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Cuentos de amor se mastican, se gustan, se babean,

Taller de Expresión I – Cátedra Klein – 2019 se confunden, se acoplan, se disgregan,


se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,

Se miran, se presienten, se desean, se contemplan, se inflaman, se enloquecen,

se acarician, se besan, se desnudan, se derriten, se sueldan, se calcinan,

se respiran, se acuestan, se olfatean, se desgarran, se muerden, se asesinan,

se penetran, se chupan, se demudan, resucitan, se buscan, se refriegan,

se adormecen, se despiertan, se iluminan, se rehuyen, se evaden, y se entregan.

se codician, se palpan, se fascinan, OLIVERIO GIRONDO

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en la vida. Yo, sin ir más lejos, me enamoré de mi novio por una lata
de coca cola.
Contra el romanticismo Hace un tiempo, estábamos en Ezeiza volviendo de viaje a las
Carolina Aguirre cuatro de la mañana. Como teníamos mucho equipaje, decidimos
La Nación, 6 de diciembre de 2015 pasar por filas separadas para agilizar. Él se llevó las valijas más
pesadas y yo me quedé con una chiquita con mis objetos personales
Cuando uno tiene que escribir escenas de amor hay un montón de y algunas cosas suyas sin mucho valor. Curiosamente, a él con tres
recursos heredados de otras de series o películas a los que meterles valijas de veinticinco kilos no lo pararon, y a mí sí. Me hicieron abrir
mano. Una cena a la luz de las velas. Un viaje relámpago a París. el carry on, el portacosméticos y el botiquín, me preguntaron por mi
Tocarle timbre de noche, bajo la lluvia, con un ramo de flores. Un computadora modelo 2013, me miraron las fotos del celular, me
camino de velas hacia la cama. Una serenata con mariachis. Dibujar revisaron las etiquetas de la ropa, y me revolvieron hasta las
su nombre en firuletes de humo en el cielo. Un anillo de compromiso golosinas del duty free. Objetaron todo lo que pudieron y yo pasé
adentro de un postre. Una corrida al aeropuerto a último momento. media hora de esa madrugada, agotada y con sueño, buscando las
Se supone que todas esas situaciones deben enamorarnos. Que facturas de cada objeto en mi casilla de mail.
las flores, la música, el cielo o París producen un efecto romántico A pesar de que les mostré los comprobantes, insistieron con que
narcótico y devastador en las mujeres. Y digo en las mujeres y no en las fotos del celular eran de ese mes, con que la computadora no
nosotras, porque a mí no me pasa. Entiendo que si existen, es que en tenía rayas, con que mi ropa no era argentina. Luego encontraron un
algún punto son efectivas, pero a mí el romanticismo me parece un gel de ducha de almendras y empezaron a discutir sobre cómo yo
error: no lo entiendo, no lo siento, no me llega. Ni en las películas ni había podido subir eso al avión. Les expliqué que no sabía, que nadie

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me había objetado nada, que si querían, lo tiraran y listo. Estaba Sé que la gente espera otras cosas del amor. No porque haya
harta, que hicieran lo que quisieran conmigo. Al final, no me tenido grandes historias en su vida, sino porque las películas crearon
pudieron cobrar nada y me dejaron ir, pero terminé la noche muy esa expectativa. El cine nos enseñó que las relaciones están llenas de
nerviosa, angustiada, algo rara. gestos románticos, imposibles, edulcorados. Que si hay amor de
Cuando por fin guardé toda la ropa, me volví a poner la campera, verdad, también hay música, hay flores, hay velas, celofán y fuegos
ubiqué mi celular y mi pasaporte, y pude salir, me encontré con mi artificiales en el cielo.
novio parado al lado del mostrador de taxis. Me explicó que él había Cuando digo que soy guionista de telenovelas, la mayoría de la
pasado rápido y que me había perdido de vista, pero que ya había gente enseguida quiere contarme alguna anécdota romántica con su
subido todo a un remise y que el chofer nos estaba esperando para pareja. Casi siempre las historias incluyen alguna de estas escenas.
volver a casa. Después me dio una gaseosa muy fría sin explicación. París. Arrodillarse. Las velas. Las disculpas. Las flores. El champagne.
Miré la lata y le pregunté por qué tenía una sola y me dijo que él no Correr al aeropuerto. La serenata. El anillo en el postre. Tu nombre
tenía sed pero que sabía que cuando yo estaba estresada o nerviosa en el cielo. Algo de toda esa bolsa de recursos y de anécdotas
siempre quería una. Nunca lo había pensado pero era cierto. Cuando probadas y listas para usar que forman ese conglomerado efectista
me pasa algo necesito tomar algo dulce y muy frío. Mientras me la llamado romanticismo. Yo los escucho y finjo interés (creo que me
abría, me puse a llorar desconsoladamente. Él me abrazó, me dijo animé a un llanto falso para una chica que me contó como su novio
que tampoco era para tanto, que no tenía nada en la valija, que no había dibujado "te amo" con chocolate derretido en el piso), pero sé
sea maricona y que me apurara, que era tardísimo. Supongo que el que nunca voy a usar esos ejemplos porque el amor que a mí me
pensó que yo lloraba por los nervios y no por la gaseosa. Creo que interesa no necesita de subrayados ni de adornos o firuletes. Para mí,
tampoco se lo aclaré hasta hoy. el amor es un error, un milagro, un inconveniente. No es una planta

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llena de flores perfectas, sino que aparece como los yuyos en esa porque me hubiera dado miedo la aduana. Lloré porque esa lata
tierra que nadie riega al costado de la maceta. tenía adentro toda mi niñez solitaria y autosuficiente, la vez que mi
En la ficción pasa igual. Yo no desprecio el romanticismo por cursi madre se olvidó de dejarme la llave en el macetero y estuve sola diez
sino por fácil, por falso, por superficial. Porque si algo es para todas horas en la puerta de casa, cuando estuve frente a una convocatoria
mujeres, no es para ninguna. Las escenas buenas, las de verdad, las de acreedores a los dieciocho años, o más de una década de
que le rompen el alma en mil pedazos al espectador no se construyen matrimonio asimétrico con un hombre noble y amoroso que no
en esa misma escena sino en todos los momentos que vivió ese podía resolver casi nada. Lloré porque esa lata no era esa lata, sino
personaje desde que nació. En cada decisión que tomó, en cada todas las latas que me compré yo sola durante veinte años haciendo
carencia, en cada vicio, en cada miedo que tuvo. Lo que vuelve malabares con la billetera en una mano y el celular en la otra. Por
inolvidable la escena es que sea única, que sólo ese personaje todas las veces que llegué sola a Ezeiza y tuve que ir a tres cajeros
entienda el sentido que encierra un gesto. Como el trineo de Citizen buscando plata para tomarme un taxi. Por las uñas que me rompí
Kane o como todos los fines de año que Sally y Harry pasaron solos. cargando sola las valijas. Por todas las veces que miré una intimación
Para nosotros Rosebud es nada, pero para Charles Foster Kane es de la AFIP sin entender qué decía, por todas las cartas documento
todo. que fui a mandar con miedo, por las veces que mi casa se inundó y
Quizás mi novio y yo no estemos juntos toda la vida. Quizá tuve que sacar el agua con un balde, y por cada vez que le pegué de
mañana mismo nos separemos, nos hagamos daño, nos olvidemos bronca a la impresora porque se había desconfigurado y tenía que
del otro para siempre. Pero yo entendí algo de cómo se construyen entregar un guión. Lloré porque él sabía más de mí que yo. Lloré
las escenas de amor en ese momento. Cuando me dio esa lata con porque alguien me dijo "tranquila, ya están todas las valijas en un
una pajita chamuscada yo no lloré por sed o cansancio. Tampoco taxi, vamos a casa". Lloré porque los helicópteros, las flores, las

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serenatas y el champagne son para todas y si son para todas son para
ninguna. Esa lata, en cambio, solo tenía sentido en mi escena.

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2. Cuentos ejercicios. Tomábamos, a las once, el caldo, que servían con
sándwiches. El resto de la mañana, hasta la hora del almuerzo, nos
echábamos al son, casi desnudos. Por la tarde estudiábamos y
algunos días tomábamos asueto leyendo libros o jugando a los naipes
Amor
con algunos de los pasajeros. Teníamos la impresión de estar
Silvina Ocampo
comiendo, durmiendo, haciendo el amor, o esperando hacerlo, todo
el día.
Durante el principio de la travesía fuimos felices. Era nuestro
Nos amábamos profundamente, con esa nueva dicha que
viaje de bodas, íbamos a Estados Unidos, mi marido ara completar
consistía en alejarnos del mundo rodeados de gente que no
sus estudios y yo los míos, pues conseguí una beca.
conocíamos o que apenas conocíamos.
Continuamente gozábamos del espectáculo del mar, de la
Entre los pasajeros ¿valdría la pena nombrar a Isaura Díaz que
música, de los juegos, de los alimentos, del dolce far niente a bordo.
leía las líneas de las manos; a Roberto Crin, prestidigitador; a Luis
El aire marítimo, que vuelve exuberantes a los hombres, también los
Amaral, brasileño, cazador y millonario, a John Edwards, médico que
enamora. Siempre lo he dicho. Bajo su influjo adoramos, odiamos,
en un momento dado me salvó la vida y a la niña Cirila Fray, a quien
desesperamos, gozamos más que bajo el influjo de cualquier droga.
yo cuidaba durante una o dos horas de la tarde, para ayudar a la
Eran tal vez nuestras primeras vacaciones, pues desde muy jóvenes
madre, que estaba anémica?
habíamos vivido siempre sometidos a las familias de nuestros padres
Roberto Crin me fascinaba, con sus pruebas de
y a trabajos que nos esclavizaban.
prestidigitación y conversaba un poquito conmigo cuando subíamos
Por las mañanas, a las ocho, cuando no nos levantábamos
las escaleras o cuando nos cruzábamos por la cubierta. A mi marido
para ver la salida del sol, estábamos ya en la cubierta haciendo

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no le gustaba. No me lo decía, pero yo lo advertí por su modo de reconciliaciones eran efusivas. No lo culpo a él más de lo que me
fruncir el ceño y de arrugar la frente. ¿Acaso él no conversaba con culpo por ese estado de cosas. Soy vengativa, desde mi infancia lo
todas las mujeres de a bordo, en cuanto tenía una oportunidad? Con fui: en cuanto lo veía conversar con alguna mujer que no fuera
Luis Amaral, yo no me atrevía a hablar, porque me miraba demasiado vieja, yo buscaba algún hombre a quien dar conversación,
demasiado, con sus ojos oscuros y despiadados. En cuanto intentaba para que mi marido supiera lo que era el sentimiento que yo más
hablarme, yo miraba para otro lado, haciéndome la distraída. Al detestaba: los celos.
enigmático John Edwards, que me salvó la vida y con quien por ese No fue sino después de quince días de a bordo que me decidí
motivo tuve algún trato, mi marido apenas le hablaba. La vida, que a hablar con Luis Amaral. Un marido que ama a su mujer advierte
había sido tan agradable en los primeros días, para mí se volvió atroz. cuando ésta se siente atraída por otro hombre: algo en la voz, algo
Para distraerme un poco me ocupé de Cirila, que tenía cinco años y en la mirada, algo en el comportamiento, la delata. Mi marido habría
que pasaba la tarde en la sala de gimnasia de niños, donde había un notado esta atracción, pues se tornó hosco y malhumorado conmigo,
caballo de madera, un sube y baja, columpios y otros juegos que uno sin dejar de ser amable con las otras mujeres.
encuentra en las plazas. Durante el momento que estaba con ella me Un día, Luis Amaral con el pretexto de mostrarme las
olvidaba un poco de la abrumante tarea que es para una mujer tratar escopetas con las cuales cazaba en el Amazonas, me hizo pasar a su
de evitar los celos de un marido desconfiado. Nuestro viaje no camarote. Yo no hubiera debido aceptar. No me invitaba como a
parecía un viaje de luna de miel. Una amargura semejante a la que otros pasajeros de a bordo; su manera de mirarme, su voz, me
había visto entre otros matrimonios casados desde hacía ya tiempo, perturbaba. Para vengarme de las infidelidades, tal vez inexistentes,
destruía nuestra avenencia. No nos queríamos menos por ello. de mi marido, yo me sentía capaz de hacer cualquier cosa. No me
Durante el día nos reconciliábamos cinco o seis veces; esas hice rogar demasiado. Entré en el camarote de Luis Amaral como

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quien se suicida. Cuando me encontré a solas frente a él me sentí siempre me fascinó ese juego de hacer aparecer y desaparecer
avergonzada. Él me tomó de otro modo. Quiso abrazarme. objetos.
Naturalmente lo rehuí. Él había cerrado la puerta con llave: quise Mi marido no podía creer en mi inocencia, ni yo en la de él.
abrirla. Grité. Un barco es un mundo, y en ese mundo empezábamos a vivir nuestro
Después de ese episodio Luis Amaral me miró de un modo amor de una manera equivocada. No sé si los pasajeros oían nuestras
insolente. No perdonaba mi indiferencia, porque se creía irresistible. peleas. A veces íbamos hasta la proa y el viento traía bocanadas de
Mi marido, con el pretexto de averiguar su destino, hablaba sal a nuestros labios mientras discutíamos. A veces íbamos hasta la
con Isaura Díaz, de noche cuando yo me desvestía para dormir. popa y ahí, con la cabeza agachada mirábamos el surco azul que
Varias veces los vi en la cubierta juntos: ella teniéndole la mano y dejaba el barco y los peces voladores, que saltaban mientras nos
diciéndole cosas que él nunca me contaba. Isaura Díaz era una mujer destrozábamos el alma. A veces, cuando todos los pasajeros se
ya madura. Sus ojos negros irradiaban una luz extraña. Me parecía habían ido a dormir, Permanecíamos en la cubierta, como dos
que ningún hombre podía enamorarse de ella, primeramente por su espectros, odiándonos.
edad, luego por su falta de belleza. Pero a medida que la observé Los motivos de nuestras disputas no nos enfurecían de
descubrí en ella un encanto y una fuerza que me inquietaron. Pensé acuerdo a la gravedad del caso. A veces bastaba un pañuelo que
que mi marido se sentía atraído por ella y ese interés que hubiera caído, un movimiento de una mano, un buenos días que se
demostraba por saber algo del futuro no era sino el interés que hubiera dicho, la palidez e las mejillas o una contemplación
siente un hombre frente a una mujer. Roberto Crin trataba de demasiado prolongada frente al espejo, para que la ira desbordara.
distraerme con sus pruebas de prestidigitación. Tal vez adivinaba mi Un demonio se había apoderado de nuestras almas. A veces pienso
angustia. Yo con él me sentía alegre, alegre como una niña, porque

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que Dios intentó salvarnos de ese demonio infligiéndonos un castigo fiambres y postres, golpearse contra las paredes, empujada por
mayor. manos invisibles. La gente se agrupaba en los rincones, como
Estábamos, aquel día, acodados a la borda. Hacía frío. Nos animales que temieran el granizo. Ya habían bajado los botes de
habíamos puesto nuestros abrigos más gruesos, es cierto, pero no salvataje. Nos peleábamos. ¿Tuvimos deseos de salvarnos? Un oficial
sentíamos el frío en nuestras caras, ni en nuestras manos vino a buscarme. Le dije que quería quedarme con mi marido, si en
descubiertas. Peleábamos, no sé por qué. Todos los motivos de los botes no había sitio para él. Seguimos peleando. Una avalancha
nuestras peleas los recuerdo, salvo ese que parecía la conjunción de de gente se nos vino encima cuando abrieron las puertas de
todos los otros. Era la hora en que el mar, cuando hace frío, se pone comunicación de la segunda clase y de la tercera. El amargo gusto del
de un gris de acero. El sol blanco se parecía menos al sol que a la luna. mar tan parecido a las lágrimas, entró en mi boca. Me desvanecí. No
Yo contemplaba el cielo, el mar, como en un sueño. De repente el sé quién nos salvó, pero sea quien fuere, no se lo perdono, pues le
barco tembló, se tumbó hacia la izquierda. Seguimos peleando. Se debo haber quedado en este mundo de peleas, en lugar de haber
oyó la sirena. Los pasajeros del barco corrían, recogiendo perecido en un espléndido naufragio, abrazada a mi marido.
alegremente trozos de hielo que habían caído dentro de la cubierta,
y los lanzaban al aire. Seguimos peleando. El barco se ladeaba hacia
la izquierda. Un oficial vino a decirnos que el barco había chocado
con un tempano de hielo. Estaba hundiéndose. Le dimos las gracias.
Seguimos peleando. De vez en cuando, un leve movimiento, con una
serie de crujidos, ladeaba el barco. Veíamos la vajilla del comedor de
primera clase caer una tras otra; la mesita con ruedas, cubierta de

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Amada en el amado (Los días de la noche, 1970) -¿Oh noche que juntaste amado con amada,/ amada en el amado
transformada?

Silvina Ocampo
-Los diremos a la misma hora.

A veces dos enamorados parecen uno solo; los perfiles forman una
múltiple cara de frente, los cuerpos juntos con brazos y piernas -A la seis de la tarde, en el reloj, mis ojos te mirarán...
suplementarios, una divinidad semejante a Siva: así eran ellos dos.

-En el lápiz de los labios estaré cuando te pintes, o en el vaso cuando


Se amaban con ternura, pasión, fidelidad. Trataban de estar siempre bebas agua.
juntos y cuando tenían que separarse por cualquier motivo, durante
ese tiempo tanto pensaban el uno en el otro que la separación era
A las ocho te asomarás a la venta para contemplar la luna. No mirarás
otra suerte de convivencia, más sutil, más sagaz, más ávida.
a nadie.

Lo primero que hacían al separarse era poner cada uno en su reloj


-Creyendo que es tuyo, para no gritar de pena, me morderé el brazo,
pulsera la hora exacta.-A medianoche quiero que repitas los versos
no el antebrazo.
de San Juan de la Cruz, que me gustan.

-¿Por qué?

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-Porque el brazo es más sensible. -No pediría otra cosa.

-¿En qué sitio? Con estos y otros desatinos se despedían. Como es natural, cumplían
religiosamente lo pactado. ¿Quién se atrevería a romper semejante
rito? El que no lo comprenda, nunca ha amado o ha sido amado, ni
-En el sitio en que la boca lo alcanza cuando el brazo está doblado
valdría la pena que ame o que sea amado, ya que el amor es hecho
con el codo hacia arriba, apoyado contra la cara, como guareciéndola
de infinita y sabia locura, de adivinación y de obediencia.
del sol. Es tu postura predilecta, por eso la imito como si mi brazo
fuera el tuyo.
Todas las miserias grandes y pequeñas de la vida cotidiana, todo lo
que es un motivo de fastidio para otras personas, para ellos era muy
-A las nueve menos cinco de la noche, cerrá los ojos. Te besaré hasta
llevadero.
las nueve y cinco.

La casa en donde vivían no era muy cómoda; tenía poca luz porque
-¡Podría más tiempo!
sus cuartos daban a un patio interior. Ruidos intestinales de cañerías
se hacían oír en todos los pisos. El baño estaba metido dentro de un
-¿Pero acaso no llegaríamos a morir prolongando indefinidamente armario, la ducha sobre la letrina, las ventanas no cerraban o abrían
ese momento? según el grado de humedad del tiempo, un camino de cucarachas
distinguía la cocina de los otros cuartos, pero ellos encontraron en

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esas incomodidades cómicos motivos de regocijo. (Compartir -Quisiera ser vos -decía ella, con admiración.
cualquier cosa vuelve cualquier cosa mejor para los enamorados,
cuando son felices.) La felicidad les prestaba simpatía, simpatía para
-Yo también -decía él- ser vos, pero no que vos fueras yo.
el verdulero, para el carnicero, para el panadero, para el médico
cuando había que consultarlo, para los participantes de una cola, por
personal y larga que fuera. -Es lo mismo -decía ella.

De noche, cuando se acostaban, el cansancio que sentían, abrazados, -Es muy distinto -respondía él-. Lo primero sería agradable, lo

era un premio. El soñaba mucho; ella no soñaba nunca. segundo angustioso.

-¡Por qué nunca puedo estar en tus sueños, si en la vigilia te


El, al despertar a la hora del desayuno, le contaba sus sueños; eran
acompaño! -ella exclamaba-. Oírtelos contar, no es lo mismo. Me
sueños interminables y accidentados, llenos de alegría o de zozobras.
faltan el aire, la luz que los rodea.
Le gustaba contar los sueños, porque casi todos tenían (como las
novelas policiales) suspenso: aprovechaba el momento en que iba a
tomar un trago caliente de té o en que se metía un trozo grande de -No creas que son tan divertidos (tengo más talento de narrador que
pan con manteca y miel en la boca, para interrumpir la parte de soñador). Son mejores cuando los cuento -dijo él.
sensacional del sueño y hacer esperar debidamente el desenlace.

-Los inventarás, entonces.

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-No tengo tanta imaginación. -Hay personas que no sueñan -decía él-. No hay nada que hacer.

-De todos modos, quisiera entrar en tus sueños, quisiera entrar en -Sería capaz de tomar mescalina, fumar opio. Cualquier cosa haría
tus experiencias. Si te enamoraras de una mujer, me enamoraría yo con tal de soñar.
también de ella; me volvería lesbiana.

-Es lo único que falta -decía él.


-Espero que nunca suceda -decía él.

Una mañana de primavera, a la hora del desayuno, ella trajo como


-Yo también -decía ella. siempre la bandeja con las dos tazas servidas y las tostadas con
manteca y miel. Colocó todo sobre la mesa de luz, se sentó sobre la
cama, lo despertó ahogando risas con besos, y dijo:
Durante un tiempo resolvieron dormir teniéndose de la mano, con la
esperanza de que los sueños de él pasaran dentro de ella a través de
las manos. Por incómodo que fuera, ya que para mantener una -Anoche soñaste con una vaquita de San José. Aquí está.
posición estratégica dar vuelta la almohada buscando la frescura se
volvería imposible, resolvieron dormir con las cabezas juntas.
-Mostró sobre su brazo el bichito rojo como una gota de sangre.
Pensaban que ese contacto sería más eficaz que el de las manos, pero
ella seguía sin sueños.
El se incorporó en la cama y le dijo:

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-Es cierto. Soñé que estábamos en un jardín donde en vez de flores suplementaria, que tenía escondida, y salía volando para
había piedras, piedras de todos los colores. desaparecer en el aire.

-Un jardín japonés -musitó ella. A la noche siguiente, ella se durmió antes que él. A las cinco de la
mañana se despertaron al mismo tiempo.

