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SITUARSE:

POSICIONAMIENTO Y EMOCIONES EN TERAPIA SISTÉMICA

Claudia Lini *y Paolo Bertrando**

Resumen

En terapia sistémica la posición de los terapeutas y los clientes siempre ha sido considerada
importante. Este artículo propone una integración entre posicionamiento y conciencia emotiva,
que definimos “situarse”. A través de los lentes del situarse el terapeuta puede tener mejor
comprensión de los dilemas y de las dificultades de la vida relacional de los pacientes, además de
tener a disposición un nuevo instrumento para orientar la propia actividad clínica. Los diferentes
modos de usar el “situarse” en terapia se describen a través del análisis de un caso clínico.

Palabras clave: teoría sistémica, terapia sistémica, teoría clínica, posicionamiento y emociones.

Abstract

In systemic therapy, the therapists’ and clients’ positioning has always been consider as an
important dimension. This article proposes to integrate positioning with emotional awareness. We
define such an integration as “emotional positioning”. Through the lens of emotional positioning,
the therapist may reach a better understanding of dilemmas and problems in her patients’
relational lives, as well as gaining a new tool for getting an orientation in her clinical activity. The
ways of using emotional positioning in therapy are illustrated by analyzing a clinical situation.

Key words: systemic theory, systemic therapy, clinical theory, positioning, emotions.

La posición del individuo en los sistemas humanos ha sido siempre tomada en cuenta en terapia
sistémica, especialmente con respecto a la posición del terapeuta en el sistema terapéutico
(Bertrando, 2014a). Aquí quisiéramos adoptar una perspectiva más amplia en dos sentidos: en
primer lugar que entender nuestra posición nos puede ayudar en cada aspecto de nuestras vidas;
y en segundo lugar que el proceso tiene resultados significativos solo si logramos dar un sentido a
cómo nos sentimos en la posición en la cual estamos. Se trata de una doble actividad, que consiste

* Didacta, Scuola di Psicoterapia Sistemico-Dialogica, via Gavazzeni 9, Bergamo. E-mail lini.claudia@libero.it.


** Director, Scuola di Psicoterapia Sistemico-Dialogica, Bergamo
Artículo en prensa. Traducción: Mtro. Gerardo Reséndiz Juárez.
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ver nuestra posición y al mismo tiempo hacernos conscientes de nuestras emociones. Proponemos
definirlo con el término “situarse”.

El situarse es equivalente a una fotografía. Una posición emocional es fotografiada en un mapa


(sobre uno de los posibles mapas) de una situación existencial. El terapeuta usa la propia
capacidad de situarse para ayudar a los pacientes a situarse a su vez en los sistemas significativos
de su vida. Si adquiere la capacidad de situarse, la persona podrá fotografiarse en diferentes
momentos, que le permitirán orientarse en un proceso fluido y en un continuo devenir, dando un
mejor sentido a sus posibilidades y elecciones. Para decirlo mejor pongamos un ejemplo clínico.

Caso clínico

El caso fue seguido privadamente en coterapia, siendo una pareja heterosexual de terapeutas (los
autores de este artículo). La pareja -que pide la terapia- está compuesta por Silvia de 45 años,
fisioterapeuta, y Giuseppe de 50 años, que un tiempo trabajó como responsable de marketing en
una empresa, se encontraba en busca de trabajo en el momento de la primera sesión. Tienen dos
hijos, un hombre de 9 años y una mujer de 6 años. Llegan a terapia por solicitud de ella, diciendo
al inicio “No sé ya quiénes somos como pareja, ni tampoco hacia dónde queremos ir. No entiendo
si todavía tenemos objetivos compartidos, si tiene sentido que sigamos juntos”.

En una primera fase del diálogo abierto, Silvia y Giuseppe nos cuentan su historia, cuándo y cómo
se encontraron, las trayectorias compartidas en la formación personal. Ambos pertenecen a un
grupo de renovación espiritual, en el que Giuseppe estaba muy involucrado, mientras que Silvia
veía “bastante obsesionados” a los miembros del grupo, el grupo parecía ofrecer a la pareja
pertenencia y fines en común. Hace 5 años Giuseppe había sido despedido de la empresa en la
que trabajaba, desde entonces está desempleado y está tratando (él sólo) de echar a andar una
actividad de bróker on-line, mientras Silvia lo sostiene económicamente.

Después describen su crisis. Giuseppe siempre se ha concentrado en mayor medida en su objetivo


profesional, para dar un giro a su vida y a la de su familia, no obstante el apoyo total de la esposa,
su actividad no despega y el futuro se hace impreciso. Giuseppe tiene mucho más tiempo para
estar en casa que Silvia, pero es distante de los hijos, que dan señales de malestar (el primogénito
ha desarrollado un acentuado balbuceo).

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Cuando nosotros entramos en posición de interlocución y de escucha, tratamos de abrir el diálogo,
de hacer hipótesis sobre la situación. Cómo es que Silvia encontró exactamente a este marido y
por qué él la quiso a ella, qué sentido ha tenido la familia hasta ahora para ellos, y así
sucesivamente. Sentimos un impasse con Giuseppe que tiende a ser (percibido por nosotros
como) descalificador, por ejemplo olvidando las citas o el pago de las sesiones.

