Vous êtes sur la page 1sur 74

Sucedió

en La Moncloa

Víctor Saltero


Uno

1 de octubre 2007. Toledo


La hermosa luna de Toledo bañaba de luz plateada los viejos tejados de la
ciudad castellana y, a pesar de que el invierno aún no había comenzado, un
aire frío corría por sus empinadas calles. A lo lejos sonó el tañido de una
campana marcando las doce en punto de la noche.
El hombre del abrigo con el cuello alzado llevaba un buen rato quieto y
oculto en el portal que le protegía de la luz de las farolas. Tenía su mirada fija
en la elegante casa de enfrente donde un individuo, con uniforme de una
conocida compañía de seguridad, paseaba alrededor de la puerta frotándose de
vez en vez las manos para combatir el frío; el vigilante, desde donde se
encontraba, no podía ver al que oculto observaba atento sus movimientos.
La circulación de automóviles había disminuido tanto que ya solo muy de
tarde en tarde pasaba algún vehículo, normalmente para traer a algún vecino
de una vivienda próxima que, tras aparcar, desaparecía rápidamente por
alguno de los pórticos de la lujosa zona residencial.
El hombre oculto en el portal pudo observar cómo el miembro de seguridad
al que vigilaba se dirigió al interfono de la casa número veinticinco y, tras
decir unas cortas palabras a alguien del interior de la residencia, se subió a un
automóvil aparcado en las proximidades, arrancando y alejándose a
continuación.
La persona que permanecía escondida, durante unos minutos siguió sin
moverse oculta entre las sombras. Esperó unos momentos hasta comprobar
que nada se movía. Cuando constató que solo el silencio acompañaba a la
noche salió decididamente de su escondite y cruzando la calle, no sin antes
mirar a izquierda y derecha, se dirigió rápidamente al portal del chalet número
veinticinco.
Pulsó un par de veces el botón del interfono, que se hallaba junto a la
cerrada y sólida puerta de entrada, sin dejar de echar un nuevo vistazo a un
lado y otro de la calle. Al poco contestó una voz masculina con sonido
metálico, distorsionada por el aparato eléctrico, aunque, a pesar de ello, pudo
deducir que correspondía a un hombre mayor.
- ¿Sí, quién es?
El hombre del abrigo con el cuello levantado respondió al interfono como
si el aparato tuviese vida propia.
- Buenas noches. Necesito ver urgentemente al señor Bueno.
Se hizo un silencio al otro lado del hilo que interpretó como dubitativo.
- ¿Quién desea verle?
- Dígale, por favor, que traigo para él un mensaje de Moncloa.
De nuevo se produjo un silencio. El hombre del abrigo seguía mirando
nerviosamente a su alrededor; evidentemente temía ser visto. Le pareció que
tardaban una eternidad en responderle, e incluso durante un instante se
preguntó si debería seguir allí.
El interfono volvió a producir otro ruido metálico, cuando una voz distinta
a la anterior le preguntó:
- ¿Quién es usted?
-Señor Bueno- dijo reconociendo inmediatamente la voz que ahora le
interpelaba-, traigo un recado urgente de Moncloa para usted. Conozco lo
intempestivo de la hora, pero así se me ha ordenado…
-Escuche, identifíquese- ordenaron con firmeza desde el otro lado.
El hombre del abrigo volvió a dudar. Tenía que intentar convencer a su
interlocutor como fuera, o no podría dar el mensaje como se le había
mandado.
¿Pero, cómo hacerlo? Sabía que el que se acababa de ir era el escolta que
estaba de guardia esa noche; que a esa hora, siempre que Bueno no fuese a
salir de casa, la protección a la que tenía derecho como ex ministro
desaparecía; pero también sabía que si llamaba a la policía, ésta aparecería en
unos minutos y habría de responder a demasiadas preguntas.
Su mente intentó pensar a toda velocidad, al tiempo que le volvían a
apremiar para que se identificara.
- Oiga, o me dice quién es inmediatamente o llamo a la policía en este
mismo instante.
- Escúcheme, por favor -de pronto se le ocurrió la palabra que podía evitar
la catástrofe- . Traigo un mensaje de los Bonis.
El interfono volvió a quedar callado. El hombre del abrigo miró de nuevo a
izquierda y derecha. Las luces de un automóvil se acercaban despacio por el
inicio de la calle; dentro de unos instantes él quedaría iluminado por sus focos.
Automáticamente, comprobó que el cuello del abrigo seguía alzado tapándole
buena parte del rostro.
Lanzó un suspiro de alivio cuando oyó que un pequeño crujido metálico
abría la puerta de la vivienda. Rápidamente se introdujo en ella, cerrándola
tras él.
Unas escaleras daban paso a un recibidor, desde donde le miraban dos
hombres: uno debía de ser el individuo mayor que inicialmente le había
contestado, y el otro la persona que buscaba: el ex ministro Juan Bueno.
Ambos lo contemplaban desde el rellano de arriba con desconfianza no exenta
de curiosidad.
- ¿Puedo subir? - Preguntó al tiempo que se bajaba el cuello del abrigo en
una reacción instintiva para intentar desarmar la desconfianza de los otros.
-Adelante-le autorizó Bueno, que parecía observarlo atentamente con más
curiosidad que recelo, a la inversa del señor mayor que lo acompañaba.
Con pasos rápidos subió los escalones y, al llegar al rellano de arriba,
procuró sonreír tranquilizadoramente.
- Señor Bueno, disculpe mi visita a estas horas. Si no fuera importante…-
dijo en tono de disculpa, y continuó mientras echaba una mirada de soslayo al
otro señor, deduciendo que debía de tratarse de un antiguo criado de la casa-.
Pero, como le dije, traigo un mensaje urgente para usted.
- ¿Un mensaje de quién?
El individuo del abrigo volvió a mirar al señor mayor rápidamente y,
después, de nuevo al ex ministro. Este tendría unos cincuenta y poco años, era
de estatura media y tenía una mirada franca de claros ojos azules.
- De alguien…
Juan Bueno interrumpió con un ligero gesto al visitante que llegaba a esa
intempestiva hora a su hogar. Tras unos instantes, dijo dirigiéndose al criado
que permanecía atento y receloso:
- Agustín, acuéstese. Yo atenderé a este señor en mi despacho.
Lo había observado y no parecía alguien expresamente peligroso. Tenía
más pinta de joven burócrata que de un individuo de acción.
- Esperaré por si me necesita- oyó replicar al criado.
- No gracias- respondió Bueno sonriendo pero con un tono que no dejaba
lugar a réplica-. No me hará falta. Buenas noches.
- Buenas noches, señor - contestó el viejo y enjuto sirviente, no sin antes
volver a lanzar una última mirada al visitante nocturno.
Tras desaparecer el criado por una puerta adjunta, Juan Bueno comenzó a
andar haciendo una señal para que el otro lo siguiera; poco después abrió la
puerta de su despacho.
- Entre - invitó- . Tome asiento.
El despacho, al igual que lo poco que el visitante había podido ver de la
casa, estaba decorado con buen gusto pero exento de presunción; era cálido y,
a pesar del orden reinante, se podía ver que lo usaban con frecuencia.
Juan Bueno se sentó tras la oscura mesa de madera noble y observó con
renovada atención al hombre del abrigo, de apariencia joven y educada, que le
requería a esas horas.
- Muy bien - dijo-. Comencemos por conocer su nombre, si le parece.
- Me llamo Javier Espinosa.
- De acuerdo Javier: ¿quién le envía?
-Uno de “los Bonis” de la Moncloa.
Juan Bueno lo miró con extrema atención. Por segunda vez nombraba a los
“Bonis” y eso resultaba demasiado llamativo como para no despertar su
interés.
- ¿Y le han dado un mensaje para mí?
-Sí, señor.
- ¿No podían utilizar un método más convencional?
- Me temo que en este caso no era aconsejable. Cuando se lo explique, lo
entenderá.
- Muy bien; pues, adelante.
El hombre joven, que aún tenía el abrigo puesto, miró los ojos azules del ex
ministro y comenzó a hablar.

Dos

21 de junio 2007. Sede de ERC en Barcelona


Había humo, mucho humo, en el despacho cuadrado. Los hombres y la
mujer ya llevaban un buen rato debatiendo, los ceniceros eran testigos de ello.
Era evidente que la legislación antitabaco estaba derogada en esa oficina.
El presidente del partido había encargado al vicesecretario general de
coordinación la estrategia electoral para los comicios de marzo del año
siguiente; quién, a su vez, había derivado dicha responsabilidad hacia los
secretarios de imagen, Marina Pont; de acción electoral, Josep Simó; y
político, Xavier Oliva. Los dos primeros dependientes de la vicesecretaria
general de coordinación interna, y el último de la acción política.
La reunión había comenzado en un ambiente lánguido, pues los resultados
de las últimas elecciones en Cataluña no habían sido buenos para el partido.
Quizá fuese exagerado calificarlos como desastre, pero indudablemente el
correctivo en votos había sido fuerte. A pesar de ello habían conseguido
mantener su gran parcela de poder en la Comunidad Autónoma, gracias a que
el partido socialista –que tampoco había obtenido mayoría absoluta en las
elecciones últimas- los necesitaba para poder gobernar. El encargo que la
dirección había hecho a estas tres personas, de cara a las próximas elecciones
generales de marzo, era claro: tenían que encontrar la fórmula para volver a
recuperarla la confianza de los electores, de manera que pudiesen tener peso
en el Parlamento de Madrid.
- Creo- dijo Xavier apagando otro cigarrillo en el cenicero-, que si
queremos llegar a alguna parte con este asunto, y antes de establecer cualquier
estrategia deberíamos recordar adonde fueron a parar los votos que perdimos.
- Eso es evidente- señaló Marina con su marcado acento gerundense-.
Nuestros votos fueron a la abstención, a CIU y alguno que otro a Izquierda
Unida.
- Ya- interrumpió Josep-. Seguro que es muy interesante comenzar a
flagelarnos con los errores cometidos. Pero no olvidemos que aquí lo que
estamos planteando es qué acciones tomaremos para que no se repita en las
próximas generales. Lo que obviamente sucedería, si se trasladaran los
resultados de Cataluña al Congreso de Diputados español, es que perderíamos
una buena parte de los ocho escaños que actualmente tenemos.
-¿Quizás sea ese nuestro techo?-. Marina dejó la cuestión en el aire. Xavier
matizó con decisión.
- No es eso de lo que estamos hablando. No se trata de intentar aumentar
ese número de escaños, sino de mantenerlos, sea nuestro techo o no; pues es
evidente que nuestra última referencia nos lleva a pensar que, si no hacemos
algo especial, nos podríamos encontrar con un buen descalabro.
La conversación decaía de nuevo. Más que tres personas de acción política
daban la impresión de ser ejecutivos examinando un problema en cuya
solución no creían; los tres contertulios parecían tener una cierta percepción de
inevitabilidad.
Cuando Josep volvió a hablar dio la sensación de que o hacía, simplemente,
para romper el silencio imperante que solo era interrumpido por el sonido de
algunos pasos que se oían, de vez en cuando, tras la puerta cerrada del
despacho.
- Es evidente que el Partido Popular no va a ganar las próximas elecciones
generales -lo dijo como una obviedad-. Pues para ellos ganar no significa tener
más votos que los socialistas, sino conseguir, prácticamente, la mayoría
absoluta, pues apenas puede haber un par de partidos que estén dispuestos a
aliarse con él.
- Estoy de acuerdo- ratificó Xavier- . La partida se juega fundamentalmente
con el PSOE, los socialistas. Si éste saca los suficientes escaños como para no
necesitarnos nuestra fuerza decaerá notablemente, porque incluso podrían
llegar a pactar aquí en Cataluña con CIU y arrinconarnos. Si no nos necesitan
en el Congreso español es incuestionable que podría emerger la corriente de
opinión entre los socialistas de lo oportuno que sería prescindir de nosotros en
el Parlamento.
- Si esto sucediera- remachó Marina-, perderíamos todo el peso que hemos
ganado en los últimos años.
Josep se volvió sonriendo hacia los demás.
- Entonces podemos establecer que nuestros enemigos son, precisamente,
nuestros socios aquí en Cataluña: los socialistas.
- Efectivamente- ratificó sonriendo igualmente Xavier-. Lo que de verdad
nos interesa es que el PSOE pierda los escaños suficientes como para que
seamos imprescindibles para que ellos tras las elecciones puedan gobernar.
- Muy bien, Xavier -Marina no sonreía- . Tú le dijiste al Vicesecretario que
tenías un plan de acción. Quizá sea éste el momento para que lo expongas,
pues llevamos media tarde elucubrando, analizando situaciones pasadas e
irreversibles, y no parece que vayamos a ninguna parte.
Xavier cogió el paquete de cigarrillos que tenía encima de la mesa y,
lentamente, como reflexionando, encendió uno. Era un hombre de apenas
cuarenta años, que desde la época universitaria había estado alrededor de los
movimientos independistas catalanes. Alto y bien parecido, daba más la
impresión de un ejecutivo moderno que de un político radical. Por el contrario
a Josep, su generosa y ancha figura, su estatura corta y gafas graduadas, le
imprimían aspecto de funcionario; en contraste con Marina, la cual apenas
tenía treinta años, pelo en melena rizado y negro, y agradables facciones, con
estilizada figura subrayada por el ajustado traje de chaqueta que vestía, que le
recompensaba de los esfuerzos de media hora diaria en el gimnasio; era la viva
imagen de una moderna mujer de su tiempo. Los tres compartían vocación
política, republicanismo, convicción por la independencia de Cataluña y gusto
por el poder.
Xavier se quitó el cigarrillo de los labios y miró atentamente, con los ojos
semicerrados, a sus dos compañeros de partido:
- Antes de explicaros el plan que he pensado deberíamos tener claro cuáles
son los objetivos a conseguir, puesto que, según sean dichos objetivos este
procedimiento podría tener utilidad o no; y también, precisar de dónde
pretendemos sacar nuestros votos.
Josep contestó de inmediato con un cierto gesto de impaciencia.
- Bien, creo que todos estamos de acuerdo en que el encargo que nos ha
realizado el partido consiste en asegurarnos, como mínimo, los ocho escaños
que actualmente poseemos en el Parlamento español. Ese es el objetivo.
- Creo que también estamos de acuerdo en que nuestros escaños no nos lo
sustrae el PP- ratificó Marina con un gesto indicando que era consciente de lo
evidente de su comentario-. Ya hemos dicho - siguió- , y creo que hay
consenso en ese punto, que han ido a CIU y a la abstención
fundamentalmente. Ese es nuestro campo de lucha.
- Para aclarar conceptos- dijo Xavier-, lo que quiero que me digáis es si
existe acuerdo para que la estrategia que montemos tenga como objetivo
principal quitarle votos al PSOE.
-Hombre, esto sí que es divertido, parece que estamos todos de acuerdo en
que nuestro mayor enemigo es CIU, y tú propones combatir a los socialistas…
La irónica puntualización de Josep hizo que Xavier centrara su mirada en
él, sonriendo levemente:
- Eso, precisamente, es lo que pretendo.