-Tal vez -respondió él-, porque en las piedras había letras grabadas
que parecían japonesas o chinas. Por una calle de piedras más altas, -¿Qué soñaste? -ella preguntó, sobresaltada.
pues todas las piedras eran de distinta forma y tamaño, venías
caminando como si fuera dentro del agua. Te acercaste y me
-Soñé que estábamos acostados en la arena, pero... vas a enojarte...
mostraste el brazo que creía que te habías lastimado con un alfiler,
pero mirándolo bien, advertí que la gota de sangre que veía en tu
-Lo que sucede en un sueño no podría enojarme.
brazo era en efecto una vaquita de San José.

-A mí, sí.
-De algo me sirvió dormir con la frente pegada a la tuya -dijo ella,
tratando vanamente de hacer pasar el bichito rojo de una mano a la
otra-. En tu próximo sueño trataré de obtener algo mejor o más -A mí, no -contestó ella-. Seguí contando.
duradero -prosiguió, viendo que el bichito abría un ala rizada,

-Estábamos acostados, y vos no era vos. Eras vos y no eras vos.

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-¿En qué lo advertías? -¿Así? -dijo ella, mostrándole una hebra de nylon amarillo que
colgaba del cuello del camisón.

-En todo. En el modo de besar, en los ojos, en la voz, en el pelo. Tenías


pelo de nylon como la muñeca de la motocicleta, que te gustaba en El tomó en broma el diálogo. A decir verdad, esa hebra de nylon
el escaparate del subte, ese pelo amarillo lustroso. Un día me dijiste: amarilla podía haber estado anteriormente en la casa, por cualquier
"Me gustaría tener el pelo así". motivo. ¿Acaso las hijas de las amigas no iban de visita con sus
muñecas, que tenían pelo de nylon? Se usa tanta ropa de nylon,
¿acaso una hebra de una costura no podría caer?
-¿Y qué te hizo pensar que esa mujer tan distinta de mí, era yo?

La próxima noche él tuvo que salir y ella quedó sola. El volvió muy
-El amor que yo sentía.
tarde; ella dormía. Empezaba el invierno y le trajo un ramo de
violetas. En el momento de acostarse él puso en uno de los ojales del
-Llamas amor a cualquier cosa. camisón de ella, una violeta.

-Aquel pelo amarillo de nylon, tan parecido al de la muñeca de la -¿Qué soñaste? -dijo ella, como siempre, al despertar.
motocicleta, tal vez fuera culpable. Cada hebra era como un hilo de
oro que yo acariciaba.
-Soñé que viajaba en un trineo por un campo cubierto de nieve,
donde merodeaban lobos hambrientos. Estaba vestido con pieles de

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lobo; lo advertí en el modo de mirarme que tenían los lobos. Un -¿Cómo supiste que ibas a soñar con violetas? Sos mentiroso. Querés
bosque de pinos se divisó en el horizonte. Me dirigí al bosque. Frente imitarme, inventando experimentos mágicos. Eso no impide que tus
a ese bosque bajé del trineo y en la nieve encontré una violeta, la verdaderos sueños obren milagros para mí -dijo ella-. La vaquita de
recogí y me alejé rápidamente. San José, la hebra de nylon, no han sido un invento. Saldré pronto en
los diarios, fotografiada como la mujer que saca objetos de los
sueños ajenos.
En ese momento ella vio la violeta en el ojal de su camisón.

-¿Mis sueños te son ajenos?


-Aquí está -dijo ella.

-Para los diarios, sí.


-Te la traje anoche con un ramito que te compré en la calle; elegí la
violeta más grande y la puse en el ojal de tu camisón.
Fue durante una siesta de verano. El soñó que andaba caminando
con ella por una ciudad desconocida, con desfiles de soldados. En una
-¿El sueño lo inventaste?
puerta verde, debajo de un puente, Artemidoro el Daldiano, vestido
de blanco, con sombrero y capa, lo llamó.
-Si lo hubiera inventado sería más divertido.

-¿Quién es Artemidoro? -preguntó ella.

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-Un griego. Escribió la Crítica de los sueños. El le arrebató el frasco de la mano, lo miró atónito, cerró los ojos y
bebió. Cuando abrió los ojos quiso mirar de nuevo. Ella no estaba. El
la llamó, la buscó. Oyó una voz dentro de él, la voz de ella, que el
-¿Cómo sabés que era él?
contestaba:

-Lo conozco. Estudiamos juntos -contestó él.


-Soy vos, soy vos, soy vos. Al fin soy vos.

Artemidoro le tendió la mano como si lo apuntara con un revólver,


-Es horrible -dijo él.
pero lo que tenía en la mano era un filtro misterioso, aquel que
bebieron Tristán e Isolda. "Cuando quieras llevar a tu amada como a
tu corazón dentro de ti -le dijo-, no tienes más que beber este filtro." -A mí me gusta -dijo ella.

Cuando él despertó a la hora del desayuno, ella le dijo: -Es un conyungicidio.

-Aquí está el filtro -y le mostró una botellita diminuta. -Conyungicidio... ¿Y qué quiere decir? -ella interrogó.

No necesitaba que le contara el sueño. -Muerte causada por uno de los cónyuges al otro -respondió.

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Bruscamente despertaron.

El volvió a soñar a lo largo de la vida y ella a sacar objetos de sus


sueños. Pero la mayor parte de las veces no le sirvieron de nada pues
son todos objetos de poca importancia; a veces ni siquiera los mira.
Los atesora en su mesa de luz. Rara vez, por suerte, le sirven para
sufrir transformaciones, como sucedió con el filtro: el término sufrir
está bien elegido pues en toda transformación hay sufrimiento. A
veces tienen miedo de no volver a su estado anterior -al hogar, a la
vida habitual- y volatilizarse. ¿Pero acaso la vida no es esencialmente
peligrosa para los que se aman?

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La intrusa las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el
Jorge Luis Borges único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen,
perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa
el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los
falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas
en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas
el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero.
a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que
contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El
algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna
pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que
ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor
cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos,
pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros,
agregar algún pormenor. salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una
predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa carreta y una yunta de bueyes.
gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en

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Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la
la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo rivalidad latente de los hermanos.
unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de
enemigos. Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano.
sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, Cristián le dijo a Eduardo:
comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es -Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si
verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la la querés, usala.
colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo
pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de
prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al
tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para trote, sin apuro.
que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los
gastan a las mujeres, no era mal parecida. pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del
Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía
viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de
muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban
echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros,
se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y

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Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho;
un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.
más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que
Esto, de algún modo, los humillaba. también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron
Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las
que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se
creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en
de Cristián. injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a
ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de
participación, pero que no la había dispuesto. Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que
Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer Cristián le dijo:
patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella -De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la
esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato tengamos a mano.
la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la
olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para
madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron no verlos.
un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había
pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín

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andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande - Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer
¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.
prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un
desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la
discordia.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un
domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo,
que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le
dijo:
-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los
cargué; aprovechemos la fresca.
El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el
Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba
agrandándose con la noche.
Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y
dijo sin apuro:
-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy
la maté. Que se quede aquí con su pilchas, ya no hará más perjuicios.

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Intimidad Dice: Y entonces te metiste de lleno en el engaño. Tan pronto.
Raymond Carver Siempre te has sentido bien en el engaño. No, no es cierto. Al
principio al menos no era así. Entonces eras diferente. Pero
TENGO UNAS GESTIONES que hacer al oeste del estado, así que también yo era distinta, imagino. Todo era distinto entonces. No,
aprovecho para pararme en la pequeña población donde vive mi ex fue después de que cumplieras los treinta y cinco, o treinta y seis,
mujer. No nos hemos visto en cuatro años. Pero de cuando en por esa época, no sé cuándo exactamente, mediada la treintena.
cuando, siempre que se publica algo mío o escriben sobre mí en Entonces empezaste. Vaya si empezaste. Te volviste contra mí. Te
revistas y periódicos —una semblanza, una entrevista—, le envío despachaste a gusto. Debes de sentirte muy orgulloso de ti mismo.
los recortes. No sé por qué lo hago; tal vez porque pienso que Dice: A veces tengo ganas de gritar.
puede interesarle. Pero ella nunca me contesta. Deberías olvidar los días duros, los malos tiempos al hablar de
Son las nueve de la mañana. No la he llamado por teléfono, y la aquella época, me dice. Párate a pensar también en los buenos, me
verdad es que no sé cómo va a recibirme. dice. ¿O es que no los hubo? Le gustaría que dejase a un lado los
Pero me deja pasar. No parece sorprendida. No nos damos la otros, los malos. Está harta del dichoso tema. Hastiada de oír hablar
mano. Ni que decir tiene que no nos besamos. Me hace pasar a la de ello. Tu cantinela preferida, dice. Lo hecho, hecho está, y el
sala. Llevo apenas unos segundos sentado cuando me trae café. pasado nadie puede cambiarlo. Una tragedia, sí. Bien sabe Dios que
Luego empieza a decirme lo que piensa. Dice que soy el culpable de fue una tragedia, más que una tragedia. Pero ¿a qué viene volver
su angustia, que he hecho que se sienta desnuda y humillada. sobre ello? ¿Es que no te cansas nunca de desenterrar la vieja
Que quede claro: me suena tan familiar que no me siento en historia?
absoluto incómodo. Dice: Deja a un lado el pasado, por el amor de Dios. Todas esas

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viejas heridas. Seguro que en tu carcaj han de quedarte otras queda? ¿Por qué no empiezas de nuevo otra pizarra? Hazlo, a lo
flechas. mejor llegas lejos.
Dice: ¿Sabes una cosa? Creo que estás enfermo. Creo que estás Esto último le hace reír. Yo río también, pero en mi caso son los
como una cabra. Oye, ¿no te creerás todas esas cosas que dicen de nervios.
ti? No te las creas ni en broma. Mira, yo podría contarles un par de Dice: ¿Sabes una cosa? También yo tuve mi oportunidad, pero
cosas. Déjame hablar con ellos; yo sí que podría contarles algo la dejé pasar. Sí, la dejé pasar. No creo habértelo contado nunca.
bueno. Pero ahora mírame. ¡Mírame! Échame un buen vistazo, ahora que
Dice: ¿Me estás escuchando? puedes. Me dejaste tirada como un trapo, grandísimo hijo de
Te estoy escuchando, digo. Soy todo oídos, digo. perra.
Dice: ¡Lo que he tenido que aguantar, señor mío! Y además, Dice: En aquel tiempo yo era más joven, y mejor persona. Quizá
¿quién te ha pedido que vengas a verme? Yo no, desde luego. tú también lo eras. Mejor persona, me refiero. Lo eras, sin duda.
Apareces y entras. ¿Qué diablos quieres de mí? ¿Sangre? ¿Más Tenías que ser mejor persona, porque si no nunca habría tenido
sangre? Pensaba que tenías ya la panza llena. nada que ver contigo.
Dice: Piensa que estoy muerta. Quiero que me dejes en paz. Lo Dice: Te quise tanto. Te quise con locura. Sí, así te quise. Más
que quiero es que me dejes en paz, que me olvides. Mira, tengo que a nada en el mundo. ¿Te das cuenta? Es para morirse de risa.
cuarenta y cinco años. Cuarenta y cinco, y tengo la impresión de ¿Te imaginas? Estábamos tan íntimamente unidos en aquella época
tener cincuenta y cinco, o sesenta y cinco. Así que déjame en paz, que apenas puedo creerlo. Creo que eso es precisamente lo que
¿quieres? más extraño se me hace ahora. El recuerdo de haber tenido tal
Dice: ¿Por qué no borras toda la pizarra y miras luego lo que intimidad con alguien. Una intimidad tan grande que me dan ganas

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de vomitar. No me cabe en la cabeza una intimidad así con otra importancia.
persona. Nunca he vuelto a tenerla. Vagamente, digo. Seguramente me lo merecía, pero no lo
Dice: Sinceramente, quiero que me dejes al margen de todo de recuerdo bien. Vamos, cuéntamelo, adelante.
ahora en adelante. Lo digo en serio. Además, ¿quién te has creído Dice: Creo que ahora empiezo a entender... Creo que sé a qué
que eres? ¿Te crees Dios o algo parecido? Tú no eres digno ni de has venido. Sí. Sé por qué estás aquí, aunque quizá tú no lo sepas.
lamerle las botas. Ni las botas de Dios ni las de nadie, si vamos al Pero eres un viejo zorro. Sabes por qué estás aquí. Has salido
caso. Señor mío, ha estado usted frecuentando gente que no le de pesca. En busca de material. ¿Me acerco? ¿He dado en el clavo?
conviene. Pero ¿qué puedo saber yo? Ya ni siquiera sé qué es lo que Cuéntame lo del cuchillo, digo.
sé. Pero sé que no me gusta lo que has ido repartiendo a manos Dice: Si te interesa saberlo, lamento no haber llegado a
llenas. Al menos sé eso. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? ¿Me utilizarlo. De veras. Lo digo con el corazón en la mano. Lo he
equivoco? pensado una y mil veces, y siento mucho no haberlo utilizado. Tuve
No, digo. En absoluto. ocasión de hacerlo. Pero vacilé. Dudé y la oportunidad se perdió,
Dice: Vas a darme la razón en todo, ¿no? Te das por vencido como dijo alguien. Pero debería haberlo utilizado, y al diablo con
muy fácilmente. Siempre has sido igual. No tienes principios, ni uno todo. Debería haberte dado un tajo en el brazo, al menos. Al menos
solo. Eres capaz de cualquier cosa con tal de escurrir el bulto al eso.
menor conflicto. Aunque eso no viene a cuento. Pero no lo hiciste, digo. Creí que ibas a darme una cuchillada,
Dice: ¿Te acuerdas de aquella vez que te amenacé con un pero no lo hiciste. Luego te quité el cuchillo.
cuchillo? Dice: Siempre has tenido suerte. Me lo quitaste y me diste una
Lo dice como de pasada, como si se tratara de algo sin bofetada. Siento mucho no haber utilizado aquel cuchillo. Un

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pequeño corte, al menos. Hasta un pequeño corte habría bastado Sí, tú, digo. Miles de veces.
para dejarte un buen recuerdo mío. Dice: Yo siempre digo la verdad. Aunque duela. Nunca podrás
Tengo montones de recuerdos, digo. Y al punto me arrepiento cogerme en una mentira.
de haberlo dicho. Dice: Se me cayó la venda de los ojos hace mucho tiempo, pero
Dice: Amén, hermano. Por si no te has dado cuenta, ahí está la ya era tarde. Tuve mi oportunidad, pero la dejé escapar entre los
manzana de la discordia. Ahí reside todo el problema. Pero en mi dedos. Durante un tiempo llegué incluso a pensar que volverías.
opinión, como ya te he dicho, recuerdas lo que no deberías ¿Cómo pude imaginar algo semejante? Debía de estar muy
recordar. Recuerdas las cosas bajas, vergonzosas. Por eso te has desquiciada. Tengo ganas de llorar a mares, pero no voy a darte ese
interesado tanto cuando he sacado a relucir lo del cuchillo. placer.
Dice: Me pregunto si alguna vez te arrepientes de algo. Si es Dice: ¿Sabes? Si te estuvieras quemando vivo ahora mismo, si
que ese sentimiento vale algo hoy día. No mucho, me temo. de pronto tu cuerpo se pusiera a arder en este mismo instante, no
Aunque tú deberías ser ya un especialista en el tema. correría a echarte encima un cubo de agua.
Arrepentimiento, digo. No me interesa gran cosa, la verdad. No Ríe ante lo que acaba de decir. Pero su semblante vuelve a
es un vocablo que utilice muy a menudo. Arrepentimiento. No, ponerse grave en seguida.
supongo que en general no siento nada parecido. Admito que tengo Dice: ¿Qué diablos haces aquí? ¿Quieres seguir oyendo cosas?
tendencia a recrearme en el lado oscuro de las cosas. Bueno, a Podría seguir así días y días. Creo que sé por qué has venido, pero
veces. Pero ¿arrepentimiento? No, creo que no. quiero que seas tú quien me lo diga.
Dice: Eres un grandísimo hijo de perra, ¿lo sabías? Un Al ver que no respondo, que sigo allí sentado y quieto,
despiadado e insensible hijo de perra. ¿Te lo han dicho alguna vez? continúa.

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Dice: A partir de entonces, a partir del día en que te fuiste, ya quieren preguntar a alguien, diles que vengan a hablar conmigo. Yo
nada me importaba. Ni los niños, ni Dios, ni nada. Era como si no sé muy bien cómo funcionas. Tú deja que vengan por aquí: se
supiera qué cataclismo me había fulminado. Era como si de pronto enterarán de un buen puñado de cosas. Yo estaba allí. En primera
hubiera dejado de vivir.Había ido viviendo año tras año, y de pronto línea, camarada. Luego me exhibiste y ridiculizaste en tu...
la vida cesaba. No se detenía sin más, sino con un chirrido horrible. «literatura». Para que todo el mundo me compadeciera o se
Pensé: si para él no valgo nada, tampoco valgo nada para mí misma, permitiera juzgarme. Pregúntame si me importaba. Pregúntame si
para nadie. Eso fue lo peor. Sentía que se me iba a romper el pasé vergüenza. Vamos, pregúntamelo.
corazón. ¿Qué digo? Se me había roto. Claro que se me rompió. Así, No, digo. No voy a preguntártelo. No quiero entrar en eso,
sin más. Y sigue roto, si te interesa saberlo. Esa es la verdad, en digo.
pocas palabras. Lo puse todo en ti: todos los huevos en la misma ¡Pues claro que no quieres! ¡Y también sabes por qué!
cesta. Eso es lo que hice. Todos los huevos podridos en la misma Dice: Querido, no quiero ofenderte, pero a veces creo que sería
cesta. capaz de pegarte un tiro y quedarme mirando cómo estiras la pata.
Dice: Encontraste a otra, ¿no es eso? No te llevó mucho tiempo. Dice: No puedes mirarme a los ojos, ¿eh?
Y ahora eres feliz. Eso es lo que dicen de ti, al menos. «Ahora es Dice (y son palabras literales): Ni siquiera eres capaz de
feliz.» ¿Sabes? ¡Leí todo lo que me mandaste! ¿Pensabas que no iba mirarme a los ojos cuando te hablo.
a hacerlo? Escuche, señor, le conozco muy bien. Siempre te he Muy bien, de acuerdo, la miro a los ojos.
conocido bien. Entonces y ahora. Conozco el fondo de tu corazón. Dice: Así. Perfecto. Puede que así podamos llegar a alguna
Todos sus recovecos. No lo olvides nunca. Tu corazón es una jungla, parte. Así está mucho mejor. Si la miras a los ojos, puedes saber
una selva oscura. Un cubo de la basura, por si quieres saberlo. Si mucho de la persona con quien hablas. Lo sabe todo el mundo.

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Pero ¿sabes otra cosa? Nadie en todo el planeta se atrevería a mueve.
decírtela. Nadie más que yo. Yo tengo derecho. Me ganéese Y he aquí lo que hago luego: me pongo de rodillas, un tipo
derecho, querido. Bien, escucha, te crees alguien que no eres. Esa grande como yo, y cojo el dobladillo de su vestido. ¿Qué estoy
es la pura verdad. Pero ¿qué puedo saber yo? Eso es lo que dirán en haciendo en el suelo? Me gustaría saberlo. Pero sé que estoy donde
los cien próximos años. Dirán: «¿Quién era ella, al fin y al cabo?» debo estar, y sigo de rodillas aferrado al bajo de su vestido.
Dice: En cualquier caso, de lo que no hay duda es de que tú sí Se queda inmóvil un instante, pero al momento siguiente dice:
me has tomado a mí por otra persona. ¡Ya ni siquiera tengo el Está bien, bobo. Eres tan tonto a veces... Levántate. Te digo que te
mismo nombre! Ni el que me pusieron cuando nací, ni el que llevé levantes. Venga, hazme caso. Ya lo he superado. Me llevó bastante
cuando vivía contigo, ni el que tenía hace un par de años. ¿Cómo se tiempo, pero logré superarlo. ¿Qué creías? ¿Que me iba a ser fácil?
explica eso? ¿A qué vienen todos estos cambios? Pues bien, Luego apareces en mi puerta y toda la vieja historia se me viene de
escucha: quiero que me dejes vivir en paz. Por favor. No creo que nuevo encima. Necesitaba airearla. Pero sabes y sé que todo
sea un crimen. aquello es agua pasada.
Dice: ¿No deberías estar en otra parte? ¿No tienes que coger Dice: Durante mucho tiempo mi desconsuelo fue
ningún avión? ¿No tendrías que estar en algún sitio a doscientos total. Inconsolable... Así estaba yo, cariño. Anota esa palabra en tu
kilómetros de aquí en este preciso instante? pequeña libreta. Puedo decir por experiencia que es la palabra más
No, digo. Y lo repito: No. No tengo que estar en ninguna parte. triste de todo el diccionario. Bien, pero al final pude superarlo. El
Y entonces hago algo. Alargo la mano y le cojo la manga de la tiempo es un caballero, dijo un sabio. O alguna mujer vieja y
blusa entre el pulgar y el índice. Y eso es todo. No hago más que cansada, quién sabe.
tocarla así, y después retiro la mano. Ella no se aparta. No se Dice: Ahora tengo una vida. Una vida diferente de la tuya, pero

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supongo que no debemos compararlas. Es mi vida, y eso es lo siente feliz.
importante; es de eso de lo que tengo que ser más y más Pero yo sigo allí, arrodillado.
consciente a medida que envejezco. Pero no te Dice: ¿Has oído lo que he dicho? Tienes que irte. ¿Eh, bobo?
sientas demasiado mal. Bueno, quizá tampoco pase nada porque te Querido, te he dicho que te perdono. Hasta te he recordado lo del
sientas un poco mal. No te morirás, y es lo menos que puede cuchillo. ¿Qué más puedo hacer? Has salido bien parado, pequeño.
esperarse de alguien que no es capaz de arrepentirse. Vamos, date prisa, tienes que irte. Levántate. Así, muy bien. Sigues
Dice: Vamos, levántate. Tienes que irte. Mi marido está a punto siendo un hombre grande, ¿eh? Aquí tienes tu sombrero. No te
de llegar para el almuerzo. ¿Cómo podría explicarle todo esto? olvides el sombrero. Antes nunca llevabas sombrero. Nunca en la
Es absurdo, pero sigo de rodillas aferrado al bajo de su vestido. vida te había visto con sombrero.
No quiero soltarlo. Soy como un terrier, y es como si estuviera Dice: Escucha. Mírame. Escucha atentamente lo que voy a
pegado al suelo. Como si no pudiera moverme. decirte.
Dice: Levántate ahora mismo. ¿Qué pasa? ¿Quieres algo más de Se acerca. Su cara está apenas a un palmo de la mía. No
mí? ¿Qué es lo que quieres? ¿Que te perdone? ¿Por eso haces todo habíamos estado tan cerca en mucho tiempo. Aspiro el aire
esto? Es por eso, ¿no es cierto? Por eso te desviaste para venir a entrecortada y quedamente para que no me oiga, y espero. Tengo
verme. Lo del cuchillo parece que te ha reanimado un poco. Creí la impresión de que el corazón me late más despacio.
que lo habías olvidado. Pero ahí estaba yo para recordártelo. Bien, Dice: Cuéntalo como crees que debes, y olvida lo demás. Como
si te vas ahora mismo te diré algo. siempre has hecho. Llevas tanto tiempo haciéndolo que no te será
Dice: Te perdono. muy difícil.
Dice: ¿Satisfecho? ¿Mejor así? ¿Te sientes feliz? Sí, ahora se Dice: Bien. Ya está hecho. Eres libre, ¿no es cierto? Al menos

