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Evolución de los sistemas de alianzas

LOS PRINCIPIOS DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE BISMARCK

Encuadramiento y contextualización del texto


a. Determinación de la naturaleza temática del texto
Se trata de un discurso, un texto político público, que responde al proyecto de reforma
militar del Canciller alemán Bismarck y que refleja la realidad de la Paz Armada, donde las
potencias europeas se lanzaron a una feroz carrera de armamentos enarbolando la causa de la
defensa nacional.

b. Determinación del autor del texto


Otto von Bismarck (1815-1898) es, en la historia de las relaciones internacionales del
viejo continente, el estadista más brillante de su tiempo.
Instruido en Leyes, desempeñó una dilatada y activa carrera política. En 1862 se
convirtió en primer ministro de Prusia, puesto desde el que realizó la unificación alemana
(1871). Como Canciller del Segundo Reich (1871-1890), no solo fue el responsable del
predominio de Alemania en el continente, sino el arbitro de Europa.
En su condición de junker prusiano (de aristócrata terrateniente), repudió durante toda
su existencia la democracia, el liberalismo y el socialismo. No obstante, político oportunista
por encima de todo, que concebía la política como el arte de lo posible (Realpolitik), supo
doblegar su talante conservador siempre que los intereses de Alemania estuvieron en juego. En
este sentido, no tuvo inconveniente en hacer concesiones a los liberales y a los obreros.
Director de la política interior y exterior del Imperio, su meta fue proporcionar seguridad
a Alemania. Frente a los católicos del Zentrum y los socialdemócratas, a los que tenía por
enemigos domésticos, adoptó la Kulturkampf (combate cultural) y la represión,
respectivamente. Frente al separatismo de las minorías nacionalistas (polacos, alsaciano-
loreneses y daneses), medidas de germanización.
En política exterior sus obsesiones fueron, por un lado, aislar a Francia, enemiga
hereditaria del Reich; por otro, evitar el cerco de Alemania, es decir, impedir el entendimiento
entre las distintas potencias europeas (entre Gran Bretaña y Rusia, particularmente), y en
todo caso dirigirlo si este se producía. En ambos proyectos obtuvo un rotundo éxito, montando
tres sistemas de alianzas, que le brindaron el apoyo más o menos incondicional frente a
Francia, de Austria-Hungría, Rusia, Gran Bretaña e Italia.
Se trataba de un entramado inteligente, sostenido mediante la fuerza militar, la
intimidación y la diplomacia; que resguardaba la paz europea (aunque se trató de una paz
armada), que con su caída (por incompatibilidad con el emperador Guillermo II), se vino abajo,
quedando Alemania sitiada y Europa dividida en dos bloques (Triple Alianza y Triple Entente)
que se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial.

c. Localización cronológica y geográfica


Bismarck pronunció este discurso ante el Reichstag (Parlamento) el 11 de enero de
1887, cuando en Francia estaba más activa que nunca la idea del desquite contra Alemania por
la pérdida de Alsacia y Lorena, a instancias de su nacionalista Ministro de Guerra, el General
Boulanger (1886-1888). Precisamente sirviéndose de esta amenaza, el Canciller alemán
pretendió con dicho discurso intimidar a los diputados para que aprobasen la prórroga del
septennat (presupuesto militar votado cada siete años). Dicha prórroga formaba parte de la ley
de reforma militar que, desde septiembre de 1886, tenía proyectada con objeto de aumentar los
efectivos militares de Alemania. Sin embargo, no sería hasta marzo de 1887 cuando
consiguiese su objetivo, ya que el Reichstag rechazó esta propuesta.
El fragmento seleccionado plantea la necesidad que siente Bismarck de armar a
Alemania, para que pueda llevar a cabo, en cualquier momento, una eventual guerra
preventiva contra Francia.

Análisis formal y temático del texto


Explicación del contenido y significado del texto
¿Por qué se ha elaborado y escrito el texto y para qué fines y propósitos?

En el texto se ponen de manifiesto las directrices de la política exterior bismarckiana.


