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El cascabel del gato

Había una vez un gato que


vivía a toda leche en una
céntrica casa de una gran
urbe.
A toda leche porque sus
dueños se esforzaban por
darle todo lo que el gato
requería para sentirse como un
gran animal doméstico,
querido y consentido por los
humanos.
Así, el minino de nuestra
historia tenía un confortable cojín en el que echarse a disfrutar sus siestas, ovillos para jugar
cada vez que le apeteciera, comida en abundancia y todo cuanto podamos imaginar para el
deleite de un gato.
Por tener, el felino tenía hasta una panda de ratones en casa, a los que perseguía y atosigaba
cada vez que tenía la oportunidad.
Era ver un ratón y haya iba el gato a perturbarlos e impedirles tomar cualquier cosa de su
cocina. Los perseguía y arrinconaba hasta que los obligaba a volver a su madriguera.
Tan bueno se había hecho el gato de nuestra historia en la persecución, que los ratones
optaron de pronto por no salir más, pues realmente le temían.
Sin embargo, las escasas provisiones que habían logrado almacenar en su ratonera se
agotaron un día, por lo que tuvieron que analizar cómo poder obtener alimentos para no
morir de inanición.
Sabían que si salían de su escondite el gato no tardaría en descubrirlos y los haría correr
hasta el cansancio, sin permitirles obtener alimento alguno. No obstante, la situación era tan
dramática, que requerían medidas urgentes para tratar de aliviarla.
Por ello convocaron a una asamblea en la que debían estar presentes todos los ratones de la
casa; niños y adultos, machos y hembras.
Así, comenzaron a debatir para tomar la mejor decisión e idear un plan que les permitiese
obtener los necesarios suministros.
Todos opinaron, pero ningún criterio era factible. Siempre había un gran obstáculo que
ningún plan parecía vencer: el gato.
De pronto, un ratón joven tuvo una idea que agradó a todos.
Si ponían un cascabel al gato, por el sonido podrían saber siempre por dónde andaba y la
salida de la ratonera y la búsqueda de alimentos sería más segura y tranquila.
Todos aplaudieron y vitorearon al joven, pues la idea lucía perfecta. De materializarse, atrás
quedarían los días en que el gato los asediaba y les impedía alimentarse como Dios manda.
Sin embargo, un nuevo problema surgió. ¿Quién le pondría el cascabel al gato?
Ante la falta de voluntarios, pues todos alegaban problemas que les impedían ser ellos los
que pusieran el accesorio al felino, el plan se descabezó.
Era la mejor estrategia, surgida de la mejor de las opiniones, pero los roedores descubrieron
ese día cuán fácil era opinar y qué difícil es actuar.
Dicen que aún debaten cada día para ver quién es el héroe que se atreve a colocar el
cascabel al gato, antes que el hambre termine por acabar con sus vidas.
El Doctor y el enfermo
Había un enfermo internado en un hospital, que cada día se sentía más mal y no veía
mejoría alguna en su estado.
Una tarde el médico pasó en sus habituales rondas y le preguntó qué lo aquejaba, qué
síntomas lo hacían sentirse mal.
El enfermo le confesó que sentía que sudaba más de lo común, a lo que el médico
respondió, sin detenerse a chequearlo:
– Eso está bien.
Un día después el doctor volvió a visitar a su enfermo y le preguntó nuevamente qué lo
aquejaba.
– Siento que tiemblo y tengo más escalofríos que en cualquier otro momento de mi vida –
dijo el paciente.
– No te desconsueles, eso está bien –agregó el doctor.
Otra vez al día siguiente pasó lo mismo y el doctor preguntó al hombre que qué síntomas
presentaba como para sentirse enfermo.
Preocupado, el enfermo le dijo:
-Doctor, he tenido diarrea y no se van los restantes síntomas.
-Eso está bien –ripostó el doctor, que ya se iba del lugar cuando escuchó que el enfermo le
decía a un familiar que lo visitaba:
– Creo que de tanto estar bien me estoy muriendo. Cada día estoy peor.
El doctor se sonrojó por la vergüenza y desde ese momento comenzó a tomarse
verdaderamente en serio la salud de sus pacientes. Comprendió que hay profesiones que
imponen constancia, seriedad y preocupación, y que uno no puede andar jugando con la
vida y bienestar de los demás.
El dueño del cisne
Dicen que los cisnes son capaces de entonar bellas y melodiosas notas, pero sólo justo antes
de morir.

