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CUADERNOS

DE ÉTICA, Vol. 25, Nº 38, 2010

Para una bio-tecno-ética mundial

Ricardo Maliandi *

“Ética aplicada” es un término ambiguo, con el que no se alude a una teoría sobre la
“aplicación” y la “aplicabilidad de las normas morales (tarea correspondiente a la ética
normativa ), sino a una especie de guía o asesoramiento para la correcta aplicación
concreta. La aplicación es lo que realiza la “reflexión moral” (en sí misma pre-filosófica)
cuando ella es “ilustrada” por la ética normativa y por determinadas informaciones
científicas. En yales condiciones la reflexión moral deviene “ética aplicada”. A diferencia
de la ética normativa, que contiene una normatividad indirecta (es decir, conduce a los
principios de la acción moral, pero no da indicaciones concretas para la acción en
situaciones concretas), la reflexión moral es directamente normativa, ya que da, o al menos
pretende dar tales indicaciones. La ética aplicada se distingue de la mera reflexión moral
espontánea en el hecho de que lo hace con información científica y filosófica. Ella es, por
tanto, interdisciplinaria. Posiblemente nunca sea perfecta; pero proporciona la orientación
más racional de que disponemos. Sin embargo, hay que tener también en cuenta el carácter
dialógico de la razón: ésta se ejerce en el intercambio de argumentos. Nadie tiene,
individualmente, toda la razón; sólo participa de ella en la medida en que busca el consenso
de todos los involucrados en algún conflicto específico.

“Ética aplicada”, entonces, es siempre un criterio –lo mejor fundamentado posible—para


aplicar principios éticos a una situación concreta. Como puede haber criterios distintos,
parece lícito hablar de “paradigmas” de aplicabilidad. Tales paradigmas dependen del tipo
de concepción ético-normativa que se sostiene. La ética pura necesita de la aplicada para
cumplir con su carácter de “filosofía práctica”; pero la ética aplicada, para no operar
arbitrariamente, necesita a su vez de la pura. Si quienes deben efectuar una aplicación de
principios carecen de respuestas a los problemas teóricos de la fundamentación y la
aplicación, sus resultados serán aleatorios, y con frecuencia precipitados, incurriendo
probablemente en injusticias. La base teórica no garantiza el acierto, pero puede
proporcionar un marco de razonabilidad.

Un paradigma de aplicabilidad será correcto si admite no sólo la conjunción de diversos


saberes, sino también la de diversas concepciones del mundo, todo lo cual requiere
necesariamente el diálogo. De lo que se trata es de resolver problemas morales que se
plantean con frecuencia en el ámbito de las profesiones, particularmente derivados del uso
de las nuevas tecnologías, y para cuyas soluciones son insuficientes o inadecuadas las
normas tradicionales.

Dije que lo que se “aplica” son “principios.” Ya Aristóteles vio que la cuestión de los
principios es la cuestión filosófica por excelencia. El problema aparece primero en las
discrepancias entre quienes los afirman y quienes los niegan. Pero, si se los afirma, hay que
discutir acerca de en qué consisten. También el término “principio” es ambiguo: puede
dársele un sentido temporal (“origen”), pero también uno lógico, o cosmológico, etc. En
todo caso, son conceptos que forjamos o que quizás desciframos para entender lo que nos
es esencial. Con los “principios” se trata de dar razón de algo. Y lo que acontece en el
ámbito lógico y ontológico vale acaso a fortiori en el ámbito ético, donde nos
encontramos con normas y valores que requieren justificación, legitimación,
fundamentación. Muchos pensadores han creído, y otros muchos siguen creyendo aún, que
para ello se requiere “principios éticos”. Contra ellos, también son muchos los que
rechazan la posibilidad de establecer tales principios. Hay posturas racionalistas e
irracionalistas, y similarmente a lo que ocurre en otros problemas filosóficos, se reproducen
aquí los debates entre empiristas y racionalistas, que entienden la noción de “principio” de
maneras diversas o aun inversas. Una oposición clásica en ética se da entre el principio de
Kant (el imperativo categórico) y el principio de utilidad (Bentham, Mill y otros
utilitaristas). Pero, desde luego, no son los únicos que se han defendido.

