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Numero de grupo: 04

Integrantes:

o Saldaña García Flor


o Chacón Barrios Goober
o Hinojosa Congona Fernando
o Calatayud Castillo Luis
o Serruto Aparicio Marcelo

Tema: Filosofía del Medio Ambiente

Sección: D

Filosofía Ambiental

Cuidado del Medio Ambiente desde el punto filosófico: La reflexión filosófica


desde la perspectiva ambiental implica la apertura hacia el mundo de la vida
cotidiana y su renuncia a toda metafísica.

No es posible afrontar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las
bases filosóficas de la cultura. Es una tarea difícil pero no inalcanzable. El ser
humano se ha visto sometido muchas veces a la exigencia de cambios
culturales, que involucran no solamente la plataforma tecnológica o la
formación social, sino igualmente ese extraño tejido simbólico que permite la
reproducción de su cultura. El mundo simbólico es quizás nuestra principal
herencia cultural.

En la actualidad se siente cada vez con mayor exigencia la necesidad de


legislaciones más radicales, para controlar el deterioro del medio ambiente
tanto ecosistémico como cultural. Por lo general los cambios en las normas
jurídicas son precursores de nuevas prescripciones éticas y de intensas
renovaciones filosóficas. Igualmente las transformaciones en las visiones del
mundo y de la cultura, propuestas por los saberes tecnológicos, científicos,
políticos y sociales, han conducido a la construcción de una forma de pensar
diferente.

El hombre tiene el derecho de aprovechar los recursos naturales para la


satisfacción de sus necesidades primarias, pero también tiene la obligación de
usar esos recursos en la justa medida, es decir, única y exclusivamente para
solventar esas necesidades.

El egoísmo del hombre sustentado en intereses políticos y económicos, está


violando e incumpliendo esa relación originaria con la naturaleza. La
consecuencia de esta conducta irracional del hombre no es la destrucción de
la naturaleza, es por el contrario, la destrucción del hombre por la naturaleza.

Los métodos y sistemas ya empleados en aliviar esta relación deteriorada han


fracasado y continuarán fracasando porque son proyectos de los intereses
políticos y económicos que provocan esta mala relación.
Ya las pretendidas soluciones basadas en recursos económicos no funcionaron.
Es menester reflexionar y reconocer la profunda necesidad que el hombre tiene
de la razón como herramienta para construirnos un hogar cómodo junto a
nuestra madre naturaleza.

La humanidad está cavando un abismo profundo en su relación sana con la


naturaleza: confundida lo considera progreso; ciega cava con esfuerzo un
futuro desastroso.

