Vous êtes sur la page 1sur 148

' it < - y

, V

* s

. 'u. __ a-
PQ2521
T58
v. 1
FONDO >
RICARDO COVARRUBIAS
M ;•>¿ or/ Vy

TRABAJO

Núni, Cías.
N ú m . A-utor
Ivúm. Adg._
Procedencia »
Precio
Fecha '.
C l a s i f i c ó — ^ ^rf^,,,
Catalogó:
LOS CUATRO EVANGELiOt

OBRAS DE EMILIO ZOLA


DE VINTA EN ESTA CASA EDITORIAL

Naná 2 tomos
L'Assommoir. . 2 »
Teresa T{aquin . . 1 »
Los Misterios de Marsella. . 1 »
La Débâcle . . . . . 2 »
Lourdes »
» TRADUCCION
Taris . 2 »
DE
Fecundidad . . . . . 2 »
» LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)
Verdad »

Magdalena Feral. . 1
Sidonioy Mederico . 1 »

La confesión de Claudio . . 1 »
La Obra . 2 »
La fortuna de los Rougon. . 2 »
» jma
-AioUHSAyo^ or
W1172
BARCELONA
C a s a E d i t o r i a l Maucci.—Calle de Mallorca, 168.
Snoursal.—Calle Espoz y Mina 16 r M a u e o i Hermanos.—Cuyo 1070
MADRID }J) B BESOS AIRES
W

PROLOGO D E L T R A D U C T O R
FONDO _
RICARDO COVARRUB1AS

Zola es el primer novelista de su país, á mi ver, ert-


tre los vivos; y acaso también del mundo entero. Tols-
EDITORIAL MAÜGCI toy,, espíritu más profundo, no es tan fuerte ni tan
variado y abundante como Zola, con serlo mucho. Mi
alma está más cerca de Tolstoy que de Zola, sin env
bargo; tal vez, principalmente, por las fórmulas dog-
máticas en que Zola expresa sus aventuradas negacio-
nes. Para una traducción española de Resurrección-
de Tolstoy, escribí no hace mucho un prólogo, con un
entusiasmo que no necesitaba distingos ni reservas.
PAPILLA ALFONSINA Sin admitir, ni con mucho, todas las ideas de Tolstoy,-
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA admito su manera de ser religioso. A Zola, en un libro
como TRABAJO, sólo puedo traducirlo yo por espíritu
de tolerancia. Zola, en la forma á lo menos, aparece
aquí ateo; Zola es materialista, hedonista, y hasta
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA fraterniza, por fin, con el colectivismo y el anar-
quismo.
• " A L F O N S O RF.vrs
FONDO RICARDO COVARRUBIAS Yo creo en Dios, en el espíritu, en el misterio; y las
graves cuestiones sociales no creo que hoy se puedan
resolver científicamente; porque el adelanto humano,-
á tanto, no ha llegado todavía. Las rotundas afirma-
ciones de Zola sobre Dios, el alma, la evolución, el fin
de la vida, la llamada cuestión social, las rechazo, aún
mas oue ñor su contenido, ñor la inflexibilidad doi-
mátiea, Zola,- ootóo Augusto Córate, del cual es en bfime, pero desigual, por la composición', la grandeza
TRABAJO, en lo esencial, fiel discípulo, es un católico
del cuadro artístico; y, sobre todo, por la belleza in-
al revés; y así como se ha probado que el organismo mensa de algunos de los caracteres y de muchas de
social positivista era una iglesia católica, con su papa las más solemnes escenas.
Á la cabeza, el mismo Comte; la utopia de TRABAJO ea En este libro lo principal es el corazón; olvidemos
un catolicismo ateo y hedonista con su pontífice, Lu- las ideas metafísicas del autor (como él parece olvi-
cas. Y los fanáticos de la antigua cepa, los dogmáticos darlas tantas veces), olvidemos sus preocupaciones
del pasado, me dirán entonces, ¿por qué traduces antireligiosas, en que de modo tan lamentable con-
& Zola? • • • funde la religión con determinadas formas históri-
Por tolerancia; porque mi religión,- mi filosofía, sort cas, interpretadas con estrecho criterio; y olvidando
así. No me escandalizo. Yo creo en Dios, pero no creo ésto, y sin necesidad de olvidar su fourierismo redi-
que Dios sea una palabra. Creo en los deistas con el vivo y su anarquismo bonachón, porque ahí el peligro
signo negativo. Con el gran respeto que Zola me ins- no es grande, sigámosle en las sublimes páginas de
pira, creo que él no es ateo más que de nombre» puro amor—pero ideal, abnegado, amor que no «cul-
Todo su TRABAJO, con el amor necesario, la abnega- bute» á nadie—en que va mostrándonos los principa-
ción por felicidad suprema, «postula)) á Dios, como dicen les caracteres de su poema. Sí, poema. Le Réve otra
los filósofos. Sólo que es contradictorio poner la mayor vez, por muy distintos senderos. Las tres mujeres
dicha en la dicha de los demás, y después darnos como «evangélicas», como aquellas que Renán nos pinta vol-
contenido de la felicidad los placeres más ordinarios viendo á la obscuridad de la aldea, después de muerto
(aunque Zola no diga nunca sino «bonnheur», donde en Jesús; Josina, Sceurette y Susana, las divinas com-
rigor debiera decir «plaisir»). Pero bendigo estas contra- pañeras del apóstol, Lucas, son tres figuras ideales
dicciones de Zola, que son las que, según espero y¿ (pero «reales», verosímiles) del género santo de que
sobre todo, deseo, pueden llevarle, á fuerza de lógica,- tantos ejemplares nos dió el Cristianismo, y también
al alto esplritualismo, única morada digna de su alma algunos el paganismo, que nos dió v. gr. á Epicaris.
fervorosa, tierna, poética, que ya no sabe más que vo- Jordán, el ingeniero electricista, el santo del tra-
lar en torno del amor, de aquella caridad de que des- bajo, casi «tan» héroe del libro como Lucas (y como
confiaba, en IIqríSt. X ¿ ahora vuelve, dándole ptro. tipo, de mucho más color y dibujo); Morfain, el
nombre, titán reconocido, el Vulcano, como Zola dice, el obrera
que hace de su deber un dios; figura que recuerda las
W mejores de Víctor Hugo, en su género; son otros dos
' No es esté lugar a propósito para examinar TRA- caracteres que pueden admirarse como algo de lo
BAJO, señalando, como sus grandes bellezas, sus defec-
mejor que ha producido la milagrosa fecundidad
tos, artísticos y d e otro orden. Sin falacia, ni compro- creadora de este genio, que, llámese ateo ó lo que
miso, puedo áquí exponer mi juicio relativo á lo que, quiera, tiene la más poderosa fantasía y la más pro-
me parece excelente. funda ternura... al lado de defectos que, seguramen-
Creo que si Zola, prescindiendo de sus sistemáticas te, no se verían en una novela de Mr. Brunetiére, si
perífrasis, y hasta paráfrasis, á las que da, sobre todo éste creyese servir mejor a Roma escribiendo no-
en estos sus singulares Evangelios, (Fecundidad y¡ velas.
TRABAJO, por ahora) un valor simbólico, casi cabalís- * * *
tico, hubiera preferido atender buenamente á las
eternas leyes del buen gusto en la proporción; TRA- Zola nervioso, activo, no puede vivir sin una gran
BAJO hubiese sido lo que se¡ llama una obra maestra,-
empresa sistemática (es uno de los espíritus más sis-
si ntí jgQs e) fenguaje, ni stun poc el entilo, á veces su- temáticos de las letras contemporáneas; y, si todos lo
e 3 s
entendieran bien,- podría añadirse más «Unilaterales»). Flaubert resucitara no le reconocería. Inaugura suá
Necesita siempre su «œuvre», como él dice. Primero Evangelios; el primero, el de Mateo, es Fecundidad,
faé el naturalismo, entendido de modo parcial, ence- en que combate un gran vicio nacional en forma casi
rrado en dogmas sensualistas; era novelista, era crí- simbólica, en un cuadro que está, en rigor, fuera del
tico, era periodista, todo sin descanso y todo por na- espacio y fuera del tiempo; Fecundidad es grande y
turalismo, fuera del cual no había salvación. En Es- larga... Las voluntarias, intencionadas perífrasis, los
paña, tuvo el honor de ser el primero, allá en mi paralelismos y repeticiones, impacientan al lector
juventud, casi adolescente, que defendió las novelas frivolo; pero el libro es grande. Romántico, ideal,
de Zola, de entonces (para mí las mejores de las su- por supuesto. Vendrán más adelante los evangelios de
yas), y hasta su teoría naturalista, con reservas, como los otros dos hijos de Pedro Froment, Marcos y Juan,
un oportunismo, pero sin admitir la supuesta solida- la «justicia», y la ciencia, ó sea la «verdad».
ridad del naturalismo estético y del einpirismo filo- Ahora tenemos TRABAJO, el evangelio de Lucas.
sófico. En el Ateneo, en discusiones, en periódicos También en espacio ideal, como en un sueño; lo que
diarios y revistas (v. gr. «La Diana», de Reina), ex- es; con ese aislamiento del medio ambiente, que ca-
puse mis ideas antes que se publicara el libro de la racteriza el ensueño, y le distingue de la realidad,
señora Pardo Bazán, La cuestión palpitante, con un según psicólogos modernos. Se habla de París, de
prólogo mío. Era yo entonces, sin embargo, tan idea- todo el mundo actual, pero como en un aislamiento
lista como ahora, así como soy ahora tan naturalista de pesadilla; la Rumaña, en verdad, no linda con
como entonces. El gran genio, la fuerza inmensa de nada; Beauclair... está en una isla encantada, flotan-
Zola, en la primera mitad de los Bougón, era lo que te, aunque es de tierra adentro. Es una Atlántida, una
yo defendía ya con entusiasmo, sin reserva. Utopia, «Ciudad del Sol». En los pormenores Zola sigue
Después, Zola también quiso llevar su «sistema» al siendo naturalista, pero su plan general y sus prin-
teatro. Luchó con honra, pero no triunfó. En las úl- cipales personajes toman caracteres simbólicos, á veces
timas novelas de la serie Bougón-Macquart se le abstractos; su grandeza es á ratos sublime sin dejar
ve abrir cada vez más las alas, levantar el vuelo.... de ser humana y bien artística; á veces, el «esquema»
«Algo» pierde, pero «algo» gana. desnudo perjudica el arte.
De otras literaturas, llegaban á Francia ráfagas El tiempo se va contando por años, pero los años
de un arte docente, de aspiraciones filosóficas, sobre del ensueño son á su manera. Si se le echara la cuen-
todo de tendencias á los llamados problemas ''socio- ta á Zola, y no hay para qué, se vería que aquel' mun-
lógicos.—En Lourdes, Boma y París, Zola también do feliz que nos pinta al final, ha llegado demasiado
es ya novelista franca y directamente «sociológico». pronto, á juzgar por los años de los personajes que
Lourdes y Boma no ganan mucho con esto. París ya asistieron al principio del libro y asisten á la
recuerda más la garra del león, más «sociólogo» cuando apoteosis. No ha querido hacerlos Un viejos como los
es más artista, no cuando expone más teorías. patriarcas bíblicos, ha preferido condensar en pocos
Pero ahora Zola lleva su «obra» á la vida real; entra años mucha vida.
en el «affaire» con el papel principal que todos saben. En las ideas jurídicas, económicas, ' políticas, dé
Opínese lo que se quiera respecto del asunto Dreyfus, Zola, en TRABAJO, no entro. A mí no me asustan:
la nobleza y la lealtad y la abnegación de Zola en liego yo á algunas de ellas por caminos muy diferen-
todo esto poema «vivido», son innegables. ducció^° n ° P ° r p r o p a § a r l a s h e emprendido esta tra-
Zola ha vivido mucho cerca del pueblo. Ya su pre-
ocupación principal no es artística, es práctica. La SI TRABAJO no LE hubiera traducido yo lo hubiera
Mamada «cuestión soeiaJ» 1§ ocupa toda el alma. Si traducido otro t
^ 11 e*
¿Por qué he admitido el encargo? *
critor, ni en lenguaje, ni en estilo, pero tampoco creo
Por la tentación de servir modestamente a la len- ser la última palabra del credo, en estas cosas. Es
gua castellana. claro que hubiera sido mucho mejor, para Zola, para
,Y ahora llegq a lo que a mí me importa mas en los lectores de la .traducción y para el castellano, que
« t r e Prólogo. * * * de este trabajo se hubiera encargado un buen prosista
que tuviera, además, elegante y vigoroso estilo; pero
No traduzco á Zola por espíritu de propaganda; hay que contentarse con esta humilde medianía; su-
pues no participo de muchas de BUS ideas, aunque perior, sin duda, á las nulidades anónimas que están!
siempre le venero y admiro. Mas, al proponerme el convirtiendo gn un escándalo esta parte del comercio,
editor español esta versión española, que ha de publi- literario^
carse al mismo tiempo que el original francés, no he
podido menos de ver un noble ejemplo de amor á Porque no sé trata solo de los tremendos barba-
nuestra lengua y á la fidelidad del texto literario, en rismos y solecismos con que manchan sus traduccio-
el sacrificio que para el señor Maucci suponía pagar nes, sino de otra cosa que arguye no ya ignorancia,-
una traducción mucho más de lo que hubiera bas- sino malicia. Es el caso, que sin escrúpulo, se pres-
tado, para una de esas versiones en que nadie aparece cinde de la fidelidad en la versión,- y se deja sin tra-
responsable ni del daño que se pueda inferir al autor ducir graa parte del texto original. Libro reciente, y
¡ni del causado al idioma. Y he creído que debía yo muy sonado, he visto, que en la edición española era
imitar ese ejemplo, sacrificando también mis intere- poco más de la tercera parte del texto original. De
ses por cariño y respeto al gran novelista, y por amor esta mala fe es claro que puedo asegurar que estoy
y respeto al idioma castellano. Porque, hay que notar, libre. TRABAJO, eh español, es todo el libro de Zola;
que si la remuneración que recibo por este trabajo tal como ha pasado por mis manos en los pliegos
es muy superior á la ordinaria con que suelen con- ¡franceses, que guardo como prueba. :
tentarse los traductores ánónimos, no llega ni con mu- Muy lejos estoy de tener por buena mi traducción^
cho á recompensar lo que pierdo abandonando mi tra- No sólo creo que otros la hubieran hecho mucho me-
bajo de siempre en la prensa, casi por completo, para jor; sino que estoy seguro de que yo mismo hubiera
dar concluida la traducción dentro de un plazo an- presentado algo menos indigno de Zola y de mi idio-
gustioso. ma, si hubiese podido disponer de más tiempo, y con;
más salud de la que ahora tengo. '
En lo que acabo dé décir es claro que ya habrá No será un arco do iglesia, pero tampoco es grano»
visto la malicia, vanidad y propia alabanza. Pero, sin de anís una traducción, mediana á lo menos, de una;
prisa, voy á demostrar que no hay nada de eso. Que novela de Zola, como TRABAJO, á una lengua como la
el editor pueda equivocarse creyendo que yo debo tra- gspafiola.
ducir algo mejor que quien le ofrece el mismo trabajo No es fácil siempre ser fiel al genio qíie anima iel
por treinta duros, no quita la generosidad de su pro- estilo de Zola, y al genio del habla castellana. En la
pósito; y, con la intención, ya ha dado el buen ejemplo duda, he preferido seguir al autor, las más veces. No,
con que pudo edificarme. Que yo crea que puedo tra- no es éste un libro castizo, que firmara un purista,-
ducií mejor que suelen hacerlo esos pobres truchi- i qué ha de ser! Y no sólo por ia ciencia y el arte que
manes, víctimas del «sweating-system», no me parece tno falten, sino porque, con deliberado propósito, y
gran vanidad, y antes pienso que sería falsa modestia teniendo en cuenta que se trata de un libro popular,-
no atreverme a decirlo. Todos sabemos qué horrores he atendido, más que á escrúpulos lingüísticos, que
se cuentan, y se demuestran, de muchas traducciones á veces tengo, al deber de dar al lector español que
que se han leído no poco. No me tengo por buen es- le
@ ea francés* & mayoría, «lo más de ¿ola», que
w 13 «
pudiera. Por seguirlo, he hablado de un modo meta- pero no «pudelador» ni «pudelaje». ¿Por qué? ¿Por qué
fórico, á veces, que no es de corte muy castellano, ni se usan más que pudelación?... Dejemos ya á la Aca-
yo empleo cuando escribo por mi cuenta. No pudien- demia.
do siempre conciliario todo, he huido más de parecer Para salir de los apuros técnicos, preferí recurrir
frío y pedante á la mayoría, que de litó censuras de á muy doctos ingenieros y artilleros, que me facili-
la minoría, muy escasa* do los puristas.—Pero así y, taron noticias, y pusieron en mis manos obras como
todo, creo que el lector ha de notar alguna diferen- estas: «Sitjes. Tecnología popular.—De la Llave. Lec-
cia entre mi prosa y la que suele ser corriente en fo- ciones de Artillería (2 tomos. Atlas).—Barinaga. Cur-
lletines y traducciones de pacotilla, anónimas. so de metalurgia especial.—Rodríguez Alonso, Trata-
Y ahora, vamos á hablar mal del Diccionario de do de siderurgia;» etc., etc.—Según las indicaciones de
la Academia, que bien lo merece. mis asesores, y el modo de emplear el tecnicismo esos
Si no fuera un tormento, haría reír el verse, como y otros autores, he convertido en español el francés de
yo me he visto muchas veces, decidido á ser ortodoxo Zola, en toda esta parte en que la Academia me daba
de la Academia y fiel al texto francés, luchando entre tan poca luz. En lo demás, hasta con una especie de
nuestro léxico oficial y otros, de mucho renombre,- amaneramiento y por luchar con la dificultad he pro-
pero que no citaré, en los que se pretende ofrecernos curado atenerme á la Academia, siempre que no ha sido
una justa correspondencia entre las palabras españo- materialmente imposible.
las y las palabras francesas. He dicho antes que la traducción es fiel. En efecto
El calvario que generalmente hay que recorrer, es no falta m una idea do Zola. Podría añadir que, si
éste: Palabra francesa cuyo significado español exac- no literal, porque eso no sería literario, mi versión
to se busca: los diccionarios «acreditados» dan una des- es casi exacta. Respetando la retórica del autor, le
cripción (que no necesitamos) de la cosa, pero no el be seguido hasta cuando busca efectos en amplifica-
equivalente español en otra palabra. Otras veces, sí ciones repetidas, y hasta, muchas veces, en el empleo
lo dan. Pero, va usted á' ver si la Academia admite de muchos de esos vocablos expletivos—á veces ni
aquel vocablo; y, en efecto, no lo admite. Ya decía esto-que en Francia suelen condenar los preceptis-
un ilustre académico, muy reaccionario, que atenién- tas; como v. gr. los condenaba hace poco Mr Dou-
dose al diccionario do la casa, no se podía ni escribir nuc en la «Revue des deux mondes», censurando al
una carta. ¡Pues qué será .traducir una novela de Zo- poeta Ver ame por el empleo de ...«chevilles»: «en som-
la, cuya primera parte está cuajada de términos técnicos me», «certes,» «sans doute,»... De esto hay mucho en
í - n o todos técnicos—de la metalurgia moderna. 1 RABA JO, y muchas veces yo lo he respetado, otras no.
Atrasada va la industria española, pero no tanto
como la supone la última edición del diccionario aca- zola, no sólo fia á las repeticiones casi cabalísticas
démico. y como haeraticas ciertos misteriosos efectos (en Fe-
Las deficiencias y falta de lógica del léxico oficial,- «undxdad y en TRABAJO, sobre todo), sino que parece,
más que á la ignorancia, hay que atribuirlas muchas S s o M o ; ?eSCOnflar d e l a m e m 0 r i a en
veces al capricho y á la desidia. Lo probarán algunos absoluto, y casi siempre, cuando recuerda algún epi-
ejemplos. La Academia admite «hulla» (|no faltaba sodio de atrás, lo reproduce; y á cada personaje \ a
más!) pero no derivado alguno de esta palabra. De r ; r a ' r , c a a D i 0 v u e i v e ¿ k ^ s u o«™, y i c o
modo que «hullero», «hullera», no son voces españolas. nocido, y de las seuas personales. Por algo será todo
|Y la riqueza «hullera» hace millonarios en mí tierral esto; y yo lo respeto muchas veces; no todas
Millonarios con barbarismos. » Tampoco debe de creer Zola que la composición
Ahora la Academia ya admite «pudelar, pudelación»; h r T L t ^ r , ^ P0C° ™ ^ sobre todo pala*
tras, según el final se acerca. Las repeticiones más
prolijas y menos necesarias laá deja en está obra ]JSffi sino dé distracción, no corregida. No cabe duda, al
la última parte. Yo, en este punto, sin faltar á la lejj pobre traductor se le manda el original sin cepillar.
principal, la fidelidad, sin dejar do «repetir» una idea Y yo, por mi parte, protesto. Y el editor español deí
«repetida», he procurado reducir, en esta parte del libro biera quejarse. •
principalmente, las perífrasis y las paráfrasis á las Y basta de prólogo. Sin gran impaciencia, he ha-
palabras substanciales, sin omitir nada de lo que pue- blado de estas que á muchos parecerán ridiculas me-
da ser pensamiento, emqción, color, fuerza, dibujo; nudencias, porque doy por hecho que todas estas pá-
Pero al leer v. gr.,- por tercera ó cuarta vez, un re- ginas mías las habrán saltado los más de los lectores,
sumen del fourierismo; me he atrevido á ser conciso sobre todo, los que van á buscar en «Beauclair» el país
por mi cuenta, sin mengua del programa de Fourier; del ensueño, el «ideal», la «utopia de hoy realidad de
ni de las explicaciones de su nuevo apóstol. mañana.»
Y ahora me entra el temor do que Zola, al repasar, Me lavo las manos. Feliz yo si evito que todas estas
por última vez las pruebas,- haya cortado ó abreviado doctrinas anarquista», materialistas, mezcladas con ideas
algo, que yo no he podido cortar ó abreviar. Porque do amor y justicia, grandes y hermosas, lleguen al
conviene saber, que de Francia no llegan á poder del pío lector con tantos galicismos como serían de temer,
pobre traductor español pliegos absolutamente corre* si el libro lo hubiera traducido, por treinta duros, al-
gidos, «nec varietur», como debiera ser, si se respes gún hambriento do esos que tienen, en efecto, derecho
tara nuestro modesto derecho de literatos, aunque hu* ai no creer en los fueros del leifguaje nacional.
mildes.
A disposición de quien !o dude, tengo los pliegos
CLARÍN.
que se me han enviado como original, para traducir*
y puedo afirmar que en francés tendrán que ser más?
corregidos* .
Pruebas. Muchas veces la construcción de! período
resulta sin lógica ni gramática, por enlazar con una
simple copulativa,- lo que no puede ir así enlazado*
No hay división racional de los párrafos. Hay palabras
que no significan nada, renglones- cambiados, y otra
porción de adefesios que anuncian la falta de correc-
ción definitiva de pruebas.
Un personaje que en toda la novela se llama An-
tonieta, de repente, en algunas páginas, se llama En-»
riqueta. Zola no ha podido dar eso por «corregido».-
Tampoco creo yo que Zola deje pasar «viejos precoces»^
ni «casas y edificios», ni «vegetales y árboles». Sé poco
francés para asegurar que en la lengua de Voltaire
n o pueden pasar estas licencias, pero es claro que
en castellano no las he admitido.
De lo que estoy seguro es de que Zola, á' los cuatro
renglones de haber dicho «se hicieron más casas,» n o
querrá volver á decir «se hicieron más casas». Aquí
no 30 trata de una des sus repeticiones voluntarias;
TRABAJO
LIBRO PRIMERQ

En su paseo á la ventura,- Lucas Froment,- al salir


de Beauclair, había subido por el camino de Brias
que sigue la garganta por donde se desliza la corrien-
te del Mionna, entre los dos promontorios de los Mon-
tes Bleuses. Al llegar delante del Abismo, nombre que
dan en el país á la fábrica de aceros de Qurignon, dis-
tinguió en el puente de madera dos bultos negros mi-
serables, arrimados al pretil, medrosos. Se le oprimió
el corazon Eran, una mujer que parecía oculta bajo
una toquilla de lana en jirones, y un niño de unos seis
anos, de rostro pálido, medio desnudo, metido por las
faldas de la muchacha. Ambos con los'ojos fijos en
la puerta de la fábrica, aguardaban inmóviles, con la
paciencia sombría de los desesperados.
Lucas se había detenido, mirando también. Iban &
hfm f - S Í l a , l u z y a m e n g u a b a en aquella tarde
húmeda, tosté, de mitad de Septiembre. Era sábado,
£r<abajo,—-Tomo I»— &
« 18 a xa E9
y desde el jueves no había cesado la lluvia- Ya; no Bajo la fuga loca de las nubes enlutadas, el Abiff
llovía; pero un viento impetuoso continuaba persiguien- mo extendía el montón sombrío de sus edificios 55
do en el cielo á las nubes de hollín, harapos por donde cobertizos. Era el monstruo, que brotó allí, y p©co>
se filtraba un crepúsculo sucio, amarillo, de mortal á poco se había ensanchado como un pueblecilío. En
tristeza. El camino, surcado de railes, de gruesos gui- el color de los tejados que se alzaban y prolongaban
jarros desunidos por los continuos acarreos, arrastra- en todas direcciones, se adivinaban las edades suce-
ba un río de lodo negro, todo el polvo disuelto de las sivas de los edificios. Llenaban ya varias hectáreas, y
próximas minas de hulla de Brias, cuyos chirriones des- trabajaban allí un millar de obreros. Las altas piza->
filaban sin cesar. Este polvo de carbón había enne- rras azuladas de los grandes talleres, de vidrieras apa-
grecido con su luto la garganta entera, fluía en charcos rejadas, dominaban las antiguas tejas, ennegrecidas, de
y chorreaba sobre el montón, como leproso, de los xas primeras construcciones, mucho más humildes. Por
edificios de la fábrica; y hasta parecía manchar las nu- encima, desde el camino, se distinguía, en hilera, las
bes sombrías que pasaban sin fin, cual si fueran humo.; colmenas gigantescas de los hornos de cementar,' y
Una melancolía de desastre soplaba con el viento; la torre de templar,• de veinticuatro metros de altura,-
se hubiera dicho que aquel crepúsculo agitado y obs- donde los grandes cañones, derechos y de un golpe,-
curo traía consigo el fin de un mundo. eran sumergidos en un baño de petróleo. Más arriba
Al detenerse Lucas á los pocos pasos de la mujer todavía, humeaban las chimeneas de diversa altura,-
y del niño, oyó que éste decía con aire despierto y una selva, que mezclaba su alienta de hollín al hollín
resuelto, ya de hombrecillo: volante de las nubes, mientras que los delgados tubos
—Oye, tú, ¿quieres que yo le hable, hermana? Pue- de escape lanzaban á intervalos regulares los blancos
de que eso le ponga menos furioso. penachos de su respiración estridente; parecía el ale-
Pero la mujer respondió: tear de un monstruo, en torno del cual el polvo y los
—No, no; esto no es cosa de chiquillos. vapores que de él se exhalaban eran como una nube
Y siguieron esperando, silenciosos, con aquel aire continua del sudor de su faena. Sentíase también el
de resignación inquieta. latir de sus órganos, los choques y gruñidos frontales*
Lucas miraba al Abismo. Lo había visitado, por cu- los golpazos acompasados de los martillos pilones re-
riosidad de hombre de oficio, cuando por primera vez sonando como campanadas, que hacían temblar la tie-
había pasado por Beauclair, en la última primavera. rra. Y más cerca, junto al camino, en el fondo de un'
Y en las pocas horas que llevaba allí, por la repentina reducido edificio, una especie de cueva donde el pri-
llamada de su amigo Jordán, había sabido pormenores mer Qurignon había forjado el hierro, se oía el bailo
de la horrorosa crisis por que acababa de pasar el violento y empeñado de dos martinetes, que latían
tais: una terrible huelga de dos meses: ruinas acumu- como pulso del coloso, todos cuyos hornos otra vez
f adas por ambas partes; la fábrica perdiendo con el
trabajo parado, los obreros medio muertos de hambre,
lanzaban llamaradas, devorando vidas.
En la bruma crepuscular,- rojiza y como deíseSpe*
con más rabia ahora, por su impotencia. Hasta el jueves, rada que invadía poco á poco el Abismo, ni una lám-
la antevíspera, no había vuelto á empezar el trabajo, para eléctrica alumbraba todavía los patios. Ninguna
después de concesiones recíprocas, furiosamente deba- luz en las ventanas polvorientas. Una llama intensa*
tidas y arrancadas con gran esfuerzo^ Y los obreros única que salía de uno de los grandes talleres, por
habían vuelto, sin gusto, no apaciguados, como ven- una ancha portada,- atravesaba la sombra,- con un lar-
cidos á quien exaspera su derrota, y que sólo guar- go chorro de astro en fusión. Sin duda, algún maes-
dan en el corazón el recuerdo de sus padecimientos tro pudelador acababa de abrir la puerta de su horno á
v el ansia de vengarlos. Ninguna otra luz¿ n | si<pO§ra x m SkÍ?E3 RV&fei
ntincáaBa el imperio del fuego; el fuego que rugía en bargo,- tardaron los obreros en aparecer; la mayor par-
la ciudad tenebrosa del trabajo, el fuego interior que te habían pedido un anticipo, aunque el trabajo sóloi
la abrasaba toda, el fuego domado, esclavo, que doblaba se había reanudado desde el jueves; pero á esto obli-
y daba forma al hierro, como blanda cera, entregando gaba el hambre, que era mucha en los hogares, des-
al hombre el reino de la tierra desde los primeros- pués de dos meses de terrible huelga. Al fin se les
yulcanos que lo habían conquistado. vió salir, desfilando, uno á uno, en pequeños grupos,-
El reloj de- la torrecilla, cuya armadura se levan- la cabeza gacha, sombríos y con prisa, oprimiendo en
taba sobre el edificio de la administración, dió la3 el fondo del bolsillo las poeas monedas de plata ga-
seis. Y Lucas oyó otra vez al niño miserable que nadas con tanta pena, que iban á llevar un poco dé
decía: pan á los hijos y á la esposa. Y desaparecían por el
—Oye,- hermana,- ya van á salir. negro camino.
— Sí, sí, ya lo sé —respondió la joven. ^ E s t a t ó —Ahí está, hermana—murmuró el niño,^-mírale, está!
quieto. con Bourron.
En el movimiento que había hecho para detenerle,- —Sí, sí, cállate.
la desgarrada toquilla se le había separado un poco Dos obreros acababan de salir, dos compañeros pu-
del rostro, y quedó Lucas sorprendido de la delica- deladores. El primero, el que estaba con Bourron, lle-
deza de sus facciones. Seguramente no tenía veinte vaba la chaqueta de paño al hombro; tendría veinti-
años. Rubios cabellos en desorden, un mísero rostro séis años apenas, rojo de pelo y barba, más bajo que
encendido que le pareció feo, con ojos acules maltra- alto, de músculos sólidos, la nariz corva, bajo una
tados por las lágrimas, una boca pálida de amargo frente prominente, duras las quijadas, salientes los pó-
sufrimiento. ¡ Y qué cuerpo delicado de jovenzuela,- mulos, pero risueño, agradable, lo que hacía de él
bajo el vestido gastado, viejo! Con brazo tembloroso un conquistador. Bourron, con cinco años más, llevaba
y débil, apretaba contra su falda al niño, su hermano puesta la chaqueta ya vieja, de pana verdosa. Era un
menor, sin duda, rubio como ella, muy mal peinado mocetón seco y delgado, con cara de caballo, largas
también, pero de aspecto más fuerte y resuelto. mejillas, barba pequeña, ojos rasgados, todo lo cual
Había Lucas sentido crecer su compasión, mientras expresaba el humor tranquilo de un hombre manso,-
aquellos tristes seres recelosos, empezaban á inquie- siempre dominado por algún compinche.
tarse al ver á aquel caballero que se había parado y De
los examinaba con tanta'insistencia. A ella sobre todo, una mirada, Bourron, había distinguido a la po«
parecía molestarla aquella atención de un mozo de bre mujer y al niño, al otro lado del camino, al extre-
veinticinco años, tan alto, tan guapo, do hombros -for- mo del puente de madera. Y al verlos, dió un codazo
nidos, manos anchas, con cara de salud y de alegría,- á su compañero.
cuyas facciones bien señaladas, dominaba una frente —Mira, Ragú, mira. La Josina y Nenet están allí.
recta, en forma de torre, la torre de los Froment. Ponte en guardia si no quieres que te fastidien.
Miró la joven á otro lado, al ver fijos en ella los ojos Ragú, rabioso, apretó los puños.
negros del joven, francos, muy abiertos, mirándola de —iMaldita pécora! Ya me aburre; la he plantado
frente. Luego, aun arriesgó una mirada furtiva, y al en la calle.... Vas á ver lo que es bueno, si se me
ver que entonces él sonreía con bondad, retrocedió un cuelga otra vez del pescuezo.
poco la muchacha, con la turbación de su gran infor- I Parecía un poco ébrio, como solía estarlo los días
tunio. que pasaba de los tres litros, de que decía necesitar,
Sonó una campana, se notó movimiento en el Abis- para que la hoguera del horno no le secara la piel.
mo, y empezó la salida de los relevos de día. Sin em- Y en esta semiborrachera, le movía, sobre todo «
e 2 2 a e s 23 e»
«Jara© cruel de hacer ver á uu compañero cómo tra-
taba él á las mujeres, cuando ya no las quería. dejarte; no Id hay <»me elU para saeaf al fiad® los
—Verás, la voy á pegar á la pared. ¡Me tiene euartos.
harto. Los cuatro, parados sobre el lodo pegajoso del ca-
Josina, con Nanet arrimado á las faldas, se había mino, callaron y saludaron. Vió Lucas venir por «1
acercado suavemente, medrosa. Pero se detuvo al ver andén, sentado en un cochecito, que empujaba un cria-
¿ otros dos obreros juntarse á Elagú y á Bourron. do, á un señor de edad, de ancha cara, de grandes
Eran del relevo nocturno y venían de Beaucjair. facciones regulares, á que servían de marco largos
El de más edad, FauGhard, un moco de treinta años,- cabellos blancos. Había reconocido á Jerónimo Quri-
que parecían cuarenta, era un arrancador, ya una rui- gnon, el señor Jerónimo, como le llamaba toda la co-
na por causa del trabajo voraz; el rostro curtido, que- marca, el hijo de Blas Qurignon, el obrero tirador,-
mados los ojos, el corpachón cocido y como lleno de fundador del Abismo. Muy viejo, paralítico, se hacía
nudos, gracias al calor de los hornos de crisol, de pasear de aquel modo, en todo tiempo, sin una pa-
donde sacaba el metal en fusión. El otro, Fortunato, labra. Aquella tarde, al pasar delante de la fábrica
su cuñado de diez y seis años, que apenas parecía para volver á casa de su hija en la Guerdache, una
doce, de tan míseras carnes era, flaco el rostro, el quinta próxima, con una simple seña había dado or-
pelo descolorido, parecía no haber medrado, como si den al criado para ir despacio. Y con ojos aun claros,
lo fuera consumiendo su maquinal tarea de peón, siem- vivos y profundos, miraba detenidamente al monstruo
pre sentado junto á la palanca, que penía en marcha que trabajaba, á los obreros de día que salían, y á
un martillo zinglador, aturdido por el humo y el es- los obreros de noche que entraban bajo el turbio cre-
trépito que le cegaban y ensordecían. púsculo que caía del cielo lívido, manchado por ia
fuga loca de las nubos. Después su mirada se detuvo
Llevaba Fauchard al brazo una cesta vieja de mim- sobre la casa del Direcior, un edificio cuadrado en me-
bres, y se había detenido paya preguntar á los otros dio do un jardín, que él mismo había hecho construir
dos con voz sorda. cuarenta años antes, y donde había reinado como rey
i- —¿Habéis cobrado? - V? 71." -"- conquistador, ganando millones.
Ragú, sin responder, se golpeó el bolsillo, en que —Al señor Jerónimo no le faltará el vino esta no-
resonaron las monedas de cinco francos. Fauchard hizo ches—dijo Bourron con zumba en voz más baja.
5 n gesto de anhelo desesperado. Ragú se encogió de hombros.
. —1 Rayo de Dios! Y decir que tengo que apretar- —Ya sabéis que mi bisabuelo era compañero del
me la barriga, hasta mañana por la mañana. Y esta padre del señor Jerónimo. Dos obreros, ni más ni
noche vuelta á estallar de sed, oomo mi mujer, cuan-- menos, que estiraban aquí el hierro juntos; y la for-
to antes, no haga el milagro de traerme la ración. tuna lo mismo podía venirle á un Ragú que á un Qu-
La ración de éste eran cuatro litros cada día ó rignon. Cosas de la suerte, cuando no del robo...
cada noche de trabajo; nada más lo suficiente según —Cállate—murmuró otra vez Bouxron,-«no te me-
él, para humedecerle el cuerpo; de tal modo los hornos tas en líos.
Je sacaban de la carne el agua y la sangre. Miró de- Se le fué á Ragú la valentía, y al pasar el señor Je-
sesperado á su pobre cesta vacía, donde so zarandeaba rónimo, delante del grupo, mirando á los cuatro, con
jm solitario pedazo de pan. Cuando le faltaban sus aquellos ojos grandes, fijos y claros, le saludó otra
cuatro litros, era el acabóse, la negra agonía en el vez con el respeto medroso del obrero que desea gri-
trabajo abrumador, que se hacía imposible. tar contra el patrono, pero que tiene la añeja escla-
«xjQahh-dijo afeble B o t a o s , » f í o ya tu mujer á vitud en la sangre, y tiembla delante del dios sobe-
rano, de quien todo lo espera. Siguió el criado e n
e 21 s
pujando lentamente el cochecillo,- y el señor Jeróni-
mo desapareció por el negro camino, que bajaba á' do quieras... Mira, ya es de noche; no querrás que
Beauclair. durmamos en la calle.
—|Bah!—concluyó filosóficamente Fauchard.—No es —iLa llave,- la llave! Ni la tengo, ni te la daría
tan feliz en su butaca de ruedas, y además, si todavía aunque la tuviera..... Pero, ¿no comprendes que ya
comprende Jas cosas, no le hará gracia todo lo que estoy harto? ¿que ya no quiero nada contigo? ¿que
ha pasado. Cada cual tiene sus penas... jAh, rayo de bastante ha sido morirse dos meses de hambre jun-
Dios! [Si Natalia me trajera el vino! tos, y que puedes irte con la música á otra parte ?
Y entró en la fábrica llevándose á Fortunato,- que Todo esto se lo arrojaba á gritos á la cara, violento;
nada había dicho, siempre con aire estúpido. Sus hom- salvaje; la pobre niña toda temblaba, por tanta inju-
bros, ya cansados se perdieron en la sombra que cre- ria, pero se obstinaba suavemente, con la terquedad
cía, invadiendo los edificios. Ragú y Bourron echaron resignada de los miserables, que ven abrirse la tierra
á andar, corruptor el uno del otro, en busca de cual- & sus pies.
quier taberna del pueblo. Bien se podía beber un trago — | 0 h ! ¡qué malo eres, qué malo eres! Esta no-
y reír un poco después de tanta miseria. che cuando vuelvas á casa, hablaremos. Me iré ma-
Lucas, que se había detenido por compasiva curio- ñana si es preciso. Pero hoy, hoy nada más, dame la
llave.
sidad, arrimado al pretil del puente, vió á Josina mo-
verse otra vez con marcha vacilante, para cerrar el La rabia se apoderó de Ragú, sacudió á la joven
paso á Ragú. Pudo creer primero que tomaría por y la echó á un lado con brutal ademán.
el puente y se volvería á casa, pues este era el camino —|Rayo de Dios! | L a calle es libre! [Véte á man-
recto del antiguo Beauclair, un sórdido montón do ca- dar llover! ¡Te digo que esto se ha acabado!
suchas, en que habitaban la mayor parte de los obre- El pobre Nanet, al ver á su hermana prorrumpir
ros del Abismo. Pero cuaudo comprendió que bajaba en sollozos, se adelantó con aire resuelto, con su ca-
hacia el barrio nuevo, tuvo de pronto la certidumbre beza rubia y enmarañada.
de lo que iba á suceder; la taberna, la paga bebida, —I Toma I Ahora este galopín. Toda la familia so-
otra noche más de esperar, muriendo de hambre con bre mi. Aguarda, pillastre, verás que puntapié.
su hermano, sufriendo el viento sutil de la calle. Sus Rápida, Josina, apretó á Nanet contra sí Y allí
penas y un arranque de. cólera le dieron tal valor- quedaron los dos, sobre el negro lodo, temblando an,
que se atrevió á plantarse delante de aquel hombre!- te el desastre, mientras los obreros continuaban su ca-
ella tan débil y tan miserable. mino y desaparecían en la obscuridad, que había cre^
cido por la parte de Beauclair, cuyas luces empezaban
—Augusto—dijo,—sé razonable; no has de dejarme A hnllar, una á una. Bourron, buen sujeto en el fon-
en la calle.
úo había tenido un impulso de intervenir; luego, por
El mozo no respondió; quiso seguir adelante. íarfantonada, bajo el ascendiente del camarada buen
—Si no vuelves á casa en seguida, por lo menos
dame la llave... Desde esta mañana estamos en la calle mozo y Tenorio, lo había dejado hacer su gusto. Jo-
y no hemos comido un bocado do pan. sina, después de vacilar un instante, y de pregun-
De repente, estalló la ira de Ragú. terse de que servia seguirlos, al verlos desaparecer,,
desesperada, insistió en su empeño... A paso lento sé
—Déjame en paz con mil rayos. Maldita lapa.- e fue tras ellos, arrastrando á Nanet por la mano, des-
¿quieres soltarme?
fizándose á lo largo de las paredes con toda clase de
—¿Por qué has llevado la llave esta mañana?...- precauciones, como temiendo que pudiera verla, y mal-
fio to pido más que la llave; tú volverás á casa ouan- tratarla por impedir que le siguiera los pasos
Lucas, indignado, estuvo á punto de arrojarse sobre
h 26 w M Sff
Ragú y castigajle. |Qh, mísero trabajo! El Hombre rón de casuch'as de obreros, cuya prolongación, ya: en'
convertido en lobo, por la faena abrumadora, por el lo llano, era una población pequeña, señora, dondo
pan, tan malo de ganar y disputado por el hambre. estaba la subprefactura, la alcaldía, el Tribunal y la
Durante los dos meses de huelga, se habían arrancado cárcel. La iglesia, antigua, que amenazaba ruina, es-
unos á otros las miajas, en la exasperación voraz de las taba como á caballo, entre la población nueva y la
disputas diarias; luego, el día de la primera paga,« co- vieja aldea. Esta capital de distrito tenía apenas seis
rría el obrero á aturdirse con el alcohol quo volvía á mil almas, de las cuales, cerca de cinco mil eran po-
encontrar, y dejaba en la calle á la compañera de fati- bres espíritus obscuros, en cuerpos doloridos, macha-
gas, mujer legítima ó seducida Lucas volvía á ver cados, encorvados por el mísero trabajo. Ducas acabó
ante sí los cuatro años que acababa de pasar ya, en de saber dónde estaba al notar más allá del Abismo;
un arrabal de París, en uno de esos caserones em- el Horno alto de la Crécherie, á media ladera del
ponzoñados, donde la miseria del jornalero solloza y, promontorio de los Montes Blouses y del cual, todavía
se pelea en todos los pisoá. |Quó de dramas había vis- podía distinguir el perfil obscuro. |E1 trabajo, el tra-
to! iQué de dolores había en vano intentado calmar! bajo! | Quién lo haría levantarse, reorganizarse, según
El formidable problema de las vergüenzas y torturas la ley natural de verdad y de equidad, para devol-
del salario se le había planteado muchas veces; había verle su papel de omnipotencia noble y reguladora,-
podido sondar, hasta el fondo, la atroz iniquidad, el en esto mundo, y para que las riquezas de la tierra
cáncer espantoso que está acabando de roer la socie- fuesen repartidas justamente; realizando al cabo la ven-
dad actual. Había pasado horas de fiebre generosa, tura de todos los hombres 1
fantaseando el remedio, estrellándose siempre contra Aunque la lluvia había cesado, Lucas también vol-
la muralla de bronce de las realidades existentes. Y vió á bajar, al fin, hacia Beauclair. Seguían saliendo
ahora, la misma noche del día en que volvía á Beau- obreros del Abismo, y caminó entre ellos. Habían vsel-
clair, traído por un súbito incidente, volvía á dar con to al trabajo, airados, tras los desastres de la huel-
esta escena salvaje, esta triste y pálida criatura arro- ga. Sentía Lucas tal espíritu de rebeldía y de impo-
jada á la calle, muerta de hambre, por culpa del mons- tencia llenarle tristemente el ánimo, que de buen gra-
truo devorador, cuyo fuego interior oía gruñir y veía do se hubiera vuelto á su casa aquella noche, en
escaparse en humo de luto, bajo el trágico firmamento. aquel instante, si no hubiera sido el temor de dis-
Sopló una ráfaga, algunas gotas de lluvia pasaron gustar á Jordán. Este, el dueño de la Créchiere, se
volando en el viento que se quejaba. Lucas había yeía en un gran apuro, desde la muerte súbita del
permanecido sobre el puente, vuelto el rostro hacia antiguo ingeniero, que dirigía su horno alto; y había
Beauclair, intentando reconoper el país á la luz mor- escrito á Lucas, llamándole para que examinara todo
tecina que caía de las nubes de hollín. A la derecha aquello y le diera un consejo. Ya acudía el joven, por
tenía el Abismo, cuyos edificios se extendían al borde curo afecto,- cuando se encontró con otra carta en que
del camino de Brias; á sus pies corría el Mionna, y Jordán le refería toda una catástrofe: el repentino fin
más arriba, sobre un terraplén, á la izquierda, pasaba trágico de un primo, en Cannes, que le obligaba á
el ferrocarril de Brias á Magnolles. Todo el fondo de marchar al punto, ausentándose por tres días con su
la garganta estaba ocupado de este modo entre las hermana. Le suplicaba que los esperase hasta el lu-
últimas escarpaduras de los Montes Bleuses, en el si- nes por la noche, y que se instalara en un pabellón
tio en que estos se ensanchaban, para dar sobre la dispuesto para él, donde estaría como en su casa. Te-
inmensa llanura de la Rumaña. En esta especie de nía, pues, Lucas, dos días más por suyos; y, desocu-
estuario, al desembocar la quebrada en la llanura,- pado, metido de tal suerte en aquel pueblecillo, que
Beauclair extendía sus edificios, un miserable luga- conocía apenas, había salido á dar ana vuelta aquella
n 28 s¡» « 29 «=»
tai-de; y hásta había dicho al criado encargado dé La calle de Brias al Norte, la de Saint-Cron,- al Oeste,
servirle, que no volvería á comer, proponiéndose ha- la de Magnolles, al Este, la de Formerie, al Sur. La
cerlo donde quiera, en alguna taberna, ansioso siem- más concurrida, de más tránsito, con sus tiendas que
pre de observar costumbres populares, queriendo ver, rebosan, es la calle de Brias, donde se encontraba;
comprender é instruirse. todas las fábricas están allí, cerca unas de otras, arro-
Nuevas reflexiones le dominaron, mientras que, bajo jando á cada hora de salida, la ola sombría de los
un cielo tormentoso, caminaba sobre el negro lodo,- trabajadores. Justamente, cuando Lucas llegaba, se abrió
entre el pesado pisotear de los obreros, abrumados la gran puerta de la fábrica de calzado de Gourier,-
de fatiga y silenciosos. Le dió vergüenza su debilidad Alcalde del pueblo, dejando salir el tropel de sus qui-
sentimental. ¿Por qué había de marcharse, cuando allí' nientos obreros, de los cuales más de doscientos eran
encontraba, tan punzante, tan agudo, el problema que ' niños y mujeres. En las calles próximas estaban la
lo acosaba pidiendo solución? No debía rehuir el com- fábrica Hausser,- una herrería que daba más de cíen
bate; acumularía hechos, descubriría acaso, al fin, el mil guadañas y podaderas al año; la fábrica Miranda;
camino seguro, en la obscura confusión en que todavía que construía especialmente máquinas agrícolas. To-
so sentía perdido. Hijo de Pedro y de María Froment, ha- das habían padecido con la huelga del Abismo, donde
bía aprendido, como sus tres hermanos, Mateo, Mar- tomaban el hierro y el acero, la primera materia; la
cos y Juan, un oficio manual, aparte de sus estudios miseria, el hambre, había afligido á todas y la mu-
especiales de ingeniero. Era cantero, arquitecto cons- \ chedumbre, pálida y enflaquecida, de que inundaban el
tructor, hacía casas, y, complaciéndose en trabajar en empedrado fangoso, conservaba ojos de rencor, en los
su oficio, pasaba días en los grandes talleres de cantería labios la muda rebeldía, á pesar de la aparente re-
de París; no ignoraba nada de los dramas del tra- signación del rebaño, que aceleraba el paso, pateando
bajo actual y soñaba, con espíritu fraternal, con ayudar al el lodo. Tanta gente, obscurecía la calle, alumbrada
triunfo, que traería la paz al trabajo de mañana. Pero por escasos mecheros de gas, cuyas llamas amarillas
¿qué hacer, adonde llevar su esfuerzo; por qué for- sacudía el viento. Lo que acababa de impedir la cir-
ma comenzar; cómo echar al mundo la solución flotante; > culación, eran las amas de casa, que al fin con algu-
sin precisión, cuya preñez sentía? Más alto, más ro- nos cuartos, corrían á las tiendas regalándose con un
busto que su hermano Mateo, con el mismo rostro ex- • pan, de gran tamaño, ó con un poco de carne.

r sivo de hombre de acción, con su frente en forma


torre, su alto pensamiento siempre de parto, hasta
entonces sólo había abrazado el vacío, con aquellos dos
Se le figuraba á Lucas estar en una ciudad sitiada,-
en la noche en que se levantaba el sitio. Iban y ve-
nían, entre tei multitud, gendarmes, toda una fuerza
grandes brazos impacientes por crear, por construir i armada, que vigilaba de cerca al pueblo, como si hu-
un mundo. Una brusca ráfaga, un viento huracanado,- i biera el temor de que volviesen las hostilidades; de
pasó y le llenó de un sagrado temblor. ¿Era que una un furor súbito que renaciese de los sufrimientos, to-
fuerza ignorada, le hacía dar, como un Mesías, en davía acerbos, acabando de saquear la ciudad en la
aquel país que padecía, trayendo la misión soñada de crisis postrera de destrucción. El patronato, la auto-
redención y dicha? ridad burguesa, podía haber vencido á los asalariados,-
Cuando levantando la cabeza,- se libró Lucas de estas pero los esclavos domados, seguían tan amenazadores
vagas reflexiones, notó que estaba otra vez en Beau- en su silencio pasivo, que una terrible inquietud en-
clair. Cuatro grandes calles, que desembocan en una: venenaba el aire y se sentía soplar el espanto de las
plaza central, la de la Alcaldía, cortan el pueblo en venganzas, de las grandes matanzas posibles. Una sorda
euatro partes casi iguales, y cada una de estas calles ' amenaza indistinta salía de aquel rebaño, que desfi-
lleva el nombre del pueblo próximo á que conduce/ laña abrumado, impotente; y el reflejo de un arma
BB 3Q SI
los galones de un uniforme, aquí y allí, en los grupos,-
declaraban el miedo disimulado de los amos, á quien su Dacheux se ocupaba en política; estaba por los ri-
victoria daba sudores, mientras observaban detrás de cos, por los fuertes, se le temía; era sanguinario y de
las espesas cortinillas do las casas, albergue de su pocos alcances. Esta palabra, «carne», tomaba en sus
ociosidad. La muchedumbre negra de los trabajadores,- labios una importancia considerable, aristocrática; la
de los muertos de hambre», seguía pasando, atropellán- carne sagrada, el alimento de lujo reservado á los
dose, callada, gacha la cabeza. Lucas, continuando su afortunados, cuando debiera ser de todos.
paseo, se mezclaba con los grupos, se detenía, es-.l —Ya me debe usted cuatro francos del verano úl-
cuchaba, estudiaba. Paróse delante de una gran car- r timo—añadió.—Yo lo que debo tengo que pagarlo.
nicería abierta de par en par, al aire libre de la Natalia se deshacía en súplicas, insistía, en voz baja,-
calle, y cuyos mecheros de gas brillaban entre las * desolada, llorosa. Pero sobrevino un acontecimiento que
carnes sangrientas. Dacheux, el carnicero, un hom- acabó de desahuciarla. La señora Dacheux, una mu-
brachón apoplético, de ojazos saltones, cara pequeña-, jercilla fea, negra é insignificante, que así y todo, se-
y colorada, estaba á la puerta vigilando la mercancía, gún malas lenguas, ponía á su marido abominables
muy ocupado con las criadas de las casas acomp-l cuernos, se había adelantado con su hija Juliana, una
dadas, y con miedo de que entrase algún ama de niña de cuatro años, sana, gruesa, rubia, de expansiva
su casa, pobre. Hacía un rato que acechaba á una alegría. Se habían visto los dos niños; Luisillo Fau-
rubia alta y delgada, de miserable aspecto, pálida y chard, comenzó por reír, en su miseria, mientras que
doliente, joven, lleno el rostro de granos, ajada ya, la opulenta Juliana, contenta, sin tener todavía, por
que arrastraba consigo á un niño hermoso, de cuatro lo visto, conciencia de las desigualdades sociales, se
é cinco años, y que llevaba al brazo una pesada cesta - acercó y le cogió las manos. Estaba como si de re-
por la que asomaba el cuello de cuatro botellas de á, pente la hubiesen dado un juguete, en la infantil ale-
litro. Dacheux reconoció á la Fauchard, á quien esta- • gría de la reconciliación futura.
ba cansado de desengañar en sus continuas peticio- r- —[Maldita chiquilla!—gritó Dacheux fuera de sí;-^
nes de miserables ventas al fiado. Al decidirse ella á¡ siempre la tengo sobre las rodillas.... ¿Quieres ir á
entrar,- casi le cerró el paso. sentarte ?
Luego, volviéndose airado á su mujer, con malos
—¿Qué busca usted aquí otra vez? modos la hizo volver al mostrador, diciéndole que me-
•—Señor Dacheux—balbuceó Natalia.—Si fuera usted ' jor haría en vigilar la caja, para que no la robasen,-
tan bueno que quisiera Ya sabe usted que mi ma- [ como dos días antes. Y siguió hablando, dirigiéndose
rido ha vuelto á la fábrica. Mañana cobrará un an- á cuantos encontraba en la tienda, preocupado con
ticipo. Por eso el señor Caffiaux ha tenido la bon- : aquel robo, de que se estaba quejando sin cesar, hacía
dad de adelantarme los cuatro litros que llevo aquí; \ dos días, indignado.
y si usted fuera tan bueno, señor Dacheux, que qui- ; —lAsí como suena! No sé qué andrajo,- que se me-
siera adelantarme un poco de carne, sólo un poco... tió en la tienda y cogió cinco francos en la caja,- mien-
El carnicero se incomodó, echaba chispas entre la tras que la señora Dacheux pensaba en las musarañas.
ola de sangre que Je subía al rostro. La ladrona no pudo negar, tenía la moneda todavía en
—jNo, ya he dicho que no ¡....Vuestra huelga por la mano. [Pero á buen recaudo la tengo! En la cárcel
poco me arruina. ¿Cómo he de ser tan bruto que rae está... [Esto es horrible, horrible! So nos robará, no3
ponga do vuestra parte? Siempre ha de haber obre- saquearán si no andamos listos, si no se pone orden
ros holgazanes que basten para impedir á la gente een esto.
honrada hacer su negocio.... Cuando no se trabaja bas- Y sus miradas recelosas miraban la carne, para ase-
tante para comer carne, no. se, come. gurarse de que manos hambrientas, de obreras sin tra-
e s 32 e s
bajo,- no robaban pedamos do ella,- allí,- en la tienda;
como robarían el oro precioso,- el oro divino, en la ar- Y la hermosa panadera, compadecida, movía suav®-
tesa de los cambistas. mente la cabeza. Verdad era. Se necesitaba ahora mu-
Lucas vió que la Fauchard se retiraba; con miedo; cho trabajo para poco provecho. Todo el mundo se
con el vago temor de que el carnicero llamase un gen- quedaba con hambre. Nada quería ella con la polí-
tica. |Pero, Señor! |qué mal iban las cosasI Por eso
darme. Por un momento quedó inmóvil, con su Luisi- durante la tal huelga, le partía el corazón el saber
11o, en medio de la calle, entre el tropel de gente, ante que había desgraciados que se acostaban sin haber
una hermosa panadería,- adornada con espejos, alegre comido ni una mala corteza de pan, cuando su tienda
con su mucha luz, que estaba enfrente de la carnice- estaba llena. Pero el comercio era el comercio Eso
ría, y uno de cuyos escaparates, abierto, libre, ponía, es. No se podía regalar la mercancía, tanto menos
ante los ojos de los transeúntes, doradas hogazas y tor- cuanto que oso favorecía, alentaba la rebeldía.
tas. Contemplábanlos estáticos la madre y el niño. Lu- Lenfant estaba 'conforme.
cas, olvidando a éstos, atendió á lo que pasaba en Ia¡
panadería. •pSí, sí, cada uno lo suyo. Eso es lo legítimo, ganar
Un carruaje acababa de detenerse á la puerta; y un cada cual con sus cosas cuando le han costado á uno
aldeano había bajado de él, con un niño de ocho años C Q hay ( uieQ
masiado ° ^ * " ^ e r e ganar de-
y una niña de seis. Estaba tras el mostrador la pana-
dera, la señora Mitaine, muy guapa; una buena moza roSS?*0' P°r la presencia de Arsenio y de
rubia, muy bien conservada á los treinta y cinco años; Sra P ¿acer l í , ¿ a d < * l d l , d o , á p a r a r s e del mostrador
de la cual habían estado enamorados todos los del país; Sfto 7 ?• b 0 n 0 r 0 3 d e l a t í e n d a - Y en su calidad
sin que hubiera dejado ella de ser fiel á su marido,- un auifla d°P t * 1 6 2 a Q 0 S ' s o n r e í a complaciente á la ch£
hombre delgado, silencioso y pálido, á quien se veía
raras veces, y siempre junto á la artesa ó junto al fia de a l X r ^ ^ *
horno. Cerca de la panadera, én la banqueta, estaba " D f ' . f . ^ a torta á cada u n o - d i j o la hermosa se-
sentado su hijo Evaristo, un muchacho de diez años,- á
ya alto, rubio como ella, de rostro amable, de suave S í ^ » ** 7 Tedt
mirada.
por Arsefli0 SU madr
—Hola, señor Lenfant. ¿Cómo está usted? Y tam- J l a T l W e l ^ r ' *
bién Arsenio y Olimpia. No hay que preguntar si es- bÍ
tán buenos. las^LmaT >° P^ro se da *
El aldeano, de treinta y tantos años, era de ancha 1 7 01ira pia entonces
faz tranquila. No se daba prisa, pero al fin contestó hiSS? ! , ' r i é n d o s e alegres, se
con tono reflexivo:
—Sí, sí. Salud no falta, de eso no andamos mal en'
Combettes. La tierra es la que está más enferma. No
podré darle el salvado que le había prometido, señora
Mitaine. Todo se ha perdido. Y como he venido á¡
Beauclair esta tarde con el carro,- he querido adver-
tírselo á usted.
Siguió hablando; expuso todos sus resentimientos;
la tierra ingrata que ya no alimentaba al trabajador;
que no pagaba siquiera los gastos de abono y siembra« — Í S Z x s ü t a x M
Trabajo.—Tomo L—3
35 »

otra vez al fiado sin duda, pues en seguida la señora con grandes ganancias el hierro que para el comercia
Mitaine, entró en la tienda con aire de consentir, y producía el Abismo, los clavos de los Chodorge, las
le entregó una hogaza, que la desgraciada se apre- guadañas y las podaderas de los Hausser, las máquinas
suró á llevarse oprimiéndola contra el flaco 3eno. y aperos de los Miranda, todo un desperdicio de fuer-
Dacheux, en su exasperación recelosa, estaba ob- za y de riqueza que se tragaban ellos, con la relativa
servando la escena desde la otra acera. Y gritó: honradez de comerciantes que robaban según la cos-
—Hará, usted que la roben. Acaban de robar latas tumbre, con vivo placer, cuando cada noche consul-
de sardina en casa de Caffiaux. Se roba por todas taban la caja del dinero apañado, en perjuicio de las
partes. necesidades ajenas; ruedas inútiles, que comían ener-
—I Bah!—respondió plácida, la señora Mitaine, otra gía y que hacían rechinar la máquina, próxima á descom-
vez á la puerta de la tienda.—No se roba más que ponerse.
á los ricos. Mientras el aldeano y el quincallero debatían fu-
riosos una rebaja de cien céntimos, Lucas reparó otra
Lucas continuó bajando con lentitud por la calle vez en los niños. En la tienda había dos; un mucha-
de Brías, entre el patear del rebaño, cada vez más dho de doce años, Augusto, de aire reflexivo, que es-
grande. Ahora le parecía que pasaba el terror, que taba aprendiendo una lección, y- una niña de cinco á
un soplo de violencia iba á arrastrar á esta multitud penas, Eulalia, sentada con mucha formalidad ©n una
ceñuda y silenciosa. Al llegar á la plaza de la Alcal- silla pequeña, con aire grave y amable, como si estu-
día, volvió á encontrar el carruaje de Lenfant, parado viera juzgando á la gente que entraba. En cuanto le
en la esquina de la calle, delante de una quincallería, vió á la puerta, mostró afición por Arsenio Lenfant,
una especie de bazar, del matrimonio Laboque. Tras encontrándole de su gusto sin duda y acogiéndole
la puerta, que se abría en ancho hueco, oyó un violen- con aire de personilla bondadosa. Y ya no faltó nadie,
to regateo, entre el aldeano y el quincallero. cuando entró una mujer con otro niño, el quinto;
—[Ah, sangre de Cristo I A peso de oro vende us- era la mujer del pudelador Bourron, Bavette, redon-
ted los tales azadones Y todavía sube usted este dos da y fresca, siempre alegre contra viento y marea.
francos! Llevaba de la mano á Marta, su hija, de cuatro años,
—Diantre, señor Lenfant; como ha habido esa mal- gruesa también y contenta. En seguida, soltó la ma-
dita huelga. No es culpa nuestra si las fábricas no no de su madre, y corrió hacia Augusto Laboque, á
han trabajado, y si todo ha encarecido... Yo pago el quién debía de conocer.
el hierro más caro y algo he de ganar. Puso Bavette fin al regateo del aldeano y el quin-
—Que gane usted, bueno. Pero doblar el precio callero, que quedaron de acuerdo, partiendo la dife-
Entienden ustedes el comercio de un modo.... Dentro rencia- de los cien céntimos. Traía la buena mujer
de poco no se podrán comprar útiles. una cacerola comprada la víspera.
Era este Laboque un hombrecillo flaco y seco, con -—Se sale, señor Laboque. Lo he notado al ponerla
narices y hocico de hurón, muy activo; y tenía una al fuego. No he de quedarme con una cacerola que
mujer, de su estatura, viva, muy morena, de prodigio- se sale.
sa codicia para la ganancia. Ambos habían comenza- Y mientras Laboque examinaba la cacerola maldi-
do en las ferias, de ambulantes, arrastrando en carro ciendo, y por fin se decidía á cambiársela, la señora
azadas, rastrillos y sierras. Laboque habló de los niñ»s. No se movían en todo el
Y á los diez años de haber abierto aquel tenducho, día, quietos como postes, la una en su silla, el otro
se veían al frente de un vasto comercio, que había comiéndose los libros. Seguramente, falta hacía ga-
crecido de año en año, y eran intermediarios entre narles la vida, pues no se parecían á su madre ni á
las fábricas del país y los consumidores, revendiendo
su padre; no llevaban trazas de hacer mucho dinero.
Sin oír esto, Augusto Laboque, sonreía á Marta Bou- un hombre gozase un poco, después de penar tanto.
rron; Eulalia Laboque, tendía su mano menuda á Ar- Y cogiendo otra vez de la mano á Marta su hija, se
senio Lenfant, mientras que la otra Lenfant, Olim- fué, contenta con su hermosa cacerola nueva.
pia, daba fin con aire pensptivo á la torta, que el —Vea usted—continuó Laboque, dirigiéndose al al-
niño de la Mitaine le había dado. Había allí gracia, deano.—Haría falta tropa Yo opino que debe darse
ternura, fresco y sano olor de esperanza en mañana; una buena lección á todos estos revolucionarios. Ne-
y esto entre el aliento de agu¡do rencor y de lucha que cesitamos de un gobierno sólido, que pegue duro, para
abrasaba la calle. que se respete lo que es respetable.
—¿Sabe usted que vamos á ganar mucho con lan- Lenfant, movía la cabeza. Su buen sentido recelo-
ces como este?—dijo Labouqe, dando otra cacerola á so, vacilaba en declararse por un partido. Se fué con
Bavette.—Ya no hay buenos obreros, todos son unos Arsenio y Olimpia, diciendo:
chapuceros. ¡Y las averías que hay en una casa co- —¡Como no acaben mal todos estes líos, entre se-
mo la nuestra! Entra y sale quien quiere, parece esto ñores y obreros!
el puerto de arrebatacapas, con estos mostradores y Lucas hacía un rato que examinaba la casa de Caf-
escaparates en la calle... Esta tarde nos han vuelto fiaux, que ocupaba, en frente, la otra esquina de la
¿ robar. calle de Brías y de la plaza de la Alcaldía. Los Caf-
Lenfant, que pagaba lentamente el azadón, se asom- fiaux no habían tenido allí, primero, más que una
bró. tienda de ultramarinos, muy próspera hoy con su es-
—Entonces ¿son ciertos esos robos de que se habla? caparate, y anaqueles, de sacos abiertos, cajas de con-
servas apiladas, toda clase de comestibles, amontona-
—Y tanto como lo son. Ño somos nosotros quien dos, protegidos con red, contra las manos ágiles de los
roba, nos roban á nosotros.... Han estado dos meses rateros. Después se les ocurrió la idea de añadir un
de huelga, y como no tienen con que comprar, roban comercio de vinos, y alquilaron la tienda contigua para
lo que pueden... Ahí, en esa caja, hace dos horas, me establecer allí un «despacho de vino-restaurant» en que
han robado cuchillos y tranchetes. La cosa no es para se hacían de oro. Las fábricas vecinas, el Abismo so-
tranquilizarse. bre todo, consumían una cantidad de alcohol espan-
Hizo un ademán de súbita inquietud, pálido, tem- tosa. Un continuo desfile de obreros, entraban y salían,
blando, y señaló á la calle amenazadora, llena con sobre todo los sábados en que se cobraba; muchos
la sombría multitud, como si temiera una brusca aco- se detenían, comían allí, y salían perdidos de borrachos.
metida, una invasión que le despojara, barriendo mer- Era el veneno, el antro envenenador, donde los más
cancías y mercader. fuertes dejaban la cabeza y los brazos. Por lo mismo,
—Cuchillos y tranchetes—repitió Bavette, con su reír Lucas, quiso entrar al punto, para ver lo que allí
continuo;—eso no se come. ¿Qué quiere usted que pasaba; cosa sencilla; comería allí, pues ya no había
saquen de eso?... Como Caffiaux, el de enfrente, que de hacerlo en casa. Cuántas veces en París, su afán
se queja de que le han robado una lata "de sardinas. de conocer al pueblo, de bajar al fondo de todos sus
Algún pillastre, goloso. sufrimientos y miserias, le había hecho entrar, y pasar
Siempre estaba contenta, segura siempre de que las horas, en los peores cuchitriles. Tranquilamente, se
cosas acabarían bien, j Aquel Caffiaux, sí que mere- sentó delante de una mesa cerca del ancho mostrador de
cía la maldición de las amas de casa! Acababa de ver estaño. La sala era grande; una docena de obreros
entrar allí á Bourrón, su marido, con Ragú, y de se- hacían el gasto en pie, mientras que otros, sentados
guro iban á echar á perder, allá dentro una mone- junto á las mesas, bebían, gritaban, jugaban á la ba-
da de cien céntimos. Pero, ¿y qué? Era natural que raja, entre el humo espeso de las pipas, en el cual,
M

los mecheros de gas, no eran más que manchas rojas. venenarlos. Y aquello era la perdición fatal, la mise-
A la ria del salario, sin placer ni alegría, que necesitaba
primer mirada, reconoció en una mesa próxima la taberna, y la taberna que acababa de corromper
á Ragú y á Bourrón, que hablaban metiéndose la cara el salario. Un mal hombre, un mal paraje, una tienda
por las narices. Habían debido comenzar bebiendo un de miseria, que había de arrasar y barrer.
litro; después habían hecho servir una tortilla, salchichas Lucas se distrajo un instante de la conversación
y queso; de suerte que, botella tras botella, ya esta- cercana, al ver la puerta interior de la abacería abrir-
ban muy borrachos. Fijóse Lucas, sobre todo, en Caf- se y aparecer una niña de quince años, bonita. Era
fiaux, que hablaba en pie, cerca de su mesa. El se había Honorina, la hija de los Caffiaux, pequeña, morena,
hecho fina, de hermosos ojos negros. Nunca estaba en el
servir un pedazo de carne asada, y comía y despacho de vinos; servía en la tienda. Se contentó
escuchaba. con llamar á su madre, que estaba detrá del gran
Era Caffiaux un mocetón gordo y sonriente, de cara
bonachona, mostrador de estaño, gruesa, sonriente y d aire bo-
—¡Cuando os digo que el hubieseis resistido tres nachón, como su marido. Todos aquellos v .mercian-
días más, hubierais tenido á los patronos atados de tes, tan avarientos, todos aquellos tenderos egoístas
pies y manos, á merced de los obreros!... ¡Recristo, y duros, tenían hijos muy guapos. Estos hijos, ¿ha-
bían de volverse eternamente codiciosos también, duros O
ya sabéis que soy de los vuestros! ¡Ah, sí, cuanto ta
antes y egoístas? Dé pronto Lucas, tuvo como una visión
me ochéis á rodar á todos esos maricas de ex- deliciosa y triste. Entre aquella peste de olores, entre
plotadores, mejor! el humo espeso de las pipas, entre el estrépito de
Ragú y Bourrón, muy excitados, le dieron palma- una reyerta que acababa de estallar, delante del mos- •
das en el brazo. Sí, sí, le conocían, bien sabían que trador, vió á Josina, de tal modo vaga y borrosa, I
era de los buenos, un verdadero amigo. Pero de todas que no la conoció al principio. Debía de haber en- Iw •
maneras, la huelga es mala de aguantar; ello tiene trado furtivamente, dejando á Nanet á la puerta. Tem- ñ
que acabar por acabarse. blorosa, • todavía vacilante, se había puesto detrás de m
—Los patronos siempre serán los patronos,—balbu- Ragú, que no la veía, vuelto de espalda. Y Lucas
ció Ragú.—Entonces ¿qué? hay que aceptarlos, dán- pudo examinarla un instante, tan débil, con su pobre
doles lo menos posible por su dinero.... Venga otro vestido, el rostro tan suave, perdido en la sombra,
litro, tío Caffiaux; ' 1
va usted á beberlo con nosotros. bajo la toquilla en jirones. Pero un detalle que no
Caffiaux no dijo que no. Se sentó. Estaba por las había notado antes, allá delante del Abismo, le im-
i'
ideas violentas, porque había notado que su estable- presionó. La mano derecha se había separado de la
cimiento, después de cada huelga ganaba mucho. Na- falda, y vió que estaba envuelta en una venda, hasta í
da causaba tanta sed como las disputas. El obrero la muñeca. Debía de ser una herida.
exasperado, Josina al fin se armó de valor. Había tenido que
se arrojaba al alcohol; la rabiosa ocio- bajar hasta casa de los Caffiaux, mirar á través de las
sidad habituaba á los trabajadores á la taberna. Ade- vidrieras, y distinguir á Ragú en su mesa. Y se acer-
más, esi tiempo de erisis sabía ser compasivo, daba al- có con paso menudo, cansado y le apoyó su mano de
30 al fiado á las amas de casa, no negaba un vaso de niña sobre el hombro. Pero él, que ardía de borracho,
vino á los obreros, seguro de que le pagarían, creán- ni la sintió siquiera. Tuvo que sacudirle, hasta que
dose una reputación de generoso, al empujarlos al abo- se volvió.
minable consumo del veneno que despachaba. Algu- —¡Rayo de Dios! ¿Otra vez tú? ¡Pero, qué se. te
nos, sin embargo, decían que Caffiaux, con sus camán- ha perdido aquí?.
dulas, era un traidor, un soplón, espía de los pa-
tronos del Abismo, con quienes trabajaba en coman-
dita, para saber lo qué querían, de los obreros, al en-
Había dado tal puñetazo sobre la mesa, que vasos
Y botellas bailaron. fuera, respirando con delicia el aire fresco de la calle
j Tengo que venir, porque tú no vuelves á cas.v— mirando á todas partes, rebuscando entre la multitud,
respondió ella, medio cerrando sus grandes ojos asus- pues al salir con tanta prisa, no había tenido más
tados, ante la brutalidad que presentía. idea que la de encontrar á Josina, socorrerla, no do-
Pero Ragú ni la oía, rabiando, vociferando, para jarla muriendo de hambre, sin pan, sin asilo, en aque-
hacer efecto entre los camaradas. lla noche sombría de tempestad. Pero en vano se apre-
—Yo hago lo que quiero, y no consiento que una suró á subir de nuevo por la calle de Brías y vol-
muejr me espíe. ¿Lo oyes?. Yo mapdo en mí. Y aguí ver á la plaza de la Alcaldía, corriendo entre los
me quedaré, hasta que se me ajutoje. grupos. Josina y Nanet habían desaparecido. Sin du-
-—Entonces dijo ella aturdida,—á lo menos, dame da, con el terror de ser perseguidos, se habían en-
la llave, para no pasar la noche en la calle terrado en cualquier parte, y las tinieblas de agua y
—jLa llave,- la llave 1—aulló Ragú.—¿La llave es lo Viento se los habían tragado.
que pides ? |Qué espantosa miseria! i Qué sufrimiento execrable
Y con movimiento furioso de salvaje se levantó la en el trabajo echado á perder, corrompido, converti-
sujetó por la mano herida, y la arrastró por la sala, do en el fermento vergonzoso de todas las degenera-
para arrojarla fuera. ciones! Y Lucas, sangrado el corazón, obscurecido el
—I Cuando te digo que esto se ha acabado, que va cerebro, con los más negros vaticinios, volvió á pasar
nada quiero contigo I... Véte á ver si está en la calle por enmedio del tumulto siniestro y amenazador, que
la dichosa llave! iba creciendo en la calle de Brías. Encontraba allí
Josina, como loca, dando traspiés, lanzó un grito el soplo de terror indistinto, que pasaba sobre las
6 cabezas, que venía de la reciente lucha de clases,
penetrante de dolor.
—1 Ay! [que me has hecho daño!- lucha jamás concluida, cuya próxima renovación se
sentía en el aire. La vuelta al trabajo no era más
Con toda aquella violencia, el apósito de la mano que una paz embustera; la resignación de los tra-
había sido arrancado; la blanca tela so enrojeció de bajadores tenía un solo gruñido, un único anhelo de
pronto, con una gran mancha de sangre. Pero esto desquite, llamaradas próximas á brillar de nuevo. A
no impidió al bruto, ciego, loco por el alcohol, abrir los dos lados de la calle rebosaban las tabernas, el al-
do par en par la puerta, y lanzar á la joven al arroyo- cohol devoraba el jornal, exhalaba su veneno hasta
luego cuando se hubo sentado pesadamente ante sú el arroyo; mientras que las tiendas de los abastece-
vaso otra vez, balbució con torpe risa: dores no se desocupaban; sacando de la menguada bolsa
divertido 0 0 ' b U e n ° ' S 1 8 0 l e s t i c i e r a casó, estaba uno de las pobres mujeres de los obreros, la inicua y
Fuera de sí, colérico á su vez, Lucas, cerró los pu- monstruosa ganancia del comercio. Donde quiera, los
Pfra lanzarse sobre Ragú. Pero vió la camorra, trabajadores, los muertos de hambre, eran explotados,
una batalla con todos aquellos animales. Y ahogán- devorados, triturados, bajo las ruedas de la máquina
dose en aquel lugar abominable, se apresuró á pagar- social que rechinaba, cuyos dientes eran más duros
mientras Caffiaux, que había ocupado el sitio de sú porque se desvencijaba. Y en el lodo, bajo los me-
mujer junto al mostrador, procuraba arreglar las co- cheros de gas como azorados, Beauclair entero giraba
allí, con su patear de rebaño perdido, como si cami-
f Z ZT ° COa a i r C b o n a c h ó n - q™ la verdad era nara ciego al abismo, próximo á una gran catástrofe.
que había mujeres que no sabían tratar á la gente Entre la multitud, Lucas reconoció á varias perso-
¿Oué quiere usted sacar de un. hombre, que ha bebi- ñas, que ya había visto, cuando había estado en
a
" 11X1 v u s ? d e Sin responder, Lucas se lanzó clair por vez primera, en la primavera última.
l