La política exterior que Bismarck diseñó para Alemania se inscribía en un clima de
tensión, provocado fundamentalmente por tres factores: imperialismo, carrera de armamentos
y nacionalismo.
Las distintas potencias europeas competían en territorios, fuerza y prestigio. Sus
ambiciones territoriales obedecían bien a antiguos litigios históricos (Francia reivindicaba
Alsacia-Lorena a Alemania; Italia las tierras irredentas a Austria-Hungría), bien a intereses
estratégicos y económicos (Gran Bretaña y Rusia se disputaban el control de los estrechos del
Bosforo y los Dardanelos del frágil Imperio Turco; Austria-Hungría y Rusia la hegemonía en
los Balcanes).
En este último sentido, el imperialismo colonial, que precisamente emprendieron a
partir de 1870, las enfrentaba también en África y Asia. Y por si fuera poco, dichas
potencias asimilaban con resentimiento, además, la supremacía alemana en Europa. De
manera que, tanto para consumar estas apetencias imperialistas, como en nombre de la seguridad
nacional, todas incrementaron sus efectivos bélicos, en una carrera de armamentos que
contribuyó a crispar aún más la situación. Porque territorios y poderío militar eran metas
imprescindibles para una última aspiración: el prestigio internacional.
A este respecto, las rivalidades coloniales y las desatadas en los Balcanes (la Cuestión
de Oriente) fueron los problemas más candentes de la política internacional de aquellos años.
Bismarck, sin embargo, no tuvo ambiciones territoriales para Alemania: “desde la
constitución del Imperio” (1871) la consideró un “estado saturado”.
No tenía intención de integrar en el Reich a los alemanes del Imperio austro-húngaro y
de las provincias bálticas de Rusia; la unificación alemana la había hecho siguiendo la tesis de
Pequeña Alemania (en torno a Prusia). Y mucho menos interés tenía en “las cuestiones que
agitaban a las restantes potencias” (la Cuestión de Oriente y la cuestión colonial, como ya
hemos dicho).
En los Balcanes, solo intervino para mediar en las disputas de Austria-Hungría y Rusia
(Congreso de Berlín de 1878).
Con respecto al tema colonial, mientras las potencias europeas colonialistas se
repartían África, él llegó a decir “Mi mapa de África está en Europa”, prefiriendo ser, también
aquí, arbitro de sus disputas (Conferencia de Berlín de 1885). No quería, en definitiva, molestar
a las demás potencias europeas, ya de por sí recelosas del poderío de Alemania, que podían
coaligarse en su contra (potencias que, sin embargo, nunca dejaron de temer la expansión del
Reich). Es por esto por lo que Bismarck, cuando se vio forzado por las exigencias de
comerciantes y banqueros alemanes a asumir una política colonial a principios de los ochenta,
decidiese, para no soliviantarlas (sobre todo a Gran Bretaña), concluirla hacia 1885, realizando
adquisiciones en África y Sur del Pacífico, pero en forma de protectorados (las colonias fueron
siempre para él lujos demasiados caros).

En medio de esta caldeada atmósfera, Alemania fue la única potencia “capaz de trabajar
por el mantenimiento de la paz” en Europa. Y lo fue por tres motivos esenciales: su condición
de primera potencia continental europea (a nivel demográfico, industrial y militar), la
voluntad de poder del pueblo alemán y la habilidad diplomática de Bismarck.
Con más de cuarenta millones de alemanes, era el Estado más densamente poblado de
Europa. El ejército prusiano, el mejor preparado, constantemente incrementado a iniciativa del
Canciller (como pone de manifiesto la propia motivación del texto que se analiza: la
prórroga del septennaf). Los 5.000 millones de francos que Francia tuvo que pagar en
concepto de indemnización tras la guerra franco-prusiana, fueron destinados a cubrir gastos
militares. Gracias al potencial demográfico del Reich, hacia 1887 la milicia disponía de
500.000 hombres, excluidos los reservistas. Las victorias que precedieron la unificación del
Reich (de Sadowa sobre Austria [1866] y Sedán sobre Francia [1870]), despertaron el
optimismo del pueblo alemán, orgulloso y convencido de su superioridad racial. De esta forma,
Alemania asumió como misión particular la empresa de la paz europea.
Bismarck quería la paz en Europa “para consolidar el Imperio alemán”. Sin
preocupaciones en el exterior, pretendía dedicarse a reforzar la cohesión del Imperio, eliminando
la resistencia de las minorías nacionalistas (alsaciano-loreneses, polacos y daneses, como ya se
indicó más arriba), y a favorecer el desarrollo económico (a partir de 1870, Alemania
emprendió la Revolución Industrial).

La amenaza exterior más importante de Alemania era Francia, su tradicional rival. El


motivo que las separaba era “un largo litigio histórico por el problema de las fronteras”.
La Francia del Segundo Imperio de Napoleón III había pretendido trasladar su frontera
natural hasta el Rhin, acción que iba en perjuicio de la Renania alemana. Por la Paz de
Franckfurt (1871), que puso fin a la guerra franco-prusiana (1870-1871), Francia perdió
Alsacia-Lorena, un territorio de población francesa y alemana, de gran riqueza minera, que
Alemania rápidamente explotó en beneficio de su industria. Bismarck estaba convencido de que
Francia nunca se resignaría a dicha pérdida. La amenaza del desquite francés se intensificó
mientras el general Boulanger dirigió el Ministerio de Guerra del país galo (1886-1888).

Para hacerle frente Bismarck se sirvió de la fuerza militar y de la diplomacia. Con


respecto al primer asunto, fue partidario de armar a Alemania para que estuviera “preparada
para la guerra”.
Con respecto al segundo, entabló alianzas con los potenciales aliados de Francia: en la
fecha del documento (enero de 1887), tenía “completo entendimiento con Austria”, al haber
firmado con ella la Dúplice Alianza en 1879 (vigente hasta 1914); y “amistad con Rusia”, gracias
a la Entente de los Tres Emperadores de 1872 (Alemania, Austria y Rusia), restablecida en 1881,
renovada en 1884 y vigente hasta 1887. Es decir, tiene montado su segundo sistema, en pie
precisamente hasta el invierno de 1886-1887, cuando no solo Francia y Alemania están al borde
de la guerra, sino también Austria-Hungría y Rusia por culpa de la crisis búlgara. Y, aunque el
texto no lo indique, entonces cuenta también con el apoyo de Italia, gracias a la Triple Alianza
(1882-1914), donde también estaba presente Austria-Hungría. (A partir de febrero de 1887
montaría el tercero, ganando a Gran Bretaña también).

