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Pregunta:
Estimados amigos: les pido que me orienten sobre el modo en que puedo educar el pudor en mis hijos. Tengo
hijos pequeños y también algunos que ya han entrado en la adolescencia. Espero que me puedan ayudar.
Respuesta:
Estimado:
El pudor es la tendencia a esconder algo para defender la intimidad de las intromisiones ajenas. Es una
“cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de la educación deliberada, que protege la castidad. Se realiza
lo mismo en la esfera sensitivo-instintiva que en la consciente-intelectual, como freno psíquico frente a la
[1]
rebeldía de la sexualidad” . Santo Tomás dice de él que es un sano sentimiento por el que las pasiones
relacionadas con la sexualidad, después del pecado original, producen un sentimiento de disgusto, de
vergüenza, de malestar en el hombre, hasta tal punto que instintivamente se quiere ocultar todo lo relativo
[2]
al cuerpo, a la intimidad y a la sexualidad, de las miradas indiscretas .
En el plano puramente instintivo el pudor consiste en una resistencia inconsciente a todo lo que revelaría
en nosotros el desorden de la concupiscencia de la carne. El pudor, al ingresar en la esfera consciente
[3]
entra en la categoría de virtud y se denomina pudicicia . La pudicicia o pudor-virtud “se relaciona
íntimamente con la castidad, ya que es expresión y defensa de la misma. Es, por consiguiente, el hábito
que pone sobre aviso ante los peligros para la pureza, los incentivos de los sentidos que pueden resolverse
en afecto o en emoción sexual, y las amenazas contra el recto gobierno del instinto sexual, tanto cuando
estos peligros proceden del exterior, como cuando vienen de la vida personal íntima, que también pide
reserva o sustracción a los ojos de los demás y cautela ante los propios sentidos. De esta suerte el pudor
actúa como moderador del apetito sexual y sirve a la persona para desenvolverse en su totalidad, sin
reducirse al ámbito sexual. No se confunde con la castidad, ya que tiene como objeto no la regulación de
los actos sexuales conforme a la razón, sino la preservación de lo que normalmente se relaciona
estrechamente con aquellos actos. Viene a ser una defensa providencial de la castidad, en razón de la
[4]
constitución psicofísica del género humano, perturbada por el pecado original” .
La auténtica educación del pudor. La educación del pudor debe ser indirecta, porque una educación directa
implicaría necesariamente la orientación de la atención sobre los objetos que justamente el pudor debe
atenuar en su atrac tivo. No obstante, aunque indirecta, debe ser positiva, es decir, debe preparar aquella
atmósfera espiritual que además de impedir la degradación en el campo de la sexualidad animal, hará más
fáciles las revelaciones graduales necesarias en su tiempo oportuno. La educación del pudor implica:
La educación del sentimiento: no puede darse una educación moral eficaz sin un prudente apoyo
sobre el sentimiento, es decir, hacer surgir una actitud personal de “sensibilidad” por el bien, por el
orden, por la honestidad moral, por la perfección, por la vida vivida como valor humano y moral. La
educación de la pureza es, en gran parte, educación del corazón, es decir, de la afectividad. Para
educar el corazón, todo se resume en conseguir que el educando se enamore de la virtud y corregir
toda desviación anormal del amor sensible que pueda aparecer en él.
La educación de la voluntad: el problema educativo consiste en enseñar a querer lo que después se
enseñará que es preciso hacer. Es necesario formar la voluntad con la conciencia de los valores
trascendentes y absolutos. Ayuda mucho para la gimnasia de la voluntad hacer conocer, sobre todo
al adolescente, los motivos y valores de la pureza, y sugerir ideas fuerza que puedan ayudar en toda
circunstancia.
La educación de la religiosidad: la formación religiosa es fundamental para la pedagogía sexual; para
la vida casta, la educación religiosa “es el coeficiente primero y más poderoso, porque los demás
coeficientes humanos tienen valor solamente temporal, es decir, mientras perduran los intereses
correspondientes en el espíritu del niño. Sólo la religión posee una eficacia que sobrepasa los límites
de tiempo, de lugar, de espacio, de ambiente, de circunstancias, con tal que sea sentida, consciente y
activa La religión ha constituido siempre para la pedagogía sexual una potencia única. La religión
valoriza la pureza y la presenta al joven como una de las virtudes más altas y más hermosas, a la vez
que indica los medios para conservarla y defenderla con esmero, con reserva, con la disciplina
[6]
interior de las imaginaciones y de los deseos, y con la disciplina exterior de los sentidos” . De esto
puede concluirse el grave y pernicioso sofisma de quienes piensan que no deben dar ninguna
formación cristiana a sus hijos, con el pretexto de no coaccionar su libertad, sino dejar que ellos
libremente elijan sus opciones religiosas cuando sean mayores.
En realidad quienes así actúan, optan en lugar de sus hijos: eligen para ellos el paganismo o el
ateísmo. Religiosidad, pero no una religiosidad cualquiera; el educador debe convencerse de que no
es la piedad formalista la que salva al niño y al adolescente de la seducción de las tentaciones y le
ayuda a mantenerse puro, sino la gracia divina recibida, apreciada, vivida con adhesión íntima. Es
importante, por eso, tener en cuenta algunos elementos de la religiosidad que más favorecen la vida
de pureza en el niño y en el adolescente:
a. Hay que educar a los niños, adolescentes y jóvenes para que sientan y vivan la amistad con Jesús.
Hay que hacerle comprender al niño que Jesús lo ama individualmente y que ese amor debe ser
correspondido; que Jesús quiere servirse de él para el apostolado, y, por tanto, debe hacerse digno de
esa colaboración apostólica mediante una intensa vida de gracia; que la pureza es un compromiso de
amistad y de fidelidad a Cristo, una condición para vivir en sí mismo la vida de Cristo; que la lucha es
para él una gloria; que saldrá victorioso si está con Cristo, etc.
b. Hay que hacerlo apreciar la vida sobrenatural que se nos comunica con la gracia santificante y que se
pierde por el pecado mortal; así encontrará la fuerza para renunciar a los placeres ilícitos y para evitar
todo lo que, aún remotamente, podría hacerle perder la dignidad y la alegría de ser hijo de Dios.
c. Hay que ayudarlo a usar provechosamente de los sacramentos. Si se recogen pocos frutos de las
confesiones y de las comuniones frecuentes es porque no se ayuda de modo suficiente a sacar
provecho de este contacto habitual con la gracia.
d. Hay que fomentar en él la devoción a María Santísima. Esta devoción no se agota en un montón de
invocaciones y prácticas, sino en la confianza plena, en el recuerdo filial y en la imitación constante.
e. Hay que enseñar al niño a respetar el propio cuerpo como cosa sagrada, como propiedad divina,
como miembro del cuerpo místico. Se convence fácilmente de que, si hay que tratar con veneración
las cosas sagradas, se deberá tener un respeto aún mayor por el propio cuerpo, que está consagrado
por la presencia de Dios y por la comunión eucarística. De la idea de la inhabitación divina será fácil
pasar a la de la presencia de Dios: si Dios está dentro, siempre te ve.
f. Finalmente, hay que convencer al adolescente de que la pureza es alegría. Esto no es muy difícil, pues
corresponde a una realidad actual, incluso para los niños, los cuales saben por experiencia que el
pecado impuro no trae alegría, sino insatisfacción y tristeza.
Bibliografía:
Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: Verdad y Significado, Orientaciones educativas en
familia, 1995.
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junio 1, 2016
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