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CAPITULO 6

Mejor que la Pascua 6:1-71


Se cambia el escenario; tal vez por el conflicto serio que amenaza con cortar su ministerio
prematuramente (5:18), Jesús se retira al lado oriental del mar de Galilea, fuera del territorio
de los judíos (6:1). Sin embargo, la fe basada en milagros estimula a una multitud a seguirle (2).
El evangelista incluye una nota del tiempo (4) para dar al lector la clave para interpretar estos
eventos y el discurso que sigue: Jesús va a mostrar que él es el verdadero significado de la
Pascua, «la fiesta de los judíos» que celebraba la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto.

a. La cuarta señal (6:1-15)


La importancia de la alimentación de los cinco mil se muestra por el hecho de que es el único
milagro de Jesús que se narra en cada uno de los cuatro evangelios. En los evangelios sinópticos,
Jesús provee pan después de un día de enseñanza (Marcos 6:34-35; Lucas 9:11-12) o de
sanidades (Mateo 14:14- 15). El evangelio de Juan presenta a Jesús dando pan a la multitud en
seguida que se acercó (5). En el discurso que sigue (V.V 22-58), el cuarto evangelio enfatiza el
sentido simbólico del pan: la verdadera necesidad de esta multitud es el pan espiritual. A la vez,
hay un malentendido característico de Juan: la gente solamente reconoce su necesidad del pan
físico.
Aparte de la enseñanza de Jesús a la multitud acerca del «pan de vida», este capítulo
también sirve como la gran prueba de los discípulos (V.V. 6, 67). Como tal, es paralelo a la pre-
gunta de Jesús que lleva a la Gran Confesión en los sinópticos (Marcos 8:27-30 y paralelos); la
Gran Confesión también sigue a una multiplicación de pan (Marcos 8:1-10, y especialmente Lucas
9:10-22).
Aunque Felipe mostró una fe loable en su primera actuación en Juan (1:43-46), sale
desaprobado en esta prueba (6:6-7). Piensa solamente en este mundo y en el pan que pertenece a
él; tanto pan costaría más que el sueldo de siete meses, una dificultad que a Felipe le parece
insuperable. (Un denario fue el sueldo diario de un obrero.)
Esta falla de Felipe, después de que él muestra una fe digna de imitarse, nos recuerda que la
fe siempre tiene que crecer; la de ayer no es adecuada para hoy. Seguramente la fe inadecuada
de Felipe creció por lo que vio en este día. Andrés (8), el otro discípulo que se caracteriza por
traer a personas a Jesús (1:40-41), siente que la respuesta al problema se puede encontrar en
traer a otra persona a Jesús (9a), aunque todavía no entiende cómo esta acción pueda ayudar
(9b).
Tal vez debamos ver en este entendimiento mayor, no la superioridad de un discípulo a otro,
sino el principio del crecimiento del grupo por medio de la prueba que Jesús les pone;
observamos la misma solidaridad del grupo en Juan 1:35-51. De todas maneras, aun en esta fe
crecida hay mucho de duda (9b). Jesús proveerá más crecimiento por la revelación de su gloria
en esta señal.
La manera solemne en que Jesús multiplica los panes (10- 11) enfatiza la lección espiritual de
la señal. Su oración de gracias o bendición ha de haber impresionado profundamente a los
discípulos, porque se menciona en todos los evangelios, y en Juan se vuelve a mencionar (23). Al
dar de comer a esta multitud, revela su capacidad para satisfacer las necesidades de los que le
siguen (2), y su disposición para emplear este poder en favor de ellos. El encuentro con Jesús
satisface (12), en el sentido terrenal y aún más en el espiritual y celestial.