Tres

2 de octubre 2007. Ático de Víctor Saltero en Sevilla


Aquel día para Hur era uno más. Nada hacía prever lo que después había de
suceder; mejor dicho, lo que aquella llamada de teléfono a su señor,
aparentemente inocua, terminaría desatando.
La mañana había comenzado como siempre a las once, hora en la que Hur,
en sus funciones de mayordomo, abría las ventanas del dormitorio de Víctor
Saltero para que la clara luz sevillana inundara la habitación. Como primer
proveer de la nueva jornada el abogado despachaba en tres sorbos el líquido
revitalizante que el criado, invariablemente, le dejaba sobre la mesita de noche
cada mañana y cuya fórmula secreta guardaba celosamente.
Después preparaba el baño, comprobando que el agua estaba a 38º C, y
seleccionaba la música que acompañaría la ablución de su señor. Hoy se había
decidido por la Octava sinfonía de Beethoven.
Mientras Saltero combatía el despertar diario, Hur le escogía la ropa que
habría de vestir de acuerdo con el programa previsto para la jornada: el
habitual partido de tenis a la una de la tarde, comida con su administrador a las
tres, que esta vez sería en la Cococha para tomar unas cigalas a la plancha,
coquinas y gambas de Huelva, acompañados de unos chanquetes con huevos
revueltos. Por la tarde, junto a la señorita Irene, para unos la bella y la joven
novia, y para otros la amante eterna de su señor, el programa incluía una ópera
en el teatro de la Maestranza (concretamente Aida de Verdi), para después, la
pareja, tener una cena íntima en el ático de Saltero, lo que a Hur siempre
permitía desplegar sus mejores cualidades culinarias.
Pero en realidad, por esta vez, nada de eso iba a suceder. La rutina se iba a
quebrar.
Es verdad que Hur amaba el sosiego que le proporcionaba su trabajo de
mayordomo de un señor como Víctor Saltero, aunque no era la primera vez
que dicho sosiego era roto por un suceso extraordinario que terminaba
convirtiéndose en algún tipo de aventura; por ejemplo, como sucedió con los
asesinatos de unos etarras en el Ave, o con las dos chicas, profesora y alumna,
desaparecidas en Barcelona. Pero también era cierto que la ruptura de la paz
del hogar era poco frecuente y, por tanto, a Hur no le importaban demasiado
esas esporádicas interrupciones de la placidez hogareña; es más, le gustaban
pues era una forma para, una vez que terminaban, tener mayor aprecio a los
largos meses de rutina.
Llevaba más de quince años al servicio de Víctor Saltero; entró en su casa
en la época en la que éste aún tenía un prestigioso gabinete jurídico desde el
que ejercía el derecho, al parecer con gran éxito, pues al poco tiempo se retiró
de la actividad profesional consiguiendo vivir muy holgadamente con las
rentas que le proporcionaban las inversiones que realizó en aquella etapa. De
vez en cuando escribía un libro, cuyas ventas completaban sus ingresos. Por
otro lado, para Hur, la perpetua soltería de su jefe, a pesar de que ya tenía unos
cincuenta años, más o menos igual que él, le aseguraba poder dirigir la casa
sin las peligrosas intromisiones de una esposa. La señorita Irene, su hermosa
novia, no parecía ser un rival a este respecto, pues nunca había mostrado
síntomas que indicaran su deseo de llevar al altar a su señor; todo lo contrario,
parecía feliz en su independencia, aunque era extraño el día en que no
compartían largos momentos y veladas, de las que él era discreto testigo.
Definitivamente tenía que reconocer que le gustaba trabajar para un jefe
que le dejaba plena libertad para gobernar la casa, que sabía apreciar sus
servicios y atenciones, y todo ello dentro del sosegado ambiente del magnífico
ático que ocupaban en la calle Betis de Sevilla, a orillas del Guadalquivir,
donde casi nunca pasaba nada; y ese día en especial, nada parecía que esa
estupenda rutina fuese a quebrarse.
Víctor Saltero había tomado su baño; los maravillosos compases de la
Octava sinfonía de Beethoven habían terminado. Le apasionaba especialmente
el contrapunto de pizzicato con que los violines acompañaban la deliciosa
melodía del segundo movimiento, a manera de metrónomo. Así que el
abogado, tras vestirse informalmente con la ropa que el mayordomo había
seleccionado para ir después al Club de tenis, pasó a degustar el desayuno que
aquel había dispuesto en el salón: tostadas con aceite de oliva virgen, zumo de
naranjas y café, junto a la prensa del día.
Fue entonces cuando Hur entró en el salón, como siempre sin oírsele llegar.
- Señor- Víctor levantó a mirada de los periódicos, mientras el mayordomo
decía- . Para la cena de esta noche con la señorita Irene he previsto, si es de su
aprobación, inicialmente una sopa de margaritas, seguido de un segundo plato
de perdiz templada en escabeche.
- ¡Excelente, Hur! - aprobó Saltero.
-Para los postres sugiero una sencilla macedonia de fruta del tiempo.
- ¡Perfecto Hur!
- Todo ello se podía regar con un joven ribera del Duero.
- Totalmente de acuerdo- aprobó distraídamente Víctor, que parecía ansioso
de volver a la lectura de la prensa.
- Muchas gracias, señor.
- ¿Ha leído usted los periódicos?
- ¿El señor se refiere a alguna noticia en particular?
- Si, a todo ese asunto de la quema de fotografías del Rey en Cataluña.
-¡Oh, sí señor¡ Me parece lamentable.
- Al parecer comenzaron con este asunto un par de individuos hace unos
días en Barcelona, y ahora se ha extendido por otras ciudades.
- La justicia debería tener algo que decir a este respecto…
- Parece ser que han interrogado a los dos que iniciaron este tema, unos
jóvenes independentistas. Supongo que se estarán convirtiendo en pequeños
héroes en su círculo social.
- Me parece muy triste, señor - respondió Hur mientras recogía algunos
vasos que habían quedado de la noche anterior.
- Así es, Hur
Saltero se centró de nuevo en el desayuno y en la lectura de la prensa. El
mayordomo sabía muy bien cuándo había terminado una conversación, y este
era el caso. Así que, discretamente, salió del salón para seguir ocupándose de
sus quehaceres domésticos.
Por la amplia puerta acristalada del salón que daba a la terraza del ático se
veían las luminosas aguas del río Guadalquivir y, en la orilla opuesta, la torre
del Oro y la Giralda recortadas sobre el claro cielo de Sevilla.
Estaba Saltero terminando la lectura de los periódicos cuando,
silenciosamente, volvió a entrar Hur, pero esta vez con el teléfono inalámbrico
en las manos.
- Señor, tiene una llamada.
- ¿Quién es?
- Dice ser un viejo amigo suyo.
- ¿Le ha dicho el nombre?
- Sí, don Juan Bueno.
Saltero se quedó un momento reflexionando, y de golpe recordó:
- ¡Hombre, Juan Bueno, el que fue ministro! Pásemelo.

Cuatro

2 de octubre 2007. Apartamento en las Ramblas de Barcelona


Para Alicia y Roberto Ferrer las experiencias que estaban viviendo en los
últimos días les hubiesen resultado inimaginables apenas unas semanas atrás.
Se sentían importantes. Los medios de comunicación se ocupaban de él
profusamente, y entre sus colegas de partido se había convertido en un
símbolo de lucha y de catalanismo. Es verdad que sobre todo al principio
habían pasado miedo, pero ahora, cuando se veían arropados por todo el
movimiento independentista catalán, parecían creer en su invulnerabilidad.
¿Qué juez se atrevería a meterlo en la cárcel cuando tanta gente,
posteriormente, había imitado su ejemplo? ¿A todos los iban a encerrar? Eso
no era posible. No se atreverían a tanto.
En el salón del pequeño apartamento que tenían alquilado cerca de las
Ramblas, tumbados en el gastado sofá, veían las noticias de televisión. Con el
mando a distancia entre las manos, el chico cambiaba de una cadena a otra
para saber qué contaban sobre sus acciones, tanto las emisoras catalanas como
las nacionales.
Alicia, menuda y rubia, pero de cuerpo bien constituido y un rostro de
suaves y bien formadas facciones, vestía informalmente unos tejanos y tenía
los pies descalzos extendidos sobre la pequeña mesita de cristal que había
frente a ellos.
Roberto, de edad similar a la de la chica, unos 24 años, también era como
ella un eterno estudiante universitario, de pelo negro y largo que le caía por los
hombros, delgado y nervioso y, también como la chica, sufragaba sus gastos
trabajando en bares de copas los fines de semana. Con esos ingresos
conseguían pagar el piso, ya que la política aún no era negocio para ellos. Pero
eso ahora no importaba, estaba seguro que su carrera en el partido, tras quemar
las fotografías del Rey de España, debería consolidarse, y en poco tiempo ser
un “liberado”; con lo que mediáticamente había desatado no podía ser de otra
forma. Lo cierto es que estaba disfrutando en las últimas semanas como hacía
tiempo no le sucedía; y, además, compartiéndolo con su chica, que en realidad
fue la que ingenió el exitoso plan.
Se miraron riendo cuando vieron su imagen en la pantalla de la televisión
saliendo de los juzgados, junto con su compañero de partido, tras responder a
la citación que les había enviado el juez de instructor. Había montones de
medios de comunicación.
- Oye, en la pantalla parezco más gordo de lo que soy ¿o es así como se me
ve?
- La televisión hace la figura más ancha. Estás estupendo- contestó la chica
distraídamente mientras intentaba, ávidamente, capturar cualquier información
que vertieran sobre el asunto.
Él se preguntó qué pensarían sus antiguos amigos y colegas al verlo por la
tele, sobre todo aquellos que hasta hace poco le hablaban con aire de
suficiencia por su mayor veteranía en la acción política.
Roberto no se engañaba, reconocía que su interés por la política había
nacido fundamentalmente en los últimos tiempos, aunque desde los veinte
años militaba en las filas de ERC; pero era verdad que entonces se había
inscrito porque su entorno le impulsaba a ello, más que por convicción
ideológica; parecía que era una manera de parecer moderno que, a su vez, era
la forma de ofrecer una imagen progresista y nacionalista, características
imprescindibles para gozar de un mínimo de prestigio social en los ambientes
en que se movía.
Pero en realidad fue al conocer a Alicia, hacía poco tiempo aunque
rápidamente decidieron vivir juntos, cuando tomó conciencia de que podía
hacer cosas importantes en política. Era cierto, por otro lado, que sus
funciones iniciales en el partido se limitaban, como otros muchos, a pagar una
cuota trimestral - cuando podía pagarla-, e ir a cualquier acto del partido para
hacer bulto; en definitiva, ser un número más en las cabecillas que aparecían
en las manifestaciones contra Madrid, contra el PP, o contra lo que fuera.
Precisamente a Alicia la conoció en un mitin del partido; era guapa e
inteligente, con una capacidad de iniciativa de la que él carecía. Se enamoró
perdidamente de ella.
Cuando Alicia le explicó el plan que había ideado, y que su colega y él
mismo habían ejecutado con tanto éxito, no dudó de que se abrirían puertas
insospechadas en su carrera política. Roberto pensó que también era a ella a
quien debía su afianzamiento en sus convicciones republicanas y nacionalistas.
Alicia miró a su compañero, lo observó tan abstraído que hubo de
contenerse para no decirle cuánto le molestaba el uso que hacía del mando a
distancia, pues con la velocidad de los cambios apenas le dejaba ver terminar
una noticia. Retiró los pies de la mesa y se dirigió al cuarto de baño, que era el
único sitio donde encontraba alguna intimidad en el minúsculo apartamento.
Tras cerrar la puerta sacó del bolsillo un pequeño móvil. Lo conectó y
marcó un número. Alguien, al otro lado de la onda, comenzó a darle unas
rápidas instrucciones. Alicia, como siempre, se mantuvo en silencio mientras
escuchaba. Cuando el otro hubo terminado solo dijo:
- De acuerdo Xavier, así lo haré- y tras esas palabras musitó- . Un beso…
Después colgó y volvió a desconectar el pequeño móvil, devolviéndolo al
bolsillo de donde lo había sacado.
Al salir del baño se encontró con Roberto que la miraba inquisitivo:
- ¿Con quién hablabas?
- ¿Quién yo?
- Claro, te he oído decir algo…
- ¿Ahora te dedicas a escuchar tras las puertas?
La mirada con la que ella acompañó la pregunta preocupó a Roberto; por
nada del mundo quería perderla y apreció que había sentido algo parecido a
una punzada de celos, siendo eso lo que le había llevado a realizarla.
Corrigiendo inmediatamente, contestó:
- No, perdona. Fue sin querer…
- ¿Sabes? - le interrumpió ella cambiando su dura mirada anterior por una
encantadora sonrisa- . Las mujeres hablamos en voz alta algunas veces; un
caballero no debe escuchar detrás de las puertas y menos hacer caso de lo que
decimos.
Hizo un coqueto gesto con la mano y se dirigió hacia el dormitorio.
Roberto era consciente de que ella estaba dándole sentido a su vida; le
había descubierto la importancia de las acciones políticas y, más importante
aún, lo que una simple persona podía influir sobre los acontecimientos; pero
eso no era lo más trascendente; lo fundamental era que, por primera vez, se
había sentido hombre con el despertar de una virilidad que Alicia potenciaba
en él de una forma plena, como nunca antes había sentido con otra chica. No
obstante, y sin saber por qué, tenía la percepción de que algunas veces Alicia
estaba lejos de él, dándole la impresión de que podía desaparecer en cualquier
instante como si de un sueño se tratase.
Mientras volvía a sentarse en el sofá pensó que no podía perderla. Después
se preguntó inquieto: ¿Esto es el amor?

Cinco

21 de junio 2007. Sede de ERC en Barcelona


- Me gustaría saber- intervino Marina molesta por el suspense en el que
parecía regodearse Xavier -, ¿a qué vienen estas divagaciones?
El Secretario político apagó el enésimo cigarrillo en el cenicero. Con un
gesto mecánico apretó el nudo de su corbata, antes de dirigirse a sus dos
contertulios:
-No son divagaciones. Si queremos ganar poder tendremos que precisar
primero quién lo tiene. Una vez respondido esto sabremos quién nos puede
hacer partícipe del mismo. Es evidente que CIU tiene poder en Cataluña, pero
en el estado español, tal como están las cosas, es el PSOE el que lo posee, así
que es a este partido al que tenemos que intentar arrebatarle un trozo.
Partiendo de la base de que con seguridad no va a sacar mayoría absoluta en
las próximas elecciones y, por tanto, necesitará apoyos para gobernar, a lo que
debemos aspirar, en mi opinión, es que esos apoyos los tengan que buscar en
nosotros. Con ello podremos conseguir el poder suficiente para emplearlo
como el partido determine, de cara a nuestro último objetivo de la
independencia de Cataluña.
- Resumiendo, lo que planteas, si te he entendido bien- precisó Josep-, es
que en Cataluña nuestro mayor enemigo es CIU y en el Estado español el
PSOE ¿Es eso?
- Sí. Básicamente así lo entiendo.
- En principio, supongo que podemos aceptar esta tesis tuya - convino
Marina echando una rápida mirada a Josep, dijo:
- ¿Y qué sugieres que hagamos?
Xavier pareció entender que su momento había llegado. Sabía que su
exposición podría ser causa de dificultades con sus compañeros, así que
procuró ser cauto en el inicio. Preveía que Josep terminaría aceptando el plan,
a él lo conocía desde hacía años; pero la mayor dificultad podría venir de
Marina, con la cual apenas había mantenido contactos dentro o fuera del
partido.
- Bien - comenzó Xavier escudriñando atentamente la mirada de sus dos
compañeros- , si os parece trabajaremos con la tesis de que el enemigo es el
PSOE. Es decir, que nos interesa debilitarlo lo suficiente para que aun
ganando las elecciones, no lo haga con el margen necesario para que pueda
prescindir de nosotros.
- Totalmente de acuerdo- aceptó Josep.
- Siendo así, también estaréis de acuerdo conmigo en que nuestro plan
deberá olvidar a CIU de momento, aunque creo que también podremos pescar
indirectamente en su bolsa de votantes. Pero el objetivo máximo debe ser
producir tensiones en el PSOE, y que las mismas sean intuidas por la opinión
pública, pues ello redundará en una pérdida de escaños que podría hacernos
imprescindibles para la gobernabilidad del Gobierno español.
- Centrémonos- dijo Marina-. La realidad actual es que en el Congreso
español ellos tienen 164 escaños, CIU 10, nosotros 8, PNV 7 e Izquierda
Unida 5. Para nosotros poder tener peso decisivo necesitaríamos,
obligatoriamente, aumentar nuestro número de escaños de manera
significativa: no olvidemos que la mayoría absoluta se obtiene con 176
diputados; es decir, que el PSOE sumado a CIU y a Izquierda Unida, los
rebasa con claridad, y por tanto a nosotros no nos necesitaría para nada.
- Tienes razón, Marina - concedió Josep para después dirigirse a Xavier-, y
si tu plan lo que pretende es que subamos ese número de escaños, te digo que
eso no es un plan: es un milagro.
Los tres contertulios sonrieron y Xavier apostilló inmediatamente:
- Tenéis razón. Es evidente que repitiendo resultados seguiríamos sin tener
peso alguno.
- ¿Entonces? - inquirió Marina.
Xavier se acomodó en el sillón y apoyó los codos en la mesa jugando con
el folio y el bolígrafo que tenía sobre ella antes de responder:
- La eficacia del plan que os voy a proponer no puede ser medida en un
aumento de escaños para nosotros; es más, contempla la posibilidad de que
puedan disminuir; pero, aun así, podríamos aumentar nuestro poder real.
Josep y Marina comenzaban a observar con mayor interés y curiosidad al
Secretario político. Se decía de él, en los ambientes del partido, que era un
tanto egocéntrico y algo narcisista, pero desde luego no un loco.
-Imaginaros un escenario en el cual el PSOE y el PP salen de las elecciones
de marzo con un número muy similar de diputados –continuó Xavier-. Esto
querría decir que los populares habrían aumentado el número de asientos, y los
socialistas habrían disminuido sobre los 164 actuales. En este caso, por otro
lado probable, incluso podríamos permitirnos el lujo de que los conservadores
tuvieran algún escaño más que sus rivales. Si esa situación se llegara a
producir nuestra posición sería fuerte, puesto que los socialistas, para poder
seguir gobernando, necesitarían de todos los apoyos del resto de partidos
políticos, incluido el nuestro.
Xavier miraba a Josep y Marina intentando averiguar si entendían toda la
extensión de la idea. Después continuó:
- Estaréis de acuerdo que con las previsiones actuales este escenario es
posible.
- Podría ser- respondió Marina con precaución, pues no sabía adonde quería
ir a parar el otro.
- Bueno, pues mi plan lo que pretende es ayudar a conseguir que esta
situación se produzca en las elecciones de marzo.
El secretario político había conseguido atrapar el interés de sus compañeros
de forma definitiva.
- Muy bien, ¿cuál es ese plan? - preguntó Josep.

