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Premios Nobel Química

1909 Wilhelm Ostwald


2011/09/21
En la última entrega de la serie sobre los Premios Nobel hablamos sobre el
galardón de Física de 1909, otorgado a Gulglielmo Marconi y Karl Ferdinand
Braun por el desarrollo de la telegrafía sin hilos. Hoy seguimos nuestro
recorrido por estos premios con el Premio Nobel de Química del mismo
año, 1909, otorgado en este caso a Wilhelm Ostwald, en palabras de la
Real Academia Sueca de las Ciencias,
En reconocimiento a su trabajo sobre catalizadores y sus investigaciones acerca
de los principios fundamentales que gobiernan los equilibrios químicos y las
velocidades de reacción.
Como nos ha pasado otras veces, seguramente leer la descripción del
Premio no revela la tremenda importancia de lo que hay detrás, aunque
en este caso mi impresión es que Ostwald tal vez no merecía el Nobel
tanto más que otros investigadores en este campo (luego veremos por
qué). Y, como también nos ha pasado otras veces –casi todas– no
podemos hablar de Ostwald y su descubrimiento sin retroceder unas
cuantas décadas para comprender la situación antes de que llegara el
alemán. Como siempre, no supongo que tengas conocimientos de
Química, pero sí que tienes paciencia y comprensión – dicho esto,
viajemos a principios del siglo XIX, cuando la Química estaba aún en
pañales.

Por entonces se habían estudiado ya de manera concienzuda multitud de


reacciones químicas; se sabía que algunas sustancias, al ponerse en
contacto entre sí, formaban otras nuevas, mientras que otras parecían no
reaccionar en absoluto. También se sabía que, en algunos casos, la
reacción era rápida y violenta, y en otros lenta y suave. Nadie se había
preocupado aún de cuantificar estas características, pero los químicos se
habían percatado ya de algo muy curioso: había algunos compuestos que
no parecían reaccionar entre sí pero, sin embargo, si se añadía un
compuesto nuevo determinado a la fiesta como “invitado”, entonces sí
reaccionaban con entusiasmo… pero, al terminar la reacción, aunque los
compuestos originales se habían gastado, el compuesto nuevo seguía ahí,
igual que antes.
También pasaba a veces que varios compuestos sí reaccionaban entre sí,
pero muy lentamente… salvo que se añadiese una vez más un compuesto
“invitado”; al hacerlo, la reacción era mucho más violenta y, una vez más,
cuando terminaba, el compuesto “invitado” seguía ahí, como si tal cosa,
sin haberse consumido como los demás. Como puedes comprender, se
trata de algo que puede resultar muy útil para la industria, ya que en
muchos casos se quieren realizar reacciones químicas para producir algo
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como resultado final, y cuanto más rápida sea la reacción más cantidad se
produce en un tiempo determinado.

Muchos químicos consideraron esto como una mera curiosidad y, puesto


que no se conocían muchos casos de este fenómeno, los calificaron de
excepciones y a otra cosa, mariposa. La industria, sin embargo, aunque no
entendiera por qué sucedía esto, utilizó los casos contados en los que
funcionaba. Por ejemplo, al producir ácido sulfúrico –que empezaba a ser
ya un compuesto fundamental en la industria química naciente– si se
utilizaba platino era posible, sin gastar el platino, que era el “compuesto
invitado” producir el ácido mucho más rápido que sin él. El resultado final
era igual, pero la rapidez mucho mayor lo hacía un método mucho más
eficaz; claro, hacía falta una inversón extra para conseguir el platino,_
pero el metal no se gastaba_ porque era un mero “invitado”, con lo que no
hacía falta estar comprándolo todo el tiempo.
Como digo, eran casos sueltos, curiosidades. Algunos químicos estudiaron
varios de estos casos concretos en más detalle, y uno de los padres de la
Química moderna tuvo la suficiente visión como para fijarse en todos esos
casos concretos y extraer la clave del fenómeno. Ese químico era el
sueco Jöns Jacob Berzelius, quien es probablemente merecedor de uno o
más Premios Nobel, pero murió cincuenta años antes de que estos
galardones nacieran. A pesar de tener la apariencia del malo en una
novela de Dickens, era un auténtico genio: no sólo descubrió los
elementos silicio, torio, cerio y selenio, sino que a él debemos los
términos proteína, catálisis, isómero, polímero, alótropo, así como la
distinción entre compuestos orgánicos e inorgánicos y muchos logros
más.

