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Madre Marie-Caroline Lecouffe OSB

Monasterio de Bouzy-La-Forêt

Conflicto y Reconciliación

La Madre Marie-Caroline Lecouffe es priora del monasterio benedictino de Bouzy-la-Forêt


(Francia), priorato que pertenece a la congregación de Notre-Dame du Calvaire. Este
artículo es la conferencia que la Madre Marie-Caroline dictó dentro del contexto del
programa de formación para formadores de habla francesa “Ananías”. La conclusión del
artículo manifiesta apropiadamente su punto de vista teológico: “Incluso una comunidad
herida es signo de comunión trinitaria”

“La vida común es imposible, ¡debemos agradecer que podamos pasar cinco minutos
reunidos en paz y buen humor!” Este arrebato de un Padre Dominico puede parecer un
desengaño, pero debe ser tomado como lo que es, un simple arrebato. Debemos reconocer,
sin embargo, que la vida en comunidad no es fácil, una realidad que experimentan las
familias y diferentes grupos de la sociedad. Por eso no me sorprende cuando alguien me
pregunta: “pero ¿cómo pueden ustedes, diez, veinte o cincuenta mujeres, vivir a diario todas
juntas?” ¿Qué es lo que permite que podamos mantenernos a pesar de los conflictos, qué es
lo que permite que el tejido comunitario se reacomode evitando que se rompa?

Los diversos tipos de conflictos que experimentamos en comunidad, pueden ser abordados a
partir de un texto de la Sagrada Escritura, que puede arrojar luz sobre las situaciones
consideradas.

I- ¿Cuáles son los conflictos que vivimos dentro de las comunidades?

a) Conflictos de opiniones e ideas. Hechos de los Apóstoles, capítulo 15

Sobre este punto, un modelo apropiado aparece en Hechos 15 en Antioquía, en la


contraposición entre los hermanos provenientes del fariseísmo y Pablo y Bernabé. Dos
conceptos de salvación se oponen y los hermanos judaizantes no están necesariamente en
una fe errada. Ellos han nacido dentro del judaísmo y de tal manera moldeados por la Ley,
que les resulta difícil concebir la gratuidad de la salvación que Pablo ha descubierto. Ni
siquiera el conocimiento de Jesucristo puede dispensar a los recién convertidos de la
circuncisión y de la práctica de la Ley. No olvidemos que Pablo tuvo que ser derribado en el
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camino de Damasco, antes de abrirse a la salvación por la fe en Jesucristo. Lucas asimismo,
pacífico como lo es en general, no esconde el hecho del conflicto y de las graves discusiones
resultantes, en Jerusalén la discusión se hace vivaz. De aquí concluimos que una comunidad
cristiana no se caracteriza por la ausencia de conflictos, que arriesga caer en el totalitarismo
o en el sectarismo, sino que ella vive y atraviesa tales conflictos, inevitables como son
dentro de la vida social.

En nuestras comunidades provenimos de horizontes tan diversos que nuestras culturas


familiares, nuestras formas de pensar, nuestros prejuicios que confundimos con la verdad
misma, nos pueden llevar a enfrentarnos unos a otros antes que a enriquecernos. Los
prejuicios, los juicios apresurados o más sutilmente, las insinuaciones son todavía comunes
en nuestras comunidades para catalogar y etiquetar a nuestros hermanos y hermanas. Y hoy
que se conversa más en nuestros monasterios, estamos más expuestos el uno al otro.
Tenemos más oportunidad de mostrarnos; que es una cosa buena, pero sin embargo un arma
de doble filo, si no hacemos el esfuerzo para conocernos mejor y más íntimamente, más allá
de los juicios apresurados y de las acotaciones desenfocadas en los momentos de relajo o
incluso en una reunión de la comunidad. De hecho, nuestros intercambios comunitarios más
frecuentes nos llevan a la confrontación directa de todo tipo de temas acerca de los que, en
el pasado, solo habríamos tratado con un superior. El resultado es que los conflictos se
prolongan a veces por un tiempo considerable; no es fácil quitar de la cabeza de una
hermana o hermano juicios muy negativos expresados en una reunión de la comunidad, por
ejemplo. “¡Si eso es lo que ella (él) dijo, entonces eso demuestra que él o que ella es así!” o
“¡Al decir esto, ella (él) me hace sentir culpable y hace que me encierre en mi dificultad!”

