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John Bowlby
La teoría del impulso secundario sostiene que el individuo desarrolla su gusto por la
compañía de otros miembros de su especie como consecuencia de ser alimentado por
ellos. La alimentación brinda al niño la oportunidad de aprender a estar a gusto en
compañía de terceros, para sentar las bases de su socialización. Freud sostiene: La
razón por la cual el bebé desea percibir la presencia de la madre es porque sabe que
ella puede satisfacer todas sus necesidades inmediatamente. El amor tiene su origen
en el apego a la necesidad satisfecha de comida.
Este tipo de teoría surge de un supuesto y no de la observación. Existe un número
limitado de impulsos primarios (de comida, bebida, calor y sexualidad), y todas las
conductas derivan de estos por un proceso de aprendizaje.
Las primeras investigaciones de Lorenz, demostraron que en la cría de gansos y patos
puede desarrollarse una conducta de apego sin que las crías reciban comida o
cualquier otra recompensa. Esos animalitos tienden a seguir a cualquier objeto en
movimiento que vean, ya sea a la madre, un hombre, un globo de plástico o una caja
de cartón. Además, una vez seguido un objeto en particular, tienden a seguirlo a
preferencia a otros y, pasado un cierto tiempo, ya no siguen a ningún otro objeto. El
proceso de aprendizaje de las características del objeto al que siguen recibe el nombre
de impronta.
Con sus descubrimientos resultó natural contrastarlos con la conducta de apego en los
mamíferos y en los seres humanos. Hay pruebas de que ocurre así.
Sin considerar a los seres humanos, en los demás mamíferos existen prueban de que la
conducta de apego puede desarrollarse y dirigirse a un objeto que no da ninguna de
las recompensas tradicionales (alimenticias, de calor o sexuales).
Otros experimentos con conejillos de indias, aislados a 4 horas de su nacimiento,
reaccionan a los movimientos de una forma plana de madera blanca, siguiéndola.
Incluyen el acercamiento y otras reacciones como olfatear, lamer y buscar contacto.
En otro experimento los conejillos de indias, permanecieron con la madre durante 5
días en la más completa oscuridad. Luego, se le separó de esta exponiéndolos a la luz,
al mismo tiempo que se les mostraba un modelo móvil. Una vez más, reaccionaron al
modelo mediante pautas de acercamiento, seguimiento y otras respuestas sociales.
Como habían sido criados en la oscuridad, era imposible que hicieron generalizaciones
visuales tomando como punto de referencia a la madre, y, como el acercamiento
precedió al contacto con el modelo, podía excluirse todo efecto del contacto previo
con la madre.
Cachorritos aislados del ser humano, los cachorritos permanecieron con la madre y sus
hermanos en un ambiente con luz, con dos o 3 semanas de vida. La pregunta era si un
cachorrito que nunca había visto a un hombre ni había sido alimentado por él, si se
acercaría a este y lo seguiría.
En el experimento, colocaban varios cachorros de diferentes edades al lado de un
hombre sentado inactivo, durante 10 minutos al día, a lo largo de una semana. Todos
los animales que vieron al hombre por primera vez cuando tenías entre 3 y 5 semanas
de vida, se acercaron inmediatamente y pasaron los 10 minutos con él. En cambio, los
que habías visto al hombre por primera vez a una edad más avanzada mostraban
temor, y ninguno de los que vio al ser humano por primera vez se aproximó al
experimentador. Es decir, que en las semanas posteriores a poder gatear por primera
vez, los cachorros se acercarán a un ser humano aunque este no se mueva y aunque
no hayan tenido ninguna oportunidad de asociar la comida con él.
Otro experimento: Perritos aislados a partir de las 3 semanas de vida fueron
alimentados por medios mecánicos. Después, se empezó a dejarlos salir todos los días
y se observó su reacción ante un hombre que caminaba. Todos ellos lo siguieron. Un
grupo de cachorritos no sólo no recibió recompensa, sino que fue castigado cada vez
que trataba de seguir al hombre, de modo que su única experiencia con los seres
humanos fue dolorosa. Después de varias semanas, el investigador interrumpió el
castigo. Los cachorritos pronto dejaron de huir ante su aparición y, además,
comenzaron a pasar más tiempo en compañía de él que los perritos de control, que
habían sido recompensados con muestras de afecto y aprobación.
