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Análisis del lenguaje y la pregunta por la metafísica

La actitud tradicional de los filósofos respecto al análisis del lenguaje es que éste
puede llegar a tener un valor correctivo, pero no puede contribuir positivamente a la filosofía.
El mundo debe de ser investigado en sí mismo: un análisis del lenguaje en el que lo
describamos tal vez pueda darnos una mayor visión de la descripción, mas no en lo que está
siendo descrito. Muchos filósofos han desconfiado del lenguaje, considerándolo un obstáculo
y no de ayuda para la investigación filosófica. Esta tradición tiene una larga historia,
habremos de mencionar algunos de los principales momentos.

Como frecuentemente sucede, dicha perspectiva proviene de Platón, quien en el


Crátilo señala: “... el conocimiento de las cosas no debe de provenir de los nombres. No; han
de ser estudiadas e investigadas en sí mismas”. Este fue una postura compartida por el
fundador de la filosofía moderna. En su segunda meditación, Descartes se lamenta: “... las
palabras con frecuencia me limitan y casi me veo engañado por los términos del lenguaje
ordinario”. Los empiristas, de igual manera, empatizan con ese sentir. En su Ensayo sobre el
entendimiento humano, Locke hace referencia a “... esas falacias que estamos dispuestos a
poner sobre nosotros mismos al tomar las palabras en lugar de las cosas”. Y Berkeley en la
Introducción de su Principios del conocimiento humano, aseveró que “... gran parte del
conocimiento ha quedado tan embrollado y oscurecido por el abuso de las palabras y por la
forma en que se ha querido darlas a entender, que se ha hecho la pregunta si el lenguaje ha
obstaculizado o ayudado al progreso de las ciencias.

En vista de esta pesada tradición, es interesante que uno de los más eminentes
filósofos con vida sostenga una opinión contraria, misma que ha sostenido durante cuarenta
años. Bertrand Russell asegura que un estudio cuidadoso del lenguaje puede llevar a
conclusiones filosóficas positivas. Durante 1903, en su Principia Mathematica, escribió: “El
estudio de la gramática, en mi opinión, es capaz de arrojar más luz a los problemas filosóficos
que lo comúnmente supuesto por los filósofos”. En su Investigación sobre el significado y la
verdad de 1940, Russell afirmó: “De mi parte, creo que mediante el estudio de la sintaxis
podemos alcanzar un conocimiento considerable que concierna a la estructura del mundo”.

Esta fe no fue constante, tuvo sus altas y bajas. En 1923 escribió que él no pensaba
que el estudio de los principios de los símbolos era capaz de producir cualquier resultado
positivo en el campo de la metafísica. Pero un estudio de la biografía literaria del británico
revela que ese vaivén ha sido sólo ocasional y temporal. Su fe en el análisis del lenguaje
como clave para el conocimiento metafísico ha permanecido en Russell durante la mayor
parte de su carrera.

Respecto a la pregunta sobre si el análisis del lenguaje puede llevarnos al


conocimiento filosófico, se ha dado una respuesta definitiva. El camino mediante el cual el
estudio del lenguaje supuestamente producirá conocimiento sobre el resto del universo está
trazado por lo que Russell consideró “quizá la tesis más fundamental” del Tractatus Logico-
Philosophicus. Wittgenstein escribió que para que una determinada oración asegure cierto
hecho, sin importar cómo esté construido el lenguaje, debe de existir algo en común entre la
estructura de la oración y la estructura del hecho.
El programa lingüista para la pregunta por la metafísica debe de ser descrita en esos
términos. Cada uno de los hechos que componen al mundo tienen cierta estructura
ontológica. Para que una oración determinada tenga relación con un hecho particular, la
oración debe de tener una estructura lógica que se relacione con la estructura ontológica del
hecho. Así pues, sobre la presunción no irracional de que las oraciones son más fáciles de
investigar que los hechos que éstas aseguran, el camino correcto para el conocimiento
metafísico consiste en investigar la estructura de las oraciones. Para un estudio sobre la
gramática, nos dará conocimiento de esa parte de la estructura ontológica del mundo común a
los hechos, por un lado, y oraciones asegurando esos hechos, por el otro.