La proliferación de los medios de comunicación promueve el expresar opiniones sobre todo,


que reflejan información antojadiza, cuya imagen son algunos sitios de internet o programas
radiales. Esto no ayuda necesariamente a emitir un juicio madurado en la oración y la
reflexión. No quiere decir que es mejor no saber nada, para evitar juzgar demasiado rápido y
mal, sino simplemente que el mundo de hoy nos obliga a estar atentos y entrenados para dar
un paso atrás, evitando que la masa de información que los medios de comunicación nos
transmiten puedan inducirnos al error.

El mayor pluralismo de ideas que vemos en nuestro mundo contemporáneo y que


necesariamente afecta a nuestras comunidades, el pluralismo también de teologías y
sensibilidades litúrgicas, pueden causar incluso los conflictos más graves ya que afectan lo
esencial de nuestras vidas, la expresión de nuestra fe, cuando no el propio corazón. La
política sigue siendo un tema prohibido en nuestras comunidades, pero ¡no ocurre lo mismo
con la formación bíblica, teológica, litúrgica, por suerte! Gracias a nuestras fuertes raíces en
el catolicismo, tenemos posiciones muy marcadas en temas que pueden parecer secundarios
a los demás. Y me parece que donde había una mayor uniformidad hace cincuenta años,
ahora hay mayor riesgo de confrontación porque hay menos garantías de autoridad - en
cualquier caso, es menos respetada como tal – lo que permite confiar a los espíritus, como
se ve claramente en Hechos 15, donde la voz poderosa de Pedro es capaz de silenciar a sus
oponentes.

b) Conflictos de poderes. Carta de Santiago, capítulo 4


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Estos son conflictos donde la responsabilidad personal está más comprometida, en donde
vemos el trabajo del mal, del pecado que habita en el corazón del hombre. Podemos leer
sobre esto en la carta de Santiago, en el Capítulo 4. Santiago intenta explicar de dónde
provienen los conflictos; que para él son la consecuencia de nuestra división interna entre
nuestra amistad con el mundo y nuestro amor a Dios. Preferimos el amor del mundo a
expensas de Dios, dejamos que nuestros malos deseos nos dominen. “¿Codiciáis y no
poseéis? Pues matáis” (St 4,2) Es el mecanismo de celos que socava el corazón humano y
puede llevar al asesinato. Es el caso de Caín y Abel. Si en nuestras comunidades no
llegamos tan lejos, los celos y la envidia cuando no se domestican adecuadamente, pueden
rápidamente generar conflictos insoportables que conducen a ambientes intolerables. Lo que
Santiago describe, por lo tanto no nos resulta ajeno, lo sabemos y vivimos. Si san Benito
coloca no matar entre las buenas obras, es que él claramente nos cree capaces de hacerlo, tal
vez no físicamente, aunque mediante nuestra lengua, palabras denigrantes y calumnias
capaces de si destruir al otro. Es la marca del pecado, tanto del propio, como el del otro en
nosotros. No somos completamente responsables de esta división dentro de cada uno de
nosotros. Si hemos sido demasiado marcados por el pecado de nuestros seres queridos hasta
el punto que esta división interna ha llegado a ser elemento permanente en nosotros, si el
abuso al que hemos sido sometidos ha tenido demasiada influencia en nuestra psicología
siendo niños, es posible que esto se manifieste en conflictos permanentes en la vida
comunitaria. Demasiadas fracturas abiertas no impiden una vida de seguimiento de Cristo,
pero sí tal vez una vida monástica. La vigilancia debe caracterizar el noviciado para
discernir si, a pesar de las mejores intenciones, no existen lesiones que impidan una vida
equilibrada. Poco importa si Santiago no hace la distinción moderna entre el pecado y la
discapacidad psicológica. En estas luchas de poder, se presenta con pleno vigor nuestro
malestar psicológico que, puesto en pocas palabras, restringe nuestra libertad para amar y
ser amados. Nuestra responsabilidad consiste en lo que hacemos con este desequilibrio: lo
trabajamos con aquellos a nuestro alrededor o ¿aceptamos enfrentarnos cara a cara y
aprender a vivir en armonía y comprensión con nosotros mismos y con nuestros hermanos y
hermanas?

c) Conflictos de personas. Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, 36

