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Bibliotecas Eclesiásticas y

Monásticas
Introducción

En la antigüedad, el conocimiento plasmado en un libro era un raro tesoro que


muy pocos podían poseer. Las bibliotecas, históricamente han sido consideradas
centros de conocimiento. Pero luego de la destrucción de bibliotecas como la de
Alejandría, Ebla o Pérgamo, la conservación y producción de manuscritos pasó
a manos de la iglesia cristiana.

Durante el siglo V y comienzos del siglo VI comenzó una época crítica para las
bibliotecas romanas. Los fundamentos del Imperio se tambaleaban e Italia sufría
el saqueo de los pueblos bárbaros. La literatura cristiana había comenzado a
estar presente junto a la griega y la latina, y en las iglesias se constituían
bibliotecas con textos bíblicos, y más tarde también los libros litúrgicos utilizados
en los servicios religiosos. Pero debido a las persecuciones de los cristianos
muchas bibliotecas fueron destruidas total o parcialmente..

Tras las invasiones bárbaras, la iglesia de Roma se convierte en el principal


conservador de la literatura clásica, y a través de toda la edad media este lugar
predominante continúa.

Las bibliotecas bizantinas.

La antigua cultura griega encontró un refugio especial contra la amenaza de los


bárbaros en el Imperio Bizantino. Ya en el siglo IV Bizancio se había convertido
en un centro cultural de la mano de Constantino el Grande. La biblioteca de
Constantino albergaba muchas obras de la literatura cristiana, pero también
obras paganas. Se incendió en el año 475, pero fue reconstruida.

El convento del Studion de Bizancio, en el siglo IX, dio normas de cómo debía
regirse el taller de copistas y la biblioteca. También deben mencionarse los
monasterios de la península de Athos, que alcanzaron su mayor auge durante
los siglos X al XV. Aún en la actualidad se encuentran en ellos unos 11.000
manuscritos de contenido teológico o musical. Del monasterio del Sinaí procede
el célebre manuscrito de la Biblia, Codex Sinaiticus, que hoy se encuentra en el
British Museum de Londres.

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Las bibliotecas de la Iglesia Romana.

Fue la Iglesia Romana la que llevó la iniciativa en el mundo del libro tras la caída
del Imperio Romano y el triunfo del cristianismo.

En el monasterio de Vivarium, fundado por Casiodoro en el sur de Italia, se


estableció una especie de academia cristiana. Casiodoro fue el primero en
imponer abiertamente a una comunidad religiosa el deber de continuar la cultura
científica y la tradición. Los monjes debían no solo copiar textos de la literatura
eclesiástica, sino también de la profana, griega y romana. Después de su muerte,
parte de la biblioteca monástica pasó a la Santa Sede en Roma.

Los monjes benedictinos y los monjes irlandeses.

En la orden de los benedictinos, San Benito fundó en 1509 el monasterio de


Monte Cassino en Italia. En las reglas de la orden se daba gran importancia a la
lectura, y los monjes debían pasar su tiempo libre leyendo y un par de los monjes
mayores debían encargarse de vigilar que esta regla se cumpliera.

En la segunda mitad del siglo VI fue fundado el monasterio de St. Maur-sur-Loire


en la Galia. En él se cultivó el estudio y la copia de los autores clásicos
paralelamente a los eclesiásticos.

En extremo notable fue la actividad de los monjes irlandeses. Por alejada que
Irlanda se encontrase de los centros de la civilización antigua, llegó a ser a
comienzos de la edad Media el más importante refugio de la cultura clásica. La
isla fue convertida al cristianismo en el siglo V por San patricio, y un siglo más
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tarde existían unos 300 monasterios en Irlanda y escocia. Los monjes irlandeses
conocían el griego y fueron altamente eficientes en las artes de la escritura y
desarrollaron un auténtico estilo nacional, tanto de escritura como de decoración.
Durante los siglos IX y X, los vikingos destruyeron todos los monasterios de
Irlanda, pero también existieron monasterios irlandeses fundados en el
continente. Entre los más famosos cabe mencionar al monasterio de Luxeuil, en
Galia, el cual contó con una importante biblioteca. San Columbano fundó más
tarde en Italia el convento de Bobbio, y Galo fundó en Suiza el aún existente
monasterio de Saint-Gall, cuya biblioteca alcanzó más tarde gran fama. De
Luxeuil procedió otro famoso monasterio, el de Corbie, en picardía, del que a su
vez surgió el monasterio de Korvey, en Sajonia, en cuya biblioteca, en el siglo X,
Widukind escribió su crónica. De las casas madres obtenían las filiales una
colección de manuscritos como base de su biblioteca.

