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El Cardenal Ratzinger presenta la "Veritatis splendor"

Almudi.org. El Cardenal Ratzinger presenta la Encíclica "Veritatis


Splendor Las razones de una encíclica sobre la moral (Aceprensa
131/93) La encíclica Veritatis splendor está suscitando reacciones de
adhesión y de discrepancia. En cualquier caso, es necesario entender
su finalidad y no hacerla decir lo que no dice. Una de las lecturas
más autorizadas de la encíclica es la que hizo el Cardenal Joseph
Ratzinger durante la presentación en la sala de prensa del Vaticano,
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Las razones de una encíclica sobre la moral (Aceprensa 131/93)

La encíclica Veritatis splendor está suscitando reacciones de adhesión


y de discrepancia. En cualquier caso, es necesario entender su
finalidad y no hacerla decir lo que no dice. Una de las lecturas más
autorizadas de la encíclica es la que hizo el Cardenal Joseph
Ratzinger durante la presentación en la sala de prensa del Vaticano,
el pasado día 5. Ofrecemos una traducción casi íntegra de su
intervención.

(...) ¿Cuál es el fin de este documento? Existe un motivo


interno y otro externo, que naturalmente son inseparables. El motivo
interno está ligado al mismo fin del cristianismo. En sus primeros
tiempos, antes incluso que se acuñara la palabra "cristianos", la
religión cristiana se llamaba simplemente "camino". En los Hechos de
los Apóstoles se encuentra no menos de seis veces esta designación.
(...) Si el cristianismo es llamado camino, significa que antes que
nada indicaba una determinada manera de vivir. La fe no es pura
teoría, es sobre todo un "camino", es decir, una praxis. Las nuevas
convicciones que ofrece tienen un contenido práctico inmediato. La fe
incluye la moral, y eso quiere decir no sólo ideales genéricos. Ella
ofrece mucho más: indicaciones concretas para la vida humana.

Precisamente a través de su moral los cristianos se


diferenciaban de los otros en el mundo antiguo; precisamente de ese
modo su fe se hizo visible como algo nuevo, una realidad
inconfundible. Un cristianismo que no fuese ya un camino común, sino
que anunciase sólo ideales vagos, no sería ya el cristianismo de
Jesucristo y de sus discípulos inmediatos. (...)

Cuestión de supervivencia

A este motivo interno se añade otro externo, que no por


eso es exterior. La cuestión moral es claramente hoy más que nunca una

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cuestión de supervivencia para la humanidad. En la unitaria


civilización técnica que se ha extendido ya a todo el mundo
contemporáneo, las antiguas certezas morales en las cuales se apoyaban
hasta ahora las grandes culturas singulares se han destruido en gran
parte. La visión tecnicista del mundo prescinde de los valores. Se
pregunta sobre si es posible hacer algo en la práctica, no sobre la
licitud. (...) Cada vez más a menudo se piensa que lo que es posible
hacer, es lícito hacerlo.

Pero el verdadero problema se plantea a un nivel todavía


más profundo. Frente a las certezas indiscutibles que se dan en las
materias técnicas, todas las certezas morales parecen frágiles y
discutibles. Muchos consideran que lo razonable sería sólo lo que se
puede verificar de modo incontrovertible como las fórmulas matemáticas
o técnicas. ¿Pero cómo encontrar tal verificación en las realidades
típicamente humanas, en las cuestiones de la moral y del recto vivir
humano? El hecho de que en este ámbito las grandes culturas, aunque
contengan importantes elementos comunes, afirmen también a menudo algo
distinto, hace que el relativismo se haga cada vez más la opinión
dominante. En el ámbito de la moral y de la religión no habría, pues,
ninguna certeza compartida. (...)

Esta concepción se aplica después también a la fe


cristiana: con el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, la Biblia
ofrecería una orientación de fondo; pero qué significa en el caso
concreto el amor al prójimo no podría decirlo, y por otra parte nadie
podría hacerlo. Esto debería determinarlo cada uno ante cada caso a
partir de su sabiduría.

El debate actual sobre la moral

Es evidente que la presunta sabiduría del individuo puede


ser objetivamente muy poco sabia. La problemática moral de la sociedad
revela esto muy claramente. Cuando, por ejemplo, para algunos
individuos o para grupos enteros la violencia aparece como el medio
mejor para mejorar el mundo, entonces el individualismo y el
relativismo en el ámbito moral se convierten simplemente en
destrucción de los fundamentos de la convivencia humana y amenaza a la
dignidad humana. Por eso el debate actual sobre la moral se está
preocupando de encontrar soluciones sustitutivas, que en un mundo
relativista deben garantizar como sea formas fundamentales del ethos.