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piensas que lo eres. Libre al fin. Era una broma, pero no te rías. De mal. A lo mejor consigues una buena historia de todo esto. Pero si
todas formas te sientes mejor, ¿no crees? es así, no quiero saberlo.
Me acompaña por el pasillo. Le digo adiós. Ella no dice nada. Se mira las manos, luego se las
Dice: No sé cómo podría explicarle esto a mi marido si mete en los bolsillos del vestido. Sacude la cabeza. Vuelve a entrar
apareciera en este momento. Pero qué importa. Si nos ponemos a en casa, y esta vez cierra la puerta.
pensarlo, hoy día a nadie le importa un comino nada. Además, creo Me alejo por la acera. Unos niños se pasan un balón de fútbol al
que todo lo que podía pasar ya ha pasado. A propósito, mi marido otro extremo de la calle. Pero no son hijos míos. Ni hijos de ella.
se llama Fred. Es un buen hombre. Trabaja duro para ganarse la Hay hojas secas por todas partes, incluso en las cunetas. Mire
vida. Y se preocupa por mí. donde mire, las veo a montones. Caen de los árboles a mi paso. No
Me acompaña hasta la puerta, que ha estado abierta todo el puedo avanzar sin que mis pies tropiecen con ellas. Deberían hacer
rato. Durante toda la mañana han estado entrando la luz y el aire algo al respecto. Deberían tomarse la molestia de coger un rastrillo
fresco y los ruidos de la calle, pero no nos hemos dado cuenta. Miro y dejar esto como es debido.
hacia el exterior y veo, oh, Dios, una luna blanca suspendida en el
cielo de la mañana. No creo haber visto jamás nada tan
extraordinario. Pero me da miedo comentarlo. Sí, me da miedo. No
sé lo que podría pasar. Hasta podría echarme a llorar. O no
entender en absoluto mis propias palabras.
Dice: Puede que algún día vuelvas a verme o puede que no. Lo
de hoy no tardará en borrarse, lo sabes. Pronto volverás a sentirte

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Melina —No, es porque ya está demasiado grande para esa sillita. Encoge
Lucía Berlin los pies torcidos para no arrastrarlos por el suelo.
Ben era tan listo… Ni siquiera hablaba todavía, pero pareció
En Albuquerque, al caer la tarde, mi marido Rex iba a sus clases entender. Apoyó con firmeza los pies en el suelo, como para
en la universidad o a su taller de escultura. Yo solía sacar al bebé, demostrarle al viejo que no había de qué preocuparse.
Ben, a dar largos paseos con el cochecito. En lo alto de la colina, en —Las madres nunca quieren reconocer que hay un problema.
una calle frondosa con olmos a ambos lados, estaba la casa de Clyde Hágame caso y llévelo al médico.
Tingley. Siempre pasábamos por delante de aquella casa. Clyde Justo en ese momento se acercaba un hombre vestido de negro
Tingley era un millonario que donaba todo su dinero a los hospitales por la calle. Ya entonces era raro ver a alguien caminando, así que
infantiles del estado. Me gustaba ir por allí porque siempre, no solo fue una sorpresa. Se agachó en la acera y sujetó los pies de Ben con
en Navidad, había guirnaldas de luces en los aleros del porche y en ambas manos. Llevaba la correa de un saxofón colgada del cuello y
los árboles. Las encendía justo al anochecer, cuando normalmente Ben se la agarró.
volvíamos del paseo. A veces lo veía en su silla de ruedas en el —No, señor, los pies del chico son perfectamente normales —
porche, un viejecito flacucho que nos saludaba de lejos, «Buenas», o dijo.
«Qué preciosa noche», cuando pasábamos. Una vez, sin embargo, —Bueno, me alegra oírlo —contestó Clyde Tingley desde arriba.
me gritó: —Gracias, de todos modos —le dije.
—¡Espere, espere! ¡Ese niño tiene un problema en los pies! Debe Me quedé hablando con el hombre de negro, y luego nos
hacérselo mirar. acompañó a casa. Eso ocurrió en 1956. Fue el primer bohemio que
Eché un vistazo a los pies de Ben, que estaban perfectamente. conocí. No había visto a nadie como él en Albuquerque. Judío, con

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acento de Brooklyn. Pelo largo y barba, gafas oscuras; pero no Beau necesitaba hablar. Y para mí era estupendo escuchar a
parecía siniestro. A Ben le cayó bien de entrada. Se llamaba Beau. Era alguien, más allá de las cuatro palabras que decía Ben, así que me
poeta y músico, tocaba el saxo. Fue más tarde cuando averigüé que alegraba de verlo. Además, hablaba de amor. Se había enamorado.
la correa del cuello era para el saxofón. A mí no me cabía duda de que Rex me quería, de que éramos felices
Nos hicimos amigos nada más conocernos. Beau jugó con Ben y que viviríamos felices juntos, pero no estaba locamente
mientras yo preparaba té frío. Cuando acosté a Ben, nos quedamos enamorado de mí como Beau lo estaba de Melina.
hablando en los escalones del porche hasta que Rex volvió a casa. Los En San Francisco, Beau había trabajado vendiendo bocadillos con
dos hombres fueron correctos pero no se cayeron demasiado bien, un carrito de comidas, además de café, repostería y refrescos, que
saltaba a la vista. Rex estudiaba en la universidad. Éramos muy trajinaba de un lado a otro por las distintas plantas de un coloso de
pobres en aquella época, pero Rex parecía más mayor, más confiado. oficinas. Un día entró en el despacho de una compañía de seguros y
Cierto aire de triunfo, quizá con un punto de soberbia. Beau actuaba vio a una mujer. Era Melina. Estaba archivando documentos, aunque
como si nada le importara mucho, aunque yo ya me había dado no realmente, porque miraba por la ventana con una sonrisa
cuenta de que no era verdad. Cuando se fue, Rex dijo que no le soñadora. Tenía el pelo largo y rubio teñido, y llevaba un vestido
gustaba la idea de que me dedicara a traer a casa músicos negro. Era muy menuda y delgada. Pero fue su piel, dijo Beau. Más
descarriados. que una persona, Melina parecía una criatura de seda blanca, de
Beau estaba volviendo en autostop a Nueva York, a la Gran vidrio opalino.
Manzana, después de seis meses en San Francisco. Se alojaba en casa Beau no supo qué le sucedía. Dejó el carrito y a los clientes y cruzó
de unos amigos, pero trabajaban todo el día, así que los cuatro días una pequeña puerta hasta donde estaba ella. Le dijo que la amaba.
que se quedó allí vino a vernos a Ben y a mí.

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Te deseo, le dijo. Conseguiré la llave del baño. Vamos. Solo serán carnicero que tenía que ver a la mujer que envasaba la carne. La
cinco minutos. Melina lo miró y dijo: ahora voy. obligó a marcharse del trabajo. Así es como te afectaba, dijo Beau.
Entonces yo era muy joven. Me pareció la historia más romántica Necesitabas estar cerca de ella inmediatamente.
que había oído nunca. Unos meses más tarde Melina se dio cuenta de que estaba
Melina estaba casada y tenía una hijita de un año más o menos. embarazada. Loca de alegría, se lo contó a su marido. Él se puso
La edad de Ben. Su marido era trompetista, y estuvo de gira los dos hecho una furia. No puede ser, dijo, me hice una vasectomía. ¿Qué?
meses que Beau pasó con ella. Vivieron una aventura apasionada, y Melina se indignó. ¿Y te casaste conmigo sin decírmelo? Lo echó de
justo antes de que el marido volviera Melina le dijo a Beau: «Es hora la casa a patadas, cambió las cerraduras. Él le mandó flores, le
de que sigas tu camino». Así que se marchó. escribió cartas apasionadas. Durmió delante de la puerta hasta que
Beau dijo que era imposible no obedecerla, que no solo lo al final lo perdonó.
hechizaba a él o a su marido, sino a cualquier hombre que la Melina cosía la ropa de la familia. Había tapizado con tela todas
conociera. No había lugar para los celos, dijo, porque parecía las habitaciones del apartamento. En el suelo había colchones y
completamente natural que cualquier otro hombre la amara. almohadas, podías ir gateando como un bebé de carpa en carpa. A la
Por ejemplo… el bebé ni siquiera era de su marido. Durante un luz de las velas día y noche nunca sabías qué hora era.
tiempo habían vivido en El Paso. Melina trabajó en Piggly Wiggly Beau me lo contó todo sobre Melina. Que su infancia transcurrió
envasando carne y pollos y envolviéndolos en plástico. Detrás de una en varias casas de acogida, que a los trece años se escapó. Fue
mampara transparente, con uno de esos ridículos gorros de papel. Y bailarina en un bar de alterne (no estoy segura de lo que significa
aun así, aquel torero mexicano que había entrado a comprar unos eso) y su marido la había rescatado de una situación muy fea. Es dura,
filetes la vio. Aporreó el mostrador y llamó al timbre, le insistió al dijo Beau, y malhablada, y sin embargo sus ojos, su tacto, son los de

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una criatura angelical. Ella fue el ángel que entró en mi vida sin avisar guapa, durante cinco años, pero no quería hablarme de ella. Eh, le
y me condenó para siempre… Se ponía muy dramático, y a veces dije, yo te he contado mi vida, explícame algo sobre ti, dime cuándo
incluso lloraba desconsolado, pero a mí me encantaba que me te enamoraste por primera vez… Se echó a reír, pero al final me lo
hablara de ella, me habría gustado ser como ella. Dura, misteriosa, contó. Eso es fácil, me dijo.
bella. Fue de una mujer que vivía con su mejor amigo, un contrabajista,
Me dio pena que Beau se marchara. También él fue como un ángel Ernie Jones. En el valle al sur de la ciudad, junto al canal de riego. Una
en mi vida. Después de conocerlo me di cuenta de qué poco hablaba vez David había ido a ver a Ernie y, como no lo encontró en casa, bajó
Rex conmigo o con Ben. Me sentí tan sola que incluso pensé en al canal.
convertir nuestras habitaciones en carpas. Ella estaba tomando el sol, desnuda y blanca sobre la hierba
Unos años más tarde estaba casada con otro hombre, un pianista verde. Para protegerse los ojos llevaba esas blondas de papel que
de jazz que se llamaba David. Era un buen hombre, pero también ponen en los platitos de los helados.
callado. No sé por qué me casé con esos tipos callados, cuando a mí —¿Y? ¿Ya está? —dije, tratando de sonsacarle más.
lo que más me gusta en el mundo es hablar. Teníamos muchos —Bueno, sí. Ya está. Me enamoré.
amigos, eso sí. Los músicos que pasaban por la ciudad se quedaban —Pero ¿y ella cómo era?
en casa y mientras los hombres tocaban, las mujeres cocinábamos y —No parecía de este mundo. Una vez Ernie y yo nos habíamos
charlábamos y nos tumbábamos en el césped a jugar con los niños. echado junto al canal, hablando, fumando hierba. Estábamos hechos
Intentar que David me contara cómo era de pequeño, o me polvo porque a ninguno de los dos nos salía trabajo. Vivíamos con lo
hablara de su primera novia, de cualquier cosa, era como arrancarle que ganaba ella, haciendo de camarera. Un día trabajó en un
una muela. Sabía que había vivido con una mujer, una pintora muy banquete y se llevó todas las flores a casa. Había tantas como para

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llenar una habitación, pero lo que hizo fue cargarlas río arriba y Melina, era exótica y divertida. Hablaban y se comportaban como los
echarlas al canal. Así que Ernie y yo estábamos allí, cabizbajos en la músicos de jazz de Los Ángeles. A nuestra casa la llamaban «la
orilla, mirando el agua turbia, y de pronto millones de flores pasaron choza», y decían «¿lo pillas?» o «fetén». Su hijita y Ben se lo pasaban
flotando. Ella trajo comida y vino, incluso cubiertos y manteles que en grande juntos, aunque estaban en esa edad en que lo tocan todo.
colocó en la hierba. Intentamos meterlos en un parquecito, pero ninguno de los dos
—Entonces, ¿hiciste el amor con ella? consentía quedarse allí. A Melina se le ocurrió que lo mejor era
—No. Ni siquiera llegué a hablar con ella nunca, al menos a solas. dejarlos a su aire y meternos nosotras en el parquecito, con nuestro
Simplemente la recuerdo ahí, estirada en la hierba. café y nuestros ceniceros a salvo. Así que eso hicimos, sentarnos
—Hum —dije, complacida por los detalles y la mirada bobalicona dentro mientras los niños sacaban libros de las estanterías. Ella
que puso. Me encantaba el romance en cualquiera de sus formas. estaba hablándome de Las Vegas, pero hacía que sonara a otro
Nos mudamos a Santa Fe, donde David tocaba el piano en planeta. Mientras la escuchaba me di cuenta, no solo al mirarla sino
Claude’s. Pasaron un montón de buenos músicos por allí esos años, rodeada por el aura de su belleza, de que era la Melina de Beau.
y actuaban una o dos noches como invitados del trío de David. Una Curiosamente, sin embargo, no fui capaz de contárselo. No pude
vez vino un trompetista realmente bueno, Paco Durán. A David le decirle: Eh, eres tan guapa y extravagante que tienes que ser la mujer
gustaba tocar con él, y me preguntó si me parecía bien que Paco y su por la que Beau perdió la cabeza. Aun así pensé en Beau y lo añoré,
mujer y su hijo se quedaran en casa una semana. Claro, dije, será deseé que las cosas le fueran bien.
estupendo. Melina y yo preparábamos la cena y luego los hombres se iban a
Y lo fue. Paco era un músico fabuloso. David y él tocaban toda la trabajar. Bañábamos a los niños y salíamos al porche de atrás,
noche en el club y también el día entero en casa. La mujer de Paco, fumábamos y tomábamos café, hablábamos de zapatos. Hablamos

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de todos los zapatos que habían marcado nuestra vida. Los primeros Me da vergüenza reconocer por qué lo hice. Estaba celosa de ella.
mocasines, los primeros tacones altos. Plataformas plateadas. Botas Era tan deslumbrante… No es que hiciera nada en especial,
que habíamos tenido. Manoletinas perfectas. Sandalias hechas a deslumbraba por ser como era. Yo solo quería impresionarla.
mano. Huaraches. Tacones de aguja. Mientras hablábamos, nuestros Le conté la historia de su vida. Le hablé de los terribles padres
pies descalzos se retorcían en la hierba verde y húmeda junto al adoptivos, de cómo la protegió Paco. Dije cosas como: «Veo a un
porche. Ella llevaba las uñas pintadas de negro. hombre. Un hombre atractivo. Peligro. Tú no estás en peligro, es él
Me preguntó cuál era mi signo del zodiaco. Normalmente el quien lo está. ¿Un piloto de carreras, un torero, quizá?». Joder, dijo
horóscopo me irritaba, pero dejé que me revelara todos los detalles ella, nadie sabía lo del torero.
de mi personalidad Escorpio y creí hasta la última palabra. Entonces Beau me había contado que una vez le acarició el pelo y le dijo:
le dije que sabía leer las líneas de la mano, un poco, y estudié las «Todo irá bien…», y que ella se echó a llorar. Le dije que ella nunca
suyas. Había oscurecido, así que fui a buscar una lámpara de lloraba, jamás, ni siquiera cuando estaba triste o furiosa, pero que si
queroseno y la puse en los escalones entre las dos. Sostuve sus alguien la trataba con ternura y le acariciaba el pelo y le decía que no
manos blancas a la luz de la lámpara y de la luna, y recordé lo que se preocupara, quizá eso la haría llorar…
Beau había dicho de su piel. Era como tocar vidrio frío, plata. Prefiero no contar nada más. Me da vergüenza. Solo diré que mis
Me sé el manual de quiromancia de Cheiro de memoria. He leído palabras tuvieron exactamente el efecto deseado. Se quedó allí
cientos de manos. Si digo esto, es para que quede claro que sentada mirándose sus preciosas manos y susurró: «Eres una
realmente mencioné las cosas que veía en las líneas y los resaltos de hechicera. Eres mágica».
sus manos. Pero más que nada le dije todo lo que Beau me había Pasamos una semana maravillosa. Fuimos juntos a los bailes
contado de ella. criollos, y subimos hasta el parque nacional de Bandelier y el pueblo

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de Acoma. Nos sentamos en las cuevas rupestres de Sandía. Nos
sumergimos en los baños termales cerca de Taos y fuimos al
santuario de Chimayó. Un par de noches incluso pagamos a una
niñera para que Melina y yo pudiéramos ir al club. La música fue
formidable.
—Me lo he pasado estupendamente esta semana —le dije.
—Yo siempre me lo paso estupendamente —dijo ella, sin más.
La casa se quedó muy silenciosa cuando se marcharon. Me
desperté, como de costumbre, cuando David volvió a casa. Estuve a
punto de confesarle la farsa de la quiromancia, pero me alegro de no
haberlo hecho. Estábamos tumbados en la cama a oscuras cuando
me dijo:
—Era ella.
—¿Quién?
—Melina. Ella era la mujer desnuda en la hierba.

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El remolino siempre impecable y no hari ́a nunca nada que no pudiera ser tapa de
Inés Garland revista.
Elisa Woods, para variar, llegó corriendo y a los gritos como si
Ayer, como todos los viernes, quedamos en encontrarnos con los estuviéramos solos en la terminal. En cuanto me vio, largó su bolsa
Woods en la terminal de Tigre. Nosotros llegamos más de una hora de libros para que se la cargara yo. Tiene la misma bolsa desde que
antes, como si estuviéramos por viajar en avión, y papá se paró en el la conozco, con el cierre roto y las manijas descosidas y los libros se
muelle con todos los bolsos y me pidió que lo acompañ ara. Como van cayendo por el camino. Ella dice que los trae para mi ́ y papá
siempre, pretendi ́a que me quedase al lado de él a oi ́r lo que deci ́an decidió que, por lo tanto, “corresponde” que yo los lleve. La verdad
por los altoparlantes por si acaso se adelantaba la colectiva. Nunca es que a Elisa le gusta leer en voz alta: a mi ́ o a quien sea. Hasta en
en la vida se adelantó, pero él dice que hay una primera vez para los viajes en colectiva lee en voz alta. Si le sigo llevando los libros no
todo y pide silencio con señ as exageradas que nadie obedece. Mamá es precisamente porque corresponda. De a poco le fui robando los
andaba cerca, pero no demasiado (gesticular en el medio de la que más me gustan y me armé una biblioteca maravillosa en el
estación está dentro de las cosas imperdonables que papá “le hace ropero de mi cuarto en la isla.
para mortificarla”). Se habi ́a enroscado uno de sus pañuelos en la Mamá, Elisa y yo ya nos habi ́amos subido a la colectiva y el
cabeza para no despeinarse y estaba muy maquillada. Por la cara de marinero estaba levantando las defensas cuando apareció corriendo
ansiedad, le faltaba la iluminación difusa de las peli ́culas viejas para Juan Woods. Lo que hace en la estación es un misterio, pero nunca
ser la protagonista del ti ́pico reencuentro con el amor de la vida. aparece antes del momento en que la lancha se está separando del
Mamá es una actriz atrapada en la vida de una esposa cualquiera y muelle. Se para en la escalera, le tira los bolsos a papá y pega un salto
está convencida de que la miran permanentemente. Por eso está hasta la lancha. Lo vi hacer ese salto un milló n de veces —de chica,

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se me haci ́a un nudo en el estómago de ganas y miedo de que se para mi ́ fue como estar sentada en el primer banco de la clase de una
cayera— y siempre me fascina. Es más el esfuerzo que hace papá maestra obsesionada conmigo. Le puse cara de buena alumna, pero
para atajar los bolsos que el que hace él para aterrizar en la cabina, no la estaba escuchando. Miraba los sauces de la costa. En esta época
liviano como un gato, con las manos largas bien abiertas como si están llenos de brotes de un verde casi transparente y con el sol
encontrara algo sólido para apoyarse donde para los demás hay aire. parece que la luz les saliera de adentro de las hojitas.
Ni siquiera papá, con lo obsesivo que es con el tema de la La isla de los Woods queda en un riacho angosto. Ayer, apenas la
puntualidad, se animó alguna vez a decirle que llegue antes. colectiva dobló para dejarnos en el muelle, el perfume de las
En el viaje para acá, a pesar de las caras de papá, Elisa leyó en voz madreselvas entró en la cabina con el fri ́o de la sombra y senti ́ que
alta pedazos de El amante de Lady Chatterley. Ella elige las lecturas me tiraba a nadar en un aire verde, en un pozo de agua lleno de
según el público. A los isleñ os les lee los clásicos y se cree que está perfume. La creciente habi ́a inundado parte del jardi ́n y las azaleas
haciendo, ella sola, una campañ a de alfabetización, y a la gente de la florecidas se reflejaban en el agua, como globos enormes flotando
ciudad la escandaliza con pasajes o frases que hablan pestes del en el ri ́o.
matrimonio, de los hijos, de la religión, de la sociedad y de todo lo La maniobra para dar vuelta la colectiva se complicó bastante. El
que ella sabe que es importante para ellos. El viernes eligió las partes chofer aceleraba marcha atrás, pero la corriente le cruzaba la lancha
más eróticas de El amante de Lady Chatterley y las arruinó leyéndolas otra vez y el marinero, que empujaba con el bichero desde la popa,
a los gritos por encima del ruido del motor. La mitad de lo que deci ́a no alcanzaba a abrirse a tiempo. Juan se paró en el muelle a dirigirlos
se perdi ́a con las aceleradas y cuando la lancha paraba en algún con esa seguridad que hace que la gente lo obedezca aunque sea la
muelle volvi ́a a leerlas, con una sonrisa de superioridad. Me miraba primera vez que lo ve en la vida. Asi ́ parado, con las piernas abiertas
entre oración y oración para asegurarse de que le prestaba atención; y el ceñ o fruncido, pareci ́a Gregory Peck en Moby Dick.