Seis

11 de octubre 2007. Residencia del Ex Ministro en Toledo


- Gracias por haber venido, Víctor.
Fueron las primeras palabras con las que Juan Bueno recibió aquella tarde a
su antiguo compañero de facultad Víctor Saltero, en el vestíbulo de su lujoso
chalet de Toledo.
Hacía poco más de una semana que el ex ministro había conseguido
localizar al abogado en su domicilio de Sevilla, convenciéndole para que fuese
a visitarle a su residencia en la hermosa capital manchega.
Inmediatamente habían pasado a un saloncito privado. En la casa,
aparentemente, no había nadie. Al menos, fue el propio ex ministro el que
había abierto la puerta cuando el miembro de seguridad que estaba de guardia
en el exterior del chalet le informó de la llegada de un caballero. Saltero no
percibió la presencia de más personas.
- ¿Qué tomas?
- Un Cardhú, con agua y una sola piedra de hielo - respondió el abogado,
apaciblemente sentado en un elegante sillón de cuero oscuro, mientras
esperaba que su antiguo compañero le aclarase el motivo de la urgente
llamada, tras tantos años sin verse.
Juan Bueno sirvió la copa a su invitado, poniéndose, en su caso, otra bien
cargada de hielo.
Durante un rato recordaron antiguas anécdotas de la época en la que
estudiaban en la facultad de derecho. Por momentos parecieron disfrutar de los
recuerdos, pero Saltero sabía que el otro estaba deseoso de entrar en materia,
aunque, por algo que desconocía, parecía intentar estudiarlo antes de decidirse
a hacerlo.
Habían agotado sus bebidas cuando Bueno volvió a preguntar:
- ¿Quieres otra copa?
Víctor lo miró de frente.
- Llevas media hora estudiándome- habló con voz sosegada y profunda- ,
supongo que intentando averiguar si soy, o no, la persona indicada para decirle
lo que te preocupa. Es delicioso reunirnos para rememorar nuestra época
universitaria, pero tú no me has llamado para eso, así que supongo que algo te
inquieta y has pensado que, a lo mejor, yo podría ayudarte.
Bueno desvió la mirada y sonrió, con esa sonrisa que sus años en política le
habían enseñado a usar como una eficaz arma de escape. Por un momento se
produjo un silencio entre ambos hombres. Después, de golpe, el ex ministro
comenzó a reír francamente, sin afectación, y por primera vez pareció
relajarse.
- No cabe duda de que sigues siendo como te recuerdo: agudo y directo.
Pero tienes toda la razón, quería verte para algo concreto.
- ¿Has decidido si me lo dirás?
- Sí- respondió el político mirando a los ojos a su antiguo compañero- .
Eres la única persona que conozco que puede ayudarnos. Pero antes te ruego
me respondas a una cuestión
-Tú dirás.
- Llegó a mis oídos que en el caso de los dos etarras asesinados en el Ave
fuiste tú, digamos extraoficialmente, el que lo resolvió en realidad; así como
otro asunto en Barcelona relacionado con la desaparición de una alumna y su
maestra. ¿Es ello cierto?
- ¿Por qué quieres saberlo? - eludió responder directamente Saltero.
- Porque cuando me lo contaron admiré tanto la capacidad deductiva para
resolver cuestiones tan complejas, como la discreción demostrada en su
gestión. Y esas cualidades son imprescindibles para lo que nos preocupa.
Víctor Saltero apuró el último trago de whisky; dejó cuidadosamente el
vaso sobre la mesita de madera que separaba a ambos hombres, y mirando a su
interlocutor respondió con sencillez:
- Supongo que un señor que en esa época era ministro contará con buenas
fuentes de información. Por tanto entiendo que me estás preguntando algo
cuya respuesta ya conoces; si no fuese de esta forma no me habrías llamado.
- Sí claro- rio francamente Bueno, totalmente decidido a confiar en aquel
hombre-. Tienes toda la razón, y además necesitamos tu colaboración
urgentemente.
- ¿Necesitamos?- interrogó el abogado-. ¿Por qué usas el plural?
Juan Bueno se acomodó en el asiento.
- Has oído hablar de los Bonis?
- Nunca.
- Pues ése es el plural. Para empezar, ya habrás observado que aquí no hay
nadie aparte de nosotros. Mi familia está en Madrid y a los criados los
enviamos de permiso. Salvo el vigilante de abajo, nadie sabe que tú has estado
aquí y, por supuesto, nadie debe saberlo.
Saltero hizo un ligero gesto reflejando que así lo había entendido, cuando
volvió a preguntar:
- Está bien, todo eso ya lo había supuesto. ¿Pero, quiénes son los Bonis?
- ¿Qué sabes de la historia de Roma?
- Pues poco más de lo que estudiamos en derecho romano.
- Déjame contártelo: Plauto, en su obra Los cautivos, los cita para referirse
a los hombres buenos; pero éste término, más tarde, derivó a uso político; en
tiempos de Cicerón y César se usó para definir a los conservadores dentro del
partido aristocrático; es decir: los aristócratas entre los aristócratas.
- Muy instructivo- convino Saltero con una ligera sonrisa- y supongo que
traducido a la realidad actual supondrá que un grupo de vosotros formáis los
Bonis dentro del Partido Socialista.
- Efectivamente- respondió Bueno-. Algunos miembros de la vieja guardia
socialista, aquellos que participamos de una forma u otra en la época de la
transición, que hemos tenido cargos de responsabilidad, ministros, presidentes
de comunidades, alcaldes, etcétera, convinimos hace algún tiempo
coordinarnos en un grupo.
- ¿Secreto?
- Secreto no; pero sí muy discreto.
- ¿Por qué lo hicisteis?
- Era una forma de reunirnos unos amigos que, habiendo tenido
responsabilidades políticas y algunos de sus miembros teniéndolas aún,
compartimos convicciones y experiencias comunes.
- ¿Por qué esa discreción?
- No deseamos que en los medios de comunicación, y menos dentro de
nuestro partido, se pueda pensar que este grupo significa una corriente crítica
con la dirección actual. De hecho, ese vocablo, lo utilizamos exclusivamente
los pertenecientes al propio grupo como un sistema para identificarnos de
forma genérica, y hasta donde sabemos no es conocido por nadie.
- ¿Cuáles son los fines de los Bonis? - las preguntas las hacía Saltero sin
ningún énfasis, con el mismo tono de un médico que pregunta amablemente al
paciente por los síntomas de su enfermedad.
- En principio, sencillamente reunirnos un selecto y reducido equipo de
amigos, que aún mantenemos influencias en el PSOE, para analizar y discutir
sobre los problemas políticos de nuestro país alejados de luces y taquígrafos.
- Supongo que existe algún motivo más que dé sentido a tanta discreción.
Juan Bueno dudó un instante antes de responder:
- Es evidente que, en caso necesario, el foro de los Bonis nos permite
coordinar nuestras decisiones y si fuese preciso nuestros votos en Ferraz.
Ambos hombres callaron durante unos instantes cómodamente sentados en
el acogedor salón con sillones de cuero oscuro. El ex ministro supo que tendría
que detallar todo a Víctor, pues llegados a este punto, solo podía contar con su
total colaboración si le hacía partícipe de la importancia de sus razones para
solicitarle ayuda. Veía que Saltero no lo atosigaba, sino que fluidamente
dejaba que le fuese dando la información que creyera conveniente.
- A mí me han encargado que resuelva un asunto reciente que a todos nos
inquieta- Juan Bueno hizo otra pausa, como si estuviese buscando las palabras
precisas para después seguir-. Habrás oído todo el revuelo que se ha armado
con las quemas de fotografías del Rey en Cataluña.
Aunque era una afirmación más que una pregunta, Saltero contestó:
- Desde luego.
- Pues bien, sobre eso va el asunto. Como sabes no solo en Cataluña, sino
también en otras comunidades autónomas estos sucesos han tenido lugar como
manifestación de un rechazo de cierta gente a la monarquía. Hasta aquí solo
estábamos ante un desafortunado incidente incentivado por los partidos
periféricos que todos sabemos. Pero hace unos días vino a verme, a esta
misma casa, un mensajero de alguien de la Moncloa que colabora en el
gobierno, y que también pertenece a los Bonis. Traía una información tan
delicada que de hecho el mensajero llegó con nocturnidad, y hasta con
alevosía- dijo sonriendo el ex ministro, que volvía a escoger cuidadosamente
las palabras.
Tras una pausa continuó:
- Parece, y observa que estoy diciendo solo que parece, que la Moncloa ha
tenido algo que ver en el tema.
Tras soltarlo, Juan Bueno lanzó un profundo suspiro mientras intentaba
adivinar la impresión que lo acabado de decir producía en su interlocutor. Pero
este permaneció tranquilo e impasible.
- Comprenderás- continuó el anfitrión-, que el asunto es en extremo
delicado. Si algo se filtrara a los medios, lo de menos sería que pudiésemos
perder estas próximas elecciones de marzo, sino que podría incluso afectar a la
estabilidad general de España por razones obvias.
- Evidentemente, el país no se puede permitir el lujo de que uno de sus dos
grandes partidos ponga a la monarquía, que es cabeza del Estado, en cuestión.
Y menos el propio jefe de Gobierno desde la Moncloa.
- Efectivamente.
Bueno y Saltero se tomaron unos segundos de reflexión.
- ¿Seguro que no quieres otra copa?
- No gracias, Juan - contestó el abogado, que seguía sin demostrar tensión
alguna por lo que acababa de saber- . ¿Y qué quieres de mí?
- Queremos que investigues cuánto hay de cierto en ello.
Esta vez Saltero era el que parecía reflexionar.
- Perdona que lo subraye:¿Cuando estás hablando de la Moncloa te refieres
al cargo más alto?
Bueno hizo un simple gesto de afirmación con la cabeza.
- ¿En qué os basáis para sospechar?
- No puedo decirte la fuente pero, créeme, es de primera mano. Ni qué decir
tiene que dicha investigación se ha de hacer desde la discreción más absoluta.
Eres tú quién la ha de realizar con un carácter totalmente privado. Yo nunca
podría reconocer nada al respecto. Ni siquiera saber que ha existido.
- Ya- fue la lacónica respuesta de Víctor que parecía estar pensando a toda
velocidad- . ¿Y por qué yo?
- Porque no estás en política, ni perteneces a ningún cuerpo de seguridad; y
porque eres inteligente, discreto…
- Y prescindible- cortó Saltero.
- Efectivamente -respondió con una sonrisa el ex ministro.
Se hizo otra pausa, para después preguntar Víctor:
- ¿Y qué esperáis que descubra?
- Que nos confirmes o desmientas cualquier conexión de la Moncloa con
esos incidentes - hizo una pausa para después continuar-. El próximo diecisiete
de noviembre tenemos que designar oficialmente a nuestro próximo candidato
a la presidencia del gobierno, para representarnos en las elecciones de marzo.
Como es natural volveremos a designar a Herrero, pero la importancia del
tema es de tal envergadura que, si esas sospechas se confirmaran, estamos
dispuestos a dar un golpe de timón y mostrar públicamente nuestras
discrepancias con él, aunque nos cueste las elecciones.
- Los del PP os lo agradecerían- ironizó el abogado.
- Aunque sé que los políticos tenemos una imagen nefasta en todo el país, y
generalmente con mucha razón, existen algunos temas que deben estar por
encima de los intereses de partidos, y uno de ellos es no aventurarnos en
juegos con el Estado. Al menos esa es la opinión de los Bonis. En fin -suspiró
el político-, esta es la cuestión; un feo asunto. Pero, ¿puedo contar contigo?
Saltero no dudó.
- Sabes que sí, aunque sea por los viejos tiempos. Pero ya veremos lo que
se puede hacer con tantas limitaciones.
- Lo sé; pero son imprescindibles.
- ¿Quién será mi contacto?
- Te daré el número de un móvil. Cuando tengas algo que informar llama a
ese número, estará operativo las veinticuatro horas. Alguien lo descolgará pero
no hablará, solo escuchará tus informes que me serán trasladados
inmediatamente. Explica tus progresos en el sentido que sea pero, por favor,
date prisa, pues la reunión del Comité federal del partido, para designar al
candidato, está muy cerca; a poco más de un mes. Si por desgracia se
confirmaran estas sospechas, necesitaremos que nos aportes pruebas
irrefutables que nos permitan actuar a los Bonis. Sin esas pruebas no
podremos hacer gran cosa con los delegados, así que confío en ti para que nos
las proporciones en el caso de que sean verdad.
- Deduzco- dijo Saltero sonriendo suavemente-, que no volveremos a
vernos de nuevo durante otros veinte años; ¿me equivoco?
- Realmente no nos hemos visto.
- Ya- asintió el abogado sevillano.

Siete

16 de octubre 2007. Apartamento en las Ramblas de Barcelona


Había sido divertido. Esta vez Roberto no había participado personalmente,
pero siguiendo la inspiración de Alicia unos compañeros de partido habían
ahorcado públicamente una imagen del Rey.
El éxito mediático fue fulminante. Montones de periodistas y cámaras
inmortalizaron el momento. Todo ello acompañado de pancartas que sostenían
otros miembros de ERC, donde se afirmaba que Cataluña no tenía Rey. El
motivo justificativo de la manifestación era declararse en contra del posible
encausamiento del propio Roberto y de Jaume, los compañeros que realizaran
la primera quema pública de fotografía del monarca en septiembre.
El fuego se iba extendiendo, y en Galicia y Valencia se habían producido
hechos similares e incluso la prensa extranjera se hacía eco de estas acciones
reivindicativas contra la Corona.
La dirección del partido los disculpaba en público bajo el argumento de que
no era otra cosa que la manifestación de la libertad de opinión y, en privado,
les animaban a continuar, pero señalándoles que ellos -la dirección-
comprometidos en el gobierno de la Generalidad no podían aparecer como
inductores.
Tanto Alicia como él, igual que el resto de participantes, entendían estas
razones. De hecho, eran idénticas a las que se esgrimían cuando les enviaban a
boicotear algún acto del PP.
Es verdad que a Roberto le habían prometido que no habría consecuencias
penales. Que, probablemente, se abriría una instrucción o, en el peor de los
casos, es decir que el asunto fuese a vista oral producto de la insistencia de
alguna acusación particular, el fiscal pediría una pena lo suficientemente leve
para que, en vez de delito, terminara tipificado como falta por el juez de la
Audiencia Nacional al que le llegara el caso. En conclusión, que como mucho
lo sancionarían con una multa. El ruido había merecido la pena.
Roberto no entendía demasiado de esos sofismas jurídicos, pero sí su
pareja, pues Alicia cursaba quinto de derecho.
En la propia sede del partido, en secretaría, coleccionaban las fotografías
que publicaba la prensa y recortaban los comentarios. Como era de esperar,
unos periódicos, si a los nacionales nos referimos, eran muy críticos con las
quemas y otros, los catalanes, muy tibios en su condena. Otros compañeros se
habían ocupado de grabar las noticias dadas al respecto en los telediarios, e
incluso los debates televisivos que los hechos suscitaron.
La discusión actual entre los afiliados era si deberían continuar por esa vía
o cambiar de estrategia. No estaba claro. Existían dos corrientes: una que
opinaba que debían seguir, ya que tenían al Estado Español contra las cuerdas,
pues no podían meter en la cárcel a tanta gente y si lo intentaban significaría
un golpe publicitario de gran magnitud para Cataluña y para ellos los
defensores de la independencia; y otros, incluida buena parte de la dirección,
pensaba que había sido un paso importante, pero que deberían detenerse por
ahora, ya que la situación creada les permitiría negociar con Madrid en
mejores condiciones.
“Es el momento – decían- de recoger los frutos de lo que habéis sembrado
con vuestros actos, pero debemos detenernos por ahora”.
Alicia, cuya opinión solicitaba Roberto en sus íntimas conversaciones para
después trasladarla a sus compañeros de partido, también afirmaba que sería
prudente parar. Esa misma noche, en el pequeño salón del apartamento habían
estado debatiendo el tema en profundidad.
Vivían una época apasionante. Roberto reconocía que jamás se había
sentido como ahora, descubriendo que entre sus colegas había pasado de ser
uno más, a convertirse en un líder cuya opinión todos escuchaban. Pero en
cambio en casa, tenía la sensación de que Alicia se le escapaba entre los
dedos. Era evidente que en ella no conseguía despertar admiración alguna, en
cambio él se sentía cada vez más hechizado por su pareja.
Tras el debate se sintió exultante y excitado. De golpe la tomó por la
cintura y apretándola contra él comenzó a desnudarla allí mismo, en el sofá.
Se sentía poderoso. La besó con fuerza. Arrancó la blusa de la chica haciendo
saltar un par de botones. Después le quitó los vaqueros. Aprisionó fuertemente
sus pechos desnudos con las manos, para inmediatamente hacerla volver sobre
sí y penetrarla violentamente por detrás.
Ella le dejaba hacer.
****
Alicia se encerró en el baño. Pasó con ímpetu una toallita húmeda de papel
por su boca, queriendo hacer desaparecer el sabor de la boca de él; se miró en
el espejo contemplando su cuerpo desnudo. Era hermosa y lo sabía, pero no
podía evitar una cierta sensación de náuseas. Abrió la ducha y durante un rato
dejó que el agua acariciara su cuerpo. Tras secarse se sintió limpia, y dejando
correr aún el agua de la ducha llamó por el móvil.
- Xavier, necesito nuevas instrucciones- dijo en voz baja cuando
contestaron al otro lado de la línea.

