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1823-1993
La descentralización a través de los gobiernos locales y regionales, la separación precisa de las
funciones del estado a través de los llamados poderes del estado, el reconocimiento del trabajo
como fuente principal de riqueza
Mantuvo el equilibrio entre el Legislativo y el Ejecutivo.
El periodo presidencial volvió a ser de cuatro años.
Se consideró nuevamente el sufragio directo.
Otros de los temas que aborda la Constitución de 1993 es sobre la regionalización, el cual se ha
convertido en casi un mito para nuestro país. Como se sabe, el debate que precedió a las dos
últimas constituciones, se trató sobre la descentralización.
LA CONSTITUCIÓN PARA LA REPÚBLICA DEL PERÚ DE 1920 FUE LA NOVENA CARTA MAGNA DE
LA REPÚBLICA DEL PERÚ, QUE FUE APROBADA EL 27 DE DICIEMBRE DE 1919 POR LA ASAMBLEA
NACIONAL CONVOCADA PLEBISCITARIAMENTE POR EL PRESIDENTE PROVISORIO DE LA
REPÚBLICA AUGUSTO B. LEGUÍA, Y PROMULGADA POR ESTE MISMO EL 18 DE ENERO DE 1920,
YA COMO PRESIDENTE CONSTITUCIONAL. DE CARÁCTER PROGRESISTA, MUCHAS DE SUS
INNOVACIONES NO FUERON IMPLEMENTADAS Y QUEDARON EN EL PAPEL. ESTUVO EN
VIGENCIA HASTA EL 9 DE ABRIL DE 1933, CUANDO LO REEMPLAZÓ LA CONSTITUCIÓN DE
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PERÚ DE 1933
Un balance de la influencia que tuvo la Constitución de Cádiz en el Perú durante la vigencia del
primer liberalismo hispano importa resaltar la trascendencia de dos instituciones que tendrán
gran impacto en la futura república: los procesos electorales y los ayuntamientos
constitucionales. Que ello fuera así se manifiesta desde el momento del recibo de la Constitución
por las autoridades del reino. Una carta remitida al periódico La Aurora de Chile describiría el
ambiente de la ciudad de Lima por el solo hecho de haberse formado la junta preparatoria de
elecciones para poner en práctica la Constitución, generando una gran expectativa en todos los
estratos de la población:
“El nombre solo de Junta ha resonado en estos oídos sensibles con una harmonía inexplicable:
la idea de elecciones libres, de funcionarios públicos, y depositarios de la confianza del Pueblo:
la voz ciudadano repetido por sigarreros, y cobradores de cofradías: la amobilidad de los
empleados: la necesidad de entrar a esta clase por la forzosa puerta de la virtud, y el mérito: la
circunstancia de que los litigios no se han de terminar a tres mil leguas de distancia por juezes,
que ignoran hasta la situación geográfica de los ocurrentes: la disminución de las facultades
ilimitadas de los semi-Dioses: y sobre todo el permiso por hablar de sus propios intereses, y
derechos: ha disipado en un momento aquel nublado denso que ocultaba los prestigios con que
estaban encadenadas las almas. Es asombrosa la igualdad que empieza a reynar entre los
Generales, Regentes, Obispos, y grandes señores. Todo, todo nos acerca al feliz estado a que
el destino nos conduce”[1].
Lo mismo ratificará José Faustino Sánchez Carrión en la exposición de motivos del proyecto de
Constitución de 1823. Sin embargo, las referencias a dichas instituciones gaditanas no serán
positivas. Según Sánchez Carrión el sistema de elecciones previsto en la Constitución española
producía graves consecuencias (él había experimentado los defectos en las elecciones
populares del periodo 1812 – 1814): “Por ella se reunían juntas electorales de parroquia, de
provincia y de partido (habla de las elecciones para diputados a Cortes), cometiéndose dos
graves defectos, cuales son: reducir el nombramiento de diputados al sufragio de 7 o 9 individuos,
fáciles de ganarse por el Gobierno, y destituir a las provincias, que entonces se denominaban
partidos, del derecho de elección. Actuada esta en la Capital del Departamento, salían de ella
los representantes, y caso nunca de los partidos; pudiendo en muchas ocasiones preponderar
un partido sobre todo el departamento y darle la ley por sólo el número de sufragios como ya ha
sucedido. Lo cual es a la verdad muy ajeno del principio de igualdad que debe dirigir en todos
los actos nacionales”. Lo mismo acontecía para el caso de las municipalidades, que no eran ya
“una gracia” que la Constitución hacía a los pueblos, sino la “declaración de un derecho”, de cuyo
uso habían carecido “por el sistema de colonización”. Mas lo funesto no era aquello, sino la falta
de las municipalidades en dirigir su actuación en beneficio de los pueblos, contrayéndose a sus
deberes. Por el contrario, los cargos solo servían como títulos de “pura dignidad”, es decir, una
representación “gravosa a los pueblos”. De haber ejercido sus deberes correctamente, el Perú
quizás hubiera tenido “menos males que llorar”[2].