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Cuando se fue la colectiva, se lo dije y se quedó mirándome. Antes de la comida mamá y Elisa se pusieron a hablar a los gritos
—¿Dónde viste vos Moby Dick, Clara? —dijo y después hizo una del divorcio de alguien. Mamá es pro matrimonio para toda la vida y
cosa rara que hace con la boca, una especie de puchero que se le Elisa dice que ése es un invento pasado de moda (ella dice
escapa cuando se emociona—: ¿Sabi ́as que sos una adolescente muy “obsoleto”). Discuti ́an sin oi ́rse, como siempre que hablan del tema,
vieja? y se interrumpi ́an y mamá fingi ́a quedarse sin palabras ante las
Siempre me dice lo mismo. mismas cosas que Elisa dice siempre. En el living de verano, papá
La glicina del porche habi ́a florecido todavi ́a más durante la trataba de meterlo a Juan en uno de sus negocios imposibles. Sali ́ al
semana. Me paré en la sombra y cerré los ojos. A veces me parece muelle. Las ventanas de la casa pareci ́an flotar en la oscuridad y en
que el viaje de ida es como una de esas sinfoni ́as que empiezan el living de verano se prendi ́a y apagaba la brasa del cigarrillo de Juan.
despacio y van creciendo y creciendo hasta que explotan. Ayer Desde algún lugar llegaban pedazos de voces alegres y mú sica y
explotó ahi ́, cuando me paré debajo de la glicina. cuando paraba el viento se oi ́an las chatas desde el Paraná de las
Al atardecer, me tiré a nadar. Nadé contra la corriente, primero Palmas. Me gustari ́a vivir en una de esas chatas, navegar ri ́o arriba y
despacio, consciente del esfuerzo de los brazos, de la respiració n, de ri ́o abajo, tener mi ropa colgada al sol y no hablar con nadie; cada
las piernas duras, pero después el cuerpo se volvió fácil, fácil y tanto, cuando me cruzara con alguna lancha, sonari ́a la sirena y
violento a la vez, y hubiera nadado hasta el fin del mundo. Cuando levantari ́a la mano: un gesto chiquito que de afuera se veri ́a apenas,
sali ́ del ri ́o me temblaban las piernas. Ya estaba oscuro. Entré en la casi perdido en el ruido enorme.
casa y me acosté en mi cama con la luz apagada. Los grillos y las ranas Vi la brasa del cigarrillo avanzando por el camino que va al muelle
cantaban muy fuerte. El ruido todo alrededor y por debajo de mi ́ era y Juan se sentó en el banco a mi lado.
algo sólido que me llevaba en andas. —¿Todo en orden? —preguntó .

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La pregunta me hizo gracia, pero no se la contesté. Nos llamaron ellos no pueden saber que para mi ́ es tan imposible venir con una
a comer y en la oscuridad del camino a la casa no pudo ver mi sonrisa. amiga como no venir.
Durante la comida Elisa me preguntó por qué no habi ́a ido con una Cuando los Woods compraron la casa, teni ́a dos cuartos y la
amiga. Siempre me pregunta lo mismo. cocina atrás, un living en el medio y todo el frente ocupado por el
—Se lo dije —contestó mamá previsiblemente—, no hay caso. porche. En una punta del porche, construyeron un living de verano
—Le gustará venir sola —dijo papá. Trató de sonar como si le diera rodeado de mosquitero. Al principio yo dormi ́a en un silló n de flores
lo mismo, pero no le da lo mismo. Vive obsesionado con lo que es medio descuajeringado, hasta que a Juan se le ocurrió hacerme un
normal. Y para él que a los dieciséis añ os yo venga todos los fines de cuarto. Tuvo la brillante idea de hacerlo bien alejado de los demás
semana a la isla con ellos no es normal. A él le gusta, pero no es cuartos, separado del living de verano por un pasillo corto. Anoche,
normal. cuando mamá se puso a hablar en francés, que segú n ella es la mejor
—¿No hay ninguna amiga tuya que te den ganas de traer? —siguió lengua del mundo y segú n yo es la única que aprendió a hablar
Elisa. correctamente, y empezaron otra vez con el discurso de que a Elisa
Como si fuera la primera vez que hablaban del tema, mamá se le gusta escandalizar a los burgueses (mamá dice épater les
acordó de su ti ́a antisociable, papá habló de la juventud de hoy en bourgeoises), yo agradeci ́ en silencio ese cuarto, lejos de las
di ́a y de como ellos sali ́an en grupo y eran todos amigos —con las conversaciones repetidas de todos los fines de semana.
chicas también— y se pusieron nostálgicos; recordaron a algunos de Hoy desayunamos en el porche, a la sombra de la glicina. Cuando
los que no ven más, al que se mató el añ o pasado, a los divorciados sali ́, Elisa acababa de apoyar la bandeja sobre la mesa. Las tazas de
y a los vueltos a casar. O sea que, gracias a mi ́, tuvieron tema durante porcelana blanca, la cafetera humeante, los potes de mermelada
la comida. La idea de traer una amiga es totalmente ridi ́cula, pero transparentes, las servilletas de lino, la manteca, todo brillaba en el

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aire de la mañ ana, tan perfecto que pareci ́a inalcanzable, suspendido Más tarde, mientras Elisa y yo juntábamos rosas en el jardi ́n,
como un cuadro en la luz del sol. Elisa habi ́a barrido el porche y no volvió sobre el tema.
quedaban ni rastros de las flores celestes de la glicina que siempre —Lo más difi ́cil es amar y odiar a la vez. ¿No te parece? —y sin
cubren el piso. Juan se enojó . esperar respuesta, dijo la mejor frase que le oi ́ en toda mi vida. Dijo:
—El fin de semana pasado quedó toda la casa llena de flores “Hay que odiar alegremente”.
pisoteadas —dijo Elisa de mal humor. Cuando fuimos al muelle ella aseguró que hablar conmigo era
—Qué drama —se burló él. como hablar con un alter ego totalmente puro. Yo no habi ́a abierto
—Para mi ́ si ́. Claro que al que le gusta la cochambre. la boca. Me impresionó que, sin hablar, se pudiera engañ ar tanto a
Juan se rió con un ruido nasal, desagradable. —Como si limpiaras alguien.
vos, señ ora —dijo. Mamá tomaba sol boca arriba con un sombrero de paja tapándole
Ése es el golpe de gracia que tiene él en todas las discusiones: la cara y papá y Juan jugaban al backgammon. Elisa abrió su silla de
siempre le termina diciendo, de una forma u otra, que es una lona a la sombrade las casuarinas y yo me acosté al sol, boca abajo,
burguesa. en una reposera.
Se hizo un silencio pesadi ́simo. Elisa, como hace muchas veces, me Con los ojos entrecerrados miré el agua que bajaba a toda
usó a mi ́ para salir de la trampa. —¿Viste, Clara? —dijo—. Es lo que velocidad.
te digo siempre: el matrimonio es el triunfo del hábito sobre el odio. Juan me alcanzó un gin-tonic. Lo habi ́a preparado con mucho hielo
La frase no es mi ́a —le dijo a mamá que cree que yo no deberi ́a y con una rodaja de limó n en el borde como les ponen en las
escuchar esas cosas. confiteri ́as.
—Te debo el paragü itas —dijo para hacerme rei ́r.

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Me gusta tomar mi primer gin-tonic muy rápido, que me afloje las alrededor del salvavidas redondo que puso Juan y me dejé llevar.
piernas y me vaci ́e la cabeza. Me gusta porque estoy muy alerta, pero Hundi ́ la cabeza. Pensé en dejarme ir como la flor de la glicina.
no a las cosas que siento cuando no tomo, a otras, que están por Cuando volvi ́ al muelle me acosté sobre las maderas calientes.
debajo y nadie quiere ver. Y amo mi cuerpo cuando estoy asi ́, la A través de las pestañ as mojadas vi el cuerpo de Juan, de espaldas.
forma en que se abre, de adentro para afuera, como una dama de Me quedé un momento detenida en la nuca, en esa especie de
noche. montañ ita al revés que dibuja su pelo sobre la nuca y después bajé
Senti ́ el sol en la espalda y las maderas del muelle contra la piel de por la espalda, siguiendo el recorrido de la transpiración. En ese
los muslos. Haci ́a mucho calor. El ruido de las chicharras se volvió momento se dio vuelta y, con un gesto, me ofreció otro gin-tonic. Me
cada vez más fuerte. Bajé los escalones para sentarme con los pies lo acercó , se puso en cuclillas a mi lado y me tocó la cara con el vaso
en el agua. Era como si alguien me acariciara los tobillos con una tela helado.
de seda. Las voces de mamá y papá me llegaban de a ratos. Hablaban —Te vas a derretir —dijo en voz baja.
de mi ́. Una flor de glicina que veni ́a con la corriente flotó muy cerca —Una cosa es que tenga cultura alcohó lica, como deci ́s vos, y otra
del remolino que se forma detrás del pilote del muelle y cayó en el es que se emborrache todos los fines de semana —dijo mamá
hueco de agua. Bajó hasta el centro, volvió al borde y se mantuvo cuando se dio cuenta de que me daba otro vaso.
ahi ́, girando suavemente. Por momentos cai ́a para volver a salir, se —Dos es mucho —dijo papá con pocas ganas de discutir.
deteni ́a en el borde del remolino, como si estuviera dudando, y —¿De qué se preocupan? Tiene piernas huecas —se ri ́o Elisa—, el
después volvi ́a a caer, hasta que de repente salió y se alejó otra vez alcohol no se le va a la cabeza. Yo pensé que era su segunda gran
con la corriente. Me fui metiendo en el ri ́o. Pensé que el agua me equivocación del di ́a.
teni ́a agarrada de los pies y me tiraba hacia adentro. Dejé un brazo Elisa pidió ayuda para bajar el bote y lo dejó

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listo para después. Es la ú nica a la que no le gusta la siesta. Sale a minutos más —si Juan no terminó el cigarro, por ejemplo—, a veces
recorrer riachos o a juntar moras silvestres o naranjas, segú n la canta, muy despacio, como ahora, con una voz espesa que se me
época. anuda en el estó mago. Me acuesto boca arriba. A los pasos sobre las
No quise almorzar. Papá y mamá le echaron la culpa al gin-tonic. maderas del living de verano los sigue el golpe seco de la puerta que
Yo queri ́a venir a mi cuarto y des- vestirme. Me acosté en la cama. da al pasillo. A Juan le gusta mirar las fotos que colgué en la pared
Empujé la colcha con los pies para quedar atravesada en las sábanas frente a mi cuarto. Separo un poco las piernas. Entra en silencio,
blancas, boca abajo. Cerré los ojos. Un golpe de viento me acarició la como siempre, y se queda parado mirándome. Cuando me hace el
espalda. Me dormi ́ con las voces a lo lejos y me despertó el ruido del amor, también me mira. Y yo me dejo ir, como en una cai ́da, con los
motor del bote, yéndose. Mis padres y Juan estaban en el living de ojos cerrados.
verano. Las voces se oi ́an con claridad. Mamá dijo que se iba a su
cuarto y después me llegó el olor de los habanos de papá y Juan.
Varias veces crujió el sillón de mimbre y alguien golpeaba cada tanto
el vidrio de la mesa ratona con un vaso o con un cenicero. Papá dijo
que más que dormir la siesta planeaba desmayarse y Juan se rió.
—Te estás olvidando los anteojos —dijo un rato después, pero
papá le contestó que no pensaba leer.
Me gusta estar atenta a cada detalle, no perderme ni un solo
compás del movimiento. Todo parece detenerse, como antes de una
tormenta. A veces oigo crujir el silló n de mimbre durante algunos

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AMOR EN EL PASTO ALTO En la cocina, echa un huevo en la sartén, pone a calentar la
pava, saca la huevera de acero inoxidable, la cuchara gastada, la taza
Claire Keegan
a rayas y el plato y espera hasta que esté listo. En alguna parte
alguien está cortando madera. Esa pava siempre canta antes de
hervir. Corre el cerrojo y se sienta al lado de la puerta abierta. Ha
Cordelia se despierta una mañana helada y observa el humo dormido; ahora tiene que comer. Rompe la cáscara, sala el huevo,
de turba que flota más allá de la ventana de su dormitorio. Se pasa la manteca sobre el pan, sirve el té. El viento arroja hojas secas
levanta, abre la ventana y oye la música de la matinée que se va sobre el linóleo. Los birmanos creen que el viento que arrastra hojas
apagando en el camino. El aire invernal penetra, ese día, el último del de betel a la casa de la novia traerá mala suerte e infelicidad al
siglo XX. Cordelia se desnuda, vierte agua de la jarra de metal, llena matrimonio. Demasiados datos inútiles resuenan en la cabeza de
a medias la palangana, escurre la toallita que usa para lavarse el Cordelia como viejas monedas. El reloj de la chimenea hace tictac de
cuerpo y se enjabona las manos, el rostro. En noviembre, cuando lo más contento. Falta poco, parece decir. Falta poco. Una vez que
estalló la cañería, no se molestó en llamar al plomero, rompió el hielo terminó, da vuelta la huevera, un juego al que jugaba en la niñez que
del barril que recoge la lluvia y hundió el balde en él. Esa agua está se volvió un hábito. Se saca un pañuelo de la manga y se limpia la
fría. Se seca y, lentamente, se viste, poniéndose un vestido verde, boca. Ya es hora. Se deshace la trenza y se peina el cabello. No
cerrándose la cadena con medallón de platino alrededor del cuello. conoce a ninguna otra mujer cuyo cabello se haya puesto blanco a
Se inclina y se ata los cordones de los zapatos negros, sabiendo que, los cuarenta. Finalmente, toma el abrigo negro bueno del gancho y
al terminar el día, nada volverá a ser igual. sale a lo que queda de diciembre.

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Hace ya nueve años que Cordelia recorrió ese camino, un pequeño, pero entonces se da cuenta de que es el órgano. Retrocede
camino empinado que lleva al océano. No ha cambiado mucho. La hasta entrar al confesionario, cierra la reja.
escuela nacional ha sido pintada, pero el Silver Dollar Take-Away aún
—Bendígame, padre, porque he pecado —murmura.
está allí y la camioneta de los helados con su cartel bien borrado,
pero hay una luz en la casa de huéspedes Lone Star, y la puerta del
Eso la retrotrae. Una repentina corriente de aire atraviesa la
pequeño negocio de recuerdos está abierta. Sospecha que después
capilla, sonando extrañamente como una carrera de autos, un viento
de que comience el nuevo siglo, volverán a cerrar, esperarán que
muy fuerte. Se sienta en el último banco y abre el misal en cualquier
vengan los turistas del verano y los chicos del trampolín. Es
parte, lee la lección del salmo dominical y piensa que Judas Iscariote
consciente de las caras detrás de las cortinas de voile. Un niño pasa
es un nombre hermoso.
en su bicicleta sin pedalear. Ella se detiene en la capilla, empuja la
puerta de vidrio, se bendice en la fuente. El porche huele a mármol La aulaga protege ese camino, verde, aulaga trémula que
mojado, a piedra vieja, a abrigos húmedos. Solía imaginarse ahí, de estalla en un amarillo inexorable durante la mitad del año. Ya está
pie, vestida de novia, con su padre entregándola. oscureciendo; siente cómo mengua la luz, observa el atardecer azul
que desaparece hacia el oeste. Se detiene y se saca una piedrita del
Adentro, la capilla está vacía; la baranda de mármol,
zapato. Las nubes se juntan sobre las dunas peladas. Siente latir su
desaparecida. Dos estatuas guardan el altar: la Virgen María y San
corazón, está cansada, con fatiga en los huesos y la noche cae a su
José. Una marrón, la otra azul. «¿Por qué María siempre es azul?»,
alrededor, demasiado rápidamente. ¿Por qué el tiempo va rápido y
se pregunta. Enciende una vela a sus pies, parece tan solitaria. Cerca
luego lento? Tiene que caminar dos o más millas. Recuerda la sala de
del altar hay un ataúd cubierto por una tela púrpura, qué ataúd tan
espera, el brillo del estetoscopio, la promesa y se apresura.

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Porque también estaba oscuro cuando Cordelia vio al doctor, —Qué desperdicio —dijo—. No hay nada que odie más que el
un septiembre tardío de frutas caídas. Exasperada, había tomado un desperdicio. ¿Tiene una pala?
martillo y clavado un cartel, MANZANAS, en el portón de entrada.
Se quitó el saco y se arremangó la camisa. Tenía los brazos
Durante la noche un vendaval había sacudido los árboles hasta
pálidos para ser verano, las venas de las muñecas como ramas azules
dejarlos pelados. Se había levantado y descubierto los terrenos del
dibujadas por un niño sobre una página blanca. Pero las manos
huerto alfombrados de manzanas: Granny Smith, Golden Delicious,
estaban bronceadas, como si las hubiera sumergido en tinta
Bramley, Red Janets, manzanas silvestres. Llenó baldes, palanganas,
indeleble que no se pudiese limpiar. El sol de otoño se ponía naranja,
el viejo moisés, pero lo que sobró quedó abundante y magullado en
mientras el doctor cavaba un pozo. Recubrió la arcilla con paja y
el pasto alto.
cuidadosamente dispuso las manzanas de modo que no se tocaran.
Cuando el auto del doctor dobló en su camino, Cordelia
—Listo —dijo—, manzanas todo el año.
estaba sentada sobre los escalones, afuera de la puerta principal,
hojeando las páginas de «Mermeladas y jaleas» de su libro de cocina.
—Entre a lavarse las manos.
Sobre el alfeizar, por encima de su cabeza, había frascos de
mermelada con avispas ahogadas, confundidas por la cuchara de La cocina era oscura y fría y olía a hollín y a algo más que el
mermelada en el fondo del agua. El doctor proyectaba una sombra doctor no supo decir. Cordelia le dio detergente y él se quedó ante
firme y alta sobre ella. Parecía un hombre que podía saltar una cerca la pileta de la cocina restregándose las manos. Ella sirvió una copa de
y treparse a un árbol, como un hombre que solía correr. Ella lo leche, que él bebió antes de irse con una palangana de manzanas
condujo hasta el sendero del huerto, donde él sacó las manos de los hasta el borde. Cordelia usó la falda como bolso y también la llenó.
bolsillos y meneó la cabeza. El doctor notó sus rodillas, marcadas allí donde se había arrodillado

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sobre el pasto, sus muslos tostados y pensó en ellos mientras Cordelia le preguntaba por la escuela de medicina, por lo que le había
manejaba de vuelta a casa, donde lo esperaban su mujer e hijos. significado haber sido hijo único. Ninguno de los dos tenía hermanos
Cada vez que doblaba, las manzanas rodaban, ruidosas, en el asiento o padres vivos. Cordelia era una buena oyente y al doctor le gustaba
de atrás. hablar. Le hablaba de su infancia, de cómo acostumbraba quedarse
por horas en el porche matando moscas, de cómo su padre les
El doctor volvió. A devolver la palangana que volvió a llenar
sacaba más fotos a sus perros de exposición que a él, de su tía que
ante la insistencia de Cordelia, y regresó de nuevo. Se hizo habitual
estaba en un convento y de las esperanzas que abrigaron sus padres
que, los jueves, el doctor pasara.
de que él ingresara al seminario. Pero ni una vez mencionaba a su
esposa; era como un libro cuyos capítulos intermedios se habían
—Pensé que se suponía que las manzanas mantenían alejado
perdido. Cordelia sentía la falta de atención. De cerca, ella olía las
al doctor —dijo Cordelia.
bolitas de naftalina en el saco que él usaba en invierno, lo que la hacía
—No todos los doctores son iguales. pensar en un cajón que no había sido abierto durante mucho tiempo.

—¿Y los pacientes? Para su cumpleaños número treinta, Cordelia se sentó con los
pies en una palangana de agua caliente y oyó la tormenta. Era a fines
—Los pacientes son todos iguales. Lo único que quieren es
de noviembre. Bebió tres grandes vodkas y se ató una cinta en el
sentirse mejor.
cabello. Los relámpagos brillaban intermitentemente en el cuarto.
Cuando llegó el doctor, lo tomó de la mano y lo condujo hasta el
Cuando el tiempo era seco, Cordelia y el doctor bebían té
huerto. Se recostó sobre el pasto húmedo.
afuera. Se sentaban a charlar a la sombra, debajo de los árboles.

49
—Tengo treinta —dijo. menor brisa. No tenía corazón para arrancarlo. Se imaginó el tallo
que se debilitaba, el fruto colgando de su planta, atrasándose,
—Vas a resfriarte.
soltándose, luego dejándose caer, cayendo.