Ocho

17 de octubre 2007. Despacho del Inspector Quintero en Sevilla


- Siempre es un placer verte abogado - dijo el inspector Quintero a Víctor
Saltero que se hallaba sentado frente a él en su desordenado despacho.
El policía rondaba los cincuenta años y se notaba que no era un hombre con
especial preocupación por la ropa. Las gafas graduadas que usaba le daban un
cierto aire de intelectualidad, pero esa impresión solía desaparecer pronto, tras
oírle hablar algunas palabras. De estatura similar a Saltero, era bastante más
ancho y, a diferencia de éste, presenta una frente despejada que insinuaba la
incipiente calvicie. Se conocían de la época en que el abogado peleaba en los
tribunales, desde entonces habían mantenido una larga relación de amistad,
extraña para dos personalidades tan diferentes, y habían compartido la
investigación de algunos casos en los últimos años. Quintero envidiaba la
elegante soltería de su amigo, así como la perfecta novia y el mayordomo que
endulzaban su vida. Para él, que tenía dos hijos y una mujer que protestaba
cada vez que le quitaba un programa de cotilleos de la televisión para poder
ver un partido de fútbol, el abogado significaba el prototipo de hombre que
había conseguido vivir como todos desearían hacerlo; sin hipotecas, dedicando
su tiempo a lo que le apetecía en cada instante, comiendo en restaurantes
caros, con una cálida cama caliente y un hermoso ático desde el que veía la luz
de las tardes sevillanas en las aguas del Guadalquivir, y los reflejos dorados en
las viejas piedras de la Giralda y la Torre del Oro.
- Para mí también es un placer verte - respondió el aludido desparramando
su mirada irónica por el desordenado despacho.
Advirtiéndolo Quintero, le desafió sonriendo:
- Déjame al gorrón de tu mayordomo un par de días y verá cómo pone
orden aquí.
- Ya pago bastantes impuestos como para ampliar mi generosidad con
cesiones de trabajadores.
- ¡Joder abogado, no he visto a un millonario más agarrado que tú!
- Te he dicho mil veces que no soy millonario; simplemente vivo bien, cosa
que tú aún no has aprendido.
En ese momento entró por la puerta abierta del despacho un policía
uniformado:
- Inspector…- comenzó a decir, viéndose interrumpido inmediatamente.
- ¿No ves que estoy ocupado? ¿Es algo urgente?
- No- titubeó el otro-. Puede esperar.
- Pues ven más tarde y cierra por fuera.
El uniformado salió rápidamente cerrando la puerta tras él.
- ¿Siempre eres así de amable con tus subordinados? - preguntó Saltero sin
perder la sonrisa irónica de su mirada.
- ¡Joder, basta con que te vean ocupado para que vengan con cualquier
chorrada! - se defendió Quintero con un gesto de la mano que pretendía quitar
importancia a la cuestión.
-Por otro lado- continuó- ¿te digo yo acaso cómo debes tratar a Hur?-
- Está bien- respondió en tono conciliador Víctor-. Vamos al asunto si te
parece.
- Pues sí. Más vale, porque siempre que apareces por aquí es para pedirme
algo.
- Aunque no es exacto lo que dices, en este caso tienes razón. Necesito tu
ayuda.
- Mi ayuda ¿para qué?
- Quiero que vengas conmigo a Barcelona.
- ¿Otra vez? ¿Tú estás loco? - la sorpresa del inspector era evidente, pero a
pesar de ello ironizó recordando otro caso en el que se vieron envueltos hace
algún tiempo en la ciudad Condal- ¿ No me digas que han vuelto a secuestrar a
la pariente de tu mayordomo?
-No hombre, no.
- ¿Entonces?
Saltero no contestó inmediatamente: Pensó en cómo se lo podría decir sin
contarle el motivo y la procedencia del encargo.
- Por una vez tendré que pedirte que confíes en mí -comenzó hablando
rechazando el gesto de duda que realizaba su amigo.
- Lo intentaré- concedió el policía sonriendo con ironía- . Dime de una ve
de qué se trata.
- ¿Conoces el tema de la quema de las fotografías del Rey?
- Claro, como todo el mundo.
- Pues de eso se trata. De averiguar quién está detrás de esas acciones.
Víctor dejó que la información entrara en la mente del amigo. Sabía que la
explosión vendría después y, efectivamente, no tardó:
-¡Qué puñetas estás diciendo! ¡En qué lío te vas a meter!
- Escúchame…
-¡Me niego a oírte abogado! Tú puedes hacer lo que te dé la gana, pero yo
soy un inspector de policía en Sevilla, que se supone tiene unas
responsabilidades y un puesto de trabajo que mantener para alimentar a mis
chicos y mi mujer. ¿Crees que puedo investigar lo que me apetezca? ¿Crees
que me puedo largar de aquí cada vez que se me antoje? ¡No sé en qué mundo
vives!
Saltero lo dejó desahogarse. Lo conocía demasiado bien y ya había previsto
esta reacción. Decidió mantenerse en silencio mientras el otro lo miraba de
mal humor, pareciendo querer averiguar si hablaba en serio o en broma, pero
en el rostro del abogado no conseguía descubrir ni sombra de una sonrisa.
Quintero pareció calmarse algo. Miró a un lado y otro, para después volver
nuevamente su mirada a Víctor.
- ¿Qué locuras se te ocurren?- dijo algo más calmado.
- Por una vez- respondió con voz profunda y serena el abogado- he de
reconocer que tienes razón.
- ¡Hombre, menos mal!
- Esto es algo que jamás te habría planteado si no fuese tan extremadamente
importante ya que, efectivamente, ese asunto de las fotografías parece que no
es de tu incumbencia ni de la mía.
-¡Pues claro!
- Pero en cambio, a pesar de la locura que parece, he de pedirte que me
oigas un momento.
- Abogado, ¿a qué estás jugando?
- A nada- respondió Saltero con su habitual sosiego-. Simplemente puedo
contarte que alguien cuyo nombre no puedo decirte y por razones muy
poderosas, que tampoco te puedo decir, me ha pedido que lo investigue en
absoluto secreto y le informe de las conclusiones antes de las próximas cuatro
semanas. Para ello necesito contar contigo de una manera estrictamente
confidencial.
- No puedo creer que estés hablando en serio…
- Absolutamente- respondió el abogado con firmeza- . Por eso te dije que
tendrías que confiar en mí, ya que no puedo darte más información.
- ¿Y tú para qué quieres saber quién está detrás de los ataques a la
monarquía, cosa que, por otro lado, parece ya resuelta y en manos de los
jueces?
- Quintero, te ruego que me creas cuando te digo que existen razones de
enorme peso, pero que me he comprometido a no desvelar. No te estaría
pidiendo ayuda si no fuese así. Se trata de intentar averiguar si hay más gente
detrás de esas quemas o los responsables son solo los identificados hasta
ahora.
Se hizo el silencio entre los dos hombres. Después fue el policía el primero
en romperlo:
- ¿Y qué pinto yo en todo esto?
- Quiero formar un equipo de investigadores privados que, dirigidos por ti y
por mí, averigüen todo lo posible sobre cada una de las personas que han
actuado en estos hechos. Una vez que reunamos esa información, tú y yo
intentaremos deducir si existen indicios que impliquen a otros individuos. Si
fuese así, retiraríamos a los detectives y seguiríamos los dos solos. Si no
aparecen pistas que señalen a nuevos responsables de esos sucesos, yo
informaré a quien debo hacerlo y todo habrá concluido.
Quintero lo miraba escrutadoramente, en silencio.
- ¿Sabes lo que eso podría significar para mí sí me cogen fuera de mi
jurisdicción metiéndome en un asunto de esa clase?
Saltero no respondió a lo obvio. ¡Claro que conocía las consecuencias! Él
las asumiría si fuese necesario y el policía también era consciente de ello; se
conocían hacía demasiados años y cada cuál sabía que contaba con la absoluta
lealtad del otro.
- No alcanzo a imaginar qué pintas tú en ese asunto.
-Es algo que no puedo decir. Pero ¿de verdad crees que es una
excentricidad mía?
Quintero lo miró atentamente a los ojos durante unos instantes. Después se
quitó las gafas y las limpió con una servilleta de papel. Cuando se las volvió a
colocar respondió en un tono que denotaba cierto cansancio:
- No, supongo que no. Al menos que te hayas vuelto loco con tanto tenis y
restaurantes caros. En fin… ¿seguro que necesitas mi ayuda?
Saltero no respondió. El policía vio en su mirada la contestación sin
necesidad de palabras y continuó con tono resignado:
- Presumo que no estás abusando de mi amistad, no suele ser tu estilo.
Espero que esos argumentos ocultos tengan suficiente peso como para que yo
asuma el riesgo profesional que para mí implica algo así, y para quemar mis
vacaciones de este año, que las tenía previstas para las próximas navidades.

Nueve

21 de junio 2007. Sede de ERC en Barcelona


Xavier sabía que había llegado el momento de exponer la estrategia que
preparó cuidadosamente durante largo tiempo, sobre todo a partir de las
últimas elecciones generales en Cataluña donde habían perdido tantos votos.
Comenzó a hablar:
-La cuestión consiste, básicamente, en colocar al Presidente del Gobierno
español en una situación lo suficientemente compleja y sutil como para que
cualquier decisión que tome para afrontarla le signifique una pérdida de
imagen y, sobre todo, división con ciertos sectores de su partido, la cual
intuida por los votantes, les llevaría a una significativa bajada de votos: las
clases medias no perdonan la desunión. ¿Estaríais de acuerdo con estos
objetivos?
Josep dudó un momento, y después, como reflexionando miró a Marina y
dijo:
- Por mi parte sí. Aunque eso más que un objetivo es un medio.
La secretaria de imagen observó alternativamente a sus dos colegas antes
de responder:
- Por la mía también. ¿Pero cómo podemos lograr eso?
Xavier se recostó sobre la silla y durante unos segundos pareció buscar las
palabras adecuadas antes de contestar:
- Voy a hacer un ejercicio de imaginación para poneros ante un escenario
donde cada acción y cada pieza tienen un sentido que da cuerpo a los fines que
pretendemos. Nosotros somos un partido independentista y republicano -la
obviedad no hacía esperar respuesta alguna de los otros dos contertulios-, por
tanto, sería lógico que cuestionáramos y atacáramos a la monarquía española.
- ¿Y eso adónde nos lleva en la práctica?- interrumpió Josep-. Ya hemos
manifestado nuestro republicanismo en muchos foros.
- Yo no hablo de declaraciones -respondió decididamente Xavier-. Hablo de
acciones.
- ¿Qué tipo de acciones?- inquirió cautamente Marina.
- Imaginaros que algunos miembros de base de nuestro partido queman
públicamente imágenes del Rey. Inicialmente unos pocos, para en los
siguientes días ir aumentando el número de actos de este corte, hasta conseguir
que el Presidente del Gobierno y los fiscales tengan que implicarse en el
asunto.
- Las consecuencias serían: revuelo mediático y persecución jurídica, que
llevaría a más impacto en los medios -afirmó contundente la secretaria de
imagen, para después preguntar-. ¿Sabes que eso está perseguido por el código
penal?
- Precisamente todos esos aspectos de la cuestión nos benefician, pues
obligaríamos a las fuerzas de seguridad a actuar, así como a los jueces y tras
ellos a los políticos de Madrid.
Josep reflexionó en voz alta:
- De acuerdo, supongamos que ya han salido en todos los medios de
comunicación los ataques a la Corona, en consonancia con el escenario que
planteas. Que, además, hemos conseguido con ello que encausen a algunos
militantes de nuestro partido. Pero, ¿cómo esperas afectar al PSOE con esa
táctica?
Xavier miró de frente al que le interpelaba, y contestó con rotundidad:
- En primer lugar, al Presidente del Gobierno español le estaremos
obligando a pronunciarse sobre esta cuestión. O lo hace motu proprio, o el PP
y los medios de comunicación le obligarán a ello. Si su respuesta fuese firme y
dura, le hará perder votos por su ala izquierda; si por el contrario duda, y su
respuesta es tibia, le abandonarán muchos votantes de las zonas centradas de
su propio partido. Es decir - resumió con convicción-: pierde en cualquier
caso.
Las últimas palabras parecieron estar siendo asimiladas por los presentes, a
juzgar por el momento de silencio que se produjo al terminarlas. Xavier supo
que había conseguido atrapar la atención de los otros. Estaba disfrutando el
momento.
Continuó:
- En segundo lugar, conseguiremos con ello volver a atrapar los votos que
perdimos en las elecciones catalanas de aquellos que no entendieron bien
nuestra postura en contra del Estatut y, probablemente, volvamos a recoger el
voto republicano de CIU y de Izquierda Unida. Pero el plan no termina aquí, la
parte más sabrosa del mismo es la que nos debe llevar a conseguir divisiones
internas dentro de la cúpula del PSOE.
Xavier volvió a detenerse esperando con satisfacción que cada una de sus
ideas fuera siendo asimiladas por sus compañeros de partido. Antes de poder
seguir con la explicación Marina le interrumpió:
- ¿Has pensado en las consecuencias jurídicas que pueden derivarse para
los militantes que realicen las acciones?
- Claro. Evidentemente serían llevados ante un juez, pero en ningún caso lo
encarcelarán, puesto que, si así lo hicieran, el gobierno sabe que toda la
opinión pública de izquierda se le echaría encima. Así que nuestros militantes
saldrían con una multa que, en última instancia, recurriremos.
Josep, sonriendo, reconoció mirando al secretario político:
-Tengo que aceptar que el plan es brillante, y estoy de acuerdo contigo en
que las consecuencias jurídicas serán las que apuntas. Desde luego pones al
Presidente del Gobierno en una situación imposible. Está claro que en ningún
caso puede salir bien de ella. Es más - pareció animarse según hablaba-, se
verá obligado a pasear al monarca por provincias del país a manera de
desagravio. Y mientras con la mano derecha hace eso, con la izquierda
intentará que los fiscales no sean excesivamente duros.
- Es muy posible que, efectivamente, esa sea su reacción- confirmó
reflexivamente Marina- . Y si es así no creo que obtengamos tanto rédito
electoral como el que prevés; habrá ruido mediático, pero con esa estrategia el
gobierno de España saldrá bastante bien librado, pues conseguiría contentar a
su ala derecha y a la izquierda simultáneamente.
Xavier sonrió mirando a sus dos compañeros.
- Tenéis razón, y veo que vuestros cerebros piensan deprisa. Pero hay una
segunda parte del plan que aún no os he contado. Es, justamente, la que nos
debe garantizar el resultado que pretendemos.
- Pues ya es hora de que nos la digas- habló Josep cada vez más interesado
en el asunto.

Diez

23 de octubre 2007. En un Hotel de Barcelona


- No quiero más copas -rechazó de nuevo Víctor Saltero la insistente
invitación de Quintero.
Habían llegado a Barcelona hacía unos días. Previamente el inspector había
logrado que el comisario le permitiera anticipar las vacaciones que debería
haber tomado para Navidades. Se inventó la excusa de un familiar enfermo.
Quintero había aceptado intervenir en el caso como un acto de fe en la vieja
amistad con el abogado, aunque cada día maldecía en arameo porque no le
diera mayor información.
Cuando llegaron a Barcelona contrataron unos detectives privados con el
fin de seguir a algunos de los jóvenes que habían estado implicados en la
quema de fotografías del Rey. Pero casi inmediatamente supieron que el único
que tenía cierto interés era Roberto Ferrer, pues parecía ser el iniciador de
todo; los demás, aparentemente, solo habían seguido su ejemplo.
Ahora se encontraban en un tranquilo pub, tras haber cenado en el
restaurante del hotel de lujo situado en plena Diagonal donde ambos hombres
se alojaban a costa de Saltero.
- Intento emborracharte a ver si sueltas algo -dijo con voz acre el policía-.
¿Cómo puñetas me puedes pedir que haga una investigación si no sé lo que
busco?
- Te lo he dicho mil veces: necesitamos conocer todo lo que se pueda del tal
Roberto Ferrer que inició el asunto del Rey; sobre todo saber si alguien le
indujo.
- Pero si ya lo sabemos todo, abogado ¿Qué más necesitas?
- ¿Y de la novia?
- También: que vive con el chico, que está terminando derecho, que es de
familia media, que es independista como el otro y, fundamentalmente, que está
muy buena ¿Qué más quieres?
Saltero pareció dudar un momento antes de preguntar:
- ¿Tú dirías que él o ellos, me refiero a la pareja, son los inspiradores de
este asunto del Rey?
- Joder, por supuesto que no. Supongo que habrán sido los jefes del partido.
- Sí -contestó pensativo Saltero -. Eso es lo que parece.
- Algo te preocupa, o algo sabes que no me quieres decir - después
chasqueó la lengua al continuar-. Menuda confianza tienes en mí después de
tantos años soportándote.
Quintero pidió otra copa. Cuando el camarero se la trajo, y tras darle un
largo trago, se volvió de nuevo hacia el amigo que lo miraba con socarronería.
- ¿No pensarás que estoy borracho?- preguntó al tiempo que se quitaba las
gafas y las limpiaba con una servilleta de papel.
- Por supuesto que no- concedió irónicamente el letrado- . Estás en tu
estado natural.
Quintero lo miró.
- No vas a conseguir enfadarme con tus comentarios mordaces… ¿Se dice
así? ¿Mordaces?
- Pues sí.
El inspector sabía cuándo a Saltero no había quién le sacase más
información, y ahora era uno de esos momentos. Así que tras dar otro largo
trago cambió de tema:
- ¿Sabes qué me dijo el otro día el subinspector Ramírez hablando de ti?
- No tengo ni idea, pero seguro que me lo vas a contar -contestó el aludido
sin disimular la sonrisa irónica de su mirada.
- Sí hombre, lo conociste en la estación del Ave de Sevilla, cuando lo de los
etarras muertos -aclaró-. Es mi segundo.
- Ya ¿Y qué dijo de mí?
- Que tú eres como a cualquier hombre nos gustaría ser; y yo, como en
realidad somos -hizo una pausa-. ¿Tú crees que eso es un insulto para mí?
Víctor Saltero soltó una carcajada.
- Dile a tu subordinado que muchas gracias…
- No, espera. Yo creo que lo que admira de ti es que siempre vas impecable,
el estado de soltería, tu mayordomo y que vives sin dar ni golpe… - de pronto
se dio cuenta- . En definitiva, ahora que lo pienso: ¡todo!
Hizo una pausa.
- Pero hablando de estados -continuó el policía hablando trabajosamente
por los efectos de la bebida- ¿Por qué no te casas como lo hace la gente
normal?
- Ya estoy casado con Irene.
- ¿Quién tú? ¿Cuándo te has casado?
- Cada día.
Quintero tomó otro trago.
- Joder abogado, ya me estás liando. ¡Qué vas a estar casado! Tú vives en
un fantástico apartamento de la calle Betis, frente al río Guadalquivir; mientras
ella vive en su piso. Irene tiene su trabajo; tú, más bien no haces nada -
continuó para después rectificar- ; bueno, de vez en cuando escribes un libro.
Pero eso ni es trabajo ni es nada. Mira - insistió - estar casado es tener
chiquillos con los que poblar este país, comer en la misma mesa todos los días
y dormir en la misma cama.
- ¿Por qué? - interrumpió Saltero con la sonrisa bailándole en los ojos.
- ¿Por qué, qué?
- ¿Por qué el matrimonio ha de ser eso que dices?
- ¡Porque es lo normal!
- La ablación es normal en ciertas tribus de África ¿es por ello buena?
- No, no -se reveló el inspector con los ojos brillantes-. No voy a dejar que
me enredes con tu palabrería de leguleyo. Sé que hablas mejor que yo, pero no
por eso tienes más razón. Déjate de África. La cosa es muy sencilla, si no
convives con Irene, no aguantas una suegra y dormís en la misma cama, no
estáis casados. Así de sencillo.
Víctor Saltero miró al amigo y, a pesar del indudable efecto que el whisky
exteriorizaba, resolvió contestarle:
- Escúchame un instante: Irene y yo decidimos, cada día, unir nuestra
independencia porque disfrutamos compartiéndola. Así que, de hecho, todos
los días nos estamos casando pues cada uno de ellos confirma nuestro deseo
de unión; y no solo en el momento de una boda, como suele pasar con un gran
número de matrimonios. Nosotros no tenemos un contrato mercantil que nos
obligue a convivir, tenemos el deseo de hacerlo voluntariamente uniendo
nuestras lealtades y fidelidad, votos que se renuevan automáticamente cada
mañana, por el simple deseo y voluntad de las partes de que así continúe. No
mezclamos nuestros sentimientos con contratos y firmas que subyuguen y
aprisionen, convirtiendo las relaciones de pareja en meras cláusulas de un
acuerdo jurídico. Simplemente nuestro compromiso nace de la aspiración de
compartir juntos la aventura de vivir.
- ¿Y si un día se cansa de ti, o tú de ella?
- Pues en ese momento nos separaremos, pero sin los traumas que
significan los divorcios de los que firmaron esos documentos mercantiles. El
que siga enamorado sufrirá como es natural, pero eso es inevitable en
cualquier caso.
- ¿Y por qué no dormís juntos?
- ¿Quién te ha dicho que no lo hagamos?
- Me refiero a dormir todas las noches en la misma cama.
- Eso no tiene importancia. Es más, aunque te parezca mentira es una de las
causas de mayor peso en la desaparición de la atracción física entre las parejas.
- Perdona abogado, ahora sí que no te entiendo.
- ¿Te acuerdas de Zapata?
- Claro, aquel tío que secuestró a dos tías y estaba obsesionado por la
belleza.
- Exacto. Pues aquel hombre tenía una obsesión que llegaba a lo patológico.
Por suerte esto no es lo habitual pero, en cambio, sí es normal que hombre y
mujer, de tanto verse todas las noches y de conservar tan pocos misterios el
uno para el otro, terminen aburridos al poco tiempo de casarse, y termine
muriendo el atractivo que cada uno de ellos representó para el otro durante la
etapa de noviazgo. La belleza se marchita de tanto mirarla…
- Joder abogado, qué complicado eres.
- No lo creas -contestó sonriendo Saltero-. ¿No te gustaría encontrar que
cada vez que te acuestas con tu mujer ves algo distinto, como cuando erais
novios? ¿Qué vuestra vida no se reduzca a la rutina de unos cuerpos que cada
noche se acuestan juntos?
- ¿Lo que me quieres decir es que por más buenas que estén las gambas de
Huelva, si las tomáramos todos los días nos cansarían?
- Sí -rio Víctor-. Poco más o menos.
- En definitiva -remachó el policía-, que como disfrutas de las buenas
comidas en esos restaurantes caros que tú vas, es yendo de vez en cuando;
porque si fuese una obligación te hartarías pronto. Es esto ¿no?
- Hoy estás brillante Quintero.
- ¿Sabes? Se lo voy a proponer a mi mujer…
- Excelente -contestó Saltero riendo mientras se ponía en pie dando unas
palmadas en el hombro del amigo -. Si te parece nos vamos a las habitaciones
y desde allí la llamas para contárselo.
****
Cuando Saltero entró en su habitación, próxima a la de Quintero, llamó al
número de teléfono que Juan Bueno le había proporcionado. Tras unos tonos
notó que lo descolgaban y comenzó a hablar:
- No avanzamos. Aparentemente el iniciador del tema ha sido Roberto
Ferrer, pero en mi opinión debe haber gente detrás pues el perfil de este
individuo no parece el de un líder capaz de desarrollar estrategias con algún
tipo de objetivo político. Es un chico joven, militante de ERC, que vive con su
novia y estudia, con poco provecho, económicas. La novia aparente tener
mayor personalidad; estudia derecho, y también pertenece al mismo partido
donde se conocieron, aunque ella lleva muy poco tiempo afiliada. Vamos a
instalar un CRW para controlar las llamadas que puedan hacer o recibir por los
móviles.
****
Serían las once cuando Saltero se despertó a la mañana siguiente. La
ausencia de Hur, que no había viajado con él a Barcelona, le llevaba a
prepararse el baño él mismo, pero reconocía su incapacidad para hacerlo con
la perfección del mayordomo. Pero más grave era que esa ausencia le obligaba
a prescindir del líquido revitalizante que cada mañana le proporcionaba para el
tránsito de comenzar el nuevo día.
Aún con el albornoz del hotel puesto se acercó al baño, para lo cual debía
pasar cerca de la puerta de entrada de la suite. De repente observó que en el
suelo, junto a la puerta, había un sobre que alguien debería haber introducido
esa misma noche. Lo cogió e inmediatamente volvió a la habitación para ver el
contenido. Era un recorte de una fotografía de un periódico; en ella se veía a
una serie de manifestantes bajo una pancarta del PSOE. Quien se lo hubiese
enviado, estaba seguro, quería que buscase algo en esa imagen, así que
comenzó a mirar los rostros de los manifestantes y de pronto la vio; allí estaba
claramente el rostro de Alicia, la novia de Roberto Ferrer.
Volvió a analizar la foto; dedujo que correspondía a un periódico de no más
de un año, aunque por la imagen no se podía deducir el motivo de la
manifestación. Se quedó pensativo.
¿Sería la chica el eslabón que conducía a la Moncloa? ¿Era un indicio de lo
que el ex ministro sospechaba? Pero, por otro lado, ¿quién tenía interés en que
él conociera este dato? ¿Le estaban intentando utilizar?
Tras reflexionarlo unos instantes decidió advertir a Juan Bueno sobre la
militancia socialista de la novia de Ferrer, llamando al número de teléfono que
le había proporcionado como contacto. Suponía que fuese quien fuese el que
escuchase sus informes los comunicarían inmediatamente a aquel.
Era consciente de que esa fotografía acentuaría las sospechas de los Bonis
sobre Moncloa.