En la cuarta sesión Silvia y Giuseppe traen como idea la separación como solución para recuperar
el bienestar de todos. Giuseppe no tiene espacios externos de trabajo pero su inmovilidad en casa
se ha vuelto grave para los otros, dice Silvia que no lo tolera más. Al mismo tiempo ambos
concuerdan que separarse es imposible: por las dificultades económicas, por los hijos, pero sobre
todo porque Giuseppe no tiene un trabajo.

El terapeuta hombre interviene “Comprendemos su dificultad. Pero hay otras posibilidades, otras
maneras posibles de separarse. Muchas parejas viven separados en casa, y para algunos no es una
condición difícil. Es suficiente con que exista una voluntad clara de ir en esa dirección, y después la
logística para lograrlo aparecerá”. El terapeuta ha estado inesperadamente asertivo, presentando
la idea en un tono de verdad. Silvia está de acuerdo con él, responde “podríamos preparar un
espacio para él en la taberna y disminuir los momentos en que tenemos que estar juntos”
También Giuseppe parece creer provisionalmente en esa perspectiva.

Del tono emocional de la pareja nos parece percibir un alivio común y nuevos propósitos de vida.
También nosotros terapeutas estábamos aliviados. Nos dimos cuenta que reaccionamos a una
creciente frustración y claustrofobia que a la vez reflejaba un clima emocional que advertíamos en
ellos. Giuseppe y Silvia se enfrentaban poniéndose uno en la posición del hombre que se está
dedicando a una misión, y de la mujer que debe sostener y sustentar a toda costa al marido y el
proyecto familiar. Él está fastidiado y agresivo con cualquier interferencia, ella frustrada y triste
por las obligaciones intolerables. Nosotros a la vez estábamos frustrados de manera especular a
Silvia, bloqueados por la imposibilidad de conseguir cambios y al mismo tiempo con la necesidad
de avanzar con la terapia.

La intervención tenía la intención de encontrar una salida y por esto se había debido poner en un
tono de necesidad y de verdad. Como si hubiéramos dicho “se puede cambiar todo aún haciendo

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algo muy poco diferente”. Una vez aceptada la idea (la posibilidad), las emociones dominantes
cambiaron (Bertrando, 2014b). Nos piden una cita muy distanciada, después de dos meses.

Reflexionando retrospectivamente parece claro que nos concentramos por un lado en las
posiciones recíprocas entre ellos y nosotros, y por otra parte en la respectivas emociones. Las
preguntas a las que tuvimos que responder (y que también tuvimos que responder aunque de una
manera diferente a Giuseppe y Silvia) fueron dos: ¿dónde estoy? y ¿cómo estoy?.

¿Dónde estoy? La posición del terapeuta en el sistema

La reflexión sobre la posición del terapeuta, tiene una larga historia en el pensamiento sistémico,
que ha evidenciado una naturaleza doble. De un lado se refiere a la actitud que el terapeuta
asume con respecto a sus pacientes y de los otros actores presentes en el sistema terapéutico; por
otro lado se refiere a su localización (y a la conciencia de la misma) dentro del metafórico espacio
del sistema.

Posición como actitud, de la neutralidad a la irreverencia

El primer grupo de Milán confió sus consideraciones sobren la actitud del terapeuta en el último
artículo que escribieron juntos “Hipótesis, neutralidad y circularidad” (Selvini Palazzoli et al.,
1980a). En este la actitud prescrita para el terapeuta era de neutralidad, que para ser honestos, no
era tanto recomendada como posición interior, sino como consecuencia de su comportamiento;
los pacientes en terapia, si se les llegaba a preguntar, no deberían tener la impresión que el
terapeuta estuviera de parte de alguno de ellos. Karl Tom (1987) reformuló la neutralidad tal cual
como actitud del terapeuta, que además de no tomar posición hacia los diferentes componentes
de la familia o de otro sistema humano, no debería tampoco favorecer alguna teoría del cambio
por encima de otra.

Fueron las autoras feministas que se opusieron (ferozmente) al concepto mismo de neutralidad,
porque legitimaba un estado de las cosas con una predominancia masculina y machista,
descuidando los estereotipos de género, e incluso la violencia y el abuso (Goldner et al., 1990).
Pero ya desde antes había entrado en crisis la idea de neutralidad que estaba ligada a una idea de
terapeuta como observador omnisciente y desapasionado de los procesos en el sistema del
paciente del que no formaba parte el terapeuta. Si consideramos al terapeuta como
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inextricablemente ligado a sus pacientes, la neutralidad es un mito. Para superar este impasse,
Gianfranco Cecchin (1987) recurrió a teorizar la curiosidad, que recupera en términos de
disposición del terapeuta, la provisionalidad de la noción de hipótesis, moviéndose
permanentemente de una visual a otra, de un punto de vista a otro, de un vínculo a otro, de esta
manera el terapeuta puede evitar caer en la trampa de una posición parcial y desequilibrada,
pretendiendo ser neutral.