—No me preocupa.
El doctor le dijo a su esposa que iba a estar visitando
pacientes. Dado que su auto era tan llamativo, empezaron a
—¿Estás borracha?
encontrarse en las dunas de arena de Strandhill. Llevaban patas de
—¿Importa? —dijo y se desabotonó el vestido. pollo, un frasco con whiskey, pastel y barras de chocolate belga,
porque el doctor era goloso. Los días secos, él se abría la camisa y
Perdieron la noción del tiempo. Cuando el doctor miró la hora,
ella se sacaba las botas y se dejaba el pelo suelto. Pero la mayoría de
acercó el reloj hasta su rostro y luego salió apurado, dejando huellas
las veces se echaban, cubriéndose con el gran abrigo negro de
de neumático sobre el camino.
Cordelia, a oír la marea, él, con la cabeza sobre los juncos. A veces
caían en un sueño liviano, pero Cordelia siempre era consciente del
A la mañana siguiente, Cordelia estaba en la cama, mientras
irreversible tictac del reloj de oro del doctor: tictac, tictac, tictac. «Ya
unos moscardones somnolientos luchaban contra los vidrios de las
falta poco», parecía decir. «Ya falta poco». Ella odiaba ese reloj;
ventanas. Observaba las repentinas y veloces sombras de las
quería levantarse y arrojarlo al océano.
golondrinas que pasaban volando frente a su ventana en parejas
fugaces, restándole luz a su cuarto, y se maravillaba de que los seres
Cordelia soñó que estaba en un cuarto que tenía una cortina
vivos pudieran quedar suspendidos en el aire. Se imaginó el último
verde y ondeante. No podía ver hacia afuera, pero nadie podía ver
de los frutos pasados, el último de los más tardíos, cayendo ante la
hacia adentro. Cuando le contó eso al doctor, él empezó a hablarle

50
de su mujer. Cordelia no quería saber de su mujer. Ella quería que él Un fin de semana se fueron a Dublín. Se encontraron en el
golpeara ruidosamente a su puerta con el puño en el medio de la pueblo y él le dijo que, hasta la carretera, se agachara en el asiento
noche, que entrase con una valija y que, llamándola por su nombre, trasero del coche. Cuando llegaron al hotel, en la recepción estaba el
le dijera: «He venido a vivir contigo por mi cuenta y riesgo». Ella abogado de él. El doctor presentó a Cordelia como colega suya.
quería que él la llevase a una casa extraña y que dejara la puerta Apestaba a culpa. Hicieron el amor con la ventana abierta, oyendo
abierta de par en par. El doctor le contó que su esposa se iba a la cómo fluía el Liffey hacia Eden Quay. Era agradable estar rodeados
cama temprano. Dijo que, en las noches de buen tiempo, él se por extraños. El doctor asistía a sus reuniones por las tardes, buscaba
sentaba en el porche detrás de su casa a fumar un cigarrillo. Desde restaurantes tranquilos por las noches. Era precavido con su dinero,
ahí podía ver más allá de la península, donde el camino se curvaba, hablaba del precio de la libra, de cómo su mujer se había comprado
iluminándose con las luces del pueblo de ella. un abrigo de trescientas libras, sin consultarle. En una oportunidad,
Cordelia salió del baño y lo descubrió registrándole la cartera.
Llegó el invierno con chubascos repentinos, impredecibles.
Cordelia se lo encontraba en pubs, donde comían carne roja y bebían —¿Tienes aspirinas? —le dijo—. Me duele la cabeza.
vino. A las cuatro en punto de la tarde, ya estaba oscuro y el doctor
Para la semana de Navidad, él se apareció por la casa de ella
le hablaba sobre estar casado, sobre cómo había sentido que eso era
con filetes y los sirvió medio crudos con una botella de brandy.
algo que tenía que hacer, de modo que se casó con la primera que lo
aceptó, a los veintidós. Su mujer dejó el trabajo y quedó embarazada.
—Feliz Navidad —le dijo y le dio una caja de chocolates
No podía coser. Si a él se le perdía un botón de la camisa, ella la
amargos. Ella era alérgica al chocolate.
tiraba. Cordelia no le preguntó por qué la mujer no podía coserle los
botones.

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Después de eso no lo vio durante dos semanas. Él la llamó de recién casados que se iba en un sulky tirado por burros. La gente
desde una cabina telefónica a las dos de la mañana. le arrojaba flores y latas de cerveza al carruaje.

—¿Dónde estabas cuando yo tenía veinte? —le dijo. Lo que —Hasta que la muerte nos separe —dijo el doctor—. En las
decía se oía mal articulado—. Mi mujer quiere saber por qué no la bodas, los que lloran son siempre los que están casados. Conocen la
toco. Es como tocar una serpiente. Se va a visitar a la familia a diferencia entre los votos y su vida.
Kilkenny por el fin de semana. Se lleva a los chicos. ¿Adónde quieres
Se regalaron cosas mutuamente. Ese fue su primer error. Él
que vayamos?
sacó un par de tijeras quirúrgicas de su bolsillo y le cortó un rizo a
—A España. Cordelia. Lo guardó entre las páginas de un libro titulado Doctor
Zhivago. En otra oportunidad, luego de estar tendidos en las dunas
—¡Perfecto! ¡Ja! ¡Ja! Vamos a España.
hasta después de que se había puesto oscuro, se llevaron
accidentalmente a sus respectivas casas la bufanda del otro. Él le
Ese fin de semana llevó a Cordelia a un pueblo de Limerick,
regaló sus libros antiguos, cuyas páginas tenían los bordes dorados.
cuya única industria era su matadero. En ese pueblo había olor a
Y Cordelia le escribió largas cartas, diciéndole que los días sin él eran
rancio y consiguieron un cuarto en un hotel cuyas canillas de agua
como meses sin sol, sin oxígeno.
caliente apenas llegaban a dar agua tibia. Abajo, tenía lugar la boda
de unos gitanos. Cordelia se emborrachó. Recorrió el corredor en
En medio de la noche, mientras su mujer e hijos dormían, el
camisón. La alfombra de lana por la que caminaba tenía un dibujo de
doctor trepó hasta el techo de la sala de estar, abrió la puerta del
grandes rosas rojas. Se quedó ante la ventana, mirando a la pareja
ático y puso las cosas que Cordelia le había dado debajo del material

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aislante. Sabía que allí estarían a salvo, porque su esposa tenía miedo Las luces del pueblo proyectan una banda anaranjada por el
a las alturas. este. Oye música, gitanos que ponen discos de Jim Reeves en su
campamento, el ronroneo sistemático de un generador. Una yegua
Pero el doctor nunca le escribió ni una línea a Cordelia.
moteada relincha y trota a lo largo de la costa, como si también ella
Cuando se fue de vacaciones con su mujer a Lisboa, Cordelia no
hubiese soñado con un hombre que le apuntaba con un arma a la
recibió una palabra de él, ni siquiera una postal. La única muestra de
cabeza. Las nubes se acumulan, espesándose en la oscuridad.
escritura suya que tuvo fue cuando le dio unos calmantes para el
Cordelia encuentra el lugar cubierto de musgo en la colina, donde se
dolor de oídos. Sobre la etiqueta, escrito de manera casi ilegible, se
acostaron por primera vez. Eso fue hace casi diez años. Se tiende
leía: «Tomar uno con agua (o vodka) tres veces al día».
entre las cañas, se levanta el cuello y espera.

Cordelia ya casi llegó. Pasa las barandas de concreto del


Una tarde, el doctor entró a su sala de estar y ahí, sobre el
estacionamiento, trepa la cuesta inclinada de las dunas, debajo de la
piso, estaba el pedazo de cinta negra que había tomado del cabello
sombra de la montaña. Se detiene a recuperar el aliento, observa las
de Cordelia para atar las cartas de ella, cada una de las cuales había
continuas vueltas de la marea azul que rompe en la perpetua y salada
sido dirigida a su consultorio y marcada con un «estrictamente
espuma sobre la costa. Los juncos se inclinan para dejar pasar el
confidencial». Cuando alzó la vista, vio las piernas de su esposa, que
viento. Poco hay allí que demuestre la presencia humana; el viento
hurgaba en el material aislante del techo.
ha borrado todas las huellas de la arena. Apenas una cuchara de
plástico rota, una lata de cerveza aplastada, una carterita de niña con —¿De quién es este pelo? ¿Quién mandó estas cartas? ¿Con
perlas. Cordelia se detiene y se agacha para recogerla, pero está quién te has estado viendo? ¿A quién pertenece esa cinta? ¿A quién?
vacía, roto el forro. Quiero saber, háblame. ¿Quién es Cordelia? ¿Cordelia qué?

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La mujer leyó en voz alta. Empezó a llorar. Había palabras —No seas ridícula. Eres mi mujer.
como «eternamente», «siempre» y «hasta que la muerte nos
La convenció para que bajase. En el hogar, prosperaba un
separe». Empezó cuando ya era bien de tarde. El doctor se sentó en
fuego espléndido porque el doctor, con los nervios destrozados,
el sillón que estaba al lado de la chimenea y miró por la ventana los
había arrojado paladas de carbón a las llamas. Antes del amanecer,
temblorosos crisantemos que apretaban sus pimpollos color óxido
en presencia de su marido, la mujer había quemado lentamente las
contra los vidrios. Su mujer dejaba caer cada hoja al piso de la sala, a
cartas de Cordelia. El doctor vio cómo el fuego devoraba las hojas, el
medida que las leía. Esas hojas flotaban. Terminó de leerlas a la luz
rizo de cabello blanco chamuscándose en el fuego azul. Pensó en los
de una linterna. Al final de muchas de las hojas se repetía el nombre
quemados a los que había tratado, en los peores casos y, así y todo,
«Cordelia». La mujer del doctor no bajó, sino que se sentó ahí,
tuvo que emplear toda su fortaleza para no poner las manos en las
insistiendo en averiguar la verdad.
llamas y recuperar las hojas y el cabello.
—¿Estás enamorado de ella?
—Es rubia —dijo la esposa del doctor.
—¿Enamorado? —preguntó el doctor con voz de asombrado.
Dos días después, el doctor hizo que Cordelia fuera a verlo a
—Obviamente ella está enamorada de ti. su consultorio y, con voz baja y conmovida, le informó que la
aventura que habían vivido se había terminado. Juntó las manos y
—Es enamoramiento, nada más.
jugó con los pulgares haciendo que describieran pequeños círculos
contrarios a las agujas del reloj. Así es como debía ser cuando te
—¿Te piensas que me chupo el dedo? Vas a dejarme.
informan que tienes una enfermedad terminal, pensó ella. Él habló y

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habló, pero en algún momento, Cordelia dejó de oír. Leía el test para de mediana edad con los pañuelos de papel, el hombre pálido con su
la vista que había detrás de la cabeza de él. No podía leer las letras venda en el brazo, el herido? ¿Acaso todos estaban esperando a ese
más pequeñas. Tal vez necesitaba anteojos. hombre?

El doctor apoyó la cabeza entre las manos. Gradualmente, la pesadilla se desvaneció. La cortina verde y
la ventana fueron quedando muy atrás en la memoria, pero la
—Oh, Cordelia —le dijo—. No puedo dejarla. Sabes que no
promesa quedó al rojo en la cabeza de Cordelia como un atizador
puedo. Piensa en los chicos. Piensa en ellos preguntando «¿Dónde
caliente. Cordelia ambicionó su soledad. Comenzó a leer hasta tarde,
está papito?».
a tocar el piano, practicando temas sencillos. Se hablaba a sí misma,
conversando libremente en los cuartos vacíos. Hablaba
«¿Dónde está papito?». Por alguna razón que le resultaba
incoherentemente. Poco a poco se convirtió en una reclusa. Cubrió
desconocida, le dieron ganas de reírse.
la TV con un mantel y le puso encima un florero; se deshizo de la
—Espérame —dijo él—. En diez años, los chicos habrán radio a transistores y de todas las malas noticias que daba. Hacía
crecido y se habrán ido. Encontrémonos la víspera de Año Nuevo al listas, pagaba sus cuentas por correo. Instaló el teléfono, advirtió que
final del siglo. Encuéntrame entonces y volveré para vivir contigo — al hombre que le traía turba, al almacenero, al hombre del gas, a
le dijo—. ¡Te lo prometo! Estarás constantemente conmigo hasta cualquiera que deseara podría llamarlo para que le trajera lo que
entonces. fuese. Ellos le dejaban cajas de cartón llenas de víveres, tubos de gas
y bolsas de carbón en la puerta y recogían los cheques que ella ponía
Cordelia se rio, y esa fue la última imagen que tuvo de él. Pasó
debajo de una piedra. Se levantaba tarde, bebía té fuerte, cumplía
delante de los pacientes en la sala de espera. ¿La gimoteante mujer
con el rito de limpiar el interior de las rejillas. Adelgazó y dejó de ir a

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misa. Los vecinos golpeaban a su puerta y miraban por las ventanas, noche. El tiempo no parecía importar. Los años pasaban. A veces,
pero ella no atendía. Sobre la casa cayó un polvillo de ceniza color cuando el tiempo era agradable y se abrían los capullos del
óxido, que se acumuló sobre cada superficie horizontal. Parecía rododendro, caminaba desnuda alrededor de la casa, rozándose
como si cada vez que ella se movía, se levantara polvo. contra los húmedos pimpollos. Nadie jamás la vio.

Por las noches, encendía el fuego, miraba la llama susurrante Ahora es de noche en Strandhill. La media luna parece dar
alrededor de la turba y oía el seto de rododendro, la enredadera de más luz de la que debería. Cordelia puede divisar la silueta de los
Virginia que arañaba los vidrios de las ventanas. Cordelia se acantilados contra el cielo. El océano es como siempre fue; se le
imaginaba que había alguien en la oscuridad, frotando el vidrio sucio ocurre la infantil idea de que las olas dicen me quiere, no me quiere.
para ver a través del agujero, pero sabía que se trataba solo del Qué terrible ser una tonta a los cuarenta. Estuvo sola demasiado
cerco. Siempre había cuidado el jardín, se había quedado afuera tiempo. Todo y nada habían cambiado. Cordelia siente que ha
durante el verano con las tijeras, recortando todo y rastrillando las corrido una carrera muy larga y ahora los latidos de su corazón
hojas de laurel fuera del sendero de arena, segando el pasto, pueden ser normales otra vez. De uno u otro modo, se termina. Se
encendiendo fuegos pequeños e inofensivos cuyo humo se pone la mano en el rostro, siente el alivio de su aliento cálido. Siente
dispersaba más allá de la soga de la ropa. Ahora, el descuidado seto que el viento se está haciendo más frío, se pone el abrigo, se abrocha
empezaba a invadir la casa; se había hecho tan tupido y cerrado que los botones. Ya no tardará. Cierra los ojos, recuerda el chasquido de
mantenía todas las habitaciones de la planta baja en una sombra las tijeras cortándole el cabello, calor, el sueño interrumpido, un
constante, y cuando el sol bajaba, las sombras extrañas de los pinos moretón verde que se desvanece sobre su cuello, se recuerda
entraban en la sala de estar. Cordelia podía sentarse en el medio del agachada en el asiento trasero del coche, el gráfico para la vista en
día bajo la lámpara que usaba para leer y hacer de cuenta que era de el consultorio.

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Hay un pequeño desfile que marcha por la colina, sosteniendo La esposa del doctor es una mujer pequeña y nerviosa, con
antorchas, preparándose para la medianoche. Hay una fanfarria, mucho blanco en los ojos. Tira del cinturón de su abrigo, ajustándolo
música de trompetas de la gente que celebra el paso del tiempo. Un a su talle como para hacerlo más pequeño.
niño disfrazado bate el tambor. Marchan a su propio ritmo.
—Era obvio. Cuando el marido de una vuelve a casa de las
Muchachas en minifalda que hacen girar bastones, en dirección a las
consultas con arena en los zapatos, los botones de la camisa mal
luces del pueblo.
abrochados, el cabello cepillado, oliendo a menta y con un apetito
—Cordelia —dice una mujer que se detiene ante ella—. No gigantesco, una no tiene que ser genio para darse cuenta de lo que
me conoce. Usted conoció a mi marido; era el doctor —dice. está pasando —dice y saca cigarrillos que le ofrece a Cordelia.
Cordelia menea la cabeza, mira el rostro a la luz de la llama del
¿Era el doctor? ¿Era?
encendedor. Es el rostro de una mujer que alguna vez fue bonita,
pero ahora hay en él desesperación.
—El doctor no vendrá.

—Escribe hermosas cartas. Nunca en la vida he recibido una


Cordelia está sorprendida. Pasó mucho tiempo desde la
carta como las suyas.
última vez que le habló a otro ser humano. No sabe qué decir.

Ahora el tambor suena débilmente en la península.


—¿No pensó que yo sabía?

—¿Sabe lo más gracioso? Lo más gracioso es que yo solía rezar


para que me dejara. Solía ponerme de rodillas y decir el rosario para
que me dejara. Conservaba sus cartas y cosas en el ático; solía oírlo

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despierto a la noche, buscando la escalera. Debió haber pensado que La esposa del doctor se recuesta entre las cañas y fuma.
yo era sorda. De todos modos, cuando descubrí las cartas, estaba Cordelia no le tiene antipatía, ni una pizca de la envidia que había
segura de que iba a dejarme. La quiso tanto como es capaz de querer. imaginado.
No es un consuelo, pero estoy segura de eso.
—¿Cómo supo que estaría acá?
—¿Quiso?
—Tiene una muy mala memoria, escribe todo. Y cree que su
—No tuve el ánimo de dejarlo, ni él de dejarme. Fuimos letra manuscrita es ilegible. Usted está anotada como «C. Strandhill
cobardes —dice y la voz se le quiebra. Mira hacia el océano y se a la medianoche».
recompone—. Mire su cabello. Lo tiene blanco. ¿Cuántos años tiene?
—Strandhill a la medianoche.
—Solo cuarenta.
—No muy romántico, ¿no? Usted creyó que se iba a acordar.
La mujer del doctor menea la cabeza, estira la mano, toca el
El fuego de los gitanos en el estacionamiento emite olor a
cabello de Cordelia.
goma quemada, cuando el doctor sube corriendo las dunas.
—Yo me siento como de cien.
—Fue una conjetura al azar —dice la esposa del doctor.
—Lo sé.
Él se queda ahí, diez años más viejo y sin aliento. A la luz de la
luna, su traje brilla. Está vivo y es casi medianoche. Cordelia está
contenta, pero nada es como se lo imaginó. El doctor no extiende la

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mano hacia ella. No se recuesta en el pasto alto ni pone su cabeza camioneta con la chapa picada y un perro callejero feo y marrón en
sobre el dorso de la mano de ella, como solía hacerlo. Se queda ahí, la cabina. Ella espera que no sea este. Dicen que los hombres recogen
como si hubiese llegado demasiado tarde a la escena de un a los perros que se les parecen, y este perro es feo.
accidente, sabiendo que tal vez habría podido hacer algo, si solo
Sale al calor, huele a pescado en la basura. El almuerzo
hubiera llegado más temprano. A sus espaldas, el perpetuo ruido del
terminó hace rato. Se pasa la mano por las arrugas de la falda, inspira
océano que se repliega sobre sí mismo. Juntos oyen la marea, las olas
profundamente y camina por la grava con sus tacos altos. Una
contradictorias, su cuenta regresiva del tiempo que resta. Como no
lagartija gorda avanza haciendo zigzag sobre el yeso. Abre la puerta
saben qué decir o hacer, no dicen ni hacen nada. Los tres se sientan
vaivén, siente la onda de frío que sale del aire acondicionado.
ahí, a esperar: Cordelia, el doctor y su esposa, los tres mortales que
esperan, que esperan que alguien se vaya.
—Voy a ser el tipo de camisa azul —había dicho.

SUBA SI SE ANIMA Todo el mundo tiene una camisa azul… ponte sombrero.

Claire Keegan

Roslin entra en el estacionamiento del Gator Lodge y pone el Es lo mismo: en Mississippi todo el mundo lleva sombrero.
freno de mano. Los indicios son buenos; no hay nadie ahí. Apenas un
par de autos estacionados atrás: un viejo Buick azul al lado de una

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—Tú solo póntelo —dijo ella. él se esperaba. Con esa risa en el teléfono, había pensado que sería
una gorda.

Ella cree que él debe haber hecho esto antes. Es


Una mesera está alisando un fajo de billetes de un dólar en el
imperturbable, tiene el rostro suave como cromo, de mejillas
bar. Apaga el cigarrillo cuando la ve a Roslin y le sonríe con su sonrisa
chupadas. Sin mencionar que este no es un encuentro casual entre
de haber terminado el servicio. Hay un tipo de camisa azul, sentado
dos amigos, que ella no es una dama que pasaba por ahí y se sentó
junto a la ventana, de espaldas a ella. Sobre la mesa hay un sombrero
al lado de él porque no había nadie más en el lugar y necesitaba un
de cowboy. Es el único cliente. Roslin camina directamente hacia él.
poco de compañía. Pero no parecen demasiado preocupados. Es
probable que, si entrase algún conocido, no sería un recién casado
—¿Eres Guthrie?
que fuera a almorzar a esa hora desolada. Toda esa larguísima charla
—Ese soy yo. ¿Tú eres Roslin? telefónica y especulación y ahora allí están, probando fortuna,
sentados uno frente a otro, en un bar de Mississippi, sin nada a qué
Ella asiente.
aferrarse. Mierda.

—Perdón, pero me cansé de tener puesto el sombrero —dice


—Pensaba que habías cambiado de opinión —dice él,
y se señala la cabeza, estúpido, como si ella no fuera a saber dónde
apoyando la palma abierta sobre el mantel de tela encerada. Tiene
iba el sombrero. Él había planeado quedarse de pie y correrle la silla,
las uñas largas. Su tercer dedo muestra una franja de piel pálida—.
mostrar buenos modales, pero Roslin ya se sentó, colgando la correa
¿Quieres beber o algo?
de su bolso del respaldo del asiento. Es mucho más bonita de lo que

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—Diablos, sí. ¿Has comido? —pregunta la mujer, sacando la pronunciando las palabras más trilladas del mundo, aunque ciertas.
servilleta roja de su vaso y poniéndosela sobre el regazo. Esa mujer huele bien. Es rubia y está bronceada, tiene buen cuerpo,
aunque es demasiado lista como para ser un verdadero regalo del
—Naaa. Me estaba aguantando mientras te esperaba.
cielo. Hace pucheros y mira el menú. Tiene rimel negro en las
pestañas, sombra azul sobre los párpados; puede verle lo oscuro que
Él sostiene la carta entre ambos como si fuera un escudo y
tiene el cabello en las raíces.
elige sus palabras.

Leen el menú, sus ojos vagan sobre los platos, todas las
—¿Te gustan los mariscos?
entradas, los principales, la carta de postres al final y las diferentes
—Claro que me gustan. ¿Qué te creíste? ¿Que era judía? cervezas de todo el mundo en la página de las bebidas. Roslin podría
decidirse por una gran porción de esa torta de chocolate, pero ya así
Él no tiene nada que decir al respecto.
como está, el broche del corpiño se le clava en la espalda. No lo había
usado desde el bautismo del hijo menor de Nelson en Mobile.
—¡Dios! ¿Eres judío?
Guthrie piensa que mejor ordena algo sin ajo.
Él se ríe.
Llega la mesera y se saca un lápiz de la oreja.
—Eres la criatura más bonita que he visto en mucho tiempo
—¿Ya están listos, gente?
—le dice, pensando, cuando se oye decirlo, que suena como si fuera
un mal parlamento. Había ensayado todo el camino lo que iba a
Mientras toma el pedido, fija la mirada en el sombrero de
decirle, y estuvo a punto de chocar con un Corvette, y ahí está,
cowboy. Es un sombrero grande, con un distintivo de los Saints

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prendido en la banda. Ostras crudas y arroz con hígado de pollo y Encienden cigarrillos porque no hay nada más que decir.
otra Budweiser para el cowboy. Cangrejo saltado para la dama y Apenas unas palabras y están las cartas sobre la mesa. Es como si ella
scotch, sin hielo. le hubiese bajado el cierre de los pantalones. No puede creer que
haya manejado tanto tiempo para encontrarse con un tipo al que
—¿No tienes que conducir? —pregunta él.
jamás le habría echado un ojo. Un anuncio pequeño publicado en el
Times Picayune, un SE NECESITA MUJER en negrita, unas pocas
—No. Llegué acá sobre una mula blanca.
llamadas telefónicas y esto. El hecho de que estén allí lo dice todo, y
—La señora tiene sentido del humor. Me gusta. ahora que se ven, se acabó.