Otro experimento se realizó en un cordero de 6 semanas de vida mantenido en un
ambiente aislado, aunque en contacto visual y auditivo con un aparato de televisión
funcionando. El cordero no sólo se mantuvo cerca del televisor, sino que, después de 9
semanas de aislamiento, al ser separado del aparato, lo busco de inmediato y se
acerco enseguida a dar con él.
En otros experimentos, los corderos eran criados en contacto visual, olfativo y auditivo
con un perro. En algunos casos, se impedía la interacción entre ambos colocando un
alambrado. Después de varias semanas, el cordero también trato al perro como una
figura de apego: lo busco y al encontrarlo lo acompañaba por todas partes.
Observamos que en los corderos el apego puede desarrollarse por el mero contacto
visual y auditivo con un objeto y sin que se produzca ninguna interacción física con
éste.
Tanto los corderos, como los cachorritos desarrollan el apego a pesar de recibir un
castigo de su compañero. Cuando se dejan juntos en una jaula a un cordero y un perro,
sin ninguna restricción de movimiento éste último suele morder y maltratar al cordero.
Sin embargo, cuando se los separa, el cordero busca de inmediato a su compañero
perro y se acerca a él. Ninguno de estos descubrimientos es compatible con la teoría
del impulso secundario.
En experimentos con monos, se los separaba de la madre al nacer, se dio dos modelos
de madres: uno era un cilindro hecho de alambre y el otro un cilindro cubierto de una
lana suave. Recibían su alimentación de un biberón que podía colocarse en cualquiera
de los dos modelos. Esto permitió evaluar por separado los efectos de la comida y de
un objeto suave al que pudieran aferrarse. Todos los experimentos mostraron que el
contacto agradable daba lugar a la conducta del apego, mientras que la comida no
tenía ese resultado.
En otro experimento, 8 monitos fueron criados pudiendo escoger un modelo de tela o
un modelo de alambre. Cuatro de los animales eran alimentados siempre que lo
pedían, con el modelo de la tela y los otros 4 con el modelo de alambre. Se media el
tiempo que los monitos pasaban con cada modelo. Los resultaron mostraban que
cualquiera fuera el modelo que daba el alimento, los animalitos empezaban a pasar la
mayor parte del tiempo con el modelo de tela. Los miembros de ambos grupos
pasaban 15 hs diarias en promedio aferrados al modelo de tela, ninguno de ellos
dedicaba más de una hora al modelo de alambre. Algunos monitos que eran
alimentado con el modelo de alambre, se las arreglaban para inclinarse y succionar la
correspondiente tetina sin dejar de aferrarse al modelo de tela.
Los datos obtenidos demuestran que el contacto con algo suave y agradable
constituye una variable de importancia en el desarrollo de las relaciones afectivas
hacia la madre sustituta (el modelo) y que la alimentación parece desempeñar un
papel secundario.
Cuando el monito criado por un modelo de tela que no lo alimenta se siente alarmado,
lo busca inmediatamente y se aferra a él. Así se siente menos atemorizado e incluso
puede empezar a explorar el objeto que lo alarmaba. Cuando se realiza el experimento
con un mono con un modelo de alambre que lo alimenta, la conducta cambia, no
busca el modelo, sino que permanece paralizado, atemorizado y no inicia una
conducta exploratoria.
En otro experimento con un mandril, el animal era alimentado por un biberón,
también tenía un objeto para succionar y podía aferrarse a la cuidadora cuando lo
deseaba. El biberón solo le interesaba cuando tenía hambre. El resto del tiempo dirigía
la conducta hacia el objeto de succión o hacia la madre sustituta.
En los monitos maltratados por la madre, se pone de manifiesto una conducta de
apego muy intensa.
