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Jesús rehúsa tratar asuntos terrenales; insiste en señalar la verdad que vino a revelar (32).
El «pan del cielo», dice, no es el pan físico que descendió del cielo en el éxodo, sino el pan
espiritual que Dios provee ahora, un pan que desciende del cielo para dar vida (33). La gente pide
este pan (34), pero es probable que sigua en el malentendido de que es pan terrenal (4:15).
Pero Jesús responde al malentendido revelando más de la verdad. El pan y mensajero que
Dios mandó es Jesús mismo (35). Como «pan», Jesús ofrece y sostiene la verdadera vida. El que
encuentra a Jesús encuentra la razón de su existencia: una relación con Dios. Esta relación,
disponible sólo por medio de Jesús, satisface la necesidad más profunda de todo ser humano. La
persona que «viene» a Jesús por creer en él, experimenta satisfacción permanente; no tendrá
que seguir buscando algo para satisfacer el «hambre» y «sed» que le llevó a Jesús. Sin duda hay
alusión en esta declaración a Proverbios 9:5-6. En estos versículos, la Sabiduría invita a los
lectores. «Venid, comed de mi pan y bebed mi vino» y así «vivid». Jesús es la Sabiduría que hace
posible la vida auténtica (comentario a 1:1). Aprendemos las lecciones más profundas de Dios
(46) no por el estudio, sino por relacionamos con esta persona.
Esta es la primera vez que encontramos en el Evangelio de Juan la expresión «Yo soy» con un
predicado (4:26; 6:20).
Más adelante, Jesús declarará: «Yo soy la luz del mundo» (8:12), «Yo soy la puerta» (10:7, 9),
«Yo soy el buen pastor» (10:11, 14), «Yo soy la resurrección y la vida» (11:25), «Yo soy el camino,
la verdad y la vida» (14:6), y «Yo soy la vid» (15:1, 5). Estas expresiones no describen la esencia
del Hijo de Dios’ sino lo que él ofrece al hombre. Jesús se compara con el pan que es el sostén
esencial para vivir. En la dimensión espiritual y celestial, Jesús es el que hace posible la vida; y
una relación permanente con él es tan esencial para mantener la vida como lo es la comida en
este mundo.
A pesar de esta oferta e invitación, la multitud ve a Jesús y queda insatisfecha porque no cree
(36); la fe es la respuesta esencial para recibir la vida que Dios ofrece.
Esta nueva enseñanza produce más oposición y aun división («contendían entre sí») en los
oidores (52). Esta contención es otra alusión al éxodo. De la misma manera que Israel murmuraba
(41), también contendía contra Moisés (Números 20.3, 13, Éxodo 17:2). Al «profeta como
Moisés» (Juan 6:14), los descendientes de la generación del éxodo lo tratan de la misma manera.
En respuesta a la murmuración, Jesús recalcó la necesidad de la iniciativa de Dios (44); aquí (53)
insiste en que el hombre debe creer para recibir el don ofrecido. No da una explicación que
suavice el escándalo de «comer su carne», sino que repite su enseñanza de forma aún más dura
(53-54): hay que comer su carne y beber su sangre para experimentar la vida. Si se ofendían los
interlocutores por la idea del «canibalismo», fue aún más ofensiva la idea de beber sangre
humana, porque la ley prohibía ingerir la sangre aun de animales (Levítico 17:14). Jesús nunca
bajó su mensaje al nivel de las personas que le escuchaban; más bien quería elevarlos al nivel de
Dios. La adición de la sangre a la carne nos vuelve a recordar el simbolismo de la Cena del Señor.
En los versículos que siguen, Jesús da pistas para confirmar que estas palabras que parecen
tan rudamente físicas son simbólicas de otra dimensión. En el versículo 54 habla de vida
«eterna», y promete una resurrección «en el día final». Estas palabras revelan que él sigue
hablando del mundo celestial y espiritual, que se revelará al fin de la historia de este mundo
físico. Jesús comunica una verdad celestial y espiritual por el lenguaje físico de «comer su carne
y beber su sangre». Es otra figura para creer, como «venir» (35) y «mirar» (40).
Esta figura del canibalismo nos recuerda que Jesús nos proveyó la vida eterna y celestial por
medio de una experiencia física y terrenal: su muerte en la cruz. Esta muerte fue tan terrenal,
cruel y horrible como el canibalismo. Sin embargo, Jesús es el «pan vivo» (51), tan lleno de vida
que aun la muerte no la acaba, sino que permite que esta vida se multiplique y se comunique a
otros. El sufrimiento de Jesús fue esencial para damos la vida. Y si bien es cierto que Jesús
ofrece una vida celestial o espiritual, no está divorciada de la tierra. Jesús nos ofrece la vida
celestial y espiritual, pero la proveyó en este mundo terrenal y material, y tenemos que expresar
en obediencia terrenal la fe que acepta esa vida.
En 6.55, Jesús menciona la comida y la bebida «verdadera». En el marco del evangelio de
Juan, lo verdadero no es parte de este mundo, sino del mundo de arriba. Esta palabra confirma
que Jesús no está hablando de un acto de alimentarse en este mundo, sino que la «carne» y la
«sangre» tienen significación en la dimensión espiritual, la verdadera dimensión donde vive Dios,
la esfera de las relaciones (56). Por lo tanto, tienen que ser «comidas» espiritualmente, por una
relación permanente de fe en Jesús.
El que «come la carne y bebe la sangre» de Jesús «permanece» en él (56). El lector debe
recordar 1:38, 39 (4:40; 6.27), donde «permanecer» significó la relación permanente de un
discípulo con Jesús. (En aquel pasaje, la palabra griega se traduce «moras» y «se quedaron».)
Jesús tiene una relación personal con el Padre y recibe la vida a través de esta relación (57).
Dios envió a Jesús a nuestro mundo para que, de la misma manera, el que «come» a Jesús tenga
una relación personal con Jesús y reciba la vida a través de esta relación. Así explica Jesús el
simbolismo del «pan que descendió del cielo» (58). Luego repite el contraste con el maná que
presentó en los versículos 49-50; recalca que él mismo es la sustancia de lo que, en el Antiguo
Testamento, resulta ser solamente sombra y anticipo.
La mención de Capemaúm (59) forma una inclusión con 6:24, poniendo un marco a la exposición
del «pan de vida». Pero nos sorprende el comentario que Jesús dijo estas cosas «en la sinagoga»;
el versículo 24 no indicó dónde encontraron a Jesús en Capemaúm. La sinagoga es el lugar donde
la palabra de Dios se enseña. Posiblemente, el evangelista la menciona para sugerir que, igual que
la sangre de Jesús es verdadera comida (55, 58), cuando él enseña en la sinagoga se escucha
verdadera enseñanza.