33 p-
estaban las autoridades, sin duda con el temor de
sucesos graves. Vio pasar junto al Alcalde, Gourier Crecía en el alma de Lucas la compasión, y la có-
y al sub-Prefecto, Chatelard; el primero, rico propie- lera y el dolor le sublevaban. ¿Dónde estaba Josina?
tario, alarmado, hubiera querido tropa; pero el otro, ¿En qué rincón de sombra espantosa había ido á caer
un desecho de París, eso sí, de buen trato, más cauto, con el pobre Nanet? De repente, hubo gritos. Sobre
había tenido la prudencia de contentarse con gendar- el tumulto, pasó como una ráfaga, que hizo remoli-
mes. Pasó también el presidente del Tribunal, Gaume, nos de gente, arrastrando el tropel. Pudo creerse que
que llevaba consigo al capitán retirado Jollivet, pro- era el asalto de las tiendas, que se entraba á saco las
metido de su hija. Delante de la casa de Laboque, provisiones expuestas á los dos lados de la calle. Se
se detuvieron para saludar á los Mazelle, antiguos co- precipitaron los gendarmes, hubo carreras, estrépito de
merciantes, á quien sus rentas, ganadas pronto, ha- botas y de sables. ¿Qué sucedía, qué sucedía? Y en
bain hecho entrar al cabo en la buena sociedad del el terror aumentado, volaban las preguntas, presurosas,
pueblo. Toda esta gente hablaba bajo, con expresión balbucientes, cruzándose con las respuestas del espanto.
de inquietud, mirando de soslayo el desfile de los Oyó Lucas á los Mazelle, que volvían diciendo:
trabajadores, celebrando el sábado. Al pasar junto al —Es un niño que ha robado un pan.
grupo, oyó á los Mazelle, que hablaban también de Ahora la multitud, violenta y huraña, subía por la
robos, y que por lo visto pedían noticias al magistrado callo á oscape. El suceso debía de haber ocurrido más
y al capitán. Los chismes corrían do boca ert boca. arriba, hacia la panadería Mataine; gritaban las mu-
La moneda de cinco francos cogida en el mostrador jeres, cayó un viejo que hubo que recoger. Un gen-
de Dacheux, la caja de sardinas, robada en el escapa- darme, corpulento, corría de tal modo entre los gru-
rate de Caffiaux; pero sobre todo los tranchetes ro- pos, que derribó á dos personas.
bados á Laboque, merecían los graves comentarios. El mismo Lucas había echado á correr, arrastrado
El terror esparcido se apoderaba de los prudentes. por el pánico general. Y pasó cerca del Presidente
¿Quería decirse que los revolucionarios se armaban; Gaume, que decía con su voz lenta al capitán Jo-
que habían proyectado alguna matanza para la alta " llivet:
noche, aquella noche de huracán cuya negrura abru- —Es un niño que ha robado un pan.
maba á Beauclair? La desastrosa huelga todo lo había Entonces Lucas, que llegaba á la panadería Matai-
desorganizado; el hambre ponía furiosos á los mise- ne, siguiendo el surco que iba dejando el gendarme
rables; el alcohol de las tabernas les inspiraba la entre la multitud, le vió lanzarse descompuesto, para
demencia devastadora jr mortífera. Y por el lodo de prestar ayuda á un compañero delgado y alto, que su-
la calle inmunda, á lo largo de las fangosas aceras jetaba con fuerza por la muñeca, á un niño de cinco
iba toda la ponzoña, toda la degradación del trabajo á seis años. Lucas reconoció á Nanet, con su cabeza
inicuo de los más para el goce dé unos pocos; el tra- rubia y enmarañada, que llevaba muy alta, á pesar
bajo deshonrado, execrado, maldito, la espantosa mi- de todo, con su aire resuelto de hombrecillo. Acababa
seria que de él resulta, el robo y la prostitución, de robar un pan, en el escaparate de la hermosa se-
que son como su flora monstruosa. Pálidas mujerzue- ñora Mataine. El robo era innegable; pues todavía
las pasaban, obreras de las fábricas, seducidas por llevaba la hogaza, casi tan grande como él. Este robo
algún novio, que después rodaban hasta el cieno, car- de un niño era lo que acababa de remover, de tras-
ne barata del placer, sórdida y dolorosa, que, por tornar toda la calle de Brías. Transeúntes que lo ha-
cuatro cuartos, miserables borrachos se llevaban á la bían visto, habían avisado al gendarme, que había
obscuridad de los charcos de los talleres de cantería echado á correr. Pero el niño había andado ligera
próximos. había desaparecido entre los grupos, y el gendarme
empeñado, desencadenando un ruido de tormenta,
hubiera acabado por amotinar á todo Beauclair. Y aho- —Se engaña usted, vecino. Soy yo quien le ha dado
ra triunfante, volvía con el culpable al teatro del cri- el pan á este niño. No lo ha robado.
mee, para confundirlo. Y como Dacheux se enfureciese contra ella, pre-
—Es un niño que ha robado un pan—repetían las di ciéndole que, con tamaña indulgencia, acabaría por
voces. conseguir que le saqueasen y degollaran á todos. Cha-
La señera Mataine, pasmada de tal estrépito, ha- telard el sub-Prefecto, que había juzgado la escena,
bía acudido también á, la puerta de su tienda Quedó con su golpe de vista de hombre prudente, se acercó
asombrada, cuando el gendarme, dirigiéndose á ella, al gendarme, y le hizo soltar á Nanet, al cual gritó
dijo: con voz de coco:
—Ahf le tiene usted, señora Este es el tuno que —Largo de aquí, pronto, galopín.
acaba de robarle esta hogaza. Ya la multitud gruñía, se enfadaba ¡Cuando la pa-
Y sacudiendo á Nanet, quiso aterrarle. nadera afirmaba que le había dado ella el pan! ¡Un
—¿Sabes que vas á ir á la cárcel? ¿Di,' por qué pobre muñeco, del tamaño de una bota, en ayunas
has robado un pan? desde la víspera!
Pero el niño, no se turbaba fácilmente. Con toda Hubo gritos, silbidos; una voz brusca, atronadora,
claridad, respondió, con su voz aflautada: se destacó, dominó el estrépito:
—No he comido desde ayer, ni mi hermana tam- —¡Ah, rayo de Dios! ¿Con que son los pillastre«
poco. de seis años los que tienen que darnos hoy el ejem-
En tanto, la señora Mataine se había serenado. Mi- plo?... Ha tenido razón ese niño. Cuando hay ham-
raba al chiquillo con aquellos ojos, tan llenos de in- bre, se puede coger todo. Sí, todo lo que hay en las
dulgente bondad. |Pobre arrapiezo! ¿Y su hermana, tiendas es nuestro, y por cobardes, estalláis de ham-
dónde le había dejado? Vaciló la panadera un instan- bre.
te, y se puso un poco colorada. Después, con aquella El tropel tumultuoso, se revolvió, refluyó, como cuan-
amable sonrisa, do buena moza, cortejada por toda do se arroja una piedra en una charca. Se preguntaba:
su parroquia, dijo alegre y apacible: ¿Quién es, quién es? Y pronto corrió la respuesta:
—Se ha equivocado usted, gendarme; este niño no ¡Es el cacharrero, es Lange, es Lange!
me ha robado un pan. Yo se lo he dado. Lucas entonces, enmedio de los grupos, que se se-
Boquiabierto, el gendarme, se plantó delante de ella, paraban, distinguió al personaje; un hombre peque-
sin soltar á Nanet. Diez personas habían visto á éste ño y fornido, de veinticinco años apenas, de cabeza
coger el pan y echar á correr. Y de pronto, el carni- cuadrada, de barba y cabellera negras y enmaraña-
cero Dacheux, que había atravesado la calle, intervino das. De aspecto rústico, con fuego de inteligencia en
acalorado, furioso: ' los ojos, hablaba con las manos en los bolsillos, con
—Pero si lo he visto yo mismo Justamente, es- los rudos arranques de un poeta en bruto, vociferando
taba mirando. Se arrojó sobre el más grande, y pies sus visiones.
para qué os quiero... Tan seguro como me han robado —Los comestibles, el dinero, las casas, los vesti-
antes de ayer cinco francos, y como han robado hoy dos, á nosotros nos lo han robado, nosotros tenemos el
todavía, á Laboque y á Caffiaux, este gusarapo, aca- derecho de recuperarlo todo. Y sin esperar á maña-
ba de robarla á usted, señora Mataine.... No diga us- na, esta noche, debiéramos volver á posesionarnos del
ted que no. suelo, de las minas, de las fábricas, de Beauclair en-
Muy colorada por el embuste, la panadera, repitió tero, si fuéramos hombres I No hay dos medios, no
suavemente: hay más que uno. Echar por tierra el edificio de un
golpe; destruir donde quiera la autoridad á hachazos,
para que el pueblo, á quien pertenece todo, pueda re-
construirlo por fin. bajadores, pasar los rostros pálidos de Gourier el Al-
Algunas mujeres tuvieron miedo. Los mismos hom- calde, del Magistrado Gaume, del capitán Jollivet. Y
bres, ante la vehemencia agresiva de estas palabras, luego, los Mazelle, sudando de miedo, volvían á pasar
se
C S
callaban ahora,
com ren
retrocedían, temiendo l a s consecuen- delante de él, á la luz temblona del gas. Le dió
't 'i.if P d í a n . Los más no sabían de esta horror la calle, y ya no tuvo más que una idea de
rebeldía exasperada bajo el peso abrumador y secular compasión y de consuelo, alcanzar á Nanet, seguirle,
del salario. ¿A qué venía todo aquello? De todos mo- saber en qué rincón tenebroso se había escondido Jo-
dos se reventaría de hambre y además se iría á la sina. Nanet, andaba, andaba, con todo el valor de sus
cárcel. piernecitas. Y Lucas, que le había visto escapar por
, ~ ~ Y a s é ; no os atrevéis—continuó Lange, en tono lo alto de la calle de Brías, hacia el Abismo, le alcan-
de terrible burla grosera.—Pero no faltará quién se zó bien pronto, porque al niño le costaba trabajo co-
atreva algún día... A vuestro Beauclair, se lo hará rrer con el pan. Lo apretaba contra el pecho, con los
saltar, si no se viene él abajo de puro podrido. No dos brazos, temiendo perderlo, y también, sin duda,
teneis nances si no oléis esta noche que todo está que un malvado ó que un perrazo se lo arrancasen.
perdido, y que esto apesta á carroña. Todo esto es un Cuando oyó detrás do sí el paso acelerado de Lucas,
estercolero. No hay que ser gran profeta para anunciar debió de sentir un miedo espantoso, y quiso correr.
que el viento que sopla se llevará el pueblo y á todos Pero al volverse, reconociendo, á la luz de una de las
ios ladrones, á todos los asesinos, vuestros señores últimas tiendas, al señor que les había sonreído á él
müe'ai 'y* 16 t o d o 8 0 h u n d a > todo estalle; muera, y á su hermana, se tranquilizó y se dejó alcanzar.
—¿Quieres que te lleve yo el pan?—le preguntó
Tal iba siendo el escándalo, que Chatelard, el sub- el joven.
Frefecto, aunque partidario de la indiferencia, se víó —¡Ca, no; lo llevo yo! Me da gusto.
forzado á castigar. Había que prender á alguno; tres Ya estaba fuera de Beauclair, en la carretera, en
gendarmes se arrojaron sobre Lange, y se lo llevaron la obscuridad, bajo un cielo de nubes rastreras y tu-
por una travesía, obscura y desierta, por donde se multuosas. Sólo, á cierta distancia, empezaban á ver-
perchó e rindo de sus botas. En la multitud, por lo se las luces del Abismo. Y se oía el menudo chapo-
demás sólo había habido opuestos movimientos, indis- tear del niño en el lodo; mientras que con abrazos
tintos, pronto calmados. El tropel se dispersó, y vol- ya más flojos levantaba el pan cuanto podía, para no
vió el pisotear lento y silencioso sobre el negro lodo- mancharlo.
de un extremo á otro de la calle. ' —¿Sabes á dónde vas?.
tí.S
ei0 Lucas
' 8 0 h a b í a estremecido. La amenaza pro- í—Pues claro.
1 fótica estallaba como la terrible consecuencia de lo —¿Y es lejos?
que veía, de lo que oía, desde el anochecer. Tanta —No; es á un sitio.
iniquidad, tanta miseria, llamaban la catástrofe final, Un vago temor debía de volver á inquietar á Nanet.
que él también había senüdo llegar del fondo del ho- Acortó el paso. ¿Por qué quería aquel señor saber á
rizonte, como una nube de venganza, que quemaría, dónde iba? El hombrecillo, que se sentía único pro-
que arrasaría á Beauclair. Y sufría por su horror á tector de su hermana mayor, recurría al disimulo. Pero
la violencia. |Qué! ¿El alfarero tendría razón? ¿Ha- Lucas, comprendiéndole, y queriendo probarle que era
rían falla la fuerza, el robo, el asesinato, para vol- amigo, tomó la cosa á juego, y le levantó en peso de
ver á la justicia? Trastornado, había creído ver en repente, en el momento en que el niño iba á dar la
medio de los duros y sombríos rostros de los tra- voltereta en un charco.
m 38 en
—|Aupa! señor mío. No hay qtie untar con dulce
el pan! fría Cogió las maffSs de la joven, las frotó, Iaííl reani-
Conquistado, sintiendo el calor cariñoso de aque- mó entre las suyas; caspiró ella por fin, y pareció
llos brazos de hermano grande, Nanet soltó la carca- despertar de un negro ensueño. Pero en d abatimien-
jada, confiado como niño, tuteando de repente al nue- to de su larga inanición, nada extrañó; le pareció
vo amigo. muy natural que su hermano estuviera allí, can aquel
—j Caramba qué fuerza tienesI |Y qué bueno eres! pan y acompañada de aquel caballero álto y guapo
Y siguió trotando, ya tranquilo. Pero ¿dónde se ha- á quien reconocía
bía enterrado Josina? El camino se alargaba. Y Lucas Tal vez pensó que era aquel señor quien había traí-
creía reconocer á la joven, esperando en la sombra Í L S L J T * S u s P^ 1 " 6 3 d e d o s > debilitados, no podían
inmóvil de cada tronco de árbol. Se acercaban al Abis- TómpéF la corteza Tuvo él que ayudarla; iba rom-
mo. Los golpes del martillo-pilón ya sacudían el suelo. piendo el pan con cantos menudos, y se los daba uno
Y todo el contorno se iluminaba por la nube ardiente
de los vapores que atravesaban grandes rayos eléctri- á uno, lentamente, para que no se atragantase en su
cos. Nanet, sin pasar la fábrica, dió vuelta, tomó por furia por calmar el hambre atroz, que la sofocaba En-
el puente y atravesó el Mionna. Lucas se vió, de este tonces, tembló todo su cuerpo, tan delicado; y lloró
modo, conducido otra vez al misme sitio en qué los lloró sin fin, siempre comiendo, empapando cada bo-
había encontrado por la tarde. De repente, el niño cado de pan con lágrimas, con una voracidad, con una
corrió á escape; le perdió de vista, pero le oyó que torpeza temblorosa de animal apaleado, que no acierta
decía riendo alegre: m á tragar, y se da prisa Suavemente, con el alma
deshecha, como aturdido, Lucas le detenía las manos
—1 Toma, hermana, toma! Mira, mira esto; esto sí y seguía dándole los pedazos de pan, uno *á uno Ya
que vale! jamas había de olvidar esta comunión de dolor y bon-
Al extremo del puente, la orilla descendía, y allí dad este pan de vida, que daba á la más miserable
había un banco, á la sombra de una empalizada, en- y a la mas encantadora de las criaturas.
frente del Abismo, que humeaba y soplaba á la otra En tanto Nanet, se llamaba 4 la parte, tragaba co-
orilla del río. Lucas había tropezado con la empali- mo mno glotón, orgulloso de su hazaña
zada, cuando oyó las carcajadas del chiquillo conver- Extrañaba las lágrimas de su hermana ¿Por qué
tirse en gritos y en llanto. Se orientó al fin, y com- lloraba si la estaban dando un banquete? Después
prendió lo que pasaba, viendo á Josina tendida sobre que acabó de comer, con el sopor del hartazgo, se
el banco, exánime. Allí había ido á caer, de hambre acurrucó contra la joven, y se quedó como abromado
y de dolor, dejando marchar á su hermano, sin darse por un brusco sueño, el sueño feliz de todos los pe-
cuenta clara de lo que tramaba su valentía de hijo quenuelos, que sonríen a ' l o s ángeles.
del arroyo. Encontrábala el niño, fría, como muerta, Josina con el brazo derecho, le oprimía contra sí,
y sollozaba desesperado. algo repuesta, arrimada al banco, mientras Lucas se-
—I Despierta, hermana, despierta, que hay que co- guia sentado á su lado, no pudiendo resolverse a' de-
mer; come, ya lo hay. |Es pan!
También Lucas tenía lágrimas en los ojos. | Cuánta S i S l l " a1 ! ^e Sa d 0d !á l a n o c h e ' 0 0 1 1 a 1 u e l ni2o dor-
fr 1 4n > O C a" df t r e z emprender que si ella mos-
miseria! |Qué atroz destino de privaciones y de do- ? -i , f * > era tamoién por causa de la
lores, para seres tan débiles, tan valerosos, tan encan- S r i S - T fI a' avler en " e d o r d e , a c u a l h a b í a atado, como ha-
tadores! Bajó rápidamente hasta el Mionna, empapó d a manchada de sangre. Habló Lucas:
en el agua el pañuelo y Volvió, á humedecer las sie- —¿ t s decir, que se ha hecho usted daño?
nes de Josina. La noche, trágica, por dicha, no era — s e ñ o r . Una máquina de picar las botinas me
Trabajo. —Tomo L—4
50 n e S I s
ha roto un dedo. Ha habido que cortarlo. Pero fué j
por mi culpa, según dijo ©1 contramaestre, y el señor —Si tuvieran ustedes un hijo, eso le ataría tal Véz;
Gouner ha hecho que se me dieran cincuenta francos. se decidiría á casarse.
Con gesto temeroso exclamó ella:
Hablaba en voz algo baja, muy suave, que á ratos —¡Un niño con el! ¡Oh Dios mío! jEsa sería la
temblaba con una especie de vergüenza. mayor desgracia!... Ya lo repite él. No quiere car-
—Según eso, trabaja usted en la zapatería del se-' gar con chiquillos.' No, no haya miedo... Su idea es;
ñor Gouner, el Alcalde. que cuando uno se junta así con una, no es más que
—Sí, señor. Entré á los quince años; y ahora ten-l por gusto de los dos; y luego, en cansándose, hasta la
go diez y ocho... Mi madre trabajó allí veinte años,
pero ha muerto. Estoy sola. No tengo más que á mi \ vista, cada cual por su lado.
hermanito Nanet, que tiene seis años. Yo me llamo ¡ Volvió el silencio, no hablaron más. La certeza de
Josina. qne no era madre, ni lo sería con aquel hombre, ha-
bía causado á Lucas, en su compasión dolorosa, una
Y siguió contando su historia; Lucas sólo con hacer singular dulzura, una especie de consuelo que ño se
algunas preguntas, lo supo todo. Era la historia vul- explicaba. Sentimientos confusos despertaban en él;
gar y conmovedora de tantas pobres muchachas: un; mientras dejando vagar la mirada por la obscura leja-
padre que se va, que desaparece con otra mujer; una[ nía, volvía á encontrar aquella garganta de Brías, vis-
madre que queda con cuatro hijos entre los brazos, f lumbrada en el crepúsculo, ahora perdida en la som-
que no consigue sustentarlos, ni con tener la suerte;! bra. A los dos lados, los Montes Bleuses, levantaban
de perder dos; y en esto la madre muere, por el tra l sus vertientes de roca, en tinieblas más espesas. A su
bajo demasiado rudo. La niña se convierte en mamáí espalda, á intervalos, á media ladera, oía pasar el
pequeña del hermano, á los diez y seis años; á su v e z | zumbido de un tren que silbaba y acortaba la marcha
se mata trabajando, sin conseguir siempre ganar pan f al entrar en la estación; y á sus pies distinguía el
para los dos. Luego, viene el drama inevitable de la I Mionna glauco, que bullía espumoso al dar con la es-
obrera bonita; el seductor que pasa, aquel Ragú i tacada de madera, cuyos postes sostenían el puente.
buen mozo, verdugo de corazones, de cuyo brazo se' A la izquierda, la brusca abertura de la garganta, los
paseó ella los domingos después del baile; y esta es f dos promontorios de los Montes Bleuses, separándo-
su culpa, jPrometía cosas tan buenas! ya se veía ca-í se en la inmensa llanura de la Rumaña, donde la
sada, en su linda casita, criando á su hermano con los noche tempestuosa se extendía en un mar negro y sin
hijos que fuera teniendo. Su culpa había sido esa, fin, más allá del vago islote de Beauclair, alumbrado,
entregarse, una noche de primavera, en un bosque^ como estrellado, por pequeñas luces, como chispas.
detrás de la Guerdache. No sabía bien siquiera hasta Pero sus ojos volvían siempre á su frente, al Abismo,
qué punto había consentido. Hacía seis meses, había apanción de aspecto medroso, bajo los humos blancos
cometido la segunda falta, la de irse á vivir con Ra- que las lámparas eléctricas de los patios incendiaban.
gú, que no volvió á hablarla de matrimonio. Después Por los grandes huecos abiertos, se distinguía, de vez
vino el accidente de la fábrica, y el dedo roto; no en cuando, ardientes fauces de horno, chorros des-
pudo continuar trabajando, precisamente en el momen- lumbradores de metal en fusión, vastos incendios ro-
to en que la huelga ponía á Ragú tan furioso. Era jos: todas las llamas del infierno interior, que era la
ten malo, que había empezado á pegarla, acusándola obra devoradora y tumultuosa del mónstruo. El suelo
de su misena. Y todo había empeorando. Y ahora tiembla en torno, el baile acompasado de los mar-
la arrojaba á la calle; m siquiera quería darle la llave; tinetes no cesaba, acompañado del sordo roncar de las
para ir á acostarse con Nanet. Sentía Lucas la obse- máquinas, y de los golpes profundos de los grandes
sión de un pensamiento. martillos, que parecían un cañoneo lejano.
W 52 w ^ SI »
Lucas, llenos los ojos de esta visión, el alma dolo- ir tranquilamente á pedir la llave á tal furia, Josina
rida, por el destino de aquella Josina, tan abandona- tembló.
da, tan miserable, sobre aquel banco al lado suyo, se —[Ah no, á ella no! Me aborrece Si estuviera
decía que en esta desgraciada repercutía todo el de- una segura de dar con su marido, que 63 un hombro
sastre del trabajo mal organizado, deshonrado,' mal- excelente... Pero sé que esta noche trabaja en el Abis-
dito. Toda aquella triste velada suya venía á parar mo... Es un maestro pudelador, que se llama Bon-
á tal sufrimiento, al sacrificio humano de la triste naire.
niña; los desastres de la huelga, los corazones y los —Bonn aire—repitió Lucas, herido por un recuerdo.
cerebros envenenados por el odio, las egoístas dure- •—A ese le he visto la última primavera, cuando mi
zas del negocio, el alcohol convertido en el olvido ne- visita al Abismo. Y hasta hablé mucho con él. Me
cesario, el robo legitimado por el hambre, toda la explicó el trabajo. Es un mozo inteligente, y que en
vieja sociedad, crujiendo bajo el cúmulo de sus ini- efecto me pareció muy buena persona... Es muy sen-
quidades. Y todavía creía oir la voz de Lange, profe- cillo; voy ahora mismo á hablar con él, de este asunto^
tizando la catástrofe final, que arrastraría á Beau- Josina dejó oír un grito do ardiente gratitud. Toda
clair, corrompido y corruptor. Y volvía á ver, sobre temblaba, sus pobres manos se juntaron, en un arran-
todo, las pálidas mujerzuelas, errantes, de la calle, que de todo su sér.
la carne barata del placer, de los pueblos industria- —lAh, señor, qué bueno es usted! jQué agradecida
les, la última sima de la prostitución, donde el cán- le estoy!
cer del salario arroja á las obreras hermosas de las Un sombrío resplandor rojizo venía del Abismo, y
fábricas. ¿No era allí donde Josina iba á dar? Sedu- Lucas pudo ver á la joven ahora, libre la cabeza, la
cida, abandonada en medio del arroyo, luego recogi- toquilla en jirones caída sobre los hombros. No llo-
da por los borrachos, la pendiente iba rápida hasta el raba ya. Los azules ojos brillaban enternecidos, la
lodo. Veía en ella un espíritu sumiso, alma amorosa, boca pequeña volvía á tener sonrisas de juventud.
una de esas ternuras adorables, que son, á la vez, va- Delgada, flexible, muy graciosa, conservaba una ex-
lor y recompensa de los fuertes. El pensamiento de presión infantil, juguetona todavía, sencilla, alegre. Los
abandonarla sobre aquel banco, de no librarla del si- largos cabellos rubios, como avena madura, destren-
niestro destino, de tal modo le pareció repulsivo, que zados sobre la nuca, la mostraban como una niña,-
ya no hubiera podido vivir sin tenderle una mano fra- que conservaba el candor de su abandono. Lucas, pe-
ternal de socorro. netrado por un encanto infinito, se sentía poco á poco
—Ello es, que no puede usted dormir aquí con este prendado por entero, con emoción y asombro, ante
niño. Es necesario que ese hombre la recoja. Después la deliciosa mujer, que se destacaba de aquella mí-
ya se verá... ¿Dónde vive usted? sera pobreza con que se había encontrado; asustada,
—Cerca de aquí, en el Beauclair viejo, calle de las mal vestida, llorosa. Y la miraba con adoración. |Y¡
Tres Lunas. ella se entregaba ingenuamente con toda el alma do
Explicó lo que había. Ragú habitaba un cuarto re- pobre sér al fin socorrido, amado! Tan guapo, tan
ducido de tres piezas, en la misma casa que una her- bueno, se le aparecía como un Dios, después de las
mana suya, á quien todos llamaban la Pelos, sin que brutalidades de Ragú. Hubiera besado la huella de
se supiera por qué. Sospechaba ella que si realmente sus pasos; y seguía ante él con las manos en cruz,
Ragú no tenía consigo la llave, debía de habérsela la izquierda oprimiendo la derecha, la mutilada, la
dejado á la Pelos, que era una mujer terrible, muy del trapo manchado de sangre. Y algo muy dulce y
mala para las pobres muchachas. Al hablar Lucas de muy fuerte los enlazaba en lazo de infinita ternura,
de amor infinito.
~ N a n e t le llevará á usted á la fábrica, señor. Co- bre, Delaveau; el cual se había obligado formalmente
noce todos los rincones. 4 sacar el treinta por ciento al capital comprometido.
—No, no, ya sé el camino. No hay que despertarle; Y hacía tres años que Delaveau, ingeniero diestro,
le da á usted calor. Espérenme los dos tranquilos. trabajador incansable, venía cumpliendo su promesa,
La dejó sobre el banco, con el niño dormido, en la gracias á una organización y á una dirección enér-
negra noche. Y al separarse, una gran claridad ilu- gicas, cuidando de los menores detalles, exigiendo de
minó el promontorio de los Montes Bleuses, á la de- todos una disciplina absoluta. Una de las causas de
recha, por encima del parque de la Crecherie, donde los malos negocios de Miguel Qurignon, era un de-
estaba la casa de Jordán. Se distinguió el perfil obs- sastre que se había producido en el mercado metalúr-
curo del horno alto, al costado de la montaña. Era gico de la comarca, desde que la fabricación de rieles
una sangría; todas las rocas cercanas, y hasta los y de grandes armaduras de hierro había dejado de ser
tejados de Beauclair, aparecieron iluminados, como productiva á causa del invento do un procedimiento
por la grana de una aurora, químico, que en el Norte, y en el Este, permitía uti-
lizar á bajo precio vastos yacimientos de mineral, has-
ta entonces muy defectuosos. Las fábricas de acero
de Beauclair ya no podían competir en baratura, y
la ruina era evidente. El rasgo de genio de Dela-
veau consistió entonces en comprender que debía cam-
U biar la fabricación, abandonar los rieles y las armar
duras, que el Norte y el Este daban á veinte cénti-
mos el kilo; atenerse á los objetos finos y cuidados, á
Bonnaire, el maestro pudelador, uno de los mejo- las granadas y cañones, por ejemplo, que se venden
res obreros de la fábrica, había representado impor- de dos á tres francos. La prosperidad había vuelto;
tante papel en la última huelga. Leía los periódicos el dinero metido por Boisgelin en el negocio le produ-
de París; de espíritu recto, á quien sublevaban las cía una renta considerable. Pero se había necesitado
iniquidades del salario, bebía, en tal lectura, una ins- nueva maquinaria, obreros mejores; más atentos á su
trucción revolucionaria, con muchas lagunas, pero que tarea, y por consiguiente mejor pagados. Al principio,
había hecho de él un partidario bastante puro de la la huelga no había tenido más causa que esta alza
doctrina colectivista. Cierto que, como él decía con de los salarios. Los obreros eran pagados á cien kiló-
gran prudencia, con el hermoso equilibrio del hom- gramos, y Delaveau mismo admitía la necesidad de
bre laborioso y sano, aquellos oran los sueños que nuevas tarifas. Pero quería seguir siendo el dueño ab-
había de esforzarse por alcanzar un día; y en tanto, soluto de la situación, sobre todo no parecer que obe-
se trataba de obtener toda la justicia realizable inme- decía á las órdenes de sus obreros. Inteligencia en-
diatamente, para que los compañeros sufriesen lo me- tregada á una especialidad, muy autoritaria," muy
nos posible. La huelga, de tiempo atrás, se había he- tenaz en sus derechos, aun procurando ser leal y jus-
cho inevitable. Tres años antes, habiendo peligrado to, consideraba el colectivismo, particularmente, un
el Abismo, en manos de Miguel Qurignon, el hijo del sueño destructor; y declaraba que tales utopias con-
señor Jerónimo, su yerno Boisgelin, un desocupado, ducirían en línea recta á espantosas catástrofes. Y
un señorito, guapetón, de París, que se había casado la querella, entre él y aquel mundo reducido, de tra-
con su hija Susana, había tenido la idea de salvar la bajadores, que era su reino, se había agravado el día
fábrica, de gastar en ella los restos de su fortuna, en que Bonnaire había logrado casi poner en pie un
muy comprometida, por consejo do un su primo po- sindicato de defensa; pues si Delaveau admitía las
~Nanet le llevará á usted á la fábrica, señor. Co- bre, Delaveau; el cual se había obligado formalmente
noce todos los rincones. 4 sacar el treinta por ciento al capital comprometido.
—No, no, ya sé el camino. No hay que despertarlo} Y hacía tres años que Delaveau, ingeniero diestro,
le da á usted calor. Espérenme los dos tranquilos. trabajador incansable, venía cumpliendo su promesa,
La dejó sobre el banco, con el niño dormido, en la gracias á una organización y á una dirección enér-
negra noche. Y al separarse, una gran claridad ilu- gicas, cuidando de los menores detalles, exigiendo do
minó el promontorio de los Montes Bleuses, á la de- todos una disciplina absoluta Una de las causas de¡
recha, por encima del parque de la Crecherie, donde los malos negocios de Miguel Qurignon, era un de-
estaba la casa de Jordán. Se distinguió el perfil obs- sastre que se había producido en el mercado metalúr-
curo del horno alto, al costado de la montaña Era gico de la comarca, desde que la fabricación de rieles
una sangría; todas las rocas cercanas, y hasta los y de grandes armaduras de hierro había dejado de ser
tejados de Beauclair, aparecieron iluminados, como productiva á causa del invento do un procedimiento
por la grana de una a u r o r a químico, que en el Norte, y en el Este, permitía uti-
lizar á bajo precio vastos yacimientos de mineral, has-
ta entonces muy defectuosos. Las fábricas de acero
de Beauclair ya no podían competir en baratura, y
la ruina era evidente. El rasgo de genio de Dela-
veau consistió entonces en comprender que debía cam-
U biar la fabricación, abandonar los rieles y las armar
duras, que el Norte y el Este daban á veinte cénti-
mos el kilo; atenerse á los objetos finos y cuidados, á
Bonnaire, el maestro pudelador, uno de los mejo- las granadas y cañones, por ejemplo, que se venden
res obreros de la fábrica, había representado impor- de dos á tres francos. La prosperidad había vuelto;
tante papel en la última hueilga Leía los periódicos el dinero metido por Boisgelin en el negocio le produ-
de París; de espíritu recto, á quien sublevaban las cía una renta considerable. Pero se había necesitado
iniquidades del salario, bebía, en tal lectura, una ins- nueva maquinaria, obreros mejores; más atentos á su
trucción revolucionaria, con muchas lagunas, pero que tarea, y por consiguiente mejor pagados. Al principio,
había hecho de él un partidario bastante puro de la la huelga no había tenido más causa que esta alza
doctrina colectivista. Cierto que, como él decía con de los salarios. Los obreros eran pagados á cien kiló-
gran prudencia, con el hermoso equilibrio del hom- gramos, y Delaveau mismo admitía la necesidad de
bre laborioso y sano, aquellos oran los sueños que nuevas tarifas. Pero quería seguir siendo el dueño ab-
había de esforzarse por alcanzar Un día; y en tanto, soluto de la situación, sobre todo no parecer que obe-
se trataba de obtener toda la justicia realizable inme- decía á las órdenes de sus obreros. Inteligencia en-
diatamente, para que los compañeros sufriesen lo me- tregada á una especialidad, muy autoritaria," muy
nos posible. La huelga, de tiempo atrás, se había he- tenaz en sus derechos, aun procurando ser leal y jus-
cho inevitable. Tres años antes, habiendo peligrado to, consideraba el colectivismo, particularmente, un
el Abismo, en manos de Miguel Qurignon, el hijo del sueño destructor; y declaraba que tales utopias con-
señor Jerónimo, su yerno Boisgelin, un desocupado, ducirían en línea recta á espantosas catástrofes. Y
un señorito, guapetón, de París, que se había casado la querella, entre él y aquel mundo reducido, de tra-
con su hija Susana, había tenido la idea de salvar la bajadores, que era su reino, se había agravado el día
fábrica, de gastar en ella los restos de su fortuna, en que Bonnaire había logrado casi poner en pie un
muy comprometida, por consejo do un su primo po- sindicato de defensa; pues si Delaveau admitía las
s a Bfl « - 57 «
tejas de socorro y da retiro, y aun tas cooperativas de tres compañeros. Pero no sacaron de él más que razo-
consumo,- reconociendo que n o estaba prohibido al obre namientos, cálculos, cuya conclusión era que compro-
ro mejorar su suerte, protestaba con violencia con- metería la prosperidad del Abismo si aumentaba los
tra los sindicatos, las agrupaciones de intereses, ar- salarios. Se le había confiado un capital, se le había
mados para la acción colectiva. Por aquí comenzó la puesto á dirigir la fábrica, y su estricto deber consis-
lucha; no se mostró propicio & terminar la revisión tía en que la fábrica prosperase, y el capital diera el
de las tarifas; creyó que debía armarse él también, rédito ofrecido. Ciertamente, deseaba ser humano, pero
declarar en cierto modo el Abismo en estado de sitio. se tenía por perfectamente honrado compliendo sus
Desde que apretaba las clavijas, los obreros se quejar compromisos y sacando de la empresa que dirigía la
ban de no tener ya libertad individual. Se Les vigila- may.or riqueza posible. Lo demás eran sueños, loca
ba con rigor en actos y pensamientos, hasta fuera d® esperanza, porvenir utópico y peligroso. Y así, tercos
la fábrica. Los que so hacían humildes y aduladores, todos, después de varias entrevistas por el estilo, la
tal vez espías, eran tratados por la administración huelga pudo durar dos meses, desastrosa para el sala-
muy suavemente, y los que mostraban tesón, los Inde- rio como para el capital, agravando la miseria de los
pendientes, como hombres peligrosos. Como tí jefe, trabajadores, mientras la maquinaria, quieta, se estro-
conservador, defensor instintivo de lo existente, que- peaba.
ría, á las claras, no tener más que hombres suyoa, Después so había llegado á ciertas concesiones mu-
todos los subordinados, los ingenieros, los contra- tuas, entendiéndose respecto á las nuevas tarifas. Pe-
maestres, los vigilantes, extremaban el rigor, y eran ro, todavía durante una semana, Delaveau se había
de severidad implacable, en punto á obediencia, y & negado á que volvieran algunos obreros, los que te-
lo que llamaban buena voluntad. nía por cabezas de motín, entre los cuales estaba Bon-
Bonnaire, herido en su anhelo de libertad y de jus- naire. Guardaba rencor á éste, aunque reconocía que
ticia, se encontró naturalmente á la cabeza de los des- era uno de sus obreros más diestros y sobrios. Por
contentos. El fué quien se presentó con algunos com- último, cuando cedió, cuando le dejó volver con los
pañeros en casa de Delaveau, para hacerle saber lo demás, declaró que lo admitía á la fuerza, contra su
qué querían. Le habló muy claramente, y le exasperó; gusto, porque hubiera paz.
sin obtener el aumento de salarios que se pedía. De- Aquel día, Bonnaire se sintió condenado; por lo pron-
laveau no creía posible en su fábrica la huelga ge- to no quiso el olvido, ofrecido así; se negó á vol-
neral, pues los obreros metalúrgicos tardan en enfa- ver con los compañeros. Pero éstos, que le querían
darse; no había habido' huelga en el Abismo hacía mucho, declararon que sin él no volverían, y él fingió
años, mientras estallaban, sin cesar, entre los mineros, resignarse, muy noblemente, para no ser causa de nue-
en las minas de hulla de Brías. Y cuando esta huelga va ruptura. Los camaradas bastante habían sufrido;
general se produjo, á pesar de sus previsiones; cuando su resolución estaba tomada, quería sacrificarse solo,
una mañana, doscientos hombres apenas, de los mil sin que otro alguno sufriera la pena de la semivic-
que eran, se presentaron, y tuvo que cerrar la fábri- toria ganada; por eso había vuelto el jueves, prome-
ca, tal cólera contenida sintió, que desde entonces se tiéndose marcharse el domingo, convencido de que su
cerró á la banda, intransigente. Empezó por poner en presencia en el Abismo ya era imposible. Nada había
la calle al sindicato y á Bonnaire, cuando se atrevie- dicho á nadie, sólo había advertido á la administra-
ron á venir á verle algunos delegados. El era el amo ción, el sábado por la mañana, que de tarde se iría;
en su casa, y sus cuestiones con sus obreros no tenía y si todavía estaba en el Abismo aquella noche, era
que resolverlas más que con ellos mismos. Bonnaire porque quería terminar un trabajo comenzado. Quería
tuvo que volver á verle, acompañado únicamente de desaparecer discretamente y á lo honrado.
• a QB a s e=a 53
Lucas no Meo más que dar su nombro ai portero] DOS de pudelar, sólo cuatro ardían, servidos por dos
preguntando si podía hablar en seguida con el maes» martillos zingladores. Aquí y allí, una débil llama de
tro pudelador Bonnaire; y el portero, con un ademán^ gas oscilaba al viento, grandes sombras inundaban el
le indicó el taller de los hornos de pudelar y de los espacio, y á penas se distinguía, en lo alto, las grue-
laminadores, en el fondo del segundo patio, á la iz- sas armaduras ahumadas que sostenían la techumbre.
quierda. Estos patios, anegados por las últimas llu- Rumores de agua salían de la obscuridad; la tierra
vias, eran una verdadera cloaca, con el piso de pie- pisoteada que era el suelo, agrietada, con jorobas, sol-
dra, levantado, y la confusión de railes entre los que taba aquí la humedad en barro fétido, y no era, muy
pasaba una vía de empalme, desde la fábrica á la es- cerca, ya más que polvo de carbón, un montón de
tación de Beauclair. Bajo la claridad, como de luna, detritos. Por todas partes, la grasa del trabajo, des-
de algunas lámparas eléctricas, á través de las som- cuidado, sin gusto, el trabajo execrado y maldito, en
bras que proyectaban los cobertizos, la torre de tem- el antro apestado de humo, manchado con la suciedad
plar los cañones, los hornos de cementar, confusos, que llenaba el ambiente; negro, destrozado, inmundo.
parecidos á las construcciones de algún culto bárbar En una especie de barracas, de tablas groseras, pendía
ro, una locomotora pequeña maniobraba despacio, con de clavos la ropa de calle de los obreros, mezclada con
silbidos agudos, para no aplastar á nadie. Pero ya en mandiles de tela y de piel. Y toda esta miseria som-
el umbral, eran los martinetes, sobre todo, los que bría, no se doraba con una llamarada, más que cuan-
ensordecían á los visitantes, los dos martinetes ins- do un maestro pudelador abría la puerta de su hor-
talados en una especie de bodega, y de los cuales se no, de donde entonces sr v % un chorro de claridad
veía las cabezas enormes, de bestia voraz, que batían deslumbradora, que atravef iba las tinieblas do todo
en hierro, con un ritmo furioso, lo mordían, lo esti- el recinto, como los rayos do un astro.
raban en barra, con el encarnizamiento de sus dien- Cuando Lucas se presentó, Bonnaire acababa de
tes de metal. Los obreros que había allí vivían tran- revolver, por última vez, el metal en fusión, los dos-
quilos, silenciosos, sin hablar más que por señas, en cientos kilos que el horno y el trabajo iban á conver-
aquel estrépito y sacudimiento continuos. Lucas, des- tir en acero. La operación entera exigía cuatro horas;
pués de atravesar un edificio bajo, donde otros mar- la faena dura estaba en esto braceo, después de las
tinetes hacían gran ruido, muy cerca á la izquierda, primeras horas de espera. Sujetando con las manos
atravesó el segundo patio, cuyo piso destrozado es- un espetón de cincuenta libras, el maestro pudelador,
taba obstruido por piezas de desecho, que dormían en bajo la acción de la punzante reverberación, bracea-
el lodo, esperando volver á la fundición. Algunos hom- ba durante veinte minutos la materia incandlescente,
bres cargaban sobre un vagón una gran pieza, de for- sobre la plaza del horno. Con la berlinga rastrillaba
ja, un árbol de torpedero, terminado aquel mismo día, el fondo, amasaba la enorme bola que parecía un sol,
y que la pequeña locomotora iba á llevarse. Llegaba al que nadie más que él podía^ mirar, con sus ojos
ésta silbando, y Lucas tuvo que apartarse. Siguió por endurecidos por la llama; y sabía cómo iba el traba-
una calle, entre montones simétricos de barras de fun- jo, según el color. La berlinga, al retirarla, estaba
dición, la primera materia, y llegó al fin al taller de los roja, con flores do chispas. Ordenó por señas al fogo-
hornos de pudelar y do los laminadores. nero que activase el fuego, mientras que el otro obre-
Este taller, uno de los mayores, retumbaba todo el ro, el compañero pudelador, cogía una berlinga, para
día, con el terrible fragor de los laminadores en mar- hacer á su vez el berlingado, según el término en uso.
cha. Pero á aquellas horas los laminadores dormían; —¿Es ustel el señor Bonnaire?—preguntó Lucas, que
más de la mitad del inmenso cobertizo, estaba su- se había acercado.
mida en una obscuridad profunda De loa diez hor- Sorprendido, respondió el obrero que sí, con 1.a fia-
« » 6 1 mm
beza. Vestido con la camisa, y un simple mandil, pa-
recía soberbio, el cuello blanco, sonrosado el rostro, tes, estrechas y largas, cuyos macizos de ladrillo ocu-
en el esfuerzo vencedor, envuelto en la luz de aquel paban todo el subsuelo, se calentaban, por una mezcla
sol de fragua. De treinta y cinco años apenas, era un de aire y de gas inflamado, que el maestro fundidor
coloso rubio, el pelo cortado al rape, ancho el rostro, vigilaba por si mismo, por medio de una compuerta.
macizo y plácido; de su boca grande, de firme dibujo, Había, rayando la tierra pisoteada de la sala tene-
de sus grandes ojos tranquilos, emanaban la rectitud brosa, seis hendiduras abiertas, sobre el infierno in-
y la bondad. terior, sobre el volcán en continua actividad, cuya ho-
—No sé si usted se acordará de mí—continuó Lu- guera subterránea bramaba. Coberteras, en forma de
cas.—El verano último, le he visto á usted aquí, y losas largas, de ladrillos, en cerrados en armaduras de
hemos hablado. hierro, estaban colocadas á través de loe hornos; pero
estas tapas no se tocaban; una intensa luz rosada
—Justamente—respondió por fin, el maestro pude- salía de los fnsterticios, y cada resplandor de aque-
lador.—Es usted un amigo del señor Jordán. llos parecía tí orto de un astro. Y estos rayos prolon-
Después que el joven, con algún trabajo, le expli- gados de luz que brotaban, subían en haces hasta los
có el motivo de su visita, lo que había visto, cómo la
miserable Josina quedaba en la calle, y la buena ac- vidrios polvorientos de la techumbre. 'Y cuando un
ción que sólo él podía hacer sin duda, el obrero volvió obrero, por necesidad de servicio quitaba una de las
á callar, mostrando también cierta vacilación, in- tapas, parecía que el astro surgía entero, y todo tí ta-
quieto. Los dos callaban j hubo una dilación, que ller se iluminaba con claridad de aurora.
prolongó el bailoteo del rr rtillo cinglador, que estaba Pudo Lucas seguir la operación. Varios obreros car-
allí, para los dos hornos apareados. Luego, cuando gaban un horno; les vió bajar los crisoles de tierra
pudo hacerse oír, el maestro pudelador dijo sencilla- refractaria, previamente enrojecidos, y verter en ellos,
mente: por medio de un embudo, la mezcla de los cajones,
—Está bien, haré lo que pueda.... En cuanto acabe, un cajón de treinta kilos por cada crisol. En tres ó
cosa de tres cuartos de hora, iré con usted. cuatro horas, la fusión iba á hacerse. Luego, se quita-
Lucas, aunque ya eran cerca de las once, resolvió rían los crisoles, y se vaciarían. El arranque, el va-
esperar; y puso la atención, primero, en una cizalla ciado, la faena mortífera, Al acercarse á otro hor-
mecánica, que en un rincón sombrío cortaba el acero no, donde los ayudantes armados de largas barras,
en barra, que salía de los hornos de pudelar, con una acababan de comprobar que la fusión estaba hecha,
facilidad tranquila, como si cortase manteca. A cada reconoció Lucas á Fauchard en el arrancador encar-
tijeretada caía un pedacito, y pronto se formaba un gado de retirar los crisoles; pálido, enjuto, la cara
montón, que una carretilla llevaba á los compartimien- flaca y cocida. Fauchard conservaba piernas y brazos
tos del cargadero, donde se componía cada carga, de de Hércules. Deformado físicamente, por la terrible fae-
treinta kilogramos, en un cajón, para llevarla en se- na, siempre igual, que desempeñaba catorce años ha-
guida al taller de los hornos de crisol. Y para matar cía ya, todavía había padecido más en su inteligen-
el tiempo, Lucas, atraído por la gran claridad rosa- cia, con aquel papel de máquina, de movimientos eter-
da, que venía de aquel taller que estaba próximo, se namente semejantes, sin pensamiento, sin acción indi-
dirigió á él. Era una sala, grande y alta, también vidual, convertido él mismo, en un elemento de lu-
de mal aspecto, sucia, estropeada, negra, en la que á cha con el fuego. No bastaban estas lacerías físicas,
nivel del suelo desigual, obstruido de desechos, se los hombros subidos, los miembros hipertrofiados, que-
abrían seis baterías de hornos, divididos en tres com- mados los ojos, debilitados por la llama; tenía ade-
partimientos cada uno. Esta especie de fosas ardien- más la conciencia de su ruina intelectual; pues co-
gido á los diez y 6eis años por el monstruo, después
n 63 a o* 63 ^
de la instrucción rudimentaria, bruscamente detenida,
se acordaba de haber sido inteligente, de haber tenido i lo largo de la barra, después la otra que se juntó á
un pensamiento, que ahora vacilaba y se extinguía, ella, arrancó el crisol y sacó el brazo, con movimiento
bajo la rueda implacable á que daba vueltas, como en que no se vió esfuerzo, aquel peso de cincuenta ki-
bestia ciega, bajo el peso abrumador del oficio que logramos, contando con crisol y tenazas; y dejólo en
envenenaba y destruía. Y ya n o tenía más que una tierra como un pedazo de sol, de una blancura des-
necesidad, una alegría: beber sus cuatro litros, por lumbradora, que al punto fué color de r o s a Y vuelta á
día ó por noche de trabajo; beber para que el horno empezar. Uno á uno sacó todos los crisoles, entre el in-
no quemase, como una corteza seca su piel calcinada, cendio, cada vez más fuerte de aquellas masas de fue-
beber para no caer hecho ceniza, y para tener una go, aun con más destreza que fuerza, yendo y vinien-
felicidad última, y acabar su vida en la diehosa im- do entre las brasas incandescentes, sin quemarse nun-
becilidad de una embriaguez continua. ca, sin parecer sentir siquiera la radiación intole-
rable.
Bien creyó Fauchard aquella noche tener que dejar Se iba á fundir granadas pequeñas, de sesenta ki-
al fuego cocerle un poco más de sangre; pero á las los. Las rieleras de forma de botella, estaban coloca-
ocho, tuvo la grata sorpresa de ver á su mujer Nata- das en dos filas. Después que los ayudantes limpiaron
lia traerle los cuatro litros, tomados al fiado en casa de escorias los crisoles, con una barra de hierro, que
de Caffiaux, y con los que ya él no contaba. Se dis- salía humeante, con babas de púrpura, el maestro
culpó la buena mujer, de no haberle podido traer ni fundidor cogió con presteza los crísoleá, con sus gran-
una hebra de carne, porque Dacheux no se había apia- des tenazas redondas, y vació dos en cada lingotera.
dado. Siempre quejumbrosa y desanimada, ya le in- El metal corría, en un chorro de lava blanca, sonro-
quietaba el pensar lo que comerían al día siguiente. sada, despidiendo chispas azules, delicadas como flo-
Pero el marido, muy contento porque tenía vino, la res; se diría que trasegaba claros licores, salpicados
despidió prometiéndole pedir en la administración, co- de oro. Todo se hacía sin ruido, con movimientos pre-
mo los compañeros, un anticipo. Y le había bastado cisos y rápidos, de una gracia sencilla, entre la viva
una corteza de pan; bebía, y ya estaba aplomado. Al claridad y el calor del fuego, que convertía todo el
llegar el momento del arranque, volvió á beber un recinto en voraz hoguera.
trago, medio litro; empapó en agua, en el pilón común,
el gran mandil de tela, en que estaba envuelto, y en Lacas, por falta de costumbre, se sofocaba; no pudo
seguida, calzado de grandes zuecos, cubiertas las ma- permanecer allí más tiempo. A cuatro ó cinco metros
nos con guantes mojados, armadas de la larga tenaza de del horno, se le abrasaba el rostro; un sudor de fuego
heirro, por encima del horno, de una zancada, apoyó le empapaba el cuerpo. Las granadas le habían inte-
el pie derecho sobre la tapa que acababan de separar, resado; las miraba enfriarse, preguntándose dónde es-
pecho y vientre recibiendo el empuje formidable del tarían los hombres á quienes un día matarían acaso.
calor que subía del volcán entreabierto. Apareció ¿n Pasó el cobertizo próximo, y se encontró en el taller
momento rojo todo él, como ardiendo, en plena hoguera, de los martillos-pilones, y de la prensa de forjar, dor-
como una tea. Los zuecos humeaban, humeaban los mida á tales horas, con su monstruoso aparato, la
guantes y el man til, toda su carne parecía derretirse. prensa de una fuerza de dos mil toneladas, los marti-
Pero él, sm prisa, con ojos habituados á la llama, bus- llos de fuerzas menores, escalonados, que tenían en el
caba el crisol en el fondo del foso ardiente, se incli- fondo de la semi obscuridad perfiles negros y rechon-
naba un poco, para cogerlo, con la larga tenaza; y con chos de dioses bárbaros. Allí precisamente, se encon-
una brusca sacudida de ríñones, irguiéndose, en tres tró con las granadas otra vez; otras granadas que
movimientos rítmicos j; ligeros, deslizando una mano aquel mismo día se habían forjado en matriz, bajo el
martillo-pilón más pequeño, al ealir de la lingotera,
después de aS recocido. Le llamó luego bt ateWrión á dar más lejos con un gran torno, donde giraba un
un tubo de gran cañón de marina de seas metros de cañón semejante á aquel cuyo tubo formado acababa
largo, tibio todavía por haber pasado bajo la pren- de ver; pero éste ya estaba calibrado por fuera y bri-
sa, donde los lingotes de acero de mil kilos se alar- llaba como una moneda nueva. Bajo la dirección de
gaban, tomaban, la forma debida, como rollos de blan- un muchacho, casi un niño, atento, inclinado sobre el
da pasta; y el tubo esperaba encadenado, dispuesto mecanismo como un relojero sobre el de un reloj de
para que se lo llevaran y ser cargado por las grúas bolsillo, giraba, giraba sin fin, con suave zumbar, mien-
poderosas, para ir al taller de los tornos, que estaba tras la cuchilla, por dentro, lo barrenaba con tal pre-
más lejos, después del taller en que estaba el horno cisión, que no se desviaba ni una milésima de milí-
Martín y el vaciado de acero. metro. Y cuando este cañón también estuviera tem-
Llegó entonces Lucas hasta ed extremo; atravesó tam- plado, después de haberle arrojado en un baño de
bién este taller, el más grande de todos, donde so fun- petróleo desde lo alto de la torre, ¡en qué campo de
dían las grandes piezas. El horno Martín permitía ver- desastre iría á matar hombres! jqué atroz recolección
ter el acero en fusión, en cantidad considerable, en de vidas sería la suya, cuando estaba forjado de aquel
las formas de fundición; mientras dos puentes eléc- acero con que los hombres hermanos no debían fá-
tricos, grúas volantes, á ocho metros de altura, trans- bricar más que carros y rieles l
portaban con una especie de suavidad aceitosa, á to- Lucas empujó una puerta, y salió un instante al
das partes, gigantescas piezas de varias toneladas de aire libre. Estaba la noche húmeda y templada; res-
peso. Entró Lucas luego en el taller de los tornos, piró á sus anchas, saboreando el viento. Levantó los
un inmenso salón cerrado, un poco más decente que ojos; no vió ni una estrella entre las nubes que co-
los otros y que mostraba en dos líneas máquinas ad- rrían como locas. Pero los globos de las lámparas in-
mirables, de delicadeza y potencia incomparables. Ha- candescentes, de trecho en trecho, en los patios, reem-
bía garlopas para cepillar los blindajes de navio, que plazaban á la luna sumergida; y volvió á ver las chi-
daban forma al metal, como el cepillo de un carpintero meneas entre el humo pálido, un cielo sucio de car-
se la da & la madera. Había, sobre todo, tornos de bón, cortado doquiera por la red de hilos, que tras-
un mecanismo complicado y preciopo, bonitos coma mitían la fuerza eléctrica y parecían una gigantesca
alhajas, que divertían como juguetes. De noche, sólo al- tela de araña. Las máquinas que producían tal fuer-
gunos trabajadores, alumbrados por sendas lámparas za, muy hermosas, funcionaban allí, en un edificio
eléctricas, con un ruido ligero, un zumbido suave, en nuevo. Había además un tejar para la fabricación de
el silencioso ambiente. Y otra vez dió con las gra- ladrillos y crisoles de tierra refractaria; una carpin-
nadas; con una que habían cortado por la cabeza y tería para los modelos y embalajes; numerosos alma-
el culote al salir par la matriz y que después habían cenes para los aceros y hierros del comercio. Lucas
fijado en un torno para calibrarla exteriormente, pri- se perdió por aquella ciudad en pequeño; gustábale
mero; giraba con velocidad prodigiosa y volaban copos encontrar paisajes desiertos, negros rincones, en calma,
de acero bajo la fina cuchilla inmóvil, como hilos de de algún patio, donde se sentía revivir; pero, de pron-
plata. Ya no había más que horadarla interiormente, to, volvió á verse en aquel infierno, esta vez en ¡el
templarla, concluirla; y ¿adónde estaban los hombrea cobertizo de los hornos de crisol.
que iba á matar cuando la cargasen? Lucas vió surgir Se ejecutaba otra maniobra; sesenta crisoles eran
de todo este heróico trabajo humano, del trabajo do- arrancados á la vez, para fundir una gran pieza de
mado, siervo bajo el imperio del hombre, vencedor forja que debía de pesar mil ochocientos kilos. En
de las fuerzas naturales, una visión de matanza, el el taller próximo, el molde con su embudo, esperaba
rojo frenesí de un caunpo de batalla. Se alejó y fué — ~ grabajo._—-Tpmo JL—5
m ra ^
en pie en el fondo del foso. Rápidamente, se organizó Allí estaba el fogonero con la carretilla de hierre,-
el desfile; todos los ayudantes de las cuadrillas se esperando. Armado de tenazas, cogió el compañero la
iusieron á trabajar; para cada crispí dos hombres; bola, especie de gran esponja ardiendo, que hubiera
Íevantándolo, con ayuda de las dobles tenazas, y lle- brotado en alguna caverna volcánica; la sacó de un
vándolo á paso largo y ligero. Uno tras otro, pasaron golpe y la arrojó en la carretilla, que el fogonero
los sesenta en brillante procesión; parecía un baile empujó rápidamente, hasta el martillo cinglador. Y un
de espectáculo, con faroles á la veneciana, de un rojo oficial de herrero sujetó la bola con sus tenazas, para
anaranjado, que bailarinas de vago aspecto, de rá- darle vueltas bajo el martillo, que de repente entró
pidos pies de sombra, paseaban de dos en dos; y la en acción. Aturdía y deslumhraba aquello; tembló el
maravilla estaba en la rapidez extraordinaria, en la suelo, se oía como campanas á vuelo, en tanto que
seguridad perfecta de aquellos movimientos tan bien el herrero, con guantes y cinturón de piel, desaparecía
regulados, que les hacía parecer como jugando enme- en un huracán de chispas. A veces, eran tan grandes las
dio del fuego; ya acudían, se rozaban, marchaban,- rebabas lanzadas, que estallaban en todos sentidos como
volvían, como haciendo juegos malabares con estre- metralla. Impasible en medio de aquel tiroteo, daba el
llas en fusión. En menos de tres minutos, los sesenta herrero vuelta á la esponja, presentándola por todos
crisoles estaban vaciados en el molde, de donde subía lados para hacer de ella el pastel, la torta de acero,
un haz de oro, un ramillete de chispas que iba cre- que luego se entregaría á los laminadores. Y el marti-
llo le obedecía, golpe aquí, golpe allá, ya lentos ya
ciendo. rápidos; y sm una palabra, sin que se pudiera ni
Cuando volvió Lucas á la sala de los hornos de pu- aun sorprender las órdenes que daba con una señal
delar, y de los laminadores, después de un paseo de al obrero, que manejaba la máquina, sentado en lo alto,
media hora larga, encontró á Bonnaire, á punto de en su cajón, la mano en la palanca, que guiaba el
acabar su faena. impulso. i »
—Al momento soy con usted.
Sobre la plaza del horno, que ardía, cuya puerta Lucas, que se había acercado, mientras Bonnaire cam-
abierta echaba llamaradas, ya había por tres veces 1 ? \ f r o p a ' r e c o n o c i ó á Fortunato, el cuñado de
aislado una cuarta parte del metal incandescente, rauchard, en el obrero encaramado allá arriba, inmó-
cincuenta kilos de material, que arrollaba y á que vil durante horas, sin más vida que la de aquel mo-
daba la forma de una especie de bola, con la berlin- vimiento maquinal de la mano, en medio del estré-
ga; y habiendo pasado ya tres partes del material de pito ensordecedor, que él mismo desencadenaba. A la
su poder al del martillo cinglador, se ponía á trabajar derecha la palanca, para que el martillo cayese; la pa-
la cuarta y última. Veinte minutos llevaba así, ante lanca á la izquierda, para que se levantara; y nada
aquellas fauces voraces, el pecho crujiendo en la ho- mas; el pensamiento del niño se limitaba á esto, en-
guera, los brazos manejando el pesado gancho, y siem- cerrado en tan breve espacio. Un instante, á la viva
re ojo avizor, para dirigir bien el trabajo, entre la claridad de las chispas, se le pudo ver, débil y ruin
E ama deslumbradora. Miraba fijamente, en medio de
las brasas, la bola de acero hecho fuego, que arrolla-
con el rostro pálido, los cabellos descoloridos, los ojos
turbios de miserable sér, cuyo crecimiento físico v
ba con movimiento continuo. Parecía agrandarse, cual moral había detenido el trabajo de bruto, sin atrac-
tivo, sin albedrío.
fabricador de astros, creando mundos en ardiente re-
verberación, que doraba su cuerpo, grande, sonrosado, —Si usted quiere que marchemos, estoy 4 su dis-
sobre el fondo negro de las tinieblas. Y todo acabó. posición—dijo Bonnaire, en cuanto cesó el ruido del
Retiró el espetón, hecho ascua, y entregó al compa^ martillo de forja.
ñeto los últimos cincuenta kilos de la carga,. Lucas se volvió rápido y se vió en frente de* maes-

