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PUBLICADO EN: Inquieta.

Revista contemporánea de danza y artes del movimiento,


n°8, 2014, Dossier Antropología, Cuerpo y Movimiento

Hacia una epistemología corpórea

Julia Broguet, Yanina Mennelli y Manuela Rodríguez.

Área de Antropología del Cuerpo. Escuela de Antropología. UNR

Antropología del cuerpo

La Antropología del cuerpo propone una confrontación con la tradición de pensamiento


racionalista y dualista

Aunque en una fecha tan temprana como 1936, el antropólogo francés Marcel
Mauss propuso que las “técnicas corporales” de cada cultura fuesen objeto de estudio
antropológico, no fue sino hasta la década de 1970 que la “Antropología del Cuerpo”
comenzó a delinearse como un campo de estudio específico, y en las décadas siguientes se
profundizaron los debates en torno a las perspectivas analíticas utilizadas en este nuevo
campo. Esta relativa negación del cuerpo, o mejor dicho su tardía revalorización, se vinculó
al predominio de enfoques dualistas del sujeto que enfrentaron los términos: razón/cuerpo y
pensar/percibir, entre los cuales la filosofía de Descartes fue determinante. De esta manera,
durante la Modernidad el cuerpo concebido como opuesto al alma, a la mente o a la razón
pasó a ser el término no valorado de una relación en la que el “ser” se definía por su
capacidad de pensar, y el pensamiento como valor supremo. Este racionalismo, dualista y
hegemónico en el pensamiento occidental moderno, hizo que el cuerpo fuese considerado
un mero “objeto” que se “posee”, y por ende podía ser disociado del verdadero “ser”, en
tanto se esperaba que la razón o el alma ejercieran control sobre la materia corpórea y sus
siempre “sospechosos” impulsos. Esta larga tradición de pensamiento incidió fuertemente
en las ciencias sociales, postergando la aparición de estudios que se ocuparan de las
corporalidades en la vida sociocultural.

En la Modernidad el cuerpo opuesto al alma, a la mente o a la


razón pasó a ser el término no valorado de una relación en la que
el “ser” se definía por su capacidad de pensar

Con el capitalismo y la emergencia del individualismo en el proceso de


consolidación de la burguesía como clase social dominante, esta concepción de “cuerpo” se
convirtió en hegemónica, quedando reducida a “una forma ontológicamente vacía,
despreciada, accidental, obstáculo para el conocimiento del mundo que lo rodea (...) una
materia diferente a la del hombre que encarna” (Le Breton, 1995: 45 y 59). Es decir, un
cuerpo que impedía el acceso a saberes confiables y desplegaba frente al hombre europeo
moderno el universo incierto de las percepciones y las emociones.

El individuo moderno “posee” un cuerpo

Frente a la idea del cuerpo como mero “objeto natural”, la Antropología del Cuerpo
se propuso mostrar las formas en que cada grupo sociocultural construye sus propias
gestualidades, expresividades, emociones, modos de percepción sensorial y técnicas de
movimiento corporal cotidianas, rituales y estéticas. Asimismo, mostró las variadas
representaciones, significaciones y valoraciones culturales elaboradas en torno a los
cuerpos, analizando las distintas concepciones anatómicas, fisiológicas, sexuales y de la
salud-enfermedad. En trabajos más recientes, como en el caso de los norteamericanos
Thomas Csordas (2011) o Michael Jackson (2011); o de la argentina Silvia Citro (2009), la
corporalidad comenzó a ser entendida como una perspectiva de análisis que se integra al
estudio de diversas problemáticas socio-culturales; de esta manera, los cuerpos no son
tratados como “objetos” de estudios específicos -lo cual llevaría, en cierta forma, a
reinstalar el dualismo cuerpo-mente- sino que son reconocidos como una dimensión
ineludible, condición para existir y producir acciones en el mundo.
En enfoques contemporáneos, ligados a perspectivas fenomenológicas o
al “embodiment”, los cuerpos son tratados como una dimensión
ineludible, condición para existir y producir acciones en el mundo

Antropología del cuerpo en Rosario

A partir una convocatoria realizada por la antropóloga y bailarina Eugenia Calligaro


en 1997 se creó el Área de Antropología del Cuerpo en la Escuela de Antropología de la
Facultad de Humanidades y Artes (UNR). El objetivo principal de esta área fue fomentar y
desarrollar investigaciones que abordaran el rol de las corporalidades en la vida
sociocultural, en tanto ésta era una perspectiva poco desarrollada en las investigaciones
antropológicas a nivel nacional y hasta ese momento ausente en la ciudad de Rosario. A
dicha convocatoria acudimos estudiantes que compartíamos la necesidad de integrar los
estudios antropológicos con inquietudes derivados de nuestras prácticas artísticas, es decir,
nos interesaba el cuerpo, fundamentalmente porque danzábamos, actuábamos y
cantábamos. Esta necesidad de aunar intereses más “académicos” con otros más “artísticos”
produjo el desarrollo de perspectivas transdisciplinares.

