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Ricardo Maliandi *
“Ética aplicada” es un término ambiguo, con el que no se alude a una teoría sobre la
“aplicación” y la “aplicabilidad de las normas morales (tarea correspondiente a la ética
normativa ), sino a una especie de guía o asesoramiento para la correcta aplicación
concreta. La aplicación es lo que realiza la “reflexión moral” (en sí misma pre-filosófica)
cuando ella es “ilustrada” por la ética normativa y por determinadas informaciones
científicas. En yales condiciones la reflexión moral deviene “ética aplicada”. A diferencia
de la ética normativa, que contiene una normatividad indirecta (es decir, conduce a los
principios de la acción moral, pero no da indicaciones concretas para la acción en
situaciones concretas), la reflexión moral es directamente normativa, ya que da, o al menos
pretende dar tales indicaciones. La ética aplicada se distingue de la mera reflexión moral
espontánea en el hecho de que lo hace con información científica y filosófica. Ella es, por
tanto, interdisciplinaria. Posiblemente nunca sea perfecta; pero proporciona la orientación
más racional de que disponemos. Sin embargo, hay que tener también en cuenta el carácter
dialógico de la razón: ésta se ejerce en el intercambio de argumentos. Nadie tiene,
individualmente, toda la razón; sólo participa de ella en la medida en que busca el consenso
de todos los involucrados en algún conflicto específico.
Dije que lo que se “aplica” son “principios.” Ya Aristóteles vio que la cuestión de los
principios es la cuestión filosófica por excelencia. El problema aparece primero en las
discrepancias entre quienes los afirman y quienes los niegan. Pero, si se los afirma, hay que
discutir acerca de en qué consisten. También el término “principio” es ambiguo: puede
dársele un sentido temporal (“origen”), pero también uno lógico, o cosmológico, etc. En
todo caso, son conceptos que forjamos o que quizás desciframos para entender lo que nos
es esencial. Con los “principios” se trata de dar razón de algo. Y lo que acontece en el
ámbito lógico y ontológico vale acaso a fortiori en el ámbito ético, donde nos
encontramos con normas y valores que requieren justificación, legitimación,
fundamentación. Muchos pensadores han creído, y otros muchos siguen creyendo aún, que
para ello se requiere “principios éticos”. Contra ellos, también son muchos los que
rechazan la posibilidad de establecer tales principios. Hay posturas racionalistas e
irracionalistas, y similarmente a lo que ocurre en otros problemas filosóficos, se reproducen
aquí los debates entre empiristas y racionalistas, que entienden la noción de “principio” de
maneras diversas o aun inversas. Una oposición clásica en ética se da entre el principio de
Kant (el imperativo categórico) y el principio de utilidad (Bentham, Mill y otros
utilitaristas). Pero, desde luego, no son los únicos que se han defendido.
Los principios éticos suelen formularse como proposiciones normativas de máxima generalidad, y exhibirse
como fundamentos de las normas morales, más específicas y concretas (aunque también inevitablemente de
contenido general). Esta actitud ha sido llamada “principialismo”, especialmente en el marco de la bioética,
que es la rama más importante de la “ética aplicada”. Las teorías éticas –o bioéticas-- que derivan todo lo
moral a un principio único pueden denominarse “monoprincipialismos”. Es lo más frecuente, pero hay
también formas de “pluriprincipalismo”, es decir, teorías que reconocen diversos principios. El ejemplo más
conocido en la ética del siglo XX fue el de los “deberes prima facie” de David Ross, y, más
recientemente, el de los cuatro principios bioéticos de Beauchamp y Childress (no
maleficencia, beneficencia, justicia y autonomía) que ellos denominan “principios de ética
biomédica” Estos autores norteamericanos conciben los “principios” como puntos de
partida para orientar moralmente las acciones médicas. Su contribución, de indudable
valor, no sólo para la bioética, sino también para la teoría ética en general, presenta sin
embargo, a mi juicio, la deficiencia de que no brinda una justificación suficiente de los
principios propuestos y, en relación con esto, los relativiza. No se trata sólo de que
restringe su aplicabildad (lo cual puede, y hasta debe, hacerse también desde posiciones no
relativistas), sino de que los convierte en soportes poco confiables, de manera similar a lo
que acaece cuando se recurre a “intuiciones.
Los problemas éticos de la biotecnología pueden explicarse en términos de conflictos entre los principios
bioéticos: El principio de no maleficencia (que puede exponerse como “principio de precaución”) exige poner
barreras donde los nuevos logros biotecnológicos entrañen riesgos para la salud e incluso para la vida
humana, mientras que el de beneficencia (al que, en bio-tecno-ética, propongo llamar de “exploración”) exige
que se permitan y estimulen las investigaciones encaminadas a lograr nuevos medios de favorecer esa salud y
esa vida. El conflicto entre estos dos principios es diacrónico: se trata de la oposición entre la tendencia a la
conservación y la tendencia al cambio. Los otros dos principios bioéticos --el de justicia (que para la
biotecnología se especifica como “principio de no-discriminación genética”) y el de autonomía (en bio-
tecnología, de “respeto a la diversidad genética”)— tiene en cambio carácter sincrónico: aquí la oposición
tiene lugar entre la tendencia a la universalización y la tendencia a la individualización.
