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Fuente: Las danzas populares argentinas tomos I , Instituto Nacional de

Musicología “Carlos Vega”, Bs. As., 1986.

El Malambo – Carlos Vega – 1/6

PRIMERA PARTE:

DANZAS INDIVIDUALES
El hombre solo o la mujer sola ejecutan la danza.
EL MALAMBO

Danza varonil y recia, el Malambo fué en la campaña argentina prueba de vigor y


destreza durante todo el siglo pasado. Celebrado en fiestas, fogones y pulperías,
animó las horas de esparcimiento o de descanso con el gustoso “trabajo” de su
difícil realización, y dió provisional prestigio a los más hábiles y esforzados.

CLASIFICACIÓN. El Malambo es, esencialmente, la danza en que un ejecutante


solo, hace con los pies, en la mínima superficie, una serie de pequeños ciclos de
movimientos llamados mudanzas; es decir, que el acto de zapatear, generalmente
añadido a diversos bailes, complemento de figuras, parte de más extensos tramos
coreográficos, constituye aquí la totalidad del espectáculo.

Se trata, pues, de una danza individual, la principal y más difundida de la


Argentina en su género.

Al apuntar que el ejecutante hace, zapateando, una serie de figuras o mudanzas


separables, conclusas, queda dicho que el Malambo no consiste en un zapateo de
cualquier clase. La acción de zapatear puede ser complementaria del juego de
brazos y manos -como en el caso de la bailarina española-, o simple golpeteo
rítmico sobre el piso que no se concrete en una sucesión de bien recortadas
figuras, o medio que consienta amplios desplazamientos del bailarín. Nada de eso
es el Malambo argentino. Para que un zapateo pueda recibir este nombre es
necesario que produzca mudanzas en serie. Cada mudanza, como pequeña
totalidad conclusa, tiene además, sus reglas “internas”. Generalmente sobre la
base de un pie, menos móvil y a veces hasta quieto, el otro pie desarrolla su juego
rítmico con relativa libertad y amplitud; inmediatamente debe trocarse la función
de cada pie -el quieto será libre y viceversa- y han de repetirse exactamente los
movimientos anteriores. Así, cuando el breve ciclo que se inició a diestra se ha
reproducido a siniestra, la mudanza se completa y termina. Hay mudanzas
simples, en que una sola combinación de movimientos se reproduce varias veces,
y mudanzas complejas, en que dos o más rápidas combinaciones integran la
figura. Por lo demás, las mudanzas propiamente dichas, empiezan comúnmente
después de un corto zapateo llano, especie de “preludio”. El cuerpo no interviene,
los brazos no complementan la danza; la atención del bailarín y la de los
espectadores se concentra en los pies. Se trata de presentar un repertorio de
mudanzas.

Con el mismo nombre de Malambo se han conocido en la Argentina especies


diversas y hasta formas que rebasan los términos del juego unipersonal.
Podríamos ensayar un pequeño cuadro:
MALAMBO – individual puro
– individual en competencia – en alternancia / en sucesión / ¿simultáneamente?
También con el nombre de Malambo se ejecutó una danza de pareja; con otros
nombres existieron la individual estricta, la de competencia y la colectiva.
Hubo un Malambo individual puro. El danzante presentaba su repertorio de
mudanzas por cuenta propia hasta que agotaba sus mudanzas o sus fuerzas.
Ignoro la dispersión de esta manera -pudo haberse dado como simple exhibición
personal-, pero sin duda alguna, la forma individual pura, realizada por hombre o
por mujer, es la prehistórica universal que han heredado innumerables pueblos
hasta nuestros días, no importa con qué nombre.

Pero el Malambo por excelencia, el de área más amplia, el que predominó sobre
sus congéneres, es, en la Argentina, una justa o competencia entre dos hombres
que zapatean en alterancia.

El anhelo de medirse o compararse con los demás se funda en la ambición de


sobresalir y es ingénito en el hombre. No me refiero aquí a las actividades o
habilidades que se conciben en función de competencia y que no pueden existir
en la forma unipersonal, como la esgrima, la lucha, el boxeo, etc., sino a aquellas
que el hombre puede realizar individualmente, ya en el orden físico, ya en el
mental, como las de correr, saltar, hablar, cantar, danzar. El afán de preeminencia
conduce al cotejo por simultaneidad, como en el correr, o por alternancia, como
en el saltar; en el mismo plan de competición, la aptitud para cantar
improvisando engendra el canto de contrapunto o torneo de cantores; la habilidad
especializada en el zapatear engendra el zapateo en lucha, es decir, la justa de
zapateadores en alternancia. A esta especie pertenece el clásico Malambo de la
campaña argentina; su desarrollo termina con la derrota de uno.

