuerdo en lo
que significaba. Sin embargo, desde su punto de vista, el atractivo
de la doctrina cristiana no suponía para el islam una amenaza tan
grande como la influencia corruptora de ciertos cristianos sobre
aquellos musulmanes impresionables cuya fe no era firme, es de
cir, el mismo problema que preocupaba a.los ulemas.
Otra «refutación» del mismo periodo fue la que escribió el famo
so médico y hombre de cultura Ali ibn Sahl ibn Rabban al-Tabari (m.
241/855). Al-Tabari era un cristiano nestoriano que, a la edad de se
tenta años, se convirtió al islam. El tema principal de su refutación del
cristianismo era que no podía ser verdad, ya que Jesús es a un mismo
tiempo tanto creador como creado. Esta posición no podía ser mante
nida dentro de una fe monoteísta auténtica, pues hace surgir la con
fusión de si Jesús es Dios o un segundo Dios. Además, Jesús parece
contradecirse a sí mismo cuando proclama que él es Dios y, al tiem
po, que fue enviado por Dios, pues, ¿cómo Dios Padre puede ser ere-.
ador de todo y Jesús ser increado? Esta argumentación de al-Tabari,
sin duda escrita con sinceridad, puede ayudar a explicar su conver
sión. Como nestoriano, posiblemente veía a Cristo de manera muy
parecida a cómo lo percibían los musulmanes, como un hombre uti
lizado o enviado por Dios, es decir, como un profeta. En cualquier
caso, la línea argumental seguida por al-Tabari fiie continuada por es
critores musulmanes posteriores. Contribuyó a trazar con mayor cla
ridad la línea divisoria entre las religiones cristiana e islámica, al ha-
^qcer hincapié en la cuestión crucial de la naturaleza de Dios/Allah, al
_ mismo tiempo que subrayaba la creencia.de los.musulmanes, ap_oya-_
p d a en el-Libro, de que-Jesús era un profeta en la misma cadena cós-
^ mica que culminaba y se completaba en Muhammad....... —
si alguien testifica que no hay más Dios que Allah y que no tiene aso- ,
ciado alguno, que Muhammad es Su siervo y enviado, que Jesús es el ;
siervo de Allah y su enviado, el hijo de Su sierva, Su verbo que Él
puso en María y un espíritu procedente de Él, y que el Paraíso y el
Infierno son reales, Allah le permitirá entrar en el Paraíso sin impor- ;
tar lo que haya hecho20.
76
en al-Andalus (300-418/912-102.7). La provincia de Egipto logró
una gran autonomía bajo la dinastía ijsidí (324-359/935-969) antes
de caer a mediados del siglo iv/x en poder de la dinastía shi‘í de
los fatimíes (359-567/969-1171). El establecimiento por parte de
éstos de un califato rival supuso una gran amenaza para las autori
dades sunníes de Bagdad. No obstante, incluso en el corazón de los
dominios abasíes, Bagdad e Irak habían caído bajo el control efec
tivo de la familia buyí (334-373/945-983), mercenarios shiTes, que
también dominaban grandes áreas de Persia Occidental. Más hacia
el este, muchos de los distritos persas tenían gobernadores nativos
cuya sucesión era hereditaria. Sin embargo, a diferencia de los fa
timíes de Egipto, estas dinastías, incluyendo los buyíes, se conten
taban con ejercer el poder como vasallos de los califas abasíes, a
pesar de su decadencia tras pretéritos días de gloria.
En medio de esta agitación política, la cultura islámica supo
mantener su proceso de crecimiento hasta llegar a la madurez.
Todavía existían posturas enfrentadas sobre gran número de cues
tiones religiosas. Al mismo tiempo, estaba surgiendo una cultura
religiosa coherente dentro de su riqueza y variedad, y ya se vis
lumbraban signos de desarrollo futuro. El árabe, la lengua de la re
velación, continuaba manteniendo su posición dominante como me
dio para el aprendizaje religioso. Sin embargo, durante el mismo
periodo, en las fronteras orientales de los territorios islámicos, en
Jurasán, Tranxosiana y Jwarizm, se estaba empezando a tambalear
la primacía absoluta del árabe. En esas regiones, la expresión lite
raria en persa (nuevo) estaba logrando echar raíces, en principio,
casi exclusivamente en la épica y en la poesía lírica. Pero también
hubo aportaciones importantes en la prosa de naturaleza religiosa,
como un comentario del Corán escrito en persa y la traducción del
árabe de la monumental exégesis de al-Tabari. Asimismo, apare
cieron durante este periodo obras teológicas de naturaleza polémi
ca escritas en persa. Los persas difieren de otros pueblos islamiza
dos, como los beréberes del norte de Africa, en que poseían una
cultura lo suficientemente fuerte como para adoptar la nueva fe y
mantener al mismo tiempo sus rasgos diferenciales. Incluso.la di
nastía turca de los gaznavíes (384-432/994-1040), cuyos dominios
orientales se extendían desde la moderna Teherán al valle del Gan
ges en la India, llegó a ser «persificada» culturalmente por com
pleto, aunque no pasó mucho tiempo sin que aparecieran las pri
meras obras en lengua turca. La cultura islámica tenía, y continuaría
. teniéndola, una notable capacidad de absorción y de adaptación,
eso sí, permaneciendo fiel a una visión de la salvación centrada en
la sumisión a la voluntad de un Dios Uno, Único y Omnipotente,
Allah.
77
I
.1
1
9. La mezquita Koh PabYi, Tailandia
11. Mezquita de aldea en Malí
12. La mezquita Ruimveldt Jamaat, Guyana
13. Mezquita de Panfilov, Kazajstán
15. Mezquita Bab MardurruToledo
17. La mezquita Ahmediye (o Azul), Estambul
Mezquita aljama, Qazvim, Irán
SEGUNDA PARTE
L as f u e n t e s d iv in a s
91
Por supuesto, los musulmanes mantienen que esta adhesión a la ley re
ligiosa sólo se les exige a ellos. Sin embargo, por deducción, también
se cree que la misma ley religiosa enseña a todo el mundo el modo
más apropiado de conducir sus vidas. Esto es así porque la voluntad
del Creador Unico es la misma para todos1.
De las dos fuentes fundamentales, el Libro y las acciones y dichos
del Profeta (sumía), los ulemas derivaron el derecho (fiqh), en primer lu
gar, estableciendo reglas y procedimientos que se desarrollaron como la
ciencia de la jurisprudencia o «los fundamentos del derecho» (usul al-
fiqh). Nosotros nos ocuparemos de la teoría clásica del derecho, tal
como se formuló dentro de la comunidad sunní. Las minorías shi‘í (que
será tratada a fondo en un capítulo posterior) y jariyí aceptaron igual
mente la primacía e inmutabilidad de la sharVa, aunque cada una se di
ferenció de los sunníes en su método para entender la voluntad divina.
En términos muy generales, las dos fuentes básicas fueron inves
tigadas hasta el más mínimo detalle para encontrar su significado
esencial. Los ulemas utilizaron todas las herramientas de análisis dis
ponibles. Éstas incluían el examen filológico del texto coránico y la
confirmación de la autenticidad de los hadices que se remontaban
hasta el Profeta a través del estudio de sus cadenas de transmisión (is-
nades). La actividad exegética, aunque poco sofisticada para cánones
más tardíos, comenzó en época muy temprana, con las transmisiones
atribuidas al primo del Profeta, ‘Abdallah ibn ‘Abbas (m. 68/688),
que abarcaban la totalidad del texto coránico. Gran parte del trabajo
de los primeros ulemas se centró en el examen del lenguaje del Co
rán, debido a que Allah declaró en su revelación que Hemos hecho
descender un discurso (Corán) en lengua árabe, para que vosotros
pudierais abarcarlo con vuestra razón (12:2). A partir de los esfuer
zos llevados a cabo en el siglo anterior, Ma‘mar ibn al-Muzanna (m.
210/822) y su contemporáneo Yahya ibn Ziyad al-Farra’ (m. 207/822)
elaboraron comentarios gobernados principalmente por consideracio
nes léxicas y sintácticas. Esta labor culminó con Muhammad ibn Ya-
rir al-Tabari (m. 310/923), el afamado historiador a quien encontra
mos al inicio del capítulo anterior. Su monumental obra (su edición
consiste en treinta volúmenes), en la que comentó versículo a ver
sículo todo el Corán, abarcó todos los aspectos concebibles de la in
vestigación: desde variantes en la lectura del texto hasta la definición
de palabras y frases raras e inusuales, desde diversas interpretaciones
de las cuestiones legales y teológicas hasta una explicación de las alu-¿
siones históricas y legendarias del texto.
1 Véase B. Weiss, «Covenant and law in Islam», en Religion and Law: Biblical-Judaic
and Islamic Perspectives, ed. de E. Finnage, B. Weiss y J. Welch, Winona Lake, Bisen-
brauns, 1990,
92
Por medio de esta empresa colectiva de erudición, se logró final
mente una comprensión aproximada de la voluntad de Allah. Este
proceso terminó por asumir procedimientos racionales de investiga
ción, ya fuera en la exégesis del Libro, ya fuera al decidir si un trans
misor del hadiz tenía una reputación más aceptable desde el punto de
vista moral que otro. En la esfera de la aplicación del derecho por
parte de los jueces (qudat, s. qadi —cadí), también se utilizaron otras
formas de razonamiento, presentes desde el principio. Ya se ha men
cionado en el capítulo anterior la opinión discrecional y bien funda
mentada (ra’y). Cuando un juez ejercía su poder discrecional para
extender el fallo de un caso a otro en virtud de un elemento común
compartido por ambos, el proceso se conocía como deducción ana
lógica (qiyas). Otro término técnico que significa aprobación o pre
ferencia (istihsan) hace referencia a la situación en la cual la opinión
de un juez refleja en cierta medida el interés o la conveniencia pú
blicos. El concepto de consenso (ichma‘) se aplicaba al acuerdo anó
nimo sobre aspectos legales entre ulemas de un lugar determinado o
de una generación dada.
El problema se complicó aún más por la necesidad de tomar en
consideración la variedad de costumbres locales en los territorios que
se encontraban fuera de Arabia y que estaban bajo el control de la au
toridad musulmana. Muchas de estas prácticas simplemente fueron
racionalizadas en términos islámicos y se justificaron con argumen
tos extraídos de las fuentes básicas. Este esfuerzo intelectual, que está
implícito en cada uno de los términos técnicos que acabamos de ver,
fue definido en términos generales como ichtihad, que significa lite
ralmente «esfuerzo» y como término técnico «esfuerzo personal de
interpretación», ya que se aplicó a la deducción que un jurista hacía
de un aspecto del derecho a partir de las fuentes, o a su intento por
encontrar un nexo de unión entre esas fuentes y la costumbre local.
El experto que realizaba esta tarea era un muchtahid. El derecho fi
nalmente abarcó dos tipos de relaciones. El primero consistía en la re
lación espiritual entre Allah y el resto de la humanidad ( ‘ibadat), y el
segundo, en la relación normativa entre los. seres humanos (mu ‘ama-
lat). Se creía que ambas esferas estaban gobernadas por la voluntad
guiadora de Allah.
93
presentan la compresión sunní de la shari ‘a. El autor de uno de los
diccionarios biográficos más famosos del periodo medieval islámico
recoge datos importantes y alguna que otra anécdota sobre cada una
de estas figuras sobresalientes. El género de los diccionarios biográ
ficos en sí mismo es una importante y original contribución al desa
rrollo histórico de la comunidad islámica. En su trabajo, Ibn Jallikan
(m. 681/1282) incluye noticias sobre más de ochocientos hombres y
mujeres eminentes de cada región y de cada esfera de la vida musul
mana. En las citas que vienen a continuación, describe a estos ulemas
tal como los percibieron sus contemporáneos.
Abu Hanifa
94
ferencia» (istihsan) continuó siendo aplicado, cuando la estricta, apli
cación de la analogía podía conducir a un resultado indeseable. Dos
de sus discípulos, Abu Yusuf (m. 182/798) y Muhammad al-Shaibani
(m. 189/804), recogieron sus enseñanzas en sus propias obras, aña
diendo sus comentarios sobre las cuestiones en las que estaban en de
sacuerdo con su maestro. A diferencia de su mentor, Abu Yusuf sí
aceptó el puesto de cadí mayor de Bagdad durante el reinado del ca
lifa Harun al-Rashid (m. 193/809).
jrf|k
Ibidem, II, pp. 545-551.
Otro ju rista del grupo de los cuatro fue, entre sus contem porá
neos, el más influyente de todos ellos, a pesar de que un número me
nor de m usulm anes seguirían su «escuela». Abu ‘Abdallah Muham-
m ad ibn Idris al-Shafi‘i, descendiente de la tribu del Profeta, los
Quraish, nació cerca de Gaza, en Palestina. Comenzó sus estudios de
derecho en La M eca antes de m udarse a M edina, donde fue alumno
de M alik, quien quedó impresionado por el talento y la precocidad
del joven. Tras dos años de estudio en Bagdad, donde conoció a dis
cípulos de Abu Hanifa, se trasladó a El Cairo, donde murió en 204/820,;
a la edad de cincuenta y cuatro años. La escuela shafirí de derecho
tom a su nom bre de él.
Ibn Jallikan, que era shafi % destaca que los logros de al-Shafi ‘i en
las ciencias religiosas no fueron igualados por nadie de su época, y
que tam bién era un experto en poesía. Se dice que estaba destinado a
grandes cosas. Su m adre, mientras lo llevaba en su seno, soñó que el
planeta Júpiter salía de su vientre y se dirigía a Egipto, donde cayó,
mientras parte de sus rayos alcanzaba cada ciudad de la tierra. Ex
pertos en la interpretación de los sueños (m u'abbirun) declararon que
la m adre daría a luz a un hombre sabio que sólo transm itiría su co
nocimiento al pueblo de Egipto, pero cuya influencia se extendería a
otros países4. Com o ocurre a menudo con estas predicciones, el cur-
so de los acontecim ientos dem ostraría que era cierta.
L a producción jurídica de al-Shafi‘i fue extensa y sistemática. Se
dice que escribió m ás de cien libros, algunos de naturaleza polémica
sobre diversos aspectos del derecho. Su obra más importante es su
amplio tratado sobre los fundamentos del derecho, titulado La Epís
tola (al-R isala)5. D e hecho, fue el prim er tratado de este tipo. Juris
tas posteriores se ocuparían de debatir los aspectos más sutiles de la
estructura teórica erigida por al-Shafi‘i, pero pocos pusieron en duda
la validez global de sus tesis.
En general, pulió y sistematizó el pensamiento jurídico de sus
predecesores, incluyendo a Abu Hanifa y M alik, intentando reducir
las diferencias existentes en la aproxim ación teórica al derecho. Tam
bién es típica de su pensam iento la aplicación rigurosa'de distincio
nes filológicas y argumentos lingüísticos en su análisis del Libro y las.
tradiciones. A l-Shafi‘i partía de la idea de que, en principio, toda la
sharV a podía derivarse del Corán, que era el que proporcionaba, las.-
indicaciones necesarias para el desarrollo de una metodología del dé-J
6 Ìbidem, p. 283-
ción en tanto que fundamento {asi, pl. usul) del derecho, juristas
tenores adoptaron la postura de que el consenso. se refería ünicame^
te al acuerdo unánime e infalible de los ulemas sunníes (muchtahidúnfy,
y no al de toda la comunidad. Los alfaquíes shafiríes posteriores tam
bién terminaron por aceptar esta postura. En la práctica, esto parece,
haber dado lugar a una costumbre que quizás al-Shafi‘i no había pre
visto: el consenso de los alfaquíes de cada una de las cuatro escuelas
permitió a partir de entonces interpretar las tradiciones proféticas de la
manera más acorde con sus propias necesidades.
Lo que en los estudios modernos se ha denominado la «teoría clási
ca» del derecho islámico comprendía los cuatro fundamentos siguientes
o principios: el Corán, la sunna del Profeta recogida en las tradiciones re
conocidas, el método de razonamiento por analogía (qiyas) y el consen
so (ichma‘) de los ulemas de la comunidad. Gran parte de esta teoría,
como hemos visto, se debió en no poca medida al esfuerzo intelectual de
aI-Shafi‘i, cuyas teorías y argumentos se difundieron, como se había pro
nosticado, fuera de las fronteras de Egipto, lugar donde él los había com
puesto. Al~Shafi‘i no inventó los cuatro principios del derecho, más bien
sistematizó e hizo cristalizar los diversos elementos que ya existían aun
que no estuviesen yuxtapuestos de la mejor manera.
Éste fue el legado de al-Shafi‘i. No obstante, no todos los ulemas
estaban satisfechos con su doctrina, incluyendo la forma en que fue
modificada, a pesar de que al-Shafi'í había subrayado la importancia
de las tradiciones procedentes del Profeta como segunda fuente del
derecho. Quienes se dedicaban por completo a las tradiciones prefi
rieron reducir el uso de la razón al mínimo absoluto. A cambio, deci
dieron fundamentar cada aspecto de la doctrina en el texto de un ha-
diz del Profeta. Pero, como sus adversarios no tardaron en señalar,
este tipo de tradicionista «extremo» prefería argumentar a partir de
una tradición débil antes que emplear una analogía convincente.
98
nombre del primer transmisor citado en el isnad, empezando por los
primeros califas y Compañeros, y siguiendo con aquellos que vivie
ron en otros centros, como Kufa y Basora. A este tipo de colección se
la denomina musnad (de isnad), y es una organización del material
que hace difícil la consulta, a menos que uno se sepa las tradiciones
de memoria. Posiblemente, Ibn Hanbal clasificó su obra así intencio
nadamente, con objeto de diferenciarla del Muwatta’ de Malik y de
otras colecciones organizadas por temas legales.
Como Abu Hanifa antes que él, Ibn Hanbal sufrió la ira del califa.
En su caso fue por la controvertida y explosiva cuestión teológica de
si el Corán era «creador o «increado». Teólogos racionalistas, res
paldados por la autoridad califal, intentaron obligar a los jueces a que
aceptasen su doctrina de la creación del Corán. Ibn Hanbal defendió
enérgicamente la opinión de que su naturaleza esencial era increada,
y fue maltratado y encarcelado por su resistencia. Tras dos años en
prisión, se le permitió una libertad restringida en su casa, donde emi
tió sus enseñanzas sobre el estudio de las tradiciones y, con el tiem
po, recuperó su cargo público como profesor. El periodo de persecu
ción se recuerda en las fuentes como la mihna o prueba, e Ibn Hanbal
se convirtió en el máximo representante de la resistencia contra un
poder político obstinado y arbitrario.
La gente corriente le consultaba sobre una amplia gama de temas
relacionados con la conducta correcta en esta vida, una actividad que
se reflejó en su obra sobre Cuestiones Legales (Masa’il). A diferen
cia de al~ShafTi, no escribió ninguna obra sobre los principios del de
recho. Sin embargo, sus puntos de vista pueden ser deducidos de sus
escritos. Afirmaba que el Corán debía entenderse en sentido literal,
sin recurrir a interpretaciones alegóricas, y que todas las tradiciones
del Profeta consideradas auténticas en su tiempo constituían la in
cuestionable segunda fuente del derecho. Sin embargo, reconocía que
se requería cierto grado de juicio personal para resolver las contra
dicciones entre los hadices, para reconciliar los puntos de vista diver
gentes y para sacar conclusiones de ellos. Para él, las opiniones lega
les (fatawa) de los Compañeros más destacados eran la tercera fuente
del derecho, ya que ellos habían estado en una posición inmejorable
para entender y practicar la sunna del Profeta. Finalmente, estimaba
que el ichma‘ significaba el consenso general, apoyado en el Corán y
en la sunna, sobre una verdad general.
La. fama de Ahmadibn Hanbal, incrementada por haber sido obje
to de persecución por parte del estado, lo cual le confirió gran prestigio
ante los ojos de muchos, había alcanzado tal magnitud que cuando mu
rió una gran muchedumbre de hombres y mujeres asistió a su funeral.
Aparentemente, también la curva de conversiones sufrió un impacto
significativo, ya que Ibn Jallikan cuenta que ¡20.000 judíos, cristianos
99
y zoroastras se convirtieron en musulmanes aquel día! Como corres
pondía a su imagen popular, fue enterrado en el cementerio de los már
tires de Bagdad, que se convirtió en lugar de peregrinación de los pia
dosos. Ibn Hanbal dejó su huella en su escuela: una devoción apasionada
por la tradición del Profeta en oposición a aquellos que, como los ha-
nafíes y los shafi'íes, concedían, según él, un énfasis sospechosamente
peligroso a la razón humana en la deducción del derecho. Se dice que
el apego de Ibn Hanbal al ejemplo del Profeta se reflejaba incluso en
su costumbre de teñirse el pelo de rojo claro. Y como no conocía nin
guna tradición que contase que Muhammad hubiese comido alguna vez
sandía, también evitaba comer esta fruta.
Estas cuatro destacadas figuras forman una cadena ininterrumpi
da en la opinión de los ulemas sunníes posteriores. Al-Shafi‘i había
sido un estudiante de Malik y Ahmad ibn Hanbal un estudiante de al-
ShafPi; y para completar el círculo, se cuenta que Abu Hanifa murió
el mismo día en que nació al-Shafib.
100
su gran colección de tradiciones, que le llevó dieciséis años completar.
Fue una labor de devoción en sentido literal. Redujo una masa com
pacta de 600.000 tradiciones a unas 2.750 (sin contar las repeticiones),
Ibn Jallikan cuenta que, antes de incluir alguna en su libro, realizaba las
abluciones rituales y rezaba. La colección de aLBujari se conoce como
un musannaf, es decir, las tradiciones están ordenadas por materias,
abarcando todos los temas importantes requeridos para el estudio del
derecho. De hecho, recogía temas que no formaban parte del fiqh,
como, por ejemplo, la creación del mundo por Allah, el Paraíso y el In
fierno, y el comentario coránico.
En el siglo posterior a su muerte, esta obra era ya reconocida por
la comunidad como una de las dos colecciones «canónicas» que con
tenían las tradiciones de los transmisores autorizados. La otra colec
ción, también un musannaf, fue preparada por su contemporáneo,
Muslim ibn al-Hayyach (m. 261/875). Juntas, ambas contenían más
de 5.500 tradiciones (sin tener en cuenta las repeticiones), todas con
sideradas auténticas (sahihJ.
El medio siglo que medió entre la muerte de al-Bujari y la llega
da del siglo iv/x fue un periodo de actividad febril por parte de los
compiladores. En este tiempo se reunieron otras cuatro colecciones,
todas del tipo musannaf, aunque ninguna llegó a adquirir el estatus de
las dos primeras. Éstas fueron las obras de Ibn Maya al-Qazwini
(m. 273/887), Abu Da‘ud al-Siyistani (m. 275/888), Muhammad ibn
‘Isa al-Tirmidi (m. 279/892), y Ahmad ibn Shu‘aib al-Nasa‘i (m.
303/915).
Una de las consecuencias de esta actividad fue el surgimiento de
una homogeneidad religiosa efectiva dentro de la comunidad sunní.
Este resultado fue alcanzado sin la presencia ni la necesidad de una
autoridad jerárquica, sin concilios ni sínodos que determinasen los
parámetros de las prácticas y las creencias de la comunidad. A co
mienzos del siglo iv/x, había quizá cerca de quinientas «escuelas» de
derecho funcionando. Poco a poco, este número se fue reduciendo a
las cuatro principales cuyo origen acabamos de esbozar.
Uno de estos grupos transitorios fue la escuela de Muhammad ibn
Yarir al-Tabari (m. 310/923), el famoso historiador y exegeta. Otro
caso de escuela fallida es el que vamos a ver a continuación. En la
época en que los tradicionistas estaban recopilando sus colecciones
definitivas, Da’ud ibn ‘Ali ibn Jalaf (m. 270/884) fundó la escuela
zahirí de derecho.
Nacido en Kufa, Irak, fue profesor en Bagdad. Se le describe como
un ferviente seguidor de al-Shafi‘i y se le conoce como un hombre de
gran piedad y abnegación. El único indicio de crítica contra él radica
ba en que su inteligencia era mayor que sus conocimientos. Su princi-
r pío fundamental consistía en apoyarse exclusivamente en el significa-
do literal (zahir) del Corán y del hadiz y en rechazar los, métodos?»
nícos de razonamiento legal, a los que consideraba subjetivos y
trarios. Cuando sus adversarios no tardaron en advertir que los ¿
ríes también hacían uso de la deducción en un caso determinado, é ||
replicaron que ese significado supuestamente deducido ya estaba.?!
plícito en el texto en cuestión. Un segundo principio de la escuela «
que el consenso sólo podía significar el ichma‘ de los CompañerosÜ
Profeta, ya que sólo en su época fue posible un acuerdo real, pues elle
formaban un círculo reducido de personas que se conocían todas eiit
ellas. La escuela de Da’ud fue a la larga excluida del consenso sui
pero su pensamiento se mostró poderosamente atractivo para muchc
ulemas de generaciones posteriores, entre ellos el andalusí Ibn Ha
(m. 456/1065), de Córdoba, uno de los intelectuales más sobresaliei
tes de su siglo. Lejos de ser un método empleado por los crédulos yy
las gentes de mentalidad simple, el acercamiento literal a la volunta
divina se caracteriza, en el caso de Ibn Hazm y de muchos otros has*. >
ta hoy en día, por una valoración muy meditada de los límites de la
zón, junto a una pasión piadosa por las verdades eternas que se creía ^ '
residían únicamente en la palabra de Allah.
Además, en el campo del derecho, el siglo rv/x reflejó la consoü- . y.
dación de los tradicionistas, quienes pudieron a partir de entonces
monopolizar la educación de los jóvenes juristas en la mezquita (mas-.y;, :.
yid). También consiguieron marginar de esta institución de enseñan-
za a sus adversarios, tales como los teólogos racionalistas del tipo que y
había perseguido a Ahmad ibn Hanbal. Las compilaciones de tradi- f.V
ciones del tipo musannaf, debido a su organización por temas, posi- . r .
bilitaron el acceso fácil a los distintos temas tratados en el conjunto y
de la tradición, cuyo estudio formaba parte del currículum legal.
L a d is t r ib u c ió n r e g io n a l
102
"sten comunidades musulmanas importantes. También fue la escuela
lominante en al Andalus hasta la reconquista cristiana de la penín-
§uja Ibérica. El madhab shafrií surgió en El Cairo, ciudad que todavía
alberga la tumba de su fundador. Hoy en día pervive en Egipto, en va
rias zonas de Arabia y en África Oriental, en algunas regiones de Asia
Central y en ciertas áreas costeras de la India. Sin embargo, su presen
cia es especialmente notable en Indonesia, Malasia y el resto del sudes
te asiático. Los hanbalíes tuvieron un desarrollo más lento que las otras
escuelas, en parte porque se les percibió durante un tiempo más como
una escuela teológica de tradicionistas que como una escuela legal o
madhab. En realidad, exceptuando sus dos principales centros de activi
dad, Bagdad y Damasco, la escuela hanbalí experimentó un periodo de
decadencia, hasta que volvió a renacer con el movimiento reformista de
Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab (m. 1201/1787) en Arabia, que ha lle
vado a que en este siglo fuese declarada escuela oficial en el estado de
Arabia Saudí.
Mandamientos y prohibiciones
Otros actos
107
tigo ni en culpa moral. Sin embargo, los hanaftes consideran a£
actos de la segunda categoría como acarreadores de culpa moral|f
no de castigo. Los denominan makruh tahrimi, incitando abierta^
te a no incurrir en ellos, aunque no hay certeza absoluta para
declararlos haram. La forma de saber si estos actos han sido meniao- ■
nados expresamente bien en el Corán bien en la Tradición es
probar si están descritos explícitamente o bien mediante
equivalentes, como en la tradición: «Lo más abominable de las c p ss^ ^
permitidas a los ojos de Allah es el divorcio»9.
Los actos permisibles son opcionales; se pueden llevar a cabo o itoj
ya que no traen consigo consecuencias de premio o castigo. El juñ|ff|
literalista Ibn Hazm definía las categorías «censurable» y «recomeÉ
dable» como dos variantes de la «permisible». Un ejemplo de estacá|||§
tegoría se encuentra en la alusión a los comestibles en el Libro: hoyftAyj
dos los manjares se os han declarado lícitos (5:5). Si la relacionamos'' Íl
eon la prohibición, mencionada anteriormente, de comer carroña, san- ; ,;l
gre y cerdo, entonces, todos los demás alimentos, excepto éstos,
aceptan como buenos, ya que están legalmente permitidos.
Por otra parte, incluso un acto pecaminoso, cometido por alguien))
por haber sido obligado a ello o bien forzado por las circunstancias,
de manera que no ha habido desobediencia voluntaria de la persona,
no implica culpa y, en este sentido, es un acto permitido (2:173). Las
escuelas también difieren en acciones consideradas por algunos como ’..;
permisibles. Por ejemplo, para al-Shaff i y Ahmad ibn Hanbal, el
consumo de carne de caballo era mubah (permisible), mientras qué y
Abu Hanifa lo valoraba como makruh tahrimi y Malik simplemente
como makruh. Las diferencias se explican por el modo en que cada ;
uno interpretaba el Libro, por las tradiciones concretas empleadas,, ó í l
por las deducciones analógicas hechas a partir de los textos.
Analogía
í0 Sahih Muslim, trad, de A. Ham id Siddiqi, 4 vols., Lahore, Sh. Muham m ad Ashraf,
1979, K. al-libas, n.° 2. -
109
más bien podría decirse que cada acercamiento a los textos era váli
do psicológicamente y coherente en sí mismo, dado su objetivo co
mún de intentar comprender la voluntad divina. Un grupo podía sen
tir que había logrado una comprensión más acertada que la alcanzada
por otro grupo, pero racionalmente cada uno de ellos habría tenido
que reconocer que nunca lo sabría con seguridad.
En cualquier caso, la analogía no se aplicaba de manera general a
cada afirmación de los textos, porque no siempre era posible la iden
tificación de la «causa efectiva» de una regulación. El descubrimien
to de esa «causa efectiva» era más fácil en asuntos prácticos de la
vida cotidiana (mu‘amalat), mientras que los detalles de los actos ri
tuales ( ‘ibadat) no eran considerados un área apropiada para la apli
cación de analogía. Su verdadera ‘illa sólo era conocida por Allah.
Otra esfera en la que los juristas han sido, en general, renuentes al
uso de la analogía es en el derecho penal. Entre todas las escuelas, a
los hanafíes les preocupaba especialmente que la «causa efectiva» no
pudiese ser identificada con certeza en los casos pertenecientes a este
área. Éstos incluían las ofensas contra la religión, es decir, actos que
habían sido prohibidos o sancionados explícitamente con penas en el
Corán. Éstos son: el robo, el contacto sexual ilícito, beber vino, los
asaltos en los caminos y la falsa acusación de contactos sexuales ilí
citos o sobre la paternidad. Los castigos (hudud, s. hadd) para estas
faltas dependían del delito e iban desde la muerte hasta la amputación
de una mano o de un pie, o los azotes. La pena de azotes por beber;:
vino no se estipula en el Corán, sino que se encuentra en la sunna11--
Por otro lado, para el ladrón varón o mujer se establece el castigo de
la amputación de una mano (5:38). En este caso, como en el de los
otros castigos hadd (con la excepción del falso testimonio), hay una
fuerte tendencia entre los juristas a limitar la aplicación de la pena;
una actitud basada en una tradición que dice que «es mejor errar por
indulgente que por severo»12. La naturaleza religiosa del robo se ve
en el papel del arrepentimiento, expresado en el siguiente versículo:
Quien se arrepiente después de haber hecho el mal y sé corrige, con
sigue que Allah vuelva a él, porque Allah es indulgente y misericor-:
dioso (5:39). De este modo, si el ladrón devolviese el objeto robado:
antes de que se danzase una acusación contra él, el castigo hadd no se
llevaría a cabo. Además, las definiciones precisas del acto de robo, de
lo que constituye un objeto robado y demás, tienen el efecto de limi
tar la aplicación del hadd, de manera que, en la práctica, se promul
gan las penas dentro de otro apartado del derecho, que permite que el
110
acusado sea sometido al castigo discrecional del juez. La naturaleza
religiosa del derecho se ve subrayada nuevamente en el hecho de que
la prisión no se considera un castigo, sino un medio para producir el
arrepentimiento del delincuente.
Consenso
Ill
tener un significado común, si no en sus palabras precisas, sí por la
interpretación de las mismas que numerosos ulemas habían hecho a
lo largo del tiempo.
La universalidad que al~Shafi‘i parece haber intentado reivindicar
para el consenso resultó imposible de lograr. No obstante, hay indicios
de que tal vez él pretendía limitar el consenso únicamente a los debe
res obligatorios, ya que consideraba poco realista esperarlo también en
todas las otras cuestiones14. Estaba claro que incluso la definición del
ichma‘ como el acuerdo unánime de los ulemas juristas (muchtahidun)
sobre cualquier cuestión de la religión tras la muerte del Profeta era
aspirar a un ideal inalcanzable. En realidad, el consenso representaba,
la mayor parte de las veces, o bien el acuerdo de una mayoría o bien
la ausencia de desacuerdo. Es decir, el ichma1 se daba cuando un ju
rista buscaba, en generaciones precedentes de expertos jurídicos, un
acuerdo sobre una opinión mantenida en la actualidad. Podía conside
rarse que tal acuerdo existía si no había habido voces contrarias a esa
opinión en el pasado. Una vez que una doctrina o una opinión se acep
taba por consenso, digamos que a través de qiyas, pasaba del campo
de ser una regulación legal probable al de la certeza, irrevocable y vin
culante para las siguientes generaciones. Así, el consenso mismo tam
bién se convirtió en una autoridad por sí mismo, que sentaba prece
dentes sobre los cuales podían basarse juicios posteriores. En este
sentido, se considera infalible, de acuerdo con la declaración del Pro
feta de que «mi comunidad nunca estará de acuerdo en un error». El
consenso no puede ser abrogado ni por el Libro ni por la Tradición,
pero tampoco puede abolir a ninguna de las dos.
Considerado un instrumento conservador en la preservación de la
herencia religiosa, al mismo tiempo también ha reflejado, a pesar de
las continuas polémicas, la coexistencia tolerante de las opiniones de
ulemas rivales en las circunstancias históricas cambiantes de la co
munidad. Era muy común, por ejemplo, que un jurista de una escue
la escribiese un comentario o un resumen sobre un trabajo ;de teoría
jurídica redactado por un alfaquí de otra escuela. Es justo decir que
las diferencias entre los alfaquíes o entre las cuatro escuelas del de
recho son consideradas por los musulmanes manifestaciones diferen
tes de la misma voluntad divina. Por tanto, sus visiones en conjunto
constituyen esencialmente una unidad objetiva.
Además de .los cuatro fundamentos o fuentes del derecho, la ju
risprudencia islámica, reconocía otros principios subsidiarios. Algu
nos habían estado presentes desde los primeros intentos de elabora
ción del derecho, como por ejemplo la preferencia de los juristas o
112
equidad (istihscm).. Otro era la costumbre (Jnrf).,, que .significaba la
práctica colectiva de un gran número de personas y que se considera
ba válida, siempre y cuando no contraviniese los principios de la ley
religiosa. Su aceptación se fundaba en el Libro, donde Allah declara
que no ha impuesto a los creyentes ninguna dificultad en la religión
(22:78). Se entendió que esto significaba que los creyentes encontra
rían muy difícil los mandatos de la religión si la costumbre predomi
nante, que gozaba de la aprobación general, era ignorada totalmente
en cuestiones legales en los casos en que no existía ningún conflicto
explícito con las fuentes materiales del derecho. La costumbre podía
ser incorporada y asimilada a través de interpretaciones basadas en el
ejercicio del ichtihad en casos determinados por la preferencia, el in
terés público, e incluso el consenso.
C o n t in u id a d y c o n t e n id o
15 Véanse los artículos de W. B. H allaq, «O n the origins o f the controversy about th e exis
ten ce o f mujtahids and th e-gate o f ijtihad», Stadia Islámica (1986), pp. 129-141 y «W as the
gate o f ijtihad closed?», International journal o f Middle East Studies 16 (1984), pp. 3-41.
113
el siglo v/xi y posteriormente16. De lo que se trataba era de tener en
cuenta todo aquello que sirviera para proteger los objetivos de la ley.
religiosa, tales como la conservación de la religión, de la vida, la ra
zón, la familia y la propiedad. Se asumía que el propósito de la ley era
asegurar el bienestar del pueblo, y las formas de lograrlo eran muchas
y diferentes, al ir cambiando las necesidades de la sociedad de acuer
do con cada época y sus circunstancias. El mismo concepto de masla-
ha constituía un desafío tácito a la naturaleza inflexible de parte del
Corpus de derecho positivo existente. El concepto mismo, hay que de
cirlo, fue sometido a un intenso debate en un clima de controversia, y
únicamente los juristas de las escuelas malikí y shafí‘í parecen haber
logrado desarrollar una base teórica convincente sobre la que apoyar
dicho concepto. Aun así, vale la pena resaltar que el concepto de mas-
laha se convertiría en el punto de partida del pensamiento de muchos
reformadores legales musulmanes modernos.
La p u e r t a d e l ic h t ih a d
16 Sobre este concepto, véase la obra de M. Khalíd Masud, Islamic Legal Philosophy,
Islamabad, Islamic Research Institute, 1977, pp. 149-172.
17 G. Mákdisi , The Rise of Colleges: Institutions o f Learning in Islam and the West,
Edimburgo, Edinburgh University Press, 1981, p, 277.
114
biasen. Por otra parte, otros argüían que la obligación de la comunidad
(fard kifaya) de mantener él ichtihad podía no ser cumplida, pero el
consenso seguiría funcionando y la comunidad estaría a salvo de caer
el error. Otros más pesimistas afirmaban que con el tiempo el derecho
se deterioraría inevitablemente y los juristas desaparecerían.
El debate quizá expresaba la ansiedad de los juristas de ambos cam
pos ante los desarrollos que estaban teniendo lugar lentamente con el
surgimiento y la expansión de las nuevas instituciones de enseñanza,
las madrasas, que empezaron a aparecer a partir del siglo v/xi. A dife
rencia de las mezquitas, establecimientos privados fundados con dona
ciones pías (waqf) para formar juristas en beneficio de toda la comuni
dad, las madrasas eran patrocinadas y fundadas por el gobierno para
que suministrasen personal administrativo. Cuando el poder empezó a
emplear a gran escala a sus propios juristas, esto ocasionó una interfe
rencia con la práctica libre y sin trabas por parte del muchtahid de pro
porcionar opiniones jurídicas. El jurista contratado por el gobierno era
a menudo sospechoso, considerado por algunos como un hombre cu
yas opiniones habían sido compradas por los que estaban en el poder.
En consecuencia, la división muchtahid-muqallad posiblemente refle
jaba las opiniones de aquellos que, respectivamente, rechazaban o se
acomodaban a las nuevas circunstancias del sistema madrasa. De cual
quier manera, el llamado «cierre de la puerta del ichtihad», sobre el que
discutieron los ulemas a partir del siglo vn/xni, nunca gozó del con
senso de todas las escuelas. Aunque sí parece que se produjo una dis
minución relativa del número de muchtahidun reconocidos después del
siglo x/xvi, la práctica nunca se extinguió y la llamada a ejercer el ich
tihad fue repetida con insistencia por los reformadores musulmanes
premodemos. Investigaciones futuras sobre el desarrollo pormenoriza
do del derecho en este largo periodo de siete u ocho siglos clarificarán,
sin duda, estos problemas y darán respuesta a algunas de las preguntas
que quedan en pie, si no a todas ellas.
115
gi timaba la fetua emitida un muqallad. Esto significa que se había pro
ducido una disminución de los requisitos requeridos con anterioridad.
Un muqallad no estaba entrenado en las técnicas necesarias que le ha
brían permitido elaborar una argumentación lógica utilizando el razo- j
namiento por analogía. El muqallad se limitaba a buscar en las obras I
de reconocidos juristas del pasado hasta encontrar una respuesta ya ela
borada que pudiese aplicar al problema que se le había presentado. No
obstante, se siguieron emitiendo fetuas y las colecciones de responsa
de prestigiosos juristas continuaron siendo una importante fuente jurí
dica para la historia legal y social de la sociedad islámica.
Como opinión legal, una fetua pretende elucidar un problema de '
tipo jurídico, planteado al muftí por un miembro del público o por un '
juez o cadí designado por el gobierno (qadi), siendo la tarea del muf- |
tí resolver los casos llevados ante él. En tanto que opinión, la fetua no
es vinculante. A diferencia del fallo de un cadí, una fetua no se pue
de imponer, a no ser que el juez la adopte y decida aplicarla. El cadí
puede solicitar las opiniones de distintos muftíes antes de tomar una
decisión. Las opiniones legales (fetuas) podían versar sobre cualquier
aspecto del derecho, ya fueran cuestiones sencillas sobre creencias y
rituales o temas más complejos relacionados con contratos o heren
cias. Dos ejemplos de periodos, lugares y contextos sociales muy dis
tintos bastarán para ilustrar esta institución.
Ahmad ibn Muhammad ibn Ziyad fue designado cadí de Córdoba
en el año 291/903. Las sesiones del tribunal se celebraban en la mez
quita central, que todavía hoy es el monumento más famoso y promi
nente de la ciudad. Un día, mientras el tribunal celebraba una sesión,
una mujer de la comunidad cristiana dimmí entró y solemnemente pro
clamó ante la asamblea que ella negaba la divinidad de Allah, ya que
Jesús era él mismo Dios, y que la pretensión de Muhammad de que él !
era el Profeta era una mentira. Esto equivalía a declarar falsa la profe
sión de fe de los musulmanes expresada en las siguientes palabras: «No
hay más Dios que Allah, y Muhammad es el Enviado de Alláh». Se pi
dió la opinión de los juristas que estaban-presentes y éstos estuvieron
unánimemente de acuerdo en que la mujer había cometido él delito de
injuriar voluntariamente a. Allah y al Profeta, delito castigado con la
pena de muerte.
Como las fetuas sólo eran consultivas, las fuentes no nos informan
si el cadí ejecutó la opinión de los juristas. El comportamiento de la mu
jer nos puede parecer estrambótico, al buscar deliberadamente la muer
te, aunque el suyo pudo haber sido un acto espontáneo que venía a re-. .... ;
cordar el espíritu de una generación anterior de cristianos de al-Andalus,
que habían buscado el martirio como expresión de rebeldía contra sus
amos musulmanes. El cadí añadió a las opiniones legales emitidas una
serie de observaciones relacionadas con lo que estaba permitido decir ...Lr..
116
respecto al Profeta. Si un musulmán, uií judío o un cristiano negaran pú-
blicamente que Muhammad era el Profeta o le maldijeran, y se le co
municase esto al cadí, la pena sería la misma que la que presumible
mente sufrió la mujer cristiana del caso que acabamos de ver. Por otro
lado, era aceptable que un dimmí, cristiano o judío, dijese que Muham
mad no había sido enviado como profeta a sus respectivas comunidades
y que sus profetas eran Jesús y Moisés. No era admisible que ellos afir
masen que su religión era mejor que el islam18. La fetua se ocupa, por
tanto, de un tema candente de la época, las relaciones entre la cultura is
lámica dominante y las comunidades religiosas minoritarias, relaciones
que podían producir alteraciones del orden público.
La segunda fetua pertenece a este siglo. Aborda el caso de un jeque
beduino de una tribu sedentaria de la región de Jerusalén-Belén, quien
se había divorciado de su mujer sin querer. Cuando fue a solicitar una
opinión legal, el jeque explicó al muflí que había perdido los estribos
cuando supo la intención de su hermano de casarse con una mujer a la
que él no aprobaba. «El novio no deberá casarse con la novia, ella no
entrará en mi casa», había jurado el jeque, y demostró que hablaba en
serio haciendo el juramento de disolver su propio matrimonio, si su
hermano seguía adelante con sus intenciones. La pareja desafió al je
que y la mujer entró en la casa de su marido, que daba la casualidad era
la que compartía con su hermano el jeque. La condición para el divor
cio del jeque se había cumplido, y éste ahora buscaba una manera de
salir de este imprevisto e innecesario aprieto en el que se había metido.
El cadí del tribunal del distrito recurrió a la doctrina legal de la es
cuela hanafí que no atribuía ninguna importancia a la hora de decidir
un divorcio a la intención. Esto significaba que el tribunal confirma
ría el divorcio (aun aceptando que el jeque, en realidad, no lo había
querido) y que el jeque sólo podría volver a recuperar a su esposa si
ésta se casaba con otro, aunque fuese por un corto espacio de tiempo,
y luego se divorciaba de su segundo marido, a continuación de lo cual
podría volver a contraer matrimonio con el jeque. No gustándole la
solución, el jeque pidió la opinión de un muñí independiente, de re
conocida autoridad personal, que pertenecía a la escuela shafiri, que
reconoce el elemento de intencionalidad cuando se pronuncia una
fórmula de divorcio. El jeque utilizó la fetua de ese muftí como prue
ba de que su matrimonio todavía era válido, aunque la decisión del
muftí no fue confirmada ni registrada en ninguna institución estatal.
Esta solución, referida a un área de derecho personal, era vista por la
mayoría como una decisión justa en una situación que podía haber
/••• 18 W atha'iqfi ahkam qada’ ahí al-dhim m ahfi’al-Andaliis, mustakhrajah min makhtut
/ í.al-ahkam al-kubra li’l-qadi Abi 1-Asbagh lIsa ibn Scihl, ed. de M . ‘Abd al-Wahhab Jallaf,
■’ fít Cairo, 1980, p. 70.
117
ocasionado un quebranto mayor, si todo el rigor de la escuela hanafí:
se hubiera impuesto en este aspecto concreto del derecho19. i
Independientemente de las circunstancias específicas ilustradas en
cada caso por las fetuas respectivas, las colecciones existentes de es
tos documentos reflejan colectivamente la complejidad de las socie
dades islámicas. Además, muestran el modo en que el derecho, qué.
en teoría no puede ser modificado, puede ser adaptado a lo largo de
los siglos a las prácticas cambiantes y cómo puede producirse imper
ceptiblemente una evolución judicial.
Las fetuas continúan publicándose hoy en día, y su propósito es
guiar a los musulmanes preocupados por diversas cuestiones de la
fe, sobre las cuales les pueden seguir dudas en su vida cotidiana. El
procedimiento tradicional pregunta-respuesta ha sido naturalmente
modernizado por medio de todas las facilidades que ofrece la era de
los medios de comunicación electrónicos. El semanario árabe-sau-
dí al-Da‘wa, fundado por el difunto Muhammad ibn Ibrahim al-
Shaij, cuenta con una sección de fetuas para responder a las dudas
de sus lectores, emitidas principalmente por el respetado jurista
‘Abd al-A ziz ibn ‘Abdallah ibn Baz. El antiguo director de la mez
quita-universidad al-Azhar de El Cairo, el fallecido Mahmud Shal-
tut, publicó una colección de fetuas sobre «los problemas a los que
se enfrentaban los musulmanes contemporáneos en su vida diaria».
Ésta reunía las respuestas dadas por él, a través de la radio y la pren
sa, a lo largo de muchos años a las dudas de los creyentes. Abarcan
la mayor parte de los asuntos incluidos en los trabajos clásicos so
bre derecho positivo: cuestiones doctrinales, ritual religioso, cos
tumbres e innovaciones, asuntos concernientes al estatus familiar y
personal, acuerdos financieros y de negocios, bebidas, drogas, fu
mar. Sin embargo, la naturaleza estrictamente moderna del libro se
desvela en la inclusión de temas sobre viajes espaciales y sobre la
relación entre el islam y el comunismo20.
O b s e r v a n c ia s r e l ig io s a s
19 A. Layish, «The farwa as an instrument of the Islam ization of a tribal society in pro
cess of sedentarization», Bulletin o f the School o f Oriental and African Studies 54/3 (1991),
pp. 449-459.
20 M . Shaliut, al-Fatawa, E I Cairo, 1983,
118
calificaciones legales: obligatorias, prohibidas, censurables, reco
mendables y permisibles.
La primera relación se manifiesta con claridad en los deberes
obligatorios que los musulmanes tienen con Allah como expresión de
la sumisión a su voluntad y de su gratitud por la plenitud de regalos
que Él les ha concedido. A menudo se definen como los Cinco Pila
res del islam, que comprenden la observancia ritual de la oración, el
ayuno, la entrega de limosnas y la realización de la peregrinación,
precedidos todos ellos por el quinto pilar, la profesión de fe o shaha-
da: «No más Dios que Allah, y Muhammad es el Enviado de Allah»21.
La oración
^ 21 Sobre el ritual islámico en general, véase W. Graham, «Islam in the mirror of ri-
^ V; tual», en Islam’s Understanding of Itself, éd. de R. Hovannisian y Speros Vryonis, Malibu,
i'% 5- Calif, Undena Publications, 1983, pp. 53-71.
-.</£•' 22 Tabrizi, Mishkat, cit., I, pp. 115-116.
119
tradición del Profeta dice que «cuando mi pueblo sea llamado en el día
de la resurrección, sus frentes y sus manos llevarán las señales claras
de sus abluciones»23. De acuerdo con otra tradición, la oración hecha
en común tiene mucho mayor mérito que la que se hace individual
mente24. En cualquier caso, se dice que los ángeles son testigos de las
oraciones (17:78) a cualquier hora del día o de la noche25. La oración
del mediodía de los viernes fue elegida como una oración congrega-
cional especial que debe hacerse en la mezquita principal, en función
de un versículo coránico (62:9) y de que el Profeta explicó que ese día
distinguiría a los musulmanes de los judíos y los cristianos, cuyos días
especiales eran el sábado y el domingo26. Es en esta ocasión cuando se
pronuncia un sermón (jutba), en el que tradicionalmente el predicador
incluía una oración por el bienestar del gobernante, y después exponía
su mensaje, basado en un versículo coránico y centrado con frecuen
cia en un tema actual que preocupaba a su audiencia.
Limosna
120
sí mismos eran buenos- Con su gesto podía haber persuadido al ladrón
y a la prostituta para que abandonasen su oficio, mientras que el hom
bre rico podía haber visto en el acto algo digno de imitación y dar, por
tanto, a los demás «una parte de aquello que Allah le había dado a
él»29. La zakat podía pagarse tradicionalmente de distintas formas,
bien en efectivo o en especie, en este último caso, por ejemplo, una
parte de un rebaño de animales o de una cosecha de dátiles.
El ayuno
121
calendario musulmán, laiiesta de la ruptura del ayuno ( ‘idal-firr). La
ocasión se caracteriza por el intercambio de visitas y regalos, todo
ello acompañado de un espíritu de alegría, y por la distribución de li
mosnas especiales en un espíritu de acción de gracias. El ayuno tam
bién puede realizarse como un acto de expiación por ciertas ofensas,
como el rompimiento de una promesa.
La peregrinación
122
Las tradiciones están repletas de detalles del modo en que el ProfeLa
realizó los ritos en los diversos estadios de la peregrinación, detalles
reproducidos en los compendios de normas legales de las distintas es
cuelas jurídicas.
Cada uno de estos cuatro rituales obligatorios tiene también una
expresión informal, no obligatoria. Desde el punto de vista legal, esos
actos serán considerados actos recomendados, que confieren mérito
al que los lleva a cabo, pero no traen consigo un castigo en caso de
omisión. Por ejemplo, la invocación privada y personal dirigida a
Allah se llama d ita y se puede realizar en cualquier momento, sin
hacer abluciones ni postraciones. También hay oraciones especiales
que se recitan en las fiestas de la peregrinación y de ramadàn. Una
forma meritoria, pero no obligatoria, de limosna se llama sadaqa (de
donde viene nuestro arabismo acidaque). Ayunar fuera del mes de ra
madàn se considera algo digno de alabanza, siempre y cuando no sea
excesivo. Existe una forma de peregrinación" a La Meca que puede
realizarse en cualquier época del año, fuera de la estación del hayy, y
que se llama ‘umra. En esta ocasión no se llevan a cabo algunos de
los rituales esenciales de la peregrinación. En conclusión, la oración,
la limosna, el ayuno y la peregrinación constituyen el reconocimien
to por parte de los musulmanes de su sumisión y obediencia a la vo
luntad de Allah, y expresan su profunda gratitud por su generosidad.
Este eje primario de la vida religiosa de los musulmanes, la rela
ción vertical Dios-Hombre, se ve acompañado por un segundo eje ho
rizontal, la relación del hombre con sus semejantes. En el derecho se
hace referencia a esta relación con la expresión mu ‘amalat. Si el cre
yente ha establecido una relación apropiada con Allah en el primer
sentido, se da por supuesto que su conducta en el transcurrir cotidia
no de, por ejemplo, su vida familiar y sus negocios, creará las condi
ciones para lograr lo que los musulmanes consideran el proyecto ideal
de sociedad en el segundo sentido. La gama de estas leyes sociales es
demasiado amplia como para poder ofrecer ni siquiera un resumen.
Algunas, tales como los castigos hudud, ya han sido mencionadas,
por lo que a continuación se tratarán tan sólo brevemente las áreas
restantes que ofrecen mayor interés. . ..
R e l a c io n e s s o c i a l e s
123
ventada por el Libro musulmán. El patriarcado estaba generalizado en
Oriente Medio antes del surgimiento del islam, y algunos de sus valo
res fueron conservados en la nueva cultura religiosa, principalmente
en el modo en que algunos juristas interpretaron las fuentes materiales
del derecho. Y esto a pesar del empuje revolucionario de la nueva fe
para crear un vínculo entre los creyentes que superase al de la tribu.
Un caso claro es el de la poligamia. El Corán explícitamente per
mite a un hombre tener hasta cuatro esposas a la vez (4:3). La inten
ción no era fomentar esta práctica, sino más bien limitar la costum
bre prevaleciente en Arabia Central de la poligamia ilimitada, ya que
el mismo versículo insta a que si no se puede tratar a cada esposa de
manera igual, entonces sólo se debería tener una. Ésta fue la postura
adoptada por la mayor parte de los primeros juristas. Una excepción
fue permitida, curiosamente, por la escuela literalista de los zahiríes.
Éstos interpretaban que en el Corán se alentaba el acto del matrimo
nio como una única unión continua, y no como una serie de ellas. La
visión predominante tenía su base en el Libro y correspondía a las
normas patriarcales de la época, aunque no hay manera de determi
nar lo común que era esta práctica de la poligamia. Es sólo reciente
mente que estas normas se han debilitado o están siendo desafiadas,
por lo que los reformadores musulmanes han sostenido, basándose en
otro versículo del mismo capítulo del Corán (4:129), que la verdade
ra intención de Allah había sido la de imponer al menos una restric
ción moral a los matrimonios plurales o la de eliminar totalmente la
poligamia.
Matrimonio y divorcio
124
Existen ciertos impedimentos para el matrimonio, tales como la
prohibición de ser contraído entre un hombre y una mujer con cierto
grado de parentesco consanguíneo, como está especificado en el Co
rán (4:22-23). También se prohíbe el matrimonio entre dos personas
que han sido amamantadas por la misma mujer, ya que los juristas
sostienen que esta forma de alimentación es como la que recibe el
embrión en el seno de su madre biológica. Por último, el matrimonio
entre un musulmán y alguien perteneciente a otra comunidad religio
sa que no posea una Escritura revelada es inválido. Por tanto, los ju
díos y los cristianos, como gentes del Libro, son aceptables, pero una
mujer no puede ser desposada con ningún miembro de esas dos co
munidades, a menos que el hombre se convierta.
La novia recibe una dote (mahr), según lo estipulado en el con
trato, pagada directamente por el marido, y la cantidad acordada for
ma parte de su fortuna personal, sobre la cual el marido no tiene nin
gún derecho legal. La costumbre de que sea la mujer la que amueble
la casa puede ser que prevalezca todavía en los países musulmanes,
aunque ello forme parte de la responsabilidad legal del marido. A
cambio del mantenimiento por parte del esposo, lo que significa no
sólo la manutención, sino también el suministro de la ropa necesaria
y una vivienda, la esposa tiene que obedecer a su marido y cuidar de
su hogar. En el contrato de matrimonio, la mujer podía estipular que
su marido no tomaría otra mujer por esposa, o podía asegurarse una
autorización previa (tafwid) para divorciarse si ella así lo decidiese.
Los roles del marido y de la esposa son percibidos como comple
mentarios, reflejando sus diferentes capacidades y disposiciones de
acuerdo con los valores de la sociedad patriarcal tradicional. Debido
a que el hombre actúa en la esfera pública del mercado y del gobier
no, la experiencia que puede acumular en esas funciones hace que en
cuestiones legales su testimonio equivalga al de dos mujeres. La mu
jer actúa dentro de la esfera privada del hogar, haciéndose cargo de él
y criando a los hijos, lo que incluye su formación moral. Desde el
momento en que el marido tiene toda la responsabilidad económica
de la familia, se considera que la mujer es su subordinada (2:228).
Por otro lado, como pareja, ambos son igualmente responsables ante
Allah de llevar vidas virtuosas. Esto aparece con claridad en el ver
sículo coránico (33:35) que se dice fue revelado cuando una mujer
retó al Profeta a que explicase por qué parecía que Allah sólo se diri
gía a los hombres de la comunidad.
El derecho considera la disolución de un matrimonio como una
abominación ante los ojos- de Allah, y se recomienda el arbitraje
feiiando surgen problemas serios, Y si tenéis razón.para temer una es-
, cisión entre una pareja casada, elegid un mediador de la familia de
él y otro de la familia de ella. Si los cónyuges desean dejar las cosas
125
claras, AUáh podría traer su reconciliación..(4:3.5). Se dice que la
gravedad del acto se refleja en el hecho de que se requiere que un ma
rido se divorcie de su esposa, no una vez, sino tres veces, para hacer
lo irrevocable. Es decir, si el marido pronuncia la fórmula de divor
cio, «Te divorcio», sólo una vez, se abre un periodo de espera de tres
meses ( Hdda), antes de que el divorcio se haga efectivo, de modo que
exista una oportunidad para reconciliarse y también para ver si la mu
jer está embarazada. Si el marido reconsidera su decisión, puede to
mar nuevamente a su esposa y la vida continúa como antes, aunque
se considera que él ha incurrido en un divorcio. Después de un tercer
divorcio de esta naturaleza, el matrimonio se disolverá irrevocable
mente. Si la fórmula se pronuncia una vez en cada uno de los tres me
ses sucesivos, la pareja puede reconciliarse en este periodo, pero si no
lo hace al final del mismo, el divorcio es definitivo. Un divorcio irre
vocable significa que el hombre no puede casarse con su esposa otra
vez, a menos que ella entretanto se case con otro hombre y seguida
mente se divorcie.
La forma más problemática de romper un matrimonio (y quizá la
más común) ocurre cuando un hombre pronuncia la fórmula de di
vorcio tres veces seguidas. Es algo legalmente válido, aunque consi
derado una innovación (bidfa) y, por tanto, pecaminoso.
Éste es claramente otro ejemplo adicional de la poderosa influen
cia ejercida por los valores patriarcales sobre las normas religiosas de
la fe. Así, con ciertas excepciones, a menos que el contrato de matri
monio estipule las condiciones mediante las cuales una mujer puede
divorciarse de su esposo, es el marido quien siempre tiene el derecho
de iniciar el proceso. Las excepciones principales son que la esposa
puede pedir el divorcio en el tribunal del cadí en el caso de que el ma
rido sea impotente o demente.
La herencia
126
se asignaban de acuerdo a lo que se pensaba que eran sus necesida
des respectivas. En la mayoría de los casos, se entregaba al varón el
doble de lo que heredaba la mujer y todos los hijos juntos recibían
más que el cónyuge sobreviviente. Y finalmente, para estos fines, el pa
rentesco por parte de la madre se colocaba al mismo nivel que el
parentesco por parte del padre, aunque la porción que cada uno de los
parientes recibiera fuera diferente. Así, los herederos estipulados en
el Corán (4:7-11), entre ellos las esposas, las hijas, las hermanas y las
abuelas del difunto, tenían derecho a una parte de los bienes ya pre
fijada y que se les entregaba antes de que la herencia fuera a parar a
manos del pariente varón más cercano.
El mercado
33 The Ma ‘alim al-Qurbaft Ahkam àTHisba o flb n ai-Ukhuwwa, ed. de R. Levy Lon
dres, Luzac, 1938, pp. 31,33. . . .
127
cuestión de evidente preocupación moral (sea real o imaginaria): no
debía permitirse a las mujeres que entrasen en las iglesias, porque se
pensaba que los sacerdotes eran libertinos, fornicadores y sodomitas.
Sería mejor, añadía el manual, que los sacerdotes católicos se casa
ran, como hacían en el cristianismo oriental, y aquellos que lo dese
aran deberían ser animados a hacerlo36.
El mundo islámico hasta los tiempos premodemos había desarro
llado su propio mercado internacional común, en el cual las mercan
cías eran transportadas a lugares lejanos a través de rutas comerciales
que unían entre sí los centros urbanos. Para facilitar el movimiento de
las mercancías, los juristas idearon técnicas comerciales, sobre todo
los pertenecientes a la escuela hanafí. Sociedades de carácter general
o limitado, distintas de formas de inversión y disposiciones crediticias
que no violaban la prohibición de la usura constituyeron una variada
serie de instrumentos comerciales que funcionaron no sólo en el co
mercio, sino también en el sector industrial, combinando los aspectos
productivo y distributivo de la manufactura. Un estudio reciente sobre
estas técnicas comerciales concluye que «algunas de las instituciones,
prácticas y conceptos que ya estaban completamente desarrollados en
las fuentes legales islámicas de finales del siglo vm d.C., no surgieron
en Europa hasta varios siglos más tarde»37.
«D im m íe s y e s c l a v o s »
36 E. García Gómez y E. Lévi-Provençal, Sevilla a comienzos del siglo XII: el tratado >
de Ibn Abdun, Sevilla, 1981, n.° 154. '
37 A. L.'U dovitch, «Com m ercial techniques in early medieval Islam ic trade», en D.
S. Richards (ed.), Islam and the Trade ofAsia, Oxford, Clarendon Press, 1964, p. 130.
128
sólo a los musulmanes), pero sí estaba sujeto en caso de robo; por
otro lado, el dimmí estaba protegido contra la falsa acusación de
fornicación de la misma manera que lo estaban los musulmanes.
