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Infecciones

Por Álvaro Bustos González*

Si hay algo que demuestra la evolución genética de las especies es la vida de los microbios. Conocidos en sus
características moleculares desde hace poco, ellos nos enseñan todos los días que las enfermedades
infecciosas tienen una autonomía que el médico no puede remediar. Para decirlo en un lenguaje coloquial:
las infecciones no son como las gallinas, a las que se les tuerce el pescuezo y mueren desangradas. Los
microorganismos, a fuerza de luchar contra otros bichos por la supervivencia y de enfrentar las terapias
antibióticas que elige el hombre para combatirlos, han adquirido la capacidad de resistir a dichos
medicamentos. Pongo el ejemplo de la diarrea producida por salmonella entérica, a la que, si se le
administran sustancias antibióticas, lo que sucede es que la diarrea se prolonga y el intestino se demora más
tiempo en expulsar la bacteria. Así sucedía en el pasado, cuando de las salas de hidratación no daban de alta
a los niños con gastroenteritis sino hasta cuando el germen hubiera desaparecido de las heces, lo cual
llevaba a hospitalizaciones prolongadas e inútiles, en detrimento de la nutrición de los niños.

Valga el párrafo anterior para remarcar el hecho de que, del mismo modo que existe la evolución de la vida,
de igual manera las enfermedades infecciosas tienen una evolución natural que debe ser conocida por el
médico para que haga diagnósticos más oportunos y establezca tratamientos más eficaces. Aquí hay un
punto que salta a la vista: una cosa es tener la información y otra el conocimiento. La información sin
conocimiento genera errores que se dan por verdades, y el “conocimiento” sin un sustento teórico sólido no
pasa de ser un alarde de ignorancia basado en la autocomplacencia.

En un futuro no muy lejano nos veremos abocados a una situación que era insospechable hace años, y que
consiste en la medicina de precisión, bajo cuyo dominio los tratamientos surgirán de la identificación de los
genomas tanto del enfermo como del microbio que lo infectó. Es decir que no habrá terapias genéricas sino
individuales, en las que se tendrá en cuenta qué es lo que más le conviene a determinado individuo que está
infectado por determinado microorganismo. Como quien dice: a cada quién lo suyo según su susceptibilidad
o necesidades, como en el más puro comunismo biológico.

Hoy el problema de la resistencia bacteriana a los antibióticos es muy grave. El abuso de estas sustancias en
medicina humana y veterinaria, particularmente de aquellas que son inductoras de resistencia
(cefalosporinas), ha traído como consecuencia la aparición de gérmenes intratables. En este campo los
protocolos o guías de manejo, que suponen a priori que todos los pacientes caben en un cartabón como si se
tratara de someterlos a una bitácora de vuelo, son contraproducentes. Lo mejor es individualizar los casos y
proceder de acuerdo con realidades clínicas y bacteriológicas. Aquí no hay lugar a abstracciones. El esfuerzo
diagnóstico debe ser sistemático y la interpretación de las pruebas de laboratorio debe ir en concordancia
con las realidades epidemiológicas y físicas del paciente.

Algo que se olvida con frecuencia es que los antibióticos solos no resuelven los problemas. Se requiere un
sistema inmune íntegro que actúe en defensa del enfermo. Con la alta prevalencia de desnutrición que
aqueja a nuestra sociedad, es apenas obvio que las infecciones hagan más daño del habitual. Ni qué hablar
de los riesgos que comportan los internamientos prolongados en unidades de cuidado intensivo…

*Decano, FCS, Universidad del Sinú -EBZ-.

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