Estos conflictos, son para mí inherentes a nuestra humanidad. La incompatibilidad y las


diferencias que están produciendo constantemente chispas. La naturaleza de las diferencias
de carácter, en la forma de hacer las cosas y en la educación, pueden causar un sinnúmero
de conflictos grandes o pequeños sin culpa por ambos lados. Vemos este tipo de conflicto en
los Hechos, justo después del que acabamos de mencionar en Hechos 15, cuando Pablo y
Bernabé se enfrentan – aparentemente de forma muy violenta – por Juan, llamado Marcos
(Hch 15,39). El tranquilo Bernabé probablemente no podía trabajar por mucho tiempo con
el fiero Pablo. Es más bien una incompatibilidad de caracteres que impone su ley con
vehemencia e impide la vida común. La lejanía, la separación parece ser la única solución.
Esto es lo que Pablo y Bernabé hacen en Antioquía. Bernabé se embarca a Chipre llevando
consigo a Juan Marcos, mientras que Pablo recorre Siria y Cilicia consolidando las Iglesias.
Es interesante notar, sin embargo, que para las cosas esenciales ambos van de la mano:
ambos son enviados a Jerusalén para resolver el conflicto entre los hermanos de Antioquía.
Pero cuando se trata de un tema menor - aceptar la compañía de Juan Marcos - son
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incapaces de ponerse de acuerdo y tienen que separarse. Sabemos hasta qué punto podemos
alterarnos por las diferencias de temperamento, comportamiento y ritmo llegando a hacer
intolerable, convirtiendo la vida en común en una carga muy pesada. Cuando alguien es
naturalmente autoritario, es muy difícil hacer que trabaje con otro y el conflicto aparece
rápidamente. Alternativamente, para evitar conflictos, tenemos la tentación de dejarnos
atropellar y ¡esto no es necesariamente lo mejor!

II- Reconciliación

Entonces, ¿qué hacer frente a todos estos conflictos más o menos violentos? ¡El Evangelio y
la Regla hacen que parezca fácil! San Benito lo dice simplemente en el Capítulo 4: “Hacer
las paces antes de la puesta del sol” (RB 4,73). A menudo, encontramos que esto es posible.
Siempre es una alegría ver a nuestros hermanos y nuestras hermanas pedir perdón
individualmente o ante la comunidad en el Capítulo. Esta es la forma en que los pequeños
conflictos se resuelven, mediante la solicitud humilde y sincera del perdón y el ofrecimiento
del perdón. Esto hará comenzar de nuevo, sin la animosidad de rencores profundos y
capaces de durar toda la vida. Para mí es el signo tangible y concreto de que nuestra vida
comunitaria “no es una construcción humana, sino un don del Espíritu Santo”, como dice el
documento: La vida fraterna en Comunidad (1994, 8).

¿Y si el conflicto continúa? Vemos que éste es a veces el caso a pesar del perdón ofrecido y
aceptado. Sólo quiero señalar algunas cosas que pueden ayudar a la reconciliación.

a) La oración

Es obvio que un clima de fe y de oración es el motor principal de la reconciliación. Acabo


de decir que la comunidad es un don del Espíritu Santo. Debemos, por lo tanto, creer en el
poder del Espíritu que se desarrolla en nuestra debilidad, en nuestra dificultad de perdonar,
en nuestro rencor, para darse cuenta de las maravillas de la reconciliación. Es por confiar en
el Espíritu Santo que podemos pasar por conflictos largos, y esperar con paciencia que los
nudos se desaten. La oración continua, como la de la viuda importuna, es el signo de nuestra
paciencia, nuestra esperanza en el otro que puede cambiar, de nuestra fe en Dios, que puede
derribar las paredes de nuestra dureza o las de los demás. ¡Es así simplemente que las cosas
ocurren! He visto tensiones muy agudas que desaparecen a través de la perseverancia y la
oración de las hermanas que muy a menudo están en conflicto y con la oración de la
comunidad, que pacientemente soportó la pesada carga del conflicto.

b) La humildad

Pero la oración no es suficiente, si no se muestra un deseo de conversión, para reconstruir la


comunión rota y por lo tanto un desafío para revisar nuestras posiciones, lo que en el
lenguaje benedictino se llama humildad. El gran remedio para san Benito es, en efecto, la