-
tro pudelador, vestido con un mandil y una chaqui —¿Quiere usted que yo le acompañe?—propuso Lu-
to de lana gruesa, con un lío bajo el brazo, con el traje cas.—Yo lo explicaré todo.
de mecánica y otras menudencias de su uso, todo el —A fe mía, caballero—respondió el otro, consolado,
ajuar de la fábrica, pues la dejaba para no volver. —puede que eso fuera lo mejor.
—Sí, sí, vamos pronto. Ni una palabra medió entre Bonnaire y Josina. Pa-
Pero Bonnaire aun se detuvo. Como si olvidara algo, recía ésta avergonzada delante del maestro pudelador,
echó una mirada á la barraca de tablones que servía y si él le tenía una especie de lástima paternal, por
de ropero. Después miró el horno, el horno que ha indulgencia de su buen corazón, no podía menos de
bía hecho suyo en más de diez años, viviendo de la culparla por haberse rendido á tan mala persona. Ha-
llama, conquistando allí por millones de kilogramos el bía despertado á Nanet con suavidad, al ver que vol-
acero que mandaba á los laminadores. Partía por pro- vían Lucas y el maestro. Animados por Lucas, el niño
pia voluntad, con la idea de que éste era su deber,- y su hermana habían echado á andar á su lado, en si-
por él y por sus compañeros; mas por lo mismo pl lencio. Tomando por la derecha, siguiendo el terra-
dolor de arrancarse de su puesto era más heroico. plén del ferrocarril, entraron en el Beauclair viejo,
cuyas casuchas, á la salida de la garganta de los mon-
Dominó la emoción que le apretaba la garganta y tes Bleuses, se mostraban sobre el terreno llano en
echó á andar delante. una especie de laguna nauseabunda, hasta el barrio
—Tenga usted cuidado, caballero; esta pieza está nuevo del pueblo. Era aquello una confusión de calles
caliente todavía, y l e quemaría el zapato. estrechas, sin aire, sin luz, todas apestadas por un
Ni uno ni otro hablaron más. Atravesaron los dos arroyo que corría en medio; y no las lavaba más que
patios que aparecían confusamente, á la luz de luna el agua de los chubascos.
de las lámparas eléctricas; pasaron cerca de las cons-
trucciones bajas donde los martillos hacían tanto rui- No se comprendía tal amontonamiento de pobla-
do. Y en cuanto salieron del Abismo, les tragó la ción miserable, en espacio tan estrecho, cuando la
noche negra; sintieron disminuir, á la espalda, las lla- Rumana extendía en frente la inmensidad de la lla-
maradas y los gruñidos del monstruo. Seguía azotan- nura, donde el libre hálito del cielo soplaba como un
do el viento que desgarraba en el cielo las nubes fu- mar. Sólo por el rigor do la lucha por el dinero, por
gitivas. Del otro lado del puente, el ribazo del Mion- la propiedad, se explicaba que se midiese con tal ta-
na estaba desierto; ni un alma. Cuando Lucas hubo cañería á los hombres el derecho al suelo, un poco de
encontrado sobre el banco en que la dejara á Jo- la madre común, los pocos metros necesarios para la
sina, inmóvil, los ojos muy abiertos á la obscuridad, vida ordinaria. La especulación había mediado y un
apretando á su cuerpo flaco la cabeza de Nanet, dor- siglo ó dos de miseria, habían venido á parar á esta
mido, quiso retirarse, porque veía que su misión es- cloaca de viviendas baratas, donde á pesar de todo
taba cumplida, puesto que Bonnaire se encargaba aho- eran frecuentes los desahucios, por bajos que fuesen
ra de asegurar un albergue á la mísera criatura. Pero los alquileres de ciertos cuchitriles, malos para ani-
le pareció que el trabajador encontraba de repente males. Las casuchas miserables habían brotado por
difícil su empeño y que le inquietaba la idea de Ja donde quiera, según los azares del terreno, nidos de
escena terrible que lo esperaba en casa, cuando su mu- gusanos y de peste. iQ11® tristeza, á tan altas horas
jer, la tremenda Pelos, le viese entrar con aquella de la noche, bajo un cielo lúgubre, la de aquella ciu-
andrajosa. Y lo peor era, que todavía no le había dad maldita del trabajo, obscura, acogotada, inmun-
anunciado su resolución do dejar la fábrica, y barrun- da, como repugnante vegetación do la injusticia so-
taba una gran disputa, cuando supiera quo se había cial!
quedado sin trabajo, en la calle, por su voluntad. Bonnaire que iba delante, siguió por una calleja,-
torció por otra, y llegó por fia á la calle de las Tres nes, dormían los dos niños, Luciana y Antonieta, él
Lunas Era una de las más estrechas, sin aceras, em-
pedrada con guijarros puntiagudos, recogidos en el de seis años, ella de cuatro, muy robustos y hermosos
lecho del Mionna. La casa, cuyo primer piso ocupaba, y medrados, para su edad. La vivienda, á parte de
negra agrietada, de tal modo so había hundido <£ esta sala común, que era cocina y comedor, sólo tenía
repente un día, que hubo que apuntalar la fachada otros dos aposentos, la alcoba de Lunot, y la del ma-
con cuatro grandes vigas; y Ragú ocupaba con Jo- trimonio.
a n a , justamente, los dos cuartos del segundo, cuyo Pasmada de ver volver á su marido á tal hora, la
piso hundido se apoyaba en los puntales. Abajo la Pelos que no estaba prevenida, había levantado la
escalera pma como una escala, arrancaba del mismo cabeza.
umbral de la puerta, sin vestíbulo. — ¿Cómo es eso, aquí tú?
No quiso el marido empezar por la cuestión más
—Quiere decirse, caballero—dijo al llegar allí, Bon- grave, haciéndole saber desde luego que dejaba el Abis-
naire á L u c a s , - q u e va usted á hacerme el favor de mo; y prefirió arreglar primero el caso de Josina y de
subir conmigo.
Nanet. Así, respondió evadiéndose:
Otra vez se sentía turbado. Josina compredió que —Sí, he concluido, y me vuelvo.
no se atrevía á meterla en casa, temiendo alguna Luego, sin dejarle tiempo para más preguntas, le
afrenta, y que al mismo tiempo, sentía dejarla en la presentó á Lucas.
kÍ J™^1 .f! n o - P e r o ella lo arregló, diciendo con —Mira, aquí está este caballero, un amigo del se-
su aire humilde de suave resignación- ñor Jordán, que ha venido á pedirme una cosa que
1 ™ necesitamos entrar, esperaremos en él te explicará.
la escalera, sentados en un peldaño, arriba Cada vez más sorprendida, la Pelos se había vuelto
Bonnaire aceptó en seguida. hacia Lucas, que pudo notar entonces su gran pare-
• 7 ? S ° i , e s ' « P e r a d un momento, sentaos, y si con- cido con su hermano Ragú. Pequeña, con cara de mal
sigo la llave, yo os la subiré para que podáis acostaros. genio, de facciones acentuadas, de cabello espeso, ro-
r n S ^ T T 1 " 0 1 1 J , ° S m a y N a n e t e n l a Profunda obs- jo, tenía la frente estrecha, poca nariz, duras las qui-
cundad de la escalera. No se les oía ni respirar. Se jadas; su tez brillante, de rubia azafranada, cuya fres-
sepultado en algún rincón, arriba. Bon- cura la hacía agradable todavía á los veintiocho años,
naire empezóla subir, guiando á Lucas, advirtiéndole y de aspecto joven, era lo que explicaba la viva afi-
S ? J £ í P e í a n o s eran altos, y recomendándole que se ción que había decidido ^ Bonnaire á casarse con
CUCrda gfaSÍenta servía ella, aun conociendo su carácter abominable. Pero ello
SmaS ^e pa había sucedido, y en efecto, la esposa tenía, en con-
,e h
tf>ri~m!' í ^ f r ° ' emos llegado. No se mueva us- tinua tormenta la casa, y tenía él que ceder en todos
ted Oh, diantre 1 Los descansos no son anchos, yX si los pormenores de la vida cotidiana, para conseguir la
uno se cayera, no sería floja la voltereta. paz. Coqueta, devorada por la ambición única de estar
bien vestida, de tener alhajas, no se amansaba más
í a pU6r^' le hizo entrar
delante, por cor- qne cuando estrenaba un vestido.
681311 11 a,u
lluz
S tamarillenta
m a r i l Z t , por" una^ lámpara
^ pequeña ^der a petróleo
d a con •Lucas que se vió en el caso de hablar, comprendió
Apesar de lo avanzado de la hora, la Pelos S que debía atraerla, con un cumplido. En cuanto en-
tró, le pareció la habitación muy limpia, gracias al
taíí S ° á 6 1/ a 1UZ ' Í e p a - S a n d 0 r ° P a blartca S ama de la casa, á pesar de la humildad de los escasos
so híhfa P - r e j 0 L u " o t ' s u m i d 0 en la sombra, muebles, se acercó á la cama y dijo:
e S c í l ? Fn n n ? e C l d 0 ' 0 0 0 fe p Í P a a p # d a entre la¿
encías. En una cama que ocupaba uno de los rinco-
s a 72 == <= 73
—1 Oh! ]qué niños tan hermosos; duermen como án- odio á la joven bonita, graciosa, y hecha para el amor,
geles! á quien los hombres buscaban, y á quien darían ca-
La Pelos había sonreído, pero le miraba fijamente, denas de oro, faldas de seda, si sabía engatusárselos.
y esperaba, segura de que aquel caballero no se ha- Venía este rencor del día en que 'había sabido que su
bría molestado si no tuviese que obtener de ella algo hermano acababa de comprar una sortija d e plata á
importante. Y cuando tuvo que llegar al asunto, cuan- Josina.
do contó que había encontrado á Josina sobre tm —Hay que ser compasiva,- señora — se contentó con
banco, muerta de hambre, abandonada, en medio de la decir Lucas, con voz que temblaba de lástima.
noche, la Pelos hizo un gesto violento, apretando las Pero la Pelos no tuvo tiempo de responder; se oyó
fuertes mandíbulas; y sin responder siquiera á aquel en la escalera el estrépito de pasos fuertes y de tras-
caballero, se volvió furiosa á su marido: piés, y alguien abrió la puerta, á tientas. Era Ragú,
—¿Cómo, todavía este lio? ¿Me importa á mí eso? á quien Bourrón no había abandonado; uno tras otro,
Bonnaire, obligado á intervenir, procuró calmarla con como buenos borrachos, que ya no pueden separarse,
tono de bondad conciliadora. cuando han bebido juntos. Sin embargo, Ragú, bas-
—Sea como quiera, si Ragú te ha dejado la llave, tante razonable, había podido arrancar de casa de Caf-
hay que dársela á esa desgraciada, pues él está allá, fiaux, diciendo que, al fin y al cabo, era necesario vol-
en casa de Caffiaux, donde es capaz de pasar la noche. ver al trabajo al día siguiente; y entraba en casa de
No se puede dejar á una mujer y á un niño dormir en su hermana con su compinche, para recoger la llave.
la calle. —La llave ahí la tienes—gritó la Pelos, con despe-
Estalló con esto la ira de la Pelos: go.— i Ya lo sabes, no me la vuelvas á dejar ! justa-
i—Sí, señor, tengo la llave, sí. Ragú me la ha deja- mente acaban de decirme no sé qué tonterías, para
do, y justamente para que esa andrajosa no vuelva que se la deje á esa mala pécora Cuando tengas
á plantársele en casa, con el galopín de su hermano, mujerzuelas que plantar en la calle, te encargas de
i Pero á mí no me importa saber nada de esas por- ello tú mismo.
querías! Lo que yo sé, es que Ragú me ha dado la Ragú, á quien el vino enternecía sin duda, se echó
llave, y á Ragú se la devolveré. á reir.
Intentó el marido despertar su compasión, pero ella —|Qué tonta es esa Josina!... Si hubiera estado ama-
le impuso silencio, furiosa: ble, tranquila, como se debe, en vez de venir con llo-
—¿Pero es que quieres obligarme á ser compinche riqueos, hubiera venido á beber un vaso con nos-
de las queridas de mi. hermano ? Tocante á esa, que otros!... [Las mujeres! Las mujeres no saben enten-
vaya á reventar donde le dé la gana, lejos, lejos, ya der á los hombres.
que ha sido bastante sinvergüenza para dejarse ma- Y no pudo continuar, decir su idea entera, porque
nosear. ¿Te parece decente? Y el hermanito, que Bourrón, que se había dejado caer sobre una silla,-
arrastra por todas-partes, y que se acostaba allá arri- riendo sin motivo, flaco y acaballado, con su tono de
ba, en un cuarto obscuro, junto á ella y Ragú.... No, eterno buen humor, decía á Bonnaire:
no; cada uno en su casa, y ella que se quede en el —¿Con que, di, es verdad que dejas la fábrica?
arroyo; antes ó después allí había de dar!... Se volvió la Pelos sobresaltada, como si sonara un
Con el corazón en martirio, indignado, la oía Lu- tiro á su espalda.
cas; reconocía en ella la dureza de las mujeres hon- —¿Cómo que deja la fábrica?
radas del pueblo, tan despiadadas para las pobres mu- Momento de silencio. Luego Bonnaire, armándose de
chachas que caen, en su ruda lucha por la existencia. vabr, se resolvió:
Pero en esta había, además, una sorda envidia, el —Sí, dejo la fábrica; no puedo hacer otra cosa.
^ 74 ^
§pf- 75 e s
—1 Qué dejas la fábrica!—exclamó ella airada, fue-
ra de sí, plantándose delante de él.—¿Quiere decirse; Hasta los niños despertaron,- y abriendo mucho los
que no bastaba que hayas cargado con esa indecente ojos, procuraban comprender las cosas graves que de-
cían las personas mayores.
huelga, que en dos meses nos ha hecho comernos to-
das nuestras economías? hace falta además ahora, que Ahora Bonnaire se dirigía á Lucas, todavía en pie,
pagues tú los vidrios rotos.... Según eso, á morirse de como tomándole por testigo:
hambre, y yo andaré en cueros!... —Vamos á ver, caballero. Cada cual tiene su honra.
Sin enfadarse, respondió él suavemente: ¿No es eso?... La huelga era inevitable, y si hubiera
—Es posible; puede que no tengas vestido nuevo que volver á empezarla, volvería. Quiero decir, que
por Pascua, y puede que tengamos que apretarnos la con todas mis fuerzas empujaría á los compañeros á
barriga. Pero te repito, que hago lo que debo. obtener justicia. No puede uno dejar que se lo coman;
No soltó presa ella; se le acercó, y le gritó en las el trabajo debe ser pagado por su precio; á no ser que
narices: nos resignemos á ser simples esclavos. Tanta razón
—¡Bah! |Quiá! |Si piensas que te lo han de agra- temamos, que el señor Delaveau ha tenido que ceder
decer! Ya los compañeros dicen sin reparo á quien en todo, aceptando nuestra nueva tarifa... Ahora noto
les quiere oír, que sin tu huelga, no se hubieran que ese hombre está furioso, y que es preciso, como
muerto de hambre durante dos meses. ¿Y sabes lo dice mi mujer, que alguien pague los vidrios rotos,
qué dirán cuando sepan que dejas la fábrica? Di- bi yo no me marchase hoy por mi gusto, mañana en-
rán, que está muy bien, y que tú no eres más que un contraría él un pretexto para echarme. Y entonces,
imbécil... En la vida 'te dejaré yo hacer semejante ¿que? voy á empeñarme en quedar, para ser un conti-
majadería. ¿Oyes? Mañana volverás al trabajo. nuo motivo de disputa? No, no; eso se convertiría en
disgustos de todas clases para los compañeros y es-
Bonnaire la miraba fijamente con su mirada clara taría muy mal hecho por mi parte.... Si he fingido
y franca. Si solía ceder en materia de policía domés-1 volver fué porque los camaradas hablaron de con-
tica, si la dejaba reinar despóticamente en las cosas tinuar la huelga si yo no volvía. Pero ahora, que ya
de familia, se hacía de hierro, cuando se trataba de están trabajando tranquilos, prefiero desaparecer, pues
una cuestión de conciencia. Así que, sin salirse de es necesario. Así se arregla todo; nadie se moverá y
tono, con la voz de amo, que conocía ella bien, se con- yo habré hecho lo que debo... Para mí es cuestión'de
tentó con decir: nonra; yo tengo la mía.
—Vas á hacerme el favor de callarte.... Estas son
cosas nuestras, de los hombres, y de las cuales las Decía todo esto con sencilla grandeza, con aire co-
mujeres como tú, no comprenden una palabra, y más rriente, con bizarría, y Lucas sintió emoción profun-
vale que no se mezclen en ellas... Tú eres muy valien- da De este obrero, que había visto negro y mudo
te, pero harás bien en ponerte otra vez á repasar la trabajando en dura labor ante aquel horno; de esté
ropa, si no quieres que nos enfademos. nombre que acababa de Ver, bondadoso y apacible
Y la empujó hacia la silla, junto á la lámpara,- tolerante y conciliador en familia, surgía un héroe deí
obligándola á sentarse. Domada, temblando de cóle- trabajo, uno de esos luchadores obscuros, que han dado
ra, que ya sabía ella que era inútil, volvió á coger la todo su sér á la justicia, y que sienten la frater-
aguja, fingiendo desentenderse de asuntos de que se sUencio PUnt
° d Q i n m o I a r s e P° r l o s demás en
la alejaba, de modo tan claro. Despertando al ruido
de las voces, Lunot, el anciano, sin extrañar ver allí ^Furiosa, sin dejar de mover la aguja, la Pelos re-
tanta gente, encendió la pipa, y escuchaba con aire
de viejo filósofo, desengañado. - —l.Y nosotros reventaremos de hambre I
a« 77 —
—Y nosotros reven laxemos de hambre; es muy po-
sible—dijo Bonnaire;—pero yo dormiré tranquilo. rfa el trabajo general y obligatorio, de modo que la
Bagú rió con fisga. remuneración fuese proporcional á las horas de tra-
—1 Oh, morir de hambre! cosa inútil, eso nunca ha bajo. Cuando se embrollaba, era al tratar del modo
servido de nada. No es que yo defienda á los pa- práctico de conseguir por medio de leyes esta «socia-
tronos. | Vaya una pandilla I Sólo que, como los nece- lización». Sobre todo, cómo iba á funcionar libremente
sitamos, siempre hay que acabar por entenderse, y I el sistema, cuando se pusiera en práctica con toda
hacer, sobre poco más ó menos, lo que ellos quieren.. aquella máquina complicada de dirección é interven-
Y continuó con sus bromas, con el corazón en la ción que necesitaría una policía de Estado vejatoria
mano. Era el obrero del término medio, ni bueno ni y dura. Y como Lucas, que no iba tan lejos en su an-
malo, el producto estropeado del salario, tal como le helo humanitario, le hubiese presentado algunas ob-
hacía la actual organización del trabajo. Gritaba mu- jeciones, Bonnaire respondió con la tranquila fe del
cho contra el régimen del capital; le enfadaba el peso creyente:
abrumador del trabajo impuesto, y hasta era capaz —Todo nos pertenece,- todo lo tomaremos, para que
de una rebeldía pasajera. Pero el largo atonismo le cada cual tenga su parte justa de trabajo y de descan-
había encorvado, tenía en el fondo alma de esclavo, so, de pena y de alegría. No hay otra solución razo-
respetuoso ante la tradición establecida, envidiando al nable; la injusticia y el sufrimiento se han hecho de-
patrono, dueño y soberano, que poseía y disfrutaba masiado grandes.
todas las cosas; y no alimentaba más que la sorda am- Los mismos Ragú y Bourrón estuvieron de acuer-
bición de reemplazarle el mejor día, para poseer y do. ¿No lo había corrompido y envenenado todo el
disfrutar á su vez. El ideal, en suma, era no hacer salario? El era el que alentaba la cólera y el odio,
nada; ser él patrono para no hacer nada. desencadenando la lucha de clases, la prolongada
_—1 Ah! jEse cerdo de Delaveau! Quisiera estar ocho guerra de exterminio entre el capital y el trabajo.
dí^s en su lugar, y que él estuviera en el mío. Me Por el salario había llegado á ser el hombro lobo para
gustaría ir á verle hacer la bola, fumando yo grandes el hombre, en este conflicto do egoísmos, en esta mons-
cigarros. Y ya se sabe, todo llega, podemos conver- truosa tiranía de un estado social basado sobre la
tirnos en patronos cuando se vuelva la tortilla. iniquidad. La miseria no tenía otra causa, el salario
Esta idba divirtió prodigiosamente á Bourrón, que era el fermento malo que engendraba el hambre, con
abría la boca admirado ante Ragú, siempre que be- todas sus consecuencias desastrosas, el robo, el ase-
bían juntos. sinato, la prostitución, el hombre y la mujer perver-
—¡Justo, eso, así! ,|Qué cuchipanda cuando seamos tidos,1 rebeldes, lanzados fuera del amor, como fuer-
los amos! zas destructoras á través de la sociedad madrastra.
Bonnaire encogía los hombros despreciando este bajo Y no había más que un modo de sanar, la abolición
concepto de la victoria futura de les trabajadores, so- del salario que se reemplazaría por el estado nuevo,
bre quien los explotaba. El había leído, había pen- «lo otro», lo soñado, cuyo secreto guardaba todavía el
sado, creía saber. Habló otra vez excitado por todo I mañana. Allí empezaba la disputa de los sistemas;
lo que se acababa de decir, queriendo tener razón.! cada cual creía en su poder la felicidad del siglo fu-
Reconoció Lucas la idea colectiva, ta! como la for-1 turo; la cruda batalla política consistía en el choque
mulaban los intransigentes dél partido. Primero era I de los partidos socialistas, que se empeñaban en im-
menester que la nación volviese á tomar posesión del I poner cada cual su reorganización del trabajo, su
suelo y de los instrumentos de trabajo para «soda-1 reparto equitativo de la riqueza. Mas no por .estas
lizarlos», hacerlos de todos; en seguida se reorganiza I luchas dejaba de estar el salario condenado por todos,-
y nada le salvaría; había llegado su hora; desapare-
cería como desapareció la esclavitud, cuando un pe-
riodo humano se cerró por ley del progreso, que siem- pagar con riñas continuas y privaciones de todas cla-
pre va adelante. No era más que un organismo muer- ses.
to que amenazaba envenenar todo el cuerpo, y que la —|Ah! sí—repitió lentamente.—Los he conocido. |Sí;
vida de los pueblos iba á eliminar, so pena de un fin los Qurignón I... Hubo un señor Miguel, hoy difunto,-
trágico. que tenía cinco años más que yo. Y hay todavía el
—De modo—continuó Bonnaire, — que esos Qurignon señor Jerónimo, en tiempo del cual entró yo en la
que fundaron el Abismo no eran malas personas. El fábrica á los diez y ocho años, cuando él ya tenía
ultimo, Miguel, cuyo fin ha sido tan triste, se había cuarenta y cinco, lo cual no l e impide seguir vivien-
esforzado por mejorar la suerte del óbrero. A él se le do.... Pero antes del señor Jerónimo hubo el señor
debe la creación de una caja de retiro, cuyos prime- Blas, el fundador, el que vino á instalarse en el Abis-
ros cién mil francos di ó, obligándose á doblar en se mo, con sus dos martinetes; pronto hará ochenta años.
guida cada año las sumas que depositaran los partícipes, A ese no le conocí yo. Mi padre, Juan Ragú y mi
tundo igualmente una biblioteca, una salji de lectu- abuelo Pedro Ragú, fueron los que trabajaron con él,-
ra, donde hay consulta gratuita dos veces por semana, y hasta se puede decir, que Pedro Ragú era su ca-
obrador y una escuela para los niños. Y el señor De marada, que ambos eran tiradores, sin un cuarto en
laveau, aunque menos amable, ha tenido que respetar el bolsillo, cuando se pusieron al trabajo juntos, en
todo eso. Y ya van años que funciona. Pero, qué la garganta de los Montes Bleuses, entonces desier-
quiere usted, en resumidas cuentas, todo ello es como ta, en la orilla de acá del Mionna, donde había un
se dice, un verdadero cauterio en una pata de palo salto de agua... Los Qurignón han hecho una gran
s fortuna; y aquí me tienen á mí, Santiago Ragú, siem-
candad, no es justicia. Pueden funcionar tales cosas pre sin un cuarto, las piernas inútiles, y ahí está mi
anos y anos todavía, sin que cese el hambre, sin que hijo, que no será más rico que yo, después de trein-
la misena acabe jamás. |No, nol No hay alivio posi- ta años de trabajo; sin hablar de mi hija y de su3
ble, hay que cortar el mal en su raíz. hijos, amenazados todos de reventar de hambre, como
En este momento el tío Lunot que creían otra vez revientan los Ragú va ya para cien años.
dormido, dijo, desde lo obscuro:
—Los Qurignón, yo los he conocido. Decía estas cosas sin cólera, con el aire de resig-
Se volvió Lucas y le vió en su silla chupando en nación do animal viejo despeado. Miró un momento
vano en la pipa apagada. Tenía cincuenta años: cerca á la pipa, sorprendido de no sacar de ella humo. Lue-
de treinta había trabajado en el Abismo, de arranca- go, viendo que Lucas le escuchaba con atención com-
dor Pequeño, grueso, de cara abultada y descolorida, pasiva, concluyó encogiendo ligeramente los hombros:
se hubiera dicho que el fuego le había hinchado en vez —[Bahl caballero, esa es nuestra suerte; somos unos
de secarle. Tal vez era el agua do . que se inundaba, pobres diablos. Siempre habrá patronos y obreros-
deshaciéndose en vapor, la que le había traído el Mi abuelo y mi padre se vieron como me veo, y lo
reumatismo. Muy pronto cogido por las piernas, an- mismo se verá mi hijo. Para qué sublevarse; cada
daba con gran trabajo. Y como no reunía las condi- cual saca su suerte al nacer... De todos modos, bien
ciones necesanas para obtener la irrisoria pensión de se puede desear cuando se llega á viejo, tener con qué
trescientos francos al año que los nuevos obreros ha- comprar el tabaco suficiente.
bían de cobrar más adelante, se hubiera muerto de —ITabaco!—gritó la Pelos.—Hoy mismo has fuma-
üambre en el arroyo, como una bestia de carga, in- do por valor de diez céntimos. Piensas que voy á
util y vieja, si la Pelos, su hija, no hubiese querido mantenerte de tabaco, ahora que no vamos á tener ni
recogerlo por consejo de Bonnaire; pero se lo hacía pan?
Le tenía á ración; esto era lo único que desespera-
ba al tío Lunot, que en vano procuró encender la pi- daba; esto era efectivamente natural. ¿Cómo hacer oirá
pa, en la que decididamente no quedaba más que ce- cosa sin pecar de descortés? Pero, de todos modos
niza. Lucas, lleno de compasión que aumentaba, se- un Ragú á pie, por el lodo, vacío el vientre, saludando
guía mirándole en su asiento. El salario conducía á ó un Qurignón opulento, bien tapado con mantas 5;
este lastimoso residuo, el obrero agotado, consumido que un criado saca á pasear, como á un mamón de-
á los cincuenta años; el arrancador, toda su vida masiado gordo, es cosa que irrita y dan ganas de
arrancador, á quien su labor convertida en maquinal, tirar las herramientas al agua, de obligar á los ricos
había echado de sí, ya estúpido, reducido á la imbe- á repartir, para no hacer uno nada á su vez.
cilidad de la parálisis. Nada sobrevivía en aquel po-
bre sér, más que el sentimiento fatalista de su es- —iNo hacer nada, no; eso nol Eso sería la muerte,-
clavitud. —replicó Bonnaire.—Todo el mundo debe trabajar y
eso será la felicidad conquistada, la injusta miseria
Pero Bonnaire protestó altivo: vencida al fin... A los Qurignón no hay que envidiar-
—No, no, no ha de ser siempre así; no siempre ha- los. Cuando nos los ponen como ejemplo, diciéndonos;
brá patronos y obreros, vendrá un día en que no ha- «Ya lo veis, cómo un obrero puede llegar á una gran
brá más que hombres libres y contentos... Nuestros fortuna, con inteligencia, trabajo y economía», siento
hijos acaso vean ese día, y bien merece la pena de cierta ira, porque veo que todo ese dinero no ha podi-
que nosotros, los padres, suframos todavía, si hemos do ser ganado más que explotando á los compañeros',-
de conseguir la felicidad de mañana. cercenándoles el pan y la libertad, y esta villanía al-
— | Caramba I—exclamó Ragú en chanza j-^^-que ven- gún día se paga. Jamás el bien de todos podrá armo-
ga eso pronto, que quiero que me toque. Me vendría al nizarse con la prosperidad exagerada de uno solo...¿
pelo no tener que hacer nada y comer pollos todos Lo que hay que hacer es esperar para ver lo qué el
los días. porvenir nos reserva. Pero mi idea ya la sabéis: que
—Y yo lo mismo,- yo lo mismo—apoyó Bourrón ex- esos dos galopines acostados ahí y que nos escuchan,
tasiado.—Que no me quiten mi puesto. sean algún día más felices que yo lo he sido, y quo
El padre Lunot les hizo callar con ademán de des- sos hijos, á su vez, lo sean más que ellos... Para esto
engaño, y dijo: no hay más que querer la justicia, entendernos como
—Sí, sí, ya veréis. De joven se esperan esas cosas, hermanos para conquistarla aún á costa de mucha mi-
be tiene la cabeza llena de locuras, se imagina que seria todavía.
va á cambiar el mundo. Y luego el mundo continúa En efecto, Luciano y Antonieta no habían vuelto
y le barren á uno con los demás... Yo no culpo á na- á dormirse, muy atentos á toda aquella gente que
die. A veces, cuando puedo arrastrarme hasta la ca- charlaba tan tarde. Inmóviles las rubias cabezas so-
lle, suelo encontrar al señor Jerónimo en su cocheci- bre la almohada, )los hermosos chiquillos oían con
to, que empuja un criado. Le saludo, porque eso se los ojos muy abiertos, soñadores, como si compren-
le debe á un hombre que os ha hecho trabajar y que dieran.
es tan rico. Creo que no me reconoce, pero se conten- —¡Más felices que nosotros algún día—dijo seca-
ta con mirarme con ojos que parecen llenos de agua mente la Pelos,—sil Si mañana no mueren de ham-
clara... Los Qungnón han sacado el premio gordo, y bre, pues que no vas á tener pan que darles.
hay que respetarlos. Si nos echamos sobro los que tie-' Cayó la frase como un hachazo. Vaciló Bonnaire!
nen el dinero, ni Dios pára aquí; el acabóse. herido en su ilusión por el frío brusco de la miseria
Contó Ragú entonces que aquella misma tarde, al que él había buscado, dejando la fábrica; y Lucas
salir de la fábrica, Bourrón y él habían visto pasar sintió pasar el escalofrío de aquella miseria, ¿ 1 aque-
al señor Jerónimo en su coche de mano. Se le salu-
Trabajo.—Tomo I.—§ "j
lia ancha sala desnuda, donde la Humilde, lámpara de tes de una semana, y que á todo Eéaüclair le iba' &
petróleo despedía triste humo. ¿No era aquella la lu- suceder lo mismo, porque no se podía con tantas des-
cha imposible; el abuelo, el padre, la madre, los dos dichas; era imposible vivir. Bavette protestó, anun-
hijos, condenados á una muerte próxima si el jor-
nalero se empeñaba en su protesta impotente contra w ? r Ó S p e r o s > relucientes; confiada y alegre.
el capital? Un silencio de plomo reinó; una gran som- —No hija, no; no se pudra usted la sangre; ya
SG a r r e g l a
bra negra heló el aposento jr obscureció un instante! felices " S® trabajará, seremos muy;
los rostros.
Llamaron en esto, se oyeron risas y entró Bavette; Y se llevó & su marido entre bromas, diciéndole
la mujer de Bourrón, con su cara de muñeca, ale- cosas tan graciosas y agradables, qtíe la seguía dó-
gre como siempre, rolliza y fresca, de tez blanca, los aknente, también chancero, con la borrachera doma-
da, ya vencida.
cabellos nada finos, de un rubio claro; parecía una Lucas se decidía á seguirlos, cuando la Pelos, al
eterna primavera. Como no había encontrado á su colocar su labor sobre la mesa, encontró la llave qus
marido en casa de Caffiaux, venía á buscarle allí, sa-
biendo que le costaba trabajo volver á casa, cuando a á su hermafl0
no le llevaba ella. Pero nada de riña, al contrario, S d o H & ' * -
buen humor, como si le pareciese muy bien que su Ver COges ó no?
Vo~/\ 'J\ ¿Vas á acostarte ó no?..,
cónyuge la corriese un poco. han dicho que esa bribona te esperaba no sé
—[Hola, ya te cogí, tío aleluya!—exclamó la Boit dónde; puedes recogerla otra vez si te parece.
rrón, muy contenta al verle.—Ya sabía yo que esta- h ^ S Ü L ^ u 6 0 ' e s t , Q T 0 1111 m o m e n t o haciendo ba^
rías con Ragú y que te encontraría aquí... ¿Sabes? lacearse la llave en la punta de un dedo pulgar. To-
Ya es tarde, vida mía. He acostado á Marta y á Se- Bourrón°± «lado-¿rifando en las narices de
bastián y ahora tengo que acostarte á ti. E S ^ no le convenía estar manteniendo á una
En la vida se enfadaba Bourrón, por la gracia con holgazana, que había cometido la majadería de dejar-
que sabía ella arrancárselo á I03 compinches. f a r e n l a ^ ^ K ^ ^ tenido sin
l e é r s e l o pa-
—Tiene gracia la cosa ¿éh? Ya lo oís; es mi mu- £ Z ¿ 1 JtUe ^ a b o l l a querida, co-
jer, quien me acuesta... Bueno, corriente, vamos; al S L ^ Í f t r f S ' j ° d f , a s ( I u e s e P r e s t a n á ello. Se tra-
cabo ha de ser. a h í t t r ^ d e ] r s dos- C u a n d o cansaba uno,-
Se levantó, y Bavette viendo entonces por el rostro ahur abur, cada cual por su lado. Pero desde que ha-
sombrío de todos que pasaba allí algo muy triste; bia entrado en casa, se le había disipado la embria-
acaso una disputa, quiso poner paz. Ella en su casa guez y ya no insistía en su obstinación malévola. Ade-
cantaba día y noche, cariñosa con su marido, conso- 1 6 10
lándole, pintándole alegre porvenir, si le faltaba áni- Snía^Ta^. ""fi? S f **
mo. La miseria, el abominable sufrimiento en que vi- d ^ . Ln a^ n ^ V 0 l I e r é á c a r g a r ^ n ella,- si mé
via desde la infancia, no habían podido hacer mella S f - Después de todo, vale más qué otras;
en su eterno buen humor. Estaba en absoluto con- aunque la maten, no tiene una mala palabra.
vencida de que las cosas se arreglarían divinamente; a 7 1 ntaose á Bonnail
' e que callaba, dijo: i
es
siempre estaba camino de la gloria. mlnH °^ ^ J o s ü x a > siempre tan miedosa..«
—¿Qué es lo que os pasa á todos? ¿Están los niños ¿Dónde se ha escondido?
malos? --Espera en la escalera con Nanet-dijo Bonnaire.
La Pelos otra vez furiosa, le contó que Bonnaiwl
dejaba la fábrica, que morirían todos de hambre an- ¿ Í 5 2 s a * * * w * s * * *
^ ^-Josina, Josinas "'Í--Í,
n R n 85 53
Nadie respondió. De la profunda obscuridad de la —IJosina, vamos, Josina!.... jCuando te digo que
escálera, no vino ni el soplo de un aliento. Y á la es- ya no estoy enfadado!
casa luz que la lámpara de petróleo bacía llegar al Y como de la obscuridad no le contestaban,- se vol-
descanso, sólo se vió á Nanet en pie, que parecía es- vió á Nanet, que no se mezclaba en nada, dejando éi
perar en acecho. su hermana hacer lo que quisiera:
—|Ah! eres tú, condenado comino—gritó Ragú.^ —Puede que se haya escapado.
¿Qué diablos haces ahí? —|Gá! no, ¿dónde quieres que vaya?... Debe de
El niño no se desconcertó, echó un paso atrás. Es- haberse sentado en la escalera.
tirándose cuanto' pudo, del tamaño de una bota, res- Bajó Lucas, cogido á la cuerda grasienta, tentan-
pondió con valentía: do con el pie los escalones empinados y altos, con el
—Estaba escuchando para enterarme. temor de caer de cabeza en aquella obscuridad pro-
—¿Y tu hermana dónde está? ¿Por qué no responde funda. Parecíale sumirse en una sima, pon una es-
cuando la llaman? trecha e s c l e r a , entre paredes húmedas. Según bajaba
—Mi hermana estaba allá arriba conmigo,- sentada creía distinguir grandes sollozos ahogados, que venían
'en la escalera; pero cuando te sintió entrar, tuvo mié- de abajo, del triste fondo de la sombra. Arriba sonó
do de que subieras á pegarla, y bajó para poder esca- la voz de Ragú, resuelta:
par, si tú eres malo. —[Josina, Josina!.... jSi no subes, es que quieres
Hizo esto reír á Ragú. Las bravatas del niño le que vaya á buscarte!
divertían. Lucas entonces se detuvo, sintiendo acercarse u n
—¿Y tú, no tienes miedo? débil aliento. Era como una tibia suavidad que avan-
.—Yo si me tocas gritaré muy alto, para que me zaba,- un ligero escalofrío viviente, apenas adivinado;
oiga mi hermana y escape. de una aproximación temblorosa. Se ciñó á la pared;
Completamente ablandado, Ragú se inclinó sobre la porque comprendió, que una criatura iba á pasar, in-
escalera, para llamar otra vez: visible, que se hizo reconocer, sólo por el discreto
—Josina, Josina, vamos, sube, no hagas el oso. Ya roce de su cuerpo.
sabes que no te voy á matar. —Soy yo, Josina—dijo él muy bajo, para que no se
Siguió el mismo silencio de muerte, nada se movió,• asustase.
nada subió de lo obscuro. Y Lucas, cuya presencia El débil respirar que oía, seguía subiendo, y no le
no era necesaria, se despidió, saludando á la Pelos,- respondieron. Pero en un contacto, apenas sensible;
que apretando los labios, inclinó secamente la cabe- pasó la triste criatura, de miseria y misterio. Y una
za. Los niños habían vuelto á dormir. El tío Lunot,- mano pequeña y febril cogió la suya, labios ardientes
con la pipa sin lumbre en la boca, apoyándose en las la oprimieron, besando con fuego en un arranque de
paredes, se había metido en su estrecha alcoba. Y gratitud infinita, dejándole el dón de todo su sér. Así
Bonnaire, que se había dejado caer sobre una silla, le daba las gracias, así se le entregaba, ignorada, ve-
mudo en medio de la lúgubre estancia, perdida la lada; delicia infantil. Ni una palabra; no hubo más
mirada á lo lejos, en el porvenir amenazador, espe- que aquel beso mudo en lo obscuro, empapado en lá-
raba el momento de acostarse, al lado de su terrible lágrimas ardientes.
esposa. Ya había pasado el aliento sutil, el espíritu ligero
—Animo y hasta la vista—le dijo Lucas estrechán- seguía subiendo. Lucas quedó trastornado; hasta el
dolo con fuerza la mano. fondo de las entrañas, se había apoderado de él la
Ragú continuaba llamando, en el descanso, con voz sensación de aquel contacto do ensueño; el beso de
que iba siendo de súplica. aquella boca, que no había íj§to, le íüfete llegado al
«»razón. Por las Venas le corría un encanto dulce y hornos jamás se extinguían, le hizo ver otra vez el
fuerte. Quiso creerse contento, sencillamente, por ha-' trabajo mortífero, impuesto como en un presidio, pa-
ber conseguido que Josina encontrase un techo bajo gado sobre todo, con desconfianza y desprecio. Pasó
el que dormir aquella noche. ¿Pero, por qué lloraba ante él la hermosa figura de Bonnaire, y le vió cómo
ella, sentada sobre el último eseálón, en el umbral; le había dejado en la lúgubre estancia, derribado como
junto á la calle? ¿Por qué había tardado tanto en un vencido, ante el porvenir incierto. Luego, sin tran-
responder á las voces de aquel hombre, que le daba sición, se presentó otro recuerdo de la noche, el vago
un albergue? Sentía pena mortal, por algo que no perfil de Lange, el alfarero, lanzando su maldición con
podía gozar; suspiraba por u n sueño imposible, y ce- la vehemencia de un profeta, anunciando la destruc-
día, subiendo al fin, á la necesidad de volver á la ción de Beauclair, bajo el cúmulo de sus crímenes. Pero
vida á que estaba condenada. Se oyó arriba la voz de á tales horas, Beauclair, aterrado, yacía dormido; no
Ragú, por última vez: era ya en el primer término do la llanura, más que
—Vamos, ya estás ahí, menos mal... Ea, grandísi- una masa confusa, tenebrosa, donde no brillaba ni
ma tonta, ven á acostarte; no pienso comerte esta una luz. No quedaba más que el Abismo, con su vida
noche todavía. de infierno sin tregua, donde seguían retumbando los
Y Lucas huyó, tan desesperado, que buscaba las truenos, donde llamas incesantes devoraban vidas de
razones de aquella amargura terrible, que sentía Mien- hombres.
tras se orientaba con trabajo, en el dédalo obscuro En lo obscuro, un reloj lejano, anunció la media
de las inmundas callejas del Beauclair viejo, discutía noche. Tomó Lucas por el puente y bajó por el camino
consigo mismo y se enternecía. |Pobre niña! Era víc- de Brías, para volver á la Crécherie, donde su lecho
tima del medio; jamás se hubiera entregado al tal le esperaba A punto de llegar, una gran claridad ilu-
Ragú sin la perversión de la miseria abrumadora. [Con minó de repente todo el paisaje, los dos promontorios
qué profunda labor habría que dar vuelta á la huma- de los Montes Bleuses, los adormecidos tejados del
nidad para que el trabajo volviera á ser honra y alo pueblo, hasta los campos lejanos de la Rumaña. Otra
gría, para que el amor sano y fuerte pudiese flore- vez, á media ladera, una sangría del horno alto, cuyo
cer de nuevo, en la gran recolección de verdad y de negro perfil apareció como en un incendio. Y Lucas,-
justicia! Entre tanto, lo mejor era, sin duda, que la levantando los ojos, tuvo de nuevo la sensación dq
pobre niña siguiera con aquel Ragú, si consentía en que amanecía el astro prometido á sus sueños do
no maltratarla demasiado. En el cielo había cesado una nueva humanidad^ entre la grana de una aurora*
el viento tempestuoso, algunas estrellas aparecían entre
las espesas nubes inmóviles. |Pero qué negra noche,-
y en qué inmensa melancolía las tinieblas anegaban el
corazón! De repente so encontró Lucas en el ribazo
del Mionna, junto al puente de madera. Enfrente, el m
Abismo, siempre trabajando, con sordo rugido, deja-
ba oír también el acompasado vaivén de los martinetes;
ruido que cortaba los golpes más profundos de los
grandes martillos de f o r j a Rasgaban la obscuridad, Al día siguiente, domingo, Lucas acababa de levan-
de cuando en cuando,- algunas llamaradas; el humo lí- tarso cuando recibió una carta amistosa de la seño-
vido, extendiéndose; rodeaba la fábrica do un hori- ra Boisgelin, que l e invitaba á almorzar en la Guer-
zonte de tormenta, atravesando los rayos de luz eléc- dache. Había sabido que estaba en Boauclair, y como
trica. Este espectáculo nocturno del monstruo, cuyos no ignoraba que los Jordán no volverían hasta el lu-
nes, le decía que tendría mucho gusto en verle y en
«»razón. Por las Venas le corría un encanto dulce y hornos jamás se extinguían, le hizo ver otra vez el
fuerte. Quiso creerse contento, sencillamente, por ha- trabajo mortífero, impuesto como en un presidio, pa-
ber conseguido que Josina encontrase un techo bajo gado sobre todo, con desconfianza y desprecio. Pasó
el que dormir aquella noche. ¿Pero, por qué lloraba ante él la hermosa figura de Bonnaire, y le vió cómo
ella, sentada sobre el último eseálón, en el umbral; le había dejado en la lúgubre estancia, derribado como
junto á la calle? ¿Por qué había tardado tanto en un vencido, ante el porvenir incierto. Luego, sin tran-
responder á las voces do aquel hombre, que le daba sición, se presentó otro recuerdo de la noche, el vago
un albergue? Sentía pena mortal, por algo que no perfil de Lange, el alfarero, lanzando su maldición con
podía gozar; suspiraba por u n sueño imposible, y ce- la vehemencia de un profeta, anunciando la destruc-
día, subiendo al fin, á la necesidad de volver á la ción de Beauclair, bajo el cúmulo de sus crímenes. Pero
vida á que estaba condenada. Se oyó arriba la voz de á tales horas, Beauclair, aterrado, yacía dormido; no
Ragú, por última vez: era ya en el primer término do la llanura, más que
—Vamos, ya estás ahí, menos mal... Ea, grandísi- una masa confusa, tenebrosa, donde no brillaba ni
ma tonta, ven á acostarte; no pienso comerte esta una luz. No quedaba más que el Abismo, con su vida
noche todavía. de infierno sin tregua, donde seguían retumbando los
Y Lucas huyó, tan desesperado, que buscaba las truenos, donde llamas incesantes devoraban vidas de
razones de aquella amargura terrible, que sentía. Mien- hombres.
tras se orientaba con trabajo, en el dédalo obscuro En lo obscuro, un reloj lejano, anunció la media
de las inmundas callejas del Beauclair viejo, discutía noche. Tomó Lucas por el puente y bajó por el camino
consigo mismo y se enternecía. |Pobre niña! Era víc- de Brías, para volver á la Crécherie, donde su lecho
tima del medio; jamás se hubiera entregado al tal le esperaba. A punto de llegar, una gran claridad ilu-
Ragú sin la perversión de la miseria abrumadora. [Con minó de repente todo el paisaje, los dos promontorios
qué profunda labor habría que dar vuelta á la huma- de los Montes Bleuses, los adormecidos tejados del
nidad para que el trabajo volviera á ser honra y ale pueblo, hasta los campos lejanos de la Rumaña. Otra
gría, para que el amor sano y fuerte pudiese flore- vez, á media ladera, una sangría del horno alto, cuyo
cer de nuevo, en la gran recolección de verdad y de negro perfil apareció como en un incendio. Y Lucas,-
justicia! Entre tanto, lo mejor era, sin duda, que la levantando los ojos, tuvo de nuevo la sensación dq
pobre niña siguiera con aquel Ragú, si consentía en que amanecía el astro prometido á sus sueños de
no maltratarla demasiado. En el cielo había cesado una nueva humanidad^ entre la grana de una aurora*
el viento tempestuoso, algunas estrellas aparecían entre
las espesas nubes inmóviles. |Pero qué negra noche,-
y en qué inmensa melancolía las tinieblas anegaban el
corazón! De repente se encontró Lucas en el ribazo
del Mionna, junto al puente de madera. Enfrente, el m
Abismo, siempre trabajando, con sordo rugido, deja-
ba oír también el acompasado vaivén de los martinetes;
ruido que cortaba los golpes más profundos de los
grandes martillos de forja. Rasgaban la obscuridad, Al día siguiente, domingo, Lucas acababa de leVatf--
de cuando en cuando,- algunas llamaradas; el humo lí- tarso cuando recibió una carta amistosa de la seño-
vido, extendiéndose; rodeaba la fábrica do un hori- ra Boisgelin, que l e invitaba á almorzar en la Guer-
zonte de tormenta, atravesando los rayos de luz eléc- dache. Había sabido que estaba en Beauclair, y como
trica. Este espectáculo nocturno del monstruo, cuyos no ignoraba que los Jordán no volverían hasta el lu-
nes, le decía que tendría mucho gusto en verle y en
hablar un poco de su antigua intimidad de París cuan- claramente los edificios amontonados y las altas chi-
do se ocupaban juntos, en el cuartel pobre del ba- meneas del Abismo, así como el horno alto de la
rrio de San Antonio, en importantes asuntos de cari-
dad, de que no hablaban á nadie. Y Lucas, que tenia Crécherie, toda una ciudad industrial que también se
por ella una especie de veneración afectuosa, aceptó veía desde el horizonte entero de la Rumaña, á leguas
en seguida, respondiendo que, á las once, estaría en la de distancia. Lucas estuvo mirando mucho tiempo. Des-
Guérdache. pués, cuando volvió á emprender la marcha á paso
lento hacia la Guerdache, cuyos árboles magníficos ya
Un tiempo soberbio había sucedido á la semana do distinguía á lo lejos, se acordó de la típica historia
fuertes lluvias que acababa de anegar á Beauclair. de los Qurignón que Jordán le había contado y la
Un sol radiante se había elevado en un cielo de un repasó en la memoria. El fundador del Abismo Blas
azul puro, como lavado por los chubascos, uno de esos Qurignón, el obrero tirador, vino á instalarse allí, al
soles claros de Septiembre, tan caluroso todavía, que borde del torrente, con sus dos martinetes, en 1823.
los caminos ya estaban secos. Así que Lucas anduvo Nunca tuvo más que una veintena de obreros, no jun-
con gusto á pie los dos kilómetros que separan á la tó más que una fortuna modesta y se contentó con
Guérdache de la ciudad. Cuando atravesó ésta á eso hacerse construir cerca de la fábrica la casa reducida,
do las diez y cuarto, la ciudad nueva, quo se extendía el pabellón de ladrillos en que habitaba todavía Dela-
desde la plaza de la Alcaldía hasta los primeros cam- veau, el director actual. Jerónimo Qurignón, segundo
pos de la Rumaña, le sorprendió con su dorada ale- de este nombre, nacido el mismo año en que su padre
gría de barrio elegante, y le hizo evocar el duelo te- fundaba su imperio, fué quien llegó á ser rey de la
rrible del cuartel pobre, que había visto la víspera. industria. En él se habían acumulado las fuerzas crea-
En la ciudad nueva estaban la Sub-Prefectura, el Tri- das por la larga ascendencia de obreros; todos los es-
bunal y una hermosa cárcel,- cuyas paredes mostra- fuerzos en germen, todo el empuje secular del pueblo.
ban el yeso, fresco todavía. En cuanto á la iglesia do Siglos y siglos de energía latente, una larga serie de
San Vicente, como á caballo entre la ciudad vieja y abuelos, testarudos y empeñados en buscar la dicha,
la nueva, edificio elegante del siglo diez y seis, aca- obraban por fin, llegando á este triunfador, capaz de
baba de ser reparada, porque el campanario había diez y ocho horas de trabajo al día; de una inteli-
amenazado hundirse sobre los fieles. El sol doraba las gencia, de una razón, do una voluntad que arrastra-
opulentas casas de los burgueses; la misma plaza de ban los obstáculos. En menos de veinte años hizo
Brías, con su viejo y vasto edificio, que servía á la salir de la tierra una ciudad, ocupó á mil doscien-
yez de Ayuntamiento y de escuela, se alegraba con tos obreros, ganó millones; después, ahogándose en la
aquella luz. humilde casa levantada por su padre, compró en ocho-
Pronto estuvo Lucas en el campo, saliendo por la cientos mil francos la Guerdache, una gran mansión,
callo de Formeries, cuya calzada recta, más allá de suntuosa, donde podía alojar á diez familias, con un
la plaza, seguía á la calla de Brías. En el camino de parque hermoso, tierras y una casería. En su convic-
Formerie, casi á las puertas de Beauclair, estaba la ción, la Guerdache iba á ser la casa patriarcal, en que
Guerdache. No había prisa y Lucas caminaba como reinaría lujosamente su descendencia* las numerosas
azotacalles lleno de sus ensueños; al volverse distin- parejas de amor y de alegría que debían nacer de su
guió al Norte, al otro lado de la ciudad, cuyas casas riqueza, como de una tierra bendecida. Les preparaba
descendían en cuesta suave, el inmenso talud de los el porvenir de dominación que soñaba, mediante el
Montes Bleuses que hendía la garganta escarpada de trabajo domado, utilizado para el goce de los escogidos ;
donde salía la corriente del MÍonna. En esta especie pues esta fuerza amontonada que hoy ya se desbor-
de estuario, abierto sobre la llanura, se distinguía muy. daba, que él sentía en sí mismo, ¿no era definitiva, in-
finita, no iba & reaparecer, hasta aumentada, én esto fué para él una gran desgracia, la causa de una
hijos, sin disminuir ni agotarse en mucho tiempo?, especie de desequilibrio, que le arrojó al desorden. Ya
Pero en su solidez de encina, la primer desgracia le antes, había cedido á su afición á las mujeres hermo-
hirió joven todavía, en plena fuerza, á los cincuenta y sas, pero discretamente por el miedo que tenía de
dos años. Una parálisis repentina le quitó el uso de afligir á la querida compañera siempre enferma. Muer-
ambas piernas, y tuvo que ceder la dirección del Abis- ta ella, nada le estorbó, hizo su gusto en toda ocasión,
mo á Miguel, su hijo mayor. en amoríos á la ventura, en que dejaba lo mejor del
Miguel Qurignón, tercero de este nombre, acababa tiempo y de la fuerza.
de cumplir treinta años. Tenía un hermano menor, Pasó un nuevo período de diez añoá, durante el
Felipe, que contra la voluntad de su padre se había cual el Abismo (que ya no tenía á su frente al jefe
casado en París con una mujer de extraordinaria be- vencedor de las épocas de conquista), decayó, diri-
lleza, pero de hábitos alarmantes; y entre los dos gido ahora por un amo cansado ya y repleto que se
mozos, había una hija, Laura, ya de veinticinco años, comía todo el botín. Una fiebre de lujo le había domi-
que atormentaba á sus padres con una devoción ex- nado, y todo se volvía fiestas, placeres, dinero gas-
tremosa. Miguel se había casado muy joven, con una tado en la vida alegre. Y fué lo peor que á estas cau-
mujer de blanda dulzura, de la cual tenía dos hijos,' sas de ruina., una mala gestión, esfuerzos que cada
Gustavo y Susana, el uno de cinco años y la otra de día se debilitaban más, se juntó una catástrofe in-
tres. Entonces tuvo que encargarse de lepente de la dustrial que estuvo á punto de aniquilar toda la in-
dirección de la fábrica. Se convino que la dirigiría dustria metalúrgica de la comarca. Se hizo imposible
en nombre y ptovecho de la familia entera, debiendo continuar fábricando aceros baratos, railes, grandes
cada cual sacar su parte de beneficios, según la par- armaduras, ante la competencia victoriosa de las fá-
tición hecha de común acuerdo. Aunque no tenía bricas de aceros del Norte y del Este, que, en adelan-
en grado heróico las admirables cualidades de su pa- te, gracias á la invención de un procedimiento quí-
dre; ni su resistencia para el trabajo, ni su viva in- mico, podían emplear muy económicamente minerales
teligencia, ni su método; con todo, fué al princi- defectuosos, hasta entonces inutilizados. Y en dos años
pio un excelente jefe; consiguió durante diez años sintió Miguel hundirse bajo sus pies el Abismo, y
que no decayera la casa, y hasta extendió sus nego- el día en que por vencimientos acumulados necesi-
cios por algún •tiempo,- renovando la antigua maqui- tó trescientos mil francos, que tuvo que pedir pres-
naria. Pero le alcanzaron duelos y disgustos que pare- tados, un drama íntimo, abominable, acabó de vol-
cían, anunciar los próximos desastres. Su madre ha- verle loco. Estaba entonces cerca de los cincuenta y
bía muerto, su padre paralítico, que sólo salía para cuatro años, enamorado con el corazón y la carne de
que le pasearan en un cochecito, se había como ence- una mujerzuela bonita, traída de París; escondida en
rrado en mudez absoluta, desde que pronunciaba con Beauclair, con la cual soñaba locamente en huir de
trabajo ciertas palabras. Después su hermana Laura un momento á otro, corriendo al país del sol, para
entró en un convento, perdida la cabeza por la exal- vivir de amor, lejos de todo aquel trabajo.
tación mística, sin que nada pudiera detenerla en la , Su hijo Gustavo, cuyos veintisiete años se arrastra-
Guerdache, entre las alegrías del mundo; y en tanto ban ociosos, después de estudios detestables, se le reía
venían de París lamentables noticias de la familia de- enterado de sus amores, porque vivía con él como con
su hermano Felipe, cuya mujer iba resbalando en aven- un camarada. También se burlaba del Abismo, y se
turas escandalosas, arrastrando al marido á una vida negaba á poner los pies sobre todo aquel hierro vie-
desenfrenada, de juego, necedades y locuras. Por último, jo, que manchaba y olía mal; y montaba á caballo,
perdió Miguel á su esposa, tan delicada, tan amable, y tazaba, hacía la vida vacía do un mozo amable, fin
« 82 - 93 -
de tina raza, como si ya contara siglos do antepa- tinción en ser el último de la clase, en el Liceo Con-
sados ilustres. Y ello fué que á lo mejor una noche,- dorcet, pasmado con su elegancia, jamás había hecho
después de haber cogido en una gaveta cien mil fran- cosa alguna con sus diez dedos; creía ser el aristó-
cos, todo lo que su padre había podido juntar para los crata nuevo, que fundaba su nobleza comiéndose con
vencimientos del día siguiente, desapareció con la que- magnificencia la fortuna que sus mayores habían ad-
rida de «papá»; se-llevó á la mujerzuela bonita, que quirido, sin rebajarse él jamás á ganar un cuarto.
se le había arrojado al cuello. Y al otro día, Miguel, Lo malo fué que los seis millones llegaron á no bastar
herido en el corazón y en la cabeza, al ver humilla- para el gran tren de la casa, y que él se dejó arras-
das su pasión y su fortuna, cediendo á un vértigo de trar á especulaciones rentísticas, de las que por cier-
un monstruoso horror, se mató sin más, de un tiro de to no entendía una palabra. Nuevas minas de oro en-
revólver. loquecían entonces la Bolsa; se le había prometido que
De esto hacía tres años, y las ruinas de los Qurig- si arriesgaba su fortuna la triplicaría en dos años.
nón, precipitándose, se habían acumulado todavía, co- Y de repente aquello fué la ruina, el desastre; pudo
mo para ejemplo del destino más adverso. Poco des- éreer un instante que estaba absolutamente perdido,-
pués de la marcha de Gustavo, se supo que había hasta el punto de no salvar de los escombros un peda-
muerto en Niza, arrastrado por los caballos desboca- zo de pan para el día siguiente. Lloraba como un
dos de un coche, que lo habían arrojado á un preci- niño, miraba sus manos de ocioso, preguntándose qué
picio. En París, el hermano menor de Miguel, Felipe,- haría de ellas ahora, pues ni sabían, ni podían tra-
acalcaba de desaparecer también, muerto en desafío, bajar. Entonces Susana, su mujer, se manifestó de
después de una aventura fea, á que le había arras- veras admirable,- con una ternura, una sana razón, un
trado su terrible mujer, que abofa, estaba en Rusia, valor, quo otra vez le pusieron en pie. El millón de
según decían, con un cantante; y el único hijo que la dote estaba intacto. Quiso ella liquidar, despejar
habían tenido, Andrés Qurignón, el último de este nom- la situación, que se vendiera el palacio del parque
bre, había tenido que ser encerrado en un sanatorio,- Monceau, donde la vida se hacía muy cara; y de
enfermo de raquitis, complicada con delirios. Aparto este modo pareció otro millón. ¿Pero, cómo vivir, en
do este enfermo, y de la tía Laura, que seguía en París sobre todo, con dos millones, cuando seis no ha-
el convento, como muerta también, sólo quedaba Su- bían bastado, é iban á renacer todas las tentaciones
sana, ia hija de Miguel. Susana, á los veinte años,- del lujo ostentoso, que abrasaba la gran ciudad? Y
cinco antes de la muerte de su padre, se había ca- el azar de un encuentro decidió del porvenir.
sado con Boisgelín, que se había enamorado de ella,' Boisgelín tenía un primo pobre, Delaveau, hijó de
al encontrarla en casa de un vecino del campo. A una hermana de su padre, el marido de la cual, in-
pesar de que el Abismo ya peligraba, Miguel, fastuo- yentor desgraciado, la había llevad© á la miseria.
so, se había arreglado de modo que había podido Delaveau, modesto ingeniero procedente de la Es-
dar á su hija un millón de dote. Por su parte, Bois- cuela de Artes y Oficios, ocupaba una humilde situa-
gelín, tenía por su abuelo y por su padre una fortuna ción en una mina de hulla de Brías en el momento
de más de seis millones, ganada en negocios turbios; del suicidio de Miguel Gurignón. Devorado por el an-
toda una mala fama de usura y de robo, de la cual,- sia de medrar, instigado por su mujer y muy al co-
personalmente, lo limpiaba su absoluta ociisidad, des- rriente de la situación del Abismo, que él creía poder
de que había nacido. Gozaba de consideración, envi- levantar, gracias á una organización del todo nueva,
diado, bien quisto, dueño en París de un soberbio pa- había venido á París, en busca de comanditarios, cuan-
lacio, en el parque Monceau, y haciendo una vida de do una tarde, en la calle, se encontró frente á frente
gastos locos. Después de haber hecho consistir §u dis- de su primo Boisgelín. Fué aquello como un rayo,-
¿cómo no había pensado en él, en aquel capitalista tan buen éxito en fa fabricación de aceros finos, que
que justamente era marido de una Qurignón? Lue- al cabo del prijner año ya se anunciaron magnífi-
go, cuando conoció la situación del matrimonio, aque- cas ganancias. En tres años, ol Abismo había vuelto
llos dos millones, únicos que les quedaban, para los á ser ana de las fábricas de aceros más prósperas
cuales buscaban una situación ventajosa, Delaveau am- de la comarca, y la renta que los mil doscientos obre-
plió más su plan, tuvo con su primo varias entre- ros ganaban para Boisgelín, le permitían instalarse en
vistas, durante las cuales se mostró tan convencido, la Guerdache con un gran lujo; seis caballos en la
tan lleno de inteligencia y de fuerza, que acabó por cuadra, cinco carruajes en la cochera; partidas de
decidirle. Era todo un plan de genio; aprovecharse caza, fiestas, comidas, para las cuales se disputaban
¿vi la catástrofe, comprar el Abismo en un millón, las invitaciones las autoridades de la ciudad. Así
cuando valía dos, y organizar la fabricación de ace- que Boisgelín, que había arrastrado pesadamente su
ros finos, lo que daría pronto beneficios considerables. ociosidad con el mal de ausencia de París durante
Después, ¿por qué los Boisgelín no compraban la los primeros meses, parecía ahora haberse aclimatado
Guerdache? En la liquidación forzosa que se iba á á la provincia, volviendo á encontrar un rincón del
hacer de la fortuna de los Qurignón, la tendrían fá- imperio, donde triunfaba su vanidad, por haber vuel-
cilmente por quinientos mil francos, cuando había cos- to á llenar con el vacío su vida, que era un zumbido
tado ochocientos mil. Sobre los dos millones Boisge- de insecto inútil. Hacía sobre todo una causa secreta,
lín tendría además quinientos mil francos, que em- mía victoriosa fatuidad, en la tranquila condescenden-
plearía en la explotación de la fábrica; y él, Delaveau,- cia con que reinaba en Beauclair.
se comprometía formalmente, decuplar el capital, á dar- Delaveau se había instalado en el Abismo,- donde
le; una renta de príncipe. El matrimonio debía dejar ocupaba la antigua casa de Blas Qurignón, con su
á París, viviría á sus anchas en la Guerdache, con mujer Fernanda y su hija Nisa, de pocos meses. Te-
vida dichosa, esperando á que la fortuna colosal,- nía él entonces treinta y siete años, y su mujer veinti-
que de seguro habían do recobrar un día, les permi- siete. La había conocido en casa de la madre de ella,
tiese volver á la existencia parisiense, con todo el una maestra de piano que habitaba en el mismo piso
faüsto que habían podido soñar. y corredor que él, en el fondo de una casa negra de
Susana fué quién acabó de decidir á su marido,- la calle de Saint-Jacques. Tenía ella una hermosura
muy inquieto ante la idea de esta vida provinciana,- brillante, tan bella y soberana, que por más de un
con el terror de morir do aburrimiento. A ella por el año, cuando la encontraba en la escalera, se arrimaba
conñario, le encantaba el volver á la Guerdache, don- él á la pared, temblando como pobre muchacho aver-
de había vivido durante toda su juventud. Las cosas gonzado de su fealdad y pobreza. Después se cambia-
pasaron como Delaveau había previsto; se hizo la li- ron saludos, comenzó cierta intimidad; la madre le
quidación; el millón y medio que los Boisgelín des- declaró en confianza que había vivido doce años en
embolsaron por el Abismo y la Guerdache, liquidaron Rusia, y que esta hija, de una magnificencia de rei-
apenas la situación embarazosa de los Qurignón, de na, era el único regalo que había sacado, después de
suerte que se hicieron los dueños absolutos sin tener haber sido seducida por un príncipe que la adora-
en adelante que rendir cuentas á los dos únicos herede- ba y le huniera dado una fortuna regia; pero había
ros que quedaban, la tía Laura, la religiosa, y An- muerto por accidento, de un tiro, un día de caza;
drés, el pobre raquítico, medio loco, encerrado en un y la pobre mujer, volviendo sin un cuarto á París,'
sanatorio. con su Fernanda aun pequeña, no había podido me-
Por lo demás, Delaveau cumplió sus compromisos; nos de volver á sus lecciones, educando á la niña
reorganizó la fábrica, renovó la maquinaria y obtuvo gracias á un trabajo encarnizado^ soñando para ella,-
á pesar de todo, un prodigioso destino. Fernanda,- encontraba en aquel buen mozo, dé círculo y de ca-
mecida por las adulaciones, convencida de (pie su her- ballo, el ideal buscado, el amante para la vanidad,
mosura la destinaba á un trono, s e habla encontrado la locura y la largueza, capaz de los peores abandonos
con la negra miseria; las botinas que no se sabía có- con tal de conservar una querida tan bella, ya indis-
mo reemplazar y los vestidos y los sombreros que pensable para su lujo. Además, allí satisfacía ella
tenía que arreglar ella misma. La cólera, hora por toda clase de rencores acumulados: el odio sordo á su
hora, se había apoderado de ella, con tal necesidad de marido, cuya vida de trabajo y tranquila ceguedad
vencer, que desde los diez años no había vivido un la humillaban; sus celos crecientes de la apacible Su-
día sin odio, sin envidia, sin crueldad, acumulando sana, á quien desde el primer día se había puesto á
en sí extraordinarias fuerzas de perversión y destruc- aborrecer, y esta era una de las causas que 'a habían
ción. Consumó la obra la creencia de que su hermosu- decidido á robarle á Boisgelín, con la esperanza de
ra vencería de todos modos por su propia orrmipo^ hacerla padecer. Y ya la Guerdache ardía en conti-
tencia: y llegó á cometer la necedad de entregarse nuas fiestas; allí reinaba Fernanda como hermosa
á tin hombre, á un señor de la fortuna y del poder; convidada, realizando su sueño de vida fastuosa, ayu-
que la abandonó al día siguiente. Esta aventura, en- dando á Boisgelín á comerse el dinero que Delaveau
terrada en el fondo más amargo de su sér, le enseñó hacía sudar á los mil doscientos obreros del Abismo;
la mentira, la hipocresía, la astucia que aun no tenía y hasta esperando poder el mejor día volver á París,-
Se juró no volver á empezar; conservaba demasiada para triunfar allí con los millones prometidos. Esta
ambición para caer en la vida de dama cortesana era la historia á que Lucas iba dando vueltas en su
Aquello era la quiebra de la hermosura; no bastaba fantasía, mientras quo á paso lento, de paseo, acudía
ser hermosa: había que encontrar la ocasión de serlo- al convite de Susana. Si no conocía todas aquellas
dar con un hombre á quien hechizar para convertirla Aventuras, sospechaba las que un porvenir próximo
en mera cosa sumisa. Y muerta su madre del ir j iba á per.uiurle penetrar en sus menores detalles. Y
venir dando lecciones á domicilio durante un cuarto al levantar la cabeza vió quo no estaba más que á
de siglo, por el lodo do París, para ganarle apenas el cien metros del parque admirable,- cuyos grandes árbo-
pan, vió Fernanda llegada la ocasión, al verso en fren- les verdeaban en extensión indefinida. Se detuvo; una
te de Delaveau, ni guapo ni rico* pero que ofrecía figura se erguía dominando las demás, la del señor
casarse. No le quería, pero le veía muy enamorado Jerónimo, el segundo Qurignón, fundador de la for-
de ella, y se decidió á entrar de su brazo en el mundo tuna, al cual había encontrado la víspera á la misma
ordenado de las mujeres honradas, en el cual le ser- puerta del Abismo, en su cochecillo conducido por. un
viría aquel marido de apoyo y de instrumento. Tuvo criado. Y íe volvió á ver, muertas las piernas, arrui-
que comprarla el canastillo de novia, la aceptó desnu- nado, muuo, con sus ojos claros, que miraban hacía
da, con la fe exaltada do un devoto que sólo deseaba yeinticinco años los desastres que abrumaban á su
en ella á la diosa Desde aquel instante se cumplió el raza. Su hijo Miguel, hambriento de alegría y de lujo,
sino como Fernanda lo había deseado. No habían pa- dejando la fábrica en peligro, matándose en un es-
sado dos meses desdo que su marido la había intro- pantoso drama íntimo. Su nieto Gustavo, robando una
ducido en la Guerdache, cuando ya había seducido á¡ querida á su padre y yendo á romperse el cráneo en
Boisgelín, al cual se entregó de repente una tarde, el fondo de una sima, como perseguido por las furias
después de haber estudiado el caso con cuidado. Pa- vengativas. Su hija Laura en el convento,- aislada del
ra él fué una pasión fuerte; por ella hubiera dado mundo; el otro hijo, Felipe, casándose con una ramera,
su fortuna, á riesgo de rompfer con todo. Femapdjj cayendo con ella en el lodo, muerto en duelo después
trabajo fc-rZ
de afrentosas aventuras; el otro nieto, Andrés, el úl- sejos de Delaveau, ella y su marido, habían despo-
timo de su nombre, enfermo, encerrado entre locos. jado á los otros dos miembros restantes de la familia,
Y ahora el desastre que continuaba un fermento de po- la tía Laura y Andrés el enfermo. En realidad, su
dredumbre que acababa de aniquilar á la familia: esta existencia estaba asegurada, y era su abuelo Jeróni-.
Fernanda, caída allí como para consumar la ruina, coa mo á quien ella se lo pagaba todo con cariño, velan-
sus dientes pequeños, blancos, de terrible roedora. Si- do por él como un ángel. Pero él, si dejaba nacer una
lencioso, había asistido, asistía á tales cosas; ¿las no- sonrisa en el fondo de sus ojos claros cuando los fija-
taba, las juzgaba? Se le suponía la inteligencia debi- ba en ella, no tenía en su rostro frío, de facciones
litada; pero con todo ¡con qué ojos miraba, límpidos, grandes, hundidas, más que dos agujeros, dos pozos
insondables, cuando veía pasar al galope delante de
sin fondoI Y si pensaba, ¡qué reflexiones debían de él, la vida desenfrenada de la Guerdache; ¿veía, pen-
llenar sus largas horas sin movimiento! Todas sus es- saba? ¿qué desesperación había, entonces, en sus pen-
peranzas se habían desmoronado, la fuerza victoriosa en samientos ?
la larga ascendencia de jornaleros; la energía que él
creía deber legar á una larga descendencia, median- Lucas se encontró delante de la verja monumental
te una fortuna aumentada sin cesar, ardía como un que daba á la carretera de Formeries en el sitio en
montón de paja en el fuego de los placeres. En tres que se separaba el camino de la vecina aldea de Com-
generaciones la reserva de potencia creadora que ha- bettes; y no tuvo más que empujar el portillo y se-
bía exigido tantos siglos de miseria y de esfuerzos; guir por la regia calle de olmos. En el fondo se dis-
acababa de ser devorada con gula, en un momento; tinguía la quinta, vasto edificio del siglo diez y sie-
la exasperación nerviosa, el refinamiento destructor, te, de noble aspecto en su sencillez, de doce venta-
se había producido con el cebo ardiente de la sen- nas en la fachada, dos pisos, piso bajo sobrealzado,
sación. La raza, demasiado pronto ahita, loca por la al cual se llegaba por una doble escalinata, adornada
posesión, se derrumbaba en pleno frenesí de la ri- con hermosos jarrones. El parque, muy grande, todo
queza. Y aquel regio señorío, aquella Guerdache que pradera y de árboles muy altos, lo atravesaba el Mion-
él había comprado, soñando poblarla un día con sus na, que alimentaba un gran estanque donde nadaban
Cisnes.
numerosos descendientes, parejas felices que exten-
dieran la gloria de su nombre; [con qué tristeza debía Y Lucas se dirigía á la escalinata, cuando una risa
de mirarla, al contemplar vacías la mitad do las ha- ligera de bienvenida le hizo volver la cabeza. Bajo
bitaciones; y qué cólera sentiría al verla hoy entre- ima encina, cerca de una mesa de piedra rodeada de
gada á aquella mujer extraña, que traía el último sillas rusticas, vió á Susana, que se había sentado allí
veneno en los pliegues de su falda! Vivía como un so- mientras su hijo Pablo jugaba á sus pies.
litario, sólo tenía relaciones de cariño con su nieta —Sí, amigo mió, sí; he bajado aquí á esperar á
Susana, la única á quien consentía todavía, entrar en mis invitados, como aldeana que no teme el aire libre.
sus habitaciones del piso bajo. En otro tiempo, Susa- Cuanto le agradezco que haya aceptado mi invitación
na, desde los diez años le había cuidado allí, nma tan repentina.
amorosa que sentía el infortunio del triste abuelo. * le alargaba la mano sonriendo. No era bonita,-
Luego, cuando había vuelto casada, después de la pero tenía su encanto; muy rubia, pequeña, de fina
compra del Abismo y de la Guerdache, había exigido cabeza redonda, rizoso el pelo, los ojos de un azul
que el abuelo siguiese allí, aunque ya nada le perte- suave. A su mando siempre lo había parecido de una
necía después de la partición que había hecho de to- lamentable insignificancia, sin que por lo visto sos-
dos sus bienes, cuando le hirió la parálisis. Sentía pechara la deliciosa bondad, el sólido buen juicio
Susana escrúpulos, le parguía que al seguir los con- que se ocultaban bajo aquel aire de sencillez.
m 100 »== íur
Lucas la cogió la mano, que tuvo un instante en- su pelo negro sobre una frente estrecha que descubría
tre las suyas. un principio de calvicie.
—Usted sí que ha sido amable acordándose de mí; • —Buenos días, mi querido Froment—exclamó con voz
soy tan dichoso, tanto, volviéndola á veri que, por buen tono, exageraba el tartajear, cuando
Le llevaba ella tres años, le había conocido en la pronunciaba las erres.—Mil gracias por haber queri-
pobre casa en que él vivía, en la calle de Bercy, cer- do acompañarnos.
ca de la fábrica en que había empezado á trabajar Y sin más, después de un fuerte apretón de manos
como modesto ingeniero. Muy discreta, repartiendo á la inglesa, se volvió á su mujer :x
ella misma sus limosnas, visitaba allí á un albañfl —Di me, querida, ¿no has mandado enviar la vic-
viudo, con seis hijos, entre ellos dos niñas de pocos toria á los de Delaveau?
años; encontró al jovepi en aquel zaquizamí, con las Susana no tuvo nada que responder; la victoria
dos niñas sobre las rodillas, una tarde que llevaba ella apareció por la calle de altos olmos, conduciendo al
ropa blanca y pan para aquellos desgraciados. Traba- matrimonio, que se bajó delante de la mesa de piedra.
ron amistad, y tuvo ocasión de pagarle la visita en el Delaveau, pequeño, fornido, tenía la cabeza de un
parque Monceau, con motivo de sus obras de caridad buldog, maciza, corta, de mandíbulas salientes, y la
comunes. Una gran simpatía les había unido poco á nariz chata, los ojos grandes, saltones, las mejillas
poco; llegó él á ser su ayudante, su mensajero, sin coloradas, medio ocultas por el collar espeso de barba
saberlo nadie, en asuntos que ellos solos conocían; y negra. Tenía en el aire algo de militar, de autorita-
de este modo acabó por frecuentar Lucas el palacio, rio y rígido. A su lado, formaba gracioso contraste
invitado á las veladas, durante dos inviernos, y allí Fernanda, morena, de ojos azules, alta, de talle es-
conoció á los Jordán. belto, de seno y hombros admirables. Jamás cabellera
—¡Si usted supiera cuánto se la ha echado de me- más rica y negra había servido de marco á un rostro
nos, cuánto se ha llorado su ausencia!—se contentó él más puro ni más blanco, de grandes ojos azules, de
con añadir, sin más alusión á su antigua complicidad ardiente ternura, de boca pequeña y fresca, de dientes
de buenos corazones. pequeños de brillo inalterable y con fuerza para rom-
Conmovida, dijo ella: per guijarros. Teníala orgullosa, sobre todo, lo deli-
—Cuando me acuerdo de usted, me desconsuela cado de sus pies, porque en esto veía la prueba inne-
mucho no tenerle aquí, donde tanto habría que hacer. gable de su descendencia de príncipes.
Lucas acababa de ver.á Pablo, que venía corriendo, Inmediatamente se excusó ante Susana, haciendo
con florecillas en la mano, y al verle tan crecido, bajar de la victoria á una doncella que traía en el
mostró asombro. Muy rubio, menudo y sonriente, de regazo á su hija Nisa, una niña de tres años, de pelo
aire bondadoso, el niño semejaba á su madre. rubio, rizoso, enmarañado, de ojos do color de cielo,
—Bah—dijo éste con alegría,—ya va á hacer siete y una boca de rosa, que roía siempre, haciendo hoyo3
años, es un hombrecillo.' en las mejillas y en la barba.
Se habían sentado, conversando como hermanos, en —Usted me perdonará, querida m í a si me he apro-
el tibio ambiente de aquel esplendoroso día de Sep- vechado de su permiso para traer á Nisa
tiembre, tan entregados á sus queridos recuerdos, —Ha hecho usted muy bien—respondió Susana.*—*
que ni vieron á Boisgelín bajar la escalinata y acer- Ya le he dicho que los niños tendrán su mesita.
carse á ellos. Erguido, muy correcto, con su ameri- Parecían amigas. Apenas si en Susana un ligero par-
cana de campo, el monóculo en un ojo, Boisgelín era padear anunció su emoción, al ver á Boisgelín so- \
todo un buen mozo lleno de vanidad, de ojos grises, lícito alrededor de Fernanda, que por su parte debía -c
tuerte nariz, el bigote engomado, y recogía en buclos de mostrarle enojos, pues le recibió con
cial de que se valía, cuando él intentaba librarse de El anciano había exigido hacer vida aparte, Gon sus
uno de sus caprichos. Coa aire inquieto, volvió él horas diferentes do comida y de paseo, de levantarse
junto á Lucas y Delaveau, que se conocían desde la y acostarse; y comía solo, y no quería que nadie se
última primavera, y se daban la mano. Pero la pre- ocupara en sus cosas, y hasta se había establecido la
sencia inesperada del joven en Beauclair parecía cau- regla de que nadie en casa le dirigiera la palabra.
sar emoción al director del Abismo. Así es que todos so contentaron con saludarle en si-
—(Cómo, está usted aquí desde ayerl Y, natural- lencio. Sólo Susana, siguiéndole con mirada cariñosa^
mente, no ha encontrado usted á Jordán, porque un sonreía.
parte le ha obligado á salir de repente para Cannes. El señor Jerónimo, que salía á dar uno de sus lar-
1 1 Sí, sí, ya lo sé; lo que no sabía, que le hubiese llama- gos paseos, pasando á veCes fuera toda la tarde, los
do á usted... el horno alto le da en qué pensar, le había mirado fijamente á todos, como testigo olvida-
Él] molesta. do, fuera del mundo, que no devolvía los saludos. Y
A Lucas le sorprendió verle tan conmovido; le Lucas volvió á sentir cierto malestar por su duda an-
L til, i. veía á punto do preguntarle por qué Jordán le había gustiosa, bajo la claridad fría de aquella mirada.
hecho venir á la Crécherie. No comprendió la causa El salón era una estancia grande, muy rica, tapi-
de esta repentina inquietud, y respondió á la ven- zada de brocatel rojo, con muebles de Luis XIV, sun-
tura: tuosos. Acababan de entrar, cuando llegaron ya in-
1
lE'fi! 4 M —|Oh> molestarle l ¿lo cree usted? Todo va muy vitados: el Sub-Prefecto Chalelard, seguido del Alcal-
bien. de Gourier, de su mujer Leonor y de Aquiles, hijo
li; juHUb Entonces Delavtean, prudente, para hablar de otra de éstos. De cuarenta años, guapo todavía, calvo, la
• i i cosa, dió á Boisgelín, á quien tuteaba, una buena no- nariz arqueada, la boca discreta, los ojos grandes
ticia: la compra, por la China, de un «stock» de grana- y vivos, tras unos lentes, Chatelard era un desecho
das defectuosas, que iban á volver á la fundición. de París, que, después de haber dejado allí el pelo y
|S|||¡ Pero se volvió la atención á los niños, porque Lucas, el estómago, se había agenciado su plaza en Inváli-
que adoraba á la infancia, quedó encantado al ver á dos, en la sub-Prefectura de Beauclair, gracias á un
- • Pablo dar sus florecillas á Nisa, su gran amiga. Her- amigo, improvisado ministro. Sin ambición y malo del
mosa chiquilla, ¡parecía un sol menudo, do rubia hígado, y sintiendo la necesidad de reposo, había te-
I'hb«— nido la suerte de encontrarse con la hermosa señora
que era! ¿Cómo había podido salir así, de un padre
lil«; . y una madre tan morenos? Fernanda, que había salu- Gourier, que parecía haberle fijado para siempre allí,
i dado á Lucas, sondeándole con su mirada aguda, para en unas relaciones sin tormentas, vistas con buenos
saber si sería un amigo ó un enemigo, gustaba de que ojos por sus administrados, y hasta aceptadas, según
se hiciese aquella pregunta, á la cual con aire triun- decían, por el marido, que tenía otras aficiones. Leo-
fante respondía, aludiendo muy claramente ai abuelo nor, todavía hermosa á los treinta y ocho años, ru-
del niño, el famoso príncipe ruso: bia, de grandes facciones regulares, era muy devota,
—¡Oh! un gran mozo, rubio y sonrosado. Estoy de aspecto frío y recogido, bajo el cual, según mur-
segura de que Nisa será su vivo retrato. muraban ciertos iniciados, ardía una continua hogue-
A Boisgelín debió pareoerle que no era «correcto» ra de deseos profanos. Y el tal Gourier, un hombra-
esperar así á sus convidados, bajo una encina, cosa chón vulgar, coloradote, de nuca abultada, cara de
que podían permitirse solamente modestos burgueses, luna, no parecía haber sospechado jamás nada, pues
retirados á la aldea. Al hacerlos entrar en la casa,- hablaba de su mujer con sonrisa compasiva, y prefe-
llevándolos al salón, se encontraron con el señor Je- ría á las muchachas que trabajaban en su zapatería,
rónimo, 4 guien un criado llevaba en su cochecillo, una fábrica importante de calzado, heredada de su
«=3 105 «
padre,- en la cnal él mismo había ganado nna fortuna. con Lucila, cuyo aire de tórtola pasmada le había
No hacían vida común de quince años atrás, y el úni- vuelto loco. Gaume, que vivía malamente de su em-
co lazo que les unía era su hijo Aquiles; un mozo de pleo, no podía rechazar tal partido. Su desesperación
diez y ocho años ya, que tenía las facciones regulares, oculta parecía crecer con esto, pero jamás había afec-
los hermosos ojos de su madre, pero muy moreno, y el tado un celo más severo por la ley, fundando siem-
cual manifestaba un talento y una independencia, pre en rigor sus juicios, apoyando en el código la du-
que tenía á sus padres confundidos y disgustados. Si reza de la represión. Algunos decían, que detrás de
la hermosa Leonor jamás había puesto los pies en la esta actitud implacable había un vencido, un pesimis-
zapatería de su marido, la armonía más perfecta pa- ta desolado que dudaba de todo, y sobre todo de la
•¡P fe* recía unirlos ante el mundo; y sobre todo, desde que justicia humana. |Y qué tormento el de un juez que
Chatelard había entrado en la casa, reinaba allí una condena, preguntándose si tiene derecho, á los mise-
dicha constante, que se citaba como ejemplo. El sub- rables, víctimas del crimen de todos I
Prefecto y el Alcalde, llegando á ser inseparables, fa- En seguida llegaron los Mazelle, con su hija Lui-
II(K•i
,'V ,1
cilitaban de esta suerte la administración, y toda la sa, de tres años, otro convidado para la mesa peque-
||
lij l .•[
ciudad aprovechaba estas buenas relaciones.
. Llegaron luego otros invitados, el presidente del
ña. Era aquel un matrimonio perfectamente feliz; los
dos gordos, de la misma edad, poco más de cuarea-
tribunal, Gaume, acompañado de su hija Lucila, 4 ta, de un parecido quo había ido infundiendo el uno
quien seguía su novio, el capitán retirado Jollivet. Gau- en el otro; la misma cara sonrosada y sonriente, el
me, de cabeza larga frente ancha, barba canosa, de mismo aire paternal y suave. Habían gastado cien mil
'-Wiijj, cuarenta y cinco años apenas; parecía quererse ha- francos para instalarse á lo burgués, en una casa
ijiii < cer olvidar en aquel rincón de Beauclair, bajo la pe- cómoda, rodeada de un jardín bastante grande; allí
sadumbre abrumadora de un espantoso drama íntimo vivían con quince mil francos en buenas rentas del
Ifaíj r que había trastornado su vida. Una noche su mujer, Estado, cuya solidez era la única garantía con quo
•nj i ' J abandonada por un amante, se había matado delante se sentían seguros. Su felicidad, la beatífica alegría
de él. Frío, severo en su aspecto, quedó para siempre de su vida, empleada en adelante en n o hacer nada,
inconsolable, destrozada el alma, todo en secreto, y se había hecho proverbial: «¡Ah, ser como el señor
padeciendo ahora por su hija, á quien adoraba, y que Mazelle, que no hace nadal |Ese tiene suerte!» Pero
'IÍhí' al crecer se iba pareciendo más y más á su madre.
.. i m.n él respondía que bien había ganado su fortuna, con
Pequeña, linda, cariñosa y delicada, con sus ojos de diez años de andar de la ceca á la meca La verdad era
I »"f perdición, en un rostro claro, de cabellera castaña, que, modesto tratante en carbones y habiendo casado
dorada, Lucila le recordaba la falta de su madre, y con una mujer que le traía cincuenta mil francos de
¡I I tal temor le hacía sentir de verla reproducida, que,
en cuanto tuvo la niña veinte años, hizo de ella la pro-
dote, ó sea por suerte ó por buen olfato, había pre-
visto las huelgas, cuya frecuencia hacía años, hacían
metida del capitán Jollivet, á pesar de la amarga so- subir mucho la hulla francesa. Su arranque genial ha-
ledad en que iba á caer aJ desgarrarse el alma sepa- bía consistido en asegurarse en el extranjero enor-
rándola de sí. El capitán Jollivet, gastado por sus mes reservas de carbón, .al precio más bajo posible,
treinta y cinco años, era con todo un buen mozo; la y revenderlas con grandes beneficios á los industria-
frente de testarudo, los bigotes arrogantes, de vence- les de Francia, á quienes la súbita falta de combusti-
dor. Pero unas calenturas que traía de Madagascar,- ble obligaba á cerrar las fábricas. Pero había obrado
le obligaron á presentar la dimisión. Justamente aca- como un sabio, dejando los negocios hacia los cuaren-
baba de heredar una renta de doce mil francos, y ha- ta, cuando ya tenía los seiscientos mil francos, que,
bía decidido vivir en Beauclair, su tierra, casándose según sus cálculos, debían de hacer, de su mujer y dé
107 ^
él, una pareja absolutamente feliz. No había cedido
siquiera á la tentación de llegar al millón. Temía un clair, mientras que su pelo obscuro cortado al rape,
sus ojos negros y tenaces pregonaban al clérigo mili-
cambiazo de la fortuna caprichosa. Y jamás un bien- tante, que había soñado ser. Pero n o le faltaba in-
aventurado egoísmo había triunfado así, ni optimis- teligencia, y se daba clara cuenta de la crisis que el
mo alguno había podido decir con más razón que todo catolicismo atravesaba. No confesando á veces sus
marchaba muy bien en este mundo, que era para es- temores, cuando veía su iglesia abandonada por el
tas buenas gentes, que se adoraban ciertamente, que pueblo, agarrábase á la letra estrecha de los dogmas,
adoraban á su hija, fruto serondo, y que en la plena seguro de que el antiguo edificio sería derribado, el
satisfacción de sus apetitos, lejos de toda ambición y día en que la ciencia del libre examen hiciera en él
de toda fiebre, ofrecían la imagen perfecta de la di- brecha. Aeeptaba las invitaciones de la Guerdache, sin
cha, de la dicha cerrada á cal y canto, sin vistas á ilusiones respecto do las virtudes de la burguesía, y
la desventura ajena. La ùnica espina de esta felici- almorzaba ó comía allí, en cierto modo por deber,'
dad era que la señora Mazelle, muy gruesa, muy para ocultar bajo el manto de la religión las mise-
fresca, se creía víctima de una enfermedad grave, sin rias que conocía.
nombre definido, motivo de que su marido la com-
padeciese y mimase más, sonriente siempre, dicien- Le encantó á Lucas la clara alegría, el agradable
do con una especie de vanidad: «La enfermedad de gran lujo del temedor, amplia estancia que ocupaba
un ángulo entero dol piso bajo, y por cuyas grandes
mi mujer», como pudiera decir: «Los cabellos, el oro ventanas se veía el césped y los árboles del parque.
único de los cabellos do mi mujer». Ni temor ni tris- Parecía que aquel verdor entraba en la casa, que el
teza nacían de aquí, como tampoco de su .asombro comedor estilo Luis XVI, con sus maderas gris perla,
ante su Luisita, que crecía tan diferente de ellos,' tapizado de verde de agua, muy suave, se convertía
morena, delgada y viva, con una graciosa cabecilla de en la sala de los festines, soñada en una ideal magia
cabra, de ojos oblicuos, nariz menuda. Aquel asom- bucólica. La riqueza de la mesa, la blancura do los
bro era un encanto, como si la niña hubiera caído manteles, el brillo de la plata y del cristal, las flores
del cielo, regalo que traía un poco de viveza á la casa, que adornaban los cubiertos» coronaban la fiesta, que
llena de sol, que adormecían las digestiones demasia- daba á los ojos el maravilloso cuadro do luz y de per-
do tranquilas. La buena sociedad de Beauclair se bur- fumes. La sensación fué tan viva, que de pronto evo-
laba de los Mazelle; eran dos botijos, gallinas ceba- có toda la noche anterior; el pueblo hambriento y
das, pero no por esto se les respetaba menos ; se les sa- negro que pisoteaba como un rebaño el lodo de la
ludaba, se les invitaba como hacendados, á quienes su callo de Brías; los pudeladores y arrancadores que
sólida fortuna ponía por encima de los trabajadores,- se tostaban la carne ante las llamas infernales de los
do los pobres empleados y hasta de los capitalistas hornos; sobre todo la pobre vivienda de Bonnaire
millonarios, siempre amenazados por las catástrofes. con la triste Josina, sentada sobre un peldaño de la
Ya sólo se esperaba al señor Marie, cura de San Vi- escalera, salvada del hambre por una noche, gracias
cente, la parroquia rica de Beauclair. Llegó, y pasa- al pan robado por su hermanillo. [Qué de miseria in-
ron al comedor. Se excusó el cura; le habían detenido justa! i de qué trabajo maldito, de qué execrable su-
sus obligaciones. Era alto, fuerte, de rostro cuadrado,- frimiento so hacía oj lujo de los ociosos y de los fe-
nariz aguileña, boca grande de vigorosas líneas. Jo- lices !
ven todavía, de treinta y seis años, de buen grado hu-
biera luchado por la fe, á no ser por un ligero defec- En la mesa, de quince cubiertos, Lucas se encontró
to en la lengua, que le hacía la predicación difícil. colocado entre Fernanda y Dolaveau. Contra la cos-
Esto explicaba que se resignase á enterrarse en Beaij- tumbre, Boisgelín, que tenía á la señora de Mazelle
a la derecha, había puesto á Fernanda á su izquierda.
Hubiera debido dar esto sitio á la señora de Gourier; hay muchos robos desde esa maldita huelga... Me han
pero en las casas do confianza, ya so sabía que se co- hablado de una mujer que había forzado el mostra-
locaba siempre á Leonor cerca de su amigo el Sub- dor de un carnicero. Todos los abastecedores se que-
Prefecto Chatelard. Este, naturalmente, ocupaba el si- jan de que la gente vagabunda se llena los bolsillos
tio de honor, á la derecha de Susana, que tenía á en sus escaparates... ¡ Ahí tienen ustedes inquilinos para
su izquierda al presidente Gaume. Se había puesto á la hermosa cárcel nueva! ¿no es así, señor presidente?
Marle, ei cura, junto á Leonor, su hija de confesión Iba Gaume á responder, cuando replicó el capitán
más asidua, más querida. Gourier estaba al lado de con violencia:
la señora de Mazelle, junto al presidente. Por últi- —Sí, el robo infame engendra el pillaje, el asesi-
mo, el capitán Jollivet y Lucila, los novios, estaban en nato. El espíritu de la población obrera se va hacien-
uno de los extremos, en frente del joven Aquiles Gou- do temible. Anoche, todos ustedes, que estaban en la
rier, silencioso, al otro extremo, entre Delaveau y el calle como yo, ¿no han sentido esto espíritu do rebe-
cura. Susana, previsora, para poder vigilar mejor, lión, que pasaba como una amenaza, un terror, que
había mandado que se pusiera detrás de ella la mesa hacía temblar á la ciudad?... Además, Lange, el anar-
de los niños, que presidía Pablo, do siete á ocho años, quista, no tenía pelos en la lengua, para decir lo que
entre Luisa y Nisa, do tres, las cuales inspiraban pensaba hacer. A gritos lo decía: «que haría saltar á
cierta inquietud paseando sus manitas por platos y Beauclair, que arrasaría los escombros». A ese, ya que
copas. Una doncella estaba á la mira y ol servicio de lo han atrapado, supongo que lo pondrán á salar, como
la mesa grande estaba á cargo de los dos ayudas de conviene.
cámara, ayudados por el cochero. Vinieron los huevos La actitud de Jollivet molestó á todos. Aquel rapto
rellenos jompañados por el sauterne y se trabó una de terror de que hablaba, que los demás habían senti-
conversación general, hablando dol pan que se fabri- do pasar como él la noche anterior, ¿para qué recor-
caba en Beauclair. darlo, despertarlo, sobro aquella mesa tan agradable,
—Yo no he podido acostumbrarme á él—dijo Bois- cargada de cosas tan buenas, tan hermosas? Se sin-
gelín;—el pan de lujo de aquí no se puede comer; tió frío; la amenaza del mañana zumbó, on medio del
yo hago traerlo de París. silencio, en los oídos de aquellos burgueses alarmados,
Había dicho esto con la mayor sencillez, pero todos mientras los criados les servían truchas.
miraron con un vago respeto los panecillos que co-> Delaveau, sintiendo que el silencio se hacía moles-
mían. Mas los enojosos acontecimientos do la víspe- to, dijo al fin:
ra ocupaban principalmente ©1 pensamiento de todos. —Lange, mala persona... tiene razón el capitán...«
Fernanda exclamó: ya que lo han cogido ustedes., no lo dejen escapar.
—A propósito, ya sabéis que anoche entraron i saco Pero el presidente Gaume movía la cabeza, y con
Una panadería de la calle de Brías. aire severo, fría expresión, sin que se supiera le qué
Lúeas no pudo contener l a risa: había detrás de aquella rigidez profesional, dijo:
—j9h, señora, á saco!.... Estaba yo allí. ¡Un pobre —Sepan ustedes quo esta mañana, por mi consejo,
niño que ha robado un pan! después de un simcplo interrogatorio, el juez de ins-
—También estábamos nosotros—manifestó el capitán trucción se ha decidido á soltar á ese hombre.
Jollivet, ofendido por la compasión, que significaba dis- Hubo exclamaciones, que ocultaban un miedo po-
culpa, que había en el tono de Lucas.—Es de lamentar sitivo, bajo una exageración do broma.
que no se haya detenido á ese muchacho, á lo menos —] Oh, señor presidente; usted quiere que nos de-
por el ejemplo. güellen !
—Sin duda, sin duda—advirtió Bpisgelín.=Parece que Gaume sólo respondió con un pausado movimiento
de la mano, que podía significar muchas cosas. La preciso para conservar su puesto, haciendo sólo lo ne-
prudencia consistía en no dar, con un proceso ruidoso, cesario, queriendo antes que nada vivir en paz con
una importancia considerable á palabras lanzadas al sus administrados. ¿Qué todo se hundía? ipues ya
viento, que más germinarían cuanto más se esparcie- procuraría él no estar bajo los escombros!
sen.
—Ya lo ven ustedes—concluyó;—la desdichada huel-
Jollivet se había calmado,- mordiéndose el bigote, 55 ga, que tanto les inquietaba, ha terminado de la mejor
no queriendo contradecir abiertamente á su futuro sue- manera.
gro. Pero el Sub-Prefecto Chatelard, que hasta enton- Gourier, el alcalde, no tenía la filosofía irónica del
ces se había contentado con sonreír, dijo con suave Sub-Prefecto, y aunque siempre estuviesen de acuer-
y afable acento de hombre que está de vuelta de todo: do, lo que les facilitaba la administración de la ciu-
—|Ah! lo comprendo, señor presidente; lo que us- dad, protestó:
ted ha hecho, es lo que llamo excelente política...., —Vamos despacio, vamos despacio, querido amigo;
¡Bah! no; el espíritu de las masas no es peor en demasiadas concesiones, nos llevarían muy lejos...
Beauclair que en otras partes. Es donde quiera lo mis- Conozco á los obreros, los quiero, soy republicano vie-
mo, hay que atemperarse á él, y lo mejor es prolon- jo, un antiguo demócrata de la víspera. Pero si con-
gar el estado actuajl de cosas, mientras se pueda; por- cedo á los trabajadores el derecho de mejorar su suer-
que parece lo seguro que si cambia estaremos peor. te, jamás aceptaré las teorías subversivas, esas ideas
Lucas creyó adivinar un poco de burla irónica on de los colectivistas, que acabarían con toda ciudad
aquel antiguo calavera parisiense, á quien el sordo civilizada.
espanto de aquellos burgueses provincianos debía de Y en su voz gruesa, temblorosa, sonaba el miedo
divertir. Toda la política práctica do Chatelard con- que había tenido, la ferocidad del burgués amenaza-
sistía en esto, en la más gallarda indiferencia, cual- do, la innata necesidad de represión, que se había
quiera que fuese el ministro que estuviese en el po- traducido en un momento por el deseo de hacer
der. La vieja máquina gubernamental continuaba fun- avanzar á la tropa, para obligar á les huelguistas, á
cionando por sí misma, por la fuerza adquirida, con tiros, á Volver al trabajo.
chirridos y choques, y al fin se descompondría, y cae- —En fin, yo no he podido hacer más por los tra-
ría^ hecha polvo, al nacer una nueva sociedad. «Al bajadores en mi fábrica: caja de socorros, de retiros,
freír será el reír», decía, riendo, en el seno de la habitaciones baratas; no cabe más blandura. ¿Y en-
confianza. La cosa marchaba, porque estaba montada tonces, qué más quieren?... Esto es el acabóse. ¿No es
ya, pero al primer tumbo serio, todo se lo llevaría la así, señor Delaveau?...
trampa. Los mismos esfuerzos intentados para conso- El director del Abismo, hasta entonces, había co-
lidar la vetusta carraca, las reformas tímidas ensa- mido con gran apetito, escuchando sin mezclarse en
yadas, las leyes inútiles que se votaban sin osar si- la conversación:
quiera aplicar las antiguas, las crisis furiosas de las •—iOh, el fin del mundo!—dijo con su tranquilo aplo-
ambiciones y de las personas, las iras y delirios de mo;—espero, sin embargo, que no dejaremos que el
los partidos, no hacían más que agravar, apresurar la mundo se acabe, sin luchar un poeo, para que con-
agonía suprema. Todos los días, semejante régimen, tinúe... Opino como el señor Sub-Prefecto: la huelga
se asombraba de no verse en tierra, esperándolo para ha terminado muy bien. Y traigo una buena noticia:
el día siguiente. Y él, Chatelard, que no era un im- Bonnaire, el colectivista, ya sabéis, el cabeza de mo-
bécil, se las arreglaba para durar, mientras el actual tín que me habían obligado á admitir otra vez, fuése,
régimen durase. Republicano prudente, como había se ha hecho justicia á sí mismo; anoche dejó la fá-
que serlo, representaba al Gobierno, nada más que lo brica. Obrero excelente, pero |qué remedio! un exal-
fe 118
tado, nn soñador peligroso.... I Ah, los sueños 1 lesos que atendía con gran interés & ésla cóaVeísacIófi,-
son los que nos llevan al abismo! nada á propósito para mujeres, que parecía excitada
Y prosiguió; procuró mostrarse muy leal, muy jus- y muy contenta con la derrota <fo los obreros, y la
to. Cada eual tenía el derecho de defender sus inte- victoria de aquel dinero,- qü© sus dientes de lobezna
reses. Los obreros, declarándose en huelga, creían de- devoraban á boca llena; sus labios rojos so levantaban
fender los suyos. El director de la fábrica defendía un poco y descubrían los dientes agudos con una risa
el capital, el material, la propiedad que se le había de fría crueldad, como si por fin, hubiese satisfecho
confiado. Y estaba dispuesto á ser indulgente, porque sus rencores y sus apetitos, en frente de la mujer apar
se sentía más fuerte. El salario, funcionando según cible, á quien engañaba, y entre su guapetón amanta
la sabiduría de la experiencia, lo había organizado dominado por ella y un marido ciego qu© le ganaba
I P i poco á poco. En eso éstaba toda la verdad práctica,- los millones futuros. Parecía ya Fernanda un poco
lo demás eran ensueños .culpables; por ejemplo, el alegre por causa de las flores, de los vinos, de los man-
H * I tal colectivismo, cuya aplicación traería la más es- jares, y sobre todo por el placer perverso de utilizar
I j i t 1f. pantosa catástrofe. También habló de los sindicatos,- su radiante hermosura,- trayendo allí el desorden y
¡HHl |1¡ que combatía encarnizadamente, porque había adi- la destrucción.
11131 vinado en ellos una poderosa máquina de guerra. De - —¿Es verdad que ae trata do dar una fiesta de ca-
todos modos, él triunfaba como trabajador activo sen- ridad en la Sub-prefectura?—»preguntó suavemente Su-
cillamente, como buen administrador, contento con sana á Chatelard.—¿ Quieren ustedes que hablemos de
que la huelga no hubiese hecho más estragos, con- algo que no sea política?.
1'iJtfi,.; virtiéndose en un desastre é impidiéndole, aquel año; El sub-Prefecto, galante fué en seguida do su opi-
cumplir los compromisos adquiridos con su primo. nión.
--
En aquel momento, los dos criados pasaban one- —Pues claro; somos imperdonables... Daré todas las
! I •! f^' *r i' ciendo perdigones asados, mientras el cochero, cargar fiestas que usted quiera, amiga mía.
do de vinos, presentaba Saint-Emilion. Desde aquel momento,- la conversación se dividió,-
¡ i | j —¿De modo—dijo Boisgelín bromeando ;ssque tú rae y volvió cada cual á lo que le apasionaba. Marle, el
juras que no nos veremos reducidos á un régimen cora, se había contentado con aprobar, con ligeros
i '»mni de patatas, y que podemos comer sin remordimientos movimientos de cabeza, ciertas declaraciones de De-
- un alón de estos perdigones? laveau; pues se mostraba siempre muy prudente en
! \Uk Una gran carcajada acogió esta salida,- que pareció aquel medio en qu© 1© atormentaban el desorden mo-
I • muy graciosa ral del amo de la casa, el escepticismo del Sub-Prefec-
_ Y o te lo juro—dijo alborozado DelaVeau,- riendo to y la hostilidad declarada del alcalde, qu© ostentaba
como los demás.—Duerme y come tranquilo; la re- ideas anticlericales. ¡Cómo 1© descorazonaba aquella
volución que so llevaré tus rentas, no yendrá todavfe sociedad, que él debía sostener, y que acababa en se-
mañana mejante ruina!
Lucas, silencioso, sintió palpitar su rorazón. Aqu# Su único consuelo era la devota simpatía d© la her-
lio era el salario: el capital que explotaba el trabajo mosa Leonor, que tenía junto á sí, atenta nada más á'
de los demás. Adelantaba cinco francos; el obrero les cuidarle, diciéndole á media voz cosas agradables,-
hacía producir siete, y él so comía dos. Y á lo menos; mientras los demás discutían. También aquella vivía
Delaveau trabajaba, arriesgaba su cerebro, sus múscu- sin duda en el pecado, pero se confesaba, y ya estaba
los; pero aquel Boisgelín, que jamás había hecho na- oyéndola en el tribunal de la penitencia, acusarse del
da, ¿con qué derecho vivía, comía, con tanto lujo? placer excesivo d© haber almorzado al lado de su ami-
Lucas extrañaba tambiép la actitud de Fernanda, Trabajo.—Tomo iraf?^ m m
« 115wM1®«
go Chafelárd, (fue oprimía debajo de la mesa y t o r o - ;
samente una rodilla de la dama con otra suya. El - N o quiero que me le carguen la cabeza. iAh, no!
bueno de Mazelle, olvidado entre el presidente Gau- ¿Para que se ha de pudrir la sangre? Es hija única.-
heredara todos nuestros bienes.
me y el capitán Jollivet, tampoco había abierto la
booa todavía, más que para tragar grandes bocados De pronto, Lucas cedió á la necesidad de protestar
que masticaba lentamente, por miedo al dolor de es- sm reflexionar, por pura malicia.
tómago. La política no le interesaba desde que, gra- - ¡ P e r o usted no sabe, señora, que se van á supri-
cias á sus rentas, estaba al abrigo de las borrascas* mir las herencias? ,0h. y muy pronto, en cuanto se
pero debía prestar atención á las teorías del capitán, organice la nueva sociedad!
que desahogaba muy contento, hablando á tan bené- Todos creyeron que hablaba en broma, y era tan
volo oyente. El ejército 'era l a escuela de la nación;
Francia no podía ser, según su tradición inmutable, J S ^ V S S * * 2 » ***
más que una nación guerrera, que sólo volvería á so ¡La herencia suprimida, valiente infamia; el dine-
equilibrio el día en que hubiese reconquistado á Eu- ro ganado por el padre se les arrancaría á los hijos-
ropa, reinando por el sable. Era una estupidez acusar se les condenaría á ganarse el pan á su vez! Sin duda
al servicio militar de desorganizar el trabajo. Además esta era la consecuencia lógica del colectivismo. Y
¿el trabajo de quién? ¿Qué trabajo? ¿Había eso? |E1 como Mazelle, asustado, viniese en socorro de su mu-
socialismo, la gran broma 1 Siempre habría soldados jer diciendo que él no se inquietaba, que toda su for-
y debajo gente para llevar el fardo. A lo menos, el
sable se veía. Pero ¿quién había visto jamás la idea, nU^,?itaba 6 ^ p a p e d e l Estado> ? Í a m á s osarían
tocar al gran hbro, Lucas replicó tranquilamente-
la famosa idea, la pretendida reina del mundo? Y. uw ° Í ,- 6 f r r o r ' ^ t i M i o ; se quemará el gran
se reía de su propia gracia; y el bueno de Mazelle; libro, se abolirá la renta. Es cosa resuelta
que respetaba profundamente al ejército, reía con él Los Mazelle iban á ahogarse, i La renta abolida!
por complacerle; mientras que Lucila, la novia, le cla- i P a r e cia tan imposible como que el cielo se des-
vaba la sutil mirada de enigmática enamorada, exa- p ornara sobre su cabeza. Y estaban tan aturdidos, tan
minándole en silencio, con extraña sonrisilla, como sa- aterrados por aquella amenaza del trastorno de las
boreando la idea de sus condiciones de marido. Al leyes naturales que Chatelard, con lástima burlona les
otro extremo de la mesa, el joven Aquiles Gourier se- tranquilizó, y dijo volviéndose hacia la mesa de los
guía encerrado en su silencio de testigo y de juez; pequeños, donde á pesar del buen ejemplo de Pablo
brillándole los ojos con todo el desprecio que le ins- las^nmas, Nisa y Luisa no se habían portado muy
piraban su familia y los amigos con que le obligaba á
almorzar. —No, no hay que temer. La cosa no está tan pró-
Pero de nuevo se alzó una voz que se oyó en toda xima; su hija de usted tiene tiempo de crecer y de
la mesa, en el momento en que se servía una empa- criar hijos a su vez... Eso no quita que deban lim-
nada de hígado de pato, una verdadera maravilla. Era piarla, porque creo que ha metido la cara en la crema,
la voz de la señora de Mazelle, muda hasta enton- Continuaba la risa y la broma. Todos, sin embargo,-
ces, enfrascada en su plato, cuidando su enfermedad nabian sentido pasar el fuerte aliento del mañana, el
que reclamaba mucho alimento. Y como Boisgelín, aten- ^ento del porvenir que soplaba de nuevo á través de
to sólo á Fernanda, no hacía caso de ella, se había L m | S a ' ¿ a ? T n d o e l , I u j o i a í c u o Y J °s goces enve-
vuelto á Gourier y le explicaba asuntos de familia; nenados. y todos acudían en socorro de la renta del
lo bien que se entendía con su marido, sus ideas so- capital, de la sociedad burguesa y capitalista, basada
bre la instrucción que había de dar á su hija Luisa. «ajgflfe — —— - -
m no « c* i r a «

