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Laurence Whitehead

POLÍTICA Y DERECHO
SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO

DEMOCRATIZACIÓN
Traducción de

LILIANA ANDRADE LLANAS


y JOSÉ MANUEL SALAZAR PALACIOS
LAURENCE WHITEHEAD

Democratización
TEORÍA Y EXPERIENCIA

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Primera edición, 2011

Whitehead, Laurence
Democratización. Teoría y experiencia / Laurence Whitehead ; trad. de
Liliana Andrade Llanas, José Manuel Salazar Palacios. – México : FCE, 2011.
407 p. ; 21 x 14 cm. – (Colec. Política y Derecho)
Título original: Democratization – Theory and Experience
ISBN 978-607-16-0619-8

1. Democracia – Teoría y desarrollo 2. Política I. Andrade Llanas, Liliana, tr.


II. Salazar Palacios, José Manuel, tr. III. Ser. IV. t..

LC JC421.I56 Dewey 321.8 W179d

Distribución mundial

Democratization — Theory and Experience was originally published in English


in 2002. This tranlsation is published by arragement with Oxford University Press.

Democratización. Teoría y experiencia fue publicado originalmente en inglés


en 2002. Esta traducción se publica mediante acuerdo con Oxford University Press.

Diseño de forro: Paola Álvarez Baldit

© Laurence Whitehead, 2002

D. R. © 2011, Fondo de Cultura Económica


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el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-16-0619-8
Impreso en México • Printed in Mexico
SUMARIO

Agradecimientos 9
Introducción 13

I. “Democracia” y “democratización” 19
II. El drama de las transiciones democráticas 58
III. La sociedad civil 96
IV. La responsabilidad y el diseño institucional 130
V. La corrupción política 162
VI. La autoridad monetaria 190
VII. La seguridad ciudadana 228
VIII. La comparación de los procesos de democratización 256
IX Un caso ejemplar: Chile 291
X. Teoría y experiencia en estudios de democratización 322

Apéndice [367]
Bibliografía 375
Índice analítico 391
Índice general 405
AGRADECIMIENTOS

Francisco Franco, Augusto Pinochet y Antonio Salazar se cuen-


tan entre los primeros que despertaron mi interés por el tema
de la democratización. De modo que empiezo con un pequeño
tributo a un efecto colateral involuntario de tres largas carreras
inclinadas a la destrucción de ideas incómodas. En términos
más académicos, el Programa Latinoamericano del Centro In-
ternacional para Académicos Woodrow Wilson fue el primero
en darme la oportunidad de desarrollar dicho interés. Deseo
expresar un agradecimiento especial a Abe Lowenthal, el pri-
mer director de ese programa, quien me confió la tarea de coor-
dinar lo que se convertiría en el proyecto “Transiciones del go-
bierno autoritario”. Fue gracias a esa su intermediación que
conocí a Guillermo O’Donnell, a Philippe Schmitter y a una lar-
ga nómina de académicos distinguidos cuyos nombres apare-
cen a menudo tanto en aquella publicación como en la biblio-
grafía de la presente. Muchos de ellos se convirtieron en amigos
duraderos, lo mismo que en mentores y compañeros de debate.
Este volumen refleja las numerosas influencias y activi-
dades que han surgido en los veinte años transcurridos desde
ese proyecto inicial. En 1995 me convertí en editor de la serie
Oxford Studies in Democratization y adquirí una deuda espe-
cial con Dominic Byatt, quien convirtió mis sugerencias, a
menudo esquemáticas, en un fluir de publicaciones académi-
cas serias, muchas de las cuales han influido, al menos indi-
rectamente, en los argumentos presentados en este libro. Tam-
bién me presionó un poco para que terminara este texto ya tan
postergado, y se ocupó de que Amanda Watkins, Gwen Booth
y Jane Robson me proporcionaran el apoyo y consejo que ne-
cesitaba para concluirlo. John Crabtree y Rebecca Vickers
también me ayudaron en el proceso, y mi infatigable secreta-
ria del Nuffield College, Sarah McGuigan, se esforzó mucho
más allá de su deber para poner orden en el revoltijo de mis
borradores.

9
10 AGRADECIMIENTOS

De hecho, la mayoría de los capítulos de este libro son ver-


siones actualizadas y modificadas de contribuciones para re-
vistas y conferencias que he ido desarrollando en el transcurso
de los últimos cinco años. Por ejemplo, el primer capítulo se
basa en parte en un artículo publicado por primera vez en el
Journal of Political Ideologies en 1997, por el cual tengo una
deuda de gratitud con el editor de la revista, Michael Freeden,
así como con Andrew Hurrell, Mark Philp y Jerry Cohen. El
capítulo II empezó como una presentación para el Instituto
Juan March en Madrid en 1996, y salió a la luz como uno de
sus documentos de trabajo antes de aparecer (en forma mu-
cho muy condensada) en el Journal of Democracy en 1999. En-
tre los reconocimientos que debo hacer por ese capítuo resal-
taría la influencia intelectual de Guillermo O’Donnell (quien
me inició en el estudio de la Grecia antigua). El capítulo III se
deriva de un artículo encargado por Robert Fine y Shirin Rai
para una conferencia sobre la sociedad civil en la Universidad
de Warwick, y que después fue revisado para publicarse bajo
su supervisión editorial. El capítulo IV empezó como un texto
para una conferencia de la Asociación de Estudios Latinoame-
ricanos [LASA, por sus siglas en inglés], en el cual se interesó
entonces Jennifer McCoy del Centro Carter, y en el cual influ-
yó también el trabajo de, entre otros, Andreas Schedler. El ca-
pítulo V comenzó como la ponencia de clausura de una con-
ferencia sobre corrupción política, organizada por Eduardo
Posada en el Instituto de Estudios Latinoamericanos en Lon-
dres. El escrito se desarrolló durante mi participación en di-
versas actividades de Transparencia Internacional, en parte
gracias a Peter Eigen y a Gillian Dell, de las oficinas centrales
del organismo en Berlín. El capítulo VI proviene de un panel de
la Asociación Internacional de Ciencias Políticas [IPSA, por sus
siglas en inglés] organizado por Lourdes Sola y un servidor en
el año 2000. Ambos nos encontramos en el proceso de publi-
car un amplio estudio sobre el “delicado equilibrio” entre la
autoridad monetaria y la legitimidad democrática, que incluye
un trabajo mucho más detallado sobre el caso brasileño. La
versión portuguesa de este libro se publicará en São Paulo a
mediados de 2002, y (gracias a Leslie Bethell y al Centro de
Estudios Brasileños de Oxford) muy pronto aparecerá una
AGRADECIMIENTOS 11

versión en inglés ampliada y actualizada. El capítulo VII se bene-


fició también del trabajo del Centro para Estudios Brasileños,
mientras que el impulso principal provino de una iniciativa
promovida por el gobierno de El Salvador, y por la Embajada
Británica de este país. Ambos organizaron una conferencia so-
bre seguridad ciudadana en El Salvador que se llevó al cabo en
septiembre de 2001, la cual dio origen a un libro en español, de
próxima publicación, que contiene de suyo una extensa lista
de agradecimientos. El capítulo VIII se basa en disertaciones
sobre el método comparativo realizadas para el Comité de Es-
tudios Políticos de Posgrado en Oxford. Éstas, a su vez, proce-
den de varios ejercicios de “comparación por pares” que he eje-
cutado desde mediados de la década de 1990. Jorge Heine me
encaminó en esa dirección cuando organizó dos conferencias
sobre la comparación entre Chile y Sudáfrica y Ted Newman lo
relevó al encargarme una conferencia sobre la comparación
entre Colombia y México. En un ejercicio paralelo, Larry Dia-
mond y la Fundación Nacional para la Democracia me con-
vocaron para trabajar en una amplia comparación regional
entre el este de Asia y América Latina, que publicará Johns
Hopkins University Press en la segunda mitad del año 2002.
El capítulo IX me fue solicitado originalmente por Amparo
Menéndez-Carrión, y apareció en un libro que editó en 1999
para el V Congreso Chileno de Ciencias Políticas. Por último,
el capítulo X apareció por vez primera como un artículo sobre
“el estado del arte” en la conferencia de la Asociación Interna-
cional de Ciencias Políticas, celebrada en Quebec en septiem-
bre de 2000.
Tal vez esto baste para demostrar que el volumen tiene
muchas más deudas intelectuales y prácticas de lo que se puede
reconocer en una breve lista de agradecimientos. Este autor
(al menos) lo mismo es un receptor, un intérprete y retrans-
misor de ideas y experiencias generadas colectivamente, que
un pensador individual aislado. Algunas influencias pueden
identificarse de modo explícito y reconocerse de manera
consciente, pero las más importantes bien podrían ser tácitas
e indirectas. Algunas quizás sean préstamos directos de algu-
na otra parte, otras son transmutaciones, porque los autores
también suelen recibir una gran influencia de aquello a lo que
12 AGRADECIMIENTOS

se resisten o incluso rechazan. Los modelos atomistas de la


propiedad difícilmente reflejan esta realidad.
Mi agradecimiento final, y fundamental, es para mi fami-
lia y mi universidad, las que, de formas muy distintas, me han
proporcionado el apoyo sin el que mis esfuerzos en materia de
diálogo, reflexión y síntesis habrían sido mucho más difíciles.

LAURENCE WHITEHEAD

Nuffield College
Oxford,10 de abril de 2000
INTRODUCCIÓN

Los acontecimientos, del pasado y del presen-


te […], son los verdaderos, los únicos maestros
confiables del politólogo […] Una vez que un
gran acontecimiento (como la insurrección es-
pontánea en Hungría) ha sucedido, es necesa-
rio examinar de nuevo cada política, teoría y
predicción de las potencialidades futuras.
HANNAH ARENDT

En 1956 Hannah Arendt reaccionaba así a la experiencia de la


insurrección en Hungría, que señalaba la bancarrota de la teo-
ría política soviética. Sin embargo la verdad subyacente es
más general y se sigue aplicando incluso en el mundo postso-
viético. Cuando este libro entra a la imprenta nos llegan las
noticias de un ataque terrorista masivo en Nueva York y Wash-
ington, D. C. Éste es un guión muy diferente del de los dramas
de la democratización que se examinan en el capítulo II, pero
muy bien puede ser una confirmación de la tesis de Arendt.
Este volumen se ocupa de las teorías de la democratización y
la interacción en dos direcciones entre teoría y experiencia en
este campo. Aquí también los sucesos han desafiado repetidas
veces a las ortodoxias dominantes, y es probable que lo sigan
haciendo. De hecho, fueron ciertos acontecimientos espanto-
sos y violentos a comienzos de la década de 1970 los que des-
pertaron por primera vez la atención en el nuevo campo de los
estudios comparativos de la democratización. El momento
culminante fue un acto de gran violencia simbólica: el bom-
bardeo del Palacio Presidencial (la Moneda) en Santiago de
Chile, en septiembre de 1973. El colapso resultante de la vene-
rable democracia chilena marcó algo que parecía poco afortu-
nado para este sistema de gobierno, al menos para mi genera-
ción. Apenas seis meses después, una revolución pacífica en
Lisboa lanzó a Portugal por el camino de una transición muy

13
14 INTRODUCCIÓN

complicada, pero en última instancia exitosa, de un Estado


policiaco a una democracia moderna. Grecia, España y Perú
lo imitaron poco después, y también surgió el análisis compa-
rativo de los procesos de democratización.
Al principio esto parecía un fenómeno marginal y un área
de estudio menor y limitada. Sin embargo, durante los últimos
veinte años la realidad de la democratización se ha difundido
por todo el mundo, penetrando las ubicaciones más remotas e
improbables. A mediados de la década de 1970, ¿quién habría
incluso soñado con la democratización de Albania, Camboya,
Sudáfrica o Timor Oriental? Con esta realidad ha florecido una
miniindustria de analistas, agencias de asesoría, comparativis-
tas, asesores y una diversidad de comentarios y conocimientos
requeridos para calibrar, clasificar y contener los choques y
sorpresas resultantes. Para finales del siglo XX se podría haber
esperado que la llamada “tercera ola” de la democratización
hubiera alcanzado la cima y hubiese disminuido, y que los aná-
lisis académicos de los fenómenos asociados hubieran conclui-
do. Este volumen se elaboró en torno a la hipótesis alternativa
de que el aumento global de la democracia no ha agotado toda-
vía su capacidad de sorprender, y que los conocimientos que
surgen son sensibles al desenvolvimiento posterior de este tema
de estudio.
Los avances hacia la democracia en países como Georgia,
Indonesia y Paraguay ponen a prueba las suposiciones de cau-
salidad lineal y explicación conceptual casi hasta el punto de
ruptura. A veces tales democratizaciones parecerían erráticas,
impredecibles y propensas a la metamorfosis, como la trayec-
toria de la vida de una mariposa. Al final, lo que el analista
puede fijar con alfileres para hacer un examen comparativo tal
vez no sea más que el tejido seco del insecto, después que toda
vida y movimiento se han extinguido en él. Es posible que
otros procesos de democratización muestren mucha más re-
gularidad y estabilidad, pero incluso así, una sola generación
sería un periodo demasiado corto para permitir un juicio defi-
nitivo. La estabilidad aparente a veces resulta no ser más que
metaestabilidad (es decir, sólo ante desequilibrios menores).
La economía global y el balance de poder internacional han
proporcionado condiciones atípicas y favorables a la demo-
INTRODUCCIÓN 15