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humildad y en particular la práctica de la “satisfacción”. Cuando uno es vanidoso y ha
causado conflictos y desunión, es la humildad, es decir, el reconocimiento de su culpa y el
deseo de corregir, el que hará recomenzar y volver a poner a la comunidad de pie. San
Benito pide al abad, al mayordomo, al prior, a los artesanos del monasterio estar en guardia
y luchar contra el orgullo. ¿Por qué san Benito se preguntaría esto si no es porque sabe que
el orgullo engendra inevitablemente desprecio por los demás y serios conflictos? Es sobre
todo la negativa a reconocer los propios defectos, errores e ignorancia lo que envenena el
desacuerdo. También observamos que con gran humildad podemos decir muchas cosas a un
hermano o hermana. Aunque el capítulo 7 de la Regla habla poco acerca de la relación
fraterna, su importancia en la enseñanza de san Benito sugiere que la humildad es lo central
para construir una escuela del servicio del Señor. Es verdaderamente una escuela de amor
fraterno, sin la humildad realmente no podemos construir la comunidad. Y cuando
percibimos gran humildad en un novicio, creo que podemos aceptarle con mayor facilidad,
incluso si posee una fragilidad psicológica considerable. En mi opinión, la humildad puede
compensar en cierta medida fallas de temperamento, incluso doloroso, porque habrá
reconocimiento de la injusticia cometida, deseo de corregirla y, por tanto, capacidad de
perdonar y empezar nuevamente en el camino de la vida común. ¡San Benito no condena el
temperamento difícil, sino más bien el orgullo que hincha!

c) La misericordia, una y otra vez

Es obviamente difícil progresar sin perdonar setenta veces siete. Es una actitud interior a la
que debemos dar forma poco a poco. La oración, el estudio de la Palabra de Dios y sobre
todo la contemplación de nuestro Dios, que sigue mostrando misericordia a su pueblo
rebelde, son los principales remedios para participar en este ambiente de perdón y de
esperanza en el otro que deseamos que cada día se renueve. Esto no sucede en un día, se
educa desde el noviciado, cuando la apertura del corazón permite que el maestro de novicios
despierte en los principiantes esta joya de la misericordia. Una joya con dos lados: ¡que
Dios tiene misericordia de mí a pesar de lo insoportable que pueda ser, el Señor me enseña a
llevar la carga de otros, y me apoya todos los días en su gran bondad! Es por el
conocimiento del propio corazón que aprendemos a amarnos unos a otros.

Tenemos que decir algunas palabras sobre el ejercicio concreto de la misericordia en


nuestras comunidades. A veces puede molestar a los más jóvenes pedir perdón delante de
todos, en el contexto formal del Capítulo. (Un día, una joven hermana no entendía por qué
no siempre era posible reconciliarse cara a cara con la hermana que había ofendido, ella no
entendía que pudiera sobreponerse al miedo simplemente a golpes de voluntad y que la otra
no siempre estuviera lista para el perdón. Si la herida es demasiado profunda, puede tomar
más tiempo aceptar una solicitud de perdón). Creo que es bueno mantener los espacios y los
momentos formales donde y cuando podemos pedir y recibir el perdón. Esto no reemplaza
necesariamente las reuniones cara a cara, pero permite que se cree una instancia de
mediación necesaria para que algunos se atrevan a iniciar un proceso de perdón y
reconciliación. San Benito explica en detalle la excomunión, es decir, la exclusión temporal
de la comunidad en diversos grados: es un modo de reparación para remendar el tejido
desgarrado y reducir el conflicto que ha separado al hermano de la comunidad. Ya no
practicamos la excomunión como san Benito la describe, por ejemplo en el capítulo 44. No
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aplicar a la letra las prácticas de la Regla, no deben hacer olvidar la idea de la satisfacción,
reparación, y al menos una demanda clara por perdón. El Padre Guillaume, ex abad de Mont
des Cats, muestra cómo la reparación puede ser la manera de reconstruir una relación real;
de lo contrario, negar la lesión, sólo empeora la situación a riesgo de llegar a una corrupción
de las relaciones en la comunidad. (Sur le chemin de liberté, commentaires de la Règle de
saint Benoit jour âpres jour, 2006)

