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MISTERIO DE DIOS

Alberto Múnera, S.J.


2019-3

TEMA 13

LA SANTÍSIMA TRINIDAD, LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD

EXPOSICIÓN DEL PROFESOR

1. La Iglesia a imagen de la Trinidad

1.1. La Iglesia está conformada como pueblo de Dios por todos sus
miembros.

1.2. Al haber sido bautizados en el nombre de la Santa Trinidad, sumergidos


en la muerte de Cristo hemos resucitado como nuevas creaturas, hemos sido
hechos partícipes de la vida divina trinitaria, constituidos hijos de Dios-Padre
compartiendo la filiación divina de Cristo y hemos recibido el Espíritu, el Amor
infinito común del Padre y del Hijo. Hemos entrado en perijoresis-comunión o
koinonía trinitaria por la cual estamos en y nos interproyectamos con las tres divinas
personas o identidades del Dios uno y único.

1.3. Esto quiere decir que la Iglesia como asamblea de personas trinitarizadas
por el Bautismo está conformada trinitariamente.

1.4.A imagen de la santa Trinidad, cada cristiana/o posee igual dignidad

La dignidad de su divinización o participación de la vida del Dios uno, participación


de la naturaleza divina.

Pero también, a imagen de la santa Trinidad, cada cristiana/o como persona


constituida por la relacionalidad, es una identidad diferente, un yo resultante de la
relación con los túes que son los demás individuos de la especie humana.

1.5. Esta identidad sucede en la autoconciencia personal (yo soy yo frente al


tú) que como conciencia moral me implica necesaria e inevitablemente que frente
al tú yo perciba el bien o el mal que puedo operar o actuar con mi libertad al
interactuar relacionalmente con el otro.

1.6. Esta conciencia moral y esta libertad plena que me identifica como
persona, puede llevarme a establecer una comunión o koinonía con el otro,
configurada por un darme y entregarme plenamente en desbordamiento de mí
mismo como sucede en la Trinidad, y a una apertura y receptividad plena del otro
igualmente como ocurre con la perijoresis trinitaria.

1.7. Esto determina en la comunidad eclesial el inter-estar y la inter-acción


perijorética de todos sus miembros que se expresa en el dogma de la “comunión
de los santos” por la cual todos estamos en todos y todos formamos una unidad
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indisoluble en el amor entendido como entrega y receptividad recíprocas.

1.8. La comunidad eclesial institucionalizada que llamamos Iglesia debería


asumir su configuración social a partir de esta realidad trinitaria que la
constituye y que se debería reflejar en su funcionamiento y operatividad. Debería
resplandecer el carácter de igualdad de dignidad de todos y cada uno de sus
miembros, sin exclusión y se debería respetar la identidad diferente de cada uno
configurada por su propia conciencia y libertad. Esto implicaría la imposibilidad de
exclusión de alguien de la comunidad por cualquier motivo de género, orientación
sexual, raza, condición social, circunstancias de cualquier índole histórica o
geográfica, cultural o situacional circunstancial.

1.9. En fin, no tendría por qué haber diferencia alguna, porque Dios no hace
acepción de personas. Así en la Iglesia no tendría por qué haber diferencias entre
ricos y pobres, entre personas más importantes y personas sin importancia, entre
personas con dignidad y otras indignas, entre personas de una categoría superior
y otras de categoría inferior.

Duele según la igualdad que nos corresponde por ser réplica de la Santa Trinidad,
que la Iglesia comunidad cristiana de un mismo lugar cuente con parroquias de
primera y de última categoría y que no haya interacción de unas con otras para
procurar el equilibrio que exige la solidaridad y el sentido de comunitariedad o
koinonía, de compartir y de participar en igualdad de condiciones.

1.10. El modelo piramidal de Iglesia que se fue imponiendo desde los


primeros siglos por culpa de la sacerdotalización del ministerio y la
concentración en el clero de las funciones sacerdotal, profética y de regencia
participadas de Cristo, relegó al laicado a una posición de subordinación total y
lo despojó incluso de la actividad evangelizadora propia del profetismo y del
sacramento de la Confirmación. Nada más ajeno a la comprensión circular de la
comunidad cristiana con carácter de koinonía y perijoresis, de la igualdad
fundamental de todos los miembros y de la diferenciación del ministerio ordenado
únicamente por razones funcionales a las que corresponde el sacramento del
Orden.