De nuevo Cecchin, autor que ha dedicado buena parte de su carrera a reflexionar sobre la posición
del terapeuta (Bertrando, 2006) y debido a la idea de irreverencia que desarrolló (Cecchin, Lane y
Ray, 1993), el terapeuta no solo debería evitar la trampa del desapego por un lado o del excesivo
apego a una sola visual por el otro lado, sino también la de una posición teórica que lo ponga en
una cama de Procusto. La irreverencia postula una libertad total del terapeuta, para no solo evitar
ser condicionado de las constricciones que vienen de los pacientes o de otros miembros del
sistema terapéutico, sino de sus propios teorías con todo y lo relevantes que sean. Para este fin se
vuelve muy útil para el terapeuta hacerse lo más posible consciente de sus prejuicios que
(inevitablemente) lleva a la terapia (Cecchin, Lane y Ray, 1997).

Posición como localización en el sistema significativo

La idea de posición como localización del terapeuta tuvo su embrión en una contribución tardía
del primer grupo de Milán, el artículo “el problema de quien deriva en terapia familiar” (Selvini
Palazzoli 1980b). En ese artículo el grupo analizaba el impacto que tenía en la actividad de los
terapeutas la fuente de derivación de los pacientes, mostrando como estos estaban condicionados
por el envío, que antes se consideraba periférico y ajeno al proceso terapéutico.

El envío tiene un efecto en el terapeuta cambiando su posición con respecto a los pacientes, si
quien derivaba a los pacientes era prestigioso, el terapeuta tenía el riesgo de perder autoridad, si
quien derivaba formaba parte de la familia (real o metafórica) del paciente, el terapeuta tenía el
riesgo de ser absorbido. El mapa del sistema terapéutico con este análisis comenzaba a ampliarse.

A partir de esta primera intuición, fue desarrollado el concepto de sistema significativo (Boscolo y
Bertrando, 1993), considerado como todo el conjunto de personas e instituciones involucradas en
la vida de los pacientes, más allá del sistema social familia que al principio era considerado como

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el único relevante para la terapia sistémica. Se tomo en cuenta la familia (nuclear, de origen y
alargada), la persona que envía, el ámbito de trabajo, la escuela, el grupo de amigos, los
coetáneos, además de todos los sistemas de tratamiento psiquiátrico, médico, social y otras
instituciones públicas como las de justicia y la policía. Como en un cuadro de Escher, después el
sistema significativo incluye al terapeuta que lo identifica, delimita y que debe tener en cuenta
cuáles son sus relaciones con todos los actores individuales e instituciones. Su posición en este
espacio virtual es el resultado del conjunto de todas estas relaciones.

Un concepto análogo desarrollado en el mismo período por el grupo de Galveston, Texas, que era
coordinado por Harry Goolishian (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986), era el de problema
determined system “sistema determinado por el problema”. Más radicales que los terapeutas de
Milán en subvertir la clásica categoría de la terapia familiar, estos autores sostienen que en vez de
considerar la manera en el que el sistema (la familia) produce problemas, conviene ocuparse de
cómo la presencia de los problemas genera un sistema, en el cual la organización termina por ser
muy similar a la del sistema significativo del que hablamos arriba. La divergencia se hizo más
visible cuando el grupo de Galveston, siguiendo la evolución logocéntrica de todas las terapias
posmodernas, terminará por definir cada sistema humano como “sistema lingüistico” (Anderson y
Goolishian, 1988), viéndolo más como un conjunto de discursos que como un reagruparse de
personas vivientes, con toda su presencia física y global (Bertrando, 2000).

Todos estos conceptos hacen necesario entender como un sistema humano se construye en el
espacio y en el tiempo, alrededor de un problema, un síntoma o una situación determinada y no
como algo “dado”, existente en la naturaleza, como se consideraba a la familia. Ha sido en gran
parte gracias a estas consideraciones que se ha comenzado a ver a la familia misma cada vez
menos como un objeto natural, normado según los dictámenes de la sociología parsoniana y cada
vez más como algo emergente en determinadas condiciones históricas y culturales, es decir
“socialmente construido” y como tal deconstruible y reconstruible de acuerdo a las circunstancias
(Bertrando y Toffanetti, 2000).

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La “teoría del posicionamiento”

La teoría del posicionamiento es un conjunto de teorías creadas por un grupo de psicólogos


sociales construccionistas, entre los cuales Rom Harré, Luk Van Lagenhove y Fathali Moghaddan
(Harré y Moghaddan, 2003; Harré y Van Lagenhove, 1999). Como teoría psicológica tiene la
finalidad de sustituir el concepto considerado demasiado rígido, de rol social, con uno más elástico
y dúctil que es el de posición. Cuando nos posicionamos con respecto a otro, consideramos tener
hacia él algunas posibilidades de acción, mientras que otras están prohibidas, y al mismo tiempo
pensamos lo mismo que esa persona, y lo declaramos, o queda implícito en nuestro discurso. El
otro puede a su vez aceptar nuestra posición y contra-posicionarse de manera coherente, o
rechazarla y asumir una posición discordante, a la cual reaccionaremos nosotros, y así
sucesivamente. Las posiciones son siempre recíprocas y evolucionan en el tiempo, a veces muy
rápidamente.

En clave terapéutica la teoría del posicionamiento permite una lectura de la posición del terapeuta
tanto en términos de localización como en términos de actitud del terapeuta, e incluso sobre la
reciprocidad entre el posicionarse del terapeuta y el posicionarse del paciente. Un límite de esta
teoría desde el punto de vista del terapeuta, es que es esencialmente discursiva (Davies y Harré,
1990). Esto significa que dejará siempre fuera de las consideraciones todas las prácticas pre-
discursivas que no forma parte del discurso, pero que son parte del diálogo, en especial del
terapéutico (Bertrando, 2014a) y en particular de las interacciones emocionales.

