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Guía de Tierra Santa

Nunca se viajó tanto como hoy. Tampoco hubo nunca tantas posibi­lidades. Las opciones para
moverse dentro de la geografía variopinta de nuestro planeta son hoy casi innumerables, y, en
mayor o menor número y grado, están al alcance de muchos. Las motivaciones y los objetivos
de un viaje, aunque tengan unas apariencias más o menos comunes, son muy variados en los
detalles más íntimos del sub­consciente. Hay quienes buscan en sus viajes emanciparse de la
ru­tina que los envuelve día tras día, o un sedante contra el vértigo, au­téntico flagelo de la vida
moderna que lleva al nerviosismo y al es­trés. No son pocos los que buscan enriquecerse,
cultural y humana­mente, viajando a lugares históricos, o sembrados de arte, o simplemente
exóticos. Otros pasan de todo esto que para eso Dios nos ha hecho libres-, y prefieren el mar.
Hermosa libertad cuando hay tanto donde elegir y puede hacerse.

Algunos, finalmente, deciden peregrinar; que no es exactamente lo mismo que viajar a secas,
aunque ambas cosas se hagan en tren, avión o autocar, a pie o en bicicleta. Para viajar no se
requiere una disposición especial. En cambio, el peregrinar tiene como principio una actitud de
fe, y como meta un lugar sagrado. De ahí que peregrinar, en sentido propio, es ir al encuentro
de lo tras­cendente o sobrenatural, mediante el contacto y la captación del mensaje espiritual
que fluye del lugar sagrado al que se pretende llegar.

Las peregrinaciones son tan antiguas como el hombre religioso; o, lo que es lo mismo, han
existido desde siempre y en todos los pue­blos, y en tal grado que han venido a ser un
fenómeno fundamental de la experiencia religiosa individual y colectiva. La fuerza quizá esté en
su carácter liberador. De ahí que podamos definir la pere­grinación como una sacralización
encaminada a la liberación de la persona mediante la victoria sobre el espacio y sobre la propia
naturaleza.

En el pasado lejano fueron famosas las peregrinaciones a Abidos, en el Alto Egipto, a Delfos y
Eleusis, en la antigua Grecia, a los san­tuarios patriarcales en Palestina...; y son hoy

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Guía de Tierra Santa

universalmente cono­cidos como lugares de peregrinación: Benarés, Jerusalén y la Meca, por


citar sólo algunos de entre los más destacados, sin pensar, por supuesto, en los innumerables
centros de peregrinación nacionales o comarcales repartidos por toda la geografía del planeta.

Con carácter universal, el lugar de peregrinación más sobresaliente es Jerusalén. Es «ciudad


santa» para judíos, cristianos y musul­manes. Pero no sólo Jerusalén; la Tierra Santa, casi en
su totali­dad, ofrece a la persona de fe la oportunidad de reencontrarse con lo sagrado y
trascendente.

Cada año visitan Tierra Santa cientos de miles de personas, en su inmensa mayoría
cristianos. Algunos lo hacen, como podrían ir a Rusia, o al Congo, como simples turistas; pero
la mayoría van em­pujados por la fe, y, de una forma u otra, buscando las huellas por donde
anduvo Jesús de Nazaret.

Amigo lector, no sé cuál es tu propósito al abrir este libro: si re­frescar recuerdos de un viaje
ya vivido, o si lo haces con la inten­ción puesta en tu programa inmediato. Puede servirte en
ambos ca­sos, pero ojalá te sirva de algo más que de una fuente de informa­ción. De lo
contrario, nunca me habría decidido a escribirlo. Cual­quier guía te hubiera bastado.

Sólo una advertencia. Israel te ofrece múltiples cosas que ver, como todos los países del
mundo, aunque no tanto como otros que quizá ya conoces. Pero aquí hay algo muy importante
que no encontra­rás en los demás; es la «cuarta dimensión» -no física-, que no se mide en
longitud, ni en ancho, ni en alto, pero que se percibe y hasta puede vivirse. El lograrla es parte
de la aventura. Dios no está condicionado por el espacio ni el tiempo. En todo caso, es una
opor­tunidad.

Gracias a todos los amigos que me han animado a escribir estas pá­ginas, especialmente a
Santiago López y Manuel Crespo, de Cen­tral de Peregrinaciones, por su colaboración en la
confección de esta Guía.

 Jerusalen, Pascua de Resurrección de 1990

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