cratización durante los últimos 20 años, y falta ver qué tanto


resistirían esos nuevos regímenes en el caso de un regreso a
escenarios más “normales” y por lo tanto más turbulentos. En
vista de tales consideraciones, este estudio difiere de gran par-
te de la bibliografía contemporánea sobre democratización en
el sentido de que, donde es posible, incorpora una perspectiva
histórica de largo alcance y hace comparaciones que a veces,
por ejemplo, se remontan incluso a los primeros días de los
Estados Unidos.
Conforme la diversidad de procesos de democratización se
ha multiplicado, también ha proliferado la bibliografía acadé-
mica y analítica. Para cubrir este nuevo campo, los científicos
sociales con mentalidad empírica han rivalizado con los teó-
ricos políticos normativos y los constitucionalistas, con los
profesionales del análisis histórico comparativo, con especia-
listas en estudios de área y con expertos en un solo país. Este
volumen no intenta analizar todos los diferentes enfoques de
los estudios de democratización que se han propuesto o inten-
tado realizar. En vez de ello mantiene un punto de vista teórico
particular, lo compara con los desafíos que plantean a todos
los análisis las experiencias en curso de las democratizaciones
contemporáneas, y reflexiona sobre algunos aspectos metodo-
lógicos que surgen de este ejercicio.
El punto de partida teórico, elaborado en el capítulo I, es
que la mejor manera de entender la “democracia” no es como
un estado final predeterminado, sino como un resultado a lar-
go plazo y con un final un tanto abierto, no sólo como un equi-
librio factible sino como un futuro deseable e imaginario. Esta
concepción significa que no puede haber una receta única
para la democracia que se pueda aplicar en todo momento y
lugar. Debe ser el tribunal de la opinión democrática (en vez
de una definición que lo estipule) el que actúe como mediador
en las disputas acerca de qué debería importar exactamente en
cada situación. Esto no se refiere a las opiniones pasajeras de
una mayoría local arbitraria, sino a una opinión reflexiva, for-
mada por influencias tanto regionales y globales, como nacio-
nales. Desde este punto de vista se infiere que la democratiza-
ción, el proceso de avanzar hacia ese estado futuro que no está
del todo fijo, se debe analizar como un asunto dinámico, com-
16 INTRODUCCIÓN

plejo y a largo plazo. También tendrá “un final abierto”, en el


sentido de que siempre permanecerá abierto a la reconsidera-
ción y revisión a la luz de la experiencia. El capítulo II se basa
en esta perspectiva al ofrecer un análisis de la fase de apertura
(o “transición”) de la democratización, invocando la metáfora
de una representación dramática o teatral. Este dispositivo
heurístico dirige la atención al efecto de socialización o reedu-
cación que una democratización puede producir sobre sus es-
pectadores (sobre los ciudadanos de la posible nueva demo-
cracia). En el capítulo III se profundiza este enfoque al volver a
examinar las teorías de la “sociedad civil” y al explorar las po-
sibles interconexiones entre el surgimiento de ésta y los proce-
sos de democratización. Tanto la teoría como la experiencia se
consideran a lo largo de este apartado, y el capítulo subraya lo
inútil de los esquemas lineales de causalidad a este respecto.
En el capítulo IV se pasa de las variables sociales a temas de
diseño institucional, y se revisan varios aspectos de la “respon-
sabilidad” que a menudo se consideran cruciales para la demo-
cratización. De nueva cuenta se invocan la teoría y la expe-
riencia, y otra vez se pone en duda la confianza en relaciones
causales rigurosas.
Dado que la “ola” actual de democratizaciones ha coincidi-
do con el fracaso del experimento socialista soviético y el for-
talecimiento de los procesos de mercado internacionalizados,
no es sorprendente la prominencia del problema clásico de
cómo acomodar las enormes concentraciones de poder eco-
nómico privado dentro de una estructura democrática. En mu-
chas democracias nuevas los temas relacionados con lo que se
podría denominar en términos generales “corrupción política”
han llegado a dominar la atención pública. Tienen el potencial
para distorsionar o incluso descarrilar algunos procesos de
democratización, y es evidente que afectan la estructura de la
sociedad civil y el funcionamiento de los sistemas de “respon-
sabilidad”. En el capítulo V se considera la corrupción política
en general, y el financiamiento de los procesos políticos en
particular. En el capítulo VI se sigue una línea de indagación
relacionada, pero tal vez más estrecha y más técnica, concre-
tamente el “delicado equilibrio” que es necesario lograr entre
las necesidades de la autoridad monetaria sólida, por un lado,
INTRODUCCIÓN 17

y la necesidad de consentimiento y control democrático sobre


aspectos clave de la estructura y la política económicas, por el
otro. De nuevo, las consideraciones teóricas requieren aten-
ción, aunque se contrapesan con la consideración de nuestra
experiencia en cuanto a la forma en la que en realidad se com-
portan los bancos centrales en las nuevas democracias “rea-
les”. El capítulo VII trata con otro tema aparentemente muy
acotado que, sin embargo, está en el centro del interés públi-
co en muchas democracias nuevas: el suministro de “seguri-
dad ciudadana”. Aquí, incluso más que antes, el divorcio en-
tre la teoría y el discurso oficial, por un lado, y la experiencia
vivida, por el otro, puede ser extremadamente amplio y tener
implicaciones de gran alcance para la forma en que un proce-
so de democratización dado puede desarrollarse (o dar mar-
cha atrás). El tema de la seguridad ciudadana resulta ilimitado
y, de hecho, este capítulo vuelve a conectarse con los análisis
anteriores sobre la naturaleza de los problemas del diseño ins-
titucional de la sociedad civil, y el poder potencialmente co-
rrosivo de la riqueza privada.
En los capítulos VIII y IX se examinan diferentes métodos
para manejar la complejidad y variedad de las experiencias de
democratización en países y regiones particulares. Tratan en
parte sobre el método comparativo, pero se ocupan sobre todo
de ejemplos sustantivos de cómo se pueden comparar los pro-
cesos de democratización. Tres tipos de comparación reciben
atención: comparaciones entre regiones grandes y compara-
ciones por pares en el capítulo VIII; y un análisis ilustrativo de
un solo país, Chile, tratado como un caso ejemplar o paradig-
mático en el capítulo IX.
En el capítulo final se evalúa todo el análisis con detalle
especial en las razones de la perspectiva teórica adoptada en
este volumen. Se hace un planteamiento a favor del “conoci-
miento útil”, la razón práctica y un enfoque “interpretativo”
para comprender los procesos de democratización. No obs-
tante, se reconoce que todas éstas son afirmaciones polémicas
en el campo de las ciencias sociales contemporáneas. El punto
de vista adoptado en este libro implica el compromiso con al-
gunas posturas que se encuentran fuera de la corriente princi-
pal sobre comparación, interpretación y explicación, y donde
18 INTRODUCCIÓN

ha sido necesario se ha llevado la atención del lector hacia las


implicaciones de estas posturas. Este volumen no se centra en
las ciencias sociales en general, sino más bien en los proble-
mas específicos de la teoría y el método que surgen si han de
generarse conocimientos útiles (e idealmente acumulativos)
acerca de la democratización. Este objeto particular de estu-
dio tiene una serie de características que lo hacen analítica-
mente inextricable: baja predictibilidad en la mayoría de los
campos; proliferación y diversidad de casos; largas cadenas
causales que involucran múltiples rutas y mecanismos de retro-
alimentación complicados; un vocabulario compartido pero
con muchos matices de significado y escasa consolidación ter-
minológica; algunos elementos de teleología y construcción
social normativa que invitan a la contestación permanente.
Muchos científicos sociales dudarían en adentrarse allí donde
prevalecen tales características, en especial si es posible que el
devenir de los acontecimientos futuros desestabilicen sus re-
sultados. No obstante, el propósito de este volumen es persua-
dir al lector de que, incluso así, en este campo el trabajo com-
parativo útil no sólo puede ser emprendido, sino que también
debe emprenderse. El objeto de estudio es de tal importancia y
de tanto valor que no se puede hacer a un lado. Se ocupa de lo
que James Rule denomina preguntas de “primer orden”: “la
clase de preguntas que llevan a la gente a estudiar la vida so-
cial en primer lugar, y que de nuevo se plantean de forma con-
sistente en la mente de los no especialistas que buscan bases
razonables para la acción frente a tensiones sociales endémi-
cas”. Se ocupa de lo que él denomina “cosas que nosotros ne-
cesitamos saber acerca del mundo social” (refiriéndose a “nos-
otros” de la forma más incluyente posible). Y también puede
ayudar a generar ideas para una “teoría del afrontamiento”,1
tal vez escasas en muchas democracias nuevas, y no sólo allí.

1
James B. Rule, Theory and Progress in Social Science, Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge, 1997, pp. 46, 242 y 203.
I. “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”*

Una democracia existe sólo en tanto sus ideales y


valores la hagan existir.
GIOVANNI SARTORI

¿ES CORRECTO clasificar a la Federación Rusa de Vladimir Pu-


tin como una “democracia”? ¿Indonesia se encuentra en un
proceso de “democratización” después de 32 años del gobier-
no autoritario bajo el mando del general Suharto? ¿Colombia
fue durante 40 años una de las democracias mejor estableci-
das en América Latina?, ¿y qué es ahora? ¿En realidad la
Unión Europea es una entidad democrática o un medio para
la promoción de la democracia dentro de su área? ¿Los Esta-
dos Unidos eran un país democrático antes de la abolición de
la esclavitud o se democratizaron después? Si ocurrió lo se-
gundo, ¿cómo concuerdan las leyes de Jim Crow con un pro-
ceso de democratización?, y ¿ha terminado ese proceso? ¿Fue
consistente la elección presidencial de 2000 con la imagen de
los Estados Unidos como la democracia política más antigua y
más segura del orbe? Alrededor de todo el mundo, nuevas ex-
periencias políticas ponen a prueba, bombardean e interrogan
continuamente las etiquetas y las formas establecidas de teori-
zar sobre la realidad política.
Este libro es una meditación sobre tales experiencias y sus
implicaciones para nuestro repertorio de conceptos y teorías
generales acerca de la democracia y la democratización. Las
conclusiones clave son que necesitamos una concepción de la
democracia “flotante pero anclada”, y que la mejor manera de
entender la democratización es como un proceso a largo plazo

* La primera parte de este capítulo se publicó originalmente como “The


Vexed Question of the Meaning of ‘Democracy’ ”, Journal of Political Ideolo-
gies, 2, 2 (1997), y se ha beneficiado de las útiles sugerencias de Jerry Cohen,
Michael Freeden, Andy Hurrell y Mark Philp, aunque no pude hacerles justi-
cia a todos ellos.

19
20 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

de construcción social. Por lo tanto, lo más obvio para empe-


zar es un análisis de estos dos términos clave en cuanto a la
relevancia que guardan en la experiencia contemporánea, jun-
to con los vínculos que existen entre ambos. Ése es el objetivo
(sobre todo teórico) de este capítulo.
Aquí se prepara el camino para una consideración poste-
rior más detallada de preguntas referentes a cómo organizar
el análisis de las complejidades de las interacciones en una
transición democrática (capítulo II); qué variantes de la “socie-
dad civil” cabe esperar que apoyen los procesos de democrati-
zación, y dónde puede surgir fricción entre estas dos abstrac-
ciones coincidentes pero parcialmente opuestas (capítulo III);
y cómo se relacionan las teorías del diseño institucional con
experiencias vivenciales de construcción democrática. Confor-
me avance el análisis, la teoría será sometida cada vez más a
verificaciones en la realidad, a la luz de la experiencia. Así, se
abordarán cada vez más el tipo de interrogantes planteadas en
el primer párrafo de este capítulo. Hacia el final del libro, aun-
que no necesariamente se proporcionarán respuestas directas
a cada pregunta, estaremos en una mejor posición para abor-
dar problemas de este tipo (especialmente en el capítulo X).
Entonces, primero, habremos de considerar la democracia y
la democratización a la luz de sus manifestaciones “reales”.

“DEMOCRACIA”

Empezar con un tema que ya ha sido examinado desde todo


ángulo concebible durante más de 25 siglos1 podría parecer
poco atractivo, pero también es ineludible. En lo que veremos
a continuación el lector encontrará el desarrollo de los si-
guientes argumentos centrales: a) si se va a examinar la teoría
a la luz de la experiencia contemporánea, es necesario trabajar
con un enfoque moderadamente “constructivista” del signifi-
cado de “democracia”; b) dicho de otro modo, el contexto es
importante cuando se intenta precisar la aplicabilidad de este
1
Véase, por ejemplo, la extensa revisión en John Dunn (ed.), Democracy:
The Unfinished Journey: 508 B.C. to A.D., 1993, Oxford University Press,
Oxford, 1992.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 21

término en el rango tan amplio de contextos históricos, socia-


les y culturales en los que se emplea actualmente; c) dado que
la democracia es una etiqueta descriptiva y también un valor
deseable, y que las fronteras exactas del concepto son debati-
bles, es probable que haya desacuerdos sobre las aplicaciones
particulares del término; d) de hecho, hay buenos argumentos
en el sentido de que la democracia es algo más profundo que
la naturaleza reflexiva de nuestra cognición política misma, lo
que la convierte en un concepto “esencialmente debatido”;
e) sin embargo, se está lejos de conceder que todo es válido.
Por el contrario, puede haber al mismo tiempo un núcleo de
significación que esté “anclado” y un margen de discusión que
esté “flotando”; f) en las condiciones contemporáneas hay una
concepción dominante de democracia que difiere de las opi-
niones anteriores y que puede mutar ella misma; g) cualquiera
que sea la concepción hegemónica prevaleciente de democra-
cia, ésta siempre es provisional y está sujeta a mayores retos y
desarrollos a la luz de la deliberación colectiva; h) este filtro
deliberativo sirve también para estabilizar la comprensión del
término, y le proporciona gran parte de su “anclaje”.
Consideremos ahora unos cuantos ejemplos de las cues-
tiones que la experiencia contemporánea plantea a nuestro
pensamiento acerca de la democracia. Por ejemplo, ¿el térmi-
no “democracia” conlleva exactamente las mismas connota-
ciones después del final de la Guerra Fría que las que solía te-
ner en un mundo bipolar? ¿El significado central de la palabra
es realmente idéntico en chino o en árabe al significado que
tiene en inglés o en griego? ¿No hace una diferencia básica, en
cuanto a la comprensión particular del término, el hecho de
que personas diferentes puedan ocupar posiciones radical-
mente distintas en una jerarquía política? (Por ejemplo, ¿no
hay ninguna diferencia en cómo lo entendían los afrikaners y
cómo lo hacían los llamados “bantús” bajo el apartheid; ningu-
na diferencia en cómo lo entienden los hombres y cómo las
mujeres, o cómo lo entienden los verdaderos creyentes y cómo
los escépticos en una teocracia islámica?) ¿Cómo se puede evi-
tar que los juicios de valor implícitos en la palabra desestabili-
cen nuestro uso, en una época en la que el poder y los recursos
fluyen hacia quienes logran ser clasificados como demócratas
22 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