Si actuamos como si nada hubiese pasado, no se está respetando ni a la comunidad ni a


aquel que abusó de la bondad de sus hermanos. Es un signo de no creer en el hermano, de
no darle el lugar que le corresponde. Pasar por alto fácilmente el incidente no permite el
crecimiento y, finalmente rompe la confianza mutua. La petición de perdón y de reparación
es decir: “Ya está, has recuperado tu lugar, eres más importante que tu culpa”. Es una base
sólida sobre la cual recomenzar. El hermano o la hermana que han caído en falta muestran
que han visto su culpa, que quieren salir y que la esperanza de la comunidad vuelve otra vez
a estar con él en lugar de encerrarlo en su debilidad. Si alguien reconoce sinceramente sus
errores o una dimensión difícil de su carácter, aunque no haga mucho por cambiar, puede
hacer evolucionar nuestra mirada sobre ella por medio del perdón. Se despierta más
fácilmente la misericordia de la comunidad y la aceptación de su personalidad, mostrando
que quiere cambiar y que cree en su conversión. Esto ayuda a toda la comunidad a creer en
él y mantiene un ambiente de esperanza para nuestros hermanos y hermanas difíciles.

Por tanto, es importante mantener las oportunidades donde uno pueda pedir perdón y recibir
el perdón de la comunidad. Cuando existen tales lugares y tiempos, se facilita el proceso. El
Capítulo de las faltas actúa como mediador para ayudar a los que han hecho daño a la
comunidad a reconocer sus defectos. Hermanos o hermanas que tienen miedo de ir a su abad
o a aquellos a quienes han ofendido, sienten alivio y se sienten ayudados por el momento en
el Capítulo en el que pueden buscar el perdón por su ira, su negación de ser serviciales, su
mal humor. Algunas comunidades que han abandonado el Capítulo de las faltas, ahora
buscan momentos de reconciliación. Aunque a veces son mera formalidad, ¡es mucho mejor
que nada! Y soy testigo de que ocurren cosas maravillosas en el Capítulo, que
verdaderamente “el amor y la verdad” se unen y permiten el crecimiento personal de cada
miembro de la comunidad.

d) Las apelaciones

En Hechos 15 vemos que el conflicto permanece y que no se resuelve tan fácilmente dentro
de la comunidad de Antioquía. Se hace necesario apelar a externos: la autoridad de los
apóstoles y de los ancianos de Jerusalén es reconocida por todos; y dentro del colegio de los
apóstoles, la voz de Pedro tiene una importancia especial. Podemos indicar que Pedro es
garantía de unidad, mientras al mismo tiempo reconocer que su palabra no es
necesariamente la última palabra a la que nadie tiene derecho a replicar. Santiago tiene la
libertad para opinar sobre la propuesta de Pedro. Es un diálogo real, donde cada uno aporta
su parte, y donde finalmente se toma una decisión justa que neutraliza el conflicto.

En nuestras comunidades, a mí me parece que el abad es a menudo la instancia de


apelación. Por supuesto él está dentro de la comunidad, pero posee una autoridad que puede
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ayudar a dos hermanos a aceptar la solución propuesta para acordar trabajar más o menos
juntos (hasta el próximo desacuerdo), debido a que esto es lo que se necesita del abad, en
cuyas manos ellos han depositado su voto de obediencia. A veces es imposible precisamente
porque hay un conflicto entre un hermano y el abad. En este caso es necesario elegir a la
persona que conoce bien a los hermanos y que puede actuar de mediador.

e) Los signos de fortaleza

Especialmente cuando hay un clima de conflicto particularmente complicado en el corazón


de una comunidad, podemos sugerir algunos gestos significativos que ayuden a abandonar
por un momento, la situación ordinaria de tensión y descubrir lo mejor del otro y apoyarlo
en aquello que nos resulta molesto.

Un período de Lectio compartida, un compartir a fondo alrededor de la Palabra de Dios,


