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LA POLÍTICA EN NUESTRA REALIDAD MODERNA

Colque Aragón Erick


Málaga Alejo Kevin

La política económica y el cambio fundamental que caracteriza a la sociedad es el de una


profunda y prolongada transición desde una sociedad basada en el trabajo físico, el
consumo de la energía no reciclable y una cultura tradicional y vanguardista, a una
sociedad basada en el conocimiento, la información y la cultura moderna.
Una de las dimensiones que más cambios está experimentando como efecto de esta
transformación profunda de la sociedad, es la del campo de la Política y del poder. Allí
donde los individuos, los grupos, los movimientos, la sociedad civil, los partidos y las
instituciones del Estado convergen, para resolver sus demandas, para concertar las
normas que regirán el sistema de gobierno, allí los cambios que provienen de la esfera
económica y cultural, están ocasionando disfunciones susceptibles de alterar todo el orden
político.
En síntesis, existe un orden político inherente a toda sociedad humana históricamente
determinada, y se forma en torno a él una dimensión cada vez más compleja de
organizaciones e instituciones, de fuerzas y de procesos dinámicos, de interacciones y
fuerzas. En la sociedad humana existe toda una amplia dimensión material y simbólica
especialmente referida a lo político, en la que se resuelven las cuestiones relativas al
gobierno de dicha sociedad.
Una de las hipótesis de base que sustentan a este ensayo, es la afirmación de que existe
una manera política de ver la realidad, de comprenderla y de insertarse en ella, del mismo
modo como la Política y quienes la realizan construyen realidades (materiales e
inmateriales o simbólicas) que contribuyen a enriquecer el quehacer social y el desarrollo
de la sociedad.
Así como las personas aprehenden la vida social y cotidiana como una realidad ordenada,
percibe la realidad social como algo independiente de su propio conocimiento, de modo
que cada individuo se forma una idea de la Política y lo político, como una realidad
exterior a cada uno. Lo político se nos presenta entonces, como algo objetivo y como
significado subjetivo. Esta dimensión política de la sociedad, sin embargo, está en crisis.
No basta con declarar la crisis de la Política, sino que es necesario reconocer que los
modelos explicativos que la Politología se ha dado para encontrar y descifrar las causas
de la crisis del fenómeno político en la sociedad moderna, sino que el propio esfuerzo de

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interpretación científica de dichos fenómenos de cambio, aparece hoy insuficiente frente
a la emergencia de nuevos fenómenos. Ya sea que se sitúe en la óptica estructuralista, de
la dependencia, del cambio revolucionario o del desarrollismo, la Ciencia Política
enfocaba hasta hoy la problemática social y política, a partir de una lectura fuertemente
dual o polarizada de los sistemas de poder y dominación.
La Política moderna ha oscilado sucesivamente, ha intentado entender el fenómeno
político como una realidad totalizadora al interior de la sociedad y la cultura, desde la
esfera de la teorización y de las elaboraciones ideológicas, hasta las dimensiones prácticas
y operacionales del ejercicio del poder.
Hoy es necesario reconocer que uno de los impactos más profundos de la modernidad y
de la postmodernidad sobre la Política y sobre los paradigmas que la explica, es la de una
realidad fragmentada y desestructurada.
En la lectura tradicional y totalizante anterior, la Ciencia Política además tendía a
entender el cambio social y los procesos políticos de cambio, como coyunturas lineales,
fluidas y de ruptura, cuyo contenido esencial era el paso irreversible y pre-concebido
desde una formación social a otra.
Se trataba entonces, de una forma de determinismo empírico e histórico, según el cual o
las leyes del mercado, o ciertas clases sociales serían portadores de una vocación y una
voluntad de cambio, fuertemente condicionada por la trayectoria estructural y la tendencia
profunda de los acontecimientos históricos. Está, además, el problema del discurso
político, o sea de la retórica y el de su doble relación: con la Ciencia Política, por un lado,
y con la realidad por el otro, tema que se somete aquí a un análisis comunicacional
también realista y crítico.
Desde una perspectiva macro-social, la problemática de la modernidad en tanto
paradigma y en tanto modo de organización de la sociedad y la cultura, se encuentra en
el centro del debate intelectual que hoy tiene lugar. Mientras hay quienes hablan de una
crisis de la Política moderna, otros enfatizan un cuestionamiento al propio paradigma
moderno de la Política, lo que no deja de traer consecuencias para la propia Ciencia
Política.
Es a este último aspecto, al que se referirá este análisis. Como se sabe, el paradigma de la
modernidad, contiene una visión de la Política entendida como una función reservada y
especializada en manos de una elite profesional, y que propone la racionalidad burocrática
y territorial para la organización del Estado, se sustenta en la soberanía de la nación y en
la primacía de la Ley y el Derecho, y postula el desarrollo de la conciencia libre y activa