Once

25 de octubre 2007. En un solitario callejón de Barcelona


Apenas algún perro vagabundo aparecía de vez en cuando para revolver
entre las basuras, y en las tres horas que Quintero llevaba controlando las
entradas y salidas del portal del apartamento de Roberto Ferrer, se había
jurado mil veces que sería la última vez que realizaría estas funciones de
vigilancia; ya no tenía edad para eso, y menos para estar tanto tiempo quieto
en tan mísero lugar. Entre dientes maldijo a Saltero que era el ideólogo del
asunto. Se prometió que, en cualquier caso, si tuviese que volver a hacerlo
sería ante la casa de un millonario que residiese en un lugar en condiciones.
Frotándose enérgicamente las manos intentaba combatir el húmedo frío de
la noche barcelonesa. Sobre las diez había relevado a uno de los detectives que
tenían contratado para estas labores de vigilancia.
Desde el oscuro y solitario callejón donde se encontraba, próximo a las
Ramblas, controlaba la puerta de entrada del estropeado edificio de
apartamentos donde residían Ferrer y la novia; también dominaba la luz
encendida del salón, lo que permitía saber que los investigados se encontraban
en casa. De vez en cuando podía observar sus siluetas pasar junto a la ventana;
allí estaban los dos. El chico llevaba tiempo, ella había llegado sobre las once.
El inspector tenía la certeza de que Alicia le había visto cuando abría el portal,
a pesar de la oscuridad, pues le había lanzado una mirada furtiva cargada de
desconfianza al pasar a pocos metros de él. Que le vieran era parte de la
estrategia de investigación marcada por Saltero: “Si ellos se sabían vigilados”
-había dicho el abogado- “probablemente cometerían errores que les podrían
llevar a ponerse en contacto con quienes fueran sus jefes en la operación;
entonces localizaríamos a estos”.
“Quizá tenga razón - reflexionó Quintero mientras echaba una rápida
mirada a la ventana iluminada- . Pero todo depende de lo que estuviese
buscando Víctor”.
Lo que le inquietaba realmente era su propio desconocimiento sobre lo que
se estaba indagando pues, en su opinión, parecía claro que los responsables de
los ataques al Rey eran los de ERC. Sin embargo, era evidente que Saltero
buscaba algo más y, seguro, que tendría sus razones. Pero ¿por qué no
confiaba en él y se las decía?
En su interior, de nuevo, maldijo al abogado que le había metido en este
asunto con tan escasa información. Se había preguntado múltiples veces a
quién estaría protegiendo; ¿por qué no podía decirle quién era el “cliente”?
Pero conociéndolo, sabía que nunca se lo diría, y aquí se encontraba ahora en
un sucio callejón, quemando sus vacaciones, pasando frío y vigilando a dos
chicos en su apartamento.
“Está bien” –pensó-. Espero que los del CRW detecten las llamadas y nos den
la respuesta a lo que Saltero esté buscando, pues ya no estoy para hacer
vigilancias de esta clase. ¡Maldita sea!”
Allí no sucedía nada: un borracho pasó, miró con indiferencia al inspector y
continuó su tambaleante camino.
Quintero notó que la humedad le empañaba las gafas; se preguntó con qué
podía limpiar los cristales. Rápidamente se decidió: abrió la cazadora de cuero
y sacándose un faldón de la camisa frotó las lentes con la tela; después se las
volvió a colocar; y tras cerrarse la cazadora con la que intentaba protegerse de
la noche miró de nuevo a la ventana. La luz se apagó en ese instante.
Decidió esperar unos minutos y, tras ellos, viendo que no sucedía nada,
salió del callejón en busca de un taxi que le llevara a la civilización. En el
hotel un baño de agua caliente le entonaría el cuerpo antes de dormir.

Doce

26 de octubre 2007. Sede de ERC en Barcelona


Roberto entró rápidamente en la sede del partido, en la calle Calabria de
Barcelona. Las personas que se cruzaban en su camino lo saludaban con
simpatía. No cabía duda de que su estatus había subido sensiblemente, al ser
considerado por todos el impulsor de la quema de fotografías del Rey don
Juan Carlos.
Atravesó un largo pasillo y penetró en un despacho escuetamente
amueblado. Detrás de una mesa se encontraba Josep Rubiols, uno de los
dirigentes más activos de ERC. Levantó la cabeza del ordenador con el que
estaba trabajando, mirando con sorpresa al recién llegado:
- Hombre Roberto ¿Cómo estás?
- Mal, estoy mal- respondió el joven manifiestamente nervioso.
- Siéntate - invitó Josep-. ¿Qué te sucede?
Roberto cerró la puerta antes de sentarse.
- ¿Qué me sucede?
- Sí hombre, ¿Qué ha pasado?
- Pues, sencillamente que me están siguiendo.
- ¿Cómo? - la sorpresa del dirigente era manifiesta-. ¿Quién te está
siguiendo?
- Eso no lo sé.
- Discúlpame; ¿pero estás seguro?
- Totalmente, ¿o crees que son imaginaciones mías?
- No he dicho eso. Cálmate, por favor.
- En la puerta de mi casa había un individuo, al cual llevo varios días
observando, que en cuanto me muevo me debe seguir, pues lo he vuelto a
encontrar en varios sitios diferentes. Hoy en concreto lo he visto a la entrada,
incluso, de este edificio.
Josep reflexionó un instante. Después se puso en pie y tomó a Roberto por
el brazo invitándole a que le siguiera.
- Ven. Veamos si está fuera todavía y lo podemos identificar.
A paso rápido atravesaron los pasillos, y tras franquear una puerta batiente
salieron al exterior.
Roberto miró alrededor, no encontrando al que buscaba. Observó que su
compañero hablaba con el guardia de seguridad de la puerta durante un
momento, y que este negaba con la cabeza. Tras ello se volvió a acercar.
- Vente. Volvamos al despacho.
Cuando estuvieron sentados, el joven continuaba visiblemente inquieto.
- Te ruego que no pienses que son imaginaciones mías. En un principio no
le di importancia -explicó Roberto-, pero después comencé a preocuparme: ¿
si ya he declarado en el juzgado, qué interés puede tener nadie en seguirme?
Yo no me he escondido en ningún momento. Incluso comentándolo con mi
pareja llegamos a pensar que el partido me hubiese puesto un guardaespaldas.
- No, en absoluto ¿Con qué objeto?
- Pues a alguien le intereso desde lo de las fotografías, y quiero vuestra
ayuda.
Josep hizo un gesto afirmativo, al tiempo que levantaba el teléfono y
hablaba unas pocas palabras.
- Ven, quiero que te enteres de esto -dijo al que estaba al otro lado de la
línea. Después colgó y dirigiéndose a Roberto continuó:
- Llegará en un momento Aníbal, el jefe de nuestra asesoría jurídica; él nos
podrá ayudar.
Efectivamente, en pocos instantes entró en el despacho un señor de unos
sesenta años, metido en carnes y pulcro, que se sentó junto a ellos. Hechas las
presentaciones lo pusieron en un minuto al corriente.
-Desde luego del juzgado no es, con toda seguridad - afirmó el abogado-.
Pero evidentemente podría ser la policía.
- ¿Y si es cualquier loco fascista? - Roberto manifestó sus temores ocultos.
- No creo -respondió el letrado-. Suelen proceder de otra forma; en este
caso no tiene pinta de que pueda ser uno de esos, pues acostumbran a actuar en
grupo, no de forma individual. Pero podemos averiguar algo -continuó
dirigiéndose a Josep-: habla con algunos de los consejeros que tenemos en la
Generalidad, y que se enteren si alguien dio instrucciones para que le
vigilaran, al menos nos permitirá ir descartando posibilidades.
Cuando Roberto salió de la sede del partido estaba algo más tranquilo, peo
en cualquier caso decidió que andaría con cuidado a partir de entonces.
Procuraría no estar en lugares solitarios y resolvió que, si la cosa continuaba,
pediría a sus jefes políticos que le proporcionaran protección.
Ese día no iría a la facultad. No tenía ánimo. Se dirigió a su casa pues
sentía necesidad de hablar con Alicia.

Trece

1 de noviembre 2007. Por las calles de Barcelona


- ¿Tienes los números de teléfonos a los que llaman?
- Sí -respondió Quintero al abogado mientras conducía por Barcelona el
vehículo que habían alquilado.
- ¿Y qué? - preguntó Saltero mirando distraídamente al exterior por la
ventanilla.
- Que existe algo extraño. Pero no en el chico, sino en la novia.
- ¿Extraño?
- Tiene dos móviles, y con uno de ellos solo hace llamadas a un número,
siempre al mismo. Con el otro nada importante, lo normal.
- ¿Has rastreado el primero? - preguntó Víctor mostrando interés por
primera vez en la conversación.
-¡Claro!
- ¿Y…?
- Por lo visto habla con alguien de Madrid. ¡Vaya con la niña! ¿Tendrá allí
otro amante?
- ¿Otro amante? - lo miró sorprendido Saltero- . ¿De qué estás hablando?
- Anoche no tuve tiempo de infórmate. Averiguamos que la novia de
Roberto Ferrer se tira a Xavier Oliva, el consejero político de ERC.
Quintero disfrutaba los pocos momentos en los que podía sorprender a
Víctor con algo, y ese era uno de ellos.
- ¿Estás seguro?
- La seguimos a una finca fuera de Barcelona. Al llegar allí abrió con su
propia llave. Minutos más tarde llegó el político. Estuvieron juntos un par de
horas. Supongo que el tiempo de echar un polvo. Después él volvió a casa con
su mujer y ella al apartamento con Roberto Ferrer. También comprobamos que
en la casa no había nadie más. Muy divertido ¿verdad?
Saltero estaba realmente sorprendido, pero solo dijo en tono sarcástico:
- Por una vez has hecho un buen trabajo.
- Gracias por tus amables palabras de felicitación -respondió el policía
irónicamente. - Tienes la virtud de abrumarme con tus halagos. En fin -
continuó resignado- ¿te sirve de algo esta información?
- Pues aún no lo sé –contestó Víctor con sinceridad.
- Yo creo que el tema está claro, abogado: ese Roberto no es más que un
infeliz, al que su novia, y el amante de ésta, han metido en el follón de las
fotografías. Vamos, que lo han utilizado de mala manera además de ponerles
los cuernos
Saltero contestó como reflexionando para sí mismo:
- Es posible, pero me parece demasiado evidente. Entonces, ¿por qué me
dejaron aquella fotografía de la manifestación donde ella estaba bajo una
pancarta del PSOE? Esto no tiene sentido…
Es muy posible que ella pudiera ser la inductora” - pensó Saltero-, pues el
chico no parecía tener la personalidad suficiente como para realizar acciones
por su cuenta. Podría ser también que el tal Xavier la estuviese manejando;
pero ¿qué significado tendría entonces la antigua militancia socialista de ella?
¿Era la chica el eslabón de la Moncloa, o jugaba varias cartas
simultáneamente?
Se volvió dirigiéndose a Quintero.
- ¿Podemos saber en qué zona de Madrid está ubicado el teléfono al que
Alicia llama?
- Sabemos, por el repetidor que distribuye la comunicación, que por puerta
de Hierro.
- Por ahí está la Moncloa, ¿no?
- Efectivamente -respondió Quintero mirando escrutadoramente al
amigo- ¿Tiene eso algún significado especial en el caso?
Saltero no contestó, y el policía intuyó que no debería insistir.
Cuando llegaron al restaurante de las afueras de Barcelona, donde tenían la
reserva para cenar, el abogado pensó que el tema se iba, aparentemente,
esclareciendo: ella jugaba a tres bandas; quien le daba instrucciones desde
Moncloa por teléfono tenía que ser el director de la partida; el novio,
evidentemente, no era más que un peón, y el amante de ERC podría ser una
fuente de información que, a través de la propia chica, tenía el que desde
Madrid moviera los hilos
Dudó un instante pero, finalmente, decidió llamar al número que Juan
Bueno le había proporcionado con el fin de que lo mantuviera informado. Para
hacerlo se retiró discretamente. Todo parecía confirmar las sospechas que el ex
ministro le había expresado días atrás.
Cuando se sentó a la mesa con Quintero este pudo observar que Saltero
estaba más preocupado de lo normal.
- ¿Te es útil la información?- preguntó el inspector.
- Sí -respondió evasivo el abogado-. Pero no lo termino de ver claro.
- Si no me dices lo que buscas creo que no puedo hacer nada más por ti.
- Tienes razón, pero…
- Ya - respondió Quintero- Lo de la confidencialidad no te lo permite.
- Así es. Pero existe algo que deberíamos averiguar.
- ¿A qué te refieres?
- Me refiero a con quién habla la chica en Madrid ¿Sería posible?
- Difícil. Pero se podría intentar.
Saltero pensó que el intento merecía la pena, y que si no lo conseguían,
como último recurso, se haría necesaria una conversación directa con Alicia.

