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El hongo que convierte en

zombis a las hormigas es


mucho más diabólico de lo
que imaginábamos
George Dvorsky
11/09/17 6:34pm

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A dead carpenter ant with fungal spores erupting out of its head. (Image: David
Hughes/Penn State University)

Las hormigas carpinteras de la selva tropical brasileña lo tienen jodido. Cuando


uno de estos insectos se infecta con un hongo determinado, se convierte en una
“hormiga zombi” y ya no controla sus acciones. Manipulada por el parásito, una
hormiga infectada abandonará los acogedores confines de su hogar arbóreo y se
dirigirá al suelo del bosque, un área más adecuada para el crecimiento de hongos.
Después de alojarse en la parte inferior de una hoja, la hormiga zombificada se
ancla a sí misma mordiendo el follaje. Esto marca el acto final de la víctima. A
partir de aquí, el hongo continúa creciendo y pudriéndose dentro del cuerpo de la
hormiga, atravesando en algún momento la cabeza de la hormiga y liberando sus
esporas de hongos. Todo este proceso, de principio a fin, puede llevar más de diez
agonizantes días.

“Encontramos que un alto porcentaje de las células en el huésped eran células


fúngicas”, dijo Hughes. “En esencia, estos animales manipulados eran hongos en el
cuerpo de las hormigas”.
Sabemos de las hormigas zombis desde hace bastante tiempo, pero los científicos
siguen intentando comprender cómo el hongo parásito, O. unilateralis, realiza sus
tareas de titiritero. Este hongo se conoce comúnmente como “parásito cerebral”,
pero una nueva investigación publicada esta semana en Proceedings of the
National Academy of Sciences muestra que los cerebros de las hormigas zombis
quedan intactos tras la infección, y que O. unilateralis es capaz de controlar las
acciones de su anfitrión infiltrando y rodeando las fibras musculares a través del
cuerpo de la hormiga. En otras palabras, convierte a la hormiga infectada en una
versión externalizada de sí mismo. Las hormigas zombis se convierten en parte
insecto, parte hongo. Horrible, ¿verdad?

Para hacer este descubrimiento, el científico que descubrió por primera vez el
hongo de la hormiga zombi, David Hughes de Penn State, inició un esfuerzo
multidisciplinario que involucró a un equipo internacional de entomólogos,
genetistas, informáticos y microbiólogos. El objetivo del estudio era observar las
interacciones celulares entre O. unilateralis y la hormiga Camponotus
castaneus durante una etapa crítica del ciclo de vida del parásito, la fase en que la
hormiga se ancla en el fondo de la hoja con sus poderosas mandíbulas.

Hormigas infectadas con O. unilateralis en etapa tardía. (Imagen: David Hughes /


PLOS ONE)

“Se sabe que el hongo secreta metabolitos específicos de los tejidos y causa cambios
en la expresión génica del hospedador y atrofia los músculos mandibulares de su
hormiga huésped”, dijo el autor principal Maridel Fredericksen, candidato doctoral
en el Instituto Zoológico de la Universidad de Basilea, Suiza. “El comportamiento
del huésped alterado es un fenotipo extendido de los genes del parásito microbiano
que se expresa a través del cuerpo de su huésped. Pero no se sabe cómo el hongo
coordina estos efectos para manipular el comportamiento del huésped”.
Al referirse al “fenotipo extendido” del parásito, Fredericksen quiere decir la forma
en que O. unilateralis puede secuestrar una entidad externa, en este caso la
hormiga carpintera, y convertirla en una extensión literal de su yo físico.

Para el estudio, los investigadores infectaron hormigas carpinteras con O.


unilateralis o un patógeno fúngico menos amenazante y no zombificante conocido
como Beauveria bassiana, que sirvió como control. Al comparar los dos hongos
diferentes, los investigadores pudieron discernir los efectos fisiológicos específicos
de O. unilateralis en las hormigas.

Usando microscopios electrónicos, los investigadores crearon visualizaciones 3D


para determinar la ubicación, abundancia y actividad de los hongos dentro de los
cuerpos de las hormigas. Se tomaron rebanadas de tejido a una resolución de 50
nanómetros, que se capturaron utilizando una máquina que podía repetir el
proceso de rebanar y fotografiar a una velocidad de 2.000 veces cada 24 horas.
Para analizar esta espantosa cantidad de datos, los investigadores recurrieron a la
inteligencia artificial: se enseñó a un algoritmo de aprendizaje automático a
diferenciar entre células fúngicas y hormonales. Esto permitió a los investigadores
determinar cuánto del insecto seguía siendo hormiga, y cuánto de se había
convertido en el hongo externalizado.