La Encíclica menciona algunos ejemplos de tentativas de


solución que en diversas formas han tenido lugar también en el ámbito
teológico: la teleología, el consecuencialismo, el proporcionalismo.

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No es necesario analizar aquí cada uno de estos sistemas. Lo que


tienen en común podría expresarse sustancialmente así: presuponen que
no podemos conocer una norma derivada de la misma esencia del hombre y
de las cosas, contra la cual no se podría actuar nunca. Lo que es
moral se debería determinar en la práctica, sopesando la relación
entre las consecuencias buenas y malas de una acción y escogiendo
aquella que previsiblemente tiene consecuencias mayormente positivas.

La moralidad de la actuación no estaría determinada por el


contenido del acto en cuanto tal, sino por su fin y sus consecuencias
previsibles. Lo bueno y lo malo en sí mismos no existirían. Existe
sólo lo que es mejor o lo que no es tan bueno. "Bueno significa mejor
que...", ha dicho una vez en este sentido un conocido moralista.

Estos puentes echados sobre el abismo del relativismo, que


en concreto es un escepticismo sobre todo lo que respecta a lo
propiamente humano, no son inútiles. Pero su alcance es insuficiente
frente a los grandes desafíos morales ante los que se encuentra la
humanidad. Un cristianismo que no pudiera decir nada más ni más
concreto que el mandamiento general del amor, ya no se podría designar
como "camino".

Para renovar la vida social

La cuestión que el Papa ha tenido presente en la


elaboración de la Encíclica Veritatis Splendor tiene que ver
ciertamente con la discusión teológico-moral en el seno de la Iglesia,
pero va mucho más allá. Es expresión de la preocupación por el hombre.
Deriva de la responsabilidad por los grandes problemas de la humanidad
de hoy. (...) Esta apertura de la encíclica se advierte en seguida en
la introducción, cuando el Papa dice que "por la senda de la vida
moral está abierto a todos el camino de la salvación" (n. 3), que la
moral es el camino común de la salvación. En el parágrafo sobre la
conciencia, el Santo Padre ilustra esta afirmación a partir de la
Epístola de San Pablo a los Romanos: "Cuando los gentiles, que no
tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, ellos
mismos, sin tenerla, para sí mismos son ley; y con eso muestran que
cuanto la ley exige está escrito en sus corazones..." (Rom 2, 14s,
Encíclica n. 57).

En el tercer capítulo de la Encíclica esta conexión es


ampliamente desarrollada. Incluiría este tercer capítulo entre los
textos más significativos del Magisterio de nuestro siglo; más allá de
todas las discusiones teológicas, se puede considerar como un texto
fundamental para aquellos problemas que nos afectan a todos. El Papa

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hace ver que "en el centro de la cuestión cultural está el sentido


moral"; ante la existencia de graves formas de injusticia social y
económica y de corrupción política, responde "a la necesidad de una
radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia,
solidaridad, honestidad y transparencia" (n. 98). El texto muestra el
fundamento cultural del totalitarismo, que reside en la "negación de
la verdad en sentido objetivo" (n. 99), e indica el camino para su
superación.

[Al explicar la génesis de la Encíclica, Ratzinger la pone


en relación con el Catecismo].

(...) Los dos documentos son de distintas características


y cada uno tiene su respectiva finalidad, pero en realidad cada uno
sostiene también al otro. El Catecismo no tiene argumentaciones, es
testimonio. No entra en discusiones, sino que expone positivamente la
fe, con su intrínseca racionalidad. También la Encíclica es
testimonio, pero a la vez tiene un carácter argumentativo. Afronta las
cuestiones y muestra en un diálogo argumentativo qué es el camino de
la fe y en qué modo ella es un camino para el hombre. Con esto no se
canoniza una determinada forma de teología, pero se clarifican los
fundamentos, sin los cuales la teología perdería su identidad. El
Papa, por lo tanto, no priva a los teólogos de la libertad que compete
a su misión: la clarificación de los fundamentos no quita la palabra a
la teología, sino que le abre el camino.