puede ser una buena manera de ver que el otro también vive la Palabra de Dios, que está
listo para ser moldeado por ella, que es más que los defectos fácilmente visibles en la vida
cotidiana del monasterio. Un tiempo de compartir en comunidad las cuestiones
fundamentales que nos llevan a lo más profundo de nosotros mismos, para buscar lo mejor,
lo más verdadero, lo más bello también permiten una nueva mirada a los hermanos o
hermanas difíciles. En las reuniones habituales de nuestra comunidad acerca de los temas
clásicos de nuestra vida monástica como escuchar, obedecer, etc., el conocimiento mutuo
realmente se enriquece. Si tenemos el coraje de abrirnos en verdad y humildad, verdaderos
descubrimientos e incluso posiblemente admiración podemos desarrollar por encima de lo
que generalmente experimentamos hacia un hermano o hermana. Dado que estos
intercambios afectan la mayor parte de nuestras vidas, si se tratan en serio, pueden revelar la
profundidad de espíritu y por eso mismo transformar la imagen que damos de nosotros
mismos a nuestra comunidad. Y esto puede ayudar a otros a cambiar su criterio y así
neutralizar los conflictos. ¡Esto no es una receta mágica que funciona todo el tiempo! Pero
puede ayudar a una comunidad donde los conflictos personales o incluso conflictos de ideas
son recurrentes, porque podemos entender poco a poco por qué el otro siempre reacciona de
esa manera, al contrario de lo que me sucede a mí; descubrimos en qué se basan sus
creencias, por qué piensa de esta manera. Así, se abre mi mente y me ayuda a ver más
amplio y más profundo de lo que inicialmente haya podido juzgar.

Otro tipo de señal que también puede ayudar, es el lavado de pies, pequeña paraliturgia de
reconciliación, que algunos anfitriones proponen. Creo que es en las comunidades del Arca
de Jean Vanier, que el lavado de pies se ha restablecido a un lugar de honor y todos los
miembros de la comunidad lavan los pies unos a otros. No es sólo el abad, como es en
nuestras comunidades, sino todos los hermanos o hermanas lavan los pies unos a otros. Una
de las hermanas nos regala el siguiente testimonio: “La comunidad vivía un momento
difícil, estábamos pasando por una mala racha en la que los conflictos y malentendidos eran
abundantes. Alguien propuso a la comunidad el lavatorio de los pies y esto ha marcado a la
comunidad hasta el día de hoy, la comunidad fue realmente renovada”. Por otra parte, una
liturgia de reconciliación vivida en el Capítulo durante un retiro de la comunidad ha sido un
momento particularmente fuerte que permitió que algunas hermanas salieran de situaciones
latentes de conflictos para entrar en una situación de respeto mutuo, de ver las buenas
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intenciones en cada hermana y no sentirse cada vez desafiado por el otro. Hay un mayor
equilibrio en la relación; aún quedan algunas chispas, pero éstas no son capaces de
deteriorar la relación hacia una atmósfera venenosa de sospecha permanente. En esta
liturgia, el cuerpo se involucra: las hermanas son invitadas a ejecutar un gesto, traer un
objeto, trasladarse de una posición a otra y creo que es algo importante para tener en cuenta.
No era sólo un ejercicio de la Palabra, la Palabra debe ir acompañada de un gesto. Estos
gestos, esta participación y nuestro cuerpo de hecho pueden ayudar a cambiar nuestra
actitud. Esta mediación del cuerpo puede sacarnos de nuestro confinamiento, de nuestra
dureza habitual y abrirnos más fácilmente a la gracia de la reconciliación. El lavado de pies,
una liturgia de reconciliación donde el cuerpo está involucrado, puede tocar en nosotros
fibras más vulnerables dispuestas a aceptar la curación, áreas en las que tenemos menos
defensas preparadas para emerger cuando nos sentimos atacados y en donde el Señor pueda
pasar más fácilmente, como un ladrón que encontró el hoyo en la pared. También son
momentos muy excepcionales, ¡que no se pueden repetir todos los meses! En general hay
naturalmente sentimientos de disponibilidad para recibir la gracia que pueden pasar por esta
forma inusual de acercarse a nuestros hermanos o hermanas, entendiendo por supuesto que
no se hayan ¡atrincherados y armados hasta los dientes!

Conclusión

Incluso una comunidad herida es signo de la comunión Trinitaria. Esto debería hacernos
mantener viva la esperanza. El amor no es meramente buenas maneras. Lo importante es no
caer en el fatalismo, mantener la esperanza y creer que el perdón y la misericordia
terminarán por triunfar en los inevitables conflictos.

Y para concluir, plagiando el pregón pascual o Exultet que canta «¡Feliz la culpa que
mereció tal Redentor!», uno podría decir: “Feliz el conflicto que me ha permitido
comprender a mi hermana y a mí misma, que me ha permitido crecer en humildad y en
humanidad, a imagen del hombre perfecto que es Cristo, el amado Hijo del Padre”.

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