Mientras que un musulmán y un dimmí no podían heredar sus pro
piedades entre ellos, la entrega de regalos o legados no estaba prohi
bida. En las normas jurídicas relativas a la propiedad, los contratos
y las obligaciones, los musulmanes y los dimmíes eran virtualmente
iguales, aunque no podían establecer ciertas formas de sociedades
comerciales entre ellos.
Una segunda categoría de persona, el esclavo, no estaba reconoci
da jurídicamente como completamente responsable, a diferencia del
musulmán libre. Se ha considerado que la institución de la esclavitud
pertenece más al derecho familiar que al de propiedad38. Es decir, el
derecho refleja el uso prácticamente exclusivo de los esclavos en el
área doméstica más que en los sectores productivos de la economía,
tales como la agricultura y la minería. Un esclavo o nacía con esa
condición social o era un no musulmán cautivo, la mayor parte de las
veces como consecuencia de la guerra. Los esclavos también eran
comprados por los gobernantes musulmanes y entrenados y emplea
dos como guardias militares de elite, cuya lealtad está dirigida única
mente a la persona del soberano. En muchos casos, esta política con
dujo a que esclavos de elite llegasen a ser gobernadores de hecho, ya
que, convertidos al islam, su anterior estatus de esclavo no era ni un
estigma ni un impedimento para ejercer el poder.
De ahí que, en el sentido religioso, el esclavo era considerado una
persona con ciertos derechos, pero, en tanto que sometido a su amo o
ama, no era tenido por alguien completamente responsable. Por ejem
plo, un esclavo o esclava podía incluso casarse con una mujer o un
hombre libre respectivamente. Pero estaba sujeto sólo a la mitad de la
pena de una persona libre por delitos como el beber vino o de falsa
acusación de fornicación. Una criatura nacida de un hombre libre y su
concubina era considerada libre cuando el dueño la reconocía como
suya; asimismo, la madre se convertía en libre a la muerte de su due
ño. El trato dado de los esclavos estaba situado en el mismo plano que
el de los familiares (2:177). La manumisión de un esclavo pertenece a
la categoría de actos recomendados, ya sea como una expiación reli
giosa (kaffara) o como un gesto voluntario. Se podía ofrecer este tipo
de expiación cuando un musulmán asesinaba a otro involuntariamen
te (4:92) o rompía ün juramento (5:89). Por otra parte, el esclavo po-
ñ^íáríómprar su propia libertad en plazos acordados con su amo. Si el
;'deréého reconocía la esclavitud como tal, también estipulaba que las
129
condiciones de vida del esclavo no debían ser intolerables y daba a en
tender que la posesión de esclavos no era una insignia que adornase a
los musulmanes verdaderamente piadosos (2:177). Como hemos teni
do ocasión de ver en el capítulo anterior, las primeras generaciones de
ulemas musulmanes contaron con algunas figuras notables que fueron
o esclavos manumitidos o hijos o nietos de esclavos liberados.
El c a l if a t o
Los ulemas que elaboraron los métodos y los detalles del derecho
tal como se ha esbozado en este capítulo describen en sus obras, vo
luminosas y variadas, la vida de la sociedad y la del creyente indivi
dual, reguladas por la voluntad divina. Los ulemas también crearon
una doctrina sobre el liderazgo (imama) de la comunidad que, por
conveniencia, podría denominarse la teoría del califato.
Se creía que la comunidad musulmana (umma) había logrado por
un breve periodo de tiempo los objetivos fijados para ella por orden di
vina. Esto sucedió durante la vida del Profeta y en el periodo de los Ca
lifas Rectamente Guiados, los cuatro primeros sucesores que habían
gobernado los asuntos de la comunidad durante las tres décadas poste
riores a la muerte de Muhammad. A partir de entonces, este estado de
perfección absoluta decayó, una vez que la disensión política (fitna) di
vidió a la comunidad y, más tarde, con la dinastía omeya, los califas
acabaron transformándose en simples reyes. La causa fundamental de
este deterioro fue identificada con la desviación de la comunidad del
«camino recto» gobernado por Allah, debido a la imperfección huma
na y a su vulnerabilidad frente a las seducciones de Satán.
No obstante, los juristas continuaron afirmando que «como la re
ligión y el poder temporal son gemelos», el califato era una institu
ción establecida por derecho divino (4:59) y no por los dictados de la
razón. El califa debía ser designado por un consejo informal de elec
tores, que reconocerían al gobernante en nombre de la comunidad.
No obstante, el número y la identidad precisa de esos electores con
tinuó siendo un asunto muy discutido. Entonces, los ulemas pintaron
un cuadro utópico de las cualidades que un califa debía poseer y de
las tareas que debía realizar. Debía ser justo, tener suficiente forma
ción como para poder decidir en cuestiones jurídicas, estar en buen
estado físico y mental,, ser un descendiente de la tribu del Profeta, los-
Quraish, y finalmente, poseer la capacidad para defender los territo
rios del islam (dar al-islam) de las amenazas externas y de la rebelión
interna.
Esta última disposición implicaba la capacidad del califa para lla-t
mar al yihad o guerra santa, un deber (fard kifaya) que los juristas1-
¿0
%
130
consideraban que estaba suficientemente cubierto cuando era llevado
a cabo por al menos un cierto número de musulmanes^ Además, el
mundo estaba dividido, de acuerdo con los juristas, entre la dar aids-
lam, los territorios bajo gobierno musulmán, y el resto, es decir, los
territorios de guerra (dar al-harb). Teóricamente, esto implicaba que
existía un estado de guerra permanente con el mundo no musulmán,
lo que en la realidad resultó ser imposible. En distintos momentos, las
relaciones entre los musulmanes y sus oponentes cristianos de Bi-
zancio o de al-Andalus permanecieron estáticas, sin que prevaleciera
ni la guerra abierta ni la paz completa.
Asimismo, la realidad política a lo largo de la historia islámica ha
demostrado que la sociedad aceptó el gobierno de quien ejerciera el
poder efectivo, por ejemplo, un jefe militar, aunque el papel de cali
fa quedara reducido a una mera ficción y aunque el derecho divino
fuera violado. En estos casos, aunque los ulemas admitieron las rea
lidades políticas tanto o más que el resto de los subditos, continuaron
defendiendo y sosteniendo el carácter utópico del califato. Se veían a
sí mismos como los exponentes del. mensaje profètico y de la volun
tad de Allah, a la que incluso el califa, como cualquier otro creyente,
estaba a fin de cuentas sujeto. Para los ulemas, la aceptación de la le
gitimidad funcional de un gobierno no significaba que le otorgaran
también la legitimidad doctrinal.
A pesar del utópico programa de los ulemas, el sistema jurídico vi
gente bajo el califato y en los estados que vinieron a continuación com
prendía tanto las decisiones de los jueces basadas en la shan a como los
edictos de los mismos gobernantes o de sus ministros o delegados, los go
bernadores provinciales. Se estableció un tribunal complementario con
poderes más amplios que los de los tribunales de los jueces o cadíes, para
revisar los errores (mazalim) cometidos por funcionarios del gobierno
contra personas corrientes, tribunales que además abarcaban un gran nú
mero de cuestiones financieras y administrativas que el derecho religioso
(fiqh) no trataba en detalle. De ahí que el sistema jurídico que la comuni
dad experimentaba en el día a día no era simple y llanamente la sharVa,
sino más bien un sistema dual que procedía tanto de fuentes divinas como
seculares. Por ejemplo, el derecho y el impuesto de la tierra se basaban..
en la práctica local, por lo que la interpretación variaba de un lugar a otro
y según las épocas. Más tarde, utilizando nociones jurídicas de necesidad
social é interés público, los gobernantes comenzaron a creía sus propias—
leyes, incrementando de-esta manera el-alcance-del derecho estatal,-Tan
to el derecho divino como el estatal estaban estrechamente_ interrelacio-__
nados de manera inevitable, en el sentido de que las decisiones de un tri-
r jbiunal podían influir en las decisiones del otro, y la práctica local y la
‘costumbre podían ser utilizadas como fuentes para decisiones tomadas
-tanto por el tribunal del cadi como el .tribunal de los mazalim,___
131
C o n c l u s ió n
133
IV
Fe y c o m u n id a d
135
Ka‘ba, si tierifes los medios para hacerlo». El hombre contestó: «Has
dicho la verdad». Nos sorprendió que interrogase a Muhairmiad y que
declarase que decía la verdad. Luego, el hombre dijo: «Ahora, cuén
tame qué es la fe (imán)». Muhammad respondió: «Imán significa que
creerás en Allah, en sus ángeles, sus Libros, sus enviados y en el Últi
mo Día, y que debes creer en que tanto el bien como el mal han sido
decretados». Luego el hombre dijo: «Háblame ahora sobre la perfec-; ••
ción (íhsan)». Muhammad contestó: «Significa que adorarás a Allah
como si lo vieras, porque Él te ve, aunque tú no puedas hacerlo».
L O S JARIYÍES . .
136
afirmaban que el arbitraje humano jamás podía suplantar al juicio cla
ro de Allah (12:40). De este enfrentamiento surgirían varias facciones
de activistas y rebeldes jariyíes («secesionistas»). Éstos tacharon de
infieles a ‘Uzman y a ‘Ali y a todos sus partidarios. Dondequiera que
los rebeldes jariyíes extremistas pudieron erradicar o expulsar por la
fuerza a los que ellos percibían como elementos pecaminosos de la so
ciedad, afirmaron que el camino «verdadero» de la salvación sólo era
posible dentro de la seguridad y el aislamiento de sus campamentos
militares. Otros grupos más moderados, que continuaron viviendo en
el seno de la comunidad, afirmaban que el pecador grave (fasiq) era un
infiel que debía ser sometido a ostracismo en este mundo y a conde
nación eterna en el otro. A la hora de intentar precisar quién era un no
creyente, adoptaron la postura de que la fe se veía irremediablemente
dañada por el pecado. El pecador fue considerado un infiel (kafir) o
idólatra (mushrik), que era mucho peor que ser tachado de hipócrita
(munafiq), de cristiano o de judío.
Por primera vez en la trayectoria de la comunidad, se planteó de
modo claro, aunque carente de sofisticación, la cuestión de la pertenen
cia de sus miembros en función de su fe. A los ojos de los jariyíes, el in
fiel, o quizá sería mejor decir el «creyente equivocado», era el enemigo
interno, llamado «musulmán» porque profesaba el islam, pero conside
rado un pecador grave (fasiq). La fe sin obras era anatema para los jari
yíes. «Quienquiera que no haga lo que Allah le ha ordenado hacer anu-
j la no sólo su propia obra, sino también su fe; quienquiera que anule su
obra es un hombre sin/e, y un hombre sin/<? no es más que un kafir»K
Pero ¿qué era un pecado grave? Todos, los jariyíes y sus adversarios por
igual, estaban de acuerdo en que el politeísmo era el peor de los peca
dos graves. Allah no perdona que se atribuya la divinidad a otro ade
más de Él; perdona cualquier cosa, excepto esto (4:48). Aparte de éste,
algunos jariyíes incluían también la fornicación y el robo, crímenes
mencionados en el Corán. Cualquiera que fuese la ofensa, la conclusión
era siempre la misma: el pecador perdía el derecho a ser considerado
creyente y miembro de la comunidad islámica. El pecador sólo podía re
novar su fe si se arrepentía y se pasaba al campo «verdadero» de los ja
riyíes. Una tradición, posiblemente destinada a refutar esta opinión,-
cuenta que el Profeta dijo que no era posible comprobar la fe de un mu
sulmán ni siquiera abriéndole el corazón para descubrir el motivo de su
sumisión.
La prontitud con que los jariyíes estaban dispuestos a pronunciar
takfir.; es decir, a declarar a alguien infiel (kafir), fue criticada también1
1 T. Izutsu, The Concept o f Belief in Islamic Theology, Tokio, The Keio Institute of Cul
tural and Linguistic Studies, 1965, p. 42, citando al jurista al-Malati (m. 377/987). El su
brayado es mío.
137
en otras tradiciones que condenaban su rígida postura. Por ejemplo, f ;
* se afirma que el Profeta dijo que había tres cosas que pertenecían a la
raíz misma de la fe y que protegían al individuo de la censura y el cas
tigo: la primera, no se debía molestar a aquel que profesase que no
hay más Dios que Allah; la segunda, una persona que hubiese come
tido un pecado no debía ser considerada un infiel (kafir); y la tercera,
una persona no podía ser excluida del islam por la mera realización
de un acto u otro2. En otra ocasión, se dijo que el profeta Muhammad
había contado a su compañero Abu Dan: que quienquiera que murie
se creyendo que no había más Dios que Allah, ése entraría en el Pa
raíso. Abu Darr preguntó: «¿Incluso si incurriese en fornicación e in
cluso si robase?». Y el Profeta confirmó que así sería3.
El idealismo intransigente de los jariyíes encontró oposición no sólo
en la Tradición, sino también en las corrientes mayoritarias de la socie
dad islámica temprana. Después de repetidas rebeliones jariyíes y de su
derrota a manos de las fuerzas del gobierno, el carácter extremista del
movimiento se fue moderando con el paso del tiempo. (Una ramifica
ción, los ibadíes, que se originó en Basora, Irak, ha logrado sobrevivir
hasta nuestros días en Omán, África Oriental y África del Norte.) La
pregunta jariyí «¿Quién es un no creyente?» produjo una gran conmo
ción en la comunidad y la llevó a reflexionar sobre otro problema más
amplio, el de cómo definirse a sí misma, lo que estimuló a su vez el pro
ceso de debate teológico y una producción literaria correspondiente. La
cuestión de la autodefinición necesitaba ser tratada con cierta urgencia.
En el siglo que siguió a la primera fitna, durante la rápida expansión del
dominio islámico sobre territorios no musulmanes, la disensión política
dentro del estrato gobernante puso en peligro el control musulmán en al
gunas regiones. Además, cuando esa disensión se expresó en términos
religiosos, aumentó la necesidad de elaborar y consolidar una forma
coherente de expresar la fe y el derecho, de manera que éstos pudieran
resistir las presiones que la umma sufría en su proceso de transforma
ción, desde ser un pequeño núcleo mequense-medinés a convertirse en
una comunidad internacional de fe. En cierto sentido, lo que estaba en ...y
juego era el éxito mismo de la misión del Profeta a largo plazo.
....................... ■................ ....................
LOS MURYÍES
138
dos muryíes. El nombre, por un lado, tenía un tinte político, porque
significaba «suspendér el juicio» respecto a si una personádétermina-
da, incluyendo al califa, era creyente o kafir. Esta cuestión sólo atañía
al juicio de Allah. Por otro lado, el nombre también tenía un matiz teo
lógico por lo que respecta a las opiniones muryíes sobre la estructura
esencial de la fe. Los ulemas musulmanes concluyeron que la fe com
prendía tres elementos: tasdiq (bi-l-qalb) o el hecho de asentir, el re
conocimiento de la verdad con el corazón; iqrar (bi4-lisan) o confe
sión de esa verdad con la «lengua»; y 'amal (al-ta‘a), actos de
obediencia o buenas obras. Al contrario que los jariyíes, los muryíes
aceptaban a los pecadores como miembros de la comunidad y también
«rebajaron» la importancia de las obras aun rango secundario, que ve
nía después del asentimiento hecho con el corazón y de la confesión
verbal. Era suficiente, por tanto, conocer a Allah y a su(s) Mensaje
ro^) en el corazón, amarle y someterse a Él, y después reconocer ver
balmente este estado interior. Se trataba de una teoría que hacía hin
capié en la intención o en la motivación, y se podía considerar que se
apoyaba en la tradición de Abu Darr citada anteriormente. Los actos
no eran necesariamente el fruto o expresión de la fe, sino un comple
mento o añadidura a la misma.
Como respuesta a la confusión política creada por los jariyíes, el
quietismo muryí y su deseo de unidad y bienestar para la comunidad
resultaron muy oportunos. Su doctrina tuvo también la consecuencia
práctica de facilitar la conversión al islam en un momento en que la
presencia musulmana en los nuevos territorios necesitaba ser reforza
da entre los pueblos conquistados. Sin embargo, algunas opiniones ex
tremas de los muryíes contaminaron con el tiempo toda su postura y,
en el siglo m/ix, la por entonces más consolidada mayoría sunní aca
baría desacreditándola como herética. Una de dichas opiniones extre
mas era que a una persona le bastaba declarar su fe públicamente para
que se la aceptara como creyente a los ojos de Allah, ¡incluso si alber
gaba la incredulidad en su corazón! Los críticos de los muryíes también
afirmaban que sus posturas alentaban una laxitud moral completa, al
considerar que los actos no eran esenciales para la fe y tenerlos por
completamente irrelevantes. Un ulema criticó su doctrina de manera
muy mordaz, indicando que parecía justificar la sensación de que la fe
permanecería incólume, incluso si uno «tuviese relaciones sexuales
con su propia madre y su hermana... bebiera vino, asesinara, comiera
alimentos prohibidos... descuidara la oración ritual y la entrega de za~
kat...»4. La doctrina de los muryíes era, pues, totalmente opuesta a la
de los jariyíes, cuyo principio del takfir se basaba directamente en el
139
juicio que emitían sobre los actos de las personas. Sin embargo, el re
chazo de los muryíes a expulsar a los pecadores de la comunidad ten
dría un impacto duradero en generaciones posteriores de teólogos.
Fe y o b r a s : l a s o p in io n e s h a n a f íe s
confesar con la lengua (iqrar), creer con la mente y saber con el co
razón (tasdiq). La sola confesión con la lengua no es fe, porque, si
esto fuera así, todos los hipócritas (munafiqun) serían creyentes.
Tampoco el solo asentimiento con el corazón, porque sí esto fuera
así, todas las gentes del Libro [judíos y cristianos] serían creyentes6.
5 J. A. Williams, Islam, Nueva York, Washington Square Press, 1963, p. 163-164 (cita
modificada).
6 A. J. Wensinck, The Muslim Creed, Londres, Frank Cass, 1965, p. 124.
140
L a s o p in io n e s m u 'ta z ilie s
141
yen te. Este simple requisito fue visto como una gracia de Allah con
cedida para inducir a los paganos duros de corazón a convertirse'. La
fe todavía no se había «perfeccionado», como quizá señala la cita co
ránica sobre los rústicos árabes del desierto mencionada anterior
mente. Las obligaciones religiosas impuestas a la comunidad en el
periodo medinés posterior se convirtieron en parte integral de la fe;
esas obligaciones se añadían al estado inicial en el que se había con
fesado la fe. Según Abu ‘Ubaid, los que se oponían a esta inclusión
de las obras habían interpretado mal tradiciones como el hadiz de
Gabriel, que parecía reducir la fe a la mera creencia en Allah, sus án
geles y sus Libros, sin hacer referencia a las obras, que eran esencia
les. En resumidas cuentas, la estructura de la fe, de acuerdo con Abu
‘Ubaid, consistía en tres factores: intención (niyya), dichos y hechos.
En otra explicación más refinada, dice que la fe puede expresarse a
través de varias partes del cuerpo: de ahí que el conocimiento de
Allah sea obra del corazón, la confesión sea obra de la lengua, y los
rituales, como la oración, sean obra de las extremidades del cuerpo.
A pesar de haber refutado la visión muryí de la fe, Abu ‘Ubaid estu
vo de acuerdo con ellos en que un musulmán que peca no pierde ni
el nombre ni el estatus de creyente, simplemente no es un creyente
en toda la extensión de la palabra.
Un análisis de la problemática implícita en el hadiz de Gabriel lo -
realizó más tarde un ulema, cuyo nombre era en su día sinónimo deK
controversia, pero cuya reputación aún se mantiene hoy en día en la co
munidad, especialmente entre aquellos a los que se denomina inapro
piadamente «fundamentalistas» en los medios de comunicación occi
dentales. Teólogo y jurista, Ibn Taimiyya (m. 728/1328) sucedió a su
padre como profesor de derecho hanbalí en Damasco. Por los enfren
tamientos verbales que tuvo con los gobernantes pertenecientes a los '
estamentos políticos de Siria y Egipto, así como por el uso qüe hizo
de sus habilidades dialécticas contra miembros de las escuelas jurídi
cas rivales., consiguió despertar la suficiente animosidad cóntra él
como para asegurarse varias temporadas en prisión. Ibn Taimiyya no
se dejó intimidar por estos paréntesis de forzada ausencia de la arena
pública, y enseñó a los prisioneros los principios del islam y escribió
tratados religiosos, dedicando un volumen entero de su considerable
producción a la cuestión de la fe.
Para Ibn Taimiyya, el imán está indisolublemente unido al islam,
siendo el primero un concepto superior que comprende al segundo. El
hadiz «el islam es externo, mientras que el imán está e'n el corazón»,
transmitido por Ahmad ibn Hanbal, debe entenderse en el sentido de
que el estado interior necesariamente acabará manifestándose exte-
riormente y que tal manifestación necesaria señalará, a su vez, el es
tado interior del corazón. La fe, sin embargo, no es sólo el asenti
142
miento del corazón (tasdiq), sino que debe estar acompañada de
obras del corazón: tales como el amor a Aíláh y su Enviado y el te
mor que inspira. Este acto o estado «psicológico» conduce necesaria
mente a la exigencia de realizar acciones extemas por amor a lo que
Allah ha ordenado o prohibido. Los «actos», entendidos correcta
mente, comienzan en un nivel más profundo, el del corazón, y no en
el cuerpo, por eso, los actos no pueden ser excluidos de la compren
sión personal de la fe. Ibn Taimiyya afirmó también que la fe puede
variar de una persona a otra, ya que el tasdiq admite varios grados.
Dos personas que saben que Allah y su Enviado son verdaderos y que
el cielo y el Infierno son reales podrían, sin embargo, diferir en la
fuerza de su amor por Dios y de su temor a ser enviados al Infierno.
De ahí que el imán sea un asunto muy personal e individual.
143
L o único que se podía hacer era expresar la esperanza de que Allah, en
su infinita rrasericordiá, confirmaría en la hora de la muerte el estado de
fe en que uno se encontraba en el momento de expresar esa esperanza.
Los debates que se centraron en la naturaleza de la fe y en si alguien
pertenecía o no a la comunidad se resolvieron con el tiempo al alcan
zarse un consenso que hacía hincapié en tendencias «católicas» muy in
tensas (es decir, tendencias a «incluir» más que a «excluir»). Se tendió
a no practicar la excomunión de los pecadores, sino más bien a practi
car la tolerancia, admitiendo pequeñas diferencias de detalle en el «cre
do». Al madurar la comunidad, se reconoció que los actos eran una par
te integral de la fe, cuyo núcleo central residía en el corazón. Ya hemos
encontrado una expresión equivalente de este espíritu ecuménico en la
coexistencia de las cuatro escuelas jurídicas. Ahmad ibn Hanbal conser
vó una tradición del Profeta que decía que a cualquiera que tachase a su
hermano de infiel, se le podía también aplicar el mismo epíteto.
Sin embargo, y cómo consecuencia clara de los debates que aca
bamos de examinar sobre la naturaleza de imán e islam, surgieron
otros problemas, al desencadenarse una especie de reacción teológica
en cadena. Uno de esos problemas tiene su origen en la teoría de la fe
del «último acto», y, para ser más precisos, en el ferviente énfasis que
ponían los jariyíes en las obras: ¿son los actos de un creyente produc
to de su propia voluntad o están determinados únicamente por Allah?
La naturaleza d e A llah
144
vez, las ..opiniones de los ulemas sobre lo que. constituía la fuente jprin- ■
cipal de guía y verdad religiosas, la revelación o la razón.
A l -H asan a l - B a s r i y l o s q a d a r Ies
145
aparentemente contradictorios (6:125; 16:93) a los que se recurría para
fundamentar una postura u otra. En cualquier caso, ‘Abd al-Malik ins
tó a al-Hasan a que le aclarara su postura y las fuentes en las que se ba
saba. Cuando le llegó la respuesta, no le cupo duda alguna de que al-
Hasan era un ferviente partidario de los qadaríes.
Un rasgo llamativo de la epístola es el hecho de que al-Hasan em
plea casi exclusivamente el Libro en apoyo de sus argumentos. En ella
apunta que la discusión sobre el libre albedrío era un desarrollo recien
te en la comunidad y que las opiniones de sus adversarios eran resulta
do de una errónea interpretación del Corán. Afirma que Dios ha creado
a la humanidad sólo para que Le adore (51:56) y que nunca nadie entre
los piadosos antepasados había negado o discutido que esto fuera así.
A partir de este punto y recurriendo a otras citas del Corán, deja cla
ro que, dado que Allah ha prohibido las abominaciones (6:151), no pue
de dar su aprobación a alguien que haya actuado mal. Por consi
guiente, el acto reprehensible de una persona no puede haber estado
determinado por Él, siendo más bien el resultado del libre albedrío del
individuo para actuar. Es más, incluso los profetas podían errar (34:50;
7:23; 28:16). Al-Hasan concluye esta parte de su epístola reiterando que
«Allah no prohibiría abiertamente a la gente que realizase algo, para
después en secreto empujarles a hacerlo, como los ignorantes y los ne
cios suponen. Si así fuera, Él no habría dicho: Haced lo que deseéis
(41:40), sino al contrario: «Haced aquello para lo que yo os he predes
tinado»... La Guía proviene de Allah, mientras que los errores proceden
de sus siervos»11. El decreto o la determinación (qadar) de Allah no son
más que sus mandamientos y Él no ordena la maldad.
Al-Hasan afirmó que sus oponentes distorsionaban la verdadera in
tención de Allah cuando citaban, versículos como Él extravía a quien
quiere (13:27), porque ignoraban el contexto de los versículos anteriores
y posteriores. El significado real queda claro en otro versículo, Cuando
se desviaron, Allah desvió sus corazones (61:5), que quiere decir que
sólo cuando alguien ha desobedecido a Dios, Él permite que su corazón
se extravíe. Allah extravía a los malhechores (14:27), no a los que hacen
el bien. O también, ¿cómo podría Allah enviar a un profeta para que sea
obedecido (4:63) y después impedir que su pueblo le obedezca? Sería ab
surdo que'los profetas despertaran en el pueblo el temor de Dios, que les
exhortaran a la virtud, sólo para que su camino se viese bloqueado por
decreto divino. ]Esto estaría muy lejos de Allah, de su justicia y su sabi
duría! Por cierto, en otro versículo (74:37), Allah deja claro que ha otor
gado al hombre la capacidad para que pueda realizar un acto o abstener-
146
se del mismo (qudra). Sin elección por parte del hombre no puede haber
moralidad en las recompensas o castigos establecidos por AUah. -
El hombre es libre en lo moral y en lo religioso, libre en cuestiones
de fe y obediencia. En la esfera de lo material, al-Hasan sí admitía que
el poder (qadar) determinante de Allah era cierto. Las posesiones ma
teriales, una gracia concedida por Dios, no deben ser motivo de rego
cijo jactancioso, y, por tanto, su disminución o pérdida no deben ser
motivo de aflicción. La reacción apropiada ante las tribulaciones es la
paciencia, ya que de verdad podemos creer que Realmente somos de
Allah, y a Él volvemos (2:156).
Al establecer este contraste entre la esfera moral y la esfera mate
rial de la vida, «el mensaje oculto» de al-Hasan en su carta al califa
bien podía haber sido una advertencia contra la laxitud moral que él
percibía como predominante en su época y que se puede interpretar
como una consecuencia lógica de la visión completamente determi
nista de Allah. Las cuestiones tratadas en su epístola no se quedaron
ahí, sino que fueron los ingredientes de importantes debates que se
dieron a lo largo de los dos siguientes siglos, y que se centraron en
cómo mantener el equilibrio entre la necesidad por parte del hombre,
por un lado, de llevar a cabo un esfuerzo personal en el terreno de lo
moral y, por otro lado, la necesidad de depositar su confianza en
AUah, sin que ésta, empero, llegase a ser paralizante.
Los MU‘TAZILÍES
147
discípulos,, uno de los cuales debió de ser el responsable de la doctri
na del «estado intermedio» que los mu‘tázilíes posteriormente adop
taron. El legado de al-Hasan y sus sucesores hizo que Basora siguie
se siendo un centro activo de debate religioso y, al llegar al reinado
del ilustre califa abasí Harun al-Rashid (m. 193/809), el movimiento
mufiazilí floreció tanto en esa ciudad como en la capital, Bagdad. La
rama bagdadí del movimiento gozó de la simpatía y el apoyo califal
durante cerca de un cuarto de siglo, periodo durante el cual sus miem
bros influyeron en las decisiones políticas. Esta influencia se perdió
a causa de los intentos despiadados llevados a cabo por los califas
para hacer que los ulemas aceptasen las doctrinas mu‘tazil£es, esta
bleciendo, por ejemplo, que sólo podía ocupar el cargo de juez reli
gioso quien hubiese adoptado dichas doctrinas.
A muchos ulemas no sólo les ofendían unas doctrinas que ellos con
sideraban odiosas, sino también que los califas quisieran privarles del pri
vilegio de que gozaban en tanto que encargados de formular la doctrina
jurídico-religiosa. La alianza mu‘tazilí con el poder terminó abrupta
mente en el reinado del califa al-Mutawakkil (232-247/847-861), quien,
harto de controversias, entregó su apoyo a los adversarios de los mu‘ta-
zilíes. Aunque éstos nunca recuperarían su influencia política, su presen
cia intelectual se dejó sentir muy directamente en las disciplinas teológi
cas que surgieron ya entrado el siglo v/xi, y en otras áreas relacionadas,
tales como el comentario del Corán, hasta bien avanzado el siglo vi/xn.
Algunos se unieron a la mayoría moderada de la comunidad shi£í, de la
que se hablará en un capítulo posterior. Otros, que siguieron creyendo en
el poder explicativo de la razón y sintiéndose fascinados por él, se con
virtieron en filósofos e intentaron reformular las ideas mu‘tazilíes dentro
de un marco diferente. Es indudable que su impacto sobre la comunidad
sunní mayoritaria nunca se olvidó totalmente, y todavía en la actualidad,
algunos de sus principios generales, si no todas sus doctrinas, han resur
gido dentro del modernismo islámico. <
Mu ‘tazilíes y «Kalam» ■ %
148
técnica ya existente de argumentación dialéctica utilizada en cues
tiones de especulación teológica y que ellos usaron en polémicas
contra sus oponentes dentro de la comunidad, pero también en sus
encuentros con los cristianos. El método se llamó kalam, siendo un
mutakallim el especialista en esa técnica dentro la teología, es decir,
el mutakallim es el teólogo dialéctico. Parece ser que en un princi
pio los mutakallimun fueron predicadores ascetas, pertenecientes al
grupo social de los comerciantes de los mercados de Basora. Lleva
ban una vestidura especial y realizaban actos supererogatorios de
oración y ayuno.
El filósofo Abu Nasr Muhammad al-Farabi (m. 340/950) diferen
ció con claridad los objetivos de los juristas y los teólogos en su obra
ha clasificación de las ciencias: «El alfaquí acepta los dogmas y las
operaciones prescritos por el fundador de la religión sin examen y los
toma como principios para poder deducir de ellos las cosas obligato
rias en la religión. El mutakallim [teólogo] defiende las cosas que el
alfaquí toma como principios, sin que deduzca de ellas otras cosas
nuevas»1314.
El método del kalam se encuentra en dos estilos complementarios
de argumentación. El primero, del que pueden encontrarse huellas en
ciertos pasajes del Corán (2:142), aparece en el uso de una simple fór
mula defensiva «si tú dices tal y tal cosa ... entonces nosotros decimos
tal y tal otra». El otro estilo, más desarrollado, sofisticado y agresivo,
sigue un esquema discursivo en el que se pregunta a un oponente so
bre una cuestión de fe y a continuación se le coloca en un dilema, al
ofrecerle dos alternativas mutuamente excluyentes. Sea cual sea la res
puesta del contrario, éste se verá constreñido a contradecirse o bien a
refutar su propia postura. El método no sólo lo utilizaron los mu'tazi-
líes y sus predecesores qadaríes, sino también sus enemigos, quienes
pronto se dieron cuenta de su eficacia para demoler opiniones por las
que no sentían más que desprecio. Un breve ejemplo de esta técnica se
encuentra en un argumento antiqadarí que, desde un punto de vista fa
vorable a la predestinación, desafiaba la creencia de los qadaríes de
que los actos de maldad son sólo producto del hombre, ya que no se
pueden relacionar con Allah:
149
el Infierno, sabiendo que no contendría nada bueno para ellos, y qué ;
sólo habría daño en él. Si responden que el mal, entonces refutan su
propia doctrina14.
____u M. Cook, «The Origins of kalam»,'Bulletinof the School o f Oriental and African
Studies 43 (1980), pp. 32-43, en lap. 37: la cita dé la traducción que aparece en el texto de
Cook ha sido alterada ligeramente. Dicha cita está tomada de un tratado antiqadarí atribui
do a al-Hasan ibn Muhammad al-Hanafiyya (m. hacia 100/718). Sobre la misma cuestión,
pero desde un punto de vista que contrasta con el de Cook, véase J. van Ess, «The Begin
nings óf Islamic.Theology», en J. E. Murdoch y E. D. Sy-lla (eds:), The Cultural Context o f
Medieval Learning, Dordrecht/Boston, Reidel, 1975, pp. 87-111.
150
hace Allah de sí mismo en el Corán, considerándola real. A los muTa-
zilíes no sólo les preocupaban sus adversarios íradicioíiistas en la co
munidad. Para ellos, la creencia cristiana en la trinidad y la creencia
dualista de los zoroastras en dos fuerzas eternas enfrentadas (el bien
y el mal) constituían peligros externos que amenazaban a la genuina
doctrina islámica, siendo necesaria, por tanto, una defensa sólida ba
sada en la razón y que no dependiese de la revelación.
Cada una de estas posturas queda reflejada en las siguientes fra
ses tomadas de un compendio de su doctrina relativa a Allah:
151
logia, además de ver y oír, Allah «habla». Los muhazilíes dedujeron,
por tanto, que, ya que Su habla o palabra está encamada en el Corán,
éste había tenido un origen, habiendo sido «creado» tal como lo habían
sido el espacio, el tiempo y la materia. Porque si el Corán fuera pree
xistente y eterno y no creado, esto supondría la existencia de otra enti
dad eterna aparte de Allah, el Único. Y esto no era más que una forma
perniciosa de politeísmo.
Los adversarios de los mu‘tazilíes estaban escandalizados. Cuando
se produjo la controversia sobre el Corán «creado», los mu‘tazilíes es
taban disfrutando de su luna de miel con el poder. La doctrina se con
virtió en una causa célebre y dio lugar a un gran alboroto político y re
ligioso. En el centro del mismo estaba el indómito Ahmad ibn Hanbal,
quien resueltamente rehusó someterse a los métodos represivos del ca
lifa, destinados a imponer a los ulemas una doctrina, la mu'tazilí, que
éstos odiaban. Los ulemas opusieron una feroz resistencia a los inten
tos por limitar su independencia para pronunciarse sobre la doctrina y
el derecho. Ibn Hanbal y sus partidarios encontraron evidencia en el
mismo Corán sobre su preexistencia en forma de tabla celestial (85:21),
desde la que el Libro fue enviado a Muhammad en el mes de ramadán.
Pero los mu‘tazilíes vieron otro problema en esta postura. El Corán
contenía numerosas alusiones a pueblos y acontecimientos históricos,
por ejemplo, a los pueblos a los que fueron enviados los profetas Moi
sés, Noé, Salih y Hud. El argumento de que la palabra de Allah era eter
na y no creada implicaría, según ellos, que el destino de estos pueblos
habría estado predeterminado. Esta conclusión iba en contra de la se
gunda doctrina mu'tazilí más importante: la justicia de Allah.
Esta doctrina era una continuación de las inquietudes de al-Hasan
al-Basri y los qadaríes. Estos compartían con los mu'tazilíes la opinión
de que el hombre era el autor de sus obras y, por tanto, responsable de
las decisiones que tomaba, por las que debía aceptar el premio o el cas
tigo al que se hubiese hecho acreedor. Los mu‘tazilíes, empero, pare
cen haber puesto mayor énfasis en proteger la naturaleza ética de Allah
que en la de los hombres. El mal, la injusticia y la desobediencia a los
mandamientos de Allah no eran ni deseados ni creados por Él, más bien
eran producto del líbre albedrío de los hombres. Del mismo modo,
Allah sería injusto si castigara a los individuos por actos sobre los que
éstos no tienen control y de los cuales no son responsables.
Entre los signos evidentes de la bondad y misericordia de Allah se
encontraban los profetas, que habían sido enviados con una revela
ción que confirmase lo que la razón podía descubrir por sí misma. Por
consiguiente, el conocimiento eterno de Allah significaba que Él sa
bía lo que una persona haría libremente mediante.su propia actividad,
y no que Él determinaríanon su conocimiento lo que la gente haría.
Allah sabía que una persona sería un infiel, pero le daba la capacidad
152
para obrar de forma contraria. Además, cuando Dios declaró que Él
había sellado los corazones de los infieles (2:6), lo que quiso decir es
que la acción de sellar iba a la zaga de la infidelidad en la que había
incurrido una persona, y no la precedía ni la causaba.
Para los mu‘tazilíes, la libertad era la capacidad para realizar un
acto a través de una serie de momentos. Una fórmula aceptada por
muchos era que «una persona posee la capacidad en un primer mo
mento de tiempo de realizar un acto en un segundo momento de tiem
po. Por tanto, antes de que exista el segundo momento, se dice que el
acto “será realizado” en ese segundo momento. Cuando el segundo
momento existe, se dice que el acto “ha sido realizado”»16.
Estas opiniones fueron rechazadas no porque los adversarios de los
mufiazilíes negaran la justicia absoluta de Allah, sino más bien porque
percibían que la orientación general mufiazilí constituía una amenaza
para los éxitos logrados laboriosamente en otras áreas de interés común
aparte de la teología, como el derecho. Primero fue la amenaza al esta
tus otorgado a la tradición profètica, que los rmritazilíes tendían a con
siderar poco importante; segundo, el repudio por parte de los mufiazi-
líes de una comprensión más literal del Corán, que la hacía más popular
y más accesible; y tercero, los oponentes de los mufiazilíes percibían
que el Libro peligraba, si se proclamaba a la razón como la única fuen
te de verdad religiosa. La oposición de los tradicionistas encontró a un
portavoz de su causa en alguien inesperado, un antiguo mu'tazilí que
había experimentado un proceso de «conversión» y había abandonado
sus fijas. Este ulema fue Abu 1-Hasan al-Ash‘ari, cuyas obras marcaron
*un antes y un después en la historia de la teología islámica.
y —' "
A l-A sh ‘ari
153
dicar todo su tiempo a adquirir un conocimiento más profundo del
hadiz■Sin embargo, el Profeta se le volvió a aparecer y le reprendió
por este modo de actuar, diciéndole: «¡Te pedí que defendieras la tra
dición, pero no que abandonaras el kalaml» En otras palabras, tenía
que emplear las mismas armas dialécticas de los mu'tazilíes para re
futar sus doctrinas. Ibn Jallikan, quien normalmente suministra abun
dante información sobre los personajes a los que dedica una biogra
fía, afirma, al llegar a la de al-AsVari, que, debido a su fama, no le
va a dedicar muchas páginas. No menciona su conversión, simple
mente narra la abjuración pública de sus creencias anteriores que lle
vó a cabo en la mezquita. No obstante, nos informa de que era un
hombre alegre y con sentido del humor. Vivía de unas rentas que le
producía una propiedad que un antepasado suyo había convertido en
legado pío (waqf), y sus gastos diarios sumaban 17 dirhames. Murió
(324/935) en Bagdad y su mausoleo se erigió entre una mezquita y un
baño público junto a la orilla del río Tigris17.
Al-AsVari mostró gran respeto por el «patrono» de los tradicio-
nistas, Ahmad ibn Hanbal, quien, decía, había luchado contra todas las
formas de innovación, desviación y escepticismo. Sus propias priori
dades, empero, eran otras e incluían el reforzar que se siguiese lo es
tablecido en la Tradición, defendiéndola al mismo tiempo por medio
de los argumentos racionales del kalam, a pesar de la hostilidad que
este método provocaba en los seguidores de Ibn Hanbal. Al-Ash‘ari
escribió una breve obra en la que reivindicaba el uso del kalam que,
aunque formaba parte de su primera etapa mu‘tazilí, sin duda funda
mentó su actitud posterior. Los adversarios del kalam afirmaban que
el Profeta y sus Compañeros ya habían discutido y explicado en deta
lle todas las cuestiones necesarias de la religión. Si ellos no se habían
planteado todos los otros asuntos era o bien porque los ignoraban o
bien porque no los habían discutido. Sea cual hubiera sido la razón,
ello quería decir que las generaciones posteriores no tenían necesidad
alguna de ocuparse de dichos asuntos, y menos aún empleando la ar
gumentación racional del kalam. Contra esta línea de pensamiento, al-
Ash‘ari replicó que el Profeta jamás había dicho explícitamente que
no se pudiesen abordar los temas tratados por el kalam. Además, era
perfectamente legítimo que los ulemas se dedicasen al kaldm para así
dar a los desinformados los medios que les permitiesen juzgar por sí
solos estas cuestiones18.
El objetivo del amplio movimiento que floreció tras la muerte de
al-Ash'ari fue el de modificar las conclusiones a las que habían lle
154
gado los mu‘tazilíes. Se creía que era la lectura ajustada del Corán y
del hadiz la que permitía interpretarlos de la manera más acertada, y
no la especulación racional, a menos que se encontrasen buenas ra
zones para alejarse del significado evidente de los textos. La razón
debía quedar bajo la autoridad de la revelación. De lo que se trataba,
en suma, era de trazar un camino intermedio entre el extremo racio
nalismo mu‘tazilí y la más rígida literalidad de los tradicionistas.
155
se pretende con ellos ninguna línea de actuación, ni se deriva de los
mismos ninguna obligación, excepto creer en ellos. Es posible creer en
ellos sin conocer cuál es el significado que Allah les quiso dar»2021.
Con argumentos semejantes, al-Ash‘ari afirmó la existencia de la
vista y el oído de Allah. No negó su realidad como habían hecho los
mudazilíes, cuando aseguraron que estos atributos podían cambiar, y
que podían existir o dejar de existir. Basándose en el Libro, al-Ash‘ari
también aceptó que los fieles verían a Allah en el Día del Juicio, de
acuerdo con Sus palabras: En ese día, el del Juicio, los rostros resplan
decerán y a su Señor mirarán (75:22-23). Por lo que se refiere al pasa
je coránico Las miradas no le alcanzan (6:103), que era el preferido por
los mu'tazilíes para refutar la postura que admitía la visión de Dios en
el más allá, afirmó que ese texto se refería a este mundo y no al otro.
Asimismo, al-Ash‘ari confirmó la naturaleza increada del Corán y
citó a modo de prueba el famoso versículo en el que Allah decía:
Cuando queremos algo, basta decir: «Sé», y es (16:40)2]. Como la
Palabra del creador Le acompaña eternamente, el Corán como Su Pa
labra tiene que ser increado. Cuando un musulmán lee, recita, escri
be o memoriza el Corán, no está «creándolo» como Allah crea de la
nada. Simplemente, está reproduciendo el texto.
156
La creencia y la capacidad de creer son, por tanto, un regalo mi
sericordioso y un favor de Allab, es decir, una función de su poder
que todo lo determina. Una de las numerosas réplicas de al-Ash'ari a
las opiniones de sus oponentes es la siguiente:
23 Ibidem, p. 109.
24 McCarthy, Theology, cit., capítulos 5 y 6 para el texto traducido de al-Ash‘ari.
157
actos involuntarios como los adquiridos. La omnipotencia de Allah era el
reverso de la dependencia total de la humanidad con respecto a Él,
Allah además crea las buenas y las malas acciones de sus criatu
ras, una postura ésta que los mufiazilíes no aceptaban, porque se ne
gaban a asociar a un Dios justo con el mal. Pero al-Ash'ari asegura
repetidamente que la maldad y la injusticia no las crea Allah para sí
mismo, sino para sus criaturas. Esto parece que significa que el mal
y la injusticia en este mundo sólo pueden afectar a la humanidad
como contrapartida al bien que Allah ordena. El uno no se entiende
sin la presencia del otro. Allah no ordena el mal, pero sí lo crea. De
este modo, al-Ash'ari procuró preservar el poder infinito de Allah, al
tiempo que subrayaba la necesidad de que sus fieles respondieran a
su guía con responsabilidad moral.
El uso que de la «teoría de la adquisición» (kasb, iktisab) hizo al-
AsíTari causó malestar a los teólogos posteriores y algunos se esfor
zaron en modificar sus opiniones. El individuo necesitaba más prue
bas de su participación en la ejecución de sus propios actos. Una de
las soluciones que se propusieron fue que la intención o elección por
parte del agente precedía al acto «adquirido» creado por Allah. Otra
describió a Allah como la causa última y remota de un acto, y al hom
bre como su causa inmediata. Por su parte, los teólogos que siguieron
de cerca las opiniones sobre la predestinación de al-AsíTari fueron, al
igual que él, totalmente conscientes de que el poder infinito de Allah
impregnaba todo lo que creaba, incluida la esfera moral. Ser cons
ciente de la omnipotencia de Allah exigía reconocer la necesidad de
la elección moral y libertad de la humanidad, que están en último tér
mino garantizadas por el regalo de la gracia de Dios (tauba).
K
T eólogos y f il ó s o f o s
158
dun (m. 808/1406) observó que, mientras la filosofía investigaba, por
ejemplo, los mundos físico y metafísico por y para sí mismos, la teo
logía se ocupaba de los mismos temas sólo en la medida en que ser
vían para conocer al Creador de la existencia. La teología era un ins
trumento útil para combatir la herejía y defender la fe con argumentos
lógicos, «de manera que se pudiesen rechazar las innovaciones, y re
mover las dudas y recelos sobre los artículos de fe»25.
Las descripciones que los filósofos hacían de Allah y de sus actos
creativos diferían de las de los teólogos, habiendo que contar entre
ellos incluso a los muíazilíes, quienes, al igual que los filósofos, ha
bían fundamentado sus opiniones con argumentos racionales. Dos
pensadores, al-Farabi (m. 339/950), a quien los musulmanes llamaron
el Segundo Maestro (después de Aristóteles), e Ibn Sina (m. 29/1037,
conocido en el pensamiento europeo como Avicena), de gran influen
cia en filósofos posteriores, fueron los que en mayor medida confor
maron el carácter general de la filosofía islámica. Al mismo tiempo,
fueron conscientes de la necesidad de una metafísica bien fundamen
tada que pudiese hacer de puente entre la filosofía y los principios de
la nueva fe, el islam. Sus esfuerzos, sin embargo, no disiparon las sos
pechas de los teólogos sobre la labor de los filósofos.
Al-Gazali
159
de su vida27/S u s opiniones sobre los teólogos se habían moderado
algo con respecto a su primera etapa. No obstante, mantuvo que el ka-
lam era más un arma defensiva contra los herejes que un medio de lo
grar la certeza en problemas cruciales de la fe, como el conocimiento
de Allah y la salvación. Por otro lado, sacó provecho de las investiga
ciones que los filósofos habían realizado en campos como la lógica,
las matemáticas, la ética y la política, aunque tenía serios recelos so
bre el tratamiento que éstos daban a la metafísica. En un mordaz y po
lémico tratado titulado La incoherencia de los filósofos, al-Gazali ata
có las posturas de éstos que consideró más contrarias a la fe. Con este
fin, explicó veinte tesis en detalle, de las que rechazó diecisiete por
considerarlas innovaciones. Censuró las restantes de forma aún más
severa desde el punto de vista legal, ya que, según él, incurrían en in
fidelidad. Se pueden ilustrar algunas de las diferencias fundamentales
entre los teólogos y los filósofos por medio de las tres tesis de estos
últimos que al-Gazali condenó totalmente: la creencia de los filósofos
en la eternidad del mundo, su opinión de que Allah no podía conocer
los particulares de su creación, y su negación de la resurrección del
cuerpo tras la muerte. Teólogos y filósofos describen a Allah en tér
minos claramente opuestos28.
27 Véase W. M. Watt (trad.), The Faith and Practica o f aTGhazali, Londres, George
Alien &"Unwin, 1953. Watt también ha dedicado una monografía a la vida y pensamiento..
de al-Gazali en su Muslim Intellectual, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1963.
23 Véase I. R. Netton, Allah Transcendent, Londres, Routledge, 1989.
160
cióii de Allah como la Causa Primera o el Ser Necesario en la jerga de
los filósofos se alejaba demasiado, en opinión de los teólogos, del pa
radigma coránico que ellos pretendían defender. Allah, insistía al-Ga-
zali, jamás actuaría conforme a las necesidades de su propia naturale
za, sino sólo cuándo y cómo Él desease hacerlo29.
Particulares o universales
: , ■i Cuerpo o alma
f ' Finalmente, los filósofos opinaban que, dado que sólo el alma era_
inmortal, la resurrección del cuerpo era imposible. El alma no vuelve
al cuerpo después de la muerte, como creían los teólogos. Los filóso
fos también negaban la realidad física del Paraíso y del Infierno o,
como diría la terminología coránica, del Jardín y del Fuego. Los filó
sofos, sostiene al-Gazali, «mantienen que estas cosas son.meros sím
bolos, cuya mención tiene como objeto facilitar al hombre común su
comprensión de la naturaleza espiritual de la recompensa y del casti
go, que son superiores a los premios y castigos de carácter físico»31.
Negarla resurrección del cuerpo, añadió al-Gazali, era negar el poder
de Allah para realizarla.
Al-Gazali concluyó que creer en las tres doctrinas que acabamos de
ver era «acusar a los profetas de engaño, y considerar sus enseñanzas fal-
161
sificacÍQp£$í,hipócritas dirigidas a atraer a las masas. Esto no es más que'
una blasfemia patente que ningún grupo musulmán puede compartir»32.
La crítica formulada por al-Gazali contra los filósofos era justa
sólo en parte. Estos últimos reconocían que su lenguaje difería del de
los teólogos, porque éstos empleaban símbolos e imágenes para que
los que no fueran expertos en filosofía pudieran entender fácilmente la
esencia de la fe. El simbolismo, además, era un velo que protegía a los
no iniciados de aquello que su razón no alcanzaba a comprender. Los
filósofos estaban convencidos de que su concepción esotérica del is
lam no estaba reñida con el Libro, ya que la teología y la filosofía lle
gaban a las mismas verdades fundamentales. Además, nunca acusaron
a los profetas de falsedad.
Por su parte, al-Gazali también estaba convencido de que las ma
sas eran incapaces de comprender las realidades más profundas de la
verdad religiosa. Igualmente, afirmaba que era necesario proteger a
los creyentes comunes y corrientes de ciertas nociones que podían in
troducir confusión en su fe y corromperla. El verdadero enfrenta
miento entre teólogos y filósofos, empero, estribaba en sus distintas
concepciones de la divinidad. Los filósofos la describían como un In
telecto austero, completamente trascendente, omnisciente y esencial
mente imposible de conocer. Al-Gazali también defendía el concepto
de la trascendencia de Allah, de acuerdo a las descripciones coráni
cas que claramente añadían a dicha trascendencia los atributos de la
voluntad, el poder, el habla, la vista, la compasión y la justicia. Sin
embargo, al-Gazali sostenía frente a los filósofos que Allah era una
divinidad más personal, más accesible a la comprensión del común
de los fieles. _ _ ________ _____
Al-Gazali, que había escrito su Incoherencia de los filósofos en
Bagdad, no tuvo la última palabra en la disputa con los filósofos. En
Córdoba, en el extremo occidental del mundo islámico, el filósofo-
jurista Ibn Rushd (m. 595/1198, conocido en el pensamiento euro
peo como Averroes) dedicó sus esfuerzos a enfrentarse a,los mis
mos problemas33. Primero, como estudioso del derecho, defendió, a
partir de la revelación, la obligación legal que tenían los filósofos,
que constituían la minoría mejor dotada intelectualmente de la so
ciedad, de dedicarse a estudiar todas las cosas existentes en tanto
que manifestaciones de la sabiduría divina. No obstante, bajo nin
guna circunstancia, los misterios de la existencia podían ser desve
lados a.las_masas. Con un tratado filosófico titulado-Lu incoheren-
33 Ibidem, p. 249.
33 I. A. Bello, The Medieval Islamic Controversy between Philosophy and Orthodoxy:
Ijma‘ and Ta’wil in the Conflict between al-Ghazali and Ibn Rushd, Leiden, E. J. Brill,
1989.
162
ciade- «La incphpren cia v3d atacó 1a refutación llevada a cabo por al-
Gazali contrá ios' filósofos, considerándola poco competente e ine
ficaz. El conflicto entre la filosofía y la teología era más aparente
que real. Ibn Rustid reconocía que la teología tenía un papel que de
sempeñar, pero tenía que estar controlada por la filosofía para así
satisfacer el propósito de la ley divina, que era el de asegurar la fe
licidad a toda la comunidad.
Las disputas entre los filósofos y los teólogos se fueron desvane
ciendo en las generaciones que siguieron a la de Ibn Rushd, aunque
la actividad de los filósofos continuó en ciertos círculos de místicos
shi'íes y sufíes. Para los teólogos de la corriente sunní, como al-Ga-
zali, la descripción de Allah siguió estando basada directamente en
los datos suministrados por la revelación, más que en los resultados
alcanzados por medio de la razón especulativa: el Dios creador úni
co, trascendente e inmanente a la vez, la guía suprema a lo largo de
la historia, cuya voluntad puede ser conocida'gracias al mensaje_de
sus profetas y a quien se puede descubrir mediante su creación, por
más imperfecta e indirecta que sea esta forma de conocimiento. Tam
bién es necesario tratar aquí una última.característica de la divinidad,
da correspondiente a la última de las tres tesis de los filósofos recha
zadas por al-Gazali como infidelidad: la resurrección de los cuerpos.
,Bn la siguiente sección se tratará brevemente de Allah como el árbi
tro único del destino del hombre en el Día del Juicio.
E l f in a l d e l o s t ie m p o s
34 Trad, de S. van den Bergh, Cambridge, E. J. W. Gibb Mem orial Trust, 1987 [1954].
35 Al-G azali, The Remembrance o f Death and the Afterlife, trad, de T, J. Winter, Cam
bridge, Islam ic Texts Society, 1989. Véase también el excelente estudio de J. I. Sm ith e I.
Y. Haddad,The Islamic Understanding o f Death and Resurrection, Albany, State Univer
sity o f New York Press, 1981.
de abordar la eseatología, se inspira en el Libro y en las tradiciones, mu
chas de las cuales describen detalles a menudo pintorescos.
El Corán en su primer mensaje ya subrayó lo inevitable de la re
surrección y del Día del Juicio, aunque no los considerase necesaria
mente sucesos inminentes. La gravedad de esos acontecimientos fu
turos tenía consecuencias en el comportamiento de cada creyente en
este mundo. Al-Gazali tenía la sensación de que en su propia época
la mayor parte de la humanidad no se tomaba en serio el Ultimo Día,
y advirtió por ello:
164
de cuatro alas Israfil, de pie bajo el trono de Allah, hará sonar; su
trompeta para despertar a los muertos y reunirlos en una gran lla
nura. El Día de la Resurrección (ydum al-qiyama) habrá llegado.
Al-Gazali describe la escena gráficamente: «El ardor del sol y el ca
lor de sus alientos se unen a la conflagración producida en sus co
razones por las llamas de la vergüenza y el temor, y el sudor sale a
borbotones desde la raíz de cada pelo hasta que fluye por el llano de
la Resurrección y se eleva sobre sus cuerpos en proporción al favor
de que gozan junto a Allah»38. El «Día» dura cientos, incluso miles,
de años, durante los cuales el sol y las estrellas se extinguen y la tie
rra se hunde en la oscuridad.
' Los relatos discrepan sobre cuál es el momento más terrible del
Ultimo Día. Para algunos tiene lugar cuando los oprimidos se en
frentan a sus opresores, cuando los ángeles dan su testimonio sobre
las acciones de todos y Allah actúa como interrogador en el Juicio Fi
nal. A cada persona se le da un libro en el que están recogidas sus ac
ciones para que lo lea, o las acciones se pesan sobre los platillos de
una balanza. El obstáculo final es un puente por el que los salvados
cruzan y entran a los jardines del Paraíso, mientras que los condena
dos no logran cruzarlo, cayendo en el fuego del Infierno. El momen
to de cruzar el puente es, según al-Gazali, el que encierra mayor te-
?rror, deteniéndose en su descripción para reiterar su advertencia de
- que aquel «que se encuentra más a salvo de los terrores del Día es
aquel que más los contemple en este mundo». El mismo propósito di
dáctico se expresa en aquellas tradiciones en las que el Profeta des
cribe doce clases de personas reunidas en el Día de la Resurrección
(77:18). Los usureros, por ejemplo, saldrán de sus tumbas como pe-_
rros; aquellos que alentaron la discordia entre los pueblos aparecerán
como monos; quienes buscaron la pasión y el placer serán reunidos,
siendo atados todos juntos de pies y manos con su propio cabello.
Cada grupo es identificado con aquellos que cometieron ofensas cita
das en el Corán, desde el robo de la propiedad de los huérfanos a la
desobediencia a los padres, y que no se arrepintieron. La advertencia
a los vivos es evidente39.
La división de la humanidad en dos comunidades, la del Jardín y
la del Fuego, no es el final de la historia. Allah, en su infinita compa
sión y misericordia, permite que Muhammad, en compañía de todos
los profetas, interceda a favor de los musulmanes pecadores que estén
en el Fuego y los lleve al Río de la Vida y de allí al Jardín. Al-Gazali
va incluso más lejos. También a aquellos que disfrutan de una buena
48 ¡bidém. p. 180.
39 A l"A sh ‘ari, Kitab shajarat al-yaqin, ed. y Erad, de C. Castillo Castillo, Madrid, In s
tituto Hispano-Árabe de Cultura, 1987, pp. 67-70.
165
relación con Allah se les dará el derecho a interceder por sus fa
'allegados, amigos y conocidos. Por tanto, amonesta a los fiel
que se esfuercen en obtener este favor junto a Allah. Esto puede lo- "ñ
grarse si jamás se resta importancia a un acto de obediencia o se su- "fe
bestima una transgresión, pero, sobre todo, «no despreciando nunca a
ninguna criatura humana, porque Allah ha escondido la santidad entre fe
sus siervos, y bien podría ser que la persona que tu ojo desprecia fue- " fe
se uno de Sus santos»40. Posteriormente, los teólogos vieron en el Fue
go un medio de purificación, una especie de purgatorio temporal que
mantenía viva la esperanza de que quizá todos en el futuro pudieran ..,fe
disfrutar de la recompensa del Jardín.
Los sucesos del Último Día son el acto final del drama cósmico ■
que comenzó con la creación y recorre toda la historia humana. Cada - feltPfejfe
detalle gráfico de la resurrección y del Juicio recalca la creencia de -fefefe--
166
lado, dentro: de la comunidad, otros interpretaban la tradición bajo una
luz distinta. Para los místicos musulmanes, los sufíes, ver al Señor no
sólo era posible, sino deseable, como el objetivo a alcanzar dentro de
la perfección espiritual en esta vida. A ellos está dedicado el capítulo
que viene a continuación, en el que analizaremos esta rica expresión
de la vida religiosa en el islam.
167
V
U n « R o b in s o n C r u s o e » m usulm án
1 L. E. Goodman, Ibn TufayVs Hayy b. Yaqzan, Nueva York, Twaine Publishers, 1972.
El significado literal, del nombre en árabe se aproxima a «Ser Viviente, hijo de Vigilante».
La introducción y las notas que acompañan a su traducción son guías inestimables para esta
obra única. También puede consultarse la traducción española: Ibn Tufad, El filósofo auto
didacto [Risala Hayy ibn Yaqzan], trad. de A. González Paíencia y ed. de E.Tornero, Ma
drid, Trotta, 1995,
169
Viendo que lo que le hacía diferente a los demás animales le seme
jaba á los cuerpos celestiales, Hayy juzgo que esto suponía que estaba
obligado a tomarlos como modelo, a imitar sus acciones y a hacer todo
lo que pudiera para ser como ellos. Por la misma razón, comprendió que
su parte más noble, por medio de la que conocía al Existente Necesario,
también guardaba alguna semejanza con Él, ya que ambos trascendían
lo físico. Por tanto, otra de sus obligaciones tenía que ser intentar obte
ner, de cualquiera que fuese la forma, Sus atributos, imitar Sus costum
bres, y amoldar su carácter al Suyo, ejecutar diligentemente Su volun
tad, someterse totalmente a Él, aceptar sinceramente cada uno de Sus
juicios en cueipo y alma. Incluso cuando causase daño o dolor a su
cuerpo, incluso si Él lo destruyera completamente, Hayy debía alegrar
se de Su autoridad2.
--------- —
2 Ibidem, p. 142; trad. española, pp. 87-88.
- 3 Ibidem, p, 153; trad. española, p. 100.
4 Ibidem, p. 156; trad. española, p. 103. ,
170
Asal alquiló una embarcación para ir a. una isla solitaria, en la que, sin
que él lo supiera, vivía Hayy. Durante un tiempo, sus caminos no se cru
zaron. Cuando tuvo lugar el inevitable encuentro, al principio se quedaron
perplejos, pero ambos reconocieron intuitivamente que cada uno había
buscado y encontrado la Verdad. Al irse formando un vínculo entre ellos,
Asal enseñó a Hayy el lenguaje y pudo preguntarle sobre su vida en la isla.
Cuando escuchó la descripción que hacía Hayy de los seres que estaban
separados del mundo de los sentidos y del contacto que tenía con la divi
nidad, Asal no tuvo dudas de que todas las tradiciones de su religión so
bre Dios, el Último Día, el Cielo y el Infierno no eran más que represen
taciones simbólicas de las cosas que Hayy había logrado experimentar por
sí solo. A Asal se le abrieron los ojos de su corazón: «Su mente se encen
dió. La razón y la tradición eran una dentro de él... todas sus viejas dudas
religiosas se resolvieron, todas las oscuridades se aclararon. Ahora tenía
“un corazón para comprender”»5.