Como antropólogas nos interesaba el cuerpo,


fundamentalmente porque danzábamos,
actuábamos y cantábamos.

El Área funcionó desde su creación como un marco dinámico y estratégico tanto


para el dictado de seminarios y talleres teórico-prácticos como para la organización de
charlas y conferencias1. Desde allí ámbito articulamos propuestas con diferentes grupos e
instituciones en busca de producir espacios en el ámbito académico para visibilizar y
promover el intercambio y discusión de temáticas vinculadas al cuerpo y las corporalidades
en la cultura, la performance y la performatividad, produciendo reflexiones situadas
geopolítica e históricamente desde Rosario, Argentina y Latinoamérica. Así, con el paso del
tiempo, el Área se fue configurando como un ámbito de referencia para el intercambio entre
investigadores de distintas formaciones, en los cruces entre antropología y artes
performáticas, en los que la danza ocupa un lugar fundamental.
Una antropología del cuerpo en movimiento

El interés por la danza como tema de estudio antropológico puede rastrearse en la


obra de algunos antropólogos clásicos, quienes se detuvieron a observarla como fenómeno
emergente de las culturas en las que realizaban sus trabajos de campo, en la medida que
ésta se vinculaba a otras dimensiones de la cultura estudiada, como por ejemplo, lo
religioso o lo económico. Podemos mencionar investigaciones tempranas como las de
Franz Boas (en 1910), quien produjo un exhaustivo registro etnográfico de las danzas, pero
también de otros hábitos motores y gestuales de los pueblos kwakiutl de Norteamérica;
Radcliffe Brown (1922) quien abordó las danzas rituales en las Islas Andaman (India)
analizando su función como catalizadoras de conflictos sociales; o las de Margaret Mead y
Gregory Bateson que se abocaron el estudio de manifestaciones socioculturales que
quedaron registradas en su documental “Trance y Danza en Bali”, (Indonesia) de 1951.
Alrededor de los años ‘40, Franzisca Boas, bailarina e hija del antropólogo, organizó un
seminario en su estudio de danza en Nueva York donde retomó los trabajos de su padre,
generando una temprana unión entre la investigación y la práctica de la antropología y la
danza, circunstancia que se repitió, y se repite, en el desarrollo de esta campo de estudios.
Sin embargo, ha sido a Gertrude Prokosch Kurath, una bailarina norteamericana con
formación en música y danza, a quien se le reconoce haber sentado las bases para una
“etnología de la danza” en su artículo de 1960, “Panorama of dance ethnology”, donde la
definía no a partir de la descripción de un tipo determinado de danza “sino como un
acercamiento y un método para descubrir su papel en la vida humana” (citado en Barfield,
2000: 146). En ese mismo texto la autora también destacaba que ésta debía ubicarse dentro
del campo de la antropología, ya que era necesario entender a la danza como parte integral
de un contexto socio-cultural, y no limitarse sólo a su “rescate” a la manera de los
folcloristas (Mora, 2011: 167). Esta línea de investigación influenció luego a una serie de
mujeres investigadoras, como Joann Kealiinohomoku (1979), Adrianne Kaeppler (1972) o
Judith Hanna (1979), que entre los ‘60 y ‘70 afianzaron la construcción de una antropología
de la danza revisando justamente las nociones de danza y cuerpo, marcadas fuertemente en
el sentido común académico por presupuestos evolucionistas y etnocéntricos. Es decir,
estas autoras entendieron que los conceptos de danza y cuerpo utilizados hasta entonces
respondía a un pensamiento lineal y ascendente, que ubicaba en el extremo del progreso las
concepciones y manifestaciones producidas en Europa y en el polo opuesto o inferior, las
expresiones surgidas en las sociedades, por ejemplo, de Latinoamérica o África. Así, ellas
dieron continuidad a la propuesta de Kurath indagando la manera en que los principios
estéticos son, sobretodo, valores culturales; y de esta manera, desplazaron el interés
meramente estético por la danza en sí misma, hacia la danza como un modo de comprender
las sociedades y las conductas humanas.

A partir de los años ‘80, los estudios antropológicos comenzaron a focalizar en los
aspectos políticos de la danza, prestando mayor atención a las relaciones entre movimiento,
cuerpo, poder y cultura. Como vemos, dos temas fueron recurrentes en el desarrollo
histórico y contemporáneo de la antropología de la danza. Por un lado, la doble condición
de bailarina-investigadora de varias de sus referentes, ya que muchas de ellas enlazaron sus
investigaciones con una activa participación en movimientos artísticos de vanguardia
surgidos de la primera posguerra, sobre todo los de danza moderna, como en el caso de
Kurath. Por otro lado, el hecho de que hayan sido mayormente mujeres quienes le dieron
continuidad a este área de estudio, se vincula a que la danza, en la modernidad occidental,
ha sido considerada una actividad eminentemente femenina, y esto se ha replicado en la
división de la tarea científica.