Los mandamientos, camino hacia Dios

La estructura de la Encíclica es muy sencilla. Tras una


breve introducción sobre el punto de partida y la finalidad del texto,
sigue el Capítulo primero, de carácter sustancialmente bíblico. Este
Capítulo proporciona el hilo conductor, que reaparece continuamente a
lo largo del texto: el diálogo del joven rico con el Señor sobre la
pregunta: "¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?" (Mt 19, 16).
Este diálogo no pertenece al pasado, nos afecta a todos nosotros.
Quizá nos planteemos la pregunta de otra forma, pero todos deseamos
saber qué debemos hacer para llegar a una vida plena. (...)

En esta atenta escucha de las palabras de Cristo


aprendemos sobre todo que la búsqueda del bien está inseparablemente
unida a nuestra actitud hacia Dios. Sólo El es bueno sin limitaciones.
El bien por excelencia es un ser personal, y hacerse bueno significa
por tanto asemejarse a Dios. Los diez mandamientos son una
automanifestación de Dios, nos ayudan a encontrar el camino para
hacernos semejantes a Dios. Son por tanto una explicación de lo que

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significa amor, y al mismo tiempo están ligados a una promesa: la


promesa de la vida en toda su plenitud. De aquí se deriva que quien
camina por la senda de los mandamientos, está en la senda hacia Dios,
aunque no haya conocido aún a Dios.

También aparece lo que es específicamente cristiano. La


llamada de Jesús a seguirle significa que quien camina con él va por
la senda hacia Dios, hacia el bien por excelencia. "Jesús pide que le
sigan y le imiten por el camino del amor, de un amor que se da
totalmente a los hermanos por amor de Dios" (20).

La medida de la libertad

El segundo capítulo introduce estos elementos, tomados de


la Escritura y de los Padres, en la discusión actual sobre los
fundamentos del obrar moral. Este capítulo interesará particularmente
sobre todo a los expertos en teología moral y ética. El núcleo del
razonamiento, en torno al cual giran los problemas concretos, aparece
sin dificultad: es la relación entre libertad y verdad. El Papa
afronta aquí el tema decisivo de nuestro tiempo, que tras la caída de
las dictaduras comunistas se ha hecho más urgente que nunca: ¿cómo
aprender a vivir correctamente en libertad? Una libertad entendida de
modo individualista, cercana a la arbitrariedad, sólo puede ser
destructiva: en último término, pondría a todos contra todos. El
peligro de que otra vez la libertad sea determinada desde el exterior
y sustituida por la "voluntad colectiva" es evidente. Sólo se puede
superar ese riesgo si la libertad encuentra su medida interior, y la
reconoce libremente como el orden de su misma naturaleza.

¿De qué medida se trata? La primera y fundamental


respuesta del Papa es ésta: la medida es la verdad. Sólo a ella puede
la libertad seguirla libre-mente, sin renunciar a ser libertad. Pero
enseguida viene la siguiente pregunta: ¿qué es la verdad? La Encíclica
dice al respecto: la verdad, que orienta nuestro obrar, se encuentra
en el hecho de ser hombres. Nuestra esencia, nuestra "naturaleza", que
deriva del Creador, es la verdad que nos instruye. El hecho de que
nosotros mismos seamos portadores de nuestra verdad, se expresa con el
término "ley natural".

Este concepto, acuñado en la filosofía precristiana y


desarrollado por los Padres y por la filosofía y la teología
medievales en el mundo cristiano, tuvo una actualidad y una vigencia
extraordinaria al inicio de la época moderna. Los grandes filósofos
del derecho españoles y holandeses encontraron en el concepto de
derecho natural el instrumento para formular y defender los derechos

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de los pueblos no cristianos ante los abusos de los dominadores


coloniales. Eran pueblos que no pertenecían a la comunidad cristiana
de naciones, pero -así explicaron aquellos filósofos- no carecían por
ello de derechos, porque la naturaleza confiere derechos al hombre por
el hecho mismo de serlo. Todo hombre es, por su misma naturaleza,
sujeto de derechos fundamentales que nadie puede arrebatarle, por-que
ninguna instancia humana se los ha conferido: se encuentran en su
misma naturaleza en cuanto hombre.

La ley natural es ley racional

Hoy, sin embargo, rebrota continuamente la acusación de


que con el concepto de ley natural la Iglesia se vincula a una
metafísica superada, e incluso que se hace esclava del naturalismo o
de un biologismo obsoleto, por el que atribuiría valor de leyes
morales a simples procesos biológicos. La Encíclica se enfrenta con
decisión a estas críticas. El núcleo de su respuesta se halla en una
cita de Santo Tomás: "La ley natural... no es sino la luz de la
inteligencia infundida en nosotros por Dios" (n. 40).