El autor de este cuento clásico, Abu Bakr Ibn Tufail, nació cerca
de Granada, en al-Andalus, y murió en Marrakech, Marruecos, en el
año 581/1185. Lo poco que se sabe de su vida nos muestra a un hom
bre de vasta cultura, filósofo, maestro y médico, además de conseje
ro de los gobernantes de su tiempo. Como protector de los sabios, fue
Ibn Tufail quien introdujo a Ibn Rushd, nuestro Averroes, el adversa
rio filosófico de al-Gazalí, en los círculos cortesanos. A pesar de que
Ibn Tufail criticó algunas de las ideas del maestro oriental, al-Gazali
tuvo, no obstante, una clara influencia sobre él6.
Ibn Tufail era un hombre de mundo y como tal era lo contrario de
su héroe Hayy, nacido para llevar la vida de un solitario asceta. Tam
bién contrariamente a Hayy, Ibn Tufail no logró alcanzar la conciencia
de lo divinó de la forma eii laque la alcanzó el protagonista de su cuen
to, es decir, por medio de su razón innata y sin ayuda, alcanzándola, en
cambio, como musulmán socializado por medio de los valores extraí
dos de la revelación y de la sharVa. Por tanto, para Ibn Tufail, Hayy era
un mero ideal abstracto. El objetivo espiritual del personaje, es decir, la
emancipación de la mente y el espíritu, es presentado por Ibn Tufail
como un ideal moral para aquellos lo suficientemente audaces como
para ir en su busca por sí mismos.
Sin embargo, este objetivo podía ser alcanzado por otro camino.
La experiencia de Asal, como la de Ibn Tufail, estaba basada en la tra
dición religiosa de su sociedad. Las descripciones sobre la Verdad
que se encontraban en la revelación divina, aunque simbólicas, no
171
contradecían en nada la experiencia de Hayy. Aun así, Asal se sintió
impelido a completar su viaje espiritual en soledad, aunque el retiro
físico de la sociedad no era una opción práctica que estuviese abierta
a todos. Además, menos eran aún los capaces, en palabras de Hayy,
de correr el riesgo de la autodestrucción con objeto de obtener en vida
el doloroso gozo de la sumisión a Dios. Asal, por tanto, es una metá
fora de la elite espiritual. Por su parte, Salamán representa a la ma
yoría de los creyentes sinceros, que reconocen a Dios y a su Profeta
con gratitud y siguen fielmente sus mandamientos dentro de la socie
dad, aquí y ahora, contentos con esperar la salvación y el juicio en la
vida venidera.
Asal y Salamán no agotan todos los tipos de experiencia religiosa.
Tampoco Ibn Tufail está sugiriendo que lo hagan. Su cuento trata sobre
el potencial del espíritu humano. Presenta el desarrollo de una compli
cada psicología moral, por medio de la cual se guía al iniciado en su
peregrinación hacia la purificación de su alma. En la tradición musul
mana, fueron los ascetas y los místicos los que, de modo diferente, re
corrieron el camino hacia la realización de su potencial espiritual.
V a n id a d y a r r e p e n t im ie n t o
172
cordad a AUah con incesante recuerdo y ensalzad Su ilimitada gloria
deséela mañana hasta el ocaso (33:41-42). Desde este punto de vis
ta, era secundaria la importancia que tenía el Libro para cuestiones de
derecho, filología, metafísica o dogma.
Esencialmente, el asceta estaba volcado hacia el interior, sin que
ello implicase rechazar a la familia o a la comunidad, sino más bien
mantener un estricto control sobre su forma de vida y su comporta
miento en sociedad. La oración y el ayuno hechos con rigor y llevados
a extremos no requeridos por la fe eran instrumentos importantes de la
vida piadosa. Sin embargo, ello no condujo a un régimen monástico al
estilo del existente entre los cristianos. La oposición que el asceta sen
tía hacia el mundo era algo experimentado desde el punto de vista psi
cológico, que no se dramatizaba desde el punto de vista físico me
diante el retiro y el apartamiento. Las fuentes religiosas no establecían
la soledad del ermitaño o el celibato y estas prácticas no podían, por
consiguiente, convertirse en la norma del ascetismo islámico. La mo
destia, la abstinencia, sentirse satisfecho con lo que la voluntad divina
ofrece y rechazar todo lo que no fuera estrictamente necesario eran ca
racterísticas de los ascetas. Además, no sólo había que evitar lo que
Allah había prohibido (haram), sino también abstenerse de lo que Él
había declarado lícito (halal). No incurrir en pecado no suponía un
gran mérito, mientras que no disfrutar de las cosas permitidas acerca
ba más a un estado espiritual apropiado.
Se creía que los hombres y mujeres que así actuaban poseían do
nes especiales. Eran capaces de obtener de Allah respuestas a las sú
plicas que hacían otros. Podían traer la lluvia en tiempos de sequía.
Cuidaban las heridas de la sociedad y podían humillar a un gober-
nante injusto, invocando la ira de Allah en su contra. Fuentes poste
riores les adjudican hazañas asombrosas, siempre dirigidas a paliar la
dramática situación de los pobres y los desamparados: por ejemplo,
una oración hacía que un hijo ausente durante mucho tiempo volvie
se junto a su madre; un guijarro se convertía en una piedra preciosa,
para que así un hombre pobre pudiese pagar sus deudas; un fugitivo
de la injusticia, que había buscado refugio junto a un hombre santo,
se hacía invisible para sus perseguidores7. En tanto que instrumentos,
del Señor, los ascetas tenían asegurada Su gracia constante.
La preparación para la vida activa del asceta comenzaba con el arre
pentimiento. El Corán contiene alusiones a ciertas etapas de su desarro
llo. En primer lugar, había que luchar contra el alma inferior (al-nafs al-1
1 Sobre ésta y otras historias véase K al-Din Attar, Muslim Saints and Mystics, trad, de
A. J. Arberry, Londres, Penguin Arkana, 1990 [1966]. Sobre la naturaleza del movimiento
ascético temprano, véase T. Andrae, In the Garden of Myrtles, Albany, State University of
New York Press, 1987 [1947],
173
arrimara.) y sus impulsos desordenados. El alma en este contexto se re
fiere al alma en un sentido físico, es d e c ir la carne» junto a sus alia
dos, el mundo y el diablo. Debido al remordimiento por su desobedien
cia y al temor al castigo divino, el penitente tenía que dejar de cometer
los pecados de los que tenía conciencia con la promesa de nunca volver
a repetirlos. A medida que se iban superando todas las tentaciones de
manera gradual, el alma reprobatoria (al-nafs al-lawwama [75:2]) per
manecía alerta ante las imperfecciones que aún quedaban, hasta que fi
nalmente se alcanzaba el alma en paz (al-nafs al-mutma’inna), y se lo
graba un estado en el que las pasiones estaban ausentes. Una vez que el
alma había dejado de codiciar, estaba fibre para amar.
La piedad individualista fue desembocando de manera impercep
tible durante los dos primeros siglos en expresiones de misticismo.
Esta transformación tuvo lugar primero en los centros culturales más
importantes de Irak e Irán y desde allí se extendió hacia oriente y oc
cidente. Si bien la vida ascética continuó manteniendo su atractivo
para muchos, otros se sintieron atraídos, por medio del creciente in
terés en la psicología religiosa, hacia una meta diferente que se aso
ciaba con los sufíes. La dirección hacia la que se movía este cambio
e refleja en las palabras del sufí Abu Bakr ibn Yahdar al-Shibli (m.
334/945), quien dio una nueva definición del ascetismo (zuhd) en tér
minos sufíes, diciendo que consistía en que «el corazón se apartaba
de las cosas para dirigirse al Señor de las cosas». Es decir, mientras
que el camino tomado por los ascetas se dirigía a asegurarse, por me
dio de la abnegación y las obras piadosas, un estado de santidad des
pués de la muerte, el objetivo de los sufíes era lograr el acceso direc
to al conocimiento de lo eterno por medio de la contemplación.
S u f is m o : s ig n if ic a d o y m é t o d o
174
res que recogen dichos de los primeros místicos. Cada máxima está
acompañada de un comentario explicativo. «El sufismo supone man
tener el corazón a salvo de la contaminación de la discordia», signi
fica, según explica al-Huchwiri, que el amor es concordia, lo contra
rio de la discordia, y el amante sólo tiene un deber, que es cumplir
los mandamientos del Amado; por tanto, si el objeto del deseo es
uno, ¿cómo puede surgir la discordia? La máxima más breve, «El su
fismo es el buen talante», es comentada ampliamente por al-Huch
wiri. Dice que el buen talante se expresa de tres formas:
s ‘A. ibn ‘Uzman ai-Huchwiri, The Kasbf al-mahjub, the oldest Persian Treatise on
Sufism by al-Hujwiri, trad, de R. Nicholson, Londres, Luzac, 191 i, pp. 33-44, especial
mente p. 42.
9 Ibidem, p. 48.
175
El objetivo y el método de la vía sufi derivan del Libro y do la sun
na o práctica ejemplar del Profeta. El famoso versículo coránico so
bre la luz constituye una parábola sobre la búsqueda sufi.
10 A. Bakr Siraj ed-Din, «The Nature and Origin of Sufism», en Islamic Spirituality:
Foundations, ed. de J.. Hossein Nasr, Londres, SCM Press, 1989, pp. 225-226.
176
La invocación o recuerdo del nombre de Allah también se inencio- -
na en el versículo anterior (así como en otras partes del Corán, por
ejemplo, 29:45; 62:10). En las culturas islámicas, el nombre de Allah
es invocado a lo largo del día en expresiones tales como in sha’a Allah,
«si Dios quiere» (de donde viene el arabismo «ojalá»), y al-hamdu li~
Llah, «alabado sea Allah». La invocación verbal repetida varias veces
o el recuerdo silencioso del nombre de «Allah», o de alguno de sus mu
chos nombres, como al-Rahim, «el Compasivo», y al-Gafur, «el Mise
ricordioso», constituyen el centro de las reuniones espirituales de los
sufíes, siendo a través de esa invocación o recuerdo como se puede lle
gar a tener la experiencia de conocer a Allah y comprenderle interior
mente.
El recuerdo de Allah se llama dikr, el mismo término con que
comúnmente se denomina a la reunión sufí que tiene igual propósito.
El arabista y viajero inglés E. W. Lañe presenció representaciones po
pulares de estas reuniones durante sus estancias en El Cairo, descri
biéndolas en su obra Manners and Customs ofthe Modern Egyptians
[Modos y costumbres de los egipcios modernos], publicada en 1836.
Eran frecuentes las reuniones nocturnas al aire libre en las que se jun
taban aproximadamente dos docenas de hombres, sentados en círcu
lo sobre esteras de caña, y que comenzaban su encuentro recitando la
primera azora del Corán. A esto le seguía una salmodia de la shaha-
da «No hay más Dios que Allah», primero con un compás lento, in
clinando rítmicamente la cabeza y el cuerpo, luego a paso más rápi
do, cambiando de tono a continuación, mientras repetían las mismas
palabras. Además, varios cantantes entonaban poemas de amor místi
co acompañados de un flautista. La sesión alcanzaba su clímax tras
dos horas, cuando uno o más de los participantes caían en un estado
extático. El uso de la poesía, la música y el baile, con objeto de agu
dizar la sensibilidad e intensificar la concentración, era una caracte
rística central de las reuniones sufíes desde tiempos muy remotos,
aunque al principio hubo discusiones entre las autoridades sobre si
ese tipo de ayudas era apropiado para el camino espiritual. Sin em
bargo, éstas pervivieron, y entre ellas, la danza mística de los Mevle-
vis o Derviches Giratorios ha atraído la atención de los visitantes eu
ropeos a Turquía a lo largo de más de dos siglos.
La práctica del dikr es recomendada en las tradiciones del Profeta,
una de las cuales dice que «Hay una forma de limpiar todas las cosas
y quitarles la herrumbre, y la que limpia el corazón es la invocación de
Allah». Un dicho divino (hadiz qudsi) muestra a Dios afirmando: «Es
toy con mi siervo cuando él piensa en Mí». Otro hadiz qudsi, espe
cialmente reverenciado por los sufíes, recoge la descripción hecha por
Allah mismo de la posibilidad de lograr el estado interior deseado:
«Mi siervo no cesa de acercarse a Mí por medio de devociones libre-
177
•v:*
11 Véase al-Huchwiri, op dh,~pp. 329, 316, 325, 303, para los ejemplos de cada uno
de estos rituales.'
178
la persona a un nuevo modo de vida. Una máxima que atañe a esta es-,
tación es atribuida al sufí Dü‘l-Nun al-Misri (m. 245/859), quien obser
vó que «los hombres corrientes se arrepienten de sus pecados, pero los
elegidos se arrepienten de haberse despreocupado de Allah». Se puede
explicar esta frase, a su vez, a través de las palabras atribuidas a la fa
mosa mística Rabi‘a al-'Adawiyya (m. 184/800), quien, tras arrepentirse
sinceramente, se dice que buscó el «perdón de Allah por mi poca since
ridad al decir “Yo pido el perdón de Allah”». Otra estación que es men
cionada en todas las presentaciones del camino es la confianza absoluta
(tawakkul) en Dios. En el manual de sufismo de Abu Bakr al-Kalabadi
(m. 385/995), se describe la confianza como «el abandono de todos los
refugios excepto Allah»12.
Al-Huchwiri distingue lo que es una estación (maqam) de lo que
es un estado (hal) de la siguiente manera:
Mientras que el término «estación» denota el camino del que bus
ca, así como su progreso a medida que realiza ese esfuerzo, su curm
plimiento de las obligaciones relacionadas con esa «estación» y el
rango que alcanza ante Allah en proporción a su mérito, el término
«estado» denota el favor y la gracia que Allah ha depositado en el co
razón de su siervo, y que no está ligado a ninguna mortificación por
parte del segundo. La «estación» pertenece a la categoría de los ac
tos, el «estado» a la categoría de los dones13.
Estaciones superiores del camino eran la paciencia, la gratitud y la
aceptación. Durante su trayecto, el que buscaba experimentaba estados
espirituales cambiantes. Al-Gazali distinguía la estación, que perdura a
lo largo de un cierto tiempo, del estado, que sólo es temporal. Se hacía
referencia a ciertos estados como pares de opuestos, por ejemplo, el te
mor y la esperanzarlos que buscan esperan poderTecibif los dones de
Allah, y temen lo contrario, debido a que son conscientes del abismo
que separa la suprema soberanía de Allah de su propia insuficiencia
para obedecerle14. Las últimas etapas del camino se alcanzaban a tra
vés del amor y la gnosis (conocimiento interior, ma'rifá). El objetivo
de la aniquilación mística (fana ’) podía, al fin, lograrse. Este concepto,
inicialmente ético, que significaba la aniquilación de los atributos pro
pios, gradualmente llegó a significar la total extinción de la personal!-_
dad en Allah. La experiencia de la embriaguez espiritual transformaba
a los que habían salido a la búsqueda de Dios y que volvían al mundo
de los fenómenos. Ahora podían continuar su viaje en Allah, esto es,
subsistiendo (baga.’) en Él más que esforzándose por alcanzarle como
179
antes, «L)e allí», escribe al-Huchwiri, «que todas las acciones de uno
sean remitidas a Allah, no aunó mismo, y mientras que las acciones de
un hombre que están conectadas con él mismo son imperfectas, aque
llas que están unidas a él por Allah son perfectas»15.
Era imposible hacer una descripción fiel y verdadera de las expe
riencias del camino y su objetivo. El paradigma del camino de un mís
tico era la ascensión (mVrach) de Muhammad al cielo, a la que alude el
Libro y que fue elaborada por la Tradición a medida que la piedad islá
mica expresaba una mayor veneración por el Profeta16. No obstante, los
sufíes aceptaban que el lenguaje corriente era inadecuado para la tarea
de describir el viaje que ellos realizaban. A pesar de esto, todas las gran
des literaturas de la cultura islámica, incluyendo la árabe, la persa, la tur
ca y la urdu, contienen las joyas poéticas de los intentos sufíes por ha
cer inteligibles sus experiencias, aunque sólo fuese a sus compañeros de
viaje en el camino. Sin embargo, podía suceder que las exclamaciones
de éxtasis de inspiración sufí fuesen mal interpretadas como el delirio de
un antinomianista amoral. Al-Gazali había advertido en su autobiogra
fía espiritual que cualquier intento de expresar lo inefable conduciría
inevitablemente al error. Al-Huchwiri precisó, con gran percepción, el
peligro real que encerraba la declaración pública de un estado de éxta
sis, ya que la persona dominada por dicho estado no tenía la capacidad
para expresarse correctamente. «Además», decía, «el significado de la
expresión puede ser difícil de comprender, de manera que la gente pue
de confundir las intenciones del escritor u orador y repudiar no su sig
nificado real, sino la noción falsa que ellos mismos se han formado»17.
Dichas expresiones fueron interpretadas a veces como una pre
tensión blasfema de reivindicar para uno mismo la divinidad. Así se
entendió la famosa frase «Yo soy la Verdad (ana al-Haqq)» dicha por
Husain ibn Mansur al-Hallach (m. 310/922), en la que este ,sufí se
identificaba a sí mismo con uno de los nombres de Allah. Esto y su
supuesta actitud antinomianista llevaron a que fuera finalmente eje
cutado de forma cruel por las autoridades de Bagdad. El martirio de
al-Hallach produjo un profundo impacto entre los musulmanes, in
cluso fuera de los círculos sufíes. Su recuerdo se ha conservado a lo
largo de los siglos en la literatura tanto religiosa como secular. El dra
ma en verso libre realizado por el fallecido escritor egipcio Salah
Abd al-Sabur, La tragedia de al-Hallach, es un ejemplo reciente18.
15 Ibidem, p. 245.
16 Véase A. Schimmel, And Muhammad is his Messenger, Chapel Hill, University of
North Carolina Press, 1985, especialmente el capítulo 9.
17 AI-Huchwiri, op cit., p. 152.
18 Traducción inglesa de Khalil Semaan titulada Murder in Baghdad, Leiden, E. J.
Brill, 1972. La vida de al-Hallach también ha inspirado una novela dramática en inglés,
la de H. Mason, Death o f al-Halla], Notre Dame, Notre Dame University Press, 1979.
180
...Bq;..e§.í;a,versión-.-.moderna, la vida y muerte de al-Hallach son descri
tas más como símbolo del enfrentamiento de un hombre piadoso con
tra la injusticia política y social que como una cuestión de herejía.
En parte como consecuencia de la ejecución de al-Hallach, se es
cribieron manuales sobre la doctrina, la terminología y la práctica su-
fíes con objeto de corregir las falsas impresiones que los sufíes pu
dieran transmitir y para hacer frente a otros peligros potenciales. Abu
Nasr al-Sarrach (m. 378/988) pasó revista a algunos de los errores a
los que eran propensos los sufíes. Uno era la creencia en la encama
ción (hulul). El verdadero significado de la doctrina según la cual una
persona deja sus propias cualidades o atributos y participa de los de
Allah es que «él abandona su propia voluntad y entra en la voluntad
de Allah, conocedor de que su voluntad se la da Allah y que en virtud
de este don deja de tenerse en cuenta a sí mismo, convirtiéndose en
completamente devoto a Él». El error descansa, dice al-Sarrach, en no
darse cuenta de que las cualidades de Allah no son idénticas a lo que
Allah es en Su esencia, y, por tanto, el hombre simplemente no pue
de convertirse en divino.
En un manual posterior, al-Huchwiri ofrece la siguiente metáfora
para aclarar un error muy común asociado a la aniquilación y a la
subsistencia místicas, es decir, la creencia en que el fana ' entrañaba
la pérdida de la esencia del sufi, mientras que el baqa’ suponía que
Allah moraba dentro del hombre: «El poder del fuego convierte cual
quier cosa que caiga en él a su propia cualidad, y es seguro que el po
der de la voluntad de Allah es mayor que el del fuego. Y aun así, el
fuego sólo afecta a la cualidad del hierro sin cambiar su esencia, por
que el hierro nunca puede convertirse en f u e g o » 1
A pesar de la angustia y la ira que un sufi «embriagado» como al-
Hallach podía despertar en los demás (poniéndose, al mismo tiempo,
a sí mismo en peligro), la tradición mística islámica, en general,
compartía profundas afinidades con la piedad de los tradicionistas
hanbalíes, por el énfasis que ambos grupos ponían en la meditación
sobre el Corán y en el seguimiento de la tradición profètica que afir
ma que las buenas obras son el producto de un corazón puro1920. Tan
to los sufíes como los tradicionistas, aunque por distintas razones,
rechazaban la reflexión racional sobre cuestiones teológicas y el uso
del kalam. Sin embargo, la actitud devota de los tradicionistas hacia
la letra misma del Corán y del hadiz no excluía la interpretación eso
térica, como evidencia el comentario del Corán escrito en persa en
19 Las citas de estos dos párrafos están tomadas de R. Nicholson, The Mystics o f Is
lam, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1970 [1914], pp. 157, 159.
20 G. Makdisi, «The Hanbali school and Sufism», Humaniora Islámica 2 (1974), pp.
61-72.
181
fechas tempranas por el sufí hanbalí ‘Abdallah al-Ansari (m.481/1089).
Además! muchos sufíes se ganaron el respeto de la gente corriente
en virtud de la dignidad y pureza que predicaban y que seguían en
sus propias vidas, y porque ayudaban moralmente a todos aquellos
que les llevaban sus problemas. El asombro lleno de deferencia que
los fieles sentían ante los sufíes ha quedado reflejado en las histo
rias sobre las actuaciones milagrosas de las que eran capaces los as
cetas y los místicos, actuaciones que éstos no siempre reclamaban
para sí mismos, sino que más bien les fueron atribuidas por sus se
guidores.
Por otra parte, los sufíes mostraban un elitismo espiritual. Esto
puede ilustrarse a través del rol que otorgaron a la intuición en la exé-
gesis del Corán. Los comentarios sufíes eran de distintos tipos, yen
do desde los que seguían el tratamiento normal de ir comentando los
capítulos y versículos del Libro en su totalidad, a los que trataban más
brevemente tan sólo partes del mismo. Su técnica particular de ínter----
pretación se conocía como ta’wil, la iluminación del significado in
terno de determinados versículos, significado éste diferenciado del
significado superficial aparente aceptado por los juristas y los teólo
gos. Alcanzar ese sentido interno por medio de la intuición era un don
otorgado sólo a unos pocos, a quienes Allah reservaba el nivel más ..; ;
profundo de penetración en su revelación. "i
Entre los primeros comentarios sufíes de pasajes coránicos selec- ;:. Zff
clonados se cuenta el escrito por Sahl al-Tustari (m. 283/896)21. Los e;/ ;
significados de los versículos son discutidos en sus dimensiones tan- A;
to exotérica como esotérica. El método exegético incluía la interpre- - y
tación que fluía del impacto que la recitación oral del Corán causaba
ál oyente“ sufí; un «acontecimiento de encuentro»'"que" producía un
discurso inspirado místicamente y que llevaba a veces a pronuncia
mientos extáticos. El simbolismo permea esta hermenéutica espiri
tual. Un ejemplo es el versículo Ha hecho confluir los dos mares: se
encuentran (55:19), que en su sentido aparente se refiere al agua dul
ce y a la salada, pero que simbólicamente puede significar el «espíri
tu y el cuerpo» o «este mundo y el siguiente».
Al-Gazali, cuyo debate con los filósofos ya ha sido tratado, dejó
interpretaciones esotéricas de versículos del Libro dispersas a través
de su obra maestra, la ya mencionada La revivificación de las cien
cias religiosas que, además, contiene un capítulo sobre la interpreta-
182
ción esotérica como complemento necesario de la exotérica22. Tam-
: mén lía dej ado una breve obra dedicada a la inteipretáción de sólo dos
versículos coránicos, uno de los cuales es el Versículo de la Luz, ci
tado más arriba. En dicha interpretación, la hornacina, el recipiente
de vidrio, la candileja, el árbol y el aceite son vistos como símbolos
de cinco clases del espíritu humano. La hornacina, por ejemplo, es un
símbolo del espíritu sensorial de cada hombre, mientras que, en el
rango más alto, el aceite simboliza el espíritu profètico trascendental
poseído por los profetas, así como por algunos maestros sufres, los
shaij-es, los murshides o los pir-es23.
22 Véase M. Abul Quasem, The Recitation and interpretation o f the Qur'an: Al-Ghaz-
zali’s Theory, Londres, Kegan Paul International, 1982.
23 Véase la traducción de la obra de al-Gazali, Mishkat abanwar (The Niche for
Lights) por W. H.T. Gairdner, Lahore, Muhammad Ashraf, reed. 1952 [1924]'. Se ha cues
tionado la autenticidad de la última parte de esta obra.
183
a quienes Él ha., distinguido especialmente con Suamistad, y aqiieJLQ^
a quienes ha elegido para que gobiernen Su reino, y les ha señalado
para que manifiesten Sus acciones, les ha favorecido de manera espe
cial con muchos tipos de milagros (karamat, s. karamd), les ha librado
de corrupciones naturales, y les ha liberado del yugo del alma inferior
y de la pasión, para que todos sus pensamientos sean de Él y su inti
midad sólo sea con Él24.
L A S H E R M A N D A D E S S U F ÍE S - ' --
184
mezquita o en la easa-del maestro: El cambio puede haberse iniciado
hacia el siglo iii / i x , cuando un árabe muy influido por la cultura per
sa, Muhammad ibn Karram (m. 255/869), dejó tras de sí a muchos
partidarios en Irán25. El ascetismo activista y la predicación de éstos
condujeron a la conversión de muchos zoroastras y de otros pueblos
protegidos (dimmíes). Fue esa misma relación maestro-alumno la que
hizo posible el nacimiento de una organización estructurada y disci
plinada, al menos a nivel local, centrada en un lugar de encuentro
construido a propósito y llamado en persa janqa, «logia» o «conven
to». Al parecer, esta institución fue introducida en el islam por los se
guidores de Ibn Karram. Estas logias proporcionaban comida gratui
ta y techo a los viajeros y los pobres y, lo que es más importante,
permitían que gentes normales participasen en las reuniones sufíes
como miembros seglares. Más tarde, los maestros empezaron a re
montar sus enseñanzas hasta el Profeta a través de una «cadena» de
sufíes, entre los que a menudo incluían al primo del Profeta, ‘Ali,
quien ocupa un lugar prominente en muchas de estas genealogías es
pirituales.
La «cadena» (silsila) de autoridades sufi (que funcionaba como
el isnad lo hacía para el hadiz) garantizaba la validez de las ense
ñanzas y prácticas del maestro, especialmente en los detalles asociados a
la realización del dikr. Se fijaron otras reglas que, como el dikr, va
riaban de una hermandad a otra. Éstas incluían: afeitar la cabeza del
iniciado, los tipos de comida que éste podía consumir durante el re
tiro obligatorio de cuarenta días, el uso de letanías, oraciones, ins
trumentos musicales y baile en esas reuniones, y el comportamiento
general, de. sus discípulos. El maestro también les daba la vestidura"
sufi (jirqa) como signo de que habían entrado a formar parte de la
hermandad. La «cadena» se perpetuaba y continuaba con la desig
nación por parte del maestro de su sucesor o califa, quien podía ser
elegido entre los miembros de su propia familia.
La aparición, dentro de la cadena, de una personalidad carismàti
ca podía producir un subgrupo o una nueva hermandad de tendencias
fundamentalistas o radicales. Además, era posible que una persona
que buscaba una experiencia y cualificaciones más amplias pertene
ciese a una o más hermandades. El término utilizado para la herman
dad institucionalizada era tariqa, la misma palabra que designaba la
vía sufi como modo de vida. La primera tariqa fue fundada tal vez
por Abu Ishaq al-Kazaruni (m. 396/1005), quien, como Ibn Karram,
era un asceta activista y un predicador hipnótico. Estableció algunas
185
J f^ a sjso . pueblos y ciudades.deJ-oesí^y^isjE.iie Irán, y también tomó ,
parte en campañas de conversión entre la comunidad zoroastra.
La hermandad sufí más famosa y extendida de entre las primeras
que aparecieron fue indudablemente la Qadiriyya, cuyo ancestro epó-
nimo fue Abd al-Qadir al-Yilani (m. 562/1166). Fue un predicador
hanbalí muy popular en Bagdad durante su vida, y su tumba en esta
ciudad sigue siendo hoy en día un lugar de peregrinación para los mu
sulmanes, especialmente de la India y Pakistán, hacia donde se había
extendido la hermandad a finales del siglo vin/xrv. Más tarde, se es
tablecieron logias qadiríes en Indonesia. A Abd al-Qadir se le cono
ció posteriormente como el qutb o Polo de Oriente, aunque, de hecho,
se podían encontrar seguidores suyos en Occidente, incluyendo Ma
rruecos, al mismo tiempo que la expansión del islam en Africa Occi
dental fue resultado de la influencia de esta hermandad.
Circularon numerosas leyendas sobre Abd al-Qadir, y a muchos
otros maestros sufíes también se les atribuyeron maravillas y milagros.
Un tema familiar de la tradición sufí era la conversión de malhechores
por parte del maestro, gracias al ejemplo brindado por la rectitud moral
de este último. Se dice que el joven Abd al-Qadir convirtió a toda una
banda de ladrones que había abordado la caravana en la que él viajaba.
Mu‘in al-Din Chishti (m. 633/1236), cuyas enseñanzas se propagaron
por la India, de igual manera logró el arrepentimiento de un gobernador
tirano y de su séquito. Estas historias resultaban muy atractivas y popu
lares para las masas, así como también lo eran las celebraciones con las
que se conmemoraba el aniversario de la muerte de los maestros sufíes.
Las hermandades se adaptaron a cada uno de los niveles de la sociedad
musulmana. La capacidad compasiva y empática de los sufíes tocaba.los..
corazones más fácilmente que la mera creencia en la compasión de un
Allah remoto y trascendente y más aún que los complicados debates de
los juristas y los teólogos. Del mismo modo, elementos claramente no
islámicos extraídos del folclore de numerosas culturas locales de Orien
te Medio y del sur de Asia se incorporaron poco a poco a las prácticas
sufíes. La veneración mostrada por el pueblo a los maestros sufíes y
otras innovaciones populares fueron condenadas por los ulemas, inclu
so por aquellos que tal vez también eran sufíes. Pero, de hecho, a me
nudo esos mismos ulemas acababan haciendo la vista gorda ante dichas
prácticas, ya que éstas ayudaban a legitimar la presencia espiritual del
islam entre los estratos más bajos y abandonados de la sociedad.
Vamos a mencionar ahora brevemente a dos hermandades, una de
las cuales se enraizó en tierras islámicas orientales, la otra en Occi
dente. Cada una cristalizó alrededor de las enseñanzas de maestros
que murieron en el siglo vn/xill. Ambas fraternidades se han mante
nido hasta la actualidad, pero debido a sus orígenes distintos, desa
rrollaron estilos espirituales diferentes.
186
.jM C hishtr^q^ .. . ■ ....... .......
26 P. M. Currie, The Shrine and Cult o f M u‘in al-Din Chishti o f Ajmer, Delhi, Oxford
University Press, 1989.
187
-comida; dinero o ropa obtenida por donación voluntaria se regalaba al día
siguiente. Durante siglos, los chishtíes constituyeron la hermandad más
importante en la India, pero nunca se expandieron más allá de los confi
nes del subcontinente.
La Shadiliyya
27 Vease V. Danner, «The Shadhiliyyah and North African Sufism», en Islamic Spiri
tuality: Manifestations, ed. de S. H. Nasr, Londres, SCM Press, 1991, pp. 26-48.
188
nivel adecuado a sus capacidades. A menudo, las reuniones se celebra-”
ban en la casa del maestro. La marca del shadilí era llevar una vida con
templativa sobria en este mundo, revivificando de esta manera las sen
cillas prácticas de las primeras etapas del sufismo.
En la época en que el tercer shaij de la «cadena» shadilí, Shaij Ibn
‘Ata’ Allah (m. 709/1309), se había convertido en maestro de la fra
ternidad en El Cairo, ésta se había expandido a lo largo del norte de
África hacia al-Andalus y también a Siria y La Meca en el Hiyaz.
Como Abu 1-Hasan, Ibn ‘Ata’ Allah también era un doctor jurista ma-
likí. Pero a diferencia de al-Shadili, dejó por escrito las enseñanzas de
la hermandad, preservando de esta manera algunas de las letanías más
conocidas de Abu 1-Hasan.
Una de las obras más importantes y populares de Ibn ‘Ata’Allah fue
El libro de la sabiduría, una colección de máximas orientadoras para
la vida espiritual que también recogía algunas breves invocaciones per
sonales dirigidas a Allah. Su contenido ha sido descrito acertadamente
como «una conversación con Dios y una conversación sobre Dios».
Más tarde se escribieron comentarios sobre este libro, que fue adopta
do como manual por otras hermandades, mientras que algunos dichos
se convirtieron en proverbiales en círculos sufíes. Algunos de esos di
chos presentan la sabiduría del camino sufí de una forma típica y apa
rentemente paradójica: «Estás más necesitado de Su tolerancia cuando
,; " le obedeces que cuando le desobedeces», lo que quiere decir, según uno
¿ de sus comentaristas, que mientras que la obediencia puede conducir a
un peligroso sentido espiritual de autosatisfacción, la desobediencia au-
, i. menta la conciencia de la necesidad que uno tiene de Allah28. Sobre el
^ -...mismo tema,-Ibn ‘Ata’ Allah advierte que la verdadera obediencia su-
^ pone la conciencia de que ésta es una gracia de Allah: «Que os baste
como recompensa por vuestra obediencia que El os haya creído mere
cedores de ser obedientes»29. En una de sus invocaciones a Allah, ex
presa gratitud con una pregunta quejumbrosa: «¡Dios mío, qué bueno
eres conmigo! Pero ¿qué es lo que me oculta de Ti?»30.
El sucesor más célebre de Ibn ‘Ata’ Allah fue Ibn ‘Abbad, nacido
en la localidad de Ronda, en al-Andalus, y muerto en Fez, Marruecos,
en el año 793/1390. Se le ha descrito como el precursor del famoso
místico cristiano español del siglo xvi, San Juan de la Cruz. La fama
de Ibn ‘Abbad, a diferencia de la de San Juan déla Cruz que está cen
trada en su poesía, se basaba en gran parte en el comentario, amplia-
mente leído, que escribió sobre El libro de la sabiduría de Ibn ‘Ata’
58 Ibn Ala'Allah, The Book o f Wisdom, trad, e iniroduccion de V. Danner, Londres, SPCK,
1979. pp. 30, 140-141. ....
29 Ibidem, p. 70.
30 Ibidem, p. 121.
189
-Allah.Además, han 1legado hasta nosotros importantes eompilacipiie^
de sus propios sermones y cartas que reveían una profunda preocupa
ción por hacer accesible la visión mística de los maestros a una au
diencia más extensa y popular. En su correspondencia, le encontramos
dando consejos a iniciados que intentaban superar obstáculos perso
nales a lo largo del camino sufí, y también informando sobre los fun
damentos de la espiritualidad mística en términos prácticos y no eso
téricos. Los siguientes extractos de dos cartas a diferentes personas
logran transmitir la calidez y el afectuoso interés de su autor, por en
cima de sus habilidades como médico del alma.
. Una vez que Allah te haya hecho posible el entendimiento del que
estoy hablando y te hayas sumergido eri él, tuyas serán la devoción in
terminable y la eterna proximidad a Allah, de la que ni el cansancio, ni
el hastío que va más allá de la fatiga, ni el engaño, te pueden alejar, con
tal de que vivas ese entendimiento en todos tus actos. Si consideras que
todo tiene su ser y su origen en Allah, le deberás gratitud a El que te ha
concedido esta fácil conquista... Entonces tendrás felicidad y un lugar ex
celente en el mundo venidero (3:14; 13:29). Por otro lado, si permaneces
ciego y engañado, y no buscas refugio sinceramente y reconoces tu indi
gencia [ante Allah], continuarás despreciando tu condición espiritual ac
tual debido, a una fuerte necesidad de alterar tus estados espirituales. Te
detestarás y lamentarás tu negligencia y libertinaje. Si esto sucediese, de
bes emprender obras de devoción en cuerpo y alma. Dichas obras seña
larán la dirección en el camino hacia tu Señor y el malestar que sufres no
obstaculizará tu recorrido. Un hombre de gran talla ha dicho, «Viaja ha-
.......cía Allah, aunque estés cojo y destrozado»31.
Tanto Ibn ‘Ata’ Allah como Ibn ‘Abbad enseñaron que la cima a la
que conducía el camino era la unidad de visión (wahdat al-shuhud), en
la cual, mediante su actividad y la conformidad de su voluntad, el que
ha salido en busca de Dios y Le contempla, y el Que es contemplado
mantienen sus identidades esenciales. En otras palabras, estamos ante
el grado relativo de proximidad a la presencia divina, de acuerdo con la
interpretación sufí moderna, mencionada anteriormente, sobre la natu
raleza dual de la inspiración espiritual del hombre323.
El segundo grado o grado absoluto de proximidad, es decir, la
identidad con la presencia divina, representa la perdurable influencia
-de otro ramal dentro del sufismo, cuyo máximo exponente fue.Muh-
- yi 1-Din ibn al-‘Arabi (m. 63.8/.1240), Aunque no fundó ninguna her-
31 Ibn Abbad o f Ronda: Letters on the Sufi Path, trad. e introducción de J. Renard,
Nueva York, Paulist Press, 1986, pp. 157, 73.
33 Véase p. 139 arriba.
190
mandad, su labor ha impregnado h.astahp.y en día el.pensamiento de
todos los sufíes que han expresado sus enseñanzas dentro de un sis
tema de filosofía mística. Nacido en la ciudad de Murcia, en el le
vante español, Ibn al-‘Arabi viajó a Oriente para realizar la peregri
nación y recorrió Egipto, Anatolia (en la moderna Turquía) y Siria,
estableciéndose finalmente en Damasco, donde murió. Fue un escri
tor prolifico. Sus obras más importantes y populares se titulan Las
revelaciones de La Meca y Las joyas de la sabiduría33. Su sistema
doctrinal, complejo y difícil, está construido sobre la doctrina de la
Unidad del Ser (wahdat al-wuyud), por la que a lo largo de los siglos
algunos le han acusado de herejía, mientras que los estudiosos mo
dernos han debatido si su pensamiento está contaminado de panteís
mo o monismo. El problema se centra en la cuestión de si las criatu
ras en su existencia real son idénticas a Allah o más bien son reflejo
de sus atributos. Los críticos consideraron que de la lógica de la doc
trina de Ibn al-‘Arabi se desprendía que para él la «unión» no era un
proceso por el cual se producía la fusión del iniciado con el Uno,
sino que el iniciado ya era el Uno. No obstante, los seguidores de su
sistema insistieron en que la fusión unitiva (ittihad) con Allah era
imposible, ya que esto supondría la unión de dos esencias, mientras
que Allah es Él mismo la única Esencia. La doctrina de la «unidad
del ser» se apoya en otra característica clave del sistema de Ibn al-
‘Arabi, centrada en la veneración del Profeta, que asume el papel de
Hombre Perfecto. Esto se entiende en el sentido de que la realidad
interna de Muhammad abarcaba todos los atributos de Allah, es de
cir, había realizado en sí mismo todas las posibilidades innatas del
ser, un estado que sólo los profetas y lps._amigos sufíes (auliya’-),
cònio él mismo Ibn al-‘Àrabi, habían logrado.
El teólogo hanbalí Ibn Taimiyya denunció los excesos filosófi
cos de Ibn al-‘Arabi, pero éste fue firmemente defendido por el lí
der shadilí, Ibn ‘Ata’ Állah, quien se enfrentó al teólogo en debate
público en El Cairo, acusándole a él y a otros como él de reducir el
islam al nivel de lo que ellos podían comprender. Las ideas de Ibn
al-‘Arabi fueron bien acogidas por la hermandad Shadiliyya y por
sus ramificaciones posteriores hasta el presente siglo*34, en el que
----- 33- Esta obra ha sido traducida por RrWr J. Austin, Ibn al- ‘Arabi: The Bezels ofWisdotn,
Nueva York, Paulist Press, i 981, Puede verse .también M.- Asín Pa¡acios,-£'/ A/am cristiani
zado. Estudio del «sufismo» a través de las obras de Abenarabi de Murcia (reed, Madrid:
Hiperión, 1981 [1931] y la traducción de Pablo Beneyto de Ibn al-‘Arabi, El secreto de los
nombres de Dios, Murcia, ed. regional de Murcia, 1996.
34 Un estudio de las ramificaciones contemporáneas de la «cadena» shadiliyya es la
.importante biografía del místico argelino Shaij AhmadaÍ-‘AIawi (m..;1934), escrita por
M. Lings, A Moslem Saint of the Twentieth Century, Londres, George Alien & Unwin,
.1961.
191
han llegado.incluso a propiciar de forma notable.la conversión de
europeos al islam.
Hacia el final del siglo vm/xiv, las ideas y dichos sufíes habían pe
netrado en todos los niveles de la sociedad y en todas las regiones
donde la presencia islámica se había establecido. La diseminación se
vio favorecida por la institucionalización de las creencias sufíes en las
hermandades y en sus numerosas ramificaciones. Tan importante
como la emigración sufí y la expansión de sus logias a través de las
tierras islámicas fue la forma en que se reflejó en la literatura sufí la
naturaleza cosmopolita de la cultura islámica. Los estudios sobre el
Libro y el derecho todavía se escribían casi exclusivamente en árabe,
mientras que los sufíes compusieron y recitaron sus poemas práctica
mente en cada una de las lenguas vernáculas que encontraron. El ára
be, naturalmente, y el persa, que le seguía de cerca, eran las lenguas
más importantes de la expresión sufí. Tres de los más grandes poetas
del sufismo se habían distinguido en el siglo anterior: Farid al-Din al-
‘Attar (m. 627/1230)35, ‘Untar Ibn al-Farid (m. 631/1234)36 y Yalal al-
Din al-Rumi (m. 672/1273)37. El segundo de ellos compuso en árabe,
los otros dos en persa. En el siglo v iii / x i v , otra lengua -e l turco- co
menzó su lento ascenso para convertirse en el tercer medio de expre
sión de la cultura islámica. Esto sucedió en Anatolia, la región a la
que habían emigrado y en la que se habían establecido los pueblos
turcos nómadas del centro de Asia que se habían convertido al islam.
Posteriormente, esta zona se convertiría en el centro del Imperio oto
mano en los siglos que siguieron a la caída de la capital bizantina
cristiana, Constantinopla, en manos musulmanas en el año 1453. El
más grande poeta sufí en lengua-turca es Yunus Emre (m-20/-1320)38,
cuyas composiciones sobre el amor místico, combinando la dicción
simple con la prosodia tradicional, han logrado comunicar la belleza
y complejidad de sus temas a lectores y oyentes turcos de distinta
procedencia a lo largo de todos los siglos. ;
Dejamos aquí la vía sufí de la espiritualidad para adentrarnos en
otra dimensión de la cultura islámica religiosa, la shi‘í, a la que nos
hemos referido de pasada, pero a la que ahora vamos a dedicar toda
nuestra atención. - '
192
........... VI .............
193
altad hacia ‘AH. $u apoyo se mantuvo en los años que siguieron a la
muerte del Profeta; durante los cuales tres de sus Compañeros, Abu
Bakr (632-634), ‘Umax (634-644) y ‘Uzman (644-656) se convirtie
ron, en ese orden, en líderes de la comunidad en calidad de califa o
imam. Cada uno de ellos también estaba relacionado con el Profeta
por vínculos matrimoniales y eran miembros de su tribu, los Quraish,
Con el tiempo, ‘Ali también se convirtió en líder, aunque su breve rei
nado estuvo marcado por conflictos constantes. Aproximadamente
una generación después de la muerte de Ali, los que todavía eran fie
les a su memoria comenzaron a interpretar el acontecimiento de Ga-
dir Jumm de forma radical. Afirmaron que la intención de Muham-
mad había sido que Ali se convirtiese en su inmediato sucesor. Por
tanto, ellos lo veían como el único imam legítimo y califa Rectamen
te Guiado después de Muhammad.
En la historia del islam, aquellos que han expresado una devoción
y lealtad especiales hacia Ali son llamados colectivamente shVat
‘Ali, «la facción de Ali» o «partido de Ali», o simplemente, shi‘íes.
Poco a poco, en un periodo de tres o cuatro siglos, formaron un gru
po disidente (firqa) en la comunidad islámica que se opuso a muchas
de las doctrinas y creencias de la aplastante mayoría sunní. Hoy en
día, los shi‘íes comprenden aproximadamente el 10 por 100 del total
de la umma en todo el mundo. Dentro de esta minoría, un pequeño
grupo conocido como los zaidíes viven principalmente en Yemen.
Otro subgrupo, los isma‘ilíes y sus varias ramificaciones, viven sobre
todo en Africa Oriental y la India.
El grupo más grande y más importante de los shi‘íes es, con dife
rencia, el conocido como los shi‘íes duodecimanos o imamíes que
-constituyen-una -mayoría en Irán y en las regiones-meridionales de
Irak y Líbano; también están dispersos a lo largo y ancho de los esta
dos del Golfo, Afganistán, India y Pakistán. En este capítulo nos ocu
paremos de su historia, presentando una visión general de sus creen
cias y prácticas. Los sunníes y los shi‘íes comparten el acontecimiento
profético-revelatorio descrito en el primer capítulo de este libro y am
bos aceptan como fundamentales la unidad de Allah y la misión y el
mensaje de Muhammad, su Profeta. Sin embargo, los duodecimanos
desarrollaron una visión particular de cómo se había fundado la co
munidad islámica y cuál había sido su desarrollo posterior, así como
del papel que ellos debían desarrollar en su futuro. A los sunníes y a
los shi'íes a menudo se les etiqueta como «ortodoxos» y «heterodo
xos» respectivamente. No obstante, al no haber existido históricamen
te la autoridad central de una iglesia en el islam, estos términos re
sultan inapropiados. Cualquier jurista musulmán cualificado podría
condenar como innovación, las creencias o las prácticas de otro gru
po, si creyese que se desviaban de la práctica del Profeta. Además,
194
aunque es poco probable que algún día sepamos con detalle «lo que
venaderamente ocurrió» durante los primeros años de la comunidad,
no es descaminado, sin embargo, pensar que una minoría pudo con
servar algunas partes de la tradición original, rechazadas por la ma
yoría en el curso de la rápida expansión islámica y los conflictos in
ternos que siguieron. Sea como fuere, la historia de los shiTes se
inicia en Gadir Jumm.
‘A l i y G a d ir J u m m e n l a t r a d ic ió n d u o d e c im a n a
Una larga narración sobre los hechos y los dichos de ‘Ali ha llega
do hasta nosotros de la pluma de uno de los más eminentes y dotados
de entre los primeros sabios duodecimanos, Abu ‘Abdallah Muham
mad ibn Muhammad ibn Nu‘man, al que se conoce por el título ho
norífico de al-Shaij al-Mufid, «el maestro que trae beneficio». Nacido
en Irak, estudió en Bagdad con ulemas shiTes y muTazilíes. Vivía en
el barrio mayoritariamente shi‘í de al-Karj, en la ribera occidental del
río Tigris. Vertió su conocimiento de las tradiciones shi‘íes y de la te
ología dialéctica en más de doscientas obras, que incluían muchos tra
tados polémicos breves. Al-Mufid marca el apogeo de toda una era de
famosos ulemas shiTes. Dos de sus profesores fueron los grandes tra-
dicionlstas shiTes Ibn Qulawaihi (m. 368/978) e Ibn Babawaihi (m.
; 381/992), y dos de sus estudiantes fueron igualmente eminentes ule-
mas shiTes, los hermanos al-Sharif al-Radi (m. 406/1015) y al-Sharif
f al-Murtada (m. 436/1044). Al-Mufid murió en 413/1022 y fue ente
rrado en al-Kazimain, el lugar cerca de Bagdad (hoy parte de la ciu-
- dad modema)-que-se convirtió en un-famoso santuario para los pere
grinos. shi‘íes2.
Cuando murió al-Mufid, las características principales de la co
munidad de los shiTes duodecimanos y su pensamiento ya estaban
bien establecidos. La reivindicación básica de que el testamento del
Profeta había designado a ‘Ali como su sucesor se enriqueció con le
yendas variopintas sobre las cualidades personales de ‘Ali, mientras
que los exegetas shiTes extrajeron del Libro interpretaciones que dis
crepaban de las opiniones sunníes . La versión de al-Mufid sobre Ga
dir Jumm en su Libro de la guia cuenta que el Profeta había recibido
una revelación que hacía referencia a que ‘Ali le sucedería en el lide
razgo (imama) de la comunidad. Muhammad tardó en anunciarlo, es
perando eí momento apropiado para hacerlo. En Gadir Jumm, Allah
195
le habló otra vez, diciendo: ¡Oh Enviado! Da a conocer lo que te.ha
revelado tu Señor (5:67), es decir, lo que concernía a la sucesión, ya
que si no lo haces, no difundes su mensaje (5:67). Muhammad se di
rigió a sus seguidores, diciendo:
3 Kitab al-lrshad (The Book of Guidance into the Lives o f the Twelve Imams) by Shaykh
al-Mufid, trad, de I. K. A. Howard, Londres, The Muhamraadi Trust, 1981, p. 124.
4 Ibidem, pp. 138-139.
196
ge la sabiduría de ‘Ali en sus discursos y máximas. Su relación espe
cial con Allah se demuestra a través de su habilidad para realizar mi
lagros, un don que la Tradición también atribuye al Profeta. £Ali su
peraba los cánones humanos, por ejemplo, en la perfección de su
intelecto, incluso cuando sólo tenía unos diez años. Su fuerza y su ha
bilidad militar también iban más allá de las capacidades de los seres
humanos normales, pudiendo además predecir los acontecimientos
antes de que éstos sucedieran.
A ‘Ali le ocurrieron cosas maravillosas que presentan paralelismos
con la biografía del Profeta. Ibn Ishaq relata que el monje cristiano
Bahira predijo la llegada del Profeta5. Al-Mufid cuenta la historia de un
ermitaño del desierto que se convirtió al islam cuando ‘Ali movió mi
lagrosamente una enorme roca bajo la cual fluía agua fresca. «Nadie
puede saber su lugar», exclamó el ermitaño, «excepto un profeta o el
guardián nombrado por un profeta. Debe ser un amigo de Allah... cuya
señal es que conoce el lugar de esta roca y es capaz de moverla»6.
Otro milagro narrado por al-Mufíd explica el motivo por el que
existe una pequeña diferencia entre los tabúes alimenticios de los sun-
níes^y de los shi‘íes. En cierta ocasión en que las aguas desbordadas
del Eufrates amenazaron con inundar Kufa, ciudad que era el princi
pal centro de apoyo de ‘Ali, el pueblo acudió a él para tratar el pro
blema. ‘Ali se acercó al río desbordado y recitó sus oraciones. Pidió
ayuda a Allah y, golpeando la superficie del agua con su vara, ordenó
que volviera a su cauce. Las aguas al retroceder dejaron al descubier
to unos peces que habían quedado atrapados en el fondo. Algunos de
esos peces saludaron a ‘Ali como Príncipe de los creyentes, mientras
que otros permanecieron en silencio. Sorprendidos, quienes, habían,
presenciado este suceso preguntaron por qué habían actuado así. ‘Ali
dijo: «Allah hizo que aquellos peces que fuesen puros desde el punto
de vista ritual me hablasen y hizo que permaneciesen callados los que
nos están prohibidos por impuros o algo peor»7. Estos últimos incluían
a las anguilas, una variedad de pez sin escamas, y a los peces que ha
bitan en el fango. Las escuelas jurídicas sunníes permiten su consumo,
mientras que el derecho shi‘í lo prohíbe.
- Generaciones de seguidores leales transformaron la figura históri
ca de ‘Ali en un héroe trágico semilegendario. La historia de su vida
. fue interpretada como una larga sucesión de pruebas y tribulaciones.
Los shi‘íes, según al-Mufid, creen que el liderazgo de ‘Ali (imama)
duró desde el día de la muerte del Profeta hasta la suya propia (10/632
a 40/661). No obstante, durante los veinticuatro años y seis meses que
197
comprende este periodo, se impidió que Ali ejerciera su legítima au
toridad para administrar las leyes, debido a que el califato fue usur
pado por parte de otros Compañeros. Durante los restantes años de su
gobierno como califa, dice al-Mufid, Ali tuvo que hacer frente a la
revuelta de un grupo de Compañeros del Profeta, a la disensión abier
ta de Mu'awiya, entonces gobernador de Siria, a que algunos se des
viaran de la fe e incluso a la traición de sus mismos partidarios. Fi
nalmente, como se dice que el mismo Ali había predicho, la espada
envenenada de un asesino le hirió en la puerta de la mezquita de Kufa
en la noche del día 19 del mes de ramadán. Murió pasados tres días8.
Todavía hoy, en las comunidades shi‘íes de todo el mundo durante el
ayuno de ramadán, se observan tres días de luto público para conme
morar su muerte.
A l -H u s a in , P r ín c ip e d e l o s M á r t ir e s
198
h/viji, a.las que había tenido acceso. Es evidente.que la muerte de al-
Husain fue percibida por estos primeros transmisores como una tra
gedia para toda la comunidad. Yazid poseía muy pocos de los dones
que había tenido su padre para gobernar, mientras que al-Husain era
considerado por muchos como un hombre de piedad profunda, al que
le había llegado el tumo de liderar la comunidad. Aunque todavía no
se había llegado a un acuerdo respecto al método para elegir al líder
de los musulmanes, crecía el número de los que creían que la autori
dad del Profeta debía ser heredada por los miembros de su familia o
por alguien estrechamente relacionado con él. Al final, intereses po
líticos creados movilizados en apoyo de Yazid triunfaron sobre el es
píritu de idealismo religioso representado por al-Husain.
El drama se desarrolló en una atmósfera de predicciones. Repeti
damente, amigos de al-Husain le aconsejaron que no se enfrentara a
las fuerzas del califa, y que no confiara en el apoyo de aquellos «cu
yos corazones quizá pudieran estar con él, pero cuyas armas estaban
con Yazid». Cuando tuvo lugar uno de estos intentos de persuasión, al-
Husain respondió que había tenido:
12 Ibidem, p. 96.
13 Ibidem..
14 Citado en Ayoub, Redemptive Suffering, cit., p. 132.
200
la condena de la humanidad. Un estudioso shi‘í moderno ha investi
gado en profundidad la naturaleza redentora del sacrificio de al-Hu-
sain: primero, como una lucha que tiene lugar en el camino hacia
Allah (yihad) del bien contra el mal, de la justicia contra la falsedad,
y, en segundo lugar, como un medio a través del cual los fieles parti
cipan de las penas de al-Husain y su familia15.
La p a sió n d e K erbbla
15 Ibidem, capítulo 5.
201
ren para su viaje al cielo. Nos alegramos con las tribulaciones, al ver
que son temporales, aunque sirven para conducimos a un final eter
no y bienaventurado. Si bien yo estoy predestinado a sufrir el marti
rio de este modo vergonzoso, el tesoro de la felicidad eterna se me
otorgará como recompensa por todo ello. Debes pensar en esto y no
penar más. ¡Oh, hermana!, la estima en que tengo el polvo levantado
en el campo de batallas como ésta es tan elevada como en la que los
alquimistas tenían a la piedra filosofal en tiempos pretéritos. La tie
rra de Kerbela será el remedio seguro para mis penas interiores16.
16 Esta narración, ana ta’ziya basada en una tradición oral, ha sido traducida por Le-
wis Pelly, The Miracle Play ofHasan and Husayn. 2 vols., Londres, W. H. Alien, 1879, II,
86 (reeditada, 1970 por Gregg Interriátional Publishers, Farnbóroiigh). Véase también la
obra de W. Ende, «The flagellations of Muharram and the Shi‘ite Ulama», Der Islam 55
(1978), pp. 19-36.
17 The Miracle Play o f Masan and Husayn, cit.,p. 347.
lB Ibiclem, p. 348.
202
tegración de la comunidad, es decir, es una manera de reforzar su identi
dad, una señal de que el legado en ella depositado es capaz de resistir to
das las adversidades y una renovación de la naturaleza religiosa de su
protesta contra el mal representado por el poder político de este mundo.
M a h d is e im a m e s
Kerbela fue un momento decisivo para «el partido de ‘Ali», pues fue
entonces cuando empezó a cuajar más claramente como un movimien
to religioso. No obstante, como sucedió con la comunidad islámica sun-
ni durante gran parte de su periodo formativo, los shi‘íes eran como un
coro buscando una melodía común, pero cantando piezas discordantes.
Se produjo una rebelión contra los omeyas para vengar la muerte de al-
Husain en nombre del tercer hijo de Ali (que éste había tenido con una
esposa que no era Fátima), pero la rebelión fracasó. Tuvo su origen en
la vergüenza que sentían aquellos que sólo habían apoyado a al-Husain
a medias, o que incluso le habían abandonado a su destino. Ese otro hijo
de Ali, llamado Muhammad ibn al-Hanafiyya, fue proclamado el Mah
di, que simplemente quería decir el imam-califa Rectamente Guiado de
signado por Allah. Aquí, la idea de una designación divina era una ex
tensión de la doctrina, probablemente desarrollada en este periodo, de la
designación de Ali por parte del Profeta como su sucesor. Se decía que
Ali había designado a su hijo mayor, al-Hasan, como el imam que ha
bría de sucederle. En palabras de ál-Mufid, «el imam después de al-Ha
san fue su hermano al-Husain [que Allah le bendiga a él y a su familia]
a través de la designación (nass) de su padre (‘Ali) y de su abuelo [el
-Profeta] _yel legado testamentario (wasiyya).de su hermano al -Hasan»19.
Por su parte, Muhammad ibn al-Hanafiyya se disoció de la rebelión y
murió en paz en Medina algunos años más tarde (81/700).
La idea del Mahdi, empero, sobrevivió y empezó a adquirir una colo
ración escatológica. De hecho, un grupo que había respaldado a Muham
mad ibn al-Hanafiyya creía que éste todavía continuaba vivo y que esta
ba escondido en Medina. En algún momento del futuro, él se presentaría
para destruir a sus enemigos y llenar la tierra de igualdad y de justicia. A
lo largo de la fase formativa del shiTsmo hasta los albores del siglo iv/x,
el movimiento se caracterizó por una oscilación constante entre el reco
nocimiento de un imam que vivía entre ellos y la esperanza puesta en el
retomo del Mahdi cuando éste saliese de su escondite.
-----La.-figura-de Ya‘far al-Sadiq (m. 148/765), bisnieto de al-Husain,
-es central en esta evolución. Aunque fue quietista desde el punto de
203
vista político, la tradición shi.fi, le describe como una figura carismà
tica y le considera como el fundador del derecho shi‘í, que se funda
menta, en gran parte, en decisiones jurídicas que supuestamente fue
ron transmitidas por él. Su imamato duró treinta y cuatro años. Cuando
murió, algunos afirmaron que estaba oculto como el esperado Mahdi,
pues se creía que había declarado: «Si vieseis mi cabeza rodando por
la ladera de una montaña hacia vosotros, no creáis nada de eso, por
que yo siempre seré vuestro Señor»20. Otros apoyaron a su hijo ma
yor, Ismafil, y negaron que éste hubiese muerto cuando todavía vivía
su padre. La secta de los ismafilies remonta su origen a esta figura.
Finalmente, el grupo principal de notables y juristas shifies ofreció su
apoyo a Musa, otro hijo de Yafiar. Musa murió en 183/799. Un gru
po proclamó entonces que la sucesión de los imames había termina
do y que Musa era el Mahdi esperado.
El d u o d é c im o y ú l t im o im a m
Ésta era una idea nueva e importante. Sin embargo, el fin de la lí
nea sucesoria de los imames no ocurrió inmediatamente. El undécimo
imam de entre los sucesores de al-Husain murió en 260/873. A su
muerte siguió un periodo de confusión. El ulema al-Naubajti, muerto
entre los años 300 y 310/912 y 922 y que era miembro de una impor
tante familia shifi de Bagdad, describió catorce grupos que tenían opi
niones diferentes sobre la cuestión sucesoria. El duodécimo fue un
grupo llamado los imamíes, cuyas posiciones se corresponden de cer
ca con aquellas que finalmente constituyeron las mantenidas por la co
munidad shifi mayoritaria tal como la conocemos hoy. Después de los
tres primeros imames, ‘Ali y sus dos hijos, todos los imames tenían
que ser descendientes de al-Husain, pasando la sucesión de¡padre a
hijo. Además, sostenían que la tierra no podía sobrevivir sin un imam
como «prueba» (huyya) de Allah. Sobre la base de una tradición de
Ali, los imamíes mantuvieron que si el mundo estuviera un momento
sin imam, ya fuera éste visible y conocido o bien estuviera'escondido
como la espada en su funda, entonces el mundo y todos sus habitantes
perecerían. De manera significativa, al-Naubajti observa que los ima
míes prohibieron mencionar el nombre del duodécimo y último imam,
el esperado Mahdi, quien sería elegido por Allah y se manifestaría en
20 «An-Nawbakhti. Les Sectes si‘ites», Revue de l ’Histoire des Religions 154 (1958),
p. 146. La traducción francesa de este importante texto shi‘í temprano compuesto por Abu
Muhammad al-Hasan ibn Musa al-Nawbakhti (m. 300-310/912-922) es de M. J. Mash-
kur. La traducción completa se encuentra en distintas partes de esa revista: 153 (1958), pp,
68-78, 176-214; 154 (1958), pp. 67-97, 146-172; 155 (1959), pp. 63-78.
204
el momento apropiado. Cuando al-Naubajti escribió esto, los shi‘íes
estaban aún presa de incertidumbre respecto a su liderazgo y todavía
no se había alcanzado un acuerdo sobre la identidad del último imam.
El periodo de confusión no duró mucho. El profesor de al-Mufid,
Ibn Babawaihi, quien vivió en el siglo iv/x, sabía que el último imam
era Muhammad, hijo del undécimo imam, al-Hasan al-‘Askari (m.
260/873). El mismo al-Mufid añadió los detalles de que el undécimo
imam había mantenido oculto el nacimiento de su hijo, debido a los
difíciles tiempos que se vivían y al peligro que podía correr la criatu
ra por parte de las autoridades sunníes. Se dice que el- niño tenía cin
co años cuando murió su padre. Su nombre y su venida habían sido
predichos en una tradición del Profeta, quien dijo: «Si al mundo sólo
le quedase un día, Allah lo alargaría para así poder enviar a un hom
bre de entre mis descendientes, cuyo nombre es el mismo que el mío.