Las bibliotecas de las nuevas órdenes monásticas.

A fines de la Edad Media otras órdenes monásticas también realizaron su


contribución a la actividad literaria. En Inglaterra, donde los monjes mendicantes
se establecieron en 1224, en Oxford y en Londres formaron importantes
bibliotecas, así como en Anaberg, Sajonia, Venecia, Basilea y otros lugares. Es
importante destacar que ya en esta época, un catálogo colectivo estaba en uso

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entre los franciscanos. A fines del siglo XVI fueron enviados a no menos de 186
monasterios, cuestionarios relativos a sus fondos bibliográficos, y con las
respuestas se elaboró un Registrum Librorum Angliae (catálogo de los libros de
Inglaterra), que actualmente se encuentra en la Bodleian Library, en Oxford, y
que puede ser considerado como el intento más antiguo que se conoce de
redactar un catálogo general para un conjunto de bibliotecas con indicación de
en cuál de ellas se encontraba un determinado libro.

Los manuscritos.

Muchos de los viejos manuscritos representaban un trabajo de años. Con


frecuencia varios hermanos trabajaban en el mismo códice, cada uno en un
capítulo. Cuando el monje se disponía a escribir, cortaba primero el pergamino
con ayuda de un cuchillo y una regla (lo que se llamaba quadratio); después se
satinaba la superficie y se rayaban las hojas, para lo cual previamente se
indicaba en el borde la distancia entre las líneas haciendo pequeños agujeros
con un compás. El rayado se hacía con un punzón o con tinta roja o más tarde
con frecuencia con un lápiz de grafito. El escriba tomaba asiento frente un
pupitre inclinado, en el que se encontraban dos tinteros de cuerno con tinta negra
y roja, pluma y su raspador. La tinta roja se utilizaba para trazar una raya vertical
a lo largo de las iniciales; es lo que se conocía como rubricar.

Cuando el escriba había terminado el manuscrito, le daba fin con varias líneas,
llamadas suscripción o colofón. Allí se encontraba el título del libro, dónde y
cuándo se había realizado la obra, para quién, etc., así como también podía
mencionar su nombre para recuerdo de la posteridad.

Jean Meliot, copista del Duque de Borgoña ante su pupitre en actitud


de escribir. Según miniatura de un manuscrito de 1456.

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Decadencia de la cultura monástica.

En la segunda parte de la Edad Media la vida monástica decayó en muchos


lugares y se distanció de los primitivos ideales. Y este proceso de degeneración
afectó también a la actividad bibliográfica de los conventos y los estudios de los
monjes. Se perdieron manuscritos por falta de cuidados, el número de copias
bajó considerablemente, y los guías de los monasterios parecieron perder el
interés por el conocimiento escrito que los había caracterizado.

En el siglo XV, se produjo en los monasterios de la orden benedictina un


movimiento de reforma para hacer volver la vida monástica a los antiguos ideales
y situar de nuevo los estudios y la caligrafía en un lugar preponderante, pero este
movimiento no fue de larga duración.

Conclusión.

Las bibliotecas eclesiásticas y monásticas jugaron un papel fundamental en la


conservación de la cultura occidental a lo largo de toda la Alta Edad Media y
buena parte de la Baja. Durante esos siglos, casi todo el saber heredado de la
época previa residió en los monasterios, y gracias a la dedicación y a la firme
creencia en sus preceptos de los abades o bibliotecarios que, personalmente, se
dedicaron al enriquecimiento de su colección, en algunos casos incluso con las
obras de escritores no relacionados con el cristianismo. Estos esfuerzos, que no
siempre fueron apreciados, con el paso del tiempo demostraron su valor e
importancia, ya que son incontables las obras que se lograron conservar para la
posteridad.

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Bibliografía.

Dahl, S. (1972). Historia del libro. Editorial Alianza. Madrid.

Lerner, F. (1999). Historia de las bibliotecas del mundo. Desde la invención de la


escritura hasta la era de la computación. Editorial Troquel. Argentina.

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Índice
Pág.
Introducción …………………………………………………………………….. 1
Las bibliotecas Bizantinas …………………………………………………….. 1
Las bibliotecas de la iglesia Romana ………………………………………. 2
Los monjes benedictinos y los monjes irlandeses ………………………….. 2
Las bibliotecas de las nuevas órdenes monásticas ………………………… 3
Los manuscritos ………………………………………………………………… 4
Decadencia de la cultura monástica …………………………………………. 5
Conclusión ……………………………………………………………………… 5
Bibliografía ………………………………………………………………………. 6

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