Russell estaba tan consciente como cualquiera de las trampas que habitan este camino.
Incluso sugirió un nombre para cuando se cometiera el error de una aplicación demasiado
ingenua de este principio, llamándolo “...falacia del verbalismo... la falacia que consiste en
erróneamente tomar a las propiedades de las palabras como propiedades de las cosas”. Es
claro que no todas las propiedades de las oraciones son también propiedades de los hechos
afirmadas por las oraciones. El lenguaje tiene varias características “accidentales”: el mismo
hecho debe de ser afirmado por varias oraciones, poseedoras de diversas estructuras.

Sobre reconocer las a veces perniciosas influencias del lenguaje, y al mismo tiempo
convencernos de que el análisis del lenguaje puede ser una herramienta valiosa en la
discusión filosófica, Russell concluye: “... el lenguaje común no es lo suficiente lógico...
Primero debemos construir una lógica artificial del lenguaje antes de propiamente investigar
nuestro problema”. Wittgenstein también estaba preocupado por esto. Escribió que: “Para
poder evitar estos errores de la filosofía, debemos de emplear un simbolismo que los
excluya,… Un simbolismo, es decir, que obedezca las reglas de la gramática... de la sintaxis
lógica”. Tenemos la palabra de Russell de que Wittgenstein estaba: “... preocupado por las
condiciones que son necesarias para lograr un lenguaje lógicamente perfecto”.

Para poder alcanzar un conocimiento metafísico mediante la investigación del


lenguaje, lo primero que se debe de hacer es construir un lenguaje “ideal” o “lógicamente
perfecto” para investigar.

La naturaleza de tal lenguaje “ideal” nunca ha sido especificada por completo. Quizá
sólo pueda ser explicada al dar un ejemplo como tal, o sea, mediante la constitución de un
lenguaje “lógicamente perfecto”. No obstante, este requerimiento ha sido articulado algunas
veces. Un lenguaje “ideal” no puede ser vago o ambiguo. Tal vez el requerimiento
imprescindible es que sea “lógico”. Al respecto Russell escribió: “Un lenguaje lógicamente
perfecto posee reglas de sintaxis que lo previenen del sinsentido”. Wittgenstein apeló por el
ideal de “... el lenguaje previniendo por sí mismo todo error lógico”. Me parece que
semejante noción de un lenguaje “ideal” o “lógicamente perfecto” es perfectamente
inteligible, a pesar de lo que, por el contrario, han argumentado otros escritores.

La noción de un lenguaje “lógicamente perfecto” puede ser parcialmente explicada


mediante algunos ejemplos de los pasos dados en esta dirección. He de describir dos de estos,
ambos conformados para eliminar ciertos defectos del lenguaje natural, que, asimismo, han
sido incorporados a la lógica simbólica.
El primero de estos tiene que ver con la existencia. Quizá el ejemplo más famoso de un
error atribuible a la imperfección de lenguaje es el argumento ontológico. De tal sutileza que
le tomó al genio de Kant para refutar y explicarla, el argumento debe, sin embargo, ser atribuido
a las deficiencias del lenguaje. La misma forma de la refutación revela tal hecho; la cruz del
argumento kantiano es su frase: “Ser es, evidentemente, no el verdadero predicado”.

Hay, ciertamente, una excusa lingüística para este error: ciertas formas gramaticales del
lenguaje natural tratan a la existencia de la misma manera que el predicado. Por ejemplo, “el
hombre piensa” y “el hombre existe” son oraciones de la misma forma gramatical. El hecho de
que gramaticalmente ambas tienen la misma apariencia puede llevarnos a asumir que las dos
tienen igual estructura lógica. Asumir esto lleva a un paralogismo ontológico, que se refuta al
negar tal precepto. Tratar a la existencia en la misma manera gramatical de un predicado
genuino u ordinario, es visto como un defecto del lenguaje ordinario, que debe ser eliminado
en uno “lógicamente perfeto”. El lenguaje logístico, siendo imperfecto, es una mejora respecto
al ordinario dado que tiene incrustada la distinción requerida justo en el simbolismo como tal.
Si abreviamos “x es un hombre” por “mx” y “x piensa” por “tx”, entonces “el hombre piensa”
se escribe
(x) : mx ⊃ tx
Mientras que “el hombre existe” se escribe”
(Ex) : mx.

Aquí notamos inmediatamente que no hay un parecido engañoso en la forma gramatical


entre la noción de existencia, por un lado, y propiedades ordinarias, por otro. Lógicamente
están regidas por distintas reglas sintácticas, y la tentación de confundirlas desaparece. En ese
sentido, y ese grado, el lenguaje de la lógica es un paso en la dirección a un lenguaje
“lógicamente perfecto”.