Ese hombre llenará el mundo de justicia y equidad en la misma me
dida en que estaba lleno de opresión y tiranía»21.
A través del proceso de absorción de algunos grupos y la desapa
rición o eliminación de otros, la comunidad shi‘í mayoritaria final
mente fue identificada con la de los shi‘íes duodecimanos o imamíes,
es decir, los seguidores de los imames. De acuerdo con su tradición,
el duodécimo imam habría decidido que nadie sería designado como
su sucesor. Éste permanecería oculto para reaparecer un día como el
Mahdi en La Meca, en el día (de un año que terminase en un núme
ro par) en que se conmemorase el martirio de al-Husain, para esta
blecer un remado de paz sobre la tierra. Ibn Babawaihi, en el credo
de los duodecimanos más antiguo que se conserva, dice acerca del
Esperado (al-muntazar) que «Es a él a quien Allah hará victorioso so
bre todo el mundo, hasta que desdé todos los lugares se escuche la lla
mada a la oración, y toda religión pertenezca por completo a Allah»22.
Otra evolución sufrida por la doctrina del Mahdi fue que el Paraíso
terrenal traído por él anunciaría la resurrección y el Día del Juicio.
El im a m a t o
205
creen que la familia incluye a los doce imames. Con la excepción del
último imam, quién todavía está vivo, aunque escondido u oculto, es
tado al que se denomina gaiba, los demás también sufrieron martirio
como al-Husaín, si bien en la mayoría de los casos fue de forma si
lenciosa, pues murieron envenenados. Un investigador moderno ha
sintetizado el significado religioso de los imames para los shPíes, di
ciendo: «Los musulmanes shiríes consideran a los imames como una
idea primordial en la mente de Dios, que encontró su manifestación
temporal en las personas que ocupaban una posición a medio camino
entré el ser humano y el divino»23.
Esta idea en sí misma no es moderna, pues la encontramos ya en
fuentes shi‘íes tempranas, como la colección de tradiciones compiladas
por Muhammad ibn Ya‘qub ibn Ishaq al-Kulaini (m. 328/939). ¡Por
ejemplo, en una de estas tradiciones, el sexto imam, Ya‘far al-Sadiq, in
terpreta el famoso versículo coránico de la Luz (24:35) como una refe
rencia a la familia del Profeta, entendiendo que la frase Dios guía a
quien quiere hacia la luz significa que Alláh guía hacia los imames a
quien El quiere24. Para los shi‘íes, los imames no fueron creados, como
al resto de la humanidad, del polvo de la fierra, sino de columnas de luz
divinas antes de que se crease el mundo. En otra tradición, el imam
Ya!far afirma que Allah posee dos tipos de conocimiento: uno que sólo
lo sabe Él, y otro que transmite a sus ángeles, a sus mensajeros y a sus
imames25. Por tanto, ellos, los imames, son los herederos de los profe
tas, garantes y transmisores de la revelación auténtica, y mediadores en
tre Allah y su creación. Poseen, como los profetas, el poder para reali
zar milagros. Se les considera infalibles, aunque quizá es mejor decir
que se consideraba que estaban protegidos del pecado y del error por
...Allah. De ahí-que su autoridad en cuestiones espirituales y temporales
sea absoluta. No obstante, hay que hacer hincapié en el hecho: de que los
imames no traen un nuevo mensaje de Allah. No pueden ni elaborar una
nueva ley religiosa ni abolir ni modificar la sharVa, ya sea parcial o to
talmente. Para los shi‘íes, la negación de los imames es shirk, el pecado
cardinal que equivale a la acusación sunní contra los que asocian a Allah
’otras deidades o las adoran. El pecado de Adán y Eva fue el de la envi
dia, ya que desearon ser como los imames. El pecado posterior de la hu-
■inanidad fue haber sucumbido a la pretensión de ser imames en poder y
autoridad, como hicieron los califas, excluyendo, por supuesto, a ‘Ali.
206
E spera n d o e l r e t o r n o d e l im a m
207
la oración del viernes tenía menor significado para los musulmanes
shi‘íes que para los sunníes. Sin embargo, hoy en día su importancia
ha sido reestablecida en el Irán posrevolucionario.
Por lo que se refiere a cuestiones de teología, tales como la exis
tencia y la naturaleza de Allah, su atributo de justicia, la necesidad de
la profecía y del imamato, así como la escatología, los shi‘íes adopta
ron con el tiempo una posición cercana a la de los mu'tazilíes28. Es de
cir, sus ulemas sostenían que la razón podía proporcionar un conoci
miento seguro y cierto de los principios fundamentales que luego la
revelación no hacía más que confirmar. Uno de los teólogos shi‘íes más
célebres, al-Hasan ibn Yusuf ibn ‘Ali ibn Mutahhar al-Hilli (m. 726/1326),
conocido como ‘Allama, «el maestro más sabio», ha dejado una breve
declaración sobre estas cuestiones, a la cual un discípulo posterior aña
dió un comentario29. ‘Allama al-Hilli fue el primer shi‘í que llevó el tí
tulo de Ayatullah («signo de Allah», Ayatola), buena prueba de la alta
consideración en que le tenían sus compañeros. Perteneció al famoso
centro de enseñanza de los duodecimanos en Hilla, una ciudad cerca
del Éuffates en Irak, que en el siglo vm/xiv superó a Bagdad y a Qumm,
en Irán, como baluarte de la erudición shi‘í. De su fama da también tes
timonio la siguiente historia: tuvo un encuentro con un extraño, mien
tras viajaba a Kerbela como peregrino, y ese extraño terminó identifi
cándose ante ‘Allama como el Imam Oculto.
Al-Hilli no sólo otorgó un lugar destacado a la razón en su teolo
gía, sino que también adoptó el concepto mu‘tazilí de la justicia de
Allah, que hacía hincapié en la diferencia esencial entre las acciones
voluntarias e involuntarias de una persona, y por tanto, en la respon
sabilidad que cada uno tenía de seguir los mandamientos de Allah y,
en el caso deios shiies, el camino mostrado por los imames. Al-Hi-—
lli estableció, a través de argumentos racionales, que el imamato era
una bondad de Allah, a la que Él estaba obligado. Por tanto, como el
imam era el guardián de la ley religiosa, debía necesariamente ser in
mune al pecado, ya que en palabras del Libro, Allah ha dicho: No al
canzará mi pacto a los injustos (2:124).
La insistencia de los ulemas shi'íes en el ejercicio de la razón fue
una manera práctica de reemplazar en las cuestiones teológicas la
guía infalible del imam ausente. Por otro lado, el intento por com
prender la ley religiosa produjo como resultado final la opinión de
208
que el esfuerzo individual (ichtihad) de un jurista (muchtahid) podía
no tener éxito a la hora de revelar la verdadera intención de Allah. Sin
embargo, a través de la renovación constante de estos esfuerzos, qui
zá se podía llegar a una aproximación a la verdad. La certeza absolu
ta en la interpretación de la ley religiosa sólo podría ser alcanzada
cuando tuviese lugar el regreso del Imam Oculto. Hasta entonces, los
shi‘íes estaban obligados a seguir las decisiones de sus muchtahides,
es decir, de los juristas que viviesen entre ellos en cada época histó
rica. De este modo, los juristas llegaron a disfrutar de una autoridad
poderosa en los asuntos cotidianos de la comunidad.
El problema de la relación entre la comunidad shi‘í y los gober
nantes sunníes fue tratada en parte por al-Sharif al-Murtada (m.
436/1044), quien se convirtió en el sabio y la autoridad más destaca
da de los shi‘íes tras la muerte de su maestro, al-Mufid. Su prestigio
no sólo se debía a su erudición, sino también al hecho de que era des
cendiente del séptimo imam, Musa al-Kazim. Mantuvo una estrecha
relación con las autoridades sunníes de Bagdad. Aunque en teoría el
gobierno del califa era considerado opresivo e ilegítimo, al-Murtada
se planteó una cuestión muy práctica, a saber, si los shi‘íes debían tra
bajar para dicho gobierno. Su tratamiento racional (mu‘tazilí) de la
doctrina tradicional de los imames mostró claramente las diferentes
opciones. «Los hombres piadosos y los ulemas», escribió, «siempre
han aceptado, en diversos momentos, cargos a favor de gobernantes
injustos... El ejercicio del cargo es sólo en apariencia en nombre del
gobernador injusto. Intrínsecamente, es en nombre de los verdaderos
imames... y el que ocupa el puesto está en realidad... actuando de
acuerdo al mandato de esos imames»30.
— Después, empleando una doctrinaxaracterística de los shi ‘íes, afirmó"
que era lícito, a veces incluso obligatorio, practicar la disimulación pre
ventiva (taqiyya), es decir, ocultar las verdaderas creencias a un gober
nante injusto, para así protegerse uno mismo del daño que dicho gober
nante podría causar o para beneficiar a la totalidad de la comunidad shi 4.
Durante la larga ocultación del Imam Escondido, los shi!íes desa
rrollaron una visión de ellos mismos que era la de una comunidad en
posesión de la verdad, aunque oprimida, dentro de la umma musul
mana. Sus líderes, los ulemas, insistieron en los temas del sufrimien
to y del martirio, que vinculaban a la comunidad a un pasado gober
nado por sus imames, como preparación para la salvación, que sería
anunciada por la reaparición del esperado Mahdi. Mientras se espe
raba esa llegada, los ulemas continuaron suministrando un ingredien
30 W, Madelung, «A treatise of the Sharif al-Murtada on the legality of working for the
government (Mas‘ala f i ’l-‘amal ma"a ’1-sultan)», Bulletin o f the School o f Oriental and
African Studies 43 (1980), pp. 18-31, p. 26.
209
te que era esencial para lograr sobrevivir hasta que se produjese el
momento esperado. Ese ingrediente era «una defensa racional de la
excelencia moral de una minoría oprimida».
L a s p e r c e p c io n e s s h i' íe s - s u n n íe s
210
cías no era una esposa lícita para un sunní31. Los juristas de los shiTes
duodecimanos también tenían sus propias opiniones. Mantuvieron que
un shi‘í no podía lavar el cuerpo de un sunní muerto, excepto cuando las
circunstancias exigieran el recurso a la taqiyya, a la disimulación. Lo
mismo se aplicaba al consumo de animales sacrificados por los suimíes,
de los que tan sólo podía hacerse uso si de esa manera se evitaba la
muerte por inanición. Una mujer sunní que declarase públicamente su
desprecio por los imames era ilícita como esposa para un hombre shi‘í.
Durante la época de al-Mufid y al-Bagdadi, gobernantes con sim
patías shiTes establecieron una fiesta shi‘í en conmemoración de la de
signación de ‘Aii como sucesor del Profeta en Gadir Jumm. Poco des
pués, se estableció una fiesta sunní rival en la que se conmemoraba al
califa Abu Bakr. Un siglo más tarde en El Cairo, bajo un régimen shi‘í,
se celebraron fiestas para conmemorar los nacimientos del Profeta, de
‘Ali, Fátima, al-Hasan y al-Husain. Todas ellas, salvo la del nacimien
to del Profeta, fueron suspendidas cuando las circunstancias políticas
cambiaron y los sunníes volvieron al poder.
Por su parte, tradicionistas, teólogos y juristas shiTes, en el proce
so de elaboración de las creencias y prácticas de su comunidad, defi
nieron los límites entre ellos mismos y los sunníes. Como ya hemos
señalado, compartían con los sunníes el acontecimiento profético-re-
f í 'J
velatorio. Sin embargo, los shi'ies añaden una frase a la shahada, la
o j confesión de fe de los musulmanes. Tras «No hay más Dios que Allah
; y Muhammad es el Enviado de Allah», concluyen «y ‘Ali es el amigo
(wali) de Allah». La importancia concedida a ‘Ali (que incluye, por
extensión, la doctrina del imamato) es lo que caracteriza de forma más
especial a los shi‘íes y lo que más les diferencia de otros musulmanes.
--- -Señalemos otras características específicas de sus- creencias. Las
primeras discusiones entre los ulemas shi‘íes suscitaron la pregunta
de si el texto canónico del Corán conservaba intacta la revelación ori
ginal del Profeta32*36.Algunos sugirieron que había sido manipulado para
minimizar la supuesta importancia de ‘Ali y de los imames. No obs
tante, Ibn Babawaihi, al-Mufid y al-Sharif al-Murtada aceptaron la
integridad del texto coránico. Posteriormente, el consenso shi‘í ha
sido que tan sólo se cambió el orden de algunas azoras y no su con
tenido, ya que, en realidad, si se cuestionaba la integridad del Libro,
se corría el riesgo de subvertir su autoridad. Por otro lado, los shiTes
31 Abu Mansur Abd al-Kahir ibn Tahir al-Bagdadi,Moslem Schisms and Sects, trad,
de K. Chambers Seelye, Nueva York, AMS Press, 1966 [1920], p. 30.
32 Sobre este asunto, vease J. Eliash, «The Shi'ite Qur’an», Arabica, 16 (1969), 15-24;
E. Kolhberg, «Some notes on the Imamite attitude to the Qur'an», en S. M. Stern et al.
(eds.), Islamic Philosophy and the Classical Tradition, Oxford, Cassirer, 1972, pp. 209-
224; B. Todd Lawson, «A note for the study of a Shj'i Qur’a n Journal o f Semitic Studies
36 (1991), pp. 279-295.
211
creían que la verdadera interpretación del Corán fue transmitida por
el Profeta a ‘Ali y a través de él a los imames que le sucedieron. Sin
embargo, todavía se escuchan de vez en cuando acusaciones desde el
bando sunní de que los shi‘íes son culpables de haber fabricado tra
diciones que niegan la integridad del Corán. Las más recientes se han
oído durante los años de la revolución de Jomeini en Irán.
En la mayor parte de las cuestiones jurídicas, no han surgido histó
ricamente diferencias sustanciales entre los shi‘íes y los sunníes, con
excepción de la doctrina del liderazgo de la comunidad, el imamato. Y
ello a pesar de que los shi‘íes recurren a tradiciones transmitidas por los
imames, mientras que los ulemas sunníes hacen uso del conjunto más
amplio de tradiciones transmitidas por los Compañeros del Profeta, que
constituyen la segunda fuente del derecho. Cuando las tradiciones de
los imames parecían contradecirse entre ellas, los juristas shi‘íes com
paraban ambas con la práctica sunní más aceptada y entonces, ¡seguían
la que era totalmente contraria a dicha práctica sunní! En el campo
del derecho familiar existen algunas diferencias significativas. Los
shpíes reconocen una forma de matrimonio temporal (mu‘ta) durante
un periodo previamente acordado. Los hijos nacidos de esta unión se
consideran legítimos. Los shiríes afirman que esta forma de matrimo
nio fue aprobada por el Profeta (basándose para ello en el versículo
4:24) y que fue el califa ‘Umar quien la abolió. En las leyes shi‘íes de
la herencia, las mujeres a menudo disfrutan de mayores ventajas que
bajo el derecho sunní. Los shi‘íes también imponen ciertas restriccio
nes sobre el derecho del marido a poner fin a su matrimonio.
La visión del mundo sunní establece, como hemos visto, una dico
tomía: el dominio del islam se opone al dominio de la infidelidad, o, di
cho dé otra forma más simple, por un'lado, están los'creyentes y, por
otro lado, todos los demás, quienes, por supuesto, pueden elegir libre
mente unirse al campo de los fieles. Los shi‘íes se describen a sí mis
mos como los elegidos (al-jassa) y a todos los demás como la gente co
mún (ab'amma). O en un esquema tridimensional más complejo, la
visión shi‘í del mundo consiste en ellos mismos como los verdaderos
creyentes; a continuación, los musulmanes que aceptan el aconteci
miento profético-revelatorio, pero que niegan a los imámes; y final
mente, el resto de la humanidad. Por tanto, el proselitismo debería co
menzar con los otros musulmanes para convencerles de la visión shi‘í
de la fe. Hasta qué punto fue frecuente en la práctica la «conversión»
voluntaria de uno u otro lado no lo podemos saber. Los shi‘íes coexis
tieron con los sunníes en sus dispersas concentraciones a lo largo y an
cho de la umma musulmana hasta el comienzo del siglo x/xvi. Fue en
tonces cuando surgió en Irán una poderosa dinastía que creó una
estructura política para la protección y el fomento de la tradición de los
shi‘íes duodecimanos. Durante más de dos siglos, los gobernantes sa-
212
favíes atrajeron a ulemas de otras regiones, sobre todo, de Yabal ‘Amil
en el sur de Líbano y la isla de Bahrein en el Golfo, para erigir la cul
tura religiosa shi‘í sobre fundamentos firmes. Estos sucesos trajeron
consigo la expansión más significativa de la comunidad shi!í desde la
época de al-Mufid y al-Sharif al-Murtada cinco siglos antes. Además,
el periodo safaví contempló la consolidación del papel de los ulemas o
mullahs, como también se les conoce, en esta nueva sociedad shi‘í que,
en retrospectiva, puede considerarse como los albores de la larga ges
tación de la revolución iraní del siglo xx.
213
EL LIBRO: LA PALABRA DE DIOS, EL ÜNICO
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El v ia je r o
[ Los viajes han sido resumidos y traducidos al inglés por H. A. R. Gibb, Ibn Battuta:
Travels in Asia and Africa, 1325-1354 [1929], Londres, Routledge & Kegan Paul, 1963.
Véase también el reciente estudio de Ross E. Dunn, The Adventures o f Ibn Battuta: Mus
lim Traveller o f the 14th Century, Berkeley, University of California Press, 1986) . Véase la
traducción española de S. Fánjui y R Arbós, Ibn Battuta. A través del Islam, Madrid, Alian
za, 1988.
221
ñor (o Anatolia). Tras cruzar Persia y Afganistán, alcanzó Delhi, don
de vivió durante varios años. Recorrió la costa occidental de la India,
pasó un año y medio en las Islas Maldivas, antes de proseguir a Cei-
lán, Bengala, Sumatra, Java y, finalmente, a China. Antes de regresar
a su lugar natal, estuvo en Granada, en al-Andalus, y en Timbuctó, en
África Occidental.
No fue, por supuesto, el único viajero de su tiempo. Los viajes, que
se emprendían por muy diversos motivos, produjeron un constante mo
vimiento de musulmanes que recorrían la dar al-islam. Los. viajeros,
también se adentraron en pequeñísimos reductos de la umma que se en
contraban más allá de las regiones gobernadas y pobladas por musul
manes. En el barrio musulmán de Qanyanfu en China, por ejemplo, Ibn
Battuta se encontró con un compatriota marroquí que había prosperado
mucho en la zona, y a cuyo hermano conocería más tarde en África Oc
cidental. Ibn Battuta no era un viajero solitario. Viajaba en compañía de
otros ulemas, comerciantes y peregrinos, así como junto a sus servido
res. Su carrera profesional como juez (qadi) y su vida familiar giraban
alrededor de sus viajes. Experimentó todos los peligros imaginables,
desde graves enfermedades al robo, y desde el apresamiento por bando
leros en tierra al naufragio y el pillaje por piratas en el mar.
El mundo de I b n B a ttu ta
22.2
nos, diciendo: “Estos hombres conversan en árabe antiguo y yo sólo sé
árabe moderno”»2. El intento del ulema por ocultar su ignorancia tuvo,
sin embargo, el efecto beneficioso de impresionar a los sufíes, quienes
sintieron que debían tratar a sus invitados con el mayor de los respetos
¡ya que hablaban la lengua del Profeta y sus Compañeros! La visita de
Ibn Battuta a Constantinopla, capital del imperio Bizantino cristiano,
le resultó más llevadera por la ayuda que recibió de un judío sirio que
actuó como intérprete durante la audiencia que le concedió el empera
dor, y por la ayuda de un griego que hablaba árabe y que le fue asig
nado como guía.
Anatolia
“N . ¡k
i k » ^
Gibb, Ibn Battuta, cit., p. 137.
%?■
223
tiempos. Poco después, los otomanos lograron establecerse en Europa
con la conquista de pequeños principados balcánicos, como el Reino de
Bosnia, el Ducado de Herzegovina, y más tarde, Bulgaria y Albania.
Con el paso de los siglos, surgió una comunidad de conversos al islam
en estos territorios bajo soberanía otomana. La comunidad musulmana
de Bosnia-Herzegovina, que sobrevivió a la desaparición del Imperio
otomano tras la Primera Guerra Mundial, ha sufrido hasta hace muy
poco la versión actualizada de una antigua estrategia política, la llama
da «Empieza étnica», debido a la guerra civil que ha asolado la ex re
pública de Yugoslavia y a la que recientemente puso fin el Tratado de
Dayton.
Finalmente, Constantinopla cayó en poder de los otomanos en el
año 857/1453 y se convirtió en la nueva capital, Estambul, nombre
que se le dio en la lengua vernácula. Así quedaron unidas las dos mi
tades del Imperio otomano, la anatolia y la europea. En el apogeo del
poder otomano en los siglos x-xi/xvi-xvn, los sultanes turcos gober
naron un vasto territorio que se extendía desde el río Dniéster a tra
vés de los Balcanes, siguiendo por Anatolia hasta Siria e Irak, y des
cendiendo luego por la península Arábiga, incluyendo las ciudades
santas de La Meca y Medina, y pasando a continuación al norte de
África, desde Egipto hasta Argelia.
Ibn Battuta hace a menudo gala de una franqueza inocente y reve
ladora en sus comentarios. Por ejemplo, de los turcos resalta el nota
ble respeto que mostraban por las mujeres, las cuales parecían tener
una posición en la sociedad más digna que la de los hombres y, ade
más, no cubrían sus rostros. Las costumbres de los pueblos de origen
-nómada diferían claramente de las_que tenía la comunidad urbana del
norte de África de la que procedía Ibn Battuta.
India /
224
siempre lo serían, una minoría en la India, un país habitado mayorita-
riamente por hindúes bajo dominio musulmán.
Los musulmanes y los hindúes vivían en comunidades mixtas a lo
largo de la costa occidental (Malabar) de la India, especialmente en los
puertos donde se concentraban los comerciantes musulmanes. Las rela
ciones no siempre fueron pacíficas, aunque Ibn Battuta destaca que en el
puerto cosmopolita de Hilli había una mezquita aljama (en la que se ha
cía la oración del viernes) «venerada tanto por musulmanes como por
infieles», y en cuya cocina se proporcionaba comida a los viajeros y a
los pobres. La ciudad costera de Kawlam, más hacia el sur, gobernada
por un hindú, tenía un barrio musulmán y una mezquita. Ibn Battuta
cuenta que «el sultán de Kawlam es un infiel llamado Tirawari que res
peta a los musulmanes y tiene leyes severas contra los ladrones y liber
tinos», lo que sin duda debió ser apreciado por el visitante, juez malikí
de Tánger3. A pesar de que Ibn Battuta se refiere a los hindúes como in
fieles (como hace con los cristianos), los observa con mirada neutral.
Sobre el ritual de las mujeres hindúes consistente en lanzarse a las piras
funerarias de sus maridos muertos, se limita a comentar que podría ser
considerado un acto encomiable, incluso obligatorio, como símbolo de
la fidelidad de la viuda. El sultán musulmán, nos cuenta, tenía en alta es
tima a los yogis hindúes, y a menudo le acompañaban en su corte. Más
tarde, mientras visitaba Bengala, en la parte oriental de la India, fue al
encuentro de un famoso sufí originario de Tabriz, que vivía en la cueva
de una montaña. Ibn Battuta afirma que a ese sufí lo buscaban no sólo
los musulmanes, sino también los infieles, y que «gracias a su labor, la
gente de estas montañas se convirtó al islam, y por esa razón se estable
ció entre ellos»4. El gobierno musulmán controlaba esta región, cuyos
'habitantes infieles,“comenta Ibn Battuta, debían'entregar «la mitad de
sus cosechas y además de eso pagar impuestos»5. Esto conturbaba su
sentido de la justicia.
La narración de Ibn Battuta pone de manifiesto que el islam evo
lucionó en el subcontinente indio de forma diferente a como lo hizo
en su núcleo central en Oriente Medio. Su cultura se desarrolló de
forma inevitable según pautas que eran abiertamente islámicas, pero
cuyas características más sobresalientes eran indias. Además, a.dife
rencia de lo que ocurrió en otras regiones predominantemente musul
manas entre las que con el tiempo estaría Anatolia, los musulmanes
nunca pudieron islamizar toda la India. Y esto, a pesar de que en el
siglo x/xvi surgió la poderosa dinastía musulmana mogol que, en su
apogeo, abarcó la casi totalidad del subcontinent^vAunque su deca-
3 Ibidem, p. 238.
4 Ibidem, p. 269.
5 Ibidem, p. 271.
225
dencia comenzó durante el siglo xn/xvin, pi imperio mogol sobrevi
vió hasta que fue destruido por los británicos, después de la gran su
blevación india de 1857.
6 Ibidem, p. 242.
7 Ibidem, p. 244.
226
convertido al islam en aquel entonces. La expansión del islam era espo
rádica, siguiendo durante el siglo ix/xv la ruta comercial desde Sumatra
a Malaca, y luego hacia Borneo en el noroeste y hacia las Filipinas en el
sur, y desde Java a las Islas de las Especias, hoy llamadas Molucas. En la
actualidad, cerca del 90 por 100 de los indonesios (y el 45 por 100 de los
malayos) se declaran musulmanes y miembros de la umma mundial. Sin
embargo, el islam indonesio difiere también de las culturas islámicas de
Oriente Medio, India y África, debido a la influencia de las costumbres
de la Indonesia preislámica, fuertemente marcadas por el hinduismo y el
budismo.
China impresionó mucho a Ibn Battuta. Era, dijo, el país más segu
ro y el mejor organizado para el viajero. Cada ciudad contaba con un
barrio donde sólo vivían los comerciantes musulmanes y sus familias,
honrados y respetados. Estos barrios tenían su propia mezquita para la
oración del viernes, un albergue para viajeros y un zoco. «También dis
ponen de un cadí y de un shaij, ya que en cada una de las ciudades de
China siempre debe haber un shaij al-islam que actúe como interme
diario entre el gobierno y la comunidad musulmana, así como un cadí
que resuelva las cuestiones jurídicas que surjan entre ellos»8. No obs
tante, a diferencia de sus experiencias en la India y en Sumatra, Ibn
Battuta es más consciente de estar visitando un pueblo y una civiliza
ción ajenos. Así, escribe:
227
R e to r n o a O c c id e n te .
228
ningún otro lugar del mundo excepto entre los indios dé Malabar. Pero
estos últimos son paganos, mientras que estos pueblos son musulma
nes, puntillosos en la observancia de sus horas de oración, en el estu
dio de las obras jurídicas y en la memorización del Corán. Y, sin em
bargo, sus mujeres no muestran pudor ante los hombres y no se cubren
con el velo, aunque atienden las oraciones con asiduidad10.
Aún le aguardaba otra sorpresa. Tanto los hombres como las mu
jeres tenían «amigos» y «compañeros» fuera de sus propias familias
inmediatas. De hecho, una esposa podía recibir a un «compañero» va
rón en su casa en ausencia de su marido. Comenta Ibn Battuta que
una vez que fue a visitar al cadí del lugar, se encontró con que éste te
nía otra visita en su casa, una bella joven a la que había recibido sin
mostrar por ello ningún signo de vergüenza.
U n id a d e n l a d iv e r s id a d
10 Ibidem, p. 321.
229
precaria de los musulmanes en al-Andalus como de la expansión del
poder turco en Anatolia en el umbral de la Europa continental. En Irán
e Irak presenció cómo ciudades y pueblos intentaban recuperarse de los
estragos que habían causado un siglo antes las invasiones de las tribus
paganas mongolas lideradas por Gengis Jan (m. 625/1227) y sus des
cendientes, procedentes de Asia central. Las conquistas mongolas fue
ron el golpe de gracia que puso fin a la larga decadencia del califato
abasí y a la de su antaño orgullos a y floreciente capital, Bagdad. El
avance en dirección oeste de estas oleadas de tribus guerreras fue con
tenido finalmente en la decisiva victoria militar de los mamelucos egip
cios (cuya dinastía duró desde el año 648/1250 al 922/1717) sobre los
invasores en Ain Yalut (Siria) en 659/1260. En los territorios conquis
tados se fundaron estados mongoles, cuyos gobernantes abrazaron el
islam. Ibn Battuta viajó por las tierras de uno de ellos, el estado de los
Iljanes, en el momento en que pasaba a formar parte de la historia.
Por otro lado, la presencia musulmana continuaba expandiéndose
de forma lenta, pero constante, más allá de los límites que Ibn Battu
ta conoció en su época: en la India, en el archipiélago malayo, Suma
tra, Java, y en la costa indochina; en Europa Central, abarcando ex
tensas regiones de las cuencas del Don, Volga y del río Ural; en Asia,
extendiéndose hacia el norte y este del río Syr-Daria y llegando hasta
la provincia de Kansu, en China, y al suroeste hacia la provincia de
Yunnan; adentrándose también en el África subsahariana. Sultanes y
soldados, comerciantes y sufíes fueron los agentes más activos de este
proceso continuo de conversión religiosa y control político. Con fre
cuencia, la propagación de la fe islámica y el dominio político musul
mán iban juntos, sobre todo en ciertas regiones periféricas adyacentes
a centros culturales importantes. El árabeTe mantuvo como la lengua
universal del culto, pero al mismo tiempo, otras lenguas como el per
sa, el turco, el malayo y el urdu también se convertían en un medio de
expresión de la alta cultura musulmana. ¡
Las costumbres y creencias populares islámicas procedentes de su
núcleo más antiguo en Oriente Medio (donde se había .producido la
asimilación de otras culturas anteriores de la zona) se extendieron de
forma desigual en las regiones recién abiertas al comercio y a las em
presas misioneras de la época de Ibn Battuta y de épocas posteriores.
El islam tuvo que competir vigorosamente con las costumbres loca
les, donde fuera que las encontrase. Incluso, cuando el proceso de
conversión estaba ya muy avanzado en las comunidades que acaba
ban de ser incorporadas a la umma, no se podía hablar de ellas como
meras réplicas del núcleo original. De esto fue testigo Ibn Battuta.
Los cadíes no podían aplicar los pormenores de las disposiciones le
gales en materia social ni en todos los lugares ni del mismo modo.
Fueron los sufíes de esta época, quizá los predicadores de la fe más
230
prolíficos entre los estratos inferiores y rurales de la sociedad, los. que
a menudo consiguieron llegar a donde los juristas no pudieron abrir
se paso, al dar a las prácticas locales credenciales islámicas. De esta
manera, las reglas musulmanas se entremezclaron con los usos triba
les o locales más antiguos.
A pesar de sus diferencias, los fieles de todas las regiones compar
tían la conciencia de ser miembros de la umma, un sentimiento engen
drado en gran parte por rituales religiosos comunes, especialmente la
oración y el ayuno, aunque reforzado también por otras instituciones, ya
discutidas en capítulos anteriores, como la peregrinación ritual a La
Meca y los viajes emprendidos por motivos comerciales o de estudio. El
mensaje del Corán, consistente en la voluntad inmutable y el mandato
de Dios a la humanidad, constituía el eje en tomo al cual giraba este sen
timiento de pertenencia compartido por los distintos pueblos de la
umma, permitiéndoles superar las barreras étnicas, raciales e incluso lin
güísticas. El Libro también expresaba la intensa conciencia que el Pro
feta tenía del Creador tínico, Sustentador y Juez, ante el cual cada per
sona era por igual responsable de su propia salvación. No importaba que
el Libro estuviera escrito en árabe, una lengua a la que no tenían acce
so muchos nuevos conversos. Los musulmanes que conocían el Libro (o
al menos la esencia de su mensaje) lo enseñaban a otros. El Corán fue
la base universal sobre la que se fundó la experiencia islámica, y su
mensaje logró atravesar las fronteras geográficas y culturales.
232
Hacia el siglo xn/xvni, los destinos de cada imperio estaban cam
biando rápidamente de signó. El declive político fue el telón de fondo
contra el que tuvieron lugar las llamadas a favor de una renovación re
ligiosa o de una transformación de la relación entre la clase dirigente
gobernante y la autoridad religiosa. Las páginas que siguen ofrecen tan
sólo un breve bosquejo de la suerte que corrieron estos imperios desde
su apogeo en el siglo x/xvi y principios del xi/xvn hasta el inicio de la
época moderna en el xni/xix, así como de las peculiaridades que ca
racterizaron la política religiosa de la clase dirigente de cada dinastía
imperial. La época de apogeo coincide con los reinados de tres sulta
nes de habilidad extraordinaria, reinados que duraron más de cuatro dé
cadas. Cada reinado refleja un modelo dinástico diferente, que consti
tuye el punto desde el que estas sociedades musulmanas, que fueron
las más sobresalientes de su época, evolucionaron hacia la Edad Mo
derna. Los sultanes a los que se hará referencia fueron el otomano
Sulaiman, llamado «El Magnífico» (que reinó entre 927-974/1520-
1566), el mogol Akbar, cuyo nombre significa «El Más Grande» (964-
1013/1556-1605), y el safaví Shah ‘Abbas, conocido como «El Gran
de» (985-1038/1587-1629).
LOS OTOMANOS
233
dones, cuyos antecedentes se remontan a las primeras generaciones de
la umriw/caracíeñz&bn eLgóbiemo otomano. La primera fue el siste
ma de millet, una variación de la institución de los dimmíes (los no mu
sulmanes protegidos por la ley islámica). Una millet era una comu
nidad confesional autónoma gobernada por su propio líder religioso,
encargado de los asuntos internos de la comunidad, como la religión,
la educación, la justicia y la asistencia social. Había una millet para los
súbditos griegos ortodoxos del sultán, a cuyo frente estaba el Patriarca
de Estambul; una para los judíos, con el Gran Rabino de Estambul
como jefe, y la millet armenia, con un patriarca como líder.
La segunda institución era el derecho estatal o Kanun, también co
nocido como el derecho consuetudinario del Sultán. El derecho oto
mano se basaba en tradiciones de origen turco centro-asiático, de la
Persia imperial preislámica y, por supuesto, de las harVa islámica.
Ésta, como ya se ha señalado, trataba ampliamente el derecho perso
nal y el que atañía a la vida en sociedad, pero poco tenía que decir so
bre la organización y la administración estatales. La sharVa, no obs
tante, sí reconocía el derecho de un gobernante a legislar sobre cuestiones
que afectasen al interés público y que no habían sido abordadas por
la ley religiosa. Así, los abasíes habían promulgado regulaciones fi
nancieras al margen de la shan’a.
La escala y el alcance del derecho estatal aumentó en la práctica de
todos los estados musulmanes establecidos durante el periodo postmon
gol, es decir, después de mediados del siglo vn/xm. A medida que los
dominios otomanos iban en aumento, la administración imperial que se
requería para dirigir los asuntos con facilidad se hizo más compleja. Al
principio, el derecho estatal otomano trató las áreas militar, administra
tiva, financiera y penal. Sulai-man designó como jurisconsulto .principal-
(shaij al-islam) a un experto jurista, Abu 1-Su‘ud, quien durante casi
treinta años emitió dictámenes jurídicos ifatawa o fetuas) sobre una
gran variedad de cuestiones, incluyendo el derecho de propiedad, que
hasta entonces sólo había sido competencia de la shari‘a. Túvo siempre
mucho cuidado de que sus decisiones no entraran en conflicto con la ley
religiosa. Extendió el derecho estatal, promulgando una fetua que de
claraba compatible el kanun del sultán con los principios de la sharVa.
En teoría, los ulemas de la clase dirigente podían desafiar un kanun si
creían que existía conflicto con la sharVa, siempre y cuando la autori
dad del sultán no se viera disminuida. Por esta razón, ese desalío rara
vez tenía lugar, dado que los medios de vida de los ulemas dependían de
la voluntad del sultán... — "" ' ~ - — ------- ------
Cada distrito del imperio disponía de un tribunal con un juez o cadí
(qadi) que se ocupaba de los asuntos de la mayoría musulmana. De
signado por el gobierno, el cadí realizaba funciones judiciales y admi
nistrativas^ aplicando ño sólo la ley religiosa, sino también el kanun.
234
Como sus predecesores, podía pedir consejo a los expertos en jurispru
dencia* que emitían dictámenes o fetuas sobre las cuestiones jurídicas que
se les planteasen. Estos jurisperitos (muftíes) eran designados por el ju
risconsulto jefe en Estambul. El gobierno otomano reconoció oficial
mente a la escuela jurídica hanafí, pero en las provincias donde predo
minaban otras escuelas, como la shafi‘í en Egipto, también se designaron
muftíes shafrííes. Durante la larga decadencia de la autoridad central
otomana, el cadí se convirtió en el virtual responsable de la gestión del
gobierno local en numerosas regiones.
En 1095/1683 fracasó el segundo sitio de Viena por parte de los tur
cos, lo que puso fin a la amenaza otomana en Europa. En campañas
posteriores se hundió el otrora muy temido ejército turco. A pesar de
que hubo intentos por parte de una serie de primeros ministros refor
mistas por inyectar vitalidad a las estructuras gubernamentales impe
riales, los notables locales y provinciales se esforzaron en ejercer un
mayor control sobre los asuntos de sus propios distritos. Además, los
antiguos criterios para designar a alguien como shaij al-islam, estable
cidos por Sulaiman y basados en el mérito, habían dado paso al nepo
tismo generalizado entre los ulemas de la clase dirigente. A ello había
que añadir los conflictos surgidos, dentro de esa misma clase, entre
quienes defendían la shari ‘a y quienes apoyaban la mayor validez del
kanun. Esos conflictos reflejaban no sólo la decadencia de la autoridad
del sultán y la descentralización del poder político, sino también una
lucha entre los ulemas, los burócratas y los militares por dominar la ins
titución gobernante, o al menos lograr una mayor influencia sobre ella.
En las provincias, lejos de los enfrentamientos que preocupaban a
las clases dirigentes de Estambul, los ulemas no vinculados a la jerar
quía establecida por el estado (como los cadíes y los muftíes) se inte
resaban más póf 1.a evolución” de Los asuntos locales,' como, pófotro-
lado, habían hecho siempre. Estos ulemas incluían a los cientos de in
dividuos encargados de la gestión de las mezquitas, al jefe de la oración
(imam), a los almuédanos que llamaban a rezar a los fieles, al predica
dor (jatib) del sermón de los viernes, a los recitadores del Corán, a las
personas encargadas del mantenimiento de los cementerios y a aquellos
que rezaban por los muertos. También estaban incluidos los muftíes in
dependientes, reconocidos en sus comunidades como hombres de gran
sabiduría y probidad, y a los que se acudía en busca de consejo en re
lación con una gran variedad de problemas cotidianos.
A lo largo-del periodo de..decadencia otomana en .los siglos xi/xvn y
xn/xvm, también se mantuvieron intactas_otras actividades, ya existentes
en tiempos anteriores. Ulemas viajeros de modesta o gran reputación con
tinuaban formando una red internacional de contactos, para la qué care
cían de importancia las fronteras políticas de los imperios o de otros es
tados menores. Un objetivo concreto de esta empresa cosmopolita fue el
estudio del hadiz, las tradiciones del Profeta. Esta actividad puede haber
se visto incrementada en intensidad como un medio de aliviar la inquie
tud que causaba el clima de confusión de entonces, al proporcionar una
base positiva para un espíritu renovado de reconstrucción social y moral.
Otro aspecto del continuo contacto interregional fue la expansión de
ciertas hermandades sufíes reformistas. En especial, la influencia de la
hermandad Naqshibandiyya renovada se extendió desde la India hasta
Damasco y La Meca, llevando consigo una actitud de adhesión más es
tricta a la ley religiosa y a la tradición profétíca, además de un rechazo
de los excesos más llamativos de las hermandades, gracias a los cuales,
por otro lado, habían logrado un seguimiento popular masivo. Donde
quiera que fuesen, los naqshibandxes intentaron ejercer una mayor in
fluencia en los miembros de la clase dirigente para que adoptasen sus
puntos de vista, porque creían que si se reformaban las prácticas del go
bierno, el resto de la sociedad seguiría el ejemplo.
A través de todos estos medios, los ulemas, especialmente aque
llos que se encontraban fuera de los círculos oficiales del gobierno, se
mantuvieron al corriente de los cambios que tenían lugar en diferen
tes partes de la umma. Su visión cosmopolita fue un factor importan
te que estimuló la llamada a la reconstrucción y resurgimiento del is
lam que se extendería durante el siglo xn/xvii.
Los mogoles
236
en honor a aquelhombre, se convirtió en el sucesor de Akbar con el
título regio de Yahangir. Para honrar a ese sufí, amigo de Allah (wali
Alláh), Akbar construyó su nueva capital amurallada en Fathpur Si-
kri, donde, dentro del recinto de la gran mezquita, levantó la tumba
de Salim Chishti. Dentro del mismo complejo capitalino estaba la
Casa de la Adoración (ibadat jana o diwan-i jass). En ella, se reali
zaban ejercicios religiosos chishtíes y, más tarde, Akbar propició de
bates sobre cómo abordar de forma racional la fe y el estudio com
parativo de las distintas creencias. En estas discusiones participaban
musulmanes con puntos de vista divergentes, pero también cristia
nos, hindúes, jamas, zoroastras y judíos. La doctrina místico-filosó
fica del Hombre Perfecto de Ibn al- ‘Arabi ejerció gran influencia so
bre Akbar. Su discípulo y biógrafo, Abu 1-Fadl de Agrá (m. 1011/1602),
lo presenta como tal Hombre Perfecto y como el eje (qutb) alrededor
del cual el mundo gira, el único guía espiritual de su época. Las ideas
de Ibn al- ‘Arabi habían creado el ambiente adecuado para el en
cuentro entre musulmanes e hindúes y habían estimulado el creci
miento vertiginoso de sectas que tenían una visión panteísta de la re
ligión.
La actitud de Akbar, dentro de este contexto, provocó el males
tar de aquellos ulemas que consideraban que se estaba atribuyendo
un estatus cuasi profético o, aún peor, que se estaba identificando
con la divinidad. Por otro lado, a medida que se aproximaba el final
del primer milenio musulmán (1000/1591), algunos ulemas que bus
caban al renovador tradicional (muyaddid) de la fe que debe apare
cer al final de cada siglo sugirieron que Akbar podía ser el regene
rador del segundo milenio musulmán o el señor de la época. Akbar
entonces promulgó su «decreto de infalibilidad», _en el que' se de
claraba que el gobernador justo (queriendo significar él mismo) te
nía la autoridad para decidir cuál era la interpretación correcta de la
sharVa cuando surgieran discrepancias entre los juristas respecto a
su aplicación, arrebatando así este privilegio a los ulemas. En el año
989/1581, Akbar proclamó su ecléctico «camino divino» (din-i
illahi), que imponía la razón como método de la religión y destaca
ba que la verdad se encontraba en todas las fes. Otras medidas que
adoptó fueron: permitir que sus esposas hindúes practicaran sus cre
encias; abolir el impuesto de capitación (yizia) que gravaba a todos
los no musulmanes; eliminar el tributo de peregrinación que.grava
ba a los hindúes y la limosna (zakat) obligatoria que debían pagar
los musulmanes, aunque éstos podían continuar ofreciendo limosna
a los pobres y necesitados directa y voluntariamente. Se podía en
contrar a hindúes en la administración financiera del gobierno y en
el ejército, cooperando con los musulmanes en la gestión efectiva
del imperio. ?■ frí \ '
237
Un investigador musulmán moderno ha descrito el «sendero divi
no» de Akbax como el «deporte espiritual del emperador»11. Los ini
ciados eran únicamente dieciocho, de los cuales tan sólo uno era hin
dú. Akbar sólo les confiaba a ellos, y dentro de los límites de su palacio,
sus ideas personales sobre la religión. Por otro lado, el mismo investi
gador explica que Akbar entendía el verdadero islam como
11 Veanse las ideas de Akbar en la obra de A. Ahmad, Studies in Islamic Culture in the
Indian Environment, Oxford, Clarendon Press, 1964, pp. 167-181. .
12 Ibidem, p. 175.
238
entre la población hindú y la budista, pero especialmente entre los hin
dúes de las castas más bajas, atraídos por los Valores igualitarios islámi
cos. Sirhindi reconoció que la actitud espiritual de Akbar era próxima al
sufismo, tal como éste se había desarrollado en el contexto indio. Sin
embargo, atacó la interpretación sufi del sistema teosofico de Ibn al-
‘Arabi, que afirmaba que el culmen de la experiencia mística era la
unión con Allah, o la cercanía absoluta o identidad del sufi iniciado con
ÉL Hizo frente a la tensión existente entre, por un lado, la aspiración
mística perenne a la inmanencia de Allah y, por otro lado, la insistencia
de los ulemas en Su trascendencia. Tomó un camino intermedio en el
que hacía hincapié en las disposiciones de la shari'a. Aplicó a la situa
ción india la máxima de su maestro Baqi bi'Llah (m. 1012/1603): «El
ideal no deberían ser las emociones místicas, sino la adhesión a la sha
ri'a». Además, insistió en que el objetivo verdadero de la experiencia
mística venía a confirmar el abismo ontològico insalvable entre la natu
raleza de Allah y sus criaturas. En otras palabras, la experiencia de la
unidad era la unidad fenomenologica de visión (wahdat al-shuhud) y no
la unidad ontològica del ser de Ibn al-‘Arabi (wahdat al-wuyud). En el
fondo, el temor de Sirhindi era que el sufismo indio en sus manifesta
ciones panteista o monista, que había desarrollado muchos puntos de
contacto con la experiencia hindú esotérica y con la veneración popular
por los hombres santos, causara la desintegración de los ideales mono
teístas del islam en la India. Sirhindi abogaba por una interpretación me
nos «universalista» y ecléctica de la misión islámica. Cómo se podía
realizar esto en una situación de decadencia del poder político musul
mán en la India, era algo que los musulmanes indios jamás resolvieron
satisfactoriamente. Al menos, el vigor renovado que Sirhindi inyectó a
-la-Naqshibandiyya-fue trasplantado por la hermandad a los territorios-
otomanos en el siglo siguiente.
La política sincrética de Akbar fue continuada por sus sucesores in
mediatos, Yahangir (m. 1037/1627) y Shah Yahan (m. 1069/1658). Pero,
al tocar a su fin el siglo, el emperador Aurangzeb (m. 1119/1707) se ha
bía ya distanciado de la herencia ecléctica del imperio. Al mismo tiem
po, los recursos estaban casi .agotados y el poder musulmán estaba sien
do desafiado por una serie de sublevaciones de hindúes y sijs rebeldes.
Cuando se inicia el siglo xn/xvni; el decadente imperio islámico de la
India estaba, al igual que el otomano, esperando un llamamiento a la re
novación religiosa.
i 240
safaví,. los mullas se mantenían gracias a la considerable riqueza acu
mulada procedente de esas fuentes. Otra consecuencia del gobierno de
‘Abbas fue que las hermandades sufíes fueron condenadas como heré
ticas, por lo que prácticamente desaparecieron de Irán. Visitar las tum
bas sufíes y creer en la realización de milagros por los «amigos de
Allah» (auliya’Allah) se consideraban actos que iban en detrimento de
la dignidad y autoridad de los imames. A finales del siglo xn/xvin, esta
tendencia se había invertido parcialmente con el regreso de la her
mandad shLí Ni‘matullahi a Irán desde la India.
Al ir debilitándose el poder de los safavíes durante el siglo x i / x v ii ,
algunos de los principales mullas, conocidos como muchtahides, co
menzaron a cuestionar la legitimidad del emperador para gobernar.
Los teóricos de los shi‘íes duodecimanos que habían desarrollado sus
doctrinas y su teoría jurídica hacia el siglo v/xi lo habían hecho sin
disfrutar de lá protección de ningún gobierno. Esto también les había
permitido admitir únicamente a los imames como gobernantes legíti
mos, negando así, en teoría, la legitimidad de cualquier otro gober
nante. La cuestión que se debatió en la era safaví fue: ¿podía el much-
tahid principal de su época llegar a convertirse en representante del
Imam Oculto y, por tanto, en la autoridad espiritual superior, sin, por
supuesto, poseer la infalibilidad del imam? La idea desafiaba directa
mente las pretensiones de los safavíes y por ello los mullas no la de
sarrollaron en la práctica. No obstante, esa idea sí preparó el terreno
para la oposición de los muchtahides a todo poder secular, incluso a
un gobierno que se declaraba shi‘í. Esto finalmente condujo en el si
glo xx a la reivindicación por parte del difunto Ayatola Jomeini de
que los muchtahides podían gobernar directamente.
Tras la caída de los safavíes énTél primer cuarto deLsiglo xil/xvm,'
siguió un periodo de desorden, durante el que se produjo el ascenso po
lítico de dirigentes tribales poderosos, así como un mayor declive eco
nómico. Le siguió un curioso interludio. Nadir Shah, un miembro de la
tribu turca de Afshar que originalmente había apoyado a los safavíes,
logró hacerse con el poder durante ese periodo de desorden, convir
tiéndose en gobernante de facto en 1142/1729. Sus campañas contra
los otomanos y los mogoles fueron económicamente ruinosas para el
país y fue asesinado en 1160/1747. Por razones políticas, intentó inte
grar un shLísmo radicalmente «reformado» en el islam sunní mayori-
tario y, de este modo, reivindicar el liderazgo del mundo islámico para
sí mismo. Aunque no era un sunní, terminó con la práctica shiT de mal
decir a los tres primeros califas, Abu Bakr, ‘Umar y ‘Uzman, en la lla
mada a la oración y en el sermón del viernes. Más dramático aún fue
su intento de que el shiTsmo fuese reconocido como la quinta escuela
jurídica o madhab ya‘farí, tomando este nombre del imam YaTar al-Sa-
diq, junto a las otras cuatro escuelas de derecho sunníes, la hanafí, la
241
hanbalí, la shafTí y la malikí. El intento falló. Otras cuatro décadas de
desunión política y desorden siguieron a la muerte de Nadir Shah. No
fue hasta 1794 cuando los qayaríes lograron fundar una dinastía que
gobernaría hasta 1925.
Los reinados de los grandes sultanes marcaron no sólo el apogeo
del poder político musulmán medieval, sino también del florecimien
to cultural islámico. En Turquía, en Irán o en la India, el viajero ac
tual puede contemplar los monumentos que han sobrevivido de esa
época y que son prueba del antiguo esplendor de las capitales impe
riales de entonces. Entre esos monumentos, que incluyen centros su
periores de enseñanza (madrasas), mausoleos, hospitales, janqas su-
fíes, palacios reales y jardines, están, por supuesto, las mezquitas. La
formulación y el desarrollo temprano de la doctrina religiosa, el de
recho y el misticismo, que han ocupado nuestra atención en los capí
tulos anteriores, surgieron principalmente en el ambiente urbano de
las mezquitas, las construcciones más familiares y conocidas que se
asocian al islam. Más tarde, la madrasa se convirtió en el centro más
importante de la actividad intelectual, mientras que en la janqa se
conservaba el fervor espiritual. No obstante, la mezquita siguió sien
do el núcleo de la oración hecha en comunidad (y de otras activida
des), constituyendo un eslabón en la cadena universal que unía a los
musulmanes de todo el mundo como testigos del mensaje y el Men
sajero. Afortunadamente, algunas mezquitas de los primeros siglos
islámicos aún sobreviven en la actualidad, como la Cúpula de la
Roca, en Jerusalén, y las grandes mezquitas de Samarra en Irak, Ai-
rauan en Túnez y Córdoba en España.
Muchas de ellas, lamentablemente, han sucumbido a las vicisitu-
_ des del tiempo. Por otro lado, se da el caso de que algunas de las mez
quitas más interesantes desde el punto de vista arquitectónico que se
han conservado pertenecen a los reinados de Sulaiman, Akbar y ‘Ab-
bas. Una mera impresión visual es insuficiente para apreciar el signi
ficado de la estructura y del diseño de las grandes mezquitas de este
periodo, o en realidad, de cualquier otro. Por tanto, vamos a detener
nos a reflexionar sobre el origen y desarrollo de la mezquita y sobre
su significado espiritual en la cultura islámica. Veremos ejemplos de
construcciones otomanas, safavíes y mogoles. La arquitectura de las
mezquitas presenta una variedad riquísima de motivos, materiales y
estilos, cuyas diferencias dependen del lugar y del periodo. Al mismo
tiempo, la mezquita ha representado y preservado una unidad funda
mental, en cuanto a su funcióny objetivo, dentro de la itmma y fuera
de ella, en cualquier lugar en el que hay musulmanes. En este senti
do, las diversas culturas que Ibn Battuta conoció durante sus viajes le
resultaron familiares, porque las mezquitas en las que rezó tenían el
mismo propósito artístico y espiritual.
242
La m e z q u it a : e s t r u c t u r a y .f u n c ió n COMUNITARIA
243
normalmente disponía de una gran fuente o pila con agua .en la que
se realizaban las abluciones obligatorias antes de la oración. Como
los creyentes se arrodillaban rezando hacia la Ka‘ba en La Meca, el
muro posterior o qibla de la mezquita estaba orientado en esa direc
ción. En el interior de la qibla, se abre un nicho cóncavo en forma de
arco, el mihrab, que a menudo presenta decoraciones de gran belle
za. La importancia del mihrab a menudo se resaltaba con la cons
trucción de una cúpula delante del mismo. El imam o jefe de la ora
ción (que no debe confundirse con el líder espiritual shi‘í) dirige la
oración congregacional, situándose enfrente de este nicho y de espal
das al mismo. Junto a la parte derecha del mihrab está el minbar, una
estructura de madera o piedra, semejante a un pulpito, con un tramo
de escaleras que conduce a la parte superior, desde la que se pronun
cia el sermón (jutba) durante la oración congregacional del mediodía
del viernes. Tradicionalmente, el sermón tenía resonancias políticas,
puesto que en él se mencionaba el nombre de quien gobernaba en ese
momento, mostrándose así públicamente la lealtad de la comunidad
hacia él. A veces, se maldecía a los enemigos del gobernante desde el
minbar. Hoy en día, los sermones, con bastante frecuencia, expresan
mensajes, velados o codificados, de crítica política a ciertas medidas
gubernamentales que se consideren perjudiciales para el interés pú
blico.
Reunirse en la mezquita para la oración congregacional del vier
nes es una reminiscencia del espíritu comunal de la morada del Pro
feta. Además, Muhammad afirmó que rezar en compañía era veinti
cinco veces más meritorio que la oración individual en casa. Aparte
de la oración, se llevan a cabo otras actividades en la mezquita. Ya he
mos-apuntado su“funcióñ como centró de enseñanza, especialmente
de las ciencias coránicas y del derecho; los juristas emitían sus dictá
menes jurídicos dentro de su recinto. Los estudiantes y los ascetas de
votos también vivían en ellas durante largos periodos. En algunos lu
gares, la cocina de la mezquita proporcionaba comida para fesas almas
piadosas, así como para los pobres y necesitados. En los primeros
tiempos, antes del surgimiento de las burocracias imperiales, la mez
quita también fue el lugar donde se resolvían los asuntos del gobier
no. La mezquita a menudo fue el lugar central en el que se desarro
llaban numerosas actividades populares que, aunque no estuviesen
bien vistas oficialmente, conservaron su importancia religiosa en la
vida de la comunidad. El investigador inglés E. W. Lañe, quien vivió
durante varios años a mediados del siglo xix en El Cairo, observó que
«en muchas de las mezquitas más grandes, sobre todo por la tarde, se
ve a personas holgazaneando, charlando, comiendo, durmiendo y a
veces hilando o cosiendo, u ocupados en cualquier otra sencilla acti
vidad manual y, a pesar de que dichas prácticas son contrarias a los
244
preceptos del Profeta, los musulmanes tienen un gran respeto por sus
mezquitas»14.
Finalmente, la característica más familiar de la mezquita aljama
para el observador externo es su alminar o minarete (del árabe abma
nar o al-manara, el faro). Se trata de una torre alta, generalmente uni
da al cuerpo principal del edificio, desde la cual se llama a los cre
yentes a las oraciones diarias. No obstante, las primeras mezquitas
carecían de alminar, característica ésta que se mantiene en Indonesia
y en China y que ocasionalmente se encuentra también en otros lu
gares, como en la India premogol. Las mezquitas turcas, en cambio,
a menudo tienen más de un alminar. El tamaño y la forma de éste va
rían considerablemente: puede ser cuadrado, con forma de espiral, ci
lindrico, o de tipo compuesto.
14 Manners and Customs o f the Modern Egyptians, Londres, Dent, 1954, p. 85.
245
Al principio, la construcción de mezquitas en Irán siguió el estilo
árabe. Más tarde, desarrolló su propio carácter distintivo, añadiendo
a la tradicional sala con columnas una gran habitación con cúpula que
marcaba la dirección del muro de la qibla, y a cada lado del recinto
del patio una sala abierta abovedada con una fachada rectangular con
arcos llamada iwan. Un ejemplo es la gran mezquita de Yazd, cons
truida en el periodo de los viajes de Ibn Battuta. Otra, levantada du
rante el reinado de Shah ‘Abbas, es la Masyid-i Shah (1021-1040/1612-
1630), en su capital Isfahan. El empleo de azulejos en los portales de
entrada, los iwanes, las cúpulas y los alminares caracteriza a las mez
quitas iraníes; su peculiar azul o turquesa que brilla en el exterior las
distingue marcadamente del gris sombrío que caracteriza a las mez
quitas otomanas de la misma época.
En la India, poco queda de los edificios islámicos del periodo de la
conquista en el siglo n/vni. Las mezquitas construidas a partir del si
glo vi/xn contrastan menos con los estilos de otros países islámicos
que con la arquitectura de los templos hindúes junto a los que se le
vantaban y de los que esas mezquitas eran una verdadera antítesis. La
semioscuridad interior del templo hindú con sus ídolos, sus represen
taciones de figuras y el sistema de creencias que conllevaban consti
tuían anatema para los musulmanes, dada su veneración por un único
Dios. Como fundador del imperio mogol, Akbar emprendió un ambi
cioso programa de edificaciones. Terminó la construcción de una nue
va capital en 980/1574 en Fathpur Sikri, a unas veinte millas de Agrá.
La mezquita aljama que, como el resto de la ciudad, estaba construida
de piedra arenisca roja, es una síntesis de los diversos estilos musul
manes característicos de la arquitectura mogol en general. Sin embar-
....gQ,.SU.patio gigante refleja enjérminos generales el prototipo árabe. ...
Las grandes mezquitas que han sido mencionadas son los monu
mentos imperiales que los sultanes construyeron para el culto congro-
gacional que los fieles realizan los viernes. Las superan en número con
creces los miles de pequeñas mezquitas levantadas y mantenidas con los
ingresos procedentes de los legados píos, establecidos pór particulares,
para la oración diaria en una ciudad o en un barrio. Lo que impulsaba a
la edificación de estas mezquitas ha quedado recogido en la siguiente
tradición del Profeta: «Quien construya una mezquita para Allah, cons
truirá una casa para sí mismo en el Paraíso»15. ------
La idea esencial que se expresa aquí es que este edificio es el lu
gar principal donde los fieles, ya sea como individuos ó como comu
nidad, continuamente recuerdan a Allah con sus oraciones. Este ob
jetivo constante, el recuerdo de Allah, se refleja en la ornamentación,
246
que proporciona la unidad estética básica de todas las mezquitas, in
dependientemente del lugar en él que hayan sido erigidas y del estilo
arquitectónico que en él predomine.
La mezquita y el infinito
16 Véase el estudio dé I. ‘ilFaruqi, «Islam and art», Studia Islamica 37 (1973), pp. 81-
109.
247
los talladores de piedra y a los- fabricantes de azulejos para reprodu
cir pasajes del Corán, que aparecen como ornamento en los muros de
las mezquitas y en las cúpulas. Un primer y excelente ejemplo de este
uso se puede encontrar en la Cúpula de la Roca, en Jerusalén. Un in
vestigador musulmán ha expresado la relación fundamental entre este
arte y la divinidad como sigue: «Si el arte islámico puede servir como
soporte para el recuerdo del Unico, es porque, aunque esté elaborado
por el hombre, se deriva de una inspiración supraindividual y de una
hikma (sabiduría) procedentes de El»17. El contacto en la mezquita
con la presencia divina es el contacto con la voluntad divina.
Si el Corán se ve como la base universal de la experiencia islámi
ca, la mezquita es el lugar donde tiene lugar el testimonio público uni
versal de esa experiencia. Desde Malí, en Africa Occidental, hasta
Mindanao, en el sur de Filipinas, las mezquitas de cualquier lugar es
tán orientadas hacia La Meca, centro espiritual de la umma, lugar de
nacimiento del Profeta Muhammad y que acoge la peregrinación anual
cosmopolita. Desde cualquier mezquita dentro de la esfera de la umma,
el musulmán sabe que es parte de una comunidad cuyo centro y guía
es Allah. También existe una conciencia de las exigencias morales y
éticas de la revelación, que el ojo del creyente percibe en los diseños
de los paneles tallados o pintados con la palabra de Allah.
17 S. Hossein Nasr, Islamic Art and Spirituality, Ipswich, Goigonooza Press, 1987, p. 11.
248
diagnosticaron este mal no tardaron en apuntar que la enfermedad del
estado ya se había extendido a la sociedad, siendo su síntoma principal
la decadencia espiritual de las hermandades sufíes. Éstas habían estado
en la vanguardia a la hora de atraer conversos a la fe en los extremos
oriental y occidental de la umma. Sin embargo, se empezó a pensar que
sus tendencias eclécticas, propensas a veces a conducirlas al antino-
mianismo, las habían empujado a comprometerse demasiado en todas
partes con tendencias de ese tipo y con las costumbres locales. La ver
dadera fe se había debilitado y se hacía necesaria una cura urgente.
M o v im ie n t o s d e r e n o v a c ió n p r e m o d e r n o s : e l s ig l o x v iii
Irán
249
nentes usulíes al otro lado de la frontera de Irán. El conflicto entre
ambos grupos versaba sobre la capacidad que tenía el muchtahid para
llevar a cabo juicios e interpretaciones nuevas e independientes sobre
todas las cuestiones de la práctica religiosa, así como sobre la natu
raleza de la autoridad religiosa en ausencia del imam.