—Qué suerte. Ella saca un Marlboro. Él levanta de un golpe la tapa de su


encendedor y sostiene la llama. Ella baja la cabeza y saca el humo por
Él se sonroja y mira por la ventana. El restaurante se sostiene
la nariz, mirándolo. Él piensa que ella se ve como una de esas
sobre pilotes por encima del agua, la barrosa contracorriente
estrellas de cine, como Lauren Bacall, o Madonna, o cualquier otra,
rompiendo contra los postes que los soportan. El sol está tan
con esa ropa fina y las uñas largas. Ella se baja el scotch antes de que
brillante que apenas puede ver, como si en el cielo hubiera una gran
llegue la comida, y deja una gruesa marca de lápiz labial sobre el
orgía que cegara todas las miradas para que nadie pudiese saber qué
vaso. Él piensa que ojalá se lo pudiera contar a los muchachos del
era lo que realmente estaba pasando allí. En eso está pensando él,
molino. Big Andy podría poner el vaso en la lonchera, pero Big Andy
cuando la mesera trae las bebidas y galletas.
no puede aguantarse su propio pis después de dos cervezas. El
hombre comienza con las galletas, rompe el envoltorio plástico y se
traga la cerveza.

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—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —No es verdad —dice—. Nunca antes hice esto.

—Ayer —responde él. —Primera vez para todo, supongo. Entonces publicaste ese
aviso por desesperación, ¿no? Claro, si ese es el caso, estoy
Cuando llega la comida, Roslin manipula el cangrejo como si
reaccionando a la desesperación… lo cual no habla muy bien de mí,
fuera porcelana y chupa las cabezas, arroja los caparazones a un lado
¿no?
y bebe su segundo scotch. Guthrie apila tenedores de arroz sobre sus
galletas, exprime jugo de limón y tabasco sobre las ostras, las sorbe —Supongo que tenemos algo en común.
y traga.
—Nunca dije que estuviera desesperada. Dije que tú estabas
—¿Quieres que te prepare una? —pregunta. desesperado.

—Uh. No como nada que esté tan crudo. ¿Quieres uno de —Entonces lo tuyo es una encuesta, ¿no?
estos? —pregunta ella, sosteniendo un cangrejo por la pinza—. Están
Ella se ríe.
realmente ricos. Picantes.

El cocinero empuja las puertas vaivén de la cocina. Tiene


—Naaa, si empiezo a comer una de estas cosas, nunca voy a
marcas de transpiración en las axilas. Cuando sale al porche, entra al
terminar. Como con las galletitas.
cuarto una ráfaga de aire caliente. Sienten el aumento de la
—Y como con las aventuras. temperatura.

El hombre se sienta derecho.

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Guthrie comienza a hablar, le cuenta a Roslin cómo es trabajar Él le sostiene la silla. Mientras recoge los vasos y los cinco
en el molino, cómo Lardhead se cortó la mano con la sierra porque dólares de propina, la mesera bosteza. Cuando cierran le dan un
la sierra estaba donde no debería haber estado, cómo había cobrado portazo a la puerta de alambre tejido, perturban al cocinero que está
la plata del seguro, pero era la mano derecha de Lardhead y él era dormitando en el porche antes de la cena. Este los oye hablar sobre
diestro. Roslin le cuenta sobre cómo pintó todo el departamento de cuál de los dos coches van a usar, pero ni se molesta en abrir los ojos
cuartos contiguos, cada habitación color celeste pálido, no pudo para ver qué dirección van a tomar.
sacarse la pintura del cabello por semanas, y cómo, por ese tiempo,
Eligen la camioneta de Roslin, manejan por el territorio de los
se quedó en la carretera y se fabricó una correa de ventilador con las
rodeos, más allá de Picayune y en dirección a Jackson. No tienen la
panties. Evitaron hablar sobre sus vidas familiares, intentando cada
menor idea de adónde están yendo o de cuándo se detendrán. Roslin
uno espiar por la ventana de la cocina del otro sin hacerlo de manera
va zigzagueando entre los caminos, como si alejarse de su casa fuera
obvia, preguntándose si no habría por ahí alguna silla para bebés.
también a llevar esa sensación todavía más lejos. Y cuanto más lejos
Después de que les retiran los platos, se piden otro trago y conduce, más crece esa sensación. Roslin no es tonta. Sabe que está
otro más antes de que llegue la cuenta. Roslin lo observa separar los manejando porque hay algo de lo que tiene que alejarse.
billetes de un rollo.
Hablan un poco, pero se quedan en silencio, porque no se les
—Tú no te agarraste nada en la sierra, ¿no? ocurre nada más que decir. Él quiere apoyar los pies sobre el tablero
de la camioneta mientras ella maneja, pero los mantiene en el piso y
—No, señora. Todas mis partes corporales funcionan bien.
fuma sus cigarrillos, baja la ventanilla, deseando que el fresco le
calme los nervios. Luego, el silencio muta de esa manera en que

64
siempre lo hace, y están contentos de no hablar. Solo miran las proteger. El día en que ella lo advirtió, se emborrachó en la sala de
señales y el maíz alto que se mece a ambos lados de la ruta, el estar, comenzando inmediatamente después del desayuno con
destello del sol blanco sobre el capó. scotch con hielo hasta el final. Apenas él llegó a la casa y la vio
repantigada en ropa interior, con las panties puestas a pesar del
Roslin piensa en su marido. Solía llamarlo su hombre. Mi
calor, sentada en su sillón, el aire pesado, el cuarto caliente como el
hombre, decía, aun cuando él no estuviera ahí. Muy apuesto y tan
infierno, los ventiladores a toda máquina, supo que se iría. Él podía
frío como una lata de cerveza recién sacada del congelador, pero
imaginárselo. Y ella sabía que él sabía. Cuando uno descubre que ha
muy inteligente para las cosas mínimas. Puede advertir el olor a
desperdiciado diez años no es sencillo. Y ella ni siquiera quería
scotch en su aliento, aunque ella se haya lavado los dientes; aun
golpearlo; lo único que deseaba era pegarse a sí misma una patada.
cuando la mujer tire la lata, reconoce cuándo compra el étouffée en
un negocio y lo condimenta para no molestarse con la cocina. Es el —¿Qué estás pensando?
tipo de hombre al que no se conmueve fácilmente. Ella solía pensar
Miró a Guthrie. Le gusta cómo le queda la camisa.
que era como Robert De Niro o Sean Penn, para quienes la procesión
va por dentro. Pasó diez años con él, tratando de entrar en su mundo,
—¿Cómo fue que te pusieron Guthrie? Jamás conocí a nadie
porque se imaginaba que, si él se tomaba todo ese trabajo, debía
con ese nombre.
haber algo realmente precioso en su interior, como la perla atrapada
en la ostra. Pero luego se rindió y se dio cuenta de que allí no había —Ah, mamá era una gran admiradora de Woody Guthrie, de
nada, apenas un caparazón duro y vacío. A él le había insumido toda modo que me llamó como él. Tengo suerte de no haber crecido en
su energía construir esa cosa; después, se había metido en esa rutina un tren.
y se había olvidado todo lo referente a lo que se había propuesto

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—Entonces no es que Woody Guthrie fuera tu papá, ¿no? hacían en la secundaria. Se detienen a cargar nafta al otro lado de
Jackson y vuelven a subir inmediatamente después de pagarle al tipo
—Le pasó cerca.
y de recibir el pack de seis, porque detenerse podría significar pegar
la vuelta. Beben Budweiser y destapan las latas, dejándolas
—Bueno, Guthrie, ¿no quieres prender la radio y poner
entrechocarse en las curvas.
música?

El tránsito disminuye y apagan la radio para ver qué es lo que


—Sí. ¿Qué quieres que ponga?
pasa. Unos hombres con camperas amarillas dirigen el tránsito; hasta
—Cualquier cosa. Con tal de que no sea algo triste. donde se puede ver, los autos están estacionados a un lado del
camino. Entonces ven las luces de una vuelta al mundo, que gira en
Él sintoniza en la estación de clásicos populares. Buddy Holly,
un retazo de atardecer amarillo.
Ruby Turner, los Beatles de un lado entero del disco y después, del
otro. Se ahogan con Aretha Franklin, gritan con Chuck Berry que —¡Feria! ¡Puta madre! ¡Vamos! —grita Guthrie, bajando la
canta «You Never Can Tell», recorren el camino con Johnny Cash. Ni ventanilla—. Subamos a la maldita cosa y vayámonos al carajo.
uno ni otra afinan. Guthrie silba. Ella nunca antes había conocido a
Él se imagina que en algún momento tiene que parar y un
nadie que desafinara silbando. Sigue el ritmo chasqueando los dedos
condado con agua es mejor que el desierto.
y sus pulseras se sacuden a lo largo de millas. Él dice que es como
manejar con Mister Bojangles. Ella casi dice con Mrs. Bojangles, pero
—¿Quieres?
se calla justo a tiempo. Ella piensa en estirarse hasta donde está él,
agarrarle la mano y cambiar de velocidad sosteniéndosela como lo

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—Sí, quiero hacerlo. Subir a esa cosa y cagarme en las patas —Magia —responde el payaso.
—dice él, que no ha subido a una de esas cosas en años.
—Magia las pelotas. Sacar dinero de la nada es claramente un
—Estás chiflado —dice ella, pero da vuelta en «u» y conduce truco.
a través del campo. Detienen la camioneta y cierran de un portazo;
Pero «magia» es todo lo que el payaso va a decir, de modo
dejan la llave puesta sin darse cuenta.
que Roslin le da un billete de un dólar y el hombre se aleja en busca
—¡Es como el Jazz Fest! —dice Guthrie. de la próxima pareja.

—¡Consigamos más cerveza! Beben cerveza en vasitos de plástico debajo de la vuelta al


mundo. Está llena de gente que gira lentamente. A Roslin la enferma,
Hay niños que caminan por ahí, llevando demasiadas cosas:
le duele el estómago de solo mirar.
globos en una mano, algodón de azúcar en la otra. Juguetes de
peluche debajo del codo de mamá porque papi tiene buena puntería. —¿Así que quieres subirte a esa rueda? —le pregunta a
Guthrie piensa que sería bueno que alguien atara un gran globo de Guthrie.
helio a cada uno de esos pequeños, y los mandara al cielo, en el
—Demonios que sí. Iré a sacar boletos.
momento en que se aparece un payaso. Lleva una de esas narices
rojas y la pintura blanca de la cara se le está saliendo. Saca un huevo
—Yo no voy —dice ella, meneando la cabeza.
de atrás de la oreja de Roslin y una moneda de la oreja de Guthrie.
—¿Qué quieres decir con que no vienes?
—Guau, qué ingenioso —dice Guthrie—. ¿Cómo lo haces?

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—¿Quieres que te lo diga cantando? Preferiría tragar huevos todas sus monedas y se quedan mirando cómo baja la zarpa, cae,
crudos antes que subirme a esa cosa. pero cada vez solo se desliza a través de esos juguetes, como si su
batería estuviese descargada.
—Anda, vamos. La vamos a pasar bien.
—¡Mierda!
—Ve tú.
—No te preocupes. No es nuestro día —dice Guthrie,
—Ven conmigo.
mientras pone su última moneda y observa cómo se zambulle la
zarpa y luego emerge vacía.
—No, no voy.

Las Tazas Giratorias, una especie de concavidad naranja con


—Bueno, si tú no vienes, yo tampoco voy.
asientos, sacude a los usuarios, sus rostros pálidos que pasan a toda
Pasearon un rato más por el predio, los tacos de Roslin velocidad, gritando.
hundiéndose en el pasto. Hay casetas con dulces y helados, puestos
—¿Quieres dar una vuelta en eso? —pregunta él.
atiborrados de gente que les apuesta dinero a sus números de la
suerte en la rueda de la fortuna, arrojando dardos, tratando de
—Uy, uy. Vomitaría todo el cangrejo. A esas cosas deberían
embocar unos anillos de plástico sobre juguetes. Falsos caballitos
llamarlas el giro y el vómito.
que siguen hasta la meta. Hay una máquina con su floja zarpa de
metal que pende sobre juguetes de plástico. Le echan el ojo a una Hay un puesto de pesca de botellas para los de más de
foca de peluche que saca el hocico por encima de las jirafas, ponen veintiuno, que tiene alcoholes alineados sobre una mesa separada

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del público por una soga. Los postes que sostienen la soga levantada —Oh, vamos. ¿No tienes ganas de subir a una de estas cosas?
están empezando a doblarse. Se paga tres dólares por un turno para No podemos haber hecho todo este trayecto hasta acá para no hacer
pescar botellas. Él le echa un ojo a una botella de bourbon, pensando nada. ¡Muestra algún entusiasmo!
que tal vez podría quedarle a mano, pero la tapa es lisa, no hay por
—Las alturas me dan mucho miedo.
dónde engancharla y el anillo del extremo de la caña resulta
estrecho, de modo que necesitaría un pulso realmente firme. El tipo
—Hay que arriesgarse un poco en la vida, Roslin —dice él—.
que está al final, con una gran hebilla en los pantalones, gana todo el
Podemos bajar juntos. No dejaré que te pase nada.
tiempo, así que el hombre que administra el puesto le dice que se
vaya, que ya tiene bastante alcohol como para organizar una fiesta. Ella mira a la gente que baja resbalando. Chicos gritones,
parejas, viejos que llevan el cinturón por encima del estómago, que
Observan a personas que resbalan por un tobogán. Una
salieron para pasarla bien.
rampa amarilla de plástico, que se hunde en el medio como una
cintura. Debe tener más de cien pies de largo. La gente trepa los —Es horriblemente alto.
escalones del otro lado y se deslizan directamente hasta abajo, como
Él la persuade de subir. La toma de la mano y apuran las
locos, metidos adentro de una bolsa. TOBOGÁN MONSTRUO, dice el
cervezas y tiran los vasitos en el pasto. El tipo de las entradas tiene
cartel en la parte de abajo, SUBA SI SE ANIMA.
un acento neoyorquino y aburrido. Recibe el dinero y les pasa las
—¡Subámonos a esta cosa! —dice Guthrie. bolsas. Se ponen en la fila, al pie de los estrechos escalones, una
escalera de metal con pasamanos de un solo lado que sube hasta
—Ni loca.
arriba de todo. Ascienden lentamente, como hormigas. Roslin no

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puede mirar hacia abajo. Los parlantes, abajo, emiten la voz de Elvis —Ay, ay. Ya mismo me bajo —dice ella y se da vuelta y ve la
Presley, que pregunta «Are you lonesome tonight?», sus oes fila de personas apiñadas. La pendiente era gradual, su avance lento,
alargadas y suaves que ascienden a través de la oscuridad. Guthrie pero allí están. Roslin se estremece y se aferra a las barandas,
mira a la gente en el suelo, que corre de un lado para el otro como temblorosa.
insectos. Y luego, una voz de una joven más arriba, que dice:
Guthrie la abraza. Intenta adivinar su edad, pero ella es de las
«¡Permiso! ¡Déjenme pasar! ¡Permiso!» y ella, zigzagueando hacia
que uno nunca sabe. ¿Cuarenta? ¿Cuarenta y cinco?
abajo entre los que se van a tirar.

—No pienses en la altura, cariño. Solo sube. Conmigo estás


—Se intimidó —dice el tipo que tienen detrás cuando pasa la
segura —dice y le sonríe. Le gusta esta mujer del aviso y piensa que
muchacha—. Pero era bonita.
la consiguió por apenas veinticinco dólares más el almuerzo. De
Alguien, abajo, había perdido un globo y este vuela, cerca de golpe, se siente borracho y optimista.
la baranda. Guthrie se asoma para agarrarlo, pero está muy lejos.
Ahora no pueden ver al hombre que está arriba de todo
—No te asomes así —dice Roslin—. Me cago de miedo. indicándole a la gente cuándo puede subirse al tobogán,
empujándolos por la espalda con su mano poderosa y automática, la
—Esta cosa es segura como una roca, ¿ves? —dice Guthrie y
gente que, gritando, desaparece en el borde.
salta sobre el escalón. Toda la escalera se sacude como la parte de
atrás de una culebra. Chuck Berry aparece por los parlantes y canta «You Never Can
Tell».

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—¡Es nuestra canción! principio de algo. Dios. Finalmente, después de diez años, está
recibiendo lo que quiere, alguien que la hará sentir que vuelve a estar
La cantaron dos veces durante el viaje.
viva, que debajo de la ropa es alguien.

—¡Oh, nena!
Le saca el sombrero a Guthrie, se lo pone en su propia cabeza
y trepa por la escalera. Guthrie se ríe y siente en la brisa el olor de su
Guthrie canta; le importa un bledo quién esté allí oyéndolo.
cabello. Roslin se señala la cabeza y dice: «Me temo que me cansé
Roslin lo mira, pensando en lo que sigue, en su hombre en casa que
de cargar el sombrero».
probablemente, en ese preciso momento, está husmeando en la
cocina, buscando su cena, leyendo la nota que ella le dejó sobre la
—De golpe te pusiste desfachatada.
heladera. Guthrie sonríe mientras canta, berreando la letra como si
estuviera cantando por la cena. Lindo cambio. Ya casi llegan.

Por todo el trabajo que él hace en el molino, Roslin siente en La mujer que tienen delante de ellos es de mediana edad.
el hombro las yemas como si fueran dedales. Aparece la mano y empuja, justo cuando ella está alzándose la falda
y entonces resbala por el tobogán, gritando, el cabello al viento, y es
Ya sea que vayan a hacerlo o no, ahora Roslin se imagina que
el turno de ellos.
sí y que él no se va a andar con delicadezas como algunos tipos. Lo
que quieren está ahí, en la superficie. Ella lo hará. Se irá con ese —¿Ustedes dos van juntos? —pregunta el de la mano.
hombre de camisa azul a algún motel barato, en el que la mitad de
—Sí.
las letras del cartel ya no se enciendan, y esperará que ese sea el

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—Bueno, la dama adelante.

Ella se pone al hombro la correa de su bolso y se ubica entre


las rodillas de él. Los muslos de él la sujetan por los costados
instantáneamente.

—¡Agárrate!

Ella mira hacia abajo. Es incluso más empinado de lo que se


imaginaba. Cuando sucede, sucede rápido. La mano no pregunta si
están listos, se limita a empujar.

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ella lugares y libros que aún no conocía. Y cuando estaba
Ursula desasosegado subía una escalera de caracol que en vez de baranda
Felisberto Hernández tenía colgada en el centro una cuerda gruesa. A veces me quedaba
un rato agarrado a ella y me parecía que esperaba el momento de
Úrsula era callada como una vaca. Ya había empezado el verano subir un telón. Después entraba a una de las habitaciones y me
cuando yo la veía llevar su cuerpo grande por una calle estrecha; a tiraba en la cama.
cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban Aquella noche yo oía la lluvia desde un sillón acolchado y pensaba en
temblando. A mí me gustaba que se pareciera a una vaca. Una Úrsula. La primera vez que la vi ella estaba sentada a la mesa en el
noche que el cielo estaba bajo y se esperaba la lluvia, un auto mismo restorán donde comía yo. Su cuerpo parecía haberse
descargó sus focos sobre el cuerpo de Úrsula. Ella dio vuelta la desarrollado como los alrededores de un pueblo por los cuales ella
cabeza y en seguida corrió para un lado de la calle estrecha; parecía no se interesaba. Ella estaba únicamente en sus ojos azules. Sobre la
una vaca sacudiendo las ubres. El auto se detuvo y alguien, desde frente, muy blanca, se abrían dos grandes ondas de su pelo rubio y
adentro, preguntó algo. Úrsula contestó moviendo la cabeza; yo pensaba en los cortinados de una habitación antigua; los ojos se
estaba rodeada del polvo que había levantado y se veía brillar las movían debajo de sus párpados como personas dormidas bajo las
córneas de sus grandes ojos. Después yo me quedé entre unos
cobijas. A veces iba a su mesa una mujer pequeña vestida de negro;
árboles bajos hasta que llegó la lluvia. Úrsula volvería a pasar al otro hablaba agitadamente pero en voz baja; la boca carnosa de Úrsula
día. Yo oía el ruido de gotas gordas tragadas por el polvo y me había pertenecía a sus alrededores: comía pero no hablaba; la pequeña
agachado como si los árboles fueran capuchones que me pesaran enlutada no dejaba de conversar por eso: le bastaba con que los ojos
sobre los hombros. Pensé en mi casa; a cada instante yo elegía en de enfrente levantaran un poco las cobijas y se taparan de nuevo. No

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sé por qué tuve la idea de que Úrsula entregaría su cuerpo como si cuenta que Úrsula le contestaría alguna cosa: sería como oír hablar
él fuese un animal. Y se me ocurrió que si yo entraba en relaciones una vaca. El niño estornudó; ella le puso un pañuelo en la nariz y
con él, amaría disimuladamente a una vaca. La primera vez que la vi esperó que él se sonara. En ese instante el dueño se dirigió a mí y le
caminar parecía que los muros estrecharan las calles para tocar su pedí una botella de cerveza; empezó a servirme el primer vaso y sonó
cuerpo. Otra vez pasaba un carro y un techo de dos aguas rozó una la voz de Úrsula como un reloj de pared. Era una voz gruesa y un poco
cadera de Úrsula con el filo de un ala. afónica; haría mucho que no la usaba; si hubiera tosido como cuando
se tiene carraspera, la voz se habría aclarado.
Esa noche yo estaba desasosegado y a último momento decidí ir al
restorán; pero cuando llegué ya habían sacado los manteles. Me Yo recordaba esto, aquella noche que llovía. Oí golpear en una de las
sorprendió ver, únicamente, a Ursula con un niño de tres años. ¿Sería puertas y tuve un sobresalto. Me di cuenta de que en ese momento
de ella? Lo había sentado al borde del mostrador; ella estaba de no llovía. Al levantarme del sillón quedó sonando un elástico y no sé
espaldas y no dio vuelta la cabeza para ver quién entraba; le por qué pensé en un instrumento profético y no iba a abrir la puerta.
sobresalía una cadera porque estaba apoyada sobre una pierna. El Después crucé un corredor donde había colgadas armas antiguas en
niño me miraba fijo. Ella esperaría al dueño. Me acerqué un poco las paredes. La persona que había llamado entró y dirigía sus pasos
más y vi que Úrsula se había hundido el borde del mostrador en el hacia mí, cuando reconocí al amigo que me había prestado aquella
vientre. Los ojos del niño me molestaban: se habían quedado tan casa.
firmes como un espejo y yo tuve que dar vuelta la cabeza. Por fin vino Él se había desprendido, recién, de un lugar donde había mucha
el dueño; a pesar de ser viejo su voz era como la de un adolescente gente encendida –desde París hasta donde estaba yo se tardaba dos
en el período de cambiarla. Yo no le entendía nada. A mí tenían que horas–, y sacudiéndome por los hombros me decía:
hablarme lentamente y separando las palabras. De pronto me di

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—Pero ¿qué te pasa? ¿Estás dormido? (No me dio tiempo a Pensé que había descubierto mi deseo de que viniera Úrsula; y no
contestarle.) Yo me quedaré hasta el viernes y después te llevaré por hice otra cosa que sacar la lengua, en la oscuridad, y guardarla
unos días. inmediatamente. Al otro día de mañana caminamos por los
alrededores; mi amigo detuvo a una anciana que salía del cementerio
Ya tendría tiempo, yo, de convencerlo de que no debía ir. Él se había
y le preguntó por alguna mujer que quisiera emplearse. La anciana
dado vuelta; fue para las piezas de arriba y yo volví a lo que recordaba
tenía los ojos llorosos y dijo que no conocía ninguna. Después vimos
antes; encontré un fondo de aguas revueltas; allí estaban las plantas
a la mujer enlutada, amiga de Úrsula. Mi amigo la interrogó y ella se
verdosas y la poca luz del restorán; pero no podía ver los alrededores
puso a pensar. Entonces yo, con toda naturalidad posible, dije:
de Úrsula. Mi amigo volvió trayendo la cara alegre y la intención de
seguir removiéndome. —Pregúntale por una mujer gorda que come en el restorán...

