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Clottes, J. y Lewis-Williams, D., Los chamanes de la prehistoria, Barcelona, Ariel, 2007, 178 pp. 2ª
impresión. Edición original francesa, 1996.Revisión técnica Maria Àngels Petit. Traducción Javier
López Cachero.
Jean Clottes (1933) es un prestigioso prehistoriador francés y un reconocido estudioso del arte
prehistórico desde 1971. Fue Conservador General del Patrimonio en su país y Presidente del
ICOMOS. Aunque se retiró oficialmente en 1999, aún sigue colaborando en cursos y seminarios
mundialmente reconocido por sus investigaciones sobre los Bushmen san. Fue director del Rock
Art Research Institute de la Universidad de Witwatersrand. Está retirado desde el año 2000.
Lo primero que hay que destacar de este libro es su brevedad. Está estructurado en un prólogo y
cinco capítulos -más un capítulo adicional, en la edición que he manejado, referido a la polémica
suscitada por la obra poco después de su publicación-, y, de estos, cuatro son introductorios al tema;
por lo que la teoría propuesta, propiamente dicha, los autores la desarrollan en poco más de diez
El capítulo 1 “El chamanismo”, nos introduce en el concepto de chamán y nos habla de los modos
en que la conciencia puede ser alterada para producir un tipo de visiones -en tres estadíos
consecutivos- que son comunes a todos los humanos en sus rasgos generales, aunque fuertemente
influenciadas por la cultura de cada grupo, lo que hará que las interpretaciones sean diferentes. De
todo esto se propone un ejemplo práctico con el arte chamánico de los san sudafricanos.
En el capítulo 2 “ El arte de las cuevas y de los abrigos”, se trata sobre las técnicas representativas
y la temática del arte paleolítico y se muestra como, del amplio repertorio faunístico que debió
existir en el Pleistoceno, sólo son representadas unas pocas especies de forma bastante constante en
El tercer capítulo “ Cien años de investigación sobre los significados” es un recorrido por todas las
teorías interpretativas elaboradas hasta el momento, en el que se demuestra como no hay, a día de
hoy, ninguna definitiva, pues incluso el estructuralismo, que ha estado en vigor hasta hace pocos
años -se puede decir que aún sigue en vigor-, se ha demostrado fallido con los nuevos
relacionándolo con la topografía de las cuevas; para los autores, las formas de las rocas y su
disposición, motivaron en más de una ocasión a los artistas paleolíticos para reforzar el sentido de
Por fin, el capítulo 5, “El mundo chamánico”, desarrolla, en base a todo lo expuesto anteriormente,
la teoría de los autores, en la que defienden que el significado último del arte paleolítico puede ser
explicado -de una forma que no contradice casi ninguno de los descubrimientos realizados hasta la
fecha-, como algo asociado íntimamente a ese mundo chamánico. Así, las representaciones, tanto de
cuevas como de abrigos o, incluso, al aire libre, servirían, algunas, para facilitar la alteración de la
conciencia y, otras, para plasmar lo visto en ese estado de conciencia alterada. Incluso, yendo más
allá, plantean la hipótesis de que los grandes paneles podrían ser accesibles al conjunto de la
comunidad, para canalizar el tipo de visiones que podrían tener, lo que indicaría un cierto grado de
complejidad social en la que los autores de las obras “manejarían” al resto del grupo.
Como he dicho, en la edición manejada, hay un capítulo adicional que trata de la polémica
suscitada por la publicación de la obra entre los especialistas. De entre todas las reacciones, hay dos
que sorprenden especialmente a los autores, una es el escaso número de discusiones suscitadas entre
sus colegas, la otra, el carácter violento y agresivo de algunas. En este epílogo, Clottes y Lewis-
Williams defienden sus teorías contra los ataques -en ocasiones, por el método de atacar a su vez-,
autores emplean una gran cantidad de espacio para poner en antecedentes al lector, así, la teoría
propiamente dicha, podría haber sido objeto de un artículo más que de un libro. Sin embargo,
san, en las temáticas artísticas, en la historia de las interpretaciones, y, con esas piezas, encajan su
mencionada del capítulo 5, en que, al referirse a las grandes salas con paneles, hablan de un
intento, por parte de los autores de las obras, de “desacreditar -sin conseguirlo siempre- cualquier
intento de originalidad e individualismo que podría haber puesto en peligro el statu quo político y
religioso. En suma, estas grandes salas reforzaban la unidad de las visiones y consolidaban el poder
establecido” (pag. 97), una atrevida suposición que, bien pensado, quizá sea la que fundamenta toda
la teoría.
Por su parte, aunque no tenga que ver estrictamente con el tema del libro, el capítulo adicional,
sobre la polémica que suscitó, me parece que tiene su interés al mostrarnos el mundo de la
investigación desde dentro, y no nos enseña precisamente el lado amable y positivo. De lo expuesto
aquí parece desprenderse que las ideas nuevas son muy difíciles de ser aceptadas, quizá porque se
coarta la imaginación y se intentan ofrecer pruebas objetivas en un tema -la interpretación del arte