Sin olvidar que entre los ajbaríes mismos había discrepancias y que
hubo ajbaríes que intentaron una aproximación a los usulíes, lo que ca
racterizó a los ajbaríes en su conjunto fue que creían que las únicas fuen
tes legítimas de conocimiento jurídico eran el Corán y las tradiciones del
Profeta y las de los imames. Como la comunidad debe estar sometida a
la dirección de los imames y dado que ésta podía haber tenido lugar en
tiempos lejanos, la mejor forma de conocer las verdaderas intenciones
de los imames era a través de las tradiciones que a ellos se remontaban.
.En cuanto a las otras fuentes del derecho permitidas en el pensamiento
jurídico sunní, los ajbaríes rechazaron el ichma ‘ como irrelevante y el
qiycis como un instrumento de Satán. En su postura se encontraba im
plícita la idea de que los imames ya habían tratado en sus tradiciones los
interrogantes más importantes que pudiesen surgir en el futuro. Por otro
lado, los usulíes reclamaban para el muchtahid un papel clave en la in
terpretación del derecho y de la doctrina, de modo que pudiera hacer
frente a las cambiantes circunstancias sociales e históricas. Como ex
perto en las tradiciones, así como en otras ramas del conocimiento, el
muchtahid se distinguía por el uso independiente de la razón, que apli
caba a esas fuentes. El muchtahid afirmaba que podía alcanzar sólo un
conocimiento probable de las intenciones de los imames, en contraste
con los ajbaríes, que pretendían poder lograr un grado de certeza bas
tante aproximado, aunque no absoluto, sobre los detalles de las ense
ñanzas de los imames.’Dado que las decisiones de los muchtahides no
eran infalibles, se permitían diferencias de opinión y las decisiones to
madas podían’ser revisadas. to más importante es que los-usulíes re
chazaban el principio ajbarí de taqlid al~mayyit, consistente en que sólo
se seguían las opiniones de los líderes religiosos fallecidos. En cambio,
los usulíes insistían en que todos los creyentes debían escoger y seguir
a un muchtahid vivo y cumplir estrictamente sus decisiones, una doctri
na que tenía diversas implicaciones importantes. La primera era que
cada nueva generación requería sus propios muchtahides para interpre
tar la ley religiosa; en segundo lugar, esto concedía a los muchtahides
dentro de la comunidad una autoridad muy superior a aquella de la que
disfrutaban los ulemas sunníes; y en tercer lugar, daba a sus juicios un
estatus superior incluso al de los decretos del estado.
La victoria de los usulíes sobre los ajbaríes ál finalizar el siglo con
dujo a la idea de un liderazgo colectivo de los muchtahides y al desa
rrollo de una jerarquía dentro de la clase religiosa. La cabeza de esta je
rarquía era seleccionada y nombrada, entre ellos mismos, por los
250
muchtahides principales y más cualificados. En teoría, cada uno de ellos
era una fuente de imitación (marya‘ al-taqlid) para sus seguidores, quie
nes estaban obligados a aceptar sus juicios sin cuestionarlos. De hecho,
los muchtahides se habían apropiado de las prerrogativas del Imam
Oculto y la base de su autoridad era ahora independiente del estado,
como nunca lo había sido bajo los safavíes. Como grupo social, estre
chamente vinculado a la clase de pequeños terratenientes y de los co
merciantes de los bazares, lograron afianzarse como una fuerza formi
dable contra el poder laico de la corte.
251
jándolo de la influencia de Ihn al-‘Arabi y acercándolo a las posturas
de Ahmad Sirhindi. Los ulemas shi ‘íes también encontraron refugio,
desde el punto de vista del conocimiento, en al-Haramain. Muhammad
Amin Astarabadi, un ulema ajbarí, escribió su tratado más famoso en
La Meca, donde murió en 1036/1627. Había otras maneras en que al-
Haramain funcionaba como un microcosmos de la umma. Por ejem
plo, en cierta ocasión los ulemas shi‘íes en La Meca pidieron a sus
colegas de Isfahan que dejasen de maldecir públicamente a los tres
primeros califas, puesto que los sunníes estaban tomando represalias
contra ellos.
De mayor importancia para los acontecimientos del siglo xn/xvm
es la presencia en al-Haramain de dos contemporáneos, quienes, si no
llegaron a conocerse o a coincidir, sí debieron de compartir algunos
profesores. El primero es el indio Shah Wali Allah (1113-1176/1702-
1762) de Delhi, el otro es Muhammad íbn Abd al Wahhab (1114-
1206/1703-1792), nacido en Nachd, Arabia.
19 Sobre la importante obra de Wali Allah, véase M . K, Hermansen, «Shah Wali Alla
of Delhi’s Hujjat Allah al-baligha; tension between.the universal and the particular in an
18th century Islamic theory of religious revelation», Studia Islámica 63 (1986), pp. 143-
157. ........ ..... - - ......... - ■ '
252
panteístas en la vida espiritual, a Wali Allah sobre todo le preocupa
ba curar las heridas abiertas de su comunidad. En el ámbito de las
costumbres, rechazó la práctica hindú que prohibía a las viudas vol
ver a casarse, prohibición que había sido adoptada dentro de la co
munidad musulmana. También criticó las dotes excesivas que se exi
gían para los contratos matrimoniales; los gastos extravagantes en
celebraciones que no fuesen las dos que el Profeta había fijado, es de
cir, el matrimonio y el nacimiento de una criatura, así como las fre
cuentes ceremonias de luto por un fallecido20.
Shah Wali Allah compartía la insistencia sufí en la reforma interior
del individuo. Sin embargo, una fe revitalizada, susceptible de enfren
tarse a los problemas de una nueva época, tenía que basarse en un pro
ceso de reinterpretación a partir de la razón para dar soluciones adecua
das a los requerimientos de una comunidad determinada. El instrumento
principal de esta renovación fue un énfasis renovado en el esfuerzo per
sonal de interpretación, el ichtihad. Como hemos visto, los shiries usu-
líes otorgaban, al contrario que sus oponentes, los ajbaríes, una impor
tancia crucial a la aplicación de esta herramienta a las enseñanzas de
los ímames. Por supuesto, para Shah Wali Allah, el ichtihad debía apli
carse a las enseñanzas de las cuatro escuelas jurídicas sunníes, cuyos
fundadores eran reverenciados como los grandes muchtahides pioneros
de la primitiva comunidad. Wali Allah rechazó que se siguiera ciega
mente la doctrina de cualquiera de esas escuelas jurídicas como si sus
fundadores fueran infalibles, y denunció la rivalidad fanática que im
peraba entre ellas en aquel entonces y que había llegado al punto que
cada una aceptaba como válidas tan sólo sus propias enseñanzas. En su
opinión, un seguidor sunní de Malik podía aceptar la autoridad de Abu
Hanifa en ciertos temas jurídicos. En otras palabras, el dictamen de un
jurista no podía reemplazar el cuidadoso análisis de las dos únicas
fuentes infalibles de la ley religiosa: el Corán v las tradiciones. La re
ferencia directa a las fuentes y la eliminación de cualquier autoridad in-
r í 'fermedia implicaba necesariamente la reinterpretación de estas fuentes.
f)e ahí que denunciase enérgicamente la imitación ciega (taqlid) de una
i! escuela o de un jurista. Esta postura subrayaba el principio, fundamen-
: talmente igualitario, del pensamiento sunní, según el cual la única je-
f.r rárquía que se debía reconocer en la sociedad era la basada en la pie
dad y el conocimiento; cualquier musulmán que se dedicara con tesón
v~,:á:aprender los principios del derecho podía convertirse en muchtahid.
Shah Wali Allah confiaba en que el nuevo espíritu de ichtihad li
berase al pensamiento islámico de las quisquillosas y agrias contro
20 Véase la traducción de H. Malik, «Shah Wali Allah’s last testament», Muslim World
63 (1973), pp. 105-118. .........
253
versias que tenían lugar en su época, así como de las heredadas del
pasado reciente, y que ese espíritu lograría restaurar éri toda su glo
ria la solidaridad y el poder de los musulmanes en el subcontinen
te- Otra contribución suya en la misión de renovación emprendida
fue la traducción del Corán al persa; sus hijos lo traducirían al urdu.
Al poner el Libro al alcance de todos los musulmanes no analfabe
tos, Wali Allah les proporcionó la posibilidad de prescindir de los
ulemas, porque consideraba que estos últimos sólo eran fieles a sus
escuelas jurídicas. Por último, fundó una escuela en la que popula
rizó el estudio del Corán y del hadiz, para así reavivar el deseo de
los musulmanes de examinar las fuentes del derecho con nuevos
ojos y por ellos mismos. Con todo, el poder islámico en la India no
lograría recuperarse, a pesar de la considerable influencia ejercida
por Wali Allah en las generaciones posteriores de pensadores mu
sulmanes indios y de su impacto sobre las comunidades sunníes de
todo el mundo.
En cualquier caso, y a pesar de los grandes esfuerzos de Wali
Allah, los intentos de renovación dirigidos por los ulemas en el siglo
xn/xix en la India sunní o en el Imperio otomano tenían menos pro
babilidades de producir un «despegue» que el resurgimiento liderado
por los mullas en el Irán shi‘í. Los muchtahides sunníes, en tanto que
ulemas particulares pertenecientes a escuelas diferentes, carecían del
grado de cohesión de los muchtahides shiríes, quienes podían actuar
colectivamente como contrapeso frente a un gobierno político débil
que ellos consideraban esencialmente ilegítimo. Los ulemas sunníes
tendían a servir como mediadores entre el pueblo y el gobierno más
que como una alternativa a estos últimos. Los ulemas pertenecientes
a las clases dirigentes imperiales estaban convencidos de que por más
que la política general del gobierno pudiera parecer como «no» islá
mica, negar su legitimidad suponía dar paso a una amenaza mayor, a
saber, la discordia y el desorden internos. Su deber, como portavoces
de la comunidad sunní, era abogar por la restauración de un gobierno
que fuera bueno, es decir, islámico. La tarea de los mullas shi‘íes con
sistía en desafiar el orden reinante, presuntamente ilegítimo, y reem
plazarlo por un gobierno presidido por ellos mismos como represen
tantes del Imam Oculto.
Había otra alternativa. Los ulemas que vivían en las regiones pe
riféricas del imperio, lejos de los tejemanejes del gobierno, podían
hacer un llamamiento a la renovación o restauración de la sociedad
islámica por medio de movimientos militantes organizados para com
batir la degradación social y moral que percibían a su alrededor. Al
gunos lograron, por periodos más breves o más largos, tener algún
tipo de impacto en la escena político-religiosa local del momento. Un
movimiento en especial alcanzó gran fama. ■t j m
I f. !j. •. '*
254
M u h a m m a d ib n A b d a l-W a h h a b . ...
255
de las costumbres del Profeta y sus Compañeros, tal como habían
sido preservadas en las transmisiones procedentes de los dos o tres
primeros siglos islámicos. En una carta a un jefe beduino de Siria, ex
presó esta postura suya relativa a la necesidad de seguir las tradicio
nes del Profeta: «Vosotros tenéis los libros; consultadlos, y no hagáis
caso de lo que yo diga, pero, una vez que hayáis aprendido de esos li
bros vuestros lo que el Profeta dijo, seguidlo, incluso si la mayor par
te de la gente está en contra»21.
Las enseñanzas puritanas de Ibn ‘Abd al-Wahhab le crearon pro
blemas con sus adversarios en su ciudad natal, de la que se vio obli
gado a marcharse. A todos aquellos que no hacían caso de su mensa
je los denunció como infieles (kujfar), actitud que trae reminiscencias
de los movimientos de yihad jariyíes de la primera época del islam.
Un cacique local, Muhammad ibn Sa‘ud (m. 1756) de Dar'iya, res
pondió al llamamiento del predicador y los dos unieron sus fuerzas
para fundar un estado islámico militante que logró rápidamente tener
éxito en la región de Nachd de Arabia. Más tarde, las campañas sa‘udí-
wahhabíes llevaron a que las ciudades sagradas de los shi‘íe$ en el sur
de Irak fueran destruidas y la captura de La Meca en 1803. Este últi
mo éxito consiguió alarmar al gobierno otomano, que envió un ejér
cito para aplastar el movimiento. La derrota final de las tropas bedui-
nas en 1818 señaló el final de la primera empresa sa‘udí-wahhabí,
precursora del estado de Arabia Saudí en el siglo xx.
Otros intentos de renovación surgieron en muchos lugares del
mundo islámico durante los siglos xn/xvm y xm/xix. Sólo podemos
mencionar los principales. Uno, influido por Shah Wali Allah, fue el
movimiento Muyahidin de Ahmad Barelwi, discípulo del hijo de Wali
Allah, ‘AbduTAziz, y de Shah Isma‘il, un nieto de Wali Allah. Tanto
Barelwi como Shah Isma‘il murieron mientras llevaban a cabo yihad
contra los sijs en el norte de la India en 1831. El mOvimientó Fara‘idi,
fundado por Sharfat Allah (m. 1840), y que continuó su hijo Wudud
Miyan (m. 1860), surgió entre el campesinado de Bengala. En Suma
tra, entre 1803 y 1837, un grupo de ulemas formaron una organiza
ción para reformar las prácticas religiosas locales. El norte de Nige
ria también acogió otro movimiento, dirigido por ‘Uzmán Dan Fodio
(m. 1817), quien estableció el califato de Sokoto, que sobrevivió has
ta 1903. El movimiento de yihad de Dan Fodio sirvió de estímulo a
otro en Guinea, Mali y Senegal, liderado por Hayyi ‘Untar Tal (m.
1865). Una hermandad sufí, la Sanusiyya, fue fundada por Muham
mad ibn ‘Ali al-Sanusi (m. 1859) en Cirenaica, una región de la pro-
21 Citado en M. Cook, «On the origins of Wahhabism», Journal o f the Royal Asiatic ..
Society (Julio 1992), pp. 191-202, en p. 198, n. 69. ^«
256
vinc.ia otomana autónoma de Libia. Por otro lado, en Sudán, Muham-
mad Ahmad ibn ‘Abdallah (m. 1885) se autoproclamó Mahdi, envia
do por Allah para restaurar la justicia sobre la tierra. Muhammad ‘Ab
dallah Hasan (m. 1920), líder de la hermandad Salihiyya, lideró una
campaña de renovación a lo largo de las regiones costeras de Soma
lia. Finalmente, en la lejana China, movimientos musulmanes en las
provincias de Yunnan y Kansu llegaron a la rebelión abierta entre
1855-1873 contra el debilitado poder del emperador chino. A los mu
sulmanes de estas regiones les preocupaban las grandes concesiones
hechas a lo largo de los siglos a las tradiciones autóctonas, que habían
diluido la naturaleza específica de la creencia musulmana.
Estos movimientos, que se extendieron a lo largo de un dilatado pe
riodo y en circunstancias sociopolíticas y escenarios culturales muy di
ferentes, no podían ser completamente idénticos en sus doctrinas y or
ganización. No obstante, todos ellos constituían una respuesta a la
conciencia, generalizada y creciente entre los musulmanes, de que sus
sociedades y sus valores islámicos habían sido profundamente infiltra
dos por normas no islámicas. Iba implícita en estos movimientos, por
un lado, una critica a la interpretación del islam por parte de los ulemas
pertenecientes a las clases dirigentes religiosas. Por otro lado, el rápido
éxito alcanzado por el sufismo en África y la India, debido a su apertu
ra a otras culturas, fue ahora sometido a crítica a causa de las supersti
ciones y excesos rituales en los que había caído. Lo que más preocu
paba a los líderes de estos movimientos era que las realidades del
presente no se correspondían con el idealizado modelo sociopolítico y
espiritual del pasado. Los investigadores actuales no se ponen de acuer
do en si estos movimientos querían reestablecer literalmente la comu
nidad del Profeta o simplemente aplicar el Corán y la sunna con mayor
rigor a las circunstancias del momento. Todos estos esfuerzos de .reno-..
” vacióÁ empero, compartían una característica común: un énfasis en la
reconstrucción moral de la sociedad de la época, basada en actitudes
activas e incluso militantes, dirigidas a implantar de nuevo una socie
dad imbuida del espíritu del Corán y de la sunna del Profeta. Para este
fin, existía el consenso generalizado de que era necesario volver a exa
minar esas dos fuentes mediante el ichtihad.
Los conceptos de renovación (tachdid) e ichtihad estaban estre
chamente relacionados y se basaban en la tradición según la cual
Allah enviaría a la comunidad, al comienzo de cada siglo, a alguien
que restauraría o renovaría su religión. A lo largo del tiempo, algunos
ulemas han sido identificados como tales renovadores (s. muyaddid)
,-deJa fe o bien ellos mismos han pretendido serlo. Estas pretensiones
' tenían sobre todo un carácter local y muy pocas veces fueron recibí -
5 das con aprobación general. Los renovadores de épocas pasadas in
cluían a al-Shafifi en el siglo n de la hégíra; a al-Ash‘ari en el ni, y al-
257
Gazali en el y. Lo llamativo de los siglos xn/xvni y xin/xix es la con
ciencia casi universal de que existía uña necesidad imperiosa de revi
vificación de la umma, necesidad que se manifestó en estos numero
sos movimientos de renovación. Aparentemente, la umma había
llegado a una crisis de una escala sin precedentes. El cambio de siglo
había dejado de ser el punto de mira exclusivo. En efecto, la crisis fue
tan prolongada como generalizada. Una tradición, recogida en las co
lecciones más importantes, afirma que la mejor generación de mu
sulmanes fue la del Profeta, después la siguiente, a continuación la
que siguió a esta última, y así sucesivamente. En otra tradición, el
Profeta predijo que en las generaciones posteriores a las de sus Com
pañeros y Sucesores, la comunidad sería invadida por la falsedad. La
corrupción y la decadencia habían sido, pues, objeto de predicción.
Era el momento de renovar el espíritu que había prevalecido durante
la mejor de todas las generaciones. Pero ¿no era demasiado tarde?
..... . VI H • —
Un m a r r o q u í en P a r ís
259
marroquíes; Muhammad al-Safíar se sintió impelido a hacer el. si
guiente comentario sobre el acontecimiento en su relato del viaje;
no sólo se contentan con saber cosas por tradición, sino que estu-
______ dian las raíces de un problema [antes] de sacar sus conclusiones.
Sólo entonces deciden si aceptarlas o rechazarlas... Si un artesano
hace algo [nuevo], su prestigio y reputación aumentan. Entonces el
estado le premia, le alaba y le considera importante. Así sé cultiva
el deseo de progreso entre ellos... Cualquier cosa que escuchan,
ven, inventan o aprenden de otros, la apuntan en registros y la guar
dan para siempre3.
260
tas, incluso si los dos lugares están muy lejos, porque se realiza a tra
vés de la escritura»4.
Siendo él mismo un estudioso ( ‘alim), Muhammad al-Saffar se
dio cuenta de que, en Europa, incluso la forma cristiana tradicional de
abordar el conocimiento había sido desplazada por nuevas actitudes.
Así, explica:
4 Ibidem, p. 200.
0 Ibidem, p. 215.
6 Ibidem, p, 220.
261
respetado, de los sultanes marroquíes. No volvió a dejar constancia
de sus pensamientos sobre los cambios rápidos y profundos que el
mundo musulmán estaba viviendo.
La nueva E u r o pa y el V ie jo M u n d o
263
ejemplo es lá costumbre, tan extendida, de beber café8. En un pri
mer momento, el café se introdujo en Europa durante el siglo xvi,
procedente del sur de Arabia. Durante más de cien años, fue un im
portante artículo de exportación; el azúcar, su acompañante más
común, se importaba a Europa desde Egipto y el norte de África.
Pero a finales del siglo xvm, las pautas comerciales habían sufrido
un cambio profundo: ahora eran los países de Oriente Medio los
que importaban café más barato desde las posesiones coloniales
francesas e inglesas en las Antillas y desde las plantaciones holan
desas en Java; a la par, azúcar más barato, importado también de
las Antillas, se vendía en los mercados de Oriente Medio. Para com
pletar la escena del cambio, los camareros en los cafés de El Cai
ro, Damasco y Marrakech vestían ahora ropa fabricada con tela im
portada manufacturada en Inglaterra con el algodón de Oriente
Medio. Hasta entonces, las mismas prendas habían sido confeccio
nadas con telas egipcias o sirias, fabricadas de forma tradicional.
Poco a poco y con creciente fuerza, los países islámicos de Orien
te Medio y del sur de Asia estaban siendo atraídos a la órbita eco
nómica de una Europa industrializada que iba a la busca de mate
rias primas y nuevos mercados para sus productos.
Gran Bretaña, el mayor rival europeo de Francia y el primer po
der industrial del mundo, no perdió el tiempo en la carrera por extender
su influencia comercial y política en el extranjero. A finales del siglo
xix, su política exterior condujo a la intervención directa en vastos te
rritorios y a su consiguiente control, territorios en los que los musul
manes constituían el total de la población o eran una mayoría signifi
cativa,.y. que se extendían .por Africa Oriental^ Occidental, Egipto y
Sudán, Aden, los hoy denominados Emiratos Árabes Unidos del Gol
fo Pérsico, India y el norte de Borneo y Malasia en el sudeste asiáti
co. Como consecuencia inmediata de la Primera Guerra Mundial, la
rivalidad anglofrancesa aumentó y los dos países se repartieron entre
ellos los restos del difunto Imperio otomano. La Liga de Naciones
(precursora de las Naciones Unidas), fundada y dominada por los paí
ses occidentales que habían salido victoriosos de la guerra contra Ale
mania y su aliado otomano, otorgó a Francia un mandato sobre Siria
y Líbano, y a los ingleses les dio Palestina e Irak.
Gran Bretaña y Francia fueron las naciones más beneficiadas con
este reparto político-económico mundial, especialmente en lo que afec
taba a los territorios musulmanes, si bien otros países europeos, como
8 Un serio, antique entretenido, relato sobre la controversia del café en Oriente Medio
es el de R. Hattox, Coffee and Coffeehouses: The Origins of ù Social beverage in The Me
dieval Near East, Seattle, University of Washington Press. Ì985.
264
- Holanda, Bélgica, Alemania, Italia, España y Portugal, también par
ticiparon activamente. En los albores del siglo xx, los únicos territo
rios islámicos de importancia que habían escapado al dominio políti
co europeo directo eran Turquía (el corazón del viejo Imperio otomano),
Irán, Afganistán, Yemen y las ciudades sagradas de La Meca y Medi
na, en Arabia.
¿Se podía revivificar al mundo islámico sólo mediante los princi
pios de la sharVa o era necesario tomar en préstamo ideas y prácticas
de una Europa moderna y laica? Las normas culturales de estos dos
mundos, ¿eran fundamentalmente opuestas entre sí?, ¿o eran de al
guna manera complementarias? Estas preguntas se las plantearon en
el siglo xix muchos musulmanes que habían comenzado a pensar en
términos no de simple renovación, sino de reforma completa.
L a p u e r t a a b ie r t a a l a r e f o r m a
Hasta la década de los setenta del siglo xix, las opiniones que los
musulmanes tenían de la nueva Europa eran en general positivas.
Desde mediados del siglo xvm, los musulmanes conocedores de Eu
ropa se habían interesado por sus métodos de gobierno y por el arte y
la ciencia de la guerra. Los gobernantes otomanos y mogoles, por
ejemplo, insistieron en la necesidad de conocer las nuevas ciencias y
técnicas militares, para así poder restaurar el poder de sus respectivos
regímenes. En el siglo xix, la curiosidad musulmana por Europa se
amplió para incluir cuestiones que afectaban a ios intereses de todas
las clases sociales y no sólo a la de los gobernantes. Los viajeros que
pusieron por escrito sus experiencias dieron cuenta de aspectos dé la"
cultura europea que no se limitaban a aquellos que eran novedades
para ellos, mostrando especial interés por aquellos asuntos que más
vivamente contrastaban con lo que ellos veían como las causas de la
decadencia imperante en sus sociedades.
Un viajero que precedió a Muhammad al-Saffar en Francia fue el
egipcio Rifasa al-Tahtawi (m. 1873)9. Procedía de una familia de ule-
. .mas y él mismo se había graduado en la universidad-mezquita de al-
';i; Ázhar en El Cairo. En aquella época, al-Azhar era la institución de
■>enseñanza que podía rivalizar con las de La Meca y Medina en el
j - mundo sunní. El gobernante autocràtico de Egipto, Muhammad ‘Ali
9 Los viajes de al-Tahtawi y Muhammad al-Saffar reflejan a menudo las mismas preo
cupaciones (admiración atemperada con críticas) que mostró un viajero que se desplazó a
Europa desde la India antes que ellos. Se trata de Mirza Abu Talib Jan, que viajó por Eu
ropa durante los años 1799-1803 y que dejó sus impresiones de Gran Bretaña en sus Tro
véis in Asia, Africa and Europe, trad. de C. Stewart, Londres, 1814,
(m. 1849), había encargado a al-Tahtawi de los asuntos religiosos re
lativos a un grupo de estudiantes enviado a Francia para que apren
diesen el idioma y una amplia gama de ciencias. Los conocimientos
por ellos adquiridos se aplicarían luego a la traducción de obras eu
ropeas modernas al árabe y al turco, para así mejorar y ampliar la
educación de los oficiales del nuevo ejército de Muhammad A.li. Al-
Tahtawi vivió en París desde 1826 hasta 1831. Aprendió el francés,
leyó en abundancia y tradujo mucho de lo que leyó, tanto para su uso
privado como para uso oficial. De regreso a Egipto, fue nombrado di
rector de la Escuela de Idiomas de Muhammad "Ali, y más tarde
se convirtió en director del departamento de traducción. Sus propias
traducciones incluían volúmenes sobre ciencia militar, historia y geo
grafía, supervisando al mismo tiempo la traducción de numerosos
textos técnicos y no técnicos. Su producción también incluía diversas
e importantes obras originales, entre ellas, el relato de su viaje a Eu
ropa, que se publicó en 1834 y se reimprimió en 1848. Esta obra fue
muy leída fuera de Egipto. Por ejemplo, Muhammad al-Saffar basó
diversos puntos de su propio relato en el de al-Tahtawi.
Aunque admiraba los esfuerzos de Muhammad ‘Ali por reformar
la economía, el ejército y el gobierno de Egipto, al-Tahtawi no dejó
de expresar sus reservas respecto a éste y a otros regímenes islámicos
contemporáneos. El sistema político francés, por el que al-Tahtawi
sentía una franca admiración, basado en una constitución, en la pro
tección de las libertades individuales y el ejercicio de la justicia, con
trastaba tan agudamente con la práctica de su propio gobierno que no
había necesidad de hacer una crítica explícita. Sin embargo, al-Tah
tawi, al igual que Muhammad al-Saffar, se encontraba profundamen-
-te-comprometido con los valores-de. su cultura. Así, señaló que las le
yes francesas no derivaban de los libros divinos y, por tanto, diferían
de.la._shari‘a. Sobre la constitución gala, que él tradujo y comentó
para los lectores árabes cultos, escribió lo siguiente:
i
aunque la mayor parte de .lo que se halla en ella no se encuentra
en el Libro de Dios, ni en la tradición del Profeta (que lá paz sea con
él)... entenderéis cómo su razón les condujo a reconocer que la justi
cia y la equidad son requisitos necesarios para la salud y el bienestar
de los estados y de los pueblos; y cómo los gobernantes y goberna
dos siguieron estas leyes, que hicieron posible que sus países prospe
rasen, sus conocimientos aumentasen, sus dominios se expandiesen y
sus corazones estuviesen en paz10.
tawi, A. Hourani, Arabic Thought in the Liberal Age, 1798-1939, Londres, Royal Institute
of International Affairs/Oxford University .Press, .1962, págs. 69-83. :
11 Citado en Hourani, Arabic Thought, cit., p. 88. El subrayado es mío.
267
fendieron, pues, la civilización moderna, aunque en términos del islam
tradicional. La adopción de los aspectos beneficiosos de la cultura eu
ropea sólo debía realizarse dentro del marco de la shari ‘a, la cual, en
su opinión, constituía la base de la incuestionable superioridad reli
giosa y moral del islam sobre Europa.
Una de las mejoras que había que llevar a cabo en la sociedad mu
sulmana y por la que abogaron con energía tanto al-Tahtawi como Jair
al-Din fue introducir cambios en la instrucción de los ulemas. Tradi
cionalmente, los ulemas habían sido consejeros de los gobernantes y
éstos deberían respetarles y honrarles de nuevo. Pero, al mismo tiem
po, los ulemas tenían que comprender lo que era el mundo moderno y
cómo funcionaba, para así poder reinterpretar la ley de modo que se
pudiese hacer frente a los nuevos tiempos. En consecuencia, debían
estudiar las ciencias modernas. Además, se debía otorgar a los laicos
especialistas en dichas ciencias, tales como ingenieros y doctores, la
misma posición de la que gozaban los ulemas, para que de este modo
el gobierno pudiera beneficiarse de sus conocimientos. Esto suponía
un cambio radical respecto al concepto tradicional de conocimiento y
al papel de los ulemas, y explicaba cómo había surgido un pequeño,
aunque creciente, grupo de especialistas laicos en la sociedad islámi
ca. Los ulemas ya no podían seguir siendo los únicos guardianes de
una tradición inmóvil, ni especialistas que se limitaban a aprender lo
ya conocido y a transmitir ese conjunto de conocimientos a sus discí
pulos. Por el contrario, el conocimiento era acumulativo y el punto de
partida para el sabio (‘alim) moderno tenía que ser cómo podía añadir
conocimientos nuevos o modificar los antiguos a partir de las investi
gaciones propias y ajenas. ______ _
Finalmente, parecía claro que no sería posible una sociedad justa :';
sin la participación activa de una ciudadanía educada desde el punto de
“vista "político y consciente de sus libertades y sus responsabilidades. A - ...-;::
los observadores musulmanes les impresionaba el número y la variedad
de organizaciones voluntarias y no gubernamentales que contribuían al
bienestar general en Europa. Esas organizaciones incluían hospitales,
instituciones benéficas y asociaciones culturales como museos y bi
bliotecas. Las instituciones de características similares en. las socieda
des musulmanas se encontraban en total desorden y decadencia. En
otras palabras, la sociedad europea aparecía ante estos observadores
como una unidad orgánica en la que el gobierno y el pueblo se apoya
ban mutuamente, y esto era otro ingrediente que echaban en falta en sus
propias sociedades.
Opiniones como las que acabamos de mencionar, especialmente el
contraste que sus autores establecían entre Europa y las sociedades
musulmanas en las que ellos vivían, se generalizaron en las décadas
que siguieron a la primera edición del popular relato.de viajes de ^
268
Tahtawi. Hacia 1870, la aparición de los primeros periódicos (aunque
éstos no eran los órganos de expresión de circulación masiva que lle
garían a ser en fechas posteriores), ayudaría a divulgar un mayor co
nocimiento sobre Occidente, transmitido por escritores familiarizados
con la literatura europea y versados en las ideas y el progreso del Vie
jo Continente. Aun así, seguía siendo cierto que, en el punto en el que
estaba este encuentro entre musulmanes y europeos, los primeros se
guían viendo a los segundos como cristianos, y que la naturaleza pro
fundamente laica del cambio que se había producido en las sociedades
europeas todavía no había sido completamente asimilada o apreciada.
Se decía que los cristianos simplemente habían perdido el fervor por
su fe y estaban seducidos por los atractivos del éxito material.
Para los musulmanes aún comprometidos con su fe y su tradición,
la reforma de todas las esferas de la vida cotidiana era una cuestión de
máxima urgencia. El medio siglo entre 1880 y 1930 fue el periodo en
el que se realizaron los intentos más significativos en pro de esa refor
ma. Durante la misma etapa, no obstante, las transformaciones sufridas
por gran parte de la umma a manos de las fuerzas del imperialismo eu
ropeo, que se extendía por el planeta, pusieron grandes trabas a esos in
tentos de reforma (islah). Además, en la otrora generalizada visión po
sitiva de Occidente, se fueron entremezclando expresiones de crítica,
consecuencia clara de haberse experimentado de manera directa el po
der y el dominio europeos en gran parte del mundo islámico.
La l u c h a po r la refo rm a
269
ma muy marcada. El dominio de Egipto dio a Gran Bretaña control so
bre el recién terminado Canal de Suez, que facilitaba el acceso desde el
Mar Mediterráneo al Mar Rojo, y por ende hacia oriente en dirección a
la India, «la joya de la corona» de las posesiones británicas de ultramar.
Egipto y la India también fueron importantes en este periodo por otra
razón. De estos dos países surgirían dos de las figuras más sobresa
lientes del movimiento reformista musulmán moderno. Se trata del
egipcio Muhammad ‘Abdu (m. 1905) y del indio Sayyid Ahmad Jan
(m. 1898). Las suyas no fueron las únicas voces que llamaron a la re
forma, pero fueron las que ejercieron mayor influencia, tanto por los
discípulos que tuvieron, como porque sus posturas sirvieron de punto
de partida para que otros formulasen opiniones distintas y más críticas.
En la experiencia de al-Tahtawi y de Muhammad al-Saffar, a los
que se puede considerar representativos de muchos otros ulemas de su
generación, la idea moderna .de la «nación-Estado» era un concepto
foráneo. De hecho, su origen era europeo. Cada uno de estos hombres,
naturalmente, se sentía profundamente unido a su familia y a la ciudad
que los había visto nacer. Ambos sentían lealtad hacia los gobernantes
de sus respectivos regímenes, trabajando como lo hicieron para los je-
dives de Egipto y los sultanes de Marruecos respectivamente.
Pero más allá de esto, su fidelidad y su sentimiento de pertenencia
eran para con la comunidad universal de los musulmanes, la umma. Éste
era el mundo por el que había viajado Ibn Battuta, sintiéndolo siempre
como algo familiar y sintiendo, al mismo tiempo, que era aceptado
como perteneciente a él, dondequiera que estuviese y por encima de las
diferencias que .existían entre las distintas culturas musulmanas.
A finales del siglo xix y principios delxx, ese sentimiento de per-
tenencia universal aún sobrevivía, pero estaba seriamente amenazado. __. ..
Al repartirse el mundo de acuerdo a sus propios intereses, los impe
rialistas europeos estaban marcando las fronteras futuras de decenas
de naciones-Estados independientes que, desde el punto de vista te
rritorial, nunca antes habían existido. La experiencia del control eu
ropeo y la lucha por la independencia dieron como resultado la crea
ción de naciones-Estados islámicos que, como proveedores de una
identidad de grupo, se convirtieron en una alternativa a la umma uni
versal. En tanto que foco en el que se concentraba la lealtad, la umma
a ratos competía con la idea de nación-Estado y a veces la comple
mentaba. Algunos musulmanes intentaron mantener viva la idea de
una umma universal, apoyando los sentimientos políticos panislámi-
cos o la idea de un califato otomano como símbolo central de esa leal
tad. Todos estos esfuerzos duraron poco y no prosperaron. Para otros,
los que enfocaron su lealtad hacia la nación-estado, surgía el interro- l
gante de si el aparato estatal debía ser organizado de acuerdo con nor
mas islámicas o normas laicas occidentales. Algunos musulmanes
270
utilizaron como banderas nacionales símbolos y eslóganes religiosos
durante la lucha por independizarse del dominio europeo. Otros
adoptaron el modelo laico europeo e hicieron un llamamiento para re
legar la religión a la conciencia del individuo, negando que fuera im
portante en la vida pública de la nación. El mejor ejemplo de este se
gundo camino fue la República de Turquía, cuyo fundador y primer
presidente, el carismàtico Kemal Ataturk, abolió el califato en 1924,
reemplazó la sharVa por leyes europeas, proscribió a las hermanda
des sufíes y cerró las escuelas religiosas.
En este clima tan radicalmente nuevo de cambio, los reformado
res musulmanes, aunque estaban al tanto de lo que sucedía en otras
regiones de la umma y podían sentir simpatía por algunos de los desa
rrollos que estaban teniendo lugar, respondieron ante todo a los retos
con los que se enfrentaban las comunidades en las que vivían. Ésta es
otra de las razones por las que los reformadores de cualquier región,
aun reconociendo que sus sociedades requerían un rejuvenecimiento
material y moral, expresaron interés más por lo social y lo político
que por cuestiones puramente espirituales.
12 Véase A. Maietto, «Sir Sayyid Ahmad Khan and the Christian challenge», Annali
(Ñapóles), 36 (1976), pp. 85-102.
modelo, elegido conscientemente, era la Universidad de Cambridge en
Inglaterra. Numerosos empleados y miembros del cuerpo docente eran
británicos o procedían de otros países europeos, algunos estudiantes
eran hindúes, y la lengua de enseñanza era el inglés, excepto en religión.
Elevado al rango de universidad en 1920, ésta sería la cantera de donde
salieron muchos de los musulmanes formados según los métodos de en
señanza modernos, hasta la partición de la India y la creación de Pakis
tán en 1947. Sayyid Ahmad Jan también encontró tiempo para crear una
sociedad que traduciría al urdu obras científicas europeas. Al mismo
tiempo, sus publicaciones más importantes incluían un comentario par
cial de la Biblia, una colección de ensayos sobre la vida del Profeta y un
comentario del Corán. En 1888, el gobierno británico le impuso el títu
lo de «Sir» en reconocimiento a su labor y a su trayectoria vital.
Sayyid Ahmad Jan fue el reformador más radical de su genera
ción, tanto en la India como en el extranjero. Las circunstancias exi
gían soluciones radicales. Los musulmanes habían perdido su posi
ción dominante en la India y la desmoralización era completa. Además,
se enfrentaban a una administración imperial británica que tendía a
favorecer a la mayoría hindú. Para empeorar este estado de cosas, los
musulmanes carecían de un liderazgo religioso eficaz que les ayuda
se a adaptarse y a hacer frente a las exigencias de la modernidad y de
Occidente. Sayyid Ahmad Jan, con la ayuda de unos pocos colegas de
mentalidad similar, intentó llenar este vacío.
Su obra en el campo de la educación fue el lado práctico de una ca
rrera larga y distinguida. Esa obra reflejaba también las dificultades y los
peligros inherentes al proceso de cambio, que otros reformadores tam
bién experimentarían. A los estudiantes de Aligarh, por ejemplo, se les
enséñabá humanidades y ciencias de acuerdo con el plan de estudios bri
tánico, formación encaminada sobre todo a suministrar funcionarios al
gobierno angloindio. Su educación religiosa obligatoria, ,por otro lado,,
era llevada a cabo en la manera tradicional, debido en parte a que los ule-
mas se resistían tenazmente a aceptar las ideas religiosas del fundador.
Los licenciados de Aligarh, por tanto, habían estado expuestos'a dos tra
diciones educativas no integradas ni relacionadas entre sí. Los críticos ta
charían a los licenciados superficialmente occidentalizados de esta insti
tución de ser «amantes de lo occidental» (garb zada). Un investigador ha
comentado que, por lo que se refiere al sueño de Sayyid Ahmad Jan de
«volver a fertilizar el pensamiento islámico y crear una nueva ciencia de
la teología que fuese cargada con un mensaje islámico nuevo y lleno
de posibilidades, Aligarh estaba destinada al fracaso desde el principio»13.
' 13 F. Rahman, Islam and Modernity, Chicago, University of Chicago Press, 1982Cp.
74. Menos crítico con el programa educativo de Sayyid Ahmad Jan es el análisis de A. Ah-
272
No obstante, sí contribuyó a crear un liderazgo joven que respaldó el se
paratismo politico de los musulmanes en el subcontinente, oponiéndose
al cada vez más agresivo Congreso Nacional Indio fundado en 1885 y
dominado por hindúes.
La labor intelectual de Sayyid Ahmad Jan puede ser examinada
con independencia del éxito o fracaso del experimento en Aligarh. Su
nueva «ciencia de la teología» se inspiró en la obra de Shah Wali
Allah, aunque le dio una forma más racional. Su pensamiento era aún
más radical que el de los primeros mu‘tazilíes, en quienes también se
inspiró. En una conferencia sobre el islam, afirmó la necesidad de
«una teología moderna [ ‘ilm al-kalam], por medio de la cual o bien
se demostrase que los principios de las ciencias modernas están equi
vocados o son dudosos, o bien se lograse armonizarlos con las doc
trinas del islam»14. Su argumentación èra que la pérdida de aprecio
por la religión, causada por la competitividad con los métodos y des
cubrimientos de la ciencia, no se debía a un fallo inherente a la reli
gión, sino que era el producto de errores de comprensión e interpre
tación con los que los ulemas la habían anquilosado a lo largo de los
siglos. Haciendo uso de métodos propios en la exégesis coránica,
Sayyid Ahmad Jan afirmó que demostraría la verdad del islam por
medio de un único criterio, a saber, si «correspondía o no al carácter
natural del hombre o a la naturaleza. Si así fuera... esa corresponden
cia sería una clara señal de que esta religión ha sido enviada por la
persona que ha creado al género humano»15.
Esta argumentación postulaba que el universo y las leyes natura
les que lo gobiernan eran creados, que su creador era Allah y que
Allah también creó las leyes de la revelación, sus mandamientos y
prohibiciones, como guía imprescindible para las sociedades'enrías-
que el hombre debe vivir. De tanto en tanto, a lo largo de la historia,
-han aparecido individuos con un don especial que han sido capaces
de intuir esas leyes. Se trata de los profetas. Muhammad fue uno de
estos profetas. Las leyes contenidas en el Corán para beneficio de la
sociedad humana corresponden a las leyes de la naturaleza estableci
das por Dios para el gobierno del universo. Por medio del instinto na
tural, aunque muy desarrollado, del profeta, éste puede intuir y reve
lar a la humanidad los principios de la ley divina, del mismo modo
que se descubren las leyes de la naturaleza a través de un proceso ra~
mad, Islamic Modernism in India and Pakistan, 1857-1964, Londres, Oxford University
Press/Roval Institute of International Affairs, 1967, cap. 2.
14 Un extracto de esta conferencia es reproducido en la antología editada por J. Do-
nohue y J. Esposito, Islam in Transition: Muslim Perspectives, Oxford, Oxford University
p ’fess, 1982, p. 42.
15 Ibidem.
273
cional de investigación científica. Por tanto, no existe contradicción
entre la palabra de Allah y su.-obra: la revelación y las leyes:deda na
turaleza son idénticas, y el islam es completamente compatible con el
pensamiento científico moderno.
Un corolario a esta argumentación era que los milagros menciona
dos en el Corán tenían que ser inteipretados metafóricamente. Al ser in
mutables las leyes de la naturaleza, no pueden ser interrumpidas o ni se
puede hacer que no sigan su curso, de manera que lo sobrenatural que
daba necesariamente excluido. Con todo, no negó la naturaleza mila
grosa del papel profètico de Muhammad, pues insistió en que estaba en
armonía con la razón. Uno de los milagros atribuidos al Profeta en el
hadiz era su viaje nocturno a Jerusalén desde La Meca y su ascensión
al cielo ante la presencia divina. Sayyid Ahmad Jan interpretó esta tra
dición no como una experiencia física o espiritual, sino como un sim
ple sueño. Con idéntico espíritu racional abordó el corpus total de la
tradición profètica, incluyendo las obras de los grandes compiladores
al-Bujari y Muslim. Salvo algunas excepciones, consideraba que esta
segunda fuente del derecho contenía material contrario a la razón y a la
dignidad del Profeta. Proclamó que muchas tradiciones habían sido fa
bricadas por los musulmanes de los primeros siglos por una serie de
motivos, políticos y piadosos, y que esas tradiciones debían ser recha
zadas. Las pocas que eran auténticas y que coincidían con el mensaje
coránico debían, por supuesto, ser conservadas.
Las ideas del reformador indio provocaron un hondo resentimiento
entre los ulemas más conservadores de su comunidad, que rechazaron
su ataque contra las tradiciones y su racionalización del Corán. Estas
dos posturas parecían limitar seriamente el alcance y aplicación de la
sharVa, ya que, de acuerdo a Sayyid AhmadJan, el código moral y le
gal de la sociedad debe estar basado en la ley natural. La influencia del
economista político escocés Adam Smith era clara. Utilizando la ley de
la oferta y la demanda de Smith, argumentó que como las disciplinas
tradicionales del hadiz y la jurisprudencia (fiqh) habían perdido su va
lidez, estaban destinadas a ser reemplazadas por la ciencia y la educa
ción modernas. El recelo que le producía el sentimiento panislámico y
su continuada lealtad al poder británico en la India, en un momento en
que los hindúes comenzaban a presionar por la independencia, habrían
ayudado a socavar aún más la autoridad de Sayyid Ahmad Jan.
No obstante, no cabe duda de que estableció las líneas principales
de la reforma del pensamiento islámico y encauzó su curso por aguas
desconocidas. Condujo su exégesis racional del Libro y su cuestiona-
miento crítico de la autenticidad de las tradiciones siguiendo el espí
ritu liberal del principio del ichtihad, insistiendo en que cualquier
musulmán tenía derecho a ejercer ese principio, porque no era pre
rrogativa sólo dé los ulemas. Su objetivo-era permanecer fiel- a lpsj
274
principios inmutables de las enseñanzas islámicas, encamadas en el
Corán y que no iban en contra de la razón, pero reconociendo ¿1 mis
mo tiempo que las normas y las prácticas que gobiernan a la sociedad
cambian de un periodo a otro inevitablemente. Ni sus contemporáneos
ni sus sucesores, fueran partidarios modernistas u oponentes conser
vadores, podían ignorar el movimiento Aligarh que Sayyid Ahmad
Jan inició. Sin embargo, con su limitada base organizativa y su teolo
gía sumamente especulativa, el movimiento Aligarh tuvo una in
fluencia limitada necesariamente a los intereses de la clase alta y me
dia-alta urbana musulmanas. Las preocupaciones religiosas de la gran
mayoría de la comunidad permanecieron bajo el cuidado del lideraz
go religioso tradicional.
275
h¡asta que éstas alteran lo que.Hay en:sus interiores (13:11) casi como,
un lema del movimiento reformador. Al mismo tiempo, fue un lucha
dor activo contra el imperialismo europeo e hizo hincapié en la necesi
dad de que los musulmanes afirmasen su identidad y solidaridad. Por
todo esto, acusó a Sayyid Ahmad Jan de traición y de venderse a los
británicos, de quienes dijo que estaban encantados con sus doctrinas,
en las que veían «un medio para borrar la religión islámica del territo
rio indio»18.
La influencia de al-Afgani y la crisis política en Egipto a princi
pios de 1880 hicieron que ‘Abdu se pusiera del lado de los grupos que
se oponían al gobierno autocrático de los jedives y a los británicos y
franceses que lo apoyaban. Cuando Gran Bretaña ocupó Egipto en
1882, ‘Abdu fue arrestado, encarcelado y finalmente exiliado.
Residió un tiempo en París junto con al-Afgani, donde publicó un
periódico reformista; más tarde fue a Beirut, donde enseñó y, por últi
mo, en 1888 se le permitió volver a su tierra. A estas alturas, había
aceptado la realidad política y militar de la ocupación británica. Hasta
su muerte en 1905 ocuparía diversos puestos importantes, entre ellos el
de gran muftí de Egipto, que hizo que tuviera una participación muy di
recta y activa en las reformas de la ley, de los tribunales y de al-Azhar.
Tanto en sus escritos como en sus cargos oficiales, ‘Abdu abordó
los problemas de la decadencia interna de su sociedad y la necesidad
de una reforma. Al igual que Sayyid Ahmad Jan, pensó en términos de
una comunidad «nacional» de musulmanes, con la diferencia de que
en la India los musulmanes eran una minoría que podía verse amena
zada, mientras que en Egipto no lo eran. En el fondo, ambos intenta
ban dar una respuesta a la misma pregunta: ¿era posible vivir en el
mundo moderno y al mismo tiempo continuar siendo un musulmán?
En cierto modo, sus respuestas también fueron similares. Para los dos,
el islam era la-religión-de la razón y de la naturaleza humana, Al tra
tar el problema de cómo adquirir el conocimiento religioso, ‘Abdu pi
dió «un retomo a sus primeras fuentes, que debían ser pesadas en la
balanza de la razón humana... para así comprobar que, vistá desde esta
óptica, la religión aparece como amiga de la ciencia»19. ■
Por otro lado, Muhammad ‘Abdu, teniendo en cuenta el ambiente
del que procedía, su educación y las circunstancias especiales de
Egipto, era quizá más sensible que Sayyid Ahmad Jan a los proble
mas prácticos y a los peligros que existían en el intento por crear una
sociedad dualista, es decir, basada, por un lado, en valores derivados
de la revelación y, por otro, en la razón y en el espíritu utilitarista. El
20 D. Reid,' Cairo University and the Making of Modern Egypt, Cambridge, Cambrid
ge University Press, 1990, p. IS.
277
I
2! Traducido por I. Musa‘ad y K. Craig, como The Theology o f Unity Londres, Geor
ge Allen & Unwin, 1966.
22 Ibidem; p. 3Í. El subrayado es mío. ' , „
278 # :S*’
evidencia más clara de que no es de origen humano?23». El Libro y la
próféclá se confirmaban así el uno al otro.
Kn cuanto a la disciplina de la exégesis coránica, los reformistas
como Abdu mantuvieron que, aunque había ciertos versículos del
Corán cuyo misterio no podía ser desvelado (por ejemplo: la natura
leza verdadera de los atributos divinos y de la vida eterna), era posi
ble leer y meditar sobre el contenido del Libro con la misma claridad
con que lo hicieron las primeras generaciones de musulmanes. Así, el
lector moderno podía derivar del Libro el mismo contenido moral y
la misma inspiración que la obtenida por los primeros musulmanes,
antes de que las rivalidades teológicas y jurídicas inyectaran el vene
no del faccionalismo en la comunidad,
Abdu, al igual que otros reformadores, incluyendo a Sayyid Ah-
mad Jan, consideraba que la sunna era un instrumento explicativo que
hacía más claro el contenido del Libro. Esto parece haber significado
en el caso de Abdu que éste no aceptaba la sunna en su conjunto como
segunda fuente del derecho (fiqh), sino únicamente para los dogmas de
la fe y las formas del culto24. Por otro lado, pensaba que sólo una pe
queña parte del hadiz era auténtica, aunque reconocía que muchas de
las tradiciones inventadas podían haber captado verdaderamente el es
píritu del Profeta. En otras palabras, el Corán y la sunna auténtica fija
ban reglas precisas para el culto ( ‘ibadat) e incluían otras cuestiones
importantes del dogma, como la creencia en los Profetas que Allah ha
bía enviado con anterioridad a Muhammad y la creencia en la vida eter
na. Por lo que se refería a las relaciones sociales (mu‘amaiat), empero,
estas fuentes sólo trataban principios generales, dejando campo libre
para que los individuos aplicasen el criterio humano (ichtihad), con
forme las circunstancias de la sociedad cambiaban. Debidoa su limita
da aceptación de la sunna, los salafíes afirmaban que el islam podía re
ducirse al Corán. Pero al mismo tiempo, insistían en las dimensiones
sociales, políticas y éticas, en otras palabras, en las dimensiones cultu
rales del islam en su sentido amplio, en las que la sunna y el ejemplo
dado por los «antepasados piadosos» proporcionaban una guía si no es
trictamente canónica, sí valiosa. Los reformadores intentaron conscien
temente evitar el peligro de reducir el islam a tan sólo una serie de ri
tuales y unas pocas creencias metafísicas.
23 Ibidem, p. 119. En otro lugar, p. 79, afirma: «El milagro revelatorio no puede ser
considerado desde el punto de vista racional como algo imposible. No se puede probar la
imposibilidad de que se pueda contravenir el modelo natural y familiar de las cosas».
24 G. H. A. Juynboll, The Authenticity of the Tradition Literature, Leiden, E. J. Brill,
1969, p. 32. Véase también Abdu, Theology of Unity, cit., p. 156, así como el completo es
tudio sobre el movimiento de reforma llevado a cabo por Ali Merad en la Encyclopaedia of
Islam, 2.a ed., Leiden, É. J. Brill, 1965, s. v. islah.
279
Las dos fuentes, el Corán y la sunna, estaban unidas a una terce
ra. Los «antepasados piadosos» eran los musulmanes de la primitiva
comunidad que, en algunos casos, podían haber conocido al Profeta,
o quizás a alguno de sus Compañeros, o a sus Sucesores y a los Su
cesores de éstos. El concepto era elástico. Algunos reformadores in
cluían en el término al-salaf al-salih a las tres primeras generaciones
de musulmanes; para otros, cubría el periodo que se extendía hasta la
mitad del siglo m/ix. Lo que ‘Abdu quería transmitir era la referencia
a aquellos que habían vivido conforme a la herencia espiritual del
Profeta y la habían preservado con fidelidad para generaciones futu
ras. Más importante en el pensamiento de ‘Abdu es la certeza que te
nía de que, si la influencia de la guía y piedad de esas generaciones
se desvanecía, ello traería graves consecuencias para la comunidad. A
este respecto, escribió:
280
era, por un lado, una ludia contra la .adhesión servil (taqlid), en par
ticular a la autoridad de las cuatro escuelas jurídicas. De este modo,
siempre de acuerdo con ‘Abdu, se emulaba fielmente al Profeta,
quien, en su predicación «no salió en defensa de los esclavos del há
bito y los tradicionalistas, pues les invitó a que se liberasen y se des
hiciesen de sus cadenas, que les mantenían apartados de la acción y
la esperanza»26. Por otro lado, los reformadores buscaron rescatar a
sus sociedades del sentimiento de alienación abotargante que les pro
ducía el mundo moderno e infundir en los individuos un compromi
so con la auténtica tradición moral y cultural de la comunidad, refle
jada y conservada en el ejemplo de las primeras generaciones.
Para estos reformadores, el mundo moderno claramente significa
ba la experiencia concreta que el impacto múltiple (político, econó
mico, intelectual y moral) del imperialismo había provocado en su
comunidad. Cualesquiera que fueran los beneficios que los gober
nantes extranjeros habían traído a sus dominios (y en Egipto, por
ejemplo, éstos eran principalmente reformas financieras y mejoras en
la economía), el control de esos gobernantes era absoluto, incluso
despótico. Esto impidió resolver el problema fundamental de la au
sencia de una relación moral entre gobernantes y gobernados. El im
perialismo, bueno o malo, siempre era una relación entre el poder, por
un lado, y la ausencia de poder, por otro lado; cuando el poder esta
ba totalmente en manos extranjeras, el sentido de impotencia entre
los dominados era aún más degradante. Los musulmanes que visita
ban las capitales de Europa durante el apogeo de esta era imperialis
ta se asombraron del doble criterio observado por estos centros de la
. civilización moderna: libertad e independencia para los ciudadanos
de los poderes coloniales tanto en su patria como en el extranjero, y
negación de esos mismos principios a los pueblos que dominaban.
Por todo esto, los reformistas fueron tan lejos como pudieron al
enfrentarse tanto al reto colonial como a los problemas del rejuvene
cimiento de sus sociedades. Las reacciones a los proyectos de cam
bio de estos reformistas entre sus propios discípulos y otros grupos de
ulemas fueron, como era de esperar, de diversa índole. El sirio Ras-
hid Rida se convirtió en colaborador cercano de ‘Abdu. Juntos publi
caron la revista al-Manar, el más importante vehículo de sus ideas re
formistas, que Rida continuaría hasta su muerte en 1935. En la India,
el poeta-filósofo Muhammad Iqbal (m. 1938) continuó la tradición
reformista de Sayyid Ahmad Jan. En especial, compartió la inquietud
dis su predecesor por el problema de una armonía entre musulmanes
ye‘hindúes que fuera genuina y duradera, y llegó finalmente a la con-
Ibidem, p. 115.
281
alusión de que la identidad musulmana sólo se podría conservar en
una región o estado separado.
Otros escritores adoptaron una postura meramente apologética, ha
biendo sido preparado este terreno, sin quererlo, por los argumentos de
líderes reformistas como Muhaxnmad ‘Abdu y Sayyid Ahmad Jan. Los
apologistas declararon que el islam estaba en absoluta conformidad con
la civilización moderna, de manera que el islam simplemente se disol
vió en el pensamiento moderno. Esto era todo lo contrario de la afirma
ción de Abdu de que la verdadera civilización estaba en conformidad
con el islam. Pero tanto, los reformistas como los apologistas musulma
nes utilizaran ciertos conceptos tradicionales del pensamiento islámico,
identificándolos con las ideas dominantes de la Europa de entonces: por
ejemplo, la shitra, la práctica de que el gobernante consultase a sus con
sejeros, se convirtió en democracia parlamentaria; ichma el consenso
entre los juristas, se transformó en opinión pública; y bailat el acto de
adhesión al nuevo califa hecho por los notables de la sociedad, pasó a
convertirse en sinónimo del derecho universal de sufragio.
En el otro extremo del espectro, algunos autores establecieron ine
quívocamente una separación total entre las normas de la religión y
las normas que gobiernan las sociedades. También se escuchaban al
gunas voces que insistían en la superioridad moral y material de Eu
ropa sobre la cultura islámica contemporánea. Esto daba una idea de
lo lejos que la reflexión (aun cuando siempre dentro de círculos re
ducidos) había llegado en las pocas décadas transcurridas desde los
viajes a Europa de al-Tahtawi y de Muhammad al-Saffar.
En opinión de muchos ulemas conservadores, empero, los refor
mistas se entregaban a innovaciones manifiestas (bid‘a) y su influen-
_ ciá traería consigo inevitablemente anarquía" a la comunidad,-al hacer
demasiadas concesiones al pensamiento e instituciones occidentales
modernos. Su reacción se basaba en el deseo orgulloso de proteger-
una rica tradición, de más de mil años de antigüedad, que ellos con
sideraban divina y completa. La sospecha y el desacuerdo existente
entre los conservadores y sus adversarios reformistas eran profundos.
Estos últimos, buscando liberarse de la imitación servil (taqlid) de un
pasado corrupto, acusaron a sus oponentes de estar fuera de contacto
con el mundo moderno. Los ulemas conservadores respondieron a la
defensiva, considerando al taqlid como una obligación religiosa que de
fendía una tradición divina e inmutable.
La problemática que los partidarios de la reforma plantearon, re
lativa al desafío que para el pensamiento religioso suponían las cir
cunstancias modernas, les hizo vulnerables a la acusación de que su
práctica del ichtihad equivalía al libre pensamiento irresponsable y li
bertino, conducta cuya consecuencia sería la de hacer desaparecer la
voluntad de Allah de cada aspecto de la vida cotidiana, con excepción
del ritual. En su planteamiento, los reformistas establecieron una dis
tinción más rotunda entré lá sharVa y el fiqh que la establecida por
los juristas clásicos. Éstos habían entendido la sharVa como la vo
luntad inmutable de Allah, que abarcaba y comprendía todo el dere
cho. El fiqh, para ellos, era la comprensión de las reglas por medio de
las cuales era posible derivar la ley de las fuentes sagradas (el Corán
y la sunna del Profeta), incluyendo, especialmente, los detalles de su
aplicación. El corpus jurídico (fiqh) así derivado por los alfaquíes de
las grandes escuelas clásicas era considerado también sacrosanto. Los
reformistas, sin embargo, creían que la shari(a incluía sólo los man
datos y prohibiciones categóricos del Corán, así como el corpus, mu
cho más pequeño aunque auténtico, de la sunna, poseyendo ambos
validez eterna, mientras que el fiqh era la comprensión humana de las
fuentes sagradas en un tiempo y un lugar determinados, y estaba, por
tanto, sujeto legítimamente al cambio.
El abismo existente entre las opiniones de los conservadores y los
reformistas siempre iba a ser difícil de superar. Los conservadores no
admitirían nunca que el derecho podía ser el reflejo de la sociedad,
pues, para ellos, lo contrario era cierto: el derecho suministraba las
normas a las que la sociedad debía adaptarse. ‘Abdu había reconocido
que las generaciones futuras volverían a interpretar el derecho (fiqh)
por medio del ichtihad en función de las siempre cambiantes circuns
tancias de la sociedad. También reconoció, como antes lo había hecho
al-Tahtawi, que la noción de persona culta (‘alim) debía ampliarse
para incluir a otros, además de a los educados en las ciencias religio
sas tradicionales. El conocimiento moderno, que iba más allá de lo que
alcanzaba la competencia de los ulemas, era esencial para cubrir las
necesidades de los tiempos modernos-Surgió así un segundopunto de—
fricción con los conservadores, quienes mantenían que sólo los ulemas
poseían la formación necesaria para hacer uso del ichtihad-, — — -
284
seguro allí donde sus comunidades eran mayoristarias. Muchos mu
sulmanes, conservadores y reformistas, habían rechazado las manio
bras encaminadas a la creación de un estado musulmán separado, por
el que la Liga Musulmana (fundada en 1906) había abogado desde
1940. Abu 1-Kalam Azad (m.1958) había entrado en contacto con las
ideas reformistas salaires mientras viajaba y estudiaba en tierras ára
bes. Esta influencia le empujó a denunciar el nacionalismo separatis
ta basado en el islam. Afirmaba, en efecto, haber encontrado un pre
cedente en la vida del Profeta para su cooperación con el Congreso
Nacional Indio y para apoyar un programa de nacionalismo hindú y
musulmán integrado. La comunidad que el Profeta había establecido
en Medina desde el año 622 hasta su muerte una década más tarde ha
bía englobado tanto a musulmanes como a no musulmanes. Además,
añadía Azad, la fe esencial de todas las religiones es la misma, aunque
cada comunidad esté guiada por una ley divina específica. Los musul
manes conservadores, incluidos los profesores más notables del Semi
nario Teológico Deoband y otros ulemas, apoyaron la postura de Azad
favorable a una coexistencia religiosa pluralista en la India. La mayo
ría de los musulmanes, empero, rechazaron la dirección política de su
pensamiento y optaron por la separación, siguiendo el liderazgo de la
Liga Musulmana, inspirado en parte por el pensamiento reformista de
Sayyid Ahmad Jan, aunque también por el de su discípulo más acti
vista, Muhammad Iqbal. Éste se había convencido de que los musul
manes no podían obtener las garantías necesarias de que su comuni
dad estaría protegida dentro de una gran nación india con una población
mayoritaria hindú, por lo que en 1930 se dirigió a la Liga Musulmana
proponiendo la creación de un estado separado. A los partidarios de
esta idea les preocupaba sobre todo asegurar la protección de la mino
ría musulmana de la India y no tanto plantear cómo se debía definir
políticamente un estado musulmán separado: No dejó dé ser irónico
que el líder de la Liga Musulmana y primer presidente de Pakistán
fuera un abogado educado en Occidente, Muhammad ‘Ali Yinnah (m.