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Jöns Jacob Berzelius (1779-1848).
Berzelius, que fue Secretario de la Real Academia Sueca de las Ciencias
durante cuarenta años, desde 1808 hasta 1848, leía prácticamente todos
los artículos de Química publicados en Europa, con lo que se había topado
con referencias a estas reacciones con “compuesto invitado” en artículos
de Kirchhoff, Döbereiner, Thénard o Humphry Davy. Por razones que
desconozco parece haberse dejado un artículo sin leer –o no comprendió
su importancia–, publicado en 1806 por dos científicos franceses… pero
de ese artículo hablaremos después.

Tal vez lo que disparó el interés de Berzelius fue un experimento realizado


por uno de sus propios alumnos, Eilhard Mitscherlich, que estaba
estudiando la transformación de alcohol en éter. Mitscherlich había
observado que, si se añadía ácido sulfúrico a la reacción, ésta se producía
mucho más deprisa; además, sí, lo has adivinado – al terminar, el ácido
seguía ahí como si no hubiera roto un plato, sin consumirse como el
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alcohol. Berzelius se dio cuenta, por tanto, de que tantos “casos raros” no
podían ser simplemente eso, sino que había una propiedad química
común a todos ellos.
Explicado con una analogía estúpida y absurda –mía , no de Berzelius,
claro–, la cosa es algo así. Imagina que invitas a una serie de personas a
una fiesta para intentar emparejarlas (no me preguntes por qué quieres
formar parejas). Sin embargo, la fiesta no tiene mucho éxito y casi todo el
mundo charla un poco pero cada uno acaba yéndose solo a su casa. Se
forma alguna pareja, pero nada espectacular. Pero, en otra ocasión,
montas una segunda fiesta y, en este caso, invitas a tu primo Eulalio. Y esa
noche, ¡sorpresa!, con la presencia de Eulalio, todo cambia. La gente
empieza a hablar y reírse rápidamente, forman relaciones de forma
impetuosa y todos se vuelven a casa emparejados. Todos, menos Eulalio,
que termina tan solo como empezó la fiesta.

También se daba el caso contrario: montas una fiesta y unas cuantas


personas acaban emparejadas. Sin embargo, si a la fiesta invitas a tu
prima Bruna, la cosa cambia. La gente apenas habla, hay un ambiente
raro, y al final todos se vuelven a casa solos –incluida Bruna, por
supuesto–. Y lo más interesante de todo, desde la Química de esta época,
incluida la del propio Berzelius: nadie tenía ni idea de cuál era la razón, ni
cuál era la influencia de Bruna o Eulalio –o las sustancias que fuesen–
sobre la reacción. ¿Por qué la presencia de platino al producir ácido sulfúrico
aceleraba la producción del ácido? ¿Cómo se producía esa aceleración? Si el
platino no formaba parte de ella, ya que al final se quedaba como al principio,
¿qué había hecho exactamente?
En 1836, Berzelius publicó sus conclusiones sobre todos estos procesos. El
sueco los denominó procesos catalíticos y al fenómeno catálisis, del griego
καταλύειν, “desatar”. Las sustancias que actuaban de este modo –Eulalia,
Bruno, el platino, lo que fuese– eran entonces catalizadores, y su efecto era
el de desencadenar, acelerar o ralentizar una reacción química sin ser
ellos mismos modificados en modo alguno durante la reacción. En
palabras de Berzelius,
La fuerza catalítica parece consistir en la capacidad de determinadas sustancias
para activar las afinidades potenciales a esta temperatura por su mera presencia
y afinidad, y como resultado, los elementos se estructuran de una manera
diferente de modo que se produce una mayor neutralización electroquímica.
Berzelius no sabía cuál era la naturaleza del mecanismo catalítico: su
definición era una simple descripción de lo que se notaba
macroscópicamente, y era consciente de que hacía falta avanzar para
lograr una explicación racional y empírica de lo que pasaba
microscópicamente. Sin embargo, otro químico, el alemán Justus von
Liebig, cuya reputación era muy grande por sus trabajos en Química
orgánica, era de diferente opinión. Von Liebig pensaba que lo que sucedía
era que una sustancia se descomponía por ser inestable y, al hacerlo,
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inducía a otras sustancias a descomponerse a su vez, como si la imitasen,
de modo que se desencadenaba la reacción que, de otro modo, no se
hubiera producido. No sé cómo explicaba von Liebig los catalizadores
negativos, estilo prima Bruna, ni por qué su explicación fue aceptada de
manera generalizada frente a la de Berzelius.