Catorce

4 de noviembre 2007. Palacio de La Moncloa


Esa misma mañana de domingo era cuando había recibido la llamada
urgente desde Moncloa para que fuese a ver al Presidente del Gobierno, su
antiguo compañero de partido. Juan Bueno, ese día, que se había presentado
soleado y hermoso, había previsto dedicárselo a su mujer e hijos e ir de
compras por Madrid para después comer con ellos; pero los planes se habían
arruinado con la llamada.
Serían las doce cuando, en el coche oficial que le enviaron de Moncloa,
hacía su entrada en el recinto.
Juan Luis Herrero le fue a buscar al recibidor dándole la bienvenida con su
conocida sonrisa azul. Juan Bueno no conseguía adivinar la razón de la cita
urgente, así que decidió, en principio, dejarse llevar.
El presidente le propuso dar un paseo por el lugar y aceptó.
El día invitaba a caminar por los jardines, y lo hicieron durante un rato.
- ¿Sabes cómo llamaba Felipe a este palacio? -preguntó Herrero, para a
continuación seguir sin esperar respuesta-. Nata montada con toques de
purpurina.
El ex ministro afirmó sonriendo.
- Sí, lo sabía. Y tú, ¿lo calificas de alguna forma?
- Aún no he encontrado otra definición más adecuada que esa. Así que no
lo defino de ninguna manera; pero es cierto que todos los que nos hemos
instalado aquí hemos tenido que adecuarlo para intentar hacerlo más acogedor.
Nosotros, en concreto, hemos cambiado buena parte de la decoración que
existía anteriormente por otra más funcional. Metimos decoradores que le
cambiaran el aire incluyendo obras de arte contemporáneo. Lo único que
mantengo es la vieja mesa de despacho del General Narváez.
- ¿Estáis cómodos?
Era una simple conversación entre dos amigos, pero Juan Bueno sabía que
algo habría sucedido para citarle con tanta premura. No tenía prisa, que se lo
dijera cuando quisiera. Mientras tanto estaba dispuesto a disfrutar del hermoso
día en compañía de su compañero de partido.
- Al principio no. ¿Sabes?, te sucede igual que cuando cambias a otra casa
usada: tienes que adaptarla. Como sabes, el primero que vino a vivir aquí en su
calidad de presidente de gobierno, fue Adolfo Suárez. Él mandó construir una
pista de tenis y llenó de teléfonos la residencia. Posteriormente, Calvo Sotelo
los quitó, e instaló su piano. Felipe se preocupó más del jardín, de comunicar
por búnker subterráneo los edificios del complejo y de adecuar un pabellón
para celebrar los consejos de ministros. Aznar, por su parte, instaló una pista
de pádel y habilitó, en el tercer piso, una sala de juegos para los niños. En fin,
todos buscamos encontrarnos confortables en este lugar.
Mientras hablaban habían abandonado el jardín y penetrado en el interior
del edificio central. Dieron un paseo por la hermosa sala de música; después
pasaron por el salón Moncloa, lugar en que el presidente acostumbraba a
reunirse con las visitas.
- ¿Sabes de dónde viene el nombre de este palacio? - sin esperar respuesta
continuó- Del virrey del Perú, tercer conde de la Monclova, que fue quién lo
construyó en 1642. Posteriormente lo compró Carlos IV. Este edificio,
entonces, era simplemente el pabellón de caza.
- Durante la guerra civil creo que quedó prácticamente destruido -precisó
Bueno.
- Efectivamente Franco lo reconstruyó, y lo usaba como residencia oficial
de los jefes de estado que venían de visita a España. Se ha seguido
construyendo y ahora el complejo cuenta con dieciséis edificios.
Apenas se habían cruzado con nadie; solo con algún miembro de la
seguridad interna que les saludaba respetuosamente y con personal femenino
de servicio de limpieza, envueltas en sus casacas y pantalones pijamas de
verde pálido con cuellos oscuro.
La tranquila charla les había llevado al cuarto de estar, que daba al jardín, y
era iluminado por grandes ventanales.
El presidente invitó a Juan Bueno a que se sentara frente a él en un amplio
sillón estampado con delicadas flores de tonos suaves.
- Estáis conspirando contra mí? -dijo de repente el Presidente del Gobierno
con gesto aparentemente tranquilo, pero ahora sin el más mínimo asomo de su
reputada sonrisa.
El disparo cogió de improviso a Bueno.
- ¿Qué estáis diciendo Juan Luís? - el exministro no pudo disimular su
turbación dado lo inesperado de la acusación.
- Que estáis conspirando contra mi gobierno - repitió en el mismo tono- .
Tú y los que os hacéis llamar los Bonis ¿Por qué?
- No existe conspiración alguna - apenas consiguió responder Juan Bueno.
- ¿Tampoco existen los Bonis?
- Si te han informado correctamente ya sabrás que no somos más que un
grupo de amigos que compartimos ideología y militancia en nuestro partido, y
que pusimos ese nombre en base a que somos gente de la vieja aristocracia del
PSOE; pero en ningún caso una corriente ideológica diferente, y menos unos
conspiradores.
Bueno era consciente de que la sorpresa le había puesto a la defensiva.
Notó que improvisaba, e intentó realizar un esfuerzo para rehacerse.
- ¿Un grupo de cuántos?
- Varios.
- Cuando eres tan evasivo he de interpretar que juegas al secretismo…
- No sé qué te habrán contado - interrumpió el ex ministro que, con la
práctica obtenida en tantos años de batallas políticas, sintió que comenzaba a
recuperarse-. Déjame explicarte: hace algún tiempo un grupo de dirigentes del
partido y alguna otra persona de relevancia, pero de similar ideología,
decidimos crear un foro para discutir y discurrir juntos sobre los
acontecimientos políticos de importancia. Es de lo más lógico, todos sus
componentes han hecho de la política su vocación y profesión, estén en activo
o no. Decidimos que nada de ello debería trascender, pues perjudicaríamos al
partido con la más que probable interpretación torticera que muchos harían al
querer ver en ello inexistentes divisiones internas. Así que mantuvimos la
confidencialidad del foro, con sus reflexiones y sus componentes -y concluyó
mirando por primera vez de frente los ojos azules del presidente-. Eso es todo.
Juan Luís Herrero se inclinó hacia delante.
- ¿Y por qué no me informasteis? Soy el secretario general del partido
además del presidente del Gobierno y, supongo, que tengo derecho a saber qué
sucede a mí alrededor. Deduzco que, incluso, debe haber algún miembro de
los Bonis en mi gabinete.
- Porque el foro se nutre fundamentalmente de la vieja guardia - respondió
Bueno obviando conscientemente el último comentario realizado por su
compañero- , y cada cual está en él a título personal, no institucional.
Se hizo un silencio entre ambos hombres. Ninguno de los dos estaba
cómodo con la conversación pero el Presidente era consciente de que había
desaparecido el factor sorpresa con el que había querido presionar a su
invitado. No cabía duda de que era zorro viejo y, por tanto, peligroso. Tomó
nota mentalmente de que debía averiguar cuanto antes que personas próximas
a la presidencia pudiesen estar relacionadas con los Bonis para alejarlas de
Moncloa.
Decidió cambar el tono al preguntar suavemente:
-¿Ese foro existía cuando dimitiste como ministro?
- No - contestó rotundo Bueno- Nació más tarde.
- Los Bonis - dijo Herrero como pesando la palabra-. Boni significa
literalmente, si no recuerdo mal el latín, hombre bueno. ¿Qué sucede, que los
demás somos los malos?
Por primera vez el ex ministro sonrió:
- ¿Quién sabe? -sugirió en medio de la sonrisa-. Pero no es eso. El sentido
que tuvo en Roma, durante los tiempos de César, fue político y hacía
referencia a los viejos aristócratas como los escipiones o Catón.
- Que se consideraban los guardianes de los valores aristocráticos…
- Efectivamente.
- ¿Igualmente vosotros os consideráis los guardianes de los valores del
partido?
Juan Bueno suspiró antes de contestar:
- De alguna forma sí, aunque suene pretencioso. Llevamos toda la vida
luchando por nuestras convicciones, incluso en la difícil etapa de la dictadura,
y al menos nos gustaría pensar que tenemos algo de utilidad aún.
El Presidente se puso de pie. Juan Bueno fue a hacer lo mismo por
deferencia, pero Herrero le hizo un gesto para que siguiera sentado. Paseó
durante unos instantes por el pequeño y silenciosa salón. De repente se volvió
hacia su invitado:
- Estamos a muy poco tiempo de las elecciones generales. Supongo que
nuestro comité Federal me volverá a designar como candidato a la presidencia.
No sé quién ni cuantos componéis los Bonis, ¿pero cuento con vuestra lealtad?
- La has tenido siempre.
- ¿Presentaréis alternativa a mi candidatura?
El ex ministro no respondió inmediatamente, y Herrero volvió a sentarse
frente a él mirándolo con gesto de preocupación.
-De tu silencio deduzco que lo estáis pensando. Sería una clara deslealtad pues
le haríais un flaco favor al partido y estaríais remando para el PP.
Juan Bueno, que había recuperado totalmente su sosiego habitual, recordó
los últimos informes telefónicos que había recibido de Víctor Saltero, según
los cuáles parecía que desde Moncloa alguien instruía a la novia del que inició
las quemas de imágenes del Rey, y que esta chica era la amante de un
destacado dirigente de ERC. ¿Quién manejaba a quién? ¿Moncloa a ERC o
estos a Moncloa? Se lo estaba preguntando cuando de nuevo oyó al Presidente
que insistía:
- ¿Tendréis la deslealtad de presentar alternativa a mi candidatura?
El ex ministro sintió de repente que un soplo de indignación le subía desde
el corazón a la mente; intentó controlarlo pero respondió con decisión:
- Mira Juan Luis, en principio no tenemos pensado presentar ningún
candidato, pero nuestro comportamiento va a depender de ti -vio que el otro le
iba a interrumpir e hizo un gesto para que le dejara continuar-. No tienes
ningún derecho a hablarme de deslealtad. Llevas gobernando más de tres años
y en todo momento, como una piña, te hemos arropado. Durante ese tiempo
gobernaste muchas veces como si aún creyeras estar en la oposición; parecía
que no solo el PP no asumió su derrota electoral, sino que tú tampoco llegaste
a asumir la victoria al asociarte con minúsculos partidos que nos han creado, y
nos seguirán creando, mil y una dificultades -de nuevo vio que el presidente
deseaba apostillar-. Déjame continuar -dijo con firmeza-. Me has llamado para
pedirme explicaciones y te las voy a dar, desde la lealtad, pero también desde
la más cruda sinceridad. Como te estaba diciendo no nos gustaron algunos de
tus socios, y los terminamos aceptando; podías haberte coligado con CIU, CC,
etcétera, y no darle tanto peso a los independentistas, pues es ridículo gobernar
un país con los que no creen en él; pero aun así te seguimos. No nos gustaron
tus acercamientos a una ETA que estaba casi derrotada, y que hoy vuelve a
participar en las instituciones merced a dudosos acuerdos y, por tanto,
nuevamente cuenta con financiación proveniente de los impuestos para seguir
matando y extorsionando. Arriésgate en esta operación, en contra de la
opinión de muchos de nosotros, y la aventura se convirtió, finalmente, en
evidente desventura por más que te ayudemos a disfrazarla de cara a los
electores. A pesar de ello te volvimos a secundar y no dudamos en combatir a
los que te criticaban. En política internacional nos hemos quedado huérfanos,
sin amigos de algún peso, gracias a gestos vacíos e inútiles que satisfacen a
algunos pocos votantes de la izquierda, pero a costa de irritar a muchísimas
personas del centro moderado. Aprobaste una regularización masiva de
emigrantes, haciendo crecer el negocio de las mafias africanas que trafican con
ellos, también en contra de lo que muchos te aconsejábamos, y ahora nos
vemos obligados a pagar a dictadores de aquellas zonas para que los
readmitan. Nuestra suerte a este respecto es que la ineficacia de la derecha
española no les lleva a sacar manifestantes a las calles para llamarnos asesinos
cada vez que se ahogan en el mar hombres, mujeres y niños africanos que son
la carne con la que trafican las mafias que hemos potenciado con esa
regularización.
Herrero nunca había visto a Juan Bueno, un hombre que tenía fama de
sereno, tan agresivo. De hecho se sentía tan desconcertado que le oía en total
silencio.
- En fin - continuó el ex ministro- no quiero seguir, pero no me hables de
deslealtad. Te hemos apoyado una y otra vez para no darle a la oposición la
satisfacción de vernos divididos. Mira, y con esto termino, de la historia hay
que aprender: ¿tú sabes por qué arrasamos en las elecciones de 1982, cuando
ganamos con Felipe? - el mismo se dio la respuesta a tan retórica pregunta-.
Porque la UCD de Adolfo Suárez se desintegró con sus peleas internas. La
gente busca estabilidad en quienes deseen que les gobiernen, y el partido que
daba esa imagen era el nuestro; así que la clase media nos votó en masa. Los
Bonis tienen carácter confidencial para evitar eso precisamente: impresión de
división, y mucho más en estos momentos en que han salido del partido
algunas personas muy valiosas por discrepancias con la política que haces. En
conclusión, te hemos defendido hasta hoy y seguiremos haciéndolo, no
estamos dispuestos a dar imagen de desunión pues siempre tiene un fuerte
impacto electoral. Pero solo hasta ciertos límites…
El rotundo y apasionado discurso terminó en un intenso silencio entre los
dos hombres. Para colmo, por el hecho de ser festivo, ningún teléfono lo
interrumpía dándole mayor densidad.
- No cabe duda -terminó rompiéndolo el Presidente- de que eres directo en
tus exposiciones. Renuncio a intentar convencerte de lo que es obvio: que tu
óptica y la mía son distintas en el análisis y diagnóstico de los temas que has
desgranado. En cualquier caso, no sé si agradecerte tu sinceridad o maldecirte
por ella - sonrió al decirlo- . Pero hay algo a lo que no has respondido con
claridad: ¿presentaréis contra mí a un candidato para las próximas elecciones?
El ex ministro pareció buscar las palabras antes de responder al Presidente
del Gobierno:
- Previamente, permíteme que te haga otra pregunta: ¿has tenido, directa o
indirectamente, algo que ver en el asunto de la quema de fotografías del Rey?
Ahora la reacción de sorpresa correspondió a Herrero. Bueno no fue capaz
de interpretar si era por su absoluto desconocimiento del asunto, o porque no
esperaba que él pudiese saber algo al respecto.
- ¿Qué barbaridad estás diciendo?
- Nos ha llegado alguna información preocupante en este sentido -dijo el ex
ministro con voz neutra.
- Desconozco de dónde os ha podido llegar semejante disparate.
- Juan Luís, no me has respondido.
- ¡No! ¡Por supuesto que no sabía nada de ese tema hasta que sucedió!
- Bien, pues te contestaré a lo que preguntabas - continuó Bueno sin
entonación en la voz-. No habrá, en ningún caso, candidato contra ti en el
próximo Comité; sería absurdo, puesto que lo controlan tus personas afines.
Pero si tuvieses que ver algo con los ataques a la monarquía, muchos de
nosotros incluyéndome a mí, no asistiríamos en Fuenlabrada al acto de la
presentación de tu candidatura a la presidencia del gobierno el próximo día
veinticuatro.
- ¿Me estás amenazando?
- En absoluto. Me pediste sinceridad y te la estoy ofreciendo. Para los
Bonis, y para la mayor parte de los ciudadanos de este país, la corona significa
estabilidad por encima de la lucha de los partidos. No es que seamos
especialmente monárquicos, pero es evidente que España necesita de esa
estabilidad; si los votantes intuyeran que, más allá de la anécdota que
significan unos independentistas exaltados quemando fotos de los reyes, un
partido de nuestra trayectoria tuviese que ver algo con ello, nos pasaría como a
la UCD, desapareceríamos y entregaríamos los votos al PP de forma masiva.
- ¿Habéis podido pensar que yo tenga algo que ver?
- Deseamos de corazón que no sea así: Has contado, y seguirás contando en
la siguiente legislatura, con todos nosotros. Pero si estuvieses implicado en el
asunto no te apoyaríamos, escenificando nuestra reprobación con la ausencia
en el acto de tu proclamación pública como candidato. Como te será fácil
entender, estas ausencias serían interpretadas por la prensa y los votantes
como una censura contra ti de significados miembros del partido; opinamos
que aunque perdiéramos eventualmente un par de millones de votos en marzo,
al relevarte, cosa que propondríamos si tienes unos malos resultados
electorales, los recuperaríamos pues opinamos que solo estaríamos en una
mala situación coyuntural, y otro equipo distinto al tuyo se encargaría de
recuperar la confianza de los electores para las siguientes elecciones.
El Presidente era consciente de la dureza de las palabras de su compañero
de partido, aunque las pronunciase con su habitual tono educado y suave.
- Todo esto es ridículo - afirmó con convicción-. ¿Y cómo puedo
demostraros que no tengo nada que ver?
- No te preocupes. De eso nos ocupamos nosotros.
- Deduzco por tus palabras que lo estáis investigando -contestó el
Presidente recuperando la frialdad- . En fin, ¿cuándo me comunicaréis si
cuento con vuestro apoyo?
- No hará falta comunicarte nada. Si no tienes nada que ver con el acoso a
la Corona estaremos todos en Fuenlabrada el próximo veinticuatro -hizo una
pausa como si estuviese dudando seguir, pero finalmente se decidió-. Además
también debe quedar claro que, aunque estemos allí, seguimos opinando que
deberías rectificar en otros asuntos políticos de gran calado. Si no, como es
lógico, pensaremos en retirarte nuestro apoyo para los siguientes comicios:
dos legislaturas podrían ser suficiente en tu caso…
Herrero miró atentamente a su interlocutor intentando adivinar qué había
detrás de sus palabras; pero decidió ocuparse solo del presente: ¡Dios sabe lo
que podría pasar dentro de otros cuatro años!
-Está bien, actuad como creáis - contestó el Presidente poniéndose en pie,
al tiempo que no pudo evitar un suspiro de profundo cansancio-. ¿Sabes Juan?,
nunca pensé que esto de gobernar fuese tan duro.
- Tú has escogido el trabajo - respondió sonriendo el ex ministro.