1948), miembro de la minoritaria comunidad shi'í hindú. El temor de
los críticos era que la orientación del nuevo estado de Pakistán fuese
más laica que religiosa. En los años que han pasado desde la indepen
dencia de Pakistán, sigue la búsqueda de su identidad a partir de su
raison d'être original.
Finalmente, la retirada de Gran Bretaña y Francia de sus respectivos
mandatos en Palestina y Líbano daría como resultado un estallido in
mediato de violencia en el primero y contribuiría en parte al violento
futuro del segundo. Al lograr el mandato sobre Palestina (1922), el go
bierno británico se había comprometido a apoyar una política de co
lonización que llevaría a cabo un tercer grupo. Los líderes sionistas del
movimiento nacionalista judío buscaron y ganaron el apoyo británico
285
para su plan de establecer un Hogar Nacional Judío en Palestina. Los lí
deres palestinos entendieron que lá política británica significaba la
transformación gradual de su tierra en un estado judío. Esto se iba a lle
var a cabo mediante una inmigración judía, controlada sí, pero ilimi
tada teóricamente, y mediante la adquisición de tierras para los asenta
mientos judíos. No habría instituciones democráticas para los palestinos
hasta que los judíos constituyeran la mayoría de la población. En 1922,
esto significaba que el 90 por 100 de la mayoría palestina, formada por
cristianos y musulmanes (el restante 10 por 100 de la comunidad pales
tina era judía), se convertiría en el futuro en una minoría bajo el poder
de instituciones estatales judías que les eran ajenas. Nunca se consultó
a los palestinos sobre la concepción o formulación de esta política. Tam
poco se les proporcionó un canal legal por medio del cual pudiesen opo
nerse o bloquear los detalles de su puesta en marcha. El estallido de vio
lencia fue el resultado inevitable. Un prolongado levantamiento entre
1936 y 1939 fue brutalmente aplastado por las fuerzas británicas, de
jando a los palestinos sin liderazgo ni medios para continuar la lucha.
Por otro lado, la comunidad judía, que había ido aumentando rápida
mente, seguía manteniendo las ventajas que le daba la protección britá
nica, al tiempo que desarrollaba su propia fuerza militar con la que ha
cer frente a acontecimientos futuros. En 1947, una campaña dirigida por
Estados Unidos obtuvo el acuerdo de las Naciones Unidas para la parti
ción de Palestina en los estados judío y palestino. En 1948, los dirigen
tes judíos declararon el establecimiento del estado de Israel en la parte
de Palestina que les había correspondido. Durante la guerra que siguió,
adquirieron un área considerable de la parte palestina. Durante este pro
ceso, numerosos palestinos se vieron obligados a abandonar sus pueblos
y ciudades, marchando a países vecinos, para así dejar el terreno libre
para nuevos asentamientos judíos. De este modo surgió el problema de
los refugiados palestinos que, a pesar del reciente acuerdo de paz entre
la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) c Israel, aún está
a la espera de una solución definitiva.
Una consecuencia de la guerra de 1948 fue la repentina afluencia
al Líbano de muchos miles de refugiados palestinos, que de la noche
a la mañana aumentaron la población de este diminuto país en un 10
por 100. El Líbano había conseguido la independencia oficialmente
dos años antes; Bajo los términos del Pacto Nacional (1943), nego
ciado por los franceses y los dirigentes políticos libaneses, el parla
mento estaría formado por miembros que representaban a las diver
sas comunidades confesionales (cristiana y musulmana), en función
del tamaño de cada una, establecido por un censo llevado a cabo por
los franceses en 1932. Posteriormente, cundiría la sospecha generali
zada de que el censo había exagerado el tamaño de los grupo;* fqvp- ;
rabies a los franceses dentro de la comunidad cristiana. La prbporóiórí'
286
de Jos miembros (leí parlamento se fijó en seis cristianos por cada cin
co musulmanes; el jefe del estado siempre sería un cristiano maroni-
ta, el primer ministro un musulmán sunní y el portavoz del parla
mento un musulmán shi‘í. El pacto no tuvo en cuenta los futuros
cambios demográficos. Tampoco podía haber previsto el impacto que
tendría la guerra en Palestina de 1948. El Líbano acogió generosa
mente la oleada de refugiados palestinos, sobre todo por considera
ciones humanitarias, pero no se vislumbraba una rápida solución po
lítica a esta presencia. En primer lugar, los palestinos buscaron volver
a sus hogares tras el fin de las hostilidades, intentos abortados uno
tras otro por los sucesivos gobiernos israelíes. Desde el punto de vis
ta libanés, a los palestinos no se les podía absorber como ciudadanos
(por tratarse en su mayoría de musulmanes), ya que de hacerlo ello
alteraría el delicado equilibrio político que existía entre las comuni
dades confesionales. Pero, mientras no se encontrase una solución
global al problema palestino-israelí, la presencia palestina en el Lí
bano era una bomba de relojería a punto de explotar. Lo hizo en 1975,
con el inicio de la prolongada guerra civil libanesa que duró dieciséis
años. Israel contribuyó al conflicto, al apoyar a la comunidad cristia
na maronita y al invadir el Líbano en 1978 y en 1982.
De las crisis políticas mencionadas, el problema palestino tuvo es
pecial resonancia entre los musulmanes, independientemente de sus
opiniones, más allá de los santuarios de Jerusalén, ciudad que las tres fes
monoteístas consideran sagrada. De acuerdo con la tradición, Jerusalén
fue el lugar de destino del Profeta en su viaje nocturno desde La Meca
en compañía del ángel Gabriel, pues desde allí habría ascendido al cie
lo ante la presencia de Allah. Para los musulmanes más comprometidos
políticamente, la creación déf Estadó"dé”Israel ríó“era"más~que el re
cuerdo perdurable de las injusticias de la era imperialista y también un
símbolo de la prolongada debilidad dejas sociedades musulmanas.- ----
■■ ’ 21 Para un amplio estudio de esta materia, véase L Esposito, Women iirMuslim Family ■■
Law, Syracuse, Syracuse University Press, 1982.
287
.>
:■i •: lativó a la familia era una de las partes de la sharVa que había resul
tado menos afectada por la adopción generalizada, durante la segun
da mitad del siglo xxx, de los códigos jurídicos europeos en lo que
respecta al derecho civil y criminal.
Nuevamente fue en Egipto y la India donde se dieron los prime
ros pasos en este sentido durante los años veinte y treinta del siglo xx,
y las reformas del derecho de familia que se llevaron a cabo allí in
fluyeron en otros países musulmanes a los que se extendieron dichas
reformas. ‘Abdu había afirmado que el Corán permitía la poligamia
sólo como un medio para brindar protección legal a las viudas y huér
fanos en las condiciones que habían predominado en la época del
Profeta. Juntando dos aleyas separadas, afirmó que el verdadero ob
jetivo del Libro era la monogamia, dado que en la práctica es impo
sible cumplir con la condición indispensable (4:129) para que la po
ri-1 ligamia sea lícita, a saber, el trato igualitario e imparcial de cada
esposa (4:3). El discípulo de ‘Abdu, Qasim Amin, fue más lejos. Ata
có la práctica de los matrimonios arreglados y el derecho ilimitado al
m - divorcio por parte del marido, afirmando que eran costumbres socia
les introducidas en el islam con posterioridad a la época del Profeta.
m Debían, por tanto, cambiar de acuerdo con las cambiantes circuns
i-feí- tancias. Aplicó al Corán y al hadiz el principio de que, en ausencia de
m un texto claro sobre estas cuestiones, o tratándose de un texto sus
ceptible de varias interpretaciones, el bienestar de la mujer debía ser
el principal criterio a tener en cuenta.
: L f ;7
La reforma de los tribunales de la sharVa en Egipto se había ini
ciado en 1897. Hacia 1920, se había logrado limitar considerable
mente los matrimonios-de menores, al tiempo que a la mujer.se le.
aceptaban motivos más claros y definidos de divorcio de lo que antes
- había sido la norma. Esos motivos incluían los malos, tratos, el aban
dono y la incapacidad del maridó para mantenerla. Siguiendo el prin
cipio jurídico de selección (tajayur), estas medidas fueron tomadas
de la escuela jurídica malikí, más liberal que las otras en este campo,
para reemplazar las estipulaciones más estrictas de la escuela hanafí,
dominante en Egipto. En estas reformas, además del principio men
cionado, también se empleó un recurso jurídico conocido como «co
sido» (talfiq), consistente en una combinación de opiniones o ele
mentos específicos tomados de distintas escuelas o juristas, y que
también podía incluir préstamos de la práctica jurídica shl‘í.
También se restringió el casi ilimitado derecho del marido a soli
citar el divorcio. En la práctica, esto significó el final efectivo del uso
de la fórmula triple de divorcio que hacía a éste irrevocable (talaq
bid'a), fórmula que los juristas habían considerado tradicionalmente''
como una innovación, aunque ño por ello habían dejado de aceptarla,'
considerándola válida. No se consiguió, en cambio, adoptar unaprác-
288
tica reconocida"por la escuela hanbalí, según la cual la mujer podía
estipular en su contrato de matrimonio que a su marido le estaba
prohibido tomar una segunda esposa.
La propuesta causó una gran controversia y no fue aceptada; más tar
de, en la década de los cincuenta, logró entrar a formar parte de las re
formas del derecho de familia llevadas a cabo por los gobiernos de Si
ria y Jordania, que acababan de conseguir la independencia. Con todo,
la medida más radical contra la poligamia en los nuevos estados secula
rizados fue su abolición completa en Túnez en 1957, donde la nueva ley
fue fundamentada también en el razonamiento de Abdu. Aunque en
Egipto el comienzo había sido prometedor, las reformas mayores tuvie
ron que esperar al periodo que siguió a la independencia en 1952.
En la India, un miembro del conservador Seminario Teológico
Deoband, Mumtaz Ali, tras recibir la influencia de la doctrina de Say-
yid Ahmad Jan, se convirtió en un firme defensor de la educación y de
rechos de las mujeres. Refutó los argumentos tradicionales que afir
maban la superioridad de los hombres sobre las mujeres, asegurando
que éstos se basaban en costumbres patriarcales y en una deliberada
mala interpretación del Libro. Las evidentes diferencias de las muje
res respecto de los hombres no implicaban su inferioridad ni biológi
ca ni mental. En términos similares a los de Abdu y Amin, Ali de
nunció la poligamia, los matrimonios arreglados y los de menores, y
el purda, la reclusión de la esposa en su casa. La presencia británica
en la India había llevado a la interferencia en los asuntos legales indios
ya desde 1772, pero fue a partir de 1862 cuando el derecho y la prác
tica jurídica islámicas fueron modificadas sustancialmente por los có
digos y procedimientos legales ingleses, dando como resultado lo que
se llamaría el «derecho angío-musulmán» (Anglo-Muhammadan law).
Luego, mucho más tarde, en 1929 y 1939, se emprendieron reformas
.7. ' en las áreas del matrimonio y él divorció, limitando los matrimonios
de menores y otorgando a las mujeres derechos de divorcio semejan
tes a los establecidos en Egipto, aunque posiblemente no llegaron a ser
tan extensos cómo los de este último caso. Al igual que en Egipto, em
pero, los musulmanes en la India sólo pudieron seguir adelante con
más reformas en el periodo posterior a la independencia.
Las reformas introducidas en el derecho de familia durante los
. años veinte y treinta del siglo xx las llevaron a cabo regímenes que
. 7 buscaban, ostensiblemente, gobernar utilizando programas y métodos
occidentales. Estaban influidos por las ideas de los reformadores sa-
- lafíes, aunque también por la continua presencia y control político eu-
" ropeos. En la década de los treinta, y muy especialmente durante los
años cuarenta y cincuenta, surgió otra tendencia en el pensamiento
religioso, opuesta a la mayor parte de las posturas de los reformado
res y al modelo de civilización occidental que desafiaba al islam en
289
su propio terreno. En la sección que viene a continuación, se exami
nará esta tendencia a la luz de dos movimientos qüé dieron una res
puesta radical a la crisis del islam y la modernidad. Se trata de los
Hermanos Musulmanes (al-Ijwan al-muslimun), grupo que se originó
en Egipto, y la Asociación Islámica (Yama’at-i Islami), grupo funda
do en la India anterior a la partición y que continuó sus actividades
en el escenario político pakistaní.
La r é p l i c a r a d ic a l
290
dependiente de estas fuentes, y la, afirmación de que sólo éstas, ofre
cen la auténtica expresión de la experiencia islámica^9. A estos movi
mientos se les puede llamar «radicales» en el sentido de que se opo
nen tanto a la pasividad política de los ulemas como a su colaboración
con los gobiernos secularizados establecidos, mostrándose contrarios
también a las excesivas concesiones que, a su parecer, los reformistas
han hecho al pensamiento y la praxis occidentales. Por otro lado,
debe destacarse que a pesar de las características que tienen en co
mún, hay diferencias significativas entre los Hermanos Musulmanes
y la Asociación Islámica, así como entre ellos y otros grupos también
llamados «fundamentalistas» o, mejor dicho, radicales, como los que
operan en Argelia y en la franja de Gaza hasta hace poco ocupada por
Israel. En las páginas que siguen nos ocuparemos de sus opiniones
sobre el estado islámico, que es una preocupación esencial para todos
ellos.
La sociedad de los Hermanos Musulmanes fue fundada por Hasan
al-Banna en 1928, cuando sólo contaba con veintidós años de edad.
Recibió las primeras enseñanzas en la mezquita, influido por su padre
-un profesor y autor de obras religiosas-, además de haber tenido con
tactos muy cercanos y durante mucho tiempo con el sufismo. Com
pletó sus estudios en un centro de enseñanza superior moderna en El
Cairo. Su primer trabajo como profesor de árabe fue en la ciudad de
Isma'ilía, situada en el canal de Suez, donde los Hermanos Musulma
nes se organizaron primero. Siguió impartiendo clases durante otros
veinte años, aunque su pensamiento y energía principales los dedicó a
la sociedad que había fundado. Su vida fue segada violentamente, pro
bablemente por mano de un agente del gobierno, en 194930.....
_E1 movimiento madufo"en el periodo 'de entreguerras-durante la -
larga fase de desorden político y económico internos, y bajo la ame
naza externa del conflicto entre palestinos-y-sionistas, quiene-s-seguían
presionando en pro de su objetivo de establecer un enfado judío pa
trocinado y apoyado por la política del mandato británico. El análisis
que hizo al-Banna de los problemas del Egipto de entonces abarcó
tres áreas. Primero, acusó a los ulemas de al-Azhar, como portavoces
principales del islam sunní, de haber fracasado a la hora de brindar
una guía espiritual genuina a los musulmanes y de no haber sabido
resistir a la penetración de valores foráneos, factores que-contribuye
ron a la decadencia moral y a la creciente fragmentación de la socie
dad egipcia. Segundo, la escena política del país estaba dividida en
29 Véase J. O. Volt, «Renewal and reform in Islamic history: tajdid and islah», en J. Es
posito (ed.), Voices o f Resurgent Islam, Oxford, Oxford University Press, 1983, pp. 32-47.
30 Sobre su historia, organización 'e; ideología, véase JR. Mitchell, The Society o f the
Muslim Brothers, Oxford, Oxford University Press, 1969.
291
facciones, que perseguían sus propios y pequeños intereses, lo que
exacerbaba aún más la desunión nacional y perpetuaba la injusticia
social, la opresión y la explotación de las masas. Aún peor, toda la
clase política dirigente era corrupta. Los líderes políticos eran musul
manes sólo de nombre y en realidad servían a los intereses del poder
imperial extranjero. Gran Bretaña había retenido el control efectivo
del país, incluso tras haber otorgado a Egipto en 1923 su «indepen
dencia» limitada. La importación de modelos occidentales relativos
al gobierno, al derecho y a la educación, que eran ajenos a las normas
islámicas, habían creado un abismo creciente entre los valores de la
clase gobernante y los del pueblo. Por último, en cuanto a Occidente,
que incluía tanto al mundo capitalista como al comunista de enton
ces, la actitud de al-Banna era ambivalente, ya que percibía elemen
tos positivos y negativos en cada uno. El común denominador de los
dos sistemas, empero, era un materialismo que implicaba necesaria
mente degeneración. El imperialismo, cualquiera que fuese su color
(británico, francés, americano o ruso), era visto como una amenaza
directa, al estilo de las cruzadas, de la civilización occidental contra
la civilización musulmana. La amenaza no era meramente física, sino
también espiritual. Como le gustaba decir a al-Banna: «Expulsad al
imperialismo de vuestros corazones y abandonará vuestras tierras»31.
La Asociación Islámica fue fundada en Lahore en 1941 durante
los últimos años del dominio británico en la India. Su fundador, Abu
1-A‘la Mawdudi (m. 1979), habría compartido la repugnancia de su
contemporáneo egipcio por el imperialismo, aunque su preocupación
primordial era asegurar la existencia y continuación de la comunidad
„islámica en un subcontinente.de población anolladoramente hindú.
Mawdudi procedía de una familia muy religiosa que, como la de al-
Banna, había tenido estrechos contactos con el sufismo, ya que su pa
dre era descendiente de los «amigos de Allah» (auliya) de la her
mandad Chishtiyya. Sin embargo, y a diferencia de al-Banna, apenas
recibió educación formal moderna, si bien tenía como el egipcio el
don de una mente curiosa e independiente. En los primeros años de
su vida profesional trabajó como reportero y editor de un periódico,
gracias a lo cual adquirió la disciplina, del escritor y tuvo la posibili
dad de expresar sus opiniones sobre una amplia gama de cuestiones
que preocupaban a los musulmanes. Más tarde, asumió la responsa
bilidad de dirigir el diario Taryuman al-Qur‘an. Éste se convirtió en
el vehículo principal de su campaña para persuadir a los dirigentes
musulmanes indios de que rescatasen a su comunidad del peligro im
plícito en el programa del Congreso Nacional Indio, dominado por
31 Ibidem, p. 230.
los hindúes. Ese programa hacía hincapié en la unidad de la India
como nación y en la necesidad de que el futuro gobierno indepen
diente fuese democrático y laico. Sin embargo, Mawdudi insistió en
que el islam era la antítesis del nacionalismo y que a los musulmanes
les unía solamente su compromiso con la voluntad de Allah, por en
cima de cualquier otro posible vínculo asociativo como la lengua o la
raza. La liberación del dominio extranjero era deseable, pero para los
musulmanes ésta sólo supondría cambiar de amo: los británicos por
los hindúes. Además, afirmó que un estado laico también era un peli
gro para los musulmanes, ya que el islam, en su verdadera esencia,
significaba una política basada en la religión. La separación entre re
ligión y política, característica de un estado secular occidental, resul
taba inconcebible en el islam. En principio, Mawdudi se opuso a la
idea de Pakistán como patria de los musulmanes, propugnada por la
Liga Musulmana bajo Muhammad !Ali Yinnah. Valoró correctamen
te esta propuesta como una simple versión laica musulmana del na
cionalismo, que entrañaba los mismos peligros para el bienestar espi
ritual de la comunidad que las demás ideologías nacionalistas.
La idea que Mawdudi tenía de la nación-Estado occidental coinci
día con la de al-Banna y para ambos el remedio era el mismo: un esta
do islámico. No obstante, sus respectivos movimientos fueron distin
tos, ya que desde el principio se enfrentaron a diferentes problemas. La
Asociación Islámica de Mawdudi era elitista, porque su propósito era
educar a cuadros dirigentes, a un grupo de justos, como los denomina
ba, capaz de reconstruir de arriba abajo la sociedad musulmana en la.
India. Cuando en 1947, la partición de este país fue un fait accompli,
Mawdudi se vio forzado a marcharse a Pakistán. Allí volvió a la arena
"política para que la'constitución de la nación en ciernes estuviera basa
da en sólidos principios islámicos. Casi al mismo tiempo, en Egipto, al-
-Banna también había propuesto un proyecto teórico del nuevo orden is-,
lámico, pero también había iniciado un programa de reforma y acción
que era mucho más populista que el de Mawdudi. Hasta que fue di
suelta en 1954, la sociedad de al-Banna se ocupó de una serie de em
presas comerciales y pequeñas industrias que le ayudaron a consolidar
su reputación como «portavoz de las necesidades y esperanzas del vas
to e inarticulado cuerpo de trabajadores egipcios»32. El amplio progra-
•’■ma de asistencia social de su organización comprendía el establecí-
: miento de instituciones alternativas a las del gobierno en los campos de
la educación, la salud pública y los servicios sociales, que cubrían las
necesidades tanto de las poblaciones rurales como de las urbanas. Ade
más de intentar poner fin a las carencias del pueblo, a las que el go-
32 Véase ibidem, p. 274 y cap, i 0 para Jos detalles sobre su programa de reforma.
293
biemo egipcio no prestaba atención debido a su incompetencia o indi-
ferenciá, el objetivó de su movimiento era dar ejemplo a los demás de
la verdadera moralidad islámica.
La solución propuesta por al-Banna y Mawdudi para corregir la de
bilitada situación de los musulmanes era la creación de un orden o esta
do islámico. No intentaban volver a la sociedad de la Arabia del siglo
vil, sino a los principios islámicos puros tal como ellos los veían. Argu
mentaban que, en la época del Profeta e inmediatamente después, había
existido un orden social que se ajustaba a la voluntad y los mandamien
tos de Allah. Ese modelo debería servir otra vez de inspiración para un
renacimiento musulmán en el siglo xx. Era evidente que el modelo no
era el de la civilización occidental posterior a la Ilustración. En una oca
sión, al-Banna había afirmado con sinceridad que en las enseñanzas del
islam no hay nada equivalente a lo de «dar al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios, sino que.... el César y lo que es del César es
sólo para Dios Todopoderoso»33.
E l E s t a d o is l á m ic o
33 Ibidem, p. 244.
34 Vease C. J. Adams, «Mawdudi and the Islamic State», en Esposito, Re$iirgent Mam,^ '
cit., pp. 99-133. .
35 Ibidem, p. 113.
294
ello implica lo opuesto a la noción laica de división entre la:religión
y el estado. Desde el plinto de vista islámico, el laiciSmó destruye la
trascendencia de todos los valores morales. Incluso uno de los críti
cos más enérgicos de Mawdudi, Fazlur Rahman, describió el Libro
como expresión de «una profunda conciencia de Dios [que] está crea
tiva y orgánicamente relacionada con la fundación de un orden socio-
político ético en el mundo, porque, de acuerdo con el Corán, aquellos
que olvidan a Dios con el tiempo se olvidan de sí mismos (59:19) y
se desintegra su personalidad individual y corporativa»36.
A partir del principio básico de la soberanía de Allah sobre todas
las cosas, surgió un problema: ¿qué papel juega la sunna a la hora de
determinar el contenido de la voluntad divina? Tanto Mawdudi como
los pensadores de los Hermanos Musulmanes parecen haber adoptado
la postura de los reformadores modernos, a saber, que la aceptación
ciega del corpus del hadiz y la imitación acrítica de la tradición de los
juristas no pueden cubrir las necesidades de los musulmanes. En otras
palabras, valoraron al ichtihad por encima del taqlid. Por tanto, la sha-
ri ‘a se podía adaptar y servir a los tiempos modernos37.
Sin embargo, el estado sobre el que Allah ejercería su soberanía
no sería una teocracia, tal como los cristianos entendían este término.
Según el principio coránico (24:55) de que Allah nombró a la huma
nidad como delegado suyo en la tierra, el gobernante humano era no
sólo responsable ante Dios, sino también ante toda la comunidad. El
gobernante que debe actuar de acuerdo a los dictados de la shan ‘a
sólo puede hacerlo con el consentimiento de toda la comunidad. Si no
logra mantener la confianza en su gobierno, puede ser apartado del
cargo. Esto introduce el otro principio fundamental del estado islá
mico: la consulta (shura,- Corán, 42:38) -que garantiza eLcontrol hu
mano de los asuntos de la comunidad, aunque dentro de los límites de
la sharVa. Debe haber consulta a la hora de elegir al jefe del estado,
así como en todas las decisiones adoptadas por el gobierno. Por su
puesto, la sharVa no describe cómo se realiza la consulta, ya que las
instituciones correspondientes deben ser creadas de acuerdo a las cir
cunstancias existentes en el tiempo y el lugar en que esas institucio
nes sean necesarias. Está previsto que el cuerpo consultivo actúe como
representante del pueblo. Al-Banna llamó «contrato social» á la rela-
296
1977), intelectual palestino graduado en al-Azhar, en El Cairo, qué ini
ció su vida profesional como maestro de escuela y juez en el norte de
Palestina, antes de la creación del estado dé Israel. Para las actividades
del partido, al-Nabahani tomó como modelo las etapas de la vida del
Profeta en La Meca y Medina, Sin embargo, lo organizó inspirándose en
la experiencia de los partidos comunistas y otros partidos revoluciona
rios europeos. La denuncia por parte de al-Nabahani de todas las formas
residuales del imperialismo occidental (económico, político y cultural),
como un complot para penetrar y desestabilizar el mundo islámico, y su
condena del espíritu materialista occidental han encontrado eco en los
escritos de otros grupos. Una característica que distingue a su pensa
miento es la descripción detallada que ha realizado de la naturaleza del
estado islámico, sus instituciones y su constitución, cuestiones que otros
grupos siempre han preferido exponer en términos vagos y generales.
Su partido afirma tener representación en todo el mundo árabe, así como
en Turquía, Pakistán, Malasia e Indonesia, e incluso en partes de Euro
pa. No puede actuar libre y legalmente en muchos lugares, dada su opo
sición abierta a todos los regímenes que actualmente gobiernan en el
mundo musulmán. Al igual que en otros grupos radicales, gran parte de
sus miembros son estudiantes de los centros de enseñanzas superiores y
de las universidades, así como licenciados en profesiones modernas, es
pecialmente medicina e ingeniería. Una debilidad de este partido es su
carácter intelectual y su no activismo en proyectos sociales, médicos y
educacionales. Por ello, aunque su fundador era palestino, el Partido no
ha logrado implantarse entre sus. compatriotas de la forma, en que sí lo
consiguieron los Hermanos Musulmanes durante los años de la intifada
en los territorios palestinos ocupados por Israel38. __
Los críticos laicos han rechazado como utópica la pretensión de los
grupos radicales de tener la solución a los problemas contemporáneos
de los musulmanes. Hamid Enáyat lo ha expresado así:
38 Sobre la posición del partido con respecto al problema palestino, véase S. Taji-Farou-
ki, «A case study in contemporary Islam and the Palestine Question: the perspective of the
Hizb al-taHrir al-islami», Studies in Muslim-,}ewish Relations 2 (1993),
39 Modern Islamic Political Thought, Londres, Macmillan Press, 1982, p. 104.
297
té la posibilidad de que una teodernoeracia funcione en la práctica, siem
pre y cuando las propuestas de lös grupos radicales prevean controles ins
titucionales adecuados del poder y del comportamiento del gobernante,
mediante un cuerpo consultivo responsable ante la comunidad. La ideo
logía radical resulta atractiva, porque refleja el sentido de privación y/o
humillación, ya sea real o no, del pueblo. Un tema que aparece en todos
sus programas es la demanda de justicia social y económica en sus so
ciedades como corolario a la liberación de la opresión política. No obs
tante, también es posible que, una vez que los radicales lleguen al poder,
se muestren igualmente incapaces de lograr estos objetivos como lo han
sido los líderes laicos hasta ahora. Los radicales insisten en que buscan
tanto la identidad musulmana auténtica como la modernización, y no so
lamente esta última por sí misma como, según ellos, buscan los partida
rios de la secularización. Sus críticos replican que a los radicales les pre
ocupa la identidad en detrimento de la modernización.
En los años setenta de este siglo, se demostró que la opinión de los
sociólogos occidentales, según la cual la secularización era un proceso
universal e irreversible, era profundamente errónea. De acuerdo con este
razonamiento, el laicismo, como característica esencial de la sociedad
moderna, significaba que la religión no seguiría desempeñando un pa
pel importante en la vida política y cultural de la sociedad. Obviamen
te, esta propuesta, que aún puede ser válida para las sociedades cristia
nas occidentales, tiene menos relevancia para los pueblos que están
experimentando un proceso de rápida modernización, pero que forman
parte de una tradición-religiosa distinta. Esto, por supuesto, era más o
menos lo que los grupos radicales musulmanes habían estado afirman- ~
do desde hacía mucho tiempo, aunque desde una perspectiva intelectual
muy diferente. " .. ...... ...... — —
El diagnóstico que los musulmanes radicales han hecho de las en
fermedades que afligen .a sus sociedades se ha visto respaldado por el
hecho de que las teorías de desarrollo y lös experimentos de moder
nización basados en modelos occidentales que se han intentado llevar
a la práctica en sus países no han tenido éxito. El liberalismo demo
crático del pasado periodo imperialista dio paso en los años sesenta
de este siglo a las doctrinas- socialistas que, a finales de los setenta, fa
llaron de manera tan estrepitosa como las de sus predecesores. Se lie- .:
gó al punto en que el capital político de los dirigentes musulmanes
laicos y modemizadores empezó a agotarse y, como consecuencia, al- .
gunos comenzaron a jugar la «carta islámica». Algunos líderes, de
manera más o menos cínica, empezaron a introducir algunos aspec
tos de la shari ‘a como un gesto público de «islamización» de sus re- ~
gímenes. Esto coincidió a menudo con intentos por transformar su V
imagen pública para parecer musulmanes -devotos y practicantes. Para ; j
Ya‘far al-Numairi, Anuar al-Sadat y Zia ul-Haqq, cuando eran presi- .?
298
dentes de Sudán, Egipto y Pakistán respectivamente, dichos intentos
resultaron vános. El primero fue derrocado, el segundo asesinado y el
tercero murió misteriosamente en un accidente de aviación. A finales
de los años ochenta y principios de los noventa, la percepción mu
sulmana, tanto de los radicales como de los conservadores, del «fra
caso de Occidente»40, en su sentido geográfico más amplio, se acen
tuó como consecuencia de la caída del comunismo en la Europa del
Este y por el estancamiento económico, los crecientes índices de de
sempleo y por la criminalidad y violencia relacionados con la droga
en las ciudades de las sociedades euroamericanas.
Sin embargo, ningún suceso entre los acontecimientos recientes
en el mundo islámico logró capturar tanto la atención mundial como
lo hizo el descenso de un avión en el aeropuerto de Teherán en fe
brero de 1979 de un anciano hombre de religión, que llevaba barba,
iba vestido de negro y se tocaba con turbante.
El caso de Irán
40 Sobre este tema, véase J. O. Voll, «Islamic renewal and the “Failure of the West”»,
en it- T. Antoun y M. E. Hegland (eds.). Religious Resurgence: Contemporary Cases in Is
lam, Christianity and Jndaism, ^S^racuse, Syracuse University Press, 1987.
Pk
299
guiaría a la comunidad hasta su regreso? Durante el gobierno de los
shahs safavíes, que transformaron a Irán en un estado shi‘í, esta cuestión
quedó sin respuesta. Casi siempre, el shah y los ulemas se ayudaron mu
tuamente, sirviendo los unos a los intereses de los otros y viceversa. No
obstante, los ulemas sí debatieron la idea de que el más sobresaliente de
entre ellos podía ser reconocido como el representante del imam en la
tierra. Si esta idea era llevada a su conclusión lógica, implicaba un de
safío a la legitimidad de cualquier poder secular que reclamase el dere
cho a gobernar Irán. Aunque esta cuestión no fue abordada durante el
periodo qayar (1794-1925), los shahs de esta dinastía no podían funda
mentar su legitimidad, como lo habían hecho los safavíes, sobre la base
de su presunta descendencia de los imames. Por tanto, los ulemas co
menzaron a dejar constancia, con éxito, del peso que tenían en la socie
dad y fueron apropiándose poco a poco de algunas prerrogativas del
imam, sin llegar, empero, a pretender que también ellos tenían la cuali
dad esencial de infalibilidad del imam. En cualquier caso, lograron man
tener la autoridad para supervisar y aplicar la ley de forma exclusiva.
Los fieles shihes estaban obligados a seguir la guía de los juristas que
vivían entre ellos y que podían responder a sus necesidades. La posición
social de los ulemas en la comunidad se vio fortalecida por el control
que ejercían sobre los recursos económicos procedentes de los legados
píos, los impuestos especiales y los donativos de los creyentes. En la se
gunda mitad del siglo xix, durante el largo reinado del Shah qayar Na-
sir al-Din (1848-1896), las bases espiritual y material de la autoridad de
los ulemas se fundieron con la creación del puesto de jefe supremo
de los muchtahides, llamado «la fuente de imitación» (en árabe, marya1
al-taqlid). Se le consideraba la autoridad religiosa viva suprema, cuyas
decisiones eran consideradas dignas de aceptación por todos los shi‘íes. 0
Fue también en este periodo cuando se deterioraron las relaciones entre Ji
los ulemas y la dinastía gobernante. - - - ... - — -------- -
La autoridad qayar, que nunca llegó a ser tan fuerte como la de los r;
safavíes, se encontraba en completa decadencia cuando ep 1890 estalló ' !:J
una crisis política en el país. Los últimos años de gobierno de Nasir al-
Din estuvieron marcados no sólo por la corrupción y el caos financie- :J.
ro, sino también por la creciente presión de su vecino del norte, Rusia,
y por la influencia del poder naval imperial más grande del mundo,
Gran Bretaña. La concesión por parte del Shah del monopolio de la V.
producción, venta y exportación del tabaco a un hombre de negocios e.
británico en marzo de 1890 provocó el primer movimiento de masas de. /
protesta en la historia de Irán, movimiento dirigido por el marya‘ al- \ .
taqlid y por los ulemas contra la corrupción intema y contra lo que se- -•
interpretaba como una amenaza al islam por parte de fuerzas extemas. Je-
La concesión fue cancelada en 1892. En 1905-1906 estalló otro movi- ..id
miento de descontento más importante y generalizado, en el que párti- A
300
.cipó el conjunto de la oposición contra el gobierno del Shah, tanto la
oposición religiosa como la liberal-nacionalista. Finalmente, el Shah
cedió a sus demandas y promulgó un decreto para crear la Asamblea
Consultiva Nacional, que se encargaría de elaborar una constitución.
Ambas medidas buscaban reformar el estado y limitar los poderes des
póticos del monarca. La influencia de los ulemas en esa constitución es
evidente en su anexo. Lograron que en él se reconociese que ellos eran
los únicos representantes del Imam oculto, mediante la creación de un
comité de cinco muchtahides, cuya función era la de supervisar todas
las decisiones y leyes parlamentarias para asegurar su compatibilidad
con la sharVa. Este experimento de monarquía constitucional terminó
en 1911, y con la creciente influencia de Rusia y Gran Bretaña, el con
trol qayar sobre el país se desintegró por completo. Tras un golpe de es
tado respaldado por las Brigadas Cosacas bajo el mando del coronel
Reza Jan en 1921, el parlamento de Teherán decretó el fin de la dinas
tía qayar. En 1925, Reza Jan se convirtió en Shah.
Durante su reinado, Reza Shah (1925-1941), siguiendo el ejemplo
de Kemal Ataturk en Turquía, intentó reformar Irán de acuerdo con el
modelo europeo. Sin embargo, ignoró los principios democráticos y
gobernó al modo absolutista de sus predecesores. También socavó sis
temáticamente la influencia de los ulemas al reemplazar su jurisdic
ción sobre el derecho y su control de la educación por instituciones se
culares al estilo europeo. La resistencia de los ulemas fue esporádica,
dispersa y poco efectiva. Las figuras religiosas más relevantes de la
época adoptaron una actitud tradicional, se abstuvieron de participar
en política y rechazaron iodos los asuntos seculares, tachándolos de
obras del diablo. El reinado del Shah terminó como consecuencia de
la política de Rusia y Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mun
dial. La ocupación militar de Irán obligó al Shah a abdicar en favor de
su hijo, Muhammad Reza.
Durante la década siguiente, el débil e inexperto ShaíTdevolvió á
los ulemas algunos de los privilegios perdidos. Por otro lado, los ule-
mas evitaron participar en política, incluso durante los días de eufo
ria de 1951, cuando el popular primer ministro Muhammad Musadiq
nacionalizó la industria petrolera iraní, arrebatándola así del control
extranjero. La destitución de Musadiq en 1953, con el apoyo de la
CIA, no fue mal acogida por los ulemas, que consideraban inacepta
ble su política de modernización. Las relaciones entre los ulemas y la
corte del Shah llegaron a un punto de inflexión en 1960, cuando el
muy respetado marya‘ cd-taqlid, el Ayatola Husain ‘Áli al-Tabatába’i,
se opuso públicamente a la propuesta de reforma agraria del Shah,
entre otras medidas que éste pretendía tomar, incluido su apoyo a Is
rael, país que entrenaba a su temido servicio de seguridad interna,
SAVÁK. Esta oposición fue un paso poco habitual, ya que el Ayatola
301
anteriormente no se había involucrado en política y había pedido a los
ulemas que hiciesen lo mismo. Al-Tabataba’i murió al año siguiente
y dejó a los ulemas sin un líder reconocido, en un periodo en el que
el Shah recurría a métodos aún más violentos para suprimir toda opo
sición a su autoridad. Los ulemas comenzaron a discutir intensamen
te el modelo futuro de su organización. Una de sus principales preo
cupaciones era la reforma de sus fuentes de ingresos, para no tener
que depender del estado ni de las donaciones voluntarias de los fie
les. El Shah rechazó todas las propuestas que harían a los ulemas in
dependientes del control estatal. A partir de ahí, un grupo de much-
tahides radicales empezó a organizar la oposición al régimen.
Su líder era la figura relativamente desconocida del Ayatola Ruha-
llah Jumaini (Jomeini). En aquel entonces y cuando tenía cerca de se
senta años, Jomeini había estado asociado, en un principio, con el
círculo del Ayatola ‘Abd al-Karim Yazdi Ha’iri (m. 1937), el marya‘
al-taqlid, que en la década de los veinte había convertido de nuevo a
la ciudad de Qumm en el centro de enseñanza shi'í más destacado.
Más tarde, Jomeini se convirtió en asistente de su sucesor, el ya men-
cionado Tabataba’i. En estos primeros años, Jomeini ya era un crítico
enconado de la monarquía, aunque siguió a al-Tabataba’i en los años
cincuenta, manteniéndose al margen de la participación directa en la
arena política.
A principios de 1963, la tensión aumentó. El Shah continuó con su
programa de reformas, al que se le dio el nombre de Revolución Blan
ca. Jomeini y sus seguidores organizaron manifestaciones masivas con
tra las nuevas medidas. Esas manifestaciones nuevamente fueron bru
talmente reprimidas por las fuerzas del Shah. El Ayatola fue arrestado
y deportado en 1964. Su exilio en Irak duró quince años. Allí dirigió
una campaña contra el régimen autocràtico del Shah, criticando su
..alianza con Estados Unidos y su indiferencia por la moral islámica, ac
titudes todas ellas que, como Jomeini afirmaba repetidamente, impul
saban la expansión de la cultura imperialista y contaminaban a la ju
ventud de todo el país. Las ideas de Jomeini en esta épóca reflejaban
las opiniones de pensadores radicales de otras partes, como Mawdudi
y el ideólogo principal de los Hermanos Musulmanes, Sayyid Qutb41.
Aunque los ulemas tenían acceso directo a las obras de este último en
árabe, éstas también fueron traducidas al persa y, por tanto, llegaron a
una audiencia mucho mayor. Un atractivo importante de estos escritos
sunníes era el oscuro contraste que pintaban entre el estado islámico y
el laico, o entre el gobierno de Allah y el gobierno de-los idólatras.
4---Vease Y. Y. Haddad, «The Qur’anic justification for an Islamic revolution: the view
of Sayyid Qutb», The Middle East Journal 37/1 (1983), pp. 14-29.
302
Tras la salida de Jomeini de Irán, el Shah llevó a cabo, durante la
década siguiente, un implacable ataque contra las instituciones reli
giosas e intentó destruir o reemplazar los símbolos islámicos por
otros ficticios del pasado persa preislámico. Jomeini y sus seguidores
dentro del país respondieron haciendo uso del rico simbolismo shi‘í
referente a la lucha, el sacrificio y el martirio frente a la tiranía. Al
Shah le dieron el papel del malvado Yazid, el asesino del imam Hu~
sain, mientras que en la imaginación popular Jomeini se convirtió en
el esperado Imam. La contienda, empero, no se limitaba sólo a sím
bolos religiosos. En 1972, el gobierno inexplicablemente decidió re
emplazar la producción del pan tradicional por pan al estilo america
no, fabricado por máquinas. La resistencia de los panaderos y de los
consumidores fue feroz, pero aun así miles de panaderos perdieron
sus empleos. Medidas como ésta hacían que los círculos de oposición
pudiesen ridiculizar más fácilmente cada movimiento de las así lia-.
madas reforma y modernización, presentándolas como una auténtica
amenaza para la cultura iraní.
Durante su exilio, Jomeini prestó seria atención a la formulación de
un modelo de gobierno islámico que pudiese constituir una alternativa
al del Shah. En 1970, publicó su innovadora teoría de la wilayat al-fa-
qih, el gobierno del jurista42. En esa teoría, desarrolló argumentos
shriíes del siglo xvm relativos a la autoridad religiosa de los muchtahi-
des. Planteó la posibilidad de que los ulemas cualificados, en tanto que
intérpretes autorizados de la ley religiosa en ausencia del imam autén
tico, asumieran el derecho a gobernar. La teoría estaba ahí: sólo se re
quería la oportunidad de ponerla en práctica. En realidad, el momento
estaba acercándose rápidamente. El final de la década de los setenta
marcó el inicio del décimo quinto siglo islámico, momento en el que el
pensamiento tradicional había fijado la aparición de la figura de un
gran renovadorJjnuvaddid). En el contexto de una creciente furia po
pular contra el régimen del Shah, los símbolos religiosos eran un pór
tente medio de movilización de masas. En diciembre de 1978, la con
memoración del martirio del imam Husain fue la ocasión elegida para
las manifestaciones públicas masivas contra el Shah, quien finalmente
se fue de Irán cuatro semanas después, destrozado y enfermo.
Entre los muy complejos factores que permitieron la llegada de Jo
meini y de los ulemas al poder en Irán, resaltan dos. Uno es el mismo
Jomeini, quien logró atraer y unir momentáneamente a grupos de opo
sición de muy distintos colores e intereses. Un investigador ha co
mentado que la configuración de la personalidad de Jomeini «subraya
L a s m u j e r e s , l a f a m il ia y e l E s t a d o is l á m ic o
46 Véase D. Pearl, «Executive and legislative amendments to Islamic family law in In
dia and Pakistan», en N-.- Heer (ed.), Islam ic L a w a n d Jurisprudence, Seattle, Üniversity of
Washington Press, 1990.
305
rales y urbanas más desfavorecidas, entre las que el uso de anticon
ceptivos se entiende de forma errónea: o es considerado socialmente
inaceptable. Los programas estatales de educación pública han hecho
frente al problema del analfabetismo generalizado tanto entre los
hombres como entre las mujeres. No obstante, las mujeres todavía no
se benefician de la educación básica al. mismo nivel que los hombres.
La educación recibida por una minoría de mujeres de las clases más
privilegiadas les ha abierto un mayor número de oportunidades en sus
vidas y una percepción distinta de su rol en la sociedad. Sobre todo
en las áreas urbanas, las mujeres tienden a buscar niveles más altos
de educación; por tanto, se casan a edades más avanzadas y tienen
menos hijos; también pueden buscar empleo fuera de casa, lo que les
da un cierto grado de independencia económica y, por tanto, una ma
yor libertad para tomar decisiones en el hogar.
Con el tiempo, los cambios sociales que han afectado positiva
mente a la posición de la mujer lentamente han debilitado las es
tructuras de la sociedad patriarcal clásica. Históricamente, un cintu
rón de sociedades patriarcales clásicas se extendía desde el norte de
África a lo largo de Oriente Medio hasta la India y China, abarcan
do, pues, las culturas religiosas del hinduismo, el confucianismo y el
islam. En estas sociedades, el control de la descendencia, la propiedad
y la residencia se hace a través de la línea masculina, lo que ha dado
como resultado varios sistemas tradicionales de control y subordina
ción de las mujeres. Esto es más evidente en el medio urbano, don
de las mujeres quedaron recluidas en la esfera privada de la casa,
mientras que los hombres dominaban la esfera pública del mercado
y el gobierno. En los medios rurales o nómadas, la separación de los
dominios público y privado era menos importante, aunque el control
masculino de las mujeres se ejercía de otros modos. En el periodo
que siguió a la independencia de los estados musulmanes, a medida
-que ías mujeres se fueron haciendo-más visibles al participar en la
mayor parte de las facetas de la vida pública de las ciudades, parece
claro que los mecanismos tradicionales de dominación del hombre
se encuentran amenazados por las presiones favorables al cambio en
la sociedad moderna.
Por otra parte, no hay que olvidar que en otros lugares las estruc
turas y los valores patriarcales han evolucionado hacia formas «neo-
patriarcales», y que el dominio masculino sobre la familia y el estado
permanece firmemente arraigado47. El estado neopatriarcal, utilizan-
306
do el islam como ideología, ha vuelto a introducir restricciones para
hacer cumplir aspectos del derecho de familia musulmán. Este tipo de
medidas ya fueron tomadas en las décadas de los setenta y los ochen
ta, por ejemplo en Sudán, Argelia y Egipto. Estos intentos de «isla
mizar» el derecho familiar se deben en parte a las presiones y críticas
provenientes de grupos conservadores y radicales, y en parte a la bús
queda de una nueva legitimidad por parte de los regímenes políticos
correspondientes.
De la experiencia de la transformación sufrida por las socieda
des musulmanas en el mundo moderno, se puede deducir un fenó
meno aparentemente contradictorio en lo que se refiere a las estra
tegias desarrolladas por las mujeres para hacer frente a los cambios.
Por un lado, hay feministas laicas y liberales, que luchan por obte
ner mayores oportunidades para las mujeres. Rechazan el llama
miento que hacen los radicales para que la sociedad se adecúe a las
normas de la sharVa. Las leyes religiosas, argumentan, van en con
tra del espíritu y de la letra de la Convención de las Naciones Uni
das, que apoya la eliminación de la discriminación, cualquiera que
sea la forma que ésta asuma. Para ellas, la poligamia, la reclusión
en el hogar, los privilegios de que goza el marido a la hora de soli
citar el divorcio y demás, son casos de discriminación que deben ser
desterrados para siempre.
Por otro lado, las mujeres juegan un papel trascendental en las
mismas organizaciones musulmanas radicales que las feministas laicas
condenan. Para estos grupos y sus activistas femeninas, la cuestión de
los derechos de la mujer está fuera de lugar, ya que el islam estableció
dichos derechos siglos antes de que las sociedades occidentales los al
canzasen. Las mujeres tienen, los mismos derechos que los hombres, y
aunque los pormenores varían de un grupo a otro, la base del argu
mento radica en una interpretación tradicional del Libro: Los hombres
-están por encima de las- mujeresr porque AUah ha favorecido a unos
respecto de otros, y porque ellos gastan sus riquezas en favor de ellas
para su mantenimiento. Por tanto, las mujeres piadosas son obedien
tes, reservadas en ausencia [de sus maridos] en lo que AUah mandó
fuese reservado (4:34). Muchos están de acuerdo en que las mujeres
tienen derecho a la educación, a la instrucción religiosa, al honor y al
respeto, a votar y al trabajo. No obstante, existen restricciones, sanción
nadas por la ley religiosa, cuyo fin es el bienestar y estabilidad de toda
la sociedad. Una mujer no puede ejercer ni como dirigente político ni
como juez; sólo puede aparecer en público vestida modestamente y con
307
recalo; su tarea natural y sagrada es llevar adelante el^ funcionamiento
del hogar y criar e instruir a sus hijos para que se conviertan en buenos
musulmanes. Los hombres, por su parte, deben cargar con el peso de
satisfacer todas las necesidades materiales de la familia. La liberación
de la mujer no significa convertirse en un hombre, sino ser ella misma
y cumplir con el destino que Allah le ha trazado.
En opinión de la «feminista» musulmana, la «feminista» laica ha
traicionado su cultura y su religión y se ha vendido a un Occidente
que es una cultura ajena; la mujer laica representa una amenaza para
la estabilidad del orden tradicional de la familia. Desde la perspecti
va de una feminista musulmana, las mujeres no son inferiores a los
hombres, sino iguales aunque diferentes tanto desde el punto de vis
ta fisiológico como psicológico. Hombres y mujeres llevan a cabo
funciones que son distintas, sí, pero complementarias. No obstante,
los grupos radicales, basándose en razonamientos tomados del Libro
que son dudosos (tal como ya lo habían puesto de manifiesto algunos
reformadores), sí justifican ciertas desigualdades como la poligamia,
cuando en realidad dicha práctica pertenece propiamente al sistema
de valores de los patriarcados clásicos que la utilizaron como medio
para controlar a las mujeres. La feminista musulmana de ideología ra
dical acepta las normas patriarcales como normas auténticamente re
ligiosas, dado el sentido de honor y seguridad que se deriva de su fun
ción en la familia. Ve su subordinación inicial al control del padre o
de un hermano como un beneficio a largo plazo y este sentimiento lo
comparte con la mayoría de las mujeres de su sociedad. Kandiyoti
nos ofrece una descripción concisa del lugar que ocupa la mujer en
este contexto, cuando afirma:
308
del cambio de carácter laico, el musulmán radical.reacciona ante la
incertidumbre buscando ía seguridad en lo que le es familiar, valo
rándolo aún más en tanto en cuanto considera que está sancionado
por una fuente sagrada.
Otra estrategia de las mujeres contemporáneas es trabajar por el
cambio desde dentro del islam, dedicándose a reinterpretar el Corán y
la sunna profètica, o a crear una historia de las mujeres islámicas. Se
trata, pues, de un ejercicio de desmitificación de la tradición islámica,
para rescatarla de la iniciativa exclusivamente masculina a la que ha es
tado sometida durante siglos. Esta estrategia rechaza contundentemen
te las nociones misóginas relativas a la mujer, como las expresadas por
el popular escritor egipcio ‘Abbas Mahmud al-‘Aqqad, quien en su obra
La mujer en el Corán (1959) afirma:
H a c ia e l m il e n io : e l is l a m e n O c c id e n t e
51 Las cifras aquí recogidas están tomadas del excelente estudio de J. Nielsen, Mus-
Ums in Western Europe, Edimburgo, Edinburgb University Press, 1992. Ténganse en cuen
ta las advertencias del autor, en lo que se refiere a la estimación del número de musulma
nes: pp. 167-168. „ •..4 i-v?
310
Alemania, que fue un poder imperial de ultramar poco importante,
tiene actualmente, sin embargo, la segunda población más numerosa
de musulmanes de Europa Occidental. Los años sesenta también su
pusieron una etapa de incremento acelerado de «trabajadores-invita-
dos», como se les llama en vez de inmigrantes. Fue entonces cuando
se establecieron como fuerza de trabajo barata en las ciudades más im
portantes de Alemania Occidental. A mediados de los años ochenta, la
gran mayoría de estos trabajadores procedían de Turquía y sumaban
alrededor de un millón y medio de personas. Los conversos alemanes
al islam suman una cifra similar a la británica, unos 5.000. Otros paí
ses tanto de la Europa del Norte como de la del Sur han experimenta
do también la llegada de inmigrantes musulmanes, lo que posible
mente añade otro millón y medio de personas a un total aproximado
de siete u ocho millones de musulmanes en Europa al final de la dé
cada de los ochenta.
Este fenómeno ha sido descrito como «la nueva presencia islá
mica» en Europa y América del Norte52. El fenómeno representa un
desafío doble: uno para los pueblos de Europa entre los que se han
asentado esos inmigrantes, y otro para los musulmanes mismos. La ex
periencia para ambas partes es nueva. Para los musulmanes, al menos
para aquellos que mantienen vínculos estrechos con su cultura religio
sa, el trasplante ha hecho que surja el problema de cómo ser musulmán
en sociedades donde las normas laicas están profundamente enraizadas
y donde la expresión religiosa tradicional es el cristianismo. En otras pa
labras, el inmigrante es un musulmán en un ambiente no islámico. Se
trata de una situación completamente nueva, que los juristas de las es
cuelas clásicas no tuvieron en cuenta ni pudieron apenas imaginar, dado
que su mundo estaba dividido en dos esferas claramente diferenciadas,
la dar abislam o territorio del islam, y la dar abkarb o territorio de la
. guerra, que no se solapaban. Para esos juristas, un musulmánsólo. podía
vivir allí donde la shari ‘a fuese soberana. Por supuesto-también hay n u
merosas minorías musulmanas de tamaño no desdeñable en otros luga
res fuera de Europa occidental, dispersas a lo largo y ancho de Asia, el
Pacífico y África. La novedad que representa la existencia de musulma
nes que viven como minorías queda reflejada en la fundación de la Liga
Mundial Musulmana (1966) en Arabia Saudí. Parte de su trabajo está di
rigido a los problemas de las minorías musulmanas, como la de la India,
así como a los de aquellas que se enfrentan a formas más continuas de
opresión, como ocurría en Sudáfrica y sigue ocurriendo en Palestina y
en las Filipinas. En cuanto a las minorías musulmanas de Europa Occi
52 Véase T. Gerbolm e Y. Georg Lithman (eds.), The Neyv Islamic Presence in Western
Europe, Londres, Mansell, 1988.
311
dental y Norteamérica, a la Liga no le preocupa tanto su opresión como.
la poderosa tendencia a la aculturación, es decir, el peligro a que sean
absorbidas por las sociedades laicas.
El intento por parte de los musulmanes para definir su identidad y
el lugar que ocupan en las sociedades occidentales ha estimulado el
debate sobre los méritos y los riesgos de la integración y la participa
ción frente a los esfuerzos por construir una comunidad separada y
diferenciada dentro del país anfitrión. Lo que tiene mayor impacto en
las opciones y estrategias de una minoría son las realidades del día a
día a las que tiene que enfrentarse. El acceso a una vivienda digna, la
educación y el empleo en el país anfitrión son factores importantes a
la hora de que una minoría evalúe sus perspectivas futuras. Otro fac
tor es la presencia y el grado de actos racistas cometidos contra sus
miembros. En los países de Europa Occidental se han producido di
ferentes grados de acomodación a las distintas prácticas rituales mu
sulmanas, tales como permitir a los musulmanes que realicen sus ora
ciones diarias en el lugar de trabajo, dando vacaciones durante las dos
festividades religiosas más importantes, asociadas con el mes de la
peregrinación y con el ramadán, permitiendo el sacrificio de anima
les al modo musulmán (que, por cierto, también es el judío) para que
las reglas dietéticas puedan ser observadas con propiedad en el hogar,
en la escuela y en el lugar de trabajo. El grado de adaptabilidad de los
inmigrantes musulmanes a los países anfitriones también se ve in
fluido por el medio del que proceden, si es urbano o rural, con cierto
grado de formación o sin ella, si su lugar de origen es Oriente Medio,
África o Asia. Las presiones que la cultura anfitriona dominante ejer
ce sobre la minoría siempre serán mayores que las que se producen
en sentido contrario, por lo que cualquier concesión a las costumbres
de la mayoría puede aparecer como una pérdida significativa del sen
tido de identidad dé la minoría.
Para concluir este estudio de los problemas principales a los que
se enfrenta el islam contemporáneo, se pasará revista brevemente a
comunidades musulmanas minoritarias en contextos muy distintos,
cuyos casos ilustran las formas diferentes en las que esas minorías se
han adaptado a las presiones de las culturas no musulmanas o se han
defendido contra ellas.
312
En este caso, nos sirve para centramos en los antecedentes del autor,
Salman Rushdie, y en el segmento concreto de la comunidad musul
mana inmigrante de Gran Bretaña que se sintió más directamente
agredido por la publicación de ese libro. La mitad de la población
musulmana en Gran Bretaña procede del subcontinente indio, y den
tro de ellos, la mayor parte procede de las áreas pobres y rurales de
Cachemira y el Punyab, en Pakistán, y de las regiones de Sylhet y
Chittagong, en Bangladesh. Salman Rushdie nació en la India. Más
tarde, su familia se trasladó a Pakistán. Su educación secundaria y
universitaria tuvo lugar en Inglaterra. Rushdie era ya un autor consa
grado (de hecho, había recibido el prestigioso premio Booker Mc-
Connell por una novela anterior, Los hijos de la medianoche) cuando
se publicaron Los versos satánicos en septiembre de 1988. Durante
ese tiempo, también se había labrado una sólida reputación de apoyo
a las campañas antirracistas en el Reino Unido.
La primera señal de la naturaleza controvertida del libro fue su
quema pública durante una manifestación en Bradford, en enero de
1989. Le siguió una amplia cobertura en los medios de comunicación,
hasta que finalmente el Ayatola Jomeini marcó de manera decisiva
todo el «affaír» cuando emitió su famosa fetua (fatwa) al mes si
guiente. Ésta expresaba la opinión del Ayatola de que Rushdie había
insultado al Profeta y era, por tanto, un apóstata, cuyo castigo, de
acuerdo con el derecho islámico, debía ser la pena de muerte. Aparte
de la fetua, se ofreció una recompensa a aquel que llevase a cabo la
ejecución de Rushdie y, como consecuencia, el autor tuvo que ocul
tarse por motivos de seguridad. Sin duda, numerosos musulmanes en
Gran Bretaña se sintieron halagados por la atención que una figura in
ternacional como el Ayatola prestaba a la cuestión. Los elementos más
irresponsables de la comunidad hicieron un llamamiento público a fa
vor de la muerte _de'Rushdie, con el "que dañaron profundamente la
imagen de los musulmanes en Gran Bretaña como gente industriosa y
cumplidora de la ley.
Una clave importante para entender todo el asunto fue el abismo de
incomprensión que separaba a la cultura dominante, liberal y laica (de
la que Rushdie formaba parte), de la minoría musulmana. La población
musulmana de la localidad norteña de Brádford proviene en su mayoría
de las áreas rurales del Punyab y había traído consigo a Gran Bretaña
una tradición de veneración por el Profeta Muhammad. Esta tradición
está interiorizada de manera más profunda y emocional que el respeto
por el Profeta que existe en otras partes. Por ejemplo, mientras que en
Pakistán se celebra el cumpleaños del Profeta, éste está prohibido en
; Arabia Saudí, ya que no se le considera parte legítima de la sunna pro-
fética. Fotocopias de pasajes ofensivos del libro de Rushdie que descri-
bían al Profeta, a sus esposas y a sus Compañeros, circularon amplia-
313
mente en la comunidad musulmana. La revulsión musulmana por el tra
tamiento insultante y blasfemo que el autor hacía del Profeta se dejó
sentir en otras partes del país, haciéndose llamamientos reiterados para
que el libro fuese retirado de la circulación. Por su parte, muchos de los
partidarios de Rushdie no hicieron más que peijudicar su causa, al con
vertir la cuestión de la libertad de expresión en un mandamiento in
cuestionable de su propia «religión» liberal y laica, ignorando de esa
manera el hecho obvio de que la libertad de expresión no es un princi
pio moral absoluto en ninguna sociedad occidental53. Al final, la vigo
rosa defensa del Profeta por parte de la comunidad musulmana puede
ser vista, en parte, como una defensa contra el hecho de que parecía que
la sociedad británica consentía en que se denigrase abiertamente la fe de
los musulmanes. También fue en parte la expresión de frustraciones más
profundas producidas por el proceso de acomodación de la comunidad
al impacto de la cultura británica. Por ejemplo, durante años se les ha
negado a los líderes de la comunidad el permiso oficial para abrir es
cuelas musulmanas como medio de proteger y transmitir su herencia re
ligiosa, del mismo modo que a los cristianos y a los judíos se les per
mite dirigir sus propios centros, financiados principalmente con dinero
público. En la actualidad, los líderes de la comunidad intentan encontrar
ese difícil equilibrio que evite, por un lado, la total asimilación en la so-
' ’ Tr ciedad británica, pero que evite también un aislamiento que no conduce
.! , ^ a ninguna parte.
53 Sobre este punto, véanse los comentarios de G. D’Costa, «Secular discourse and the
clash of faiths: “The Satanic Verses” in British society», New Blackfriars (octubre 1990),
pp. 418-43 í; también el análisisincisivo de R. Webster, A BriefHistory o f Blasphemy, Lon
dres, Orwell Press, 1992.
314
americanos que vivían en las ciudades del norte de los Estados Uni
dos consistió principalmente en pobreza, desempleo y degradación
racista. En 1930, una figura poco clara, Wallace D. Fard, apareció en
tre la comunidad negra de Detroit, predicando en nombre del islam
una doctrina de emancipación negra y separación total de los infieles
de raza blanca. En 1934, Fard, que era conocido como Farad Muham-
mad, desapareció misteriosamente y delegó su misión en su asociado
más próximo, Eliya Muhammad.
Hijo de un predicador baptista itinerante de Georgia, Eliya Muham
mad dominó la Nación del Islam hasta su muerte en 1975. Su islam
era idiosincrásico, tal como muestra claramente la confesión de fe de
un musulmán negro, la shahada: «En el nombre de Allah, que vino
en la persona del Maestro Farad Muhammad, el Benefactor, el Com
pasivo, el tínico Dios al que se le debe todo, el señor de los Mundos,
y su apóstol, el honorable Eliya Muhammad, el último de los mensa
jeros de Allah». Además, la teología que acompañaba a esta profesión
de fe no entraba dentro de los límites fijados por el pensamiento islá
mico normativo. Dios, el Creador del cielo y de la tierra, era negro.
