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MONARQUIAS
OCCIDENTALES. LAS CRUZADAS
Desde la muerte de Otón III hasta la llegada al trono de Federico I Barbarroja, tres
dinastías imperiales se suceden y son tres los elementos comunes de su política: la
consolidación del poder en Alemania frente a los feudatarios, la defensa de sus
fronteras orientales y las difíciles relaciones con el Papado.
Durante la primera mitad del s. XI, su autoridad fue incuestionada lo que les hizo
verdaderos jefes de la Cristiandad. En su mano estaba la designación del Pontífice,
luna política cesaropapista.
A la muerte de Otón III sube al trono Enrique II que heredaba problemas en Polonia,
Lombardia y con los clanes romanos.
Los veinte años que Enrique IV sobrevivió a su rival fueron de continua desazón: tenía
dificultades para mantener a su antipapa Clemente III, sus súbditos se rebelaban y los
príncipes levantaron contra él dos posibles candidatos: Conrado, que muere en 1101,
y el futuro Enrique V que le sucederá tras su muerte en 1106.
Una nueva generación a la cabeza de Iglesia (Calixto II e Ivo de Chartres) optó por el
pragmatismo. Chartres diseñó una fórmula capaz de zanjar el asunto: como
reformador era intransigente con las condiciones del candidato, pero introdujo el matiz
de separar la ordenación, de sentido sacramental, de la investidura, que podía ser una
facultad regia. Las diferencias con Enrique V fueron limándose hasta que llegan a un
acuerdo. Firman el Concordato de Worms en 1122: Enrique V admitía la libre elección
y consagración del elegido canónicamente y además se comprometía a devolver a la
Iglesia de Roma los bienes arrebatados y a ayudar al Papa cuando este lo requiriese.
A cambio Calixto II otorga a Enrique V la facultad de estar presente en las elecciones
de lo obispados alemanes, vigilando el proceso y asegurándose tras el nombramiento
del obispo la fidelidad de este. Calixto II lo interpretó como un éxito y preparó una
reunión en el palacio de San Juan de Letrán. Se celebro el I Concilio de Letrán, que
duró doce días y se ratificaron las disposiciones del Concordato de Worms. Su
sucesor Honorio II (1124-1130) continuó su tarea y las buenas relaciones con
Occidente, sobretodo con Lotario III.
El fin del breve reinado de su hijo, Enrique IV, deja consolidada la posición en el sur de
Italia, y coincide con el ascenso al papado de Inocencio III.
Inocencio III poseía una excelente formación intelectual. Como Pontífice, proclamó su
autoridad absoluta en la Iglesia, lo que suponía la realización del programa de los
gregorianos: Plenitudo potestatis. Su ideal era una comunidad de pueblos cuyos
príncipes debían de encargarse de promover la religión, con un poder papal fuerte,
cuya firmeza demostró desde su toma de posesión: la Curia romana fue objeto de un
severo saneamiento, la Chancillería reorganizada, el Colegio Cardenalicio reunido con
regularidad y se castigó con energía todo tipo de corrupciones. Frente a los enemigos
no dudo en echar mano de la cruzada.
Inocencio III había convertido su sueño en realidad: un Pontífice como poder supremo
de la cristiandad. Convoca el IV Concilio de Letrán como broche de oro. En el, distintas
disposiciones, de todos los ámbitos, entre ellas una nueva cruzada contra los judíos y
herejes. Federico II fue ratificado en su derecho al trono. En 1216 moría Inocencio III
siendo sucedido por el Papa Honorio III.
Federico fue un político hábil y con gran capacidad de organización, hombre culto y
escéptico, precursor del Estado moderno.
Era depositario de una doble herencia: la del Imperio germano por su padre, Enrique
IV y la italiana por su madre, la princesa Constanza. El soberano tuvo que afrontar
problemas que solucionó con habilidad y que le crearon enemigos, algunos tan
poderosos como la iglesia romana, que le presentaba como amigo de los judíos y
musulmanes y sospechoso de herejía.