Una variante de este Malambo es la que presenta tres o más bailarines, no en


alternancia, sino en sucesión. Cada uno baila hasta que agota su repertorio. Haya
o no proclamación de vencedores, se distingue entre los demás el que ha
presentado mayor número de mudanzas o el que ha hecho las más complejas,
difíciles y originales. Esta variante se conoció en la llanura pampeana y en las
provincias de Santiago del Estero, Tucumán y zonas vecinas.
Parece que existió en la provincia de Buenos Aires -no he podido obtener amplia
confirmación del dato tradicional- otra variante también llamada Malambo, en
que el zapateo se realizaba simultáneamente por varias parejas; “las mujeres se
levantan un poco las faldas con las manos.”

Segunda Parte

HISTORIA. El Malambo es danza extinta, pero de reciente extinción. El


autor alcanzó a verlo, siendo niño, “al natural”, y durante sus viajes de
estudio halló en Buenos Aires y Santiago del Estero viejos zapateadores
que se avinieron a lucir sus habilidades. Acaso en algún lugar de
la campaña, con propósitos de rememoración o a instancia de los
modernos tradicionalistas, se enfrenten hoy sobrevivientes danzantes
viejos, pero ya no es el Malambo baile actual del repertorio campesino.
Su recuerdo se conserva -según mis comprobaciones- en el norte, en el
centro y en el sudeste de la República.

Hace pocas décadas fué notable espectáculo. La competencia no se


limitaba, a veces, a la simple sucesión o al llano entrecruzamiento de
mudanzas. En la región pampeana solían atarse un cuchillo en cada
pierna y, en tanto hacían los movimientos, producían acompasados
golpes por entrechoque de los cuchillos; otras veces, con el propósito de
crearse dificultades, limitaban con cuatro cuchillos —los filos hacia
adentro— el pequeño cuadro en que bailaban; o cuatro velas, también
limitadoras, iluminaban los movimientos y creaban el compromiso de no
apagarlas o derribarlas. El mérito del danzante era mayor si afrontaba el
cotejo sin quitarse las espuelas. Estos alardes, eran, comúnmente,
propios del Malambo en sucesión. Con frecuencia la competición se
producía en forma espontánea, impremeditada, pero no fue rara la justa
prevista, organizada, entre los bailarines más famosos. Entonces se
estipulaban condiciones, se nombraba un juez, y los partidarios de los
malambistas cruzaban apuestas. La forma regular del encuentro
consistía en la simple exhibición alternada de mudanzas, pero a veces se
convenía en que cada bailarín debía reproducir las mudanzas que le
presentaba el contrario.

Fue común en las poblaciones argentinas fronterizas con Bolivia una


danza llamada Zapateo que, ocasionalmente, se reducía a la justa de
zapateadores. De ordinario fue danza de hombre y mujer, también con
zapateos en competencia. Comenzaba con un paso coreográfico que
consistía en un par de vueltas o en una travesía con toma de manos al
pasar; después zapateaba el hombre y la mujer jaleaba, y a continuación
lo contrario; finalmente, a la voz de mando “¡cierren!”, ambos se
entregaban al zapateo. Esta última parte tenía, según las reglas, medido
término, pero muy a menudo se prolongaba y convertía en un cotejo de
resistencia y habilidad. El baile estaba impregnado de la idea de
competencia, a tal extremo, que a menudo se planteaba como un desafío
entre el hombre y la mujer; y no faltaba el episodio del vaso o copa de
chicha que los bailarines se colocaban en la cabeza durante el zapateo,
como testimonio de contralor y dominio de los movimientos. Pero lo
interesante de esta danza era que, dejando de lado su forma de pareja,
se concebía directamente como un torneo entre dos hombres -como
hemos dicho-; porque esta característica vincula el Zapateo con el
Malambo que, a la luz de la documentación histórica, muchas veces se
unifica o confunde con el otro por afinidad, como veremos.
El Zapateo norteño de hombre y mujer, pues, ha sido también justa de
varones y, en distintas regiones, con ése o con parecido nombre, se ha
realizado la competencia en sucesión y hasta de manera simultánea; por
otra parte, con el nombre de Malambo, se ha ejecutado alguna danza de
pareja y también el zapateo simultáneo de muchos. Hechos comunes en
el mundo de la danza.

Examinemos ahora las menciones históricas del Malambo que hemos


hallado en viejos escritos.

Ventura R. Lynch21, autor de un conocido folleto que apareció en 1883,


dedica al Malambo ilustrativos párrafos. “Como bailes -escribe- no hay
ninguno comparable al Malambo. Es el torneo del gaucho cuando se
trata de lucir sus habilidades como danzante.”