Aunque este Creador ya no existe, sus descendientes, la raza negra,
llamados «los originales justos», comparten su divinidad. De ahí que
fuese posible la existencia de una presencia divina en el mundo, en la
figura del Uno Supremo, Farad Muhammad, cuya sabiduría infinita
elevaría la condición de los negros en América. Los blancos, en con
traste con los negros justos creados por Dios, eran el invento de un
científico negro que se rebeló contra Dios y produjo una raza de dia
blos. No obstante, la Nación del Islam reconocía que Muhammad de
La Meca era un Profeta a quien le había sido enviado el Corán. Eliya
—Muhammad concedió un lugar especial en su pensamiento al Corán,-
aunque se consideraba a sí mismo como el único intérprete autoriza
do de todas las escrituras. Este .rol se_basaba en su.afirmación de que__
' ériTel último-Profeta que había sido directamente instruido por una
deidad viviente, Farad Muhammad.
La polarización de la sociedad americana entre la raza blanca
dominante y los negros desarraigados ha quedado reflejada en la
ideología de Eliya Muhammad como la lucha de los negros justos
contra los diablos blancos. La salvación de la raza negra implicaba
la creación de una nación negra separada en los Estados Unidos.
Sus adversarios, tanto blancos como negros, le acusaron de predicar
el racismo. Los musulmanes que seguían las enseñanzas y prácticas
islámicas normativas se escandalizaron con süs ideas. Sin embargo,
su mensaje dio un eficaz sentido de dignidad y un objetivo a sus pri- -
meros conversos, a los que encontró en los tugurios y guetos negros,
en las prisiones, en las clínicas de drogodependientes y en las colas
del paro, entre gente que «estaba muy golpeada por el racismo y re-
315
primida por las convenciones sociales, y cuya experiencia de la in
vencibilidad del hombre blanco les había llevado a que su acepta
ción de la inferioridad negra pareciera razonable en tanto que domi
nante»54. La «teología» de Eliya Muhammad, aunque pueda parecer
aberrante en términos islámicos normativos, puede tener cabida, no
obstante, dentro de una rama del pensamiento musulmán radical
contemporáneo, según la cual las enseñanzas coránicas pueden apli
carse a las nuevas situaciones a las que tienen que enfrentarse los
musulmanes en Occidente sin necesidad de remitirse a los argu
mentos teológicos desarrollados durante el curso de la historia islá
mica en su contexto de Oriente Medio. En cualquier caso, la misión
de Eliya Muhammad logró revivificar numerosas comunidades ur
banas negras. Cuando murió, se estima que la Nación había crecido
hasta convertirse en una comunidad de cien mil personas. Este éxi
to se debe en gran parte a la fuerte y carismàtica personalidad de
Malcolm X (1925-1965), la figura más conocida de esta organiza
ción hasta que se alejó de Eliya Muhammad, siendo posteriormen
te asesinado.
El liderazgo pasó a manos del hijo de Eliya Muhammad, Wallace
Muhammad, quien transformó profundamente el movimiento. Prime
ro, sustituyó el nombre de la Nación por el de «American Muslim
Mission» (Misión Musulmana Americana), como se conoce actual
mente. De manera más fundamental, Wallace (que ahora se llama Wa-
rith Deen Muhammad) tomó la importante decisión de borrar la ima
gen nacionalista de la Nación para abrirla más al resto del mundo
islámico y permitir así mayores contactos. Este paso al islam norma
tivo se puede explicar como una progresión natural a partir de las en
señanzas y ¿f óbjétivo último déf misino Eliya Muhammad, que ha
bía prometido a su pueblo que algún día lograría la comprensión total
__de la religión del Corán, El nuevo programa de Warith Deén ha con
ducido a la división del movimiento. Un grupo disidente sigue ac
tualmente al pastor Louis Farrajan (Farrakhan), quien aún prédica las en
señanzas originales de la Nación de Eliya Muhammad como las más
próximas a las necesidades de la población afroamericana. No obs
tante, la Misión sobrevive como una voz cada vez más respetada de
los negros musulmanes tanto en Estados Unidos como en los países
islámicos.
316
D o s c o m u n id a d e s m u s u lm a n a s e u r o p e a s : p r e s e n te y p a s a d o
317
iiiarcá indeleble en el presente. Durante cerca de ocho siglos (desde .
710 hasta 1492), el impacto de la cultura islámica sobre la península
Ibérica fue muy profundo. Como ya se indicó anteriormente, los mu
sulmanes llamaron al territorio por ellos ocupado «al-Andalus», que
corresponde hoy en día a extensas áreas de España y Portugal. Pue
den encontrarse ejemplos de esa presencia islámica en topónimos de
rivados de nombres árabes (como es el caso de Madrid), en la cerá
mica, en monumentos arquitectónicos como la famosa Alhambra de
Granada, en algunas formas populares tanto de la música como de la
cocina. Más de cuatro mil palabras del español son de origen árabe.
Estas huellas del rico legado medieval despiertan hoy en día dife
rentes reacciones. La mayoría de los españoles posiblemente son cons
cientes de ellas sin prestarles mayor atención. Para algunos, en cambio,
los musulmanes de al-Andalus constituyeron una intrusión foránea en
la historia de España y en la identidad «nacional» de su pueblo. Para
éstos, las celebraciones públicas del 500 aniversario del descubrimien
to de América que tuvieron lugar en 1992 en España tenían además
otro significado: la culminación en ese mismo año de la larga recon
quista cristiana y la caída del último reino musulmán en la Península,
el reino de Granada. Por otro lado, el visitante musulmán que recorre
España hoy en día puede experimentar sentimientos mezclados de or
gullo y nostalgia por el pasado esplendor de la civilización islámica de
al-Andalus. Independientemente de cuál sea la reacción ante ese pasa
do, España (junto con el sur de Italia y los Balcanes) presenta la carac
terística, entre las demás naciones europeas, de haber experimentado
un contacto largo y estrecho entre las culturas religiosas del cristianis-
-mo-y del.islam..Ninguna otra lengua europea posee términos similares
a los que reflejen esa doble herencia en español: mozárabes, cristianos
que vivían bajo dominio musulmán, y mudéjares, musulmanes que más
tarde vivieron bajo dominio cristiano, son términos que también se
aplican al arte y a la arquitectura de cada grupo; moriscos; fueron los
musulmanes a los que se obligó a convertirse al cristianismo tras la re
conquista. No deja de sorprender, aunque desde luego no se trata de
algo excepcional, que las historias de España dediquen tan poco espa
cio al «intervalo musulmán»: por ejemplo, una reciente (y recomenda
ble) historia ilustrada de España, dirigida a un público amplio, cubre
los últimos quinientos años de la historia de la España cristiana en 21
volúmenes, mientras que a los ocho siglos de la «España musulmana»
' se dedican tan sólo dos volúmenes56. ..................................
56 Véase Historia de España, publicada por Historia 16: Temas de hoy, Madrid, P.
Guichard, La España musulmana: al-Andalus ameya (siglos vm-Xí), vol, 7, 1995; M. J.
Viguera Molins, De las taifas al reina de Granada: al-Andalus siglos xi-xv, vol. 9,
1995.
318
La península Ibérica ha sido y sigue siendo un importante lugar de
encuentro entre las culturas islámica y cristiana. En la Edad Media, la
producción intelectual musulmana, especialmente en filosofía y me
dicina, fue traducida del árabe al latín57. Desde Toledo, y antes desde
el monasterio de Ripoll al píe de los Pirineos, Europa recibió algunas
de las obras de los pensadores musulmanes más importantes: las del
filósofo Ibn Rushd (conocido como Averroes en Europa) y el médico
Ibn Sina (Avicena) ejercieron gran influencia en los círculos científi
cos europeos. Mientras que a lo largo de la Edad Media, las barreras
geográficas retrasaron el movimiento de las personas de manera más
efectiva que el movimiento de las ideas, en el siglo xx, los avances
tecnológicos facilitan todo tipo de movimientos. La presencia colo
nial española en territorios musulmanes ha sido pequeña comparada
con la de Francia o Gran Bretaña. Pero, tras el periodo poscolonial,
España también experimentó una inmigración desde sus colonias, es
pecialmente desde Marruecos: a partir de un número insignificante en
la década de los sesenta, las cifras empezaron a aumentar en la déca
da de los setenta y especialmente a partir de finales de la década de
los ochenta. Hacia 1991 había aproximadamente unos 65.000 marro
quíes en España como residentes legales, el mayor grupo de pobla
ción procedente de un país del Tercer Mundo. La mayoría ha tendido
a concentrarse en Madrid y en Cataluña58. También existen pequeñas
comunidades de españoles musulmanes conversos, especialmente en
Granada. Aunque estas cifras no pueden compararse a las de los in
migrantes musulmanes en otros países europeos, sin duda hoy en día
hay más musulmanes en España que en cualquier otra época desde su
expulsión en el siglo xvi. En Madrid, al igual que en otras capitales
"'europeas' tales como Londres o París,-deja constancia de esta nueva
presencia musulmana una mezquita congregacíonal moderna, que es
al tiempo un centro cultural islámico. ... ...
El motivo por el que los nuevos musulmanes han inmigrado a Es
paña no es diferente del que les ha llevado a otras partes de Europa, a
saber, la búsqueda de un mejor futuro económico. En España, como en
ei resto de Europa, ha habido ataques de carácter racista contra los mu
sulmanes, que algunos medios de comunicación han querido presentar
como causados por el miedo al «regreso de los moros». Los musulma
nes de España comparten también con los musulmanes de los demás
319
países europeos, incluyendo a Bosnia, el estatus de minorías que viven
en naciones-Estados laicas modernas. De hecho, este estatus minorita
rio en contextos políticos no musulmanes es algo que experimentan
hoy en día cerca de un tercio de musulmanes en todo el mundo, una
cifra inimaginable al inicio de la larga transición del mundo musulmán
hace sólo dos siglos. La medida y él modo en que estas comunidades
contribuirán a la vitalidad de la futura umma musulmana pueden ser de
cisivos en el destino del mensaje coránico en el segundo milenio.
i
320
EXCURSUS SOBRE LOS ORÍGENES DEL ISLAM
El lector que se acerque por vez primera al tema del islam, estuvie
ra o no interesado antes por cualquiera de las grandes tradiciones reli
giosas que existen en la actualidad, encontrará apabullante el material
existente al respecto, no sólo por su cantidad, sino también por su de
sigual calidad y por los distintos objetivos que con él se persiguen.
Cualquier lector de la prensa diaria o cualquier televidente se dará
cuenta de que el islam desempeña un papel importante en muchos paí
ses del globo, ya sea en la desgarrada ex-república de Yugoslavia, en
los estados islámicos de Pakistán, Irán, Egipto y Argelia, o incluso en
la sociedad laica (¿poscristiana?) de Gran Bretaña a partir del llamado
«caso Rushdie» y del decreto del fallecido. Ayatóla Jomeini contra el-
autor y los, editores de Los versos satánicos. Durante los últimos vein
te años, los libros sobre la historia y el pensamiento islámicos, así como
sobre el fenómeno actual del llamado «islam político», han cobrado
una importancia creciente en el mundo editorial. Sólo se puede citar
una minúscula parte de esta producción en las notas y en la bibliogra
fía que se detallan a continuación. En este excursus se encontrará una
selección de obras en inglés (cuando haya traducción española así se
hará constar) que abordan la cuestión de los orígenes del islam, ya que
en los últimos años se han llevado a cabo investigaciones importantes,
originales y controvertidas sobre esta cuestión. lunto a estos nuevos es
tudios que abren nuevas perspectivas, siguen estando disponibles nu
merosas reediciones de obras, tanto eruditas como populares, sobre el
islam, que en algunos casos se publicaron por vez primera hace cien
años. Hoy en día, un lector bien preparado, al elegir un libro sobre el
islam, mira cuándo salió la primera edición. Es evidente que una obra
sobre el islam escrita alrededor de 1900 no puede ser aceptada como un
reflejo de la opinión que se tiene del tema nueve o diez décadas des-
321
pués. En otras palabras, y aunque sea una obviedad, tanto los estudios
serios como las narraciones populares sobre el Corán y la vida del Pro
feta Muhammad tienen un contexto y una historia propias. El propósi
to de este excursus es llamar la atención del lector, de forma muy ge
neral, sobre este simple, aunque a menudo ignorado, hecho.
En Occidente, el islam ha sido un tema de interés casi desde la for
mación de la comunidad en el siglo vil de nuestra era. La cuestión de
cómo percibían los primeros cristianos el islam ya ha sido tratada en
el capítulo 2. Norman Daniel ha abordado el tema en detalle en su li
bro Islam and the West: The Making of an Image (Edimburgo, Edin-
burgh University Press, 1958). En una obra posterior, The Arabs and
Medieval Europe (Londres, Longman, 2.a ed, 1979), Daniel señala que
en las narraciones cristianas medievales sobre el Profeta «éste fue ob
jeto de groseros insultos que, aunque ofensivos, estaban enraizados en
el folclore. Se veía al Corán como el producto de la vida del Profeta,
pero más como una invención deliberada que como una revelación de
Dios, en respuesta a intereses particulares» (p. 234). Un tratamiento
más breve, complementario del de Daniel, es el de R. W. Southern,
Western Views of Islam in the Middle Ages (Cambridge, Mass., Har
vard University Press, 1962). Afortunadamente, las-investigaciones oc
cidentales contemporáneas no caen en estereotipos groseros y fanta
siosos sobre Muhammad y el Corán. No obstante, los estereotipos
sobre el islam y los musulmanes procedentes del conjunto del folclo
re medieval sobrevivieron a lo largo del siglo xix en numerosos libros
de naturaleza popular. También pueden detectarse actualmente en los
denominados «best-sellers», obras de «análisis instantáneo» realiza
das por supuestos expertos, así como en gran parte de la cobertura que
los medios de comunicación euroamericanós hacen dé los sucesos ac
tuales de Oriente Medio y de otros países islámicos. Como continua
ción de su primer volumen, Daniel se ha ocupado del siglo xix en su
libro Islam, Europe and Empire (Edimburgo, Edinburgh f/niversity
Press, 1966). A éste debe añadirse el importante, aunque controverti
do, análisis de las actitudes occidentales con respecto al islam llevado
a cabo por Edward Said en su Orientalism (Londres, Routledge & Ke-
gan Paul, 1978; hay traducción española), así como su incisivo relato
de cómo trataron los medios de comunicación occidentales a los mu
sulmanes y al islam tras el asunto de los rehenes de 1979-1980 en Irán,
relato recogido en su obra Covering Islam: How the Media and the
Experts Determine how we See the Rest ofthe World (Londres, Rou
tledge & Kegan Paul, 1981). También se recomiendan los siguientes
artículos de Albert Hourani: «Islam and the phílosophers of history»,
en su Europe and the Middle East (Londres, Macmillan Press, 1980),
y éf ensayo, principal de su Islam uf European Thought (Cambridge,
Cambridge University Press, 1991).
322
La investigación euroamericana llevada a cabo a. lo largo del pre
sente siglo sobré la naturaleza y el origen del evento profético-revela-
torio (temas abordados en el Capítulo 1) ha dado como resultado inter
pretaciones que contrastan con la interpretación musulmana tradicional
y que a menudo la contradicen. Esto no es de por sí sorprendente. En
las sociedades laicas occidentales contemporáneas, las cuestiones de fe
han quedado relegadas casi totalmente a la conciencia personal del in
dividuo. Por tanto, en teoría, el trabajo que un investigador lleva a cabo
sobre creencias distintas de las suyas debería estar libre de la influen
cia de sus propias tendencias religiosas. Se da por supuesto que el re
sultado es un estudio «objetivo». En otras palabras, aparentemente
existe una verdad laica, distinta de la verdad religiosa. En teoría, la ver
dad laica es «objetiva» de un modo que la verdad religiosa no puede
serlo, porque las verdades religiosas están contenidas en escrituras,
cuya procedencia es considerada divina, y no están, por tanto, sujetas a
pruebas racionales. Hubo una época en la que las creencias religiosas
prevalecieron en la sociedad en general, reforzadas por una arrogancia
intelectual que a veces condujo a la persecución y la opresión de aque
llos que disentían de las normas aceptadas. Actualmente, las persecu
ciones explícitas de este tipo son afortunadamente raras. No obstante,
hoy en día existe una forma de arrogancia intelectual laica que, aun
cuando no pueda demostrar la certeza absoluta al postular una hipóte
sis determinada, considera que sus descubrimientos son superiores al
contenido de la verdad religiosa. Las dos perspectivas son irreconcilia
bles y no guardan ninguna relación entre sí. Este, al menos, parece ser
el caso por lo que se refiere a varias de las obras disponibles actual
mente que tratan sobre los orígenes del islam. En la exposición que si-
- gue, estas obras son analizadas en dos grupos difefeñciadósrErpñme- '
ro sólo se menciona brevemente para poder sacar a relucir el contraste
—existente entre él y el segundo grupo. - ----- - — ...... . ..
El primer grupo puede ser denominado el de los Creyentes. La pers
pectiva islámica es la de los que «están dentro», la de los que pertene
cen a la wnma, es decir, los cientos de millones de musulmanes que han
sido, y aún lo son, guiados en la vida cotidiana por el Corán y el ejem
plo del Profeta. Según las fuentes musulmanas, el hecho de que el Co
rán fuera puesto por escrito, en una edición fiable y uniforme, a los po
cos años de la muerte del Profeta, logró preservar la integridad del texto
original y evitó que pudiese verse afectado por la corrupción o la dis
torsión. Una fuente adicional de conocimiento sobre el contenido de la
voluntad y el mandato divinos fue la surina del Profeta, consistente en
sus palabras y obras, tal como fueron transmitidas por sus Compañeros
hasta ser finalmente reunidas, examinadas cuidadosamente y escritas a
finales del siglo in/ix. Estas dos fuentes, el Libro y la sitnna, son en las
se basan todos los intentos subsiguientes por parte de los musul-
\Á 'J t iÁ
'% 1
323
manes para precisar el contenido de su religión, ya sea en lo relativo al
■f .■
derecho, la teología o la espiritualidad mística. La fuente última que
![!■ guía a los musulmanes en este mundo y Ies prepara para el otro es, por
tanto, divina, ya sea transmitida por medio de la revelación directa o
por medio del comentario de dicha revelación que se refleja en la vida
ejemplar del Profeta, divinamente inspirada. Un ejemplo excelente de
la perspectiva musulmana es el del indio Syed Ameer Ali, quien en su
libro Spirit o f Islam (Londres, Methuen, 1965 [1922]) se propuso ex
plicar su fe al público británico que era o indiferente o ignorante de la
práctica y el pensamiento islámicos. Más recientemente, el fallecido
profesor Fazlur Rahman, un estudioso musulmán palas tañí, que du
rante su vida contribuyó mucho a una reorientación modernista del
¡T pensamiento islámico, describe al Corán como «un documento de las
experiencias revelatorias [de Muhammad]», en el que la preocupación
principal es la conducta humana, ya que, según dice, «no es posible
una verdadera moralidad sin las ideas reguladoras de Dios y el juicio
final» (.Islam and Modernity, Chicago, University of Chicago Press, s -
1982, pp. 13-14). Rahman consideraba que era una necesidad urgente ;
que hubiese una comprensión apropiada del Libro en la vida musul- ;
mana moderna, debido a la amenaza que la modernidad supone para la"-,
fe religiosa. Como él señala; «El azote de la modernidad en la formá f '.
del laicismo [es que] el laicismo destruye la santidad y la universalidad ’
[trascendencia] de todos los valores morales» (p. 15). . „„ j
Por otra parte, los intelectuales occidentales modernos ven las
fuentes sagradas del islam bajo otra óptica. Esto se debe, en parte, sim
plemente al hecho de que no son musulmanes y que, por tanto, no
comparten el compromiso de los creyentes. No obstante, como «ex
traños» (outsiders) también han contribuido a la comprensión de los
orígenes del islam al analizarlas fuentes árabes más antiguas de acuer
do con otras preocupaciones, preguntas y métodos de investigación.
Es más, su forma de tratar el islam ha sido profundamente influen
ciada por las nuevas formas de abordar la investigación especializada
sobre las fuentes de la tradición judeocristiana, la Biblia hebrea y el
Nuevo Testamento, que se iniciaron en los medios académicos euro
peos del siglo xix. De hecho, numerosos investigadores de estas pri
meras generaciones (por ejemplo, Julius Wellhausen, por nombrar al
guno) se podían ocupar con competencia tanto de los estudios bíblicos
como de los orígenes de la comunidad islámica. Por tanto, por estas
dos razones, los estudios occidentales abordan el Corán, no como re
velación, sino como una fuente histórica fabricada por el hombre, y
susceptible, por consiguiente, de ser analizada mediante los métodos
de la investigación histórica moderna. Los fenómenos de la revela
ción y la profecía no se consideran dominios, propios de la investiga
ción científica, sino que más bien deben permanecer en la esfera de
324
la fe, cuya veracidad no puede ser demostrada racionalmente. En este
sentido, las primeras actitudes europeas hacia el Profeta y el Corán,
que en gran medida eran negativas, han sido abandonadas por lo que,
en teoría, parece ser un acercamiento más «objetivo» y sin prejuicios.
Puede encontrarse una útil panorámica de las distintas y cambiantes
opiniones sobre Muhammad, por ejemplo, en el artículo de James
Royster, «The study of Muhammad: a survey of approaches from the
perspective of the history and phenomenology of religión», {The
Muslim World 62/i [1972], pp. 49-70). Este segundo grupo de escri
tores, los «extraños», será tratado aquí con más detalle. Dependiendo
del grado de fiabilidad que otorgan a las fuentes árabes más antiguas
para el estudio de los orígenes del islam, este grupo puede dividirse
además en «palomas» y «halcones». Comenzamos con las palomas.
En principio, hay que resaltar que la obsesión con los orígenes tie
ne sus propios peligros. El historiador francés Marc Bloch nos ha re
cordado que en la búsqueda de los orígenes «acecha el peligro de
confundir la ascendencia con la explicación». Dos monografías que
muestran una obsesión con los antecedentes del islam fueron escritas
por Richard Bell y Charles Torrey. Ambos creen que el Corán fue obra
de Muhammad y expresan confianza en su historicidad como base au
téntica para nuestro conocimiento de la vida y del pensamiento del Pro
feta. La cuestión de si es o no una revelación es irrelevante. Por otro
lado, ambos consideran que el material contenido en la sunna, es decir,
en la literatura en la que han quedado recogidas las obras y palabras del
Profeta, tiene poca importancia a la hora de proporcionar información
auténtica sobre la vida de Muhammad. Por tanto, en tanto que docu
mento histórico, el Corán puede ser examinado para determinar las
fuentes que inspiraron e influenciaron las ideas del Profeta. Para Bell y
Torrey, los antecedentes están claramente en la tradición judeo-cristia-
na. Bell, el más cauto "de los dos, veía a Muhammad como a un «me
lancólico genio religioso y un hombre de gran poder mental natural,
pero de conocimientos muy limitados, que luchaba por averiguar lo que
sabían otros que tenían más conocimientos que su propio pueblo árabe,
conocimientos que podían serle útiles en su propia empresa» {The Ori-
gin of Islam in its Christian Environment [1926], Londres, Franlt Cass,
1968, p. 111). Bell era un ávido recolector de información dondequie
ra que pudiera encontrarla. El profundo interés de Bell por la historia
del texto coránico le llevó a intentar reconstruir su cronología para así
determinar el desarrollo de las ideas de Muhammad (véase su The Qu-
ran Translated with a Critical Rearrangement of the Surahs, 2 vols.,
Edimburgo, T. & T. Clark, 1937-1939). Al margen de cierto vocabula
rio religioso que, según él, los cristianos introdujeron en Arabia, Bell
señala que es imposible determinar al principio de su carrera cualquier
influencia cristiana o judía directa en Muhammad, porque él mismo no
325
distinguía entre las dos fes monoteístas. Es tan sólo a medida que se
desarrolló su carrera y que se incrementó su conocimiento cuando pue
de detectarse dicha influencia externa, aunque no pueden saberse con
seguridad las fuentes exactas de las que tomó su información y los ca
nales por medio de los cuales le llegó. Sin embargo, su conclusión es
que el ambiente cristiano de la época proporcionó el estímulo definiti
vo a las ideas religiosas de Muhammad.
Por otro lado, Charles Torrey es más categórico. Para él, Muhammad
«era un hombre reflexivo y, además, un hombre de una originalidad y
energía poco usuales» (The Jewish Foundation of Islam, Nueva York, Je-
wish Institute of Religión Press, 1933, p. 7). Sobre el Corán, creación
propia de Muhammad, Torrey afirma que
.... no bay una evidencia clara de-que [él] hubiese recibido alguna vez ins-“
trucción por parte de un profesor cristiano, mientras que muchos hechos
------ -----prueban categóricamente-lo contrario,-y además, por otro lado, hay
pruebas claras, consistentes y convincentes de que recibió el material
cristiano bien de los judíos de La Meca, bien a través de ,1o que se co
nocía y se transmitía en las ciudades árabes f idem).
326
fp*'
327
ciones de las tradiciones proféticas (tratadas en el capítulo 3), ha
biendo sido compuesta la primera de estas fuentes más de un siglo
después de la muerte del Profeta. De este material, Watt dice: «Soy
de la opinión de que las narraciones tradicionales, en general, deben
ser aceptadas, si bien con cuidado, corrigiendo lo que se pueda cuan
do se sospeche que han sufrido una “manipulación tendenciosa” y
sólo deben ser rechazadas cuando haya una contradicción interna»
( ibidem, p. XIV; véase también su análisis en Medina, pp. 336-338).
De este modo, Watt describe el inicio de la carrera de Muhammad, te
niendo como trasfondo el proceso de transición mequense a una eco
nomía mercantil que debilitó el orden tribal tradicional al crear un
malestar moral y social. Por tanto, la misión del Profeta fue una res
puesta a estas circunstancias de marcado deterioro.
Sobre la cuestión de las influencias en el pensamiento y la prácti
ca del Profeta, Watt resaltó que se conservaron algunas ideas paganas
en los casos en que éstas se encontraban profundamente enraizadas en
la sociedad árabe o cuando tenían un grado de utilidad social para la
nueva comunidad. Esas ideas incluían la creencia en los ángeles, los
genios y los diablos, así como la aceptación de la noción de santidad
de ciertos lugares (.Medina, pp. 309-315). Sobre el cristianismo, seña
la que «una de las características más sobresalientes de la relación en
tre los musulmanes y los cristianos es que ni Muhammad ni ninguno
de sus Compañeros parecen haber conocido las doctrinas cristianas
fundamentales» (ibidem, p. 320). Las relaciones con los judíos de Me
dina eran más estrechas y complejas a la vez. Muhammad creía que su
mensaje era idéntico al que se le había dado a los judíos y cristianos,
y también que las enseñanzas de estas dos-comunidades, eran simila
res entre sí. No obstante, es después de haber tomado la decisión de
-trasladarse desde La Meca a Medina cuando Muhammad «parece ha
ber intentado adecuar el islam a la religión más antigua» del judaismo,
pues es entonces cuando instituye la oración del viernes y ej ayuno, es
tablece que la dirección de la oración sea hacia Jerusalén,-e introduce
la oración del mediodía (ibidem, pp. 198-199). Se realizaron otros ges
tos de acomodación dirigidos a los judíos de Medina para ganarse su
apoyo y demostrarles la identidad esencial que existía entre su revela
ción y la nueva. Estos acercamientos fueron rechazados por los judíos
medineses, no sólo por motivos religiosos, sino también por motivos
políticos. Cuando Muhammad recibió una revelación ordenándole
cambiar la dirección de la oración de Jerusalén a la Ka‘ba de La Meca,
las relaciones entre él y los judíos se agriaron y, finalmente, termina
ron en abierta hostilidad. La distinción ideológica que entonces
Muhammad marcó entre él y las comunidades monoteístas previas
hizo de los musulmanes seguidores del credo de Abraham, que no era
ni judío ni cristiano. De este modo, los musulmanes se convirtieron en
328
partidarios de la religión pura de Dios, ya que todos los profetas pos
teriores a Abraham, incluyendo a Moisés y a Jesús, habían recibido
esencialmente el mismo mensaje.
Durante un cuarto de siglo, la atractiva «tesis materialista» de Watt
fue aceptada umversalmente en su marco general, sí no en cada detalle.
Hasta aquí, se podría decir que los investigadores occidentales moder
nos que se ocuparon de los orígenes del islam habían sido «palomas» en
su tratamiento de las fuentes árabes. Entonces llegó el tumo de los «hal
cones».. En 1977 apareció un libro cuyos autores habían pronosticado
que desataría una tormenta. El libro era Hagarism: The Making of the
Islamic World, escrito por P. Crone y M. Cook (Cambridge, Cambridge
University Press, 1977). En el prefacio, sus autores reconocen que su re
lato es radicalmente nuevo, una «expedición pionera» (p. vii), «escrito
por incrédulos para incrédulos» (p. vii). Los lectores quedaban adverti
dos. La novedad del libro estriba en el método adoptado con las fuentes
primarias y, por supuesto, en sus conclusiones. Su método es opuesto al
de Watt. Crone y Cook son escépticos que, por un lado, argumentan que
no hay evidencia real de la existencia del Corán hasta la década de 690
de nuestra era y que, además, la tradición musulmana que sitúa al Co
rán en su contexto histórico no puede ser corroborada antes del año 750.
Su actitud hacia la totalidad de la tradición contenida en las fuentes his
tóricas islámicas es que, si bien no hay «bases intemas convincentes
para rechazarlas, tampoco hay bases externas convincentes para acep
tarlas». Por tanto, «la única salida al dilema es salirse de la tradición is
lámica y comenzar de nuevo» (p. 3). Tras analizar a fondo un impresio
nante número de fuentes no islámicas de procedencia griega, judía,
armenia y siríaca, los autores dieron con tres exiguos testimonios que
“suministraron la base de sü nueva iñteiprefacióri. Según Crone y Cook,
Muhammad estaba predicando alguna forma de mesianismo judío, y la
-primera etapa de las conquistas árabes fue un movimiento irredentista,
en alianza con refugiados judíos de Palestina, cuyo objetivo era recupe
rar la Tierra Santa. Además, los invasores no se llamaban musulmanes
en esta etapa, sino más bien muhayirun o Hagarenos, «aquellos que par
ticipan en un éxodo». Seguidamente, el movimiento se dividió y la rup
tura de los árabes con los judíos (que no ocurrió en Medina, como afir
man las fuentes musulmanas, Watt y todos los demás) tuvo lugar en
Palestina, siendo entonces cuando los árabes cubrieron su movimiento
con un manto «islámico», intentando así esconder el verdadero origen
del movimiento para lograr el apoyo de las comunidades cristianas, nu
méricamente mayores.
La teoría Crone-Cook ha sido rechazada casi universalmente. La
evidencia ofrecida por los autores es, con mucho, demasiado vaga y
basada en conjeturas (posiblemente contradictorias) como para con-,
cluir que las relaciones árabe-judías fuesen tan íntimas como ellos
329
pretenden. Además, las mismas fuentes no islámicas en las que se ba
san Crone y Cook también parecen ser de' dudoso valor histórico, ya
que todas son obras polémicas de uno u otro tipo, algo de lo que po
siblemente se dieron cuenta sus autores, pero que no se tomaron la
molestia de hacer explícito como un problema fundamental. La me
todología Crone-Cook también plantea otros problemas, tales como
el hecho de que «las críticas de los autores a las posibilidades de com
prensión de los primeros periodos del islam, si se aplicasen como un
método general a las fuentes utilizadas por los historiadores de la re
ligión, nos conducirían a una especie de solipsismo histórico» (G. D.
Newby, A History of the Jews in Arabia Columbia, University of
South Carolina Press, 1988, p. 110). No obstante, el libro ha suscitado
preguntas serias y legítimas, al hacer hincapié en la dificultad de em
plear fuentes musulmanas para la reconstrucción de los orígenes del
islam. Indirectamente, plantea una cuestión más amplia, a saber, cómo
cualquiera de las fuentes contemporáneas relevantes para los orígenes
del islam, tanto musulmanas como no musulmanas, pueden ser com
prendidas e interpretadas de modo que de alguna forma se logre un
consenso, aunque sólo sea entre los expertos occidentales. Esa tarea
todavía está pendiente.
Mientras tanto, en un segundo estudio, Patricia Crone, esta vez en
solitario, volvió sobre la cuestión de los orígenes del islam en su
Meccan Trade and the Rise of Islam (Princeton, Princeton University
Press, 1987). Empleó la misma aproximación «de halcón» a las fuen
tes, de las que afirma: «Generalmente no se aprecia lo suficiente has
ta qué punto gran parte de la información "de que disponemos sobre el -
surgimiento del islam, incluyendo la que trata del comercio mequen-
se; deriva dé la exégesis'del Corán; ni-tampoco se admite general-..,
mente que dicha información es de dudoso valor histórico» (p. 204).
La obra se dirige explícitamente contra el método y contra la recons
trucción de los orígenes del islam propuestos por Watt. Ese método,
dice Crone, descansa en una valoración errónea de las fuentes.
330
ción islámica, tales como papiros, restos arqueológicos y fuentes no
musulmanas, pocas son las esperanzas que tenemos de reconstruir las
formas originales de ese primer periodo. La información espuria pue
de rechazarse, pero la información que se ha perdido no puede ser re
cobrada.
{ìbidem, p. 230)
33.1
lumen II contiene sus trabajos sobre el desarrollo de la tradición pro
fètica (hadiz)• En ellos, demuestra que las tradiciones, tomadas en su
conjunto, deben ser entendidas como una panorámica de los primeros
dos o tres siglos de desarrollo de la comunidad islámica, más que
como una descripción de la vida y dichos del Profeta.
Sobre la base de los trabajos de Goldziher, entre otros, Joseph
Schacht redactó su obra principal, The origins of Muhammadab Juris-
prudence (Oxford, Clarendon Press, 1950), a la que siguió An Intro-
duction to Islamic Law (Oxford, Clarendon Press, 1964). Schacht pro
puso que las tradiciones jurídicas auténticas contenidas en el corpus
del hadiz no pueden ser anteriores al año 100 de la era musulmana o
718 de nuestra era. Como regla metodológica, afirma que «cada tradi
ción jurídica del Profeta, hasta que se pruebe lo contrario, debe ser
considerada no como una afirmación auténtica o esencialmente autén
tica (aunque haya sido manipulada) que refleja la época del Profeta o
la época de sus Compañeros, sino como la expresión ficticia de una
doctrina legal formulada en una fecha posterior» (Origins, cit, p.
149). En el caso de aplicar esta regla a la totalidad del corpus de las
tradiciones, incluyendo las legales, esto significaría que, a menos que
se pudiera probar lo contrario en cada caso, no existe ningún testimo
nio directo de la vida del Profeta. También implicaría que Muhammad
no pudo ser considerado por sus Compañeros imnediatos y sus Suce
sores como un guía, cuya vida fue un paradigma religioso, siendo, por
tanto, normativo para toda la comunidad, hasta más de un siglo des
pués de su muerte. Esta propuesta, si fuese verdadera, tendría graves
consecuencias para los musulmanes, que han mantenido que el ejem
plo profètico, la sunna, es el segundo pilar del derecho religioso, la
sharVa. Un famoso'investigador musulmán rechazó esta noción dé
una total ausencia de guía profètica como un «mito “científico” su
perficial e irracional de la historiografía contemporánea» (Fazlur Rah-
man, Islam, Chicago, Chicago University Press, 1966, p. 52). Más re
cientemente, el investigador indio Muhammad al-Azanli dedicó
un volumen completo a atacar la postura de Schacht (véáse su On
Schacht’s «Origins o f Muhammadan Jurisprudence» Chichester, Wi-
ley, 1985; véase también Muhammad Abdul Rauf, «Hadith Literature
-I: The development of the Science of hadith», en A. F. L; Beeston et
al. [eds.], Arabie Literature to thè End of the Umayyad Period, Cam
bridge, Cambridge University Press, 1983, pp. 271-288). Por su parte,
los escépticos rechazan estas objeciones musulmanas porque creen
que «no son científicas». No obstante, algunos investigadores occi
dentales también han sugerido modificaciones de las opiniones de
Schacht. Por ejemplo, N. J. Coulson acepta la tesis de Schacht como
irrefutable en -sus rasgos generales. Pero,; por otro lado, observa que la
regla metodológica de Schacht crea un vacío o laguna en el desarrollo
332
del derecho y afirma que un principio .razonable de investigación his
tórica debería ser qué «una supuesta norma del Profeta debería acep
tarse provisionalmente como tal, a menos que se pueda aducir una ra
zón de por qué debería ser considerada ficticia» (A History oflslamic
Law, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1964, pp. 64-65). Por su
parte, G. H. A. Juynboll propone que la fecha que Schacht fija para la
datación del conjunto de la Tradición se retrase aproximadamente dos
décadas (véase su Muslim Tradition, Cambridge, Cambridge Univer
sity Press, 1983). Y la obra de H. Motzki, quien ha investigado fuen
tes de la Tradición (hadiz) más antiguas que las que utilizó Schacht,
puede modificar aún más las opiniones de este último sobre la trans
misión de hadices (véase H. Motzki, «The Musannaf of ‘Abd al-Raz-
zaq al-Saríani as a source of authentic ahadith of the first century
AH», Journal ofNear East Studies 50 [1991], pp. 1-21). Es concebi
ble que en el estudio del hadiz se pueda alcanzar cierta confluencia en
tre las concepciones occidentales y las musulmanas, ya que la natura
leza espuria de una gran parte, pero de ninguna manera de la totalidad,
de las tradiciones proféticas había sido reconocida en ciertos círculos
musulmanes modernistas, incluso con anterioridad a los innovadores
estudios de Goldziher en Occidente. Por el momento, empero, Micha-
el Cook parece haber dado en el clavo al decir que «la idea de fondo
en el estudio de las tradiciones islámicas tempranas bien podría ser
que cualquier estudioso puede salirse con la suya» («Eschatology and
the dating of traditions», Princeton Papers in Near Eastern Studies 1
[1992], pp. 23-47).
Finalmente, el Corán tampoco se ha salvado del escrutinio de los
escépticos. El mentor de Crone y Cook, John Wansbrough, produjo
■dos monografías-a finales -de-Ios-setenta—tituladas Quranic Studies: -
Sources and Methods of Scriptural Interpretation (Oxford, Oxford
University Press, 1977) y The Sectarian-Milieu: Contení and Com-
position of Islamic Salvation History {Oxford, Oxford University'
Press, 1978). Wansbrough intenta valorar las fuentes (el Corán, la
biografía del Profeta y la tradición exegética islámica) mediante el
método de análisis literario. Estas fuentes deben ser vistas, en opinión
de Wansbrough, como «Historia de la Salvación» (Heilsgeschichte).
Señala, en primer lugar, que, aunque estas fuentes pretenden narrar
los acontecimientos históricos de la época del Profeta tal y como
ocurrieron, en realidad esos acontecimientos son descritos en un pe
riodo de tiempo posterior y son simplemente racionalizaciones teoló
gicas de esos hechos. En consecuencia, no hay ninguna verdadera po
sibilidad de recuperar información auténtica sobre la historia de la
vida del Profeta, ya que, debido a la misma naturaleza de las fuentes,
no podremos jamás conocer lo que verdaderamente.ocurrió. Una se
gunda propuesta es que el Corán no se elaboró en La Meca de
333
Muhammad, sino que se desarrolló, a lo largo del periodo formativo
del islam, en una atmósfera de polémicas sectarias judep-cristianas.
Fue tan sólo al final del siglo ii/vm cuando el texto se puso por escri
to tal y como hoy lo conocemos. Esto se opone a la concepción mu
sulmana tradicional, según la cual la compilación final del Corán tuvo
lugar en la época del califa Uzman, menos de veinte años después de
la muerte del Profeta, de manera que las revelaciones fueron conser
vadas de manera casi tan precisa como le habían llegado a Muham
mad. Debido al estilo denso y técnico de Wansbrough, sus libros no
son para principiantes. Hay, no obstante, una clara exposición de tipo
general sobre sus opiniones realizada por su discípulo, A. Rippin (véa
se «Literary analysis of the Qur’an, Tafsir and Sira: the methodolo-
gies of John Wansbrough», en R. Martin [ed.], Approaches to Islam
in Religious Studies Tucson, University of Arizona Press, 1985, pp.
151-163). Por coincidencia, un colega de Wansbrough, John Burton,
publicó otra monografía sobre el Corán al mismo tiempo que el Qu-
ranic Studies de Wansbrough. Aplicando sus propios métodos escép
ticos a las fuentes musulmanas, concluyó su libro con una sorpren
dente frase final: «Lo que actualmente tenemos en nuestras manos es
el mushaf de Muhammad» (The Collection of the Qur’an, Cambrid
ge, Cambridge University Press, 1977): es decir, no la edición llevada
a cabo en tiempos del califa Uzman según la tradición musulmana,
sino la edición preparada por el Profeta mismo. Donde Wansbrough
creyó detectar en el texto coránico manipulaciones posteriores, Bur
ton no vio ninguna manipulación. No puede ser que los dos estén en
. lo cierto, y posiblemente ambos estén equivocados; los métodos de .
análisis e interpretación claramente aún necesitan ser refinados. F. E.
Peters ha descrito algunos de los problemas que los investigadores
han encontrado en el estudio de los orígenes del islam, comparándo
los con aquellos a los que se han enfrentado quienes han explorado el
..ofigén del cristianismo (véase su «The Quest of the historicál Muham-..
mad», International Journal of Middle East Studies 23 [1991], pp.
291-315; contrastar la opinión de Peters con la del investigador mu
sulmán modernista Mohammed al-Nowaihi, «Towards a re-evalua-
tion of Muhammad: Prophet and Man», Muslim World, 60/4 [1970],
pp. 300-313, quien busca recuperar las verdaderas cualidades del Pro
feta, dejando de lado las tradiciones imaginarias y pintorescas sobre
su personalidad, pero que, sin embargo, emplea el Corán como una
fuente incuestionable).
Finalmente, quedan por decir unas palabras sobre la forma en que
estos problemas han sido abordados en la presente obra. En un libro
introductorio como éste no es posible presentar un argumento deta
llado sobre la cuestión de los orígenes. Brevemente, por tanto, en re
lación con el. Corán mismo, aceptó el texto como un documento inte-
334
gro y auténtico de la época del Profeta. Más que ver una influencia
decisiva, ya sea cristiana o judía, reflejada en él he insinuado que las
dos tradiciones monoteístas pueden leerse como subtextos del Corán
en su conjunto, lo que refleja mejor la cambiante atmósfera pagana
en la que los habitantes de Arabia Central, paganos, judíos y cristia
nos, compartieron una reserva común de ideas religiosas, motivo por
el cual he utilizado la expresión «conjunto profético árabe común».
Esta descripción permite suponer la existencia de una tradición indí
gena monoteísta de profetas árabes a la que también alude el Corán.
En cuanto a las otras fuentes no coránicas o extra coránicas, conside
ro que reflejan diferentes etapas y aspectos variables de la tradición
islámica en el proceso de su desarrollo, durante el cual la influencia
judeo-cristiana fue más fuerte y más penetrante. Desde esta perspec
tiva, el Corán es, de manera decisiva, la roca sobre la que se asienta
prácticamente cada aspecto de la cultura religiosa islámica, lo que he
intentado demostrar a lo largo del libro. La opinión de los escépticos
de que las actuales suposiciones y conocimientos sobre los orígenes
del islam podrían, en realidad, descansar sobre fundamentos incier
tos debe tomarse en serio. De ello no se deduce que sus hipótesis al
ternativas necesariamente tengan que ser aceptadas, cautela que natu
ralmente también se aplica a mi propia posición. Está en la misma
naturaleza de la investigación que nuestro presente estado de conoci
mientos sea provisional y esté sujeto a cambio, si saliesen a la luz
nuevas fuentes o se planteasen nuevas interpretaciones de las ya exis
tentes.
J :í
5*
/ L í Vi:;,?,,:
■ .O M .Í
335
Algunos grandes centros históricos de la cultura musulmana
GLOSARIO
(adl Término medio o equilibrio entre dos extremos, por tanto, «jus
ticia» en los asuntos humanos; persona que posee altas cualidades
morales para asumir un cargo público o judicial; también se refie
re a la justicia absoluta de Allah.
al-ahkam al-jamsa «Los cinco valores legales o calificaciones», apli
cados en el derecho islámico a acciones individuales. Véase haram,
wayib.
ahí al-bait «Gente de la Casa», expresión con la que se hace refe
rencia a la familia inmediata del Profeta.
ahí al-dimma «Comunidades protegidas por pactos». Véase dimmí.
ahí al-Hlm «Gente con conocimiento». Véase ‘alim, ‘ilm.
‘alirn En la sociedad islámica, el término designa a un estudioso de las
ciencias religiosas (ulema., pl. ulemas). Como uno de los numerosos
epítetos de Allah en el Corán, significa «Omnisciente». Véase hakim.
alfaquí (pLalfaguíes) Jurisconsulto o jurista musulmán.
aleya Versículo del Corán.
aljama Mezquita congregacional, aquella en la que tiene lugar la ora
ción del viernes.
alminar Véase minarete.
almuédano El que llama al creyente a la oración.
‘amal Práctica judicial sobre la que se ha llegado a un acuerdo; para
la escuela jurídica maliM, se trata de la práctica de Medina; «acto»
(pl. a ‘mal) tanto en el sentido mundano como en el religioso.
‘amal (al~ta(at) Acto de obediencia, buena obra.
‘amma La gente común. Véase jassa.
Ansar «Ayudantes». Aquellos habitantes de Medina que se unieron
a la misión de Muhammad y apoyaron sus esfuerzos por fundar
una comunidad entre ellos. Véase muhayirun.
337
(ard Uno de los diversos métodos seguidos en la transmisión de una
obra^ Véase mukataba, munawala,
Ashraf (pl. de sharif) «Nobles», los descendientes del Profeta.
azar Una narración transmitida por un Compañero o Sucesor del
Profeta. Véase hadiz, hadiz nabawi.
aya (pl. ayat) «Signo» o «símbolo», en el sentido de que el orden
creado y todo lo que contiene son identificados con signos del po
der y misericordia de Allah; también se refiere a un versículo del
Corán (véase aleya).
Ayatóla (Ayatullah) «Signo de Allah», La dignidad religiosa más alta
en la jerarquía de los Imamíes o shPíes duodecimanos.
azora Capítulo del Corán, con un total de 114.
baqá* «Subsistencia» , el estado más alto en el sufismo, en el cual se
dice que el alma subsiste en Allah tras haber experimentado la ani
quilación. Véase fana’.
batin El aspecto «interior» o esotérico de un texto, doctrina o reli
gión; también hace referencia a un estado interior o espiritual. Vé
ase zahir.
bidía «Innovación» en la práctica ritual musulmana o creencias para
las cuales no existe precedente en la práctica del Profeta. Véase
sunna, talaq al-bid‘a.
bid(a hasana «Una innovación buena», aunque considerada inválida
por numerosos juristas.
hila kaifa «Sin (saber) cómo», hace referencia a la doctrina de acep
tación de los términos antropomórficos utilizados en el Corán en
.conexión con Allah, sin cuestionar su verdadero significado.
cadí Juez designado por el gobernante para resolver disputas y que
rellas de acuerdo con la sharVa. _ ___ _
califa «Sucesor» del Profeta y cabeza de la comunidad musulmana.
Véase imam.
ddhr «Tiempo», la noción preislámica de un destino impersonal y pre
ordenado.
daHf Véase hadiz.
dar al-harb «Morada o territorio de guerra», es decir, el territorio
que no está bajo la soberanía musulmana.
dar al-islam «Morada o territorio del islam», los dominios islámicos,
donde prevalece el derecho islámico.
dikr «Recordatorio», se aplica en particular a la práctica de los sufí-
es de invocar o mencionar en grupo el nombre de Allah.
dimmí Judíos, cristianos y otros «no musulmanes», aceptados como
súbditos de un gobierno musulmán, que pagan un impuesto, espe.-
cial (yizia), de cuerdo con lo establecido en un pacto ó "alianza con
el estado musulmán a cambio de protección legal para sus vidas y
propiedades. "
338
fana’ La «aniquilación» en Allah, uno de los estados más altos en el
sufismo. Véase baqa’. ..
faqih (pl. fuqaha7) Véase alfaquí.
fa ra ’id Reglas de la herencia; las porciones asignadas a los here
deros.
fard Véase wayib.
fard eain Un deber que incumbe a un individuo de acuerdo con el de
recho religioso.
fard kifaya Deber colectivo.
fasiq Pecador grave.
Fatiha «Apertura», el primer capítulo del Corán, que también forma
parte de la oración ritual.
fatwa (pl. fatawa) Véase fetua.
fetua (pl.fetuas) Opinión o dictamen jurídico emitido por un espe
cialista (muftí) sobre un punto de la ley. Esa opinión goza de au
toridad, pero en sí misma no es vinculante. Véase fiqh.
fiqh «Comprensión»; la ciencia de la jurisprudencia; el derecho reli
gioso islámico, que incluye rituales, derecho civil, derecho criminal
y derecho público.
fitna «Tentación» o «prueba», término utilizado generalmente en el
sentido de sedición o agitación política.
fu r u ‘ al-fiqh «Ramas», derecho positivo diferenciado de sus «raí
ces» teóricas (usul).
gafur «Misericordioso», uno de los epítetos de Allah en el Corán,
que también forma parte de la oración ritual. Véase rahim, hakim,
‘a lim . .. ............-
gaib La «ocultación» del duodécimo y último imam shiT
hadd (pl. hudud) Castigo fijado para determinados deliíos/pecados
según lo establecido en el Corán.
hadiz (pl. áhadiz) Tradición, relato de los dichos y obras del Pro-
feta qué contienen su práctica ejemplar o sunna, la segunda
fuente de autoridad para los musulmanes después del Corán. Se
gún su validez, una tradición puede clasificarse en: sahih, váli
da, hasan, aceptable y d a'if débil. Los shifies aplican el térmi
no hadiz a los dichos de los doce imames, aunque distinguen
claramente entre éstos y los dichos del Profeta. Véase también
azar.
hadiz nabawi (también hadiz al-nabi) Una narración transmitida di
rectamente por el Profeta. Véase azar. —
hadiz qudsi «Dicho divino», narración o dicho transmitido por el
. Profeta en el que Allah habla en primera persona. Estas narracio
nes no forman parte del Corán. "
hakim «El que todo lo sabe», uno de los numerosos epítetos de Allah
en el Corán. Véase ‘alim. ■
339
hal(pl. ahwal) «Estado» espiritual que los sufres experimentan en el
camino sufí.
halal Legal, permisible, lo contrario de haram.
halqa «Círculo» de alumnos que estudian en la mezquita. Se aplica
también a los sufíes que se reúnen para la meditación.
al-hamdu li‘Llah «Alabado sea Allah».
hanif Término del Corán aplicado a un «monoteísta» verdadero, aso
ciado al profeta Abraham y a otros que vivieron en tiempos paga
nos, pero que creían en un Dios único.
haram «Prohibido», una acción que la ley «no permite». Véase halal,
wayib.
hasan Véase hadiz.
hayy La peregrinación a La Meca, realizada anualmente y prescrita
para todos los musulmanes al menos una vez en la vida. A una
persona que ha llevado a cabo la peregrinación se le otorga el tí
tulo honorífico de Hayy (Hayya para las mujeres). Véase ihram,
Ka‘ba.
hégira La migración o viaje de Muhammad y sus Compañeros de La
Meca a Medina en el año 622 d.C.
hiyal Artificios o artimañas legales.
hulul Encamación.
huyya «Prueba» de Allah; denominación aplicada a los doce ima
mes; también utilizado por los sunníes para referirse a ciertos sa
bios o ulemas eminentes.
Husainiyyat Lugares de adoración $hi‘íes o salas para la realización
de dramas que conmemoran la muerte de al-Husain. Véase ta ‘zíya.
_(ibada (pl. Hbadat) Un acto de culto o ritual, tales como la oración,
el ayuno y la peregrinación; una de lasados-divisiones generales
del derecho. Véase mu‘amalat.
Iblis Uno de los términos coránicos para Satán, el diablo. - -
ichma<«Consenso» en la jurisprudencia islámica. General mente sig
nifica eí acuerdo de los juristas sobre un punto determinado del
derecho, al que se alude explícitamente en el Corán y la sunna.
ichtihad «Esfuerzo», «esforzarse personalmente», ejercer la capaci
dad de emitir juicios independientes sobre el derecho islámico
para lograr así una nueva interpretación del tema en discusión. A
menudo se utiliza con el mismo significado de qiyas o razona
miento por analogía. Véase muchtahid.
Hd al-adha Fiesta del sacrificio, celebrada el décimo día del mes de
la peregrinación, du 1-hiyya,
‘id al-fitr La fiesta musulmana con la que se celebra la interrupción
del ayuno de ramadán.
‘iddá El «periodo de espera» de una mujer tras la terminación del
matrimonio o la muerte del marido.
340
ihram El estado. de pureza ritual de un peregrino en La Meca; la ves
tidura especial de dos piezas que llevan los peregrinos.
ihsan Perfección (de creencia, fe).
illa El denominador común o la «causa efectiva» que comparten dos
casos en el derecho.
‘ilm «Conocimiento», «aprendizaje», «ciencia», sobre todo el cono
cimiento teórico de las ciencias religiosas; verdades derivadas del
Corán y de las tradiciones proféticas. Véase talab al- 'ilm.
imam «Aquel que está al frente», líder, especialmente de la oración;
por extensión, se aplica al líder supremo de la comunidad musul
mana (véase califa); el sucesor legítimo del Profeta, término usa
do por los shi‘íes para Ali y sus descendientes.
imama El liderazgo político y/o religioso; el cargo de imam.
imán Fe, creencia.
in sha(a Allah «Si Allah lo desea» (de donde «ojalá» en castellano).
iqrar (bVl-lisan) Confesión verbal de la fe (en Allah y en su Mensa
jero). Véase tasdiq.
islah Reforma.
islam En sentido religioso, «el reconocimiento voluntario y activo
del mandato del tínico, Allah, y la sumisión total a El».
isnad Cadena de transmisores o autoridades, añadida a un hadiz, cu
yos nombres indican el grado de validez de esa tradición.
isra} en la tradición islámica se refiere al viaje nocturno de Muham-
rnad de La Meca a Jerusalén. Véase mi ‘rach.
istíhsan Decisión discrecional de «aprobación» sobre un punto del
derecho, que toma un juez cuando lo considera de interés público.
istislah bienestar público. Véase maslaha.
ittihad Fusión unitivá'o unión con Allah...— — — — -.................
iyaza Documento entregado por un maestro a un estudiante, en el que
le da permiso para transmitir o enseñar su obra.
iwan Fachada rectangular arqueada de la entrada abovedada de una
mezquita.
janqa Palabra persa que designa una logia sufí. Véase también z¿iwi~
■ ya.
jassa «Elegido», «elite». Véase ‘amma.
jatib Véase jutba.
jirqa Prenda característica de un sufí.
al-julafa’ al-rashidun Los Califas Rectamente Guiados, que fueron
los cuatro primeros sucesores de Muhammad (Abu Bakr, ‘Umar,
‘Uzman, y Ali) que dirigieron la comunidad. Los sunníes los con
sideran a todos líderes legítimos, mientras que los. shi fíes sólo
consideran legítimo a Ali.
julud «Eternidad», que en árabe preislámico significaba el tiempo
entre el nacimiento y la muerte.
341
jutba Sermón que el jatib predica en la mezquita durante la oración
congregacional del viernes. ''
Kaeba El lugar sagrado en forma de cubo, de origen preislámico, lo
calizado en el centro de la gran mezquita de La Meca. Es el pun
to al que se dirigen los musulmanes en sus oraciones diarias y en
la peregrinación anual.
kaffara Expiación religiosa.
kafir (pL kuffar) «Infiel», «incrédulo». En su sentido original «aquel
que es ingrato» y, por extensión, aquel que es ingrato con las re
compensas y la misericordia de Allah. También puede aplicarse a
un musulmán cuyas creencias o prácticas van más allá de los lími
tes permitidos. Véase mu’min.
kálam «Palabra»; término que se refiere a la disciplina de la «teolo
gía dialéctica» que intentaba defender, mediante argumentos ra
cionales, las creencias musulmanas y proporcionar pruebas a cues
tiones tales como la unidad de Allah, sus atributos, el libre albedrío
y la predeterminación.
kanun Derecho estatal o administrativo.
karama (pl. karamat) «Milagro» atribuido al Profeta o a una perso
na santa.
kasb (también iktisab) Doctrina teológica según la cual los seres hu
manos «adquieren» sus acciones de Allah, y son, por tanto, res
ponsables de ellas, pudiendo ser castigados o premiados en la vida
eterna.
kufr Infidelidad, incredulidad. Véase kafir.
lailat al-qadar «La noche del poder», una de las últimas diez noches
impares de ramadán, cuando se dice que el Corán fue revelado por
- vez primera.Véase.saum,fiid,al-fitr.___________ ___
madhab (pl. madahib) «Escuela» del derecho religioso musulmán, es-
_ cuela jurídica. Las cuatro escuelas sunhíes son: lamalila, la hánafí, 1¿
sh alrí y la hanbalí. ■ - ............- ...- ...... -.................................
madrasa En tiempos medievales, un centro de enseñanza para el es
tudio del derecho, a menudo, aunque no siempre, unido a una
mezquita.
Mahdi También llamado al-Muntazar, el Esperado. En la creencia
shi‘í, se trata del duodécimo imam, que actualmente está oculto,
pero cuyo regreso anunciará el final de los tiempos y la inminen
cia del Día del Juicio.
mahr Dote o regalo nupcial prometido por un futuro marido en el
contrato matrimonial. -- —
makruh Acción «censurable». Véase al-ahkam al-jamsa.
makruh tahrimi Una acción censurable, no recomendable, pero para
la que no hay evidencia segura que establezca su prohibición.
mandub Acción «encomiable». Véase al-ahkam al-jamsa.
342
maqam «Estación» en la vía sufí.
nía ‘rifa Gnosis; conocimiento de Allah, conócirnfénto místico.
mqsyid Véase mezquita.
maslaha (también istislah) «Bienestar social».
matn El «cuerpo» o sustancia de una narración, texto de un hadiz.
Véase isnad.
maudueat Tradiciones falsas. Véase hadiz-
maula Véase mawali.
mautíd La celebración del cumpleaños del Profeta o los de los san
tos sufíes.
mawali (s. maula) «Clientes», «hombres liberados», conversos al is
lam de origen no árabe durante los primeros siglos islámicos.
Maula también puede referirse al patrón o amo, significado que
también se aplica a Allah.
mazalim (pl. de mazlama) Tribunal de apelación donde tenían lugar
las investigaciones por las acusaciones en contra de los funciona
rios del gobierno. Originalmente, las dirigía el mismo califa y más
tarde sus funcionarios.
mezquita «Lugar de postración»; lugar para el culto y centro de los
asuntos comunales.
mihrab Nicho cóncavo y arqueado de una mezquita que indica la di
rección hacia La Meca.
minara Véase minarete,
minarete Torre de una mezquita.
minbar Estructura semejante a un pulpito en una mezquita.
mVrach «Ascensión». En la Tradición se refiere a la ascensión de
Muhammad al cielo y ante la presencia divina..
m^abbirun Expertos, en la. interpretación.de los sueños___ ____
m u’addin Véase almuédano. ___ __________ __
m u‘amalái Una de las dos divisiones del_derecho, la que trata de las
relaciones-sociales. Véase ‘ibadar ---- -------- ------
mubah Acción «permisible», de valor legal neutral. Véase al-ahkam
al-jamsa.
muchtahid (pl. muchtahidun) Jurista cualificado para dar una opi
nión independiente sobre cuestiones de derecho. En la actualidad,
el término se utiliza especialmente en el shiTsmo imamí. Véase
ichtihad.
mudakkirun Predicadores populares. Véase qussas.
muftí Especialista en derecho islámico considerado competente para
emitir fetuas. Generalmente se trata de una persona privada a la
que otros buscan para pedir su opinión, dada su reputación en
cuanto a conocimientos y piedad.
Muhayirun Musulmanes que acompañaron a Muhammad en su mi
gración de La Meca a Medina. Véase Ansar.
\
muhtasib Inspector del- mercado, encargado de detectar pesos falsos
y de castigar los actos públicos inmorales. Su tarea era definida
como «ordenar lo bueno y prohibir lo malo».
mukallaf Persona con responsabilidad legal completa.
mukataba Uno de los diversos métodos de transmisión de una obra
por parte de un profesor a un estudiante. Véase munawalah, ‘aré.
m u’min (pl. m u’minun) El que cree en un solo Dios, Allah, y el que
sigue los mandamientos del islam. Véase kafir:
munafiq (pl. munafiqun) Un hipócrita, aquel que esconde sus ver
daderas creencias religiosas.
munawala Uno de los diversos métodos de transmisión de una obra.
Véase mukataba, ‘ard.
muqallad Jurista que emplea taqlid, es decir, que se apoya en las en
señanzas de un maestro o de una escuela sin cuestionarlas y sin
emplear la investigación independiente para verificarlas. Taqlid
al-mayyit: seguir sólo las enseñanzas de un líder religioso ya fa
llecido. Marya*al-taqlid «fuente de imitación», importante figu
ra religiosa en el islam shi‘í.
murid Discípulo de una hermandad sufí.
mursal Tradición a la que le falta un eslabón en la cadena de autoridades.
murshid Véase pir.
murtadd Apóstata del islam.
muruwa Noción central del sistema de valores preislámico, que sig
nificaba «virtud» u «hombría», y que incluía las cualidades de
lealtad, coraje y hospitalidad.
musannaf Colección de tradiciones organizadas de acuerdo a la ma
teria de que tratan^_____ ____ ____ ______—
mushrik (pl. mushrikun) Politeísta, idólatra, aquel que_comete el pe
cado capital de shirk, es decir, la asociación o adoración a algo o
alguien además de Allah. Aquel que mantiene que existen otras re
alidades independientes de Allah. ;
musüm (pl. muslimun) En sentido religioso, «aquel que se somete a
Allah».
musnad Colección de tradiciones organizadas de acuerdo con su ca
dena de autoridades (isnad). Véase musannaf. -
m ut‘a Institución shi‘í consistente en un matrimonio temporal.
mutakaüim «Teólogo dialéctico». Véase kalam.
mutawatir Tradición que ha sido transmitida por un número elevado
de transmisores o autoridades, teniendo que descartarse, por tan
to, la posibilidad de que sea una falsificación.
muyaddid Tradicional renovador de la religión que aparece al final
de cada siglo.
nabi «Profeta».Véase rasúl.