El otro ejemplo se relaciona a la confusión del lenguaje natural respecto a las nociones
de afiliación de clase e inclusión de clase. En el último capítulo de su Significado y verdad,
Russell articula la cuestión: “Considera primero un grupo de oraciones en las que todas
contienen cierto nombre (o sinónimo). Todas estas oraciones tienen algo en común. ¿Podemos
decir que sus verificadores tienen algo en común?” Antes “verificador” fue definido como “ese
caso en virtud del cual mi aserción es verdadera (o falsa)”. En términos más generales, la
pregunta es si podemos válidamente inferir la estructura de los hechos desde la estructura de
las oraciones afirmando esos hechos. En particular, al tener dos oraciones verdaderas de la
misma estructura gramatical, ¿podemos inferir que los hechos asegurados tienen la misma
estructura? El principio de la concepción del lenguaje Russell-Wittgenstein, es que esta
pregunta debe de ser respondida afirmativamente —pero sólo si la sintaxis del lenguaje es
lógica. En inglés ordinario, las dos oraciones “el hombre es racional” y “los hombres son
numerosos” tienen la misma forma y estructura. No obstante, cualquier inferencia de esto sobre
la similitud de la estructura de los dos hechos sería inválida. Fallar al reconocer esto, hacen
posibles las tan bien conocidas falacias de composición y división. La razón para esto es que
el inglés esta impropiamente estructurado aquí. No es la estructura de los hechos, pero sí una
sintaxis defectuosa la que conduce a su afirmación por oraciones de la misma forma. En inglés,
al usar abreviaciones obvias tenemos “M es R” y “M es N”. Tienen la misma estructura y eso
es engañoso. En el simbolismo de la lógica los hechos son afirmados por “M ⊃ R” y “M Σ N”,
teniendo ambas una estructura distinta. En ese sentido, y hasta este punto, el lenguaje de la
lógica es más cercano que el inglés a la “perfección lógica”.

La relevancia de un leguaje “ideal” para el programa dirigido a investigar la metafísica,


haciendo uso de la investigación de lenguaje, es clara. Si tenemos un lenguaje “lógicamente
perfecto”, entonces su estructura tendrá algo en común con la estructura del mundo y, por lo
tanto, al examinar uno entenderemos el otro. Así, un lenguaje “ideal” es una herramienta
suficiente para esta técnica de investigación filosófica. Pero también es una herramienta
necesaria, en tanto que un lenguaje imperfecto tendrá una estructura engañosa que hará
equivocada cualquier inferencia que salga de su estructura a la estructura del mundo.

Algunas de las especificaciones de un lenguaje “ideal” o “lógicamente perfecto”, me


parece que pueden ser objetables. Por ejemplo, los lenguajes ordinarios tienen la propiedad
relacional de variedad. Cuando esta propiedad es enteramente descrita se puede encontrar
referencia a la aparente continuidad de formas en el mundo (esto es, la ausencia de “especies
fijar”), y también a ciertas limitaciones de nuestros poderes humanos de discriminación. Si tal
análisis de ambigüedad es correcto, entonces ningún lenguaje que sea perfecto en tanto que no
es vago, puede ser usado por nosotros en este mundo. Este podría ser usado solamente en este
mundo por seres con poderes (superhumanos) de discriminación; y podría solamente ser usado
por nosotros si fuésemos transportados a un mundo en el cual todas las especies fueran fijas y
ningún caso de frontera podría ocurrir.

De nuevo, el requerimiento de que un lenguaje “ideal” no sea ambiguo es quizá


incorrecto. Esto parecería ser a raíz del hecho que símbolos indéxicos (Peirce) son
esencialmente ambiguos, aunque en un sentido sistémico y que los símbolos indéxicos no
puedes ser eliminados de ningún lenguaje que debiera ser adecuado para expresar
preposiciones singulares.
Finalmente, el requerimiento de que un lenguaje “ideal” o “lógicamente perfecto” deba
en sí mismo evitar cualquier error lógico, parece requerir que un lenguaje “ideal” deba de tener
una lógica consistente y completa imbuida en su simbolismo. Pero cualquier esfuerzo para
adquirir esto debe necesariamente ir en contra del problema de decisión general, de cuya
irresolubilidad ha sido demostrada por Gödel y otros.