Quince

21 de junio 2007. Sede de ERC en Barcelona


- ¿Cómo creéis que reaccionarían ciertos sectores del PSOE si intuyeran
que el Presidente del Gobierno hubiese estado implicado, directa o
indirectamente, en los actos contra la monarquía?
Marina y Josep se miraron entre ellos, y después este último se dirigió con
cara de asombro al secretario político:
- ¿De qué estás hablando?
- Pues de algo que mi plan puede conseguir.
Se hizo un silencio pesado: por los pasillos exteriores se oyeron los pasos
apresurados, amortiguados por la gruesa puerta cerrada, de algunos
colaboradores del partido. Marina, que hasta ese momento era la única que no
había fumado, con la mirada pidió permiso a Josep para tomar un cigarrillo del
paquete que tenía sobre la mesa. Lo encendió y tras una rápida calada miró a
Xavier, y solo le dijo:
- Adelante.
El secretario político sabía que era lo más espinoso de su estrategia, pero
necesario para ganar la batalla de marzo. Así que decidió continuar:
- Es indudable que cuando los actos de quema se produzcan se abrirán dos
tipos de investigación: una oficial, que será la que salga en los medios de
comunicación en la que aparecerán como responsables algunos militantes de
nuestras bases, y otra confidencial, por la que querrán averiguar si existe algún
otro participante, aparte de nuestra gente.
- ¿Es eso viable? - preguntó dubitativo Josep-. ¿Podremos implicar a otros
y asegurar la existencia de esa segunda investigación?
- Sí -respondió con rotundidad el exponente-, siempre que a ciertos oídos
del PSOE llegue la información de que alguien cercano al Presidente del
Gobierno ha podido estar detrás de la quema de imágenes del Rey. Las
personas titulares de dichos oídos se encargarían de hacer saltar las alarmas
dentro del partido y querrán averiguar, confidencialmente, lo sucedido antes
de que el tema les pueda salpicar de forma irreversible.
- ¿Y cómo vas a conseguirlo? -inquirió Marina que no salía de su asombro
ante lo que estaba oyendo, pero procurando en todo momento que sus
emociones no traslucieran.
- Si mi plan lo aceptáis tendréis que confiar absolutamente en mí, pues no
estoy dispuesto a desvelar el nombre de la persona, o medios, que utilizaré en
este asunto. Obviamente me estoy refiriendo al que deberá actuar como
inductor. Lo único que os puedo decir a este respecto es que yo puedo hacer
que esas sospechas surjan dentro de ciertos dirigentes del partido socialista,
con suficiente grado de verosimilitud, para que la operación tenga éxito.
De nuevo se hizo el silencio. Cada cual por su cuenta comenzó a pensar en
las eventuales consecuencias que el plan podría traer. Fue Marina la primera
en reaccionar:
- En el supuesto de que aprobáramos esta parte de tu estrategia, cosa que yo
al menos aún no he hecho, me gustaría que nos dijeras, pues supongo que ya
lo habrás pensado, qué relación tiene todo este asunto con lo de los votos y
qué crees que sucederá dentro del PSOE.
Xavier, de nuevo cuidando las palabras, se decidió a contestar:
- Tienes razón, lo he reflexionado en toda su extensión. Por tanto te
contestaré primero a la segunda parte de tu pregunta: Cuando a ciertos sectores
del partido socialista llegue esta sospecha, parece razonable pensar que van a
intentar averiguar, a espaldas de la persona que sospechen implicada, es decir,
del Presidente del Gobierno, la veracidad de dicha sospecha. Cuando
investiguen, conseguiremos darles los indicios necesarios como para hacerles
pensar que el rumor que les llegó era cierto.
- ¿Y cómo le harás llegar ese rumor inicialmente? - interrumpió Josep.
- Esa es la parte más fácil del plan - respondió Xavier- ; en cualquier
comida o cena con algún miembro del PSC, con los que compartimos
gobierno en Cataluña, podremos dejar caer, una vez comenzada la quema de
fotografías, que deberían tener cuidado en la forma de tratar este asunto,
puesto que, según nuestros informes, algún miembro relevante de su partido
está implicado y, probablemente, esa implicación tenga su origen en Moncloa;
y es solo en atención a que gobernamos juntos con ellos la nación catalana - lo
dijo subrayando la definición política de la comunidad autónoma-, la única
razón por la que no lo filtramos a la prensa, pues somos conscientes de que, si
así lo hiciéramos, le produciríamos un daño irreversible de cara a las próximas
elecciones. Indudablemente, la persona que dentro del PSC reciba esta
información la pasará confidencialmente a Madrid, y desde allí llegara a los
oídos que a nosotros nos interesan; es decir, a la vieja guardia socialista que
hoy tiene poco poder, pero mantiene muchas influencias. Estos últimos serán
los que abran la investigación para intentar conocer si su jefe los está llevando
a un callejón sin salida. Mi mayor dificultad consistirá en averiguar cuanto
antes a qué personas envían para realizar dicha investigación. A partir de ahí
será fácil, pues procuraremos que a éstos le lleguen los indicios necesarios…
Josep asintió con la cabeza, y sonrió admirativamente al dirigirse de nuevo
a su colega de partido:
- ¿No será Maquiavelo antepasado tuyo, verdad?
- No lo creo - respondió riendo francamente Xavier por primera vez en la
reunión-. Mis antepasados se remontan a Aragón, que no a Italia.
Los comentarios sirvieron para distender la reunión. Xavier continuó de
forma relajada, como el que expone un plan estratégico de mercado.
- Veréis, las consecuencias de este plan son evidentes. Los miembros más
antiguos del PSOE, que aún tienen peso en el partido como dije anteriormente,
reaccionarán cuestionando seriamente a su candidato si entienden que está
implicado en estos actos, pues no estarán dispuestos a permitirle que ponga en
peligro la institución monárquica; ya tragaron mucho con lo del Estatut y con
la negociación con ETA. Todo este jaleo interno se producirá antes de que
designen oficialmente al Presidente del Gobierno nuevamente como candidato
para las elecciones de marzo. Tendrán muy complicado el hecho de conseguir
que ese conflicto no trascienda al exterior y, como espero, si así sucede, eso le
puede costar más de un millón de votos que probablemente irán a la
abstención. En conclusión, les llevará a equilibrar sus resultados con los de los
populares y nos necesitarían irremediablemente para gobernar España.
- ¿Podríamos llevar con estas acciones a ganar al PP? - preguntó inquieto
Josep.
- Solo en un supuesto: que ETA realice un atentado importante en época
electoral. El efecto de esto, sumado al de nuestro plan, podría significar un
descalabro para los socialistas. Pero los independentistas vascos no lo harán,
pues son los últimos interesados en que el PP vuelva a gobernar; no olvides
que ya tuvieron experiencia de cómo los tratarían. Por tanto, rechazo esta
posibilidad - respondió con toda seguridad Xavier quien, evidentemente, había
estudiado todas las variables-. En circunstancias normales, el efecto será que
les haremos perder los escaños suficientes como para que nos necesiten. Y
como ya os precisé, aunque los conservadores sacaran algunos votos más que
los socialistas, ni aun así podrían gobernar, ya que la suma del resto de
partidos daría la presidencia al actual. En cualquier caso la situación siempre
sería favorable para nosotros, porque aun bajando escaños seguiríamos siendo
imprescindibles para la gobernabilidad. La lógica compensación que
pediremos será un aumento significativo de poder de Ezquerra Republicana en
Cataluña, de la mano de los socialistas, claro está.
Ya no había cigarros encendidos, pero los ceniceros estaban calientes.
Xavier se inclinó hacia delante y miró con fijeza a sus dos compañeros de
partido.
- Si aprobáis este plan no quiero preguntas. Yo lo ejecutaré en su integridad
y no responderé ante ningún órgano del partido. Solamente tenéis que
responderme a una cosa ¿vamos adelante?
Josep miró a Marina. Esta tenía la vista clavada en la mesa de madera, así
que se decidió a responder:
- Por mí de acuerdo.
Ambos hombres concentraron su mirada en Marina. Esta solo hizo un
ligero gesto afirmativo con la cabeza.

Dieciséis

Puerto Olímpico de Barcelona


Alicia estaba preciosa con el ajustado uniforme que en el bar de copas le
obligaban a enfundarse. Era viernes por la noche. Aún no había demasiada
gente. En esa zona del puerto olímpico barcelonés, era a partir de la una
cuando comenzaba el ambiente, y ahora apenas eran las once. Le había
llamado la atención un cliente al que había servido un Cardhú, con agua y una
sola piedra de hielo, que estaba solo en un velador. Era maduro y atractivo.
Como todavía no había demasiado trabajo se pudo permitir contemplarlo con
tranquilidad. Más que guapo le parecía interesante, con personalidad; le
echaría unos cincuenta años, aunque apenas tenía unas canas.
De pronto se dio cuenta que el hombre le miraba también a ella, y aunque
lo hacía de forma correcta, Alicia retiró su mirada. Poco después vio que le
hacía un ligero gesto, y decidió acercarse por si quería que le sirviese algo
más.
Cuando estuvo a su altura le preguntó:
- ¿Desea alguna otra cosa?
Era curioso, porque la costumbre le hacía tutear a todos los clientes con
independencia de su edad y porte, pero en este caso no se atrevió.
- Sí -contestó de forma sosegada el interpelado-. Si no es mucho pedir, le
agradecería que se sentara conmigo unos instantes.
- Eso no es posible, señor -contestó la chica a la que se le encendió cierta
luz de alarma, pues ese tipo no parecía el vulgar ligón que quería enrollarse
con una niña mona, situación a la que estaba muy acostumbrada.
Cuando fue a dar media vuelta para retirarse oyó al otro decir:
- Quiero hablar con usted de Xavier.
Alicia se detuvo en seco. Se volvió lentamente y miró con mayor atención
al que le interpelaba.
- ¿Qué Xavier?
- Sabe perfectamente a quien me refiero, pero no se alarme - intentó Saltero
tranquilizarla-. Serán solo unos minutos, y creo que el tema es de máximo
interés para usted.
La chica estaba desconcertada. ¿Quién era ese desconocido que parecía
saber lo que nadie conocía sobre su propia vida? ¿Y qué quería?
Volvió a dudar por unos instantes, pero después decidió que tenía que
enterarse de lo que se trataba.
Musitó un tímido “un momento por favor” y Víctor la vio alejarse para
hablar algunas palabras con una compañera que, tras mirarlo a él, hizo un
visible gesto afirmativo con la cabeza. Tras ello la chica volvió a su mesa.
- Siéntese - invitó el abogado.
- Solo cuento con unos minutos, mientras mi compañera atiende las mesas -
dijo Alicia al tiempo que tomaba asiento frente al hombre- ¿Qué desea de mí?
¿Y quién es usted?
Víctor Saltero dibujó una relajada y franca sonrisa con la evidente intención
de tranquilizar a la joven.
- Créame que quien soy yo no tiene ninguna relevancia; en cualquier caso
soy alguien que no intenta hacerle ningún daño. Simplemente quiero comentar
con usted ciertas informaciones.
Alicia no habló. Estaba totalmente perdida; si no era para ligar ¿por qué
aquel individuo elegante estaba interesado en ella? ¿ Ycómo sabía lo de
Xavier?
- Le voy a dar - comenzó Saltero con voz baja y tranquila- una serie de
datos que conozco, para que usted me ayude a completar un puzle que me
plantea interrogantes.
Ella comenzó a sentir una especie de presión localizada en el estómago,
pero ahora sabía que no podría levantarse de allí. No consideraba que aquel
hombre fuese a hacerle daño, pero aun así parecía peligroso.
- Usted está terminando derecho -el abogado desgranaba la información
asépticamente-. Vive con Roberto Ferrer en un pequeño apartamento alquilado
cerca de las Ramblas desde hace muy poco tiempo. Recientemente se afilió a
ERC, pero la primera curiosidad nace de esta cuestión: hasta hace muy poco, y
durante varios años, ha estado afiliada al PSC, y no era una afiliada que se
limitara a pagar sus cuotas, sino que era un miembro activo y comprometido
con este partido.
Saltero calló, por si ella quería apostillar alguna cosa.
-Sí -concedió la chica que comenzó a tranquilizarse y recuperar la
confianza en sí misma al oír el tono amable de aquel individuo-. Pero no creo
que tenga que darle explicaciones a nadie por ello.
- No, ni mucho menos -contestó Víctor con una sonrisa-. Tiene toda la
razón. No estaría hablando de esto si no fuese por ciertas circunstancias.
- ¿Qué circunstancias?
- Por ejemplo, que usted es la novia de la persona que inició el tema de la
quema de fotos del Rey, al tiempo que la amante de un líder casado de ERC, al
que ve subrepticiamente de vez en cuando y con el que habla con frecuencia
por su móvil y, para colmo, es una antigua militante socialista. Este es el puzle
a encajar.
Alicia estaba pálida. Ese hombre tenía muchísima información y, a pesar de
sus aparentemente tranquilizadores modales elegantes, no pudo evitar un
escalofrío. De pronto se sintió desvalida en manos de un extraño, pero sabía
que de allí no podía moverse.
- ¿Y qué tiene que ver todo eso con usted? -musitó la chica, siendo
consciente de que ni siquiera había intentado negar las afirmaciones que se
estaban vertiendo con tanta seguridad.
- Créame que eso no importa. Solo intento comprender lo que sucede -
continuó Saltero-. Pienso que usted tampoco conoce todo el asunto, pero para
poder tener las respuestas correctas sería necesario que me conteste algunas
preguntas con total sinceridad, aunque sean muy personales.
Alicia no dijo ni que no ni que sí. Simplemente notó que el dolor del
estómago renacía y que aquel hombre la dominaba.
- ¿Se cambió de partido por convicción política o por amor?
Ella dudó. ¿Debería contestar a ese desconocido? No sabía por qué, pero
intuía que si no lo hacía su situación se volvería más peligrosa. Aquel hombre
tenía que estar relacionado con aquellos que la vigilaban. Con voz apagada se
decidió a contestar:
- No sé qué derecho tiene a preguntarme esto, pero le voy a responder.
Efectivamente fue por convicción. Él -dijo en referencia a Xavier pero
eludiendo el nombre, que en estas circunstancias le incomodaba pronunciarlo
ante aquel extraño-, siempre respetó mi ideología. Pero llegó un momento, con
el tiempo, en que comencé a compartir su pensamiento político y finalmente
decidí afiliarme a ERC. ¿Qué tiene eso de particular?
- Realmente nada - concedió Saltero-. Pero, respóndame a otra pregunta,
esta es más personal: ¿ama usted a Roberto?
- ¿Cómo se atreve?
- Discúlpeme - cortó con firmeza y suavidad Víctor-. Le dije que no quiero
hacerle daño alguno; si no fuera importante lo que aquí se dilucida no entraría
jamás en un terreno tan íntimo, y tan ajeno a mí, pero precisamente por ser un
desconocido para usted el que está hablando debería intentar sincerarse,
porque al final de nuestra conversación probablemente sea yo el que le dé a
usted información, que aunque ahora no lo crea, le es necesaria.
Hubo un silencio. Saltero observó que seguía habiendo muy pocos clientes
y que la chica paseaba su mirada de la mesa a sus ojos, sin saber qué pensar.
Continuó:
- Como le decía, podría asegurar que usted no está enamorada de Roberto,
es demasiado simple para alguien de su nivel, y, en cualquier caso, si fuese de
otra forma no seguiría con Xavier del cual es amante desde antes de conocer a
aquél - miró a la chica con fijeza-. Así que la única respuesta que encuentro es
que fue Xavier el que le pidió que se fuese a vivir con Ferrer ¿Es correcto?
Alicia calló. Por debajo de la mesa apretó sus manos, que habían empezado
a sudar, contra sus muslos, al tiempo que hacía un ligero movimiento
afirmativo con la cabeza.
- ¿Cuáles fueron sus argumentos para convencerla?
No sabía si levantarse e irse, o terminar aquella conversación con un
hombre que la dominaba con sus exquisitas formas, pero con guante de hierro.
- Era de interés para el partido - musitó la chica-. En las elecciones
catalanas no nos había ido bien, y teníamos que hacer algo para recuperar
votos nacionalistas.
- Y entonces la preparó a usted para inducir y guiar a Roberto en el asunto
de la quema de fotografías del Rey ¿Correcto?
Alicia volvió a asentir con la cabeza.
-Permítame una última pregunta - oyó que le decía aquella voz profunda-
¿Xavier la quiere a usted?
La joven se sintió desnuda de pronto. Esa pregunta directa y descarnada era
la misma que llevaba tiempo haciéndose a sí misma, y ahora, de repente, la oía
en la voz de un extraño. ¿La quería? Pensó para sí. Había momentos en que
estaba convencida de que él la amaba, pero otros, cuando una y mil veces
aplazaba la separación de su esposa con el argumento de los hijos, le nacían
fuertes dudas. Pero la cuestión quizás no fuese esa: lo único que sabía con
certeza es que ella estaba enamorada de él.
Levantó la mirada y vio que aquel hombre la miraba. Estuvo segura de que
había seguido el hilo de sus pensamientos y eso le hizo sentirse desnuda.
- Sí -contestó mirando la mesa y apartando la mirada de él-. Creo que sí
- Ya - replicó Saltero en tono neutro.
Se hizo de nuevo el silencio solo interrumpido por los murmullos de las
conversaciones de los pocos clientes que en ese momento estaban en la
terraza.
De pronto ella alzó la mirada y preguntó directamente.
-¿Existe algo, ya que tiene tanta información, para hacerle pensar que él no
me quiere?
Víctor Saltero, por primera vez, pareció dudar de la conveniencia de seguir
la conversación; pero finalmente se decidió a exponer sus razonamientos:
- Es usted preciosa, y estoy seguro de que podría enamorar a cualquier
hombre que se propusiese - sonrió levemente al decirlo, pero no daba la
impresión de estar lanzando un piropo, sino constatando un hecho probado-,
pero creo que en este caso han abusado de sus sentimientos.
- ¿Cómo dice?
- Mire, le voy a explicar mis conclusiones -Saltero se retrepó en la silla, que
comenzaba a incomodarle, y miró con sosiego a la chica para continuar-.
Usted ha engañado, y a su vez ha sido engañada - cortó un iniciado gesto de
protesta de Alicia-. Por favor, déjeme explicarle: todo comenzó con las
próximas elecciones de marzo. Su partido necesitaba crear una estrategia que
le permitiera, como usted bien decía, recuperar votos, y sobre todo poder. A
alguien se le ocurrió lo de atacar a la monarquía, pero para eso podían haberlo
escenificado con cualquier militante de base, sin más- Saltero hizo una pausa
para continuar después-. Pero no, la pieza clave en todo el asunto era usted,
dado su reconocido pasado socialista. Esta circunstancia les permitiría dejar
caer la sospecha de que dicho partido podía tener que ver en el caso para
cualquiera que investigase. Si dicha sospecha llegara a la opinión pública
significaría una fuerte pérdida de votos para el PSOE. El grado de
verosimilitud de dicha sospecha se la aportaba su presencia y las llamadas
telefónicas que usted hacía a un número determinado. Yo investigaba el tema,
y alguien, que lo averiguó, se encargó de recordarme su pasado socialista,
enviándome al hotel un recorte de un periódico donde aparecía usted bajo una
bandera del PSOE en una manifestación. Quien me la hiciese llegar, de una
forma burda, intentó que siguiese esa línea de investigación.
- ¿Qué es lo que pretende decirme con esta historia de los partidos?
¿Que Xavier me ha utilizado? - la voz de la joven apenas salía de sus labios.
- Sí -respondió con tranquilidad Víctor- . No cabe duda alguna. Usted ha
jugado a Mata-Hari y se ha quemado. Manipuló a Roberto, que está
profundamente enamorado de usted, y a su vez ha sido manipulada por Xavier
para alcanzar su objetivo de implicar al Gobierno en este asunto. Fue por eso
que le pregunté que si creía que él la amaba.
- No le puedo creer -Alicia sintió que todo en ella se revelaba-. Yo sabía lo
que hacía. Es verdad que pude manipular a Roberto, pero lo hice con un fin
perfectamente justificado, y de acuerdo con Xavier…
- ¿De veras? - cortó con calma Saltero-. Pues entonces dígame: ¿es este el
número del móvil al que usted llamaba para recibir instrucciones de Xavier?
Víctor sacó del bolsillo interior de la chaqueta un pequeño papel y se lo
entregó a la chica por encima de la mesa. Esta lo cogió y tras mirarlo contestó:
- Sí. Este es.
- Pues bien, ese número está ubicado en Madrid, concretamente en la zona
de Moncloa, y sé que usted creía estar hablando con Xavier en Barcelona.
Alguien quería, y no puede ser otro que su amante, que cuando lo
descubriéramos pensáramos que desde Madrid le estaban dando las consignas.
Esto hubiese supuesto un escándalo dentro del propio Partido Socialista que,
de una forma u otra, hubiese llevado a escisiones y enfrentamientos dentro de
su seno e, inevitablemente, habrían terminado trascendiendo a la opinión
pública y con ello pagado un alto peaje en las elecciones de marzo, del cual
esperaba beneficiarse ERC.
- ¡Qué me dice, si yo hablaba con Xavier y él estaba aquí!
- Efectivamente tiene razón: como usted conocía, pues lo veía de vez en
cuando Xavier nunca se movió de Barcelona. Precisamente con eso la engañó.
Pero en realidad, con quien usted hablaba por teléfono, creyendo hacerlo con
su amante y en conversaciones muy cortas, era con un hombre el cual,
sencillamente, imitaba su voz. Fue el propio Xavier quién lo organizó de esta
forma. Él fue también quien me dio la pista de su pasado socialista,
haciéndome llegar su fotografía de la manifestación al hotel; lo que
desconozco es como averiguó que yo estaba investigando el caso pero, de
cualquier modo, es evidente que lo supo.
Alicia sintió que se derrumbaba. ¿Cómo era posible? Pero lo que decía
aquel hombre era cierto, sus comunicaciones eran demasiado escuetas e
impersonales como para poder asegurar que, efectivamente, aquella voz
pertenecía a Xavier. Éste la había instruido en la necesidad de conversaciones
cortas argumentando razones de seguridad. También fue él quien le convenció
de la utilidad de aquellas acciones para el partido; solo eso, y su amor por el
político catalán, le habían llevado a soportar la intimidad con Roberto. De
repente se sintió como una furcia.
Levantó la mirada y pudo comprobar que allí no había nadie. Miró
alrededor, pero no vio rastro de aquel señor elegante.
Sobre la mesa había unos pocos euros.

