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La actitud tradicional de los filósofos respecto al análisis del lenguaje es que éste
puede llegar a tener un valor correctivo, pero no puede contribuir positivamente a la filosofía.
El mundo debe de ser investigado en sí mismo: un análisis del lenguaje en el que lo
describamos tal vez pueda darnos una mayor visión de la descripción, mas no en lo que está
siendo descrito. Muchos filósofos han desconfiado del lenguaje, considerándolo un obstáculo
y no de ayuda para la investigación filosófica. Esta tradición tiene una larga historia,
habremos de mencionar algunos de los principales momentos.
En vista de esta pesada tradición, es interesante que uno de los más eminentes
filósofos con vida sostenga una opinión contraria, misma que ha sostenido durante cuarenta
años. Bertrand Russell asegura que un estudio cuidadoso del lenguaje puede llevar a
conclusiones filosóficas positivas. Durante 1903, en su Principia Mathematica, escribió: “El
estudio de la gramática, en mi opinión, es capaz de arrojar más luz a los problemas filosóficos
que lo comúnmente supuesto por los filósofos”. En su Investigación sobre el significado y la
verdad de 1940, Russell afirmó: “De mi parte, creo que mediante el estudio de la sintaxis
podemos alcanzar un conocimiento considerable que concierna a la estructura del mundo”.
Esta fe no fue constante, tuvo sus altas y bajas. En 1923 escribió que él no pensaba
que el estudio de los principios de los símbolos era capaz de producir cualquier resultado
positivo en el campo de la metafísica. Pero un estudio de la biografía literaria del británico
revela que ese vaivén ha sido sólo ocasional y temporal. Su fe en el análisis del lenguaje
como clave para el conocimiento metafísico ha permanecido en Russell durante la mayor
parte de su carrera.
Russell estaba tan consciente como cualquiera de las trampas que habitan este camino.
Incluso sugirió un nombre para cuando se cometiera el error de una aplicación demasiado
ingenua de este principio, llamándolo “...falacia del verbalismo... la falacia que consiste en
erróneamente tomar a las propiedades de las palabras como propiedades de las cosas”. Es
claro que no todas las propiedades de las oraciones son también propiedades de los hechos
afirmadas por las oraciones. El lenguaje tiene varias características “accidentales”: el mismo
hecho debe de ser afirmado por varias oraciones, poseedoras de diversas estructuras.
Sobre reconocer las a veces perniciosas influencias del lenguaje, y al mismo tiempo
convencernos de que el análisis del lenguaje puede ser una herramienta valiosa en la
discusión filosófica, Russell concluye: “... el lenguaje común no es lo suficiente lógico...
Primero debemos construir una lógica artificial del lenguaje antes de propiamente investigar
nuestro problema”. Wittgenstein también estaba preocupado por esto. Escribió que: “Para
poder evitar estos errores de la filosofía, debemos de emplear un simbolismo que los
excluya,… Un simbolismo, es decir, que obedezca las reglas de la gramática... de la sintaxis
lógica”. Tenemos la palabra de Russell de que Wittgenstein estaba: “... preocupado por las
condiciones que son necesarias para lograr un lenguaje lógicamente perfecto”.
La naturaleza de tal lenguaje “ideal” nunca ha sido especificada por completo. Quizá
sólo pueda ser explicada al dar un ejemplo como tal, o sea, mediante la constitución de un
lenguaje “lógicamente perfecto”. No obstante, este requerimiento ha sido articulado algunas
veces. Un lenguaje “ideal” no puede ser vago o ambiguo. Tal vez el requerimiento
imprescindible es que sea “lógico”. Al respecto Russell escribió: “Un lenguaje lógicamente
perfecto posee reglas de sintaxis que lo previenen del sinsentido”. Wittgenstein apeló por el
ideal de “... el lenguaje previniendo por sí mismo todo error lógico”. Me parece que
semejante noción de un lenguaje “ideal” o “lógicamente perfecto” es perfectamente
inteligible, a pesar de lo que, por el contrario, han argumentado otros escritores.
Hay, ciertamente, una excusa lingüística para este error: ciertas formas gramaticales del
lenguaje natural tratan a la existencia de la misma manera que el predicado. Por ejemplo, “el
hombre piensa” y “el hombre existe” son oraciones de la misma forma gramatical. El hecho de
que gramaticalmente ambas tienen la misma apariencia puede llevarnos a asumir que las dos
tienen igual estructura lógica. Asumir esto lleva a un paralogismo ontológico, que se refuta al
negar tal precepto. Tratar a la existencia en la misma manera gramatical de un predicado
genuino u ordinario, es visto como un defecto del lenguaje ordinario, que debe ser eliminado
en uno “lógicamente perfeto”. El lenguaje logístico, siendo imperfecto, es una mejora respecto
al ordinario dado que tiene incrustada la distinción requerida justo en el simbolismo como tal.