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de cada ciudadano, de manera de producir una condición ciudadana involucrada y
comprometida con la vida política.
Con la modernidad, el Estado tiende gradualmente a sustituirse y a sustituir a la Nación,
en nombre de la eficiencia burocrática y centralizada, y de un poder político piramidal
que distribuye o intenta distribuir beneficios y sanciones.
Bajo el paradigma de la modernidad, y dentro de la estructura socio-política de la Nación-
Estado, que es uno de sus rasgos característicos, lo que sucede en realidad es que la lógica
de la Nación (que es horizontal, participativa, abierta y dinámica) tiende a oponerse a la
lógica del Estado (que es vertical, burocrático, poco permeable y lento). Y las lógicas
divergentes aquí, se acompañan a la configuración de intereses colectivos e individuales,
que se contraponen en su búsqueda de la hegemonía. La crítica realista al paradigma
político de la modernidad, tiende a subrayar los aspectos paradójicos y contradictorios de
una construcción política que termina por erigirse por encima de los sujetos a los que
pretende representar.
La racionalidad moderna en la Política, tiende a producir una separación, una alienación
del ser humano-ciudadano respecto del poder y del Estado, en la medida en que éste se
arroga la totalidad de la función política, y en la que ésta se profesionaliza en manos de
una elite especializada y tecnocrática. El ciudadano común no solamente se desapega de
la función pública, porque su opinión no informada importa sólo en cuanto “demandas y
aspiraciones”, sino que es invitado cada cierto tiempo a dar su opinión política, dejando
el resto del tiempo a la política y al poder político, en manos de los funcionarios, los
gobernantes y los expertos. Con la modernidad, la Política se desgaja en dos tiempos y
en dos esferas: por un lado, el tiempo de hacer política en que los ciudadanos, sometidos
al imperio de las comunicaciones y las estrategias políticas que eligen a sus
representantes, para regresar después al tiempo cotidiano de sus actividades habituales; y
por el otro, la esfera de la política como acción, se separa entre la clase política que con
sus propios lenguajes, códigos, retóricas y ceremoniales, gobierna desde el Estado, y la
sociedad civil que sumergida en el trabajo y la producción parece permanecer fuera del
Estado.
Desde el punto de vista de la credibilidad pública, es necesario reconocer que, en la
Política moderna, el ciudadano comienza creyendo y termina no creyendo.
De este modo, la crisis intelectual de la modernidad política se pone de manifiesto, cuando
la apatía ciudadana se extiende en los sistemas políticos, cuando los ciudadanos se des-
solidarizan de la cosa pública y de la organización social, cuando los lazos de cohesión

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comunitaria son reemplazados por la mercantilización como clientes de las relaciones
políticas, cuando se abre la brecha social y cultural entre la ciudadanía atomizada y la
clase política y gobernante, cuando el discurso político se separa de la realidad y deviene
ininteligible para los ciudadanos: podría afirmarse que la modernidad aliena a la Política
de los ciudadanos.
Una contemporaneidad que, por lo demás, abjura de las tradiciones, que duda de sí misma,
que se burla de la política y sus rituales ceremoniales, de sus valores y estructuras
estereotipadas; y una cotidianeidad que se escapa entre los dedos de una Política referida
y centrada en instituciones, normas, problemáticas complejas, juegos de poder e imágenes
virtuales. Así también, mientras el discurso político se resume, y se convierte en
complejos dispositivos semiológicos cargados de ambigüedad y de significados
equívocos, la Ciencia Política se enfrenta a la dificultad mayor de tener que operar con
conceptos cargados de ideología.
Por último, la Política como práctica en la sociedad y como universo que simplifica, ha
entrado en crisis, como una de las consecuencias de los múltiples impactos provenientes
de la nueva era moderna. La percepción ciudadana respecto de la Política está cada vez
más lastimada y deslegitimada, y este es un fenómeno social que trasciende las fronteras
nacionales para abarcar el conjunto de la sociedad y los sistemas políticos
contemporáneos.
Por lo tanto, cuando afirmamos que la Política, los partidos y la clase política han entrado
en una prolongada crisis de confianza y credibilidad en la sociedad actual, no es
básicamente un argumento ideológico; aunque pueda serlo en boca de ciertos políticos
detractores de sus demás adversarios, sino que es una idea respaldada por un cúmulo
creciente de indicadores, entre los cuales las encuestas de opinión pública no son más que
un factor. La política tradicional se ha hecho no confiable y por lo tanto no creíble, ha
perdido la centralidad de su atractivo anterior dentro de toda la sociedad
La crisis de la Política es de la misma forma, una crisis de la acción política como una
crisis tomada de la percepción pública acerca de ella, es decir de la cultura política.
El creciente predominio de las prácticas individualistas, y la búsqueda del éxito y la
realización personal de cada ciudadano, y la notoria indiferencia de éstos respecto de la
sociedad en general y del sistema político en particular, son síntomas exteriores de una
tendencia profunda que tiene lugar en la época contemporánea: la tendencia hacia la
modernidad.

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La modernidad como tendencia estructural y cultura dominante, se introduce en el sistema
político, generando un efecto disolvente dentro de sí, de manera que las fuerzas, partidos
y actores políticos tradicionales se ven enfrentados a la creciente tensión ocasionada por
nuevas problemáticas y nuevas aspiraciones y demandas provenientes de una sociedad
civil cada vez más culturalmente diversa y socialmente diversa.
Consecuentemente, uno de los rasgos más significativos que denotan la crisis de los
paradigmas políticos, y la propia crisis de la Política reside en la pérdida de su anterior
centralidad en los procesos sociales y culturales.
Sin embargo, como efecto e impacto de la modernidad, ella ha perdido su centralidad
siendo aparentemente sustituida por otros liderazgos, otros intereses ciudadanos, otras
formas organizativas y agrupaciones, y se ha convertido poco a poco en objeto de
crecientes críticas generando una percepción social negativa en torno suyo.
Aun así, la Política no se desvanecerá porque forma parte de nuestra realidad moderna.

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