ESPECIALIZACIÓN EN PEDAGOGIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
PROFESORA: MARIA ISABEL MENA PRESENTADO POR: MELISA ESPITIA IGUA
El siguiente escrito es un intento de mostrar mi postura frente al problema de la construcción
de los géneros y las formas de violencia que ha generado esta construcción en nuestra realidad, teniendo como referente el texto Las estructuras fundamentales de la violencia escrito por Rita Segato. En primer lugar, el problema de los géneros; entendiendo por esté lo que ha significado históricamente ser hombre y ser mujer en una sociedad, como un tema relacionado a toda nuestra cotidianidad y la forma como hemos hablado de nuestra sociedad constantemente, pues somos quienes desde ser hombre o mujer hablamos del mundo que nos afecta. En ese sentido es importante afirmar que históricamente se ha reflejado en los géneros el eclipsar al otro en su diferencia o como lo diría Segato “el poder de muerte de un individuo sobre el otro” (Segato, 2003, p.21) encontrándolo generalmente en lo que ha sido la subyugación del hombre hacia la mujer, constituyéndose éste como todo un referente social, cultural y político que lleva consigo violencias y agonías a un género por considerársele desde siglos el sexo dominado y débil. Actualmente podemos evidenciar las luchas que hemos tenido las mujeres reclamando un reconocimiento como un ser humano de derechos y con posibilidad de participación política y social, cuestión que legalmente ha sido reconocida en los últimos siglos, en el que se declara que tanto hombres como mujeres en igualdad de condiciones y derechos podemos realizarnos como personas, sin embargo lo que se refleja en la actualidad pareciese salido de esta idea. Cuando se ha hablado de la no violencia hacia la mujer se ha reafirmado su violencia, evidenciandose que la ilegalidad o legalidad nunca va de la mano con la cultura, como si la ley estuviese en un tiempo y la cultura en otro, parafraseando a Segato; la manera en que fue entendido el concepto de violación hacia las mujeres en las sociedades pre-modernas entendido como un asunto de estado; de dominación y territorio en la guerra, fue una idea que sobrevivió en la cultura de las sociedades “modernas”, en donde esta última supone una sociedad de derechos y sobretodo del reconocimiento a la mujer como un sujeto de derecho. Entendiendo lo anterior, me atrevo a decir que hay un suelo en la historia que desea ser siempre reaccionario, sea por hábito o costumbre, nuestras sociedades han mostrado en las relaciones de género estar sujetos a un papel masculino y femenino determinados. Tal vez sea por la estabilidad que intentan tener los gobiernos que han encontrado en las sociedades más esenciales como la familia, una forma de controlar la sociedad y mantener una cultura aparentemente estable. La cultura en las sociedades occidentales siempre se ha determinado por el estatus, ser de una clase social u otra implica que debemos mantenernos en unas actitudes y unas costumbres propias de ella, salirse de ese estatus significaría perderlo y perder la aceptación de la sociedad, cuestión que fue muy marcada en las sociedades tradicionales. Considero que el valor del estatus ha sido usado para violentar al género femenino, en tanto este siempre ha debido mantenerse en la maternidad, la sutileza, la delicadeza, los buenos modales, la sumisión etc... Generando toda una patología en lo femenino a los largo de los tiempos. Las mujeres han sido violentadas por la masculinidad cuando no está sujeta al papel femenino que deben cumplir, aun cuando es un tema que era legitimo antes de tener derechos, hoy en día como sociedad moderna es aun evidente que sea violentada por percibirse inmoral, como si aún sobreviviera un tiempo pasado en una actualidad que supone el respeto a la libertad de expresión, de culto y de formas de ser. “El problema de la violación se convierte en el problema de la masculinidad, es este último el que debe investigarse si se pretende resolver algún día el primero” (Segato, 2003, p. 38) así bien, la masculinidad se ha proclamado como el género dominante y es el que ha significado a través de sus trasgresiones; sobre todo en la violación, el lugar de humillación y dominación hacia lo femenino. La masculinidad ha construido una identidad que ha sido el referente de prestigio y poder en la sociedad, como lo ha sido evidente en los cargos socialmente importantes y en la política como lugar de las decisiones del estado ocupado en su mayoría por hombres. Colombia, el lugar al que fui arrojada para entender la vida me permite ver cómo nuestra violencia viene de una base cultural dominada por lo masculino, que se ha construido en la normalización de la violencia y ha configurado todo un lenguaje para propagar su violencia; como el “no dar papaya” que se ha convertido en la frase que hay que tener presente cada día. Una sociedad que ha visto la violencia como una forma de vida deviene de factores económicos, políticos y religiosos que han encontrado en esa violencia una forma de dominación, un asunto que no solo nos compromete a nosotros sino al resto del mundo. De esta manera intentare no quedarme en mi lugar para hablar de violencia en la construcción de los géneros sino en la manera como los académicos han podido comprender estos fenómenos de violencia de manera universal, me permito hacer esto porque entendiendo que al ser hijos de occidente la historia que hemos construido va en conversación con la historia que se ha hecho en general, más cuando de genero se trata; la masculinidad ha sido un referente en la mayoría de sociedades, pero claramente no se desconoce la diversidad