Sí sabemos que von Liebig era un científico extraordinario, y sus


aportaciones a la Química orgánica, fundamentales. Berzelius y él estaban
en desacuerdo en muchas cosas, y la verdad es que en la mayoría de los
casos el joven alemán tenía razón; Berzelius pensaba, por ejemplo, que
había una diferencia esencial entre los procesos orgánicos e inorgánicos, y
que nunca sería posible formar sustancias orgánicas en un laboratorio,
mientras que von Liebig pensaba que no existía tal diferencia esencial,
sino que sería posible formar sustancias orgánicas artificialmente. Con el
paso de los años, las ideas de von Liebig –más avanzadas, en general, que
las de Berzelius– fueron ganando aceptación, y su reputación creció a la
par que decrecía la de Berzelius.

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Justus von Liebig (1803-1873).
Sin embargo, en este caso particular, Berzelius tenía razón y von Liebig
no, y tal vez ese factor hizo que venciese el concepto de von Liebig frente
al del sueco. La definición de Berzelius era menos concreta y ambiciosa
que la del alemán: se limitaba a describir el fenómeno. Sin embargo, von
Liebig daba una explicación más concreta –la descomposición que induce
otras descomposiciones–, pero errónea, aunque no se supiese entonces. Y
es mejor no tener una explicación de un fenómeno que tener una mala
explicación, ya que en el primer caso sigues buscando, pero en el segundo
tal vez no, de modo que la cosa se estanque con una explicación
incorrecta. Y eso fue exactamente lo que pasó en el caso de la catálisis: la
explicación errónea de von Liebig ganó, y las cosas se quedaron
prácticamente paradas durante mucho tiempo.
Berzelius era consciente de esto, y no le gustaba un pelo la explicación de
von Liebig:
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Obtenemos así una explicación ficticia mediante la que creemos haber entendido
lo que todavía no podemos comprender, y de este modo la atención se desvía de
este asunto aún por explicar, con lo que permanece inexplicado más tiempo. Me
gustaría repetir una vez más lo que ya he dicho a menudo en el pasado: que en
la Ciencia, las explicaciones ficticias y prematuras llevan invariablemente a
desviarse del camino, y que el único método de obtener conocimiento positivo es
dejar lo incomprensible sin explicar hasta que, tarde o temprano, la explicación
aparezca por sí misma a partir de hechos tan obvios que sea muy difícil que
aparezcan opiniones divididas sobre ellos.
El sueco tenía razón: aún no era posible explicar correctamente los
fenómenos catalíticos, porque hacía falta desarrollar conceptos que áun
no existían. El concepto clave era tan obvio que parece una tontería que
no existiese aún, pero nadie había formulado aún una definición rigurosa
de él: se trataba de la velocidad de reacción, una magnitud que midiese la
rapidez con la que se produce una reacción química y algo esencial para
explicar la catálisis, que no era sino la modificación de esa velocidad de
reacción mediante la presencia de determinadas sustancias.
El primero en atacar el problema fue el alemán Ludwig Ferdinand
Wilhelmy, que estudió de manera cuantitativa la velocidad con la que se
producía la conversión de sacarosa en fructosa y glucosa modificando
diversos factores: aumentando la concentración de sacarosa, cambiando
la temperatura y añadiendo un ácido como catalizador. Wilhelmy fue
capaz de construir una ecuación que describía la velocidad de la reacción
en función de estos factores y, con ello, dio el primer paso hacia una
verdadera cinética química, sin la que la catálisis era algo inexplicable,
como había predicho Berzelius.
A pesar de que Wilhelmy incluyó la concentración de ácido en la velocidad
de reacción de descomposición de la sacarosa, no mencionó la
palabra catalizador ni trató de explicar la razón de que el ácido acelerase la
reacción sin, aparentemente, tomar parte en ella. Su artículo sobre la
velocidad de reacción, por cierto, no despertó demasiado interés al
principio: harían falta décadas para comprender su importancia. Para ello
haría falta la llegada de nuestro galardonado de hoy - Wilhelm Ostwald.