—La república se suicidará: el día (pe toque á la el Sub-Prefecto,- que tenían enfrento. Ocho días durat-
propiedad—dijo Gourier, el alcalde. ba ya aquello. No había favores para él, cuando se
—Hay leyes y todo se hundiría el día que no fu© permitía no obedecer inmediatamente á uno de sus ca-
sen aplicadas—dijo el presidente Gaume. prichos. El fondo de su presente querella era que había
—jY qué diantre! en todo caso ahí está el ejército; exigido Fernanda que él invitas© á una cacería,- con
yigilante, y que no permitirá el triunfo de los pillos galgos, por el solo placer do lucir un vestido nuevo.
s—dijo el capitán Jollivet, Se había negado Boisgelín, por lo cara que salía la
—Dejad obrar á Dios, que no es más que bondad fiesta; y Susana que sabía algo* 1© había suplicado
y justicia—dijo el cura. que fuese razonable. De este modo, la lucha era ya
Boisgelín y Delaveau so contentaron con mostrarse entre las dos mujeres; se trataba de saber quién ven-
conformes, porque paxa ayudarles á ellos se juntaban cería, si la querida ó la esposa. Durante el almuerzo,-
todas las fuerzas sociales. Y Lucas lo comprendió; Susana, con su triste y suave mirada, no había perdi-
el Gobierno, la administración, la magistratura, el do de vista la frialdad afectada do Fernanda, ni la
ejército, eran quien sostenía todavía la sociedad ago- solicitud inquieta de su marido. Así qu© cuando ésto
nizante, la monstruosa andamiada de iniquidad, el tra- propuso lo del paseo, comprendió qu© sólo buscaba
bajo mortífero de los más, que alimentaba la corrup- ocasión do verse á solas con la melindrosa, para de-
tora holganza de irnos pocos. Continuaban su terri- fenderse y reconquistarla. Ofendida, incapaz de com-
ble visión de la víspera; después de haber visto el batir, se recogió en su dignidad dolorida, y dijo, que
reverso, ahora veía el anverso de aquella sociedad en ella se quedaba, para acompañar á los Mazelle, que
descomposición, cuyo edificio se desmoronaba por to- por higiene no daban un paso después de comer. El
das partes. Y allí mismo, en aquel lujo, en aquel triun- presidente Gaume, su hija Lucila y el capitán Jolli-
fante decorado, acababa do oirle estallar; á todos les vet, declararon también qu© no s© moverían; y en-
veía inquietos, aturdiéndose, corriendo al abismo como tonces, el cura, Mario, propuso una partida de aje-
todos los enloquecidos que arrastran las revoluciones. drez al presidente. Aquiles Gourier ya se había des-
pedido, contento al verso libre con sus sueños, por el
Se servían los postres, la mesa estaba cubierta dfi ancho campo, á pretexto de un examen que estaba
cremas, pastas, magníficas frutas. Para acabar de ani- preparando. De modo que nadie más que Boisgelín,-
mar á los Mazelle, al llegar al champagne, se hizo el el sub-Prefecto, los Delaveau, el matrimonio Gourier
elogio de la pereza, de la divina pereza, que no es de y Lucas fueron á la Granja, á paso lento, á través
este mundo. El amplio comedor, tan alegre, parecía de los árboles centenarios del parque.
haberse llenado de la suave influencia, como un eflu-
vio, de los grandes árboles del parque, y Lucas re- Iban por bien parecer los cinco hombres en un
flexionaba, porque de repente, acababa de compren- grupo, y Fernanda y Leonor detrás, muy metidas en
der el pensamiento que sentía en sí como una pre- una conversación íntima Boisgelín se deshizo en la-
ñez: la emancipación del porvenir, enfrente de aque- mentos sobre las desgracias de la agricultura; la tie-
llos hombres que eran la autoridad injusta y tiránica rra se declaraba en bancarrota, los labradores corrían
del pasado. á una ruina próxima. Chatelard y Gourier estuvieron
Después del café, que se sirvió en el salón, Bois- de acuerdo en qu© el problema terrible, sin solución
gelín propuso un paseo por el parque, hasta la Gran- por ahora, estaba allí; pues para que el obrero in-
ja. Durante todo el almuerzo se había deshecho en dustrial pediera producir, hacía falta que el pan es-
obsequios para Fernanda, que continuaba esquiva. No tuviese barato, y si el trigo estaba barato, el paisano
le había permitido pisarla el pie bajo la mesa; no arruinado ya no compraba los productos de la indus-
le respondía siquiera y guardaba sus sonrisas para tria, Delaveau creía que la solución g3taba en un pro-
e s 118 e s s 11S «s
feceionismo inteligente. Lucas, á quien interesaba la aspecto y justamente en aquel instante pudieron oír
cuestión, les hizo hablar, y sobre todo obtuvo infor- juramentos, puñetazos sobre las mesas, todo el ruidoi
mes de Boisgelín, que acabó por confesar que su des- violento do una disputa. En seguida vieron salir d§
confianza provenía de sus continuas dificultades con la casa á dos aldeanos, el uno gordo y pesado, el otro
su colono Feuillat, cuyas exigencias crecían de año en flaco y de mal genio, los cuales, después de haberse
año. Iba á tener que dejarle al llegar el nuevo arrien- amenazado por última vez se alejaron, dirigiéndose á¡
do, porque el llevador había pedido una disminución campo traviesa hacia Combettes, cada uno por cami-
del diez por ciento en el precio de la renta; lo peor no diferente.
era que, con el temor de no seguir en las fincas, ya —¿Qué pasa, Feuillat? —preguntó Boisgelín al colo-:
no cuidaba las tierras, no las abonaba y decía que no no, que estaba de pie en el umbral.
tenía porque trabajar en provecho del que viniera de- —|0b, nada, señor!... Dos do Combettes... Lo de
trás. Así se esterilizaba la propiedad, herida de muerte siempre, una disputa por un lindero, y querían que
poco á poco. yo decidiera el caso. Años y años, de padres á hijos,
—Y en tedas partes es lo mismo—continuó Boisge- los Lenfant y los Yvonnot están en continua pelotera,-
lín.—No hay modo de entenderse; los labriegos quie- y nada más que con verse se vuelven locos... Por más
ren echárselas de propietarios, y quien paga es el que he querido llamarlos á la razón, nada; ya los han
Cultivo Vean ustedes; en Combettes, la aldea que oído ustedes; van á comerse. |Y vaya si son animales,
no está separada de mis tierras más que por la carre- santo Dios, cuando serían tan fuertes si quisieran pen-
tera de Formeries, no pueden ustedes figurarse lo mal sar un poco y entenderse!
que se entienden; los esfuerzos que cada aldeano hace Luego, sin duda descontentó por haber dejado es-
para dañar al vecino, inutilizándose á sí propio... ¡Oh,- capar esta reflexión, que no era buena para dicha de-
el feudalismo tenía algo bueno; todos estos valientes lante del amo, disimuló, mirando vagamente; y bo-
se alinearían si no tuviesen nada, ni pudiesen soñar rrando toda expresión de su rostro, añadió:
con tenerlo. —Si estas señoras y -estos caballeros quieren en-
Esta conclusión imprevista hizo sonreír á Lucas; trar y descansar un momento...
pero lo que le sorprendía era la confesión incons- Pero Lucas había visto brillar sus ojos. Le sorpren-
ciente de que la pretendida quiebra del terruño venía dió encontrar á aquel hombre alto y delgado, tan seco,
sólo de la falta de inteligencia. Y ahora al salir del de color de tierra, quemado ya por las horas de sol
parque, su mirada se extendía por la llanura inmen- ardiente, á los cuarenta años apenas. Era con todo
sa, por aquella Rumana tan célebre antaño por su de muy viva inteligencia, como pudo notarlo oyéndo-
fecundidad, acusada ahora de no poder ya sustentar le conversar con Boisgelín. Le había preguntado éste,
á sus habitantes. A la izquierda veía extenderse los risueño, si había pensado bien lo de la renta, y el
vastos dominios de la Granja, mientras que á la de- colono había movido la cabeza respondiendo con po-
recha distinguía los pdbres tejados de Combettes, en cas palabras, como diplomático ganoso de vencer. Sin
torno de los cuales se agrupaban campos extremadas duda se reservaba su idea; la tierra para los que la
mente divididos, cuatro terrones todavía desmigajados cultivaban, de todos, para que se volviese á quererla y
por las herencias, semejantes á una tela toda piezas fecundarla. ¡Amar el terruño! y se encogía de hom-
y remiendos. ¿Y qué hacer para que volviese la con- bros. Su padre, su abuelo, lo habían querido furio-
cordia, para que de estos esfuerzos contradictorios y samente. ¿De qué les había servido? El esperaba po-
idolorosos naciese el gran impulso de solidaridad en der quererlo otra vez, cuando lo trabajara para sí,
nombre de la felicidad de todos? para los suyos, y no para un propietario que sólo
Llegaban ya 4 la Granja, edificio amplio y do buen pensaría en subir la rgnta el día que doblase la co>
a 120 a Í2I SI
secta. T mSá habla en el fondo de sus medias palafc Sub-Prefecto y Leonor se retrasaron y pronto se que-
bras, en su clara mirada al porvenir; la prudente in- daron á la cola, muy lejos, pero contentándose con
teligencia entre los aldeanos, los campos tan divididos charlar plácidamente como antiguo matrimonio; mien-
trabajados en común, la gran cultura, intensiva, con tras Boisgelín y Fernanda, que se habían separado
máquinas. Eran estas ideas raras que él se había ido poco á poco, desaparecieron, como si hubiesen equi-
formando poco á poco, que los burgueses no tenían vocado el camino, perdidos por extraviados senderos;
para qué saber, pero que á veces se le escapaban sin tan animada era su conversación. Con paso igual, tran-
pensarlo. quilo, los dos maridos Gourier y Delaveau habían se-
Acabaron por entrar un momento y sentarse, en la guido por la calle de árboles, comentando un artículo
alquería; y Lucas encontraba allí las paredes frías sobre el fin de la huelga de «El Diario de Beauclair»,-
y desnudas, el olor de trabajo y de pobreza que la un periódico que tiraba quinientos ejemplares y pu-
víspera le habían impresionado tanto en casa de blicaba un tal Lebleu, humilde librero clerical, al que
los Bonnaires, en la calle de las Tres Lunas. Seca y daban artículos el cura Marle y el capitán Jollivet.
también terrosa como su marido, estaba allí la Feuillat El Alcalde deploraba que se hubiese metido á Dios
callada, con su único hijo, un muchachote de doce en la danza, si bien aprobaba, como el director del
años, León, que ayudaba á su padre. En todas partes Abismo, este canto de triunfo en que se celebraba con
lo mismo; en casa del aldeano como en casa del obre- estilo lírico la victoria del capital sobre el salario. Lu-
ro, el trabajo maldito, con estigma de deshonor, con- cas, que iba cerca de ellos, aburrido, se fué quedando
vertido en lacería y sin sustentar siquiera al esclavo atrás y echó por medio de la espesura, seguro de que
aherrojado en su oficio, como por una cadena. En la al fin llegaría á la Guerdache.
aldea cercana, en Combettes, el padecimiento era sin iCuán adorable soledad en aquel espeso tallar, en
duda mayor todavía: casas sórdidas, una existencia que el tibio sol de Septiembre entraba como lluvia de
de animales domésticos alimentados con sopas; los Len- un polvo de oro!
fant, con su hijo Arsenio y su hija Olimpia, los Ivon- Anduvo algún tiempo á la ventura, contento de verse
not, que tenían otros dos, Eugenia y Nicolás, todos solo al fin, respirando á sus anchas, en plena natura-
comiendo en la artesa inmunda de la miseria, agra- leza, como libre del peso que le aplastaba, desde que
vando sus males por el rencor con que se devoraban, toda aquella gente pesaba sobre su cerebro y sobre su
Lucas escuchaba, miraba, evocaba este infierno social, corazón. Quiso, sin embargo, alcanzarlos, pero de re-
y se decía que la solución del problema social estaba pente dió, cerca de la carretera de Formieres, en anchos
allí, con todo; porque el día en que se reconstituyera prados, en medio do los cuales un pequeño brazo del
toda una sociedad nueva, habría que volver á la tie- llionna alimentaba una gran charca. La escena que se
rra, la eterna nodriza, la madro común, la única que le ofreció le divirtió mucho y fué para él de encanto
podía asegurar á los hombres el pan de cada d í a y de esperanza.
Al dejar la alquería, dijo Boisgelín á Feuillat: Allí estaba Pablo Boisgelín,- que acababa do obte-
—En fin, usted lo pensará, amigo mío. La tierra ner permiso para llevar hasta aquel sitio á sus dos
ha ganado, y es justo que yo me aproveche de ello, convidadas, Nisa Delaveau y Luisa Mazelle, cuyos tres
—jOh, ya está pensado, señor I—respondió el case- años suponían pies demasiado pequeños para ir muy
ro;—tanto me da reventar de hambre en medio de la lejos. Las niñeras, tendidas bajo un sauce, charlaban
calle ó en casa del amo. sin pensar en los niños; pero lo gravo del lance, era
A la vuelta, cuando damas y caballeros se dirigie- que el futuro heredero de la Guerdache y las dos
ron á la Guerdache, por otro- camino del parque más damas de babero, habían encontrado la charca ocu-
solitario y sombrío, se formaron nuevos grupos; el Ips SE® i s m s i é s popular; por trgs galopines con-
e s 122 «a s l S a
quistadores que debían de haber escalado lina tapia palmas y se sentó junto á Luciano sobre la hierbal-
6 que se habían deslizado por debajo de un seto. vencida á su vez, ya tan compinches y sin separarse
Lucas, muy sorprendido, reconoció á Nanet, el jefe,- más de él.
el alma de la expedición, seguido de Luciano y da Pablo, el mayor de todos, que por sus siete años
Antonieta Bonnaire, á quienes seguramente había se- era ya un hombrecillo, tuvo en tanto la idea confusa
ducido, arrastrándolos tan lejos de la calle de las Tres de que debía procurar enterarse. Se había fijado en
Lunas, gracias á la libertad del domingo. Todo se Antonieta, cuyo aspecto amable y cuyo rostro sano y
explicaba. Luciano había inventado un barquichuelo bonito le animaban. .--•,*
que navegaba sóloj, y Nanoj, se había ofrecido á llevarlos —¿Cuántos años tienes tú?
á una charca que él conocía, donde jamás se encon- —Yo, cuatro; pero papá dice que aparento seis. ¡
traba á nadie. El barquichuelo caminaba solo por el —¿Y quién es tu papá?
agua clara, sén ondas. Era un prodigio. —Toma; papá es papá, pareces tentó; qué cosas
Sencillamente, Luciano había tenido un rasgo ge- preguntas.
nial, utilizando el infantil mecanismo de( un coche- Se reía con tanta gracia, que el niño juzgó la res-
cillo que giraba, un juguete de noventa y cinco cén- puesta decisiva y no la preguntó más. También se
timos, sin más que adaptar las ruedas, provistas de sentó junto á ella y al punto fueron los mejores ami-
paletas, á un barco hecho de un pedacito de pino, gos del mundo. Sin duda no echó de ver que llevaba
ahuecado. Caminaba la máquina sus diez metros sin un vestidillo de lana, nada bonito: hasta tal punto le
volver á darle cuerda. Lo peor era que había que co- parecía agradable con aquel aire de salud y de con-
ger el barco con una pértiga, y esto á cada instante fianza.
les ponía en peligro de echarlo á pique. Petrificados —¿Y tú? ¿Quién es tu papá? ¿Son suyos todos
de admiración, Pablo y sus dos convidadas, permaner estos árboles? i Hay que bien! ¡Tú sí que tienes sitio
cían en pie al borde de la balsa. Luisa sobre todo, con para jugar!... Nosotros nos hemos metido por el agu-
los ojos brillantes en aquella carita de cabra capri- jero de la sebe; allá abajo.
chosa, pronto fué arrastrada por un deseo sin límites. —Está prohibido... Tampoco me dejan á mí venir
Tendió las manitas y exclamó: aquí, porque tienen miedo de que me caiga al agua,
—Quiero yo, quiero yo... Y da tanto gusto... No hay que decir nada, nos cas-
Luego corrió hacia Luciano, que acababa de reco- tigarían á todos.
ger con la pértiga el barco, para darle cuerda. La Pero de pronto, hubo allí un drama. Nanet, tan ru-
buena naturaleza, en el placer del juego, les juntó. bio y desgreñado, se había pasmado ante Nisa, más
Se tutearon. desgreñada y rubia que él. Parecían dos juguetes: se
—Soy yo quién lo ha hecho ¿sabes? fueron el uno al otro en seguida, como si su encuen-
—i Oh, déjame ver, dámelo 1 tro fuera una cosa necesaria, y se hubieran espera-
El chico no quiso, defendió su propiedad contra las do. Ya estaban cogidos de la mano y se reían cara á
manitas despojadoras. cara, jugando á empujarse. Nanet que se la echaba
—lAh, no, esto no, me costó mucho trabajo 1... Vas de valiente, exclamó:
á romperlo, suéltalo. —Para coger el barco de ese no hace falta el palo...
Sin embargo, acabó por ablandarse, viendo á la niña .Voy á buscarlo yo dentro del agua.
tan mona, tan alegre y oliendo tan bien. Entusiasmada Nisa, que también estaba por los jue-
—Yo te haré otro si quieres. gos extraordinarios, apoyó la proposición.
Y como el barco, otra vez en el agua, caminaba dé —Eso es, vamos á metemos den tí o del agua; hay
nuevo con sus ruedas, la niña aceptó la oferta, batió que quitar los zapatos,
H» 125 s i
Y al inclinarse por poco se cae al agua. Toda su pedida de los convidados, bajo un sol tibio que ya
valentía de chiquilla la abandonó y lanzó un grito alumbraba de soslayo.
terrible cuando sintió que el agua le mojaba las bo- En lo alto de la escalinata, Susana, entre aquellas
tinas. Nanet, hecho un bravo, so había lanzado y la damas y caballeros que so disponían á marchar, es-
había cogido con sus brazos pequeños poro ya fuer- peraba á su marido que se había retrasado acompaña-
tes. La llevaba como una conquista y un trofeo; la do de Fernanda Ya hacía algunos minutos que todos
dejó sobre la hierba y volvió la niña á reírse jugando los demás habían vuelto, cuando les vió aparecer
con él y echándose mano, rodando juntos, como ale- charlando á paso lento como si se pensaran que aque-
gres cabritos. Pero el grito agudo que la había arran- lla larga soledad de dos ora lo más natural del mundo.
cado el miedo, acababa de sacar á las niñeras de su No provocó Susana ninguna explicación, pero bien
descuidada charla bajo él saúco. So habían levanta- notó Lucas que sus manos temblaban ligeramente,
do, habían visto con asombro la pandilla invasora, mientras que una amargura dolorosa asomaba en sus
aquellos galopines caídos do las nubes, que se permi- sonrisas de señora de su casa obligada á mostrarse
tían arrastrar al desenfreno á los hijos de burgueses,; amable.
confiados á su custodia Acudieron con aire tan irrita-
do, tan terrible, que Luciano so apresuró á recoger el Pero sintió el agudo dolor de una herida, que á su
barco, despejando á todo correr, por miedo de que se pesar la hizo estremecerse, cuando Boisgelín, diri-
lo confiscaran. Antonieta le seguía y hasta el mismo giéndose al capitán Jollivet, le dijo quo iría á verle
Nanet, á quien arrastraba el pánico. Galoparon hasta para consultarle y organizar con él la partida do
el seto, se echaron á tierra, so deslizaron por el agu- caza con galgos que hasta ahora sólo había sido para
jero y desaparecieron, mientras que las dos niñeras él un vago proyecto. De modo que era cosa hecha: la
volvían á la Guerdache con los tres niños, convinien- esposa quedaba derrotada, y Vencía la querida que
do con ellos en no decir nada para que no se riñera á había impuesto su capricho de despilfarro y de lo-
nadie. cura durante aquel paseo imprudente, como una cita
dada en público.
Lucas se reía & solas, divertido con aquella escena, Susana sintió rebelársele el alma; ¿por qué no co-
sorprendida bajo un sol paternal, en medio de la na- gía á su hijo y se marchaba con él? En seguida, con
turaleza, buena amiga. jAh,- las valerosas criaturas I un visible esfuerzo se calmó, muy digna, muy gran-
qué pronto estaban de acuerdo, cuán fácil monte resol- de, guardando el honor de su nombre y de su casa,
vían todas las dificultades, ignorantes todavía de las a>n su abnegación de mujer honrada* con aquel si-
luchas fraticidas; y qué sueño de triunfal porvenir traían lencio de heróica ternura en quo había resuelto vivir,
consigo. A los cinco minutos estaba Lucas de vuelta en contra el lodo que la rodeaba; y Lucas quo lo adivi-
la Guerdache y allí volvió á caer en la execrable reali- naba todo, ya no conoció su tortura más que en el
dad presente envenenada de egoísmo, convertida en temblor de su pobre mano febril cuando se la estre-
campo de batalla encarnizada de todas las malas pa- chó al despedirse.
siones. Eran las cuatro y los convidados se despe- El señor Jerónimo había seguido la escena con
dían. aquella mirada transparentó como agua de manan-
Lo que le impresionó fué ver á la izquierda de la tial, que hacía preguntarse con angustia si había allí
escalinata, cerca de él, al señor Jerónimo en su coche- todavía un pensamiento, una inteligencia que com-
cillo. Acababa de volver do su largo paseo y había prendía y que juzgaba; luego asistió á la marcha de
hecho una seña al criado para que le dejase un ins- todos los convidados, como un desfile de todas las
tante en aqu^el sitio como si quisiera asistir á la des- potencias, de todas las autoridades sociales, los seño-
res quo el pueblo tenía como ejemplo. Chatelard en
m 13Z h í

carretela partió con Gourier y Leonor, la cual ofre- sn (pierida nieta, la única á quien amaba todavía, la
ció un sitio al cura Marle, de manera que ella y el única á quien quería reconocer.
clérigo se sentaron codo con codo en el asiento delan- Mientras la victoria rodaba hacia Beauclair, no tar-
tero, y el sub-Prefecto y el alcalde enfrente de ellos. dó Lucas en comprender por qué Delaveau había de-
El capitán Jollivet que conducía por si mismo un tíl- seado tanto llevarle consigo. Se puso á preguntarle
buri de alquiler, se llevó al presidente Gaume y á el motivo de su improvisado viaje, lo que venía á ha-
Lucila, su novia, siempre vigilada por su padre, á cer y la nueva dirección que Jordán iba á dar á su
quien inquietaban sus gracias de tórtola pasmada. Por horno alto, muerto Laroche, el antiguo ingeniero. Uno
último, los Mazelle, que babían venido en un lan- de los proyectos secretos de Delaveau había sido siem-
deau inmenso, á él volvieron como á un blando le- pre comprar el horno alto, y el vasto terreno que
cho, donde medio acostados acabarían de mecer su le separaba de su fábrica, pfira doblar de este modo
digestión. Y el señor Jerónimo, al cual no hicieron el valor del Abismo, englobando en él la Crécherie.
más que saludar todas, según la regla de la casa, les Pero era un bocado caro, y por lo pronto no había
siguió con sus miradas como un niño sigue las som- esperado más que ir extendiéndose de modo lento y
bras que pasan, sin revelar ninguna clase de senti- progresivo, porque no tenía el dinero necesario, ni
miento en su rostro frío. <»n mucho para hacer el negocio de un golpe. Pero
la súbita muerte de Laroche había enardecido su de-
Sólo quedaban los DelaVeau, y el director del Abis- seo, y se decía que acaso podría entenderse con Jor-
mo se empeñó en llevar á Lucas consigo en la vic- dán, del cual sabía que estaba abismado en sus estu-
toria de Boisgelín, para evitarle la vuelta á pie. Na- dios, y deseoso de desembarazarse de una gestión que
da más sencillo que dejarle á la puerta de su casa, e incomodaba. Por esto la repentina venida de Lucas
pues pasarían por delante do la Crécherie. Como no le había alarmado tanto, temeroso do que el joven vi-
habla más que una bigotera, Fernanda llevaría á Nisa niese á contrarrestar su proyecto, acerca del cual sólo
en el regazo, y la niñera iría junto al cochero. Dela- había hecho hasta entonces prudentes indicaciones.
veau insistía con la mayor cortesía. A las pn meras preguntas, hechas como al descuido
—De veras, señor Froment, sería para mí un ver- con aire bonachón, Lucas se puso en guardia, sin ver
dadero placer. claro todavía; y respondió de modo evasivo:
Lucas tuvo que aceptar. Boisgelín, con torpeza, vol-
vió á hablar de la partida de caza, poniendo empe- t "T^ 0 nada
> h a c e «a® m e s e s uo he visto á
ño en saber si Lucas estaría todavía en Beauclair para Jordán. En cuanto al horno alto, creo que va senci-
asistir á ella. Respondió el joven que n o lo sabía, llamente á encargar su dirección á cualquier ingenie-
poro que no había que contar con él. Susana le escu- ro joven, de mérito.
chaba sonriente; después con los ojos húmedos por Mientras hablaba, notó quo Fernanda no le quita-
Da os ojos. Se la había dormido Nisa en el regazo
la fraternal simpatía, le estrechó la mano otra voz. y ella callaba, muy atenta, como adivinando que su
—Hasta la vista, amigo mío. fortuna se decidía allí; y fijaba los ojos en el joven
Y cuando por fin arrancó la victoria, Lucas volvió en el cual ya olfateaba un enemigo. ¿No era ya par-
á encontrarse por última vez con los ojos del señor edaño de Susana? ¿No los había visto de acuerdo
Jerónimo, que le pareció que iban de Fernanda á Su- dándose la mano fraternalmente? Y ahora, Fernanda
sana, observando lentamente la destrucción suprem^. veía la guerra declarada, toda su hermosura se agu-
Acaso zaba en una sutil y cruel sonrisa, con el ansia de la
sena una ilusión; acaso en el fondo de sus victoria.
ojos sólo había asomado la única emoción que á ve-
fttís lucía en ellos en vaga sonrisa, cuando miraba 4 —Lo que he dicho—replicó Delaveau, batiéndose en
retirada,—fué porque me habían contado que Jordán promontorio á la salida de la garganta de Brías sobro
pensaba entregarse por completo á sus inventos... la inmensa llanura de la Humaña. El parque, abri-
—I Admirables (—respondió Lucas en el entusiasmo gado de los vientos del Norte, al Mediodía, parecía
de la convicción. una estufa natural en que reinaba una suave prima-
El coche se detuvo delante de la Crécherie y se vera. Toda una vegetación vigorosa cubría esta mura-
apeó Froment; dió las gracias y se encontró á solas. lla de rocas, gracias á los arroyos que de ella caían
Temblaba, conmovido por un gran estremecimiento cau- por todas partes en cascadas cristalinas, mientras sen-
sado por aquellos dos días, que el destino benéfico deros de cabras subían como escaleras abiertas en la
le había hecho vivir, desde su llegada á Beauclair. Ha- roca, entre plantas trepadoras y arbustos siempre ver-
bía visto las dos faces de este mundo execrable, cuyo des. Después los arroyos se juntaban, regaban como
armazón crujía podrido. Y la miseria de los unos, rio de mansa corriente el parque entero, vastos pia-
la riqueza emponzoñada de los otros. El trabajo, mal dos de césped, ramilletes de grandes árboles, de lo
pagado, despreciado, distribuido injustamente, no era más hermoso y fuerte. Jordán que quería dejar es ta.
más que una tortura y una vergüenza, cuando debiera fecunda naturaleza entregada á sí misma, no tenía más
haber sido la nobleza, la salud, hasta la dicha del que un jardinero y dos ayudantes, encargados única-
hombre. Su corazón estallaba, se lo abría el cerebro, mente de la limpieza, con más un huerto y algunos
oprimido por aquella idea que había do nacer, que cuadros de flores cultivadas delante de la terraza de
sentía como una preñez hacía algunos meses. Era un la casa .
grito de justicia que brotaba de su sér entero, y á El abuelo, Aureliano Jordán de Beauvisage, había
la h o r a presente, no tenía allí otra misión que acudir nacido en 1790, la víspera del terror. Los Beauvisage,
en socorrí) de los desgraciados y orgajnizar un poco do una de las más antiguas y más ilustres familias del
justicia sobre la tierra. * país, ya habían venido á menos, y de sus inmensos
dominios de otros tiempos, no conservaban más que
dos alquerías, unidas hoy al territorio de Combettes,
sin contar cerca de mil hectáreas de peladas rocas de
páramos estériles, toda una ancha faja de la meseta
de los Montes Bleuses. No tenía Aureliano tres años,
m cuando sus padres tuvieron que emigrar, abandonan-
do en una terrible noche de invierno su quinta, que
ardía. Hasta 1816 vivió en Austria, donde, golpe tras
Los Jordán iban á llegar al día siguiente, lunes, golpe, perdió á su madre y á su padre, dejándole en
en el tren de la tarde, á Beauclair. Lucas pasó la ma- espantosa miseria, educado en la ruda escuela del tra-
ñana vagando por el parque do la Crécherie, de vein- bajo manual, comiendo cuando lo ganaba, como obrero
te hectáreas á lo más, pero cuya situación excepcio- mecánico empleado en una mina de hierro. Acababa
nal, fuentes bullidoras y admirable verdura hacían de de cumplir veintiséis años, cuando en tiempo de
él un rincón del paraíso, célebre en toda la comarca. Luis XVIII, al volver á Beauclair, encontró el seño-
La casa era un edificio do ladrillo, bastante estre- río de sus mayores de nuevo menguado, perdidas las
cho, sin estilo, que el abuelo de Jordán había cons- dos alquerías, simplemente reducido el parque actual,
truido en tiempo de Luis XVIII, sobre el solar del pequeño, y fuera, dos mil hectáreas, cubiertas^ de gui-
antiguo palacio, quemado durante la revolución, y jarros, sin valor alguno. La desgracia le había hecho
estaba arrimado al declive de los Montes Bleuses, muy demócrata: comprendió que ya no podía ser un
A
una muralla escarpada y gigantesca,- qué formaba vm Trabajo—Xorno L—9.^
retirada,—fué porque me habían contado que Jordán promontorio á la salida de la garganta de Brías sobre
pensaba entregarse por completo á sus inventos... la inmensa llanura de la Rumaña. El parque, abri-
—I Admirables (—respondió Lucas en el entusiasmo gado de los vientos del Norte, al Mediodía, parecía
de la convicción. una estufa natural en que reinaba una suave prima-
El coche se detuvo delante de la Créchierie y se vera. Toda una vegetación vigorosa cubría esta mura-
apeó Froment; dió las gracias y se encontró á solas. lla de rocas, gracias á los arroyos que de ella caían
Temblaba, conmovido por un gran estremecimiento cau- por todas partes en cascadas cristalinas, mientras sen-
sado por aquellos dos días, que el destino benéfico deros de cabras subían como escaleras abiertas en la
le había hecho vivir, desde su llegada á Beauclair. Ha- roca, entre plantas trepadoras y arbustos siempre ver-
bía visto las dos faces de este mundo execrable, cuyo des. Después los arroyos se juntaban, regaban como
armazón crujía podrido. Y la miseria de los unos, río de mansa corriente el parque entero, vastos pia-
la riqueza emponzoñada de los otros. El trabajo, mal dos de césped, ramilletes de grandes árboles, de lo
pagado, despreciado, distribuido injustamente, no era más hermoso y fuerte. Jordán que quería dejar es ta.
más que una tortura y una vergüenza, cuando debiera fecunda naturaleza entregada á sí misma, no tenía más
haber sido la nobleza, la salud, hasta la dicha del que un jardinero y dos ayudantes, encargados única-
hombre. Su corazón estallaba, se le abría el cerebro, mente de la limpieza, con más un huerto y algunos
oprimido por aquella idea que había de nacer, que cuadros de flores cultivadas delante de la terraza de
sentía como una preñez hacía algunos meses. Era un la casa. .
grito de justicia que brotaba de su sér entero, y á El abuelo, Aureliano Jordán de Beauvisage, había
la h o r a presente, no tenía allí otra misión que acudir nacido en 1790, la víspera del terror. Los Beauvisage,
en socorro de los desgraciados y orgígúzaJ un poco de una de las más antiguas y más ilustres familias del
justicia sobre la tierra. * país, ya habían venido á menos, y de sus inmensos
dominios de otros tiempos, no conservaban más que
dos alquerías, unidas hoy al territorio de Combettes,
sin contar cerca de mil hectáreas de peladas rocas de
páramos estériles, toda una ancha faja de la meseta
de los Montes Bleuses. No tenía Aureliano tres años,
m cuando sus padres tuvieron que emigrar, abandonan-
do en una terrible noche de invierno su quinta, que
ardía. Hasta 1816 vivió en Austria, donde, golpe tras
Los Jordán iban á llegar al día siguiente, lunes, golpe, perdió á su madre y á su padre, dejándole en
en el tren de la tarde, á Beauclair. Lucas pasó la ma- espantosa miseria, educado en la ruda escuela del tra-
ñana vagando por el parque de la Crécherie, de vein- bajo manual, comiendo cuando lo ganaba, como obrero
te hectáreas á lo más, pero cuya situación excepcio- mecánico empleado en una mina de hierro. Acababa
nal, fuentes bullidoras y admirable verdura hacían de> de cumplir veintiséis años, cuando en tiempo de
él un rincón del paraíso, célebre en toda la comarca. Luis XVIII, al volver á Beauclair, encontró el seño-
La casa era un edificio de ladrillo, bastante estre- río de sus mayores de nuevo menguado, perdidas las
cho, sin estilo, que el abuelo de Jordán había cons- dos alquerías, simplemente reducido el parque actual,
truido en tiempo de Luis XVIII, sobre el solar del pequeño, y fuera, dos mil hectáreas, cubiertas^ de gui-
antiguo palacio, quemado durante la revolución, y jarros, sin valor alguno. La desgracia le había hecho
estaba arrimado al declive de los Montes Bleuses, muy demócrata: comprendió que ya no podía ser un
A
una muralla escarpada y gigantesca, que formaba un Trabajo—Xomo L—9.^
Beauvisage, y en adelante firmó sencillamente Jordán; El doctor Michón, el abuelo, un soñador humanita-
se casó con la hija de un colono de Saiht-Cron, muy rio, de una caridad divina, un fourierista y un saint-
rico, y la dote le permitió construir sobre las ceni- simoniano de los primeros, se había fetirado á la Cré-
zas del palacio la casa de ladrillos, que su nieto ha- cherio donde su hija le había hecho fabricar un pabe-
bitaba todavía. Pero convertido en trabajador, con las llón ; justamente el que Lucas ocupaba. Allí había muer-
manos aun negras, se acordó de la mina de hierro to entre sus libros y la alegría del sól y de las flo-
de Austria, del horno alto en que había servido; y res. Y hasta la muerte de la adorable madre, óinco años
ya en 1818, buscó y descubrió una naina semejante después de las del abuelo y del padre, la Crécherie
entre las tristes rocas de su dominio, mina cuya exis- vivió en el contento de una prosperidad y de una fe-
tencia sospechaba, gracias á ciertas narraciones legen- licidad constantes.
darias de sus padres; luego encima de la Crécherie, Marcial Jordán tenía treinta años, y su hermana
á media falda, instaló el horno alto, el primero le- veinte cuando .quedaron solos; cinco hacía de esto.
vantado en la comarca. Desde entonces no fué más El, á pesar de su escasa salud y de las continuas en-
que un industrial, sin realizar jamás grandes nego- fermedades de que su madre le había curado á fuer-
cios, siempre en lucha, falto del dinero indispensable, za de amor, había pasado por la Escuela politécnica.
y sin más títulos al reconocimiento del país que el Pero desde su vuelta á la Crécherie, abandonando to-
de haber traído á él, por causa de su horno alto, los das las situaciones oficiales, dueño de su destino gra-
trabajadores de hierro, fundadores de las ricas fábri- cias á su fotruna considerable, se había apasionado
cas actuales, entre otros Blas Qurignón, el tirador que por las investigaciones que abrían al estudio de los
había fundado el Abismo en 1823. cabios las aplicaciones de la electricidad. Hizo cons-
Tuvo Aureliano Jordán un hijo, Severino, pasados truir al lado de la casa de ladrillos un gran labora-
los treinta y cinco años; y sólo á su muerte, en 1852, torio, instaló bajo un cobertizo próximo una poderosa
cuando este hijo lo reemplazó, el horno alto de la fuerza motriz, después fué haciéndose poco á poco
Crécherie llegó á una importancia considerable. Se- especialista, y acabó por entregarse casi por comple-
verino se había casado con una señorita llamada to al sueño de realizar la fundición de los metales
Francisca Michón, hija de un médico de Magnolles, en hornos eléctricos, no teórica, sino prácticamente,
en la cual se reveló una mujer de una bondad exqui- para la explotación industrial. A partir de este mo-
sita, de una inteligencia superior. Llegó á ser la ac- mento, se encerró, vivió á lo monje, só-lo para sus
tividad, la sabia prudencia, la riqueza de la casa. Su experiencias, para su gran empeño, que vino á ser
marido, guiado por ella, amado, sostenido, abrió nue- su existencia misma, su razón de ser y de obrar. Su
vas galerías en la mina, decupló la extracción del hermanita había reemplazado poco a poco para él á
mineral y reconstruyó casi el horno alto para dotarle la madre perdida; pronto fué Sceurette su fiel Angel
de todos los perfeccionamientos conocidos. De modo, de la Guarda, siempre vigilante, cuidándole, rodeán-
que con la gran fortuna que ganaron, sólo tuvieron dole del cariño que necesitaba como del aire. Se en-
la tristeza de verse sin hijos. Llevaban diez años de cargó ella también de dirigir la casa; le evitó cui-
casados, y ya Severino tenía cuarenta cuando por fin dados materiales, le sirvió de secretario, de ayudante
les nació un hijo, Marcial, y diez años después toda- en las preparaciones, sin ruido, toda paz y dulzura,
vía tuvieron una hija, Sceurette. Esta fecundidad tar- con tranquilo sonreír. Por fortuna, el horno alto se-
día colmó su dicha; la madre sobre todo, fué una ma- guía marchando sólo. El antiguo ingeniero Laroche es-
dre admirable que dos veces dió vida á su hijo, dis- taba á su frente, hacía más de treinta años, como
putándolo victoriosamente á la muerte, formando su un legado del fundador, Aurelio Jordán; de suerte que
inteligencia, de la propia; su bondad, de su bondad. el Jordán actual, enfrascado en sus experiencias de la-
filones abominables en que el azufre y tí fósforo do-
boratorio, podía descuidar completamente las realida- minaban de tal manera, que el. mineral fundido no
des del día. Dejaba al buen señor dirigir el horno alto, daba para pagar los gastos de extracción. Había, pues,
según la rutina adquirida, pues él había cesado de cesado la explotación de las galerías; el horno alto
pensar en reformas, posibles perfeccionamientos, con- de la Crécherie estaba ahora alimentado por las minas
siderando todo esto como progresos relativos y tran- de Gran val, cerca de Brías, de las cuales un ferrocarril
sitorios sin importancia, desde que buscaba la trans- de vía estrecha traía el mineral, bastante bueno, has-
formación radical, aquella fundición del hierro por la ta la plataforma del cargadero, lo mismo que traía
electricidad, que había de ser una revolución en la el carbón de otras minas próximas. Pero esto ocasio-
industria metalúrgica. La misma Sceurette tenía que naba grandes gastos; Sceurette pensaba con frecuen-
intervenir á veces, resolver algunas cosas con Laro- cia en aquellos métodos químicos que acaso permiti-
che, cuando sabía que su hermano estaba preocupado rían volver á explotar la mina, según lo que Lucas
en alguna investigación, y no quería turbarle, distra- había dicho; y en su deseo do consultarle antes que
yéndole en otras atenciones. Pero de repente, la muer- su hermano tomara una determinación, entraba la ne-
te de Lar oche acababa de traer tal desbarajuste á la cesidad de saber, á lo menos, lo qué se cedería á
marcha tan regular de las cosas, que Jordán creyén- Delaveau, si mediaba una venta entre la Crécherie y el
dose bastante rico y sin ambición alguna, se hubiera Abismo.
desembarazado de buen grado del horno alto, inician-
do desde luego tratos con Delaveau, cuyo deseo cono- Los Jordán debían de llegar en el tren de las seis,-
cía, si Sceurette, más prudente no hubiese conseguido después de doce largas horas de viaje, y Lucas fué á
de él que primero consultaría á Lucas, en quien ella la estación á esperarlos, aprovechando el coche que
tenía gran confianza. Por esto fué la llamada urgente, les iba á buscar. Jordán pequeño, ruin, de rostro lar-
causa del repentino viaje -del joven á Beauclair. go y apacible, de expresión vaga, á que servían de
marco cabellos y barba de un castaño descolorido, ba-
Lucas conocía á los hermanos Jordán, de haberlos jó del coche envuelto en un largo abrigo de pieles,-
visto en casa de Boisgelín en París, donde habían es- á pesar del calor de a<piel hermoso día de Septiembre.
tado un invierno entero con motivo de ciertos estu- Fué el primero que distinguió á Lucas, con sus ojos
dios. Muy pronto les había unido una estrecha sim- negros muy vivos y muy penetrantes, donde parecía
patía, causada en Lucas por la viva admiración que haberse refugiado toda la energía de su sér.
le inspiraba el hermano, cuyo genio científico le apa-
sionaba, y. por el profundo afecto, mezclado de respe- —IAhI ¡mi querido amigo, cuánto le agradezco que
to, que le atraía hacia la hermana, en quien veía una nos haya esperado...! |No se puede dar idea de ta-
divina forma de la bondad. Trabajaba entonces tam- maña catástrofe; aquel pobre primo, tan sólo, tan
bién con el célebre químico Bourdin, encargado de lejos, que hubo que ir á enterrar; y yo que aborrez-
estudiar minerales de hierro, demasiado sulfurados co los viajes!... En fin, ya se ha acabado; ya esta-
y demasiado fosfatados, que se trataba de hacer uti- mos aquí.
íizables; y Soeurette, se acordaba de los detalles que —¿Y con salud y sin demasiado cansancio?—pre-
Lucas había dado á su hermano, en la conversación guntó Lucas.
de una tarde, cuyo recuerdo estaba en ella vivo, pues —No, no mucho. Felizmente he podido dormir.
como buen ama de su casa, ponía gran interés en lo Sceurette, después de estar segura de que no se ha-
ue importaba á sus asuntos personales. Hacía más bía olvidado ninguna de las mantas llevadas por pre-
e diez años que la mina descubierta sobre la meseta caución, se acercó á ellos. No era bonita, también
los Montes Ble uses, por Aureliano Jordán, el abuelo, pequeña, pálida, sin color, de una insignificancia de
estaba abandonada, porque se había llegado á dar con
mujer que se resignaba á su papel de buena ama de bien, si primero no respiraba un poco el aire de la
casa y de enfermera. estancia en que pasaba la vida.
Sin embargo, una suave sonrisa iluminaba con in- —Amigo mío, este es mi olor favorito. Palabra que
finito encanto su rostro sin expresión, donde no había sí... De todos los olores, el que más me gusta es el
nada hermoso más que unos ojos apasionados, en el de la habitación en que trabajo... Este olor me en-
fondo de los cuales ardía toda la necesidad de amor canta y me fecunda.
que en ella se ocultaba, sin saberlo. Todavía no había Era el laboratorio una gran sala muy alta de to-
querido á nadie más que á su hermano; le amaba co- cho, construida de hierro y de ladrillos, cuyos anchos
mo una niña encerrada en un claustro, que sacrifica- huecos daban sobre los verdores del parque; una mesa
ba á su Dios el mundo. Al punto, antes de dirigirse muy grande estaba en el medio, cargada de aparatos,
á Lucas, exclamó: y guarnecían las paredes multitud de complicados
—Atiende, Marcial, debieras ponerte el pañuelo. utensilios, con más, modelos, bocetos de proyectos,
Luego, volviéndose á Lucas, lo manifestó con mu- reducciones de hornos eléctricos en los rincones. De
cha amabilidad su viva simpatía. un extremo á otro de la sala, por el aire, una red de
—Tenemos que pedirle á usted mil perdones, se- cables y de hilos, conducía la fuerza desde el próximo
ñor Froment. |Qué habrá usted pensado de nosotros, cobertizo en que estaba la máquina y la distribuía
no encontrándonos aquí á su llegada!... Pero al me- por los aparatos, útiles y hornos, para los experimen-
nos ¿ha estado usted á gusto en casa? ¿Le han cui- tos. En medio de esta severidad científica, un poco
dado bien ? ruda, se había destinado, delante de uno de los hue-
—Admirablemente; vida de príncipe, cos, cierto espacio, para una especie de blando retiro,
—iOh, buena es esa!... Al marchar había tenido buen un rincón de suave intimidad, con estantes bajos de
cuidado de dar las órdenes necesarias para que nada libros, muelles butacas, el diván en que Jordán dor-
le faltase. Pero así y todo, no estaba yo aquí; no mitaba á horas señaladas y la mesita en que se senta-
podía vigilar, y no sabe usted cómo so me ha po- ba su hermana, velándole, colaborando como fiel se-
drido la sangre, con la idea de haberle abandonado cretario.
á usted así, en nuestra pobre casa vacía. Jordán dió vuelta á un botón, y toda la sala se
Habían subido al coche, y continuó la conversación. alegró con una ola de luz eléctrica.
Lucas acabó de tranquilizarles, jurándoles que h a —Héme aquí; decididamente no estoy bien más que
bía pasado dos días muy interesantes para él, según en mi casa... Y mire usted, el accidente que me ha
les contaría más tarde. Al llegar á la Crécherie, aun- obligado á estar fuera tres días, vino justamente en
que ya era de noche, Jordán miró en torno suyo tan el instante en que un experimento me apasionaba. Vol-
contento de volver á su existencia acostumbrada, que veré á la carga... (Dios mío, qué bien me siento!
lanzaba gritos de alegría. Parecíale verse allí des- Y continuaba riendo, más colorado, más animado
pués de una ausencia do muchas semanas. ¿Cómo se que de costumbre, tendiéndose á medias sobre el di-
podía encontrar gusto en andar por esos caminos, si ván, en una postura como para soñar, que le era fa-
toda la felicidad humana quedaba en el rincón es- miliar. Obligó á Lucas á sentarse junto á él.
trecho en que so piensa, en que se trabaja, libre el —Diga usted, querido mío, ¿no le parece que nos
alma del cuidado de vivir, por la ventaja del hábito? queda tiempo para hablar de estás cosas que me han
Esperando á que Sœurette hiciera servir la comida,' hecho desear tanto el verle, que me han decidido á
corrió á lavarse con agua tibia, y se empeñó en llevar hacerle venir? Además, es necesario que mi hermana
á Lucas á su laboratorio, con ansia de verse él mismo esté presente, porque es excelente consejera, y si us-
él; i decía con su plácida risa, que no comería ted quiere, lo dejaremos para después de «¿orner, para
los postres... | Ah I qué placer tenerle á usted aquí en
frente de mí y poder decirle, entre tanto, cómo van excelente fundición, y creo que una batería de diez
mis investigaciones. La cosa no va muy deprisa; pero hornos así, trabajando durante diez horas, darían la
trabajo, ya lo sabe usted, esto es lo importante; basta labor de tres hornos altos como el mío, quo no se
que se trabaje dos horas al día para conquistar el apagarían ni do día ni de noche. | Y qué fácil tarea,
mundo. sin inquietud de ninguna suerte, dirigida por niños,
Y habló el silencioso, expuso sus trabajos que no dando vuelta á simples botones!... Pero debo confe-
confiaba á nadie, excepto á los árboles del parque, sar que mis barras fundidas me han costado tan ca-
como decía en broma. El horno eléctrico, para la fun- ras como si fuesen lingotes de plata. De modo que
dición de metales, estaba encontrado, y, por lo pron- el problema se plantea muy claramente; mi horno no
to, sólo había buscado su aplicación práctica para fun- es todavía más que un juguete de laboratorio; no exis-
dir mineral do hierro. En Suiza, dondo la fuerza mo- tirá para la industria, hasta el día en que pueda au-
triz do los torrentes permite instalaciones poco cos- mentarle de electricidad con abundancia á precios de
tosas, había visto hornos que fundían el aluminio en fábrica, bastante bajos, que hagan remuneradora la fun-
condiciones excelentes. ¿Por qué no había de fundir- dición del mineral de hierro.
se también él hierro? No se trataba, si se quería re- • Siguió explicando cómo hacía seis meses dejaba á
solver el problema, más que de aplicar los mismos prin- su horno descansar, entregado por completo al estu-
cipios á un caso determinado. Los hornos altos ac- dio del transporte de la fuerza eléctrica. ¿No sería
tuales, no producen apenas más que mil seiscientos ya una economía quemar el carbón á la salida misma
grados de calor, mientras que se obtenían dos mil de la mina, y después enviar la fuerza eléctrica por
con los hornos eléctricos, lo que daría una fundición cables á las fábricas apartadas que lo necesitasen?
inmediata y completa, do una perfecta regularidad. También aquel era un problema, cuya solución bus-
Había examinado sin esfuerzo el horno, tal como lo caban muchos sabios hacía algunos años, y lo malo
concebía, un simple cubo de ladrillos, de dos metros era que todos tropeazban con que «a desperdiciaba
por todos sus lados, y dentro, el hogar y el crisol de una fuerza considerable.
magnesio, la más refractaria de las tierras conocidas. —Todavía acaban de hacerse experimentos—dijo Lu-
Había también calculado y determinado el volumen cas con aire de incredulidad.—Yo creo que n o - h a y
de los electrodos, dos gruesos cilindros de carbón, y economía posible.
su primera invención positiva consistía en haber com- Jordán sonrió con la suave terquedad, la fe inven-
prendido, que podría tomarles directamente el carbono cible que ponía en sus investigaciones, durante los
necesario para desoxigenar el mineral, de suerte que meses y meses que á veces le costaba la verdad me-
la operación de la fundición se simplificaría mucho, nos importante que necesitaba afirmar.
casi sin escorias, que estorbaban. Pero si el horno —Jamás hay que creer, hasta aduqirir la certidum-
estaba construido, por lo menos en estado de bos- bre.... Yo he obtenido ya buenos resultados; algún día
quejo, ¿cómo ponerle en marcha, hacerle funcionar, se almacenará la fuerza eléctrica, se canalizará, se
de modo práctico y constante, según las necesidades dirigirá sin pérdida alguna. Si necesito veinte años,-
industriales? 1 corriente! dodicaré á ello veinte años. Es muy sen-
cillo; se vuelve á la tarea todos los días; mientras la
—IAhí tiene usted!—dijo señalando un modelo en cosa no parece, vuelta á empezar. ¿Si no volviera á
un rincón del laboratorio.—Ese es mi horno eléctrico. la carga, qué iba á ser de mí?
Sin duda habría que perfeccionarle; tiene varios de- Había dicho aquello con un aire de tan càndida
fectos, dificultades que todavía no he podido resolver. grandeza, que Lucas se sintió conmovido, como ante
Con todo, tal como usted lo ve, me ha dado barras do el arranque de un héroe. Y le reparaba, tan menudo,
tan ruin, con su pobre salud siempre comprometida, su fuerza estaba en la voluntad, en la tenacidad, en
tosiendo, agonizando, bajo abrigos y pañuelos, en me- ia pasión por el trabajo presente, que engendraba y
dio de aquella inmensa sala, llena de gigantescos apa- llevaba adelanto con toda su bravura intelectual, aun-
ratos, atravesada por hilos que conducían el rayo, cada que la preñez durase años, una vez concebida la i d e a
día más colmada del colosal trabajo de aquel sér me- Así encontró Lucas respuesta á la cuestión que mu-
nudo que allí se paseaba, so esforazba, se encarniza- chas veces había planteado, la de saber dónde encon-
ba en su empeño, como un insecto perdido entre el polvo traba Jordán, tan poca cosa, fuerza para sus enormes
del suelo. ¿Dónde encontraba, no sólo la energía in- trabajos.
telectual, sino también el vigor físico para emprender No la encontraba más que en el método, en el em-
y llevar á cabo trabajos considerables que parecían exi- pleo prudente y razonado de sus medios, por pequeños
gir muchas existencias de hombres fuertes y muy sa- que fuesen. Hasta utilizaba su debilidad, hacía de
nos? Y con qué trotecillo andaba, y cómo apenas res- ella un arma contra el desorden que pudiera venir de
piraba, y sin embargo levantaba un mundo con aque- fuera. Pero sobre todo, quería siempre lo mismo, daba
llas manitas débiles de niño enfermo. á la tarea todos los minutos de que disponía, y esto sin
En esto se presentó Sœurette diciendo risueña: desatento posible, sin cansancio, con la fe lenta, con-
—Qué es esto, ¿no vienen ustedes á comer?... Mira, tinua, obstinada, que levanta las montañas. ¿Quién sa-
Marcial, voy á cerrar el laboratorio con llave si no be el mundo de labor que se amontonaba, cuando se
eres razonable. trabajaba sólo dos horas al día, con trabajo útil, deci-
El comedor, lo mtemo que el salón, dos estancias sivo, no interrumpido jamás por el capricho y la pe-
bastante pequeñas, tibias y suaves como nidos cui- reza? Es el grano de trigo que llena el saco, es la gota
dados por un corazón de mujer, daban á la verde lla- de agua que hace al río desbordarse. Una piedra tras
nura, sobre un horizonte do praderas y tierras de la- otra, el edificio sube, el monumento crece por encima
bor que llegaban á las confusas lontananzas de la Ru- de las montañas. Así era cómo este hombrecillo en-
mana. Pero á tal hora, ya de noche, las cortinas es- clenque, envuelto en mantas, que todo lo bebía tem-
taban corridas, á pesar de la suave temperatura. Lu- plado, so pena de constiparse, construía la obra inás
cas pudo notar otra vez los minuciosos cuidados que vasta, por un prodigio de método y de adaptación
la joven prodigaba á su hermano. Seguía éste un ré- personal, no consagrándole más que las escasas ho-
gimen complicado, que tenía sus platos particulares, ras de salud intelectual conquistadas á su decaimiento
su pan, hasta cierta agua que so le templaba ligera- físico.
mente. Comía como un pájaro, se levantaba v se acos- Reinó la cordialidad durante la comida, entre son-
taba temprano como las gallinas, personas do buenas risas. En toda la casa hacían el servicio mujeres, por-
costumbres. Luego, durante el día, había cortos pa- que el de los hombres le parecía á Sceurette demasia-
seos, ratos de descanso, siestas, entre las horas de t r a do estrepitoso, demasiado brutal para su hermano. El
bajo. A los que se asombraban de la prodigiosa labor cochero y el mozo de cuadra buscaban ayudantes, en
que producía, creyéndole un héroe de laboriosidad, ciertos días fijos de gran apuro. Y las criadas, esco-
un verdugo de sí mismo, ocupado día y noche, les gidas con gran cuidado, de aspecto agradable, de ma-
respondía que trabajaba apenas tres horas al dia, dos nos suaves y discretas, aumentaban la paz dichosa de
por la mañana y mía por la tarde, y que todavía la tranquila morada, sólo abierta á muy pocos ínti-
por la mañana dividía su tarea, poniendo por medio mos. Había aquella noche una sopa substanciosa, un
un rato de recreo, porque no podía fijar la atención barbo pequeño en manteca, de Mionna, un pollo asa-
más de una hora, sin sentir vértigos, como si la ca- do, una ensalada de legumbres, manjares bien sen-
beza se le vaciase Jamás había podido dar más de si, cillos, gara celebrar la vuelta de los amos.
—¿De veras, no se ha aburrido usted mueho desde
el sábado?—preguntó Sceurette á Lucas, sentados Jya ticia, á la final ventura, á la ciudad perfecta del por-
los tres á la mesa. venir, á que se dirigen los pueblos con marcha tan
—Le aseguro á usted que no—respondió el joven, lenta y angustiosa. Así que, para qué preocuparse por
estado D
° 831)611 U s t e d e s l o m u y ocupado que be los demás; ¿no bastaba que la ciencia adelantase?
jy pese á todo, adelantaba; cada una de sus conquis*
Y les contó, primero, lo de la noche del sábado, la tas era definitiva! Al cabo, cualesquiera que fuesen
sorda rebelión en que había encontrado á Beauclair- las catástrofes del camino, allí estaba la victoria de la
el pan robado por Nanet, la detención de Lange, sú vida, habiendo cumplido por fin la humanidad su des-
visita en casa de Bonnaire, víctima de la huelga; pero tino. Y aunque muy amable y compasivo como su
por un s i n g l a r escrúpulo que no se explicaba más hermana, se tapaba los oídos ante la batalla contem-
tarde, no hablo de su encuentro con Josina, no la poránea, se encerraba en su laboratorio, donde fabri-
nombró siquiera. caba, decía, felicidad para mañana.
IPobre gente!—dijo la joven con lástima.—Esta —Obrar—declaró á su vez,—el pensamiento, es un
espantosa huelga les ha tenido á pan y agua, y era- acto, y el más fecundo que pueda influir sobre la tie-
cías los que tenían pan... Qué hacer, cómo socorrer- rra. ¿Sabemos las semillas que están camino de ger-
íes. i,a limosna es un alivio ínfimo, y no puede usted minar?... Si todos esos desgraciados me desgarran el
figurarse cuánto me he atormentado, durante estos dos alma, no por eso me inquieto, porque la cosecha ven-
meses al yernos en una impotencia tan radical, á nos- drá forzosamente á su hora.
otros los neos y felices. Lucas, no queriendo insistir, en el estado de espí-
Era una «humanitaria», discípula del abuelo Michón ritu febril y turbado en que' se encontraba él mismo,
el viejo doctor fourierista, saint-simoniano, que de p<¿ contó en seguida los sucesos del domingo, el convite
quena la poma sobre sus rodillas para contarle cuen- de la Guerdache, el almuerzo á que había asistido;
tos que él inventaba, de falansterios fundados en islas habló de las personas que había visto allí, de lo que
afortunadas, de ciudades en que los hombres reali- había hecho y de lo que se había dicho. Comprendió
zaban todos sus sueños de ventura, en una eterna pri-r perfectamente que hermano y hermana oían aquello
mavera. con frialdad, sin interés por toda aquella gente.
, ~ Q u é , hacer> hacer-repetía angustiada, fijan- —Desde que están en Beauclair, vemos raras ve-
do los hermosos ojos piadosos y suaves en Lucas - j ces á los Boisgelín—manifestó Jordán, con su tran-
11 ello, hay que hacer algo 1 quila franqueza.—En París habían estado muy ama-
Entonces Lucas, vencido por la emoción, dejó esca- bles; pero aquí vivimos tan retirados, que el trato,•
1
par este grito del alma: poco á poco, ha cesado casi. Luego, hay que decirlo,
-~|Ah sil ya es tiempo, hay que hacer algo. nuestras ideas y nuestros hábitos son muy diferen-
Pero Jordán movió la cabeza; en su existencia claus- tes. En cuanto á Delaveau, es mozo inteligente y ac-
tral, de sabio jamás se ocupaba en política. La des- tivo, entregado á su negocio, como yo al mío. Y he
preciaba mucho, claro que con justicia, porque al fin de añadir, que me causa terror la buena sociedad de
es necesario que los hombres atiendan á la manera Beauclair; hasta el punto que le cierro la puerta á
de que se les gobierna. Sólo que desde la altura de cal y canto, muy satisfecho con verla indignada, y
lo absoluto, en que vivía, consideraba como despre- quedar aislado, como loco peligroso.
ciables los acontecimientos, accidentes de un día sim- Sœurette se echó á reir.
ples vaivenes del camino. Según él, la ciencia únicamen- —Marcial exagera un poco; yo recibo á Marie, el
te conducía á la humanidad hacia la verdad y la jug- cura, excelente persona, así como al doctor Novarre,
y al maestro Hermeline, cuya conversación me inte-
aa 143 aat
resá. 'Afn'qú! & Cierto ¡pie nuestras relaciones con los I
amos de la Guerdache son de cumplido, no por eso sión. Había dejado su horno alto seguir como hasta
es menor mi sincera amistad con la señora de Bois- allí, pensando en él lo menos posible, esperando la
gelin, tan buena y tan amable. ocasión de no pensar en él absolutamente.
Jordán se divertía en dar broma á su hermana al- —Ya me comprende usted, ¿no es eso?,.. Y en esto,
gunas veces. de repente, muere Laroche, el buen viejo, y toda la
—Di entonces que soy yo quien hace huir á la gen- explotación y todos los cuidados caen sobre mis es-
te, y que si no fuese por mí, abrirías la puerta de par paldas. No puede usted imaginar lo qué habría que
r
en par. hacer, si se quisiera tomar la eosa en serio; la Vida
—¡Pues ya lo creo ¡—exclamó ella, también en bro- de un hombre apenas bastaría. Y es el caso, que hoy
ma.—Aquí se hace lo que tú quieres. ¿Quieres que dé por nada del mundo abandonaré mis estudios, mis
un gran baile, y que invite al Sub-Prefecto Chatelarcf investigaciones. De modo que lo mejor es vender, y
a Gouner, el alcalde, al presidente Gaume al capitán estoy casi resuelto; pero me importa conocer primero
Jollivet, á los Mazelle, á los Boisgelín, á los Déla- la opinión de usted.
veau?... Tú romperás la marcha, bailando con la se- Lucas le comprendía, todo aquello lo parecía ra-
ñorita Mazelle. zonable.
Y siguió la broma; muy contentos aquella noche —No hay duda—respondió,—que usted no puede cam-
con su vuelta al nido fraternal, y con la presencia de biar su trabajo, toda su existencia. Usted y el mundo
Lucas. Después, á los postres, la gran cuestión seria perderían mucho. Sin embargo, reflexione más, acaso
se abordó por fin. Las dos criadas, tan mudas, tan ági- haya otras soluciones... Y además, para vender, hace
les, se hab lan marchado, pisando con suelas de fieltro I falta quien compre.
que no hacían ruido. Y el comedor apacible tenía la —I Oh I—replicó Jordán,—eso lo tengo... No es cosa
infinita suavidad de la intimidad cariñosa, en que co de ayer mañana el deseo de Delaveau, que sueña con
razones y cerebros se abren libremente. juntar el homo alto de la Crécherie á su fábrica de
aceros, el Abismo. Ya mo ha tanteado; no tendría más
—He aquí, amigo mío—dijo Jordán,—lo que yo de-' que mover un dedo.
seo de su amistad de usted... Usted estudiará la cues Al nombre de Delaveau, hizo Lucas un movimien-
tión y me dirá, sencillamente, lo qué haría en mi to brusco, pues, al fin, se explicaba por qué aquél se
caso. había mostrado tan inquieto, tan apremiante en sus
Explicó todo el asunto, y en qué disposición de áni- preguntas. Y como el huésped, que sorprendió el ges-
mo se encontraba. Hacía mucho tiempo que se ha- to, le preguntase si tenia algo que decir contra el di-
bría deshecho del horno alto, si la explotación no rector del Abismo:
marchara, por decirlo así, sola, guiada por la rutina —No, no—continuó Lucas,—le creo, como usted, un
Las ganancias seguían siendo suficientes, pero esto no hombre inteligente y activo.
le importaba, porque se creía bastante rico; por otra —Eso es—continuó Jordán,—el negocio estaría en
parte^ para doblarlas y triplicarlas, hubiera sido ne- manos expertas... Mo temo que habría que admitir cier-
cesario renovar una parte del material, mejorar el pro- tos arreglos, aceptar pagos á muy largos plazos, porque
ducto, en una palabra, dedicarse al negocio por com- le falta dinero; Boisgelín ya no tiene capital disponi-
pleto. Eso era lo que él no podía ni quería hacer; ble. Pero poco me importa; puedo esperar, me bas-
tanto más, que aquellos hornos altos antiguos, de un tarían garantías sobre el Abismo.
método, según él infantil y bárbaro, no le interesa- Y tras una pausa, mirando á Lucas de frente, con-
ban, no podían serle de ninguna utilidad, para los
.experimentos de fundiciones eléctricas que eran su pa-