La educación ambiental como una filosofía de vida

Un sujeto camina por la calle y deja en la acera el envase del refresco que ha
terminado de beber. Mientras tanto, frente a él, tras de un cristal alguien más
come una hamburguesa. En otro lado, otra persona sale de su hogar y deja su
computadora conectada a la toma de corriente y el grifo del agua goteando.
¿Acaso se ignora que las inundaciones en las ciudades son, en gran parte,
debido a la acumulación de PET (polietileno tereftalato), uno de los materiales
plásticos más comunes en la elaboración de botellas y empaques) en los
sistemas de drenaje y alcantarillado? ¿O que la demanda de carne de las
grandes trasnacionales de comida rápida genera la conversión de grandes
extensiones de tierra con fines de pastoreo y que parte de sus insumos provienen
de cultivos transgénicos? ¿Quizá no saben que la construcción de
hidroeléctricas altera totalmente los ecosistemas? La respuesta parece ser
obviamente no y, sin embargo, la mayoría de las personas tiene un concepto
acertado sobre las acciones que son correctas (o mejor dicho, responsables),
en cuanto al medio ambiente. Entonces, ¿han fallado los esfuerzos de la E. A o
la visión que se tiene de la misma es reduccionista? De acuerdo con Herskovits
(1981), la relación entre el ser humano y su hábitat varía en la medida en que
responda a las exigencias que el medio físico le imponga. Esto significa que,
actualmente, el ser humano necesita responder no solo a las exigencias, sino
también a la realidad del medio. No obstante, considerando que de esta
relación se derivan “modos de vida” y nuevas “necesidades” (Marx y Engels,
1980), dichos cambios se perciben lejanos, si se toman en cuenta los actuales
patrones de consumo, la demanda de recursos y las pautas culturales de la
sociedad, que conducen a los individuos hacia actitudes inadecuadas con la
conservación del ambiente.
Por las consideraciones anteriores, es lógico que si hay una solución ecológica,
ésta tiene que ser planeada, de entrada y en principio, a nivel planetario. O
mejor, que las propuestas locales nos lleven a una puesta en marcha de un
proyecto global. Cuestión, pues, de educación, de formación, de circulación
de ideas, de creación de forma mentis que conlleven la conformación de una
conciencia ética que valore la pregunta fundamental: ¿qué queremos hacer y
a dónde queremos llegar con nuestro mundo actual? Nuestro primer problema,
por lo tanto, somos nosotros mismos. Antes de preguntarnos por una ecología
de la naturaleza, tendremos que preocuparnos por una ecología de las ideas.
Como ha escrito Gregory Bateson: “Así como existe una ecología de las malas
yerbas, existe una ecología de las malas ideas”. Nosotros añadimos: y de las
buenas ideas. No sólo debemos hablar del deterioro ecológico de la naturaleza,
sino también del deterioro de las mentes frente al aparato de la televisión. Por
ejemplo, ¿nuestro ideal, ya desde la revolución industrial, seguirá siendo el
desarrollo a ultranza, ininterrumpido, con contenido eminentemente eficientista,
de nuestras fuerzas productivas? ¿Un solo país lo puede lograr? Y si es afirmativo,
¿qué pasará con las muchedumbres marginadas, de dentro y de fuera de los
contornos nacionales? ¿Qué hábitat mental producirá nuestra informática
actual, nuestros medios de comunicación, nuestra industria computarizada?
¿Qué será de nuestro arte, de nuestros valores familiares, de lo mejor de nuestras
culturas cívicas y religiosas? Si el maquinismo sigue su curso actual, ¿qué harán
nuestros miles de despedidos? ¿Cuál será el papel del Estado tradicional, aquél
configurado dentro de unos marcos territoriales, pero que hoy se ve
fragmentado? ¿Cómo será dentro de pocos años éste nuestro mundo, éste
nuestro Estado, con un “mercado mundialque intenta engullirlo y uniformarlo
todo: máquinas y mente, bienes materiales y riquezas espirituales en una idea
de mundo en donde el eficientismo y utilitarismo hedonista se erigen como
supremo valor? ¿Qué peligros se ciernen sobre nuestra identidad nacional, esa
que lleva en sus entrañas el valor milenario de nuestras culturas indígenas? ¿Qué
queremos hacer con nuestra modernidad? ¿Nos conviene una globalización
unidimensional, que todos tengamos los mismos gustos, sigamos la misma moda,
hablemos el mismo lenguaje, el mismo tipo de música, de arte, el mismo Dios?
¿Nos conviene agrandar los reales cinturones de miseria del capitalismo mundial
y seguiremos unas naciones siendo el “traspatio” de otras? Ciertamente, las
fronteras han cambiado, el concepto de soberanía es evidente que no se
circunscribe a los límites territoriales. Pero, ¿ya cambió la confrontación Norte-
Sur, Este-Oeste, tercer mundo y mundo desarrollado? ¿En realidad gozamos,
todos o la mayoría, de la globalización, y ésta es, en verdad, una política de
libre comercio equitativo para todos? Y con este supuesto exitoso comercio,
¿dónde quedan los sujetos reales? ¿En solo tipos ideales weberianos, en
estadísticas macroeconómicas? ¿O la subjetividad humana, expresada como
el calor de la persona humana, la hemos perdido en una especie de súper-ego
cientificista, en análisis funcionalistas y estructuralistas, en donde una pretendida
racionalidad esconde, camufla (porque se avergüenza) el valor concreto e
individual de las personas que nacen en un país concreto, en una comunidad
concreta y con unos valores específicos? Por supuesto, la ecología y el medio
ambiente deben tener un diagnóstico tecnocrático. Pero no basta si el
conductor o el creador o el actor (que es el hombre) tiene contaminada su
mente con “malas yerbas”. Se necesita, por consiguiente, una nueva ética de
nuestra posmodernidad. Después del horror de los campos nazis de exterminio,
después de las continuas guerras de conquista y expansión, después de
Chernobil, del sida, del problema de racismos, de migraciones forzadas y de
inmigraciones combatidas, es necesario preocuparnos por una nueva idea
humanista. La sola ciencia-técnica, sola ella, como lo pensara Heidegger, se
queda mirándose a sí misma