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Wilhelm Ostwald (1853-1932).
Ostwald nació en 1853 en Riga –en la actual Letonia, aunque por entonces
era parte del Imperio Ruso–, aunque sus padres eran prusianos. Sus
padres no tenían formación universitaria, pero el joven Ostwald se graduó
en la Universidad de Tartu, en Estonia, y obtuvo su doctorado en la
misma Universidad en 1878. Tras pasar su juventud en las orillas del
Báltico, enseñando durante unos años en Tartu y en el Instituto
Politécnico de Riga, en 1887 se mudó a Leipzig, donde permanecería
hasta su muerte.

El principal interés de Ostwald era la Química física, de la que hemos


hablado ya varias veces en esta serie, ya que el final del siglo XIX fue el
momento en el que nació como disciplina. De hecho, se considera a
Wilhelm Ostwald como uno de los tres padres de la Química física; los
otros dos ya son viejos conocidos nuestros, Svante Arrhenius y Jacobus
Henricus van ‘t Hoff. Como ya mencionamos al hablar de Arrhenius, la
relación entre los tres científicos era excelente, y colaboraron juntos en
diversas ocasiones. De hecho, aunque no dudo de la capacidad de
Ostwald, sospecho que su Nobel se debe más a la influencia de Arrhenius
que a ningún otro factor, ya que el sueco tenía un gran poder en la
organización por entonces.

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Svante Arrhenius (izquierda) y Wilhelm Ostwald (derecha).
Ostwald estaba particularmente interesado en los ácidos y bases y la
teoría de Arrhenius para explicar su naturaleza y comportamiento
mediante la disociación en iones libres –algo de lo que ya hablamos en
el artículo dedicado a su Nobel–. Era ya conocido el hecho de que había
ácidos más fuertes –como el sulfúrico– y otros más débiles –como el
cítrico–, pero Ostwald quería obtener un modo de medir
cuantitativamente esa fuerza. Para ello realizó diversos experimentos con
distintos ácidos en reacciones en las que tomaban parte, entre ellas
algunas en las que actuaban como catalizadores.
Cuanto más fuerte era un ácido, independientemente de cuál fuera en
concreto el ácido, más intensa parecía ser su acción como catalizador. De
modo que a Ostwald se le ocurrió que sería posible cuantificar la fuerza de
los ácidos midiendo la velocidad con la que se producían las reacciones
catalizadas por ellos, entre otros métodos. Para ello hacía falta el concepto
de velocidad de reacción de Wilhelmy, pero ampliado y detallado más allá
de donde había llegado él. De modo que Ostwald se dedicó a pulir y
ampliar el concepto de velocidad de reacción definido por el alemán hasta
crear una auténtica cinética química, es decir, un aparato conceptual capaz
de describir cuantitativamente y en detalle todos los aspectos
relacionados con el ritmo con el que se producen las reacciones.
Al aplicar estos conceptos a multitud de reacciones químicas, y de manera
“lateral”, ya que su interés inicial había sido el estudio de ácidos y bases,
Ostwald se dio cuenta de que las ideas de Justus von Liebig, aunque
hubieran derrotado a las de Berzelius, no eran correctas. Von Liebig
sostenía que las reacciones catalizadas se acababan produciendo porque
la descomposición de una sustancia inducía la descomposición de otras,
de modo que sin la descomposición de la primera no se producía la de las
otras. Sin embargo, Ostwald había medido la velocidad de reacción de
muchos procesos diferentes de manera muy meticulosa, y se había dado
cuenta de algo interesante.