H n B
" * Z ¡ «aes*
tío* * „««
m I ® s=a
m 144 *¡s
—Vamos á ver, ¿me aconseja usted cerrar el trato más de eso, porque es absolutamente imposible que yo
con Delaveau? dirija el negocio, me pone malo.
El joven no respondió inmediatamente. Un males- Se había puesto en pie, y la hermana calló, vién-
tar, una invencible repugnancia llenaban todo su sér. dole tan agitado, temerosa de verlo febril.
¿Qué era aquello, por qué se indignaba, se rebelaba, —Hay momentos —continuó él, en que me en-
como si de aconsejar que se entregara el horno alto tran ganas de llamar á Delaveau para que cargue con
á aquel hombre hubiera cometido una mala acción, todo, aunque no me pague nada... Lo mismo que esos
que sería un remordimiento? Y ello era que no se hornos eléctricos, cuya solución busco con tanto afán;
le ocurría ninguna razón plausible que le autorizase jamás he querido ponerlos yo mismo por obra, acuñar
para aconsejar lo contrario. Y acabó por responder: oro con ellos; porque el día que los haya descubierto^
—Ciertamente, todo eso que U3ted me dice está muy, los entregaré á todos, para prosperidad y dicha de
bien, y no puedo menos de Aprobarlo... Con todo, re- todos... En fin, es cosa convenida; ya que nuestro
flexione, reflexione usted más. amigo considera mi proyecto razonable, mañana estu-
Hasta entonces Sceurette había escuchado muy aten- diaremos juntos la cesión, y acabaré de una vez...
ta, sin intervenir. Luego, como Lucas no respondía, por aquella re-
Parecía participar del sordo malestar de Lucas; le pugnancia, y deseoso de no comprometerse más, vol-
echaba una mirada de cuando en cuando, esperando, vió Jordán á excitarse, y le propuso subir un ins-
inquieta, lo que iba á decidir. tante á ver el homo alto, porque quería saber por sí
—Hay algo más que el homo alto—dijo por fin;-* msimo cómo se había portado durante aquellos tres
hay la mina, todos esos inmensos terrenos pedrego- días de ausencia.
sos que la acompañan, y que no cabe separar, me —Estoy algo inquieto; hace una semana que muñó
parece. Laroche, y no le he reemplazado; he dejado á mi
Su hermano hizo un gesto de impaciencia, deseoso maestro fundidor, Morfain, dirigir el trabajo. Es un
como estaba, de verse libre, pronto y de un golpe. hombre admirable; ha nacido allá arriba; ha crecido
—Delaveau llevará también los terrenos, si los de- entro el fuego. Pero así y todo, la responsabilidad es
sea. ¿Qué quieres que hagamos de ellos? Rocas pe- pesada para un simple obrero como él.
ladas, calcinadas, donde ni las zarzas quieren salir. Temerosa Sœurette, quiso intervenir, suplicando :
Todo eso no vale nada, puesto que ahora ya no es ex- —Pero, Marcial, acabas de llegar, estás fatigado, y
plotable. quieres salir así, á las diez de la noche.
Otra vez muy cariñoso, la abrazó diciendo:
—¿Es seguro que no lo es?—insistió la hermana —Deja, chiquilla, no te atormentes; ya sabes que
—Recuerdo, señor Froment, que me contó usted un nunca hago más de %o que puedo; te aseguro que
día, que en el Este se había llegado á explotar mine- dormiré mejor, si cumplo mi deseo.... La noche no
rales muy defectuosos, gracias á un procedimiento quí- está fría, y llevaré el abrigo de pieles. Ella misma
mico... ¿Por qué no so ha ensayado todavía ese pro- le ató un gran pañuelo al cuello y le acompañó hasta
cedimiento allá arriba, en lo nuestro? lo último de la escalinata, para convencerse de que
Otra vez Jordán levantó los brazos desesperadamen- en efecto la noche estaba deliciosa; un sueño tran-
te al cielo. quilo de los árboles, de las aguas y de los campos
—¿Por qué, por qué? hija mía... Poique Laroche bajo un cielo de terciopelo obscuro, tachonado de esr
era incapaz de una iniciativa; porque yo mismo no he bellas.
tenido tiempo de ocuparme de eso; porque las co-
sas iban de cierta manera, y no pueden ir de otra... Trabajo—Tomo I.—10.
Ahí tienes; si vendo es justamente por no oír hablaí
—Señor Froment, ya sabe que á usted se lo con- Jaba todavía las sangrías, después de ochenta años de
fio, no le deje tardar mucho. reinado no interrumpido; y esto le daba cierta al-
Lucas y Jordán, por detrás de la casa, empezaron tivez y también un título irrecusable de nobleza.
en seguida á subir por la estrecha escalera, labrada en Cuatro años hacía que había muerto su mujer, de-
ia piedra, que subía á la meseta de roca sobre la cual jándole un muchacho de diez y seis años y una ñiñá
estaba construido el horno alto, á media ladera del de catorce; el chico había entrado desde luego á tra-
gran declive de los Montes Bleuses; se subía entre bajar en el horno alto; la muchacha cuidaba de pa-
pinos y plantas trepadoras: un verdadero laberinto dre é hijo, cocinando, barriendo, como buen ama de
que encantaba. Levantando la cabeza, á cada recodó su casa Y así seguían las cosas, la chica ya tenía
del sendero, se distinguía la masa negra del horno diez y ocho años, su hermano veinte, y el padre mi-
alto destacándose cada vez más neta en la noche azul, raba tranquilo como su raza continuaba su labor, es-
con los extraños perfiles de los órganos mecánicos perando transmitir á su hijo el horno alto, como su
agrupados alrededor del hogar central. padre se lo había transmitido á él.
Jordán iba delante á paso ligero y menudo, y al —|AhI ¿está usted ahí, Morfain?—dijo Jordán, des-
llegar á la meseta, se detuvo ante un montón de ro-1 pués de empujar la puerta, cerrada con un simple
cas, donde brillaba una lucecita como una estrella picaporte.—Estoy de vuelta y he querido enterarme
—Espere usted—dijo,—voy a saber si Morfain no de lo que haya
está en casa. En aquel hueco de roca, alumbrado por una lám-
—Pero, ¿dónde está la casa? — preguntó Lucas para pequen(a, que daba humo, el padre y el hijo
asombrado. sentados á la mesa, comían una sopa antes de la vela,
~~ P !í eS a J l í ' e n e s a s a n tiguas grutas que ha trans- mientras que la hija les servia, en pie detrás de ellos,
formado en una especie de vivienda, donde se empe- y sus sombras agrandadas parecían llenar el recinto,
ña en vivir, con su hijo y su Trija, á pesar de habér- á que daba solemne gravedad el largo silencio que
sele ofrecido una casita más habitable. solía reinar allí dentro.
En la garganta de Brías, todo un pueblo miserable Con voz gruesa, lenta, Morfain respondió:
ocupaba agujeros parecidos. En cuanto a Morfain, —Hemos tenido un contratiempo, señor Jordán. Mas
seguía allí por gusto, pues allí había nacido cuaren- áspero, que pronto podremos estar tranquilos,
ta años antes, y allí estaba al lado de su trabajo casi Se había levantado, como también su hijo, y es-
pegado á aquel horno alto, que era su vida, sú cár- taba en medio de los dos hermanos, gigantes los tres,
cel y su imperio. Por lo. demás, en su instalación pre- tan fuertes, tan altos, que casi tocaban con la frente
histórica como troglodita civilizado, había acabado por la bóveda, baja, la piedra tosca y ahumada que servía
introducir algunas comodidades; un sólido muro que
cerraba las dos grutas, una puerta sencilla y ventanas de techo á la estancia. Semejaban tres aparecidos de
con vidrios pequeños en Jas aberturas. En el inte- lejanas épocas, una familia entera de rudos trabaja-
rior había tres piezas, la alcoba del padre y del hijo, dores, cuyo esfuerzo secular, á través de las edades,
la de la hija, y la sala de uso común, que era comedor había domado la naturaleza
cocina, taller. Las tres estaban muy limpias, con sus Lucas, sorprendido, miraba á Morfain, un coloso
paredes y bóveda de piedra, guarnecidas con muebles tino de los Vulcanos de otros días, vencedores del fue-
sólidos, labrados á hachazos. go. La cabeza enorme, ancha la faz, que el fuego ha-
bía enrojecido y resquebrajado; frente abultada, na-
Como Jordán había dicho, los Morfain eran, de pa- riz aguileña y ojos como brasas, entre mejillas que
dres á hijos, maestros fundidores en la Crécherie. El parecían devastadas por la lava La boca hinchadá,
abuelo había ayudado á la fundición, el nieto vigi- torcida, de un rojo leonado de quemaduras y¡ manos
que tenían tí color y la fuerza de dos tenadas de viejo
acero. Después, Lucas miraba al hijo, Peüt-Da, como —Puedes apagar, y no nos esperes, porque dormire-
le llamaban, con un mote que lo había quedado, por-
que cuando mño pronunciaba mal ciertas palabras. mos allá.
Por aquel tiempo, por poco deja un día sus menu- Lucas, que se volvió, mientras Morfain y Petit-Da
dos dedos en una barra de fundición, apenas enfria- acompañaban á Jordán, distinguió á lo lejos, en la
da. Lra otro coloso, casi tan gigantesco como su pa- clara noche, á Azulina, en pie, en el umbral del bár-
dre, del cual tenía la faz cuadrada, la nariz sobe- baro albergue, grande y soberbia, como una enamo-
rana, entre ojos que echaban llamas; pero estaba me- rada de los tiempos remotos, con sus grandes ojos
nos endurecido, menos castigado por ol fuego; y sa- azules, perdidos en el ensueño.
bia leer, lo cual suavizaba é iluminaba sus facciones Pronto se irguió ante ellos la masa negra del horno
con un nuevo pensamiento. Después, Lucas miraba á alto. Era de modelo antiguo, pesado y rechoncho, ape-
la hija, Azulina, á quien el padre, con ternura, siem- nas de quince metros do altura. Pero poco á poco se
pre había llamado así, por lo azules que eran sus le había rodeado de órganos nuevos, que ya parecían
ojos de diosa rubia; de un azul claro, infinito, tal, como una aldehuela en torno suyo. Construido recien-
que en su rostro no so veía más que aquel azul de cielo temente, el edificio en que se hacía la colada, con
sin límites. Una diosa, de gran estatura, de una be- el piso de arena fina, era de elegante ligereza, con ar-
lleza magnífica y sencilla, la más hermosa, la más mazón de hierro cubierto do tejas. A la izquierda*
callada, la más salvaje del país; pero aquella salva- bajo un cobertizo, con vidrieras, estaban los fuelles*
jez sin embargo, soñaba, leyendo libros, viendo venir la máquina de vapor, que insuflaba el aire; á la dere-
á lo lejos cosas que su padre no había visto jamás; cha, se veía los dos grupos de grandes cilindros, aque-
cuya esperanza, no confesada, la estremecía. Maravi- llos en que el gas de la combustión venía á dejar
llábase Lucas ante aquellos tres héroes, aquella fami- el polvo, y los otros que servían para calentar el
lia en que veía el largo trabajo abrumador de la hu- aire frío, que soplaba la máquina, á fin de que lle-
manidad en marcha, el orgullo del esfuerzo doloroso, gase ardiente al horno alto, para activar la fundición*
sin cesar renovado, la antigua nobleza del trabajo mor- Había, además, recipientes de agua, toda una tube-
tífero. Jordán, á todo esto, había vuelto á alarmarse ría que alimentaba una continua corriente, aplicada
á las paredes de ladrillo, que las refrescaba y dismi-
—jUn contratiempo, Morfain! ¿qué ha sucedido? nuía el efecto de la terrible hoguera interior. De este
—bí, señor Jordán; una de las toberas se había modo, el monstruo desaparecía, bajo los complicados
atascado. Durante dos días, bien creí que íbamos á edificios auxiliares; un amontonamiento de construc-
tener una desgracia; y no he dormido, por el dis- ciones, una multitud de depósitos de palastro, una con-
gusto de que semejante cosa me sucediera á mí en fusión de gruesos tubos metálicos, todo lo cual, en
ausencia de usted... Pero lo mejor es ir á verlo si tie- su extraordinario conjunto, sobre todo de noche, apa-
ne usted tiempo; justamente se va á colar ahora recía con monstruosos perfiles, extrañamente fantás-
mismo. ticos. Arriba, se distinguía en el mismo flanco de kt
Los dos trabajadores acabaron la sopa, en pie, á roca, el viaducto por donde se conducían los vago-
grandes cucharadas, mientras la joven limpiaba ya la nes de mineral y del combustible al nivel del tra-
mesa. Hablaban poco unos con otros; se comprendían gante del horno. Debajo, la cuba levantaba su cono
con un gesto, con una mirada. Sin embargo, el pa- negro, y había después, desde el vientre hasta la par-
d r e d i j o á Azulina, con voz ruda, suavizada por
v
el te interior de los etalajes, una fuerte armadura de
carino: metal, que sostenía el cuerpo de ladrillo, que servía
de soporte á los conductos de agua y á las cuatro to-
beras; luego en lo más bajo, ya no había más que el
crisol, con la piquera, cerrado con un tapón de tierra •Selva, hecho metal fundido, por abajo, mientras eme
refractaria. ¡Gigantesco animal do forma pavorosa, cuya tos gaies, el polvo, las escorias de todas clases, salen
digestión devoraba piedras, y producía metal en fu- por otra parte... Y note usted que toda la operación
sión I Stá en esoT en ese lento descenso de las materias di-
Ni un ruido, nada de claridad; aquella digestión feridas, en esa digestión total, pues todas las mejoras
formidable era muda y negra. Sólo se oía un murmu- realizadas no han tenido por objeto hasta ahora, inte
lio de arroyo, causado por las continuas gotas de agua que facilitar esa digestión; así, en otro tiempo no
que caían de las paredes de ladrillo; sólo á alguna dis- se insuflaba aire, y la fusión era más enta y defe^
tancia la máquina sopladora roncaba sin tregua Y tuosa Después se sopló con aire frío; luego se notó
por todo alumbrado, tres ó Cuatro faroles brillaban que los resultados eran mejores cuando el aire era
nada mas en la noche, que hacían más obscura las ¿aliente. Por último, se ideó emplear el .mismo horno
sombras de las enormes construcciones; sólo se dis- alto para calentar el aire que so le insuflaba; los
tinguían formas pálidas, los ochos obreros fundidores eases, que hasta entonces ardían en el tragante, en
del relevo nocturno, vagando, es espera de la san- un penacho de llamas. Y de esa suerte, el horno alto
gría. Arriba, sobre la plataforma del tragante, no se primitivo se ha complicado con tantos órganos exte-
veía siquiera á los cargadores, que, en silencio o be* riores: la máquina sopladora, los depósitos en que se
decían a señales que hacían desde abajo, vertiendo depuran los gases, los cilindros en que éstos vienen a
en el horno determinadas cantidades de mineral v de calentar el aire al pasar, sin contar todos ¡ ^ . t o n a -
carborn Ni un grito, ni una "llamarada, una obscura les aéreos, que envuelven el horno como las mallas
y muda tarea, algo desmesurado y salvaje que se de una red... Pero por más que se le perfeccione,
cumplía entre tinieblas, el parto secular y 'laborioso sigue siendo infantil á pesar de sus proporciones gi
de la humanidad, preñada del porvenir. En tanto dis- eantescas; sólo se ha conseguido hacer sus funciones
gustado por las malas noticias, Jordán, á quien había más delicadas, originando así continuas crisis. IAti-
alcanzarlo Lucas, volvía á sus sueños, mostrándole con no puede usted figurarse las enfermedades del mons-
un ademán el montón de las construcciones. truo No hay chiquillo enfermizo que causa á Su fa-
milia tan mortales inquietudes, por las digestiones de
—Mire usted1 eso, amigo mío; ¿no tengo razón cada día, como las que nos produce este coloso beis
quenendo arrasarlo lodo, y reemplazar ese monstruo cargadores arriba, ocho fundidores abajo, maestros y
que fatiga y molesta, por mi batería de hornos eléo' un ingeniero están ahí sin cesar, día y noche, en dos
trieos, tan limpios, tan sencillos, tan fáciles de ma- relevos, atareados con los alimentos que se le dan,
nejar?... Desdé el día en que los primeros hombres con las materias que devuelve, llenos de temor, á los
cavaron un Agujero en la tierra, para fundir allí el menores desarreglos de su cuerpo, cuando la sangría
mineral, mezclándolo con ramas de árboles que que- no es satisfactoria. Va á hacer cinco anos que esto
maban, la fundición de los metales apenas ha cam- está encendido, sin que el fuego interior haya, ni un
biado. Siempre el mismo método infantil y primüti- solo minuto, detenido su trabajo; y todavía puede ar-
vo; nuestros hornos altos, no son más que los aguje- der otros cinco años, antes que so le apague, para
ros prehistóricos, convertidos en columnas huecas agran- hacer reparaciones. Si se tiembla por el a hay que Vi-
dados según las necesidades, en los cuales continúa gilar su marcha normal con tanto cuidado, es por la
arrojándose, revueltos, el metal y el combustible que eterna amenaza de que se apague por si mismo por
arden juntos. Parece esto el cuerpo inmenso de un alguna catástrofe de sus entrañas, cuya gravedad no
animal del infierno, al que sin cesar se le echa este se hubiera previsto; y para él el apagarse es la muer-
alimento do hulla y de óxido de hierro, para que te ¡Ahí ¡mis pequeños hornos eléctricos, que po-
lo digiera, en un huracán de fuego, y después lo de-
sa 152 a
arfan ^ i a r chiquillos! ,Esos no turbarían el sueffo

mmmà
nía su vanidad en sus brazos robustos, en aquel com-
lZte> tan activos, taTdóciles! bate de todas las horas, con la llama, en su fidelidad
. Lucas no pudo menos de roir, al ver el tìernTL». al coloso en cuclillas, cuyas digestiones cuidaba, sin
haberse declarado jamás en huelga. Su pasión había
llegado á ser su dios bárbaro y terrible; había en su
fe cierta sorda ternura; y todavía temblaba, pensan-
do en el peligro de que acababa de sacarle, por un
esfuerzo de abnegación extraordinario.
—¿Lo que he hecho?—dijo por fin.-r-He comenza-
« ñ S * ^ à n ; esta es la tobera quo „ do por triplicar las cargas de carbón; luego, he hecho
desatascar la tobera, con ayuda de una maniobra de
los fuelles que el señor Laroche empleaba á veces.
Pero el caso era ya muy gravo, y he tenido que des-