¿Cómo estoy? Las emociones del terapeuta y el paciente en el sistema

Si el modelo sistémico ha sido siempre rico en reflexiones sobre la posición recíproca entre
terapeutas y pacientes, también ha sido pobre en reflexiones sobre el estado emocional de los
actores presentes en el sistema terapéutico, o en cualquier otro sistema humano. Pero en los
últimos años el interés por los hechos emocionales y sus consecuencias terapéuticas creció
también en el ámbito sistémico, llevando a una revisión tanto de las teorías generales como de los
métodos terapéuticos (Bertrando, 2014a).

En esta clave de lectura las emociones no son vistas como una propiedad interior de los individuos
(posición que condujo a su exclusión en la práctica sistémica), sino como un mensaje o conjunto

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de mensajes intercambiados al interior de un sistema humano (Planalp, 1999); estos mensajes
actúan como información recíproca y como motivación para la acción (Krause, 1993)
transformando el cuerpo individual en “cuerpo social” (Dumouchel, 1995).

Podemos entonces considerarlas como organizadores de cualquier sistema humano, sea un


individuo, una familia o una institución. Algunas emociones tienden a asumir las funciones que
tienen los atractores en los sistemas dinámicos, otras tiene un efecto repulsor (Magai y Haviland-
Jones, 2002). Las primeras son siempre muy evidentes en el sistema, las segundas no son
fácilmente perceptibles (aún sin desaparecer del todo y ejerciendo sus efectos): las llamaremos
respectivamente emociones dominantes y tácitas (Bertrando, 2014b).

El conjunto de estas consideraciones tiene sus consecuencias en las modalidades terapéuticas,


llevando al primer plano la pregunta ¿cómo estoy?, tanto para los pacientes como para los
terapeutas. Comprender las emociones se vuelve para el terapeuta tan esencial como hacer
hipótesis sobre alianzas y coaliciones, o entender cuáles historias son narradas y por quién. El
énfasis sobre el lenguaje verbal tiene como agregado una nueva atención hacia los intercambios
pre-verbales y extra-verbales, que más fácilmente son vehículo de las interacciones emocionales.
La diferencia con respecto a las teorías sistémicas clásicas (Watzlawick et al., 1967) es que en este
caso no se busca entender qué cosa “de verdad” sucede a las personas a través de una lectura
autoritaria de sus producciones no verbales, sino que se hacen propuestas para reflexionar juntos
sobre los hechos emocionales que de otra manera pasarían ignorados en silencio.

Una evolución como esta nos permite concebir de una manera diferente las cuestiones ligadas al
posicionamiento. En esta óptica también las emociones están determinadas por (recursivamente
determinadas) el contexto y el posicionamiento recíproco. En otras palabras, la manera en la cual
nos sentimos al interior de un sistema nos lleva a asumir determinadas posiciones en el sistema,
por ejemplo acercándonos a alguien o alejándonos de algún otro. Al mismo tiempo si movernos en
el sistema nos resulta difícil o imposible, nuestro estado emocional cambiará.

Una relación de este tipo, compleja, entre sentimiento y posicionamiento, es lo que hemos
definido como “situarse”. Situarse es hacerse consciente de nuestra propia posición en el sistema
y del estado emocional al que se asocia en cada ocasión. Las consecuencias de esta consciencia ( o
de su ausencia) son múltiples.
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Situarse

Según Zygmunt Bauman (2000), la sociedad contemporánea “líquida”, a diferencia de la “sólida”


de la modernidad clásica, se caracteriza por una fluidez interna. Entre muchas de las
consecuencias, esto tiene que ver con la identidad personal, que no se puede considerar ni fija ni
estable. Es verdad que tampoco en la Alemania burguesa de Buddenbrook de Thomas Mann
(1901) las posiciones alcanzadas cada vez en la construcción de la identidad no se han establecido
de una vez y para siempre, ya desde aquella época era necesario reinventarse constantemente.

Pero la diferencia entre la situación de los Buddenbrook y nosotros es que ellos


sabían qué debían hacer para seguir siendo burgueses respetables, porque todo el
mundo era un mundo de prescripciones y proscripciones. Casi se podía hacer la lista
de lo que se debía hacer y de lo que se debía evitar o desistir de hacer. Hoy no hay
algo similar y aquí está el problema, la inestabilidad, inestabilidad de las normas,
inestabilidad de los valores (Bauman en Bertrando y Hanks, 2012, pp.26-27).

En el mundo contemporáneo es necesario encontrar ahora criterios de sobrevivencia que no están


dictados por el exterior. Para entender la verdad de la propia posición en el mundo no es
suficiente una explicación estructural, desde el momento en que todos los sistemas de referencia
cambian continuamente. Aquí puede ser una ayuda nuestro estado emocional. Una emoción si es
considerada como elemento de un sistema como evento pre-lógico y pre-categórico que tiene que
ver con la relación recíproca entre los miembros del sistema, es una noticia sobre el estado de las
relaciones (Bertrando, 2014b). Al mismo tiempo el sentido de nuestras emociones es más
comprensible si tenemos una noción de diferentes contextos y sistemas en los cuales estamos
inmersos.