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Wilhelm Ostwald en el laboratorio.
No existía ni una sola reacción en la que el catalizador desencadenase el
proceso. Dicho de otro modo, si la reacción no se producía, la presencia de
un catalizador no hacía que se produjese – no cambiaba nada, ni se
inducía la descomposición de nadie. Lo que sí sucedía era que una
reacción que ya se estaba produciendo sin la presencia del catalizador se
produjera más rápidamente. Pero entonces ¿de dónde había sacado von
Liebig la idea del desencadenamiento de la reacción?
La razón era simple una vez las medidas se hacían con el suficiente
cuidado: había algunas reacciones químicas tan lentas que era casi
imposible percibir que se estaban produciendo. Al añadir el catalizador, la
reacción se aceleraba lo suficiente para ser perceptible con facilidad, con
lo que a primera vista el catalizador era quien la desencadenaba. Pero
claro, la realidad era otra bien distinta: el catalizador simplemente la
aceleraba hasta que podíamos percibirla, ¡la reacción ya estaba
produciéndose antes!
Jöns Jacob Berzelius, con su definición de catálisis más modesta y
limitada conscientemente, tenía razón, y von Liebig había metido la pata.
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Y habían hecho falta unos 50 años para que nos diésemos cuenta, gracias
a la introducción del concepto de velocidad de reacción creado por
Wilhelmy y perfeccionado por Ostwald. Se trató casi del cumplimiento de
la profecía de Berzelius cuando decía que era mejor esperar a que las
cosas estuvieran claras antes de dar una explicación errónea y aventurada.

Jacobus Henricus van ‘t Hoff (izquierda) y Wilhelm Ostwald (derecha).


La nueva definición de catalizador de Ostwald, basada en la velocidad de
reacción, era parecida a la de Berzelius: un catalizador es una sustancia
que produce un aumento o disminución de la velocidad de reacción y que
al terminar ésta permanece como estaba al principio. Sin embargo,
el carácter cuantitativo de la definición de Ostwald permitió a los
científicos avanzar en la cinética química y el estudio de los procesos
catalíticos de un modo que había sido imposible antes.
Pero esto no resolvía el principal problema: ¿qué hacía un catalizador para
acelerar o ralentizar una reacción, si parecía no tomar parte en
ella? Curiosamente, para responder a esa pregunta no debemos continuar
avanzando en la historia, sino que debemos retroceder.
Como recordarás, Berzelius había hecho acopio de multitud de
publicaciones sobre procesos que podrían ser catalíticos para extraer
conclusiones sobre ellos. Por alguna razón, entre esos estudios no estaba
uno realizado por dos franceses, Charles Bernard Desormes y su yerno
Nicolas Clemént. Estos dos científicos franceses son conocidos
fundamentalmente porque lograron determinar experimentalmente el
valor de la constante adiabática del aire, pero en 1806 estos dos individuos
postularon una posible explicación de los fenómenos catalíticos aplicados
a un caso concreto. Berzelius no conocía estas conclusiones, o no las
consideró importantes, pero tras la base establecida por Ostwald fue
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posible realizar experimentos que demostraron que Desormes y Clément
tenían razón: en 1806 habían conseguido lo que ni von Liebig ni el propio
Berzelius habían podido lograr – explicar la naturaleza de los procesos
catalíticos, lo mismo que voy a intentar hacer yo aquí pero de un modo
bastante más vulgar.
No he podido encontrar, por cierto, qué experimentos concretos
demostraron la existencia de las reacciones intermedias por primera vez;
en el discurso del propio Ostwald en 1909, el prusiano afirma que la
explicación de Clément y Desormes parece la más sólida, pero no parece
haber sido demostrada por entonces más allá de toda duda.