iñm^mi
»«
montar la tobera, y habérmelas con el atasco á fuerza
de miteria
C ¿ £ f- ^ de espetones, i Ahí la cosa no ha sido fácil, nos ha
costado un poco de carne. De todos modos, el aire
acabó por pasar, y ya me vi más contento, cuando,
en las escorias de esta mañana, he encontrado restos
de mineral, porque he comprendido que el cuesco ha-
bía debido de deshacerse, arrastrando consigo el lobo
formado. Ahora todo ha vuelto á revivir; pronto se-
Jamás había hablado tanto TVmMoK, guirá su curso ordinario el trabajo. Pero además, pronto
lo vamos á saber; la sangría nos va á decir lo qué
hemos adelantado.
Y aunque rendido por un discurso tan largo, añadió
en un tono más bajo:
—Creo, señor Jordán, que' hubiera subido allá arri-
ba, para arrojarme por el tragante, si no hubiera te-
= 3 - i S S F W j s nido esta noche mejores noticias que dar á usted...
Yo no soy más que un obrero, un maestro fundidor,-
l e piedras* en' ™ ™J» Heno en quien usted ha tenido bastante confianza, para en-
Ue ha hecho uslcd
tregarle el puesto de un señor, de un ingeniero. jY
p i t i 3. , ' - p r e g u n t ó Jordin hubiera estado bueno que hubiera dejado apagarse el
homo, para decirle á usted á la vuelta: esto se ha
grfas de lava a S t e E i a I S * " ' <»J™ s a - muerto!.... |No, hubiera yo muerto con él! Las dos
18
maban el rostro. A d i r a l a á „ ? i ? T 1ue- últimas noches, no me he acostado, he estado ahí ve-
encorvado bajo la dura tiran™ d T t L lando, como recuerdo haberlo hecho, junto á mi pobre
mujer, cuando la perdí. Y ahora ya puedo decirle, la
mer el ^ » d £ t ^ 4 ^ r e ^ a r t ? sopa que usted me ha visto comiendo, es la primera
ntu no había * que trago en cuarenta y ocho horas, porque tenía el
ri no se h e l a b a ! a e e p t a b a T d ^ d U r ^ estómago cerrado con un tapón, como el horno... Es-
tas no son disculpas; sólo deseo que sepa usted hasta
qué punto estoy contento de no haber hecho traición
á su confianza. y los llevó delante del horno alto, al taller de la
Casi lloraba aquel mocetón endurecido por el fuego colada, entre las vagas tinieblas, que los faroles ape-
con miembros de acero viejo, y Jordán le estrechó nas vencían. Petit-Da acababa de hundir un espetón
ambas manos afectuosamente. de un solo golpe de sus brazos de coloso joven, en el
—Ya sé que es usted un valiente, amigo Morfain, v lapon de tierra refractaria, que cerraba la piquera, y
que si hubiera habido un desastre, hubiera Usted lu- ocho hombres de la cuadrilla, con ayuda de una ma-
chado hasta el fin. za golpeaban á compás sobre el espetón para cla-
Petit-Da, de pie en la sombra, había escuchado sin varle; apenas se distinguían sus perfiles negros, pero
interrumpir, m con una palabra, ni con un gesto No se oían los golpes sordos de la maza Luego, brusca-
se movió, hasta que su padre le hubo dado una or- mente, brilló una estrella deslumbradora, una estre-
den relativa á la sangría. En todo el día, había cinco cha abertura que mostraba el incendio dentro. Pero
sangrías, de cinco en cinco horas aproximadamente no veía nada todavía, más que un hilo delgado, de
La marcha regular podía ser hasta de ochenta tone- astro líquido. Fué necesario que Petit-Da cogiese otro
ladas al día, pero en aquel momento no pasaba de espetón, lo hundiese y le diera vueltas con hercú-
cincuenta, lo que todavía daba sangrías de diez tone- leo esfuerzo para ensanchar el agujero. Entonces fué
ladas Silenciosamente, á la débil luz de los faroles la erupción, la ola salió de un chorro tumultuoso,
se acababa de hacer los preparativos; se habían abierto corrió por el reguero de arena, arroyo de metal en
en la fina arena reguera*?, y los huecos de los moldes fusión y fué á esparcirse y llenar los moldes, exten-
en el gran taller. Ya no había que hacer más que diéndose en charcos ardientes, cuyo brillo y calor que-
evacuar las escorias; y sólo se veía las sombras de los maban los ojos. Y de aquel surco, de aquellos cam-
obreros fundidores, que pasaban lentamente do vez pos de fuego, salía sin cesar el fruto do chispas azu-
en cuando, activos áin apresurarse, en aquella labor les de una ligereza delicada, oolietes de oro de una
obscura, que no se comprendía; y en tanto, todo ca- deliciosa finura, toda una floración de azulejos del
llaba en las entrañas del dios en cuclillas; de su vlen- campo entre espigas de oro. Cuando se encontraba
ire abrasado no salía ni un murmullo; sólo el ruido un obstáculo (die arena húmeda, se duplicaban los co-
del arroyo, producido por las gotas de agua que le hetes y las chispas, que subían muy altos, en un ra-
cafan por los lados. millete de resplandores. De repente, como si saliera
un sol milagroso, había brotado una intensa luz de
—Señor Jordán—preguntó Morfain,-¿ quiere usted ver aurora dilatándose, iluminando el horno alto con una
correr las escorias? cruda luz, llenando de sol el interior de la techumbre,
Jordán y Lucas le siguieron á corta distancia, á las armaduras de hierro y los tirantes, cuyas aristas
un montículo de residuos amontonados. La piquera es- más delgadas se distinguieron; todo brotó de la som-
taba en el costero derecho del horno alto, y por en- bra con extraordinario poder de evocación, las cons-
cima de la llama se escapaban las escorias, en una ola trucciones próximas, los diversos órganos del mons-
brillante como si allí se hubiera espumado toda la truo los obreros del relevo nocturno, tan fantásti-
caldera dej metal en fusión. Era una gacha espesa, cos hasta entonces, bruscamente reales ahora, dibuja,
que c o m a lentamente, que iba á caer en vagonetas
de palastro, semejante á una lava de color de sol dos con trazo enérgico, inolvidable, tal como obscuros
que de repente se obscurecía héroes del trabajo, rodeados de repente de una aureola
y el resplandor no se detenía allí, la claridad de auro-
- E l color es bueno, -ya lo ve usted, señor Jordán ra invadía las cercanías, sacaba de las tinieblas la
- a n a d i o Morfain a l e g r e . - | O h ! nos hemos salvado, no falda de los Montes Bleuses, y mandaba sus reflejos
hay duda.. Van ustedes á ver, van ustedes á ver hasta los tejados adormecidos 'de Beauclair, y se per-
«Ka en la lontananza, en la inmensa llanura de la Vamos, Morfain, sea usted razonable; y vaya á acon-
Rumaña. tarse en su cama
—Soberbia sangría es esta—dijo Jordán, qu© estu- —No, señor Jordán, no; déjeme usted obrar á mi
diaba su calidad por el color y por lo límpido del gusto... Ya no hay peligro, pero prefiero verlo por mi
chorro. mismo, hasta mañana. Es un antojo.
Morfain gozaba del triunfo modestamente. Jordán y Lucas tuvieron que dejarlo allí, después
—Sí señor Jordán, sí; el resultado es bueno, como de estrecharle la mano. Lucas iba conmovido, lleva-
se podía esperar. De todas maneras, me alegro de ba la impresión de un tipo noble, elevado; toda la
que haya venido usted á verlo. Ya no estará usted historia del trabajo doloroso y dócil, toda la nobleza
inquieto. del largo trabajo abrumador de la humanidad, al lle-
Lucas también mostraba interés por la operación* gar al descanso, á la dicha, comenzaba en los anti-
L°r0r, era ^ 8 r a n d e , que sentía el escozor á tra- guos Vulcanos, que habían domado el fuego en los
vés de la ropa Poco á poco, todos los moldes se ha- tiempos heroicos que recordaba Jordán, cuando los pri-
bían llenado, la arena fría del taller se había trocado meros fundidores reducían el mineral en un aguje-
en una charca incandescente, y después de coladas las ro cavado en tierra, donde quemaban leña. Aquel día,
diez toneladas do metal, todavía salió por la pique- el día en que el hombre conquistó ©1 hierro y lo
ra, como tormenta final, un golpe enorme de llamas y labró, se hizo dueño del mundo, empezó la era civili-
de chispas: era que la máquina sopladora acababa de zada. Morfain, viviendo en el hueco de una roca, en-
vaciar el crisol; y el viento pasaba libremente en rá- contraba en él, silencioso, resignado, sacrificando sus
faga infernal. Pero ya se enfriaban los lingotes, la músculos sin una queja, como en la aurora de las so-
deslumbradora luz blanca pasaba al color rosa, al rojo ciedades humanas. |Qué do sudor vertido 1 i Qué de
y despues al pardo. Habían cesado las chispas- el brazos cansados, quebrantados durante tantos siglos 1
campo de azulejos y do espigas de oro estaba segkdo Y nada cambiaba, el fuego conquistado 9eguía te-
. r á P"Iamente volvió á cacr la sombra, las tinieblas niendo sus víctimas, sus esclavos que lo alimentaban,
inundaron el taller, el horno alto, las construcciones que so quemaban la piel para seguir domándolo,
cercanas, mientras los faroles parecía que volvían á mientras los privilegiados de este mundo vivían en
encender sus pálidas estrellas. Ya no se distinguió más la pereza, en frescas moradas. Morfain,. como un hé-
que un grupo de obreros moviéndose vagamente. Petit- roe legendario, no parecía siquiera darse cuenta de
Da : r.yudado de dos compañeros, volvía á cerrar la la iniquidad monstruosa; ignoraba que había rebeldes,
piquera con im nuevo tapón de tierra refractaria, mien- que surgía la tormenta, siempre impasible, en su
tras callaba la máquina sopladora que se acababa del puesto mortífero, donde habían muerto sus padres, don-
parar, para que fuera posible este trabajo. de moriría él también, consumido, holocausto social
—Y diga, usted, Morfain, ¿no vuelvo usted á casa á de una obscura grandeza. Y luego, Lucas evocaba otra
dormir? supongo que sí. figura, la de Bonnaire, ol otro héroe del trabajo, en
lucha con los opresores, los explotadores, para que
—Ca, no señor; esta noche todavía rae quedo aguí la justicia reinase sacrificándose por la causa de sus
blanco! ° ' ¿ V & ^ ^ á V e l a r ? , L a tercera noche'en compañeros, hasta quedarse sin pan. Toda esta carne
de sufrimiento, ¿no había gemido bastante bajo la car-
—No hay una cama de campaña ahí, en el puesto ga, no había llegado la hora do la emancipación del
de vigilancia, y ge duerme en ella muy bien; nos re- esclavo, admirable en su esfuerzo, al fin ciudadano
levaremos, mi hijo y yo, cada dos horas de guardia libre de una sociedad fraternal, donde la paz nace-
—Pero es inútil, puesto que todo va muy bien - ría del j^sto reparto del trabajo y de te riqueza? ¿
Jordán, al bajar la escalera labrada en la peña, se —No, tío; me siento muy bien, me voy á acostar
había detenido en la choza de un guardia nocturno, muy contento, pues mi resolución es formal; voy á
para dar una orden, y allí Lucas rió algo muy sin- librarme de una explotación que no me interesa, ori-
gular, que aumentó su emoción. Detrás de las matas, gen para mi de disgustos.
entre rocas desgajadas, distinguió claramente una pa- Lucas calló un instante, volviendo á sentir, de pron-
reja, dos sombras que pasaban cogidas de la cintu- to, un malestar, como si aquella decisión le hubiese
ra, confundidos los labios en un beso. Reconoció á consternado. Y al dejar á Su amigo, estrechándole por
la joven, alta, rubia, magnífica, Azulina, con sus ojos última vez la mano, le dijo:
azules, que le llenaban el rostro. Y el mozo era segu< —Espere usted, sin embargo, déjeme usted él día
ramente Aquiles Gourier, el hijo del alcalde, el her- para reflexionar, y mañana de noche volveremos á
mosa y arrogante mancebo, cuya actitud había notado hablar y> se decidirá usted.
en la Guerdache; lleno de desprecio para una bur- Lucas no se acostó inmediatamente. Ocupaba en el
guesía en descomposición, siendo él uno de sus hijos pabellón, edificado un tiempo por el abuelo materno
sublevados. Siempre de caza, siempre de pesca, pa- de Jordán, el doctor Michón la vasta estancia en que
saba las vacaciones por los senderos escarpados de los éste había vivido los últimos días de su vida, en me-
Montes Bleuses, á lo largo de los torrentes, en el fon- dio de sus libras; en aquellos tres días se había afi-
do de los pinares. Sin duda se había enamorado de cionado al olor de trabajo que allí se respiraba, á la
la joven salvaje, tan hermosa, que rondaban en vano paz profunda y honrada sencillez de tal ambiente. Pero
tantos amadores; y ella debía de haberse dejado ven- aquella noche, con la fiebre de duda en que se encon-
cer por la llegada de este príncipe encantado que le traba, se sintió sofocado al entrar, abrió de par en par
traía el más allá, el ensueño delicioso del mañana, una ventana y se apoyó en ella para calmarse un poco
á la aspereza de su desierto. ¡Mañana, mañana! ¿No antes de acostarse. Daba la ventana al camino que va
era el mañana lo que surgía en los grandes ojos azu- de la Crécherie á Beauclair; en frente, se extendían
les de Azulina, cuando soñaba despierta, en el umbral campos incultos, sembrados de rocas; y más allá, se
de su cueva, perdidas á lo lejos las miradas? Su padre distinguía el montón confuso de los tejados de la ciu-
y "sti hermano velaban allá arriba, y ella se es- dad dormida.
capaba por entre las escarpadas pendientes; y el Durante algunos minutos, Lucas respiró £ sUs an-
mañana era para ella aquel mozo bizarro, ama- chas los soplos de aire que venían de los campos sin
Tile, aquel hijo de un señor que le hablaba cor- límites de la Rumaña. La noche seguía húmeda y
tésmente, como á una dama, jurando amarla siem- templada, una claridad azul caía del cielo estrellado,
pre. Lucas,? impresionado, sintió a! principio cier- velado ligeramente por la bruma; oyó al principio,
ta desazón, pensando en la pena del padre, a sa- distraído, los ruidos lejanos, como 'temblores de las
bia la aventura. Después, su corazón se llenó de ter- tinieblas; después reconoció los golpes sordos y rít-
nura, un soplo d'e esperanza como üna caricia llegó micos dé los martillos del Abismo, la fragua del cí-
á él, de aquel amor libre, tan dulce; ¿no era el ma- clope, donde noche y día resonaba el acero. Levantó
ñana más feliz lo que preparaban aquellos dos hijos los ojos, buscó el horno alto de la Crécherie, mudo y
de clases diferentes, acariciándose, besándose, y en- negro, sumergido en la barra de tinta que el promon-
gendrando la justa ciudad futura? torio de los Montes Bleuses señalaba en tí cielo. Ba-
Abajo, ya en el parque, cuando Lucas se despidió jando la mirada, volvióla hacia los amontonados te-
de Jordán, conversaron todavía. jados de la ciudad, cuyo pesado sueño parecía meci-
—¿Por lo menos, no habrá usted tenido frío? No do por el cadencioso sacudimiento de los martillos,
me lo perdonaría nunca su hermana. semejante, á lo lejos, á la respiración oprimida y rá,-
pida de un trabajador gigante, algún Prometeo dolo- razón acababa de sentirse reanimado con una fuerza
rido, encadenado al trabajo eterno. Creció con esto invencible. Olió con delicia el ramillete. ¡ Oh bondad,
su malestar, la fiebre no s© calmaba; personas y cosas, que es lazo fraternal, ternura que da la dicha, amor
de aquellos tres últimos días, surgían como una mu- que salvará y reformará el mundo 1
chedumbre en su memoria, desfilaban en trágico tro-
pel, cuyo sentido hubiera deseado fijar. Y le atormen-
taban con el problema que á cada momento le pre-
ocupaba más, y que ya no le dejaría dormir, mientras
no diera con la solución.
En esto, creyó oír debajo de la ventana, al otro ;v¡
lado del camino, entre la maleza y las rocas, otro rui-
do, tan ligero, tan suave, que no pudo definirlo; ¿era
el aleteo de un ave, el zumbar de un insecto entre Lucas se acostó, apagó la luz, esperando que la fa-
las hojas? Miró, y no vió más que la ola de la obscu- tiga de cuerpo y do espíritu, que le tenía quebranta-
ridad infinita. Sin duda se había equivocado. Volvió do, le dejaría dormir pronto, en un sueño tranquilo
el ruido, más próximo; con interés, con una emoción que le calmara la fiebre. Pero en el silencio, en la
singular, que él mismo extrañaba, so esforzó, procu- obscuridad de la vasta habitación, no pudo cerrar los
rando atravesar con la mirada las tinieblas, y acabó párpados, sus ojos se mantenían muy abiertos en las
por distinguir una forma vaga, delicada y fina, que tinieblas, un insomnio terrible le abrasaba, presa de
parecía flotar sobre las puntas do las hierbas. No se la idea obstinada, devoradora.
explicaba su naturaleza, creía que era una ilusión; Se le apareció Josina, renaciendo sin cesar, volvien-
cuando, de un salto de cabra montés, una mujer atra- do en el aire ligero con su rostro infantil, de tan dolo-
vesó el camino y le arrojó un ramillete pequeño, con roso encanto. Volvió á verla llorosa, hambrienta, ate-
tal destreza, que le dió en ©1 rostro, como una cari- rrorizada, esperando á la puerta del Abismo; la vió
cia; ©ra un ramo pequeño de claveles silvestres, aca- en la taberna, arrojada de allí por Ragú, con tan
bados de coger entre las rocas, y de olor tan fuerte, violentos ademanes, que la sangre corría por su mano
que se sintió perfumado por ellos. mutilada; la vió sobre el banco, cerca del Mionna,
I Josina 1 adivinó á Josina, la reconoció en esta nue- abandonada en una noche trágica, no restándole más
va manera de que su corazón lo daba las gracias que la definitiva caída en el lodo, satisfaciendo el ham-
con aquel rasgo adorable do gratitud infinita. Era aque- bre como pobre bestia errante.
llo exquisito, en tal obscuridad, á tales horas, y sin Y en aquel momento, después de tres días de ines-
que él se explicase cómo estaba allí, si había espiado perada^ información, casi inconsciente, que el destino
su vuelta, de qué modo babía podido escapar y venir, le había llevado á ejecutar, todo aquello que había vis-
tal vez porque Ragú pertenecía á un relevo de noche. to del trabajo, injuslamento distribuido, despreciado co-
Ya sin una palabra, no habiendo querido más que ren- mo una vergüenza social, concluyendo en la miseria
dirse con aquellas flores, poco delicadas, con tanta atroz del mayor número, se resumía para él en el
gracia arrojadas, huía la joven y se perdía en las ti- caso horrible de la pobre niña que trastornaba su co-
niéblas del páramo inculto; y notó Lucas entonces otra razón.
sombra muy pequeña, Nanot de seguro, que corría de- Entonces, las visiones surgieron como una multitud,
trás. Desaparecieron, y otra vez volvió á oír no más atrepellándose, torturándose con su continua presen-
los martillos del Abismo, á lo lejos, golpeando acom- cia. Era el terror guo soplaba, á través de las calles
pasados. Su tormento no había concluido, pero su co- Trabajo,—lomo l ^ Q
pida de un trabajador gigante, algún Prometeo dolo- razón acababa de sentirse reanimado con una fuerza
rido, encadenado al trabajo eterno. Creció con esto invencible. Olió con dolida el ramillete. ¡ Oh bondad,
su malestar, la fiebre no se calmaba; personas y cosas, que es lazo fraternal, ternura que da la dicha, amor
de aquellos tres últimos días, surgían como una mu- que salvará y reformará el mundo 1
chedumbre en su memoria, desfilaban en trágico tro-
pel, cuyo sentido hubiera deseado fijar. Y le atormen-
taban con el problema que á cada momento le pre-
ocupaba más, y que ya no le dejaría dormir, mientras
no diera con la solución.
En esto, creyó oír debajo de la ventana, al otro ;v¡
lado del camino, entre la maleza y las rocas, otro rui-
do, tan ligero, tan suave, que no pudo definirlo; ¿era
el aleteo de un ave, el zumbar de un insecto entre Lucas se acostó, apagó la luz, esperando que la fa-
las hojas? Miró, y no vió más que la ola de la obscu- tiga de cuerpo y do espíritu, que le tenía quebranta-
ridad infinita. Sin duda se había equivocado. Volvió do, le dejaría dormir pronto, en un sueño tranquilo
el ruido, más próximo; con interés, con una emoción que le calmara la fiebre. Pero en el silencio, en la
singular, que él mismo extrañaba, se esforzó, procu- obscuridad de la vasta habitación, no pudo cerrar los
rando atravesar con la mirada las tinieblas, y acabó párpados, sus ojos se mantenían muy abiertos en las
por distinguir una forma vaga, delicada y fina, que tinieblas, un insomnio terrible le abrasaba, presa de
parecía flotar sobre las puntas de las hierbas. No se la idea obstinada, devoradora.
explicaba su naturaleza, creía que era una ilusión; Se le apareció Josina, renaciendo sin cesar, volvien-
cuando, de un salto de cabra montés, una mujer atra- do en el aire ligero con su rostro infantil, de tan dolo-
vesó el camino y le arrojó un ramillete pequeño, con roso encanto. Volvió á verla llorosa, hambrienta, ate-
tal destreza, que le dió en el rostro, como una cari- rrorizada, esperando á la puerta del Abismo; la vió
cia; era un ramo pequeño de claveles silvestres, aca- en la taberna, arrojada de allí por Ragú, con tan
bados de coger entre las rocas, y de olor tan fuerte, violentos ademanes, que la sangre corría por su mano
que se sintió perfumado por ellos. mutilada; la vió sobre el banco, cerca del Mionna,
I Josina 1 adivinó á Josina, la reconoció en esta nue- abandonada en una noche trágica, no restándole más
va manera de que su corazón le daba las gracias que la definitiva caída en el lodo, satisfaciendo el ham-
con aquel rasgo adorable de gratitud infinita. Era aque- bre como pobre bestia errante.
llo exquisito, en tal obscuridad, á tales horas, y sin Y en aquel momento, después de tres días de ines-
que él se explicase cómo estaba allí, si había espiado perada^ información, casi inconsciente, que el destino
su vuelta, de qué modo babía podido escapar y venir, le había llevado á ejecutar, todo aquello que había vis-
tal vez porque Ragú pertenecía á un relevo de noche. to del trabajo, injuslamento distribuido, despreciado co-
Ya sin una palabra, no habiendo querido más quo ren- mo una vergüenza social, concluyendo en la miseria
dirse con aquellas flores, poco delicadas, con tanta atroz del mayor número, se resumía para él en el
gracia arrojadas, huía la joven y se perdía en las ti- caso horrible de la pobre niña que trastornaba su co-
niéblas del páramo inculto; y notó Lucas entonces otra razón.
sombra muy pequeña, Nanot de seguro, que corría de- Entonces, las visiones surgieron como una multitud,
trás. Desaparecieron, y otra vez volvió á oír no más atrepellándose, torturándose con su continua presen-
los martillos del Abismo, á lo lejos, golpeando acom- cia. Era el terror gue soplaba, á través de las calles
pasados. Su tormento no había concluido, pero su co- Trabajo,—lomo J,—U
negr? de BéancJair, pisoteadas por el oleaje de los la cloaca, y encarnaba así la miseria de la vida some-
miserables desheredados, que sordamente soñaban ven- tida al salario, en una lastimosa figura, cuyo eucanto
ganza. Era, en casa de Bonnaire, la revolución razo- era una obsesión para Lucas. Sufría él ya, con lo que
nada, fatal, en tanto que la suspensión del trabajo opri- ella debía sufrir, necesitaba salvar en su sueño loco
mía los vientres, entregaba al hambre la familia en el de salvar á Beauclair. Si alguna potencia sobrehuma-
pobre albergue frío y desnudo, en que faltaba lo ne- na le hubiese dado un inmenso poder, hubiera hecho
cesario. Era, en la Guerdache, la insolencia del lujo de la ciudad podrida de egoísmo, un pueblo dichoso,
corruptor, el goce ponzoñoso que acababa de destruir en vida solidaria, para que ella, Josina, fuese allí fe-
la clase privilegiada, el puñado de burgueses, hartos liz. Bien comprendió Lucas entonces que aquella fan-
do^ pereza, ahitos, hasta la sofocación, de las riquezas tasía era en él cosa antigua, que siempre había soña-
inicuas que robaban á la labor y á las lágrimas de la do de aquel modo desde que vivían en París, en un ba-
inmensa mayoría de los operarios. Era también, en la rrio pobre, entre los héroes obscuros y las dolientes
Crécherie, en el horno alto, de una nobleza salvaje, víctimas del trabajo. Era como la inquietud interior
en que ni un solo obrero so quejaba, el prolongado es- de un porvenir que no sabía precisar, de una misión
fuerzo humano, como herido por el anatema, inmo- cuya preñez sentía; luego bruscamente, en la confu-
vilizado en su eterno dolor, sin la esperanza de la eman- sión en que luchaba todavía, le pareció el momento
cipación total de la raza, libertada al fin de la escla- decisivo. Josina moría de hambre, Josina sollozaba y
vitud y llegando á la ciudad de la justicia y de la paz. esto no podía tolerarse por más tiempo. Había que
Y había visto, había oído á Beauclair crujiendo por obrar por fin, tenía que ir derecho en socorro de tan-
todas partes, porque la lucha fraficida no era sólo ta miseria y de tanto sufrimiento, para que la ini-
entre las clases; el fermento destructor había llegado quidad cesara.
hasta las familias, pasaba un viento de locura y de En esto Lucas, rendido por el cansancio, acabó por
odio que llevaba la rabia á los corazones. Monstruosos adormecerse. Pero de repente creyó oír voces que le
dramas manchaban los hogares, volcando en la cloaca llamaban y despertó sobresaltado. ¿No eran lamentos
padres, madres, hijos. Se mentía, se robaba, se mataba. lejanos, no había oído á los miserables en peligro de
Al extremo de la miseria y del hambre, estaba forzo- muerte pedir socorro? Se incorporó, con oído atento,
samente el crimen, la mujer que se vendía, el hombre para no oír más que el vibrar de la sombra. Todo su
que se entregaba al alcohol, la bestia exasperada re- corazón estaba dolorido, oprimido por la angustia ho-
volcándose, coceando para satisfacer el vicio. rrorosa de una certidumbre; que en aquel instante
Muchas, muchas señales espantosas anunciaban la mismo, millones de pobres seres agonizaban bajo el
inevitable catástrofe próxima, la vieja andamiada iba peso que los aplastaba, de la iniquidad social. Lue-
á hundirse en lodo y en sangre. go, cuando temblando otra vez se inclinó sobre la al-
Entonces, espantado ante estas visiones de vergüen- mohada, rendido al sueño, volvieron á resonar las vo-
za y de castigo, llorando con toda la ternura huma- ces que le llamaban; volvió á levantar la cabeza, vol-
na que se quejaba dentro de él, Lucas vió volver, vió á escuchar. Medio dormido, las sensaciones se ha-
del fondo de las espesas tinieblas, el pálido fantasma cían más intensas, extraordinariamente agudas. Y, en
de Josina, con su dulce sonrisa, tendiéndole los bra- adelante, cada vez que se adormecía oía las voces
zos con llamada seductora. Y ya no hubo más que más fuertes, llamándole desesperadas, para algo ur-
ella; sobre ella iba á desplomarse el edificio carcomi- gente, algo que era una imperiosa necesidad, sin que
do, consumido por la lepra. La niña obrera, débil, se él pudiera explicar su naturaleza. ¿A dónde correr,-
convertía en la victima única, con la mano- herida; para estar más pronto en el terreno de la lucha? ¿qué
y -moría de hambre, la prostitución la hacía rodar á hacer para preparar la victoria? No sabía; la vaga pq-
L
''A. A
^Lfr»
sadilla con que luchaba, le hacía padecer cruelmente. idea tan clara de su fuerza, de su valor, de la conside-
Era en la completa obscuridad, como una aurora muy rable evolución humana que traían. Eran toda una
lenta, como solicitaciones incesantes para una labor falange, toda una vanguardia del siglo futuro, que poco
que se obscurecía cada vez que estaba á punto de de- á poco iría siguiendo el inmenso ejército de los pue-
finirla. Y hé aquí que, dominando las voces, no hubo blos. Sobre todo, lo que le impresionaba, viéndolos así,
más que una, muy suave, que reconoció, la voz de Jo- tocándose, mezclados y en paz, de una soberana fuer-
sina, que se lamentaba y le suplicaba. Ella sólo es- za, una vez unidos, era su fraternidad profunda. Si no
taba allí; sintió la tibia caricia del beso que le había ignoraba las ideas contradictorias que los habían sepa-
dado en la mano, aspiró la fragancia del ramo de cla- rado algún día, los encarnizados combates que había
veles que le había arrojado, cuyo perfume silvestre habido entre ellos, hoy le parecían á todos hermanos,
le parecía llenar la estancia. reconciliados en el común evangelio, en las verdades
Desde este momento Lucas no luchó más, sacudió únicas y definitivas que entre todos habían traído. Y
el insomnio febril, para recobrar alguna calma. En- la gran aurora, que surgía de sus obras, era la religión
cendió luz, se levantó y so paseó un instante por el de la humanidad, cuya fe habían tenido todos, su amor
cuarto. No quería pensar en nada, esperando librarse á los desheredados de este mundo, su odio á la injusticia
así de la idea fija; procuró que le interesaran las cosas social, su creencia en el salvador trabajo.
que le rodeaban; miró los grabados antiguos colga- Lucas que había abierto la biblioteca, quiso esco-
dos en las paredes, los viejos muebles, que hablaban ger uno de aquellos libros; ya que no podía dormir,
de los hábitos de estudio y de la honrada sendllez del leería algunas páginas, esperando el sueño. Vaciló un
doctor Michón; cuanto había en la estancia venera- instante y se decidió por un volúmen muy pequeño*
ble, en que se sentía mucha bondad, mucha razón, en que un discípulo de Fourier había resumido toda
mucha prudencia. Luego, la biblioteca acabó por atraer- la doctrina del -naestro. El título «Solidaridad», le había
le exclusivamente. Era un estante con cristales, bas- impresionado; ¿no era aquello lo que necesitaba, las
tante grande, donde el antiguo saint-simoniano, el an- pocas páginas de fuerza y de aliento que había menes-
tiguo fourierista, había reunido una colección muy com- ter? Volvió á acostarse, y se puso á leer, interesándose
pleta de todas las obras humanitarias, que habían sido muy pronto, como por un drama conmovedor, en que
pasión de su juventud. Todos los filósofos sociales, todos la suerte de la raza ora el nudo. La doctrina, acumulada
los apóstoles del nuevo evangelio, estaban allí: Saint- asi, reducida al jugo de verdades que formulaba, adqui-
Simón, Fourier, Augusto Comte, Proudhon, Cavet, Pedro ría una fuerza extraordinaria. Ya sabía él todas aquellas
Leroux y otros varios; la colección completa, hasta los cosas, las había leído en los libros mismos del maestro*
discípulos más obscuros. Lucas con la vela en la mano, pero jamás le habían conmovido tanto, conquistándolo
se iba interesando, leía los nombres y los títulos en tan profundamente; ¿en qué disposición de espíritu
el lomo de los volúmenes, los contaba, se asombraba estaba, pues, en qué hora decisiva de su destino se
de su número, de tantas semillas buenas lanzadas al encontraba, para que su corazón y su cerebro se vie-
viento, de tantas buenas palabras como dormían allí, sen así poseídos entrando de un golpe en la certi-
esperando el día de la recolección. dumbre? El librito so animaba, todo tomaba un sen-
Había leído ya mucho, conocía las páginas capita- tido nuevo é inmediato, como si surgiesen hechos vi-
les de la mayor parte de aquellas obras. El sistema fi- vos y se realizaran á su presencia.
losófico, económico, social, de cada uno de aquellos Toda la doctrina de Fourier se desenvolvía; el ras-
autores, le era familiar. Pero se sentía invadido como go de genio era utilizar las pasiones del hombre como
por un aliento nuevo, al encontrarlos todos reunidos fuerza de la vida; el prolongado y desastroso error del
allí, en un grupo compacto. Jamás había tenido una catolicismo venía de haber querido domarlas, de ha-
berse esforzado por destruir al hombre en el hombre, sitaba la ciudad para vivir. La tendencia á la unidad*
para arrojarle á los pies de Dios, hecho de tiranía y á la armonía final, juntaba á los habitantes, los hacía
de nada. Las pasiones, en la libre sociedad futura, agruparse, clasificarse ellos mismos en series. Todo
habían de producir tanto bien como mal habían pro- el mecanismo consistía en eso; el trabajo dividido has-
ducido en la sociedad encadenada, aterrorizada, de los ta lo infinito, el obrero escogiendo la tarea que hiciera
siglos muertos. Eran el inmortal deseo, la energía única más á gusto, sin verse jamás clavado al mismo oficio,
que levanta los mundos, el foco interno de voluntad pudiendo pasar á voluntad de un grupo á otro, de una
y de fuerza, que da á cada sér el poder de obrar. labor á otra. No se trastornaría el mundo de un golpe,
Privado de una pasión, el hombre quedaría mutilado, se comenzaría poco á poco, experimentando el sistema
como privado de un sentido. Los instintos, rechazados, en una comunidad de algunos miles de almas, para hacer
aplastados hasta ahora como bestias feroces, ya no de ella un ejemplo vivo; y el sueño tomaba cuerpo, so
serían, libres al fin, más que las necesidades de la creaba la falange, base unitaria del gran ejército hu-
universal atracción, tendiendo á la unidad, trabajando mano, se edificaba el falansterio, la casa común. Al
entre obstáculos, para fundirse en armonía final, ex- principio, para salir del estado actual, nada más sen-
presión definitiva de la universal ventura. Y no había cillo, había que contentarse con llamar á todos los
egoístas, no había perezosos, no había holgazanes, sólo hombres de buena voluntad, á todos los que padecían
había hambrientos de unidad y de armonía, que cami- por tanta dolorosa injusticia. Se les asociaba, se creaba
narían como hermanos el día que viesen el camino una vasta organización de capital, de trabajo, de ta-
bastante amplio, para ir todos por él á sus anchas y lento; se mandaba á los que hoy tenían el dinero, los
felices; sólo había víctimas de la pesada servidumbre, brazos, el cerebro, que se entendieran, que se uniesen
que oprimía á los obreros manuales, que rechazaban para juntar su fortuna Producirían con una energía, con
tareas injustas, desmesuradas, mal apropiadas, todos una abundancia centuplicadas, se enriquecerían con bene-
dispuestos á trabajar con alegría, cuando no tuviesen ficios que se repartirían del modo más equitativo po-
más que su parte lógica, y por ellos escogida, de la gran sible, basta el día en que el capital, el trabajo, el
labor común. talento, no fuesen más que una sola cosa, el patrimo-
Venía luego el obro arranque genial, el trabajo con- nio común de una sociedad libre de hermanos, en
vertido en un honor, hecho función pública; el orgullo, que todo sería, al fin, de todos, en la armonía reali-
la, salud, la alegría, la misma ley de la vida. Bastaría zada.
con reorganizar el trabajo, para reorganizar la sociedad A cada página del libro brotaba el esplendor suave
entera, de la cual debía ser la obligación cívica, la de la palabra solidaridad, que era su titulo; algunas
regla vital. frases brillaban como faros, la razón del hombre era
Pero no se trataba ya de un trabajo brutalmente infalible, la verdad era absoluta, una verdad que la
impuesto á los vencidos, á mercenarios, que se envi- ciencia ha demostrado, se hacía irrevocable, eterna.
lecía, que se aplastaba, tratándoles como hambrien- El trabajo debía ser una fiesta. La felicidad de cada
tas bestias de carga; se trataba de un trabajo acep- cual no se lograría, andando el tiempo, más que por
tado por todos, repartido según las gustos y tempe- la dicha de los demás; no habría envidia, ni odio,
ramentos, practicado durante el muy corto número de cuando hubiese sitio en la tierra para la felicidad de
horas indispensable, variando sin cesar, á elección de todos. En la máquina social, las ruedas intermedia-
los obreros voluntarios. Una ciudad, una comunidad, rias, se destruían como inútiles, porque robaban fuer-
no era más que una inmensa colmena, en la cual za; y así el comercio quedaba condenado, el consumi-
no había an solo ocioso, donde cada ciudadano ponía dor sólo se entendía con el productor, se segaba de
gu parte de esfuerzo en la obra común, de que nece- un sólo golpe de guadaña todos los parásitos, la iníi-
í - 168 M en 169 ?=s
nita maleza que vive de la corrupción social, del es- voces ya no resonaban, como si los desheredados que
tado de guerra permanente en que agonizan los hom- las lanzaban, seguros de haber sido oídos para en
bres. No más ejército, no más tribunales, no más pri- adelante, esperasen con paciencia. La semilla estaba
siones. Por encima de todo, en esta gran aurora que echada, el fruto nacería, el libro menudo había vivi-
al fin surgía, la justicia brillaba como un sol destru- do, en manos de un apóstol y de un héroe; la misión
yendo la miseria, dando á cada sér que nace el derecho se cumpliría, á la hora señalada por la evolución. Y
á la vida, él pan de cada día, realizando para cada cual Lucas mismo no tenía ya fiebre, no se interrogaba
la suma de felicidad real que se le debe. con ansiedad, aunque la solución al problema que le
Lucas ya no leía, reflexionaba. Todo el siglo diez apasionaba quedase como en suspenso. Se sentía fe-
V nueve, grande y heróico, se aparecía en su continua cundado por la idea, con la absoluta convicción de
batalla, en su esfuerzo tan doloroso y valiente, en pos que algo daría á luz. Tal vez al día siguiente, si dor-
de la verdad y de la justicia. De un cabo á otro, el mía bien aquella noche. Y acabó por ceder á la gran
irresistible movimiento democrático, la marcha as- necesidad de descanso, y se durmió con delicia, con
cendente del pueblo, le llenaba. La revolución sólo sueño profundo, visitado por el genio, por la fe y por
había traído al poder la burguesía, hacía falta un si- la voluntad.
glo más , para que la evolución se cumpliera, para que Al día siguiente, á las siete, cuando Lucas desper-
todo el pueblo tuviera su parte. Las semillas germi- tó, su primer pensamiento, al ver el sol levantarse en
nttban en el viejo terruño monárquico, cavado sin ce- un extenso cielo claro, fué echar á correr, sin preve-
sar; y désde las jornadas del 48, la cuestión del sa- nir á los Jordán, y subir la escalera de piedra del hor-
lario se planteaba claramente, las reivindicaciones de no alto. Quería volver á ver á Morfain, hablar con él,
los trabajadores se precisaban más y más, sacudían pedirle algunos informes. Obedecía á una especie de
el nuevo régimen burgués, que poseía, y á quien la súbita inspiración, sobre todo ganoso de adquirir una
posesión egoísta, tiránica, corrompía á su vez. Y ahora, opinión precisa acerca do la antigua mina abandona-
en el umbral del siglo próximo, en cuanto el empuje da; y se decía, que el maestro fundidor, hijo de la
creciente del pueblo hubiera arrastrado la vieja anda- montaña, debía de conocerla piedra á piedra. Y en
miada social, la reorganización del trabajo serviría de efecto, Morfain, á quien encontró levantado, después
fundamento á la sociedad futura, que sólo podría exislir de pasar la noche al lado del horno alto, ya, con se-
por una justa distribución de la riqueza. Toda la nueva guridad, devuelto á su marcha regular, Morfain, mos-
etapa necesaria y próxima estaba en eso. tró gran interés en cuanto oyó hablar de la mina.
La violenta crisis que había hecho hundirse los im- Siempre había tenido una idea, que nadie quería oír,-
perios, cuando el mundo antiguo había pasado de la aunque él la repetía con frecuencia. Para él, el viejo
esclavitud al salario, no era nada junto á la terrible Laroche, el ingeniero, se había equivocado al perder
crisis actual, que hacía cien años sacudía y asolaba la esperanza demasiado pronto y abandonar la mina
los pueblos; esta crisis del salario, evolucionando, trans- en cuanto la explotación dejó de ser productiva.
formándose, convirtiéndose en otra cosa. Y de esta otra Sin duda, el filón se había hecho detestable, sul-
cosa debía nacer la ciudad feliz y fraternal de mañana. furado y fosfatado» hasta tal punto, que no se le sa-
Suavemente, Lucas dejó el menudo libro y apagó caba ningún provecho en la fundición. Pero Morfain
la luz. Ya había leído, se había calmado, sentía re- seguía convencido de que era sencillamente porque se
nacer el sueño apacible y reparador. No era que se estaba atravesando una veta mala; de suerte, que bas-
hubiesen formulado respuestas claras á las cuestio- taría seguir avanzando en las galerías, ó mejor, abrir-
nes urgentes, á las voces de angustia que venían de las nuevas en un costado de la garganta, que él indicaría,
las tinieblas y que le habían transtornado. Pero estas si se quería volver á encontrar el excelente mineral
« 170 -h » 171 «
de antaño. Y apoyaba su certidumbre en hechos de ob- menzaba á alarmarse, ignorando lo qué había sido de él.
servación, en su conocimiento de todas las rocas del con- Se disculpó por no haberles avisado, y contó que se
torno, á que él trepaba y que pisaba hacía cuarenta había extraviado en las mesetas de los montes, y que
años. había almorzado en casa de unos aldeanos. Si se per-
No tenía ciencia seguramente, no era más que un mitía esta mentirijilla, era porque los Jordán, todavía
pobre obrero, que no se permitía discutir con los se- á la mesa, no estaban solos. Como todos los segundos
ñores ingenieros; pero así y todo, extrañaba que no martes de mes, tenía tres convidados, el cura Marle, el
se hubiese tenido confianza en su buen olfato, y que doctor Novarre y el maestro Hermeline, á los cuales
se hubieran .encogido de hombros, sin consentir si- Sœurette gustaba de reunir; y los llamaba riendo, su
quiera en probar si era cierto lo que él anunciaba, por gran Consejo, porque los tres la ayudaban en sus obras
medio de algunos sondeos. de caridad. La Crécherie, tan cerrada, en la que Jordán
La tranquila convicción de aquel hombre impresionó vivía, á lo sabio solitario, como en un claustro, dejaba,
vivamente á Lucas, que por su parte juzgaba con se- sin embargo, franca entrada á aquellos tres señores,
veridad la inercia do Laroche, el abandono en que había tratados como íntimos; y no se podría decir que debían
dejado la mina aun después de descubierto el procedi- esto favor á su buena armonía, pues siempre estaban
miento químico, que habría permitido utilizar con pro- disputando; pero sus continuas discusiones divertían á
vecho el mineral defectuoso. Esto indicaba en qué soño- Sœurette, que por ellas los apreciaba más, pensando que
lienta rutina había caído la explotación del horno alto. distraían á Jordán, que les escuchaba sonriendo.
Desde hoy había que volver á la mina, aunque hubiera, —¿De modo que ha almorzado Usted?—dijo la jo-
que trabajar el mineral químicamente. |Y qué sería si ven á Lucas;—pero eso no le impedirá tomar una ta-
la certidumbre de Morfain se realizaba, si se volvía á za de café con nosotros, ¿verdad?
dar con nuevos filones ricos y puros! —Venga la taza de café—respondió alegremente;^
Por lo cual, aceptó la proposición del maestro fun- es usted demasiado amable, sólo merezco las más duras
didor de ir á dar inmediatamente un paseo hacia las quejas.
galerías abandonadas, para poder explicarle su idea Pasaron al salón. Las ventanas estaban abiertas;
sobre el terreno. En la mañana clara y fresca de Sep- el parque mostraba su verdura, el encanto de los gran-
tiembre, fué aquella una excursión deliciosa, atrave- des árboles entraba en un olor exquisito. Sobre un
sando rocas, en soledades salvajes, que embalsamaba velador, en un vaso de porcelana, había un admirable
la alhucema. Durante tres horas, por los costados de ramo de rosas, de las que el doctor Novarre cultiva-
las gargantas, treparon ambos, entraron en las cuevas, ba con cariño, y de las que siempre traía un manojo
siguieron las pendientes, cubiertas de pinos, en que á Sœurette cuando almorzaba en la Crécherie. Mien-
asomaba la piedra, como el esqueleto de algún cuerpo tras se servía el café, siguió la discusión entre el cura
inmenso, allí enterrado. Poco á poco la convicción do y el maestro, que, desde los entremeses, no habían
Morfain pasaba al ánimo d e Lucas, por lo menos le daba cesado de disputar acerca de las cuestiones de ins-
una esperanza, la de todo un tesoro que la pereza de trucción y educación.
los hombres dejaba allí abandonado, y que la tierra, —Si usted no adelanta nada con sus discípulos-
la madre inagotable, estaba presta á dar todavía afirmó Marie,—es que ha arrojado á Dios de la escue-
Había pasado el mediodía; Lucas aceptó un almuer- la. Dios es el Señor do las inteligencias, sin El nada
zo de huevos y leche, allá en lo alto de los Montes se sabe.
Bleuses. Y cuando bajó, cerca de las dos, encantado, Alto, fornido, la nariz aguileña, de robusta ancha
lleno el pecho de las ráfagas libres de la montaña, faz, de facciones regulares, hablaba con la obstina-
fué acogido por las aclamaciones de Jordán, que co- ción autoritaria de su doctrina estrecha, poniendo la
salvación del mundo en el catolicismo, practicado á copiáis, cuando habláis de reconstruir no sé qué estad«
la letra, con estricta observancia de los dogmas. En ateo, en que Dios sería reemplazado por un mecanis-
frente de él, Hermeline, el maestro, menudo, de res- mo que instruiría y gobernaría á los hombres!
tro anguloso, frente huesuda, aguda barba, se obsti- —¡Un íhecanismo! ¿Y por qué no?—gritó Herme-
naba también, frío en su rabia, también formulista y line, exasperado por lo que tenía de verdad el ataque
autoritario, creyente de una religión mecánica de pro- del clérigo.—Roma no ha sido jamás más que la pren-
greso,r ealizada á fuerza de leyes, y "á lo militar. sa de un lagar, que se ha bebido la sangre del mundo.
—I Déjeme usted en paz con su Dios, que jamás ha Cuando la discusión llegaba á ser tan violenta, el
llevado á los hombres más que al error y á la ruina!... doctor Novarre intervenía con aire sonriente y conci-
Si no saco nada de mis discípulos, es, por lo pronto, liador.
porque me los llevan antes de tiempo, para meterlos —Vamos, vamos, no hay que acalorarse. Poco les
en la fábrica; y después, y sobre todo, es que la dis- falta á ustedes para entenderse, puesto que cada cual
ciplina se quebranta cada vez más, y el maestro ya no acusa al otro de que le copia la religión.
tiene autoridad alguna, ¡Palabra! si me dejasen re- Novarre, pequeño, endeble, de nariz delgada y ojos
partir de cuando en cuando algunos garrotazos, creo finos, era tolerante, muy suave, algo irónico, y en-
que eso les abriría un poco el cráneo. tregado á la ciencia; huía de tomar con caior las cues-
Y como Sœurette, asustada de tal doctrina, protes- tiones políticas y sociales. Decía como Jordán, del que
tase, el maestro se explicó. Para él, sólo había un me- era muy amigo, que él se casaba con la verdad, el día
dio de salvación en la corrupción general; doblegar en que ésta quedaba demostrada científicamente. Por
á los niños, sometiéndoles á la disciplina de la liber- lo demás, muy modesto, hasta tímido, sin ninguna am-
tad, meterles en el cuerpo el régimen republicano, á bición, se contentaba con cuidar á sus enfermos lo
la fuerza si era preciso, para que nunca saliese ya mejor que podía; sin más pasión que el cultivo de sus
de allí. Su anhelo era hacer de cada alumno un ser- Tosales, entre los cuatro muros de su jardín, pequeño,
vidor del Estado, esclavo del Estado, sacrificando al donde vivía á sus solas, en paz venturosa.
Estado su personalidad entera. No veía nada más allá Hasta entonces Lucas se había contentado con oír;
de la misma lección, aprendida por todos de la misma pero al fin se acordó de su lectura de la noche, y
manera, con el mismo ñn de servir á la comunidad. Tal habló:
era su dura y triste religión, de una democracia emanci- —Lo terrible en nuestras escuelas, es que se parte
pada del pasado, á fuerza de castigos, condenada de de la idea de que el hombre es malo, de que trae con-
nuevo á trabajos forzados; la felicidad decretada bajo sigo, al nacer, la rebeldía y la pereza, y que hace fdl-
la férula obedecida de los maestros. ta todo un sistema de castigos y recompensas, si se
—-Fuera del catolicismo no hay más que tinieblas—' quiere sacar de él algo bueno. Así, se ha hecho de la
repitió con obstinación el cura. instrucción una tortura, el estudió ha llegado á ser
—[Pero si se desmorona!—exclamó Hermeline.—Por tan áspero para nuestros cerebros como los trabajos
eso necesitamos construir otra armazón social. manuales para nuestros miembros. Nuestros %profcso-
El clérigo tenía sin duda conciencia de la suprema res se han convertido en cómitres de las galeras uni-
batalla que el catolicismo daba al espíritu de la cien- versitarias, y su misión es petrificár las inteligencias,
cia, que iba venciendo día por día. Pero no quería re- según los programas, metiéndolas todas en el mismo
conocerlo; ni siquiera confesaba que poco á poco la molde, sin tener en cuenta las individualidades diver-
iglesia se le quedaba vacía. sas. No son más que matadores de iniciativas, aplastan
—-lEl catolicismo!—replicó.—Su trabazón es tan só- el espíritu crítico, el libre examen, el despertar perso-
lida, tan eterna, tan divina, que vosotros mismos la nal del talento, bajo el montón de las ideas hechas, de
las verdades oficiales; y lo peor es, que así se daña el
carácter tau profundamente como la inteligencia, y que muscular mucho mayor que una obrera, clavada de
tal enseñanza sólo produce impotentes ó hipócritas. lante de su mesa, bordando hasta la m¡añana? ¿ Esos hom-
Hermeline debió creerse personalmente aludido, y con bres de vida disipada, alegre, en continua exhibición,
tono agrio interrumpió: en constantes fiestas, que los agotan, ¿no aceptan cargas
—Pero, ¿cómo quiere usted que se proceda, caba- tan duras como 1 as faenas de los obreros, que trabajan
llero? jvaya usted á reemplazarme en mi puesto, y delante de un banco en el torno? Acuérdense ustedes
usted verá lo qué saca de los chicos, si no los somete de la alegría con que, al dejar una tarea que nos re-
á ur^a misma disciplina, como maestro que para ello pugna, nos lanzamos al juego violento, que quebranta
es encarnación de la autoridad. nuestros miembros. Quiere decirse que el trabajo, la
i—El maestro—continuó Lucas, coa aire soñador,^ fatiga física, sólo es una carga cuando no es de nuestro
no debe hacer más que despertar energías. Es un profe- gusto. Y si se llegara á no imponer á nadie más que
sor de energía individual, encargado, sencillamente, de el trabajo agradable, libremente escogido, de seguro
descubrir la aptitud del niño, con motivo de la enseñanza, no habría perezosos.
provocando el desenvolvimiento de su personalidad. Hay Ahora fué Hermeline quien se encogió de hombros.
en el hombre una inmensa, una insaciable necesidad —Pregunte usted á un niño qué prefiere, la gramá-
de aprender, de saber, que debiera ser el único aci- tica ó la aritmética. Besponderá que más le gusta que-
cate del estudio, sin que hiciera falta castigar ni re- darse sin las dos. La experiencia lo dice. El niño es
compensar. Bastaría evidentemente con facilitar á cada un arbolillo, que hay que enderezar y corregir.
cual el estudio que le agradase, dándole atractivo, y —Y no se corrige—concluyó el clérigo, de acuerdo
dejándole entregarse á él, y progresar por la fuerza de esta vez con el maestro,—más que aniquilando en el
su propia compresión, con el placer de los continuos des- hombre todo lo que el pecado original ha dejado en
cubrimientos. ¿En qué consiste todo el problema de la él de vergonzoso y de diabólico.
educación y de la instrucción? En que los hombres Hubo un momento de silencio. Sœurette escuchaba
hagan hombres, tratándoles como hombres. con atención, mientras Jordán miraba la lontananza,
liarle, el cura, que acababa su taza de café, se en- por una de las ventanas, y dejaba á su fantasía vagar
cogió de hombros, y como sacerdote, á quien el dog- bajo los árboles corpulentos. Lucas reconocía en todo
ma hace infalible, dijo: aquello la concepción pesimista del catolicismo, aco-
—El pecado está en el hombre; sólo puede salvar- gida por los sectarios de Un progreso que decretaba el
se por la penitencia. La pereza, uno de los pecados ca- Estado, á fuerza de autoridad. El hombre se había
pitales, no se expía más que por el trabajo, castigo condenado, perdido, la primera vez; después se había
que Dios impuso al hombre después de la culpa. redimido y estaba en peligro de perderse otra vez. Un
—Pero eso es un error, señor cura—dijo tranquila- Dios envidioso y colérico, le trataba como á un niño,
mente el doctor Novarre,—la pereza no es más que mía que siempre estaba en falta, se acosaba sus pasiones,
enfermedad, cuando existe realmente; quiero decir cuan- se luchaba, hacía siglos, por anularlas, se hacía es-
do el cuerpo rechaza todo trabajo y repugna la menor fuerzos para matar el hombre en el hombre. Y otra
fatiga. En tal caso, esté usted seguro de que esta flo- vez evocaba Lucas á Fourier, con las pasiones utili-
jedad invencible anuncia graves desórdenes interiores. zadas, ennoblecidas, convertidas en energías necesa-
No siendo así, ¿dónde ha visto usted esos perezosos? rias y creadoras, con el hombre al fin emancipado
Tomemos por ejemplo los ociosos de raza, de hábito y del peso abrumador é inmortal de las religiones de la
por gusto. Una mujer mundana que baila toda la noche nada, que no son más que atroz policía social, para
¿no se quema loa fijos más, no hace un gasto de fuerza mantener la usurpación de los poderosos y de los ri-
eos. Entonces, sumido en su ensueño, Lucas replicó esfuerzo de la humanidad en marcha, todo el progre-
lentamente, como pensando en alta voz: so, toda la ciencia, van á esa ciudad futura.
—Bastaría convencer al hombre de esta verdad: que Pero el; maestro, que ya no le escuchaba, la tomó
la mayor dicha posible de cada cual está en la mayor otra vez con el clérigo.
dicha realizada de todos. —|Ahl no, señor cura, no hay que volver con la
Pero Hermeline y el cura, se echaron á reír.—¡Bo- promesa de un paraíso, que engaña á los pobros dia-
nito remedio 1—dijo irónicamente el maestro,—-comien- blos. Además, vuestro Jesús es nuestro, nos lo habéis
za usted por despertar las energías para destruir el inte- quitado, le habéis acomodado á las exigencias do vues-
rés personal. Cuando el hombre no trabaje para sí,- tar dominación. En el fondo, no era más que un revo-
¿ qué palanca le movería á la acción ? El interés personal lucionario y un librepensador.
es el fuego bajo la caldera, se le encuentra en el naci- Volvieron á la batalla, y fué preciso que el doctor
miento de cada trabajo. Y usted lo aniquila, comienza Novarre les separase otra vez, dando la razón ya á uno
por castrar el egoísmo del hombre, usted que le quería ya á otro. Como siempre, es claro, la cuestión quedó
con todos sus instintos... ¿Sin duda cuenta usted con pendiente; jamás mediaba una solución decisiva. Ya
la conciencia, con la idea del honor y del deber? habían tomado el café, hacía mucho tiempo, y fué
—No necesito contar con eso—respondió Lucas, en Jordán, caviloso, quien dijo la última palabra.
el mismo tono tranquilo—Por lo demás, el egoísmo, —La única verdad está en el trabajo; el mundo se-
tal como lo hemos entendido has la ahora, nos ha dado rá, algún día, lo que el trabajo haga de él.
una sociedad tan espantosa, asolada por tantos odios Y Sœurette, que había escuchado con gran interés
y sufrimientos, que bien podemos permitirnos ensa- á Lucas, sin intervenir, habló de un asilo, que tenía
yar otro factor. Pero repito que acepto el egoísmo, si pensado, para los niños de pocos años, de las obreras
se entiende por tal el muy legítimo deseo, la inven- empleadas en las fábricas. Desde este momento, la
cible necesidad que todos tenemos, de ser dichosos. conversación entre médico, maestro y sacerdote, fué
Lejos de destruir el interés personal, lo refuerzo preci- amable, amistosa; hablaron de los medios prácticos
sándolo, haciendo de él lo que debe ser, para crear la para poner en planta aquel asilo, y evitar en él lps
ciudad dichosa, en que la ventura do todos realizará abusos de los establecimientos similares. En el par-
la de cada cual; y basta para ello que estemos con- que, la sombra de los altos árboles se extendía alar-
vaencidos de que trabaajmos para nosotros, trabajando gándose sobre la pradera, en tanto que posaban el vue-
para los demás. La justicia social siembra el odio eter- lo sobre la hierba, las palomas zuritas, esponjándose al
no, y recoge el universal dolor. Por eso hace falta en- dorado sol de Septiembre.
tenderse, reorganizar el trabajo, basándolo en esta ver- Ya eran las cuatro, cuando los tres convidados de-
dad, cierta, que la suma más grande^ de nuestras fe- jaron la Crécherie. Jordán y Lucas, les acompañaron
licidades se formará un día con todas las felicidades* hasta las primeras casas de la ciudad, por mover un
en todos los hogares de nuestros vecinos. poco las piernas. Luego, al volver, á través de los te-
rrenos pedregosos, que Jordán dejaba improductivos,
Sonreía burlón Hermeline, y Marle el cura volvió quiso éste dar un rodeo, prolongando el paseo y lle-
á hablar. gando á casa de Lange, el alfarero. Le había dejado
—Amaos los unos á los otros, esa es la moral de instalarse en un rincón silvestre, y perdido de su do-
nuestro divino maestro. Pero también ha dicho que minio, más abajo del horno alto, sin pedirle ninguna
la felicidad no era de este mundo; y es una culpable clase de renta. Lange, lo mismo que Morfain, había
locura querer realizar sobre la tierra el reino de Dios,- convertido en vivienda una cueva, abierta por los an-
que está en el cielo. 1r ahajo.—'Tomo I.—l§
—Pues se realizará algún día—dijo Lucas.—Todo el
tigúos tormentes, en la base de los Montes Bieuses, arrastrar tí cochecillo en que pasea su eacharfería do
en el costado de la gigantesca muralla que formaba feria en feria. Esa es su manera de colocar sus pro-
el promontorio. Y babía llegado á construir tres hor- ductos, bien conocidos en toda la región.
nos, cerca de la ladera, donde cocía la arcilla: y allí De pie, en el umbral del estrecho recinto, cerrado
vivía, sin Dios ni amo, en la libre independencia de por una verja, la Descalza miraba llegar á aquellos
su trabajo. señores; y pudo Lucas verla á su sabor,- con su faz
—•Sin duda, es un exaltado — añadió Jordán, á morena, de grandes facciones regulares y atezadas, la
quien Lucas preguntaba con mucho interés.—Lo que cabellera negra como tinta, los ojos grandes, de sal-
usted ihe ha dicho, s u arranque violento de la otra vaje, que se llenaban de una dulzura inefable, cuando
noche, en la calle de Brias, no me asombra^ por ser miraban á Lange. Beparó sus pies desnudos, de niña,
suyo; y ha tenido suerte en que le soltaran, porque de bronce claro, que pisaban el suelo arcilloso, siem-
podía haberlo pasado mal, por lo mucho que se com- pre húmedo; estaba en traje de faena,- cubierta apenas
promete. Pero no puede usted figurarse lo inteligente por una tela gris, enseñando la pierna fina de lidia-
que es, y el arte que pone en sus sencillas; vasijas de dora, sus brazos nervudos, el seno duro y pequeño.
barro, á pesar de que no tiene instrucción alguna. Ha Después de asegurarse de que el caballero que acom-
nacido aquí, de obreros pobres, huérfano á los diez pañaba al dueño del dominio debía de ser un amigo,
años, obligado á servir de peón á los albañiles'; des- dejó el puesto de observación y volvió junto al horno
pués, aprendió el oficio de alfarero, llegó á ser patrono que cuidaba, en cuanto avisó al amo.
de sí mismo, como él dice riendo, desde que le permití —¡ Ah! jes usted, señor JordánI—exclamó Lange, pre-
instalarse en mis dominios... Me interesan, sobre to- sentándose.—Figúrese usted, que, desde la aventura de
do, sus ensayos en tierras refractarias, pues ya sabe la otra noche, la Descalza se imagina á cada instante
usted que busco la que pueda resistir mejor las terri- que vienen á prenderme. Y creo que si algún polizonte
bles temperaturas de los hornos eléctricos. se presentara, no saldría entero de sus uñas... Vendrá us-
Lucas, al levantar los ojos, distinguió entre la ma- ted á ver mis nuevos ladrillos refractarios. Aquí los
leza todo un campamento de bárbaro, rodeado de un tiene usted. Yo le explicaré su composición.
muro pequeño de piedra seca. En el umbral, una jo- Lucas reconocía perfectamente al hombrecillo rudo,-
ven morena, alta y hermosa, estaba de pie. y como nudoso, que había entrevisto, en la obscuri-
—¿Está casado?—preguntó Lucas. dad de la calle de Brias, anunciando la inevitable
—No, pero vive con esa joven, que es "á la vez su catástrofe final, lanzando el anatema sobre la ciudad
esclava y su mujer... Toda una historia. Hace cinco de Beauclair, corrompida, condenada por sus críme-
años, tenía ella quince apenas, la encontró enferma, nes. Pero ahora, que podía detallar sus facciones, ad-
moribunda, en una zanja, abandonada allí, sin duda, miraba su ancha frente, que desaparecía bajo la ne-
por alguna banda de bohemios. Jamás se ha sabido gra maleza del cabello, sus ojos vivos, llenos de inte-
claramente de dónde venía, y ella calla si la pregun- ligencia, por donde pasaban súbitas llamas de cóle-
tan. Lange se la llevó á casa á cuestas; la cuidó, la ra; y sobre todo, bajo aquella corteza grosera, bajo
curó, y no sabe usted qué ardiente gratitud le conser- la aparente violencia, le sorprendía adivinar una al-
vó esa muchacha; es para él como un perro, una co- ma contemplativa, un amable soñador, un simple poe-
sa.. No traía zapatos, cuando la recogió; todavía hoy ta rústico, que por lo absoluto de su ideal de justicia,
apenas se los pone/ más que para bajar á la ciudad. iba á dar al deseo de hacer saltar ©1 viejo mundo cul-
De suerte, que en toda la comarca, y Lange también, pable.
la llaman la Descalza... No emplea más obrero qüe Jordán, después de presentarlo 4 Lucas, eemo un
ella; la Descalza es su peón, y también le ayuda á
ingeniero amigo suyo, quiso que Lange le enseñara
lo que en broma llamaba él su museo. ideas de anarquía extremosa, que había adquirido en
—Si tiene usted gusto en ello... Todo lo hago por algunos folletos que habían llegado á él, y quedado
divertirme; son cachivaches, que llevo al horno por en su poder, ni él mismo sabía por qué casualidad.
distraerme... Ahí los tiene usted. Todo ese barro, bajo Por lo pronto, había que destruirlo todo, apoderarse
ese cobertizo... Puede usted verlo, mientras yo expli- por la revolución de todo; la salvación no estaba más
co mis ladrillos al señor Jordán. ni que en la destrucción de toda autoridad; pues si que-
Creció el asombro de Lúeas. Había bajo el cober- daba un solo poder en pie, aun ínfimo, bastaría para
tizo monigotes de loza, vasos, pucheros, platos de for- la reconstrucción del edificio entero de iniquidad y
mas y de colores singulares, que aun demostrando una tiranía. En seguida, la «comunne» libre podría estable-
gran ignorancia, eran deliciosos por su original sen- cerse, sin gobierno alguno, gracias al acuerdo de los
cillez candorosa. Los azares del fuego se manifesta- grupos, variados sin cesar, continuamente modificados,
ban arrogantes, brillaban los esmaltes con inaudita según las necesidades y los deseos de cada cual.
riqueza de, tonos; pero lo que más le asombraba en la -Admiróse Lucas de volver á dar con estas teorías,
alfarería corriente que Lange fabricaba para su clien- con las series de Fourier: pues el sueño final era el
tela ordinaria de los mercados y de las ferias, la va- mismo, invocar las pasiones creadoras, la expansión
jilla, las ollas, los cántaros, l,os barreños, era la ele- del individuo, emancipado en una sociedad harmóni-
gancia de las formas, lo agradable de los colores pu- ca, en que el bien de cada cindadano necesitaba del
ros, toda una feliz florescencia del genio popular. Pa- bien de todos; pero los caminos eran diferentes, el
recía que el alfarero había sacado este genio de su anarquista no era más que un fourierista, un colec-
raza; que sus obras, en las que alentaba el alma del tivista desengañado, exasperado, que ya no creía en
pueblo, nacían naturalmente, de sus dedos, gordos, los medios políticos, resuelto á conquistar por la fuer-
como si hubiese vuelto á encontrar por instinto los za, por el exterminio, la felicidad social, puesto que
moldes primitivos de una belleza práctica admirabie. siglos y siglos de lenta evolución, al parecer, no la
La obra maestra se realizaba on cada empeño, en cada traían. La catástrofe, el volcán estaba en la natura-
objeto era según su uso lo pedía, y por esto, de una leza. Así que, cuando Lucas nombró á Bonnaire, Lan-
verdad sencilla, llena de gracia. ge mostró feroz ironía y trató al maestro fundidor con
más amargo desdén que si fuera un burgués, i Ah! sí;
Cuando Lange volvió con Jordán, que le había en- el cuartel de Bonnaire, ese colectivismo en que esta-
cargado algunos centenares de ladrillos para experi- ría uno numerado y disciplinado, en prisiones, como
mentar un nuevo horno eléctrico, recibió sonriendo los en presidio. Y extendiendo el puño hacia Beauclair,
plácemes de Lucas, quo se maravillaba del tono alegre cuyos cercanos tejados dominaba desde allí, volvió á
de aquella loza, tan ligera, de púrpura y azul, florida, sus lamentaciones, á sus maldiciones de profeta, lanza-
brillando al sol. das contra la ciudad corrompida, que el fuego iba á
—Sí, sí, esto es meter las amapolas y los azulejos destruir, y que sería arrasada para que de sus cenizas
de los trigos por las casas... Siempre he creído que naciese al fin la ciudad de verdad y de justicia.
se tjebía adornar con esto los tejados y fachadas. No
saldría muy caro, si los comerciantes no robasen; y Pasmado de tanta violencia, Jordán le miraba con
ya vería usted qué hermosa parecería así una ciudad, curiosidad.
un verdadero ramillete, entre el verdor... Pero no se —Pero, vamos á ver; Lange, amigo mío, usted no
puede hacer nada, con estos sucios de burgueses del me parece desgraciado.
día. —Yo, señor Jordán, soy muy feliz, todo lo feliz quo
Y volvió en seguiQa á su pasión de sectario; á sus se puede ser... Vivo aquí libre, esto es casi la anar-
quía realizada. Usted me ha dejado tomar este peda-
zo de tierra que es de todos; y soy nri amo, no pago Y reía con risa'estática, el rostro demudado; y, co-
alquiler á nadie. Después, trabajo 4 mi antojo, ni ten- mo la níoza morena también riese con él, añadió:
go patrono que me aplaste, ni jornalero á quien yo —¿No es eso, Descalza? yo tiraré y tú empujarás,
aplastar; rendo yo mismo mis ollas y mis cántaros, será un paseo, aún más divertido que el de la ribera
a la buena gente que los necesita, sin que me roben del Mionna, bajo los sauces, cuando vamos á la feria
los comerciantes, ni permitirles robar á los compra- de Magnolles.
dores. Y todavía me queda tiempo para divertirme,- ( Jordán no discutió; no hizo más que un ademán,
cuando se me antoja, en cocer estos muñecos de loza, dando á entender l o disparatada que parecía seme-
estos cacharros, estos azulejos llenos de adornos, cu- jante idea, al sabio que llevaba dentro de sí. Pero,
yos vivos colores me alegran los ojos... ¡Oh, oh! no, coando, después de despedirse, estuvieron en el cami-
aquí no nos quejamos, estamos contentos con la vida, no de la Crécherie, sintió Lucas que llevaba consigo
cuando el sol nos alegra, ¿no es así, amiga Descalza? la impresión, que le estremecía, de aquella gran poe-
La joren se había acercado, medio desnuda y en sía negra, de aquel sueño de felicidad por la destruc-
su traje de faena, con las manos teñidas del color ro- ción, que sin cesar agitaba el cerebro de algunos poe-
sado de la vasija que acababa de sacar del horno. Y tas simplistas, entre la muchedumbre de los deshere-
sonreía, de divina manera, mirando al hombre, al dios dados. Ambos entraron en casa silenciosos, perdido cada
cuya sierva se había hecho, á quien daba cuerpo y cual en sus meditaciones.
alma en continuo regalo. En el laboratorio, donde entraron directamente, en-
—Pero esto no quita—prosiguió Lange,—que haya contraron á Soeurette, que, ante una mesita, copiaba
demasiados pobres maricas, que aguantan, y que haya en paz un manuscrito de su hermano. Muchas veces
que volar á Beauclair, un día de estos, para reedifi- se ponía un largo delantal azul, para servir de ayu-
carlo con decencia. Sólo la propaganda por el hecho,- dante preparador en ciertos experimentos delicados.
la bomba, puede despertar al pueblo... ¿Y qué me Cuando entraron, se contentó con levantar la cabeza
dice usted de esto? Tengo aquí lo necesario para pre- y sonreír, y volvió á su trabajo.
parar dos ó tres docenas de bombas, de una fuerza —¡Ah 1—dijo Jordán tendiéndose en una butaca;—<i
extraordinaria. Bueno, pues el mejor día, salgo por decididamente no hay para mí horas felices más que
ahí con mi coche, al cual yo me engancho y la Des- aquí: en medio de mis aparatos y de mis papelotes...
calza empuja por detrás. Y que pesa por cierto cuan- En cuanto entro, vuelven á mi corazón la paz y la es-
do va cargado de cacharros, y hay que arrastrarlo peranza.
por los malos caminos- de las aldeas, de mercado en De una mirada cariñosa había pasado revista á la
mercado. Es justo, de cuando en cuando, un descansito ancha estancia, como para tomar de nuevo posesión,
bajo los árboles donde hay fuentes... Pero ese día no reconocerse allí, bañarse en el buen olor, calmante
salimos de Beauclair: va una bomba escondida en cada y confortativo, del trabajo. Estaba abierta la venta-
olla, dejamos una en la sub-Prefectura, otra en la na, el sol poniente entraba en una tibia caricia, mien-
Alcaldía otra en la Audiencia, otra en la cárcel, otra tras á lo lejos, se veía brillar, entre los árboles, los te-
en la iglesia, en fin, donde quiera que se encuentre una jados y las vidrieras de Beauclair.
autoridad que destruir. Arden las mechas, el fuego —iQué inútil miseria todas esas disputas!—exclamó
trabaja oculto el tiempo necesario, luego de un golpe Jordán, mientras Lucas se paseaba con lento paso,
salta Beauclair; una espantosa erupción de volcán lo —Después del almuerzo, oía al cura y al maestro,
quema y se lo lleva... ¡Eh! ¿qué tal? ¿qué les parece asombrado de que se perdiera el tiempo, queriendo
de mi paseito con mi coche, del reparto de ollas que convencerse, cuando se está, como ellos, en los extre-
imbrico, en bien del género humano? mos de las cuestiones, y no se habla la misma lengua.
¥ note usted que no. vienen aquí una sola vez sin vol-
ver idénticamente á las mismas discusiones, para que- se trata de saber lo más posible,' para llegar á la ma-
dar siempre como estaban.,.. Luego, qué desgraciado yor ventura posible. Y siendo así, repito, cuán despre-
empeño el de encerrarse de esa manera en lo absoluto^ ciables son los vaivenes políticos que apasionan á las
y combatir i fuerza de argumentos contradictorios! naciones... Mientras sé pone la salvación de un pue-
tiStoy por el doctor, que se divierte, reduciéndolos á blo en sostener ó derribar un ministerio, el sabio es
la nada á Jos dos, sólo con oponer el uno al otro. Lo el verdadero dueño del mañana, el día que ilumina á
mismo que ese Lange; ¿no da pena ver tan exce- la multitud con una nueva chispa de verdad. Cesa-
lento sujeto, soñar tamañas majaderías, perderse en rá toda la injusticia, cuando toda la verdad se mues-
un error, más- manifiesto y más peligroso, porque car tre.
mma al azar, despreciando la certidumbre?... No, de- Hubo una pausa; Sœurette había dejado la pluma'
cididamente, no comprendo la pasión política; las co- y escuchaba. Después de fantasear algunos segundos,
sa$ que dice esa gente me parecen vacías de sentido Jordán prosiguió, sin transición aparente:
razonable; las cuestiones más graves que se suscitan, —El trabajo, |oh, tí trabajo! yo le debo la vida.
no son_ para mí más que acertijos, un pasatiempo; y Ya veis qué débil soy; recuerdo que mi madre tenía
no apabo de comprender que se den tan inútiles ba- que envolverme en mantas en días de mucho vien-
tallas, por tan menudos incidentes, cuando el descu- to; y, sin embargo, ella fué quien me puso al trabajo,
brimiento de l a , m á s pequeña de las verdades cientí- como un régimen seguro de salud. No me condenaba
ficas hace, más por el progreso que cincuenta años de á estudios abrumadores, verdadero presidio, en que
luchas sociales. , se tortura las inteligencias que se van formando. Mé'
Lucag se echó á reír. facilitaba el hábito de una labor regular, sin cesar va-;
—Ahí tiene usted, usted mismo cae en lo absolu- riada, atractiva, y así aprendí yo á trabajar, como se'
to... El hombre , debe luchar, la política no es más aprende á respirar, á andar. El trabajo se ha hecho
que la necesidad que el hombre tiene de defender sus la función de mi sér, el juego natural y necesario de
intereses, de ^segurar la mayor felicidad posible. mis miembros y de mis órganos, el fin y el medio de
mi vida misma. He vivido porque he trabajado; en-,
—Tiene usted razón—confesó Jordán con su can- tre el mundo y yo se ha establecido un equilibrio;
dorosa buena fe.—Y acaso mi desdén de la política le he devuelto en obras lo que él me daba en sensacio-
pro,cede do un sordo remordimiento, por la ignoran- nes, y creo que toda la salud está en eso, en Cámbiós
cia en que vivo, por mi gusto, respecto de los asuntos bien regulados, en una adaptación perfecta del orga-
p/>iiticqs de mi país....Pero, con toda sinceridad, creo nismo al medio... Y enclenque y todo como soy, lle-
que soy un buen ciudadano, así y todo, encerrándome garé á viéjó, es seguro, porque soy una maquinilla
en mi laboratorio; pues cada cual sirve á la nación montada con cuidado y que funciona lógicamente.
con la facultad de que dispone. Y los verdaderos re-
volucionarios, fíjese usted, los verdaderos hombres de Lucas había interrumpido su lento paseo. Como Sœu-
acción, los que preparan para mañana más verdad rette, oía con atención apasionada:
mas justicia, son de seguro los sabios. Un gobierno pasa —En eso está la salud de los seres, una buena hi-
y.pae, Un pueblo crece; brilla, decae, iqué importa! Las giene para vivir bien—continuó Jordán.—El trabajo es
verdades de la ciencia se transmiten, aumentan siempre la vida misma, la vida es un continuo trabajo de las
cada día con más luz y más certeza; el retroceso de fuerzas químicas y mecánicas. Desdo el primer átomo
un siglo no se cuenta, se vuelve á marchar hacia ade- que se puso en movimiento para unirse á los átomos
lante, la humanidad camina al saber, pese á los obstácu- cercanos, la gran labor creadora no ha cesado, y esta
los. Objetar que no se sabrá jamás todo, es una tontería; creación que continúa, que continuará siemprê, es como
la tarea misma de la eternidad, la obra universal á
que venimos todos á traer nuestra piedra. ¿El universo* de los mundos futuros. No hay felicidad) posible, si
no es un inmenso taller en que jamás se huelga, en no se pone en la felicidad solidaria de la eterna labor
que los infinitamente pequeños, hacen cada día una gigan- común. Por eso yo quisiera que al fin se fundara la
tesca labor, en que la materia obra, fabrica, engendra religión del trabajo, el hosanna al trabajo salvador,
sin descanso, desde los simples fermentos, hasta las la verdad, única, la salud, la alegría, la paz sobe-
criaturas más perfectas? Los campos que se cubren rana.
de inieses, trabajan; los bosques, en su pausado cre- Calló, y Sœurette dió un grito de cariñoso entu-
cimiento, trabajan; los ríos, corriendo en el fondo de siasmo :
los valles, trabajan; los mares, haciendo rodar sus olas —I Ay, hermano, qué razón tienes I | Qué verdadero,
de uno á otro continente, trabajan; los mundos, que qué hermoso es estol
son llevados por el ritmo de la gravitación, á través Lucas estaba todavía más conmovido; en pie, in-
de lo infinito, trabajan., No hay un sér, no hay una móvil, los ojos poco á poco llenos de luz, como un
cosa que pueda inmovilizarse en la ociosidad; todo va apóstol, bajo el súbito rayo que le iluminaba. De re-
arrastrado, atado á su tarea, obligado á poner su parte pente habló:
en el común empeño. Quien quiera que no trabaja, —Oiga usted, Jordán; no hay que vender nada á
desaparece por eso mismo, rechazado como estorbo in- Delaveau; hay que guardarlo todo, el horno alto, la
útil, y ha de ceder el puesto al trabajador necesario, in- mina... Esta es mi respuesta, se la doy à usted porque
dispensable. Tal es la única ley de la vida; que no es, estoy convencido.
en suma, más que la materia trabajando, una fuerza Sorprendido por tales palabras, tan inesperadas, di-
en perpétup. actividad, el dios de todas las religiones, chas de súbito, y cuyo enlace con lo que él acababa
para la obra final de la dicha, cuya imperiosa necesidad de decir no comprendía, el dueño de la Crécherie, con
llevamos en nosotros. un ligero movimiento de párpados, preguntó:
Otra vez, un instante, Jordán se perdió en sus en- —¿Cómo es eso, querido Lucas? ¿por qué me habla
sueños. usted así ? Expliqúese usted.
—Y qué admirable regulador es el trabajo, qué El joven siguió un momento callado, porque la emo-
orden trae consigo, donde quiera que reina. ¡Es la ción le trastornaba; aquel himno al trabajo, aquella
paz, la alegría, como es la salud I Me siento confun- glorificación del trabajo pacificador le había exaltado,
dido* cuando le veo despreciado, envilecido, mirado con un choque súbito, como arrebatado por un espiri-
como un castigo y una vergüenza. Si me salvó de la to, y al fin, mostraba á sus ojos el vasto horizonte, per-
muerte segura, me h a dado además todo lo que en dido hasta entonces en la bruma. Todo se precisaba, se
mi hay de bueno; me ha devuelto una inteligencia y animaba, se hacía de una absoluta certidumbre. Era la
una nobleza. Y qué admirable organizador es; cómo fe que resplandecía; las palabras salían de su boca
regula las facultades de la inteligencia, el juego de con una fuerza de persuasión extraordinaria.
lds músculos, el papel de cada grupo en una multi- —No hay que vender nada á Delaveau.... He ido
tud de trabajadores 1 Por sí sólo sería una constitu- esta mañana á ver la mina abandonada. Según se pre-
ción política, una policía humana, una razón de ser senta en los filones actuales, todavía se puede sacar
social. Sólo nacemos para la colmena, no trae más bastante provecho del mineral, sometiéndolo á los
cada uno que su esfuerzo de un instante; no podemos nuevos procedimientos químicos. Y Morfain me ha con-
explicar la necesidad de nuestra vida, sino porque la vencido de que se volverá á dar con filones excelentes
naturaleza ha menester un obrero más para su obra. al otro lado de la garganta... Hay allí riquezas incalcu-
Toda otra explicación es orgullosa y falsa. Las vidas lables. El horno alto nos producirá la fundición á pre-
individuales parecen sacrificadas á la vida univers;U cio muy bajo, y si se le completa con toda una ferreria,
con hornos de modelar, hornos de crisol, laminadores mán vehemente señalaba los tejados de Beauclair; á
y martillos pilones, se podría emprender otra vez en Beauclair era á quien iba á salvar sacándole de las
grande la fabricación de rieles y armaduras, y luchar vergüenzas y de los crímenes en que hacía tres días
victoriosamente en baratura con las fábricas de acero le yeía precipitarse. A medida que iba desenvolviendo
más prósperas del Noríje y del Este. su plan de acción renovadora, se asombraba, se mará
villaba de si propio. Su. misión hablaba en él, aque-
La sorpresa de Jordán crecía, llegaba al pasmo. Pero lla misión cuya preñez sentía, sin saber lo qué era.
se le escapó esta protesta:
que buscaba con ánimo inquieto, con corazón enter-
—Pero si yo no quiero ser más rico; ya tengo de- necido por la piedad. Al fin veía claro, había encon-
masiado dinero, y si vendo es por huir de todos los
cuidados de la ganancia. trado el camino. Y ahora respondía á las cuestiones
angustiosas que todavía durante su insomnio de la
Con un hermoso ademán apasionado, Lucas le in- noche última se planteaba sin poder resolverlas. Y
terrumpió :
sobre todo, atendía á las voces de los desgraciados,
—Dfejeme usted concluir, amigo mío... No es á us- que habían llegado á él desde el fondo doloroso de
ted á quien yo quiero hacer más rico; es á los deshe- las tinieblas; ya las oía distintamente, ya iba « i su
redados, á los trabajadores de que hablábamos, á las socorro; los salvaría por el trabajo regenerado, el tra-
víctimas del trabajo inicuo, envilecido, convertido en bajo que no separaría en adelante á los hombres, en
un atroz presidio, del que quiero librarlos. Acaba us- castas enemigas y dovoradoras; que los reuniría en
ted de decirlo de un modo soberbio. El trabajo debe una sola familia fraternal, en que el esfuerzo de todos
ser por sí mismo :una razón de ser social; y en este se pondría en común, para la dicha de todos.
instante la salvación se me ha aparecido; la justa y
feliz sociedad del mañana, no está más que en la reor- —Pero—objetó Jordán,—la aplicación de la fórmu-
ganización del trabajo^ la única que permitirá un equi- la de Fourier no es la muerte del salario. Aun con los
tativo reparto de la riqueza. Acabo de tener esta des- colectivistas, el salario apenas cambia más que de nom-
lumbradora certidumbre; la única solución para nues- bre. Habría que llegar hasta el sueño absoluto de la
tras miserias y sufrimientos está en eso. No se po- anarquía, para destruirlo.
drá reconstruir de modo viable el viejo edificio, que Lucas tuvo que convenir en ello.
cruje y cae podrido, más que sobre el terreno del tra- A este propósito, hizo examen de conciencia. Las
bajo, por todos y para todos, aceptado como la ley uni- teorías del colectivista Bonnaire, los sueños del anar-
versal, la vida misma que rige los mundos... ¡Pues quista Lange, resonaban todavía en sus oídos. Las
bueno! eso es lo que yo quiero intentar aquí, por lo disputas del cura Marle, del maestro Hermeline y del
menos un ejemplo que quiero dar, una reorganización doctor Novarre, volvía á empezar y se eternizaban.
del trabajo en pequeño, una fábrica fraternal, el bos- Era un continuo caos de opiniones contrarias. También
quejo de la sociedad de mañana, que opondré á la otra sentía desfilar las objeciones que se habían lanzado
fábrica, la del salario, la del presidio antiguo, donde los precursores Saint-Simón, Augusto Comte, Proudhon.
se tortura y deshonra al obrero esclavo. ¿Por qué, pues, se había de detener en la fórmula
de Fourier entre tantas otras? Conocía algunas felices
Y. continuó con palabras temblorosas; bosquejó á aplicaciones de ella, pero no ignoraba la lentitud de los
grandes rasgos su sueño, todo lo que en él había ger- ensayos, la dificultad de los resultados decisivos. Tal
minado de la reciente lectura de Fourier; una Aso- vez la causa era, que á Lucas, personalmente, le re-
ciación entre el capital, el trabajo y el talento. Jor- pugnaban las violencias revolucionarias, habiendo pues-
dán aportaría el dinero necesario; Bonnaire y sus ca- to su fe científica en la evolución no interrumpida, que
maradas pondrían los brazos, él sería el cerebro que tiene delante de sí la eternidad para cumplir su fin.
concibe y dirige. Y otra vez se paseaba, y con un ade-
La expropiación total y brusca, que creía irrealizable, más sano, al más digno de ser. A esto asistimos, á
no podría además efectuarse sin catástrofes terribles, la última lucha entre los pocos privilegiados que han
cuyo peor resultado sería producir más miseria todavía robado la riqueza, y la inmensa muchedumbre obrera,
y más dolor. Siendo así, ¿no era lo mejor aceptar la que quiere reivindicar los bienes de que la han des-
ocasión de una experiencia práctica que se le ofrecía, pojado hace siglos y siglos. No es otra cosa lo que nos
de una tentativa que satisfacía las tendencias de todo enseña la historia, al decirnos como algunos se han
su sér, su piedad nativa, su fe en la bondad del hom- apoderado de la mayor parte do dicha posible con de-
bre, el foco de amor de universal ternura que le abra- trimento de todos, y como todos los miserables robados
saba? Le arrebataba una exaltación heroica, una gran no han cesado desde entonces de luchar furiosamente
fe, toda una presciencia, que le presentaba el buen con la necesidad vital de reconquistar toda la ventura
éxito seguro. Además, si la aplicación de la fórmula de que puedan Hace cincuenta años ya que esta lucha
Fourier no traía el fin inmediato del salario, á él se va siendo sin cuartel, y por eso veis á los privilegia-
encaminaba, y conducía á la completa conquista, á la dos, llenos de miedo, abandonar poco á poco, por sí
destrucción del capital, desaparición del comercio, inuti- mismos, algunos de sus privilegios. Los tiempos se acer-
lidad del dinero, fuente de todos los males. La gran can; se conocen todas las concesiones que los posee-
lucha de las escuelas socialistas sólo se refiere á los dores del suelo y de la riqueza hacen al pueblo. En
medios, todas se reconciliarán un día en la ciudad feliz, el terreno político, ya se lo ha dado mucho, y va
construida al cabo. Los primeros cimientos de esta ciu- á haber que dárselo en el económico. Todo se vuel-
dad eran los que él quería poner, comenzando por aso- ven leyes nuevas favoreciendo á los trabajadores, me-
ciar á todos los hombres de buena voluntad, á todas didas humanitarias, triunfos de asociaciones y de sin-
las diversas fuerzas esparcidas, con la certidumbre de dicatos que anuncian la próxima era. La batalla entro
que no había mejor punto de partida en medio de la el trabajo y el capital ha llegado á la crisis aguda que
espantosa carnicería actual. nos permite, desdo ahora, predecir la derrota del úl-
Jordán permaneció escéptico. timo. En un plazo dado, tenemos la desaparición cierta
—Fourier ha tenido chispazos de genio, eso es cier- del salario... Por eso estoy yo seguro do vencer, á la
to. Pero hace más de sesenta años que ha muerto, y reorganización del trabajo, que nos dará una sociedad
si le quedan algunos discípulos tenaces, no veo que más justa, ima civilización más elevada.
su religión esté en camino de conquistar la tierra. Irradiaba caridad, fe, esperanza. Continuó; volvió á
—El catolicismo ha tardado cuatro siglos en con- la historia; el robo de los más fuertes, desde los pri-
quistar una parte — replicó Lucas vivamente. — Ade- meros días del mundo, las miserables muchedumbres
más, ya no me caso con Fourier, con todo él; para mí esclavas; los poseedores, amontonando crímenes para
tuvo la visión de la verdad. Ni es único tampoco; no dar nada á los desposeídos, que morían de hambro
no es más que un sabio, que un día de lucidez genial, y de violencia- Y este amontonamiento de riqueza,
otros han preparado la fórmula y otros la comple- aumentado con el tiempo, lo hacía ver en manos de
taron... Vamos á ver; lo que usted no puede negaj unos pocos ahora todavía; los señoríos del campo; las
es que la evolución que hoy se precipita, viene de le- casas de las ciudades; las fábricas de los pueblos obre-
jos,- es que nuestro siglo entero ha estado engendran- ros; las minas en que dormían la hulla y los meta-
do laboriosamente la ciudad nueva, que nacerá ma- les; las explotaciones del transporte, acarreos, cana-
ñana. El pueblo de los trabajadores hace cien años les, caminos de hierro, en fin, las rentas, el oro, la
que va naciendo, un poco más cada día, á la vida so- plata, los millones que circulan en los Bancos; todos
cial, y mañana será dueño de su destino, por la ley los bienes de la tierra, todo lo qtto constituye la in-
científica que asegura la existencia al más fuerte, al calculable fortuna de los hombres. ¿Y no ara un*
abominación que tantas riquezas no llegasen más -que
á la espantosa indigencia del mayor número? ¿No cla- degollaran unos á otros, é instituir tribunales y cár-
maba -esto justicia, no se veía la inevitable necesidad celes, para defender sus rapiñas, ya es tiempo de volvéis
de proceder á nuevo reparto? Tamaña iniquidad por á comenzar la historia, inaugurando la nueva era con
un lado, la ociosidad ahita de bienes, por otro: el un gran acto de equidad; las riquezas de la tierra de-
doloroso trabajo agonizando de miseria, habían hecho vueltas á todos los hombres, el trabajo convertido en
del hombre un lobo para el hombre. En vez de unirse ley universal para la sociedad humana, como lo es
para vencer y domesticar las fuerzas de la naturaleza, para el universo, á fin de que venga la paz entre nos-
los hombres se devoraban unos á otros; el bárbaro pacto otros y la venturosa fraternidad reine al cabo... jY así
social los lanzaba al odio, al error, á la locura, abando- será! iyo tra^ jaré, yo venceréI
nando al niño y al anciano, aplastando á la mujer, Estaba tan exaltado, tan vencedor, tanto so había
bestia de carga ó carne de delicia. Los mismos traba- crecido en su arrebato profético, que Jordán, maravi-
jadores corrompidos por el ejemplo, aceptaban su ser- llado, se volvió á Sceurette, para decirle:
vidumbre, gacha la cabeza bajo la universal cobardía. —Mírale qué hermoso está.
|Y qué espantoso despilfarro do la fortuna humana, La joven, temblorosa, pálida de emoción, no le ha-
las sumas colosales que se gastaban en la guerra, todo bía quitado los ojos, como invadida por una suerte de
el dinero que se daba á los funcionarios inútiles, á loa fervor religioso.
jueces, á los gendarmes! — |0h!—murmuró muy bajo.—¡Qué hermoso, y qué
|Y todo el dinero qde quedaba sin necesidad en bueno!
manos de los comerciantes, intermediarios inútiles, cuya — Pero es el caso, querido amigo—dijo Jordán son-
ganancia era á costa del bienestar de los consumido- riendo,—que es usted sencillamente un anarquista, por
res! Pero aun esto, no era más que la marcha cotidia- muy evolucionista que se crea; y hace bien en decir
na de una sociedad ilógica, mal constituida; había ade- que se empieza por la fórmula de Fourier y se acaba
más el crimen, el hambre provocada, impuesta por los por el hombre libre en a comunidad libre.
propietarios de los instrumentos de trabajo, para ase- El mismo Lucas se había echado á reir.
gurar su provecho. Reducían la producción de una fá- —De todos modos, empecemos; ya veremos á dónde
ca, imponían días de huelga á los mineros, fabricaban pos lleva la lógica.
miseria, con un fin de guerra económica, para mantener Pensativo, Jordán, no parecía oirle ya; dentro de
los precios altos. |Y se maravillaban, si la máquina él, el sabio enclaustrado en su laboratorio acababa
crujía, si se hundía bajo tal montón de sufrimiento, de de sentirse profundamente conmovido; y si dudaba to-
injusticia, de vergüenza! davía que se pudiese acelerar la marcha de la huma-
'—jNo, no 1—gritó Lucas,—este ha concluido, esto no nidad, ya no negaba la utilidad del esfuerzo.
puede durar, sin que la humanidad desaparezca en una —Sin duda—continuó lentamente,—la iniciativa indi-
última crisis de demencia. El pacto ha de hacerse de vidual es todopoderosa. Para determinar los hechos,
nuevo, cada hombre que nace tiene derecho á la vida, siempre hace falta un hombro que vigile y que ejecute,
y la tierra es fortuna común de todos. Es preciso que un rebelde de genio y de pensamiento libre, que traiga
los instrumentos de trabajo á todos se entreguen, que la nueva verdad... En las catástrofes, cuando la salvación
eada cual cumpla su parte personal en la eomúa t a r e a - está en cortar un cable, hender una. viga, no hace
Si la historia, con Sus odios, sus guerras, sus crímenes, falta más que un hombre y un hacha, la voluntad es
no ha sido hasta aquí más que el resultado abominable todo; el salvador es el que descarga el hacha... Nada
del robo inicial de la tiranía de algunos ladrones, que resiste, las montañas se hunden, y los mares se reti-
han necesitado empujar á los hombres para que ge ran, ante una individualidad que ejecuta.
Zrabajo~20m L-13
Eso era: Lucas reconocía en aquellas palabras, el cha sala, donde el trabajo germinaba ya, para las co-
Volcán de voluntad y de certidumbre interiores, en sechas futuras. La resolución que so esperaba estaba
que se abrasaba. Aun no sabía qué genio traía consi- tan preñada de porvenir, que infundía como un tem-
blor religioso, en la expectación augusta de lo que
go; pero en él era como un fuerza, acumulada de an- iba á ser.
tiguo, la rebeldía contra toda la iniquidad secular, la
ardiente necesidad de hacer justicia al fin. Era de —Es usted un alma abnegada y benéfica—prosiguió
inteligencia independiente, no aceptaba más que loa Lucas.—-¿No me lo ha dicho usted mismo ayer? Esos
hechos demostrados por la ciencia. Estaba solo, quería descubrimientos que persigue, esos homos eléctricos
obrar solo; toda su fe la ponía en 1a acción. Era el que han de reducir el esfuerzo humano, de enriquecer
hombre que osa; pues qsto bastaría, cumpliríase sn más 4 los hombres, no los explotará usted siquiera,
misión. los entregará... No es un don lo quo le pido, es un
Reinó un momento de silenjcio. Jordán respondió al auxilio fraternal, que va á permitir disminuir la in-
fin, con ademán amistoso de abandono: justicia y hacer el bien.
—Ya se lo he dicho: hay horas de laxitud, en que Entonces, muy sencillamente, Jordán consintió:
daría á Delaveau toda la explotación, el horno alto, —Acepto, amigo mío; tendrá usted el dinero para
la mina, los terrenos, para librarme de todo ello, y realizar sus sueños... Y como no he de mentir, añado
entregarme en paz á mis estudios, á mis experimen- quo siguen siendo, á mis ojos, sólo una utopia gene-
tos... Cójalo usted todo, prefiero dárselo á usted, que rosa; porque no me ha convencido usted por comple-
piensa poder emplearlo de buen modo. Todo lo que le to. Perdone usted mi duda de sabio... Pero no impor-
pido es que me descargue á mí completamente de todo ta, es usted un hombre excelente: ensaye su empre-
cuidado, dejándome trabajar en mi rincón, acabar ini sa y cuente conmigo.
empeño, sin volverme á hablar jamás de tales cosas. Lucas lanzó un grito de triunfo, en un arranque
Lucas le miraba con ojos brillantes, en que res- de todo su sér, que pareció levantarle del 3uelo.
plandecía toda su gratitud, toda su ternura Luego, —lOhl gracias; yo le digo que el empeño está rea-
sin vacilación alguna, con aire seguro de la respues- lizado, gozaremos la divina alegría de cumplirlo.
ta, dijo: Sceurette no se había movido, ni había dicho nada.
—No es eso todo, amigo mío; es preciso que su Pero toda la bondad de su corazón se le había subido
gran corazón haga más. Yo no puedo emprender hoy al rostro; gruesas lágrimas de ternura llenaban sus
nada sin dinero: necesito quinientos mil francos, para ojos. Se levantó, por una fuerza irresistible. Se acer-
crear la fábrica con qiie sueño, donde reorganizaré el có á Lucas, muda, desatinada, y le besó on la cara,
trabajo, y que será como el fundamento de la so- mientras corrían sus lágrimas. Luego, en su extraor-
ciedad futura... Estoy convencido de que ofrezco á us- dinaria emoción, se arrojó en los brazos do su hermano,
ted un buen negocio, pues que su capital entra en la y en ellos sollozó mucho tiempo.
asociación y le asegurará una buena parte de los be- Algo sorprendido de semejante beso á un joven, Jor-
neficios. dán se alarmó.
Y como Jordán quisiera interrumpirle: —¿Qué te pasa, hermana mía? No creo que des-
—Sí—añadió,—ya sé, no quiere usted hacerse más apruebes lo hecho. Es verdad, hemos debido consul-
rico. Pero, con todo, necesita usted vivir, y si usted me tarte. Pero todavía es tiempo. ¿Estás conforme?
da su dinero, quiero asegurarle la existencia mato —|0h, sil |oh, sí!—balbuceó ella sonriente, radian-
rial, de manera que nada turbe jamás en adelante su te en medio do las lágrimas.—Sois dos héroes; yo os
tranquilidad de gran trabajador. serviré, disponed de mí. «
Volvió el silencio, grave, todo emoción, en la an- La noche del mismo día, hacia las once, Lucas fué
—Josina, Josina... Es usted, Josina:.
á apoyarse en l a ventana del pabellón, como la vís- Pero ya, sin una palabra, huía de ella, y 9e perdía esS
pera, para respirar un instante el aire fresco y tran- la obscuridad del páramo inculto.
quilo de la noche. En frente, más allá de los campos —Josina, Josina, es usted, ya lo sé; tengo que bar
incultos sembrados de rocas, Beauclair se adormecía, blarle.
apagando una á una sus luces; mientras que á la iz- Entonces, temblando, feliz, volvió ella, con paso li-
quierda, el Abismo retumbaba con los golpes sordos gero, se detuvo en el camino, debajo de la ventana, y
de sus martillos. Jamás el aliento de gigante, dolo- como una brisa, murmuró:
roso, le había parecido ni más rudo, ni más oprimido. —Si, sí, soy yo, señor Lucas.
Y también como la víspera, llegó un ruido del otro No se daba él prisa, procuraba verla mejoi1, tani
lado del camino, tan ligero, que creyó que sería el ba- sutil, tan vaga, semejante á una visión, quo una oía
tir de alas do un pájaro nocturno. Pero su corazón de tinieblas va á llevarse.
latió con fuerza, cuando volvió el ruido, porque re- —¿Quiere usted hacerme un favor? diga á Bonnai-
conocía ahora el dulce temblor de la aproximación. re que venga á hablar conmigo mañana por la mañar
Volvió á ver la forma vaga, delicada y fina, que pa- na; tengo que darle una buona noticia; le he en-
recía flotar sobre las hierbas. Y de jun salto de cabra contrado trabajo.
montes una mujer atravesó el camino y le arrojó un Mostró ella su alegría, riendo conmovida, con uní
ramillete con tal destreza, que otra vez le cayó sobre ruido apenas perceptible, como un gorjeo.
los labios como una caricia. Era como la víspera, un —¡Ahí |qué bueno es usted, qué bueno es ustedI
ramo diminuto de claveles silvestres, acabados de re- —Y tendré trabajo para todos los obreros que lo
coger entre las rocas, y de olor tan fuerte que todo quieran—continuó Lucas en voz baja, enterneciéndo-
le perfumaron. se—Sí, voy á procurar que haya justicia y felicidad
—lOh, Josina, Josinal—murmuró, penetrado de ter- para todo el mundo.
nura infinita. Comprendió Josina; su risa fué más suave* má6 im-
Había vuelto, se entregaba otra vez, se entregaría pregnada de pasión agradecida.
siempre con el mismo ademán de gratitud apasionarla, —Gracias, gradas, señor.
con aquellas flores Cándidas como ella; y todo esto La visión se borraba; volvió á ver la sombra ligera
le refrescaba, le reanimaba en la fatiga física y mo- huir do nuevo entre la maleza; iba acompañada de
ral de un día tan lleno de vida, decisivo. Era esto ya otra sombra pequeña, Nanet, en quien no había re-
la recompensa del primer esfuerzo, de la acción re- parado todavía y que iba corriendo al lado de su her-
suelta. Su ramillete de aquella noche, le festejaba por mana mayor.
haber decidido emprender la obra al día siguiente. En —Josina, Josina.. 1 Hasta la vista, Josina.
aquella niña, amaba al pueblo, que padecía; era á —GTacias, gracias, señor Lucas.
ella á quien quería librar del monstruo. Había escogida Ya no la veía; había desaparecido; pero seguía oyen*
la más miserable, l a más ultrajada, tan cerca de en- do sus palabras de gratitud y de alegría, el gorjeo
vilecerse, do caer en el lodo. Con su pobre mano, que que traía el viento de la noche; y había en ello un
el trabajo había mutilado-, encarnaba toda la raza de encanto infinito; penetrábale el corazón embelesado.
las víctimas, de los esclavos que daban su carne para Mucho tiempo estuvo Lucas en la ventana, como
el esfuerzo y para el placer. Cuando la hubiera res- arrobado en una esperanza sin límites. Entre el Abis-
catado, rescataría en ella á toda la raza; y además, y mo, donde alentaba la sorda respiración del trabajo
con delicia, era el amor, el amor necesario para la maldito, y la Guerdache, cuyo parque formaba una
armonía, para la dicha de la ciudad f u t u r a mancha negra; en medio de la llanura rasa de la Ru-
Con voz suave, JJamó:
maña, miraba al viejo Beauclair, el barrio obrero, do
oasuchas temblonas, medio podridas, dormidas bajo el
peso abrumador de su miseria y sufrimiento. Aquella
era la cloaca que él quería sanear, la antigua cárcel
del salario, que se trataba do arrasar, con sus iniqui-
dades y crueldades execrables, para curar á la hu-
manidad del secular envenenamiento.
Y reedificándola en el mismo sitio, colocaba la ciu- - y i f c ^ f ff3110!*.
dad futura, la de verdad, justicia y felicidad, cuyas BteLlOTECAU'.-.u-:. ! FuA
casas blancas ya veía reír entre verdores, libres y fra-
ternales, bajo un gran sol de alegría. «ALFONSO REVES"
Mas d e repente, todo el horizonte se iluminó, un»
llamarada de rosa iluminó los tejados de Beauclair, LIBRO SEGUNDO. . . MON i uRRtVj Ir-SHtf*
el promontorio de los montos Bleuses, la campiña in-
mensa.
Era una sangría del horno alto de la Crécherie ¡
r e Lucas había tomado al pronto por una aurora.
no era una aurora, era más bien u n ocaso, el del I
viejo Vulcano, torturado en su yunque, que lanzaba
su última llamarada. El trabajo ya no sería más que
alegría y salud; «mañana» iba á nacer. Pasaron tres años, y Lucas creó su fábrica mievS^
que hizo nacer toda una ciudad obrera. Los terrenos
ocupados abarcaban más d e un kilómetro cuadrado;
en la falda de los Montes Bleuses, un vasto erial, en
ligera pendiente, que iba desde el parque de la Cre-
cherie hasta los amontonados edificios del Abismo. LoS
comienzos tuvieron que ser modestos; se utilizó sólo
una parte del erial, reservando lo demás para los en-
sanches que se esperaban, en el porvenir. La fábrica
estaba pegada al promontorio de peñascos, debajo del
horno alto, que comunicaba con los talleres por dos
montacargas. Lucas, esperando la revolución que debían
de causar los hornos eléctricos de Jordán, apenas se¡
había ocupado en el horno alto, mejorándolo en los
detalles, y le dejaba funcionar en manos de Morfain,
según la antigua rutina. Pero en la instalación de la
fábrica, había realizado todos los progresos posibles,
desde el punto de vista de las construcciones y de
la maquinaria, para aumentar el producto del trabajo,
aun disminuyendo el esfuerzo de los trabajadores. Y
hasta quiso que las casas de esta ciudad obrera, fue-
ran mansión del bienestar en que florece la vida de
maña, miraba al viejo Beauclair, el barrio obrero, do
oasuchas temblonas, medio podridas, dormidas bajo el
peso abrumador de su miseria y sufrimiento. Aquella
era la cloaca que él quería sanear, la antigua cárcel
del salario, que so trataba de arrasar, con sus iniqui-
dades y crueldades execrables, para curar á la hu-
manidad del secular envenenamiento.
Y reedificándola en el mismo sitio, colocaba la ciu- - y i f c ^ f ff3110!*.
dad futura, la de verdad, justicia y felicidad, cuyas BtBUOTECA U'-.Vuí- !
casas blancas ya veía reír entra verdores, libres y fra-
ternales, bajo un gran sol de alegría. «ALFONSO REVES"
Mas de repente, todo el horizonte se iluminó, un»
llamarada de rosa iluminó los tejados de Beauclair, LIBRO SEGUNDO. . ^MONitRRtY,!^»^
el promontorio de los montos Bleuses, la campiña in-
mensa.
Era una sangría del horno alto do la Crécheri© ¡
r e Lucas había tomado al pronto por una aurora.
no era una aurora, era más bien un ocaso, el del I
viejo Vulcano, torturado en su yunque, que lanzaba
su última llamarada. El trabajo ya no sería más que
alegría y salud; «mañana» iba á nacer. Pasaron tres años, y Lucas creó su fábrica mlevS*
que hizo nacer toda una ciudad obrera. Los terrenos
ocupados abarcaban más de un kilómetro cuadrado*
en la falda de los Montes Bleuses, un vasto erial, en
ligera pendiente, que iba desde el parque de la Cre-
cherie hasta los amontonados edificios del Abismo. Loí
comienzos tuvieron que ser modestos; se utilizó sólo
una parte del erial, reservando lo demás para los en-
sanches que se esperaban, en el porvenir. La fábrica
estaba pegada al promontorio de peñascos, debajo del
horno alto, que comunicaba con los talleres por dos
montacargas. Lucas, esperando la revolución que debían
de causar los hornos eléctricos de Jordán, apenas se¡
había ocupado en el horno alto, mejorándolo en los
detalles, y le dejaba funcionar en manos de Morfain,
según la antigua rutina. Pero en la instalación de la
fábrica, había realizado todos los progresos posibles,
desde el punto de vista de las construcciones y de
la maquinaria, para aumentar el producto del trabajo,
aun disminuyendo el esfuerzo de los trabajadores. Y
hasta quiso que las casas de esta ciudad obrera, fue-
ran mansión del bienestar en que floree© la vida de
familia. Unas cincuenta ocupaban, ya las tierras pró- meses que se proponía hacer aquella visita y no aca-
ximas al parque de la Crécherie; una aldehuela que baba de encontrar la fuerza de voluntad necesaria,
iba caminando hacia Beauclair; pues cada casa nueva Y « i cuanto entró en la Crécherie, quedó asombrado.
era como un paso más hacia la ciudad futura, en Saliendo del Abismo, negro, polvoriento, cuyos ta-
la conquista del pueblo viejo viejo culpable y con- lleres pesadotes, maltratados, apenas tenían luz, que
denado. Luego, en el centro del terreno ocupado, Lu- entraba por estrechas vidrieras, era la primera mara-
cas había hecho levantar la casa comunal, un gran villa los talleres, ligeros, esbeltos, de la Crécherie, de
edificio en que estaban las escuelas, una biblioteca, hierro y ladrillo, de amplios huecos con vidrieras que
una sala de reuniones y fiestas, juegos, baños. Era dejaban entrar como un oleaje el aire y el sol. Los
esto lo único que conservaba del falansterio de Fou- pisos eran de baldosas de cemento, con lo que se dis-
rier, dejando á cada cual construir á su gusto, sin minuía mucho el polvo, tan dañoso. El agua corría
obligar á nadie á alinearse, y sin creer necesaria la abundante por donde quiera, y todo se lavaba mucho.
comunidad más que para ciertos servicios públicos. Y como hahía muy poco humo, gracias á las nuevas
En fin, detrás fueron creándose almacenes generales, chimeneas que quemaban todo el combustible, reina-
ensanchados de día en día, una panadería, una carni- ba allí gran limpieza, fácil de mantener. El antro in-
cería, una abacería, sin contar los vestidos, los uten- fernal del cíclope había dejado el puesto á los an-
silios, los enseres menudos indispensables; toda una chos talleres claros, relucientes y alegres donde el
cooperativa de consumos que respondía á la coopera- trabajo parecía menos rudo; cierto que el empleo de
tiva de producción que era el régimen de la fábrica. la electricidad era todavía escaso, el ruido de las má-
Sin duda, esto no era todavía más que un embrión, quinas seguía siendo atronador, el esfuerzo humano
pero la vida afluía, la empresa podía ya juzgarse. Lu- apenas estaba aliviado. Gracias que, en los hornos de
cas, que no hubiera adelantado tanto, si no hubiera modelar y los hornos de crisoles, algunos ensayos de
tenido la idea feliz de interesar á los obreros cons- medios mecánicos, hasta entonces defectuosos, permi-
tructores en su empeño, estaba satisfecho, sobre todo, tían esperar que los brazos del hombre, algún día,
de haber podido recoger todos los manantiales espar- ee librarían de los trabajos demasiado penosos. Se es-
cidos entre las peñas de lo alto, para bañar con ellos á taba en los tanteos, camino del porvenir. Pero era ya
la ciudad naciente, con las ondas de un agua fresca un adelanto aquella limpieza, aquel aire y aquel sol
y pura que lavaba la casa comunal y la fábrica, rega- que bañaban las grandes salas ligeras, aquella ale-
ba los jardines, de espesa verdura, y corría por todas gría del trabajo que cargaba menos los hombros. [Có-
las viviendas, llenándolas de salud y alegría. mo se imponía la comparación sorprendente con las
Una mañana, Fauchard, el arrancador, se quiso dar cuevas de obscuridad y sufrimiento en que agoniza-
una vuelta por la Crécherie, para ver los antiguos ban las cuadrillas de las viejas fábricas del contomo I
compañeros. El, siempre indeciso y quejumbroso, ha- Fauchard creía que encontraría á Bonnaire, el maes-
bía permanecido en el Abismo, mientras Bonnaire atraía tro pudelador, en su horno, y se sorprendió al verle,
á la fábrica nueva á su cuñado Ragú, el cual deci- en el mismo taller, dirigir mi gran laminador que fa-
dió á seguirle á Bourrón. Así, allí trabajaban los tres, bricaba rieles.
y á estos era á quienes Fauchard quería preguntar,' —I Calla 1 |Has dejado el pudelajef
incapaz de una resolución por la imbecilidad á que v-Ke. Pero aquí hacemos un poco de todo. Es la
le habían llevado quince años del terrible oficio, siem- regla de la casa; dos horas de esto, dos de lo otro; y
pre con el mismo movimiento, el mismo esfuerzo en á fe mía, la verdad es quo así se descansa.
medio del mismo incendio. Su deformación, su pereza de También era verdad que Lucas no decidía fácilmen-
espíritu habían llegado á ser tales, que hacía muchos te á los obreros que contrataba á salir de su especia-
— 202 —
Kdad. Más tarde la reforma se cumpliría, pasarían los
niños por vanos aprendizajes, pues ed trabajo no podía el perfil que ae quería, cimbrándolos también £ volun-
tener atractivo más que variando las tareas y con* tad y dejándolos lisos para ser colocados, remachados
sagrando pocas horas á cada una. ó asegurados con pernos. Para las vigas, para los rie-
—iAhI—dijo Fauchard,—¡cómo me gustaría hacer al- les* piezas simples de dimensiones constantes, los tre-
go más que arrancar los crisoles del fondo de mi hor- nes de laminadores especiales funcionaban con regu-
no! Pero no sé ni puedo. laridad y actividad formidable. Después de la calda,-
El ruido brusco del laminador era tan fuerte, que el lingote de acero, brillante como el sol, corto y
tenía que hablar muy alto. Calló y aprovechó un mo- r e s o como el cuerpo de un hombro, era cogido en
mento de descanso para estrechar la mano de Ragú y primer canal entre dos cilindros que rodaban en
de Bourrón, que estaban allí muy ocupados en reci- sentido inverso; de él salía más delgado, pasaba ai
bir los rieles. Fué aquello para él todo un espectácu- segundo juego, de donde salía aún más sutil; y así,
lo. En el Abismo no se fabricaban carriles, y miraba de una en otra, la pieza iba tomando forma, y al
éstos con pensamientos confusos que no hubiera sabi- fin el rail salía con su perfil exacto y la longitud
do explicar. Lo que más le hacía padecer en su aplar reglamentaria de diez metros. Todo esto so hacía coa
namiento, en su degradación de hombre arrojado bajo estrépito espantoso: un terrible ruido de mandíbulas,
la rueda que movía, convertido en simplo instrumen- de amales, muñones, alargadores, algo como la mas-
to, era el haber conservado la obscura conciencia do ticación de un coloso, pronto á tragarse mascado todo
que hubiera podido ser un hombro inteligente, con vo- aquel acero; y los rieles so sucedían á los rieles con
luntad. Un poco de luz le alumbraba todavía por den- rapidez extraordinaria, apenas se podía seguir al lin-
tro, como la lamparilla que vela el sueño que jamás gote que adelgazaba, so alargaba, que salía hecho rail,
se extingue. [Qué insoportable tristeza sentir en sí para añadirse á los demás, como las vías férreas se ex-
d hombre libre, sano, alegro, que hubiera llegado á tendieran sin fin por el mundo, penetrando en el fon-
ser sin aquel calabozo que lo embrutecía, donde la es- do de las naciones más desconocidas, dando la vuelta
clavitud le había arrojado! Los rieles que se alarga- á la tierra.
ban, se alargaban siempre, eran como una vía, como —¿Para quién es todo eso?—preguntó Fauchard pas-
un camino sin fin por donde su pensamiento resbala- mado.
ba, perdiéndose en el porvenir, que no tenía para él —Es para los chinos—respondió Ragú en broma.
una esperanza, que no comprendía con claridad si- Pero en aquel momento pasaba Lucas por delante
quiera. de los laminadores. Generalmente, empleaba la ma-
En el taller próximo, un horno especial fundía el ñana en la fábrica, dando un vistazo á cada taller,
acero; y el metal liquidó caía en una gran cuchara de conversando como camarada con los obreros. Había
fundición guarnecida de tierra refractaria la cual lo tenido que conservar en parte la antigua jerarquía de
vertían en seguida mecánicamente, en los moldes de obreros maestros, vigilantes, ingenieros y las oficinas
forma de lingote. Puentes volantes eléctricos, grúas do de contabilidad y de dirección comercial. Pero ya rea-
considerable potencia levantaban, transportaban estaá lizaba serias economías graeias á su continuo afán de
pesadas masas, las llevaban á los laminadores y las reducir cuanto pudiera el número de jefes y el per
conducían á los talleres de pernos y remaches. Pa- sonal de las oficinas. Por lo demás, sus esperanzas in-
ra las grandes armaduras de acero, sobre todo las mediatas se habían realizado: aunque todavía no se
piezas colosales de los puentes, armazones »de edificios, había dado con los excelentes filones de otros tiem-
construcciones de todas clases, había trenes de lami- pos, el minerál actual de la mina, tratado química-
nadores gigantescos, que estiraban los lingotes según mente, daba á bajo precio una fundición de calidad
admisible; y por tanto la fabricación de armaduras 5
rieles de suficiente provecho aseguraba la prosperidad
de la fábrica. Se vivía, el número de negocios aumen- —¿De modo que esto marcha bien? ¿estáis conten-
taba cada año, y esto era para él lo importante, puesj tos?—preguntó.
su esfuerzo se dirigía al porvenir de su empresa con la —Sin duda, contentos—respondió Bonnaire.—La jor-
certidumbre de vencer si á cada reparto de beneficios nada no es más que de ocho horas y gracias al cam-
los obreros veían aumentar su bienestar, mayor feli- bio de faena se estropea uno menos, el trabajo es más
cidad con menos trabajo. No por esto dejaba de pa- agradable.
sar la existencia ojo alerta todo el día, on medio de Era él alto y fuerte, con su ancha faz sana y hon-
aquella fundación tan compleja que tenía que vigi- rada, uno de los sólidos sostenes de la fábrica nueva.
lar, haciendo anticipos considerables, guiando todo un Era del Consejo director y seguía agradeciendo á
pueblo en pequeño, con cuidados de apóstol, de inge- Lucas el haberle ajustado cuando tuvo que dejar el
niero y de hacendista á la vez. Sin duda que el buen Abismo sin saber qué seria de él en adelante. Sin em-
éxito parecía cierto, pero todavía jcuán precario y á bargo, su colectivismo intransigente no se avenía con
merced de los sucesos I Entre el estrépito, Lucas no el régimen de simple asociación que regía á la Cré-
hacía más que detenerse un momento sonriendo á Bon- cherie y en el cual el capital conservaba gran par-
naire, á Ragú y á Bourrón, sin ver siquiera á Fau- te del beneficio. Protestaba en él, el revolucionario,
chard. Agradábale estar en aquel taller de los lami- el obrero que soñaba con lo absoluto. Pero era pru-
nadores; la fabricación de armaduras y carriles le ale- dente, trabajaba y animaba á los compañeros á traba-
graba de ordinario; era aquella la forja buena, la de jar, con entera abnegación, habiendo prometido espe-
la paz, como él decía, oponiéndola á la mala, la for- rar los resultados del- experimento.
ja para la guerra, la do los vecinos, donde fabrica- —¿Entonces, es verdad—añadió Fauchard,—que ga-
ban cañones y granadas á tanto precio y con tanto náis mucho, el doble de vuestros jornales de antes?
cuidado; útiles tan perfeccionados, metal tan trabaja- Ragú quiso chancearse, riendo con malicia.
do, con tan fina labor, para no producir más que aque- —1 Oh, el doble; di cien francos al día, sin contar
llos artefactos de destrucción, que cuestan á las na- el champagne y los cigarros 1
ciones miles de millones y que las arruinan esperan- El tal Ragú había, sencillamente, seguido á Bon-
do la guerra, cuando no viene la guerra á extermi- naire, viniendo á contratarse á la Crécherie. Aunque
narlas. i Ahí que las armaduras de acero se multipli- no estaba mal en aquel gran bienestar relativo, el de-
quen, pues, levanten edificios útiles, ciudades dicho- masiado orden y la demasiada seguridad debían de
sas, puentes para atravesar ríos y valles, y que sal- molestarle, pues se iba haciendo burlón y comenzaba
gan sin cesar los carriles de los laminadores, prolon- á hacer chacota de su propia ventura.
gando sin fin los caminos de hierro para suprimir las —|Cíen francos!—gritó Fauchard sofocado.—¿Tú ga-
fronteras, acercar á los pueblos, conquistar al inunde nas cien francos?
enter®, para la civilización fraternal del mañana I Cuan- Bourrón que seguía siendo la sombra de Ragú, tuvo
do Lucas pasaba al taller de la gran fundición, don- á bien recalcar la broma:
de se oía el gran martillo pilón entrar en danza for- —1 Cien francos para empezar! | Y el domingo, le pa-
jando toda la armadura de un puente gigantesca, los gan á uno el tiovivo!
laminadores se detuvieron; hubo un momento de des- Pero Bonnaire alzó los hombros con aire de gra-
canso para poner en marcha un nuevo perfil. Fau- vedad desdeñosa mientras los otros dos reían con zum-
chard entonces se acercó á sus antiguos compañeros ba:
y entablar«?» conversación; —Bien ves que dicen tonterías y se burlan de ti...
En resumidas cuentas, después de repartir los bene-
ficios, nuestros jornales apenas son mayores que los
m W m
vuestros. Sólo que cada vez aumentan y es seguro que
llegarán á ser magníficos... Luego, tenemos una por- bía alegrado al principio con irónica complacencia, por*
ción de ventajas. Nuestro porvenir está asegurado. Nues-
tra vida es mucho menos cara, gracias á nuestros
almacenes cooperativos y á esas casitas tan alegres
r ignoraba lo qué había de la nueva explotación
la mina Después, cuando había comprendido, al
ver los grandes beneficios que daba el mineral tratado
que se nos alquilan casi de balde.... Claro que eso químicamente, se había manifestado jugador sin ven-
todavía no es la verdadera justicia, pero así y todo, taja, declarando á quien le quería oír, que el sol jm>
estamos en camino. día salir para todas las industrias y que él dejaba de
Ragú seguía de broma y sintió necesidad de satis- buen grado las armaduras y rieles á su venturoso ve-
facer otro de sus odios; pues si se burlaba de la Cré- cino, si á él le dejaba las granadas y loa cañones. Así
chene jamás hablaba del Abismo más que con feroz pues, la paz no se había turbado en apariencia; las
rencor: relaciones seguían siendo frías y corteses. Pero en
—¿Y Delaveau? ¿Qué cara pone eso criminal? Si el fondo de Delaveau quedaba una sorda inquietud,
por algo me alegro es por lo mucho que debe de fas- el miedo de aquel foco de trabajo libre y justo, tan
tidiarle esta nueva fábrica que le han plantado junto próximo y cuya llama podía llegar á sus talleres y á
á la suya y que lleva trazas do hacer buenos nego- sus cuadrillas. Y aun sentía otro malestar, la sensa-
cios... Rabiará, ¿eh? ción no confesada de que poco á poco las viejas anda-
Fauehard hizo un gesto indeciso: miadas crugían bajo él; que había allí causas de po-
—Claro que debe de rabiar; pero no se le nota mu- dredumbre que él no podía dominar, y que el día en
cho... Y luego yo, ya sabes, no me entero; tengo bas- que la fuerza del capital faltase, todo el edificio so
tante con lo mío sin pensar en lo que aburre á los vendría á tierra sin que él puaiera ya sostenerlo con
otros... He oído contar que le tenían sin cuidado nues- sus brazos vigorosos y tenaces.
tra fábrica y la competencia. Dice que siempre ten- En la guerra inevitable, más dura de día en día,
drá cañones y granadas que fabricar, porque los hom- que se había entablado entre la Crécherie y el Abis-
bres son muy brutos y siempre habrá matanzas. mo, y que no podía terminar más que por la ruina do
Lucas, que estaba de vuelta, oyó estas palabras; una de las dos fábricas, no sentía Lucas compasión
sabia que desde hacía tres años el día en que había de los Delaveau. Si el marido le parecía estimable
decidido á Jordán á conservar el horno alto y á fun- viéndole tan duro en el trabajo, tan valiente al defen-
dar la fábrica de acero y las forjas, tenía un enemigo der sus ideas, despreciaba á la mujer, á Fernanda, y
en Delaveau. El golpe era rudo para éste, que espe- hasta le inspiraba una especie de terror, porque adi-
raba comprar la Crécherio á buena cuenta, facilitán- vinaba en ella una fuerza terrible de destrucción com-
dosele con largos plazos el pago, y que ahora la veía pleta. La inmoral aventura que había sorprendido en
pasar á manos de un joven audaz, lleno do inteligen- la Guerdache, aquella conquista imperiosa de Boisge-
cia y actividad, resuelto á transformar el mundo y lín, infeliz buen mozo cuya fortuna estaba en cami-
con tal vigor para crear, que empezaba haciendo sa- no de fundirse en manos de la mujer voraz, le inquie-
lir del suelo un embrión de pueblo. Sin embargo, de taba mucho, previendo futuros dramas. Toda su ansio-
la cólera de la primera sorpresa, Delaveau había lle- sa compasión la guardaba para la buena y amablo
gado hasta á mostrar la mayor confianza. Susana, pues ella era la víctima, la única que sentía
Se limitaría á la fabricación de cañones y granadas ver en aquella casa de armaduras podridas cuya te-
en la que los beneficios eran considerables y no había chumbre iba á hundirse el día menos pensado. Ha-
temor de concurrencia. El anuncio do que la fábrica bía tenido que interrumpir un trato muy grato á su
vecina iba á volver á los carriles y armaduras le ha- corazón; ya no frecuentaba la Guerdache y sólo sabía
las noticias que le traía el azar. Todo parecía ir allí
de mal en peor; crecían las exigencias disparatadas el sólo afán de refugiarse, de sumirse otra vez en el
de Fernanda, sin que Susana encontrase más energía pasado sueño de su miseria?
que la del silencio, reducida á cerrar los ojos por te- Lucas habló un momento con Bonnaire, de una re-
mor á un escándalo. Un día Lucas la encontró en una forma que deseaba hacer en los laminadores. Pero
calle de Beauclair con su Pablo de la mano; le había Ragú tenía que presentar una reclamación:
mirado con fijeza, en sus ojos se leja la pena y la —Señor Lucas, el viento ha roto tres vidrios más
amistad que conservaba, á pesar de la lucha á muerte, en la ventana de nuestro cuarto. Y ahora le advierto
que, en adelante, separaba ambas existencias. que n o los pagaremos... Consiste en que nuestra casa
En cuanto Lucas reconoció á Fauchard se puso á es la primera que azota el aire de la llanura. Se hiela
la defensiva, pues era su táctica evitar todo conflicto uno allí.
inútil con el Abismo. Aceptaba de buen grado los Siempre se quejaba, siempre tenía pretexto para es-
ebreros que le llegaban de la próxima fábrica, pero tar descontento.
no quería que pareciese que él los sonsacaba. Los com- —Además, es bien sencillo; si usted quiere puede
pañeros decidían por sí solos de la admisión. Y como- pasar por casa y lo verá. Se lo enseñará Josina.
Bonnaire le había hablado varias voces de Fauchard,- En cuanto entró Ragú en la Crécherie, procuró
fingió creer que éste venía á ajustarse. Sœurette, y consiguió al fin, que se casara con Josina;
—i Ah! ¿es usted, amigo mío? ¿Viene usted á ver y el nuevo matrimonio ocupaba una de las casitas 4«
si sus antiguos compañeros quieren hacerle sitio? la Ciudad obrera t-n,tre la de Bonnaire y la de Bour-
El obrero, como atontado otra vez, indeciso, inca- rón. Hasta entonces, como se había corregido mucho,
paz de una resolución, empezó á balbucear frases in- gracias al medio ambiente, la paz no se había turba-
coherentes. Toda novedad le asustaba, por su rutina do de modo grave. Había habido algunas disputas por
y ceguedad de animal amaestrado. De tal modo ha- causa do Nanet, que vivía con ellos. Josina, cuando
bían matado en él la iniciativa, que fuera de sus mo- tenía una disputa y lloraba, cerraba la ventana para
vimientos habituales no sabía hacer nada, lleno de un que no la oyesen.
terror pueril. La nueva fábrica, los grandes talleres Una sombra había pasado por la frente de Lucas
limpios y claros le impresionaban como un temible turbando el placer que le causaba siempre el visitar
dominio en que él no podría vivir. Ya no sentía más por la mañana los talleres.
que prisa por volver á su infierno negro y doloroso. —Eso es, Ragú—respondió simplemente-—Pasaré, por
Ragú se había chanceado. ¿Para qué cambiar de casa casa de usted.
si nada había seguro ? Además, acaso confusamente Cesó la conversación. El tren de los laminadores
se daba cuenta de que para él ya era tarde. volvía á funcionar cubriendo las voces con su ruido
—No, señor, no; todavía no... y bion quisiera, pero de masticación gigantesca. Otra vez los lingotes des-
no sé si..', más Larde veré, consultaré con mi mujer. lumbradores pasaban y repasaban, alargándose á ca-
Lucas sonreía. da vuelta y saliendo en carriles. Y sin cesar los rai-
—Eso es, oso es; hay que tener contentas á las mu- les se añadían á los railes; parecía que la tierra iba
jeres : hasta la vista, amigo mío. muy pronto á estar surcada por ellos por todas partes
Se fué Fauchard con paso torpe, pasmado él mismo para conducir á lo infinito la vida decuplada y vic-
del giro que había tomado su visita, pues estaba se- toriosa.
guro de haber venido con la intención de pedir tra- Todavía por un momento miró Lucas la labor bien
bajo si la casa le gustaba y so ganaba allí más que cumplida, sonriendo à Bonnaire; animando con aire
en el Abismo. ¿Por qué, pues, se escapaba turbado de camarada á Bourrón y á Ragú, esforzándose poç
por lo que le había parecido demasiado bueno, y con TraUiio.—Tomo L—14 _
saa 2Î0 «=» m an m
hacer brotar de cada cuadrilla de trabajadores èJ f n * lalación de las Escuelas. Mientras Jordátí sé f ^ * *
to de amor, con la certeza de que ñaña sólido frucfr ba en su laboratorio, después de haber dado el dinero
fíca cuando el amor falta. que había prometido, negándose en redondo á exa-
Salió de los talleres y se dirigió á la casa comunal minar las cuentas y á discutir lo que se había de na-
como hacia todas las mañanas, para visitar las Escue- cer, su hermana atendía con pasión al nuevo pueblo
las. Si con gusto estaba en los talleres del trabajo so- que veía germinar y nacer ante sus ojos. Siempre na-
ñando con la paz futura, más viva era la alegría que bía habido en ella algo de niñera, vocación de edtfr
gozaba con la esperanza que le animaba al verse en car, de una enfermera; y su caridad que hasta enton-
medio de la multitud infantil que era el porvenir. ces sólo había podido llegar á unos pocos infelices
Naturalmente, la Casa-Comunal no era todavía más que le señalaban Mario, el cura, el doctor Novarre, ó
que un vasto edificio,' limpio y alegre en que apenas el maestro Henaeline, se haíbía encontrado de repten,
se había atendido más que á la mayor comodidad lo te con más ancho vuelo, con la numerosa familia W
más barata posible. Las escuelas ocupaban una sala, trabajadores que había que instruir, guiar, amar y que
y la otra la Biblioteca, los Juegos y los Baños; la sala eran regalo de Lucas. Desde los primeros días había
de Juntas y de fiestas así como ciertas oficinas ocu- escogido su tarea ocupándose en la organización de las.
paban la parte central. Se dividían las Escuelas en clases y de los talleres do aprendizaje, pero atente,
tres secciones: una venía á ser Asilo de maternidad sobre todo, al Asilo de maternidad donde pasaba las
para los más pequeños, donde podían dejar á sus hijos, mañanas entregada al amor de aquellas criaturas.
las madres ocupadas, aunque estuvieran casi en man- Cuando le hablaban de casarse respondía algo tur-
tillas; una Escuela propiamente dicha que compren- bada y confusa, con su graciosa sonrisa de joven sin
día cinco divisiones, con una instrucción completa, y belleza: «¿Pues no tengo los hijos de los demás?»
una serie de talleres de aprendizaje á que asistían Había llegado á encontrar en Josina una auxiliar, que
los alumnos alternando en las cinco clases, adquirien- tampoco tenía hijos; aunque casada. Todas las maña-
do así oficios manuales á medida que sus conocimien- nas las empleaban al lado de las cunas, amigas ya,
tos generales se desenvolvían. No estaban separados á pesar de la distancia que la separaba moralmente,-
los sexos, niños y niñas crecían juntos, desde las cu- pero unidas por los cuidados que prestaban á aquellos
nas que se tocaban, hasta los talleres de aprendizaje tiernos seres tan graciosos.
que dejaban para casarse, pasando por las clases don- Pero aquella mañana, cuando Lucas entró en la sa-
de estaban mezclados, como lo estarían en la vida, la blanca y fresca, encontró sola á Sceurette.
sentados en los mismos bancos. Separados desde la —Josiña no ha venido—dijo ella.—Ha mandado a
infancia los dos sexos, educarlos, instruirlos de modo decir que estaba indispuesta; creo que e» cosa de poco
diferente ignorando el uno lo que es el otro, ¿no es cuidado. , , . „„
hacerlos enemigos, pervertir y extraviar con el miste- Lucas tuvo una vaga sospecha y otra ves pasó una
rio la atracción natural, hacer que el hombre se des- sombra por sus ojos. ;
troce y que la mujer se reserve, siempre equivocán- Dijo lo que iba á hacer, sencillamente:
dose? —Voy á pasar por su casa; veré si necesita algo.
Y no habrá paz hasta que el interés común se mues- Vino luego la visita do las cunas, que fué un en-
tre á los que deben ser camaradas, conociéndose, ha- Ca
biendo aprendido á vivir en las mismas fuentes, po- E n ' l a vasta sala blanca,- estaban colocadas, blancas,
niéndose juntos en camino para una vida lógica, sana, ellas también, á lo largo de las paredes también blan-
como debe ser. cas Menudos rostros de rosa dormitaban, sonreían.
Sœurette había ayudado mucho á Lucas en la ins* Mujeres de buena voluntad, con grandes mandiles gu§
— V?,

