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Con esto asumimos que la conducta humana debe ser vista siempre como una acción
simbólica, que se exterioriza, que se simboliza, una acción que, lo mismo que la fonación
en el habla, significa algo.
El interés del antropólogo social estará en desvelar esta significación por medio de los
símbolos y del pensamiento simbólico, porque a estos se les asocia muchos de los
valores, ideas y actitudes que gobiernan y sustentan la realidad de la personas en su vida
cotidiana. En definitiva, más que preguntarnos por qué son, intentaremos indagar en
torno a qué se dice a través de ellos en la interacción social.
Asignatura: Antropologí
Antropología Social Bloque temá
temático I: La Antropologí
Antropología Social como Ciencia
En este sentido, lo primero que tenemos que hacer es determinar con un mínimo de
claridad lo que entendemos por el término “símbolo”. Por ejemplo, Radcliffe-Brown afirmó
rotundamente que cualquier cosa que tenga significado es un símbolo. Pero esta
afirmación puede resultar demasiado amplia. Porque es cierto que muchos símbolos
tienen significados en cuanto que están en lugar de otras cosas o las representan, pero
no es útil considerar como símbolo cualquier cosa que esté en lugar de otra. Por ejemplo,
la luz verde de los semáforos es signo de otra cosa, esto es, de que podemos cruzar la
calle en forma segura y legal. Pero esto no la convierte en símbolo, aún sabiendo que
podemos encontrar personas para quienes tienen un significado simbólico las luces de un
semáforo en verde.
Por tanto, es útil distinguir dos clases diferentes de signos, cosas que tienen significados
y que están en lugar de otras que no son ellas mismas.
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Esto no sucede con los símbolos. Porque generalmente existe al menos una razón por la
cual un símbolo particular debería ser apropiado en un caso particular; hay una
exposición razonada subyacente susceptible de descubrirse al menos idealmente, aun
cuando pueda no ser obvia en absoluto, o incluso totalmente desconocida a las personas
que la usan. La exposición razonada es, o por lo menos así puede parecernos, obvia en
ejemplos como el de una serpiente que se muerde la cola, para simbolizar la eternidad;
una lechuza que simboliza la sabiduría; la blancura como símbolo de pureza y virtud.
Quizá puede ser menos obvia en el caso de una bandera de color y diseño particulares
que simboliza a una nación, o un animal totémico de una especie determinada que
simboliza a un clan.
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Por ejemplo, Durkheim, en el análisis que hizo de la vida religiosa de los aborígenes
australianos señalaba que para los miembros de esta cultura sencilla – que consumen
casi todo su tiempo en la lucha con el duro medio ambiente para lograr sobrevivir – les
sería difícil o imposible representarse en términos explícitos la vital importancia que
encierra la solidaridad y ayuda mutua entre los miembros de los grupos en que está
organizada su sociedad. Pero cada grupo puede expresar este interés común por su
apego a una determinada especie animal o vegetal: su “totem” o a través de una
preocupación práctica por él, que les proporciona un símbolo conveniente y
comprensible de estos valores esenciales del grupo.
Todo esto nos aproxima a uno de los aspectos importantes que también atiende la
antropología social: la cuestión del simbolismo y del ritual, es decir, la identificación del
elemento simbólico en la conducta.
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En definitiva, que los valores y las creencias suelen estar ligados a sistemas cognoscitivos
y morales compartidos, en cuanto a coherencia y compatibilidad de manera que para
comprender la significación cultural de determinado valor es preciso investigarlo en el
contexto de este sistema de ideas. Por ejemplo, el valor que muchos pueblos atribuyen a
la comensalía debe entenderse en el contexto de todas sus ideas sobre los alimentos,
sobre la hospitalidad, sobre sus obligaciones para con los vecinos y extraños y sobre la
clase de vínculos que crea el compartir los alimentos, antes de que puedan ser
correctamente investigadas todas las implicaciones sociales que acarrea esta práctica.
Otro ejemplo, el valor ritual atribuido por los pueblos llamados totémicos a ciertas especies
animales o vegetales deberá entenderse en el contexto de toda la gama de ideas que
tienen los pueblos sobre los grupos humanos, sobre la naturaleza y sobre la relación entre
el hombre y la naturaleza, antes que el significado sociológico del totemismo pueda ser
adecuadamente estudiado. Si no acertamos en esta comprensión, puede suceder que se
entienda de manera totalmente equivocada la institución cuyos efectos sociales se
investigan.
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Todo esto nos lleva a avanzar hacia una serie de consideraciones finales en torno a
los valores, las creencias y su significación y, por lo tanto, en torno a la cultura: que
la manera de pensar de las personas puede diferir no sólo en cuanto a los tipos de
simbolismo que usan y en los tipos de cosas importantes que creen importantes,
sino inclusive en las maneras en que se representan al universo físico, social y
moral en que viven.
Uno de los lugares comunes de la epistemología es que la gente ve lo que espera
ver y que las categorías de su percepción están determinadas en gran medida, si no
por completo, por sus antecedentes sociales y culturales. Por ejemplo, un pastor
podría distinguir, por el color, la forma de los cuernos y otras señales, cientos de
variedades de cabras y nombrar a cada una de ellas; para un ejecutivo de una
empresa, por el contrario, seguramente, una cabra será sólo una cabra.
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En este sentido haremos lo posible por entender las maneras de pensar de otras
personas, sus creencias y valores, aunque sabemos que nunca lograremos ver las
cosas exactamente como las ven ellas. Si así sucediera, habríamos dejado de ser
miembros de nuestra propia cultura, pasando a la de ellos. Aunque sí que podemos
avanzar mucho en el camino que nos conduce a esta comprensión. Este éxito se
alcanzará, en su mayor parte, gracias a la realización de un trabajo de campo
intensivo. Hoy día indispensable para cualquier investigador de campo, no sólo para
los antropólogos sociales.