El énfasis que el evangelista pone en el mandamiento de «recoger» lo que sobraba sugiere que
este detalle también tenía para la comunidad joánica significado simbólico. No podemos precisar
cuál es este significado. Hay algunos lectores que ven una alusión al cuidado que ejercía la iglesia
con los fragmentos que quedaron de la Cena del Señor. Otros notan que el verbo «recoger»
sugiere una tarea que en el pensamiento popular se esperaba del Mesías: recoger al pueblo de
Dios para los eventos del fin, que incluyen el banquete mesiánico. Esta interpretación concuerda
más con 6:14-15 que la referencia a las sobras de la Cena del Señor. El número doce (V.13)
también simboliza al pueblo de Dios (doce tribus de Israel, doce apóstoles). Jesús no quiere que
nadie «se pierda» y no participe en el gozo del fin.
Los hombres que comen este pan milagroso ven el poder de Jesús, pero no ven la
realidad celestial que la multiplicación representa. Reconocen la semejanza entre esta
señal y el maná que Dios proveyó en el éxodo (14), y concluyen que Jesús es «el profeta»
como Moisés que predijo Deuteronomio 18:15-18. Sin embargo, no aceptan la dimensión
espiritual de la misión de este profeta; solamente piensan en las ventajas materiales de
tener un rey con este poder (15). Jesús huye de semejantes seguidores.
b. La quinta señal (6:16-21)
La quinta señal continúa el tema del éxodo. Los discípulos están amenazados por el mar
(18), como el pueblo de Israel ante el Mar Rojo (Éxodo 14:8-10). Jesús viene a ellos
caminado sobre el agua (19). La primera reacción de los discípulos ante la manifestación de
su gloria es miedo. El poder divino es tan grande que no podemos contemplarlo con
tranquilidad. Sin embargo, Jesús se identifica y los discípulos están dispuestos a recibirlo
en la barca, a pesar de su aplastante poder y gloria (20- 21). «No temáis» es otro recuerdo
del éxodo (Éxodo 14:13).
Frente al Mar Rojo, «No temáis» fueron palabras de Moisés (Éxodo 14:13), pero «Yo
soy» son palabras de Dios, una interpretación del nombre «Jehová» (Éxodo 3:14). De
manera que Jesús se identifica, no solamente con «el profeta» como Moisés (Juan 6:14),
sino con Dios, que proveyó el maná en el desierto y fue la fuente de salvación y protección
para su pueblo en el Mar Rojo (Éxodo 14:13). Jesús es el que hace que las aguas tiemblen
(Salmos 77:16) y cuyo camino está en el mar (Salmos 77:19). Del mismo modo que Dios
condujo a su pueblo a través del mar que los amenazaba, Jesús lleva a los suyos a tierra
(21).
c. El verdadero pan de Dios (6:22-36)
Los que han comido el pan y los peces que Jesús multiplicó siguen buscándolo (22). Se dan
cuenta que Jesús se fue sin una barca, y suben a otras barcas que habían llegado después (23)
para buscarlo en el lado occidental del Mar de Galilea (24). Al encontrarlo, le preguntan acerca
de su viaje inexplicable (25); pero Jesús, como hizo con Nicodemo (3:2-3), va al grano y les dice
por qué realmente lo buscan (6:26): por el pan que desean en este mundo, no por la verdad
celestial y espiritual que la señal del pan revela. El discurso del resto del capítulo desarrolla la
verdad espiritual representada en las señales de 6:5-21.
Jesús exhorta a sus oidores a dirigir su búsqueda a la verdadera y permanente vida (27). La
comida que no perece (12) no es el pan material que Jesús multiplicó, sino una comida «eterna»
(27) que Jesús ofrece por comisión de Dios; ésta les dará una vida permanente, porque
pertenece a la esfera eterna de Dios. Los interlocutores están dispuestos a hacer algo para
convencer a Dios a concederles esta vida (28), pero no han captado la paradoja que Jesús
presentó: les exhortó a «trabajar», pero describe la comida como algo que «el Hijo del Hombre
os dará» (27). Uno no puede ganar por «trabajar» lo que se da gratis; el «trabajo» requerido es
creer en Jesús como el Enviado de Dios (29).
«Obra de Dios» (29) es ambiguo; puede ser la obra que Dios pide, o la obra que Dios hace.
