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? Dialogantes o complacientes? Entresijos de la solidaridad promapuche hoy.

José Ancan Jara

Desde hace más o menos un par de décadas atrás, lenta pero sostenidamente el tema
mapuche en Chile ha dejado de ser sinónimo de museo prehistórico, topónimo exótico o el
apellido siempre mal escrito del personal de servicio. Mal que les pese a muchos, en años
recientes muchas personas han forjado una opinión medianamente fundada sobre el tema;
más allá de los análisis y teorías provenientes en exclusiva del ámbito de los especialistas
en asuntos étnicos. Aquella especie de profecía que había condenado a las culturas
indígenas a una desaparición segura e inevitable, incluso a nivel discursivo, como
consecuencia directa de su integración al seno del estado nacional a fines del siglo XIX,
habría demostrado así su completa esterilidad. Paradójicamente en plena época del
neoliberalismo y la globalización.

Es probable que en este proceso de visibilización originaria, hayan contribuido una serie de
factores concatenados. Entre las principales, la denominada coyuntura de los 500 años de
1992, con la irrupción en la agenda pública de lo que algunos llamaron «emergencia
indígena» en distintos lugares de América Latina. También, la cristalización e incorporación
de una parte de las demandas históricas mapuche contemporáneas, dentro del espacio de
las negociaciones políticas postdictatoriales; el Ecuador de los «Levantamientos» de
principios de los 90; el Chiapas zapatista de enero del 94, junto con la coetánea acometida
en la Araucanía chilena del Consejo de Todas las Tierras y otras orgánicas posteriores,
como la CAM, con su discurso impregnado de tradición, alteridad y resistencia.

Sin embargo, un lugar preponderante en este listado lo ocupan los innumerables conflictos
derivados de la invasión de megaproyectos en territorios originarios. Entre estos en nuestro
contexto, está la expansión de las forestales en distintos territorio mapuche y el
emblemático caso de la central hidroeléctrica de Ralko.

Impulsados tanto en Chile como en otros lugares por capitales transnacionales, estas
iniciativas fueron avaladas como sabemos por políticas estatales que en nombre de una
sacralizada noción de «desarrollo», generaron una doble dinámica en el escenario
interétnico de principios del siglo XXI. De una parte, la evidencia de la violenta omnipotencia
de estas corporaciones, que en su despliegue no sólo afectan a ecosistemas completos,
sino también a la endeble legislación protectora de los derechos indígenas, heredera del
indigenismo interamericano de la primera mitad del siglo XX, tal cual aconteció en el Alto
Bío Bío.

La flagrancia de aquella y otras iniciativas, aceleró casi al mismo tiempo un cambio


discursivo en el interior de las organizaciones étnicas, que dentro de este contexto por
ejemplo, han empezado a caracterizar su situación actual a partir de su incorporación
traumática a los actuales estados nacionales; a demandar «territorios» y ya no sólo «tierras;
derechos anteriores a los estados y no sólo de «leyes de fomento indígena».

Pero, la aparición en estos años de nuevos discursos y prácticas políticas no sólo ha


impregnado de sentido a las reivindicaciones y demandas políticas de la militancia
mapuche surgida en el período, sino que también - una de las novedades de los últimos
tiempos - , parte importante de esos contenidos se ha trasvasijado hacia sectores, que sin
ser directamente integrantes del grupo étnico, hoy se sienten profundamente
comprometidos con la legitimidad y justicia atribuidas a la causa mapuche.

Se trata del surgimiento del activismo solidario promapuche, que marca presencia hoy en
todo tipo de movilizaciones sociales, tanto las promovidas por organizaciones mapuche, así
como en la mayor parte de los mitines que han ocupado las calles de las principales
ciudades de Chile recientemente: las multitudinarias marchas estudiantiles; las por causas
de Derechos Humanos; medioambientales; conmemoraciones políticas; recitales de música
e incluso en el territorio de las “barras bravas” del fútbol. En todas estas convocatorias, este
activismo hace ostensible su presencia mediante el uso público y masivo de la “wenufoye” o
bandera nacional mapuche, devenida a estas alturas en un auténtico icono de protesta
transversal, que lo mismo que emblema étnico originario, acoge buena parte del vasto
descontento social chileno de estos tiempos.

? Quiénes son y qué caracterizaría a estas personas, que con diferentes intensidades,
están dispuestas a movilizarse e incluso comprometerse con una causa hasta hace unos
años era masivamente ignorada, cuando no fuertemente estigmatizada?

En primer lugar, es evidente que esta solidaridad promapuche no constituye hasta ahora un
sector social consolidado, pues claramente no es ni homogéneo ni está articulado en algún
referente específico, más allá de la lógica del «colectivo». La solidaridad esencialmente es
una suerte de energía fundada en un sentido básico de justicia social, pero que en nuestro
caso pareciera no constituir aun un proyecto ni cultural ni mucho menos político.

Las motivaciones que impulsan a los sujetos a la identificación, desde luego no son en este
plano uniformes. Ellas ocupan un amplio espacio. Desde una suerte de inquietud por un
sistema cultural atractivo por lo exótico de sus manifestaciones, como son las dimensiones
cosmovisionistas de esa cultura, hasta gentes que ven lo indígena como la materialización
de sus propios proyectos políticos o económicos, sean del color que sea. Por ello es que la
identidad de este sector es tenue y escasamente autónoma, políticamente hablando, pues
está directamente ligada a las movilizaciones o eventos de promoción de la causa
mapuche, convocados por las organizaciones étnicas.