Por otra parte, la materialización de dichos principios en alianzas y tratados provocó


momentos de tensión entre el Emperador y su Canciller.
Bismarck dirigió como dueño y señor la diplomacia del Imperio. Todos, incluido el
Emperador, tuvieron que doblegarse a su voluntad. Guillermo I (1871-1888) solía coincidir con
los planes de su Canciller, pero la firma de la Dúplice Alianza fue la excepción. No era
partidario de la política antirusa que el tratado secreto sentenciaba: alianza defensiva de Austria-
Hungría y Alemania frente a Rusia (el Imperio Dual se comprometía también a ser neutral en
caso de guerra franco-alemana), ponía en entre dicho la amistad que el Kaiser mantenía con el
zar Alejandro III (1881-1894), por afinidad personal y también política.
Guillermo I no estaba dispuesto a romper esa amistad y menos por Austria-Hungría,
de la que temía el desquite de Sadowa (1866). Bismarck, sin embargo, estaba decidido a apostar
por la Monarquía Dual: no solo gozaba de mejor situación geográfica de cara a cubrir a
Alemania, sino que desde 1867 demostraba sincera voluntad de adhesión a Alemania, para
defender sus intereses en los Balcanes frente a Rusia. Además, el Imperio ruso había sido el
responsable de la ruptura de su primer sistema de alianzas la Entente de los Tres Emperadores de
1872), al apoyar a Francia en la “alerta de 1875” (cuando Alemania la amenazó con una guerra
preventiva en reacción a su militarización). A pesar de la desautorización del Kaiser, Bismarck
firmó la alianza (7 de octubre de 1879). Guillermo I amenazó con la abdicación, Bismarck con
la dimisión. Finalmente, fue el Kaiser quien tuvo que ceder, aunque resentido, porque no se
podía permitir perder al verdadero pilar de Alemania. (No obstante, Bismarck quiso también
cubrirse las espaldas con Rusia, y convenció a Austria-Hungría para restaurar la Entente de los
Tres Emperadores en 1881).

Otro motivo de discusión entre ambos fue el apoyo que Bismarck concedió a los
republicanos franceses, frente al gobierno monárquico y católico de MacMahon, en las elecciones de
1877. Con un gobierno republicano, Gran Bretaña y Rusia ya no mostrarían simpatías por
Francia, como habían hecho en la alerta de 1875 (pensaba el viejo Canciller). El proyecto
formaba parte de su espíritu oportunista y pragmático, pero Guillermo I sólo veía el apoyo de la
Alemania conservadora a una ideología nociva. (Durante el gobierno republicano de Jules Ferry
(1877-1885), Alemania mantuvo relaciones más o menos cordiales con Francia).
Con Guillermo II (1888-1918) también tuvo sus enfrentamientos. Pero el nuevo
Emperador no estuvo dispuesto a transigir, así que Bismarck tuvo que dimitir.

La respuesta del Reichstag no se hizo esperar. Elegido por sufragio universal


masculino y con la misión de votar impuestos, entre otras facultades, el Reichstag no aprobó el
septennat. Entonces eran mayoría en él los liberales progresistas, los social-demócratas y los
católicos, y Bismarck venía desarrollando una política especialmente conservadora desde
1878 (que no abandonaría hasta su caída). Era lógico, pues, que no apoyasen las ideas del
Canciller.

Convencido de la necesidad de armar a Alemania, Bismarck disolvió el Reichstag y


convocó elecciones legislativas para febrero del mismo año (al fin y al cabo, ejercía una
especie de dictadura en el Imperio alemán). La campaña electoral estuvo destinada a
manipular también a la opinión pública alarmándola con la amenaza del desquite francés. De
tinte patriótico, tuvo el lema “La madre patria está en peligro”.
E1 31 de enero de 1887 el periódico berlinés Post encabezaba su editorial con el título
Sobre el filo de la navaja, porque la prensa fue otro de los instrumentos que el Canciller utilizó y
manipuló en provecho de sus intereses. De esta forma, el pueblo alemán se decantó por los
conservadores. Resultaron vencedores el Partido Conservador y los Nacional-Liberales
(obtuvieron 220 escaños de los 397 del Parlamento), que formaron coalición (el Compromiso
o Kartell), permitiendo a Bismarck disfrutar de una mayoría en el nuevo Reichstag, y
aprobar finalmente su proyecto de reforma militar en marzo. Esta victoria fue su último
gran triunfo.

En 1890, dos años después de la llegada al trono del nuevo emperador, Bismarck
desaparecía de la escena política.

BIBLIOGRAFÍA

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