Los principios éticos suelen formularse como proposiciones normativas de máxima generalidad, y exhibirse
como fundamentos de las normas morales, más específicas y concretas (aunque también inevitablemente de
contenido general). Esta actitud ha sido llamada “principialismo”, especialmente en el marco de la bioética,
que es la rama más importante de la “ética aplicada”. Las teorías éticas –o bioéticas-- que derivan todo lo
moral a un principio único pueden denominarse “monoprincipialismos”. Es lo más frecuente, pero hay
también formas de “pluriprincipalismo”, es decir, teorías que reconocen diversos principios. El ejemplo más
conocido en la ética del siglo XX fue el de los “deberes prima facie” de David Ross, y, más
recientemente, el de los cuatro principios bioéticos de Beauchamp y Childress (no
maleficencia, beneficencia, justicia y autonomía) que ellos denominan “principios de ética
biomédica” Estos autores norteamericanos conciben los “principios” como puntos de
partida para orientar moralmente las acciones médicas. Su contribución, de indudable
valor, no sólo para la bioética, sino también para la teoría ética en general, presenta sin
embargo, a mi juicio, la deficiencia de que no brinda una justificación suficiente de los
principios propuestos y, en relación con esto, los relativiza. No se trata sólo de que
restringe su aplicabildad (lo cual puede, y hasta debe, hacerse también desde posiciones no
relativistas), sino de que los convierte en soportes poco confiables, de manera similar a lo
que acaece cuando se recurre a “intuiciones.

Los problemas éticos de la biotecnología pueden explicarse en términos de conflictos entre los principios
bioéticos: El principio de no maleficencia (que puede exponerse como “principio de precaución”) exige poner
barreras donde los nuevos logros biotecnológicos entrañen riesgos para la salud e incluso para la vida
humana, mientras que el de beneficencia (al que, en bio-tecno-ética, propongo llamar de “exploración”) exige
que se permitan y estimulen las investigaciones encaminadas a lograr nuevos medios de favorecer esa salud y
esa vida. El conflicto entre estos dos principios es diacrónico: se trata de la oposición entre la tendencia a la
conservación y la tendencia al cambio. Los otros dos principios bioéticos --el de justicia (que para la
biotecnología se especifica como “principio de no-discriminación genética”) y el de autonomía (en bio-
tecnología, de “respeto a la diversidad genética”)— tiene en cambio carácter sincrónico: aquí la oposición
tiene lugar entre la tendencia a la universalización y la tendencia a la individualización.
En esta doble estructura conflictiva se basa la “ética convergente” en que vengo trabajando desde hace mucho
tiempo. La noción de “convergencia” se entiende aquí en un doble sentido: 1) como la aproximación entre la
ética material de los valores de Nicolai Hartmann y la ética del discurso de Karl-Otto Apel, y, con ello, entre
la admisión de la inevitabilidad de los conflictos y la propuesta de una fundamentación fuerte, a priori
(conjunción de la que deriva a su vez el reconocimiento de un “a priori de la conflictividad”), y 2) como el
rasgo básico de una ética que reconoce una pluralidad de principios, pero también, a la vez , exige maximizar
la armonía entre ellos. Los principios no son infinitos (lo que equivaldría a una forma de relativismo), sino
que se reducen a cuatro, dispuestos en dos pares: universalidad frente a la individualidad (conflicto
sincrónico) y conservación frente a la realización (conflicto diacrónico). Los cuatro principios están en
correspondencia con la estructura característica de la razón, que se hace cargo de la fundación y la crítica.
Tales principios de la razón práctica guían las decisiones y acciones en la medida en que están moralmente
calificadas. El requisito de maximizar la armonía entre ellos es un "metaprincipio", similar a la exigencia de
"síntesis"de los valores de Nicolai Hartmann, aunque basado en la necesidad de evitar las formas unilaterales
de la razón. La ética convergente ve en la razón práctica una instancia de lucha contra el conflicto, a saber, la
necesidad de prevenir, resolver, o al menos regular los conflictos, y la suma de las instrucciones
metodológicas para hacerlo, pero, al mismo tiempo, la aptitud para el reconocimiento de los conflictos
inmanentes de las interacciones sociales y, por tanto, del ethos. Uno de los significados de la convergencia es,
precisamente, la compatibilidad entre aquella exigencia y este reconocimiento.
Esto que vale para los principios éticos más generales se corresponde con la división clásica de los principios
bioéticos, que constituyen una forma más específica de aquellos y que a su vez se particularizan en los
principios bio-tecno-éticos. Los dos principales conflictos de una ética de la biotecnología derivan de las
contraposiciones básicas entre la precaución y la exploración, (diacronía) y entre la no-discriminación
genética y el respeto a la diversidad genética (sincronía).