y cuando quienes hacen la clasificación no suelen ser observa-


dores imparciales, sino partes activamente interesadas? ¿Po-
demos hacer caso omiso del cambio histórico y asumir alguna
continuidad de significado implícita en el término, que se ex-
tienda desde las ciudades-Estado de la antigüedad hasta los
Estados-nación de la modernidad y hacia el mundo integrado
electrónicamente que pronto estará sobre nosotros?
Esta lista de preguntas destaca las dificultades que surgen
al afirmar que el término “democracia” tiene un significado
central claro, que es universalmente aplicable y esencialmente
objetivo. Sin embargo, ésta no es un afirmación que pueda
abandonarse a la ligera. Ciertamente, quienes aspiran a la
construcción de una “teoría” rigurosa de la democratización
necesitarán una definición estándar, inequívoca y empírica-
mente comprobable de lo que ellos denominarían la “variable
dependiente”. Además, hay un rango mucho más amplio de
analistas que, sin abrazar estos estrictos criterios de objetivi-
dad, se inclinan no obstante a proponer una definición relati-
vamente estable y uniforme del término. Porque en ausencia
de un núcleo acordado de significación y sin algunas suposi-
ciones compartidas acerca de la evidencia que se necesitaría
para justificar el uso de este término, ¿cómo puede haber un
diálogo razonado acerca del alcance y la importancia interna-
cionales de las aspiraciones democráticas? Incluso quienes
consideran la “democracia” como una etiqueta inherentemen-
te normativa pueden tener buenas razones para favorecer pro-
cedimientos claros e imparciales para evaluar el estatus de
quienes reclaman ese título. E incluso quienes consideran una
definición “minimalista” o “procedimental” como algo incom-
pleto o culturalmente tendencioso deben considerar lo que se
perdería si este lenguaje consensual fuera sustituido no por un
compromiso universal por alcanzar una definición más ambi-
ciosa, sino por la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre
un significado estándar, con la licencia resultante para la sub-
jetividad y la arbitrariedad.
Por lo tanto, aunque la mayoría de los analistas se mos-
trarán comprensiblemente renuentes a rendirse a la idea de un
significado específico verificable y de aplicabilidad general vin-
culado con la palabra “democracia”, estas dificultades no sólo
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 23

se vinculan a un ejercicio particularmente abstracto y deseable


de poner etiquetas. De hecho, los problemas que esta cuestión
ejemplifica acerca de la “democracia” surgen mucho más gene-
ralmente en el campo de la teoría y la descripción social. La
“democracia” y su negación, el “gobierno autoritario”, son tér-
minos cargados de juicios de valor y dependientes del contexto,
lo que lo impide el consenso sobre una definición única, opor-
tuna y objetiva. (Si la suspensión del habeas corpus por instruc-
ción presidencial unilateral es un ejemplo paradigmático del
gobierno autoritario, ¿en dónde deja eso a Abraham Lincoln en
1861? Los confederados dieron una respuesta, los federalistas
dieron otra, y los analistas contemporáneos difícilmente pue-
den proporcionar una respuesta propia a menos que miren
más allá del hecho escueto, hacia un juicio más amplio del con-
texto político.2) No sólo los tipos de regímenes sino las nocio-
nes mismas de “regímenes políticos” y de “política” en general
están sujetos a problemas similares de definición. No se puede
considerar que sólo los conceptos políticos son construcciones
sociales, y por lo tanto puedan ser refutados socialmente, sino
que las categorías sociales en general (“clase”, “comunidad”,
“consenso”) también lo son, con el resultado de que sus signifi-
cados esenciales también pueden generar controversia.
Dado nuestro interés por la forma en que la experiencia
contemporánea puede refutar o desestabilizar teorías preexis-
tentes, este capítulo no intenta proporcionar un tipo eterno y
universal de análisis conceptual. Más bien trata sobre demo-
cracias “reales” (“poliarquías” en la terminología de Robert
Dahl3) en vez de tratar acerca de una o más variantes idealiza-
das de una democracia “posible” (un “modelo” de democracia
2
Mark E. Nelly, hijo, ha proporcionado una demostración fascinante de
hasta qué punto el “mero hecho” de la suspensión estaba exitosamente divor-
ciado de su simbolismo político más amplio, no sólo en la mente del presiden-
te Lincoln, sino también en la conciencia colectiva estadunidense. “En su ma-
yor parte […] el debate acerca del habeas corpus fue dirigido […] a un nivel
amplio y políticamente simbólico en vez de a un nivel de jurisprudencia pro-
funda y precisa. Esto es verdad en ambos lados del debate, y es verdad en gran
parte del debate sobre el tema en los libros de historia escritos desde la gue-
rra.” The Fate of Liberty: Abraham Lincoln and Civil Liberties, Oxford University
Press, Nueva York, 1991, p. 224.
3
Robert Dahl, Polyarchy: Participation and Democracy and Opposition, Yale
24 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

como los ocho que resume David Held).4 Dilucidar el significa-


do de un concepto o ideal democrático es sin duda alguna una
empresa digna de encomio. Sin embargo, describir los obstá-
culos que se oponen al consenso generalizado concerniente a
los elementos esenciales de la “democracia” como práctica ins-
titucional dominante del mundo posterior a la Guerra Fría es
una empresa igualmente necesaria y meritoria.
Para demostrar esto, primero examinaré la definición es-
tándar “mínima” o “procedimental” (usualmente atribuida a
Joseph Schumpeter) y entonces demostraré por qué es insufi-
ciente y demasiado exigente al mismo tiempo. Demostraré
que es insuficiente porque excluye al componente teleológico
ineludible de la democracia, que es lo que le da fuerza emocio-
nal. Y es demasiado exigente porque no es posible esperar que
las democracias “reales” se ajusten en forma consistente al es-
tándar mínimo que estipula.
Una breve revisión de las ortodoxias actuales sobre el sig-
nificado de democracia es la que proponen Philippe C. Sch-
mitter y Terry Lynn Karl. Hacen una distinción entre concep-
tos, procedimientos y principios operativos. A nivel conceptual
se dice que la característica más distintiva de la democracia es
la existencia de una amplia categoría de “ciudadanos” capaces
de hacer responsables a los gobernantes por sus acciones en el
ámbito público, a través de la competencia y cooperación de
los representantes que han elegido. Se dice que los procedi-
mientos democráticos son indispensables para la permanencia
de la democracia, aunque por sí solos no son condiciones sufi-
cientes para su existencia. Schmitter y Karl enumeran siete
condiciones “procedimentales mínimas” para la democracia
que sugiere Robert Dahl, y agregan dos más que reflejan el
rango más amplio de experimentos democráticos que se han
intentado desde que Dahl describiera su idea de democracia.
Estas condiciones son:
1. El control de las decisiones gubernamentales acerca de
la política se confiere constitucionalmente a los funcio-
narios públicos.
University Press, New Haven, 1971. Cf. Robert Dahl, Democracy and its Crit-
ics, Yale University Press, New Haven, 1989.
4
David Held, Models of Democracy, 2ª ed., Polity Press, Cambridge, 1996.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 25

2. Los funcionarios elegidos se escogen en elecciones perió-


dicas e imparciales en las cuales la coerción es compara-
tivamente poco frecuente.
3. Prácticamente todos los adultos tienen el derecho de vo-
tar en la elección de funcionarios.
4. Prácticamente todos los adultos tienen el derecho de
postularse para puestos de elección en el gobierno.
5. Los ciudadanos tienen el derecho de expresarse sobre
asuntos políticos definidos con amplitud sin el peligro
de castigos graves.
6. Los ciudadanos tienen el derecho de buscar fuentes al-
ternativas de información. Es más, existen fuentes alter-
nativas de información y están protegidas por la ley.
7. Los ciudadanos también tienen el derecho de formar
asociaciones u organizaciones relativamente indepen-
dientes, incluyendo partidos políticos y grupos de inte-
rés independientes.
8. Los funcionarios elegidos popularmente deben ser ca-
paces de ejercer su poder constitucional sin quedar su-
jetos a la oposición preponderante (aunque informal)
de los funcionarios no elegidos.
9. La entidad política debe ser autónoma; debe ser ca-
paz de actuar independientemente de las restricciones
impuestas por algún otro sistema político que la cons-
triña.5
Por último, Schmitter y Karl, en relación con los princi-
pios operativos, argumentan que éstos expresan la forma en la
que los regímenes democráticos funcionan en realidad. “Des-
arrollan por el consentimiento del pueblo” una fórmula más
engorrosa y condicional: “por el consentimiento contingente
de políticos que actúan bajo condiciones de incertidumbre li-
mitada”.6
Éste es un esfuerzo valiente y actualizado para precisar la
comprensión dominante en la ciencia política acerca de qué es
la democracia en realidad. Pero la propuesta es al mismo tiem-
5
Philippe C. Schmitter y Terry Lynn Karll, “What Democracy is… and is
Not”, en Larry Diamond y Marc F. Plattner (eds.), The Global Resurgence of
Democracy, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1993, p. 45.
6
Ibid., p. 46.
26 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

po demasiado precisa y demasiado incompleta como para


arrasar con las dificultades planteadas en el primer párrafo de
esta sección. Es demasiado precisa, entre otras cosas, porque
implica que no había democracias antes del sufragio adulto
universal. (Suiza, por ejemplo, no llegó a convertirse en una
democracia sino hasta 1971, cuando las mujeres finalmente
ganaron el derecho al voto.) Esto también lleva a otras conclu-
siones cuestionables, tales como el hecho de que los Estados
Unidos no cumplieron con los requisitos procesales mínimos
para la democracia antes de 1965 (Acta del Derecho al Voto); y
que el estatus democrático del Reino Unido permaneció en
duda hasta fines del siglo XX (dado el poder legislativo prepon-
derante que aún le quedaba a la Cámara de los Lores no ele-
gidos, la ausencia de una ley de libertad de información y el
papel cuasi legislativo que se arrogaba cada vez más la Corte
Europea). El noveno punto procesal mínimo es el más riguro-
so de todos. Incluso sobre la base de una definición estrecha
de lo que constituye una restricción externa (es decir, una in-
capacidad relativa para resistir la coerción externa o la impo-
sición no deseada) se pone en duda la posibilidad de que haya
un gobierno democrático en un rango cada vez más amplio de
naciones pequeñas y dependientes (por ejemplo, la mayoría
de las democracias ostensibles en la mayoría de los países de
América Central y del Caribe, las Repúblicas Bálticas, etc.).
Desde un punto de vista más amplio acerca de la forma en la
que prácticamente todos los estados modernos están restringi-
dos cada vez más por una densa malla de interdependencias
legales, constitucionales, económicas y sociales, cabe pregun-
tarnos si un gobierno autónomo sin trabas es todavía una op-
ción disponible incluso para la más fuerte de las entidades po-
líticas circunscritas territorialmente. Entonces, por general las
condiciones “mínimas” aceptadas ampliamente parecen, en una
lectura literal, tan exigentes que muchas de las democracias exis-
tentes, en la realidad, probablemente no aprobarían una prue-
ba u otra.
Pero al mismo tiempo, este inventario de respuestas sobre
“qué es la democracia” también puede equivocarse debido a su
pobre ambición y a sus omisiones. El hincapié recae principal-
mente en los procedimientos de responsabilidad y la toma de
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 27

decisiones públicas, al grado de no prestar atención a los re-


sultados7 y casi excluir valores sociales más amplios. Si se cum-
ple con los requisitos procedimentales, estas otras considera-
ciones se manejan como la diversidad de tipos de democracia
(la democracia social escandinava representaría una subcate-
goría y la política monetaria japonesa otra, pero ambas son
democracias en los aspectos mínimos esenciales). No obstan-
te, en este razonamiento, si se observan los requisitos proce-
dimentales, estaríamos obligados a clasificar ciertos sistemas
políticos como democráticos, sin considerar las desigualdades
sociales que alberguen o las injusticias políticas que cometan.
Debido a lo anterior, el mínimo procedimental tiende a despla-
zar el espacio destinado a cualquier variedad de derechos sus-
tanciales o legales. Sin embargo, no deberíamos pasar por alto
la suposición inicial de Schmitter y Karl sobre la existencia de
una amplia categoría de “ciudadanos” (o en la versión de Dahl,
la centralidad de la “participación”). Introducir de nuevo esta
dimensión vuelve a abrir las compuertas a todo tipo de consi-
deraciones “sustantivas”. La participación, por ejemplo, siem-
pre abarca preguntas tanto de procedimiento como de resulta-
do. La mejor manera de resaltar la influencia recíproca entre
las dos es considerar la democracia como un mecanismo de
“corrección de errores”: un procedimiento que obliga a los au-
tores de políticas perjudiciales a hacer caso de la retroalimen-
tación proveniente de quienes se oponen a las consecuencias
resultantes.
Si se excluyen las consecuencias, la definición mínima
ofrece una protección incompleta a las libertades personales
fundamentales (como se muestra con mayor detalle en el ca-
pítulo VII, que trata sobre la seguridad ciudadana). Así, por
7
Se hace mucho hincapié en los resultados en David Beetham (ed.), De-
fining and Measuring Democracy, Sage, Londres, 1994. Pero incluso el volumen
de Beetham, con su énfasis en indicadores estandarizados, contiene varios re-
conocimientos del papel ineludible del enjuiciamiento en el proceso de etique-
tación. Por ejemplo, Beetham escribe: “En mi opinión son aquellos implicados
en las luchas democráticas en estos países quienes están en mejor posición
para juzgar los criterios apropiados contra los cuales se deberían evaluar sus
sistemas políticos” (p. 41). Lo mismo sucede con los capítulos de Biryukov y
Sergevev sobre cultura rusa y democracia occidental, y de Parekh sobre multi-
culturalismo, tolerancia y democracia.
28 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