“Dos hombres se colocan el uno frente al otro. Las guitarras inundan el


rancho de armonías, un gaucho da principio, después para, y sigue su
antagonista y así progresivamente; muchas veces la justa dura de 6 á 7
horas. En el Bragado en 1871 vimos un malambo que duró casi toda una
noche, constando de setenta y seis figuras diferentes por cada uno de los
bailarines.”

“El auditorio está pendiente de los pies de los danzantes que escobillan,
zapatean, repican, ora arqueando, inclinando, doblando y cruzando sus
pies cuya planta apenas palpita sobre la tierra.”

“Los espectadores aplauden, gritan, se cruzan apuestas a favor de uno y


otro y hasta las mujeres y los niños participan del frenético entusiasmo
que les comunica aquel precioso vértigo.”
“La música sigue al danzante según su movimiento, aun cuando la
primera figura y la segunda son con este compás:” Y aquí da Lynch
varios compases de la música.

En uno de los artículos que publicó en 1882, Arturo Berutti4 dice algunas
palabras sobre el Malambo: …”que generalmente es bailado por dos
hombres que se están disputando la supremacía en la variedad, agilidad,
presteza y exactitud de las mudanzas, recibiendo grandes ovaciones por
parte de los espectadores, aquél que por su vigor y destreza ha obtenido
la gloria del vencedor.”

Por una posta de la provincia de Tucumán, a cuatro leguas del límite con
la de Santiago del Estero, pasó en 1863 el Dr. Thomas J. Hutchinson18,
cónsul británico en Rosario de Santa Fe, y presenció allí una exhibición
del Malambo individual puro. Fué en días de carnaval y había fiesta en la
posta. Escribe el cónsul:

“Un arpista estaba tocando y se bailaba cuando nosotros


entramos. En la reunión había un individuo del aspecto más
grotesco, que bailó por algunas horas el malambo, sin parar ni
un momento para descansar, como si hubiera descubierto y
estuviera practicando el “movimiento continuo”. Su ropa
consistía en una sucia camisa, calzones y un bonete de papel, de
payaso, con largas cintas azules que volaban”…
En los populares circos porteños el Malambo fué número de equilibristas,
es decir, que al son de su música lo danzaron en la cuerda. El Diario de
la tarde anuncia el 19 de noviembre de 1840 que Gervasio Masías
“bailará el malambo en carácter de paisano”, y repite el aviso el 9 de
agosto de 1839. Una vez, entre otras, …”El beneficiado -que es el mismo
Masías- bailará el malambo, representando el carácter de paisano con
espuela, chiripá, etc.” el 24 de junio de 1838, según dicho diario, y
finalmente, en setiembre 21 de 1837… “El niño Gervasio bailará sobre la
maroma el Malambo, con un huevo en la planta de cada pie.”

Una tradición que Manuel Bilbao5 publicó en La Prensa de junio 12 de


1932 y recogió después en su libro de 1934, nos presenta a Juan Manuel
de Rosas, comandante de campaña, bailando un Malambo -también
personal, sin contrincante- en 1820 durante la fiesta que ofreció el
caudillo santafecino Estanislao López en su estancia “Los Cerrillos.” Me
informó personalmente el tradicionista que debía la información a varios
testigos presenciales. Sin embargo, he hallado en una vieja novelita
popular la descripción de la misma escena con palabras semejantes; de
modo que, por ahora, el dato quedará en suspenso. Dicho sea de paso,
Rosas fué capaz de eso.

En fin, el nombre de la danza aparece vagamente en un capítulo que


escribió José Espinosa13, miembro de la expedición que comandó
Alejandro Malaspina. La observación es de 1794 y se refiere al “guazo”
de la banda oriental del río Uruguay. Dice Espinosa que esos criollos
coloniales cantaban “unas raras seguidillas, desentonadas, que llaman
de Cadena, o el Perico, o el Mal-Ambo, acompañándolo con una
desacordada guitarrilla que siempre es un tiple.”

Nada podemos deducir de esta página, como no sea la existencia de la


voz Malambo relacionada con la antigua música rural platense.

Nuestra danza se conoció también en Chile y en Perú, no siempre como


baile individual puro o como justa entre dos.
El presbítero Francisco Cavada9 vio un Malambo en Chiloé, provincia del
sur de Chile, hace unos cuarenta años, y le dedica en su libro de 1914 el
menor número posible de palabras: “El Malambo se baila entre dos y
tiene tres vueltas. Es zapateado y escobillado.” A juzgar por el contexto,
estos dos bailarines no son dos hombres, como podría parecer, sino
hombre y mujer. Tenemos, pues, como en el caso de nuestro Zapateo
norteño, la variante de la pareja suelta, pero sin competencia, al parecer.