El principio de precaución cuenta con reconocimiento jurídico internacional, a partir del


Comunicado emitido el 01.02.00 en Bruselas por la Comisión de la Unión Europea. Ahí se
advierte el conflicto entre el principio de precaución y ciertos derechos básicos a la
investigación, que, de no ser tenidos en cuenta, harían que la aplicación del principio
incurriera en arbitrariedad. Desde la ética convergente, esto se interpreta como un auténtico
choque entre principios. El referido Comunicado recomienda la reducción de los riesgos
que implican las nuevas tecnologías para los ecosistemas y para todos los organismos
vivientes, incluyendo los de próximas generaciones; también propone la búsqueda de
consensos generales (y no meramente de científicos) para la mejor evaluación posible de
los riesgos, para las acciones que hayan de implementarse en concordancia con esa
evaluación, y para cuidar que toda la gente esté adecuadamente informada. Pero advierte
asimismo sobre la necesidad de prevenir posibles formas de tergiversación del principio,
que podrían favorecer a determinados intereses contra otros. La precaución, además, tiene
que ser tanto más cuidadosa cuanto menor sea la precisión de la información científica
disponible. Se sabe que es imposible eliminar todo riesgo; pero hay que extremar los
recursos que permiten al menos minimizarlo. Los correspondientes procedimientos tienen
que ofrecer la suficiente transparencia que garantice ecuanimidad a los diversos intereses en
juego: los de la población en general, los de las empresas tecnológicas, los de los científicos
y los de toda institución involucrada. Se ve, pues, claramente, que aquí se reconoce no sólo
el principio bioético de no maleficencia, sino también el de justicia. Queda claro, en el
principio de precaución, que las tomas de decisiones para acciones tecnológicas en general
(y biotecnológicas en particular) ya no pueden, moral ni jurídicamente –pese a su
posibilidad fáctica— restringirse al criterio económico (productividad y rentabilidad),
aunque también deba ser tenido en cuenta. Los valores de la vida y la salud humanas
(presentes y futuras) tienen prioridad sobre los valores comerciales, aunque sean éstos los
que representan y otorgan el poder. Pero los valores económicos asimismo corren además,
frente a la biotecnología otro tipo de riesgos: no sólo de capitales invertidos, sino también
de daños que pueden ser inferidos a los productores que no se valen de ella. Donde hay
agricultura transgénica, por ejemplo, los pequeños productores se ven obligados, contra sus
propias convicciones, a abandonar sus técnicas tradicionales, no solo por razones de
competencia, sino también porque en caso contrario sus cultivos son arrasados por las
plagas que no atacan a los transgénicos, o bien porque se transforman ellos mismos en
transgénicos a través de la polinización.