ejemplo, las mujeres podrían estar cubiertas democrática-


mente tras un velo y ser privadas de obtener el permiso de
conducir o incluso de tener acceso a la educación. Los niños
de la calle, inmigrantes, “indios” y gitanos podrían ser demo-
cráticamente puestos en desventaja. Los “ciudadanos” indigen-
tes podrían estar alojados en cajas de cartón (en donde se-
rían menos propensos a registrarse para votar), y la atención
a la salud podría transferirse a la cirugía cosmética mientras
que ancianos y enfermos quedaran a merced de las fuerzas
del mercado. Por supuesto, éstas no son sólo posibilidades
teóricas sino implicaciones palpables y reales derivadas de
apoyar una declaración procedimentalmente mínima de lo
que se puede, y no se puede, esperar que una democracia
política contenga. Dadas estas implicaciones, es seguro que
haya una polémica sobre si las connotaciones positivas aso-
ciadas con la palabra “democracia” pueden ser atribuibles a
quienes están dispuestos a conferirle un contenido social tan
restringido.
De hecho las concepciones de la democracia que se basan
en el desempeño tienen un atractivo superficial porque ofre-
cen una validación objetiva de lo que de otro modo podría
descartarse como afirmaciones retóricas, y también porque
fortalecen el vínculo entre la “democracia” y las nociones más
amplias de la buena sociedad, lo que explica por qué la demo-
cracia es (o debería ser) tan deseable. Pero insistir en resul-
tados estandarizados independientemente del contexto o los
recursos es en realidad algo insensible histórica y culturalmen-
te. Puede fortalecer la legitimidad de la democracia para gru-
pos, o sociedades completas, que estén muy cerca de alcanzar
los estándares del desempeño especificado. Pero es probable
que genere rechazo entre aquellos para los que estos resultados
particulares son inasequibles. Es posible que en las generacio-
nes por venir, grandes grupos en la mayoría de las democra-
cias nuevas tengan que contentarse con niveles muy bajos de
desempeño sustantivo en política pública (acceso inadecuado
a servicios de salud y educación, poca o ninguna protección
oficial para su seguridad personal, un Estado de derecho débil
o ausente, etc.). Sin embargo, desde el punto de vista de esta
obra, el principal problema con las concepciones insistente-
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 29

mente sustantivas de la democracia es que por definición tien-


den a convertir en no democráticos todos los resultados que no
sean el especificado, y eso se aplica incluso a alternativas escogi-
das de acuerdo con todos los requisitos procedimentales para
una decisión democrática. Por ejemplo, desde un punto de vis-
ta sustantivo es difícil estar de acuerdo en el estatus de “demo-
cracia” en una sociedad en la que la mayoría de las mujeres
están confinadas a la esfera doméstica, o donde la mayoría de
los trabajadores no especializados carecen de la autonomía
necesaria para explorar y promover sus propios intereses. Sin
embargo, en términos procedimentales es perfectamente posi-
ble concebir como democrática una decisión encaminada a
reforzar tales restricciones.
Pero ¿no hay una inconsistencia en tachar cualquier defi-
nición como demasiado exigente y demasiado restrictiva al
mismo tiempo? Podríamos responder diciendo que esta defi-
nición es demasiado exigente en materia procedimental y de-
masiado restrictiva en cuestiones de contenido sustantivo, lo
cual implica que todo lo que necesitamos es hacerle ajustes a
la definición. Pero en verdad el asunto es más profundo que
eso, como se puede demostrar con una breve reseña de los tra-
bajos teóricos recientes sobre la morfología de nuestros con-
ceptos políticos centrales. Cualquier definición de un concep-
to político puede ser al mismo tiempo demasiado restrictiva y
demasiado inclusiva, si ese concepto es “esencialmente debati-
ble”8 —es decir, si agrupaciones políticas rivales o escuelas al-
ternativas de interpretación (“ideologías”) pueden sostener
con igual validez más de una alternativa y significado super-
puesto—.
Una visión general de las experiencias democráticas con-
temporáneas muestra lo debatible, la fluidez y la dependencia
8
Este término se debe a W. B. Gallie, “Essentially Contested Concepts”,
Proceedings of the Aristotelian Society, 56 (1955-1956), pp. 167-198, donde se
ilustraba en referencia a la democracia. Quienes ven un error en el “carácter
debatible esencial” sobre una base filosófica, pueden consultar a Glen Newey
en su reconstrucción de las mismas afirmaciones acerca de la democracia
como una disputa política. Esta reconstrucción atrae la atención hacia los re-
querimientos de poder de la impugnación, y se da sin ningún costo analítico.
Véase su “Philosophy, Politics and Contestability”, Journal of Political Ideolo-
gies, 6, 3 (oct. de 2001).
30 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

del contexto que se vinculan con frecuencia al significado del


término. Tales experiencias sugieren que:

1. Éste no es un concepto con un solo significado atempo-


ral, intrínsecamente derivable ya sea del análisis lógico o de la
referencia empírica. Su significado parece variar dentro de un
rango sustancial, dependiendo de las condiciones históricas y
culturales y de la costumbre, que son maleables.
2. Sin embargo, el rango de variaciones permisibles en el
significado tiene límites muy claros que dan al concepto su
margen sustantivo. Describir estos límites, sin embargo, es en-
gañoso, ya que no existe un elemento central, autónomo e in-
dispensable (la definición “mínima”), ni una frontera exterior
de significado que sea inmutable.

La democracia puede significar el gobierno del pueblo, como lo


indica su etimología (tomando en cuenta los problemas de la tra-
ducción del griego), pero no hay una definición lógicamente vin-
culada de “gobierno” o de “pueblo”, o cualquier otra razón lógica
por la cual esta arbitraria combinación de palabras, que señala el
componente aparentemente imposible de eliminar de democra-
cia, no debería alterarse o hacerse irreconocible para quienes la
hubiesen usado en épocas pasadas. De hecho la hábil inserción
implícita del concepto “liberal” dentro de los muchos usos acep-
tados actualmente de democracia sugiere una lucha —sin éxito
hasta la fecha— en torno de conferir un estatus de componente
no eliminable a una noción nueva e implícita de manera tácita.9

3. Esta referencia a la “lucha” resalta el hecho de que la


democracia es una etiqueta tan deseable que el control sobre
su significado se convierte necesariamente en un objeto de
controversia política. Esta “condición esencial de debatible” es
una característica distintiva de nuestros conceptos políticos
9
Michael Freeden, “Political Concepts and Ideological Morphology”, Jour-
nal of Political Philosophy, 2, 2 (1994), p. 147. Véase también Michael Freeden,
Ideologies and Political Theory: A Conceptual Approach, Oxford University Press,
Oxford, 1996. Para una declaración lúcida de la opinión de que el liberalismo
y la democracia son antagonistas véase Norberto Bobbio, Liberalismo y demo-
cracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1989.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 31

clave, tanto debido a las consecuencias buenas o malas para


intereses particulares que habría si se adoptara un significado
en vez de otro, como porque, aunque el concepto tiene sustan-
cia real, su significado no está establecido por una autoridad
extrapolítica (una evidencia lógica e indisputable) a la cual se
pudiera recurrir en última instancia.
4. En un grado importante (aunque de nueva cuenta no
ilimitado), las fronteras exteriores del concepto son también
maleables y negociables, ya que en cualquier contexto histó-
rico o cultural en particular dependerán mucho del estatus de
conceptos adyacentes superpuestos (es vital recalcar aquí que
los conceptos políticos no son mutuamente excluyentes sino
que más bien se superponen y muestran fronteras difusas).
Así, el valor de la democracia se puede promover de manera
vigorosa en un contexto que también haga fuerte énfasis en el
valor de la igualdad. O se puede promover con igual fuerza en
un contexto que haga énfasis en la sacralidad de la propiedad.
En función de cuál de estos valores adyacentes impregne el
panorama cultural, tanto el centro de gravedad como los lími-
tes exteriores del concepto de “democracia” se desplazarán en
una dirección correspondiente. Por ejemplo, en la tradición
política occidental la libertad ha sido asociada convencional-
mente con el gobierno autónomo democrático. Por separado,
cada uno de estos conceptos es bastante “delgado”, pero en
asociación cercana de uno con otro los significados de ambos
se ensanchan de manera notable. La libertad se construye, por
tanto, de un modo particular (recalcando la autodetermina-
ción), y la democracia está también investida de connotacio-
nes específicas que no son inherentes al término como tal (go-
bierno limitado por el pueblo).

Con la ayuda de esta comprensión de la morfología de los


conceptos políticos centrales, podemos regresar ahora a la
pregunta planteada en el primer párrafo de esta sección sobre
la “democracia”. El idioma es un aspecto definitivo y explícito
de la cultura, es el vehículo a través del cual se articula la com-
prensión que cada sociedad tiene de la política. Es más que
probable entonces que las resonancias del término “democra-
cia” se alteren significativamente en el curso de la traducción,
32 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

digamos del inglés al chino o del griego al árabe. Pero la tra-


ducción es tan sólo un ejemplo manifiesto en particular de la
forma en la que el contexto cultural afecta la comprensión con-
ceptual. En el idioma inglés, por ejemplo, la comprensión
que tienen los británicos y los estadunidenses de términos cla-
ve como “derechos”, “imperio de la ley”, y “autoridad” puede
diferenciarse sutilmente,10 y ha evolucionado de manera muy
importante en los últimos tres siglos de constitucionalismo
democrático. Por lo tanto, incluso en la corriente central de la
“democracia” inglesa, se trata de un término cuyo significado
es posible ensanchar en varias formas alternativas de acuerdo
con el contexto temporal y espacial. Cambiaría todavía más al
adoptarse en Sudáfrica, en Sri Lanka o en Hong Kong. En la
Sudáfrica posterior al apartheid, por ejemplo, la definición
“procedimental mínima” podría autorizar el desposeimiento
al por mayor de la élite blanca, de modo que cabe esperar que
ésta insista en una concepción más sustantiva que respete los
derechos establecidos y afiance las garantías de las minorías.
También es de esperarse que la mayoría negra, con derechos
políticos recientemente ganados, insista en que la democracia
“real” debe afectar los resultados políticos y remediar las ex-
clusiones inherentes. De modo similar, cualquier concepto de
democracia pertinente a Sri Lanka tendría que ensanchar la
relación entre autoridad central y provincial u otros niveles
subnacionales de representación. En Hong Kong es imposible
evitar el tema de qué tipo de democracia se puede asegurar en
ausencia de la soberanía. Cada uno de estos tres ejemplos de-
muestra en los términos más claros que el “contexto importa”
para nuestra comprensión de los conceptos políticos, incluso
dentro de una sola familia de idiomas y durante una época de
creciente supremacía liberal a nivel mundial que algunos han
denominado el “fin de la historia”. Aunque encontramos cierto
rango de variación entre pueblos de habla inglesa, el acento
tiende a recaer en el uso de los términos clave bajo la influen-
cia de los Estados Unidos. Esto subraya valores adyacentes de
10
Así, por ejemplo, el derecho a poseer armas de fuego es un elemento
constitutivo de la concepción estadunidense de la ciudadanía democrática,
pero está por completo ausente en la concepción británica y se recalca poco en
la mayoría de las demás democracias anglosajonas.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 33

propiedad e individualismo y, en consecuencia, resta énfasis a


conceptos tales como “Estado”, “comunidad”, y “nación”, que
resuenan con más fuerza, por ejemplo, en muchos de los dis-
cursos europeos sobre democracia. Obsérvese que estos ejem-
plos se refieren no sólo a variaciones en la calidad o al conteni-
do local de la democracia sino que invitan a la reconsideración
de la concepción general de su sustancia. Por ejemplo, si Is-
rael y Suiza se pueden clasificar como ejemplos de democra-
cia, entonces claramente se está aplicando la misma designa-
ción a ciertos regímenes políticos que contrastan de manera
sustancial. Lo que está en juego aquí no sólo apunta a mati-
ces de diferencia de grado, sino a diferencias de clase más ri-
gurosas. Obsérvese también que, aunque estos “casos duros”
invitan a tal reconsideración, no prometen necesariamente
una conclusión renovada. Por el contrario, podrían revelar
sólo la “condición esencial de debatible” de nuestro discurso
democrático.
Además de estas reflexiones sobre la morfología de nues-
tros conceptos políticos, es posible que necesitemos introducir
también algunas consideraciones de la psicología cognitiva.
Se podría plantear el argumento de que hay algo distintiva-
mente deliberativo (hasta se podría llegar a afirmar, protode-
mocrático) en la forma en que aprehendemos y debatimos
concepciones rivales del término “democracia”. Con el fin de
captar esta idea es necesario redirigir nuestra atención, desde
un consenso social implícito que regule el significado de nues-
tros conceptos políticos esenciales, hacia procesos relaciona-
dos de cognición personal y socialización. Si, según Schmitter
y Karl, consideramos a la “ciudadanía” como un ingrediente
definidor de la democracia, entonces las habilidades cognitivas
que son esenciales para el ejercicio de la ciudadanía constitu-
yen en sí mismas un componente indispensable del concepto.
Esto quiere decir que la democracia requiere o presupone la
existencia de agentes autónomos, cada uno de los cuales for-
ma sus propios juicios a la luz del análisis y el debate colecti-
vos. Cada agente tendrá por definición su propia conciencia
individual, pero con el fin de actuar como ciudadanos todos
los agentes deben tener ciertos conocimientos compartidos
acerca de la naturaleza de la política y los procedimientos del
34 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