Es un instinto de agarrarse. Por otro lado los bebes gozan de la compañía de otros
seres humanos. Durante los primeros días de vida, son reconfortados a través de la
interacción social, que incluye levantarlos en brazos, hablarles, acariciarlos, y pronto
parecen disfrutar de las personas que se mueven a su alrededor. Por otro lado, la
sonrisa y el balbuceo son más intensas en el bebe cuando un adulto reacciona con una
conducta social, por ejemplo al prestarle atención. No se requieren alimentos ni otros
cuidados corporales, aunque resultan de ayuda. Los bebes están preparados para
reaccionar a estos estímulos sociales y se apegan a otros niños de su misma edad o
apenas mayores, protestan y los siguen si estos se alejan y se acercan si regresan.
Anna Freud y Sophie Dann realizaron un trabajo sobre un grupo de niños en un campo
de concentración siendo los demás niños su única compañía. Los pensamientos
positivos de los niños se centraban exclusivamente en el grupo, se preocupan por los
otros, pero se desentendían del resto del mundo.
El hecho de que un bebé se apegue a los de su misma edad o apenas mayores, prueba
que la conducta del apego se puede desarrollar y dirigirse hacia una figura que nada
hizo para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Lo mismo ocurre cuando la figura del
apego es un adulto.
De acuerdo a Schaffer y Emerson existen figuras de apego principales o subordinadas.
Hicieron un experimento en 60 niños escoceses, donde una quinta parte de las
personas no participaron en el cuidado físico del niño. Vieron que igualmente puede
desarrollarse un vinculo de apego. La variable que permite determinar hacia quienes
se sentirán apegados los niños era la rapidez con que la persona reaccionaba ante el
bebé y la intensidad de la interacción.
Una de las mejores maneras de aumentar el rendimiento del niño, en cualquier tarea o
habilidad motriz es recompensarlo con la reacción de otro ser humano.
La habilidad de los niños para realizar tareas sencillas aumenta cuando se lo
recompensa por cada reacción correcta con una aprobación social.
Las pruebas obtenidas confirman la teoría de que la conducta del apego de los seres
humanos es susceptible de desarrollo, como ocurre con otras especies, sin necesidad
de recompensas de alimentos y calor.
La conducta del apego de desarrolla de manera independiente a la de la alimentación.
Una vez aprendidas las características individuales de la figura del apego: el contacto,
el movimiento y el sonido de las llamadas maternas se dirigen fundamentalmente o
totalmente hacia ella. Una vez seleccionada la figura, la preferencia por ella suele ser
estable y con el tiempo es difícil la transferencia del apego a otra figura nueva y
desconocida.
Tanto en cachorritos como en monos la fase en la que puede desarrollarse el apego
con facilidad se encuentra limitada. Una vez pasada esta fase, todavía resulta posible
desarrollar apego hacia un objeto nuevo, pero resulta cada vez más difícil lograrlo.
Cuanto más severo es el castigo que recibe un animalito más intenso es su apego a la
figura que lo aplica.
La conducta
Por ejemplo cualquier objeto nuevo que se deje en la jaula de un animal será
inspeccionado e investigado. Al cabo de un tiempo disminuye el interés. Pero cada
objeto nuevo que se presenta despierta interés nuevamente.
Los seres humanos se comportan de la misma manera. A los bebés les encanta
observar una escena cambiante. Toda madre sabe que un bebé deja de comer
inmediatamente cuando algo o alguien nuevo aparece en su campo visual.
Es probable que el juego con los pares comience a partir de la conducta exploratoria.
Cuidados maternos.
La conducta de recuperación:
En todas las especies de animales la madre logra reconocer al hijo a las pocas horas de
nacer, y cuando lo reconoce solo dirige los cuidados maternos hacia él.
Una conducta que compite con los cuidados del niño es la de las tareas del hogar.