Pero, por otro lado, la aplicación del principio de precaución entraña a su vez riesgos
políticos peculiares: puede hacer perder elecciones, por ejemplo. También riesgos
científicos: puede provocar, por mala interpretación, alguna forma de “oscurantismo”, o de
“demonización” de la ciencia. Es necesario ver aquí un conflicto entre principios. La falta
de precaución “desata fuerzas desconocidas”, como en la fábula del “aprendiz de brujo”;
pero ocurre que no todas esas fuerzas son dañinas: algunas pueden ser muy benéficas. De la
biotecnología saldrán alguna vez, por ejemplo, terapias oncológicas realmente efectivas,
que requieren exploraciones en ese campo. Este “principio de exploración” que está en
conflicto con el de “precaución” tiene, como el de realización, o el bioético de
beneficencia, dos aspectos, expresables en dos posibilidades: 1) la del logro de beneficios,
y 2) la de eliminación de males existentes, o de trabas para la actividad mercantil o para la
investigación científica. La primera posibilidad es la que expresa el refrán popular de que
“quien no arriesga no gana”; la segunda hace explícito el derecho liberal al “libre
comercio” y el derecho intelectual a la investigación científica. El primero de estos
derechos puede ser discutido, pero el segundo está consagrado como el mecanismo de
liberación de “controles que ejercían en la Edad Media la Iglesia o el Estado sobre el saber.
Ese derecho a saber implica, naturalmente, derecho a investigar. El principio de
exploración se presenta, entonces, como exigencia de defender ese derecho, que es también
el de “libertad de conciencia”, anticipado en el siglo XVII por Locke e incluido
expresamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 y en el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 1966. En este último documento se
enfatiza, por un lado (art. 19, inc. 2) el derecho a la “libertad de expresión” y a “buscar,
recibibir y difundir informaciones”, aunque, por otro (inc. 3 del mismo art.), se advierte
también que esa libertad puede estar sujeta a ciertas restricciones, que deberán expresarse
en Leyes y que asegurarán el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, así
como la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral
públicas. Para la ética convergente, esta necesidad de reconocer, conjuntamente con el
derecho a la investigación (o, diríamos, a la exploración), el tipo de restricciones ya
señaladas como exigencias propias del principio de precaución, implica el reconocimiento
del a priori de la conflictividad, en la estructura diacrónica. Todos tienen derecho a la
investigación; pero todos tienen también derecho a que se tomen precauciones contra los
efectos adversos que ella puede tener.

Con respecto a la biotecnología, Diego Gracia ha establecido, en relación con lo anterior,


cuatro importantes principios:

1) Se debe respetar la libertad de investigación, considerada como derecho humano


básico, también en el campo de la biotecnología.

2) Se debe renunciar a toda investigación que pueda lesionar los derechos de otras
personas, o que resulte maleficiente o injusta para ellas.

3) El Estado debe prohibir investigaciones como las que se mencionan en el principio 2,


y

4) Se debe controlar jurídicamente las investigaciones biotecnológicas también en el


nivel internacional (Cf. Gracia, D., 1998: 123-125).

Desde la perspectiva de la ética convergente, el principio 1 corresponde al principio de


exploración, en tanto que los otros tres marcan diversos aspectos (y, con ello, la
complejidad) del principio de precaución. El problema es dónde empiezan y dónde
terminan esas restricciones, y quién las decide en cada caso. Por ejemplo, no habría que
restringir la investigación destinada a corregir defectos genéticos graves, como el cáncer o
la anemia falciforme o la enfermedad de Huntington; pero ¿hay que restringir la que
procura corregir defectos menos graves, como la miopía o la hipoacusia? Y, suponiendo
que no se la restrinja, ¿por qué restringir la que podría evitar defectos estéticos (que por
cierto dependerán siempre de gustos particulares)? El principio de exploración, en tanto
exigencia pura, se opone a toda restricción. Pero en general (y no solo en ética de la
biotecnología) el monopolio de un principio ético incurre en unilateralidad. De nuevo se ve
que el problema queda planteado como un conflicto de principios (conflictividad
diacrónica).

La conflictividad sincrónica ofrece otros matices. El principio de no-discriminación


genética alude a la exigencia de justicia frente a las actuales posibilidades de prever, por
medio de chequeo genético, las enfermedades que, con mayor probabilidad, padecerá cada
individuo, o a las posibilidades de predeterminar el código genético de un individuo,
dotándolo de aptitudes especiales que le permitan ejercer supremacía sobre otros. El de
respeto a la diversidad genética expresa la importancia de la “biodiversidad” y
particularmente de la diversidad genética de la especie humana, ostensible asimismo como
autonomía genética de individuos y de grupos. Ambos principios contienen exigencias
racionalmente justificables, pero que apuntan en direcciones contrarias. La no-
discriminación, también en el área de la biotecnología, reconoce el ideal de la “igualdad” de
todos los seres humanos. La biotecnología estará pronto en condiciones de remodelar
nuestro código genético. Como señala Rifkin, la ingeniería genética implica
inevitablemente ideas eugenésicas. La palabra “eugenesia” fue acuñada enel siglo XIX por
Francis Galton, pero hubo ideólogos de la eugenesia desde la Antigüedad, y a sus filas
pertenecieron no sólo fanáticos como Adolf Hitler, sino incluso políticos “democráticos,”
para quienes la perpetuación de los “mejor dotados” y el impedimento de la reproducción
de los “peor dotados” era un serio “deber moral”. Hay también quienes condenan el
Holocausto, pero aceptarían una legislación que dispusiera la esterilización obligatoria de
dementes y débiles mentales.