Pasajera mención merece el Malambo en 1877 al historiador chileno


Vicuña Mackenna32; la hizo en sus tiempos de africanista, es decir,
cuando postulaba el origen africano de las danzas criollas. Se refiere
antes al Negrito y a las Lanchas, bailes peruanos, y dice de ellos que
“sobrevivieron a la Colonia, así como el solitario malambo, que parecía
un ataque de epilépsis, vino del Africa, donde los negros tienen un dios
de ese nombre.”

La palabra “solitario” caracteriza bien la forma individual pura, sin cotejo,


y en cuanto al origen africano, se trata de una de las tantas afirmaciones
apresuradas que a menudo complementan las observaciones de quienes
ignoran dificultades. Es muy probable que la voz “malambo” sea africana;
es seguro que los negros tuvieron danzas individuales; pero eso no
basta. A lo sumo bastaría para explicar el nombre, no el origen de la
danza.

En 1863 el mismo escritor chileno mencionó también el Malambo31.


Habla de Diego Portales, el activo estadista trasandino, y se refiere al
año 1824 en que regresó del Perú. Dice que, ya repuesto de una
desgracia íntima, solía ponerse a bailar la Zamacueca “sin más
compañera que la que su recuerdo le pintaba, allá en las saturnales de
Malambo, como se llamaba en Lima un baile indígena y a la vez el barrio
que nosotros conocemos con el nombre de Chimba de nuestra capital.”

Según Vicuña Mackenna, pues, el Malambo se conoció en el Perú y


debe su nombre al barrio limeño; pero él mismo confirma lo que
acabamos de decir sobre las afirmaciones apresuradas: en 1877 dice
que vino del Africa, y en 1863 anota que es un baile indígena. Como
siempre, nosotros extraemos de estas viejas referencias lo poco que
generalmente es exacto: la fecha y el lugar en que se conoció la danza.
Todos los datos complementarios son y deben ser sometidos a rigurosa
crítica.

En fin, el Malambo, danza individual, se bailó en gran parte, de la


Argentina; existió en el Perú, donde, seguramente, tomó su nombre, y se
conoció en Chile, donde el rótulo se conserva adherido a una danza de
pareja. Es lo que podemos decir en cuanto a la difusión de este baile con
el nombre de Malambo. Con respecto a danzas individuales de idénticas
o parecidas características, hermanas o antecesoras del Malambo,
tenemos algo que agregar.

Tercera Parte

ORIGEN. Las danzas individuales son, con las colectivas, las primeras
danzas humanas. Pertenecen, por lo tanto, a los capítulos iniciales de la
prehistoria. Y a los demás; porque los ciclos posteriores conservaron
algunas de sus formas, si no el sentido primitivo. En el trance de la
pubertad, danzaba sola la mujer aborigen para conquistar los beneficios
de la fecundidad; danzaba solo el hechicero para conjurar la adversidad.
A través de milenios, Europa occidental heredó las formas individuales.
Ya pasada la Edad Media, un hombre bailaba solo delante de la
procesión del Corpus en Galicia.

Sin embargo, las danzas individuales no son hoy abundantes. Sin


pretender que sea simple la explicación de lo complejo, consideramos
posible que la disminución de las danzas individuales —como la de las
colectivas— se deba principalmente a la exaltación de las danzas de
pareja, última creación del hombre. En estas danzas la persona del sexo
opuesto ha dejado su posición de espectadora o su indiferente
colocación en el móvil grupo comunal y se adelanta a compartir la
actividad junto al compañero. Nada menos. Como hombre, confieso
haber recibido con agrado esa colaboración. La misma danza de una
pareja solitaria en el salón, cede el campo a las danzas en que muchas
parejas combinan sus movimientos —como la Cuadrilla— y a las que se
mueven por su cuenta al mismo tiempo que todas las que caben en la
sala —como las modernas—. Se prefiere la compañía del sexo opuesto;
quieren bailar todos. Entre las danzas que son hoy comunes en los
salones occidentales no hay ninguna danza individual; en cambio, aún
perduran como espectáculo en los tablados y vegetan en la campaña.