1.11. Esta estructura piramidal contraria a la imagen trinitaria de la


comunidad circular solamente vino a restaurarse en cierta medida a partir del
Concilio Vaticano II con la Constitución dogmática Lumen Gentium que se
ocupó primariamente del santo pueblo de Dios como base fundamental de la
Iglesia, trastocando la pirámide eclesial anterior, pues el pueblo de Dios está
constituido ante todo por el laicado que es la casi totalidad del mismo, mientras que
el clero es una absoluta minoría que está al servicio de todo el pueblo de Dios.

1.12. Por otra parte, al considerar el Concilio el Episcopado lo interpreta


igualmente en sentido koinónico y perijorético al mostrarlo como colegio con la
igualdad idéntica de todos sus miembros en cuanto partícipes del sacramento del
Orden, entre los cuales la presidencia del obispo de Roma es entendida como un
servicio o ministerio petrino y no como una dignidad superior, aplicando el lema que
siempre se aplicó al Papa desde San Gregorio I (590 a 604) en la historia, de
“siervo de los siervos de Dios”.
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1.13. Incluso el Concilio extiende esta comprensión circular en forma de


círculos concéntricos a toda la humanidad llamada a la salvación en Cristo y
por Cristo, considerándola como la totalidad del pueblo de Dios ya que todos los
seres humanos están llamados a constituirlo: cristianos, judíos, musulmanes,
miembros de las religiones no cristianas y en fin, todos aunque nunca tuvieron
conocimiento de Cristo o no lo tendrán.

2. La sociedad imagen de la Trinidad

2.1. El proyecto que Dios tiene para la sociedad es que esta se configure en
conformidad con el misterio trinitario.

2.2. Toda comunidad, comenzando por la familia que es la célula fundamental


de la misma, se estructura como una comunidad de amor conformada por los
miembros que la integran, en la cual la dignidad de las personas que la constituyen
poseen plena y total igualdad porque participan todas ellas de la misma naturaleza
humana, aunque cada una mantiene su propia identidad que las constituye en
personas, si bien su realidad funcional dentro del grupo es diversa.

2.3. Las sociedades mayores se conforman a partir de las sociedades


menores que las integran. La sociedad total, en último término, sería una
sociedad de sociedades o comunidad de comunidades.

2.4. Siguiendo el esquema perijorético de la Trinidad, y en conformidad con


el plan de Dios sobre la humanidad como lo presenta el Señor Jesucristo, las
comunidades deberían establecerse a partir del amor entendido como donación
plena de cada uno a los demás en términos de servicio, lo que garantizaría la
unidad cuando el darse a los demás es recíproco, tal como sucede con el amor
que es entrega mutua y recíproca, transferencia de sí mismo y receptividad total.

2.5. El ideal de la comunidad koinonía del modelo perijorético es la posesión


común de todos los bienes propios de cada miembro, algo que
espontáneamente surgió en la comunidad cristiana primigenia en la que la
experiencia trinitaria llevó a compartir y participar todo lo propio.

2.6. En términos institucionales de la sociedad, han surgido en la historia


múltiples modelos que pueden ser confrontados con el modelo trinitario. Esto
permite de entrada descartar como inadecuado cualquier modelo que parta del no
reconocimiento de la igualdad de todas las personas como miembros de la misma
especie humana, y discrimine a cualquier persona en razón de alguna de sus
características individuales como raza, género, situación social, orientación sexual,
discapacidad física o mental, estatus social, posesión económica, desempeño
laboral, pertenencia familiar, ubicación geográfica, herencia histórica, especificidad
cultural, forma de vida, características específicas personales, etc.

2.7. Los regímenes de estucturación organizativa, operativa y funcional de


cualquier sociedad igualmente pueden ser confrontados con referencia al
modelo trinitario. En este ámbito resultaría inaceptable cualquier régimen
impositivo que desconociera la igual dignidad de las personas o que pretendiera
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ejercer dominio por cualquier forma de presión o coacción externa o interna en lo


referente al ejercicio de la propia conciencia y de la libre decisión de cada uno.