—¿Trabajaste? No entendí lo que decía la enlutada; pero mi amigo me tradujo:

—Poco. —Dice que es muy haragana.

—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que necesitas? —¡Para lo que hay que hacer allí! –le contesté.

La palabra necesitas me dio fastidio. ¡Pero él era tan buen amigo! La enlutada pensaba en otra y yo perdí la esperanza. Al atardecer me
Antes de dormir estuvimos hablando a oscuras y de pronto él me paseaba por el camino de los árboles bajos y mi amigo me llamó. Al
dijo: entrar en la casa me encontré con Úrsula, la pequeña enlutada y un
hombre bajito. Mi amigo me los presentó; y señalando a Úrsula dijo:
—Te resultaría mejor comer aquí; una mujer podría hacer la limpieza
y algunas comidas sencillas. —Ésta es la que va a venir mañana.

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Después le preguntó el nombre. Úrsula juntó los labios –se hubiera de un animal amaestrado. Sacó un tarro de leche desecada y lo daba
dicho que se preparaba para besarlo– y contestó “Ursule”. vuelta entre sus manos para mirar todas las vacas pintadas
alrededor. Yo quise destaparlo para ver si era ése el que estaba
Al despedirme ella levantó los párpados durante el tiempo de tomar
empezado. Me dolían las yemas de los dedos y Úrsula se quedaba
una instantánea y yo apreté su mano como a la bomba de goma de
allí, con su gran barriga, esperando. Yo no podía hacer saltar la tapa
una máquina fotográfica. Después seguí paseando bajo los árboles:
y pasábamos por uno de esos silencios que se hacen en los circos
deseaba estar solo con la idea de Úrsula. El destino la había traído
cuando la prueba es difícil. Por último decidí que ella me trajera otros
hasta mi casa y ahora él no dejaría las cosas a medio hacer. Ella se
tarros; tal vez conociera el empezado por el peso. Úrsula me los
aproximaba a paso lento y su instinto sería seguro. A la mañana
alcanzaba con una sola mano; no se le ocurría emplear las dos y traer
siguiente oí subir pesadamente la escalera. Yo todavía estaba en la
dos tarros por vez. Conocí el empezado al sacudirlo. Ella hizo una
cama y me pasé las manos por la cabeza para acomodarme el pelo.
sonrisa y empezó a dar vuelta su cuerpo y a irse. Yo temía que se
Ella dio un golpe en la puerta. Sin querer le grité algo en castellano
para que entrara. Desde mi cama –que era baja– ella apareció cayera de la escalera. Mi amigo estuvo todo el día de mal humor y a
cada momento tropezaba con Úrsula. A la hora de cenar Úrsula venía
inmensa. Mi amigo me mandaba decir si yo prefería café o té.
con una bandeja y tropezó con un aparador oscuro. Algo, dentro de
Entonces, clavando mis ojos en los párpados de Úrsula contesté:
él, quedó sonando: fue como despertar a un dormido que se hubiera
“J’aime du lait”. Ella levantó los párpados y me mostró sus ojos
puesto a rezongar. Entonces mi amigo soltó una carcajada. Yo me
desnudos: tenían el asombro de un presentimiento. Yo sentía
quedé serio; a Úrsula se le llenó la cara de vergüenza y se fue
voluptuosidad en haber empleado el verbo amar para hablarle de la
enseguida. Cuando volvió tenía los ojos enrojecidos. Al terminar la
leche. Ella se limitó a decir: “Il n’y a pas de lait”. Pero insistí señalando
una valija y haciendo señas para que la abriera. Ella tenía la torpeza

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cena mi amigo levantó una lámpara para mirar un cuadro en el Al otro día mi amigo se fue. Aunque Úrsula y yo no hablábamos nunca
momento que Úrsula traía el café; entonces le preguntó: ahora parecíamos más silenciosos. Al anochecer empecé a mirar un
juego de barajas nuevas; pero sin la intención de hacer solitarios.
—¿Le gusta este cuadro?
Pensaba que debía buscar la manera de conversar con Úrsula. Y fue
Ella recorrió, con sus ojos azules, todo el paisaje y dijo:
ella la que se acercó para preguntarme si sabía adivinar lo que decían
—Sí. Mi abuelo pintaba en las iglesias y hacía cuadros como éste. las cartas. Le dije que no y me arrepentí enseguida. Pero cuando ella

—¿En las iglesias pintaba así? ¿Paisajes con vacas? volvió al comedor se me ocurrió proponerle:

Entonces Úrsula se rió poniéndose una mano en la boca y repitió: —Puedo adivinar mejor en las manos...

—¡Vacas en las iglesias! Ella se detuvo sin decirme nada. Me pareció que era supersticiosa y
haciendo un esfuerzo le dije:
Mi amigo le tomó de un brazo. Yo sentí, también, la piel de ella en mi
mano; pero odié a mi amigo. Antes de dormir pensé en Úrsula; nos —Si quiere, después de cenar podríamos ver qué dicen sus manos.

habíamos encontrado varias veces en el corredor de las armas y ella Seguí trabajando en silencio, y antes de irse a su casa yo insistí:
se ponía de costado. Me dormí pronto pero me desperté al rato.
—¿No tiene tiempo ahora?
Creía comprender más a Úrsula cuando ella caminaba por las calles
—¿Y si me sale una desgracia? –contestó.
estrechas. Ahora todo se volvía más simple pero yo lo comprendía
menos. Ni siquiera tenía para Úrsula los pensamientos de costumbre; Se acercaba a la mesa con timidez y traía movimientos raros en el
era como si en la oscuridad no reconociera mi saco ni pudiera calzar cuerpo; tal vez quería que le perdonaran los alrededores. Se miraba
las mangas. una mano y me hizo pensar que tendría una espina. Entonces le pedí

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que fuéramos a la lámpara de pie con flecos amarillos. Le tomé la —Si le parece mejor abandonamos el pasado y averiguamos el
mano y acercamos nuestras cabezas a la pantalla. Yo pasaba mis futuro.
dedos sobre su palma como si su destino estuviera escrito en un Y antes de que se arrepintiera cerré los ojos diciendo:
papel arrugado. Ya había pensado lo que le iba a decir. Antes le miré
—Voy a descansar un instante.
la cara; tenía la seriedad de una novia en el momento de casarse.
Cuando volví los ojos a nuestras manos la luz no me pareció Saqué las manos de la luz sin soltar la de ella; la sentía en la mía pero

suficiente. Entonces separé los flecos con una mano y enseguida hice yo no hacía ningún movimiento; temía que la de ella se asustara. El

pasar las otras debajo de la luz. Nuestros ojos miraban la ceremonia resplandor me hacía pensar en que estábamos al borde de una

detrás de los flecos, mientras las manos tomadas esperaban con la hoguera. A los pocos instantes la mano de ella hizo un movimiento;

más inocente delicadeza; y de pronto yo, con mi voz más lejana, dije: entonces yo volví a llevar las tres debajo de la luz. Colocamos las
frentes junto a la pantalla, que parecía otra cabeza, y su cara vacía
—Usted ha tenido, en su vida... preocupaciones...
pero encendida atendía al mismo acontecimiento.
Me detuve todo el tiempo posible. Después, arrugando las cejas,
—Veo llegar, a sus días futuros, un extranjero.
agregué:
Hubo un silencio demasiado largo. Lo interrumpió ella:
—Hay una persona, sobre todo, que la ha disgustado mucho...
—¿Qué tipo de hombre es él?
Me detuve de nuevo. Ella aspiró un poco de aire y tuvo un quejido
entrecortado, como en medio de un sueño y mientras su cuerpo Me acerqué a su mano como para observar un insecto. Al fin

cambiara de posición. Al rato, con la actitud de estar seguro de todo, contesté:

le propuse: —Parece morocho... y la hará feliz.

78
Al mismo tiempo pasé mi mano por mi pelo negro. saber que aquel niño del restorán no era su hijo, fui a mi pieza y traje
un tarro. Ella estaba conmovida y quiso llevarlo enseguida a casa del
—¿Qué más?
niño. La acompañé hasta el portón y al verla alejarse pensé en los
—Por ahora no me doy cuenta.
días primeros del verano, cuando no éramos amigos. De pronto ella
Di vuelta la mano de ella para mirar el dorso; pero ella la retiró dio vuelta la cabeza; a mí se me ocurrió hacerle adiós con la mano y
llevándola a la penumbra con un movimiento de pezuña. Al rato le ella me contestó levantando la suya. Entonces yo me dije: “Esto va
pregunté: bien: ninguna sirvienta saluda así a su patrón”. Después subí la

—¿Qué le pasa? ¿No le gusta estar enamorada? escalera lentamente y me agarraba de la cuerda lleno de esperanzas.

—Después no se puede dormir ni comer y vienen los disgustos. Ese día, un poco antes de la noche, ella entró en la pieza donde yo
trabajaba y con una sonrisa rara, me anunció:
—¿Qué disgustos?
—Lo buscan.
Pero ella dio vuelta torpemente su cuerpo y se fue.
—¿Quién?
Esa noche recordé la ceremonia de las manos y tuve para ellas un
sentimiento de futuro lejano y como si dijera: “¡Ah! ¡Cuando —Un señor.

nuestras manos eran jóvenes!”. Después pensé en los dedos de ella, Y al decir esto me mostraba su mano.
siempre juntos y temerosos de separarse; y en los míos que parecían
—El señor que usted vio en la mano anoche...
moverse en una pecera iluminada.
—¡Oh! Muy bien. Voy enseguida.
A la mañana siguiente Úrsula me dijo que llevaría a su sobrino la
cucharada de leche disecada que tomaría en casa. Con la alegría de

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Pero yo no sabía quién sería; de pronto recordé lo del “extranjero —En honor a su abuelo, que fue un gran pintor, le ruego que me
morocho” y pensé: “¡Yo no le habré arreglado el destino a otro!”. Y acompañe a comer.
recién al cruzar el corredor de las armas recordé haberle dicho que Ella se quedó perpleja, fue a buscar una fuente y al volver me
una persona del pasado le daba disgustos. El visitante era el hombre contestó:
bajito que había venido con la señora enlutada cuando tomamos a
—Yo no puedo... todos mis parientes no son honorables.
Úrsula. Yo trataba de comprender su francés y miraba sus pantalones
negros muy apretados de donde salían pies tan grandes que parecían —¡Oh! Hágalo por nuestra amistad. Estoy muy solo...

guadañas. Él me hablaba de la leche desecada y me agradecía el ¿Por qué ella habría dicho eso? En la tardecita Úrsula se sentó cerca
tarro. Tal vez fuera cuñado de Úrsula; pero ¿por qué la había hecho de la ventana; parecía que estuviera en un palco y mirara la escena
sufrir? Él dio vuelta la cabeza hacia un lado y el perfil era tan alargado donde unos árboles bajos se cubrían con un follaje oscuro. Después
como una sombra en la pared. encendió las lámparas; y la luz, al salir por la ventana daba sobre

—¿Usted es el papá del niño? ¿Y aquella señora de luto la mamá? troncos grises y parecía que alumbraba pantalones. Ella se quedó
inmóvil mucho rato. A la noche, en el instante de sentarse bajo la
Él miró a Úrsula y ella dijo:
lámpara de flecos amarillos, Úrsula se acomodaba en la silla como si
—Él es el abuelo, el padre de mi hermana; y la señora de luto es fuera a tocar el arpa. Y al rato, cuando yo miré de nuevo me pareció
amiga de él. que ella y la lámpara me esperaban. Entonces me acerqué y le dije:
Yo me sentí feliz y me prometí estrechar las relaciones con Úrsula. —¿Me permite que le hable de algo íntimo?
Al otro día, antes del almuerzo, le propuse: Levantó los párpados tan rápidamente como si se le hubieran volado;
y con los ojos espantados me empezó a decir:

80
—Mi padre... ya es tarde. Yo esperaba que usted terminara de leer Y después de otro silencio:
para decirle que mañana no podía venir. —Ahora hace mucho que no lo llevan preso.
—Muy bien, no se preocupe; yo le iba a hablar de la persona que le Y empezó a contar detalles. Su padre robaba de día. El año pasado
daba disgustos.
ella le había cosido en el sobretodo unos bolsillos que le llegaban
Ella se había parado; pero después de un instante sus párpados hasta abajo; allí él metía las piezas de género como si envainara
volvieron a posarse sobre los ojos y me preguntó: espadas. Me contó otras cosas más; y parecía que hablara de la
técnica de un cazador que para cada ave se preparara de manera
—¿Tardará mucho?
distinta. De pronto vi que Úrsula se pellizcaba un seno; pero en
—Creo que no; pero si está apurada...
realidad sólo se pellizcaba la bata para decirme:
Al descargar su cuerpo en la silla las maderas se quejaron.
—Esta seda me la trajo él.
—¡Su papá parece un hombre bueno!
A último momento decidí acompañarla a la casa. En las calles
—Sí... estrechas encontramos algunos vehículos; yo le tomaba el brazo y

—¿En qué se ocupa? procuraba quedarme con él; ella se resistía; pero cuando salimos de
la aldea fue más condescendiente. Desde ese camino se veía la
Después de un silencio ella me dijo algo que no entendí.
ciudad y se me ocurrió invitarla al cine. Convinimos en ir el domingo
—¿Cómo?
por la tarde y no conversamosmás. Ahora llevábamos el
Entonces levantó la cabeza; y desafiando la verdad repitió: apresuramiento torpe de los que están próximos a un pecado. A

—De robos. veces nuestros pasos no coincidían y los cuerpos chocaban; parecían

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bestias desiguales prendidas en el mismo carro. Su casa quedaba en casa le propuse que tomáramos una taza de leche. Entonces se me
la orilla del bosque y antes de llegar ella me dijo: ocurrió decirle:

—Suélteme; papá es muy celoso. —¡Es tan tarde! Si su papá no fuera tan celoso usted podría quedarse
en mi casa.
Esa noche no pude dormir. Y a la noche siguiente hicimos la misma
carrera; yo quería rodearle el talle pero el brazo no me alcanzaba. El En ese momento ella tenía la taza en la boca; la separó apenas de los
domingo, enseguida de almorzar había sol y fuimos caminando labios y sintiéndose escondida detrás de ella, me dijo:
despacio hasta el cine. En el informativo había vacas y yo puse mi —Mi padre está preso.
brazo en el hombro de Úrsula. La película era triste y cuando un niño
Hicimos un minuto de silencio para pensar en el padre; pero yo
huérfano iba solo por un camino polvoriento a Úrsula le salieron
estaba contento.
lágrimas. Yo se las sequé con mi pañuelo y le di un beso en la cara; la
carne de su mejilla era dura, pero estoy seguro que tenía olor a leche. A la mañana siguiente ella fue un momento a su casa. Yo sentía la

Después le di muchos besos más hasta que se enojó y me dijo cosas libertad de un estudiante después de una temporada de exámenes.

que no entendí. Yo también me enojé y no hablamos ni en el camino Me tiré en un montón de paja que había entre una cochera. Desde

de vuelta ni en la cena; pero me pidió que la acompañara a la casa y allí veía el verano. Los techos eran viejos, les faltaban tejas y se

por las calles estrechas empezaron de nuevo los besos; ella no quería echaban encima de casas que apenas podían soportarlos. Yo me

detenerse ni un instante; para besarla yo iba saltando a su alrededor: imaginaba que vivía un día de antes, cuando el sol daba de otra

debía parecer un insecto que conservaba el vuelo mientras picaba. manera sobre la tierra. Tal vez el silencio de Úrsula fuera de aquel

Me extrañó que a la noche siguiente ella aceptara otra invitación al tiempo. Ella lo habría heredado desde la época en que él fue

cine. Al salir de allí, tarde en la noche y cuando pasábamos por mi

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repartido entre todas las cosas. Y ahora yo deseaba el silencio que se
había amontonado en Úrsula.
Cuando un nuevo paciente acierta a entrar en el consultorio y se
Durante unos días yo creí saber cómo era Úrsula. Pero una tarde, ya
tiende para balbucear una sucinta banda de asociaciones libres,
cerca de la noche, yo estaba tirado en el montón de paja con los ojos
corresponde al psiquiatra que está delante, detrás o por encima,
cerrados; y al abrirlos vi delante de mí una vaca. Me asusté y tuve un
decidir exactamente en qué puntos la anatomi ́a del cliente está en
instante de ofuscación. Entonces le grité con todas mis fuerzas:
contacto con el diván. En otras palabras, ¿dó nde se pone el
“¡Úrsula!”. Los dos nos quedamos quietos; y a los pocos segundos
paciente en contacto con la realidad? Algunas personas parecen
Úrsula vino corriendo, empezó a reírse y se llevó la vaca. Las dos iban
flotar a dos centi ́metros de cualquier superficie. No han visto tierra
sacudiendo sus cuerpos hacia un portoncito del fondo; y yo las miré
en tanto tiempo que están un poco mareados. Pero otros gravitan,
hasta que una salió y la otra cerró el portón.
se aferran, empujan, clavan tan firmemente los cuerpos en la
realidad, que mucho después de haberse ido se encuentran sus
formas de tigre y las manchas de las garras en el tapizado. En el
caso de Emma Fleet, el doctor George C. George tardó mucho en
decidir cuál era el mueble y cuál la mujer y dónde lo primero tocaba
lo segundo.
La mujer ilustrada
Porque para empezar, Emma Fleet se pareci ́a a un diván. —La
Por Ray Bradbury señ ora Emma Fleet, doctor —anunció la recepcionista. El doctor
George C. George se quedó sin aliento.

83
Porque era una experiencia traumática ver a aquella mujer que psiquiatri ́a no hemos conseguido inhibir el apetito. El problema del
derivaba por la puerta sin el beneficio de un guardagujas o del peso y la aumentació n ha escapado hasta ahora a nuestra
equipo de mecánicos que trabaja alrededor de los globos de Pascua competencia. Rara confesió n, quizá, pero si no reconociéramos
de Macy's tirando de los cables, guiando las macizas imágenes nuestras propias incapacidades, nos engañ ari ́amos quizá a nosotros
hasta algún eterno cobertizo, más allá. Emma Fleet entró veloz, y el mismos y estari ́amos recibiendo dinero con falsos pretextos. De
piso se estremeció como si fuese la plataforma de una enorme modo que si ha venido usted a buscar esa ayuda he de catalogarme
balanza. entre los incapaces.

El doctor George debió de haberse quedado otra vez sin aliento, —Gracias por su honradez, doctor —dijo Emma Fleet—. Pero no
mientras le calculaba a la mujer unos doscientos kilos por lo bajo, quiero adelgazar. Preferiri ́a que me ayudara usted a aumentar otros
pues ella le sonrió como si le hubiese lei ́do el pensamiento. cincuenta kilos, o quizá cien.

—Doscientos uno y cuarto, para ser justos —dijo. El doctor se —¡Oh, no! —exclamó el doctor George.
descubrió observando los muebles.
—Oh, si ́. Pero mi corazón no permitirá lo que mi alma querida y
—Oh, resistirán muy bien —apuntó la señ ora Fleet, y se sentó. El entrañ able soportari ́a con el mayor gozo. Mi corazó n fi ́sico podri ́a
diván chilló como un perro vagabundo. El doctor George se aclaró la fallar ante las exigencias de amor de mi corazó n y mi mente.
garganta.
Emma Fleet suspiró . El diván también.
—Antes que se ponga usted cómoda —dijo—, creo mi deber decirle
en seguida con toda honradez que nosotros en el campo de la

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—Bueno, permi ́tame que le informe. Estoy casada con Willy Fleet. —No tenemos hijos. —La sonrisa de Emma Fleet se detuvo un
Trabajamos en los Espectáculos Ambulantes Dillbeck-Horsemann. poco—. Pero ese no es mi problema. Willy, en cierto modo, es mi
Soy conocida con el nombre de la Dama Generosa. Y Willy... hijo. Y en cierto modo, además de su mujer, soy su madre. Todo
tiene que ver con el tamañ o, me imagino, y somos felices por la
Se incorporó del diván y se deslizó, o más bien escoltó a su propia
manera en que hemos equilibrado las cosas.
sombra a lo largo del cuarto. Abrió la puerta. Más allá, en la sala de
espera, un bastón en una mano, un sombrero de paja en la otra, —Bueno, si su problema no son los hijos, o el tamañ o de usted o el
ri ́gidamente sentado, contemplando la pared, habi ́a un hombre de él, o los kilos de más entonces, ¿qué...?
minúsculo de pies minúsculos, manos minú sculas y ojos minú sculos
Emma Fleet respondió con una risita tolerante. Era una risa
de color azul brillante en una cabeza minúscula. Medi ́a, a lo sumo,
agradable, como la de una niñ a que de alguna manera estaba presa
unos noventa centi ́metros de alto y pesaba quizá no más de treinta
en aquel cuerpo enorme y en aquella garganta.
kilos. Pero una mirada de genio orgulloso, tenebroso, casi violento,
resplandeci ́a en la cara pequeñ a aunque áspera.
—Paciencia, doctor. ¿No deberi ́amos retroceder hasta encontrar el
momento en que Willy y yo nos conocimos? El doctor se encogió de
—Ese es Willy Fleet —dijo Emma con amor, y cerró la puerta. El
hombros, se rió entre dientes y aflojó el cuerpo, asintiendo.
diván, al sentarse, gimió de nuevo. Emma echó una sonrisa radiante
al psiquiatra que segui ́a contemplando, todavi ́a conmocionado, la —Bueno.
puerta.
—En la escuela secundaria —dijo Emma Fleet— yo medi ́a un metro
—No tienen hijos, desde luego —se oyó decir el psiquiatra.
ochenta, y a los veintiú n añ os haci ́a llegar la balanza a ciento

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veinticinco kilos. No necesito decirle que rara vez sali ́a de excursión adivinase. Pero el Hombre que Adivina el Peso no estaba nervioso.
en verano. La mayor parte del tiempo me quedaba en dique seco. Luego de pasarle por delante tres veces, vi que me miraba fijo. ¡Con
Sin embargo teni ́a muchas amigas a las que les gustaba mostrarse respeto, si ́, con admiració n! ¿Y quién era el Hombre que Adivina el
conmigo. La mayori ́a de ellas pesaban setenta y cinco kilos y a mi Peso? Willy Fleet, naturalmente. La cuarta vez que pasé me llamó y
lado se senti ́an esbeltas. Pero eso fue hace mucho tiempo. Ya no me dijo que me dari ́a un premio gratis si le permiti ́a adivinar mi
me preocupa más. Willy lo cambió todo. peso. Estaba todo enfebrecido y excitado. Bailaba a mi alrededor.
Nunca me habi ́an hecho tanto caso en mi vida. Me ruboricé. Me
—Willy parece ser un hombre bastante notable —se encontró
senti ́ bien. Luego me senté en la silla balanza. Oi ́ que la aguja daba
diciendo el doctor George, contra todas las normas.
una vuelta completa, zumbando, y que Willy silbaba de placer.

