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LA EVOLUCIÓN DE LA INDUSTRIA, LA MINERÍA Y LOS TRANSPORTES EN AL

SIGLO XIX.

A lo largo del siglo XIX, un largo y lento proceso de transformaciones económicas,


provoca que España vaya abandonando progresivamente las estructuras organizativas propias
del Antiguo Régimen, para introducirse de lleno en la economía de mercado. Tal proceso se
localizará fundamentalmente en la periferia del país.

En una primera etapa, que podemos situar cronológicamente hasta 1840, domina un
claro estancamiento económico. En estos años, se mantiene básicamente una economía
tradicional basada en la agricultura, aunque en la década de los años '30 aparecen los primeros
intentos modernizadores: libertad de comercio y empresa, abolición de los gremios y de los
señoríos, desamortizaciones, etc. No obstante, los graves conflictos bélicos que se desarrollan
en estos años (Guerras Napoleónicas, Independencia Americana, I Guerra Carlista), impiden los
avances económicos.

A partir de 1844, bajo el reinado de Isabel II, comenzarán a producirse cambios que
afectarán a las estructuras sociales y económicas del país. Aún así, España sigue siendo una
nación eminentemente agrícola, y solo Cataluña consigue despegar gracias al sector textil, pero
incluso allí, se vieron gravemente afectados por la crisis financiera de 1866. Muchos factores
influirán en la dificultades para el desarrollo económico de España, entre ellos, destacan, la
mala gestión de la reforma agraria, la inexistencia de un mercado interior fuerte, la ausencia de
capital inversor y el notable analfabetismo de la clase trabajadora, que afectaba al 95% del total
de población activa.

La industria textil catalana experimentó un gran impulso a partir de 1830. Aparecerán


las primeras máquinas de vapor y comenzará la adquisición de maquinaria británica (las
conocidas selfactinas). En la costa catalana la industria se organizará a través de los primeros
vapores que llevaban asociadas sus respectivas colonias de obreros: el textil vivirá sus años
dorados entre 1850 y 1866. Pero a partir de la Guerra de Secesión estadounidense (1862-1865),
el hambre de algodón dejó desabastecidos los talleres catalanes, situación que se vio agravada
por la incidencia de la crisis financiera de 1866 y por la ya mencionada pérdida de las últimas
colonias en 1898.

Desde los años '40, se realizan intentos por mejorara la red de comunicaciones
española. Se emprende el trazado de nuevas carreteras y se proyecta la construcción de vías
férreas, que ya estaban funcionando en Europa. Con todo, hasta 1855, y debido a la falta de
inversión, solo consiguen instalarse tramos cortos, como el que unía Barcelona con Mataró. En
los años '50 y 60, avanza el ferrocarril, pero el plan de trazado radial, caótico e insuficiente, deja
incomunicadas entre sí las principales regiones industriales españolas, que se encontraban en la
periferia (Cataluña y País Vasco). Además, la baja rentabilidad de las líneas, provocó la famosa
crisis de 1866: cuando tras retirarse la subvención económica estatal, muchas compañías
ferroviarias quebraron al no poder asumir los costes necesarios para mantener las líneas abiertas
(la escasez de viajeros no permitía proyectar viajes rentables). Esta crisis, que comenzó como un
problema financiero que afectaba a las compañías ferroviarias, terminó por afectar a todos los
sectores económicos del país, que ya estaban ligados por la incipiente economía de mercado.

Por último, la industria siderúrgica, apareció inicialmente en Málaga con los primeros
altos hornos; poco después, estos se concentrarán también en Vizcaya y en Asturias, que se
convertirán en las principales regiones industriales del país. Por otro lado, la minería se explotó
principalmente con capital extranjero, sobre todo francés y británico. España contaba con
importantes reservas de hierro, plomo, cobre y mercurio, pero el país carecía de especialistas en
la extracción de estos recursos y del capital necesario para llevarla a cabo. La situación cambió
a partir de la Revolución de 1868, con la publicación de una Ley de Minas que simplificaba
mucho la adjudicación de concesiones de explotación para extranjeros. Así España se convirtió
en un país exportador de este tipo de materias primas, situación que trajo una importante fuente
de ingresos para el Estado. No obstante, el modelo de explotación se parecía peligrosamente al
de un país en vías de desarrollo, ya que se dependía en exceso de la presencia extranjera y de su
voluntad de quedarse y seguir generando riqueza. En lugares como Rio Tinto en Huelva o
Peñarroya en Córdoba, puede hablarse claramente de una situación de colonialismo industrial.

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