El error básico de la eugenesia es el supuesto de que los comportamientos sociales


dependen exclusivamente de la herencia genética, y no del entorno, o de la educación. El
racismo se vincula con eso. La ideología nazi o el Ku-klux-klan fueron su culminación,
pero las luchas étnicas existieron y siguen existiendo en todas partes del mundo, y son la
fuente de terribles injusticias. Con el avance de la ingeniería genética, y la posibilidad de
seleccionar genes “buenos” y desechar los “malos”, hay ahora quienes sueñan con una
eugenesia biotecnológica. El principio de no discriminación genética es también, entonces,
un principio anti-eugenésico: equivale a la exigencia de no implementar, desde el
laboratorio, una discriminación que puede interesar no sólo a fundamentalistas, sino
también, por ejemplo, a empresas de seguros de vida o de salud.

Por eso fue necesario que la UNESCO incluyera una prohibición de semejantes
discriminaciones en el art. 6º de la “Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los
Derechos Humanos” (11.11.97), estableciendo además, en otros artículos, la consideración
del genoma humano como patrimonio de la humanidad (Art. 1º), la separación entre la
dignidad humana y las características genéticas (Art 2º), la exigencia de evaluar riesgos y
ventajas de investigaciones, tratamientos y diagnósticos en relación con el genoma de un
individuo, así como la de recabar consentimiento informado en ese respecto (Art. 5º), la
exigencia de proteger la confidencialidad de los datos genéticos personales (Art. 7º), el
derecho a reparaciones equitativas en caso de daños inferidos a causa de intervención en el
genoma humano, etc.

Pero el principio de no-discriminación genética está en conflicto, como dije, con el de


respeto a la diversidad genética. Mientras aquel exige evitar diferencias genéticas, éste

manda conservarlas e incluso promoverlas. La aceleración con que se produce la


desaparición de la biodiversidad ha devenido un serio problema ecológico, paralelo al de la
extinción de especies biológicas, provocado especialmente por la contaminación y la
deforestación masiva. Se calcula que en tiempos de los dinosaurios se extinguía una especie
cada mil años. A comienzos de la era industrial la extinción había aumentado a na por
decenio. Hoy se están extinguiendo tres por hora (cf. Rifkin, J., 1999:25).

Lo que se acostumbra a designar como “ética ecológica”, o también “ética


medioambiental” (Environmental ethics) tiene este principio del respeto por la diversidad
genética como uno de sus supuestos básicos. Los diversos grupos humanos también se
distinguen entre sí por características genotípicas que constituyen un importante patrimonio
genético. Así como, en la cultura, resulta lamentable que se pierdan lenguas o tradiciones
específicas de los diversos pueblos, también es biológicamente deplorable la desaparición o
extinción de determinados genotipos. Cada una de las variantes genéticas contiene, por
ejemplo, potenciales inmunológicos de los que carecen las demás. El problema ético reside
en que si se extrema la protección de esas variantes, mediante presiones políticas o
económicas o culturales que impidan u obstaculicen las mezclas de genotipos, se estará
suscitando sombrías consecuencias eugenésicas. En tiempos de multiculturalismo
aumentan los mestizajes más diversos y complejos, con lo que el genotipo humano se va
homogeneizando. El respeto de la diversidad genética no condena eso, pero corre siempre
el riesgo de que se lo malentienda así. De ahí el conflicto inevitable con el principio de no
discriminación genética. Sin embargo, contra la posible presunción de que el principio de
respeto a la diversidad genética concuerda con la eugenesia, es preciso aclarar que, aunque
no va expresamente contra ésta, se distingue de ella con claridad. La eugenesia privilegia
grupos genéticos determinados y apunta a eliminar otros, mientras que el respeto a la
diversidad genética exige la conservación de las diferencias, con lo que se acerca, más bien,
al principio de precaución. Toda la biosfera depende de la biodiversidad; por eso el respeto
y el cuidado de ésta es un deber que cada generación tiene no sólo consigo misma, sino
también con las generaciones futuras. Pese a la frecuencia de importantes conferencias
internacionales sobre este problema, aún no se ha tomado plena conciencia de él, y se sigue
omitiendo cambios que ya se han vuelto imprescindibles.