Si dejamos de lado las danzas de la antigüedad, todavía en gran parte


propiciatorias, y las medievales, en que se acentúa la disminución del
sentido mágico o religioso y acrecen las consideraciones a la dama,
hallaremos, ya en los tiempos modernos, varias danzas individuales de
esparcimiento —no totalmente libres de subalterna significación-
precursoras del grupo a que pertenece el Malambo sudamericano. Pero
el propósito de esclarecer el pasado de estas danzas tropieza a menudo
con el hecho de que, por lo antedicho, el baile individual suele convertirse
en danza de pareja y aún en danza comunal o de varias parejas
conexas. Habrá, pues, que sortear dificultades.

Por antiquísima se tiene la gran corriente de danzas femeninas


individuales, zapateadas, taconeadas, de inquietas caderas y móviles
brazos, árabes, orientales, permanentes en el Mediterráneo occidental,
en España, visibles hasta hoy en los escenarios. De esa corriente se
desprendieron algunas en diversas épocas y ascendieron al plano
europeo superior. Una de ellas, la Morisca, tuvo gran importancia desde
el siglo XV; incluía “un zapateado de punta y tacón”. En el siglo siguiente,
es el Canario una de las danzas favoritas. Triunfante en Francia, fué en
sus mejores tiempos baile de pareja; pero es el caso que Antonio
Cairón8, siguiendo a Casiano Pellicer, dice que el Canario es lo mismo
que el Zapateado y la Guaracha y que sólo se diferencian en el nombre,
“pues todos tres constan de la misma especie de pasos, que deben ser
rastreros, y llenos de redobles y repiqueteos”. Añade: “todos tres los baila
una persona sola”.

Un antiguo baile español llamado la Gira o la Girada, consistía, según el


mismo Cairón, “en colocarse una persona dentro dé un círculo que se
señala, en tierra, y del cual no debe salir entretanto, que con los ojos
abiertos da mil vueltas alrededor, haciendo juegos con espadas, con
platos, y equilibrios, poniéndose algunas veces un vaso lleno de agua
sobre la frente, sin derramar gota alguna, entretanto que sigue dando
vueltas sobre un pie, sirviéndole el otro como de remo para poder girar.”
No deja de ser una curiosidad la difusión o la reinvención de nuestros
conocidos complementos: la superficie marcada en el suelo, el vaso de
agua en la cabeza, el juego con espadas —que recuerda vagamente el
entrechoque pampeano de los cuchillos—. . . Parece que no es mucho lo
que se inventa.

El Lundú luso-brasileño del siglo XVII (Ondú, Londú, Landún) fué


individual: “no consta nada más que de algunos pasos rastreros, y otros
tantos movimientos del cuerpo, que no tienen dificultad alguna, y que son
algo descompuestos: el que baila se va acompañando y marcando el
compás con ciertos castañetazos que dan los dedos unos contra otros.”
En el Villano, otro baile español, el ejecutante acompaña la música con
las manos, “dándose alternativamente con ellas en los pies, y algunas
veces en el suelo” .. .—según Cairón—. Y añade Esquivel Navarro en
1642: “Voleo se obra en el Villano. Es un puntapié que. se da en algunas
mudanzas de él, levantando el pie lo más que se pueda”. . . En cuanto a
las célebres Folias, suelen ser ejecutadas por “uno solo con
castañuelas.” Digamos de paso que, mientras avanza el proceso superior
que transforma en aparejadas las danzas individuales, una técnica
mediterránea secundaria reconvierte las de pareja en individuales.
Pocas, como el Solo Inglés —que estudiamos en otras páginas—, fueron
constantemente danzas de una persona.

Tan pronto como hubimos de considerar los bailes de zapateo en


España, se nos presentó la voz “zapateado” como nombre de danza; su
contracción, “zapateo”, también como rótulo, ya nos ocupó antes, y nos
ocupará especialmente en siguientes parágrafos.

Vimos antes que el antiguo Canario recibió después los nombres de


Guaracha y Zapateado. En 1830 y desde Francia, Blassis 0 dice que este
último tiene “el mismo movimiento que la guaracha, y se escribe en 3×8.
Hay en esta danza —añade— mucho ruido de pies; sus partes son, por
así decir, golpeadas como las de la anglaise y la sabottiére.”

Ch. Davillier11 anduvo por España hacia 1862 y tomó entonces las notas
que publicó en su Voyage en Espagne. Dice, también en pos de Pellicer,
que el Canario es más o menos “la misma danza que la Guaracha y el
Zapateado” y que “en estas tres danzas, los movimientos de los pies, que
eran extremadamente vivos, desempeñaban el papel principal. El nombre
de Zapateado —agrega— es todavía popular, y este baile, uno de los
más conocidos entre los de Andalucía, se danza aún frecuentemente y
obtiene siempre gran éxito, pues si bien ha sufrido francas alteraciones
con el tiempo, no ha perdido nada de su gracia primitiva.” En otro lugar
añade Davillier: “El Zapateado es, acaso, el más vivo de todos los pasos
andaluces y nada hay más gracioso ni más ardiente. Ordinariamente es
bailado por una mujer sola, que otra reemplaza cuando la primera está
fatigada.”