de culturas que se han construido no desde el orden patriarcal. Ahora bien, es precisamente este conocimiento de que no todas nuestras culturas han sido dominadas por hombres lo que ha permitido a los antropólogos relativizar la ordenación jerárquica que se le ha atribuido a los géneros. Esta relativización es importante en la lucha de las mujeres y en las sujeciones étnicas y raciales, ya que desde allí ha sido posible deconstruir la idea de que la masculinidad es el lugar del poder. Tal como no lo menciona Segato parafraseandola, las etnografías han permitido desmontar la idea de universalidad que se le han proporcionado a los géneros, pues desde la biología que en algún momento promovió un determinismo frente a la imagen de la masculinidad y la feminidad de manera natural; hombre: fuerte y de trabajo; mujer: débil y dedicada exclusivamente a maternidad, permitió que diferentes ámbitos sociales que tenían prestigio social solo en lo masculino fuese dejado a un lado para que lo femenino pudiese mostrarse en todas sus capacidades y participase de esos lugares negados por un prejuicio histórico occidental. Es importante mencionar que la construcción de los géneros ha significado una dificultad y una contradicción para los estudiosos del tema, pues existe una fuerte tensión entre la relatividad ya mencionada y la universalidad de la conducta humana, pues mientras esta última intenta construir de manera general la forma como los géneros pueden tomar forma en una sociedad, la segunda como reivindicación de las diferencias y de las posibilidades de ser de los géneros también necesita de un patrón general por el cual pueda luchar, por ejemplo el feminismo al haber afirmado una relativización de la construcción de los géneros y en su lucha por reivindicación de los derechos humanos necesitaron mostrar una categoría de “mujer” por el cual luchar. Por tanto se genera una paradoja entre la universalidad y la relativización cuando de estudios de género se trata, cuestión que es denunciada también por Segato. La construcción de los géneros es claramente un asunto complejo como se reflejó anteriormente, sin embargo en nuestros intento de luchar por los derechos humanos hacia todas las minorías y por pensar que es importante que ninguno de los géneros sea trasgredido en función de una ideología o una religión, se debe seguir en el estudio por comprender y pensarse en una mejor forma de sociedad, donde todos tengamos participación y reconocimiento. En esta violencia que aún sigue latente entre los géneros se debe pensar no solo en la denuncia de la violencia física en todas sus maneras, sino en la violencia moral que siendo silenciosa es más fuerte y agobiante para el que se es juzgado. Como lo diría Foucault, pasamos del castigo físico al castigo moral gracias al inicio de las sociedades del panóptico que intentan resocializar a las personas a partir de todo un aparato psicológico. La violencia desde el castigo moral es uno de los mecanismos más eficientes para la continuación de la dominación de los géneros. Segato (2003) afirma: “La eficiencia de la violencia psicológica en la reproducción de la desigualdad de género resulta de tres aspectos que la caracterizan: 1) su diseminación masiva en la sociedad, que garantiza su "naturalización" como parte de comportamientos considerados "normales" y banales; 2) su arraigo en valores morales religiosos y familiares, lo que permite su justificación y 3) la falta de nombres u otras formas de designación e identificación de la conducta, que resulta en la casi imposibilidad de señalarla y denunciarla e impide así a sus víctimas defenderse y buscar ayuda.” (p.115) Actualmente podemos ver esta violencia desde lo moral en las aulas de clase, en las cafeterías y en espacios públicos, aun sobrevive lo simbólico de la masculinidad como referente de poder que va jerarquizando a la sociedad. Es un castigo del alma que se sufre cada día por su carácter silencioso en el que la mujer va siendo ridiculizada, en el que el racismo se vive por las preferencias de color en una integración social y el autoestima que siempre es atacado por cualquier situación cotidiana en el que intente entrar dentro del campo tradicional de los masculino. Cabe mencionar que no solo se trata de la pugna hombre – mujer, sino de la jerarquización entre hombre blanco y un hombre negro; entre una mujer blanca y luego una mujer negra, de esta manera se va graduando la desigualdad que genera la construcción de los géneros tradicional. Una moral dominante que además está en relación con la legalidad por ser la esfera de la política representada en su mayoría por la masculinidad desencadena inevitablemente la jerarquía de los géneros en la sociedad. Se va normalizando desde la costumbre como una característica propia de la humanidad y que en el orden de lo patriarcal se encarna en la forma de ser de la sociedad como lo hemos venido mencionando cuando hablamos del carácter reaccionario de las culturas. Ahora bien, si la legalidad está determinada por la moral dominante, resulta necesario como alternativa educar desde una ética de la sensibilidad, donde se aprenda a vivir pensando siempre en el otro y en el sufrimiento del otro, es importante además que la alternativa de solución hacia el problema de los géneros no solo se dé desde la ley, pues como dije al principio la cultura pareciese jamás va de la mano con esta. La posibilidad de un cambio se evidencia desde la cultura misma a través de una educación que nos permita ser más sensibles con lo humano, ya sea a través de las artes, de las humanidades, del reconocimiento de la violencia y la importancia de la memoria histórica.