Reconstrucción 3D de un músculo aductor de la mandíbula (rojo) rodeado por una


red de células fúngicas (amarillo). (Imagen: Hughes Laboratory / Penn State)

Los resultados fueron realmente preocupantes. Las células de O.


unilateralis proliferaron en todo el cuerpo de la hormiga, desde la cabeza y el tórax
hasta el abdomen y las piernas. Además, las células fúngicas estaban todas
interconectadas, creando una especie de red biológica colectiva al estilo Borg que
controlaba el comportamiento de las hormigas.
“Encontramos que un alto porcentaje de las células en el huésped eran células
fúngicas”, dijo Hughes en un comunicado. “En esencia, estos animales
manipulados eran hongos en el cuerpo de las hormigas”.

Pero lo más sorprendente de todo es que el hongo no se había infiltrado en el


cerebro de las hormigas carpinteras.

“Normalmente en los animales, el comportamiento es controlado por el cerebro


que envía señales a los músculos, pero nuestros resultados sugieren que el parásito
controla el comportamiento del huésped periféricamente”, explicó Hughes. “Casi
como un titiritero tira de las cuerdas para hacer un movimiento de marioneta, el
hongo controla los músculos de la hormiga para manipular las piernas y las
mandíbulas del huésped”.

De cómo el hongo es capaz de navegar la hormiga hacia la hoja, sin embargo, aún
se desconoce la mayor parte. Y, de hecho, que el hongo deje en paz el cerebro puede
proporcionar una pista. El trabajo previo mostró que el hongo puede estar
alterando químicamente los cerebros de las hormigas, lo que lleva al equipo de
Hughes a especular que el hongo necesita que la hormiga sobreviva el tiempo
suficiente para realizar el comportamiento final de morder las hojas. También es
posible, sin embargo, que el hongo necesite aprovechar parte de la potencia
cerebral existente (y capacidades sensoriales) para “dirigir” la hormiga alrededor
del suelo del bosque. Se requerirán investigaciones futuras para convertir estas
teorías en algo más sustancial.

“Este es un excelente ejemplo de cómo la investigación interdisciplinaria puede


impulsar nuestro conocimiento”, dijo a Gizmodo Charissa de Bekker, una
entomóloga de la Universidad de Florida Central, no afiliada al nuevo estudio. “Los
investigadores utilizaron técnicas de vanguardia para finalmente confirmar algo
que pensamos que era cierto pero de lo que no estábamos seguros: que el hongo O.
unilateralis no invade ni daña el cerebro”.
De Bekker dice que este trabajo confirma que algo mucho más complicado está
sucediendo, y que el hongo podría estar controlando la hormiga secretando
compuestos que pueden funcionar como neuromoduladores. Los datos recabados
del genoma fúngico también apuntan a esta conclusión.

“Esto significa que el hongo podría producir una gran cantidad de compuestos
bioactivos que podrían ser de interés en términos de descubrimiento de nuevos
fármacos”, dijo de Bekker. “¡Estoy muy entusiasmada con este trabajo!”

De Bekker, una autoridad en lo que se refiere al hongo de la hormiga zombie,


también lanzó una nueva investigación esta semana. Su nuevo estudio, publicado
en PLOS One en coautoría con David Hughes y otros, examinó el reloj molecular
del hongo Ophiocordyceps kimflemingiae (una especie recientemente nombrada
del complejo O. unilateralis) para ver si los ritmos diarios, y por lo tanto relojes
biológicos, son un aspecto importante de las interacciones parásito-huésped
estudiadas por los biólogos.

“Además de confirmar que el hongo tiene un reloj molecular, descubrimos que esto
da como resultado la oscilación diaria de ciertos genes”, dijo de Bekker a Gizmodo.
“Si bien algunos de ellos están activos durante el día, otros están activos durante la
noche. Curiosamente, encontramos que el hongo activa especialmente los genes
que codifican proteínas secretadas durante la noche. ¡Estos son los compuestos que
posiblemente interactúan con el cerebro del anfitrión! El hongo, por lo tanto, no
solo libera compuestos bioactivos para manipular el comportamiento, sino que
también parece haber un momento preciso para ello”.

Claramente hay mucho por aprender sobre este insidioso parásito y cómo secuestra
sus huéspedes insectoides, pero como lo atestiguan estos estudios recientes, nos
estamos acercando más a la respuesta, una que es claramente perturbadora por
naturaleza.
[Proceedings of the National Academy of Sciences, PLOS One]

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