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Jöns Jacob Berzelius (1779-1848).
Berzelius, que fue Secretario de la Real Academia Sueca de las Ciencias
durante cuarenta años, desde 1808 hasta 1848, leía prácticamente todos
los artículos de Química publicados en Europa, con lo que se había topado
con referencias a estas reacciones con “compuesto invitado” en artículos
de Kirchhoff, Döbereiner, Thénard o Humphry Davy. Por razones que
desconozco parece haberse dejado un artículo sin leer –o no comprendió
su importancia–, publicado en 1806 por dos científicos franceses… pero
de ese artículo hablaremos después.
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Justus von Liebig (1803-1873).
Sin embargo, en este caso particular, Berzelius tenía razón y von Liebig
no, y tal vez ese factor hizo que venciese el concepto de von Liebig frente
al del sueco. La definición de Berzelius era menos concreta y ambiciosa
que la del alemán: se limitaba a describir el fenómeno. Sin embargo, von
Liebig daba una explicación más concreta –la descomposición que induce
otras descomposiciones–, pero errónea, aunque no se supiese entonces. Y
es mejor no tener una explicación de un fenómeno que tener una mala
explicación, ya que en el primer caso sigues buscando, pero en el segundo
tal vez no, de modo que la cosa se estanque con una explicación
incorrecta. Y eso fue exactamente lo que pasó en el caso de la catálisis: la
explicación errónea de von Liebig ganó, y las cosas se quedaron
prácticamente paradas durante mucho tiempo.
Berzelius era consciente de esto, y no le gustaba un pelo la explicación de
von Liebig:
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Obtenemos así una explicación ficticia mediante la que creemos haber entendido
lo que todavía no podemos comprender, y de este modo la atención se desvía de
este asunto aún por explicar, con lo que permanece inexplicado más tiempo. Me
gustaría repetir una vez más lo que ya he dicho a menudo en el pasado: que en
la Ciencia, las explicaciones ficticias y prematuras llevan invariablemente a
desviarse del camino, y que el único método de obtener conocimiento positivo es
dejar lo incomprensible sin explicar hasta que, tarde o temprano, la explicación
aparezca por sí misma a partir de hechos tan obvios que sea muy difícil que
aparezcan opiniones divididas sobre ellos.
El sueco tenía razón: aún no era posible explicar correctamente los
fenómenos catalíticos, porque hacía falta desarrollar conceptos que áun
no existían. El concepto clave era tan obvio que parece una tontería que
no existiese aún, pero nadie había formulado aún una definición rigurosa
de él: se trataba de la velocidad de reacción, una magnitud que midiese la
rapidez con la que se produce una reacción química y algo esencial para
explicar la catálisis, que no era sino la modificación de esa velocidad de
reacción mediante la presencia de determinadas sustancias.
El primero en atacar el problema fue el alemán Ludwig Ferdinand
Wilhelmy, que estudió de manera cuantitativa la velocidad con la que se
producía la conversión de sacarosa en fructosa y glucosa modificando
diversos factores: aumentando la concentración de sacarosa, cambiando
la temperatura y añadiendo un ácido como catalizador. Wilhelmy fue
capaz de construir una ecuación que describía la velocidad de la reacción
en función de estos factores y, con ello, dio el primer paso hacia una
verdadera cinética química, sin la que la catálisis era algo inexplicable,
como había predicho Berzelius.
A pesar de que Wilhelmy incluyó la concentración de ácido en la velocidad
de reacción de descomposición de la sacarosa, no mencionó la
palabra catalizador ni trató de explicar la razón de que el ácido acelerase la
reacción sin, aparentemente, tomar parte en ella. Su artículo sobre la
velocidad de reacción, por cierto, no despertó demasiado interés al
principio: harían falta décadas para comprender su importancia. Para ello
haría falta la llegada de nuestro galardonado de hoy - Wilhelm Ostwald.
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Wilhelm Ostwald (1853-1932).
Ostwald nació en 1853 en Riga –en la actual Letonia, aunque por entonces
era parte del Imperio Ruso–, aunque sus padres eran prusianos. Sus
padres no tenían formación universitaria, pero el joven Ostwald se graduó
en la Universidad de Tartu, en Estonia, y obtuvo su doctorado en la
misma Universidad en 1878. Tras pasar su juventud en las orillas del
Báltico, enseñando durante unos años en Tartu y en el Instituto
Politécnico de Riga, en 1887 se mudó a Leipzig, donde permanecería
hasta su muerte.