Esto excluye de entrada todo régimen totalitario, impuesto por la violencia y


contrario a la libre decisión de las personas. En la actualidad cada vez se hace más
cercano al modelo trinitario una organización política de las sociedades surgida del
consenso de los individuos logrado por el amplio diálogo y la creación de formas
democráticas para el establecimiento de figuras de estructuración y funcionamiento
del gobierno de las sociedades.

Cuando el poder político en una sociedad democrática en lo que llamamos estado


social de derecho, se ejerce a partir del consenso de las libertades, pareciera que
se logra un acercamiento al modelo trinitario.

2.8. Sin embargo, las fuerzas de poder político en los estados democráticos
actuales están condicionadas en gran medida por los esquemas económicos
globales que la historia ha ido generando.

2.9. En esta inevitable situación de base económica global, el máximo poder


lo poseen los grandes capitales en manos de minorías, lo que genera
inevitablemente una evidente inequidad que destruye la koinonía y determina
que la mayoría de los bienes queden poseídos por unos pocos y las mayorías
sufran la carencia incluso de lo necesario. Los regímenes democráticos no
logran restaurar el equilibrio debido al peso gigantesco del poder económico
de las minorías. Lo más que se logra en algunas sociedades más avanzadas
es una redistribución de los bienes económicos a partir de consenso
democrático de un socialismo equilibrado que evita la afectación de la
macroeconomía y aplica rigurosos instrumentos de control honesto en el
manejo de los recursos estatales.

2.10. El socialismo a ultranza ya fue rechazado como no cristiano por el


Concilio Vaticano II que fundamenta su propuesta social en el modelo de
comunión y participación que surge del modelo trinitario.

El capitalismo salvaje propio del neoliberalismo igualmente fue rechazado


por el Concilio y por todo el conjunto del magisterio social de la Iglesia.

3. La justicia distributiva, base de una societariedad económica cristiana

3.1. No se encuentra en el Nuevo Testamento un programa específico de


justicia distributiva como tampoco se encuentran proposiciones referidas
directamente a una distribución equitativa de los bienes en los términos que se
manejan en la actualidad.
3.2. ¿Cómo conectar, entonces, la justicia de Dios participada por los seres
humanos en Cristo Jesús, con la equitativa distribución de los bienes que
postula hoy el Cristianismo? O ¿cómo se desprende de la justicia de Dios,
de orden primordialmente teologal, una justicia de orden económico-social?
Primera aproximación: si la justicia de Dios consiste en la plenitud del Bien divino
compartido trinitariamente, la justicia divina participada en el ser humano
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(justificación) debería tener la misma característica en los cristianos de compartir