«Que creáis» aclara que no se trata de una obra que hagamos para satisfacer a Dios, sino de una
«obra de Dios» que recibimos de él por la fe, esto es, por confiar en él y depender de él. Este
discurso enfatiza la iniciativa de Dios en dar la vida y aun en producir la fe (32, 37-40, 44-45).
Dios obró para darnos la vida eterna cuando envió a su Hijo al mundo; la fe genuina no busca
hacer mérito con Dios, sino que acepta a su Hijo.
Los interlocutores replican que si Jesús es enviado por Dios, debe hacer una señal que revele
su origen celestial (30). Algunos judíos esperaban que el maná descendiera de nuevo en los
últimos tiempos, y la multiplicación del pan sugería esta señal. La multitud insinúa que, al verla,
creerán como Jesús pide. Están usando el vocabulario de Jesús; parece que ahora están
pensando en cosas celestiales. Sin embargo, esta petición revela la obstinación que es opuesta a
la fe. Han acudido a Jesús precisamente porque vieron la señal de la multiplicación de los panes
(22); ¿por qué piden otra señal? El tipo de señal que piden revela que su motivación es
sencillamente el egoísmo (31); el pan que comieron ayer pereció (12, 27), y de nuevo sienten
hambre.

Jesús rehúsa tratar asuntos terrenales; insiste en señalar la verdad que vino a revelar (32).
El «pan del cielo», dice, no es el pan físico que descendió del cielo en el éxodo, sino el pan
espiritual que Dios provee ahora, un pan que desciende del cielo para dar vida (33). La gente pide
este pan (34), pero es probable que sigua en el malentendido de que es pan terrenal (4:15).
Pero Jesús responde al malentendido revelando más de la verdad. El pan y mensajero que
Dios mandó es Jesús mismo (35). Como «pan», Jesús ofrece y sostiene la verdadera vida. El que
encuentra a Jesús encuentra la razón de su existencia: una relación con Dios. Esta relación,
disponible sólo por medio de Jesús, satisface la necesidad más profunda de todo ser humano. La
persona que «viene» a Jesús por creer en él, experimenta satisfacción permanente; no tendrá
que seguir buscando algo para satisfacer el «hambre» y «sed» que le llevó a Jesús. Sin duda hay
alusión en esta declaración a Proverbios 9:5-6. En estos versículos, la Sabiduría invita a los
lectores. «Venid, comed de mi pan y bebed mi vino» y así «vivid». Jesús es la Sabiduría que hace
posible la vida auténtica (comentario a 1:1). Aprendemos las lecciones más profundas de Dios
(46) no por el estudio, sino por relacionamos con esta persona.
Esta es la primera vez que encontramos en el Evangelio de Juan la expresión «Yo soy» con un
predicado (4:26; 6:20).
Más adelante, Jesús declarará: «Yo soy la luz del mundo» (8:12), «Yo soy la puerta» (10:7, 9),
«Yo soy el buen pastor» (10:11, 14), «Yo soy la resurrección y la vida» (11:25), «Yo soy el camino,
la verdad y la vida» (14:6), y «Yo soy la vid» (15:1, 5). Estas expresiones no describen la esencia
del Hijo de Dios’ sino lo que él ofrece al hombre. Jesús se compara con el pan que es el sostén
esencial para vivir. En la dimensión espiritual y celestial, Jesús es el que hace posible la vida; y
una relación permanente con él es tan esencial para mantener la vida como lo es la comida en
este mundo.
A pesar de esta oferta e invitación, la multitud ve a Jesús y queda insatisfecha porque no cree
(36); la fe es la respuesta esencial para recibir la vida que Dios ofrece.

d. La necesidad de la iniciativa divina (6:37-46)


Esta fe (36) no es un producto humano, sino que se origina en la iniciativa de Dios (37). Por su
origen divino es permanente y da una seguridad absoluta y permanente (37b). Esta promesa de
Jesús permite que nos acerquemos con confianza. Dios quiere que todos tengan la salvación y la
vida (3:16; 6:39-40); nuestra búsqueda de él es un reflejo y resultado de su voluntad’ Por lo
tanto, Jesús no va a rechazar a los que vengan buscándole. Más bien, obra en perfecta armonía
con la voluntad de Dios (38). Así que los que creemos en Jesús y dependemos de él tenemos una
seguridad firme, basada en la voluntad y la fidelidad de Dios (39-40). La salvación y la vida no
dependen de nuestra capacidad para agradar a Dios, sino de su fidelidad a su promesa y
propósito.