Si abreviamos “x es un hombre” por “mx” y “x piensa” por “tx”, entonces “el hombre piensa”
se escribe
(x) : mx ⊃ tx
Mientras que “el hombre existe” se escribe”
(Ex) : mx.
El otro ejemplo se relaciona a la confusión del lenguaje natural respecto a las nociones
de afiliación de clase e inclusión de clase. En el último capítulo de su Significado y verdad,
Russell articula la cuestión: “Considera primero un grupo de oraciones en las que todas
contienen cierto nombre (o sinónimo). Todas estas oraciones tienen algo en común. ¿Podemos
decir que sus verificadores tienen algo en común?” Antes “verificador” fue definido como “ese
caso en virtud del cual mi aserción es verdadera (o falsa)”. En términos más generales, la
pregunta es si podemos válidamente inferir la estructura de los hechos desde la estructura de
las oraciones afirmando esos hechos. En particular, al tener dos oraciones verdaderas de la
misma estructura gramatical, ¿podemos inferir que los hechos asegurados tienen la misma
estructura? El principio de la concepción del lenguaje Russell-Wittgenstein, es que esta
pregunta debe de ser respondida afirmativamente —pero sólo si la sintaxis del lenguaje es
lógica. En inglés ordinario, las dos oraciones “el hombre es racional” y “los hombres son
numerosos” tienen la misma forma y estructura. No obstante, cualquier inferencia de esto sobre
la similitud de la estructura de los dos hechos sería inválida. Fallar al reconocer esto, hacen
posibles las tan bien conocidas falacias de composición y división. La razón para esto es que
el inglés esta impropiamente estructurado aquí. No es la estructura de los hechos, pero sí una
sintaxis defectuosa la que conduce a su afirmación por oraciones de la misma forma. En inglés,
al usar abreviaciones obvias tenemos “M es R” y “M es N”. Tienen la misma estructura y eso
es engañoso. En el simbolismo de la lógica los hechos son afirmados por “M ⊃ R” y “M Σ N”,
teniendo ambas una estructura distinta. En ese sentido, y hasta este punto, el lenguaje de la
lógica es más cercano que el inglés a la “perfección lógica”.
Históricamente, los pocos pasos que los lógicos han tomado en dirección a un lenguaje
“ideal”, han sido alcanzados sólo con base en la revelación filosófica previa. La diferencia entre
existencia y las propiedades de las cosas no fue descubierta por medio de investigación lógica.
No, la lógica tomó su forma actual porque Kant había señalado ya dicha importante diferencia.
Frege y Peano no distinguieron entre afiliación de clase e inclusión de clase, examinando un
lenguaje en el cual “⊃” y “Σ” estaban presentes. No, dicho lenguaje fue preparado porque ellos
ya tenían percibida la distinción en cuestión. Es decir, el que esta secuencia fuese necesaria
más que accidental ha sido mostrado. El punto es que un lenguaje “ideal” es caracterizado sólo
incompletamente en referencia a su vaguedad, ambigüedad y sinónimos. La esencia de un
lenguaje “ideal”, como es concebido por los proponentes del programa en discusión, es que su
estructura lógica “corresponde a” o “refleja” en algún sentido la estructura ontológica del
hecho. Por lo tanto, un lenguaje puede ser conocido como “ideal” sólo comparando su
estructura lógica con la estructura ontológica del mundo, que debe de ser conocida
independientemente de si comparación debiera ser significativa.
Una analogía con geometría pudiere clarificar el punto. Hay muchas geometrías,
euclidianas y no euclidianas. Matemáticamente, una es tan buena como la otro. Pero
físicamente tienen valor diferente. Si sus términos indefinidos, como lo es el punto y la línea y
otros son interpretados de la misma manera, entonces por mucho uno es verdad y el resto son
todos falsos como descripciones del espacio real en el cual nos movemos. Pero esta diferencia
no puede ser descubierta matemáticamente, sino sólo por a través de investigación empírica
del mundo físico. Similarmente, podríamos concebir lenguajes alternativos, candidatos para el
título de lenguaje “ideal”. Ellos podrían —concebiblemente— ser completamente precisos (es
decir, no vagos), y no ambiguos, y consistentes y completos (en los sentidos de estas palabas
que son importantes para los lógicos). Pero la cuestión que es “ideal” en el sentido aquí
importante, puede sólo ser respondido al comparar sus estructuras con estructura lógica del
mundo. Es claro que esto sólo puede ser logrado si esta estructura metafísica ha sido ya
investigada, independientemente, sin usar ninguno de los lenguajes candidatos con cuyas
estructuras lógicas será comparada.