Pese a todo, la afinidad con la causa mapuche, pese a sus ambigüedades es una realidad
tangible pues aparte de haber sido medida por encuestas de opinión, se relaciona
directamente con una suerte de descontento transversal que subyace en importantes
sectores de la sociedad chilena. Dicha inquietud se ha expresado en toda su intensidad en
el reciente ciclo de las movilizaciones sociales abierto en distintos lugares de Chile, cuya
mejor expresión son las demandas estudiantiles por la educación pública de 2011. No es
extraño así, que sea precisamente en ese segmento de la población, donde justamente se
da la mayor adhesión hacia la causa mapuche.

Esta juventud, vale decirlo, es parte intrínseca de la generación postdictatorial que se crió,
formó y desilusionó en los tiempos de la «democracia de los acuerdos», promovida en Chile
desde 1990, hecho que como se sabe, derivó entre otras cosas en el congelamiento de
gran parte de las demandas sociales. Este periodo resulta ser contemporáneo de la
«emergencia indígena» y del «ascenso mapuche», como le llama Fernando Pairican. La
consolidación del modelo económico y político generado por la dictadura y luego
administrado por los gobiernos concertacionistas, hoy son masivamente repudiados por
estas nuevas generaciones, que por oposición naturalmente se identifican con las
demandas y luchas mapuche, que en los conflictos con las forestales e hidroeléctricas, los
jóvenes mapuche asesinados, encarcelados, los niños y mujeres violentados en la
Araucanía, aparecen frontalmente contrapuestas con aquel modelo.

? Constituye al activismo solidario promapuche una forma efectiva de diálogo intercultural, o


más aun, podría este derivar en un proyecto político viable para la urgente y necesaria
reforma a la constitución pinochetista y por extensión, al modelo del estado nacional
monoétnico, tan impecablemente adoptado por Chile desde su fundación ?

Evidentemente, no existe una sola forma de manifestar la empatía con una causa justa y
legítima como la mapuche, así como tampoco un concepto aparentemente tan rotundo
como «solidaridad» tiene una sola forma de conjugarse. «La solidaridad es la ternura de los
pueblos», fue una frase acuñada por la poeta nicaragüense Gioconda Belli y luego
parafraseada con Eduardo Galeano, la que pasó a constituir una especie de máxima de la
consecuencia y compromiso social del progresismo latinoamericano desde los 60.
Solidaridad que se oponía de hecho a la caridad que se relaciona fuertemente con ciertas
maneras paternalistas de interpretar el cristianismo. Seguramente, tanto uno como el otro
enfoque subyacen hoy en la relación con los pueblos originarios. De hecho, ciertas
estrategias hábilmente promovidas por personajes de los medios de comunicación chilenos,
han popularizado cual slogan publicitario, la idea que la solidaridad sería cuantificable a
partir de los aportes en dinero o materiales que los ciudadanos realizan a las campañas de
ayuda social, o a los aportes a los damnificados después de una catástrofe natural.

Esta forma de manifestar este sentimiento, claramente se ha constituido en una especie de


norma y en el caso de algunas conocidas instituciones de ayuda social, prácticamente ha
devenido en una genuina escuela de cuadros, que forma líderes políticos que hoy cruzan
gran parte del espectro dirigente del Chile actual. En el caso mapuche, aparentemente se
entrecruzan las dos maneras de afrontarla. Tanto la que se manifiesta marchando en las
calles; asistiendo al acto cultural; colabora en las campañas de recolección de alimentos y
medicamentos para las comunidades, así como en la que promueve asistencia jurídica para
los presos políticos; intenta establecer algún tipo de articulación política con los referentes
activos del movimiento o se compromete activamente en el terreno mismo.

Las distintas estrategias y actos específicos donde hoy se manifiesta esta solidaridad
promapuche, representan una forma concreta de autonomía ciudadana que se contrapone
a las históricas maniobras estatales de negación y exclusión de la diversidad étnica. No son
las endebles políticas públicas de educación intercultural bilingüe, ni las fantasmales
iniciativas oficiales de validación de las epistemologías originarias, las que han impulsado a
estas personas a intentar conocer y acercarse empáticamente temas velados por tanto
tiempo.

El despertar de estas inquietudes ciudadanas, es uno de los principales logros recientes del
movimiento y los activistas mapuche del último periodo, y por extensión de todo el
movimiento mapuche contemporáneo, desde 1910 a la fecha, independientemente de su
afiliación. Sin embargo, resulta también evidente que así como el movimiento mapuche
reciente, con sus procesos y sus luchas, pese a todo se ha ganado un espacio probo
dentro de la agenda política y social reciente, apertrechándose de nuevas formas y
prácticas discursivas en tiempos de la «emergencia», se hace también necesario ahora que
ese crecimiento se extienda hacia el territorio de las relaciones interétnicas con esa otredad
mestiza chilena, a la que ya es inviable seguir calificándola con el excluyente concepto
«wingka».
La causa promapuche por otra parte, tiene a nuestro juicio un amplio espacio de desarrollo
futuro en el terreno de unas posibles relaciones interétnicas proactivas y dialogantes. La
eventual formulación de un proyecto político y cultural, que supere cualitativamente al mero
exotismo folklórico o la solidaridad pasiva, complaciente y acrítica, que es tributaria sin duda
de gestualidades caritativas o mediáticas imperantes hasta hoy. Una solidaridad activa
implica por ello, poner en el centro del debate y en centro de la acción política al modelo de
estado nacional excluyente y antidemocrático, que en su violencia y autoritarismo - bien lo
sabemos en estas fechas dolorosas - paradojalmente pareciera igualar a los unos y los
otros.

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