344
nafs «Alma». Los.esrados del alma que comienzan conel arrepenti
miento son: al-ammara, al-lawwama, al-mutma’inna.
nass Doctrina shi!í, según la cual cada Imam fue «designado» por su
predecesor; de manera que el primer Imam habría sido ‘Ali, ele
gido por Allah a través del Profeta.
nauruz Año Nuevo Persa.
nikah Matrimonio.
pir Palabra persa que designa a un maestro espiritual.
qadar «Poder», entendido no sólo como la libre voluntad del hom
bre para actuar con capacidad propia (qudra), sino también como
el poder de Allah sobre toda su creación.
qadi Véase cadí.
qibla Dirección de La Meca hacia la que se dirigen los fieles mien
tras rezan.
qiyas Razonamiento por analogía en la jurisprudencia islámica.
qussas «Narradores de historias» que, durante los primeros tiempos
de la comunidad islámica, transmitían conocimientos de forma
popular al público en general. Véase mudakkirun.
qutb «Polo», «eje». En el sufismo, cabeza de una jerarquía invisible
de santos, del cual depende el orden apropiado del universo.
rahim «(Todo) Misericordioso», uno de los numerosos epítetos de
Allah en el Corán. Véase gafar, hakim, ‘alim.
ramadán Véase saum.
rasul «Mensajero» (de Allah), una de las formas de llamar al Profe
ta (nabi) Muhammad.
"ra’y Decisión discrecional de un juez, opinión personal.
ridwan Satisfacción de Allah.
- rihla -«Viaje», con. el propósito-de..peregrinar a La Meca, o para estu
diar y acumular conocimientos, estudiando con otros sabios en .
......cualquier otro lugar. VéaseJalab_al-‘ilm.
sadaqa Limosnas no obligatorias. - -------- :—
Sahaba Compañeros del Profeta. Véase Tabi‘un.
sahih «Auténtico», válido, legalmente eficaz. Hace referencia a la
cualidad superior que tienen aquellas tradiciones que, por sus ca
racterísticas, son consideradas absolutamente fiables,
. sahn Patio interior de una mezquita. .
salaf «Antepasado piadoso». Hace referencia a las primeras genera
ciones de sabios religiosos o ulemas musulmanes.
salat Oración canónica, obligatoria para los musulmanes cinco veces
al día. . . ..................... ........- ......................
saum (o siyam) Ayuno, prescrito durante el mes de ramadán. Véase
‘id al-fitr.
shahada «Testimonio». La confesión de fe musulmana expresada en
las palabras: «No hay más Dios que Allah, y Muhammad es el En-'"
viado de Allah».
345
shaij Anciano, jefe, maestro, hombre sabio y piadoso, maestro espiritual.
shari‘a La voluntad de AUah; tal como está expresada en el Corán y
en la sunna del Profeta; ley sagrada del islam.
sharif (pl. shurafa’) Persona que reclama ser descendiente del Pro
feta. Véase Ashraf.
shVat ‘Ali «Partido de ‘Ali», los shi‘íes.
shirk Véase mushrik.
shura Consulta, en concreto entre un gobernante y sus consejeros
principales.
süsila Cadena espiritual de autoridad de los sufíes.
sufí «Aquel que lleva lana (suf)», un místico musulmán.
sunna «Camino o sendero recorrido con frecuencia». Costumbre tri
bal de los árabes preislámicos. También hace referencia a los man
damientos y prohibiciones de Allah. En el derecho islámico, quie
re decir la práctica normativa del profeta Muhammad, el ejemplo
establecido por él (y que, por tanto, goza de autoridad) de cómo
debe vivir un musulmán. Véase hadiz.
Tabi‘un Sucesores de los Compañeros del Profeta. La segunda ge
neración de musulmanes tras la del Profeta.
tafwid Estipulación incluida en un contrato matrimonial, según la
cual la mujer puede poner fin al matrimonio cuando lo desee.
tajayur Elección de la doctrina legal de una escuela jurídica distinta
de aquella a la que pertenece el jurista que la ha elegido.
takfir Acción por la que se declara infiel a alguien. Véase kafir,
talab al-Hlm «Búsqueda de conocimiento», especialmente el cono
cimiento religioso en su sentido más amplio. Véase ‘ilm, rihla.
tálaq Divorcio legal.
__talaq al-bid‘a Fórmula triple e irrevocable de divorcio que txadicipr
nalmente_ ha sido considerada por los juristas como una innova-
__ ción, pero que, sin embargo, se da por validar'” “ “ ”
talfiq Artificio legal que consiste en combinar las opiniones dé es
cuelas diferentes o de ulemas determinados.
taqiyya Disimulación preventiva. En la práctica shi‘í, cuando una
persona esconde sus verdaderas creencias religiosas por miedo a
la persecución.
taqlid Véase muqallad.
tariqa La vía o camino sufí; una hermandad sufí.
tasawwuf Término árabe para lo que denominamos sufismo.
tasdiq (bVUqdlb) Asentimiento de la fe (en Allah y el Profeta) que se
hace en silencio en el corazón. Véase. iqrar. _
tasmiya Pronunciación de la expresión «En el nombre de Allah».
tauba Hace referencia tanto a cuando una persona se dirige a Allah
en señal de arrepentimiento por sus pecados, como cuando Allah
«se Vuelve» hacia su siervo, en aceptación compasiva, es decir,
perdonándole.
346
tauhid La doctrina de la unicidad de Allah.
ta’wil Iluminación del significado interior o esotérico de un texto.
ta‘ziya Escenificación de un drama shi‘í que conmemora el martirio
de la muerte de al-Husain.
ulema Véase ‘alim.
umma La comunidad musulmana mundial; también denominada
ummat al-islam.
‘umra Forma de peregrinación a La Meca, que se lleva a cabo fuera
del periodo habitual y durante la cual no se realizan diversos ri
tuales que son esenciales en el hayy.
‘urf «Costumbre».
usul al-fiqh Las «raíces» o bases teóricas del derecho islámico.
wahdat aUshuhud Unidad de visión de Allah.
wahdat ál-wuyud La unidad del ser, la unión ontológica con Allah.
wali Allah (pl. auliya’ Allah) «Amigo de Allah» o santo sufí, que
disfruta de una relación particular con Allah (wilaya).
waqf (pl. auqaf) Legado pío, fundación piadosa o donación. Los in
gresos derivados de una propiedad, destinados por su dueño a un
propósito religioso específico, como la construcción de una es
cuela o mezquita o a otra obra de caridad.
wasiyya «Legado testamental».
wayib Acción «obligatoria». También se denomina/ará. Véase al-ah-
kam al-jamsa.
wilaya Véase wali Allah.
yahiliyya «Tiempo de ignorancia», término coránico, aplicado por
los teólogos musulmanes al periodo del paganismo anterior al ad
venimiento del islam. En la actualidad, los radicales musulmanes
■ rio utilizan para denominar a aquellas-sociedades que pretenden
ser musulmanas, pero que según ellos se han desviado del camino
- verdadero y en las que,-por tanto, predomina la-infidelidad.-------
yami‘ Véase aljama.
yaum al-qiyama El día de la resurrección.
yihad «Esfuerzo», «lucha», comúnmente traducido como «guerra
santa» contra los infieles. También es el esfuerzo dirigido a la su
peración de las pasiones internas y de las imperfecciones del alma
(llamado más específicamente yihad al-nafs).
yizia Véase dimmí. '
348
BIBLIOGRAFÍA
Introducción
Además de las obras citadas en el Excursus sobre los orígenes del islam,
a continuación se sugieren otras sobre los antecedentes preislámicos, el Co-
349
rán. y. la vida del Profeta. Actualmente tenemos a nuestra disposición varias
colecciones de estudios que versan sobre el periodo preislámico y de las pri
meras etapas islámicas y que son indispensables, desarrollando diferentes
métodos y aproximaciones. Entre esas colecciones se encuentran: M. M.
Bravmann, The Spiritual Background o f Early Islam, Leiden, E. J. Brill,
1972; M. J. Kister, Studies on Jahiliyyah and Early Islam, Londres, Vario
rum, 1980; R. B. Serjeant, Studies in Arabian History and Civilization, Lon
dres, Variorum, 1981. Algunos de los artículos de investigadores alemanes y
franceses que aparecen traducidos en la obra de M. Swartz, Studies on Islam
(Nueva York, Oxford University Press, 1981), abordan el periodo preislámi
co y la vida del Profeta.
Sobre el Corán, la mejor introducción en inglés continúa siendo la de Bell,
Introduction to the Koran, revisada y ampliada por W. M. Watt (Edimburgo,
Edinburgh University Press, 1990 [1970]; trad, española de M. Lucini, Ma
drid, Ediciones Encuentro, 1987). Una introducción musulmana sistemática y
moderna es la de Fazlur Rahman, Major Themes o f the Qur’an, Minneapolis,
Bibliotheca Islámica, 1980. Para el estudio de un tema específico y central, vé
ase T. Izutsu, God and Man in the Koran, Tokio, 1964. Otro estudio del mis
mo tema, esta vez reflejado en el habla cotidiana de los árabes, es el de M. Pia-
menta, The Muslim Conception o f God and Human Welfare, Leiden, E. J.
Brill, 1983. Véase también W. M. Watt, Early Islam: Collected Articles, Edim
burgo, Edinburgh University Press,1990, cuya primera parte trata de Muham
mad y del Corán. Watt presenta sus antiguas opiniones y métodos en una in
troducción más reciente sobre los orígenes del islam en Muhammad’s Mecca:
History in the Qur’an, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1988. Mah
moud Ayoub ha iniciado una obra en varios volúmenes sobre The Qur’an and
its Interpreters, Albany, State University of New York Press, 1984,1, que pre-*"*
"senta_er libro tal como los musulmanes k r han visto- a lo largo de los"siglós7
Además, existe un volumen con traducciones de pasajes breves tomados de los
exegetas-musulmanes, ordenados temáticamente, preparado“por Helmut Gät-
je, The Qur’an and its exegesis: Selected Texts with Classical and Modern
Muslim Interpretations, traducido del alemán por Alford T. Welph, Londres,
Routledge & Kegan Paul, 1976. La obra de Jane Dämmen McAuliffe, Qur’a-
nic Christians: An Analysis o f Classical and Modern Exegesis (Cambridge,
Cambridge University Press, 1991) es un. estudio de la visión que los musul
manes tienen de los cristianos, tal como se expresa en la interpretación de cier
tos versos coránicos claves. Approaches to the History o f the Interpretation of
. the Q ur’an (Oxford, Clarendon Press, 1988), obra editada por A. Rippin, es
una colección de ensayos sobre la historia de la exegesis coránica.
Sobre el material preislámico en la biografía de Ibn Ishaq sobre el Pro
feta, véase Gordon D. Newby, The Making o f the-Last Prophet: A Recons
truction o f the Earliest Biography o f Muhammad, Columbia, University of
:■South Carolina Press, 1989. Es útil comparar y contrastar, la biografía de
Muhammad realizada por un creyente o miembro de la comunidad con la
350
realizada por quien no lo es. Para la primera, véase Muhammad Husayn
Haykal, The life o f Muhammad, trad, de R. al-Faruqi, Londres, Shorouk In
ternational, 1983; la segunda puede estar representada por la obra de Maxi
me Rodinson, Muhammad, Harmondsworth, Penguin, 1976; trad, al espa
ñol, México, 1974. Otra visión desde «dentro», que intenta captar la
atmósfera de las fuentes originales árabes, es la de Martin Lings, Muham
mad, Londres, George Allen & Unwin, 1983.
Algunas obras en español son: Hanna Kassis y Karl Kobbervig, Las
Concordancias del Corán, Madrid, I.C.M.A., 1987. El Corán, trad, de Juan
Vernet, Barcelona, Plaza y Janes, 1983. Juan Vernet, Mahoma, Barcelona,
Espasa Calpe, 1987, así como su obra Los Orígenes del Islam, Madrid, His
toria 16, 1990. Tor Andrae, Mahoma; su vida, su fe, Madrid, Alianza, (1966)
1987. F. Comente, Las mu ‘allaqat. Antología y panorama de Arabia preis
lámica, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1974.
L a formación de la tradición
351
La obra de Franz Rosenthal, Knowledge Triumphant: The Concept o f
Knowledge in Medieval Islam (Leiden, E. J. Brill, 1970) es exhaustiva en
su tratamiento. Stephen Humphries ha dedicado un capítulo a los ulemas
(con un útil análisis de las fuentes secundarias en lenguas europeas) en su
Islamic History: A framework fo r Inquiry (Londres, I. B. Taurus, 1991).
Una colección de estudios sobre los viajes de los sabios y de otros peregri
nos ha sido editada por Dale Eickelmann y James Piscatori: Muslim Trave
llers: Pilgrimage, Migration and the Religious Imagination (Londres, Rou-
tledge, 1990). Dos monografías que abordan de forma bastante distinta la
comunidad de los ulemas son los estudios de Muhsin Mahdi sobre el pen
samiento del gran sabio del siglo vni/xiv Ibn Jaldún, Ibn Khaldun's Philo
sophy o f History (Chicago, Chicago University Press, 1957), y el estudio de
R. W. Bulliet sobre los notables religiosos en su conjunto, The Patricians o f
Nishapur (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1972). Pueden en
contrarse estudios dedicados a analizar y valorar la enorme y variada pro
ducción de los ulemas en los dos volúmenes de la Cambridge History o f
Arabic Literature, Llevan los títulos de: Arabic Literature to the end o f the
Umayyad Period (Cambridge, Cambridge University Press, 1983) y Abba-
sid Belles Lettres (1990). La obra de G. H. A. Juynboll, Muslim Tradition
(Cambridge, Cambridge University Press, 1983) representa un intento re
ciente por desvelar algunos de los misterios sobre el origen y el desarrollo
del material de hadiz. Un estudio excelente sobre el hadiz qudsi es el de Wi
lliam Graham, Divine Word and Prophetic Word in Early Islam (La Haya,
Mouton and Co., 1977). Otras dos colecciones de estudios de eminentes in
vestigadores sobre diferentes temas relacionados con la formación del mun
do islámico son Medieval Arabic Culture and Administration de C. E. Bos-
' worth (Londres, Variorum, 1982) y Religious Trends in. Early Islamic Iran
de Wilferd Madelung (Albany, N.Y., Bibliotheca Pérsica, 1982),
El tema de la conversion ha sido, tratado en la imaginativa obra de R. W.
Bulliet, Conversión tolslám in the Medieval-Period: An essay in Quantitative
History (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1979), as; como en el
volumen editado por Nehemiah Levtzion, Conversion to Islam (Nueva York,
Holmes & Meier, 1979), en el que se tratan distintos periodos y zonas. Tam
bién hay una excelente colección de estudios sobre las conversiones cristianas
y las relaciones cristiano-musulmanas que ha sido editada por M. Gervers y R.
Bikhazi, Conversion and Continuity: Indigenous Christian Communities in Is
lamic Lands: Eighth to Eighteenth Centuries (Toronto, Pontifical Institute of
Mediaeval Studies, 1990). Sobre el estatus de no musulmán en la sociedad is
lámica, hay una obra de A. S. Trition, algo anticuada, pero todavía útil, The
Caliphs and their non-Muslim Subjects (Londres, Oxford University Press,
1930, reeditada en Londres, Frank Cass, 1970). Véanse también los trabajos de
Bernard Lewis, The Jews o f Islam (Princeton, Princeton University Press,
1984) y Norman Stillman, The Jews o f Arab Lands: A History and Source
Book (Filadelfiaf Jewish Publication Society of America, 1979).
352
. David Thomas ha editado el texto y la traducción de una obra temprana
de polémica musulmana en su Anti-Christian Polemic in Early Islam: Abu
‘Isa al- Warraq’s «Against the Trinity», Cambridge, Cambridge University
Press, 1992, Obras editadas en español son María Isabel Fierro, La hetero
doxia en al-Andalas durante el periodo omeya, Madrid, I.C.M.A., 1987;
María Luisa Avila, La Sociedad Hispanomusulmana al final del Califato
(Aproximación a un estudio demográfico), Madrid, C.S.I.C., 1985; V. Can-
tarino, Entre Monjes y Musulmanes: El conflicto que fue España (Madrid;
Alhambra, 1977; C. Adang, Islam frente a Judaismo: La polémica de Ibn
Hazm de Córdoba, Madrid, Aben Ezra Ediciones, 1994; M, de Epalza, Fray
Anselmo Turmeda (Abdallah al-Taryuman y su polémica islamo-cristiana),
edición, traducción y estudio de laTuhfa, Madrid, Ediciones Hiperión, 1994,
■■• ed. actualizada [1971],
353
(Baltimore, Johns Hopkins Press, 1955), que trata el estatus de los dimmíes
o no musulmanes en la sociedad islámica. Á. K. S. Lambtoú hace una intro
ducción a la teoría política musulmana, incluyendo la shi‘í, en State and Go
vernment in Medieval Islam (Oxford, Oxford University Press, 1981). Un
trabajo musulmán moderno sobre el derecho estatal es el de Muhammad Ha-
midullah, Muslim Conduct o f State (Lahore, Sh. Muhammad Ashraf, 1977).
Tres colecciones de estudios sobre distintos aspectos del derecho, clásico
y moderno, son las de Nicholas Heer (ed.), Islamic Law and Jurisprudence,
Seattle, University of Washington Press, 1990; R. B. Serjeant, Customary and
SharVah Law in Arabian Society, Londres, Variorum, 1991; Aziz al-Azmeh
(ed.), Islamic Law: Social and Historical Contexts, Londres, Routledge, 1988.
Las siguientes monografías abordan aspectos jurídicos más especializa
dos dentro del amplio espectro de la sharVa. La lista es muy selectiva, y tan
sólo pretende mostrar la gran cantidad de material que está siendo puesta a
nuestra disposición. Sobre el derecho comercial, véase Abraham Udovitch,
Partnership and Profit in Medieval Islam, Princeton, Princeton University
Press, 1970; Jeanette Wakin, The Function o f Documents in Islamic Law, Al
bany, State University of New York Press, 1972; Farishta Zayas, The Law and
Philosophy o/Zakat, Beirut, 1962; Jamal J. Nasir, The Islamic Law o f Perso
nal Status, Londres, Graham and Trotman, 1986; David Powers, Studies in
Qur’an and Hadith: The Formation o f the Islamic Law o f Inheritance, Ber
keley, University of California Press, 1986; Franz Rosenthal, Gambling in Is
lam, Leiden, E. J. Brill, 1975; Baber Johansen, The Islamic Law on Land and
Rent, Londres, Croom Helm, 1988; A. M. A. Maktari, Water Rights and Irri
gation Practices in Lahj: A Study o f the Application o f Customary and Sha
ri ‘ah Law in South-west Arabia, Cambridge, Cambridge University Press,
1971. Sobre la cuestión del control de la natalidad, véase B. F. Musallam, Sex
and SócietyíñTslam, CambTidgefCambridge University Press, 1983. Un es-
- tudio histórico detallado de los legados píos o waqf-es el de R. D. McChes-
ney, Waqfin Central Asiaj Four Hundred Years in the History o f a Muslim Sh
rine, 1480-1889, Princeton, Princeton University Press, 1991. El concepto de
yihad o guerra santa es abordado por los distintos colaboradores del volumen
Just War and Jihad: Historical and Theoretical Perspectives on War and Pea
ce in Western and Islamic Traditions, ed. de John Kelsay y James Turner
Johnson, Westport, Conn., Greenwood Press, 1991.
Estudios en español son los de María Jesús Vigueta (ed.), La mujer en
al-Andalus: reflejos históricos de su actividad y categorías sociales (Ma-
drid-Sevilla: Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid y Editoria
les Andaluzas Unidas, 1989), y Manuela Marín, Individuo y sociedad en al-
Andalus (Madrid: Mapfre, 1992). Por último, están los trabajos de Ron
Barkai, Cristianos-y Musulmanes en la España Medieval (El enemigo en. el
espejo) (Madrid, Rialp, 1984) y de María Jesús Viguera, «El Mundo Islámi
co», en...Historia de la Teoría política, en Fernando Vaílespín (ed.) (Madrid,
Alianza, 1990).
354
T eología: F e , justicia y la otra vida
355
fillment: an Annotated Translation o f al-Gazali’s Murtqidh min al-Dalal and
Other Relevant Works o f al-Ghazali (Boston, Mass., Twayne, 1980).
La obra de J. N. Bell, Love Theory in Later Hanbalite Islam (Albany, Sta
te University of New York Press, 1979) es un estudio interesante de una parte
del pensamiento de Ibn Taimiyya. Los ataques de Ibn Taimiyya a ciertas prác
ticas sufíes han sido traducidos por M. U. Memon, Ibn Taimiya’s Struggle
Against Popular Religion: With an Annotated translation o f his Kitab al-iqti-
da as-sirat al-mustaqim mukhalafat ashab al-jahim (La Haya, Mouton, 1976).
Obras relacionadas disponibles en español son la traducción de Emilio
Tornero Poveda, Algazel: Confesiones (El Salvador del error) (Madrid,
Alianza, 1989), con una excelente introducción, así como su estudio Al-Kin-
di: La transformación de un pensamiento religioso en un pensamiento ra
cional (Madrid, C.S.I.C., 1992). También Miguel Cruz Hernández, Historia
del pensamiento islámico (Madrid, Alianza Editorial, 1981, 2 vols.).
L a v ía d e l o s s u f íe s
356
. Mystical Poetry inislam (Nueva York, Columbia University Press, 1982). La
introducción más reciente de Julian Baldick, Mystical Islam (Londres: I. B.
Tauris, 1989) intenta un acercamiento desde «la historia de la religión» a la
misma temática. La gran obra sobre sufismo del especialista alemán Fritz
Meier no está traducida al inglés, aunque su muy útil estudio sobre «The
Mystic Path» puede encontrarse en The World o f Islam editado por Bernard
Lewis (Londres, Thames and Hudson, 1976; hay traducción española [Bar
celona, Destino, 1995]). Quien busca una introducción clara al sufismo pue
de leer a Schimmel y a Baldick. Por el contrario, otras obras que parecen atra
er al mismo público son menos útiles. An Introduction to Sufism de Titus
'Burckhardt (Wellingborough, Crucible, 1990 [1976]), así como las obras de
iVlartin Lings'(Abu Bakr Sirach al-Din), What is Sufism? (Londres, Unwin
Hyman, 1981; hay traducción al español, Madrid, 1981) y de S. H. Nasr, Li
ving Sufism (Londres, Unwin Paperbacks, 1980 [1972]; hay traducción al es-
pañol, Barcelona, 1985), son todas bastante completas, en el sentido de que
■■sus autores escriben desde dentro de la tradición sufí, pero cada uno de ellos
representa una expresión moderna del pensamiento de Ibn al-‘Arabi que no
resulta de fácil comprensión como primera introducción al sufismo. Sin em
bargo, una introducción recomendable a Ibn al-‘Arabi es la que ofrece Wi
lliam Chittick en The Sufi Path o f Knowledge: Ib n a l-‘Arabi’s Metaphysics o f
Imagination (Albany, State University of New York Press, 1989). También
está el volumen de estudios editado por S. Hirtenstein y M. Tieman, Muh-
yiddin Ibn Arabi: A Commemorative Volume (Shaftesbury, Element Books,
1993). El libro con más posibilidades de convertirse en referencia obligada,
empero, es el de la especialista francesa Claude Addas, Quest for the Red
Sulphur: The Life o f Ibn Arabi (Cambridge, Islamic Texts Society, 1993; tra
ducción española Alfonso Carmona, Ibn ’Arabi o la búsqueda del azufre rojo,
Murcia, Editora Regional, 1997). Véase también eLéstudio de M. Asín Pala
cios citado en la nota 33; en la actualidad se están traduciendo varias obras
de Ibn ‘Arabi al español que se unen a las ya traducidas (véase, por ejemplo,
Ibn Arabi, Los sufis de Andalucía, trad. D. García Valverde, Málaga, Sirio,
1990). El estudio de William Chittick sobre Rumi contiene gran cantidad de
material traducido de sus obras, The Sufi Path o f Love: The Spiritual Tea
chings ofRum i (Albany, State University of New York Press, 1983). La obra
sobre al-Hallach del famoso estudioso francés Louis Massignon ha sido tra
ducida por H. Mason, The Passion o f al-Hallaj: Mystic and Martyr o f Islam
(4 vols., Princeton, Princeton, University Press, 1982).
Una monografía, basada en un estudio de campo entre cantantes e intér
pretes egipcios, sobre los rituales del dikr es la de E. H. Waugh, The Muns-
hidin o f Egypt. Their World and Their Song, Columbia, University of South
Carolina Press, 1989.
En español, aparte de las obras citadas, puede consultarse T. Burckhardt, Eso-
terismo islámico, trad, de J. García Varela Madrid, Taurus, 1980; M. Lings, ¿Qué
es el sufismo?, trad, de A. Comiero, Madrid, Taurus, 1981; H. Corbin, La imagi-
357
nación creadora en el sufismo de Ibn' ‘Arabi, Barcelona, Destino, 1993, trad. de
M. Tabuyo, Avicena y el relato visionario, Barcelona, Paidos, 1995, trad. de A.
López o Cuerpo espiritual y tierra celeste, Madrid, Siruela, 1996, trad. de A. C.
Crespo; también T. Izutsu, Sufismo y taoismo, voi. I: Ibn ’Arabi, Madrid, Síme
la, 1997, trad. de A. M. Suárez.
358
in lmamite Jurisprudence (.Oxford, Oxford University Press* 1988). La obra
de I. M. Hussain, The Occultation of the Twelfth Imam: À Historical Back
ground (Londres, Muhammadi Trust, 1982) es un retrato de la doctrina ofi
cial shíT actual. Otro trabajo publicado por la misma editorial es una buena
traducción realizada por William Chittick de las súplicas atribuidas al nieto
de ‘Ali, el imam Zain al-‘Abidin, The Psalms o f Islam (Londres, 1988).
Una colección de estudios sobre la representación de la pasión de al-Hu-
sain ha sido editada por P. J. Chelkowski, Ta‘ziyeh. Ritual and Drama in
Iran (Nueva York, New York University Press, 1979). Un estudio del matri
monio temporal shi'í es el de Shahla Haeri, Law o f Desire: Temporary Ma
rriage in Shi‘i Iran (Syracuse, Syracuse University Press, 1989).
359
Las tierras islámicas centrales en el siglo x v m son estudiadas en la co
lección editada por T. Naff y R. Owen, Studies in Eighteenth Century Isla
mic History (Carbondale, Southern Illinois University Press, 1977). La so
ciedad y el cambio social en Irán en el siglo x ix son tratados en el trabajo
de A. K. S. Lambton, Qajar Iran: Eleven Studies (Londres: I. B.Tauris,
1987). El movimiento de renovación en la India es el trasfondo de la obra de
S. A. A. Rizvi, Shah Wali-Allah and his Times (Canberra, M a‘rifat Publis
hing House, 1980). La traducción de una obra sobre suñsmo de Shah Wali
Allah es Sufism and the Islamic Tradition: the Lamahat and the Sata ‘at o f
Shah Waliallah, trad, de G. N. Jalbani (Londres, 1980). Todavía no ha apa
recido en inglés ningún estudio completo sobre Ibn Abd al-Wahhab, pero
está el breve artículo de G. Rentz, «Wahhabism and Saudi Arabia», en The
Arabian Peninsula: Society and Politics, ed. D. Hopwood (Londres, George
Allen & Unwin, 1972).
Algunas monografías sobre los movimientos de renovación de los siglos
Xv iii y x ix en diferentes regiones son: M. Hiskett, The Sword o f Truth: The
Life and Times o f Shehu Usuman Dan Fodio (Nueva York, Oxford Univer
sity Press, 1983); C. Dobbin, Islamic Revivalism in a Changing Peasant
Economy; Central Sumatra, 1784-1847 (Londres, Curzon Press, 1983); R.
S. O’Fahey, Enigmatic Saint: Ahmad Ibn Idris and the Idrisi Tradition (Lon
dres, Hurst, 1990); B. G. Martin, Muslim Brotherhoods in Nineteenth Cen
tury Africa (Cambridge, Cambridge University Press, 1976). Por lo que se
refiere a la bibliografía en español, debe verse S. Fanjul y F, Arbós, Ibn Bat
tuta. A través del Islam (Madrid, Alianza, 1988).
360
ley, University of California Press, 1976); C. D. Smith, Islam and the Search
fo r Social Order in Egypt (Albany, State University of New York Press,
1983); A. L. al-Sayyid Marsot, Egypt’s Liberal Experiment, 1922-1936 (Ber
keley, University of California Press, 1977). Para Irán, H. Algar, Religion and
the State in Iran, 1785-1906 (Berkeley, University of California Press, 1969);
S. Bakhash, Iran: Monarchy, Bureaucracy and Reform under the Qajars:
1858-1896 (Londres, Ithaca Press, 1978). Para Turquía, D. Kushner, The Rise
o f Turkish Nationalism, 1876-1908 (Londres, Frank Cass, 1977). El islam a
través de Asia Mayor es el objeto de una docena de estudios de R. Israeli, The
Crescent in the East (Londres, Curzon Press, 1982); Carmen Ruiz Bravo-Vi-
llasante, Un testigo árabe del siglo XX: Amin al-R~ih^an~i en Marruecos y en
España (1939) (Madrid, Cantarabia, 1993); Pedro Martínez Montávez, Pen
sando en la historia de los árabes (Madrid, Cantarabia, 1996) o El reto del
islam. La. larga crisis del mundo árabe contemporáneo (Madrid, Temas de
Hoy, 1997). En general la colección Biblioteca del islam contemporáneo de
la editorial Bellaterra, de Barcelona.
Sobre los movimientos radicales, está la muy útil introducción biblio
gráfica de Y. Haddad et al. (eds.), The Contemporary Islamic Revival: A cri
tical Survey and Bibliography (Westport, Conn., Greenwood Press, 1991);
veáse también Y. Choueiri, Islamic Fundamentalism (Londres, Pinter, 1990)
(sobre Mawdudi y Sayyid Qutb); G. Kepel, The Prophet and Pharaoh: Mus
lim Extremism in Egypt (Berkeley, University of California Press, 1985)
(hay traducción española); B. Etienne, E l islamismo radical (Madrid, siglo
XXI, 1996, trad, de J. Alfaya y M. Salabert). Sobre Irán y Jomeini: N. Ked-
die, Religion and Politics in Iran. ShVismfrom Quietism to Revolution (New
Haven, Yale University Press, 1983); S. Bakhash, The Reign o f the Ayatollah
(Nueva York, Basic Books, 1984); Roy Mottahedeh, The Mantle of the Prop
het: Religion-and-Polities in /ran (Harmondsworth,-Penguin,-1-987); sobreel
-Ayatola Jomeini, Islam and Revolution: Writings and Declarations o f Imam
Khomeini, trad.-H. Algar-(Berkeley, Mizan Press, 1981) .(contiene su texto,
sobre ëlestado islámico); J. J. G. J ans ën,T hë Neglec ted Duty: The'Creed of~
Sadat’s Assassins and Islamic Resurgence in the Middle East (Londres,
Macmillan, 1986); Oliver Roy, Islam and Resistance in Afghanistan, segun
da ed. (Cambridge: Cambridge University Press, 1990).
Entre las obras sobre el papel del islam en las sociedades contemporáneas
se cuentan: R. Peters, Islam and Colonialism: The Doctrine of Jihad in Modem
Society, La Haya, Mouton, 1979; S. A. Arjomand (ed.), From Nationalism to
Revolutionary Islam, Londres, Macmillan, 1984; M. Gilsenan, Recognizing Is
lam: Religion and Society in the Modern Arab World, Londres, Croom Helm,
1982; B. Tibi, Islam and the Cultural Accommodation o f Social Changé, trad.
C. Krojzl, Boulder, Westview Press, 1990; J. R. Cole y N. Keddie, ShVism and
Social Protest, New Haven, Yale University Press, 1986; J. Esposito et al.
(edsI), Islam and Development: Religion and Socio-political Change, Syracu
se, Syracuse University Press, 1980; Richard Antoun, Muslim Preacher in the
361
Modem World, Princeton, Princeton University Press, 1989, También puede
consultarse Fatima Memissi, El miedo a la modernidad: Islam y- democracia,
trad. Inmaculada Jiménez Morell (Guadarrama, Ediciones del Oriente y del
Mediterráneo, 1992) y François Burgar, El islamismo cara a cara (Barcelona,
Bellatenra, 1995).
La literatura sobre la mujer se incrementa rápidamente. Una buena in
troducción con bibliografía es la de V. M. Moghadam, Modernizing Women:
Gender and Social Change in the Middle East, Boulder, Lynne Reinner Pu
blishers, 1993. Un tratamiento histórico de la cuestión es el de Leila Ahmad,
Women and Gender in Islam, New Haven, Yale University Press, 1992; Cari
dad Ruiz Almodovar, La mujer musulmana, 2 vols., Granada, Universidad
de Granada, 1994.
Otros libros sobre la temática del islam en Occidente incluyen a: W. A.
R. Shadid y P. S. van Koningsveld (eds.), The Integration o f Islam and Hin
duism in Western Europe, Kampen, Países Bajos, Kok Pharos Publishing
House, 1991; Larry Poston, Islamic Da'wah in the West: Muslim Missionary
Activity and the Dynamics o f Conversion to Islam, Oxford, Oxford Univer
sity Press, 1992; E. H. Waugh et al. (eds.), Muslim Families in North Ame
rica, Edmonton, University of Alberta Press, 1991. También pueden consul
tarse las siguientes obras en español: G. Martín Muñoz, Política y elecciones
en el Egipto contemporáneo (1922-1990), Madrid, I.C.M.A., 1992; J. Mon
tañés Pereira y B. López García (eds.), El magreb tras la crisis del golfo:
transformaciones políticas y orden internacional, Granada, Universidad de
Granada, 1994; Gilles Kepel, Al oeste de Alá: la penetración del Islam en
Occidente, Barcelona, Paidós, 1995; Comunidades islámicas en Europa, ed.
M. Abumalham, Madrid, Trotta, 1995); Gema Martín Muñoz (ed.), Mujeres,
democracia y desarrollo en el Magreb, Madrid, Pablo Iglesias, 1995.
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362
AGRADECIMIENTOS
363
ADVERTENCIAS DE LA TRADUCCIÓN
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365
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ÍNDICE FOTOGRÁFICO
M e z q u it a s : d iv e r s o s e s t il o s , u n D io s
(entre las pp. 79 y 88)
367
11. Mezquita de aldea en Malí
12. La Mezquita Ruimveldt Jamaat, Guyana (Aramco World Magazine )
13. Mezquita de Panfilov, Kazajstán (Aram co World M agazine)
14. Centro cultural islámico, Madrid (fotografiado por el autor)
15. Mezquita de Bab Mardum (actualmente, iglesia del Cristo de la
Luz), Toledo (fotografiada por el autor)
16. Mezquita de Mihdar, Tarim, Yemen (fotografía de José Pérez Lázaro)
17. La mezquita Ahmediye (o Azul), Estambul (fotografía cortesía
de la Agencia Zardoya, Barcelona)
18. Mezquita aljama, Qavzim, Irán (fotografía de José Pérez Lázaro)
E l L ib r o : la Palabra de D io s , el Ú n ic o
(entre las pp. 215 y 218)
368
INDICE ONOMASTICO
369
245,248,257,262,263,264, Allama, véase al-Hilli, al-Hasan
- 265,306,310,311,312,351, ibn Yusuf ibn Ali ibn ■
359,360 Mutahhar
África Central 15,102,103, Ameer Ali, Syed 324
221 América 311,315,316,318,352
África del Norte 49,77,102, Amin, Qasim 288
138,188,189,224,228,245, Amina (madre del Profeta) 37
264 AmirJusraw 187
África Occidental 102,222, Anatolia 191,192,222,223,
228,248,264 224,225,228,230,245
África Oriental 103,138, al-Andalus 49,57,77,103,116,
194,222,264,310 117,127,131,132,171,189,
Sudáfrica 311 222,228,230,318,319,349,
Afshar (tribu) 241 351.353.354
Agencia Central de Inteligencia véase también España,
(CIA) 301 península Ibérica
Agrá 237,246 al-Ansari, Abdallah 182
AhmadibnHanbal 98,99,100, Anticristo, véase al-Dayyal 164
102,105,107,108,141,142, Antillas 264
144,152,154,193,196 al-’Aqqad, Abbas Mahmud 309
Ahmad ibn Muhammad ibn Arabia 9,16,21,29,42,52,54,
57,93,103,124,252,255,
Ziyad 116
256,264,265,284,294,305,
Ahmad Jan, Sayyid 270,271,
311,313,325,326,327,330,
272,273,274,275,276,278, ' 331,335,351,354,360
281,282,285 Arabia Saudi 9,16,103,256,
A’isha (esposa de Muhammad) 56 284,305,311,313,360
AinYalut 230 véase también península
.. aj baríes .249,250,253 _____ ----- Arábiga,LaMeca^Medina-y-
Akbar, emperador mogol 236- Nachd
239,242,246,248 Argelia 10,224,263,284; 291,
al-Shaij, Muhammad ibn - —------ 307,32-1--------------- ;--------
Ibrahim 118 Aristóteles 159
Albania 224 Armenia 223,232,234,329
Alejandría 54,188 Asad, Mohamed 40
Alemania 265,311 Asad ibn Musa 67
Alfonso XI, rey de Castilla y . Asal 170,171,172,175 .
León 228 al-Ash’ari, Abu 1-Hasan 153
Alhambra 318,353 Ash’az, Abd al-Qadir 259
‘Ali, Syed Ameer, véase Ameer Asia 16,103,128,186,192,221
Ali, Syed —- -- 222,223,230,262,264,-265,
‘Ali ibn Abi Talib, califa e imam _ 311,312,354,361 ........ ......
56,63,111,136,193 Asia Central 16,103,223, —
Ali al-Rida 73 230.354
Aligarh 271,272,273,275,277 Asia Menor 222
370
Asociación Islámica 290,291, Biblia 38,272,290,324
292.293.296 véase también Escrituras,
al-Astarabadi, Muhammad Amin Evangelio, Tora
252 Bizancio 72,223
Ataturk, Kemal 271,301 Bloch, Marc 325
al-’Attar, Farid al-Din 192 Bonaparte 262
Averroes, véase IbnRushd 192, Borneo 227,264
171,319 Bosnia 224,317,320
Avicena, véase Ibn Sina 159, Bradford 313
319 Budapest 233
Aurangzeb, emperador mogol Bujara 238
239 al-Bujari, Muhammad ibn
Aws (tribu) 33 Isma’il 100
Ayatola, véase Ayatullah 338 Bulgaria 224
Azad, Abu 1-Kalam 285 Bursa 223
al-Azami, Muhammad 332 Burton, John 334
al-Azhar 118,265,275,276,
277.291.297 Cachemira 313
Cairo, El 54,58,96,103,117,
Bagdad 54,73, 76,77, 94, 95, 118,119,177,189,191,211,
96, 98,100,101,103,148, 244,265,277,291,297
véase al-Azhar
153,154, 159,180, 186,
Califa Rectamente Guiado 64
195,204,208,209,223,
Cambridge 2,14,106,163,171,
230,233 179,272,277,303,322,329,
al-Bagdadi, ‘Abd al-Qahir ibn
332,333,334,350,351,352,
Tahir 210 - -353,354,355,357,359,360,-
B ahira (monj e cristiano) 197 — 361 ------------- --------------
B áhréih 2T3 Canadá-314
Balcanes 224,318 véase también Norteamérica
B anglade sh 310, 3J.3' 1” .■■■-. - Cataluña 319
al-Banna, Hasan 291 Ceilán 222
Baqi bi’Llah (profesor de ChishtfMu’in al-Din 186,187,236
Sirhindi) 239 Chishtiyya (hermandad sufí)
Barelwi, Ahmad 256 187,292
. Basora 54,57,99,138,145,447, .. China 18,49,50,222,226,227,
148,149,153 - -230,245,257,306,360 -- -
Beirut 56,60,141,154,195, Chipre 310
•276,354 ----------- Chittagong 313
•Belén -117 - ...- ......... - - • -------- Cirénaica 256
Bélgica.265------------- Compañeros (del Profeta) 37,
Belgrado 233,317 51,54,59,60,61,65,94,
Bell, Richard 325 102,154,194,198,212,223,
Bengala 222,225,226,256 "256,332,345,346
371
Compañía de Indias, véase East al-Dari, Tamiin, véase Tamim al-
India Company Dari 61
Congreso Nacional Indio 273, Dar’iya 256
285,292 Da’ud ibn Ali ibn Jalaf 101
Constantino (emperador) 52 al-Dayyal 164
Constantinopla 72,192,223, Delhi 187,222,224,252,271,
224 359,360
véase también Estambul Detroit 315
Cook,Michael 355 Dniéster (río) 224
Corán 6,13,25,27,28,36,38, Du 1-Nun al-Misri 179
39,40,41,42,43,44,45,46,
47,50,53,54,57,59,60,62, East India Company 269
65,68,71,72,75,77,91,92, Edime 245
95,96,97,98,99,102,104, Egipto 54,57,67,68,71,77,96,
106,107,108,109,110,111, 98,102,103,142,191,210,
121,124,127,136,137,141, 224,233,235,262,264,265,
143,145,146,148,149,150, 266.269.270.276.277.281,
151,152,153,155,156,164, 284,288,289,290,291,292,
165,172,173,175,176,177, 293,296,299,307,321,351,
181,182,196,207,211,212, 362
215,216,217,218,226,228, EliyaMuhammad 315, 316
229,231,235,238,247,248, Emiratos Árabes Unidos 264
250,252,253,254,255,257, Emre,Yunus 192
259,272,273,274,275,278, Enayat, Hamid 297
279,280,283,288,290,295, Escrituras 32,37,38,42,43,72,
309,315,316, 322,323,324, 73,74,315,323
■325,326,327,329,330,333, Esdras (el profeta) 42
334,335,337,338,339,340, - España' 2;242r265,3187319, ”
- 341, 342,345,346,350,351,-.... ...349,353,354, 361 - • “
_ 355, 356 véase también al-Andalus,_....
Córdoba 54” 66','102,116, 242, península Ibérica
245,353 Estados del Golfo 194
Coulson, N. J. 332 Estados Unidos 8,9,11,12,286,
Cristo 43,71,72,75 302,314,315,316
véase Jesús véase también Norteamérica
Cromer, Evelyn Baring, lord 277 Estambul 87,224,231-234,235,
Crone, Patricia 330 245
Cúpula de la Roca 242,248 Eufrates 197,208
Europa 5,7,53,128,132,223,
Damasco 54,55,56,57,103, 224,230,233,235,261,262,
142,191,223,236,251,264 264.265.267.268.281.282,
Dan Podio, ‘Uzman 256 299,310,311,312,317,319,
Daniel, Norman 322 362
Dardanelos 223 Eva 206
372
Evangelio 73 Ha’iri, Ayatola ‘Abd al-Karim
véase también Biblia, Yazdi 302
Escrituras al-Hallach, Husain ibn Mansur
180
al~Farabi, Abu Nasr Muhammad Harun al-Rashid, califa abasí
149 148
Farad Muhammad 315 al-Hasan ibn ‘Ali (imam) 208
Fard, Wallace T., véase Farad al-Hasan al-’Askari 205
Muhammad al-Hasan al-Basri 145,147,152
al-Farra', Yahya ibn Ziyad 92 Hashim (tribu) 32
Farrajan, Louis 316 Hausa 228
FathpurSikri 246 Hayar 122
Fátima (hija de Muhammad) 26, HayyibnYaqzan 169,175
193,199,203,205,211 Heilsgeschichte 330,333
Femando el Católico, rey de Hermanos Musulmanes 290,
España 228 291,295,296,297,302
Fez 189,259 Herzegovina 224
Filipinas 227,248,311 Hilla 208
Fodio, ‘Uzman Dan, véase Dan al-Hilli, al-Hasan ibn Yusuf ibn
Fodio, ‘Uzman ‘Ali ibn Mutahhar 208
Francia 259,260,261,262,264, Hilli 225
265,266,271,284,285,310, Hiyaz 189
319 Hogar Nacional Judío 286
Gabriel (ángel) 25,26,27,37, Holanda, véase Países Bajos
40,136,287 Hombre Perfecto 191,237
Gadir Jumm 193,195,211 Homs 57
Gaza 96, 291 ______ _____ Hourani, Albert 322
al-Gazali,AbuHamid 159 Hubál (deidad) 23
Gazna 174 al-Huchwiri, Ali ibn ‘Uzman
-GengisJan 230,236 174 _____ _________ _
Georgia 315 Hud (el profeta) 42
Gibraltar 228 Hudaibiyya, día de 35
GogyMagog 164 H uí 227
Goldziher, Ignaz 331 Husain, Sadam 9,304
-Golfo Árabe, véase Estados del al-Husain ibn Ali (imam) 193,
Golfo 198-206,211
Golfo Pérsico 222,232,233
véase Estados del Golfo Ibn ‘Abbad 189,190
Granada 132,171,217,222, Ibn ‘Abbas, ‘Abdallah 56,92
228,318,319,362 Ibn ‘Abd al-Wahhab,
Gran Bretaña 7,11,264,265, Muhammad 103
270,276,285,292,300,301, Ibnal-’Arabi, Muhyil-Din 190-
310,312,313,319,321 191,237,239,252
Guinea 256 Ibn A ta’Allah 189,190,191
373
Ibn Babawaihi 195,205,211 Imperio mogol 226,231,246
IbnBadis, Abd al-Harnid 278 Imperio otomano 102,224,231,
IbnBattuta 221,222,223,224, 239,254,255,264,265,269,
225,226,227,228,229,230, 349
231,242,246,251,270 India 77,81,103,169,186,187,
IbnBaz, ‘Abd al-’Aziz ibn 188,194,218,222,224,225,
Abdallah 118 226,227,228,230,231,232,
Ibnal-Farid, ‘Umar 192 236,238,239,241,242,245,
Ibn al-Hanafiyya, véase 246,252,254,255,256,257,
Muhammad ibn al-Hanafiyya 263,264,265,269,270,271,
Ibn Hanbal, véase Ahmad ibn 272,273,274,276,277,281,
Hanbal 285,288,289,290,292,293,
IbnHazm 102,108,353 296,306,310,311,313,359,
IbnHisham, Abd al Malik 26 360
Ibn Ishaq, Muhammad 25,26, Indo 224
27,28,32,33,55,73,206,327 Indonesia 103,186,226,227,
IbnJaldun 352 245,278,297,360
Ibn Jallikan 94,95,96, 98,99, Iqbal, Muhammad 281,285
101,154,159 Irak 9,13,54,57,67,68,71,74,
Ibn Karram, Muhammad 185 76,77,94,98,101,102,138,
Ibn Maya al-Qazwini 101 145,174,194,195,208,210,
Ibn Mutahhar al-Hilli, véase al- 224,230,242,247,249,256,
Hilli, Ibn Mutahhar 264,302,304,351
Ibn Nu’man, Abu Abdallah Irán 8,9,88,159,174,185,186,
Muhammad ibn Muhammad, 187,194,208,210,212,228,
véase al-Mufid 230,231,233,240,241,242,
Ibn Qudama, Muwaffaq al-Din 246,249,250,254,265,299,
____155 ... ___ ___ 300,301,303,304,310,-321,
IbnQulawaihi 195 322,352,358,359,360,361
Ibn Rushd 162,163,171,319 Isabel la Católica, reina de
Ibn Shihab al-Zuhri 58 España 228 — - '
Ibn Sina 159, 319 Isaías (el profeta) 73 '
Ibn Tahir al-Bagdadi, véase al- Isfahan 240,246,252
Bagdadi, Abdal-Qahiribn Islas Maldivas 222,226,228
Tahir Isma’il, shah safaví de Irán 232,
IbnTaimiyya 142,143,166, 240,256
. 191,255,280,356 Isma’ilía (ciudad) 291
IbnTufail, AbuBakr 171 Israel 8,10,11,52,286,287,
Ibn Waddah al-Qurtubi, 291,297
Muhammad 66 Israfíl (ángel) 165
Ibn Yuraich, Abd al-Malik 57 Italia 265,318
Ibrahim (Abraham) 27-28,122 Iwalatan 228
al-Ijwan al-Muslimun, véase Jadiya (esposa de Muhammad)
Hermanos Musulmanes 26-27,32
374
Jair al-Din al-Tunisi 267-268 Lahore 39,109,161,183,187,
Jan, Say yid Ahmad, véase 292,354 '
Ahmad Jan, Sayyid Lañe, E. W. 177,244
jariyies 64,76,136,137,138, al-Lat (deidad) 23
139,140,144,145,147,256, Líbano 11,194,213,232,240,
355 264,285,286,287
Java 222,227,230,264 Libia 257
Jazrach (tribu) 33 Liga Mundial Musulmana 311
Jedive 269 Liga Musulmana 285,293,311
Jerusalén 37,38,73,132,223, Liga de Naciones 264
242,248,274,287,296,328, Londres 13,14,21,55,63,120,
341 140,156,160,173,175,176,
Jesus 25,28,40,42,72,73,75, 181,182,183,188,189,191,
76,116,117,132,133,164, 192,196,202,208,221,245,
329,354 249,265,267,273,278,290,
Jomeini, Ayatola 241, 302,313, 297,311,317,319,322,324,
321,361 325,331,350,351,352,353,
Jordania 289 354,355,356,357,358,359,
Juan de Damasco 71 360, 361
Juan de la Cruz, San 189 Luis Felipe, rey de Francia 259
Jurasan 77 Luqman 55
Juynboll, G.H.A. 333,351,352,
355 Madrid 2,11,66,84,149,165,
Jwatizm 77 191,221,318,319,349,351,
353,354,355,356,357,358,
Ka’ba 4,23,30, 35,37,122, 360,361,362
136,178,244, 328,340,342 Mahdi, véase Muhammad
al-Kalabadi, AhuBakr 179 ___Ahmad ibn ‘Abdallah el____
Kandiyoti, Deniz 308 Mahdi
Kano 228 Makhulal-Shami, véase al-
Kansu 230, 257 —• - ....— Shami, Makhul -------
al-Karaki, ‘All 240 Malabar 225,229
al-Karj 195 Malaca 227
Katsina 228 Malasia 103,264,297
Kawlam 225 Malcolm X 316
al-Kazarunl, Abu Ishaq 185 Malí 81,228,248,256
al-Kazimain 195 Malik ibn Anas 55,58,95,120
Kerbela 198,200,201,202,203, Ma’mar ibn al-Muzanna 92
208,249,304 al-Manat (deidad) 23
Kufa 54,57,94,99,101,197, al-Mansur, califa abasí 94
198,247 Manzikert 223
al-Kulaini, Muhammad ibn mar Mediterráneo 270
Ya’qubibnIshaq 206 mar Rojo 270
lagoVan 223 Marco Polo 226
375
María (madre de Jesús) 42,76 43,44,46,49,51,52,55,56,
Marrakech 171,264 59,65,66,68,71,72,73,75,'
Marruecos 171,189,221,259, 76,91,92,95,97,100,101,
263,270,319,361 103,109,116,117,118,119,
Marsella 259 121,130,133,135,136,138,
Masyid-i Shah (mezquita) 246 141,149,150,152,161,165,
Mawdudi, Abul-A’la 292 180,183,185,191,193,194,
Meca, La 4,22,23,26,27,28, 195,196,197,201,202,203,
32,34,35,37,38,46,49,54, 204,205,206,207,210,211,
57,67,68,70,76,96,98, 224,240,243,244,248,252,
119,122,123,140,141,178, 256,257,259,260,261,262,
189,191,193,201,205,221, 265,266,269,270,273,274,
224,231,233,236,243,244, 275,276,277,279,281,282,
248,251,252,255,256,265, ■' 285,293,299,301,310,313,
274.287.297.315.326.327, 315,316,322,324,325,326,
328,331,333,340,341,342, 327,328,329,331,332,334,
343,345,347 337,340,341,343, 345,346,
Medina 22,32,33,34,36,46, 350,351,354,358
49,54,55,57,67,70,76,95, Muhammad ibn ‘Abd al-
96,98,100,102,193,200, Wahhab, véase Ibn ‘Abd al-
203,221,224,233,243,251, Wahhab, Muhammad
252.255.265.285.297.328, Muhammad ‘Abdallah Hasan
329,337, 340,343 257
Memissi, Fatima 309,362 Muhammad Ahmad ibn
Mevlevis (hermandad sufí) 177 ‘Abdallah 257
Mindanao 248 el Mahdi (Sudán) 203-205,207
Misión Musulmana Americana Muhammad ‘Ali, gobernador de
' 316------------------ -----— ..... Egipto 265,269, 277
Mogadiscio 221 — — Muhammad ibn al-Hanafiyya
Moisés 34,40,42,117,132,329 150,203
Molucas 227 Muhammad ibn al-Hasäri a l-"
Motzki, H. 333 ’Askari 205
movimiento Fara’idi 256 Muhammad ibn Ibrahim ál-Shaij
movimiento Muhammadiyya 118
278 Muhammad ibn Sa’ud 256
movimiento Muyahidin 256 Muhammad ibn Tugluq 224
Mu’adibnYabal 65 Muhammad Reza Pahlevi, Shah
Mu’awiya, califa omeya 198.. de Irán 299
Mubarak, Hosni 178,296 Muhammadan Anglo-Oriental
al-Mufid 195,196,197,198, College 271
203,205,209,210,211,213 Mumtaz Ali (de Deoband) 289
Muhammad 9,13,22,23,24,25, Munkar 164
26,27,28,30,31,32,33,34, Murcia 191,357
35,36,37,38,39,40,41,42, Musa al-Kazim 209
376
Musadiq, Muhammad 301 Pacto Nacional (Líbano, 1943) 286
Muslim ibn al-Hayyach 101 Países Bajos 362
al-Mutawakkil, califa abasí 148 Pakistán 186,194,269,273,
284,285,293,296,297,299,
al-Nabahani, Taqi 1-Din 296 305,310,313,321
Nación del Islam 314,315 Palestina 10,11,62,67,96,132,
Naciones Unidas 264,286,317 262,264,285,286,287,297,
Nachd 252,256 311,329
Nadir Shah, shah de Irán 241-242 Paraíso 41,43,45,55,64,76,
Nakir 164 101,150,161,165,166,176,
Naqshibandiyya (hermandad 202,205,246
sufi) 236,238-239 París 94,259,260,263,266,
al-Nasa’i, Ahmad ibn Shu’aib 101 276,310,319
Nasir al-Din, shah qayar de Irán Partido de Liberación Islámica
300 296
• al-Naubajti, al-Hasan ibn Musa Partido Masyumi 278
204-205 véase también movimiento
' Nayaf 249 Muhammadiyya
Newby, G.D. 330 península Arábiga 51,224,351
Nicetas (de Constantinopla) 72 península Ibérica 132,224,228,
Nigeria 256 245,318,319,351
Ni’matullahi (hermandad sufi) véase también al-Andalus,
241 España
Nizam al-Din Auliya" 187 Persia 77,215,222,234,358
Nizam al-Mulk 159 Peters,F.E. 334
Noé (el profeta) 32,152 Pirineos 319
Norteamérica 5,7,107.,.312,.3.17 .. Polo, Marco* véaseMarco Polo
véase también Canadá y Portugal 49,265,318 . ...
Estados Unidos Primera Guerra Mundial 102,
al-Nowaihi, Mohammed 334 - - 224,264
al-NumaÍri,Ya’far 298 Punyab 313
377
Rebelión india 269,271 Satán, véase- demonio
Revolución Blanca 302 SAVAK 301
Reyes Católicos (Fernando e Schacht, Joseph 332
Isabel) 228 Segunda Guerra Mundial 305,
Reza Jan, véase Reza Pahlevi, 317
shah de Irán Selimiyya (mezquita) 245
Reza Pahlevi, shah de Irán 299 Seminario Teológico Deoband
Reza Shah, véase Reza Pahlevi, 289
shah de Irán Senegal 256
Rida, Muhammad Rashid, véase Serbia 317
Rashid Rida, Muhammad Sevilla 127,128
río Niger 228 al-Shadili, Abu 1-Hasan 188
Ripoll (monasterio) 319 Shadiliyya (hermandad sufí)
Rippin,A. 295,334,350 188,191
Robinson Crusoe 169 al-Shafi’i, Muhammad ibn Idris
Rodinson, Máxime 327 96-101,104,108,112,124,
Rodrigo (rey cristiano) 49 159,257
Roma 49,72 Shah ‘Abbas de Irán, véase
Ronda 189,190 ‘Abbas, shah safaví de Irán
Royster, James 325 Shah Isma’il (nieto de Wali
al-Rumi, Yalal al-Din 192 Allah) 232,256
ShahYahan, emperador mogol
Rushdie, Salman 313
Rusia 300,301 239
al-Shaibani, Muhammad 95
véase también Unión al-Shaij al-Mufid, Muhammad
Soviética ibn Muhammad, véase al-
Mufid
al-Sadat,Anuar 296,298 Shaltut, Mahmud 118...
al-Saffar, Muhammad. 259,260, al-Shami, Makhul 56
261,265,266,270,282,310 Shari’atAUah (de Bengala) 256
Sahaba, véase Compañeros 345 ál-Sharif al-Murtada 195,205, -
SahnunibnSa’idal-Tanuji 67 209,211,213
Said, Edward 322 al-Sharif al-Radi 195
Sa’idibnal-Musayyab 58 al-Shibli, Abu B akr ibn Yahdar
Saladino 132 174
Salafiyya 278 Shu’baibnal-Hayyach 101
Salamán 170,172,175 Siffin 136
Salih (el profeta) 29,42 Sinan (arquitecto otomano) 245
Salihiyya (hermandad sufí) 257 Sind 56
Salim Chishti 236,237 " ...... al-Sinkili, ‘Abd al-Ra’uf 251.
Samarra 242 - __ Sirhindi-, Ahmad.238,252
al-Sanusi, Muhammad ibn ‘Áíi Siria 54,57,'63,67,68,71,98^
256 102,132,136,142,189, 191,
Sanusiyya 256 198,223,224,230,232,233,
al-Sarrach,AbuNasr 181 245,256,264,326
378
Sistan 187 Torrey, Charles 325,326
Sjebreniza 317 Tratado de Dayton 224,317
Smith, Adam 274 Túnez 54,67,188,242,263,289
Sokoto 256 Turquía 177,191,233,242,265,
Somalia 257 271,284,297,301,305,310,
Southern, R.W. 322 311,361
Sri Lanka, véase Ceilán véase también Imperio
Sudán 257,264,299,307 otomano
Suez, Canal de 270,291 Tus 44,47,159,190,200
Sulaiman El Magnífico, sultán al-Tustari, Sahl 182
otomano 233-236,242,245,
248 ‘Umar ibn ‘Abd al-’Aziz, califa
Sulaimaniyya (mezquita) 245 omeya 54
Sumatra 222,226,227,251,360 ‘Umar ibn al-Farid, véase Ibn al-
al-Suyuti,Yalalal-Din 68 Farid, ‘Umar
Sylhet 313 ‘Umar ibn aí-Jattab, califa 135
Syr-Daria 230 ‘Umar Tal 196,256
Unión Soviética 9
al-Tabari, ‘Ali ibn Sahl ibn véase también Rusia
Rabban 75 Ural 230
al-Tabari, Muhammad ibn Yarir ‘UzmanibnAffan, califa 58
101 al-’Uzza 23
al-Tabataba'i, Ayatola Husain
ibn ‘Ali 301-302 Viena 233,235
Tabriz 225 Volga 230
Tahmasp, shah safaví de Irán 240
al-Tahtawi, Rifa’a 265 Wali Allah al-Dihlawi 252
Tal, ‘Umar, véase ‘Umar Tal . Wallace Mohammed, véase ....
Tamerlán 236 Warith Deen Mohammed__
Tamimal-Dari 61 Wansbrough, John 333,334
Tamud (pueblo) 29,42 ....... - Warith Deen Mohammed 316
Tang (dinastía china) 237 Watt, William M. 327
Tánger 221,228,263 Welch, A. T. 327
Tanta 275 Wellhausen, Julius 324
al-Tayalisi, SulaimanibnDa’ud 56 Wudud Miyan (de Bengala) 256
Teherán 8,77,206,299,301
Tetuán 259 Yabal ‘Amil 213,240
Tigris 195 Ya'far al-Sadiq 203,206,207,
Timbuctú 222 358 ----- -
Tirawari 225 .......--------- ------ - Yahangir, emperador mogol 237
al-Tirmidi, Muhammad ibn ‘Isa, . — 239...........
íoi ..... Yahiz ‘Amr ibn Bahr 74-75
Toledo 85,132,319 yama’at-i Islami, véase
Tora 28,73, 74 Asociación Islámica
al-Ya ’qubi, Abü 1-’Abbas 64 Yugoslavia 224,317,321
Yazrib, véase Medina 32-33 Yunnan 230,257
Yazd 246 al-Yuwaini, imam al-Haramain
Yazid, califa omeya 198 159
Yemen 57,65,86,98,194,221,
265 al-Zamajshari, Mahmud ibn
aVYilani, ‘Abd al-Qadir 186 ‘Umar 141
Yinnah, Muhammad Ali 285,293 Zaidiyya o zaidies 194
al-Yubba’i, Muhammad ibn ‘Abd Ziaul-Haqq 298
al-Wahhab 153 Zuhair ibn Abi Salma 21
380
INDICE GENERAL
Introducción 5
381
métodos de los juristas, 103 - Continuidad y contenido, 113 - La
puerta del ichtihad, 114 - Opiniones legales (fatwa —fetuas),115 -
Observancias religiosas, 118 - Relaciones sociales, 123 - «Dimmies
y esclavos», 128 - El califato, 130 - Conclusión, 132
382
E x c u s u s s o b r e lo s o r íg e n e s d e l is la m ..................... ........... ................. 321
G l o s a r i o ....................... 337
B ib lio g r a fía ................................................................... 349
A g r a d e c im ie n to s ................................................................................. 363
A d v e r te n c ia s d e la tr a d u c c ió n ........................................................... 365
I n d ic e fo to g r á fic o .............................................................................. 367
I n d ic e o n o m á s tic o ............................................................................. 369
c\"
l islam es la segunda religión más extendida del mundo,
ISBN 978-84-460-2794-2
9 78 8 4 4 6 0 2 7 9 4 2