Estas tareas pueden interrumpirse ante un signo de alarma, por lo que son
compatibles con los cuidados maternos. Otras actividades son más difíciles de
abandonar: las exigencias de otros miembros de la familia, en especial el marido y
otros hijos pequeños. Es inevitable que la madre experimente el conflicto.
Así como la conducta del apego del bebé se contraponen el juego y la conducta
exploratoria, a la conducta de recuperación materna se contraponen actividades que
compiten con ella.
Cuando la interacción entre la pareja sigue los cauces normales, cada miembro siente
intenso placer por estar en compañía del otro y en especial de las mutuas muestras de
afecto. En cambio cuando la interacción da un conflicto persistente, cada miembro
experimenta ansiedad o tristeza, en especial por el rechazo del otro.
Cuando la madre permanece inmóvil en un lugar, el hijo suele iniciar una conducta
exploratoria sin demasiado juicio, como consecuencia puede alejarse más allá de lo
que resulta aceptable para la madre. En cambio cuando la madre camina la capacidad
del niño para seguirla es inadecuada. Por lo tanto en esta fase es la conducta de la
madre la que permite mantener la proximidad entre ambos. En el hombre, esta fase
se prolonga hasta finales del tercer año de vida.
En la fase siguiente se produce un cambio, la conducta de apego del niño se vuelve
más eficaz y aumenta su capacidad de juicio para saber cuándo debe mantenerse junto
a la madre y cuando no. Entonces, tanto el hijo como la madre son los que mantienen
la proximidad.
En el ser humano esta fase de transición dura muchos años y depende de las
condiciones de vida de la familia. Esta fase va entrando en una etapa final donde la
madre va dejando la responsabilidad de mantener la proximidad casi totalmente en
manos del hijo.
El primer logro social del niño es permitir que la madre se aleje de su lado sin
experimentar indebida ansiedad o rabia.
El estado general de confianza implica que uno ha aprendido a confiar en la
continuidad de los proveedores externos. Que uno puede confiar en uno mismo y en la
capacidad de los propios órganos para enfrentar las urgencias.
Todas las formas de la conducta de apego se dirigen hacia un objeto concreto situado
en el espacio, generalmente la figura de apego.
A los seis meses los bebés tienen la habilidad necesaria para distinguir a la madre de
otras figuras para seguir los movimientos con la vista y el oído.
El niño se mantiene muy bien informado del paradero de la madre, de modo que las
pautas de la conducta de apego activadas se dirigen hacia ella. La conducta de
orientación es un requisito indispensable de la conducta de apego.
Las pautas de conducta que facilitan la formación del apego se clasifican en dos
categorías:
A - Conducta de señales, cuyo efecto es llevar a la madre hacia el hijo
B - Conducta de acercamiento, cuyo efecto es llevar el niño hacia la madre
Conducta de señales
Uno de los medios más corrientes para que el bebé deje de llorar es levantarlo en
brazos y acunarlo o hablarle. Es menos sabido que al levantarlo el bebé deja de
sonreír.
Conducta de acercamiento
Las conductas que llevan al niño al lado de la madre o lo mantienen próximo a ella son:
En primer lugar, el acercamiento mismo, lo cual incluye búsqueda y seguimiento.
En segundo lugar la conducta de aferramiento.
Una tercera conducta que no se reconoce fácilmente, es la succión sin fines
alimenticios o el agarrarse el pezón.
Aunque el bebé humano es menos hábil para aferrarse a la madre que los monos,
puedo hacerlo al nacer y su eficacia aumenta durante las cuatro semanas siguientes. A
los treinta días el bebé puede suspenderse en una barra con las manos durante medio
minuto.
Aunque la succión pueda interpretarse como un simple medio de ingerir comida, tiene
otras funciones. Todos los bebés primates pasan mucho tiempo agarrados o
succionando un pezón u objeto de manera parecida, aunque la mayor parte del tiempo
no obtienen ningún alimento. En los seres humanos es muy común que los bebés se
chupen el dedo o un sustituto de éste.
En los monos criados en ausencia de la madre, es algo universal. Cuando se crían con
la madre lo que succionan los monos es el pezón.