Desconocedor de esto, un hombre compró un día un magnífico cisne, el cual se decía no


sólo que era el más bello, sino también uno de los que mejor cantaba.

Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que frecuentemente tenía en su
casa y sería motivo de envidia y admiración para sus compañeros.

La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para exhibirlo, cual
preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar el momento, pero para
su molestia y decepción, el animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio.

Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero en la compra
del cisne.

Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para otra vida,
entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.

Al escucharlo en el más absoluto deleite el hombre comprendió su error y pensó:

-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si hubiera
conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta.

De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las cosas en la
vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo llega en el momento
oportuno.
El León y el Ciervo
Temido por todos los animales de la selva un fiero león empezó a rugir con fuerza, sin
conocerse el motivo del barullo.

Un ciervo que pasaba por allí lo vio y manteniendo una distancia prudencial afirmó:

– ¡Pobre de nosotros los animales de esta selva, que ya cuando veíamos al león tranquilo y
sereno le temíamos! ¿Ahora qué haremos?

Tanto el ciervo como el resto de los animales comprendieron que siempre puede haber un
mal mayor y a partir de ese escándalo del león comenzaron a pensar mejor antes de
quejarse por sus problemas cotidianos. Asimismo, fueron lo bastante inteligentes como para
mantenerse lo más a salvo posible cada vez que el fiero animal se proyectaba de esa forma.
El Niño y los Dulces
Pedro no sabía de la avaricia o la ambición, ni de todo el daño que esto podía hacer a las
personas.

Era un niño sano y juguetón como otro cualquiera, pero su glotonería y su afición por los
dulces eran los atributos por los que más se le conocía.

Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni averiguar de quién eran,
introdujo su mano y agarró tantas golosinas como pudo. Cuando trató de retirar su mano se
dio cuenta que no podía y como no quería dejar escapar ningún dulce de los que había
cogido, lo cual le permitiría sacar la mano, empezó a llorar desconsoladamente.

Su amigo Juan lo vio y le dijo:

-Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has tomado podrás sacar tu
mano de ahí y disfrutar algunos dulces. La avaricia no te permitirá hacer ni lo uno ni lo
otro.

Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día comprendió que la
ambición y la avaricia pueden ser verdaderamente dañinas y prohibitivas para el desarrollo
y crecimiento de un ser humano.
El Sol y las Ranas
Las ranas de una apacible y pequeña laguna estaban muy alarmadas y casi muertas de susto.
El día antes el astro rey, el Sol, las había alertado que ya todo no seguiría siendo igual que
antes, pues él había decidido variar su rumbo.

En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto del
año sería una etapa de oscuridad y frialdad.

Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual la
conocían.

Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas no
podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían de existir.

Desesperadas comenzaron a quejarse y a pedir a las fuerzas divinas por su conservación, no


sin protestar y demandar por lo que les parecía justo a ellas.

Desde lo alto una voz atendió su llamado y les preguntó:

-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?

– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies? Cada cual
que cuide y pida por lo suyo.

-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de las ranas
por su egoísmo.

Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales con muy
pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna, capaces solo de
preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les rodeaba.
El Toro y las Cabras
Había una vez un toro y tres cabras que, como se criaron juntos desde pequeños en una
verde pradera, eran muy amigos y se pasaban el día jugando.

La escena de verlos jugando era habitual en la pradera pero para un perro vagabundo que a
diario los observaba desde lejos no dejaba de resultar un tanto extraña. Su experiencia de
vida le impedía entender cómo aquellos animales podían llevarse tan bien entre sí.