«Los judíos», que representan el mundo, no creen la declaración de Jesús (41), lo que «había
dicho» en los versículos 35 y 38. Su rechazo se expresa con un verbo que recuerda al lector que
«estaba cerca la Pascua» (6:4), porque «murmurar» fue, en el éxodo, la respuesta característica
de la incredulidad ante la provisión de Dios (Éxodo 16:2; 17:3; Números 16:41). Los incrédulos en
Juan murmuran porque lo que conocen en este mundo sirve de estorbo para que no reconozcan la
verdad del otro mundo (42). Jesús explica que la capacidad para comprender la verdad espiritual
viene de la misma fuente que la verdad, del Padre (44).
La iniciativa de Dios es esencial para que alguien venga a Jesús. Así que cuando uno viene a
Jesús, es porque Dios lo atrae; entonces es seguro que Jesús le va a dar la vida. Esta vida que
Jesús promete no es la vida de este mundo, que termina en muerte, sino la vida resucitada, la del
otro mundo o, dicho de otra manera, de la otra época que empieza con la resurrección general en
«el día final» (39, 40, 44, 54) de este mundo.
Jesús confirma la necesidad de la iniciativa divina con una cita de Isaías 54:13 (45). La cita
es una promesa de Dios acerca del tiempo del fin, en el cual Dios rescatará a su pueblo. Al
aplicarla a su propio ministerio, Jesús está declarando que este tiempo ha llegado con él. Dios
está enseñando y atrayendo a los hombres en Jesús (12:32). La segunda mitad de 6:45 vuelve a
afirmar que no se pueden separar la relación de uno con Dios y su relación con Jesús. Nadie
puede aprender del Padre sin venir a Jesús, porque no hay nadie aparte de Jesús que haya
tenido una experiencia directa de Dios en el cielo (46). Todos los demás experimentamos el
cielo, donde están Dios y la vida, solamente por la fe (47).
e. La necesidad de la respuesta humana (6:47-59)
La respuesta esencial a esta revelación y oferta que Dios hace en su Hijo es «creer» (47).
Jesús ha enfatizado esta necesidad a través de todo el discurso (29, 36, 40), usando las ex-
presiones «venir a mí» (37, 44, 45) y «mirar al Hijo» (40) como sinónimas de la fe. «Creer»
describe una vida orientada hacia el Padre por medio del Hijo: depender de él en toda necesidad,
obedecer su dirección, convivir con él en cada experiencia.
Jesús repite que él es «el pan de vida» (48, 35), que Dios envió desde el cielo para que
tengamos la vida que Dios tiene en el cielo. El maná que los israelitas comieron fue pan material
que alimentaba solamente la vida terrenal. No fue «pan de vida», aunque descendió de Dios,
porque los que lo comieron murieron (49). Jesús es verdaderamente «pan del cielo» que trae la
vida celestial o eterna, y el que come de este pan no muere (50). El lector tiene que distinguir
los sentidos distintos que Jesús da a los conceptos «vida» y «muerte». Es cierto que, mientras
dura esta época, los que creemos en Jesús, igual que los que comieron el maná (49), morimos
terrenalmente. Pero la resurrección de Jesús nos da la confianza de que esta muerte no es el
fin, sino una transformación y purificación que lleva a la vida plena (50). Comer el maná no dio
esta confianza; los comensales seguían sujetos a la vanidad de una vida que termina en muerte.
Sólo el creer provee la vida verdadera.
Hasta aquí, Jesús ha dicho que la respuesta correcta al pan de vida es creer en él (29, 35,
40, 47), venir a él (35, 37, 44, 45) y mirar a él (40). En 6:50, por primera vez, Jesús dice que
debemos «comer» este pan. En el versículo 51, Jesús repite el requisito de comer, y aun afirma
algo que fácilmente ofendería a sus interlocutores: que el pan que da vida es su «carne». Esta
palabra recuerda 1:14: «el Verbo se hizo carne»; el Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza para
proveemos vida.