El monarca se sintió ante todo italiano, descuidando los asuntos alemanes. Trató de
convertir el reino de Sicilia en un estado laico y obediente al soberano. Los sucesivos
Papas no llevaban bien esta política que rompía con el equilibrio logrado por Inocencio
III.
Antes de su ascenso al pontificado, Honorio III había sido preceptor de Federico II.
Mientras el Papa estaba en la quinta cruzada, Federico II consolidaba sus posiciones:
nombro rey de los romanos a su hijo Enrique, aunque tranquilizó al Papa asegurándole
que ambos territorios (Alemania e Italia) se administrarían independientemente. El
Papa lo aceptó y corona solemnemente como emperador en Roma al monarca. En los
años siguiente Federico II impuso su autoridad en Sicilia y en ciudades de Lombardia.
El Papa Gregorio IX, no eludió el choque con el monarca: lo primero, le instó a su
marcha a Tierra Santa. El monarca parte enseguida y vuelve so pretexto de
enfermedad. El Papa manda la excomunión contra el Emperador. Federico,
sorprendentemente, vuelve a hacerse a la mar con un reducido contingente, y
demuestra sus dotes diplomáticas. A su vuelta, consigue la reconciliación con el Papa.
Fue el acuerdo de San Germano por el que, a cambio del levantamiento de la
excomunión, el monarca se comprometía a devolver todos los bienes arrebatados a la
Iglesia. Fue un respiro para poder afrontar los problemas acumulados en Alemania e
Italia.
2.- MONARQUIAS
En torno al año mil, Los Capeto eran titulares de unas tierras al oeste del imperio, con
autoridad reducida. Sus posesiones: algunas villas, un palacio en París y localidades
como Orleans o Senlis.
Los cuatro primeros Capeto no dieron excesivo prestigio, después de la muerte del
cuarto, sube al trono Luis VI (1108-1137), protagonista destacado. Audaz en sus
intervenciones políticas, sus mayores éxitos, los obtuvo contra los señores de L`Ile de
France, a los que sometió con la ayuda de las comunas ciudadanas y la Iglesia. Luis
VI fue el primer Capeto que realizo intervenciones en el sur de Francia, con dos
expediciones a Auvernia. El matrimonio de su hijo Luis VII con Leonor, heredera del
ducado de Aquitania, fue el signo del interés de la realeza por regiones ignoradas.
En 1043, los anglosajones eligieron a uno de los suyos, Eduardo el Confesor. Bajo su
reinado se perdió prestigio, a su muerte, sin herederos, varios candidatos disputaron
su herencia, siendo Guillermo, duque de Normandía su sucesor. Con Guillermo el
Conquistador se produce la normandización de Inglaterra. Su genio político se
demostró cuando supo dominar y acabar con las turbulencias de los barones
normandos. Bajo su firme mano Normandía acabo siendo un estado feudal. Su ejército
era conocido en todo occidente, y la Iglesia de Normandía se erigió en una estructura
perfecta: entre 1035 y 1066 una veintena de abadías entraron en la reforma.
Normandía fue el banco de pruebas de gobierno que se aplicarían después en
Inglaterra.
En 1066, el otro candidato, Haroldo de Wessex no pudo derrotar a Guillermo en
Hastings y muere. Guillermo se hace proclamar rey en Westminster, con la protección
del papal. Durante 20 años, Guillermo vivió a caballo entre su reino y su ducado,
Inglaterra tuvo una remodelación institucional en la que se fundieron elementos
anglosajones y normandos. La Iglesia Inglesa conoció la celosa política reformadora
de Lanfranco, amigo y consejero de Guillermo y antiguo abad del monasterio de San
Esteban de Caen. En 1085, se calcula que los obispados, salvo dos, eran de
normandos, al igual que las abadías, salvo tres. Guillermo repartió un enorme botín
territorial entre sus compañeros de victorias. Tenía un espíritu organizador, realizo una
encuesta para verificar cual era la riqueza del país: cada Condado, aldea se
registraba, cada uno con sus poseedores, habitantes y categoría jurídica. El resultado
se deposito en la Tesorería real de Winchester, en el “ Domesday BooK”.