diálogo.11 Por ende, el concepto de democracia comporta cier-


tas propiedades relativamente específicas de la conciencia in-
dividual, y algunas creencias conjuntas acerca de los valores
de la deliberación. De ser así, la democracia tiene una afinidad
electiva, o tal vez incluso una conexión necesaria, con un tipo
particular de cognición (“pensamiento reflexivo”) y una orien-
tación social particular (un “ethos de responsabilidad”). Esto
no equivale a afirmar que cada ciudadano individual debe pen-
sar invariablemente de modo reflexivo o actuar con responsa-
bilidad12 (ése es el error del republicanismo clásico). Pero para
que la democracia exista debe haber alguna comunidad dispo-
nible de ciudadanos reflexivos y responsables, y ésta no debe
ser demasiado exclusiva. En otras palabras, los ciudadanos en
general deben tener al menos cierto potencial para participar
en la deliberación política con algún grado mínimo de compe-
tencia cognitiva, de vez en cuando, o al menos en el caso de
emergencias verdaderas.
Si cierto grado de competencia cognitiva generalizada es
un prerrequisito mínimo esencial para la democracia política,
entonces los aspectos esenciales deliberativos de esa compe-
tencia deberían estar incorporados dentro de cualquier des-
cripción del significado del concepto de “democracia”. La deli-
beración puede dar lugar a un consenso sobre el significado
(aunque también puede aclarar la naturaleza irrevocable de
las diferencias sobre el significado). Pero incluso si esto no
produce un consenso, dará lugar a un acuerdo de un tipo dis-
tintivamente provisional y condicional. El acuerdo sólo será
tan profundo y durará tanto tiempo como la conciencia indivi-
dual implicada permanezca convencida. En la vida política en
11
Cf. Stuart Hampshire, Justice as Conflict, Princeton University Press,
Princeton, 2000.
12
La cognición política colectiva y la deliberación democrática operan a un
nivel sustancialmente más sofisticado de lo que la conciencia promedio del in-
dividuo participante podría sugerir, ya que tales procesos están cargados hacia
el involucramiento de los más activos. Pero incluso al nivel medio de concien-
cia, los ciudadanos dirigen un diálogo interno entre lo que es públicamente
aseverado (en su nivel de interés) y lo que es privadamente aceptado. Así, en
algún nivel básico no sólo un grupo activista sino la población en general cues-
tionan, y subjetivamente verifican o contestan, cualquier discurso político que
reciban de la esfera pública.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 35

general, y en lo referente a conceptos políticos clave en par-


ticular, nunca hay un “punto de corte” definitivo más allá del
cual el asunto se solucione independientemente de toda recon-
sideración posterior. Por el contrario, incluso cuando el con-
senso social acerca de una política o un discurso político par-
ticulares parece estar en su punto más alto, la conciencia
personal de los ciudadanos individuales continúa enfrascán-
dose en una deliberación crítica, nuevas verificaciones, cues-
tionamientos y reinterpretaciones de lo que parece haber sido
acordado. Stuart Hampshire denomina a este fenómeno “con-
flicto del alma” y lo contrasta con el “conflicto de la ciudad”.
Ésta es una característica propia de la deliberación política y
por ende una característica indispensable del debate democrá-
tico. Así, la democracia excluye la conclusión conceptual acer-
ca de su propia identidad y, en consecuencia, la democra-
tización debe entenderse como un proceso de final abierto. La
democracia es “esencialmente discutible” no sólo porque nues-
tros valores puedan diferir, o porque nuestros conceptos po-
líticos puedan carecer de validación lógica o empírica final,
sino también porque nuestra cognición política es en sí misma
crítica y reflexiva.
El siguiente ejemplo (un poco hipotético, aunque no por
completo) puede aclarar el punto. Supongamos que algún pro-
ceso histórico (como puede ser la victoria de Occidente en la
Guerra Fría) arroja un consenso fuerte y universal sin prece-
dentes acerca de un conjunto aislado de valores democráticos,
anclados en una definición precisa de lo que es y no es la de-
mocracia. En tal caso, los conflictos de valor manifiestos y los
desacuerdos conceptuales sobre el significado del término ce-
sarían por definición. ¿Se infiere entonces que el significado
consensual del término se haría de aquí en adelante irrefuta-
ble? No, ya que, de nueva cuenta por definición, cada ciudada-
no retendría una capacidad autónoma para la cognición y la
evaluación políticas y, por lo tanto, la persuasión del debate
democrático y la socialización no cesarían. Así, los ciudada-
nos continuarían comparando el consenso hegemónico acerca
del significado y el valor de la democracia con un juicio perso-
nal (tanto analítico como emocional) acerca de la autoridad,
la coherencia y los méritos del orden político prevaleciente se-
36 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

gún los vieran desde su propia perspectiva. Tales reflexiones y


juicios individuales son componentes ineludibles de cualquier
descripción de la cognición política democrática, pero esto,
por supuesto, no debería crear ninguna suposición en el sen-
tido de que los individuos en cuestión deben estar aislados, ser
asociales o demasiado racionales en sus deliberaciones. Todo
lo que cabe esperar es el debate grupal y comunitario, presio-
nes de socialización y formas de reflexión tanto emocionales
como calculadas. A su debido tiempo será inevitable que apa-
rezcan algunos ciudadanos que articulen objeciones poco con-
tundentes a la opinión de consenso. Sin embargo, a pesar de
lo minoritario de sus opiniones, tendrán por sentado el dere-
cho a debatir con el sistema de gobierno en general. El resto
de la ciudadanía, sin importar qué tan ostensiblemente con-
vencido pudiera estar del discurso hegemónico, retiene capa-
cidades cognitivas independientes y, por lo tanto, permanece-
rá potencialmente abierto a la persuasión o a la reconsideración
de sus opiniones. Por esta razón democrática, y sólo por ésta,
en asuntos políticos ni siquiera el consenso de valor más fuer-
te y el edificio conceptual más robusto pueden llegar a ser por
completo inmunes a la duda y la renegociación. En la práctica
real, por supuesto, como el periodo posterior a la Guerra Fría
demostró con rapidez, los conflictos sobre valores e interpre-
taciones diferentes de los hechos nunca desaparecen, ni si-
quiera inmediatamente después de las victorias más sorpren-
dentes. Como se ilustra con un suceso reciente —el ataque
terrorista de septiembre de 2001 en Nueva York—, el consenso
colectivo sobre la democracia puede desviarse abruptamente,
de un discurso que ponga énfasis en su asociación con la liber-
tad, hacia un énfasis muy diferente sobre su vínculo con la se-
guridad.13 Si la historia hace una pausa, muy pronto se activa
otra vez y nunca termina. De hecho, es muy probable que la ex-
pansión explosiva de la tecnología de la información que tiene
13
De hecho, incluso antes del 11 de septiembre de 2001 la seguridad ya
había cobrado precedencia sobre la libertad como la prueba de fuego para el
desempeño democrático en varios países y regiones. Cf. capítulo IX (sobre Chi-
le), o considérese el caso de Israel. Véase también Anita Inder Singh, Democ-
racy, Ethnic Diversity and Security in Post-Communist Europe, Praeger, Lon-
dres, 2001.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 37

lugar en el presente pueda estar extendiendo y profundizando


las posibilidades tanto para la reflexión individual como para la
deliberación social, con lo cual se amplía el alcance para el
escrutinio colectivo de concepciones de la democracia actual-
mente hegemónicas.14 Cualquier definición de “democracia”
permanecerá en este sentido “esencialmente discutible”, preci-
samente porque todas las concepciones válidas de la demo-
cracia deben incorporar una capacidad cognitiva para retar a
las ortodoxias reinantes.
Esta última afirmación contiene una paradoja aparente,
cuya resolución es crítica si hemos de contrarrestar los cam-
bios del relativismo y el subjetivismo. Por un lado hemos ne-
gado la existencia de un significado fijo o central del término
“democracia”, que pueda desvincularse de un contexto tem-
poral y espacial (o cultural) dado, y hemos puesto énfasis en
las características provisionales y debatibles de todas las defi-
niciones. Pero, por otro lado, hemos invocado también ciertos
componentes del concepto que no se pueden eliminar, como
los procedimientos de responsabilidad, ciudadanía y delibe-
ración reflexiva. Así, ¿el significado de la democracia está en
esencia anclado de alguna forma, o depende básicamente del
gusto y la moda?
La metáfora de un ancla es útil en este concepto, ya que
indica cómo incluso en el mundo físico una entidad puede es-
tar restringida sin ser fija. Ésta es la única respuesta posible a
la acusación de “relativismo”. La democracia tiene algunos
componentes indispensables, sin los cuales el concepto estaría
vacío, pero estos elementos indispensables son esqueléticos y
pueden en cualquier caso acomodarse en varias configuracio-
nes posibles. En el mejor de los casos, sólo generan una des-
cripción “pobre” de democracia que se puede aplicar universal-
mente pero a costa de mucha imprecisión y ambigüedad. La
riqueza del concepto se deriva de sus elaboraciones contex-
tuales, que son variables y pueden ir en direcciones opuestas.
Volviendo a la metáfora del barco anclado, la democracia se
verá diferente si éste ha encallado en un banco de lodo o si ha

14
Véase Philippa Norris (ed.), Critical Citizens: Global Support for Demo-
cratic Government, Oxford University Press, Oxford, 1999.
38 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

sido arrastrado hacia aguas profundas por la fuerza de una


corriente poderosa.15
Pero, por supuesto, el término “democracia” implica una
idea más abstracta e intangible que la de “barco”, y también
está fuertemente cargada de juicios de valor. Como decía Sar-
tori en 1962, la democracia es un concepto “deontológico”:
“Lo que la democracia es no se puede separar de lo que la de-
mocracia debería ser. Una democracia existe sólo en tanto sus
ideales y valores la hagana existir […] en una democracia la
tensión entre la realidad y los valores llega a su punto más
alto, ya que ningún otro ideal está más distante de la realidad
en la que tiene que operar”.16 Dado que se trata de un concep-
to tanto valorativo como descriptivo necesitamos considerar
no sólo el relativismo semántico, epistemológico u ontológico,
sino también la acusación más inconveniente de relativismo
moral.17 Una vez que nos retiremos del universalismo y el ob-
jetivismo en nuestros estándares de definición de conceptos
15
Se verá diferente, se comportará de manera distinta, y demandará un ré-
gimen distinto para su tripulación, pero seguirá siendo un barco y no una boya
porque sus componentes indispensables siguen siendo los de un barco. Los ára-
bes lo llamarían un dhow y lo diseñarían de cierta forma, mientras que los
chinos lo llamarían un junco y los nativos americanos un kayak, y cada uno lo
construiría teniendo en mente un contexto fluvial muy diferente. Éste es el as-
pecto menos preocupante del tema del relativismo, ya que las categorías abstrac-
tas pueden invariablemente ser disgregadas en subcategorías más diferenciales
y dependientes del contexto.
16
La posición inicial de Sartori merece ser citada en su totalidad: “Un sis-
tema democrático se establece como resultado de presiones deontológicas. Lo
que la democracia es no se puede separar de lo que la democracia debería ser.
Una democracia existe sólo en tanto sus ideales y valores la hagan existir. Sin
duda, cualquier sistema político es sostenido por imperativos y juicios de va-
lor. Pero tal vez una democracia los necesita más que cualquier otro. Porque
en una democracia la tensión entre la realidad y los valores llega a su punto
más alto, ya que ningún otro ideal está más lejos de la realidad en la que tiene
que operar. Y por esto es que necesitamos el nombre ‘democracia’ ”. Giovanni
Sartori, Democratic Theory, Wayne State University Press, Detroit, 1962, p. 4.
La explicación anterior de Sartori muestra por qué la “poliarquía”, el neo-
logismo descriptivo de Dahl, no puede sustituir al término más prescriptivo de
“democracia”. Un cuarto de siglo más tarde, Sartori amplió su explicación
de la dimensión deontológica de la democracia en su Theory of Democracy
Revisited, Chathan House Publishers, Chathan, 1987 (parte 1, cap. 4).
17
Estas diversas dimensiones se describen concisamente en Rom Harré y
Michael Krausz, Varieties of Relativism, Blackwell, Oxford, 1995.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 39

políticos clave, ¿cómo podemos defendernos de las atribucio-


nes de significado puramente arbitrarias y egoístas que degra-
darían nuestro lenguaje (y por ende nuestra capacidad para el
diálogo deliberativo) y destruirían nuestras brújulas morales?
El hecho histórico incontrovertible de que ambos intereses
monopolistas, el político y el económico, han tendido a vestirse
con el traje de la respetabilidad democrática mientras promo-
vían objetivos encontrados, no es excusa para que aprobemos
sus usos equivocados del lenguaje. Pero si ni siquiera un llama-
do a la lógica ni a la evidencia empírica fueran suficientes para
arbitrar entre las versiones “analizadas” del significado de la
democracia, entonces, ¿qué nos queda sino una rebatiña entre
subjetividades rivales, en la cual a menudo cabe esperar que
aquellos con los codos más afilados prevalezcan sobre quienes
tengan sensibilidades democráticas más exquisitas?
La acusación de relativismo moral dirige la atención a un
verdadero peligro y por lo tanto sirve a un propósito construc-
tivo. Puede, sin embargo, ser contrarrestada una vez que re-
cordemos la distinción entre: a) reconocer el carácter inevita-
ble del conflicto y b) concluir por ello que todo es válido. El
concepto de democracia puede ser “esencialmente” discutible,
pero los fundamentos sobre los cuales se puede debatir válida-
mente están muy restringidos. Es posible que no haya una de-
finición estipulada, eterna y única, que se pueda imponer desde
el exterior independientemente de las convenciones e interpre-
taciones locales, pero hay una amplia corriente de significado
dentro de la cual el discurso democrático es mutuamente in-
teligible. Se tienen que resistir los intentos de apropiarse del
término que produzcan significados fuera de esa corriente,
principalmente porque destruirían las posibilidades de diálo-
go reflexivo sobre el cual se debe apoyar cualquier democra-
cia. Dado que no hay ningún mandato externo capaz de esti-
pular el estatus preciso de cada aspirante a la designación de
“democracia”, el tribunal principal que puede fallar entre re-
tos válidos e inválidos tendrá que ser el de la opinión pública,
un tribunal cuyos procedimientos estarán estructurados, por
supuesto, por la defensa que hagan líderes de opinión y ex-
pertos tal vez ilustrados, aunque no necesariamente, como
sucede en cualquier tribunal. Pero ésta no será la sentencia
40 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

