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ODO CASEL

[texto de introducción, tomado de: J. L. Gutiérrez-Martín, Belleza y misterio.


La liturgia, vida de la Iglesia, Eunsa, Pamplona 2006, 46-50]

La liturgia, presencia del misterio de Cristo

La concepción de la liturgia abierta por Lambert Beauduin y sancionada en la encíclica


Mediator Dei de Pío XII había supuesto para la comprensión del culto de la Iglesia tanto la
confirmación de su naturaleza teológica, como la recuperación de su dimensión santificadora.
Faltaba, sin embargo, una inteligencia del hecho litúrgico que explicara, de un modo
satisfactorio, la estrecha relación entre el acontecimiento histórico-salvífico del misterio de
Cristo y su celebración ritual en el culto cristiano. En otras palabras, era necesaria una
exposición de la liturgia que diera razón de la presencia de la obra redentora de Cristo en los
misterios del culto, de manera que los ritos sacramentales no fueran considerados
simplemente una ocasión para administrar los “tesoros de la gracia” abiertos por su sacrificio
salvador.
Se requería, por tanto, restituir a la comprensión del culto su carácter de continuación-
perpetuación de los misterios de la vida de Cristo, pero no sólo en su aspecto de contigüidad
temporal, sino también –y fundamentalmente– en su realidad más nuclear, aquella que atañe
a la naturaleza misma de su ser y de su sentido. Para ello debía clarificarse teológicamente
que la liturgia, además de ser ejercicio de la obra del redentor (opus redemptoris), es en sí
actuación de su misma y única obra redentora (opus nostrae redemptionis) y, por
consiguiente, presencia no sólo de la persona de Cristo, sino también de su misterio de
salvación. En definitiva, se trataba de integrar la liturgia en una visión teológica que fuera
capaz de conjugar armónicamente dos aspectos aparentemente contradictorios: la identidad y
unidad del único designio divino de la redención y, al mismo tiempo, el hecho de su revelación
y actuación en la historia y como historia.
Sería Odo Casel (1886-1948) el autor que, por caminos del todo personales,
propondría una comprensión unitaria del culto y del misterio de la salvación, al contemplar la
liturgia como presencia ritual de la única obra redentora de Cristo1. En efecto, al benedictino
alemán se debe, en gran parte, la recuperación de la consideración de los sacramentos como
misterios del único misterio de la redención obrado por Dios en la historia; noción que, pese
a ser común –al menos, como presupuesto implícito– en la literatura patrística, había caído
progresivamente en el olvido.
La presencia de la obra de la redención en las celebraciones de culto ya había sido
insinuada por Lambert Beauduin y no era del todo desconocida en la doctrina de Mediator
Dei2, pero llegaría a ser un lugar común para la comprensión de la liturgia tan sólo a partir de