En esta doble estructura conflictiva se basa la “ética convergente” en que vengo trabajando desde hace mucho
tiempo. La noción de “convergencia” se entiende aquí en un doble sentido: 1) como la aproximación entre la
ética material de los valores de Nicolai Hartmann y la ética del discurso de Karl-Otto Apel, y, con ello, entre
la admisión de la inevitabilidad de los conflictos y la propuesta de una fundamentación fuerte, a priori
(conjunción de la que deriva a su vez el reconocimiento de un “a priori de la conflictividad”), y 2) como el
rasgo básico de una ética que reconoce una pluralidad de principios, pero también, a la vez , exige maximizar
la armonía entre ellos. Los principios no son infinitos (lo que equivaldría a una forma de relativismo), sino
que se reducen a cuatro, dispuestos en dos pares: universalidad frente a la individualidad (conflicto
sincrónico) y conservación frente a la realización (conflicto diacrónico). Los cuatro principios están en
correspondencia con la estructura característica de la razón, que se hace cargo de la fundación y la crítica.
Tales principios de la razón práctica guían las decisiones y acciones en la medida en que están moralmente
calificadas. El requisito de maximizar la armonía entre ellos es un "metaprincipio", similar a la exigencia de
"síntesis"de los valores de Nicolai Hartmann, aunque basado en la necesidad de evitar las formas unilaterales
de la razón. La ética convergente ve en la razón práctica una instancia de lucha contra el conflicto, a saber, la
necesidad de prevenir, resolver, o al menos regular los conflictos, y la suma de las instrucciones
metodológicas para hacerlo, pero, al mismo tiempo, la aptitud para el reconocimiento de los conflictos
inmanentes de las interacciones sociales y, por tanto, del ethos. Uno de los significados de la convergencia es,
precisamente, la compatibilidad entre aquella exigencia y este reconocimiento.
Esto que vale para los principios éticos más generales se corresponde con la división clásica de los principios
bioéticos, que constituyen una forma más específica de aquellos y que a su vez se particularizan en los
principios bio-tecno-éticos. Los dos principales conflictos de una ética de la biotecnología derivan de las
contraposiciones básicas entre la precaución y la exploración, (diacronía) y entre la no-discriminación
genética y el respeto a la diversidad genética (sincronía).
Pero, por otro lado, la aplicación del principio de precaución entraña a su vez riesgos
políticos peculiares: puede hacer perder elecciones, por ejemplo. También riesgos
científicos: puede provocar, por mala interpretación, alguna forma de “oscurantismo”, o de
“demonización” de la ciencia. Es necesario ver aquí un conflicto entre principios. La falta
de precaución “desata fuerzas desconocidas”, como en la fábula del “aprendiz de brujo”;
pero ocurre que no todas esas fuerzas son dañinas: algunas pueden ser muy benéficas. De la
biotecnología saldrán alguna vez, por ejemplo, terapias oncológicas realmente efectivas,
que requieren exploraciones en ese campo. Este “principio de exploración” que está en
conflicto con el de “precaución” tiene, como el de realización, o el bioético de
beneficencia, dos aspectos, expresables en dos posibilidades: 1) la del logro de beneficios,
y 2) la de eliminación de males existentes, o de trabas para la actividad mercantil o para la
investigación científica. La primera posibilidad es la que expresa el refrán popular de que
“quien no arriesga no gana”; la segunda hace explícito el derecho liberal al “libre
comercio” y el derecho intelectual a la investigación científica. El primero de estos
derechos puede ser discutido, pero el segundo está consagrado como el mecanismo de
liberación de “controles que ejercían en la Edad Media la Iglesia o el Estado sobre el saber.
Ese derecho a saber implica, naturalmente, derecho a investigar. El principio de
exploración se presenta, entonces, como exigencia de defender ese derecho, que es también
el de “libertad de conciencia”, anticipado en el siglo XVII por Locke e incluido
expresamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 y en el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 1966. En este último documento se
enfatiza, por un lado (art. 19, inc. 2) el derecho a la “libertad de expresión” y a “buscar,
recibibir y difundir informaciones”, aunque, por otro (inc. 3 del mismo art.), se advierte
también que esa libertad puede estar sujeta a ciertas restricciones, que deberán expresarse
en Leyes y que asegurarán el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, así
como la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral
públicas. Para la ética convergente, esta necesidad de reconocer, conjuntamente con el
derecho a la investigación (o, diríamos, a la exploración), el tipo de restricciones ya
señaladas como exigencias propias del principio de precaución, implica el reconocimiento
del a priori de la conflictividad, en la estructura diacrónica. Todos tienen derecho a la
investigación; pero todos tienen también derecho a que se tomen precauciones contra los
efectos adversos que ella puede tener.