Los bailes individuales pasaron a América francamente en todos los


tiempos, hasta el momento de la emancipación, en que disminuyeron los
envíos. Varios nombres los distinguen, pero se encuentran con mayor
frecuencia los que derivan de la voz “zapatear”. Así, tenemos Zapateado
y Zapateada, Zapateo y Zapatea (este último, probable error de
extranjeros).

Los folkloristas han recogido varias danzas llamadas con tales nombres.
Julio Avzeno3 describe un Zapateo, de Santo Domingo, pero es danza
de pareja: “todo este baile no simula más que una amorosa persecución.”
En cambio, M. y R. d’Harcourt17 observa en el Perú una danza de
hombres solos llamada ttakteo (del verbo quichua ttaktani = zapatear)
que “consiste en un golpeteo muy rápido de pies sobre el suelo, sin
cambiar de lugar, danza que, a falta de gracia, requiere mucha agilidad.”
No dicen los autores si es baile de competencia.

El Agua de Nieve pasó de España con este nombre. En el sur de Chile


se ha conservado hasta principios de este siglo, pero como baile de “dos
o cuatro” —según Cavada9— y “se baila como la Sajuria”, es decir,
“zapateando y escobillando”. En el Perú, según tradiciones recogidas
hacia 1870, se habría bailado en el siglo XVIII, y se nombra en una pieza
teatral de 1842. Pero una de las formas que con ese mismo nombre ha
llegado hasta nuestros días en algunas poblaciones peruanas, es
individual y de competencia: “dos hombres frente a frente zapatean
alternadamente hasta que uno se da por vencido.” Esta es, exactamente,
la del Malambo pampeano.

El Zapateo que ve Sánchez de Fuentes30 en Cuba es el mismo de Santo


Domingo: lo baila una pareja “que se mueve con pasos cortos y
taconeados, persiguiendo el hombre a la mujer”. . .

Abundan las observaciones de antiguos pasajeros. En Nicaragua, Pedro


Levi20 halla “el zapateado de Cádiz” en 1871. Poco antes, Ramón
Páez25 habla del Zapateo en los llanos de Venezuela: “Pero nosotros
teníamos excelentes bailarines de Zapateo, especie de giga en que la
mayor parte de nuestros hombres desplegaban una inspiración y una
flexibilidad de pies y de tobillos”. ., André Bresson7 observa en el Perú
hacia 1870 que .. .”La resbaloza, la zapatea, la zamacueca, y otras
danzas nacionales, han sido destronadas por la cuadrilla, la polca y el
vals”… (en los salones) según escribe, siguiendo muy de cerca a Max
Radiguet. En otro lugar y con respecto a Bolivia, dice Bresson: “Las
danzas nacionales o bailecitos de tierra son ejecutados por una o dos
parejas de bailarines; pero en un momento dado, las cabezas se excitan,
toda la asamblea ejecuta la zapateada batiendo palmas y meneándose a
compás a cual mejor.” Es decir, una danza individual… colectiva. Más
claramente que Bresson nos lo cuenta Paul Marcoy22 que presenció el
mismo espectáculo en el Cuzco, Perú, años antes: una vez que los
participantes de la reunión familiar habían bebido lo bastante, se
entregaban mezclados y confundidos, sin distinción de clases, edades y
sexos, a un cadencioso y loco escobilleo llamado zapateo, última vuelta
del baile, la llamarada final. Todos los danzantes se esfuerzan al
extremo, desdeñando detenerse, hasta que, de fatiga y sofocación, sus
rodillas se doblan.

La que vio Max Radiguet27 en Lima hacia 1841-1845 era danza de


pareja. Dice que si uno espía por la rendija en una cas., de segundo
orden, puede ver a una joven que, delante de un caballero, se entrega “a
las delicias de la zapatea”… y agrega en otra página que esas danzas
nacionales “a penas encuentran hoy intérpretes en los salones”.

Muy imprecisamente se refiere Duflot de Mofras12, que publicó su obra


en 1844, a un baile individual de California: “Existe cierto paso llamado el
son, ejecutado por una persona sola.” Y en 1838 Juan Parish
Robertson28 vio en Itapua, Paraguay, cómo. . . “Se levantó doña Juana
con sus ochenta y cuatro años y bailó un zarandín o zapateado”.