Hablar de situarse, quiere decir conectar la posiciones y las emociones. La esencia de tal proceso
había sido ya intuida hace muchos años por Gregory Bateson:

“El corazón tiene sus razones que la razón no conoce”. Entre los anglosajones es
bastante común pensar en las “razones” del corazón y del inconsciente como
fuerzas, impulsos, corazonadas en un estado embrional, que Freud llamaba
Trieben. Para Pascal que era francés, el asunto era muy diferente, él pensaba en

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las razones del corazón como en un conjunto de reglas de lógica y cálculo precisas
y complejas más allá de las razones de la conciencia (Bateson, 1972 pp. 172-173).

El hecho es que yo puedo saber de verdad cuál es mi lugar solo si sé cómo estoy emocionalmente,
el cómo estoy se vuelve constituyente fundamental del dónde estoy. Al mismo tiempo el dónde
estoy (la consciencia de la red de relaciones en la cual estoy inserido) cambia la naturaleza del
cómo estoy. Situarse significa desarrollar consciencia emocional de nuestro estar en la
complejidad.

El proceso de situarse se articula en las fases siguientes (que no representan un orden cronológico,
sino una serie de eventos simultáneos, aquí puestos en una secuencia solo por claridad):

* Comprender el propio sentir en un momento dado y en una determinada situación, el


bienestar o malestar experimentado, las emociones dominantes (y también tácitas si es
posible) que se hacen más destacadas o desaparecen del horizonte de la conciencia.
* Adquirir conciencia de la propia actitud, de la disposición afectiva y cognitiva hacia los
otros actores presentes en el momento y en la situación, además de en el contexto global,
y de cómo estas llevan a una manera de responder hacia ellos.
* Evaluar la propia posición en el contexto y en el sistema. “la responsabilidad terapéutica
inicia ubicando nuestra propia posición en el sistema” (Cecchin, 1987, p. 409);
* Actuar según el análisis de la posición y del dictado emocional, llegando a una síntesis y
una integración de los dos niveles.

Si concebimos el situarse no solo como una forma de conocimiento, sino especialmente como una
disposición a la acción, considerar las emociones se hace indispensable. La emoción es tal vez el
factor fundamental entre los factores motivacionales que nos empujan a la acción (Krause, 1993).
La integración de posición y emoción a través del situarse nos permite escoger un curso de acción
con plena consciencia.

Se podría decir en el contexto de la terapia, que esto no es otra cosa que el análisis de la
transferencia (Esman, 1990) o si acaso de la contratransferencia (Michels et al., 2002). Pero la
transferencia y la contratransferencia fueron concebidos en una matriz estrictamente dual.
Nosotros queremos ir más allá, teniendo en cuenta cómo el sentir está influenciado de todas las

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variables del contexto. Esto significa entrar en un movimiento pendular, que oscila entre hacerse
consciente de cómo estamos, preguntándonos qué estamos sintiendo y hacerse consciente de las
variables del contexto que están más allá de la específica relación en la que participamos en un
momento dado. La primera posición nos adhiere al dato inmediato de la experiencia, la segunda
nos lleva más lejos, al dominio (panorámico) de la descripción. El situarse participa en ambas.

El situarse es una posición para cualquier persona, no solo para el terapeuta en la relación
terapéutica. Objetivo del trabajo terapéutico se vuelve ayudar a las personas a darse cuenta de
los niveles de relación en los que se encuentra y a los cuáles responde, también a hacerse capaces
de integrarlos en sus respuestas, a las situaciones y a los contextos.

Niveles de situarse

Es esencial distinguir los diferentes niveles respecto a los cuales podemos situarnos. Esto no
significa que concebimos la realidad como ontológicamente ordenada de acuerdo a un cierto
número de niveles, sino que nos es útil distinguirlos para operar mejor. Los niveles son un
producto de nuestra actividad cognoscitiva y son niveles metodológicos más que ontológicos (Eco,
1968). Cada nivel es concebible sea como conjunto concreto de personas y eventualmente
instituciones, como en términos de premisas que nacen de la actividad de las personas, de las
instituciones y son interiorizadas por los individuos. Consideramos importante definir cuatro:

1. Nivel macro-contextual (político). Se refiere al más amplio contexto cultural y político, así
como a las premisas que se derivan de este, a cuánto reconocemos que actúan sobre
nosotros y a las opiniones que nos hacemos con respecto a ellas. Un buen ejemplo de
premisa macro-contextual es nuestra idea de familia. Imaginemos una situación en la que,
como frecuentemente sucede, el macro-contexto es conservador respecto a un modo
estereotipado de ser familia; los medios de comunicación y las instituciones (educativas,
sociales, de salud, económicas, etc) sostienen el modelo de familia tradicional, anticipando
sus necesidades, para preveer y controlar la estructura y los consumos (Foucault, 2004).
Nuestro paciente hipotético ¿tiene un pensamiento con respecto al tipo de sistema del
cual forma parte?, ¿se siente condicionado en sus necesidades y deseos por este tipo de
concepción o está bien para él?, ¿se siente representado por las categorías utilizadas para
organizar la concepción del mundo?, etc. (Foucault, 1970)
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¿Está el terapeuta -cuándo y de qué manera- condicionado por las premisas del macro-
contexto?, ¿qué pasa cuando sus premisas son diferentes a las premisas del macro-
contexto? Distancia o cercanía de los valores prevalecientes en el macro-contexto pueden
producir sentimientos diferentes, vergüenza u orgullo de sentirse “diferentes”, bienestar o
aburrimiento de sentirse “iguales” a la mayoría, malestar, enojo o interés en el caso de
que exista discrepancia entre las premisas del paciente y del terapeuta, así sucesivamente.