formal de un debate público en el que una mayoría vote en


uno u otro sentido. Por el contrario, la sentencia tiene que eje-
cutarse en la conciencia de ciudadanos individuales, y por esa
razón, como Hampshire lo subraya, siempre será provisional
y estará abierta a la reconsideración.
El principio clave es que los ciudadanos de una comuni-
dad política siempre tienen tres posibles formas de responder
a una afirmación acerca del significado de la democracia. Los
ciudadanos pueden: a) aceptar que ésta merece consideración
(es “válida”), o pueden: b) determinar que no la merece (es “in-
válida”). Estas dos alternativas son suficientes para excluir la
posibilidad de que “todo es válido”, y levantar una poderosa
barrera en contra de las consecuencias más desenfrenadas que
han estado asociadas con el relativismo moral. La tercera al-
ternativa c) es más complicada, pero en el análisis final debería
ser tranquilizadora para quienes piensen que nuestros concep-
tos políticos necesitan ser tanto definitivos como de final abier-
to. Esta tercera respuesta sería que el significado de democra-
cia que se propone no es familiar y no está probado, pero no es
tan absurdo como para ser claramente inválido. En este caso
los querellantes únicamente pueden llegar a ganar el juicio de
la opinión ciudadana, y asegurar la aceptación para su inter-
pretación como contendientes permisibles en el discurso pú-
blico, si logran superar la duda y la resistencia que sus puntos
de vista provocarán inicialmente. Para convencer a la comuni-
dad de tomar seriamente una interpretación poco conocida de
la democracia, será necesario ostentar una diversidad de cre-
denciales: lógica clara, buena evidencia, familiaridad con la
cultura y la reputación de tener un criterio sólido; todo esto
puede ser necesario para atravesar la barrera defensiva del
pensamiento convencional. A veces las afirmaciones excesivas
pueden tener éxito, y en otras ocasiones tal vez las interpreta-
ciones potencialmente “válidas” no logren pasar la prueba.
Tampoco puede haber garantía de que sólo las interpretaciones
moralmente sólidas de la democracia serán validadas ni de
que todas las interpretaciones moralmente sólidas obtendrán
siquiera una audiencia provisional.18 Pero el punto crítico para

18
Cuando la mayoría de los ciudadanos procesan afirmaciones cognitivas
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 41

nuestros fines es que este filtro deliberativo constituye una


gran protección, fundamentada socialmente en contra de la
destrucción de significado y valor que de otro modo acompa-
ñaría el carácter debatible de los conceptos.19 Es una protec-
ción que incluye llamados a la lógica y a la evidencia, pero que
también comprende el “sentido común” y el contexto cultural.
Flyvbjerg (resucitando a Aristóteles) llamaría a esto frónesis
(conocimiento práctico) y lo clasificaría al menos como un co-
nocimiento tan altamente teórico o técnico que constituiría un
medio para llegar a las verdades acerca de la sociedad. Aunque
no es una protección fundamental o monótona, proporciona
una defensa bien cimentada, de amplia base e incluso proto-
democrática, contra los excesos del relativismo.20

es muy posible que estén más interesados en las implicaciones prácticas que
tiene para ellos mismos el aceptar un significado particular (el “valor de uso”
de la definición), en vez de buscar la exactitud de la definición por su propio
bien (su “valor verdadero”). Incluso si ese valor verdadero ayuda a una defini-
ción a pasar la prueba de “podría ser válida”, podría suceder muy bien que el
“valor de uso” prevalezca sobre el “valor verdadero” a la hora de determinar
cuál de los dos significados debatidos gana una mayor aprobación general.
19
Flyvbjerg se refiere al caso de frónesis (la producción de conocimiento
en la cual lo particular y lo dependiente de la situación son recalcados sobre
lo universal y sobre las reglas) y lo vincula en particular con las ciencias socia-
les: Bert Flyvbjerg, Making Social Science Matter, Cambridge University Press,
Cambridge, 2001. Esto es paralelo a los argumentos que he planteado, sacados
principalmente de Mill sobre el juicio, en una visión general de “Democratiza-
tion Studies”, en Robert E. Goodin y H. D. Klingemann (eds.), A New Hand-
book of Political Science, Oxford University Press, Oxford, 1996, pp. 360-363.
20
La noción de la deliberación ciudadana como un medio de evaluación
entre afirmaciones de democracia competidoras podría parecer abierta a la
acusación ya sea de circularidad o de relativismo no anclado. Pero ambas crí-
ticas estarían fuera de lugar, como se puede mostrar mediante la referencia a
casos duros contemporáneos como Cuba e Irán. Si los ciudadanos de Cuba,
relativamente aislados de sus vecinos, se pusieran a deliberar y sacaran la con-
clusión de que su forma de gobierno de un solo partido comunista fuera demo-
crática, ¿estaríamos obligados a permitir que esa sentencia anulara juicios y
definiciones externas más convencionales? Teóricamente, esto podría ser nece-
sario, en mi opinión, pero sólo si los ciudadanos de Cuba realmente estuvieran
en libertad de deliberar (por ejemplo, necesitarían acceso abierto a puntos de
vista competidores y sus conclusiones personales decidirían el resultado)
e incluso entonces, únicamente habrían llegado a un veredicto provisional. Por
lo tanto, la “democracia comunista” resultante dependería permanentemente
de la aprobación revocable de sus ciudadanos. A su debido tiempo, dado el su-
42 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

Sin embargo, esta defensa se basa en la operación de un


filtro deliberado, y se supone que el filtro funciona bien por-
que está inserto en una comunidad social. Así, a nivel global,
todavía queda una gran dificultad por resolver, antes de que
los excesos del relativismo se puedan contener: ¿cómo van a
dictaminarse los conflictos sobre el significado de la democra-
cia en la arena internacional, por lo menos sin respaldar sen-
cillamente la hegemonía intelectual estadunidense posterior a
la Guerra Fría? Una posibilidad (que Huntington da a enten-
der con su “choque de civilizaciones”)21 es reconocer la exis-
tencia de más de un bloque cultural en el mundo, cada uno
con su propio filtro deliberativo independiente.
Así, por ejemplo, el mundo islámico fomentaría su con-
cepción alternativa de gobierno por el pueblo, distinta de, o
incluso en oposición a, la concepción liberal occidental de de-
mocracia. Pero esto presupone un grado de separación y de no
comunicación entre bloques rivales, y de hecho un alejamien-
to radical del Otro, que de ninguna manera corresponde a lo
que se debería haber aprendido desde el final de la Guerra
Fría. Todavía peor, ello implica una negación a deliberar ex-
cepto con quienes están tranquilamente ubicados dentro de
nuestro propio campo. Por lo tanto, fomenta una mirada ha-
cia adentro y una versión irreflexiva de la democracia, incluso
en el Occidente liberal. Una segunda posibilidad es buscar un
fallo a nivel internacional, lo que se podría fomentar mediante
el fortalecimiento y la democratización de instituciones políti-
cas regionales y globales.22
A nivel nacional, es improbable que las disposiciones ins-
titucionales generen una gran coherencia normativa si no es-
tán incorporadas en alguna estructura social más amplia de
puesto acceso a puntos de vista rivales, tanto Cuba como sus vecinos llegarían
a un solo veredicto acerca de si esta variante de democracia sería admisible o
no. Esto es así porque con el tiempo la opinión en Cuba se desviaría por ex-
posición al escepticismo externo, o la resistencia externa se debilitaría por
la persuasión cubana. En este contexto, es útil que la democracia sea un ideal
inalcanzable tanto como una etiqueta descriptiva.
21
Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of
World Order, Simon & Schuster, Nueva York, 1996.
22
Véase David Held, Democracy and the Global Order: From the Modern
State to Cosmopolitan Governance, Polity Press, Cambridge, 1995.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 43

apoyo y orientación. A nivel internacional el área más prome-


tedora donde buscar tal base colectiva para un filtro delibe-
rado sería la red emergente de especialistas, cabilderos, acti-
vistas y profesionales (una “comunidad epistémica”) que ha
estado reforzando gradualmente el compromiso con nociones
relativamente precisas y operacionales sobre el cumplimiento
de los derechos humanos y acerca del vínculo entre algunas
concepciones específicas de los derechos humanos y los dere-
chos democráticos. Esta incipiente “sociedad civil internacio-
nal”, dedicada a la promoción de derechos y estándares univer-
sales, podría a su debido tiempo probar ser lo bastante sólida
para actuar como un contrapeso frente a las distorsiones de
las políticas de poder y el desacuerdo acerca de los valores;
pero por ahora es claramente una frágil base para la genera-
ción de normas coherentes que pudieran entonces implantar-
se de manera autoritaria mediante instituciones internaciona-
les (que en sí mismas son también muy vulnerables a las
políticas del poder).
Es un experimento mental interesante imaginar la concep-
ción de la democracia que podría reflejar mejor la distribución
de creencias e intereses de una asamblea constitucional global
representativa. Al igual que los blancos en Sudáfrica, podría-
mos imaginar que en tal escenario los teóricos anglosajones
de la democracia desarrollarían un elevado interés en la pro-
tección de los derechos de las minorías. Pero como un asunto
práctico cualquier extensión del gobierno cosmopolita tendría
que proceder apenas a la velocidad de un caracol, y en térmi-
nos rigurosamente dictados por la minoría de “ricos”. Cuales-
quiera otras concesiones que las potencias occidentales pudie-
ran teóricamente ser inducidas a hacer, el último reducto que
entregarían sería el derecho de los extraños a dictaminar a fa-
vor de cualquier juicio externo acerca de la democracia occi-
dental. La tercera alternativa sería apartar la atención de la
pregunta “¿quién juzga?”, basada en el poder, hacia la cues-
tión, impulsada por la sociedad, de “¿quién delibera (y acerca
de qué)?” Aquí cabría argumentar que los problemas compar-
tidos (de administración ambiental, de interdependencia eco-
nómica y tecnológica, de seguridad pública) rápidamente ge-
neran intereses comunes o superpuestos. La deliberación surge
44 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

no por el razonamiento a partir de los principios iniciales, o


debido a la creación de instituciones artificiales, sino porque
se hace necesaria con el fin de abordar exigencias sociales. La
convergencia respecto de los valorese e intereses o el significa-
do de los conceptos clave que se precisan para un discurso
compartido puede venir después, conforme la cooperación
práctica se institucionaliza. Consideradas desde este punto de
vista, las divergencias que existen actualmente entre interpre-
taciones de la democracia con diferente base cultural pueden
potencialmente ser invalidadas mediante la cooperación inte-
ractiva. Si a la larga surge una concepción unificada, ésta será
una nueva variante, producida por la experiencia deliberativa
y no por la imposición de una hegemonía o una opinión ma-
yoritaria sobre las alternativas.
En resumen, una buena defensa contra el relativismo des-
enfrenado en torno del significado de “democracia” se puede
construir mediante la invocación del conocimiento práctico y
el procesamiento de los inevitables desacuerdos mediante un
filtro deliberativo de reflexión colectiva. Estos procedimientos
pueden eliminar afirmaciones indefendibles y estabilizar el sig-
nificado clave del concepto. Pero, ya que el conflicto “en el
alma” y el conflicto “en la ciudad” nunca se pueden eliminar
por completo de la reflexión acerca de conceptos sociales, y
ya que el cambio histórico y la diversidad cultural seguirán
siendo interminables en su desarrollo, estos procedimientos
nunca generarán una definición de consenso completamente
atemporal y universal. Según esta visión “interpretativista”,
nuestra concepción de la democracia se puede anclar, pero
nunca inmovilizar.
¿En dónde deja este análisis la definición “mínima proce-
sal” inicial de democracia que describen Schmitter y Karl? He-
mos visto que ninguna definición unitaria puede ser incontes-
table o universalmente aplicable sin considerar el contexto.
Hemos notado también que en algunos aspectos detallados
respecto de los procedimientos, esta definición particular es
demasiado precisa y que en un aspecto principal (respecto del
contenido sustantivo de la democracia) adopta una posición
extrema de no compromiso. En el “mundo real” los procedi-
mientos son inevitablemente más híbridos de lo que exige esta
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 45

definición, y no puede haber un divorcio tan radical entre pro-


ceso y resultado como presupone. Todos estos puntos pueden
darse por sentados, y aun así se puede abogar por alguna va-
riante de esta definición como el contendiente más fuerte que
tiene nuestra lealtad en el mundo inmediatamente posterior a
la Guerra Fría. De hecho, cabría argumentar, esta definición
permanece esencialmente debatible, pero quienes defienden
un umbral procesal más bajo tendrán que enfrentar el penoso
récord de muchos experimentos democráticos que descuida-
ron algunos de estos requisitos; y quienes defienden una defi-
nición más sustancial igualmente tendrán que superar el cam-
bio de utopía, una acusación que se ha vuelto mucho más letal
como secuela del colapso de la Unión Soviética. Sin embargo,
es también un problema que esta definición procesal mínima
parezca tan inapropiada para aplicaciones históricas, y tan es-
trechamente asociada con una sola tradición muy restringida
de pensamiento y práctica políticas (constitucionalismo esta-
dunidense). Esto puede limitar su aceptabilidad en otros con-
textos culturales (por ejemplo, en algunas regiones de Asia y el
mundo islámico), y puede darle una vida visible relativamente
corta, si la posición actual de liderazgo global de los Estados
Unidos resulta ser efímera.
Incluso dentro de los Estados Unidos la brecha entre las
normas prescritas mínimas y las prácticas políticas reales re-
sultó ser desconcertantemente amplia en las elecciones presi-
denciales de noviembre de 2000, especialmente en Florida.23
Las democracias “reales” a menudo se quedan muy lejos de la
“poliarquía” de Dahl, sin mencionar las concepciones más
idealizadas celebradas en la teoría democrática. Sin embargo,
dado que en esta sección se ha argumentado que todas las de-
finiciones de democracia están cargadas de contexto y cir-
cunscritas en el tiempo, puede que ésta no sea peor que cual-
quier otra alternativa. De hecho Schmitter y Karl podrían
argumentar que sigue siendo relativamente mejor, en el senti-
do de que al menos por el momento el liderazgo político en los
Estados Unidos está establecido, y la definición (particular-

23
Véase Martin Merzer, The Miami Herald Report: Democracy Held Hostage,
St Martin’s Press, Nueva York, 2001.
46 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

mente en su forma extendida de nueve puntos) hace un inten-


to serio por generalizar a partir de una amplia gama de expe-
riencias políticas contemporáneas.
Así, aunque no podamos aceptar que en algún sentido últi-
mo esta definición mínima procesal captura todo lo que la de-
mocracia es (menos aún lo que puede ser), podemos concluir
que contingentemente y por el periodo presente proporciona
una exposición coherente y amplia base de opinión predomi-
nante. Por lo tanto, ofrece la línea de referencia para los deba-
tes contemporáneos acerca de la democratización que ocupan
el resto de este volumen. Como se verá, es probable que el sig-
nificado de “democracia” siga siendo debatido, e incluso hasta
cierto grado inestable, conforme se desarrollan los procesos
actuales de democratización.