Es necesario entender a la danza


como parte integral de un contexto socio-cultural;
prestando una mayor atención a las relaciones entre
movimiento, cuerpo, poder y cultura.

Discusiones actuales analizan la fragmentación en los modos de comprensión del


fenómeno de la danza, ya que ésta ha sido separada de otras dimensiones (como las
políticas o económicas), de otras problemáticas de la vida social (como las de género o las
raciales), y de otras manifestaciones culturales (como lo sonoro o lo ritual). Por este
motivo, algunas líneas de investigación interpelan la categoría de “danza” denunciando
que, como la misma se gestó de la Modernidad, aun hoy funciona como “vara universal”
con la cual deben medirse y valorarse prácticas culturales que no necesariamente se
identifican con lo que en nuestra sociedad se entiende como “danza”. Asimismo, se
cuestionan las escisiones características de las artes occidentales (las divisiones tajantes
entre artes plásticas, escénicas y musicales por ejemplo), especialmente aquellas surgidas
durante el prolongado período comprendido entre el Renacimiento y la Modernidad. En
este sentido, una invitación interesante para superar estas escisiones es la que realiza Citro
al ponen énfasis “en el sonido más que en la música, en la performance más que en el
teatro, y en el movimiento más que en la danza” (2012)

Los modos particulares de moverse,


significar el movimiento, aprenderlo y transmitirlo,
configuran una cierta experiencia del cuerpo-en-el-mundo.

La propuesta de una “antropología del movimiento humano” sugerida por Adrienne


Kaeppler (2000, 2012), intenta plantear una concepción más general y abarcativa. Esta
propuesta comprende el análisis de todos los sistemas estructurados de movimiento, como
son, por ejemplo, los rituales seculares o religiosos, las artes marciales, los deportes, los
juegos y las danzas, entre otros. Estos sistemas tienen en común el ser “resultado de
procesos creativos que maniobran al cuerpo humano en tiempo y espacio” (Kaeppler,
2000)2. Lo que se destaca en esta proposición es la importancia de no perder de vista lo
reductivo que puede ser el término “danza”3 para el análisis de algunos fenómenos en
sociedades no-occidentales o, incluso, en nuestro medio para las danzas no academizadas o
muchas veces no valoradas como tales. Teniendo en cuenta los debates sostenidos durante
los últimos años en Argentina, en el marco del proyecto de Ley Nacional de Danza,
consideramos que esta propuesta puede ser válida a la hora de definir aquellas
manifestaciones que entrarían o no en las consideraciones de dicha Ley, abriendo hacia
discursos y prácticas más inclusivas que permitan (o al menos intenten) compensar la
situación subalterna que sufren muchas de las denominadas danzas populares, étnicas,
rituales, urbanas, etc. en relación a las definiciones hegemónicas de “ la danza” basadas en
la matriz occidental moderna.

Asimismo, gran parte de las investigaciones antropológicas contemporáneas


interesadas en la danza buscan focalizarse sobre todo en el análisis de cómo los modos
particulares de moverse, significar el movimiento, aprenderlo y transmitirlo configuran una
cierta experiencia del cuerpo-en-el-mundo. Estos análisis que involucran el uso de
movimientos corporales como uno de los medios de expresión más importantes, han
ahondado en perspectivas que consideran a la danza y al cuerpo en su doble condición
productiva y reproductiva, que pueden tanto reflejar como transformar la cultura, es decir,
no sólo la corporalidad como locus de inscripción de la cultura, sino destacando su carácter
activo y transformador de la praxis social. Ejemplos de estos estudios en Argentina los
podemos encontrar en las dos compilaciones recientes elaboradas por el Equipo de
Antropología del Cuerpo del cual formamos parte: Cuerpos plurales (2011) y Cuerpos en
movimiento (2012).

Por una antropología mutante

Consideramos que la relación cognitiva sujeto-objeto es una ficción reguladora,


como la separación cuerpo/mente: sirven para descorporizar al sujeto. Proponemos,
entonces, ir en contra de esta política: corporicemos la ciencia, hagamos una epistemología
corpórea. Hablemos desde la carne, desde el hueco en la carne, desde un lugar en el mundo.
Detengámonos a examinar nuestras prácticas y las de los otros. Y, en principio, no
categoricemos, experimentemos. Para ello, es necesario registrar el lenguaje que nos
constituye, los términos que utilizamos para describir aquello que experimentamos. Cuerpo,
mente, danza, baile, canto, ritual, teatro pueden ser categorías, objetos o simplemente,
como proponemos, ámbitos de ensayo e indagación. Si somos capaces de experimentar
estos interrogantes podremos registrar un pensamiento que excede al lenguaje, porque
nuestra experiencia perceptiva, que es inabordable, es también, sobre todo, generadora de
reflexiones que pueden ir más allá de lo pensado. Son las situaciones de experiencia con
“el/lo otro” las que, la mayoría de las veces, nos devuelven la incertidumbre de que lo que
creíamos sabido no tiene lógica, o no la tiene en los términos en que lo habíamos supuesto.