lo poseído con los demás.
3.4. Segunda aproximación: la justicia de Dios se identifica con la plenitud del
Bien divino, y en nosotros es participación de este Bien. Dado que el Bien es
difusivo de sí, quienes participamos de la divinidad estamos impulsados a participar
igualmente a los demás, todos nuestros bienes. La justicia distributiva en el
cristiano resulta así una necesidad estructural en razón de la justicia divina
participada.
3.5. Tercera aproximación: la doctrina social de la Iglesia acude a los textos del
Génesis que indican cómo la creación de todas las realidades ha sido puesta en
manos del ser humano para que disponga de ellas. Pero según el Nuevo
Testamento, “todas las cosas son de ustedes, ustedes de Cristo y Cristo de Dios
(Padre)” (1Cor 3, 22-23). Si todas las cosas son propiedad de todos, nadie puede
ser excluido de poseer lo que es posesión de todos.
3.6. Ahora bien, resulta más claro deducir en cristiano la justicia distributiva
a partir de la realidad teologal participada de la Trinidad:
En efecto, la clave de interpretación de la justicia distributiva en la teología cristiana
está en la vida intratrinitaria de Dios entendida como koinonía o comunidad
participativa. La vida intratrinitaria de Dios es una koinonía, una participación
común a las personas divinas, de la realidad total de la divinidad, del Bien Absoluto,
del Ser mismo.
3.7. El ser humano, entendido en cristiano como imagen, réplica de Dios
tripersonal, determina que todos estemos constituidos por una intrínseca
estructural referencia a los otros (las demás personas humanas) de manera que
no podemos “ser” si no es a partir de esta realidad referencial que se constituye por
un dar y un recibir. Lo específicamente humano, en Antropología Teológica, por
tanto, se define por el dar y el recibir, por el participar en koinonía toda la realidad
que somos, todo lo que poseemos.
3.8. Por consiguiente, la participación de los bienes de todo orden poseídos
(que, entre otras cosas necesariamente han sido recibidos, y si son
producidos por nosotros mismos es a partir de dones humanos recibidos
por medio de los cuales podemos producir), surge de la naturaleza humana
por ser koinónica.
La justicia distributiva, entonces, a partir de la participación de la naturaleza divina
koinónica por la creación en Cristo, consiste en la necesidad intrínseca estructural
que tiene el ser humano de compartir participativamente todos los bienes que
posee por ser, por recepción, por producción y por adquisición.
3.9. Por otra parte, ya no a partir de la creación sino a partir de la encarnación-
salvación-destino escatológico, la Trinidad nos es participada por habernos
dado Dios todas las cosas en Cristo Jesús, al enviarnos el Padre a su Hijo Jesús a
todos(as) por igual para hacernos partícipes de su naturaleza divina trinitaria por
medio de la Gracia, como una koinonía réplica de la koinonía trinitaria.
Quiere decir esto, que, por la adquisición gratuita de la vida divina, el cristiano más
profundamente, más ontológicamente aún, está impulsado a la koinonía de todas
sus realidades, a la participación y al compartir de todo ello con todos.
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3.10. Por supuesto, de esta visión ontológico-teologal se sigue la


interpretación de la propiedad “privada” como una capacidad no de posesión
retentiva sino de utilización de lo poseído para distribución de ello a quienes
lo necesitan para la realización de la propia existencia.
Igualmente, de aquí se deduce que todos los bienes son dones de Dios para que
todos los posean de manera equitativa. Quiero decir que la razón teológica de
proponer esto no se ha de deducir primariamente de los textos de creación propios
del Génesis, sino que el proceso es inverso: a partir de la naturaleza koinónica del
ser humano que necesaria, intrínseca y estructuralmente lleva a compartir y
participar lo que se es y se posee, se comprende que el destino de los bienes
poseídos por los seres humanos es el beneficio de todos.
3.11. Esta es la voluntad de Dios. Voluntad expresada en la configuración de una
naturaleza humana koinónica más que en leyes o mandatos explícitos, y expresada
en los hechos históricos de la participación de Dios Trinitario a nosotros por el envío
de su Hijo y de su Amor como modelo de participación de su propia realidad
koinónica participativa incluso “ad extra”, que en Jesús ocurre como un “despojo”
de su divinidad (Fil 2) para hacernos partícipes de ella, una entrega de su Espíritu,
de su Amor común a Él y al Padre, una entrega de su Padre como Padre nuestro,
una entrega total de sí mismo en su muerte y resurrección.
Así, pues, la justicia distributiva en cristiano tiene su base ontológico-teologal en
los misterios de la creación-redención-salvación trinitaria en Cristo Jesús.
Resumiendo:
3.12. La participación de la justicia divina en Cristo Jesús lleva al cristiano a
buscar primariamente el compartir con los demás todo lo que posee. Porque
se trata de dar vida a los demás, como Dios nos da su Vida a nosotros. Según el
Cristianismo, todas las cosas han sido creadas en y por Cristo para todos nosotros,
como propiedad común de toda la humanidad, y por tanto nadie puede ser excluido
de poseer. Habiendo sido creados en Cristo Jesús como réplica de Dios-Trinidad,
nuestra plenitud humana consiste en compartir en koinonía o comunidad todo lo
que somos y poseemos.
3.13. De esta naturaleza koinónica estructural de la realidad humana se sigue
que todos los bienes que poseemos están destinados a ser compartidos y
participados con los demás. Reproduciendo en nosotros los rasgos de Cristo
Jesús, sabemos que nuestra realidad es entregar la propia vida, como Él nos
entregó la suya, participar a los demás toda nuestra realidad, como Él nos participó
la suya, su divinidad de la que se “despojó” al hacerse humano, su vida humana
cuando se entregó a la muerte por darnos la vida.

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