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Monasterio de Bouzy-La-Forêt
Conflicto y Reconciliación
“La vida común es imposible, ¡debemos agradecer que podamos pasar cinco minutos
reunidos en paz y buen humor!” Este arrebato de un Padre Dominico puede parecer un
desengaño, pero debe ser tomado como lo que es, un simple arrebato. Debemos reconocer,
sin embargo, que la vida en comunidad no es fácil, una realidad que experimentan las
familias y diferentes grupos de la sociedad. Por eso no me sorprende cuando alguien me
pregunta: “pero ¿cómo pueden ustedes, diez, veinte o cincuenta mujeres, vivir a diario todas
juntas?” ¿Qué es lo que permite que podamos mantenernos a pesar de los conflictos, qué es
lo que permite que el tejido comunitario se reacomode evitando que se rompa?
Los diversos tipos de conflictos que experimentamos en comunidad, pueden ser abordados a
partir de un texto de la Sagrada Escritura, que puede arrojar luz sobre las situaciones
consideradas.
II- Reconciliación
Entonces, ¿qué hacer frente a todos estos conflictos más o menos violentos? ¡El Evangelio y
la Regla hacen que parezca fácil! San Benito lo dice simplemente en el Capítulo 4: “Hacer
las paces antes de la puesta del sol” (RB 4,73). A menudo, encontramos que esto es posible.
Siempre es una alegría ver a nuestros hermanos y nuestras hermanas pedir perdón
individualmente o ante la comunidad en el Capítulo. Esta es la forma en que los pequeños
conflictos se resuelven, mediante la solicitud humilde y sincera del perdón y el ofrecimiento
del perdón. Esto hará comenzar de nuevo, sin la animosidad de rencores profundos y
capaces de durar toda la vida. Para mí es el signo tangible y concreto de que nuestra vida
comunitaria “no es una construcción humana, sino un don del Espíritu Santo”, como dice el
documento: La vida fraterna en Comunidad (1994, 8).
¿Y si el conflicto continúa? Vemos que éste es a veces el caso a pesar del perdón ofrecido y
aceptado. Sólo quiero señalar algunas cosas que pueden ayudar a la reconciliación.
a) La oración
b) La humildad
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humildad y en particular la práctica de la “satisfacción”. Cuando uno es vanidoso y ha
causado conflictos y desunión, es la humildad, es decir, el reconocimiento de su culpa y el
deseo de corregir, el que hará recomenzar y volver a poner a la comunidad de pie. San
Benito pide al abad, al mayordomo, al prior, a los artesanos del monasterio estar en guardia
y luchar contra el orgullo. ¿Por qué san Benito se preguntaría esto si no es porque sabe que
el orgullo engendra inevitablemente desprecio por los demás y serios conflictos? Es sobre
todo la negativa a reconocer los propios defectos, errores e ignorancia lo que envenena el
desacuerdo. También observamos que con gran humildad podemos decir muchas cosas a un
hermano o hermana. Aunque el capítulo 7 de la Regla habla poco acerca de la relación
fraterna, su importancia en la enseñanza de san Benito sugiere que la humildad es lo central
para construir una escuela del servicio del Señor. Es verdaderamente una escuela de amor
fraterno, sin la humildad realmente no podemos construir la comunidad. Y cuando
percibimos gran humildad en un novicio, creo que podemos aceptarle con mayor facilidad,
incluso si posee una fragilidad psicológica considerable. En mi opinión, la humildad puede
compensar en cierta medida fallas de temperamento, incluso doloroso, porque habrá
reconocimiento de la injusticia cometida, deseo de corregirla y, por tanto, capacidad de
perdonar y empezar nuevamente en el camino de la vida común. ¡San Benito no condena el
temperamento difícil, sino más bien el orgullo que hincha!
Es obviamente difícil progresar sin perdonar setenta veces siete. Es una actitud interior a la
que debemos dar forma poco a poco. La oración, el estudio de la Palabra de Dios y sobre
todo la contemplación de nuestro Dios, que sigue mostrando misericordia a su pueblo
rebelde, son los principales remedios para participar en este ambiente de perdón y de
esperanza en el otro que deseamos que cada día se renueve. Esto no sucede en un día, se
educa desde el noviciado, cuando la apertura del corazón permite que el maestro de novicios
despierte en los principiantes esta joya de la misericordia. Una joya con dos lados: ¡que
Dios tiene misericordia de mí a pesar de lo insoportable que pueda ser, el Señor me enseña a
llevar la carga de otros, y me apoya todos los días en su gran bondad! Es por el
conocimiento del propio corazón que aprendemos a amarnos unos a otros.