2) Se debe renunciar a toda investigación que pueda lesionar los derechos de otras
personas, o que resulte maleficiente o injusta para ellas.
Por eso fue necesario que la UNESCO incluyera una prohibición de semejantes
discriminaciones en el art. 6º de la “Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los
Derechos Humanos” (11.11.97), estableciendo además, en otros artículos, la consideración
del genoma humano como patrimonio de la humanidad (Art. 1º), la separación entre la
dignidad humana y las características genéticas (Art 2º), la exigencia de evaluar riesgos y
ventajas de investigaciones, tratamientos y diagnósticos en relación con el genoma de un
individuo, así como la de recabar consentimiento informado en ese respecto (Art. 5º), la
exigencia de proteger la confidencialidad de los datos genéticos personales (Art. 7º), el
derecho a reparaciones equitativas en caso de daños inferidos a causa de intervención en el
genoma humano, etc.
Pero, de nuevo, es necesario reconocer ante todo el conflicto entre principios. Sería erróneo
obedecer ciegamente el mandato del respeto a la diversidad genética y olvidar el de la no-
discriminación genética. O viceversa. Por encima de las exigencias de los cuatro
principios, hay un metaprincipio consistente en la exigencia de no lesionar ninguno de ellos
y maximizar la armonía o convergencia entre los cuatro, aunque esto implique la
imposibilidad de un cumplimiento pleno de cada uno.
Bibliografía
Apel, Karl-Otto 2007, La globalización y una ética de la responsabilidad. Reflexiones filosóficas acerca de la
globalización, Buenos Aires, Prometeo
Cela Conde, Camilo José (1985), De genes, dioses y tiranos. La determinación biológica
de la moral, Alianza Editorial
Gracia, Diego, 1998, “Profesión médica, investigación y justicia sanitaria”, en Etica y vida.
Estudios de Bioética, tomo IV, Santa Fe de Bogotá, El Búho.
Maliandi, Ricardo, 2004 , Ética: conceptos y problemas, 3ª ed., Buenos Aires, Biblos.
Estructuras Principios
Principios Dimensión
Principios cardinales
bioéticos racional
conflictivas bio-tecno-éticos
No discriminación
Universalización Justicia F
genética
Sincrónica
Respeto diversidad
Individualización Autonomía K
genética
Resumen
“Ética aplicada” es un término ambiguo, con el que no se alude a una teoría sobre la
“aplicación” y la “aplicabilidad de las normas morales sino a una especie de guía o
asesoramiento para la correcta aplicación de principios éticos a una situación concreta.
Como puede haber criterios distintos, parece lícito hablar de “paradigmas” de aplicabilidad.
Tales paradigmas dependen del tipo de concepción ético-normativa que se sostenga. En
este trabajo se desarrollarán los supuestos de la Ética Convergente donde
fundamentalmente se reconoce ante todo el conflicto entre principios y la existencia de un
metaprincipio: maximizar la armonía o convergencia entre los cuatro, aunque esto implique
la imposibilidad de un cumplimiento pleno de cada uno.
Abstract
"Applied Ethics" is an ambiguous term, with which it refers to a theory of "application" and
"applicability of moral standards, but a kind of guidance or advice for the correct
application of ethical principles to a particular situation . As you may have different
criteria, it seems legitimate to talk of "paradigms" of applicability. Such paradigms depend
on the ethical-normative view is held. In this paper we develop the assumptions of
Convergence’ s Ethic which mainly recognizes primarily the conflict between principles
and the existence of a metaprinciple: maximize harmony and convergence among the four,
even if it means the impossibility of fulfillment of each.
Ricardo Maliandi
Profesor en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata y Dr. en Filosofía por la Universidad de
Maguncia, Alemania. Profesor titular de Ética en las Universidades de La Plata, Buenos Aires y (actualmente)
Mar del Plata, UCES y Lanús. Profesor invitado en diversas universidades del mundo. Investigador del
CONICET (Argentina), Académico Titular de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Director
del Centro de Investigaciones Éticas de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Presidente de la Asociación
Argentina de Investigaciones Éticas, Director del Doctorado en Filosofía de la Universidad Nacional de Lanús
y de la Licenciatura en Filosofía de la UCES, Director de la revista Cuadernos de Ética. Premio Konex de
Humanidades, especialidad Ética, Premio Nacional de Filosofía, Premio Provincial de Ciencias (Prov. de
Buenos Aires), Miembro Honorario de la Sociedad Argentina de Fenomenología y Hermenéutica. Autor de
ca. 200 artículos en revistas filosóficas de diversos países y de 15 libros, especialmente sobre temas de ética
contemporánea.