La clave de la cuestión según los dos franceses estaba en que, aunque la


reacción pareciese la misma con el catalizador o sin él, salvo en la
velocidad a la que se producía, la reacción no era igual. Aunque el
catalizador permaneciese igual que al principio, como si hubiese sido un
mero espectador de todo el proceso, el catalizador sí formaba parte de la
reacción. ¿Cómo era posible entonces que todo empezase y acabase igual
pero que todo fuese más rápido o lento? La razón, de acuerdo con
Clemént y Desormes, era que la reacción original se producía por un
camino distinto, con reacciones intermedias más favorables que la original.
Veámoslo con Eulalio, nuestro primo en la fiesta.
Antes dijimos simplemente que con Eulalio en la fiesta se formaban más
parejas, pero nunca nos fijamos exactamente en qué hacía Eulalio. La
realidad, aunque fuéramos incapaces de verlo, es que Eulalio se ponía a
hablar con alguien, establecía una relación con él y, cuando ambos
estaban ya hablando animadamente, Eulalio le presentaba a su
interlocutor a otro invitado de la fiesta y lo hacía todo con tal soltura que
los otros dos, sin darse cuenta, empezaban a hablar como si se conocieran
de toda la vida… ¡y acababan yéndose juntos a casa! Entonces, Eulalio se
fijaba en algún otro invitado solitario, se ponía a hablar con él y después le
presentaba a otro invitado… y así una y otra vez. Claro, al final Eulalio
seguía solo, como al principio, pero no había estado solo todo el tiempo: se
había juntado y separado varias veces con unos y otros, acelerando
enormemente el proceso por el que llegaban a conocerse y emparejarse
los demás.
Tal vez lo veas mejor con un ejemplo pseudo-matemático. Imagina que
tenemos dos sustancias, A y B, y queremos que reaccionen para formar
AB. Sin embargo, la reacción

A + B -> AB

es lentísima. De modo que añadimos a Eulalio –quiero decir, la sustancia


E–, que reacciona muy rápidamente con A:

A + E -> AE

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Pero la sustancia AE, al estar cerca de B, reacciona también rápidamente
con ella:

AE + B -> AB + E

¡Hemos obtenido AB muy rápidamente! Pero en vez de hacerlo en un paso


lento, lo hemos hecho en dos muy rápidos. Si los escribimos juntos y
sumamos ambas ecuaciones, de modo que AE aparezca en ambos lados –
formándose y descomponiéndose– y podamos descartarlo para ver el
resultado neto de la reacción total,

A + E -> AE

AE + B -> AB + E

A + B + E -> AB + E

Tanto al principio como al final vemos E solo, como si no tuviera nada que
ver con esto, ¡pero es porque no estamos percibiendo el paso intermedio
en el que se forma y luego se descompone AE! Como puedes ver, E sí
participa en la reacción, ¡ya lo creo que participa! Lo que pasa es que sufre
dos “reacciones contrarias”, de modo que termina igual que empezó.

Lo maravilloso de esto, como dijimos antes, es que es posible acelerar o


ralentizar reacciones sin gastar E, ya que siempre lo tenemos ahí al final,
listo, como Eulalio, para emparejar a alguien más. Se trata de algo tan útil
y, aunque nos costara tanto verlo, tan sencillo, que era inevitable que
hiciera su aparición en la química de los seres vivos. Eso es, al fin y al
cabo, lo que es una enzima: una proteína que actúa de catalizador de una o
varias reacciones en el metabolismo. Por ejemplo, la lactasacataliza la
hidrólisis de la lactosa de la leche (y las personas que no producen lactasa
suelen beber leche sin lactosa o no beber leche).
No olvides tampoco que los catalizadores pueden ser positivos –
acelerando reacciones– pero también negativos: por ejemplo, es muy
común utilizar catalizadores negativos de oxidaciones y putrefacciones en
los alimentos envasados, de modo que cambien su composición química
más lenta en vez de más rápidamente y de este modo duren más. Así,
muchos conservantes son catalizadores negativos. Y es gracias a Wilhelm
Ostwald, entre otros, que comprendemos este aspecto de las reacciones
químicas y el ritmo al que se producen.

