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Gargarella

Frenos y contrapesos
Sistema representativo
Supuestos sociológicos; i.e., sobre cómo está compuesta la sociedad (cuántos grupos o sectores sociales
significativos hay), sobre la posibilidad de representar dicha composición (¿son los suficientemente
reconocibles y homogéneos como para representarlos?), y sobre las consecuencias de eso trae aparejadas
(la suposición de que son escasos y reconocibles los grupos sociales significativos y de que es posible
representarlos del modo que la constitución prevé, ¿qué resultados políticos y sociales produce?). Este
supuesto sociológico descansaba también en la creencia de que el mejor representante del propio interés
es uno mismo y que, por tanto, los integrantes de aquellos grupos identificados como relevantes dentro
del espacio social serían los mejores representantes de sus propios intereses. Es decir, esta concepción
descansaba en una imagen simplificada de la sociedad en la cual la representación tenía un carácter
transparente y directo. Si bien los norteamericanos no se hacían cargo de la influencia que la constitución
mixta británica había tenido sobre la redacción de su propia constitución, los supuestos que animaban a
ambas eran los mismos, sólo que, en el caso de EE. UU. en lugar de hablar de aristocracia y pueblo,
hablaban de mayorías y minorías, ricos y pobres, etc. A diferencia de lo que ocurría entonces, hoy se
piensa que las sociedades contemporáneas están atravesadas por lo que Rawls llamó “el hecho del
pluralismo”; es decir, que esa representación que suponía la constitución mixta, no se puede dar.
Presupuestos filosóficos. Los diseños constitucionales buscaban explícitamente la distancia entre
representantes y representados, ya que suponían que los primeros estaban menos expuestos a las
pasiones, podían llevar adelante acciones más racionales y, al estar despegados de sus “representados”,
podían actuar con vistas a los intereses generales, en vez de los particulares que pretenderían estos
últimos. En Latinoamérica se fue aún más lejos con estos supuestos. Echeverría hablaba de la soberanía
de la razón en vez de la soberanía popular. Alberdi sostenía que la generosidad en la provisión de derechos
civiles debía ir acompañada de una restricción de los derechos políticos, por lo que él suponía una
incapacidad del pueblo para autogobernarse. Es decir, la representación no tenía que ver con la
imposibilidad de la democracia directa sino con un temor al pueblo autogobernándose. En este sentido,
el Poder judicial es emblemático de este tipo de concepción donde los que rigen no deben rendir cuentas
ante nadie ni dar explicaciones de ningún tipo. Es decir, se expropia incluso a los órganos de
representación de la capacidad para adoptar la decisión final sobre las cuestiones.
El sistema de frenos y contrapesos no supone tanto una separación de poderes como un solapamiento,
de modo de evitar abusos por parte de cualquiera de estos. Dándole un poco de poder a cada uno se
evitaban los avasallamientos de unos sobre otros, una especie de neutralización entre poderes que
representaban o respondían a distintos sectores de la sociedad.
Esto supone una concepción muy pobre de la democracia, ya que con tal de impedir la opresión se reduce
la democracia a un juego impotente en el que nadie, finalmente, puede imponerse, y donde la opinión
mayoritaria es puesta en un pie de igualdad con la de la minoría.
Entre las virtudes, Gargarella menciona el hecho de que, bajo un diseño institucional como el republicano,
no es posible tomar decisiones “en caliente”, ya que, necesariamente, son varias las instancias que deben
dar su aval. Al poner en juego los intereses de sectores contrapuestos, se asegura el control mutuo. Es
decir, que obliga a cada parte a entrar en un proceso de deliberación pública y, por tanto, mejorar sus
argumentos teniendo en cuenta los argumentos de su contraparte.
Entre los defectos, puede mencionarse que en realidad este diseño institucional lleva a la parálisis, al
intercambio de favores espurios, a la yuxtaposición de intereses parciales en vez de la pretendida atención
de los intereses generales. Además, los intereses divergentes que, supuestamente, deberían entrar en
diálogo para el beneficio del conjunto, responden en realidad a orígenes muy distintos e
inconmensurables, tanto temporal, como geográficamente. Es decir, tampoco hay un equilibrio ahí.

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