W. S. Ruschenberger29, vio en Lima, Perú, en 1833, una danza llamada


El Zapateo, pero no da detalles. Sin embargo, nos importa mucho la
mención, porque esta vez el nombre es zapateo. Después veremos.
Poco menos nos interesa, en cambio, que las academias de Cuba
enseñaran en 1832 el Zapateado de Cádiz, o que el señor Cañete bailara
“el Zapateado” en 1830 “por sí solo” —como dice el diario— en el teatro
de Buenos Aires. Hoy mismo las danzas españolas se ejecutan en los
teatros y se enseñan en todas partes sin que los centros sociales, el
salón urbano, el repertorio en boga, tengan mucho que ver con ellas.
Alcide d’Orbigny24 anotó en las chinganas de Valparaíso, Chile, en 1830,
el nombre de Zapateo; así se llamaba allí una danza, probablemente de
pareja y popular.

Un militar inglés2 de los que se alistaron en 1817 en la causa de la


Independencia, observó al año siguiente en Guayana la Vieja,
Venezuela, una danza individual cuyo nombre omite. Cuenta que en un
baile que ofreció el gobernador, se levantó un joven criollo y pidió que le
hicieran sitio. Después de haber bailado solo alrededor de la habitación
durante uno o dos minutos, se puso a hacer figuras ante una dama, a la
que hizo un saludo, y se retiró. Al punto levantóse ella, ejecutó las
mismas evoluciones terpsicóricas y se paró ante uno de ellos, de los
militares, haciendo la reverencia para invitarlo a su vez a que mostrara
sus habilidades. Dice que el inglés protestó, pero que lo empujaron al
centro y que, obligado, se puso a hacer piruetas con todas sus fuerzas,
entre aplausos. Esta danza se parece mucho al antiguo Galerón de los
llanos de Venezuela: baila una mujer sola, se detiene delante de un
hombre y agita su pañuelo; sale él, danzan simultáneamente, ella se
retira, él queda y a su vez elige. “La palmadica” se llamó en España un
baile de la misma familia del que vio el inglés en Venezuela y parecido al
Galerón. Dice un maestro antiguo 8 que se llamaba así, “porque aquél a
quien tocaba sacar a bailar a otro, se ponía delante de aquél que elegía,
y daba una palmada en sus manos en señal de que aquél había sido el
elegido para salir a bailar.” En Colombia, sale “un galán en mangas de
camisa, cruzados a la espalda los brazos, y comienza a zapatear solo,
exhibiendo su persona y habilidad, en tanto que las maestras del arte lo
miran y juzgan. Si lo hace bien, upa de ellas se adelanta, lo saluda, y
emprende giros circulares rápidos”… (alrededor del hombre). A poco rato
sale otra y se dirige al hombre; la que bailaba da una vuelta desdeñosa y
abandona el campo”. . . —según Ancizar \ que vio esta danza a
mediados del siglo pasado.

“Le sapateo était leur danse favorite” —escribía Lafond de Lurcy19 allá
por el año 1825 refiriéndose a los pobladores de San Blas, Panamá. Y
añade que se llamaba así “porque en ella se marca el compás con
golpes de pie más o menos violentos y precipitados”.. . Era danza de
pareja.

Julien Mellet23, en 1825, con referencia a Chile, y Antonio Joseph


Pernetty26, en 1763, con referencia al Uruguay, dieron sendas
descripciones del Zapateo. Carecen de valor, sin embargo, porque
ambas reproducen páginas de Frézier que veremos enseguida.

Allá por los años 1790-1794 Tadeo Haénke vio en Lima, Perú, varias
danzas individuales: “Distínguense sus danzas con los nombres de
Tarengo, Caballo cojo, Don Mateo, el Torito, el Matatoro, el Zango, el
Agua de Nieve, etc. —escribe en su Descripción del Perú—. Y agrega:
“Por lo general baila uno solo; y el mayor aguante constituye su
habilidad.”

Francisco Amadeo Frézier”, “Ingénieur Ordinaire du Roy” de Francia y de


Navarra, fué un distinguido oficial del ejército francés. Ocupó elevados
cargos; mereció honores.
Escribió cuatro libros relacionados con su profesión. El se¬gundo de ellos
nos interesa aquí. Durante los años 1712, 1713 y 1714, Frézier realizó un
viaje a las costas de Chile y del Perú. El resultado de sus estudios y
observaciones está contenido en el libro “Relation du voyage de la mer
du Sud aux cotes du Chily el du Pérou”, que publicó en París el año
1716, con nueva edición en Amsterdam, 1717, e inmediatas
traducciones. Dio la vuelta al Cabo de Hornos; ya en el Pací¬fico,
demoró un año en las costas de Chile y siguió luego hacia las del Perú.
Observa aquí, en 1713, la vida de los criollos peruanos y se extiende
complacido en el detalle de sus hábitos, vestidos, etc.; en fin, dedica una
interesante página a las danzas locales y reproduce la música de un
“Sapateo”, cronológicamente la primera notación de un baile criollo. El
ambiente, al menos, es criollo.