La ley natural es una ley racional: tener inteligencia es


propio de la naturaleza del hombre. Cuando se afirma que la medida de
nuestra libertad es nuestra naturaleza, no se está excluyendo la
razón, sino que se le hace plena justicia. En este sentido, es preciso
tener presente lo que es propio de la razón humana, que no es absoluta
como la inteligencia de Dios: pertenece a un ser creado, y
concretamente a una criatura en la que cuerpo y espíritu son
inseparables; en fin, pertenece a un ser que se encuentra en una
situación histórica alienada, que influye sobre su capacidad de
razonar.

Contra la devaluación del cuerpo

El Papa subraya los dos primeros puntos en contraposición


a una mentalidad neo-maniquea, según la cual el cuerpo del hombre es
considerado como exterioridad biológica, que nada tendría que ver con
su modo específico de ser humano y por consiguiente con los bienes
morales. (...) La Encíclica se ocupa también de la problemática del
teleologismo, del consecuencialismo y del proporcionalismo. No puedo
tratar aquí con más detalle estas cuestiones: me limitaré a resaltar
algunas citas.

Las éticas criticadas distinguen entre bienes de orden

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moral (como el amor de Dios, la benevolencia hacia el próximo, la


justicia, etc.) y los bienes pre-morales, como la salud, la integridad
física, la vida, la muerte, la pérdida de bienes materiales, etc.
Aunque una acción lesione este último tipo de bienes, podría a pesar
de todo ser moralmente aceptable "si la intención del sujeto se
concentra, según una 'responsable' ponderación acerca de los bienes
implicados en la acción concreta, sobre el valor moral reputado
decisivo en la circunstancia... La especificidad moral de los actos
(...) vendría determinada exclusivamente por la fidelidad de la
persona a los valores más altos de la caridad y de la prudencia" (n.
75). En la medida en que todo lo corpóreo se inscribe en el ámbito de
los bienes puramente "físicos", "premorales", la moral se reduce a una
ética de buenas intenciones, que podrían por tanto justificarlo todo.

La Encíclica se opone con decisión a esta devaluación del


cuerpo. Esa visión reductiva de la naturaleza humana "se resuelve con
una división en el hombre mismo" (n. 48). Nos encontramos de hecho en
presencia de un nuevo dualismo, que priva al cuerpo de su dignidad y
por consiguiente también al espíritu de su cualidad humana específica.
Cuando el Papa explica que el lenguaje del cuerpo pertenece
estrictamente al lenguaje de la razón y que la ley natural se expresa
en la totalidad psicosomática de la persona, no hace más que defender
lo específicamente humano de la persona, lejos de cualquier biologismo
o naturalismo.

Con la mirada en Jesucristo

Para terminar, una breve mención al contenido del tercer


capítulo de la Encíclica, que aplica las indicaciones de los dos
primeros al contexto vital de la Iglesia y de la sociedad, y que
podría definirse como el capítulo pastoral del documento. (...) La
cuestión de la renovación de la vida política y social, de la
responsabilidad de los pastores y de los teólogos, son presentadas de
un modo no menos vigoroso y sentido que el problema central de nuestra
existencia. (...) Lo que dice la Encíclica a propósito de esto no es
sólo teoría: proviene de una experiencia, de la contemplación de un
misterio. Este fundamento profundo del texto se hace visible cuando el
Papa habla del "secreto formativo" de la Iglesia, del origen de su
vigor, que no se encuentra tanto en los enunciados doctrinales ni en
las advertencias pastorales a la vigilancia, sino sobre todo en "tener
la mirada fija en el Señor Jesús". En la contemplación de El y en la
escucha de sus palabras encontramos la respuesta a los problemas
morales (n. 85).

El hecho de que el Papa concluya la Encíclica con una

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meditación sobre María, la Madre de la misericordia, es algo más que


una piadosa costumbre. El Papa nos dice que la Virgen puede llevar
este título "porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como
Revelación de la misericordia de Dios... No vino a condenar sino a
perdonar" (n. 118). Solo con esta afirmación se completa la doctrina
moral cristiana. De ella forma parte la grandeza de las exigencias que
derivan de nuestra semejanza a Dios, pero también la grandeza de la
bondad divina, de la cual el signo más puro es para nosotros la Madre
de Jesús.

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