Diecisiete

24 de noviembre 2007. Polideportivo de Fuenlabrada en Madrid


Miles de banderas rojas, con las siglas del Partido Socialista, eran agitadas
al aire en el polideportivo de Fuenlabrada. A pesar de ser un sábado avanzado
del mes de noviembre el día se había presentado con un sol radiante; es cierto
que en el exterior corría un frío aire del norte, pero dentro del polideportivo, la
temperatura permitía quitarse abrigos y chaquetas como muchos de los
delegados habían hecho.
En realidad era más bien una puesta en escena que un acto formal de
designación de candidato para las elecciones generales de marzo. Esto ya se
había decidido, previamente, en el Comité Federal celebrado en la sede de la
calle Ferraz.
Durante el día anterior habían ido llegando los representantes de las
diversas federaciones territoriales y comunidades autónomas. Solo Cataluña
era un caso aparte, puesto que el PSC tenía el estatus de partido asociado, pero
eso no era impedimento para que sus representantes estuviesen presentes. Los
más ruidosos eran los de las Juventudes socialistas, pues la mayoría de ellos
era la primera vez que estaban cerca de sus líderes. Pero todo el mundo
formaba corros, saludando a compañeros que habitualmente no solían ver. Los
periodistas, por su lado, buscaban a los líderes, y micrófono en mano,
entrevistaban a alguno de ellos.
Parecía una fiesta, más que una reunión política. Pero bajo la capa festiva
en los corrillos se comentaban ciertos rumores que habían volado, para la
mayor parte de ellos de forma totalmente novedosa, que insistían en que
ciertos prohombres del partido no acudirían a esta cita. Como es natural los
reporteros que cubrían el evento captaron dichos rumores e intentaban
averiguar quién estaba allí en el polideportivo, y sobre todo, quién faltaba.
Cierto era que hasta aquel maremágnum de corrillos y personas andando por
los pasillos no se detuviera no podrían saberlo. No obstante, cada uno hacía
sus propias cábalas, cuando tras buscar no encontraban a alguno de los líderes
históricos.
Lo que no estaba muy claro es de dónde habían salido aquellos rumores y,
menos aún, qué hacía suponer a algunos que podría haber sorpresas de última
hora. En cualquier caso, los medios de comunicación que habían acudido a
cubrir este acto, se encontraron con algo inesperado que repentinamente lo
hacía más interesante, por ello se afanaban en intentar conocer qué había
detrás de dichos rumores. Intentaron hablar con miembros del Gobierno, pero
no pudieron localizar a ninguno. Les dijeron que estaban en una instancia del
pabellón y que al finalizar el acto atenderían a los medios de comunicación.
Con media hora de retraso, cosa habitual pero que dio pie a nuevas
conjeturas, sonó el aviso de que iba a comenzar.
Cuando todo el mundo se hubo sentado se encendieron los focos que
iluminaban el estrado, decorado con los eslóganes que el partido había
decidido para las elecciones de la primavera próxima. Como siempre, habían
logrado una buena puesta en escena.
Cuando el Presidente del PSOE subió y se puso ante los micrófonos, las
banderas y los aplausos volvieron a llenar el ambiente. Fue entonces cuando
los periodistas y muchos delegados comenzaron a buscar con la mirada a los
que estaban sentados en las primeras filas, que correspondía a los miembros
del Gobierno, líderes del partido y representantes sindicales. Esta vez no
habían venido personalidades extranjeras de cierto renombre. Pero la realidad
es que no consiguieron aclarar mucho la cuestión. Cuando alguien echaba de
menos a alguna figura, otro respondía que creía haberla visto en la otra
esquina del polideportivo. En conclusión, los esfuerzos solían ser vanos pero
no por ello desistían. Realmente, si había algún tipo de conflicto interno, ello
significaría una noticia de mucho más alcance que el motivo real para el que
aquel acto se había convocado. Dificultaba todavía más la búsqueda de los
líderes el hecho de que todo el mundo estuviese de pie.
Por los altavoces se oían las palabras del Presidente del Partido, con su
cuidado acento andaluz; pero poca gente atendía sus palabras.
Enumeró los éxitos obtenidos en la legislatura que acababa, combinados
con una resumida historia del socialismo en España, para terminar diciendo:
- Así que hemos elegido al mejor candidato; el mismo que ha gobernado
este país durante los últimos cuatro años, y el mismo al que llevaremos, entre
todos, de nuevo a la Moncloa para que siga liderándonos. Como ya sabéis me
estoy refiriendo - hizo una pequeña pausa, como si se tratase de crear suspense
en algo que ya era sobradamente conocido-, a nuestro Secretario General, Juan
Luís Herrero.
Éste, que había permanecido sentado en primera fila en silencio y,
aparentemente, siguiendo con atención las palabras del Presidente del Partido,
se levantó y comenzó a saludar con la mano a los miles de afiliados allí
presentes que habían lanzado de nuevo, pero agitándolas con mayor fuerza,
sus banderas rojas al aire. Era el momento para hacerlo, pues todos conocían
que, justo en esos instantes, serían recogidos por los medios con profusión.
Herrero subió al estrado, dando un abrazo al Presidente del Partido,
mientras con satisfacción vio cómo toda la vieja guardia aplaudía. Era muy
importante contar con ellos, pues realmente eran los aristócratas del PSOE: los
Bonis.
Se quedó solo en el escenario iluminado frente al micrófono. Sonreía con
su mirada azul al público que le aclamaba. Hizo repetidos gestos de calma con
la mano, hasta conseguir un razonable silencio.
- Compañeras, compañeros - habló por primera vez a sus correligionarios -
es para mí un honor aceptar de nuevo la candidatura de mi partido a la
presidencia del gobierno de España.
Todo el mundo se puso en pie. Otra vez las banderas llenaron el cielo
iluminado del polideportivo y los aplausos atronaban el festivo ambiente. Las
cámaras de televisión recogían la escena, que después aparecería en los
telediarios, y salpicaban cientos de flash de las fotografías que irían a los
medios escritos. Se cantaban a coro canciones con rimas alusivas al aspirante
y al partido. La prensa pudo observar que allí estaban todos los que eran
alguien en el PSOE; no parecía faltar nadie.
Cuando se consiguió calmar a los asistentes continuó hablando el
candidato:
- En primer lugar, quiero agradeceros a todos vuestra presencia y apoyo;
con vuestra ayuda volveremos a gobernar España para continuar con la labor
comenzada. Pero, especialmente, quiero hacer referencia a nuestros
compañeros que vivieron los duros momentos de la transición y que,
posteriormente, han tenido responsabilidades en el gobierno de la nación, en
comunidades autónomas o en múltiples alcaldías. Ellos nos alumbran con su
experiencia y sabiduría; he contado hasta ahora con su lealtad, y sé que seguirá
siendo así, ¿verdad Felipe, Alfonso, Juan, Joaquín - cada aludido, sentado en
las primeras filas, al ser nombrado se iba poniendo en pie aclamado por los
presentes- , Manuel, Ignacio, Luis…? Y tantos otros.
Cuando los vítores bajaron de intensidad continuó:
- Gobernar es decidir, y decidir significa acertar y equivocarse.
Probablemente, en estos cuatro años hemos cometido errores, ya se encarga el
PP de recordárnoslo - puntualizó sonriendo, referencia que desató silbidos en
la sala dedicados al principal partido de la oposición-, pero creo que el balance
ha sido positivo como el Presidente del Partido ha tenido la amabilidad de
expresar. No obstante - con un gesto apaciguó los aplausos que se iniciaban-.
No obstante - repitió cuando se hubieron calmado-, si el pueblo español nos
vuelve a dar su confianza, pero no alcanzáramos una mayoría suficiente para
gobernar en solitario, invitaremos a compartir nuestras responsabilidades de
gobierno a aquello partidos que crean en España y en el sistema de estado que
hemos construido entre todos para poder prosperar y convivir en paz.
Estaremos siempre dispuestos a hablar y negociar cualquier cosa razonable,
pero no a cambiar las instituciones que funcionan desde hace decenios en
nuestra democracia. Este país debe ser una aventura común de todos los que lo
habitamos, y no un foro de discusión continuar con el fin de encontrar
argumentos y justificaciones para separarnos.
Los presentes, que por primer vez parecían estar oyendo lo que se les decía
desde el estrado, vieron cómo las primeras filas, las de los clásicos del partido,
se levantaban como un solo hombre a aplaudir. Tras ellos, toda la sala hizo lo
mismo ruidosamente.
A Herrero le pareció que la ovación duró una eternidad. Por detrás de las
luces de los focos que le deslumbraban adivinó que, por esta vez, los aplausos
no formaban parte del guion: eran espontáneos. Se sintió emocionado.
Los presentes se sentaron, y cuando los aplausos dejaron de oírse,
sustituidos por un silencio expectante, continuó:
- Hay temas importantes que resolver, y en ellos pondré mi mejor empeño.
Y por eso, hoy desde aquí, me comprometo a que todos los asuntos que tengan
especial significación para el futuro del país serán tratados con el principal
partido de la oposición, con el objeto de llegar a acuerdos estables sobre el
terrorismo, la ordenación territorial, la justicia, la defensa, la política exterior
y, concretamente, os anuncio también, compañeros, que les propondré un
pacto para reformar la Ley Electoral, de forma que, en el futuro, demagogos
con unos pocos votos no tengan, como consecuencia de las aritméticas
electorales, un peso desproporcionado a su representación que les lleve a
continuar teniendo la llave de la gobernabilidad del Estado y el control de sus
políticas esenciales. Por último, os comunico mi firme determinación de
recuperar para las instituciones a algunos de nuestros más experimentados
compañeros, a los que agradeceré que me ayuden desde cargos de
responsabilidad y sigan colaborando, como siempre hicieron, en hacer más
grande y justo este gran país llamado España.
Durante unos instantes el silencio fue más expresivo que cualquier aplauso.
Se podía oír hasta el ruido de las cámaras grabando. Nadie esperaba que el
discurso del candidato contuviese tal catálogo de novedades. Herrero lo sabía;
lo había elaborado en la intimidad de la Moncloa, consultándolo
exclusivamente con los más allegados.
El candidato dirigió la mirada a las primeras filas con preocupación,
aunque perfectamente disimulada por su sonrisa azul, pues aunque la luz de
los focos apenas le permitía ver los rostros de sus compañeros sabía que
estaban allí. Conocía perfectamente que algunos de ellos pertenecían a los
Bonis, y estos eran fundamentales para el respaldo a su programa. Había
decidido que, aunque estas propuestas eran arriesgadas, si contaba con ellos
podría sacarlas adelante. Gobernar no era trasladarse a vivir al palacio de la
Moncloa, consiste en tomar decisiones y crear esperanza y futuro para los
ciudadanos.
Lentamente, uno y después otro, los de las primeras filas comenzaron a
ponerse en pie aplaudiendo. Pudo distinguir claramente a Juan Bueno, que fue
uno de los primeros en manifestar su aprobación. Instantes más tarde todo el
auditorio se levantó unánimemente y la ovación estalló con inusitado fervor.
El riesgo había merecido la pena.

Dieciocho

Ático de Víctor Saltero en Sevilla


El sosiego de la tarde que terminaba permitía a Víctor Saltero disfrutar de
la lectura de un libro, sentado en el ático de su piso en la calle Betis. Era una
antigua novela que le introducía en el Japón medieval: Shogun, de James
Clavell.
Acababa de despedirse de Irene, tras degustar juntos la comida que, como
siempre, cuidadosa y delicadamente había preparado y servido Hur. Ella tenía
un compromiso profesional y tuvo que marchar a atenderlo, aunque quedaron
citados para verse esa noche en el apartamento de ella.
Durante la sobremesa habían compartido extensamente lo que el abogado
había hecho en Barcelona durante los días precedentes. Hablaron de política,
de secretos y de amor.
Ella le preguntó si pensaba escribir la experiencia vivida. Saltero, tras
reflexionarlo, contestó que lo pensaría pero, en cualquier caso, si se decidía
tendría que modificar bastantes términos y circunstancias, dado su
compromiso de confidencialidad. Irene no compartía su opinión. Entendía que
esa confidencialidad tendría sentido si el resultado hubiese sido distinto, pero
dado que todo parecía haberse aclarado felizmente había perdido su objeto.
Víctor prometió madurarlo.
La sevillana tarde que caía le invitaba al disfrute de la lectura, que se vio
interrumpida cuando Hur sin ruido, como si en vez de andar flotase, entró en
la terraza discretamente para cambiar el consumido vaso de whisky por otro
igual, siempre con una sola piedra de hielo. Pero esta vez no volvió a salir. Por
un instante permaneció en el mismo lugar con su elegante librea indicándole
de forma inequívoca, con una discreta tosecilla, su deseo de dirigirse a él.
Víctor levantó la vista del libro.
- ¿Qué puedo hacer por usted, Hur?
- Disculpe, señor. Deduzco que se han resuelto de forma satisfactoria los
asuntos que, junto con el señor Quintero, le han llevado a Barcelona en los
últimos días.
- Así es, Hur.
- Perfecto, señor. Permítame por ello transmitirle mi felicitación.
- Gracias, Hur. Pero no tanto, pues existen ciertas personas en la vida que es
interesante mantener lejos .
-¿El señor se refiere…?
- A terroristas, estafadores, ladrones, políticos y otros delincuentes.
- Desde luego señor –respondió el mayordomo con natural aceptación de la
obviedad expresada por su jefe-. Por tanto, debo entender que volvemos a los
quehaceres diarios, incluido su partido de tenis….
-Desde luego.
-Se lo preguntaba señor porque he descubierto una nueva receta para degustar
un buen pargo, que si es de su conformidad podría componer el plato principal
en la próxima cena que tenga con la señorita Irene. Estoy seguro que será de la
aprobación de ambos.
-Excelente, Hur. Adelante con el experimento.
-Gracias, señor.
-Gracias, Hur.

Fin

¿Te gustó este libro?


Para más e-Books GRATUITOS visita freeditorial.com/es

Vous aimerez peut-être aussi