Medio siglo cubren los reinados de Enrique II, Ricardo Corazón de León y los inicios
de Juan sin tierra en el que los monarcas ingleses de la dinastía de Anjou (o
Plantagenet) acaparan un enorme poder territorial: el imperio angevino.
Se extendía desde el muro de Adriano hasta el Loira y Enrique lo había ampliado hacia
el sur. Leonor de Aquitania y Luis VII de Francia habían anulado su matrimonio. A las
pocas semanas, Leonor se casaba con Enrique aportando al patrimonio de los Anjou,
las tierras de Aquitania. El imperio llegaba hasta los pirineos.
Juan no se sintió del todo ligado a ese texto y contó con el apoyo de Inocencio III. La
guerra entre el rey y los señores feudales ingleses se reanudo. En apoyo de estos,
desembarco en Inglaterra, Luis, primogénito de Felipe Augusto. La muerte en 1216 de
Juan sin tierra e Inocencio III calmo la situación. El heredero era un niño de corta
edad. El nuevo Papa, Honorio III más prudente, contribuyó a la firma de la paz de
Lambeth, con la que se mantenía la Carta Magna, texto que estaba muy alejado del
concepto actual de los textos constitucionales y se limitaba a temas puntuales y
domésticos en el único contexto posible: el feudal.
Entre unos y otros, se fue abriendo camino un nuevo partido y Eduardo se puso a la
cabeza. En 1256 Simon de Montfort es derrotado y muerto en Ewesham, y Enrique II,
en los últimos años de su reinado fue suplantado en sus funciones por su heredero.
Eduardo mantuvo en pie los núcleos fundamentales de la “Carta Magna” y de la
“Provisiones de Oxford”. En 1272 sube al trono y dá un nuevo impulso a las reformas.
Tras las victorias contra albigenses e ingleses, la tradición dice que Luis IX hizo la
promesa de emprender una nueva cruzada: la séptima. Como operación militar
fracaso, pese al éxito inicial en el delta del Nilo, sufrió una grave derrota en Mansura.
En 1252 muere su madre y Luis IX vuelve a Francia.
En los años siguientes, las posiciones de las cruzadas se debilitan por la unificación de
los poderes musulmanes en manos de Saladino y sufren un descalabro en 1187 en la
batalla de Hattin y los musulmanes recuperan la mayoría de las posiciones, incluido
Jerusalén.
La historiografía menciona ocho cruzadas. La más alejada de los ideales fue la cuarta
cruzada, predicada por el Papa Inocencio III, que fue instrumento de Venecia para sus
intereses en el mediterráneo. Tomaron y saquearon Constantinopla e instauraron un
efímero estado latino.
La más extraña fue la sexta, encabezada por el emperador Federico II, excomulgado,
que a merced de su diplomacia, consiguió la entrega Jerusalén, a cambio de respetar
el culto musulmán.
Uno de los fenómenos más notables asociados a las cruzadas fue la creación de las
Ordenes Militares. Estas instituciones aunaban aspectos religiosos (votos de castidad,
Los Templarios, Orden de los Caballeros del templo, fundada por Hugo de Payens,
vestían habito blanco o negro y con cruz roja. Dispuso se un gran potencial humano,
económico y de posesiones territoriales, tanto en Tierra Santa como en occidente (800
centros). Este inmenso poder fue la causa de su desaparición. Sus implicaciones
financieras con las monarquías, provocaron la animadversión regia y su disolución por
el Papa Clemente V en 1312.