Aunque no concordamos totalmente con las tesis de Annino, en el Perú, en cierto modo, ese
orden jerárquico se reprodujo en las juntas electorales primarias para elegir a los ayuntamientos
constitucionales y representantes a Cortes. En la ciudad de Lima también se suscitó el mismo
problema que observaron las autoridades de México en las juntas electorales parroquiales para
elegir el ayuntamiento constitucional de esa ciudad. Empero, los sucesos que precipitaron la
actuación del virrey no tuvieron que ver con la elección del ayuntamiento constitucional, sino con
la elección de los representantes a Cortes. Abascal tuvo la intención de anular dichas elecciones
mas reflexionando sobre el asunto decidió no hacerlo. Sin embargo, con motivo de las futuras
elecciones decidió coger el toro por las astas, tratando de limitar las atribuciones de las juntas
electorales. Con ese fin adoptó el plan de realizar un nuevo censo y formación de padrones
electorales, restringir la ciudadanía y atribuir a los curas de las parroquias la facultad de acreditar
a los ciudadanos con facultad de ejercer el voto mediante la expedición de “boletos” electorales.
Esa decisión fue controvertida por el ayuntamiento constitucional de Lima sustentando su postura
en que la adopción de las disposiciones del virrey podría perjudicar los derechos individuales de
los ciudadanos y limitaría las atribuciones de las juntas electorales. Consideraban que sobre el
asunto lo mejor era representar a las Cortes con el objeto de que esta aclarase en relación a las
dudas suscitadas[8].
En la segunda década del siglo XX, el sistema político chileno entró en una profunda crisis. La
emergencia de movimientos sociales populares y de clase media puso en cuestión el manejo
oligárquico del Estado, demandando profundas reformas políticas, sociales y económicas. El
sistema semiparlamentario que existía se demostró incapaz de resolver las nuevas demandas
sociales, paralizado por las constantes rotativas ministeriales, las luchas entre facciones políticas
y la debilidad de la figura presidencial.
La reforma al sistema político se materializó en una nueva Constitución política, la que fue
aprobada a fines de 1925. La nueva carta fundamental fijó un régimen representativo, de
carácter presidencial y con una separación estricta de poderes. El presidente desarrollaría las
funciones de jefe de Estado y gobierno, nombrando y removiendo a los ministros; un Congreso
bicameral tendría una función colegisladora; y la forma de gobierno territorial sería unitaria. Por
otra parte, separó definitivamente la Iglesia del Estado y modernizó la estructura estatal.
Entre 1932 y 1970, bajo esta Constitución, el sistema político se perfeccionó, permitiendo el
acceso de los sectores medios y populares y consolidando una de las democracias más estables
de América Latina.
En cuanto a los efectos negativos de los acuerdos, al no preverse los efectos de las interacciones
negativas entre institutos normativos mutuamente excluyentes, se adoptaron decisiones de
utilidad efímera. Otro problema consistió en que los actores políticos sobrecargaron las
constituciones con detalles prescindibles. Este fenómeno afectó las tareas del legislador
ordinario, porque le vedó la flexibilidad necesaria de acoplar la norma y la normalidad. En cuanto
a los jueces constitucionales, se limitó su capacidad de adaptar la Constitución a las necesidades
cambiantes de las sociedades, por la vía de la interpretación: a mayor detalle en la redacción de
la norma, menor libertad interpretativa.
Las constituciones redactadas con ese criterio se vieron sometidas a reformas muy frecuentes,
que a su vez redujeron la estabilidad de su contenido y, por consiguiente se convirtieron en
textos para expertos y no para el ciudadano común.
Una singular disposición de la Constitución francesa de 1793 decía: “Un pueblo tiene siempre el
derecho de rever, de reformar y de cambiar su Constitución. Una generación no puede someter
a sus leyes a las generaciones futuras” (artículo 28). Esta norma contiene un auténtico derecho
a la reforma constitucional.
La cuestión linda con el problema de la soberanía y es, en esa medida, un tema mayor del
constitucionalismo. En el orden operativo el mecanismo por excelencia para estabilizar la norma
constitucional y restituirle su naturaleza de supremacía y a la vez dificultar su reforma, ha
consistido en involucrar a la ciudadanía a través del referéndum constitucional. La reforma
constitucional es uno de los grandes temas que de tiempo atrás se viene discutiendo. El debate
no está agotado porque incluso los sistemas que se precian de mayor estabilidad, han dado lugar
a una actividad reformadora muy intensa.
Tipos cráneo
Pares craneales
Huesos
Foramen
Vena yugular