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OPINIÓN

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Me voy, pero me quedo


El viraje del Brexit ante la auténtica construcción europea, la de los valores compartidos
LLUÍS BASSETS

14 SEP 2017 - 00:00 CEST

Una manifestación contra el Brexit en Londres. STRINGER (REUTERS)

Cuanto más tiempo pase, mayor será el despecho y el dolor. Los británicos se
van, pero saben que han dado un mal paso, probablemente irreversible, del que
se arrepentirán. Cuando suceda “será un momento triste y trágico” ha dicho, con
su habitual gusto por la claridad e incluso la crudeza verbal, el presidente de la
Comisión, Jean-Claude Juncker.

La partida de Reino Unido, tan negativa, tiene consecuencias positivas. Los


horizontes que se abren, y el que Juncker describió en su discurso ante el
Parlamento, son efecto de la desaparición del principal obstáculo con que se
encontraba la integración europea. Esa Europa dibujada por el presidente de la
Comisión estará más integrada y será más completa y compacta, sin dobles
velocidades ni derogaciones (opting outs) como las que consagraban el estatus
británico. Las políticas sociales, el espacio de libre circulación (Schengen) o la
moneda única con su correspondiente unión bancaria (con Fondo Monetario
Europeo y ministro de Finanzas), piezas esenciales de una “Europa que protege,
empodera y defiende”, estarán al alcance de todos.

Este es el tercer discurso del Estado de la Unión que pronuncia Juncker, un


momento que se quiere trascendental pero que tiene algo de imitativo y por
tanto de falso. Ni la Comisión es en propiedad un Ejecutivo ni el Parlamento, un
Legislativo. La imitación radica incluso en las formas, inspiradas en el Estado de
la Unión ante el Capitolio de Washington, inspirado a su vez en el discurso de la
Corona en Westminster. Ni Juncker es quien encarna la soberanía nacional,
como es el caso del presidente de EE UU o el monarca británico, ni quienes le
escuchan son los representantes directos del pueblo europeo soberano.
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Aunque suene algo a hueco, hay mucho de auténtico en el discurso preparado


por los eficaces servicios de la Comisión. En el camino trazado por Juncker se
encontrará con Emmanuel Macron y Angela Merkel, aliados en un nuevo impulso
a la construcción europea, en reacción a la crisis monetaria, social y política de la
que estamos intentando salir. Especialmente severa es la advertencia sobre el
Estado de derecho, que se lee desde Hungría y Polonia pero tiene lecturas más
próximas: “la fuerza de la ley sustituye a la ley del más fuerte”, algo que no es
opcional ni sujeto a derogaciones, como pretenden populismos de distintas
latitudes geográficas e ideológicas.

Los europarlamentarios escucharon a Juncker sin tiempo casi para leer el nuevo
documento británico sobre las relaciones con la UE en defensa y política exterior.
Es la primera noticia simpática y positiva del Brexit. Ya no hay chantaje con la
seguridad y la defensa, como hace un año. Al contrario, los británicos razonan la
estrecha relación que quieren en este capítulo, no por meros intereses
compartidos sino por argumentos inequívocamente europeístas, como son “los
valores compartidos de paz, democracia, libertad y Estado de derecho para
nuestro continente y más allá”. El día del Estado de la Unión los británicos nos
dicen que se van, pero también que se quedan, algo que reconforta a la idea de
unión más estrecha entre los pueblos de Europa.

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