La frase final de Juan 6:51 es semejante a las palabras que Jesús usó en la última cena:
«Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado» (Lucas 22:19; cf. 1 Corintios 11:24). Especialmente
notable es que estas tres aseveraciones usan la misma preposición, traducida «por». El evangelio
de Juan no narra la institución de la Cena; parece que aquí utiliza una parte de esta tradición,
sustituyendo «cuerpo» por «carne», para vincular esta verdad con la de 1:14, y «vosotros» por
«la vida del mundo», incluyendo de esta manera otras dos de sus palabras claves. El simbolismo
de esta sección (Juan 6:50-58) y el de la Cena son iguales. Jesús sacrifica su vida para que
nosotros tengamos la vida. Nosotros tenemos que «comer su carne» o cuerpo, un símbolo de
aceptar por la fe este sacrificio cruento. Esta aceptación nos es difícil porque el seguidor que
reconoce la necesidad del sufrimiento de Jesús tiene que aceptar también que sufrirá él mismo
en su seguimiento.

Esta nueva enseñanza produce más oposición y aun división («contendían entre sí») en los
oidores (52). Esta contención es otra alusión al éxodo. De la misma manera que Israel murmuraba
(41), también contendía contra Moisés (Números 20.3, 13, Éxodo 17:2). Al «profeta como
Moisés» (Juan 6:14), los descendientes de la generación del éxodo lo tratan de la misma manera.
En respuesta a la murmuración, Jesús recalcó la necesidad de la iniciativa de Dios (44); aquí (53)
insiste en que el hombre debe creer para recibir el don ofrecido. No da una explicación que
suavice el escándalo de «comer su carne», sino que repite su enseñanza de forma aún más dura
(53-54): hay que comer su carne y beber su sangre para experimentar la vida. Si se ofendían los
interlocutores por la idea del «canibalismo», fue aún más ofensiva la idea de beber sangre
humana, porque la ley prohibía ingerir la sangre aun de animales (Levítico 17:14). Jesús nunca
bajó su mensaje al nivel de las personas que le escuchaban; más bien quería elevarlos al nivel de
Dios. La adición de la sangre a la carne nos vuelve a recordar el simbolismo de la Cena del Señor.
En los versículos que siguen, Jesús da pistas para confirmar que estas palabras que parecen
tan rudamente físicas son simbólicas de otra dimensión. En el versículo 54 habla de vida
«eterna», y promete una resurrección «en el día final». Estas palabras revelan que él sigue
hablando del mundo celestial y espiritual, que se revelará al fin de la historia de este mundo
físico. Jesús comunica una verdad celestial y espiritual por el lenguaje físico de «comer su carne
y beber su sangre». Es otra figura para creer, como «venir» (35) y «mirar» (40).
Esta figura del canibalismo nos recuerda que Jesús nos proveyó la vida eterna y celestial por
medio de una experiencia física y terrenal: su muerte en la cruz. Esta muerte fue tan terrenal,
cruel y horrible como el canibalismo. Sin embargo, Jesús es el «pan vivo» (51), tan lleno de vida
que aun la muerte no la acaba, sino que permite que esta vida se multiplique y se comunique a
otros. El sufrimiento de Jesús fue esencial para damos la vida. Y si bien es cierto que Jesús
ofrece una vida celestial o espiritual, no está divorciada de la tierra. Jesús nos ofrece la vida
celestial y espiritual, pero la proveyó en este mundo terrenal y material, y tenemos que expresar
en obediencia terrenal la fe que acepta esa vida.
En 6.55, Jesús menciona la comida y la bebida «verdadera». En el marco del evangelio de
Juan, lo verdadero no es parte de este mundo, sino del mundo de arriba. Esta palabra confirma
que Jesús no está hablando de un acto de alimentarse en este mundo, sino que la «carne» y la
«sangre» tienen significación en la dimensión espiritual, la verdadera dimensión donde vive Dios,
la esfera de las relaciones (56). Por lo tanto, tienen que ser «comidas» espiritualmente, por una
relación permanente de fe en Jesús.