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Svante Arrhenius (izquierda) y Wilhelm Ostwald (derecha).
Ostwald estaba particularmente interesado en los ácidos y bases y la
teoría de Arrhenius para explicar su naturaleza y comportamiento
mediante la disociación en iones libres –algo de lo que ya hablamos en
el artículo dedicado a su Nobel–. Era ya conocido el hecho de que había
ácidos más fuertes –como el sulfúrico– y otros más débiles –como el
cítrico–, pero Ostwald quería obtener un modo de medir
cuantitativamente esa fuerza. Para ello realizó diversos experimentos con
distintos ácidos en reacciones en las que tomaban parte, entre ellas
algunas en las que actuaban como catalizadores.
Cuanto más fuerte era un ácido, independientemente de cuál fuera en
concreto el ácido, más intensa parecía ser su acción como catalizador. De
modo que a Ostwald se le ocurrió que sería posible cuantificar la fuerza de
los ácidos midiendo la velocidad con la que se producían las reacciones
catalizadas por ellos, entre otros métodos. Para ello hacía falta el concepto
de velocidad de reacción de Wilhelmy, pero ampliado y detallado más allá
de donde había llegado él. De modo que Ostwald se dedicó a pulir y
ampliar el concepto de velocidad de reacción definido por el alemán hasta
crear una auténtica cinética química, es decir, un aparato conceptual capaz
de describir cuantitativamente y en detalle todos los aspectos
relacionados con el ritmo con el que se producen las reacciones.
Al aplicar estos conceptos a multitud de reacciones químicas, y de manera
“lateral”, ya que su interés inicial había sido el estudio de ácidos y bases,
Ostwald se dio cuenta de que las ideas de Justus von Liebig, aunque
hubieran derrotado a las de Berzelius, no eran correctas. Von Liebig
sostenía que las reacciones catalizadas se acababan produciendo porque
la descomposición de una sustancia inducía la descomposición de otras,
de modo que sin la descomposición de la primera no se producía la de las
otras. Sin embargo, Ostwald había medido la velocidad de reacción de
muchos procesos diferentes de manera muy meticulosa, y se había dado
cuenta de algo interesante.
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Wilhelm Ostwald en el laboratorio.
No existía ni una sola reacción en la que el catalizador desencadenase el
proceso. Dicho de otro modo, si la reacción no se producía, la presencia de
un catalizador no hacía que se produjese – no cambiaba nada, ni se
inducía la descomposición de nadie. Lo que sí sucedía era que una
reacción que ya se estaba produciendo sin la presencia del catalizador se
produjera más rápidamente. Pero entonces ¿de dónde había sacado von
Liebig la idea del desencadenamiento de la reacción?
La razón era simple una vez las medidas se hacían con el suficiente
cuidado: había algunas reacciones químicas tan lentas que era casi
imposible percibir que se estaban produciendo. Al añadir el catalizador, la
reacción se aceleraba lo suficiente para ser perceptible con facilidad, con
lo que a primera vista el catalizador era quien la desencadenaba. Pero
claro, la realidad era otra bien distinta: el catalizador simplemente la
aceleraba hasta que podíamos percibirla, ¡la reacción ya estaba
produciéndose antes!
Jöns Jacob Berzelius, con su definición de catálisis más modesta y
limitada conscientemente, tenía razón, y von Liebig había metido la pata.
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Y habían hecho falta unos 50 años para que nos diésemos cuenta, gracias
a la introducción del concepto de velocidad de reacción creado por
Wilhelmy y perfeccionado por Ostwald. Se trató casi del cumplimiento de
la profecía de Berzelius cuando decía que era mejor esperar a que las
cosas estuvieran claras antes de dar una explicación errónea y aventurada.
A + B -> AB
A + E -> AE
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Pero la sustancia AE, al estar cerca de B, reacciona también rápidamente
con ella:
AE + B -> AB + E
A + E -> AE
AE + B -> AB + E
A + B + E -> AB + E
Tanto al principio como al final vemos E solo, como si no tuviera nada que
ver con esto, ¡pero es porque no estamos percibiendo el paso intermedio
en el que se forma y luego se descompone AE! Como puedes ver, E sí
participa en la reacción, ¡ya lo creo que participa! Lo que pasa es que sufre
dos “reacciones contrarias”, de modo que termina igual que empezó.