“DEMOCRATIZACIÓN”

Si la democracia ha de considerarse lo mismo como una varia-


ble conceptual que como un concepto “deontológico”, enton-
ces la “democratización” no se puede definir mediante algún
criterio objetivo fijo y eterno. Por ejemplo, la sencilla “prueba
de dos movimientos” dice que una democratización empieza
con la salida de un régimen autoritario y termina después de
que las elecciones competitivas hayan dado lugar a dos trans-
ferencias pacíficas sucesivas de gobierno entre partidos con-
tendientes. Pero de acuerdo con esta prueba, ni Italia ni Japón
habrían completado su democratización 40 años después de la
instalación de sus constituciones democráticas actuales, ni
tampoco es previsible cuándo llegaría Sudáfrica a ese punto.
Igualmente, Colombia, Sri Lanka o Venezuela habrían califi-
cado en la década de 1960, a pesar de la palpable evidencia de
que de allí en adelante muchas grandes tareas de la construc-
ción democrática quedaban por abordar. Por ende, esta defi-
nición de democratización es a la vez demasiado permisiva en
algunos casos y demasiado exigente en otros, justo como nues-
tro análisis en curso nos haría esperar. La alternativa más so-
fisticada ha sido argumentar que la democratización está
completa cuando todos los actores políticos importantes acep-
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 47

tan (de buena o mala gana) que el proceso electoral se ha con-


vertido en “el único juego en la ciudad” para reasignar puestos
públicos. Con este criterio de nueva cuenta es cuestionable sa-
ber si la democratización ha sido completada, o cuándo en Ita-
lia24 o España, por ejemplo. (¿Son los separatistas vascos un
“actor político importante”? Éste es un asunto de evaluación y
juicio cuidadoso y polémico, no de la verdad objetiva y eviden-
te.) Por el mismo criterio tendríamos que sacar la conclusión
de que la democratización se completó en, por ejemplo, India,
Uruguay o Venezuela en la década de 1960, aunque en todos
estos casos el curso subsiguiente de desarrollo político reveló
la grave parcialidad práctica y la insuficiencia normativa con
que se hizo. De nueva cuenta, la definición demanda un cierre
a los procesos que en la práctica siguen abiertos, están carga-
dos de juicios de valor y son transgresivos.
En contraste con tales concepciones de pruebas instantá-
neas de democratización el punto de vista teórico de este volu-
men es “interpretativista”. Se puede estipular, concisamente,
de la siguiente forma. La mejor manera para entender la de-
mocratización es considerarla como un proceso complejo, a
largo plazo, dinámico y de final abierto. Consiste en un pro-
greso hacia un tipo de política más basada en reglas, más con-
sensual y más participativa. Al igual que la “democracia”, im-
plica necesariamente una combinación de realidad y valor, y
por eso es portadora de tensiones internas. El objetivo de esta
sección es aclarar lo que esta perspectiva teórica implica, indi-
cando a) cómo se diferencia de la alternativa predominante;
b) cómo se conecta con la descripción de democracia que la
antecede, y c) (en resumen) cuál es su lugar dentro del perma-
nente debate acerca de cómo dirigir el análisis social en general
y la política comparativa en particular. Capítulos subsiguientes
desarrollan esta perspectiva y la aplican a una sucesión de sub-
temas acompañados de experiencias que los ejemplifican mien-
tras que en el capítulo final se examina esta afirmación clave
bajo la luz de la evidencia contemporánea.
24
Es un asunto de fino discernimiento si el Partido Comunista, los herede-
ros del fascismo, o, de hecho, corrientes poderosas dentro del Partido Demó-
crata Cristiano, llegaron a abrazar por completo esta doctrina, y la Liga del
Norte (que subió a la palestra en la década de 1990) explícitamente no lo hizo.
48 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

Primero, hay un punto de vista teórico alternativo que de-


manda un respaldo académico considerable y que merece res-
peto. Si todos pudiésemos ponernos de acuerdo en una defi-
nición de la democracia directa, objetivamente mensurable e
inequívoca, entonces la democratización no tendría que ser un
proceso particularmente complejo, excesivamente lento o errá-
tico, y una vez que terminara el resultado podría ser estable,
predecible y uniforme. Tal democratización podría concebirse
como una construcción clara, rápida y racional que termina
con un cierre (o se presenta como la adopción de reglas estan-
darizadas del juego político que de antemano se identifican
como generadoras de un equilibrio estable). El cierre o “conso-
lidación” se logra supuestamente a través del acatamiento du-
radero de las reglas y procedimientos que se estipulan en la
descripción que hace Dahl de la poliarquía (aunque hemos vis-
to que en la práctica ello está lejos de ser directo). Según esta
perspectiva, antes había monopolio político, ahora hay compe-
tencia política, y la transición de un estado al otro se puede
provocar rápidamente, sin incertidumbre y de manera perma-
nente, siempre y cuando los cambios institucionales prescritos
se implanten correctamente. Aunque una democracia consoli-
dada puede considerarse implícitamente como un resultado
deseable, este enfoque resalta un cierto rango de hechos obje-
tivos y limita sus connotaciones valorativas. Esto parece un
marco de análisis claro, satisfactorio y parsimonioso (que se
hace especialmente explícito en los diversos estudios de alta
calidad dedicados a aspectos de lo que suele denominarse la
“consolidación” de la democracia25), y sin duda es particular-
mente esclarecedor acerca de cierto subconjunto de casos (las
democratizaciones de Europa del sur, y España en particular,
corresponden muy bien a esta fórmula). No obstante, desde la
perspectiva de este volumen la deficiencia clave de este enfo-
que es que la mayoría de los procesos de democratización con-
temporáneos violan una o más de sus suposiciones básicas.
25
J. Linz y A. Stepan, Problems of Democratic Transition and Consolidation,
Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1996. R. Günther, N. Diaman-
dourous y H. J. Pühle (eds.), The Politics of Democratic Consolidation: Southern
Europe in Comparative Perspective, Johns Hopkins University Press, Baltimore,
1995, etcétera.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 49

No hay duda de que las formulaciones anteriores estable-


cen la perspectiva teórica alternativa con demasiada crudeza,
pero el objetivo aquí no es proporcionar un subterfugio sólo
para clarificar el punto de vista de este volumen. Aquí, en con-
traste, se hace hincapié en la complejidad de la mayoría de los
procesos contemporáneos de democratización que, conforme
se desarrollan a partir de condiciones no democráticas pre-
existentes, cargan con una gran cantidad de bagaje histórico.
El desarrollo típico de un proceso de democratización implica
también muchas salidas en falso, errores de juicio, rodeos y
consecuencias no intencionales. Usualmente hay una gran dis-
tancia entre la manera como los participantes y los observado-
res informados vaticinan, ex ante, la forma en que el proceso
se desarrollará, y la manera en que se ve cuando ya es un he-
cho. En un proceso complejo, esto incluiría por lo general una
gran imprecisión acerca de preguntas clave tales como: ¿cuán-
to tiempo llevará?, ¿quién ganará o perderá?, y, ¿en qué ha-
brán de consistir, con percepción retrospectiva, las caracterís-
ticas más distintivas del resultado final?26 (La democratización
de la Unión Soviética a partir de Gorvachev proporciona un
ejemplo extremo de este tipo de proceso complicado que se
imagina aquí, pero Argentina, Nigeria o Venezuela servirían
igual de bien.) Los aspectos a largo plazo y dinámico de tales
procesos están por supuesto estrechamente conectados con su
complejidad. Por supuesto hay un espectro de experiencias
aquí, y es posible recalcar aquellas que avanzaron con mode-
rada rapidez y sin demasiadas desviaciones hacia un resultado
determinado de antemano. Incluso los ejemplos más sólidos
(España, Eslovenia, etc.) se pueden analizar desde el punto de
vista teórico de este volumen, mientras que tal vez se pueda
26
Hay un contraste evidente entre esta perspectiva y el punto de vista que
adopta Adam Przeworski, Democracy and the Market, Cambridge University
Press, Cambridge, 1991. En este importante volumen inicial se reconocía la
diversidad de puntos de partida, pero se anticipaba la convergencia subsi-
guiente, con lo cual se quitaba énfasis a las complejidades y el carácter de final
abierto. Mi punto de vista está más cerca del de Philippe C. Schmitter y Javier
Santiso, “Three Temporal Dimensions to the Consolidation of Democracy”,
International Political Science Review, 19, 1 (enero de 1998). Éstos diferencian
entre tiempo, sincronía y compás, incluyendo “enfrentar momentos inciertos,
secuencias simultáneas y ritmos comprimidos” (p. 84).
50 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

forzar mucho más la evidencia de la mayoría de los casos para


evaluarlos con la vara de medir de una consolidación de la de-
mocracia hipotéticamente rápida y completa. La tensión entre
las aspiraciones democráticas y el deseo del nuevo régimen
por concluir el proceso apuntan a una inestabilidad de hechos
que estaría oculta por el lenguaje de la consolidación. Una
perspectiva a largo plazo y dinámica abre el camino hacia una
exploración más completa de la calidad de la democracia na-
ciente, y a la retroalimentación potencial entre calidad y viabi-
lidad. Pero tal vez la dicotomía teórica más clara se refiera al
último de los cuatro términos en consideración. Según la vi-
sión de este libro, incluso en el largo plazo el resultado de la
mayoría de los procesos de democratización es relativamente
de final abierto, mientras que el punto de vista alterno se basa
en las expectativas de un cierre muy rápido y decisivo de las
opiniones acerca del régimen político. El carácter relativo de
final abierto del proceso bajo escrutinio es en parte un reflejo
de la interpretación de la democracia expuesta en la primera
sección de este capítulo, y también expresa un punto de vista
más amplio acerca de lo que deberíamos esperar del análisis
social y de la política comparativa en general.
En cuanto a la descripción anterior de la democracia en el
sentido de que está al mismo tiempo anclada y flotando, hay
un equilibrio difícil de lograr cuando se caracteriza al mismo
tiempo a los procesos democráticos como de largo plazo y re-
lativamente de final abierto. Cualquier proceso debe implicar
un lapso de tiempo durante el cual un cambio determinado
está en curso.27 Cuando el cambio se completa y por lo tanto
el tiempo ha expirado, el proceso termina. Podemos aceptar
que ciertos cambios requieren mucho tiempo, y que más de
un resultado es posible para el momento en que el proceso
esté finalmente terminado. Pero mientras más extenso sea el
lapso de tiempo y más diversos sean los resultados finales,
más elusivo podría ser el concepto de un “proceso de demo-
cratización”. ¿Cómo describiríamos entonces tales episodios
para darles el rigor y la precisión necesarios para una discu-

27
A. Schedler y J. Santiso, “Democracy and Time: An Invitation”, Interna-
tional Political Science Review, 19, 1 (1998).
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 51

sión comparativa, sin truncar artificialmente o clasificar mal


sus resultados?
Una respuesta parcial se puede inferir de la segunda acla-
ración, que vincula este punto de vista sobre la democrati-
zación con la descripción anterior del significado de la demo-
cracia. Si la “democracia” se considera un concepto debatido y
hasta cierto grado inestable, anclado a través de la invocación
del conocimiento práctico y un filtro de deliberación colectiva,
entonces la democratización sólo puede darse a través de un
largo proceso de construcción social que es propenso a tener
un final abierto. No obstante, aunque los procesos resultantes
de democratización pueden ser largos, erráticos y discutibles,
deberían generar evidencia más que suficiente para confirmar
su existencia. Nuestra perspectiva teórica apunta a las activi-
dades específicas y observables que deberían ocurrir conforme
se desarrolla cada proceso. Por ejemplo, cabría esperar encon-
trar un debate público acerca de cómo va a constituirse la de-
mocracia y qué va a contar como un formato satisfactorio para
construir un régimen democrático. En ausencia de eso, pode-
mos descartar la afirmación de que está en marcha un proceso
de democratización. Sin embargo, incluso en presencia de tal
debate, podría ser que la democratización estuviera perdiendo
impulso o ahogándose. Pero dado que reconocemos que el
proceso puede ser errático y estar sujeto a trastornos, nuestra
descripción de la democracia nos aconsejaría no sacar conclu-
siones apresuradas en el sentido de que el proceso ha fallado.
Incluso en circunstancias adversas, la persistencia de esfuer-
zos organizados para volver a poner a la democratización en
su camino normalmente merecerían que se les diera el benefi-
cio de la duda. Mediante esta prueba deberíamos explorar el
globo terrestre en busca de procesos incipientes de democrati-
zación, incluso en situaciones aparentemente no prometedo-
ras. La perspectiva histórica extendida y la visión no lineal que
adoptamos en este libro agrandan nuestro universo de demo-
cratizaciones potenciales. Igualmente, incluso cuando los es-
tándares de la bibliografía sobre “consolidación” indiquen que
la democratización parece muy completa, nuestra perspectiva
debería mantenernos alerta para continuar debates públicos
que pudieran indicar un mayor desarrollo del proceso.
52 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