2. Nivel de grupo. Tiene que ver con la manera en que el paciente se sitúa de manera general
en los grupos de la comunidad, en la escuela y en el trabajo, incluso en la familia misma.
Por ejemplo ¿cómo está el paciente en su grupo de trabajo?, ¿qué idea tiene con respecto
a la organización, a la competencia, a la ganancia, al reconocimiento?, ¿cómo responde al
género de los colegas y con respecto al trabajo que desempeñan?, ¿cómo se sitúa con
respecto a las tareas y a la autoridad?.
¿Cuándo el terapeuta trabaja solo?, ¿cuándo en coterapia o con un equipo?, ¿es parte de
una institución que implica un grupo de colegas o un equipo multidisciplinario con los que
debe intercambiar puntos de vista?, ¿cómo se siente en la situación actual?, ¿esto tiene
consecuencias en su relación con el paciente?

3. Nivel íntimo (relaciones con la pareja, con los padres, con los hijos, etc.). Usamos en este
caso el término “íntimo” para contra-distinguirlo de las relaciones que Lyman Wynne
(1984) definió como de “mutualidad”, relaciones estrechas y emocionalmente cargadas.
Este nivel no se refieren tanto a la familia en sí que es una de las instituciones, sino a las
relaciones individuales entre los miembros de la familia o con otras personas significativas,
un amigo, un mentor, etc. Por ejemplo ¿el paciente está de verdad con quien desea estar
en las relaciones, independientemente de las categorías y de las obligaciones?, si la
respuesta es sí ¿porqué ha decidido estar ahí?, si la respuesta es no ¿porqué insiste en
estar ahí?. Las respuestas están frecuentemente correlacionadas con el nivel 4.
La relación íntima no se refiere al terapeuta en el momento en que está llevado a cabo la
terapia. Está entendido que la relación terapéutica está definida y limitada por las reglas
del setting, exactamente para evitar una completa intimidad o mutualidad, que interferiría
con el desapego necesario en la actividad del terapeuta. Aquí la única pregunta pertinente
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es ¿el terapeuta siente que la relación con ese paciente en particular se está coloreando
de intimidad?, en este caso ¿cómo y por qué?. Más allá de la urgente necesidad de una
supervisión, en una tal eventualidad, también para el terapeuta está aquí funcionando el
nivel 4.

4. Nivel intra-relacional (interior). Se refiere a conocer el modo en el cual el contexto
influencia el diálogo interior de cada uno (Hermans, 2001). Por ejemplo un específico
macro-contexto con sus premisas influencia de manera negativa la manera de estar del
paciente en un grupo y en consecuencia la relación con sus miembros. ¿Por qué? hipótesis
terapéutica: porque la demanda relacional del contexto entra en contraste con emociones
y pautas relacionales antiguas ahora interiorizados y estables. Tarea del terapeuta es
mostrar los contrastes y restituirlos al paciente, poniendo en evidencia el proceso.
A su vez el terapeuta debe reflexionar sobre en qué medida sus antiguos patrones pueden
ser activados por la situación terapéutica y hacerse consciente. Este trabajo tiene obvias
semejanzas con el análisis de la contratransferencia (Searles, 1979) y en el campo de la
terapia familiar con el trabajo con la familia de origen (Andolfi, 1977) o con el de Mony
Elkaim (1989) llamado resonancia.

Patologías del situarse

Frecuentemente observamos en los pacientes una notable tendencia a fijarse en una sola
posición, como si lograrán posicionarse solo de una sola manera sin cambiar en respuesta a las
demandas o sugerencias de los diferentes contextos. Nos hemos preguntado frecuentemente si
una manera de quedarse fijados puede ser el equivalente a lo que en psicoanálisis ha sido llamado
“neurosis” o mejor dicho “carácter neurótico” (Reich, 1933). Si evaluamos esta actitud de acuerdo
al criterio de situarse, vemos que hay diferentes posibilidades de inmovilizarse, tanto para los
individuos como para los sistemas sopra-individuales (familias o parejas):

* Didacta, Scuola di Psicoterapia Sistemico-Dialogica, via Gavazzeni 9, Bergamo. E-mail lini.claudia@libero.it.


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Artículo en prensa. Traducción: Mtro. Gerardo Reséndiz Juárez.
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1. Fijación en las pautas pasadas
La persona continua situándose de acuerdo a coordenadas que tenían sentido en el
pasado, pero que no son acordes a los eventos actuales, la persona permanece según
una modalidad que hace pensar en la compulsión a la repetición de Freud (1929). En
una pareja o familia son posibles una variedad de combinaciones, si una persona
permanece en el pasado desorientada con respecto al presente; dos miembros de una
pareja utilizan coordenadas temporales diferentes teniendo como resultado la
incomunicabilidad; una entera familia está detenida en el tiempo excepto uno de sus
integrantes, que es visto como el desviado con respecto a los otros exactamente
porque está mejor orientado con respecto al mundo externo, y así sucesivamente
(Boscolo y Bertrando, 1993).