El que «come la carne y bebe la sangre» de Jesús «permanece» en él (56). El lector debe
recordar 1:38, 39 (4:40; 6.27), donde «permanecer» significó la relación permanente de un
discípulo con Jesús. (En aquel pasaje, la palabra griega se traduce «moras» y «se quedaron».)
Jesús tiene una relación personal con el Padre y recibe la vida a través de esta relación (57).
Dios envió a Jesús a nuestro mundo para que, de la misma manera, el que «come» a Jesús tenga
una relación personal con Jesús y reciba la vida a través de esta relación. Así explica Jesús el
simbolismo del «pan que descendió del cielo» (58). Luego repite el contraste con el maná que
presentó en los versículos 49-50; recalca que él mismo es la sustancia de lo que, en el Antiguo
Testamento, resulta ser solamente sombra y anticipo.
La mención de Capemaúm (59) forma una inclusión con 6:24, poniendo un marco a la exposición
del «pan de vida». Pero nos sorprende el comentario que Jesús dijo estas cosas «en la sinagoga»;
el versículo 24 no indicó dónde encontraron a Jesús en Capemaúm. La sinagoga es el lugar donde
la palabra de Dios se enseña. Posiblemente, el evangelista la menciona para sugerir que, igual que
la sangre de Jesús es verdadera comida (55, 58), cuando él enseña en la sinagoga se escucha
verdadera enseñanza.

f. Las respuestas dadas (6:60-71)


El discurso de Jesús sobre el pan de vida (Juan 6) marca un punto decisivo en el ministerio de
Jesús. La alimentación de los cinco mil (6:15) parece marcar el apogeo de su popularidad. Un día
después, «muchos de sus discípulos» (60) no pueden aceptar su insistencia en la necesidad de
creer en él como el Enviado e Hijo de Dios con un poder que pertenece al otro mundo (35-40).
Especialmente son reacios ante la interpretación de esta necesidad en términos que a muchos
parecen recomendar el canibalismo (50-58). De aquí en adelante, la gente que escucha a Jesús no
será tan numerosa (66).
Hasta este punto en Juan, «discípulos» ha descrito el grupo pequeño que viaja con Jesús (2:2;
4:8). En 6:16-17, todos «sus discípulos» cabían en una sola barca. Pero ahora «los discípulos»
(6:60) parecen incluir gran parte de la multitud que escuchó el discurso. «Muchos» de ellos se
identifican con la multitud incrédula (41) al «murmurar» ante la revelación de Dios (61). Aun
cuando uno ha oído y aceptado el mensaje de Jesús, el Señor sigue lanzando el reto de crecer en
la fe. Inclusive una persona que ha dado evidencia de ser discípulo de Cristo durante un buen
tiempo, puede ser escandalizado por el reclamo y la demanda de Jesús. La fe verdadera es la que
persevera y crece.
La murmuración de estos discípulos es que la enseñanza de Jesús es «dura». Empiezan a
entender que la carrera de Jesús no va a ser solamente fiestas, milagros impresionantes y
victorias. Incluirá también sufrimiento y muerte. No se interesan en seguir a esta especie de
«rey» (15). ¡Seguir a un Salvador sufriente puede implicar que el discípulo también sufra!
Jesús responde a esta inquietud con mayor explicación (61- 64), pero no suaviza el escándalo
de su mensaje. Más bien lo aclara, para que los que están dudando puedan tomar una decisión
firme de aceptar o rechazar. Jesús nunca omitió las realidades duras de su mensaje para atraer
más gente.