Entre los primates agarrar el pezón y chupar cumplen dos funciones distintas: una la
nutrición y la otra el apego. Cada una es importante, y es erróneo suponer que la
nutrición tiene un significado esencial y el apego uno secundario. Es mucho mayor el
tiempo dedicado a la succión no alimenticia que a la alimenticia.
Son dos funciones independientes que cumple la succión y los movimientos empleados
son diferentes. Los empleados en la succión sin fines nutritivos son más superficiales
que los otros.
Un niño de uno o dos años, en una situación familiar está contento con jugar y
explorar durante media hora o más, tomando como base el punto en el que está
situada la madre. Para mantener la proximidad en esas situaciones, el niño debe
orientarse hacia ella, recordar su paradero y utilizar medios de locomoción. Están
ausentes las conductas de aferramiento, succión o llanto. El intercambio de miradas y
sonrisas o el contacto ocasional confirman a cada uno de ellos que el otro es
consciente de su paradero.
El regreso hacia la madre parece producirse a un ritmo más veloz que cuando el hijo se
alejó de ella.
Con frecuencia el regreso empieza sin que el niño haya siquiera lanzado una mirada a
la madre.
Cuando el niño juego cerca de la madre y ésta permanece fija en su sitio, el niño trata
de llamar su atención y no se da por vencido hasta lograrlo.
Conducta cuando la madre se aleja
Después de los doce meses, a veces antes, los niños protestan cuando ven que su
madre se marcha. Con frecuencia tratan de seguirla. Cuanto más pequeño sea el niño,
más probable es que llore y menos que intente seguir a la madre.
Luego de una breve ausencia probablemente el niño se dirija a ella y se acerque, tal
vez sonría. Si estaba llorando probablemente deje de hacerlo sobre todo si la madre lo
levanta en sus brazos.
En un primer momento el niño está feliz explorando el ambiente, su madre está fuera
de su campo visual y aparentemente fuera de sus pensamientos. Más tarde la busca
con desesperación o la llama. Un día está feliz y no exige la presencia de la madre y al
otro esta mimoso y llora pidiendo estar con ella.
Son muchas las condiciones que activan la conducta del apego. La más sencilla es la
distancia de la madre.
Tres categorías
Todas las madres saben que un niño cansado, hambriento, enfermo, que le duele algo
o que siente frio se muestra mimoso. No solo trata de que la madre no se aleje sino
que quiere sentarse en su regazo o ser llevado en brazos. Por su intensidad este tipo
de conductas de apego solo se interrumpe con el contacto físico y toda ruptura del
contacto producida por los movimientos de la madre provoca otra vez una intensa
conducta de apego: el hijo llora, sigue a su madre, se aferra a ella hasta que están en
contacto nuevamente.
Son parecidos los cambios cuando el niño se siente alarmado o recibe el rechazo de un
adulto u otro niño.
Una luz brillante, la repentina oscuridad, un ruido fuerte, objetos que aparecen de
forma inesperada.
Cuando los niños de dos o más años se asustan corren a refugiarse a los brazos de la
madre. Así la conducta de apego posee gran intensidad. También puede surgir el
llanto o deseos de aferrarse. Si el niño experimenta temores más leves, la intensidad
de la conducta de apego es baja. En estos casos puede que lo único que intente el
niño sea acercarse un poquito a la madre o solo volver la cabeza.
Cuando el niño observa que la madre le presta atención y está dispuesta a accionar
siempre que él necesite mayor proximidad suele mostrarse satisfecho explorando a
cierta distancia de ella.
Cuando la madre no está dispuesta a mantener la proximidad con el niño éste se pone
en estado de alerta.
La mayoría de los niños pequeños cuando ven a la madre con otro bebé en brazos, les
provoca una conducta de apego muy intensa.
Después de los tres años la mayoría de los niños muestran una conducta de apego
menos insistente. El apego nunca desaparece por completo.
La conducta se activa con menos facilidad porque la intensidad a la que se activa es
más baja.