1
Una síntesis reciente del pensamiento del teólogo alemán en A. Bozzolo, Mistero, simbolo e rito in Odo Casel.
L’effettività sacramentale della fede, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2003.
2
«En las celebraciones litúrgicas, y particularmente en el augusto sacrificio del altar, se continúa sin duda la obra de
nuestra redención y se aplican sus frutos»: MD 42. Sin embargo, esta perspectiva quedaba condicionada por la teología
hasta entonces clásica y más estática de los llamados “tesoros de la gracia”.
1
los, en ocasiones malentendidos, esfuerzos de Odo Casel3. La apertura de su intuición, al
rescatar el “mystériòn” como centro y paradigma fundamental de la reflexión sacramentaria
y del entero discurso teológico4, va más allá de su posible consideración desde la polémica
que generó y acompañó a la obra del benedictino alemán5.
Partiendo de que la liturgia es, sin duda, el “culto de la Iglesia”, Odo Casel se pregunta
si esta definición debe ser primariamente entendida en el sentido de un concepto genérico de
culto de carácter universal, válido para todas las manifestaciones religiosas y sólo
posteriormente determinado, cronológica y teológicamente, por la noción de Iglesia6; o si más
bien expresa una realidad específica, proveniente de su pertenencia al orden del designio
histórico de salvación. Y en esas condiciones, en virtud de su conocimiento profundo de la
teología de los Padres y de la meditación atenta de las fuentes litúrgicas, intuye que no es
posible alcanzar una comprensión plena de la liturgia, sino como prolongación eclesial de los
misterios redentores de la vida de Cristo.
De aquí que, conforme a la doctrina de san Pablo y a las fórmulas de los textos
litúrgicos de la tradición eclesial, concluya que las celebraciones de culto actualizan, según
sus distintas y propias modalidades sacramentales, el único misterio de nuestra salvación: «el
misterio de Cristo es, según las cartas de san Pablo, Jesucristo mismo en su realidad total; es
decir, la revelación de Dios en su Hijo encarnado; revelación que culmina en la muerte
sacrificial y en la glorificación del Señor. El misterio del culto, en cambio, es la actualización
de la presencia y la renovación ritual del misterio de Cristo, de manera que nosotros podamos
entrar a formar parte del mismo»7.
Los misterios del culto no son, por consiguiente, un simple recuerdo subjetivo de la
obra redentora de Cristo, ni un mero ejercicio o administración de sus efectos, sino una
presencia objetiva del misterio en su conmemoración ritual (anámnesis): fiel al mandato de
su Señor (“haced esto en conmemoración [anámnesis] mía”), la Iglesia hace presente en la
liturgia la acción salvadora de su redentor, pues en la celebración de culto está presente Cristo
mismo con su entera obra redentora, y actúa por la Iglesia y con la Iglesia8.
De este modo, la liturgia de la Iglesia es, en sí misma, una participación en el único
misterio de la salvación: la obra de Cristo, el Señor. En los misterios del culto, el misterio de
la redención está presente y operante para que el cristiano alcance una progresiva
configuración sacramental con Cristo. Por consiguiente, en la liturgia no sólo se actúa (se
administra) el efecto –virtus– de la redención obrada por Cristo –opus redemptoris–, sino que
también se “re-presenta” (se hace presente) la misma obra de nuestra redención –opus nostrae
redemptionis–, cumplida de una vez para siempre en la bienaventurada pasión y glorificación
del Señor9. De aquí que la liturgia pueda ser válidamente comprendida como «el misterio de
3
Acerca de la controversia sobre la “doctrina de los misterios”, vid. Th. Filthaut, Teología de los misterios: exposición
de la controversia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1963 e I. Oñatibia, La presencia de la obra redentora en el Misterio del
Culto, Editorial del Seminario Diocesano, Vitoria 1957.
4
Cf. cuanto C. Rocchetta [1990] 23 escribe respecto a la superación de algunas de las aporías de la teología litúrgico-
sacramental de la segunda mitad del siglo XX.
5
Acerca del “misterio” como hilo conductor del hecho cristiano y de su interpretación, cf. Juan Pablo II, constitución
apostólica Fidei depositum (11-X-1992) 3.
6
Este era el marco general de la liturgia en la obra de Lambert Beauduin: cf. [1954] 37, y en la encíclica Mediator Dei:
cf. MD 18-23; si bien, en ambos casos, la noción de culto debe ser entendida no de un modo antropológico –
fenomenología de las religiones–, sino estrictamente teológico.
7
O. Casel [1985] 167.
8
Ibid. 178.
9
De esta presencia litúrgica de Cristo y de su acontecimiento de salvación deriva, para el benedictino alemán, la
actualidad de la presencia eficaz de su efecto: la gracia: vid. O. Casel, Fede, gnosi e mistero, Edizioni Messagero, Padova
2
Cristo y de la Iglesia»10; o mejor aún, «la acción ritual de la obra de la salvación de Cristo; es
decir, la presencia, bajo el velo de los símbolos, de la obra salvífica de la redención»11.
Por este camino, ciertamente sinuoso y no siempre de fácil recorrido, Odo Casel había
recuperado para la reflexión litúrgica la presencia objetiva del acontecimiento redentor de
Cristo. La vía hacia la doctrina conciliar –más tarde desarrollada y profundizada por el
Catecismo de la Iglesia– de la liturgia como celebración (manifestación, presencia y
comunicación12) de la obra de nuestra redención13, el misterio pascual de Cristo14, había
quedado definitivamente abierta.
«El corazón de la doctrina sobre la liturgia desarrollada por la constitución conciliar es también el
corazón de la enseñanza de dom Casel. La cita constante que la constitución hace de los textos patrísticos,
litúrgicos o de concilios anteriores en los que Casel había edificado su síntesis y la interpretación que de los
mismos hace el concilio en su mismo sentido, atestiguan la filiación de un modo que sorprenderá a todos los
historiadores futuros»15.

2001.
10
Cf. O. Casel [1985] 73.
11
Cf. O. Casel, Mysteriengegenwart: “Jahrbuch für Liturgiewissenschaft” 8 (1928) 145.
12
Cf. CCE 1076.
13
Cf. SC 2.
14
«En la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra
salvación»: CCE 1067.
15
L. Bouyer: “La Maison-Dieu” 80 (1964) 242.
3

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