El carácter abierto del resultado final también se puede


acomodar, al menos en principio, mediante nuestras sugeren-
cias acerca de las características “flotantes pero ancladas” de
nuestra concepción de democracia. Esto permite que una di-
versidad de resultados posibles cuenten como el final del pro-
ceso, mientras que limitan también el rango de posibilidades a
aquellas que implican el cumplimiento de algunas condiciones
muy específicas y exigentes. En este nivel de abstracción teóri-
ca, sin embargo, no es posible proporcionar una definición cla-
ra que detenga todos los debates acerca de si un proceso dado
de democratización ha concluido satisfactoriamente. Se re-
quiere una discusión más contextualizada de casos particula-
res para generar claridad sobre los temas que se tratan aquí.
La clasificación final de los procesos específicos dependerá
más de la razón práctica (la frónesis de Aristóteles o el juicio
informado de Mill) que de cualquier definición indicativa.28
Una tercera aclaración se refiere a la relación entre esta
perspectiva sobre la democratización y la dirección del análi-
sis social en general, y la política comparativa en particular.
En este caso, nuestro tema de estudio es la democracia. De
haber sido el ajedrez podríamos haber definido exactamente lo
que debe calificar para esa designación y qué variables aberran-
tes son excluidas. Pero este capítulo ha planteado la idea de
que el significado de la democracia no se puede precisar tan
fácilmente, pues contiene algunos principios necesarios, pero
también expresa ideales y valores que son, al menos en parte,
subjetivos y variables con el tiempo y el espacio. Las definicio-
nes estándar de la democracia pueden ser al mismo tiempo
demasiado precisas y demasiado incompletas. El concepto tie-
ne que estar anclado para que resulte útil, y sin embargo tam-
28
Compárese la conclusión de David Collier y Robert Adcock de que “las
afirmaciones genéricas de que el concepto de democracia debería ser trata-
do inherentemente como dicotómico o graduado son incompletas. El peso de
la demostración debería basarse en argumentos más específicos vinculados
con las metas de la investigación. Por tanto, asumimos la posición pragmática
de que la forma como los académicos comprenden y manipulan un concepto
puede y debería depender en parte de lo que ellos van a hacer con el mismo”.
David Collier y Robert Adcock, “Democracy and Dichotomies: A Pragmatic
Approach to Choices about Concepts”, Annual Review of Political Science, 2
(1999), p. 537.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 53

bién puede flotar al ancla. Es posible que tenga algunos com-


ponentes no eliminables, pero también posee una frontera
exterior contextualmente variable. Independientemente de las
reservas que el lector tenga acerca de todo esto, presuponga-
mos con fines argumentativos que ésta es en verdad la natura-
leza de nuestro tema de estudio. De ser así, ¿cómo podemos
avanzar ya sea para teorizar acerca de ello o para verificar
nuestras teorías comparándolas con experiencias de su cons-
trucción? Si el resultado que buscamos explicar, la democra-
cia, es un tanto variable e incluso inestable en su contenido,
entonces el proceso, o procesos, a través de los cuales se da la
democratización será por fuerza de final relativamente abier-
to, y puede muy bien ser largo, complicado y errático. Ésa po-
dría ser sencillamente la naturaleza del tema de estudio que
buscamos entender. De ser así, ¿cómo puede proceder el análi-
sis? Hay quienes huirían ante el mero intento de analizar tales
procesos debido a su falta de rigor y precisión. Hay quienes
demandarían más precisión de lo que el tema de estudio per-
mite. La tercera posibilidad, el enfoque que se intenta en este
libro, consiste en aceptar el tema de estudio tal como se pre-
sente, y teorizar acerca del mismo dentro de los límites que
eso permita (de allí la referencia a “teoría y experiencia”). En
este enfoque, el tema de estudio es de tal importancia práctica
que requiere de atención académica reflexiva, pero el avance
del conocimiento en este campo no llegará por vía de la preci-
sión escrupulosa o la voluntad para descubrir irregularidades
legales, cuando no es posible establecer más que conclusiones
provisionales y calificadas.
Según este punto de vista, la democratización es un proce-
so que consiste en el movimiento hacia un resultado que ni es
estable por completo ni está enteramente predeterminado.
¿Pero contamos con algún procedimiento académico para es-
tudiar tales procesos? Ciertamente hay una literatura filosófi-
ca sobre el desarrollo de las potencialidades. También existe
una literatura científica (por ejemplo sobre el desarrollo de
formas de vida).29 Aunque estas dos tradiciones académicas

29
Para una indagación instructiva véase Ullica Segersträle, Defenders of
the Truth: The Sociobiology Debate, Oxford University Press, Oxford, 2000. La
54 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

podrían ofrecer cierta certeza, ambas están muy distantes del


tipo de indagación social que aquí se considera. Pero tómese
en cuenta el análisis contemporáneo del desarrollo de la Unión
Europea. Éste suele acogerse en una estructura teleológica, en
la cual se supone que el movimiento va en dirección de una
“unión aún más cercana”. Es posible que la naturaleza del re-
sultado final sea menos del total que sea haya especificado,
que la secuencia de desarrollos no sea por entero vaticinable y
el marco temporal sea impreciso; sin embargo, los analistas
sociales creen que es posible lograr claridad y un mayor en-
tendimiento al examinar tal proceso. De ser así, entonces un
enfoque similar al estudio comparativo de la democratización
debería estar igualmente justificado. Recuérdese que muchos
economistas liberales creen que la construcción de econo-
mías de mercado es el tema dominante del mundo posterior a
la Guerra Fría. Aquí también pueden ser imprecisos los re-
sultados exactos, las secuencias vaticinables y los marcos
temporales específicos. Eso no impide un florecimiento de la
literatura académica acerca tanto de la teoría de la comerciali-
zación (o la difusión de capitalismo global, si se prefiere ese
lenguaje) como de la retroalimentación entre teoría y expe-
riencia. Si estos temas pueden ser iluminados por la indaga-
ción académica, a pesar de todas las imprecisiones de termi-
nología y la complejidad de las cadenas causales involucradas,
entonces también lo harán las políticas comparativas de la
democratización. Incluso si la Unión Europea se desmorona-
ra, o la proliferación de economías de mercado diera marcha
atrás, este tipo de análisis social orientado a los valores y es-
tructurado teleológicamente continuará alimentando nuestro
conocimiento sobre los mundos posibles entre los cuales na-
vegamos. De la misma forma, la democratización merecerá
atención académica (al menos por parte de aquellos que es-

posición de Stephen Jay Gould tiene una resonancia obvia aquí: “Lo que su-
cede tiene sentido pero la historia de la vida ha caído en cascada a lo largo
de millones de otras rutas alternativas igualmente sensibles, ninguna (o ma-
ravillosamente pocas) de las cuales hubieran conducido a la evolución de la
inteligencia consciente de sí misma”. “Fulfilling the Spandrels of World and
Mind”, en J. Selzer (ed.), Understanding Scientific Prose, University of Wiscon-
sin Press, Madison, 1993, p. 332.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 55

tán comprometidos con la razón práctica), ya sea que el entu-


siasmo de los democratizadores de hoy pruebe estar bien fun-
dado o no.
Si un proceso contemporáneo está correctamente identifi-
cado como de largo plazo y de final abierto, entonces es claro
que el analista no puede saber con certidumbre cuál será el
resultado final. Por lo tanto, se podría objetar que los que he-
mos clasificado como “procesos de democratización” resulta-
rán ser algo muy diferente. Pero es el proceso y no el resultado
lo que define nuestro objeto de estudio. Usualmente es posible
establecer con confianza razonable que ha habido una inten-
ción de democratizar (por ejemplo, como lo señalan los térmi-
nos de un pacto fundacional, o el drama de una transición tea-
tral). Además, tales intenciones normalmente van seguidas por
medidas muy claras y visibles de implementación (el retorno a
los cuarteles, la convocatoria a elecciones, el diseño de nuevas
instituciones). Incluso en países como Argelia o Myanmar,
donde la sinceridad de las intenciones originales puede poner-
se en duda y las medidas de seguimiento fueron rápidamente
abandonadas y revertidas, todavía podemos referirnos a un
proceso de democratización en curso, si podemos establecer
que el imaginario colectivo ha sido cautivado por la visión de
un cambio futuro a un régimen de este tipo. En algunos casos
puede ser difícil establecer con certidumbre qué tan poderosa-
mente este cuadro de un futuro deseado ha influido de hecho
en la conducta, y en principio es posible evidentemente que
más de un futuro imaginado pueda ocupar la conciencia po-
pular al mismo tiempo (por ejemplo, puede que no haya clari-
dad acerca de si el proceso torcido de democratización de Ar-
gelia fue eso solamente, o, también y de la misma manera, un
proceso abortado de islamización). Concebidos de este modo,
los procesos de democratización a largo plazo tal vez no pro-
duzcan el tipo de clasificación y objetivación binaria que se en-
cuentran en muchas tabulaciones internacionales (por ejem-
plo, en el cuadro 1 se presentan las clasificaciones de Freedom
House para 2001). Pero debido a todo eso, nuestro objeto de
estudio puede adoptar esta forma, y de ser así será necesario
compilar la evidencia composicional disponible de forma que
se atienda esta falta de claridad que le es inherente.
56 “DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN”

Lo que tales áreas de estudio indican es que hay al menos


algunas áreas importantes de investigación social donde es al
mismo tiempo posible y necesario estudiar procesos de cam-
bio que no terminan por fuerza en los resultados predefinidos
de equilibrio y consolidación, y que tal vez no avancen en se-
cuencias vaticinables y necesarias. Puede haber muchos cami-
nos que conduzcan a la larga a resultados similares (considé-
rense las rutas alternativas a la democracia que han seguido
Gran Bretaña, Francia y Alemania, respectivamente, durante
los dos últimos siglos). Así que probablemente necesitemos
explicar una “equifinalidad” a pesar de la divergencia de cami-
nos. Igualmente, procesos muy similares pueden desembocar
en resultados contrastantes (piénsese en la descolonización
de Barbados y Granada, respectivamente). Las teorías y su-
posiciones “teatrales” del progreso lineal pueden ayudar a or-
ganizar e interpretar tal material, pero sólo se las debería
considerar como herramientas heurísticas, no como secuen-
cias necesarias o seguras. Las teorías cíclicas de la democra-
tización (que formulara por primera vez Polibio en el libro VI
de El ascenso del Imperio Romano) tienen el mismo valor
heurístico que las teorías lineales.30 Aunque es factible que ta-
les procesos no se presten a un pronóstico de tipo legal, de to-
dos modos pueden ser comprensibles si se analizan y compa-
ran mediante suposiciones apropiadas al tema de estudio y se
verifican mediante la experiencia. Entre las suposiciones con
más probabilidades de ser apropiadas al analizar la democra-
cia y la democratización, parecería razonable resaltar la im-
portancia de la persuasión, la deliberación, la generación de
consenso y la promoción de la civilidad y la responsabilidad.
En cualquier caso, todos éstos son temas que se desarrollarán
más a fondo en capítulos subsiguientes. En el capítulo IV, por
ejemplo, se abordan los efectos del diseño constitucional, te-
niendo presente que las reglas constitucionales sirven para se-
parar los procedimientos de toma de decisión de los resulta-
dos políticos. Tales intentos de separación proporcionan una
30
Este argumento se desarrolla más a fondo en mi capítulo sobre “The Via-
bility of Democracy”, en John Crabtree y Laurence Whitehead (eds.), Towards
Democratic Viability: The Bolivian Experience, Palgrave, Basingstoke, 2001,
pp.16-18.
“DEMOCRACIA” Y “DEMOCRATIZACIÓN” 57

estrategia prometedora para el análisis de los procesos de final


abierto.
En conclusión, este libro explora una perspectiva teórica
sobre la democratización que puede incorporarse dentro de
las prácticas del análisis social en general, y la política compa-
rativa en lo particular, aun cuando no forme parte de la co-
rriente principal actual de estas disciplinas. El argumento es
que esta perspectiva “interpretativista” es apropiada para el
tema de estudio que se investiga. De hecho, puede ser superior
a otros enfoques alternativos, en la medida en que evita el ri-
gor espurio y las afirmaciones insostenibles de causalidad. En
vez de ello, dirige la atención hacia los componentes normati-
vos, transformadores y persuasivos de la democratización y a
sus características reflexivas y de orientación propia. En reali-
dad cabría pensar que cualquier análisis que omita o minimi-
ce estos aspectos del proceso es radicalmente incompleto y
propenso a resultar engañoso.
En el capítulo II se desarrolla el enfoque inicial descrito
aquí, concentrándonos más exactamente en las transiciones
democráticas. Exploramos la dinámica de las mismas, obser-
vando su capacidad para readaptar al público a la socializa-
ción dentro de las normas democráticas. Este enfoque se pue-
de lograr si invocamos la metáfora de la democratización
como una representación teatral.
Erráticos, impredecibles, metamórficos: así son los regímenes políticos surgidos
en el mundo tras el colapso del “socialismo real” y el fortalecimiento
de los mercados internacionales. En las últimas décadas se ha verificado
un proceso de globalización democrática en que el autoritarismo ha cedido
terreno en los lugares más insospechados.
Esta nueva realidad contradice las teorías y los análisis clásicos mejor
fundamentados. El desafío actual es entender la democracia no como un estadio
final predeterminado, sino como un proceso de resultados a largo plazo
y con finales abiertos que modifica constantemente las relaciones entre
el Estado y la sociedad civil, las formas de producción, la seguridad pública,
la concepción acerca del quehacer gubernamental, así como el equilibrio
entre las fuerzas políticas y los poderes fácticos como la Iglesia, los medios
de comunicación o las grandes empresas.
Laurence Whitehead, especialista en temas políticos, construye esta obra
en torno a la hipótesis de que la expansión de la democracia no ha agotado
todavía su capacidad de sorprender, y que todo nuevo postulado sobre
ella está sujeto a ser confirmado o desmentido por los procesos reales.
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