No deseo desarrollar ninguna de estas críticas de la noción de un lenguaje ideal, pero


deseo en su lugar criticar el proyecto que parece requerirlo.

Aun si un lenguaje “lógicamente perfecto” pudiera ser ideado, el programa propuesto


para investigar la estructura ontológica del mundo haciendo uso de la investigación de la
estructura lógica de un lenguaje “ideal” es imposible de lograr. El proyecto debe de tener la
siguiente secuencia: primero, un lenguaje “ideal” debe de ser preparado, y luego, a través de
él, la estructura metafísica del mundo puede ser descubierta. En esta perspectiva, la
construcción de un lenguaje “lógicamente perfecto” no es un fin en sí mismo, pero un medio
para el fin de más investigación filosófica en general. Yo propongo que este programa es
imposible de realizar. Un lenguaje “lógicamente perfecto” no puedes utilizado como un medio
de investigación filosófica, porque ningún lenguaje podría saberse “ideal”, en el sentido
presente, hasta después de terminar dicha investigación filosófica. Seguramente, ningún
artefacto puede ser seriamente propuesto como un medio para un fin si el fin debe haberse ya
obtenido antes de que el artefacto pueda ser adquirido y reconocido como aquello que es
requerido. Ninguna propuesta puede ser más circular, en el sentido más vicioso.

El que la construcción de un lenguaje “ideal” presuponga la conclusión de una


investigación metafísica del tipo indicado es mostrada en las siguientes consideraciones.

Históricamente, los pocos pasos que los lógicos han tomado en dirección a un lenguaje
“ideal”, han sido alcanzados sólo con base en la revelación filosófica previa. La diferencia entre
existencia y las propiedades de las cosas no fue descubierta por medio de investigación lógica.
No, la lógica tomó su forma actual porque Kant había señalado ya dicha importante diferencia.
Frege y Peano no distinguieron entre afiliación de clase e inclusión de clase, examinando un
lenguaje en el cual “⊃” y “Σ” estaban presentes. No, dicho lenguaje fue preparado porque ellos
ya tenían percibida la distinción en cuestión. Es decir, el que esta secuencia fuese necesaria
más que accidental ha sido mostrado. El punto es que un lenguaje “ideal” es caracterizado sólo
incompletamente en referencia a su vaguedad, ambigüedad y sinónimos. La esencia de un
lenguaje “ideal”, como es concebido por los proponentes del programa en discusión, es que su
estructura lógica “corresponde a” o “refleja” en algún sentido la estructura ontológica del
hecho. Por lo tanto, un lenguaje puede ser conocido como “ideal” sólo comparando su
estructura lógica con la estructura ontológica del mundo, que debe de ser conocida
independientemente de si comparación debiera ser significativa.

Una analogía con geometría pudiere clarificar el punto. Hay muchas geometrías,
euclidianas y no euclidianas. Matemáticamente, una es tan buena como la otro. Pero
físicamente tienen valor diferente. Si sus términos indefinidos, como lo es el punto y la línea y
otros son interpretados de la misma manera, entonces por mucho uno es verdad y el resto son
todos falsos como descripciones del espacio real en el cual nos movemos. Pero esta diferencia
no puede ser descubierta matemáticamente, sino sólo por a través de investigación empírica
del mundo físico. Similarmente, podríamos concebir lenguajes alternativos, candidatos para el
título de lenguaje “ideal”. Ellos podrían —concebiblemente— ser completamente precisos (es
decir, no vagos), y no ambiguos, y consistentes y completos (en los sentidos de estas palabas
que son importantes para los lógicos). Pero la cuestión que es “ideal” en el sentido aquí
importante, puede sólo ser respondido al comparar sus estructuras con estructura lógica del
mundo. Es claro que esto sólo puede ser logrado si esta estructura metafísica ha sido ya
investigada, independientemente, sin usar ninguno de los lenguajes candidatos con cuyas
estructuras lógicas será comparada.

Concluyo, entonces, que el programa de Russell para investigar la estructura metafísica


del mundo por medio de examinar la estructura lógica de un lenguaje “ideal”, debe de ser
rechazada a causa de su circularidad inherente en el programa propuesto. Debe de ser concluido
que el programa general de inferir la estructura del mundo desde la estructura del lenguaje debe
ser rechazado, porque si el lenguaje es “ideal”, hay un círculo vicioso involucrado, mientras
que si es lenguaje no es “ideal”, tendrá características accidentales engañosas.

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