Lo anterior significa que la E. A.


debiera transmitirse con un fuerte
componente ético y no solo
como un conjunto de
metodologías aisladas entre sí.
Esto normaría nuestras acciones
sobre el ambiente, y permitiría
elegir libre y responsablemente
aquellas compatibles con el
entorno. No se trata de decidir
por otros en cuanto a sus actos
para con el ambiente, sino decidir
cada quien, con base en un
análisis del estado de su entorno y su
problemática, la manera de coadyuvar en su solución Es decir, cualquiera
puede participar en una marcha que contribuye a mayores emisiones
vehiculares, si eso forma parte de su papel social pero aún estas actitudes
pueden modificarse como resultado de cambios de conducta más
responsables, en aras de un interés mayor y de la importancia de este en la
mejora del ambiente. No obstante, no se busca que la E. A. propuesta aquí
como una filosofía de vida se base en principios espirituales o visiones
ambientales románticas –ética biocentrista– sino que sea producto de la
reflexión y el compromiso

En conclusión, se puede considerar que la E. A. necesita abordarse desde un


contexto de mayor responsabilidad y compromiso personal, derivado de una
seria reflexión y no solo como un cúmulo de enseñanzas o ecotecnias. Ello
influirá en las acciones de cada individuo hacia el medio ambiente, las cuales,
a su vez, tendrán impacto sobre su sociedad. En caso contrario, si no se vincula
de un modo más profundo la relación de las personas con el cuidado de su
entorno, de nada servirá tomar “conciencia ecológica”. Es necesario adoptar
las medidas de la E. A. a un nivel de filosofía de vida que recuerde la
responsabilidad que cada quien debe mostrar y ejercer. Un problema global
como el ambiental requiere de la colaboración cotidiana, quizá pequeña,
pero continúa.

Referencias bibliográficas

 Arias, M. A., González, E. y Benayas del Álamo, J. (2008). Educación


ambiental y sociedad civil en México: Un primer apunte sobre sus
prácticas pedagógicas. En F. Reyes y M. T. Bravo (Coords.). Educación
ambiental para la sustentabilidad en México. Aproximaciones
conceptuales, metodológicas y prácticas (pp. 187-204). Chiapas:
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.
 Bendala, M. y Pérez, J. A. (2004). Educación ambiental: Praxis científica y
vida cotidiana. Descripción de un proyecto. Revista Eureka sobre
enseñanza y divulgación de las ciencias, 1(3), 233-239.
 Chávez, M. T. (2004). La ética ambiental como reflexión en el marco de
la educación en ciencias y en tecnología: hacía el desarrollo de la
conciencia de la responsabilidad. Educere. La Revista Venezolana de
Educación, 8(27), 483-488. Recuprado de
http://www.redalyc.org/src/inicio/ ArtPdfRed.jsp?iCve=35602706

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