Unos cincuenta años más tarde, Wilhelm Ostwald realizó una serie de estudios
para determinar la fuerza relativa de ácidos y bases. Intentó resolver este
importantísimo asunto para la Química de diversas maneras, y todas ellas
proporcionaron resultados consistentes. Entre otras cosas, descubrió que la
velocidad con la que se producen diferentes procesos bajo la acción de ácidos y
bases puede emplearse para determinar las fuerzas relativas de los últimos.
Realizó multitud de medidas en esta línea, y al hacerlo estableció los cimientos
del procedimiento de estudio de las velocidades de reacción, y examinó todos los
casos típicos. Desde entonces, la teoría de las velocidades de reacción se ha
convertido en algo más y más importante en la Química teórica; sin embargo,
estos experimentos también proporcionaron una nueva luz sobre la naturaleza
de los procesos catalíticos.
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Después de que Arrhenius hubiese formulado su bien conocida teoría de que los
ácidos y bases en disolución acuosa se disocian en iones y que su fuerza depende
de su conductividad eléctrica o, más correctamente, de su grado de disociación,
Ostwald comprobó la validez de esta idea midiendo la conductividad y, con ella,
la concentración de los iones hidrógeno e hidroxilo con los ácidos y bases que
había empleado en sus experimentos anteriores. Comprobó que la teoría de
Arrhenius era correcta en todos los casos que investigó. Su explicación del
hecho de que siempre encontrase los mismos valores para la fuerza relativa de
ácidos y bases independientemente del método utilizado era que, en todos estos
casos, los iones hidrógeno de los ácidos y los hidroxilo de las bases actuaban
catalíticamente, y que la fuerza relativa de ácidos y bases estaba determinada
únicamente por la concentración de estos iones.
Ostwald decidió, por tanto, realizar un estudio más profundo de los fenómenos
catalíticos y extendió su campo de estudio también a otros catalizadores –como
eran llamados–. Tras una investigación continua y consistente, logró formular
un principio que describía la naturaleza de los catalizadores y que es
satisfactoria para el estado actual de nuestro conocimiento, es decir, que la
acción catalítica consiste en la modificación, por parte de la sustancia activa, de
la velocidad a la que se produce una reacción química, sin que esa sustancia sea
parte de los productos formados. La modificación puede ser un aumento, pero
también una disminución, del ritmo al que se produce la reacción. Una reacción
que de otro modo se produciría a un ritmo muy lento, tal vez necesitando años
antes de alcanzar el equilibrio, puede ser acelerada mediante catalizadores
hasta que se complete en un tiempo comparativamente corto, en algunos casos
en uno o unos pocos minutos, o incluso en menos de un minuto, o
viceversamente.
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La mejor manera de revelar lo significativo de esta nueva idea es mediante el
papel importantísimo –mencionado por primera vez por Ostwald– de los
procesos catalíticos en todos los campos de la Química. Los procesos catalíticos
son algo muy común, especialmente en la síntesis orgánica. Algunos sectores
clave de la industria como, por ejemplo, la fabricación de ácido sulfúrico, la
base de prácticamente toda la industria química, y la manufactura del añil que
ha florecido de tal modo en los últimos diez años, se basan en la acción de
catalizadores.
Sin embargo, un factor de incluso mayor peso, tal vez, es el conocimiento de que
las denominadas enzimas, de una importancia extraordinaria en los procesos
químicos en el interior de los organismos vivos, actúan como catalizadores y por
lo tanto las teorías sobre el metabolismo animal y vegetal caen de pleno dentro
del campo de la química catalítica. Como un ejemplo, los procesos químicos
involucrados en la digestión son catalíticos, y pueden simularse paso a paso
empleando catalizadores puramente inorgánicos. Además, la capacidad de
varios órganos de transformar nutrientes de la sangre de modo que sean
adecuados para las tareas específicas de cada órgano puede explicarse, sin
ninguna duda, mediante la existencia de distintos tipos de enzimas dentro del
órgano, capaces de realizar acciones catalíticas adaptadas a su propósito
particular.
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una rápida victoria, y durante varias décadas ha desempeñado un papel de
liderazgo en el campo de la Química general. De otras maneras ha ayudado
también al avance de la Química mediante su versátil actividad con numerosos
descubrimientos y refinamientos en las esferas teórica y experimental.
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