Eso sí, como puedes ver, hay multitud de nombres en la historia de la


catálisis, y no tengo claro que Ostwald sea el principal. Si has leído toda la
serie hasta ahora, te habrás dado cuenta de que no se me cae la baba con
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él como con otros científicos ganadores de un Nobel, pero es indudable
que era un investigador de primera. El caso es que, si nos ha servido de
excusa para pasar un buen rato hablando de estas cosas, bienvenido sea.

No quiero terminar, como siempre, sin dejar aquí el discurso de entrega


del Premio Nobel de Química de 1909, pronunciado por el Doctor H.
Hildebrand, Presidente de la Real Academia Sueca de las Ciencias el 10 de
diciembre de ese mismo año:

Su Majestad, Sus Altezas Reales, damas y caballeros.

La Real Academia de las Ciencias ha decidido otorgar al ex-catedrático de la


Universidad de Leipzig y Geheimrat, Wilhelm Ostwald, el Premio Nobel de
Química de 1909 en reconocimiento a su trabajo sobre la catálisis y los estudios
fundamentales asociados a él y centrados en los equilibrios químicos y las
velocidades de reacción.

Ya en la primera mitad del siglo anterior se había observado en ciertos casos


que podían inducirse reacciones químicas en sustancias que no parecían tomar
parte en la reacción ellas mismas, y que en cualquier caso no sufrían
alteraciones de ningún tipo. Esto llevó a Berzelius, en sus famosos informes
anuales sobre el progreso de la Química de 1835 a realizar una de sus brillantes
y no infrecuentes conclusiones, a partir de las que observaciones aisladas se
agrupaban de acuerdo con un criterio común y se introducían nuevos conceptos
en la Ciencia. Denominó este fenómeno catálisis. Sin embargo, el concepto de
catálisis pronto recibió la oposición de otro bando igualmente eminente, que lo
catalogó de inútil, y gradualmente cayó en un descrédito absoluto.

Unos cincuenta años más tarde, Wilhelm Ostwald realizó una serie de estudios
para determinar la fuerza relativa de ácidos y bases. Intentó resolver este
importantísimo asunto para la Química de diversas maneras, y todas ellas
proporcionaron resultados consistentes. Entre otras cosas, descubrió que la
velocidad con la que se producen diferentes procesos bajo la acción de ácidos y
bases puede emplearse para determinar las fuerzas relativas de los últimos.
Realizó multitud de medidas en esta línea, y al hacerlo estableció los cimientos
del procedimiento de estudio de las velocidades de reacción, y examinó todos los
casos típicos. Desde entonces, la teoría de las velocidades de reacción se ha
convertido en algo más y más importante en la Química teórica; sin embargo,
estos experimentos también proporcionaron una nueva luz sobre la naturaleza
de los procesos catalíticos.
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Después de que Arrhenius hubiese formulado su bien conocida teoría de que los
ácidos y bases en disolución acuosa se disocian en iones y que su fuerza depende
de su conductividad eléctrica o, más correctamente, de su grado de disociación,
Ostwald comprobó la validez de esta idea midiendo la conductividad y, con ella,
la concentración de los iones hidrógeno e hidroxilo con los ácidos y bases que
había empleado en sus experimentos anteriores. Comprobó que la teoría de
Arrhenius era correcta en todos los casos que investigó. Su explicación del
hecho de que siempre encontrase los mismos valores para la fuerza relativa de
ácidos y bases independientemente del método utilizado era que, en todos estos
casos, los iones hidrógeno de los ácidos y los hidroxilo de las bases actuaban
catalíticamente, y que la fuerza relativa de ácidos y bases estaba determinada
únicamente por la concentración de estos iones.