Un día el perro no pudo aguantar más su curiosidad y fue adonde el toro y le preguntó:

-Compañero, ¿cómo es que tú, un toro tan fuerte, pasas tus días jugando con tres
insignificantes cabras? ¿Acaso no ves que puedes ser la comidilla del resto de los animales?
Pensarán que eres un toro débil y por eso es que te juntas con animales indefensos.

Las palabras del perro pusieron a pensar al toro, que no quería ser el hazmerreír del resto de
los animales ni le hacía gracia la idea de que subestimaran su fuerza y valor.

En resumen, por el que dirán fue apartándose cada vez más de sus amigas cabras, al punto
de que llegó un día en el que no las vio más.

Pasó el tiempo así y el toro se fue sintiendo cada vez más solo. Extrañaba a sus amigas
cabras, que eran como su única familia, y los juegos que a diario hacían juntos.

Ese estado emocional lo hizo reflexionar y comprendió su error. Nunca uno se puede dejar
llevar por lo que digan los demás y debe hacer lo que le nazca y le dicten su conciencia y
corazón. De no ser así, podemos perder lo que más apreciamos o deseamos en la vida.

Afortunadamente, para el toro no fue muy tarde y recuperó la amistad de sus hermanas
cabras, con las que fue muy feliz para siempre, jugando cada día.
La tortuga y el águila
Había una vez una tortuga muy inconforme con la vida que le había tocado, y que en
consecuencia no hacía otra cosa que lamentarse.
Estaba realmente harta de andar lentamente por todo el mundo, con su caparazón a cuesta.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra desde las
alturas, tal y como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la tortuga le
pidió que la elevara por los aires y la enseñase a volar.
Extrañada el águila accedió al pedido de lo que le pareció una extraña tortuga y la atrapó
con sus poderosas garras, para elevarla a la altura de las nubes.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por sí misma y
pensó que debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los animales terrestres,
que siempre la miraban con cierta compasión por la lentitud de sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora déjame hacerlo
por mí misma –le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba hecha para volar.
No obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila decidió soltarla, solo para
ver cómo el animal terrestre caía a gran velocidad y se hacía trizas contra una roca.
Mientras descendía, la tortuga había comprendido su error, pero ya era tarde. Desear y
atreverse a hacer algo que estaba más allá de sus capacidades le había costado la vida, una
vida que vista desde esa perspectiva ya no le parecía tan mala.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se sentía muy
satisfecha y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
El deseo del pastor
Érase una vez un pastor que se encargaba de cuidar una manada de bueyes. Un día se
extravió un ternero y él desesperado salió en su búsqueda recorriendo los alrededores, pero
nada, no pudo hallarlo. Tanta era la angustia por la pérdida de este ternerito que le prometió
a Zeus que si le decía quién era el responsable sacrificaría un cabrito en su nombre.

El pastor continuó buscando y encontró a un león comiéndose a su ternerito. Cuando vio


quien era el responsable de esto se asustó muchísimo y levantó las manos exclamando:

– ¡Gran Zeus, sé que antes te he pedido que me muestres al ladrón a cambio de un ternerito;
pero ahora te pido que me ayudes a escapar de este león y te prometo sacrificar un toro!

Moraleja: Los problemas tienen soluciones pero siempre ten presente que al encontrarle,
puedes estar encontrando el siguiente problema.
El fracaso de los tres bueyes
Érase una vez tres bueyes que pastaban juntos y que siempre permanecían muy juntos.
Durante varios días un león se mantuvo observándolos con el propósito de devorarlo pero
siempre sentía un poco de miedo porque al nunca separarse los tres bueyes, lo ponía en
desventaja si llegaba a luchar en contra de los tres.

Muy inteligente el león creo una estrategia basada en mentiras y patrañas con el objetivo de
lograr destruir esa unión entre los tres bueyes. Una vez que logró su objetivo pudo
separarlos y así comerse a cada uno de forma independiente.

Moraleja: Nunca permitas que nadie destruya la unidad que tengas con tus amigos y
familia porque solo de ese modo serás más fácil de hacer daño.

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