Pero, de nuevo, es necesario reconocer ante todo el conflicto entre principios. Sería erróneo
obedecer ciegamente el mandato del respeto a la diversidad genética y olvidar el de la no-
discriminación genética. O viceversa. Por encima de las exigencias de los cuatro
principios, hay un metaprincipio consistente en la exigencia de no lesionar ninguno de ellos
y maximizar la armonía o convergencia entre los cuatro, aunque esto implique la
imposibilidad de un cumplimiento pleno de cada uno.

Los principios bio-tecno-éticos pueden presentarse, además, en los distintos grupos


culturales en muy diversas variantes. Los acuerdos entre tales grupos presuponen que desde
cada uno se advierta ese trasfondo común. El desacuerdo entre las diferentes poblaciones
con diferentes valores y códigos es una característica común de las cuestiones morales.
Estas poblaciones, sin embargo, pueden llegar a un acuerdo, al menos en parte, si cada una
conoce los principios que están detrás de los valores y códigos, y que gobiernan las
conductas respectivas y las creencias de todas las demás. Después de una observación más
profunda de estos principios, se puede comprender que los mismos no son tan diferentes
entre sí como parece a primera vista
Entregado 26 – 7- 2010

Aceptado 14 -8- 2010

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Estructuras Principios
Principios Dimensión
Principios cardinales
bioéticos racional
conflictivas bio-tecno-éticos

Conservación No maleficencia Precaución genética


F
Diacrónica
Realización Beneficencia Exploración genética
K

No discriminación
Universalización Justicia F
genética
Sincrónica
Respeto diversidad
Individualización Autonomía K
genética

Resumen
“Ética aplicada” es un término ambiguo, con el que no se alude a una teoría sobre la
“aplicación” y la “aplicabilidad de las normas morales sino a una especie de guía o
asesoramiento para la correcta aplicación de principios éticos a una situación concreta.
Como puede haber criterios distintos, parece lícito hablar de “paradigmas” de aplicabilidad.
Tales paradigmas dependen del tipo de concepción ético-normativa que se sostenga. En
este trabajo se desarrollarán los supuestos de la Ética Convergente donde
fundamentalmente se reconoce ante todo el conflicto entre principios y la existencia de un
metaprincipio: maximizar la armonía o convergencia entre los cuatro, aunque esto implique
la imposibilidad de un cumplimiento pleno de cada uno.

Palabras clave: ética aplicada, aplicabilidad, principios, Ética Convergente

Abstract

"Applied Ethics" is an ambiguous term, with which it refers to a theory of "application" and
"applicability of moral standards, but a kind of guidance or advice for the correct
application of ethical principles to a particular situation . As you may have different
criteria, it seems legitimate to talk of "paradigms" of applicability. Such paradigms depend
on the ethical-normative view is held. In this paper we develop the assumptions of
Convergence’ s Ethic which mainly recognizes primarily the conflict between principles
and the existence of a metaprinciple: maximize harmony and convergence among the four,
even if it means the impossibility of fulfillment of each.

Key Words: Applied Ethics, applicability; principes, Convergence’ s Ethic

Ricardo Maliandi

Profesor en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata y Dr. en Filosofía por la Universidad de
Maguncia, Alemania. Profesor titular de Ética en las Universidades de La Plata, Buenos Aires y (actualmente)
Mar del Plata, UCES y Lanús. Profesor invitado en diversas universidades del mundo. Investigador del
CONICET (Argentina), Académico Titular de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Director
del Centro de Investigaciones Éticas de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Presidente de la Asociación
Argentina de Investigaciones Éticas, Director del Doctorado en Filosofía de la Universidad Nacional de Lanús
y de la Licenciatura en Filosofía de la UCES, Director de la revista Cuadernos de Ética. Premio Konex de
Humanidades, especialidad Ética, Premio Nacional de Filosofía, Premio Provincial de Ciencias (Prov. de
Buenos Aires), Miembro Honorario de la Sociedad Argentina de Fenomenología y Hermenéutica. Autor de
ca. 200 artículos en revistas filosóficas de diversos países y de 15 libros, especialmente sobre temas de ética
contemporánea.

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