Ostwald decidió, por tanto, realizar un estudio más profundo de los fenómenos
catalíticos y extendió su campo de estudio también a otros catalizadores –como
eran llamados–. Tras una investigación continua y consistente, logró formular
un principio que describía la naturaleza de los catalizadores y que es
satisfactoria para el estado actual de nuestro conocimiento, es decir, que la
acción catalítica consiste en la modificación, por parte de la sustancia activa, de
la velocidad a la que se produce una reacción química, sin que esa sustancia sea
parte de los productos formados. La modificación puede ser un aumento, pero
también una disminución, del ritmo al que se produce la reacción. Una reacción
que de otro modo se produciría a un ritmo muy lento, tal vez necesitando años
antes de alcanzar el equilibrio, puede ser acelerada mediante catalizadores
hasta que se complete en un tiempo comparativamente corto, en algunos casos
en uno o unos pocos minutos, o incluso en menos de un minuto, o
viceversamente.

La velocidad de reacción es un parámetro medible y por lo tanto también son


medibles todos los parámetros que la afectan. La catálisis, que anteriormente
parecía ser un secreto escondido, se ha convertido por tanto en lo que se
denomina un problema cinético y es accesible al estudio científico exacto.

El descubrimiento de Ostwald ha sido profusamente explotado. Además del


propio Ostwald, un gran número de investigadores eminentes han entrado
recientemente en este campo y el progreso es continuo y con cada vez mayor
entusiasmo. Los resultados han sido verdaderamente admirables.

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La mejor manera de revelar lo significativo de esta nueva idea es mediante el
papel importantísimo –mencionado por primera vez por Ostwald– de los
procesos catalíticos en todos los campos de la Química. Los procesos catalíticos
son algo muy común, especialmente en la síntesis orgánica. Algunos sectores
clave de la industria como, por ejemplo, la fabricación de ácido sulfúrico, la
base de prácticamente toda la industria química, y la manufactura del añil que
ha florecido de tal modo en los últimos diez años, se basan en la acción de
catalizadores.

Sin embargo, un factor de incluso mayor peso, tal vez, es el conocimiento de que
las denominadas enzimas, de una importancia extraordinaria en los procesos
químicos en el interior de los organismos vivos, actúan como catalizadores y por
lo tanto las teorías sobre el metabolismo animal y vegetal caen de pleno dentro
del campo de la química catalítica. Como un ejemplo, los procesos químicos
involucrados en la digestión son catalíticos, y pueden simularse paso a paso
empleando catalizadores puramente inorgánicos. Además, la capacidad de
varios órganos de transformar nutrientes de la sangre de modo que sean
adecuados para las tareas específicas de cada órgano puede explicarse, sin
ninguna duda, mediante la existencia de distintos tipos de enzimas dentro del
órgano, capaces de realizar acciones catalíticas adaptadas a su propósito
particular.

Aparte de esto, es extraño que algunas sustancias como el ácido cianhídrico, el


cloruro mercúrico, el sulfuro de hidrógeno y otras que actúan como venenos
extremadamente potentes sobre el organismo, también han sido observados
neutralizando o “envenenando” catalizadores puramente inorgánicos como, por
ejemplo, platino finamente pulverizado. Incluso mediante estas breves
referencias debería quedar claro que, con la ayuda de la teoría catalítica de
Ostwald, hemos adquirido una nueva manera de atacar complicados problemas
en los procesos fisiológicos. Dado que estos procesos están relacionados con la
acción enzimática en los organismos vivos, este nuevo campo de investigación es
de una importancia para la humanidad que aún no puede ser comprendida
completamente.

A pesar de que el Premio Nobel de Química es otorgado al Profesor Ostwald en


reconocimiento a su trabajo con los catalizadores, es un hombre a quien el
mundo químico debe mucho por otras razones. Mediante la palabra hablada y
escrita él, más que tal vez cualquier otro, ha llevado a las teorías modernas a

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una rápida victoria, y durante varias décadas ha desempeñado un papel de
liderazgo en el campo de la Química general. De otras maneras ha ayudado
también al avance de la Química mediante su versátil actividad con numerosos
descubrimientos y refinamientos en las esferas teórica y experimental.

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