2. Identificación de una parte con el todo.
La persona se fija en una sola de las posiciones en su sí mismo dialógico (Hermans,
2001). Según esta teoría estar en la relación activa posiciones, o incluso
personalidades diferentes (tengo tantas personalidades como personas encuentro,
como afirmaba Sullivan en 1950) de acuerdo al momento relacional vivido. A la vez
podemos decir que somos capaces de vivir diferentes posiciones mientras que exista
un núcleo de cohesión interior que las reconoce a todas y les da unidad. Es esta
instancia que permite por un lado el posicionamiento emotivo y por el otro la
conciencia de dónde está uno situado.

La persona que tiene problemas de este tipo puede ser vista como inconsciente de su
propia multiplicidad interior y por lo tanto incapaz de organizarla. En este caso es
posible que se bloquee en una misma posición interior, que utilizará siempre en todos
los contextos y con todas las personas. Por ejemplo a los 5 años de edad, la principal
posición conocida es la de hijo, que se tiende a utilizar indistintamente con todos los
adultos, pero si aún creciendo la persona continua situándose interiormente como
hijo y posiciona a todos sus interlocutores (pareja, compañeros de trabajo, amigos)
como padres, esto se vuelve disfuncional. Y se vuelve disfuncional porque no es
consciente que activa siempre esa única posición.
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La hipótesis psicopatológica aquí es que la persona se ha identificado completamente
con una sola posición (la posición “disfuncional”) que acaba por ser una misma con el
total de su identidad, la persona “es” esa posición. El terapeuta debe evitar confundir
la parte con el todo, evitar aceptar la lectura de identidad que las personas hacen de sí
mismas, sin ver otras posiciones posibles para ellas.

3. Discrepancia entre los niveles del situarse.
La persona sabe dónde pero no sabe cómo se siente, o sabe cómo se siente pero no
dónde, en ambos casos se producen comportamientos inadecuados. Por ejemplo una
joven profesionista viene a terapia por sus elecciones que lo han llevado a amores
infelices. Durante la terapia es evidente su capacidad para observar los nudos
relacionales, pero no hay la correspondiente capacidad para moverse de ahí y
cambiar, la paciente sabe dónde está e incluso sabe cómo se siente, pero no logra
poner juntos estos dos saberes y continúa repitiendo los mismos errores.

En este caso primero que nada es necesario que el terapeuta se sitúe a sí mismo en el
sistema, después a partir de esta posición comprender como el paciente (o pacientes)
se sitúa a su vez tanto en el propio sistema de pertenencia como en el terapéutico.
También es útil observar la dimensión evolutiva, teniendo en cuenta cuánto las
personas, los sistemas y los contextos cambian con el pasar del tiempo.

Caso clínico (continuación)

Silvia, y Giuseppe regresan dos meses después a terapia, como lo solicitaron en la última sesión,
aparentemente reconciliados. Giuseppe abandonó la veleidad, regresando a su antigua actividad
como formador. Con gran alivio de la esposa ha encontrado un espacio, que le ofrecieron algunos
colegas, para preparar los grupos de formación sin que tuviera que regresar a trabajar en casa. En
las sesiones siguientes la sensación es que de nuevo todo se inmoviliza, Giuseppe comienza a
posponer sine die el inicio efectivo de su actividad, como si una vez más estuviera por iniciar un
trabajo que no inicia nunca. Silvia una vez más está frustrada.

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Nosotros nos sentimos en impasse y lo explicitamos, no solo no sucede nada sino que estamos en
un estado suspendido, en una inmutable inminencia de eventos anunciados y nunca realizados. Al
momento de tratar de hacer la nueva cita, Giuseppe rechaza una tras otra las fechas que les
proponemos (y que son aceptadas por Silvia), moviendo el encuentro para fechas posteriores.

Parece que la situación sea isomórfica, pareja y terapeutas viven en paralelo el mismo sentido de
continuo posponer, por un lado sobre las decisiones que cambiarían su vida y por el otro de las
sesiones terapéuticas. Pero de esto emergen consecuencias diferentes, si Silvia vive la situación
con tristeza y depresión, Giuseppe parece indecifrable y los terapeutas muestran la agresión y la
rabia.

Al final es de nuevo el terapeuta hombre que reacciona con un sobresalto de frente a la enésima
postergación solicitada por Giuseppe, a lo cual responde ofreciendo en un tono seco una sola
fecha, especificando que es la última fecha posible para una terapia digna de este nombre,
manifestando plenamente su irritación. Implícitamente se siente engañado, porque Giuseppe se
niega a definir un tiempo. Ambos sentimos que el paciente no quiere situarse, pero aún en esa
suspensión toma una posición, la de estar suspendido, sin decir ni “sí” ni “no”.