—¡Oh, lo es, lo es! ¡En él arde un fuego sin llama, una capacidad, un
“—¡Ciento cuarenta y cinco kilos! —Exclamó — ¡Dios mi ́o, que
talento todavi ́a sin descubrir, sin utilizar! —Dijo Emma Fleet, con
encantadora! “—¿Có mo dijo? —pregunté.
sú bita vehemencia—. ¡Dios lo bendiga, entró en mi vida como una
tormenta de verano! Hace ocho años habi ́a ido yo con mis amigas a “—Que usted es la mujer más encantadora del mundo —dijo Willy,
una feria ambulante el Di ́a del Trabajo. Al final de la tarde, las chicas mirándome directamente a los ojos.”
habi ́an sido acaparadas todas por los muchachos que pasaban y se
—Me ruboricé de nuevo. Me rei ́. Los dos nos rei ́mos. Luego debo de
las habi ́an llevado. Yo me habi ́a quedado sola con tres muñ ecas, y
haber llorado, alli ́ sentada, pues senti ́ que él me tocaba el hombro,
un maleti ́n de falso cocodrilo y nada que hacer salvo poner nervioso
preocupado. Me miraba a la cara un poco temeroso.
al Hombre que Adivina el Peso, mirándolo cada vez que pasaba
como si en cualquier momento fuera a pagarle para que él “—¿Le he dicho algo malo? —me preguntó .

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www.ecdotica.com 3 “—Emma Gertz.
“—Emma —dijo—, ¿es usted casada?
“—No —sollocé, y después me fui tranquilizando—. Algo bueno,
algo bueno. Es la primera vez que alguien... “—¿Está usted bromeando? “—Emma, ¿le gustari ́a viajar? "—
Nunca he viajado.
“—¿Qué?
“—Emma, esta feria se quedará en el pueblo una semana más.
“—Encuentra bien mi gordura.
Venga todas las noches, todos los di ́as, ¿por qué no? Hable
conmigo, conó zcame. Al final de la semana, quién sabe, tal vez viaje
“—Usted no es gorda —dijo—. Usted es ancha, alta, maravillosa.
conmigo.
Miguel Á ngel la hubiera adorado. Ticiano la hubiera adorado. Da
Vinci la hubiera adorado. Sabi ́an lo que haci ́an en aquellos tiempos.
“—¿Qué está usted insinuando? —dije, no enojada ni irritada ni
El tamañ o. El tamañ o es todo. Yo lo sé. Mi ́reme a mi ́. He viajado con
nada, sino fascinada e intrigada por el hecho de que alguien le
los Enanos Singer durante seis temporadas, con el nombre de
hubiese ofrecido algo a la hija de Moby Dick.
Pulgarcito. Dios mi ́o, estimada señ ora, usted viene de la parte más
gloriosa del Renacimiento. Bernini, que edificó la columnata de San “—Estoy insinuando matrimonio.”
Pedro y las del altar, hubiera dado su alma inmortal por conocer a
—Willy Fleet me miró , respirando con esfuerzo, y tuve la impresión
alguien como usted.
de que estaba vestido de alpinista, con sombrero, botas
“—¡No! —gemí—. Esta felicidad no es para mi ́. Sufriré tanto cuando claveteadas, bastón y una cuerda colgada del hombro de niñ o. Y
usted calle. “—Entonces no me callaré —dijo—, señ orita... que si yo le preguntaba: ‘¿Por qué dice eso?’, él me contestari ́a:

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‘Porque es usted’. Pero yo no le pregunté y él no contestó . Nos —No —dijo el doctor y en seguida bajó la voz, pues contestaba
quedamos alli ́ en la noche, en el centro de la feria, hasta que por fin demasiado rápido—. Por favor, siga.
tomé por el medio del camino, vacilante.
—La luna de miel. —Emma emitió su voz más humana.
“—¡Estoy borracha! —gemi ́— Oh, tan borracha y no he bebido
La respuesta de todos los recintos de aquel cuerpo hizo vibrar el
nada.
diván, la habitación, al doctor, los queridos huesos del doctor.
“—¡Ahora que la he encontrado —me gritó Willy Fleet—, usted no
se me escapará, acuérdese!”.
—La luna de miel... no fue corriente. El entrecejo del doctor se alzó
apenas. Pasó la mirada de la mujer a la puerta; del otro lado, en
Aturdida y tambaleándome, cegada por esas grandes palabras
miniatura, estaba sentada la imagen de Edmund Hillary, el hombre
masculinas cantadas con voz de soprano, sali ́ a tientas de la feria y
del Everest.
volvi ́ a casa.

—Usted nunca ha visto una prisa como la de Willy cuando me llevó


A la semana siguiente estábamos casados.
a su casa, una encantadora casa de muñ ecas, con una habitación de
Emma Fleet. se detuvo y se miró las uñ as. tamañ o normal que iba a ser la mi ́a o más bien la nuestra. Alli ́, muy
cortésmente, siempre el caballero amable, reflexivo, tranquilo, me
—¿Le molestari ́a que le contara la luna de miel? —preguntó
pidió la blusa, que le di, la falda, que le di... Siguiendo la lista, le
ti ́midamente.
tendi ́ todas las ropas que nombraba, hasta que al final... ¿Es posible
ruborizarse de la cabeza a los pies? Es posible. Sucede. Alli ́ estaba
yo, de pie, como un fuego atizado, y unas oleadas de calor me

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subi ́an y bajaban por el cuerpo, e iban y veni ́an abarcándolo todo, veras mucha suerte, las manitas entrecruzadas, los ojitos brillantes.
con matices de rosa, blanco y de nuevo rosa. ¿Por dónde empezar, pareci ́a estar pensando, por dónde, por
dónde empezar? Al fin habló.
“—¡Dios mi ́o —exclamó Willy—, eres la camelia más grande y más
bonita que haya florecido jamás! “—Emma —dijo— ¿por qué crees que he trabajado añ os enteros en
la feria como el Hombre que Adivina el Peso? ¿Por qué? Porque he
—Nuevas olas de rubor avanzaban en ocultos aludes internos,
estado buscando toda la vida a alguien como tú . Noche tras noche,
mostrándose só lo para colorear mi cuerpo en el exterior, en lo que
verano tras verano, he estado observando las sacudidas y
era para Willy la más preciosa piel. ¿Qué hizo entonces Willy?
temblores de las balanzas. ¡Y ahora al fin tengo el medio, la manera,
Adivine.
la pared, la tela en que expresar mi genio!”

—No me atrevo —respondió el doctor, ruborizado él mismo. —Dio


Dejó de caminar y me miró, con los ojos anegados.
varias vueltas a mi alrededor.
“—Emma —dijo suavemente— ¿puedo pedirte permiso para hacer
—¿A su alrededor?
absolutamente todo lo que quiera contigo?

—A mi alrededor, como un escultor que contempla un enorme


“—Oh, Willy, Willy —exclamé—. ¡Todo!”
bloque de granito color blanco de nieve. El mismo lo dijo. Granito o
mármol del que se pueden sacar imágenes de una belleza hasta Emma Fleet se detuvo.
entonces insospechada. Dio vueltas y más vueltas a mi alrededor,
El doctor se encontró en el borde de la silla.
suspirando y sacudiendo la cabeza, pensando que habi ́a tenido de

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—Si ́, si ́, ¿y entonces? —¡Entonces empezó la gran vida! Yo amaba a Willy y Willy me
amaba a mi ́ y los dos amábamos eso más grande que nosotros
—Y entonces —dijo Emma Fleet—, sacó todas las cajas y botellas de
mismos y que haci ́amos juntos. ¡Nada menos que crear la pintura
tinta y lápices y las brillantes agujas de plata, agujas de tatuar.
más extraordinaria que jamás se haya visto! ‘¡Nada menos que la
perfecció n!’ exclamaba Willy. ‘¡Nada menos que la perfecció n!’
—¿Agujas de tatuar?
respondi ́a yo. Oh, fue una época feliz. Pasamos juntos diez mil
El doctor se apoyó en el respaldo de la silla.
horas de intimidad y trabajo. Usted no puede imaginarse lo
—¿La... tatuó?
orgullosa que estaba yo de ser esa vasta orilla en la que el genio de
—Me tatuó.
Willy Fleet flui ́a y reflui ́a en una marea de colores.
—¿Era un artista del tatuaje?
—Lo era, lo es, un artista. Sólo que el arte de Willy se expresa en el
Pasamos un añ o en mi brazo derecho y en el izquierdo, medio añ o
tatuaje.
con la pierna derecha, ocho meses en la izquierda, preparando la
inmensa explosió n de detalles brillantes que me brotaban en las
—Y usted —dijo el doctor— ¿era la tela que él habi ́a estado
buscando durante gran parte de su vida de adulto? clavi ́culas y en los omó platos, que me subi ́an por los muslos y
estallaban en las ruedas de fuegos artificiales que celebraban un
—Yo era la tela que él habi ́a buscado toda la vida. glorioso cuatro de julio; desnudos del Ticiano, paisajes de Giorgione
y los relámpagos cruzados del Greco en mi exterior, picoteando de
Emma Fleet dejó caer la cosa, que se hundió y siguió hundiéndose
arriba abajo mi espinazo con vastas luces eléctricas. Alabado sea,
en el doctor. Cuando vio que habi ́a tocado fondo y removido vastas
nunca ha habido, nunca habrá un amor como el nuestro, un amor
cantidades de barro, prosiguió serenamente.
en que dos personas se dediquen con tanta sinceridad a una tarea:

90
la de dar belleza al mundo. Volábamos uno hacia el otro di ́a tras antes que me fuera permitido ver el avance lento pulgada a
di ́a, y yo comi ́a más, me ensanchaba con los añ os, y Willy aprobaba, pulgada, las tintas brillantes que me inundaban y ahogaban en un
Willy aplaudi ́a. Más espacio, más lugar para que las figuras arco iris de inspiración. Ocho añ os, ocho fabulosos, gloriosos añ os.
florecieran. No podi ́amos estar separados, porque los dos Y llegó el di ́a, la obra estaba terminada. Y Willy se desplomó y
senti ́amos, estábamos seguros de que una vez terminada la Obra durmió cuarenta y ocho horas. Y yo dormi ́ a su lado, el mamut
Maestra, podri ́amos abandonar el circo, la feria, el teatro de acostado junto al cordero negro. Esto fue hace apenas cuatro
variedades para siempre. ¡Era grandiosa, si ́, pero sabi ́amos que una semanas. Hace apenas cuatro semanas nuestra felicidad se terminó .
vez terminada, podri ́amos ir al Art Institute de Chicago, a la Kress
—Ah, si ́ —dijo el doctor—. Un equivalente de esa depresión que
Collection de Washington, a la Tate Gallery de Londres, al Louvre,
siente la madre después que el hijo ha nacido. El trabajo ha
los Uffizi, el Museo del Vaticano! ¡Durante el resto de nuestras
terminado y sigue invariablemente un peri ́odo de apati ́a y en cierto
vidas viajari ́amos con el sol!
modo de tristeza. Pero piense que ahora cosecharán las
Asi ́ fue, añ o tras añ o. No necesitábamos del mundo ni de las gentes recompensas de una larga labor, ¿no es cierto? ¿Recorrerán el
del mundo, nos teni ́amos el uno al otro. Trabajábamos de di ́a en mundo?
nuestras ocupaciones ordinarias, y hasta después de medianoche,
–No —gimió Emma Fleet, y una lágrima le asomó a los ojos—. En
alli ́ estaba Willy trabajando en mi tobillo, Willy en mi codo, Willy
cualquier momento Willy se irá y no volverá nunca. Empezó yendo
explorando la increi ́ble pendiente de mi espalda que culminaba en
de un lado a otro por la ciudad. Ayer lo pesqué cepillando la balanza
una elevació n de nieve y de talco. Willy no me dejaba ver, no le
de la feria. ¡Hoy lo encontré trabajando por primera vez en ocho
gustaba que yo mirara por encima del hombro, del suyo o del mi ́o.
añ os, de vuelta en el puesto del Hombre que Adivina el Peso!
La curiosidad no me dejaba vivir, y sin embargo pasaron meses

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—Oh, Dios —dijo el psiquiatra. —¿Con respecto a la Obra Maestra, con mayú sculas? —preguntó el
doctor.
—Anda.... ¡Pesando a nuevas mujeres, si ́! ¡En busca de nuevas
telas! ¡No lo ha dicho, pero lo sé, lo sé! ¡Esta vez encontrará una —Como todos los artistas, es un perfeccionista extraordinario.
mujer todavi ́a más pesada, de doscientos cincuenta, trescientos Ahora encuentra pequeños defectos, una cara aqui ́ de un tono y
kilos! Adiviné que esto ocurriri ́a, hace un mes, cuando terminamos una textura que no están bien del todo, una mano allá apenas
la Obra Maestra. Entonces todavi ́a comi ́ más, y me estiré la piel torcida a un lado, y esto a causa de mi dieta apresurada para
todavi ́a más, para que aqui ́ y allá aparecieran nuevos lugarcitos, aumentar de peso y ganar asi ́ nuevo espacio y nuevas atenciones.
pequeños parches que Willy tendri ́a que restaurar y completar con Para él yo era de veras un comienzo. Ahora tiene que seguir desde
nuevos detalles. Pero ahora estoy terminada, agotada, me he ese aprendizaje hasta sus verdaderas obras maestras. Ah, doctor,
atiborrado, he concluido el último trabajo de relleno. No me queda estoy a punto de ser abandonada. ¿Qué le queda a una mujer que
un millonésimo de pulgada entre el cuello y los tobillos, donde pesa doscientos kilos y está cubierta de ilustraciones? Si me
podamos meter un demonio, un derviche o un ángel barroco más. abandona, ¿qué haré, a dó nde ir, quién me querrá? ¿Me perderé de
Para Willy yo soy una obra concluida y acabada. Ahora quiere nuevo en el mundo como estaba perdida antes de esa felicidad
seguir. Se casará, me lo temo, cuatro veces más en su vida, cada vez loca?
con una mujer más grande, una extensión mayor para una pintura
—Un psiquiatra —dijo el psiquiatra— no está para dar consejos.
mural mayor y la apoteosis de su talento. Además en la ú ltima
Pero...
semana se ha puesto cri ́tico.
—¿Pero qué, qué? —preguntó la mujer ansiosamente.

92
—Un psiquiatra está para que el paciente pueda entender y estrujó entre sus brazos. Cuando el doctor consiguió liberarse,
curarse. Pero en este caso... —¡En este caso, si ́, siga! Emma Fleet se puso a dar vueltas alrededor.

—Parece tan sencillo. Para conservar el amor de su marido... — —Qué extrañ o —dijo—. En media hora ha resuelto usted mis
¿Para conservar su amor, si ́? próximos tres mil di ́as y todavi ́a más. Es usted muy sabio. ¡Le
El doctor sonrió . pagaré lo que sea!
—Usted debe destruir la Obra Maestra.
—Basta con mis honorarios habituales —dijo el doctor.
—¿Qué?
—¡No resisto el deseo de deci ́rselo a Willy! Pero primero —dijo—
—Bórrela, qui ́tesela. Esos tatuajes salen, ¿no es cierto? Una vez lei ́ ya que usted ha sido tan sabio, merece ver la Obra Maestra antes
en alguna parte que... que sea destruida.

—¡Oh doctor! —Emma Fleet dio un salto.— ¡Eso es! ¡Se puede —No es necesario, señ ora...
hacer! ¡Y lo que es mejor, Willy puede hacerlo! Le llevará sólo tres
—¡Tiene que descubrir por si ́ mismo el espi ́ritu raro, el ojo y la
meses limpiarme, librarme de esa Obra Maestra que ahora le
mano de artista de Willy Fleet, antes que desaparezcan para
fastidia. Después, de nuevo de un blanco virginal, podremos
siempre y empecemos de nuevo! —exclamó Emma Fleet,
empezar otros ocho añ os, y después otros ocho y otros. ¡Ah,
desabrochándose el abrigo voluminoso.
doctor, sé que lo hará! ¡Quizá sólo esperaba que se lo propusiera...
y yo era demasiado tonta para adivinarlo! ¡Oh, doctor, doctor! Y lo —De veras, no es...

93
—¡Mire! —dijo la mujer, y se abrió de golpe el abrigo. En cierto Emma Fleet haci ́a girar el abrigo alrededor, con una atractiva
modo .el doctor no se sorprendió al ver que Emma Fleet estaba sonrisa de acróbata, como si acabara de llevar a cabo una soberbia
completamente desnuda debajo. Se quedó sin aliento. Abrió mucho hazañ a. Luego fue hacia la puerta.
los ojos. Se le abrió la boca. Se sentó lentamente, aunque en
—Espere —dijo el doctor. Pero ella habi ́a salido ya, estaba en la
realidad hubiera querido quedarse de pie, como cuando era niñ o y
salita de espera, balbuceando y susurrando:
saludaban a la bandera en la escuela, y luego cuarenta voces
rompi ́an en un canto reverente y trémulo:
—¡Willy! ¡Willy! —inclinándose sobre su marido, silbándole en la
minú scula oreja hasta que él le clavó los ojos y abrió la boca firme y
Oh bella para los cielos espaciosos para las olas ambarinas del
apasionada y gritó, y batió palmas de júbilo.
cereal,
para la majestad de las montañ as purpú reas sobre las llanuras de
—¡Doctor, doctor, gracias, gracias! El hombrecito se precipitó y
las frutas...
tomó la mano del doctor y la sacudió rudamente. El doctor se
quedó sorprendido por el fuego y la dureza de roca de aquel
Sentado siempre, abrumado, el doctor contempló la vastedad
apretón. Era la mano de un artista aplicado, como esos ojos que lo
continental de la mujer. En la que no habi ́a absolutamente nada
miraban desde abajo ardientes y oscuros en una cara
bordado, pintado, acuarelado o tatuado de alguna manera.
apasionadamente iluminada.
Desnuda, sin adornos, no tocada, sin li ́neas ni dibujos. El doctor se
quedó de nuevo sin aire. —¡Todo va a andar bien! —exclamó Willy

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El doctor vaciló, mirando a Willy y luego al globo enorme que se habi ́a convertido de nuevo a la mujer en una tela limpia,
meci ́a y tironeaba para irse volando. encantadora y estimulante, si ella necesitaba serlo. Y si él, por otra
parte, deseaba una nueva mujer para garabatearla, borronearla y
—¿No tendremos que volver nunca más?
tatuarla, bueno, la cosa funcionaba también. Porque ella seri ́a
nueva e intocada.
Santo Dios, pensó el doctor, ¿él piensa que la ha ilustrado de proa a
popa, y ella le sigue la corriente? ¿Está loco? ¿O ella se imagina que
—¡Gracias, doctor, oh, gracias, gracias!
él la ha tatuado de la cabeza a los pies, y él le sigue la corriente?
—No me den las gracias —dijo el doctor—, no he hecho nada.
¿Está loca? O, lo que era aú n más extrañ o, ¿creen los dos que él la
ha atiborrado como el techo de la Capilla Sixtina, cubriéndola de Estuvo a punto de decir que todo era una feliz casualidad, una
raras y significativas bellezas? ¿Los dos creen, saben, se siguen la broma, una sorpresa ¡Que se habi ́a cai ́do por las escaleras y habi ́a
corriente el uno al otro, en su mundo de especiales dimensiones? aterrizado de pie!

—¿Tendremos que volver de nuevo? —preguntó Willy Fleet por —¡Adiós! ¡Adiós!
segunda vez. —No. —El doctor musitó una plegaria—. Creo que no.
Y el ascensor bajó , la mujerona y el hombrecito desaparecieron
¿Por qué? Porque, por alguna gracia estú pida, habi ́a hecho lo que hundiéndose en una tierra que de pronto no era demasiado sólida,
correspondi ́a, ¿no es cierto? Recetando en un caso apenas y donde los átomos se abri ́an para dejarlos pasar.
entrevisto, habi ́a acertado con la curación, ¿verdad? Sin tener en
—Adió s, gracias, gracias... gracias...
cuenta si él crei ́a o ella crei ́a o los dos crei ́an en la Obra Maestra, al
sugerir que se borraran, que se destruyeran las figuras, el doctor

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Las voces se desvanecieron, nombrándolo y ensalzando su
inteligencia mucho después de haber dejado arriba el cuarto piso. El
doctor miró alrededor y retrocedió inseguro hasta el consultorio.
Cerró la puerta y se apoyó en ella.

—Doctor —murmuró—, cú rate a ti mismo. Dio un paso adelante.


No se senti ́a real. Teni ́a que acostarse, aunque fuera un momento.
¿Dónde? En el diván, naturalmente, en el diván.

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