La relación cognitiva sujeto-objeto es una ficción reguladora, como la separación


cuerpo/mente: sirve para descorporizar al sujeto

La relación cuerpo-cuerpo, en donde se conjugan también las emocionalidades,


genera un espacio que nos puede sacar momentáneamente de esa relación que está
necesariamente representada o vinculada con el lenguaje. Un salirse de sí, que sólo se
produce al involucrarse con el otro, al dejarse llevar por su lógica y sus anhelos. Salirse del
lenguaje para colocarse en la experiencia, en una línea erótica vinculada a la afectividad y
también en una línea estética, como experiencia creativa, tal como propone Figari (2011).
Pensar la diferencia a partir de la experiencia concreta tendría que significar poder ir más
allá de lo pensado, tendría que implicar una desestabilización que genere nuevos
interrogantes. Con el objetivo siempre de no reproducir desigualdad, enfrentarse a la
diversidad tendría que suceder desde la perplejidad, desde ese lugar de la escucha propia y
ajena, desde el diálogo desestabilizador. Debería ser una forma de ingresar al conocimiento
descolocándolo de su lugar logocéntrico, para permitirle una sensibilidad que tenga en
cuenta lo contradictorio y lo plural, lo uno y lo otro, lo complejo.

Hacer ciencia corpórea es una propuesta que se basa en crear conocimiento desde el
movimiento, en tanto su condición es siempre la inestabilidad. Ir en contra de ese
pensamiento dual es parte del esfuerzo de una otra episteme. Para ello, es necesario
escarbar la tierra, rascarse las heridas, viajar a los confines del mundo, acá a la vuelta,
encontrar el alma debajo de la carne, de la llaga y, sobretodo, perderse en el camino o
recocerse en otro cuerpo. Qué soy yo y qué es otro, otra cosa de mí mismo, no es algo
decidido de antemano, en realidad no es algo decidible, tal vez es algo mutable. Habrá que
aprender a trabajar con mutantes, con lo mutante que somos. Por una producción mutante,
entonces, que en perpetuo movimiento nos lleve más allá de las certezas en las que alguna
vez creímos.
Agradecimientos

Queremos agradecer a los compañeros y compañeras del Equipo de Antropología del


Cuerpo y del Área de Antropología del Cuerpo (UNR), ya que sin el trabajo conjunto
realizado en dichas ámbitos durante los últimos años éstas reflexiones no hubieran sido
posibles; y en especial a la Revista Inquieta por invitarnos a compartirlas fuera de los
claustros.

Bibliografía

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University Press.

Notas
1
Entre las actividades realizadas nos interesa subrayar las conferencias dictadas en 1997 y 1999, por Eugenio
Barba sobre Antropología Teatral; el taller teórico-práctico dictado por el director teatral Norberto Campos,
en 2001; y el seminario sobre “Antropología del Cuerpo y Performance” dictado por la antropóloga y
bailarina, Silvia Citro, en 2004. Todas estas actividades fueron realizadas en la Facultad de Humanidades y
Artes, la mayoría de modo gratuito para los participantes, y contaron con una amplia concurrencia, no sólo de
antropólogos sino de bailarines, actores, coreógrafos, directores, etc. Destacamos, además, que venimos
organizando desde hace trece años, la mesa temática “Antropología del cuerpo y de la performance”, en el
marco de las Jornadas Rosarinas de Antropología Sociocultural; nuestra activa participación en el diseño y
gestión de los Trayectos de Posgrado Territorios Corporales Latinoamericanos (Centro de Estudios
Interdisciplinarios – CEI, UNR), así como la coordinación del comité localas en el “Primer Encuentro
Latinoamericano de Investigadores sobre Cuerpo y Corporalidades en las Culturas. El Encuentro fue
organizado junto a la Red de Antropología de y desde los cuerpos, y se desarrolló entre el 1 y 3 agosto del
2012, contando con la presencia de más de 500 estudiantes, investigadores y artistas provenientes de nuestra
ciudad, de otras ciudades argentinas y de Latinoamérica. Más información en:

http://red.antropologiadelcuerpo.com/
2
Traducción propia.
3
Como dijimos este término carece de sentido en algunas culturas, ya que en muchas sociedades no hay o no
ha habido categorías comparables a este concepto occidental y moderno.

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