deslumhraban, con ojos de cariño, manos maternales,


cuidaban con dulces palabras de aquella tierna infan- fica, quien permite adquirir siempre si« perder nada
cia, gérmenes tan delicados todavía de humanidad, en de lo ya adquirido.
los cuales, sin embargo, iba naciendo el porvenir. Pe- Así, la ciencia de los libros quedaba, sino condes
ro había también niños ya crecidos, asomos de hom- nada, en segundo término, pues el niño sólo aprende
brecillos y de mujercitas, hasta de tres y cuatro años; bien lo que ve, lo que toca, lo que comprende por si
& éstos se les dejaba en libertad; á los más débiles, en mismo. No se le hacía doblegarse como esclavo bajo
sillas con ruedas, los otros á la buena ventura de sus dogmas indiscutibles, no se le imponía la personali-
piernas menudas, sin demasiadas caídas. Daba la sala dad tiránica del profesor; se encargaba á su iniciativa
á una galería llena de flores, que comunicaba con un el descubrir la verdad, penetrarla, hacerla suya. No
jardín. El gracioso rebaño jugaba al sol, en el am- hay otro modo de hacer hombres; toda la energía in-
biente tibio. Juguetes, muñecos sujetos eon braman- dividual de cada alumno se despertaba asi, aumenta-
tes para divertir á los más pequeños, mientras los ma- da. También se habían suprimido los castigos y las
yores tenían muñecas, caballos, carros que arrastra- recompensas, no se contaba ni con las amenazas ni
ban con estrépito como héroes, en quien se desperta- con las caricias para obligar á los perezosos al trabajo:
ba la necesidad do la acción. Era un confortativo deli- No había perezosos; no había más que niños enfer-
cioso aquel mundo pequeño que brotaba de aquella mos, niños que comprendían mal lo que se les expli-
suerte, con tanta alegría, en tal bienestar, para las caba mal, niños en cuyo cerebro la obstinación quería
faenas de mañana. ' hacer entrar á palmetazos conocimientos que no eran
—¿No hay e n f e r m o s p r e g u n t ó Lucas que se dete- para ellos. Bastaba, si se quería no tener más que bue-
nía con delicia rodeado de aquella blancura de aurora. nos discípulos, utilizar el inmenso deseo de saber que
—jCa, nol Todos están magníficos hoy—respondió arde en el fondo de cada hombre, la curiosidad inex-
Soeurette.'—Hemos tenido dos niños con sarampión an- tinguible del niño por todo lo que le rodea hasta el
tes de ayer, pero no he vuelto á recibirlos, ha ha- punto de fatigar á todos con sus preguntas. La ins-
bido que aislarlos. trucción dejaba de ser una tortura, se hacía un placer
Habían salido ambos al corredor por el que siguie- sin cesar, renovado desde el momento en que era atrac-
ron para continuar la visita por la Escuela próxima,; tiva y se contentaba con excitar las inteligencias, con
Las grandes ventanas de las cinco clases daban tam- dirigirlas sencillamente en sus descubrimientos. Cada
bién al jardín; y como hacía calor estaban abiertas cual tiene el derecho y el deber de formarse á sí mis-
de par en par, de suerte que sin entrar en las salas mo, y es preciso que el niño so forme también, que
pudieron echar una ojeada á todas. Los maestros, des- ejecute, una voluntad qu© decida y dirija. Las cinco
de él principio, seguían un programa nuevo; desde clases se iban desenvolviendo deede las nociones pri-
la primera clase en que se tomaba al niño que ni sa- meras hasta todas las verdades científicas adquiridas;
bía leer, hasta la quinta, en que se separaban de él con una emancipación lógica y graduada de las inte-
después de enseñarle lo elemental de los conocimien- ligencias. En el jardín había un gimnasio, juegos, ejer-
tos generales, necesarios para la vida, se esforzaban cicios de todas clases, para fortalecer el cuerpo sano
sobre todo en ponerle en presencia de las cosas y de y sólido, á medida que el cerebro se desenvolvía tam-
los hechos, para que el sabor lo sacase do las realida- bién, enriqueciéndose con el saber. No hay buen equi-
des del mundo. Tendía también su esfuerzo á desper- librio mental más que en un cuerpo de cabal salud.
tar en él la necesidad del orden, á dotarle de un mé- Para las primeras clases, sobre todo, los recreos eran
todo para el uso cotidiano de la experiencia. Sin mé- largos, se empezaba por no exigir de los niños más
todo no hay toabajo útil; es el método quien clasi- que tareas cortas, variadas, proporcionadas á su resis-
tencia. La regla era encerrarlos lo menos posible, sq
daban con frecuencia lecciones al aire libre, se orga- en ellos, menos por aprenderlos á fondo que por co-
nizaban paseos, y se les instruía en medio (fe las nocer su conjunto y determinar así la vocación. Tales
cosas que tenían que conocer, en las fábricas, ante los cursos se simultaneaban con los estudios propiamen-
fenómenos de la naturaleza, entre los animales, las te dichos. Desde las primeras nociones do lectura y,
plantas, las aguas, las montañas. A la realidad de los escritura, se ponía un útil en manos del niño, en-
seres animados y do las cosas, á la vida misma se pe- frente, al otro lado del jardín; y si por lai mañana es-
día lo mejor de la enseñanza, en la convicción de que tudiaba gramática, matemáticas, historia, cultivando su
toda la ciencia no debe tener más objeto que vivir inteligencia, por la tarde trabajaba con los menudos
bien la vida. Fuera de las nociones generales se pro« brazos para dar vigor y destreza á los músculos. Eran
curaba además darles la noción de humanidad, de so- como útiles recreos, descanso del cerebro, plácida lucha
lidaridad. Crecían juntos, vivirían siempre juntos. Sólo de actividad. Se había admitido al principio de que
el amor era el lazo de unión, do justicia de felicidad. todo hombre debe saber un oficio mecánico, de suerte
En él estaba el pacto indispensable y suficiente, pues que cada alumno al salir de las Escuelas no tenía más
bastaba amarse para que reinara la paz. Este uni- que escoger el oficio que le gustase para perfeccionarse
versal amor que se extenderá de la familia á la na- en él en el taller verdadero. También se cultivababa la
ción, de 'la nación á la humanidad, será la única ley belleza; los niños pasaban por cursos de música, de
de la venturosa ciudad futura. Se desenvolvía esto dibujo, de pintura, de escultura, en los cuales, para las
amor en los niños haciendo á cada cual interesarse almas despiertas, nacían las alegrías de la existencia.
por los demás; los más fuertes vigitaban á los más Aun para los que habían de limitarse á los primeros
débiles, todos ponían en común sus estudios, sus jue- elementos, era aquello un ensancharse el mundo ; la tie-
gos, sus pasiones nacientes. Y el fruto que se esperaba rra entera adquiría una voz, las vidas más humildes se
eran los hombres fortificados por los ejercicios del embellecían con un esplendor. En el jardín, al acabar
cuerpo, instruidos por la experiencia en plena natu- los días hermosos, en las brillantes puestas de sol, se
raleza, enlazados por la inteligencia y el corazón, con- reunía á los niños, se les hacía cantar estrofas de paz
vertidos en hermanos. y de gloria, se les exaltaba con espectáculos de verdad
Hubo risas, gritos, y Lucas se inquietó, pues no y de inmortal belleza.
solía faltar á veces un poco de desordon. En medio de Terminaba Lucas su visita diaria, cuando vinieron
una de las clases, acababa de distinguir á Nanet en á anunciarle que dos aldeanos de Combettes, Lenfant
pie, causa sin duda del tumulto. é Ivonnot, le esperaban en la oficina que daba á la
—¿Ese Nanet sigue dándoles á ustedes que hacer? gran sala de juntas.
—preguntó Lucas á Sceurette.—Es el diablo ese ch£ —¿Vienen por la cuestión del arroyo?—preguntó Sœu-
quillo. . rette.
La joven sonrió con aire indulgente. —Sí—respondió Lucas,—me han pedido una entre-
—Sí, no siempre anda derecho. Pero otros hay tan vista, pero yo también deseaba mucho verlos, pues he
enredadores. Se empujan, se pegan, y obedecen mal. vuelto á hablar con Feuillat el otro día, y estoy con-
Pero así y todo son excelentes diablillos. Nanet es un vencido de quo es necesario que se entiendan la
famoso galopín, muy valiente y muy cariñoso... pero Crécherie y Combettes, si queremos vencer. Le escu-
cuando están quietos nos asustan, nos figuramos quo chaba la joven sonriendo, pues no ignoraba ninguno
están malos. de sus proyectos de fundador de un pueblo; y después
Después de las clases, al otro lado del jardín, esta- de . brecharle la mano, se volvió con paso discreto y
ban los talleres de aprendizaje. Había cursos de los Uaiiguüp hacia las cunas blancas, de que había do
principales oficios manuales, los niños so ejercitaban
taKr «I pueblo futuro que necesitaba para realizar aquel
—Convenido, señores. La Crécherie canalizará en ade-
d e Guerdach
lante todas las aguas que ha recogido entre las peñas,
renoS™ ^ n m
®
había acabado por
C0Q Bois eIin
y dejará ir la que no emplee al arroyo Grand-Jean
í° S > en condiciones de- que atraviesa vuestro concejo, antes de unirse al Mion-
s c o s a s para ambas partes. Había que vivir, corno ti na. Con pocos gastos, si hacéis depósitos, tendréis un
y / ^ ^ del arrendamiento se había he- poderoso medio de riegdt y triplicaréis la calidad de vues-
dos w í f ^ q U 6 n ° P 0 d í a d a r b u e D 0 S resulta- tras tierras.
üat"de nn ^ . a S^0 r d^0 001110
^ *a tierra. Por eso Fwi-
hombre
Lenfant, gordo y pequeño, menoó la cabezota con
nado n o ? , ^ ' testarudo, d o r S aire de lenta reflexión:
nado ñor una idea que ¿ nadie decía, continuaba pro- —Eso, de todos modos, costará mucho dinero.
Tocando un experimento cuyo enaayo h u b i e r T q u e n S Pequeño y flaco, de cara tóuy morena, con boca de
1
no ¡ T c t Z ^ de K S mal genio, Ivonnot exclamó:
reunión ^ ^ P ^ 0 3 P o r antiguos odios, la —Y luego, señor, lo que nos inquieta, es que, la tal
0 1 3
S o s á T o i ^ T l a c 'r e a c i ó n terrones di- agua al repartirla, va á ser causa otra vez de que to-
único ^ d 0 D e nn vasto dominio dos nos enredemos. Usted es un buen'vecino, sin duda,
f I ^ ^ ^ d a una riqueza aplicando porque nos la da, y se lo agradecemos. ¿Pero cómo
los principios del gran cultivo intensivo conseguir que cada cual tenga la parto que le toca,
ü como era hombre de trastienda, si el ensavo sa, sin creer que los demás le roban?
Ua bien, pensaba decidir á Boisgelto 4 d e j i mL ln- Lucas sonreía, alegrándose de tal pregunta que iba
trasen sus tierras en la asociación nueva. Si s T n e S - á permitirle tratar el asunto que le preocupaba y por
ba los hechos acabarían por obligarle. Había en F e S el que había deseado tanto verlos.
d
ble' ffiS' ^ ^ Q s e á la servidumbre inevlta- —Pero el agua que fecunda, debe ser de todos, co-
á Ranar ef°terr QQon? ÓSt01 ? t ü t ° * P « * » ™ * » ; resuelto mo el sol que alumbra y calienta, como la tierra mis-
iti» k ° l í® 8 0 á P ^ 0 ' sin cansarse. Su pri- ma que engendra y alimenta. En cuanto al mejor me-
mer éxito bueno, había sido reconciliar á Lenfant v á' dio de reparto, e3 no repartir, dojar en común lo que
Ivonnot, cuyas familias vivían en disputa seculír í l t la naturaleza da en común á todos los hombres.
gido Lenfant alcalde por el concejo, y el otro «odbin
Los aldeanos comprendieron, callaron un instante;
^ o s 1 l ^ a a m h e C h ° f COmprender V e 7 e U o s ° ^ f e los ojos en el suelo. •
amos el día que estuvieran de acuerdo. Después los Lenfant, el más reflexivo, tomó la palabra.
había llevado lentamente á su idea de una S i ^ —Sí, sí, ya sabemos; el colono de la Guordache nos
cía general, 8 i el concejo quería salir de la d e s a s E ha hablado de eso... Claro que es una buena idea esa
rutina en que vegetaba y encontrar en la tíLra W f S S de entenderse todos como han hecho ustedes aquí;
L S ' h ^ T - 1 , " ^ 0 ^ 1 6 - ^ t a m e n t e por e n t Z i s s^ juntar el dinero y la tierra, los brazos y los aperos, y
P0DÍa P r hab,Ld después repartir los beneficios... Parece seguro que se
^ í p l f c t ó ° « ° ganaría más y se estaría mejor... Pero, con todo, ha-
bría riesgos que correr, y creo quo halará que hablar
que arreglar entre Combettos y la Crécherie «Sí mucho todavía antes do convencer á todos, en Com-
el alcalde y su adjunto estaba^ en la S c a ^ d a bettes.
mañana. Al punto Lucas les concedió lo ^ e v e K a —Eso de fijo—apoyó Ivonnot con ademán brusco.
pedir, con un aire bonachón que les t r a n q X ó S wcí —Nosotros dos, ¿entiende usted? estamos casi de acuer-
P 0C0
4 pesar de su continua desconfianza - do, y no nos oponemos mucho á las novedades... A los
demás habrá que conquistarlos, y ha de costar trabajo, —[Ah, caramba, si eso fuera cierto seríamos muy
se lo advierto. brutos, no probando á ver!...
Era la desconfianza del aldeano respecto de todasi —Ya veis lo que hemos conseguido nosotros en la
las transformaciones sociales, relativas á la forma a o Crécherie,—dijo entonces Lucas, que tenía de reserva
tual de la sociedad; y como Lucas la conocía, esperaba la este argumento del ejemplo. —Apenas hace tres años
respuesta y continuó sonriendo. que empezamos, y los negocios van bien; todos nues-
[Abandonar su pedazo de tierra, que se ha amado tros obreros asociados comen carne, beben vino, ya
tanto durante siglos, do padre á hijo, confundirlo con no tienen deudas ni temen el porvenir. Preguntadles,
los pedazos de otros, era como arrancarse algo del y sobre todo visitad nuestra fundación, los talleres,
alma! Pero los disgustos cada vez más crueles, aque- las habitaciones, la Casa-Comunal, todo lo que hemos
lla quiebra del terruño demasiado dividido que sumía construido y creado en tan poco tiempo... ese es el
á los cultivadores en la desesperación y el despego del fruto de la unión; Vosotros haréis prodigios en cuan-
trabajo, debían de convencerles de que no hay salva- to os unáis.
ción posible más que en la unión, en la inteligencia —Sí, sí, ya hemos Tisto, ya sabemos—respondieron
de todo el común y pudiendo crear un vasto dominio. los aldeanos.
Habló Lucas; probó que el buen éxito sería en adelan- Y era verdad; habían visitado con curiosidad la Cré-
te para las asociaciones, que había que trabajar en cherie antes de hacer llamar á Lucas, calculando las
grandes campos, con máquinas poderosas para labrar- riquezas ya adquiridas, y asombrados de aquella Ciudad
los, sembrar y recoger con abundantes abonos, fabri- feliz que nacía con tanta rapidez; y se preguntaban qué
cados químicamente en fábricas próximas, con riegos provecho sacarían ellos si se asociaban así. La fuerza
continuos, decuplando las cosechas. Si el esfuerzo del de la experiencia les penetraba, les conquistaba poco &
aldeano aislado concluía en el hambre, una riqueza poco.
prodigiosa se produciría en cuanto todos los vecinos —Pues bueno, ya que sabéis, la cosa es más sena-
de una aldea se asociasen para producir en grande, y lia—replicó Lucas alegre.—Nosotros necesitamos pan,
tener las máquinas, los abonos y las aguas necesarias. nuestros obreros no pueden vivir si vosotros no hacéis
Se llegaba á hacer el suelo y se conseguía en él una que salga el trigo necesario. Vosotros necesitáis útiles,
extraordinaria fecundidad limpiándolo de piedras, abo- azadones, carretas, máquinas hechas con el acero que
nándolo, regándolo. Se llegaría hasta calentarlo y ya nosotros fabricamos. Y así, la solución del problema
no habría estaciones. Una hectárea bastaría para ali- es muy fácil; no hay más que entenderse; nosotros
mentar á dos ó tres familias. Ya cuando se ¿abajaba os daremos acero, vosotros nos daréis trigo y estare-
en un campo limitado se obtenían milagros, una conti- mos todos de acuerdo y todos viviremos contentos.
nua producción de legumbres y de frutas. La población Pues somos vecinos y vuestras tierras lindan con nues-
de Francia podía triplicarse, el suelo la alimentaría con tra fábrica, y nos necesitamos unos á otros absoluta-
holgura si era cultivado con lógica, con la armonía de mente, es lo mejor vivir como hermanos, asociarnos
todas las fuerzas creadoras. Y esto traería también la para bien de cada cual, de modo que seamos una sola
dicha; tres veces menos de trabajo penoso, el aldeano familia...
libertado al fin de las antiguas servidumbres, á salvo Esta honradez sencilla animó á Lenfant y á Ivon-
del prestamista, cuya usura le roe; sin temor de que not. Jamás l a reconciliación, la necesaria inteligencia
le aplasten ni el gran propietario ni el Estado. entre el aldeano y el obrero industrial se habría plan-
—Todo eso es muy bonito—declaró Lenfant con airé teado tan claramente. Desde que la Crécherie funcio-
reflexivo. naba, se desarrollaba, Lucas venía soñando con en-
Pero Ivónnot se entusiasmaba más pronto: globar en su asociación todas las demás fábricas se-
» 22Í =
ban los muchachos como cabritos; todo «Ja affi car-
cundariav todas las industrias diversas que vivían de cajadas, cánticos y gritos; el florecer de deliciosa in-
ella, y alrededor de ella. Bastaba que hubiese allí un fancia entre el césped y el follaje.
fobo productor de una materia primera, el acero, para Vió Lucas á Sœurette enfadada y nñmdo en medio
que pululasen las manufacturas. Se trataba de la fá- de un grupo de cabezas rubias y morenas. Estaba en
brica Chodorge que fabricaba clavos, la Chausser que primera fila Nanet, crecido, próximo á los diez años,
fabricaba guadañas, la Miranda que fabricaba máqui- con sn cara redonda, valiente y alegre, bajo la lana
nas agrícolas; y también de un antiguo tirador, Hor- enrededa de su cabeza de corderillo, color de avena
doir, cuyos martinetes, movidos por un torrente, fun- madura. Detrás de él, se agupaban los cuatro üon-
cionaban todavía en la garganta de los Montes Bleu- naire, Luciano, Antonieta, Zoa, Severino y los de Bou-
ses. Todos éstos se verían obligados algún día, si que- rrón, Sebastián y Marta. Todos delincuentes, sin duda,
rían vivir, á venir á unirse con sus hermanos de la desde los más jóvenes, que tenían cinco anos, á los
Crécherie, sin los cuales no podrían existir. También más viejos que iban á cumplir diez. Parecía ser que
los obreros de construcciones, los de vestidos, los de Nanet era el jefe de la banda culpable, pues el respon-
la gran zapatería del Alcalde Gourier serían arrastra- día y discutía, como galopín de malas pulgas, empeñado
dos, se entenderían, darían casas, vestidos, zapatos, s* en no dar nunca su brazo á torcer.
querían tener en cambio instrumentos y pan. La Ciu- —¿Qué pasa?—preguntó Lucas.
dad futura no se realizaría más que por este acuerdo —Cosas de Nanet, otra vez—respondió Sœurette.—
universal, la comunión del trabajo. Ha ido otra vez al Abismo; á pesar de estar prohibido
—En fin, señor Lucas—dijo Lenfant prudente,—son en absoluto; acabo de saber que ayer tarde ha lle-
estos asuntos demasiado graves para decidirse de un vado consigo á todos estos, y esta vez ha saltado
golpe. ; Pero le prometemos pensar en ello, y hacer por encima de la pared.
lo que podamos, para que haya en Combettes la buena En efecto, al extremo de los vastos terrenos de la
inteligencia que hay entre ustedes. Crécherie, una pared medianera los separaba de los
—Eso es, señor Lucas—apoyó Ivonnot.—Ya que con- del Abismo. Pero había una antigua puerta en «» án-
seguimos reconciliarnos Lenfant y yo, que no es poco, gulo èn que estaba el jardín de los de Delaveau. Sólo
bien ppdemos emplearnos en procurar que los demás se cerraba con cerrojo, pero éste estaba siempre echado,
se reconcilien también. Y Feuillat, que es muy largo, y con fuerza, desde que había cesado toda relación.
nos ayudará. Nanet protestaba.
Al marchar, volvieron á lo de las aguas, que Lucas —Por de pronto no es verdad que hayamos saltado
se comprometía á llevar al Grand-Jean. Todo se arre- todos por encima de la pared. He saltado yo solo, y
gló. Llevaban la idea de que les serviría mucho en después he abierto la puerta á los demás,
su campaña para la unión el asunto del riego, que Lucas, descontento, se enfadó también.
iba á obligar á todo el vecindario á no tener inás que —Ya sabes que más de diez veces ge os ha prohi-
un interés y una voluntad. bido pasar al otro lado de la pared. Acabaréis por ha-
Lucas, que los acompañaba, les hizo atravesar el cernos tener graves disgustos, y os repito, á ti y á
jardín, donde les esperaban Arsenio y Olimpia, Eu- todos, que todo esto está muy mal hecho. .
genia y Nicolás, que habían tenido que traer consigo Saltándole loa ojos, le oía Nanet, conmovido por ha-
para enseñarles la Crécherie, de que tanto se hablaba berle disgustado, como buen muchacho que era raí
en la comarca. Justamente acababan de salir los esco^ el fondo, pero sin comprender nada. Si había pasado
lares de las cinco clases, por ser horas de recreo; lo por encima de la pared, para hacer entrar á los demás
que animaba el jardín con alegre turbulencia. Las fal- era porque Nisa Delaveau aquella tarde tenia amigos
das de las chiquillas volaban á la luz del sol, salta-
tea 2 2 2 =!

en casa, Pablo Boisgelín y Luisa Mazelle y un montón peranza de ver á los aldeanos do C o m b e t f e ^ a S o ^
de niños de señores, muy alegres, y por esto habían E s a n c h a r el experimento, asegurar el taunfo,
querido jugar todos juntos. Nisa Delaveau le parecía trico á cambio d e útiles y máquinas. Eran también
muy amable. Tomo una promesa que bastaba para alegrarlo todo,
—¿Por qué hemos hecho tan mal?—repitió estupe- S escuelas P preparando el porvenir, el jardín, en fi^
facto no hemos hecho mal & nadie; y nos hemos ta, lleno del revuelo de los niños, en ¿ " ¡ ¡ S g
divertido mucho unos con otros. el mañana. Y ahora atravesaba su ciuda¿
Y dijo qué niños estaban allí; contó sin mentir lo las casitas blancas que brotaban por todas partes <m
qué habían hecho. Juegos lícitos, pues no habían roto tre la verdura. El constructor que llevaba on si, goza
las plantas ni arrojado á los arriates las piedras de ba á cada nuevo edificio que se anadia á los o t i o j
los caminos. agrandando el lugar nacido la víspera ¿no era a q u *
—Es muy amiga nuestra, Nisa—dijo concluyendo; f a S u misión? ¿cosas y seres animados, no i b a n s u r
—me quiere mucho, y yo á ella, desde que somos ami- ¿ r y agruparse á su voz? Sentía en si fuerza bastan-
gos. tepara m L d a r á las piedras, hacerlas levantarse, ak-
Lucas no quiso sonreir. Pero en su corazón ablanda- nearse en albergues humanos en e d i f g o s públicos don-
do se levantaba una visión, estos niños de las dos clases de alojaría á la fraternidad, á la verdad, a la j o »
fraternizando por encima de las cercas, jugando y rien- ticia Todo aquello no era más que sombrar todavía;
do juntos, en medio de los odios y las luchas que so- S a n en los cimientos, en los tanteos del principio,
paraban á los padres. ¿Era que la paz futura de la Pero, e n ciertos días de c o n t e n t o tenía l a j n s i ó n del
Ciudad iba á florecer con ellos? pueblo futuro y el corazón le cantaba en el pecho
—Es posible—dijo,—que Nisa sea graciosa y qua La casa ocupada por Ragú y Josina una de las pri-
os entendáis bien; pero se ha convenido que ellos se meras que se hablad construido, estaba cerca d e p a r -
queden en su casa y nosotros en la nuestra, para que J e de la Crécherie, entre la de Bonnaire y la de
nadie se queje.
^ A t r a v e s a b a Lucas la calle cuando distinguió á lo
Sœurette, vencida también por el encanto de aque» leios en la acera, un grupo de comadres en gran
Ha inocente niñez, le miró con ojos llenos de paz, tan
llenos de perdón, que añadió con dulzura: conversación; reconoció pronto ^ l ^ ^ g
—Vamos, hijos míos, quedamos en que no volved y á la señora Bourrón, que parecía que daba noticias
réi» á las andadas, porque nos disgustaríais. I la señora Fauchard, que había ido, como su mar d
Cuando Lenfant é Ivonnot se despidieron definiti- aquella mañana, para saber si la nueva «V?
vamente, llevándose á Arsenio y Olimpia, á Eugenia) Jauja de que hablaban. Con voz agria y gesto^ duro
y á Nicolás, que se habían mezclado con los juegos,? la señora Bonnaire, la Pelos, como la llamaban, no
y marchaban con pena. Lucas pensó en volver á casa; debía de embellecer el cuadro, siempre malhumorada
y descontenta, sin poder estar á gusto e n ninguna par-
terminada su visita diaria, pero antes se acordó do te, amargando su vida y la ajena. Al principio pare-
que había prometido ver á Josina, y resolvió ir á su¡ d a alegrarla el que su marido hubiese encontrado tra-
oasa. Buena mañana había sido aquella; se volvía bajo el la Crécherie; pero después de haber sonado
contento, latiéndole el corazón de esperanza. Primero,: con una parte inmediata de grandes beneficios, ahora
aquel día, la Casa-Comunal, con sus tejas barnizadas, su gran agravio era que aun no llegaba á peder com-
y algunos azulejos que la adornaban, le habían pare* orarse u n reloj que deseaba hacía años.
cido de una alegría próspera bajo el límpido sol: Lo©
talleres olíán á trabajo provechoso; los almacenes co- Babette Bourrón, por el contrario, siempre e n e a »
menzaban á rebosar provisiones. Después venía su es-: tada, era inagotable en las alabanzas do las v e n t a j ^ j t f O
S
de su instalación, satisfecha sohre todo, porque su En adelante tendría una casa agradable, el pan ase-,
marido ya no volvia borracho con Ragú. Entre am- gurado y á Ragú corregido, en cuanto no hubiese los
bas, la señora Fauchard, más flaca, la sin fortuna y disgustos de la fábrica. Y la buena suerte no se ha-
doliente que nunca estaba contenta, parecía perpleja, bía desmentido; había acabado por casarse con ella,
inclinándose á la Pelos; á creerlo perdido todo; tan ante el deseo formal de Sœurette, sin que Josma sin-
convencida estaba de que para ella ya no había dicha tiese con tal matrimonio la alegría que hubiera te-
posible en el mundo. • nido al principio de sus relaciones; ni había acepta-
El ver á la Pelos y á la Fauchard, murmurando así, do siquiera hasta después de consultar con Lucas, que
en son de queja, desagradó á Lucas; se le aguó el seguía siendo su dios, el salvador, el dueño; y en el
buen humor, pues no ignoraba el trastorno que las fondo de su corazón estaba oculta la alegría divina,
mujeres amenazaban traer á la futura organización de la emoción que había sentido al pedir tal permiso, en
paz, de trabajo, y de justicia. Comprendía que eran el minuto de angustia que adivinó en Lucas antes de
omnipotente»; por ellas y para ellas hubiera querido quo él se resignara á consentir. ¿No era aquella la
fundar su ciudad, y perdía valor c u a n d o se encontra- solución mejor, l a única posible? No podía casarse
ba con las malas, hostiles, ó »quiera indiferentes, que más que con Ragú, ya que éste quería. Lucas había
en vez de ser el auxilio esperado, podían convertirse tenido que parecer contento, en bien de ella, conser-
en obstáculo, en elemento destructor, capaz de aniqui- vándole el mismo afecto después del matrimonio, mi-
larlo todo. Saludó al paso, mientras las mujeres callaban rándola sonriente siempre que la encontraba, como para
con expresión de alarma, como cogidas en una mala preguntarla si era feliz. Y Josina sentía el pobre cora-
acción. . zón desesperado, deshecho con no saciadas ansias de
Cuando entró Lucas en casa de Ragú, vió á Josma cariño.
sentada, cosiendo, delante de una ventana. Pero la Tembló levemente, saliendo del ensueño como ad-
labor se le había caído sobre las rodillas, y ella soñaba, vertida por un soplo, y se volvió y reconoció á Lu-
tan abstraída, que no le oyó siquiera, mirando algo cas, que sonreía afectuoso é inquieto.
lejano. La contempló un instante sin acea-carse. Ya —Hija mía, vengo porque Ragú asegura que están
no era la niña infeliz, azotacalles, muerta de hambre, ustedes muy mal en esta casa, que está expuesta á
mal vestida, de pobre rostro, de miseria, de cabellera todas las corrientes de aire de la llanura, y que el
enmarañada. Tenía veintiún años y estaba adorable viento ha roto otros tres vidrios de la ventana de su
con su sencillo vestido de tela azul, fino: de talle es- cuarto de ustedes.
belto y delicado, más no flaco, con sus hermosos ca- Le oía ella sorprendida y confusa, sin saber cómo no
bellos cenicientos, ligeros como seda, que eran cual decir lo contrario de su marido, sin mentir.
floración delicada de su rostro delicioso, un poco lar- —Sí, señor Lucas; se han roto unos cristales, pero
go; con sus ojos azules, rientes, boca pequeña, con no estoy segura de que haya sido el viento. Verdad
frescura de rosa. Estaba en su propio cuadro, en aquel es que, cuando sopla de esa parte, nos toca á nosotros.
comedor tan limpio, tan alegre, con muebles de pino —Temblaba su voz, y no pudo contener dos gruesas
barnizado; la habitación que prefería en su casita,- lágrimas que rodaron por sus mejillas. Ragú había
donde había entrado tan contenta, y que hacía tres sido quien, en un arranque, había roto los cristales,
años tanto se complacía en cuidar y embellecer. ¿Con queriendo tirarlo todo por la ventana.
qué soñaba Josina, así pálida y triste? Cuando Bon- ' —¿Llora usted, Josina? Vamos, hable, confiésese con-
naire había decidido á Ragú á seguirle, juntándose á migo. Ya sabe que soy su amigo.
los compañeros de la Crécherie, se había creado «Ua Se había sentado cerca de ella, muy conmovido, par-
libre de toda pena, Trabajo.—Tomo L—15
esa 2 2 8 =51 e=> 227

