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En medio de esta caldeada atmósfera, Alemania fue la única potencia “capaz de trabajar
por el mantenimiento de la paz” en Europa. Y lo fue por tres motivos esenciales: su condición
de primera potencia continental europea (a nivel demográfico, industrial y militar), la
voluntad de poder del pueblo alemán y la habilidad diplomática de Bismarck.
Con más de cuarenta millones de alemanes, era el Estado más densamente poblado de
Europa. El ejército prusiano, el mejor preparado, constantemente incrementado a iniciativa del
Canciller (como pone de manifiesto la propia motivación del texto que se analiza: la
prórroga del septennaf). Los 5.000 millones de francos que Francia tuvo que pagar en
concepto de indemnización tras la guerra franco-prusiana, fueron destinados a cubrir gastos
militares. Gracias al potencial demográfico del Reich, hacia 1887 la milicia disponía de
500.000 hombres, excluidos los reservistas. Las victorias que precedieron la unificación del
Reich (de Sadowa sobre Austria [1866] y Sedán sobre Francia [1870]), despertaron el
optimismo del pueblo alemán, orgulloso y convencido de su superioridad racial. De esta forma,
Alemania asumió como misión particular la empresa de la paz europea.
Bismarck quería la paz en Europa “para consolidar el Imperio alemán”. Sin
preocupaciones en el exterior, pretendía dedicarse a reforzar la cohesión del Imperio, eliminando
la resistencia de las minorías nacionalistas (alsaciano-loreneses, polacos y daneses, como ya se
indicó más arriba), y a favorecer el desarrollo económico (a partir de 1870, Alemania
emprendió la Revolución Industrial).
Otro motivo de discusión entre ambos fue el apoyo que Bismarck concedió a los
republicanos franceses, frente al gobierno monárquico y católico de MacMahon, en las elecciones de
1877. Con un gobierno republicano, Gran Bretaña y Rusia ya no mostrarían simpatías por
Francia, como habían hecho en la alerta de 1875 (pensaba el viejo Canciller). El proyecto
formaba parte de su espíritu oportunista y pragmático, pero Guillermo I sólo veía el apoyo de la
Alemania conservadora a una ideología nociva. (Durante el gobierno republicano de Jules Ferry
(1877-1885), Alemania mantuvo relaciones más o menos cordiales con Francia).
Con Guillermo II (1888-1918) también tuvo sus enfrentamientos. Pero el nuevo
Emperador no estuvo dispuesto a transigir, así que Bismarck tuvo que dimitir.
En 1890, dos años después de la llegada al trono del nuevo emperador, Bismarck
desaparecía de la escena política.
BIBLIOGRAFÍA