De todas maneras, Jesús quiere que entienda que lo presentado en el discurso no son
realidades materiales («carne») de este mundo, sino realidades espirituales que serán
manifestadas aquí cuando Jesús regrese al cielo y mande el Espíritu (62-63). Su muerte
(«carne») no «aprovecha» sin su resurrección y exaltación, una realidad espiritual efectuada en
el poder del Espíritu. Jesús mandará al Espíritu para mostrar la autoridad que tiene al lado del
Padre, «donde estaba primero», y que el camino del sufrimiento, de dar su carne y su sangre
para ser «comida y bebida» fue el verdadero camino hacia la gloria.
Jesús apela a sus discípulos a ver la necesidad del sufrimiento desde la perspectiva del cielo
y de su gloria. El Espíritu (63) que produce el nuevo nacimiento (3:3, 5) es el que provee la vida
de arriba, la vida eterna. El mensaje de Jesús es la oferta de este Espíritu y esta vida, aunque el
camino hacia la vida incluye sufrimiento y muerte. Si algunos lo oyen y no reciben vida, es porque
«no creen» (64). Para responder al mensaje de Jesús en fe y acercamiento, hace falta el poder
de Dios (65; 44, 37). Jesús reconoce que el hombre no puede alcanzar la vida por su propio
esfuerzo. A fin de cuentas, todo depende de Dios. No alcanzamos la fe; Dios nos la da. Muchos
de los que se consideraban a sí mismos «discípulos» de Jesús en realidad no gozaban de esta
capacidad divinamente concedida, sino que le seguían por curiosidad o esperanzas egoístas. Por lo
tanto, les faltaba constancia. Ante un mayor entendimiento de lo que cuesta seguir a Jesús,
«volvieron atrás» (66). Posiblemente, aquel día Jesús vio más «decisiones» que en cualquier otro
de su ministerio, pero ¡fueron decisiones negativas! Sin embargo, Jesús sabía que tal día tenía
que venir, puesto que conocía la falta de verdadera fe en los corazones de muchos de sus
seguidores (64). El evangelio de Juan enfatiza el conocimiento de Jesús acerca de los corazones
de los hombres (1:48; 2:24-25; 3:3).
Ante el trasfondo de este gran abandono por parte de «sus discípulos», Jesús prueba a «los
doce» (67). ¿Ellos se han escandalizado del mensaje y persona de Jesús como los demás? Los
doce muestran un entendimiento que sólo Dios da (65); entienden que Jesús habla de la vida que
pertenece al mundo eterno (68), como él insistió en 63b. Pedro, el portavoz del grupo, confiesa
que han reconocido en Jesús «el Santo de Dios» (69). La fe de los Doce ha crecido por las
señales que han visto y aun en medio del abandono de Jesús por parte de muchos. Pero el Santo
de Dios está pasando un día difícil, y anticipa otro. Comenta que incluso uno de los doce «es
diablo» (70); va a cooperar en el ataque de Satanás que viene (71). La descripción de Judas como
«diablo» no se refiere a su naturaleza, sino a su decisión de cooperar con las fuerzas que se
oponen a Jesús. Tomará para sí el papel del adversario.
Hay notables paralelos entre esta conversación y la «Gran Confesión» que se narra en los
evangelios sinópticos (Marcos 8:27-30 y paralelos). Las dos narraciones vienen poco después de
una alimentación milagrosa (Marcos 8:1-10; 19-20). En las dos, el trasfondo de la pregunta de
Jesús a los doce es la evaluación de la multitud acerca de él (Me. 8:27-28), Pedro habla por el
grupo (Me. 8:29), la respuesta inmediata de Jesús parece negativa (Jn. 6:70; Me. 8:30), y Jesús
identifica a uno de los doce como «Satanás» (Mc. 8:33) o «diablo» (palabras que significan
acusador en hebreo y griego, respectivamente). Además, tanto en Mateo (16:17) como en Juan
(6:65), Jesús afirma que se trata de un entendimiento concedido por Dios. Algunos lectores han
pensado que esta historia es la interpretación joánica de la Gran Confesión. Antes de la invención
de la imprenta, cuando se producían copias de la Biblia a mano, estas mismas semejanzas llevaron
a algunos copistas a sustituir la descripción de Jesús en Juan 6:69 por la de Mateo 16:16;
algunas versiones modernas todavía reflejan este cambio.

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