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Sección: D
Filosofía Ambiental
No es posible afrontar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las
bases filosóficas de la cultura. Es una tarea difícil pero no inalcanzable. El ser
humano se ha visto sometido muchas veces a la exigencia de cambios
culturales, que involucran no solamente la plataforma tecnológica o la
formación social, sino igualmente ese extraño tejido simbólico que permite la
reproducción de su cultura. El mundo simbólico es quizás nuestra principal
herencia cultural.
Un sujeto camina por la calle y deja en la acera el envase del refresco que ha
terminado de beber. Mientras tanto, frente a él, tras de un cristal alguien más
come una hamburguesa. En otro lado, otra persona sale de su hogar y deja su
computadora conectada a la toma de corriente y el grifo del agua goteando.
¿Acaso se ignora que las inundaciones en las ciudades son, en gran parte,
debido a la acumulación de PET (polietileno tereftalato), uno de los materiales
plásticos más comunes en la elaboración de botellas y empaques) en los
sistemas de drenaje y alcantarillado? ¿O que la demanda de carne de las
grandes trasnacionales de comida rápida genera la conversión de grandes
extensiones de tierra con fines de pastoreo y que parte de sus insumos provienen
de cultivos transgénicos? ¿Quizá no saben que la construcción de
hidroeléctricas altera totalmente los ecosistemas? La respuesta parece ser
obviamente no y, sin embargo, la mayoría de las personas tiene un concepto
acertado sobre las acciones que son correctas (o mejor dicho, responsables),
en cuanto al medio ambiente. Entonces, ¿han fallado los esfuerzos de la E. A o
la visión que se tiene de la misma es reduccionista? De acuerdo con Herskovits
(1981), la relación entre el ser humano y su hábitat varía en la medida en que
responda a las exigencias que el medio físico le imponga. Esto significa que,
actualmente, el ser humano necesita responder no solo a las exigencias, sino
también a la realidad del medio. No obstante, considerando que de esta
relación se derivan “modos de vida” y nuevas “necesidades” (Marx y Engels,
1980), dichos cambios se perciben lejanos, si se toman en cuenta los actuales
patrones de consumo, la demanda de recursos y las pautas culturales de la
sociedad, que conducen a los individuos hacia actitudes inadecuadas con la
conservación del ambiente.
Por las consideraciones anteriores, es lógico que si hay una solución ecológica,
ésta tiene que ser planeada, de entrada y en principio, a nivel planetario. O
mejor, que las propuestas locales nos lleven a una puesta en marcha de un
proyecto global. Cuestión, pues, de educación, de formación, de circulación
de ideas, de creación de forma mentis que conlleven la conformación de una
conciencia ética que valore la pregunta fundamental: ¿qué queremos hacer y
a dónde queremos llegar con nuestro mundo actual? Nuestro primer problema,
por lo tanto, somos nosotros mismos. Antes de preguntarnos por una ecología
de la naturaleza, tendremos que preocuparnos por una ecología de las ideas.
Como ha escrito Gregory Bateson: “Así como existe una ecología de las malas
yerbas, existe una ecología de las malas ideas”. Nosotros añadimos: y de las
buenas ideas. No sólo debemos hablar del deterioro ecológico de la naturaleza,
sino también del deterioro de las mentes frente al aparato de la televisión. Por
ejemplo, ¿nuestro ideal, ya desde la revolución industrial, seguirá siendo el
desarrollo a ultranza, ininterrumpido, con contenido eminentemente eficientista,
de nuestras fuerzas productivas? ¿Un solo país lo puede lograr? Y si es afirmativo,
¿qué pasará con las muchedumbres marginadas, de dentro y de fuera de los
contornos nacionales? ¿Qué hábitat mental producirá nuestra informática
actual, nuestros medios de comunicación, nuestra industria computarizada?
¿Qué será de nuestro arte, de nuestros valores familiares, de lo mejor de nuestras
culturas cívicas y religiosas? Si el maquinismo sigue su curso actual, ¿qué harán
nuestros miles de despedidos? ¿Cuál será el papel del Estado tradicional, aquél
configurado dentro de unos marcos territoriales, pero que hoy se ve
fragmentado? ¿Cómo será dentro de pocos años éste nuestro mundo, éste
nuestro Estado, con un “mercado mundialque intenta engullirlo y uniformarlo
todo: máquinas y mente, bienes materiales y riquezas espirituales en una idea
de mundo en donde el eficientismo y utilitarismo hedonista se erigen como
supremo valor? ¿Qué peligros se ciernen sobre nuestra identidad nacional, esa
que lleva en sus entrañas el valor milenario de nuestras culturas indígenas? ¿Qué
queremos hacer con nuestra modernidad? ¿Nos conviene una globalización
unidimensional, que todos tengamos los mismos gustos, sigamos la misma moda,
hablemos el mismo lenguaje, el mismo tipo de música, de arte, el mismo Dios?
¿Nos conviene agrandar los reales cinturones de miseria del capitalismo mundial
y seguiremos unas naciones siendo el “traspatio” de otras? Ciertamente, las
fronteras han cambiado, el concepto de soberanía es evidente que no se
circunscribe a los límites territoriales. Pero, ¿ya cambió la confrontación Norte-
Sur, Este-Oeste, tercer mundo y mundo desarrollado? ¿En realidad gozamos,
todos o la mayoría, de la globalización, y ésta es, en verdad, una política de
libre comercio equitativo para todos? Y con este supuesto exitoso comercio,
¿dónde quedan los sujetos reales? ¿En solo tipos ideales weberianos, en
estadísticas macroeconómicas? ¿O la subjetividad humana, expresada como
el calor de la persona humana, la hemos perdido en una especie de súper-ego
cientificista, en análisis funcionalistas y estructuralistas, en donde una pretendida
racionalidad esconde, camufla (porque se avergüenza) el valor concreto e
individual de las personas que nacen en un país concreto, en una comunidad
concreta y con unos valores específicos? Por supuesto, la ecología y el medio
ambiente deben tener un diagnóstico tecnocrático. Pero no basta si el
conductor o el creador o el actor (que es el hombre) tiene contaminada su
mente con “malas yerbas”. Se necesita, por consiguiente, una nueva ética de
nuestra posmodernidad. Después del horror de los campos nazis de exterminio,
después de las continuas guerras de conquista y expansión, después de
Chernobil, del sida, del problema de racismos, de migraciones forzadas y de
inmigraciones combatidas, es necesario preocuparnos por una nueva idea
humanista. La sola ciencia-técnica, sola ella, como lo pensara Heidegger, se
queda mirándose a sí misma
Referencias bibliográficas