tídpando de su pena; pero ella ya había enjugado crificios á los obreros para no comprometer la prospe-
las lágrimas. ridad de la casa.
—No, no; no es nada. Dispénseme usted; es que me —¿Y Bourrón grita con Ragú, no es eso?—pregun-
encuentra en un momento malo, cuando iba á perder tó,—¿pero ha oído usted quejarse jamás á Bonnaire?
la calma y atormentarme. Con la cabeza contestó Josina que no. En esto, por
En vano luchó ella; tuvo que confesar: Ragú no se la ventana abierta se oyeron las voces de las tres mu-
aclimataba en aquel medio de orden, de paz, de es- jeres que seguían en la acera. Debía de ser que la
fuerzo lento y continuo hacia una existencia mejor. Pelos, olvidada de todo, chillaba con su afán continuo
Parecía tener una nostalgia de la miseria, del sufri- de alborotarse y morder. Si Bonnaire callaba, como
miento, de aquel salario de que había vivido, murmu- hombre reflexivo, cuya razón consistía en las largas
rando contra el patrono; pero acostumbrado al yugo experiencias, su mujer bastaba para amotinar á to-
de la esclavitud, consolándose en la taberna, con la das las comadres de la naciente aldehuela. Y volvió
embriaguez, en una rebeldía dé palabras impotentes. á verla Lucas entristeciendo á la Fauchard, anuncian-
Echaba de menos los talleres negros y sucios, la gue- do la ruina próxima de la Crécherie.
rra sorda con los jefes, las riñas estrepitosas con los —Entonces, Josina—añadió lentamente,—¿no es us-
compañeros, todos aquellos abominables días de odio, ted feliz?
que acababan, en casa, pegando á la mujer y á los Quiso ella protestar de nuevo.
hijos. —¡Oh! señor Lucas, ¿cómo no he de serlo cuando
Había empezado por burlarse y llegaba á las acu- tanto ha hecho usted por mí ?
saciones, llamando á la Crécherie gran cuartel, pri- Pero las fuerzas la hicieron traición; otras dos lá-
sión, en que no había ninguna libertad, ni la de be- grimas asomaron á sus ojos, resbalando por las mejillas.
ber un vaso de más, si á mano viene. Hasta lo presen- —Ya lo ve usted, Josina; no es usted feliz.
te, no se ganaba más que en el Abismo, y había una —No lo soy, es verdad; pero ni usted puede hacer
porción de cuidados, la inquietud -de que aquello no nada, ni tiene la culpa. Ha sido para mí como un Dios.
marchase y no hubiera nada que cobrar, el día del Qué hemos de hacer. Si nada puede cambiar el cora-
reparto de los beneficios. Hacía dos meses corrían muy zón de ese desdichado... Vuelve á ser malo, ya no
malos rumores, se decía que aquel año había que apre- aguanta á Nanet; anoche por poco lo rompe todo; y
tarse el vientre, por causa de la compra de máqunas me pegó porque decía que el niño le contestaba de
nuevas. Sin contar con que los almacenes cooperativos mala manera... Déjeme usted, señor Lucas. Estas son
funcionaban á menudo- mal: á veces le mandaban á cosas mías, y le prometo atormentarme lo menos que
uno- patatas, cuando se había pedido petróleo, ó le pueda.
olvidaban á usted, y tenía que volver al despacho de Los sollozos entrecortaron sus palabras temblorosas
distribución antes de verse servido. Y se burlaba, se que apenas se entendían; Lucas, impotente, sentía cre-
enfadaba, llamando á la Crécherie sucia barraca, de cer en él la tristeza. Toda la mañana alegre, se obscu-
donde pensaba escapar en cuanto pudiera. recía; sentía el hielo de un soplo de duda, perdía la
Hubo un silencio penoso; Lucas estaba sombrío, pues esperanza que era su fuerza y su alegría, él, tan va-
había alguna verdad en el fondo de tales recrimina- liente. Cuando las cosas obedecían, cuando el buen éxito
ciones. Era el rechinar inevitable de la máquina nueva material parecía asegurarse, ¿no podría cambiar á los
todavía, y sobre todo los rumores que corrían, las difi- hombres, desenvolver en los corazones el divino amor,
cultades de aquel año, le afectaban tanto más, cuánto la flor fecunda de bondad, de solidaridad? Si los hom-
que temía verse, en efecto, obligado- á pedir ciertos sa- bres permanecían en el odio, en la violencia, , su obra no
se cumpliría; y ¿cómo despertarlos á la ternura, cómo
enseñarles la felicidad ? Aquella querida Josina, que había delante del Abismo, mirándo, con sus ojos «laxos, los
ido á buscar tan abajo, que había salvado de tan atroz edificios ahumados y resonantes de la fábrica en que
miseria, era para él la imagen de su empresa. Esta no se él había fundado la fortuna de los Qurignón. Pasaba
cumpliría mientras Josina no fuese feliz. Era la mujer, ahora por delante de la Crécherie, miraba sus edificios
la mujer miserable, la esclava, la carne de trabajo y nuevos y que alegraba el sol, con los mismos ojos
de placer, cuyo salvador había soñado ser él. Por ella y claros que parecían vacíos. ¿Por qué se había hecho
para ella, sobre todo, entre todas las mujeres, se levan- llevar hasta allí dando una vuelta entera, como para
taría la ciudad futura. Y si Josina seguía siendo des- un examen completo? ¿Qué pensaba, qué juzgaba, qué
graciada, era que todavía nada sólido se había funda- comparación quería establecer? Acaso era una casuali-
do, que todo había que hacerlo todavía. Previo en su dad aquel paseo, el capricho de un pobre viejo que
enojo días de dolor, tuvo la neta sensación de que una volvía á la infancia. Y mientras el criado caminaba más
terrible lucha iba á empeñarse entre el pasado y el despacio, el señor Jerónimo levantaba su ancho rostro,
porvenir, y de que él mismo dejaría en ella sus lágri- de grandes facciones regulares, rodeado de grandes ca-
mas y su sangre. bellos blancos, con aire grave é impasible, examinándolo
—No llore usted, Josina, valor; yo le juro que será todo, no dejando pasar ni una fachada, ni una chimenea,
usted feliz, porque es preciso para que todo el mundo sin su vistazo, como queriendo darse cuenta de este
lo sea. pueblo nuevo que brotaba así junto á la casa que él
Había dicho esto tan cariñosamente, que pudo ha- mismo había creado en otro tiempo.
cerla sonreír. Hubo un incidente que impresionó á Lucas. Otro
—Valiente lo soy, señor Lucas; bien sé que no me viejo, también enfermo y que arrastraba las piernas
abandonará usted y que acabará usted por vencer, hinchadas, venía por la carretera al encuentro del co-
porque usted es la bondad y el valor. Esperaré, se lo checillo. Era el tío Lunot, grueso, de carnes fofas y
juro, aunque tenga que esperar toda la vida. pálidas que seguía con los Bonnaire y que los días
Era como un compromiso, un cambio de promesas de sol daba cortos paseos por delante de la fábrica.
en la esperanza de la dicha futura. Lucas se puso en Al principio, debilitada la vista, no debió de reco-
pie, le cogió las manos apretándoselas, y sintió que nocer al señor Jerónimo. Luego, sobresaltado, se apartó,
ella también oprimía las suyas; no hubo entre ellos se arrimó á la pared, como si el camino no fuera bas-
más caricia que esta, esta caricia de algunos segun- tante ancho para dos; y alzando su sombrero de paja
dos. |Qué sencilla existencia de paz y de alegría se se inclinó saludando profundamente. Era el homenaje
hubiera podido vivir en aquel reducido comedor, con que prestaba al antiguo Qurignón, al patrono fundador,
muebles de pino barnizados, tan risueño y limpio! el primero de los Ragú, asalariado y padre de asalaria-
—Hasta la vista, Josina. dos. Tras él, años y siglos de trabajo, de sufrimiento, de
—Hasta la vista, señor Lucas. miseria, se inclinaban en este saludo tembloroso. Al
Se volvió él á casa, siguió por el terraplén por cuyo pasar el amo, aún herido por el rayo, el viejo esclavo
fondo pasaba el camino de Combettes, cuando otro que tenía en la sangre la cobardía de las servidumbres
encuentro, el último, le detuvo un instante. Acababa seculares se turbaba y se inclinaba. El señor Jerommo
de distinguir al señor Jerónimo en su cochecillo que no le vió siquiera. Pasó con su aspecto de ídolo pasmado,
empujaba un criado, que iba á lo largo de los terre- continuando el examen de los talleres nuevos de la
nos de la Crécherie. Esta aparición le recordó otras Crécherie, tal vez sin verlos. ^ , 4 , .
repetidas de este anciano enfermo, en este coche, so- Lucas se había estremecido, i Había que destruir aquel
bre todo la primera, cuando le había visto pasar por pasado! ¡Había que arrancar del hombre viejo aquella
vivir mejor. Los carniceros, los especieros, los panaderos,
cizaña molesta y venenosa! Miró á su pueblo que ape- los taberneros, iban á verse obligados á cerrar las tien-
nas salía de la tierra, comprendió con qué trabajo, en das ya que se podía pasar muy bien sin su mediación,
medio de qué obstáculos crecería y prosperaría. Sólo e v i t a n d o dejarles entre las manos un dinero inútil. Abo-
el amor y la mujer y el niño acabarían por vencer. minación, gritaban, la sociedad crujía y se desmoronaría
el día en que ellos no pudieran agravar con sus ganan-
cias de parásitos la miseria de los pobres.
Los Laboque, quincalleros, antiguos buhoneros do
feria que habían llegado á tener una especie de gran
bazar en la esquina de la calle de Brías y de la plaza
de la Alcaldía, fueron los más impresionados. El pre-
cio de los hierros de comercio había bajado mucho
en la región dosfe que la Crécherie los fabricaba en
considerables cantidades; y era lo peor que dado el
movimiento de asociación que se apoderaba de las
pequeñas fábricas vecinas, parecía que llegaba el mo-
n m i t a en que los consumidores, sin recurrir á los La-
boque iban á procurarse directamente en los almace-
cooperativos los clavos de los Chodorge, las gua-
dañas y podaderas de los Hausser las maqumas y,
útiles de labranza de los Miranda Ya, sm contar los
hierros, los almacenes de la Crécherie suministraban
var os de estos artículos, y el número de úegocios del
En los cuatro años que la Crécherie llevaba de vida, bazar bajaba cada día. De modo que ^ f o j 0 vi-
un odio sordo subía de Beauclair contra Lucas. Pri- vían en perpétua cólera, éXasperados con lo q ^ lla-
mero había sido un asombro hostil, bromas malicio- S a n el envilecimiento de los precios, considerán-
sas; pero en cuanto se había lastimado los intereses doTe como robados desde el punto en
había ap&ecido la cólera, la necesidad de defenderse á su rueda inútil tragarse energía y mpieza sin pre-
con furia, Gon toda clase de armas, luchando contra vecho más que para ellos. Se habían hecho natural-
el enemigo público. mente centro^activo de hostilidad y do O g j c i ó n e l
La primera alarma, sobre todo, se produjo en los foco donde se encendían poca á poco todos los odios
comerciantes al por menor. Los almacenes coopera- suscitedos por las reformas de Lucas cuyo nombre
tivos de la Crécherie, objeto de burlas cuando se abrie- sólo se pronunciaba con execración. AU c o n c u r r í ^
ron, prosperaban. Poco á poco, adquirían parroquianos, el carnicero Dacheux, balbuciente de rabia reacciona-
no sólo entre los obreros de la fábrica, sino entre los ria y ¿ e s p e c i e r o tabernero Caffiaux, más fno, e n v *
vecinos que se asociaban. No hay que decir si los an- nenado por el rencor, pero atento á su interés Hasta
tiguos proveedores so asustaban ante esta terrible com- I S J U señora Mataine, la panadera, venía á veces
petencia con aquellas nuevas tarifas que bajaban el quejándose de que perdía parroquianos, pero inclman-
precio de los artículos en una tercera parte. Era la lucha
imposible, la ruina á corto plazo, si aquel Lucas de ^ ^ S d n o sabe-gritaba Laboque-<me eso
maldición llegaba á vencer con su desastrosa idea de eeñórLucas, como le llaman, no tiene en e l f o n d o m á s
querer que la riqueza estuviese mejor repartida y que,
para comenzar, los humildes de este mundo pudiesen que una idea, la de destruir el comercio. Si, y se va-
vivir mejor. Los carniceros, los especieros, los panaderos,
cizaña molesta y venenosa! Miró á su pueblo (pie ape- los taberneros, iban á verse obligados á cerrar las tien-
nas salía de la tierra, comprendió con qué trabajo, en das ya que se podía pasar muy bien sin su mediación^
medio de qué obstáculos crecería y prosperaría. Sólo e v i t a n d o dejarles entre las manos un dinero inútil. Abo-
el amor y la mujer y el niño acabarían por vencer. minación, gritaban, la sociedad crujía y se desmoronaría
el día en que ellos no pudieran agravar con sus ganan-
cias de parásitos la miseria de los pobres.
Los Laboque, quincalleros, antiguos buhoneros do
feria que habían llegado á tener una especie de gran
bazar en la esquina de la calle de Brías y de la plaza
de la Alcaldía, fueron los más impresionados. IA pre-
cio de los hierros de comercio habrá bajado mucho
en la región desde que la Crécherie los fabricaba en
considerables cantidades; y era lo peor que dado el
movimiento de asociación que se apoderaba de las
pequeñas fábricas vecinas, parecía que llegaba el mo-
n m i t a en que los consumidores, sin recurrir á los La-
boque iban á procurarse directamente en los almace-
cooperativos los clavos de los Chodorge, las gua-
dañas y podaderas de los Hausser las maqumas y,
útiles de labranza de los Miranda. Ya, sin contar los
hierros, los almacenes de la Crécherie suministraban
var os de estos artículos, y el número de úegocios del
En los cuatro años que la Crécherie llevaba de vida, bazar bajaba cada día. De modo que ^ f o j 0 vi-
un odio sordo subía de Beauclair contra Lucas. Pri- vían en perpétua cólera, éXasperados con lo q ^ lla-
mero había sido un asombro hostil, bromas malicio- S a n el envilecimiento de los precios, considerán-
sas; pero en cuanto se había lastimado los intereses doTe como robados desde el punto en
había ap&ecido la cólera, la necesidad de defenderse á su rueda inútil tragarse energía y mpieza sin pre-
con furia, Gon toda clase de armas, luchando contra vecho más que para ellos. Se habían hecho natural-
el enemigo público. mente centro^activo de hostilidad y
La primera alarma, sobre todo, se produjo en los foco donde se encendían poco á poco todos los odios
comerciantes al por menor. Los almacenes coopera- susciSdos por las reformas de Lucas cuyo nombre
tivos de la Crécherie, objeto de burlas cuando se abrie- sólo se pronunciaba con execración. AU c o n c u r r í ^
ron, prosperaban. Poco á poco, adquirían parroquianos, el carnicero Dacheux, balbuciente de rabia reacciona-
no sólo entre los obreros de la fábrica, sino entre los ria y ¿ e s p e c i e r o tabernero Caffiaux, más fno, e n v *
vecinos que se asociaban. No hay que decir si los an- nenado por el rencor, pero atento á su interés Hasta
tiguos proveedores se asustaban ante esta terrible com- I S J U señora Mataine, la panadera, veria á v e c e s
petencia con aquellas nuevas tarifas que bajaban el quejándose de que perdía parroquianos, pero mclinan-
precio de los artículos en una tercera parte. Era la lucha
imposible, la ruina á corto plazo, si aquel Lucas de ^ ^ S d n o sabe-gritaba Laboque,-eme ese
maldición llegaba á vencer con su desastrosa idea de señor Lucas, como le llaman, no tiene en el fondomás
querer que la riqueza estuviese mejor repartida y que,
para comenzar, loa humildes de este mundo pudiesen que una idea, la de destruir el comercio. Si, y se va-
nagloria, y á gritos dice esta monstruosidad; que el las mujeres, cuando se quieran, se juntarán por el tiempo
comercio es un robo, y nosotros unos ladrones que de- que les plazca, después se dejarán, quedando tan amigos,
bemos desaparecer. Ha fundado la Crécherie para ba- para juntarse, si quieren, con otros. Y si hay hijos, la
rrernos. comunidad los tomará á su cargo, los educará en mon-
Dacheux, con la sangre subida al rostro, oía con tó & la buena de Dios, sin que necesiten madre ni padre.
ojos pasmados. Muda hasta allí la señora Mataine, exclamó:
—Y entoHpes, ¿cómo vamos á hacer para comer, ves- —¡Oh! pobres criaturas... Cada madre tendrá el de-
tir, y lo demás? recho, supongo, de criar á los suyos. Eso es bueno para
—Diantre, |dice que el consumidor so dirigirá in- los niños abandonados por algún mal corazón; esos,
mediatamente al productor! es claró, tienen que criarlos manos extrañas, mezcla-
—¿Y el dinero?—preguntó el carnicero. dos, como en los asilos de huérfanos... Todo eso qua
—El dinero, ¡pues lo suprime también; no habró usted me ha contado me parece á mí poco decente.
dinero 1 Eh ¿qué tal? ¿Habrá necedad? ¡Cómo si so —¡Diga usted que es una pura porquería!—clamó
pudiese vivir sin dinero! Dacheux fuera de sí.—Eso es lo que sucede en medio
Dacheux se ahogaba de furor. del arroyo: se coge á una perdida y se toma y se deja
—¡No más comercio! ¡no más dinero! todo lo des- cuando se quiere. Magnífico, su sociedad futura es una
truye; y no hay una cárcel para un bandido seme- verdadera casa de mal vivir.
jante, que arruinará á Beauclair si no se le va, á la Y Laboque, que no perdía de vista sus intereses
mano.
Caffiaux movía gravemente la cabeza. amenazados, concluía: .
—Y ha dicho cosas peores... Primero, que todo el —Está loco, ese señor Lucas. No podemos dejarle
mundo debía trabajar; un verdadero presidio donde arruinaT y deshonrar así á Beauclair. Va á haber que
habrá guardias con palos para que cada cual cumpla entenderse para hacer algo. .
con su deber. Dice que no deben existir ni ricos ni Pero creció la cólera todavía, y se desencadenó por
pobres; no se será más rico al nacor que al morir; se todas partes, cuando Beauclair supo que la infección
comerá lo que se gane, lo mismo que el vecino, por de la Crécherie invadía la vecina aldea de Combettes.
supuesto, sin que haya derecho de hacer economías. Estupor, reprobación. Ya se veía, el señor Lucas co-
rrompía, envenenaba á los aldeanos. Lenfant, el al-
—Bueno. ¿Y la herencia?—interrumpió de nuevo Da- calde de Combettes, ayudado por el «adjunto», Ivonnot,-
cheux.
después de haber reunido y reconciliado á los cuatro-
—No habrá herencia cientos habitantes del concojo, acababa de decidirles
—¡Cómo! ¿Nada de herencia; no dejaré á mi hija á juntar sus tierras por un acto de asociación, co-
mi dinero? ¡Rayos y truenos! Eso es demasiado. piado del que regía el capital, el talento y el trabajo
Y el carnicero hizo temblar la mesa de un violen- en la fábrica nueva. Ya no habría más que un vasto
to puñetazo.
dominio, que permitiría el uso de las máquinas, de
—Y dijo también—continuaba Caffiaux,—que no ha- los grandes abonos, de los cultivos intensivos, decu-
brá autoridad de ninguna suerte, ni gobierno, ni gen- plando las cosechas, dando la esperanza de un gran
dannes, ni jueces, ni cárceles. Cada cual vivirá como reparto de beneficios. Y ambas asociaciones iban á
quiera, comerá y dormirá á su gusto. Dice también que consolidarse asociándose; los aldeanos suministraban
las máquinas acabarán por hacer todo el trabajo y que el pan á los obreros que les darían útiles, los ob-
los obreros sólo tendrán el cuidado bien fácil de guiar- jetos manufacturados necesarios para su existencia; de
las. Será el paraíso porque no se luchará, no habrá suerte que se acercarían así dos clases enemigas, fusión
ejércitos ni guerras... Y en fin, dice que los hombres y poco á poco íntima, embrión de un pueblo fraternal.
Se acababa el mundo antiguo si el socialismo conquis- ral era que se trataba de uno de esos torrentes de
taba á los aldeanos, los innumerables trabajadores del montaña cuyas fuentes permanecen ocultas. Los mas
campo, considerados hasta entonces como murallas de la ancianos se acordaban de haberle visto correr con gran-
propiedad egoísta, matándose con el ingrato sudor so- des llenas en ciertas épocas. Pero hacía muchos años
bre sus terrones antes que enajenarlos. Fué un temblor^ no llevaba más que agua escasa, cuya frescura corrom-
un escalofrío de todo Beauclair, y anunciaba la próxi- pían las industrias cercanas. En las casas de la onlla,
ma. catástrofe. las mujeres habían llegado á convertirle en fregadero
Y otra vez los Laboque se vieron perjudicados en y en él arrojaban el agua sucia y toda inmundicia, de
primer lugar. Perdían la parroquia de Combettes; no modo que arrastraba todos los detritos del barrio pobre y
vieron más ni á Lenfant ni á los demás venir á com- despedía por el verano un hedor espantoso. Hubo un
prar azadones, carretas, útiles y utensilios. En la úl- momento, cuando se esparcieron serios temores de epi-
tima visita que les hizo Lenfant regateó, no compró demia, en que tí Ayuntamiento por iniciativa del Alcalde
nada, les declaró claramente que ganaría un treinta había discutido si convendría tapar el riachuelo hacién-
por ciento no volviendo por allí, ya que estaban obli- dole pasar bajo tierra. Pero el gasto pareció muy grande
gados á sacar tanta ganancia en los objetos que ellos y no s e habló más de ello; el Clouque continuó tranqu*
mismos se procuraban de las fábricas vecinas. En ade- lamente apestando y contaminando al vecindario. Y
lante todos los de Combettes se dirigirían sin mediación hé aquí que, de repente, el Clouque se agota por com-
á la Crécherie, adhiriéndose á los almacenes cooperativos pleto, se seca y ya no es más que un camino duro,
cuya importancia seguía creciendo. Y desde entonces peñascoso, sin una gota de agua. Beauclair, como por
fué aquello el terror para todos los comerciantes al por una vara mágica, quedaba libre de aquel foco infec-
menor de Beauclair. cioso á que se atribuían todas las fiebres malignas
—Hay que hacer algo, hay que hacer algo—repe- del país; y sólo quedaba la curiosidad de saber por
tía Laboque con creciente vehemencia, cuando Dacheux dónde había podido marchar la corriente.
y Caffiaux venían á verle.—Si esperamos á que ese Primero, sólo fué un vago rumor. Después los he-
loco envenene á todo el país con sus doctrinas mons- chos se precisaron y se tuvo por cierto que era que
truosas, llegaremos demasiado tarde. el señor Lucas había empezado á desviar la comento
—¿Qué hacer?—preguntaba prudentemente Caffiaux. el día en que había recogido las fuentes en la falda
Dacheux estaba por las francas matanzas. de los Montes Bleuses para tí servicio de la Crécherie,-
—Se le podía esperar en una esquina una noche,' era toda aquella agua clara, corriente que le llevaba
y largarle uno de esos voleos que dan que pensar á la salud, la prosperidad. Pero cuando había acabado
un hombre. por llevarse todo el caudal, había sido cuando se le
Pero Laboque, pequeño y astuto, imaginaba medios había ocurrido dar lo que sobraba de sus depósitos
más seguros para matar al tal sujeto. á los aldeanos de Combettes, causando así su fortuna
—No, no; todo el pueblo se subleva contra él, y, y determinando su feliz asociación, gracias al agua
hay que aprovechar una ocasión en que tengamos á) bienhechora que los había reunido corriendo para to-
todos con nosotros. dos Pronto abundaron las pruebas: tí agua que había
Y la ocasión, en efecto, se presentó. El Beauclair desaparecido del Clouque, corría por tí Gran-Jean, de-
viejo le atravesaba un arroyo infecto, una especie de cuplada. utilizada por la inteligencia, convertida en ri-
cloaca descubierta que se llamaba el Clouque. queza en lugar de ser suciedad y muerte. Volvió la ira,
No se sabía siquiera de dónde venía, parecía salir volvió la cólera, mayores cada vez contra aquel Lucas
de unos antiguos escombros de miserables viviendas, que con tal frescura disponía de lo que no era suyo.
4 la salida de las gargantas de Brías: y la idea gene- ¿Por qué había robado la corriente? ¿Por qué se la
guardaba para darla á sus hechuras ? No se cogía así el Y como si se tratara de una fiesta, hubo en s u c a s a
agua d e un pueblo, un arroyo que siempre había corri- una reunión con el pretexto de u n a m e n e n , i a ofeecada
do por allí, que estaba uno acostumbrado á ver, y que por su hija y su hijo, Eulalia y Augusto á sus ca
al fin y al cabo prestaba grandes servicios. El sutil maradas Honorina Calfiaux, Evaristo Matead, j j
hilo de agua sucia que arrastraba detritos inmundos y na Dacheux. Toda esta gente menuda crecía, Augusto
apestaba el aire y mataba la gente se había olvidado. Íenía diez v seis años, y Eulalia nueve; los catorce ae
Ya no s e hablaba de enterrarlo, cada cual decía el gran Ev^riste le habían dado'seriedad, y los diez y nuevemí*
beneficio que sacaba de él para el riego, para lavar la Honorina, ya casadera, la hacían tratar matemalmente á
ropa y para las necesidades diarias de la vida. Tamaño Juliana, la más niña, d e ocho anos. T o d o s e l l o s s e f u e r o n
robo no se podía tolerar, era necesario que la Crécherie al jardín, pequeño, y jugaron y nerón como locos, c:on
devolviese el Clouque, la infecta letrina que envenenaba la conciencia clara y alegre, ignorando los odios y la
el pueblo. C
Laboque fué, naturalmente, quien gritó más fuer- ^ d r e r í f c 6 o S g i d o - g r i t ó L a b o ^ señor Gou-
te. Hizo una visita oficial á Gourier, el alcalde, para rier me ha dicho que si llegamos ^ t a el fm a x ™
saber qué resolución pensaba proponer al Ayuntamien- remos la fábrica. Supongamos que el tribuna^ no :me
to e n circunstancias tan graves. El, Laboque, so con- concede más que diez mil francos; p e j , v o s o t r o s s o «
sideraba particularmente perjudicado, porque el Clouque ciento todos podéis hacer lo mismo que yo, y e i j a i
pasaba por detrás de su casa, por el extremo de su Lucas tiene que aflojar el milloncejo. Y no es eso todo^
jardín, y afirmaba que sacaba de él gran provecho. Tendrá que devolver el agua y destruir los babajos h £
Claro que si se hubiera puesto á recoger firmas pro- chos y ¿ t e le privará de toda esta frescura de que está
testando hubiera reunido las do todos los vecinos de tan ufano... El gran negocio, amigos míos.
su barrio. Pero su idea era que el pueblo debía de hacer Todos con voces de triunfo se exdtaban ante la idea
suyo el asunto, intentar u n pleito contra la Crécherie d e arruinar á la fábrica, sobre todo de humillar á Lu-
pidiendo la restitución del agua y los daños y perjuicios. cas como el insensato que quena destruir el comercio,
Gourier escuchó y se contentó con aprobar moviendo la la herencia, el dinero, los fundamentos más ve^Ta-
cabeza, á pesar del odio medroso que personalmente le bles de las sociedades humanas. Sólo Caffiaux refle-
inspiraba Lucas. Luego pidió algunos días para pensarlo,
queriendo examinar el caso y consultar á los que le ro- * - Y o * h u b i e r a preferido-dijo al fin,-que el pueblo
deaban. Comprendía que Laboque quería meter al pue- hiciera suyo el pleito. Cuando hay que batirse, estos
blo en la danza para no dar la cara él. El Sub-Préfecto burgueses siempre echan á los demás por delante. ¿Dón-
Chatelard, con el cual se encerró durante dos horas, le d e están esos ciento que se atrevan á demandar á la
convenció aterrado siempre ante las complicaciones, de Crécherie?
lo prudente que era en cualquier caso dejar á los demás Dacheux, furioso, g n t ó : ,
meterse en pleitos. Gourier llamó al quincallero sólo —lAh! i Yo me hubiera atrevido, yo, do buena ga-
para explicarle muy por largo que un litigio on que na si mi casa no estuviera al otro lado de la calle. Y
fuera el pueblo parte iría muy despacio, no llegaría á todavía hemos de vernos, porque el C l o u q u e p a s a p o r
nada serio, mientras que si la cosa la intentaba un par- el extremo del patio de mi suegra. Quiero e n b a r e n
ticular, las consecuencias serían mucho peores para la el ajo, i rayos y truenos I
Crécherie, sobre todo si después de condenada ésta, - P e r o - a ñ a d i ó Laboque,—por lo pronto tenemos á,
otros particulares volvían á empezar, indefinidamente. la señora Mataine que está en las mismas condiciones
Algunos días después, Laboque pedía judicialmente vein- que yo y cuya casa sufre perjuicio como la mía desde
ticinco mil francos d e daños y perju,iciog.
= 238 w 253
que se agotó el arroyo... justed se quejará! ¿no es así,- tamente contra Lucas y su empresa, la fábrica dia-
señora Mataine? bólica en que se preparaba la ruina de la sociedad,
La habían invitado á venir con la oculta intención antigua y respetable. Eran la autoridad, la propiedad,
de obligarla á comprometerse formalmente, pues sa- la religión, la familia lo que se trataba de defender.
bían que ante todo deseaba la paz suya y la ajena Beauclair entero acababa por ser de la partida; los al-
como mujer excelente. Ella, comenzó por reírse. macenistas perjudicados sublevaban á sus parroquianos,
—i Bah! | El daño hecho á mi casa por la desapa- seguíales la burguesía por el terror de las nuevas ideas.
rición del Clouque! No, no, veeino; la verdad es que No había modesto hacendado que no se creyera amena-
yo había dado orden de que nunca se empleara ni una zado de un cataclismo espantoso que destruiría su limi-
gota de aquella agua corrompida, por temor de que tada existencia de egoísta. Las mujeres se indignaban,
enfermaran mis parroquianos... Era tan sucia y olía se sublevaban desde que el triunfo de la Créchene se
tan mal, que sería preciso, absolutamente, el día que les presentaba como el de un inmenso lupanar donde
nos devolviesen el arroyo, gastar el dinero necesario todas ellas estarían á merced del primer transeúnte que
para librarnos de él, haciéndolo pasar bajo tierra como quisiera llevárselas. En tanto los obreros, los pobres
ya se pensó la otra vez. hambrientos, se alarmaban y empezaban á maldecir al
Laboque fingió que no oía. hombre cuyo anhelo ardiente era salvarlos. Le acusaban
—Pero en fin, señora, usted está con nosotros, sus de agravar su miseria haciendo más inexorables á los
intereses sotí los nuestros y si yo gano mi pleito, us- patronos y á los ricos. Pero lo que sobre todo enve-
ted seguirá á todos los propietarios y viviremos ase- nenaba y enloquecía á Beauclair, era la campana vio-
gurados por la cosa juzgada. lenta que el periódico local publicado por el impresor
—Veremos, veremos—respondió la hermosa panade- Lableu hacía contra Lucas. Con tal ocasión el periódico
ra, ya seria.—Sí, quiero estar con la justicia, si es se había hecho bisemanal, y se sospechaba que el capi-
justo. tán Jollivet era el autor de los artículos cuya virulencia
Laboque tuvo que contentarse con esta promesa con- tanto impresionaba. El ataque, por lo demás, se re-
dicional. La exaltación de la ira le sacaba de quicio; ducía á un bombardeo de errores y mentiras, todo el
ya creía conseguida la victoria, aplastadas aquellas lo- lodo de necedad que se arroja al socialismo poniendo
curas socialistas, cuyo ensayo en cuatro años había en caricatura sus intenciones y manchando sus ideas.
hecho descender en una mitad el precio de su comercio. Pero el buen éxito de semejante táctica sobre cere-
Dando puñetazos sobre la mesa con Dacheux, vengaba bros débiles é ignorantes era seguro, y fué maravillo-
á toda la sociedad; en tanto que el prudente Caffiaux, so el ver cómo la exaltación fué ganando terreno en
d e complicada diplomacia, esperaba el triunfo del Beau- medio de intrigas complicadas, teniendo contra e l per-
clair viejo ó de la Crécherie antes de comprometerse mu- turbador público á todas las clases enemigas, fañosas
cho. Y allá en su mesa en que se servían pasteles y almí- al notar que se las molestaba en su cloaca secular,
bares, los niños, sin oír nada de la próxima batalla, bajo el vano pretexto de conducirles reconciliados á la
fraternizaban como una alegre bandada de pájaros li- ciudad sana, á la ciudad justa y dichosa del porvenir.
bres en el anchó cielo, en el libre porvenir. Dos días antes de que se viera ante el tribunal ci-
Todo Beauciáir se conmovió cuando se supo que vil de Beauclair el litigio promovido por Laboque con-
Laboque había acudido á la justicia, reclamando vein- tra Lucas, hubo en el Abismo, en casa de los Delaveau,
ticinco mil francos; lo cual era el ultimátum, la de- un gran almuerzo cuyo objeto secreto era verse y
claración de guerra. Ya había un banderín de en- entenderse antes de la batalla. Estaban invitados na-
ganche, las hostilidades esparcidas se reconcentraron, turalmente, los Boisgelín, Gourier, el alcalde, el Sub-Fre-
se agruparon en un ejército activo que se declaró ne- fecto Chatelard, el juez Gaume, con su yerno el capitan
Jollivet, y en fin, Maxle ©1 cura. También estaban las que se había hecho olvidar. Las cosas iban de mal en
señoras, para que la reunión consérvala, en apariencia, peor en París, la autoridad central se hundía un poco
aspecto de amable intimidad. cada día, se acercaba el tiempo en que la sociedad
Chafcelard, según costumbre, pasó por casa del al- burguesa tendría que hacerse polvo por sí misma ó
calde á las once y media, para llevárselos á él y á su dejarse llevar por una revolución; y él, como buen
mujer, Leonor, siempre hermosa. Desde que la Créche- filósofo escéptico no pedía más que durar hasta en-
rie iba bien, Gourier pasaba malos ratos de inquietud tonces, feliz sencillamente, sin demasiados disgustos,
y de duda. Primero, había conocido entre los cen- en el tibio nido que se había escogido. Así toda su po-
tenares de obreros que empleaba en su gran zapatería lítica no consistía más que en dejar correr los hechos
de la calle de Brías, una especie de vacilación, la nue- ocupándose en ellos lo menos posible, convencido tam-
va conmoción que pasaba, la amenaza de asociarse. bién de que el gobierno en medio de las dificultades
Después se había dicho si no sería mejor ceder, ayu- en que agonizaba le agradecería infinito que abando-
dar él mismo á tal asociación que le arruinaría si no nara la bestia á una dulce muerte sin zarandearte más.
entraba en ella. Pero este era un combate interior Era magnífico un Sub-Prefecto de quien no se oía ha-
que ocultaba, pues tenía una llaga viva, el rencor que blar jamás, cuyo inteligente esfuerzo había suprimido
le hacía enemigo personal de Lucas, desde que su hijo en Beauclair toda preocupación gubernamental. Y había
Abuiles, el buen mozo independiente, había roto con logrado su intento; nadie se acordaba de él más que
él para ocupar un empleo en la Crécherie, donde es- para colmarle de elogios, mientras acababa apacible-
taba más cerca de Azulina, su novia de las claras no- mente de enterrar á la sociedad moribunda, viviendo
ches. Había prohibido el alcalde que se pronunciara él su último otoño en el regazo de Leonor hermosa.
en su presencia el nombre del ingrato, desertor de la —Ya lo sabe usted, amigo mío; no se comprometa
burguesía unido al enemigo de toda seguridad social. usted, pues en un tiempo como el nuestro no se pue-
Y sin querer confesarlo, la misma marcha de su hijo de saber lo qué sucederá mañana. Hay que esperarlo
agravaba su incertidumbre con el sordo temor de verse todo, y lo mejor es no hacerse incompatible con nada.
acaso un día obligado á seguirle. Deje usted á los demás ir delante y correr el riesgo
de romperse los huesos, y después ya verá lo que ha
En cuanto vió entrar á Chatelard, le dijo: de hacer.
—Pleito tenemos. Laboque ha vuelto por unos cer- Pero entraba Leonor vestida de seda clara, como
tificados. Su idea sigue siendo la de que todo el pue- rejuvenecida después de haber pasado de los cuaren-
blo se mezcle en el asunto y hay que ayudarle, des- ta, de una belleza rubia majestuosa, con ojos Cándidos
pués de haberle empujado como hemos hecho. de devota en aquel hogar de tres aceptado por lo de-
El' Sub-Prefecto no hizo más que sonreír. más, por el pueblo entero. Chatelard le cogió la mano,
—No, no, amigo mío, óigame usted, no comprometa la besó, galante como el primer día, instalado allí
al pueblo... Ha sido usted bastante sagaz para aten- para acabar así la existencia, mientras el marido con
der á mis razones, no mostrándose parte y dejando aire de verse libre de deberes demasiado pesados, en-
aventurarse á ese terrible Laboque, que tiene sed de volvía á los dos en una mirada afectuosa, como hombre
venganza y de sangre. Se lo ruego, siga usted así, que en otra parte tenía compensaciones y cuya dicha
como simple espectador: siempre habrá tiempo para estaba ya para siempre bien ordenada.
aprovecharse de su victoria, si vence... iay, amigo mío, —¿Ya estás lista? Entonces nos vamos, no es eso,
si supiera usted lo bueno que es siempre no mezclarse Chatelard?... y no tenga usted miedo, soy prudente,
en nadal no tengo ganas de meterme en algún lío que pudiera
Y con un ademán completó su pensamiento, dijo Trabajo.—Tomo I— Í §
toda la paz que gozaba en su Sub-Prefectura desde
.UNIVERSIDAD Dc HUES8M
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA
« 243 «s
costarne la tranquilidad. Pero ya lo sabe usted, ahora —IOlí! escribir, ya sabe usted que yo no escribo;
en casa de los Delaivoau "hay quo decir lo que digan nunca ha sido eso de mi gusto. Pero es verdad, yo doy
los demás. las ideas á Lebleu; ya sabe usted, un pedazo de pa-
A la misma hora, ed presidente Gaume esperaba en pel, notas con las cuales él hace redactar eso después
casa á s u hija Lucila y á su yerno el capitán Jolli- á no sé quién.
kret con los cuales había de ir al almuerzo de los De- Y como el presidente continuaba haciendo un gesto
Iajveau. El presidente había envejecido mucho en los de desaprobación, continuó:
cuatro años; parecía más severo y más triste, ma- —¿Qué quiere usted? Se bate uno con las armas
niaco del derecho, se pasaba horas y horas fundando que tiene. Si estas malditas fiebres del Sudán no me
las sentencias con creciente minuciosidad. Se decía que hubiesen obligado á presentar la dimisión, á sablazos
se le había oído sollozar, ciertas noches, como si todo sería como yo caería sobre esos ideólogos que están á
se hundiese á sus pies, hasta aquella justicia humana punto de derribarnos con sus utopias criminales.... iAhl
á la cual se agarraba desesperado para no vorse tragado I Dios mío! i qué consuelo seria pinchar á una docena 1
con este último resto. En el doloroso recuerdo del drama Lucila, pequeña y bonita, que se callaba, sonreía
íntimo que le abrumaba, la traición y la muerte violenta de modo enigmático; y echó sobre su marido, aquel
de su mujer, debía de sufrir, sobre todo, viendo este dra- hombrazo d e triunfantes mostachos, una mirada de tan
ma renacer en su hija adorada aquella L u d i a de rostro clara ironía, que el magistrado leyó en ella sin trabajo
virginal, de tan extraño p a r e a d o con su madre, que el desdén burlón que la joven consagraba al espadachín,
engañaba á su marido, como aquella le había engañado con el cual jugaban sus delicadas manos de rosa como
á él. No hacía seis meses que era mujer del capitán una gata con un ratón.
Jollivet, cuando y a traidora se entregaba al pasante de —1 Ah, Carlos!—murmuró,—¡no seas malo, no digas
un abogado, un galopín medrado, rubio, más joven que cosas que me dan miedo 1
ella, de ojos azules de muchacha. El presidente, que sor- Pero se encontró con los ojos do su padre, temió
prendió la intriga, padeció atrozmente como si volvie- que la adivinara y añadió, con aire de Cándida virgen:
ra á empezar la traidón, por cuya herida su corazón —¿No es verdad, querido papá, que Carlos hace mal
seguía sangrando. No se atrevió á buscar una expli- en pudrirse así la sangre? Debiéramos vivir tranqui-
cación dolorosa; hubiera creído revivir el terrible día los, en nuestro rincón', y acaso Dios nos bendijera man-
en que su mujer se había matado delante de él, confe- dándonos por fin un niño hermoso.
sando . su culpa. ] Abominable mundo en que todo Comprendió Gaume que seguía burlándose, mientras
le había hecho traidón! jCómo creer en una justicia evocaba la imagen del amante, el rubio pasante do
cuando las más hermosas y las mejores hacían sufrir abogado, de ojos azules de muchacha, del cual había
tanto! hecho una muñeca viciosa.
Pensativo y moroso, el presidente Gaume estaba sen- —Todo eso es bien triste y bien cruel—concluyó el
tado en su gabinete acabando de leer el diario de «Beau- presidente sin precisar,—¿qué resolver, qué hacer, cuan-
clair», cuando se presentaron el capitán y Lucila. El do todos se engañan y se devoran?
artículo d e violento ataque contra la Crécherie que Se levantó con trabajo y cogió el sombrero y los
había leído le parecía necio, desmañado y grosero. Y guantes para ir á casa de los Delaveau. En la calle,-
1© dijo tranquilamente: Lucila, á quien adoraba, á pesar de tantos disgustos
—Supongo que no e s usted, amigo Jollivet, quien se le colgó del brazo y hubo un momento do delicioso
escribe semejantes artículos, aunque eso se murmu- olvido como si fueran do® novios reconciliados.
ra. De nada sirve injuriar á los- adversarios. En el Abismo, á mediodía, Delaveau se reunió con
El capitán mostró cierta modestia. Fernanda en el gabinete que daba al comedor, en e j
«=3 2U => m 245 ^
piso bajo del antiguo pabellón de los Qurignón, donde siempre creciente de goces y de lujos, ganancias ma-
ahora vivía el director de la fábrica. Era mansión yores sin cesar, una fábrica próspera, centenares de
bastante íeducida; abajo no había más que otra ha- obreros trabajando el acero ante la boca abrasada de
bitación, despacho de Delaveau, que comunicaba por los hornos. Ella era quien devoraba hombres y dinero•;
una galería de madera con las próximas oficinas del el Abismo con sus martillos pilones, sus máquinas gi-
establecimiento. Arriba, en el primer piso y en el se- gantescas, no bastaba para calmar su apetito. ¿Qué
gando, estaban los dormitorios. Desde que una mujer se haría su anhelo de gran vida futura de millones
joven, loca por el lujo, había entrado allí, las antiguas amontonados y devorados, si peligraba el Abismo y
paredes negras, estaban cubiertas con tapices y col- sucumbía por la competencia? Por esto, no dejaba en
gaduras que eran algo de los esplendores y goces so- paz ni á su marido ni á Boisgelín, empujándoles, in-
ñados. quietándoles, aprovechando todas las ocasiones para de-
Boisgelín, fué el primero que se presentó, solo. mostrar su cólera y sus temores. .
—|Cómol—exclamó Fernanda con expresión doloro- Boisgelín, que veía una especie de superioridad en
sa.—¿No viene Susana? no ocuparse jamás en los asuntos de la fábrica, gastan-
—Le ruego á usted que la dispense—respondió co- do sin contar las ganancias con la vanagloria del buen
rrectamente Boisgelín.—Desde por la mañana tiene tal mozo querido, elegante caballero, gran cazador solía
jaqueca que no ha podido salir de su cuarto. temblar, sin embargo, cuando oía á Fernanda hablar
Siempre que había que venir al Abismo, sucedía de la ruina posible. Y se volvió á Delaveau, en quien
igual; Susana encontraba un pretexto para evitar este seguía teniendo confianza absoluta.
aumento de dolor; y sólo Delaveau, ciego, no compren- —Tú estás tranquilo, ¿no es así, primo?.... ¿no mar-
día nada.
Boisgelín. cambió en seguida de conversación. cha bien todo?
—¿Con qué, esatmos en vísperas del famoso pleito? El ingeniero se encogió de hombros otra vez.
¿No es eso? es cosa hecha; la Crécherie está condena- —Te repito que la fábrica todavía no sufre perjui-
da de antemano. cios... Todo el pueblo se levanta contra ese hombre;
Delaveau alzó los robustos hombros. es un loco. Se va á ver su impopularidad; y si en el
—Que la condenen ó no, ¿qué nos importa? Sin fondo me alegro del pleito, es porque eso va á acabar
duda nos hace daño envileciendo el precio de los hie- de desconceptuarle en la opinión de Beauclair. An-
rros; pero no estamos en competencia de fabricación tes de tres meses, todos los obreros que nos ha llevado
y la cosa todavía no es grave. volverán con las manos en cruz á suplicarme que los
Temblando, de una maravillosa belleza aquel día, admita otra vez en el Abismo. [Ya veréis, ya veréis
Fernanda le miró con ojos de fuego. No hay más que la autoridad; la emancipación del
—[Oh! Tú no sabes aborrecer... ese hombre se te trabajo es una tontería; el trabajador no hace nada
ha atravesado en todos tus proyectos, ha fundado á la de provecho <*n cuanto es dueño de sí mismo.
puerta de tu fábrica otra, rival, cuyo buen éxito sería Tras una pausa, añadió cen voz lenta y con la som-
la ruina de la tuya... Es siempre el obstáculo, la ame- bra de una preocupación en los ojos:
naza. y tú ni siquiera deseas su ruina. |Ah, que lo —Sin embargo, debiéramos ser prudentes; la Cré-
arrojen desnudo al hoyo; me alegraré I cherie no es una competencia despreciable, y lo que
Desde el primer día había comprendido que Lucas me inquietaría sería no tener en una necesidad re-
iba á ser el enemigo, y no podía hablar sin odio de pentina los fondos necesarios para la lucha. Vivimos
este hombre que amenazaba sus placeres. Aquel era el demasiado al día, se hace indispensable crear una se-
gran crimen, el único'; exigía ella paFa su hambre ria caja de reserva, dejando en ella, por ejemplo, el
tercio de las ganancias anuales.
Fernanda eoniuvo «a gesto de involuntaria protes- —I Ah! Te parece gracioso... Pues oye, si en la vi-
t a . Ese ©ra su tomor, qu© ©1 tren de su amante dismi- da te vuelvo á sorprender con él, te dejo sin postres
nuyese teniendo ella que perder algo de los goces ocho días. No quiero por causa tuya tener alguna
de su orgullo y de las diversiones que de allí sacaba. cuestión con los de al lado. Irían diciendo por todas
Tuvo que contentarse con mirar á Boisgelín, que es- partes que atraemos á sus hijos para que se pongan
pontáneamente respondió con toda claridad: malos... Ya lo oyes, ahora hablo en serio, si vuelves
—No, no, primo, en este momento no; no puedo á buscar al tal Nanet, nos veremos. -
dejar nada, tengo gastos muy grandes. Por lo demás, —Bien, mamá—dijo Nisa con aire tranquilo y ri-
vuelvo á darte las gracias porque haces producir á mi sueño.
dinero más de lo prometido... Ya veremos más tarde; Y en cuanto salió la doncella, después de besar
volveremos á hablar de esto. á todos, concluyó la madre:
Pero Fernanda seguía nerviosa y su cólera sorda —Es muy sencillo, voy á tapiar la puerta y estajé
cayó sobre Nisa, á quien la doncella acababa de ha- segura de que los niños ya no pueden juntarse. No
cer almorzar sola y la traía antes de llevarla á pasar hay cosa peor que estos juegos de chiquillos; cogen la
la tarde en casa de una amiguita. Nisa, que iba á peste juntos. . . .
cumplir siete años, crecía graciosa, sonrosada y rubia Ni Delaveau ni Boisgelín, habían intervenido, no vien-
siempre sonriente con sus cabellos locos, que la hacían do en todo aquello más que niñerías, aunque partidarios
parecerse á un rizado cordero. de las medidas severas por razón del orden. Y el por-
—Vea usted, señor Boisgelín, aquí está una niña venir germinaba. Nisa, tenaz, llevaba en su corazoncito
desobediente que me va á poner mala... Pregúntela la imagen de Nanet, que era tan gracioso y jugaba tan
usted lo que hizo el otro día en la merienda que dió á su gusto. ,
á su hijo d e usted, Pablo, y á Luisa Mazello. Llegaron por fin los convidados, los Gourier con Cha
Sin la menor turbación, Nisa continuaba sonrien- telard, luego el Presidente Daume con el matrimonio
do alegre, clavando en todos sus límpidos ojos azules. Jollivet. Según su costumbre, Marle el cura se presentó
—| Oh!—continuó la madre,—no confesará ella su el último, retrasado. Eran diez; los Mazelle, que no
culpa... Pues bueno, á pesar de mi prohibición re- podían venir á almorzar, habían prometido formalmente
petida cien veces, ha vuelto á abrir la antigua puerta no faltar al café. Fernanda puso á su derecha al Sub-
que da á nuestro jardín y ha hecho entrar á toda la Prefecto y al Presidente á la izquierda, mientras Delaveau
pillería indecente de la Crécherie. Entre ellos el tal se sentaba entre las dos señoras Leonor y Lucila, y en
Nanet, un terrible galopín que so le ha entrado por los extremos estaban Gourier y Boisgelín, el cura y el
el alma. Y también eran de la partida su Pablo de capitán. Habían querido ser pocos para charlar más á
usted y Luisa Mazelle, que fraternizaban con toda la su gusto. Además, el comedor que avergonzaba á Fer-
patulea de los chicos de Bonnaire, de ese que nos dejó nanda, era tan pequeño, que el antiguo aparador de
de tan mala manera. ¡ Sí, Pablo con Antonieta y Lui- caoba estorbaba para el servicio de los comensales, en
sa con Luciano eran conducidos por la señorita Nisa pasando de una docena En cuanto vino el pescado, de-
sti Nanet á la devastación de nuestros arriates!... udosas truchas del Mionna, la conversación fue á dar
vea usted, ni siquiera so la cae la cara de ver- sucesivamente á la Créchjeriel y á Lucas. Y lo que decían
güenza. estos burgueses instruidos, en situación de conocer lo
—Y bago bien—respondió sencillamente Nisa con voz que llamaban utopia socialista, apenas suponía mas in-
clara;—nada hemos roto y nos hemos divertido mucho teligencia ni más juicio que las extraordinarias ap>o
juntos... |Nanet es muy gracioso!... ciadones de los Dacheux y los Laboque. El único q
Tal respuesta acabó de incomodar á Fernanda.
«as 248 "é= 249
ïiubîera podido comprender era Chatelard. Pero éste lo
tomaba á broma: por la asociación á suprimir el salario y que se hará
—Ya sabéis que chicos y chicas crecen juntos en un justo reparto de la riqueza el día en que no haya
las mismas clases, en los mismos talleres y supongo más que trabajadores que darán cada uno su parte
que en los mismos dormitorios, de suerte que ahí te- de esfuerzo á la comunidad. No conozco sueño más
nemos una ciudad en pequeño que se va á poblar rápi- peligroso* porque es irrealizable. ¿No es así, señor
damente. Todos en familia, todos papás y mamás con Gourier?
una caterva de hijos de todo el mundo. El Alcalde que comía con la cara metida por el
—iOh, qué horror!—dijo Fernanda con aire de pro- plato, se limpió la boca muy despacio antes de responder,
fundo disgusto, pues fingía mucho recato. viendo que el Sub-Prefecto le miraba.
—Irrealizable, sin duda... Sólo que no hay que con-
Leonor, cada vez más influida por la moral severa denar á la ligera la asociación. Hay en ella una gran
de la religión, se inclinó hacia el cura, su vecino, mur-
murando : fuerza de que acaso lleguemos nosotros mismos á ser-
virnos.
—Es una vergüenza que Dios no permitirá.
Pero el clérigo se contentó con levantar los ojos al Esta prudencia indignó al capitán, que gritó fuera
cielo, pues su situación se hacía tanto más difícil cuan- de sí:
to que no había querido romper con Sœurette y se- —[Cómo se entiende! ¿Llegaría usted á no conde-
guía almorzando periódicamente en la Crécherie. Se nar en redondo los abominables atentados que ese
debía á todas sus ovejas, especialmente á las que ha- hombre, hablo del tal señor Lucas, medita contra todo
bían abandonado el aprisco y él creía capaces de vol- lo que amamos, nuestra vieja Francia, tal como la es-
ver á el. A esto le llamaba permanecer en la brecha, pada de nuestros padres nos la han dejado?
luchar contra la invasión del espíritu malo. Se hacía Estaban sirviendo chuletas de cordero con cabezas
inubi su esfuerzo por santificar la agonía de la vieja de espárragos, y buho entonces un clamor general con-
sociedad y sentía una tristeza profunda viendo cada tra Lucas. Este nombre aborrecido bastaba para apro-
vez más escasos los fieles en su iglesia. ximarlos á todos, para unirlos estrechamente en el
terror de sus intereses amenazados, en una imperio-
Boisgelín se puso á contar cierta historia. sa necesidad de defensa y de venganza. Se tuvo la
—En una pequeña colonia comunista donde ya se crueldad de pedir á Gourier noticias de su hijo Aqui-
ensayó eso, no tenían bastantes mujeres, y ¿qué hi-
cieron? pues iban desfilando y pasaban una noche con les, el renegado, y el Alcalde tuvo que maldecirle una
cada hombre. A esto lo llamaban el relevo. vez más. Sólo Chatelard seguía navegando de bolina
y procuraba mantenerse en el tono de chanza. Pero
Una carcajada aflautada de Lucila resonó tan ale- el capitán. seguía profetizando los mayores desastres
gre, que todos la miraron. Pero ella no se alteró, si-
guió en su aire candoroso; no hizo más que mirar de si no se hacía volver al orden al faccioso inmediata-
soslayo á su marido para ver si le hacía gracia el mente y á patadas; y tal pánico sembró que Boisge-
asunto: ° lín, ya inquieto, provocó una declaración tranquilizado-
ra de Delaveau:
11 D e ' a v e a u J" 2 0 ademán de no dar importancia á aque- —Nuestro hombre ya está cogido—dijo tí director
llo. No le preocupaba lo de las mujeres en común. del Abismo.—La prosperidad de la Crécherie es apa-
Lo grave era la autoridad minada, el sueño criminal riencia, y bastaría un accidente para que todo se hun-
de vivir sin amo.
—Hay en eso una idea que no se me alcanza—dijo diera... por ejemplo, mi mujer me ha dado un detalle.
—¿Como se va á gobernar su ciudad futura? Y no —Sí—eontinuó Fernanda irritada, contenta porque po-
hablemos más que de la fábrica^ dicen que llegarán día desahogarse un poco;—me dió la noticia mi lavan-
dera... Conoce á Ragú, uno de nuestros antiguos obre-
ros que nos ha dejado para irse á la fábrica nueva. Pues •—Podemos estar tranquilos—dijo por fin Boisgelín,
bueno, parece que Ragú grita por todas partes que ya lisonjero,—la causa de la sociedad va á encontrarse
está harto de vivir encajonado, que allí se muere de abu- en buenas manos. Nada está por encima de un juicio
rrimiento y que no es él sólo, y que el mejor día se justo dado con toda libertad por una conciencia hon-
vuelven para acá todos... El que comience dará el golpe rada.
hecesario para bambolear á Lucas y aplastarle. —Sin duda alguna—repitió Gaume simplemente.
—Pero además—dijo Boisgelín apoyándola,—tenemos Y por esta vez hubo que contentarse con estas va-
el pleito de Laboque. Supongo que eso bastará. gas palabras en que se quiso ver condonado de seguro
Hubo otra vez silencio mientras aparecía un pato á Lucas. Se había acabado: no había más, después de
«au sang». Aquel pleito Laboque era la verdadera causa una ensalada rusa, que un helado de fresa y los pos-
de esta reunión amistosa, pero nadie había osado ha- tres. Pero los estómagos estaban satisfechos, se reía
blar de él todavía, ante el silencio que guardaba el mucho y se cantaba victoria. Pasaron al salón para
Presidente Gaume. Comía poco; sus ocultos pesares le tomar café, y al llegar los Mazelle so les acogió como
habían hecho enfermar del estómago y se contentaba siempre, con un cariño algo burlón, pues tan excelen-
con escuchar á los comensales, mirándoles con sus tes hacendados, delicias de la pereza, enternecían los
ojos grises y fríos, á los que de intento no dejaba ex- corazones. La enfermedad de la señora Mazelle no
presar sus ideas. Nunca se le había visto tan poco co- iba mejor, pero estaba encantada porque había obteni-
municativo, y esto llegó á molestarles, porque se que- do del doctor Novarre unos nuevos sellos, con los
ría saber hasta qué punto estaba con elfos y tener por cuales podía comer impunemente de todo. Sólo que-
lo menos la certeza de la sentencia que iba á pronun- daban para pudrirles la sangre, aquellas cosas abo-
ciar. Aunque no cabía eft la cabeza de ninguno de minables de la Crécherie, las amenazas de la supre-
ellos que pudiese absolver á Lucas, se esperaba que sión de la renta y de la abolición de la herencia. ¿Pa-
tuviese el buen gusto de adquirir un compromiso con ra qué hablar de cosas tan desagradables? Mazelle,'
palabras suficientemente claras. que velaba por su esposa beatíficamente, suplicó á
Fué el capitán quien se lanzó al asalto. los circunstantes con guiñadas que no se tratase más
-—La ley es terminante, ¿no es así, señor Presiden- de aquellos atroces asuntos que comprometían la sa-
t e ? Todo perjuicio debe ser reparado. lud tan vacilante de su mujer. Y fué aquello encan-
—Sin duda—respondió Gaume. tador; se apresuraron todos á vivir todavía la vida
Esperaban algo más. Pero se calló. Y el asunto del feliz, la vida de riqueza y de placer, cogiendo todas
Clouque que se discutió entonces ruidosamente, para sus flores.
obligarle á comprometerse más en serio. El arroyo Llegó por fin ol día del famoso proceso en medio
infecto se convirtió en una de las galas dé Beauclair; de las iras y rencores que crecían; nunca pasiones tan
no se robaba agua así de un pueblo, sobre todo para furiosas habían trastornado á Beauclair. Lucas al prin-
dársela á unos aldeanos, después de haberles trastor- cipio se había asombrado y se había reido. La deman-
nado el juicio hasta el punto de hacer de su aldea un da de Laboque lo había hecho gracia, pues el pedir-
foco de anarquía furioso, cuyo contapo amenazaba al le veinticinco mil francos de daños y perjuicios le pa-
país entero. Todo el terror burgués apareció, pues la recía absurdo. Si el Clouque se había secado, era di-
antigua y santa propiedad estaba muy enferma si los fícil probar que la causa consistía en haber él toma-
hijos de los duros aldeanos de otro tiempo llegaban do y utilizado ciertas fuentes para la Crécherie; es-
á poner en común sus . cuatro terrones. Tiempo era de tas fuentes además estaban en su dominio, eran de los
que la justicia tomara cartas en el asunto haciendo ce- Jordán, libres de toda servidumbre, de suerte que
sar tamaño escándalo. el propietario tenía el derecho absoluto de disponer de
Si 252 « 25S a
©lias á voluntad. Por otra parte, hubiera sido necesa- vorado. Sabía bien sus nombres, uno por uno: los htf-
rio que Laboque apoyase en hechos el pretendido per- biera dicho: los funcionarios, los comerciantes, los sim-
juicio que se le había causado, y esto procuraba de- ples hacendados de cara alegre que le hubieran comi-
mostrarlo con tal torpeza, que ningún tribunal en el do vivo al verle desplomarse al volver de una es-
mundo podía darle la razón. Como decía Lucas en bro- quina. Reprimiendo los latidos del corazón, se había
ma, él era quien debía reclamar una suscripción pú- armado para la batalla, convencido de que nada se
blica para recompensarle por haber librado á los ri- funda sin luchar y de que siempre se seUa eon la pro-
bereños del envenenamiento de que tanto tiempo se pia sangre las grandes obras humanas.
habían quejado. El pueblo no tenía más que rellenar La vista pública ante el tribunal civil, presidido por
el cauce y vender los -terrenos para edificar; buena Gaume, fué un martes día de mercado.
ganga que les haría ganar algunos cientos de miles Un continuo rumor llenaba' á Beauclair. La multi-
de francos. Se reía pues, no imaginando que semejan- tud que había llegado de las aldeas próximas aumen-
te litigio pudiera ser serio. Sólo ante el encarniza- taba aún la fiebre en la plaza de la Alcaldía y en la
miento de los rencores, en frente de la hostilidad que calle de Brías. Por esto, inquieta, Soeurette había su-
en su contra por todas partes crecía, llegó á darse plicado á Lucas que se dejara acompañar al tribunal
cuenta de la gravedad de la situación y del peligro por algunos amigos fuertes. Pero se negó, obstinado;
mortal que amenazaba á su empresa. quiso ir solo, como había también querido defenderse
Fué esto para Lucas un primer choque muy doloro- él mismo, aceptando un abogado sólo por fórmula.
so. Su candor optimista de apóstol, no era tan ino- Cuando entró en la sala de Audiencias, muy estrecha
cente que ignorase la maldad de los hombres. En la y ya llena de un público ruidoso, hubo un silencio
lucha que él había buscado contra el mundo viejo, repentino, la molesta curiosidad que acoge á la víc-
ya esperaba que éste no cedería el puesto sin enfa- tima aislada y sin armas, que se ofrece al sacrificio.
darse y defenderse. Preparado estaba para el calva- Su tranquilo valor irritó más á los enemigos que le
rio que preveía, para las piedras y el lodo con que las juzgaron insolente. Se quedó en pie ante el banco de
turbas ingratas abruman por lo común á los precur- la defensa, miró tranquilamente á la muchedumbre que
sores. Pero con todo, su corazón vaciló; sintió venir la se apiñaba aplastándose, y reconoció á Laboque, Da-
amargura de las necedades, de las crueldades y de las cheux, Caffiaux y otros tenderos mezclados con la ola
traiciones. Bien comprendía que detrás del ataque in- anónima de la multitud, rostros inflamados de furio-
teresado de Laboque y del comercio menudo, estaba sos enemigos que jamás había visto. Algo le consoló
teda la burguesía, todos los que poseían algo, sin que- notar que los íntimos de la Guerdache y del Abismo
rer soltar nada. Su ensayo de asociación, de coopera- habían tenido á lo menos el buen gusto de no ve-
ción, ponía en tal peligro á la sociedad capitalista, ba- nir para verlo entregar á las fieras.
sada en el salario, que para ella se convertía en el Se esperaban largos debates y de apasionado inte-
enemigo público, del cual había que deshacerse á rés. No hubo nada de esto. Laboque había escogido
cualquier precio. Y el Abismo, la Guerdache, el muni- uno de esos abogados de provincia con reputación de
cipio, la autoridad bajo todas sus formas, la del pa- malignos que son el terror de una región. Y el mejor
tronato, la comunal, la gubernamental se movían, en- momento, en efecto, para los enemigos de Lucas fué
traban en la lucha, se esforzaban por aplastarle. En cuando oyeron á este hombre que sintiendo la fragi-
la sombra, los egoísmos amenazados se acercaban, se lidad del terreno legal en que apoyaba su reclamación
unían, trabajaban con tal complicación de trampas, re- de daños y perjuicios, se contentó con ridiculizar las
des y lazos .que se sentía perdido al menor paso en reformas intentadas, las reformas de la Crécherie. Hi-
falso. §i caía, la trailla se arrojaría sobre él, sería dg- zo peir mucho con un euadro cómico y venenoso de h
== 254 «i f«= 255 <=*
sociedad futura. Despertó la ruidosa indignación de to- Clouque como estaba Sin embargo, algunos monea-
dos cuando mostró á los niños de uno y o«tro sexo ban la cabeza, no las tenían todas consigo, pues no
pudriéndose juntos desde la infancia; la santa insti- les había gustado la actitud del Presidente Gaume du-
tución del matrimonio abolida, el amor volviendo á rante la vista. Le llamaban original, hasta se duda-
la bestialidad, las parejas tomándose y dejándose á la ba de que estuviera siempre en su juicio, desde que
ventura para el desenfreno de una hora. No obstante, se le había visto tan sombrío, encerrado en escrúpu-
la opinión general fué que no había encontrado un ar- los enfermizos de justicia. Otro motivo do inquietud
gumento supremo, el golpe de maza que hace ganar era la manera cómo había cerrado su casá para todos,
una causa, que aplasta á un hombre. Y fué tal la in- al día siguiente de la vista, con ©1 pretexto de una
quietud, cuando Lucas tomó á su vez la palabra, quo indisposición. Se decía que estaba completamente bue-
sus frases más inocentes fueron acogidas con mur- no, que sólo había querido sustraerse á toda presión'
mullos. Habló con sencillez, ni siquiera respondió á y no recibir á nadie, para que nadie intentara influir
los ataques contra su empresa; se contentó con demos- en su conciencia de juez. Con las puertas y las ventanas
trar con una fuerza de evidencia decisiva, que La- cerradas ¿qué hacía en el fondo de su casa solitaria,
boque había fundado mal su demanda. ¿No había he- en que no entraba ni su mujer ni su hija siquiera?
cho un servido á Beauclair si había saneado ol pue- ¿De qué lucha moral, de qué drama interior era presa
blo secando el Clouque pestífero, y regalándole ex- en medio de su vida en la cual había caído ©1 rayo sobre
celentes terrenos para edificar? Pero ni siquiera era lo que había amado, sobre lo que había querido? La
un hecho probado que los trabajos ejecutados en la sentencia había de publicarse á medio día, al empezar
Crécherie fuesen la causa de la desaparidón del agua,- la audiencia. En la sala había todavía más gente que la
esperaba que se le diese una prueba cierta. Al aca- otra vez; más ruido, más pasión. Estallaban carcajadas
ar, un poco de la amargura de su corazón ulcerado, de un extremo á otro, iban y venían frases violentas y
apareció, cuando declaró que si no reclamaba el agra- otras de confianza. Todos los enemigos de Lucas habían
decimiento de nadie por-lo que ya creía haber hecho acudido para verle aplastado. Y él, muy valeroso, tam-
de útil, quedaría muy contento con que le dejasen poco ahora había querido que le acompañaran, prefi-
proseguir su obra en paz sin promoverle enojosas cues- riendo presentarse solo para manifestar así su misión
tiones. Varias veces tuvo el Presidente que imponer de paz. En pie ante su banco, sonreía, miraba á la sala
silencio al auditorio; y después que el ministro fiscal como si ni siquiera sospechase que toda aquella cólera
hubo hablado también de una manera confusa, de pro- rugía contra él. Por fin, con gran puntualidad entró Gau-
pósito, dando, y quitando la razón á las dos partes, me, seguido de dos asesores y del fiscal. El ujier no
vino la réplica del abogado de Lab oque tan violenta tuvo necesidad de pedir silendo, todas las voces habían
que suscitó clamores al tratar á Lucas de anarquista,- callado de repente, los rostros en tensión ardían do
empeñado en la destrucción del pueblo; y el Presiden- ansiosa curiosidad. El Presidente, que se había sen-
te tuvo que amenazar al público con hacer despejar tado, volvió á levantarse con la sentencia en la mano;
la sala si tales manifestaciones se repetían. Después y permanedó un instante inmóvil, silencioso, mirando
señaló quince días de término para la sentencia. A los á lo lejos, más allá de la turba. Al fin con voz lenta,
quince días todavía las pasiones estaban más exalta- sin expresión, comenzó la lectura. Fué larga, pues los
das. Había golpes en el mercado esperando la sen- considerandos se sucedían con una regularidad mo-
tencia. La casi unanimidad estaba convencida de quo nótona, dando vueltas á las cuestiones en todos sus as-
Lucas sería condenado á pagar, por lo menos, de diez pectos, esforzándose en resolver los más leves escrúpu-
á quince mil francos de daños y perjuicios, sin contar los. El público escuchaba sin comprender bien, sin
las consecuencias, la obligación de volver á dejar la prevea todavía cuál sería el fallo, porque el pro y el
contra iban desfilando uno tras otro estrechándose con gritos de muerte su sonrisa se hizo triste; se vol-
ceñida lógica. Sin embargo, parecía, según se avanzaba, vió hacia la turba rugiente, lleno el corazón de amar-
que se adoptaba la tésis de Lucas, la falta de per- gura. ¿Qué les había hecho él á aquellos modeste»
juicio real para nadie, el derecho que todo propietario burgueses, comerciantes y obreros? (No había queri-
tiene de hacer obras en lo suyo si alguna servidumbre do el bien de todos, no trabajaba para que todos fue-
no le impide. Y el fallo estalló, Lucas estaba absuelto. sen felices, amándose, viviendo como hermanos! Los
Hubo primero en la sala un momento de estupor. puños le amenazaban, le abofeteaban con gritos, los
Luego, cuando so comprendió bien, silbidos, gritos de mueras al ladrón, al envenenador eran más violentos.
violenta amenaza. A la multitud soliviantada, enloque- Aquel pueblo infeliz, extraviado, enloquecido por las
cida por las mentiras de tantos meses, le quitaban mentiras, le causaba un dolor profundo, en la ter-
la víctima que l e habían prometido; y la quería, la nura que le inspiraba, á pesar de todo. Pero contenía
reclamaba para desgarrarla, ya que una justicia evi- las lágrimas, quería permanecer en pie valeroso y al-
dentemente vendida se la arrebataba en el ultimo mo- tivo ante el insulto. El público, que se creía provoca-
mento. ¿No era Lucas el enemigo público, el forastero do, hubiera acabado por romper la barra de encina si
que venía no se sabía de dónde, para corromper á los guardias no hubieran conseguido al fin arrojarlo
Beauclair, arruinar el comercio y encender »la guerra fuera y cerrar las puertas. El actuario en nombre del
civil amotinando á los obreros contra los patronos? ¿No presidente vino á rogar á Lucas que no saliera todla-
había, con un fin de maldad diabólica, robado el agua vía, para evitar un accidente posible, y consiguió que
del pueblo, secado un arroyo cuya desaparición era un esperara algunos minutos en la habitación del con-
desastre para los ribereños? Estas acusaciones las re- serje hasta que se disolviera la multitud.
petía «El Diario de Beauclair» todas las semanas, las Sin embargo, Lucas sentía una especie de vergüen-
hacía entrar en las molleras más duras con venenosos co- za y le repugnaba verse obligado á ocultarse así. Pasó
mentarios que creaban la necesidad de inmediata ven- en casa de aquel conserje el cuarto de hora más peno-
ganza. Asimismo todas las autoridades, todos los señores so de su vida, creyéndose cobarde si no iba derecho á
de los barrios burgueses las pregonaban entre el pueblo la multitud sin aceptar aquella situación de culpable
bajo, las ampliaban, les daban el apoyo de su poder y alarmado á que se le reducía. Cuando los alrededores
de su fortuna. Y la chusma sometida á tal régimen, ciega, del edificio de la Audiencia parecieron despejados, ya
rabiaba, convencida de que una peste iba á salir de no quiso oir nada, se empeñó en marcharse, volver á
la Crécherie, ya sentía la sangre en los ojos, ya rugía casa á pie tranquilamente sin que nadie le acompa-
pidiendo muerte. Puños tendidos, gritos redoblados; ñase. Solo había venido, solo quería volver. No lleva-
1 muera, muera! ¡El ladrón, el envenenador, muera! Muy ba en la mano más que un ligero bastón, que hasta
pálido, rígida la faz, Gaume permanecía en pie en medio sentía haber traído por temor de que se sospechara
del alboroto. Quiso hablar, hacer despejar la sala; pero que pensaba en defenderse. Lentamente, se puso en
tuvo que renunciar á que le oyeran. Y sencillamente, por marcha calle adelante teniendo que atravesar á todo
dignidad, hubo de resolverse á suspender la audiencia, Beauclair, y nadie pareció fijarse en él hasta la plaza
retirándose seguido de los asesores y del fiscal. de la Alcaldía. El público que salía de la Audiencia
Lucas, siempre sonriente, estaba muy tranquilo en había ido divulgando por el pueblo entero la noticia
su banco. La sentencia le había sorprendido tanto co- de la absolución, después de haber esperado á Lucas
mo á sus adversarios, pues no ignoraba en qué aire algunos minutos y seguro ya de que no saldría en al-
viciado vivía el Presidente; le creía incapaz de jus- gunas horas. Pero en la plaza de la Alcaldía, donde
ticia. Y era una confortación encontrar un hombre jus- se celebraba g¡ mercado» fu,é reconocido. Se lo ense-
to entre tantas miserias humanas. Pero al estallar los - - : Tomo 1,^-42
ñaban unos á otros, con ademanes; comeron wmores, silbidos, los ultrajes, las amenazas. «¡Muera, muera ©1
algunos hasta le siguieron, sin malosi propósitos. toda- ladrón, el envenenador, muera 1»
vít, sólo por ver lo que iba á pasar. No había allí ape- Ya no cesó aquello; creció, se desbordaba, según
nas más que aldeanos, compradores, curiosos que no Lucas iba subiendo por la calle de Brías, como de pa-
estaban enzarzados en el litigio Y la situación no co- seo. De cada tienda salían más comerciantes para jun-
menzó seriamente á ser grave hasta (pie llegó a la ca- tarse á la manifestación. Las mujeres se asomaban á
lle de Brías. En la esquina, delante de su tienda, La- las puertas y le silbaban al pasar. Algunas, exaspe-
boque desatado, furioso por su derrota, gritaba en me- radas, hasta corrieron á escape para venir á gritar
dio de un grupo, colérico. con los hombres: «¡ muera, muera el ladrón, muera el
Todos los comerciantes, los tenderos al por menor envenenador!» Vió á una joven de suave hermosura,
de la vecindad, habían corrido á casa de Laboque al rubia, mujer de un frutero, que le injuriaba enseñan-
conocer la funesta noticia. ¿Cómo, conque era verdad, do preciosos dientes blancos y le amenazaba de lejos
la Crécherie iba á acabar de arrumarlos con sus al- con uñas de rosa como para desgarrarle. Corrían tam-
macenes cooperativos, puesto que la justicia le daba bién los niños; uno de cinco á seis años, no mayor
la razón? Caffiaux aterrado, callaba, revolviendo pen- que una bota, se desgañitaba y casi se le metía entre
samientos que no decía. Pero Dacheux, el carnicero, las piernas para hacerse oír mejor, «¡muera el ladrón,
era de los más furiosos, encendido el rostro, dispues- muera el envenenador!» Infeliz criatura, ¿quién le ha-
to á defender la carne de los ricos, la carne sagrada; bía enseñado ya el grito del odio? Y lo peor fué al
v hablaba de matar á todo el mundo antes de bajar pasar, en lo más alto de la calle, por delante de las
los precios ni un céntimo. La señora Mátame no había fábricas. Aparecieron en las ventanas obreras de la
venido; nunca había sido partidaria del litigio decla- zapatería Gourier que rugieron y batieron las manos.
raba sencillamente que vendería su pan mientras se Luego hasta hubo obreros de las fábricas Chodorge y
lo compraran, y que después ya vería. Y Laboque, Miranda, que fumaban en la acera esperando el toque
ardiendo, contaba por la décima vez á un recien ve- de campana para volver al trabajo, y también en-
nido la abominable traición del presidente Gaume; cuan- traron en la manifestación embrutecidos por su es-
do de pronto distinguió á Lucas que muy tranquilo clavitud. Uno delgado, de pelo rojo, do ojos grandes,
pasaba delante de la quincallería, cuya ruina consu- turbios, corría como loco vociferando con más fuer-
maba Esta audacia acabó de trastornar al tendero; za que todos «¡muera, muera el ladrón, muera el en-
estuvo á punto de arrojarse sobre el enemigo y rugió venenador !»
medio sofocado por la ola de la ira. «iQué muera que ¡Ah, qué subida aquella de la calle de Brías, con
muera! ¡el ladrón, el envenenador, mueraI» al llegar esta turba creciente de enemigos mordiéndole los ta-
frente á la tienda, Lucas sin detenerse se contentó lones, innoble oleaje de injurias y amenazas! Recor-
con volver la cabeza para posar un instante la irnrada daba Lucas la noche de su llegada á Beauclair, cua-
tranquila y valerosa sobre el grupo tumultuoso, de donde tro años antes, el negro pisotear en el lodo de aquellos
salían las sordas invectivas de Laboque. Entonces todos desheredados, hambrientos, que en aqjuella misma calle
se creyeron provocados, se levantó un clamor general, le habían llenado el alma do una compasión tan eficaz
que creció y llegó á ser rugido de tempestad: «¡Muera, que se había jurado dar la vida en bien délos miserables.
muera el ladrón, el envenenador! ¡muera, muera!» Lu- ¿ Qué había hecho en cuatro años para que tantos odios
cas como si no se tratara de él, continuaba pacifica- se amontonasen contra él hasta verse acorralado por
mente su camino mirando á derecha y á izquierda, como la turba amotinada que rugía «muera»? Había sido el
cualquier transeúnte á quien el espectáculo de la calle apóstol del mañana, de una sociedad solidaria y fra-
interesa. Casi todo el grupo le seguía, redoblando los ternal, reorganizada por el trabajo ennoblecido, regu-
r© que puso bajo el brazo. Y seguía muy tranquiló;
lador de la riqueza. Había dado un ejemplo, esta Cré- Con la idea de que su misión le hacía invulnerable,
cherie donde la ciudad futura estaba en germen, donde si había de cumplirla. Mas el corazón dolorido sufría
reinaban la mayor justicia y ventura posibles. Y aque- horriblemente maltratado por tanto horror y demen«
llo bastaba, el pueblo entero le tenía por un malhechor cia. Lágrimas le subían á los ojos y necesitaba un
y lo adivinaba detrás de aquella turba que le seguía, gran esfuerzo para no dejarlas confer á lo largo de
ladrándole. |Qué amarguras, qué dolor en esta aven- las mejillas.
tura común del calvario que siempre el justo tiene que —¡Muera, muera el ladrón, muera el envenenador!
subir, golpeado por los mismos cuya redención busca! Una piedra le dió en el tacón, otra le rozó el muslo.;
Disculpaba el odio de aquellos burgueses cuya diges- Ya era aquello un juego, andaban en él los niños.
tión tranquila turbaba, aterrados si tenían que partir Pero faltaba puntería, las piedras rebotaban en el suelo.
sus goces egoístas. También disculpaba á los tenderos Dos veces, sin embargo, pararon tan cerca de su cabeza
que se creían arruinados por él, cuando sólo imaginaba que pudo creérsele herido, abierto el cráneo. Ya no se
un empleo mejor de las fuerzas sociales para evitar una volvía, seguía subiendo la calle de Brías con el mismo
pérdida inútil de la fortuna pública. Hasta disculpa- paso tranquilo pasehnt¿ que se vuelve á casa. Angus-
ba á los obreros que había venido á librar de la mi- tiado por tan furiosa ingratitud, parecía que ni siquie-
seria, para los cuales levantaba con tanto trabajo su ra quería saber lo qué pasaba detrás de él á lo largo
ciudad de justicia, y que le silbaban, le insultaban, de aquélla calle de la Amargura donde sufría su mar-
por lo mucho que habían obscurecido su cerebro y tirio. Pero al fin una piedra le alcanzó, le desgarró la
enfriado su corazón. Era la muchedumbre ignorante oreja derecha, mientras otra le hería en la mano izquier-
que se rebela contra el que quiere su bien, y se nie- da, cortándole la palma como de una cuchillada. Y la
ga á dejar el lecho de esclavitud en que agoniza, y se sangre corría, cayó en anchas gotas rojas.
hunde en el hambre, en la secular basura, cerrando
ojos y oídos á la dicha que nace. Pero si á todos los —¡Muera, muera el ladrón, muera el envenenador!
disculpaba, piadoso y afligido, |cómo le sangraba el Un sacudimiento de pánico detuvo á la multitud.
corazón al ver entre los más airados á aquellos traba- Muchos huyeron cobardes. Las mujeres gritaron, se
jadores de la fábrica y del taller, á los que él quería llevaron á los niños en brazos. Ya no hubo más que
convertir en los hombres nobles, libres, felices del curiosos que seguían corriendo. Lucas continuando por
mañana! la calle de la Amargura, no había hecho más que mi-
rarse la mano, sacó el pañuelo, enjugó la oreja y
Lucas subía, subía; la calle de Brías no se acaba- envolvió con él la palma de la mano que sangraba.
ba y la jauría desencadenada había aumentado aún, Acortó el paso, sintió el galopar de la turba que se
les gritos no cesaban: acercaba, y otra vez les hizo frente, al sentir en la
—¡Muera el ladrón, muera el envenenador! nuca el soplo ardiente de la jauría que le perseguía.
Se detuvo un instante, se volvió, miró á aquella En primera fila corría con ansia frenética el obrero
gente, para que no creyesen que huía. Había un mon- pequeño y flaco, de pelo rojo, de grandes ojos turbios.
tón de piedras delante de una casa en construcción; Se decía que era un herrero del Abismo. Llegó de
un hombre s e bajó, cogió un guijarro y se lo arrojó un brinco junto al hombre á quien venía acosando
á Lucas; otros al punto hicieron lo mismo, y llovían desde el principio de la calle, y con el mayor furor
piedras entre una tempestad de amenazas. sin que se pudiera saber de dónde venía aquel fre-
—I Muera, muera el ladrón, muera el envenenador! nesí de odio, le escupió en el rostro.
Ahora '«o " ni daban. No hizo ningún ademán, echó —¡Muera, muera el ladrón, muera el envenenador!
and a' ¡ otra vez, acabó de subir el calvario. Sus mar Lucas ya estaba por fin en lo más alto de la calle
esUian vacías, sin más armas que el bastón, ligo-
.es 262
de Brías, y esta vez vaciló bajo el abominable ultra- dejar entrar á nadie. Hacia las once se le figuró oír pa-
je. Se le vió palidecer horriblemente, mientras en un sos ligeros ep la carretera. Después, como si le llama>
arranque involuntario de todo su cuerpo el puño sano ran, un soplo apenas, que le hizo estremecerse. Corrió
se levantaba' terrible y vengador. De un golpe hu- á abrir la ventarla y á través de las persianas distinguid
biera aplastado al hombrecillo como miserable enano una sombra sutil. Llegó á él una, voz muy suave.
junto á un triunfante coloso. Pero Lucas, fuerte, bi- —Señor Lucas, soy yo; es preciso que hablemos!
zarro, tuvo tiempo de contenerse. No dejó caer el pu- ahora mismo. .
ño. Pero aquellas dos lágrimas, grandes, corrieron á Era Josina. Sin reflexionar, bajó Lucas y abrió el
lo largo de las mejillas, lágrimas de infinito dolor que portillo que daba al camino. La hizo subir, la llevó
había podido contener hasta entonces, pero que ya por la mano á su cuarto cerrado con tanto ngor¿
no era capaz de ocultar en la última amargura do donde alumbraba una lámpara de apacible claridad.
la hiél que le ponían en los labios. Lloraba sobre tan- Terrible inquietud le sobrecogió al reparar en ella y,
ta ignorancia, sobre tanta equivocación, sobre aquel ver sus vestidos en desorden, el rostro maltratado.
triste y querido pueblo que no quería ser salvado. —¡Dios mío, Josina, qué tiene usted! ¿Qué sucede?
Hubo burlas, sarcasmos, y se le dejó entrar en casa Lloraba: su cabellera desatada caía sobre su gar-
ensangrentado y solo. ganta, cuya blancura delicada dejaba ver el cuello de
Lucas se encerró, quiso estar solo en el pabellón su vestido desgarrado.
que seguía habitando á lo último del parque sobre el —jAh! señor Lucas, he querido decirle á usted..,
camino de Combettes. El verse absuelto_.no le hacía no es porque me haya vuelto á pegar al volver á casa;
forjarse ilusiones. Las inmundas violencias de aque- eso no importa; vengo por las amenazas que le he
lla tarde, la multitud que le había acosado, decían; oído... es preciso que usted se entere esta misma no-
qué guerra se le iba á hacer, ahora que el pueblo en- clic
tero se sublevaba. Eran las convulsiones supremas de Contó que Ragú, al saber lo que había sucedido
la sociedad moribunda, que no quería morir. Resis- en la calle de Brías, los infames agravios causados
tía furiosamente, se defendía con el ansia de dete- al amo, se había ido á la taberna de Caffiaux arras-
ner á la humanidad en su marcha. Unos, los auto- trando á Bourrón y otros camaradas. Acababa de vol-
ritarios, ponían su salvación en la represión impla- ver borracho gritando que ya estaba harto de la hor-
cable; otros, los sentimentales, invocaban el pasado, chata de la Crécherie, que no estaría un día más en:
su poesía, todo lo que el hombre lamenta abandonar una jaula en que reventaba uno de aburrimiento, en
para siempre; algunos desesperados se unían á los re- que no se tenía el derecho siquiera de beber un vaso
volucionarios, con el afán de acabar cuanto antes. Y de más. Luego, animándose con palabras soeces, ha*
Lucas había sentido así, pisándole los talones, á todo bía querido oblgiarla á hacer inmediatamente el equi-
Beauclair, que era un mundo en pequeño en medio paje para irse por la mañana temprano al Abismo
del ancho mundo. Si permanecía en medio de su terrible que aceptaba á todos los operarios que salían de la
amargura valeroso y resuelto á la lucha, no por ello Crécherie. Y como ella quisiera esperar, había acaba-
era menos mortal su tristeza. Quería agotar aquella no- do por pegarla y echarla de casa.
che toda su inmensa pena, porque deseaba que nadie —Lo mío no importa, señor Lucas. Pero usted, jDios
de ella conociera nada. Cuando se sentía desfallecer, mío, es á usted á quien insultan, á quien quieren ha-
que era pocas veces, prefería encerrarse de aquella suerte, cer tanto daño!.... Ragú marchará mañana temprano,
y beber hasta las heces de su amargura para volver á nada le detendrá, llevará consigo de seguro á Bourrón
presentarse ya curado y valiente. Había echado el ce- y otros cinco ó seas compañeros que no me ha nom-
rrojo á puertas y ventanas dando orden absoluta de no brado... y yo ¿qué quiere usted que haga? Tendré que
Seguirle, y todo esto es para mí una pena tan grande; tí fuego de una ternura, que no sabía lo traé hacer.
que he tenido necesidad de venir á decírselo en seguidaj ¡.Cómo padecía ella, cómo padecía él! Y él pensaba
temiendo no volver á verle. Continuaba él mirándola; sólo en ella y ella pensaba sólo en él, con una lásti-
nueva ola de amargura llenaba su corazón. ¿Era, pues, ma inmensa, un inmenso anhelo de caridad y de v e n ~
el desastre, mayor que el que creía? Los obreros le tura.
dejaban, se volvían á su dura y sucia miseria de an- —A mí no hay, por qué compadecerme; sólo se tra-
taño, con la nostalgia del infierno de que él quería sa- ta de usted, Josina, cuyo sufrimiento es un crimen,
carlos con tanto esfuerzo. En cuatro años no había con- y á quien yo quiero salvar.
quistado nada ni de su inteligencia ni de su afecto. Y, —No, no, señor Lucas, lo mío no importa; es us-
lo peor era que Josina ya no era feliz, que volvía á pre- ted quien no debe sufrir, porque es el Dios bondadoso
sentársele, como el primer día, ultrajada, herida, arro- de todo®.
jada á la calle. Nada se había adelantado, pues; había Entonces, como iba ella dejándose caer en sus bra-
que volver á empezar; pues Josina ¿no era el pueblo zos, la estrechó él contra sí en abrazo apasionado. Eira
que sufría? No había obedecido á la necesidad de la ac- la necesidad inevitable, dos llamas que se juntaban
ción hasta la noche en que la había encontrado tan para no ser más que un foco único de bondad y de
dolorida, tan abandonada, víctima del trabajo maldi- fuerza. Y se cumplió tí destino; se entregaron uno á
to, impuesto como una esclavitud. Era la más humil- otro con tí mismo anhelo de producir la vida y la dicha.
de, l a más baja, casi en el arroyo, y era la más bella, Todo les había traído á esto; habían tenido la súbita
la más amable, la más santa. Mientras la mujer su- visión del amor nacido una noche y que había creci-
friera, no estaría salvado el mundo. do lentamente acumulado en tí fondo de su pecho. Y
—lAy, Josina, Josina, lo que yo la compadezco á no había allí más que dos seres que se encontraban
usted y la pen^ que me dal—murmuró con voz de en el beso tanto tiempo esperado que llegaba á florecer.
infinita ternura, mientras también lloraba vencido por No había remordimiento posible; se amaban como exis-
las ajenas lágrimas. Pero al verle llorar así padecía tían, para estar sanos, para ser fuertes y fecundos.
ella mucho más. Llorar él con tanta amargura, con Luego, en esta alcoba tan tranquila, tan agradable,
tan grande dolor, él que era su dios, á quien d í a ado- cuando Lucas, por largo espacio, tuvo á Josina entro
raba como un poder superior por lo que la había sus brazos, sintió que le había llegado un gran auxilio.
socorrido, por la alegría de que había llenado para Sólo el amor traería la armonía de la ciudad. Esta
siempre su vida. El pensamiento de los ultrajes que Josina dtíiciosa que había hecho definitivamente suya;
acababa de sufrir, de aquel calvario atroz de la calle era su comunión íntima con el pueblo de le« deshere-
de Brías, redoblaba- su adoración, le acercaba más á dados. La unión estaba sellada; tí apóstol, en él, no
él, con el deseo de curar las heridas, de entregársele podía permanecer infecundo, n ícesitaba una mujer para
por completo, si este don- podía darle la paz de un ins- rescatar la humanidad. ¡Y cómo venía á confortarle la
tante. ¿Qué hacer para amenguar su tortura? ¿Cómo pobre jornalera sucia, maltratada, que había encon-
borrar tí insulto de su rostro y hacerle sentirse res- trado muerta de hambre, y que era en aquel momento,
petado, admirado, adorado? Se inclinaba hacia él con sobre su pecho, una reina de encanto y voluptuosidad!
las manos abiertas, exaltado el rostro por el amor. Había conocido ella la mayor miseria, ella le ayudaría
—|Ay, señor Lucas; la tristeza que siento al verle á crear un mundo nuevo de esplendor y de alegría.
desgraciado; qué dicfha la mía si pudiera suavizar un De ella, sólo de ella necesitaba para cumplir su misión,
poco sus tormentos! pues el día en que hubiera salvado 4 la mujer, el
Estaban tan cerca que sentían en tí rostro el calor mundo estaría salvado.
d§ gg aliento. La mutua compasión les abrasaba con Dulcemente, la dijo:
266 — 267. «
—Dame tu mano, Josina, tu pobre mano herida. —¡Es que no aman! si amasen, todo se fecundaría,
Y ella le dió la mano, aquella á quo faltaba el dedo todo brotaría, triunfando bajo el sol.
índice, cortado, arrebatado por el engranaje de una Llegaba su empresa á la hora angustiosa y decisiva
máquina. de la regresión, del paso atrás. En toda marcha hacia
—Es muy fea—murmuró ella. adelante, llega esta hora de lucha, de la parada for-
—¡Fea! ¡Ay! no, Josina; para mí es tan querida, zosa. No se avanza, hasta se retrocede, el terreno ga-
que de toda tu persona adorada, ella es lo que beso nado parece hundirse, y que jamás se llegará al fin.
con mayor devoción. , Y esta es la hora también en que se prueban los hé-
Había aplicado sus labios á la cicatriz, y cubría roes con su firmeza de alma, su indomable fe en la
de caricias la mano pequeña, débil, mutilada. final victoria.
—¡Oh, cuánto me quiere usted, Lucas, y cuánto ló Al día siguiente, Lucas procuró retener á Ragú que
quiero! quería rOmper el trato y dejar la Crécherie para vol-
Tal fué el grito encantador, el grito de dicha y do ver al Abismo, pero tropezó con una voluntad ma-
esperanza que los reunió en nuevo abrazo. Fuera, so- ligna y amiga de burlas que gozaba haciendo mal en
bre Beauclair hondamente dormido, pasaban los rui- el momento en que la deserción de los obreros podía
dos de los martillos, el retumbar del acero de la Cré- arruinar la fábrica. Pero había también algo más pro-
cherie y del Abismo, luchando con el trabajo noctur- fundo: la nostalgia del trabajo esclavo, del tornar á la
no. Y sin duda, la guerra no había concluido, la te- miseria negra, nauseabunda, á todo el repugnante pa-
rrible batalla entre ayer y mañana iba á ser más en- sado, que seguía en la sangre. Al tibio sol, en la alegre
carnizada. Pero en medio de los mayores tormentos, pulcritud de su casita rodeada de verdores, Ragú echa-
un descanso de felicidad había venido, y fueren los ba de menos las calles estrechas y pestíferas del Beau-
que fueren los padecimientos todavía, arrojada esta- clair viejo, las casuchas leprosas á través de las cuales
ba la inmortal semilla del amor para las cosechas fu- corría el soplo de la peste. El olor acre de la taberna de
turas. Caffiaux le asediaba, cuando pasaba una hora en la
gran sala de la casa comunal, donde el alcohol estaba
prohibido. El buen orden de los almacenes coopera-
tivos le disgustaba también, le inspiraba el deseo de
gastar su dinero á su antojo en las tiendas de la callo
de Brías, á cuyos dueños, él mismo llamaba ladrones,
pero con los cuales se daba el gusto de disputar. Cuan-
to más Lucas insistió haciéndole ver la sin razón de
su partida, más se obstinó Ragú, pensando en que si
tanto empeño había en retenerle, era porque marchán-
dose causaba daño.
—No, no, señor Lucas, esto no tiene arreglo. Pue-
de que haga yo una barbaridad, aunque no me lo pa-
rece... Me ha prometido usted torres y montones; íba-
mos á hacernos todos millonarios; y la verdad es quo
Y desde entontóos este fué el grito de Lucas á cada no ganamos más que en otra parte, y además aquí hay
nuevo desastre que hería á la Crécherie, cuando los ciertas molestias, á lo menos para mí gusto.
hombres se negaban á seguirle y dificultaban la fun- Era verdad, la distribución de las ganancias, en la
dación de su ciudad de trabajo, de justicia y do paz. Crécherie, no había alcanzado hasta entonces una cifra
UNIVERSIDAD DE NUEVO LE
BIBLIOTECA UNIVERSfTAR
266 — 267. «
—Dame tu mano, Josina, tu pobre mano herida. —¡Es que no aman! si amasen, todo se fecundaría,
Y ella le dió la mano, aquella á que faltaba el dedo todo brotaría, triunfando bajo el sol.
índice, cortado, arrebatado por el engranaje de una Llegaba su empresa á la hora angustiosa y decisiva
máquina. de la regresión, del paso atrás. En toda marcha hacia
—Es muy fea—murmuró ella. adelante, llega esta hora de lucha, de la parada for-
—¡Fea! ¡Ay! no, Josina; para mí es tan querida, zosa. No se avanza, hasta se retrocede, el terreno ga-
que de toda tu persona adorada, ella es lo que beso nado parece hundirse, y que jamás se llegará al fin.
con mayor devoción. , Y esta es la hora también en que se prueban los hé-
Había aplicado sus labios á la cicatriz, y cubría roes con su firmeza de alma, su indomable fe en la
de caricias la mano pequeña, débil, mutilada. final victoria.
—¡Oh, cuánto me quiere usted, Lucas, y cuánto le Al día siguiente, Lucas procuró retener á Ragú que
quiero! quería rOmper el trato y dejar la Crécherie para vol-
Tal fué el grito encantador, el grito de dicha y de ver al Abismo, pero tropezó con una voluntad ma-
esperanza que los reunió en nuevo abrazo. Fuera, so- ligna y amiga de burlas que gozaba haciendo mal en
bre Beauclair hondamente dormido, pasaban los rui- el momento en que la deserción de los obreros podía
dos de los martillos, el retumbar del acero de la Cré- arruinar la fábrica. Pero había también algo más pro-
cherie y del Abismo, luchando con el trabajo noctur- fundo: la nostalgia del trabajo esclavo, del tornar á la
no. Y sin duda, la guerra no había concluido, la te- miseria negra, nauseabunda, á todo el repugnante pa-
rrible batalla entre ayer y mañana iba á ser más en- sado, que seguía en la sangre. Al tibio sol, en la alegre
carnizada. Pero en medio de los mayores tormentos, pulcritud de su casita rodeada de verdores, Ragú echa-
un descanso de felicidad había venido, y fueren los ba de menos las calles estrechas y pestíferas del Beau-
que fueren los padecimientos todavía, arrojada esta- clair viejo, las casuchas leprosas á través de las cuales
ba la inmortal semilla del amor para las cosechas fu- corría el soplo de la peste. El olor acre de la taberna de
turas. Caffiaux le asediaba, cuando pasaba una hora en la
gran sala de la casa comunal, donde el alcohol estaba
prohibido. El buen orden de los almacenes coopera-
tivos le disgustaba también, le inspiraba el deseo de
gastar su dinero á su antojo en las tiendas de la calle
de Brías, á cuyos dueños, él mismo llamaba ladrones,
pero con los cuales se daba el gusto de disputar. Cuan-
to más Lucas insistió haciéndole ver la sin razón de
su partida, más se obstinó Ragú, pensando en que si
tanto empeño había en retenerle, era porque marchán-
HU dose causaba daño.
—No, no, señor Lucas, esto no tiene arreglo. Pue-
de que haga yo una barbaridad, aunque no me lo pa-
rece... Me ha prometido usted torres y montones; íba-
mos á hacernos todos millonarios; y la verdad es que
Y desde entonces este fué el grito de Lucas á cada no ganamos más que en otra parte, y además aquí hay
nuevo desastre que hería á la Crécherie, cuando los ciertas molestias, á lo menos para mí gusto.
hombres se negaban á seguirle y dificultaban la fun- Era verdad, la distribución de las ganancias, en la
dación de su ciudad de trabajo, de justicia y de paz. Crécherie, no había alcanzado hasta entonces una cifra
UNIVERSIDAD DE NUEVO LE
BIBLIOTECA UNIVERSfTAR
sensiblemente superior á la de los salarios del Abismo. •reía todas las noches en casa de Caffiaux. Tales bro-
—Pero vamos viviendo—respondió con animación Lu- mas l e daba su amigóte con motivo de la horchata de
cas.—¿Y no basta con eso cuando el porvenir es se- la Casa Comunal, que creyó hacer un hombrada, de
guro? Si os he pedido sacrificios, fué con la convic- hombre libre, volviendo él también á vivir en la ca-
ción de que al ñ»al está la dicha de todos. Pero hace lle de las Tres Lunas. La mujer de Bourrón, Babette,
falta paciencia y valor, fo en la empresa, y además después de intentar oponerse á tamaña necedad, aca-
mucho a abajo. bó por resignarse, contenta como siempre. jBahl To-
Tal lenguaje no podía conmover á Ragú; sólo una do iría bien de todos modos, su marido en el fondo
frase le había llamado la atención, y dijo con fisga: era un excelente sujeto que tarde ó temprano vería
—¡Bah! la dicha de todos, eso es muy bonito. Pero claro. Y reía, y levantó la casa diciendo «hasta la vis-
yo prefiero empozar por la mía. ta» á los vecinos, pues no podía creer que no había
Entonces, Lucas lo dijo que era libre, que le arre- de volver á aquellos bonitos jardines donde tanto go-
glarían la cuenta para marcharse cuando quisiera. En zaba. Sobre todo,1 pensaba traer á ellos á su hija Marta
rigor, no tenía ningún interés en conservar á un mal y á su hijo Sebastián, que hacían grandes progresos
hombre cuya presencia llegaría á ser un contagio fu- en la escuela Y al proponerle Sceurette que siguieran
nesto. Pero la marcha de Josina le desgarraba el cora- asistiendo á ella, consintió.
zón, y se sintió avergonzado al descubrir que, si tanto Pero lo que agravó la situación fué que otros obre-
empeño ponía en retener á Bagú, era por retenerla á ros cedieron al contagio del mal ejemplo marchán-
ella. La idea de que volvía á la cloaca del Beauclair dose como Bourrón y Ragú. Les faltaba la fo, tanto
viejo, en manos de aquel hombre que otra vez entre- como el amor, y Lucas luchaba con la mala voluntad
gado al alcohol continuaría maltratándola, era para él humana, la cobardía, la defección, contra las que so
insoportable. Volvía á verla en la calle de las Tres Choca en cuanto se trabaja para el bien de todos.
Lunas, en inmundo aposento, presa de la miseria sór- Hasta en el mismo Bonnaire, tan razonable, tan leal,
dida y mortífera; y no estaba él allí para velar por adivinó una oculta vacilación. Turbaban el matrimo-
ella; y ahora era suya, y hubiera querido no dejarla nio las diarias disputas con la Pelos cuya vanidad no
ni un minuto, para asegurarle una vida feliz. A la estaba satisfecha, pues no había podido comprar to-
noche siguiente, volvió ella á verle, hubo entre ellos davía el vestido de seda y el reloj que deseaba desde
una escena crüel, lágrimas, juramentos, proyectos lo- su juventud.
cos. Sin embargo, venció la prudencia; había que acep- Luego, las ideas de igualdad, de comunidad, le en-
tar los hechos, si no querían comprometer la empresa fadaban, siempre pesarosa de no haber nacido prin-
que ya era de ambos. Josina seguiría á Ragú, á lo que cesa. Por ella, toda la casa era una tormenta, tenía
no podía negarse sin promover un escándalo peligro- á ración de tabaco al tío Lunot con más rigor cada
so; en tanto que Lucas en la Crécherie continuaría día; zarandeaba á los niños- Luciano y Antonieta. Ha-
su batalla para el bien de todos, con la convicción do bían tenido otros dos, Zoé y Severino, y esta era
que la victoria, algún día, volvería á juntarlos. Eran también una desgracia que n o perdonaba á Bonnaire
muy fuertes porque llevaban consigo el amor inven- echándoselos en cara sin cesar como si fueran fruto
cible. Prometió ella que volvería á visitarle. Pero aun de sus ideas subversivas, do las cuales ella también
así, se les desgarraba el corazón al despedirse, y cuan- se creía víctima. No perdía la calma Bonnaire, ha-
do al día siguiente la vió abandonar la Grécherie detrás bituado á tales tempestades, que no hacían más que
de Ragú, que ayudado por Bourrón empujaba en un entristecerle. Ni siquiera respondía cuando ella grita-
carricoche el pobre ajuar de la mudanza. ba que no ora más que un bestia, un bobalicón que
Tres días después, Bourrón seguía á Ragú á quien dejaría los huesos en l¡a Crécherie,
— m — ¡m m f»
Sin embargo, Lncas comprendía que Bonnaire nd pita! á la clase burguesa, disponiendo de él por sí
estaba de^odo corazón con él. Jamás se pea-mi tía una mismo para reorganizar el trabajo universal y obliga-
censura, seguía siendo el obrero activo, exacto, con- torio.
cienzudo, que daba ejemplo á sus compañeros. Y á Y una vez más expuso Bonnaire sus ideas. Seguía
pesar de esto, en su actitud había desaprobación, casi entregado por completo al colectivismo, y Lucas, que
cansancio y desaliento. Esto hacía padecer mucho á le escuchaba con pena, se asombraba de no haber
Lucas, desesperado al ver que un hombre á quien adelantado nada en este espíritu reflexivo, pero ob-
tanto estimaba, cuyo heroísmo conocía, se apartaba de tuso. Tal como le había oído hablar en la calle de las
él tan pronto. Si este dejaba de creer ¿sería porque Tres Lunas, la noche en que había dejado el Abis-
la empresa era mala? mo, así volvió á encontrarle, con el mismo pensamiento
Una tarde, al obscurecer, tuvieron una explicación revolucionario: sin que los cinco años de experiencia
á la puerta de los talleres, sentados en un banco. Se comunista, pasados en la Crécherie, hubiesen modi-
habían encentrado al ponerse el sol; bajo un ancho ficado su fe. La evolución era demasiado lenta, el pro-
cielo tranquilo, y se sentaron y- hablaron. greso sólo por la evolución pediría todavía muchos
—Sí, señor es verdad—respondió tranquilamente Bon- años, y él se cansaba, no creía más que en la revo-
naire á una pregunta;—tengo grandes dudas respec- lución inmediata y violenta.
to del buen éxito. Recordará usted además, que nunca —No se nos dará jamás lo que nosotros no tomemos
he, tenido sus ideas, y que su tentativa siempre me —dijo concluyendo.—Hay que tomarlo todo para te-
ha parecido mal desde el punto de vista de las conce- nerlo todo.
siones. Si me he prestado á ello fué como á un ex- Callaron. Se había puesto el sol. Los relevos de no-
perimento. Pero según adelantan las cosas, veo que che habían vuelto al trabajo en el fondo de los talle-
rae he equivocado. El experimento está hecho, va á res retumbantes. Y en este esfuerzo continuo de la
haber que intentar otra cosa, obrar revolucionariamente. faena, Lucas se sentía invadido por una indecible tris-
—[Cómo que el experimento está hecho!—exclamó teza, viendo que su empresa iba también á compro-
Lucas.—¡Oh! estamos comenzando. Esto exigirá años, meterse por la prisa de los mejores para salvar su
muchas vidas de hombres acaso, un esfuerzo secular ideal. ¿No era muchas veces la batalla furiosa de las
de buena vofuntad y de valor. \ Y es usted, amigo mío, ideas quien estorbaba y retardaba la realización de los
usted el enérgico, el bravo quien duda tan pronto! hechos?
Le miraba, fijándose en su torso de coloso, su ancha —Yo no quiero discutir de nuevo con usted, amigo
faz apacible donde se leía tanta fuerza honrada. Pero mío—añadió al fin.—No creo que una resolución de-
el obrero movió suavemente la cabeza. cisiva sea posible y buena en las circunstancias en
—No, no, la buena voluntad y el valor no harán que estamos. Y sigo convencido de que la asociación,
nada. Es que el método de usted es demasiado suave,- la cooperación, ayudadas por los sindicatos, son el len-
cuenta demasiado con la prudencia de los hombres. to camino preferible que nos conducirá á la ciudad
Esa asociación del capital, del talento y del trabajo prometida.... Muchas veces hemos hablado de esto sin
caminará siempre á trompicones sin fundar nunca nada poder entendernos. ¿Para qué empezar otra vez y mo-
sólido y definitivo. El mal ha llegado á tal grado de lestarnos inútilmente?... Pero lo que espero de usted,
abominación que hay que curarlo con el hierro can- es que seguirá siendo fiel á la causa que juntos he-
dente. mos fundado, en las dificultades que atraviesa.
—¿Entonces, qué hay que hacer, amigo mío? Bonnaire hizo un ademán brusco de enojo.
— Es preciso que el pueblo se apodere en seguida —iOh! Señor Lucas, ¿ha dudado usted de mí? Bien
de los instrumentos de trabajo, que arranque el ca- sabe que no soy un traidor, y que ahora, puesto que
«Ü 272
üsted mte libró mi día del hambre, estoy dispuesto á
comer mi pan seco con usted todo el tiempp que haga
falta.... No tenga miedo; lo que acabo de decirle no
lo digo á nadie. Estas cosas son para los dos. Pero na-
turalmente no voy á desanimar á los obreros anun-
ciándoles la ruina próxima... Asociados estamos y aso-
ciados continuaremos hasta que las paredes se nos
vengan encima-
Lucas con gran emoción le estrechó las manos. Y
á la semana siguiente so conmovió más todavía al
sorprender una escena que pasaba en el taller de los
laminadores. Le habían advertido que dos ó tres obre-
ros ligeros de cascos querían hacer lo que Ragú, pro-
curando arrastrar cuantos obreros pudieran, y al lle-
gar para restablecer el orden, vió á Bonnaire, en me-
dio de los levantiscos, interviniendo con vehemencia
Se detuvo, escuchó. Bonnaire, valeroso, decía todo lo
que había que decir, recordaba los beneficios de la
casa, calmaba las inquietudes con la promesa de un
porvenir mejor si se trabajaba de firme. Se imponía
por su estatura, por guapo, y todos se aplacaban oyen-
do! á uno de los suyos cosas tan razonables. Ni uno sólo
hablaba ya de romper la asociación, las defecciones
quedaron contenidas. Y Lucas no olvidó este espec-
táculo de Bonnaire, el buen gigante, apaciguando á
los revoltosos con soberbio ademán, como héroe del
trabajo que respeta la faena aceptada libremente.
Pero cuando Lucas lo dió las gracias, de nuevo sin-
tió el corazón lastimado por esta sencilla respuesta:
—Es muy sencillo, he hecho lo que debía... Pero
no importa, señor Lucas, es preciso que le atraiga
á mis ideas. De otro modo acabaremos todos por mo-
rir aquí de hambre,
1 «hlüá j;l i jVjr>; ¡(M3 ¡- >U :¡ Í'ií'il' ¡ir ' •"> 'y . ')}

FIN DEL TOMO PRIMERO.


íi (f'r» » ' fil'u , If ' ii-i

Vous aimerez peut-être aussi