“En sus casas —cuenta el viajero— las damas reciben a las visitas con
mucho agrado y se complacen en distraerlas tocando el Arpa o la
Guitarra, que acompañan con la voz; y si se les ruega que dancen,
acceden con mucha complacencia y amabilidad.”

“Su manera de danzar es casi enteramente diferente de la nuestra —que


estima el movimiento de los brazos y alguna vez el de la cabeza—. En la
mayor parte de sus danzas, las bailarinas tienen los brazos pendientes o
doblados bajo el reboso con que van cubiertas; de suerte que no se ven
más que las inflexiones del cuerpo y la agilidad de los pies. Tienen
muchas danzas figuradas en las que se quitan el mantón, pero el
atractivo que ellas les imprimen, es obra más bien de acciones que de
gestos.”
“Los hombres danzan más o menos en el mismo estilo, sin abandonar
sus largas espadas, cuyas puntas mantienen adelante para no tener
embarazo en sus saltos y en sus inclinaciones, tan grandes a veces, que
se los tomaría por genuflexiones. Yo habría querido saber Coreografía
para describir algunas de sus danzas. Daré sin embargo aquí el aire de
una de aquéllas que son tan comunes entre ellos como el minué en
Francia: se llama Sapateo, porque se danza golpeando alternativamente
con el talón y la punta del pie, y haciendo algunos pasos y flexiones sin
cambiar mayormente de sitio. Se verá por este trozo de música el estilo
seco que domina en la pulsación del Arpa, de la Vihuela y de la Bandola,
que son casi los únicos instrumentos usados en el país. Estos dos
últimos son especies de guitarras, pero la Bandola tiene un sonido
mucho más agudo y más fuerte. Débese notar que el bajo ha sido hecho
en Francia, según el estilo del Arpa.”
He aquí, en plena Colonia, una danza individual a base de zapateos en el
sitio, y ejecutada por caballeros de espada al cinto en los altos salones.
La música no tiene nada que ver con la criolla folklórica, y el baile mismo
carece de relación con nuestras danzas de pareja; pero sus elementos
coreográficos son, esencialmente, los de las danzas individuales de
zapateo que, con éste o con otros nombres, se conocieron en
Hispanoamérica.
No está solo, pues, el Malambo argentino. Hemos dicho que pertenece a
una clase universal y, acercándonos, a la gran corriente occidental de
danzas individuales cuyas consecuencias en América hemos examinado
en las páginas precedentes. Su elemento básico, el zapateo mismo, no
es sino el que Sancho ofrece a don Quijote en difundido párrafo: “Si
hubiéredes de zapatear, yo supliera vuestra falta, que zapateo como un
gerifalte; pero en lo de danzar, no doy puntada.” Es decir, que Sancho
ignora la solemne danza de pareja, pero es diestro en la individual. Pudo
haber presentado una serie de mudanzas. Y es el mismo —me refiero al
elemento básico, al zapateo— a que alude en 1687 el historiador Xarque,
citado por el P. Grenón18: “un niño de 8 años hará 50 mudanzas
(danzando) sin perder el compás de la vigüela o harpa con tanto aire
como el español más ligero.” Se trata de un niño criollo y, acaso, de tierra
argentina. No lo dice el autor citado.

Este elemento primo, organizado, musicado, socializado, es el del


“Sapateo” peruano, el de todos los zapateados históricos y folklóricos, el
del Malambo. Sin forzar las relaciones, podemos notar que la voz
malambo, como nombre de danza, se conoce en el Perú y en Chile, vía
descendente que transitaron muchos de nuestros bailes picarescos.
Además, fué en el Perú danza de los salones aristocráticos, lo cual le
asegura general descenso a las clases populares y amplia dispersión. No
es imposible, así, que nuestro Malambo sea un descendiente del
“Sapateo”, de nuevo bautizado en un barrio bajo de Lima, precisamente
en el barrio llamado Malambo. No debemos olvidar que, con el nombre
de Zapateo traducido al quichua, sobrevive en el Perú una danza
zapateada de hombres solos; que con el mismo rótulo, sin traducción, se
conoció en el noroeste argentino un Zapateo en competencia; y que, con
el nombre de Agua de nieve, los peruanos realizan hasta hoy una justa
de zapateadores exactamente igual a la de nuestro Malambo.

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