Por tanto, es importante mantener las oportunidades donde uno pueda pedir perdón y recibir
el perdón de la comunidad. Cuando existen tales lugares y tiempos, se facilita el proceso. El
Capítulo de las faltas actúa como mediador para ayudar a los que han hecho daño a la
comunidad a reconocer sus defectos. Hermanos o hermanas que tienen miedo de ir a su abad
o a aquellos a quienes han ofendido, sienten alivio y se sienten ayudados por el momento en
el Capítulo en el que pueden buscar el perdón por su ira, su negación de ser serviciales, su
mal humor. Algunas comunidades que han abandonado el Capítulo de las faltas, ahora
buscan momentos de reconciliación. Aunque a veces son mera formalidad, ¡es mucho mejor
que nada! Y soy testigo de que ocurren cosas maravillosas en el Capítulo, que
verdaderamente “el amor y la verdad” se unen y permiten el crecimiento personal de cada
miembro de la comunidad.
d) Las apelaciones
En Hechos 15 vemos que el conflicto permanece y que no se resuelve tan fácilmente dentro
de la comunidad de Antioquía. Se hace necesario apelar a externos: la autoridad de los
apóstoles y de los ancianos de Jerusalén es reconocida por todos; y dentro del colegio de los
apóstoles, la voz de Pedro tiene una importancia especial. Podemos indicar que Pedro es
garantía de unidad, mientras al mismo tiempo reconocer que su palabra no es
necesariamente la última palabra a la que nadie tiene derecho a replicar. Santiago tiene la
libertad para opinar sobre la propuesta de Pedro. Es un diálogo real, donde cada uno aporta
su parte, y donde finalmente se toma una decisión justa que neutraliza el conflicto.
Otro tipo de señal que también puede ayudar, es el lavado de pies, pequeña paraliturgia de
reconciliación, que algunos anfitriones proponen. Creo que es en las comunidades del Arca
de Jean Vanier, que el lavado de pies se ha restablecido a un lugar de honor y todos los
miembros de la comunidad lavan los pies unos a otros. No es sólo el abad, como es en
nuestras comunidades, sino todos los hermanos o hermanas lavan los pies unos a otros. Una
de las hermanas nos regala el siguiente testimonio: “La comunidad vivía un momento
difícil, estábamos pasando por una mala racha en la que los conflictos y malentendidos eran
abundantes. Alguien propuso a la comunidad el lavatorio de los pies y esto ha marcado a la
comunidad hasta el día de hoy, la comunidad fue realmente renovada”. Por otra parte, una
liturgia de reconciliación vivida en el Capítulo durante un retiro de la comunidad ha sido un
momento particularmente fuerte que permitió que algunas hermanas salieran de situaciones
latentes de conflictos para entrar en una situación de respeto mutuo, de ver las buenas
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intenciones en cada hermana y no sentirse cada vez desafiado por el otro. Hay un mayor
equilibrio en la relación; aún quedan algunas chispas, pero éstas no son capaces de
deteriorar la relación hacia una atmósfera venenosa de sospecha permanente. En esta
liturgia, el cuerpo se involucra: las hermanas son invitadas a ejecutar un gesto, traer un
objeto, trasladarse de una posición a otra y creo que es algo importante para tener en cuenta.
No era sólo un ejercicio de la Palabra, la Palabra debe ir acompañada de un gesto. Estos
gestos, esta participación y nuestro cuerpo de hecho pueden ayudar a cambiar nuestra
actitud. Esta mediación del cuerpo puede sacarnos de nuestro confinamiento, de nuestra
dureza habitual y abrirnos más fácilmente a la gracia de la reconciliación. El lavado de pies,
una liturgia de reconciliación donde el cuerpo está involucrado, puede tocar en nosotros
fibras más vulnerables dispuestas a aceptar la curación, áreas en las que tenemos menos
defensas preparadas para emerger cuando nos sentimos atacados y en donde el Señor pueda
pasar más fácilmente, como un ladrón que encontró el hoyo en la pared. También son
momentos muy excepcionales, ¡que no se pueden repetir todos los meses! En general hay
naturalmente sentimientos de disponibilidad para recibir la gracia que pueden pasar por esta
forma inusual de acercarse a nuestros hermanos o hermanas, entendiendo por supuesto que
no se hayan ¡atrincherados y armados hasta los dientes!
Conclusión
Incluso una comunidad herida es signo de la comunión Trinitaria. Esto debería hacernos
mantener viva la esperanza. El amor no es meramente buenas maneras. Lo importante es no
caer en el fatalismo, mantener la esperanza y creer que el perdón y la misericordia
terminarán por triunfar en los inevitables conflictos.
Y para concluir, plagiando el pregón pascual o Exultet que canta «¡Feliz la culpa que
mereció tal Redentor!», uno podría decir: “Feliz el conflicto que me ha permitido
comprender a mi hermana y a mí misma, que me ha permitido crecer en humildad y en
humanidad, a imagen del hombre perfecto que es Cristo, el amado Hijo del Padre”.