De frente a la oferta que le hace y a la modalidad en que se la ofrecen Giuseppe muestra enojo y
se va anunciando bruscamente que para él la terapia se terminó. Silvia en cambio acepta una
nueva cita. A la sesión siguiente a la que se presenta sola, descubrimos que si Giuseppe se negó a
situarse, Silvia se ha situado decidiendo separarse. Diciendo además que se siente mucho mejor,
sensación que según ella también comparte Giuseppe. Silvia seguirá adelante con la terapia para
mantener su propia referencia en el proceso de la separación.

Ahora pasemos a analizar el trabajo hecho en los diferentes niveles del situarse en el curso de esta
terapia. Es interesante que si los niveles 1 y 2 fueron ampliamente tratados con ambos, los niveles
3 y 4 fueron solo tocados con Silvia, en la sesiones sucesivas a cuando el marido dejo la terapia.

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Nivel 1

Lo trabajamos cuando las premisas ideológicas de la pareja habían condicionado su manera de


estar en la relación: la ideología católica progresista, la idea de familia caracterizada de
acogimiento y confianza de los miembros de la pareja, la idea de desarrollar la potencialidad del
otro. Sobre todo la idea (de Silvia) que dando agua cada día la flor habría florecido.

Nivel 2

Nos interesamos en las familias de origen y también en el grupo de trabajo, con las colegas de
Silvia, que desde su posición externa evidenciaban su manera de estar juntos como pareja,
mostrando a una Silvia que rechazaba los desequilibrios del matrimonio.

Nivel 3

Nos centramos sobre todo en los “debo” de Silvia relativos a los roles de esposa, de madre y de
hija en su familia de origen (en las sesiones individuales se mostró con un “deber ser” como hija
basado en un constante asumir responsabilidades) que reverbera en el miedo que tiene de iniciar
una nueva relación con un hombre muy diferente de Giuseppe.

Nivel 4

Ha sido importante indagar sobre el sentimiento salvador que tiene Silvia, como si siempre
esperara ayudar a los otros. Lo que podríamos llamar síndrome de la cruz roja o de mentora.

En el momento en que Silvia se sitúo también Giuseppe cambió. El trabajo de Silvia en terapia la
ayudo a entender dónde está, cómo está y con quién está, es decir también a calibrar las
expectativas hacia el ex-marido, con el cual la relación parece civil aunque también distante. Como
si hubiera dicho, si hago las paces con lo que tengo, mis expectativas serán más realistas. Si las
personas son conscientes de su propia potencialidad y posibilidad, será más fácil que en algún
momento logren usarlas.

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Consecuencias del situarse

Las terapias sistémicas en su origen habían adoptado una simplificación (necesaria), concentrarse
en un único plano, el de lo exterior de las relaciones observables. Pero más adelante fue tomado
en cuenta el plano interior, pero en forma casi puramente cognitiva (Bertrando, 2014b). Hoy
teoría y práctica sistémica parece que sean capaces de aceptar un grado diferente de complejidad.

Nuestra idea es que cuando entramos en una relación, se activa en nosotros una red instantánea
que liga elementos diferentes, en diferentes planos: emocional, racional, interior, relacional, etc.
Al mismo tiempo se activan en nosotros las variadas posiciones que podemos asumir
(interiormente) respecto a alguien con quien entramos en contacto fuera (relacionalmente), en la
fantasía o en forma presente. La red de significados se extiende en el espacio (familia, sistemas
sociales, otras relaciones, etc.) y en el tiempo (la familia de origen, las relaciones pasadas, y la
historia personal en general). También el tiempo entra en juego porque los variados elementos
existen sea como recuerdo del pasado, como presencia en el presente o como proyección hacia el
futuro (Boscolo y Bertrando, 1993). Los nudos de la red son todos en relación recíproca. La
activación de uno pone en movimiento otro, por ejemplo una relación que se crea en el presente
activa necesariamente nudos del pasado.

Situarse para el terapeuta quiere decir adquirir plena conciencia de todo este conjunto de eventos
interiores y exteriores. Esto le permitirá en el curso de su trabajo, ayudar a los pacientes a
desarrollar una conciencia análoga. En el trabajo con el situarse, el terapeuta no debe caer en la
simples dicotomías, como “lo emocional está dentro y lo relacional está fuera”, se trata de dos
dimensiones diferentes, emociones y relaciones trabajan simultáneamente dentro y fuera de cada
uno de nosotros.

El objetivo es llevar a la persona a una integración en la cual exista coherencia entre el sentir y el
pensar, entre lo interior y lo relacional. Si sabemos dónde estamos y cómo estamos, nuestra
respuesta será dialógica, comprensiva de los diferentes planos de la relación en los cuales vivimos,
y la integración será veloz, casi instantánea.

Las consecuencias clínicas del situarse son múltiples, porque nuestra capacidad de situarnos como
terapeutas se puede jugar en cada ocasión, tomando en consideración los diferentes niveles de la

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interacción. Podemos situarnos con respecto a los pacientes, con respecto al sistema terapéutico
en su totalidad, pero también con respecto a variables del macro-contexto, como el género o la
cultura. El terapeuta crea un ambiente dialógico, al interior del cual los pacientes pueden
construirse nuevos modos de estar en la relación. No se trata de reducir la complejidad, sino de
encontrar una nueva manera de colocarse en ella. Si el terapeuta muestra cómo diferentes planos
pueden ser en relación dialógica entre ellos, el paciente puede desarrollar una visión
tridimensional de su propia vida.

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